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Lacaniana-Web-030-Rncjv0 13983 1714412330 240429 143908
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com
CUERPOS
JACQUES LACAN
JACQUES-ALAIN MILLER
Lacaniana
REVISTA
DE PSICOANÁLISIS
ESCUELA DE LA
ORIENTACIÓN
LACANIANA
Imagen de tapa y contratapa: Pablo Reinoso, Bolso 2, 2006. Fotografía: Carlos Yebra.
ISSN 2422-5401
LACAN
11 L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clases del 11
de enero, 18 de enero y 8 de marzo de 1977 xxxJacques Lacan
LA ORIENTACIÓN LACANIANA
31 Silet xxxJacques-Alain Miller
DOSSIER: CUERPOS
45 Una vía práctica para sentirse mejor xxxAlicia Yacoi
48 La histeria y amor al padre xxxSilvia Elena Tendlarz
52 Una mujer síntoma de otro cuerpo xxxEduardo Benito
56 “Quieren valorizarme”. Cuando el cuerpo no queda atrapado
en el discurso xxxDiana Campolongo
61 Paradojas del cuerpo en la fobia xxxAna Cecilia González
66 Eludir la sexuación: una parodia imposible xxxPaula Husni
AGUJEROS
73 El troumatisme del duelo xxxLiliana Cazenave
77 Una forclusión, dos agujeros. Consecuencias clínicas de la
forclusión del agujero xxxPatricio Álvarez Bayón
83 Agujeros xxxFabián Schejtman
90 Tres omisiones xxxPerla Drechsler
96 ¿Un tejido, una tela, una malla? xxxEugenia Serrano
RECORRIENDO LA AMP
179 Lalengua y el forzamiento de la escritura xxxEric Laurent
TRANSFERENCIA DE TRABAJO
195 Transferencia de trabajo, una cuestión de vida xxx
Sohar Marcelo Ruiz
198 De la reciprocidad al respeto xxxLuciana Rolando
202 Transferencia de trabajo. De la repetición a la invención
Gustavo Moreno
205 Leer de otro modo, el equívoco xxxSilvina Rojas
PAGUS
211 El niño, sus derechos y el psicoanalista xxxClaudia Lázaro
215 Un ejercicio de lectura. Psicosis ordinarias
María Marciani
219 La música en el cuerpo xxxKaren Edelsztein
CLÍNICA
225 La mujer perdida xxxVéronique Voruz
231 Discusión del caso de Véronique Voruz con Alexandre Stevens
El equipo editorial preparó este último número con especial dedicación. Para
la portada elegimos una imagen perteneciente al artista plástico Pablo Reinoso,
cuya generosa donación agradecemos. Siguiendo el camino marcado por los úl-
timos números de Lacaniana, aquí publicamos las tres clases del Seminario 24
que faltaban, establecidas por Jacques-Alain Miller, y de éste la clase del 14 de
diciembre de 1994 de su Curso de la Orientación Lacaniana titulado Silet.
En el Seminario 21, Lacan introduce la sexuación en el inconsciente. Interroga
si solo hay un saber inconsciente con la lógica del todo y la excepción, o si hay
también un saber inconsciente con una lógica femenina. Plantea el inconsciente
como un conjunto abierto, conexión de Unos que arma un saber en el cual el
amor es no-todo. Interroga entonces el saber masculino cerrado y la relación con
lo abierto femenino:
El saber masculino ignora que se necesitan los tres redondeles para que se cie-
rre el nudo. Por eso la opacidad respecto del no-todo, del Otro goce, es completa
1 J. Lacan, El seminario, libro 21, Los no-engañadizos erran, clase del 15 de enero de 1974 (inédito).
2 J.-A. Miller, Conversación sobre el significante amo, Barcelona, amp, eolia, 1998, p. 40.
3 J.-A. Miller, “Comunicado dirigido a los miembros de la École”, Uno por uno, 14/15 (noviembre de 1990).
¿Qué es lo que rige el contagio de ciertas fórmulas? No creo que sea la convic-
ción con que las pronunciamos, ya que no cabe decir que tal sea el soporte desde
el cual propagué mi enseñanza. Corresponde a Jacques-Alain Miller testimoniar
al respecto: ¿Considera él que lo que farfullé en el curso de estos veinticinco años
de seminario lleva esa marca?
Me esforcé por decir lo verdadero. Pero lo dije con no mucha convicción,
parece. Yo estaba bastante al margen como para ser aceptable.
¿Decir lo verdadero acerca de qué? Del saber. En eso creí poder basar el psi-
coanálisis, ya que, a fin de cuentas, todo lo que dije se sostiene. Decir lo verda-
dero acerca del saber no era necesariamente suponer saber en el psicoanalista
–términos con los cuales definí la transferencia–, sin que eso signifique que ello
no sea una ilusión. Ahora bien, tal como lo dije en mi “Radiofonía”, no hay entre
el saber y la verdad relación alguna.
Jamás me releo sin una dosis de asombro. Nunca imagino que yo sea quien
dijo eso, y sin duda soy debilucho en el modo de sostener el peso de lo que yo
mismo he escrito. No es que siempre me parezca la cosa peor inspirada, pero
siempre va un poco a la retaguardia, y eso es lo que me sorprende.
Tiempo atrás, convocado a algo que era nada menos que lo que intentamos
hacer en Vincennes bajo el nombre de “Clínica psicoanalítica”, hice notar que
el saber en cuestión no era ni más ni menos que el inconsciente. Era muy difícil
saber bien la idea que Freud tenía de éste. Pero lo que dice al respecto me pareció
imponer que es un saber.
