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Agradezco a los padres dominicos y a los responsables laicos de estas fiestas del
Rosario en la Basílica Menor de Santo Domingo la invitación para presidir esta eucaris-
tía. En esta homilía quiero reflexionar sobre la primera parte del avemaría. Esa oración
la repetimos cincuenta veces en el rezo diario del santo rosario. Está formada por dos
frases: una procede del saludo que el ángel Gabriel le dirigió a la Virgen María en la
anunciación y la otra frase procede del saludo que santa Isabel le dirigió a la Virgen Ma-
ría en la visitación. La segunda parte del avemaría es creación de la Iglesia que la invoca
como Madre de Dios y le suplica su intercesión ahora y en la hora de nuestra muerte.
El avemaría comienza con estas palabras: “Dios te salve, María, llena eres de gra-
cia, el Señor es contigo.” Si leemos el pasaje en la traducción al español que ofrecen
nuestras Biblias, vamos a encontrar que el ángel saluda a la Virgen con estas palabras:
alégrate, llena de gracia. ¿Cómo pasamos de ese alégrate de nuestras Biblias al Dios te
salve de nuestra oración?
El evangelio fue escrito en griego, y su autor, san Lucas, escribió este encuentro
entre el ángel Gabriel y la Virgen como si se hubiera dado en esa lengua. Cada idioma
tiene su modo de saludar. Seguramente el ángel le habló a la Virgen en arameo y le diría
šelam, que quiere decir “paz, salud, salvación”. En griego la gente se saludaba diciendo
“jaire”, que literalmente significa “alégrate”, pero con la idea “que estés contento, que
estés bien, que estés en paz, que tengas salud”. Cuando se tradujo el evangelio del griego
al latín, los traductores utilizaron la expresión usual en latín para saludar: “ave”. Esa ex-
presión en el fondo significa: ¡salud, saludo! Del latín viene el nombre de la oración:
“avemaría”. Nosotros saludamos con el deseo de “buenos días” o con la palabra “hola”.
Cuando hace siglos esa oración se tradujo al español, los traductores no quisieron utilizar
nuestros saludos: hola o buenos días o cosa parecida. Sonaba quizá muy trivial. Enton-
ces recurrieron al verbo “salvar” que en el siglo XII significaba también “saludar”. Es
bueno recordar que las palabras tienen historia y las palabras salvar y saludar tienen un
mismo origen. Entonces aquellos traductores del saludo del ángel al español escribieron:
“Dios te salve, María”, con el significado: “Dios te saluda, María”. Pero recordemos que
saludar significa desear salud, desear salvación. Por lo que la expresión del ángel suena
también así: Dios es tu Salvador. Por lo tanto, el ángel Gabriel invita a la Virgen a la ale-
gría porque la salvación está cerca, para ella y para toda la humanidad. La Virgen María
se hará eco de estas palabras del ángel cuando en su cántico diga: Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.
Luego en el avemaría nosotros decimos: “llena eres de gracia”. El ángel introduce