Freud no tenía mucha idea de lo que era el inconsciente, pero me parece que
al leerlo podemos deducir que él pensaba que consistía en efectos de significante.
El hombre –hay que nombrar así a cierta generalidad, de la que no cabe decir
que algunos sobresalgan, y Freud no tenía nada descollante, era un mediquito que
hacía lo que podía para lo que llamamos curar, lo cual no tiene mucho alcance–,
el hombre, entonces, no se libra en absoluto de este asunto del saber. Se le impone
por los efectos de significante, y ello lo incomoda, él no sabe “lidiar con [faire
avec]” el saber. Esa es su debilidad mental, de la cual no me exceptúo –pues debo
vérmelas con el mismo material que todo el mundo, con ese material que nos
habita.
Con ese material no sabemos arreglárnoslas [y faire]. Es lo mismo que ese
“lidiar con” que recién mencioné, pero este “arreglárselas” no puede decirse en
todas las lenguas. Saber arreglárselas [savoir y faire] no es lo mismo que saber
hacer [savoir faire]; significa “desenvolverse”, pero sin tomar la cosa como con-
cepto.
Esto nos lleva a empujar la puerta de cierta filosofía. No hay que empujar esa
puerta demasiado rápido, porque hay que permanecer en el nivel donde ubiqué
los discursos [discours], “el decir que socorre [dire qui secourt]” –aprovechemos
lo que nos brinda como equívoco la lengua en que hablamos.
¿Qué es lo que socorre? ¿El decir o el dicho? En la hipótesis analítica es el
decir, o sea la enunciación, la enunciación de lo que recién denominé la verdad.
A grandes rasgos, distinguí cuatro de esos decir-socorros [dire-secours], con los
cuales me divertí haciendo girar una sucesión. En esa sucesión, la verdad –la
verdad del decir– sólo estaba implicada.
Tal vez ustedes lo recuerden. Se presentaba así:
S1 → S2
$ ⫽ a
12 | El pase
4 Podría decirse “…y tú viste quince”, pero añadimos “de ellos” para verter el pronombre en, obligatorio en francés,
eje de la discusión ulterior. [T.]
5 Si bien “des Accords” es parte del pseudónimo del autor (Étienne Tabourot), lo traducimos (“de las Concordan-
cias”) para subrayar su sentido gramatical. [T.]
II
14 | El pase
Durante cuarenta y ocho horas me cansé de hacer lo que llamaré una cuatren-
za [quatresse].
La trenza está en el origen del nudo borromeo. En efecto, con sólo cruzar
correctamente estos tres hilos, ustedes los reencuentran en orden tras la sexta
maniobra,
16 | El pase
18 | El pase
Esto es equivalente:
20 | El pase
señor Z: –Si la función hablante aísla al hombre, ¿qué hay de las manifesta-
ciones preverbales como la pintura, la música y todas las artes que no pasan por
la talking cure? El acto de la pintura es característico de una apertura, pero por
medio de una continuidad que en cierta medida sería como cuando usted toma
un caramelo: deja filamentos. Digamos que, entre el sujeto y el lugar del Otro,
deja filamentos.
Doctor lacan: –Creo que eso preverbal que usted aporta está, en este caso,
totalmente modelado por lo verbal. Casi diría que es hiperverbal. Lo que usted
llama filamentos, hilos, está profundamente motivado por el símbolo.
señor Z: –Yo también lo creo, pero la vía no pasa por el proceso de lo sim-
bólico. No es para poner en duda o en jaque su enseñanza…
Doctor lacan: –No hay razón alguna para no poner en jaque mi enseñanza.
Intento decir que el arte está más allá de lo simbólico. El arte es un saber hacer, lo
simbólico está en el origen del hacer. Creo que en ese decir que es el arte hay más
verdad que en cualquier blablá. Esto no significa que se la haga por cualquier vía.
Y no es preverbal; es un verbal a la segunda potencia.
Lo que uno escribe… Digo uno [on] porque cualquiera puede escribir, digo
uno porque me molesta decir yo; ¿a título de qué se produciría el yo [je] en esta
ocasión? Pues bien, resulta que dije, y por ese hecho resulta escrito, que no hay
metalenguaje. Uno no habla acerca del lenguaje.
Resulta que releí algo que está en Scilicet 4 y que titulé –por ello algo de
esa índole lleva nuestra marca– l’Étourdit [El atolondradicho]. En l’Étourdit casi
hago nacer ese metalenguaje. Naturalmente, eso marcaría un hito. Pero no hay
hito, ya que no hay cambio. Ese casi que agregué a mi frase subraya que ello no
ocurrió; es un semblante de metalenguaje. Y, dado que me sirvo de él, en el texto
me sirvo de esta escritura, s’emblar, escribo: un s’emblante. Crear un verbo re-
flexivo a partir de este s’emblar lo despega de la fruición que es el ser, y, como
yo lo escribo, él parés.6 Parés significa un s’emblante de ser.
A este respecto, me percato de que abrí este escrito con motivo de un prefacio,
un prefacio que yo había prometido para una edición italiana. Consulté a alguien
para quien la lengua italiana, de la cual no entiendo nada, es materna, y que me
hizo notar que en italiano hay algo parecido a semblar, pero que no es fácil de
introducir con la deformación de escritura que introduzco. Por eso yo proponía
6 Hay homofonía entre el neologismo s’embler (“s’emblar”) y sembler (“semblar”, “aparentar”), así como entre el
neologismo parest (“parés”) y paraît (“parece”). [T.]
22 | El pase
¿Significa esto que esos tres toros forman nudo borromeo? En absoluto, ya
que, si ustedes cortan uno de ellos a lo ancho –si me permiten, para expresarme
de manera metafórica–, eso no liberará a los otros dos. Ustedes deberán cortarlo
a lo largo.
La condición de que el toro no se corte sólo de una única manera, sino que
pueda serlo de dos, merece pues ser retenida; no retenida en una metáfora, sino
en una estructura. La diferencia que hay entre la metáfora y la estructura es que
la metáfora está justificada por la estructura.
24 | El pase
*
* *
Tengo un nieto llamado Luc, cuyos padres están aquí. Dice cosas muy razona-
bles; en fin, dice que cuando era infans se esforzaba en decir las palabras que no
entendía, y de ello dedujo que eso es lo que le hizo crecer la cabeza. Debo decir
que él tiene, al igual que yo –lo cual no es sorprendente porque es mi nieto–, una
gran cabeza. No soy hidrocéfalo en sentido estricto, pero por cierto tengo una ca-
beza que, con respecto a la media, se caracteriza como una gran cabeza, y mi nieto
también. A partir de esa forma que él tiene de definir tan bien el inconsciente –ya
*
* *
26 | El pase
*
* *
Ya está. Estoy muy disgustado por haberles hoy hablado de esta suerte de
extremo. La cosa debería adquirir otro cariz. En efecto, desembocar en la idea de
que no hay de real sino lo que excluye toda especie de sentido es exactamente lo
contrario de nuestra práctica, ya que nuestra práctica está inmersa en la idea de
que no sólo los nombres, sino simplemente las palabras, tienen un alcance.
No veo el modo de explicarlo. Si los nomina no se enlazan de algún modo a
las cosas, ¿cómo es posible el psicoanálisis? En cierto aspecto, el psicoanálisis
sería pura farsa [du chiqué], es decir, fingimiento [du semblant].
Incluso es así como situé en el enunciado de mis diferentes discursos la única
forma concebible de articular lo que se llama discurso analítico.
Les recuerdo que el lugar del semblante, en el que puse el objeto a, no es el
que articulé como el de la verdad:
a $
S2 S1
Así está indiscutiblemente mejor, pero la falla entre los dos lugares inferiores
resulta aún más inquietante. S1 no es sino el comienzo del saber; y un saber que se
limita a comenzar siempre, no llega a nada. Debido a eso, cuando fui a Bruselas
no hablé del psicoanálisis en los mejores términos.
Comenzar a saber para no lograrlo es algo que, a fin de cuentas, armoniza con
mi falta de esperanza. Pero también implica un término que aún debo dejar que
ustedes adivinen. Los belgas que me han oído decirlo, y que reconozco aquí, son
libres de compartirlo con ustedes, o no.
28 | El pase
La catedral de la intersubjetividad
Este año nos interesamos en los modos de goce del sujeto y, más exactamente,
en los cambios, las transformaciones, las mutaciones que el análisis puede o no
efectuar en ese nivel. Al abordar esta cuestión, nos ocupamos de los límites que
hay que reconocer en el efecto de la acción del psicoanálisis –límites que por lo
general son confesados, aunque en el límite del discurso que al respecto soste-
nemos. Nos acercamos a considerarlos, no en el límite de nuestra investigación,
sino en el centro. Tal es nuestro objetivo.
Para avanzar en esta dirección, no vacilé en volver a nuestro punto de parti-
da, que es el de Lacan. No nos queda otra, ya que incluso nuestro abordaje de
Freud está condicionado y orientado por la revisión que Lacan practicó sobre el
descubrimiento freudiano. Tal revisión es la que, no sin poder alegar como pre-
texto la evidencia, parte del medio de la operación analítica, que es la palabra –la
escucha de esa palabra por parte del analista no menos que por parte del propio
analizante– y también la interpretación –así bautizamos a esos enunciados que se
esperan del analista.
Este punto de partida –que se expone y desarrolla en un texto muy amplio al
que por la circunstancia en que fue proferido llamamos informe de Roma– erige
una verdadera catedral de la intersubjetividad donde se promete que la inter-
pretación, a condición de ser auténticamente intersubjetiva, provoca en el sujeto
una mutación que es de orden simbólico. Se explicita bien que esa mutación no
pretende tener lugar en el nivel de los modos de goce, sino en el nivel estricta-
mente simbólico. Hay que reconocer que esto se consuma al precio del destierro
de la pulsión, que resulta entonces situada en el exterior de esa catedral de la
intersubjetividad. Tal es el precio pagado por la eficacia simbólica.
D
N
D
=0
N
Pero esta operación es articulada, por el contrario, para señalar que tal conver-
sión no podría ser exhaustiva, que en esta operación hay un resto. Ese resto de
la operación es lo que Lacan, en un momento de su enseñanza, llamó deseo: el
deseo como la disparidad entre la demanda y la necesidad, como el residuo de
esta operación de anulación:
D
→d
N
32 | La orientación lacaniana
S D
s d
En otras palabras, toma este resto desde la perspectiva del orden del lenguaje y,
por lo tanto, como una disparidad inevitable, imposible de suprimir, entre el sig-
nificante y el significado, y por la cual siempre hay un exceso de significado que
el significante no logra captar.
Demanda silenciosa
A
→a
J
La otra vez subrayé que la teoría inicial de Lacan acerca del síntoma era nota-
ble por la ausencia de toda referencia a la satisfacción que entraña, por la ausencia
de toda referencia a su valor de goce. Al comienzo de esa enseñanza, el síntoma
se sitúa sólo en relación con su valor de verdad. El síntoma es una palabra e in-
cluso un mensaje, en la medida en que, de la operación freudiana sobre el síntoma
histérico, Lacan deduce que la palabra sintomática “incluye el discurso del otro
en el secreto de su cifra”.
El síntoma tiene en cuenta al otro, es una alocución. En eso, es un signifi-
cante cuya característica es que su significado está “reprimido de la conciencia
del sujeto” y es, en consecuencia, inconsciente. Por eso mismo, es también un
significante cuyo sostén no es lingüístico, sino que está tomado de la “carne” del
cuerpo o del registro de lo imaginario. Luego, el tratamiento analítico consiste en
recuperar lo reprimido definido como un significado, en devolver al significante
su significado, o sea, lo que el síntoma quiere decir.
Aquí, lo que hay que notar de entrada –esto permanecerá válido para Lacan
y aún lo es para nosotros– es que la teoría freudiana de la represión encuentra su
base, su apoyo, en la dicotomía entre el significante y el significado. Por esto, sin
duda, Lacan no tendrá que rechazar este punto de partida: la represión pasa entre
significante y significado, es lo que separa ambas cosas en el síntoma.
De ahí el acento que recae sobre el concepto de la palabra plena, que sería –es
lo que deduzco de este informe de Roma– la palabra sin represión y también la
que tendría la propiedad de abolir la represión, aquella en la que el sujeto, según
Lacan, convierte la verdad de sus síntomas. Cabe decir que esta palabra sin repre-
sión y que tendría la propiedad de abolirla, de hacer que se unan el significante y
el significado, es la referencia a partir de la cual la enseñanza de Lacan consiste
en demostrar que esa palabra no existe. En este informe se la presenta de entrada,
sin duda, como algo al alcance de la palabra, como una posibilidad de la palabra;
pero por haberla planteado como tal, precisamente, Lacan pudo enumerar todas
las razones por las cuales palabra plena no hay.
34 | La orientación lacaniana
Aquí llegamos a situar con mayor precisión el término que Lacan había to-
mado de Kojève, a saber, el deseo de reconocimiento que, hasta entonces, él
consideraba como el deseo fundamental, el deseo radical del sujeto. Era el deseo
de una palabra del Otro, de esa palabra plena que podría reconocer el deseo del
sujeto, hacerlo pasar a la palabra: el Otro sancionaría el deseo del sujeto con una
palabra que le habría faltado en su existencia y que éste iría a buscar en el análi-
sis. El sujeto buscaría, a través del analista, alcanzar la palabra que sería compa-
tible con el deseo, la palabra que, por este hecho, volvería su deseo compatible
con el orden del mundo, con los otros y con el discurso universal. En el horizonte
de la experiencia analítica estaría el advenimiento, en la palabra plena, del deseo
finalmente reconducido –aunque sea “particular al sujeto”– a lo universal.
La cuestión sería que el deseo se humanice. Lacan evoca la humanización del
deseo por medio de la palabra, de la palabra de reconocimiento. Esto indica que,
cuando en su informe de Roma utilizaba el término deseo, éste no carecía para él
de conexiones con la pulsión freudiana. Lo que en ese entonces llamaba deseo era
–voy un poco más allá de lo que se explicita en ese informe– lo que, de la pulsión
siempre radicalmente salvaje o autoerótica, era susceptible de ser reconocido por
el Otro. Gracias a eso, él podía hablar de la humanización del deseo.
Por ejemplo, evoca el lenguaje del deseo, ese “lenguaje primero” que habla
“en los símbolos del síntoma”. Este lenguaje es, por un lado, universal, en la
medida en que se hace escuchar en todas las lenguas. Tal es, en particular, la
orientación tomada al comienzo del análisis en cuanto al simbolismo del sueño.
Pero además este lenguaje es absolutamente “particular al sujeto”, dado que el
lenguaje del síntoma “capta el deseo en el punto mismo en que se humaniza
haciéndose reconocer”. Dicho en otras palabras, en su punto de partida Lacan
utiliza la expresión “deseo de reconocimiento”, tomada de Kojève, para decir que
está en juego esa parte de la pulsión que puede hacerse reconocer, que está en vías
de hacerse reconocer, que es compatible con la palabra, que puede humanizarse.
Años más tarde, reencontramos en la enseñanza de Lacan la noción de huma-
nización del deseo cuando se trata el caso de André Gide. Sigue empleándola para
dar razón de lo que perdura –en el pequeño Gide, en el joven Gide y en el gran
Gide– como masturbación, o sea, como satisfacción salvaje de la pulsión. Lacan
relaciona esta supervivencia de la masturbación con la falta de la palabra “que
humaniza el deseo”. La muerte del padre habría sustraído al pequeño Gide una
palabra capaz de humanizar el deseo, de volverlo compatible con lo universal y,
en este caso, con el lazo social, el lazo sexual con el Otro.
36 | La orientación lacaniana
La deuda con la
Creo que no es inútil, para aprehender nuestro propio punto de partida, dar
una breve vuelta por lo que fue ese análisis de las resistencias, por lo que así se
denominó en la práctica analítica y por el problema que intentaba resolver. No
es inútil porque esa práctica enfrentaba, acaso mucho más de cerca que Lacan, el
problema de la pulsión –siguiendo una vía muerta, cabría decirse, pero sin consu-
mar ese destierro de la pulsión que fue el camino de Lacan dentro de ese pantano.
Ese análisis de las resistencias estaba empantanado por haber acogido la pulsión
en el meollo de la acción del psicoanálisis.
No haré su elogio, de ningún modo, pero al menos querría tomarlo por su lado
bueno. Para ello, remitámonos a un autor que Lacan estudió mucho, una cabeza
enciclopédica que transmitió a los estadounidenses mucho del pasado del psicoa-
nálisis, un autor empujado al exilio en 1938 y cuyo conocimiento de los escritos
de Freud y de sus discípulos era en verdad impresionante. Me refiero a Fenichel.
De su tratado, me dirigí a la parte dedicada a la interpretación en el capí-
tulo titulado “El método psicoanalítico”. Cuando tomamos esta referencia, ve-
mos que Lacan en verdad saltó al otro extremo de la práctica al proponer la
intersubjetividad y desterrar la pulsión. En Fenichel, el término importante es
dinámica. Allí no se trata de intersubjetividad, ni de asunción, ni de fundación
del sujeto, ¡se trata de fuerzas! Es la experiencia analítica considerada como un
campo de fuerzas. Tras lo que se dice –tal es la perspectiva corriente después de
la guerra–, el analista que se orienta por el análisis de las resistencias percibe o
supone una constelación de fuerzas, que son, cuando las retraducimos, pulsiones
que quieren descargarse –descarga es un vocablo que designa la satisfacción de
la pulsión. A estas pulsiones que quieren satisfacerse mediante la descarga, se
oponen otras fuerzas que inhiben tal descarga. Así, Fenichel puede definir el psi-
coanálisis como la tarea de “eliminar los obstáculos que impiden una expresión
más directa de dichas fuerzas”.
Esto es muy curioso. Cabría esperar que diga eliminar los obstáculos que
impiden la satisfacción de esas fuerzas, ¡pero no! Releí el pasaje, y dice: “los
38 | La orientación lacaniana
40 | La orientación lacaniana
8 La versión castellana de los Escritos (p. 356) traduce quolibet (“burla”) por “equívoco”. [T.]
14 de diciembre de 1994
42 | La orientación lacaniana
Jacques-alain miller
La única consistencia
* J. Lacan, El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clase del 14 de diciembre de 1976,
Revista lacaniana de psicoanálisis, 29 (2021), p. 14.
1 J.-A. Miller, Embrollos del cuerpo, Buenos Aires, Paidós, 2012.
2 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 116.
3 Ibíd., p. 64.
4 Ibíd., p. 63.
5 J. Lacan, “La tercera”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 18 (2015), p. 20.
6 E. Laurent, El reverso de la biopolítica, Buenos Aires, Grama, 2016, p. 59.
7 J. Lacan, “La tercera”, op. cit., p. 23.
8 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., p. 64.
9 J. C. Indart, E. Benito, C. Gasbarro, E. Klainer, C. Rubinetti, F. Vitale, Sinthome e imagen corporal, Buenos Aires,
Grama, 2018, p. 10.
46 | Dossier: Cuerpos
¿Qué lugar ocupa el padre para un sujeto histérico? Freud y Lacan lo exami-
nan tanto del lado de la identificación como del lado del amor. Padre idealizado,
impotente, castrado, a veces rechazado, otras buscado pero, en definitiva, padre
al que el sujeto ama y, al hacerlo, dirige su demanda de amor.
La identificación al padre
a saber, una identificación para la cual reserva, no se sabe bien por qué, la
calificación de amor (es la identificación al padre), una identificación hecha
de participación y a la cual señala como la identificación histérica, y además
la que él crea a partir de un rasgo que en otro tiempo traduje como unario [y]
que denominé cualquiera.2
1 J.-A. Miller, La erótica del tiempo, Buenos Aires, Tres Haches, 2001.
2 J. Lacan, El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clase del 16 de noviembre de 1976,
Revista lacaniana de psicoanálisis, 29 (2021), pp. 10, 13.
[La] histérica [hystérique], de la cual sabemos que es tanto macho como hem-
bra, la histórica [hystorique], si me permiten este desplazamiento, en definiti-
va no tiene otra cosa que un inconsciente para darle consistencia. [La] histérica
es sostenida en su forma de garrote por una armazón [armature], distinta de su
consciente y que es su amor por su padre.4
Y lo ilustra a través de tres casos de Estudios sobre la histeria (Anna O., Emmy
von N. y Elisabeth von R.) en los que el lugar del padre resulta esencial.
En este párrafo hay un juego de palabras por parte de Lacan que produce un
efecto de resonancia: hystérique (histérica), hystorique (histórica) y trique (ga-
rrote): la armazón del amor al padre queda enlazada al sentido que se construye
y se sustrae en la historia. La hystorización resuena con la histeria (hystérie),
producción de sentidos a lo largo de un análisis. El inconsciente en la histeria
corresponde al dar sentido en la medida en que se dirige a alguien que puede
interpretar. La histérica habla sin saber lo que dice, pero llega a decir algo con
las palabras que le faltan. El inconsciente, dice Lacan, consiste en palabras que
nos guían sin que entendamos nada.5 Esto lo aproxima a un real como límite de
lo que no tiene sentido.
La estructura histérica corresponde a la formalización topológica denomina-
da garrote que se vuelve el sinthome, como lo señalan Schejtman y Godoy, que
mantiene estable el anudamiento de los tres registros y que Lacan llama armazón
del amor al padre.6 La armazón otorga una estabilidad y consistencia al sujeto his-
50 | Dossier: Cuerpos
“Una mujer, por ejemplo, es síntoma de otro cuerpo”,1 es una cita de Lacan
que se ubica en el escrito “Joyce el Síntoma”, de 1979, y cita que tomó vuelo pro-
pio, podemos conjeturar, porque en ella Lacan intenta nuevamente decirnos algo
sobre lo femenino. En consecuencia, es muy importante descifrarla de a poco,
porque es una referencia de su ultimísima enseñanza.
En primer lugar y un poco antes, Lacan escribe: “Así pues, individuos que
Aristóteles toma por cuerpos pueden no ser nada más que síntomas ellos mismos
relativamente a otros cuerpos”.2 Entonces, ¿de qué se trata cuando hablamos de
síntoma, si éste puede pasar de un supuesto cuerpo individual a otro? Un halo de
algo “transindividual” invade la escena, ya que pareciera que el síntoma no tiene
por qué coincidir con el cuerpo individual que lo soporta. Así planteadas las co-
sas, los síntomas no serían entonces “propiedad” de los individuos.
En este momento, Lacan utiliza el caso de las mujeres para ejemplificar de qué
se trata. No de “La” mujer como universal, sino como “una” entre otras. Tampoco
nos habla de “toda” mujer. Por eso, a continuación nos dice que, si una mujer no
logra ser síntoma de otro cuerpo, permanecería histérica –aportando un punto de
vista novedoso en relación con la diferencia entre histeria y femineidad.
1 J. Lacan, “Joyce el Síntoma”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 595.
2 Ibídem.
3. Antecedentes
De todos modos, LOM puede tomarse como un aporte más al respecto, pues
tiene sus antecedentes. Por ejemplo, ya en la tercera clase del Seminario 23, “Del
nudo como soporte del sujeto”, hay un pasaje donde Lacan repasa el tema del
goce fálico como proveniente de la relación de lo simbólico con lo real, y dice:
6 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 55.
7 J. Lacan, El seminario, libro 21, Los no-engañadizos erran, clase del 15 de enero de 1971 (inédito).
8 Ibídem.
9 Ibídem.
54 | Dossier: Cuerpos
Ahora bien, como dijimos más arriba, según Lacan, si ella no logra ser sín-
toma de otro cuerpo, permanecerá histérica. Vemos que ya aquí juega su papel
el síntoma para una posible salida a través de la cual obtener una consistencia
corporal que no dependa de ningún S1.
El valor del síntoma, entonces, es evidente. Justamente en “Joyce el Síntoma”
(ya como cuarto nudo) se capta su papel como soporte del sujeto, muy especial-
mente ligado a conseguir que su imaginario sea consistente.
En resumen, si tal consistencia en ellos la da el síntoma (como “saber mas-
culino” o como LOM), del lado de ellas, en cambio, o se permanece histérico,
articulando un S1 para armar su “yo”, o también se usa el síntoma a tales fines.
Pero –y aquí viene la cuestión– si no se cuenta con uno en el propio cuerpo, la
salida femenina consiste en tomarlo de otro cuerpo. Diríamos, en una referencia
más clásica, tomarlo de “su” hombre porque es un síntoma en “un” cuerpo. No es
que la mujer necesite la ficción “El hombre”.
Y, para terminar, un último detalle. Retomando lo planteado en el Seminario
21, recordemos que Lacan arranca con: “les dije que La mujer no existe”,10 por lo
que una mujer haría su trenza. Tal premisa y su lógica permiten leer el párrafo que
aquí comentamos del siguiente modo: justamente porque “La” mujer no existe, es
que “una mujer es síntoma de otro cuerpo”.
10 Ibídem.
Si sólo hay hecho porque el parlêtre lo diga, no es menos cierto que sólo hay
cuerpo por la vía de creer que se lo tiene –creencia que le da consistencia mental
al cuerpo, que es su única consistencia.
Lacan nos advierte que “el cuerpo, la cháchara y lo real [pueden irse] cada uno
por su lado, a la deriva…”.2 En función de esto, exploraremos cuestiones relativas
a ciertas psicosis en las que el cuerpo no está interesado, siendo la mentalidad lo
que se sufre, la “pura mentalidad desvergonzada”.3
La relación del hombre con su cuerpo fue objeto de grandes elucubraciones a
lo largo de la historia. Ya Sócrates planteaba que el cuerpo era la cárcel del alma,
presentando el alma como algo identificable a lo inmortal de la persona y el cuer-
po como aquello de lo que hay que liberarse.
Sin duda, el psicoanálisis no es ajeno a la complejidad que implica el cuerpo
para el hombre. Pero aún es necesario ubicar hasta dónde el estatus del cuerpo
alcanza en el lenguaje su máxima expresión, su verdadera esencia corporal.
El estadio del espejo sitúa que se trata desde el origen de una relación alienada
con la imagen, en la medida en que la unidad corporal se establece a partir de la
identificación mediante el espejo, el que otorga una ortopedia a la fragmentación
corporal.
1 J.-A. Miller, “Enseñanzas de la presentación de enfermos”, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos
Aires, Paidós, 2005, p. 427.
2 J. Lacan, “Conferencias en universidades norteamericanas”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 21 (2016), p. 15.
3 J.-A. Miller, “Enseñanzas de la presentación de enfermos”, op. cit., p. 428.
4 J. Lacan, El seminario, libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1989, p. 158.
5 J. Lacan, El seminario, libro 10, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 339.
6 S. Salman, “La identificación lacaniana”, disponible en www.eollaplata.org.
7 J. Lacan, El seminario, libro 20, Aún, op. cit., p. 14.
8 J.-A. Miller, “Enseñanzas de la presentación de enfermos”, op. cit., p. 428.
9 Citado ibíd., pp. 427-428.
10 Ibíd., p. 427.
11 Ibídem.
12 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 151.
13 J. Lacan, “Conferencias en universidades norteamericanas”, op. cit., p. 19.
58 | Dossier: Cuerpos
60 | Dossier: Cuerpos
Poner el foco en la relación entre cuerpo y fobia requiere situar una serie de
paradojas.
Una paradoja clínica, la de un cuerpo que se tiene en el momento en que se
sustrae o se fuga, que consiste en la evitación o en el rechazo.
Una paradoja conceptual, la de una categoría que al deshacerse persiste como
síntoma.
Una paradoja teórica, la de un corpus que se actualiza cuando se lo desplaza.
De la doctrina clásica de la fobia como “cristal significante”1 a su definición
tardía como “estar amedrentado”2 por el goce, y de la dialéctica falo-castración a
las respuestas posibles ante S(%), el desplazamiento3 actualiza este viejo cuadro
decimonónico, casi una pieza de museo, para situarlo entre los modos con que un
parlêtre se las arregla para (sos)tener el cuerpo.
Esta perspectiva implica –mediante un “zurcido”4 de elementos de diversos
momentos conceptuales– extraer las consecuencias de algo que Lacan subrayó
desde el inicio, a saber, que la fobia es un síntoma que provee una solución. Un
síntoma que, mediante la invención de un S1 convertido en objeto, da tratamiento
a la disrupción de goce.
1 J. Lacan, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, Escritos, Buenos Aires, Siglo xxi,
2009, t. 1, p. 486.
2 J. Lacan, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 2006,
p. 128.
3 A. C. González, Arreglos fóbicos. Cuerpo, goce y espacio, Buenos Aires, Tres Haches, 2021.
4 J.-A. Miller, “El inconsciente y el cuerpo hablante. Presentación del tema del x Congreso de la amp en Río de
Janeiro, 2016”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 17 (2017), p. 28.
62 | Dossier: Cuerpo
II
Si hay un caso que permite verificar la relación entre síntoma fóbico y sin-
thome, y sus efectos en el nivel del cuerpo, es el del Hombre de los Lobos.
Más allá de las controversias diagnósticas, y si bien hay momentos de crisis e
incluso una alucinación, está claro que no se produce –subraya Miller– una inva-
sión libidinal “que haría saltar los límites de su cuerpo”.13 Al respecto, la función
de anudamiento de la fobia a los lobos resulta fundamental, como se pone de
manifiesto en el devenir del caso.
En un primer momento, la fobia –efecto directo de la pesadilla, según Freud14–
vino a tratar la disrupción de goce que el sueño escenifica. Pero también suple la
función del padre simbólico, la cual –precisa Miller– no consiste en suprimir el
goce o la angustia, sino en localizarlos.15 La fobia lo consigue de modo duradero,
al menos por dos vías: (1) entramada con una segunda fobia, la de las mariposas,
recorta el rasgo fetichista que comanda, en adelante, su condición erótica; (2) el
ritual del enema, práctica que siguió a la fobia al lobo sin solución de continui-
dad, da lugar a una satisfacción, a la vez que rasga el velo que se interpone entre
él y el mundo, de modo tan extraño como fugaz. Por fin, lo ajustado del nombre
que Freud le dio, con estatus de acto analítico, se constata por los efectos de
nominación. En sus memorias, él se presenta a sí mismo como el Hombre de los
Lobos y relata una vida inseparable del psicoanálisis, que le dio un lugar en el
mundo tras la debacle del que fuera el suyo, de aristócrata ruso. El animal objeto
de la fobia adquiere así función de nominación simbólica en el sentido literal de
dar nombre, pero también como modalidad de anudamiento que abrocha la sin-
gularidad de su goce y la particularidad de sus identificaciones.
Para concluir, un recorte de un caso publicado en Lacaniana 29, pues permi-
te verificar tanto la función de anudamiento como la condición transclínica del
síntoma fóbico. Philippe La Sagna relata el caso de una mujer que consulta por
una fobia muy peculiar que tiene por objeto las cañerías; en especial, los tubos
flexibles. Ella sabe que sus dificultades tienen que ver con la muerte de su padre.
El analista, con suma delicadeza, hace el inventario de los fenómenos de cuerpo
(a veces no siente las extremidades, manos o pies) y las dificultades con la enun-
64 | Dossier: Cuerpo
De niña […], yo andaba todo el tiempo detrás de él, lo seguía como un ejem-
plo, después me molestaba seguirlo, tenía miedo de que me asimilaran a él.
También me ocultaba detrás de él, primero para protegerme y luego para di-
simularme.16
Al modo del acompañante del agorafóbico, ella se valía de otro cuerpo para sos-
tener el suyo; entonces, muerto el padre, la idea de los gusanos se le impone con
horror, y ella queda sin cobertura. El síntoma fóbico viene al lugar de ese cuerpo,
a suplir su función de amarre, hasta que el análisis le habilite, quizás, una mejor
opción.
16 Ph. La Sagna, “Una fobia singular”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 29 (2021), p. 239.
[No] hay cuerpo humano que no sea sexuado. [Se] puede falsificar
esta sexuación, se la puede ocultar, camuflar, operar, etc., pero no
se logra lo mejor.
Jacques-alain miller, El partenaire-síntoma
1 Pintor, escenógrafo e ilustrador francés (1929-2012), autor de una de las ilustraciones más famosas del Mayo
francés y reconocido por su Catálogo de Objetos Imposibles.
2 J. Lacan, El seminario, libro 7, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1997, p. 188.
Cuerpo sexuado
7 J. Lacan, El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós,
1986, p. 173.
8 J. Lacan, El seminario, libro 20, Aún, op. cit., p. 65.
9 J.-A. Miller, El partenaire-síntoma, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 163.
10 J. Lacan, “Posfacio al Seminario 11”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 532.
11 Nació en Argelia en 1937; feminista francesa, profesora universitaria, escritora, poeta, dramaturga, filósofa, crítica
literaria, y especialista en retórica.
12 J.-A. Miller, Sutilezas analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 283.
13 J. Lacan, “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos”, Otros escritos, loc. cit.,
p. 585.
68 | Dossier: Cuerpo
14 J. Lacan, El seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 70.
15 J.-A. Miller, La fuga del sentido, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 163.
16 J. Lacan, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones y textos 2, op. cit.
17 J. Lacan, “La tercera”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 18 (2015).
70 | Dossier: Cuerpo
El análisis es algo que nos indica que no hay otra cosa que el nudo del sín-
toma, y es evidente que hay que sudar bastante para lograr asirlo, aislarlo.
Hay que sudar tanto que incluso es posible hacerse un nombre, como se
dice, con esa exudación. En ciertos casos, eso culmina en lo mejor de lo
mejor que puede hacerse: una obra de arte.
Nuestra intención no es ésa; no es en absoluto llevar a alguien a hacerse
un nombre ni a hacer una obra de arte. Es más bien algo que consiste en in-
citarlo a pasar por el buen agujero de lo que a él se le ofrece como singular.
Jacques lacan
1 S. Freud, “El sepultamiento del complejo de Edipo”, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, t. xix;
Más allá del principio de placer, Obras completas, loc. cit., t. xviii; Inhibición, síntoma y angustia, Obras completas,
loc. cit., t. xx.
2 E. Laurent, “¿Qué es un psicoanálisis orientado hacia lo real?”, Freudiana, 71 (2014).
3 J. Lacan, El seminario, libro 6, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2014, p. 371.
4 Ibíd., p. 372.
5 J.-A. Miller, “Presentación del Seminario vi”, disponible en revconsecuencias.com.ar.
74 | Agujeros
El trabajo de duelo
6 N. Soria, Duelo, melancolía y manía en la práctica analítica, Buenos Aires, Del bucle, 2017.
76 | Agujeros
J.-A. Miller destacaba que si aceptamos la idea de que los niños autistas están
sumergidos en lo real, ellos nos enseñan algo, precisamente, sobre qué es ese
real […]. En efecto, ellos tienen acceso a esa dimensión terrible en la que nada
falta, porque nada puede faltar. No hay agujero, de modo que nada puede ser
extraído para ser puesto en ese agujero –que no existe. [Miller] nos invita a
considerarlo como una especie de falta del agujero. Por mi parte, propondría
hablar de forclusión del agujero, si se acepta extender la forclusión hasta este
punto. Esta forclusión hace al mundo invivible y empuja al sujeto a producir
un agujero mediante un forzamiento.1
Así define el mecanismo que funda al autismo como diferente de las demás es-
tructuras, lo que implica diferencias en sus manifestaciones clínicas, su trata-
miento y su dirección de la cura: la forclusión del agujero se diferencia de la
forclusión del Nombre del Padre de la psicosis, la represión de la neurosis y la
desmentida de la perversión.
En su texto sobre la psicosis, lo que Lacan llamaba una cuestión preliminar
era entender que en la psicosis había una forclusión del Nombre del Padre, enton-
ces todo tratamiento posible debía partir de no confundirla con la represión: no se
1 E. Laurent, La batalla del autismo. De la clínica a la política, Buenos Aires, Grama, 2013, pp. 81-82.
78 | Agujeros
A partir de estos dos bordes, se entiende mejor que, si en el autismo hay una
forclusión del agujero, esto tendrá consecuencias sobre las dos dimensiones, que
examinaremos en los próximos apartados:
– entre lo simbólico y lo real, lo que queda impedido es el pasaje de lalengua al
lenguaje, en el esfuerzo por aferrarse a la letra inequívoca;
– entre lo imaginario y lo real, la consecuencia es que los orificios del cuerpo no
se localizan, y esto impide la constitución del cuerpo y el recorrido pulsional.2
80 | Agujeros
Afectaciones
3 J. Lacan, El seminario, libro 21, Los no-engañadizos erran, clase del 11 de diciembre de 1973 (inédito).
4 Ibídem.
5 J. Lacan, El seminario, libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1989, pp. 167-168: “lo que se sabe hacer con lalengua
rebasa con mucho aquello de que puede darse cuenta en nombre del lenguaje. Lalengua nos afecta primero por todos
los efectos que encierra y que son afectos”.
82 | Agujeros
1 J. Lacan, “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter”, Estudios de psicosomática, 2, Buenos Aires, Atuel-cap,
1994.
2 Trou = “agujero”.– J. Lacan, El seminario, libro 21, Los no-engañadizos erran, clase del 19 de febrero de 1974
(inédito).
3 J. Lacan, El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clase del 19 de abril de 1977,
Revista lacaniana de psicoanálisis, 25 (2018), p. 16.
4 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 18.
5 J. Lacan, “Nota italiana”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 330.
6 Trop = “demasiado”.
7 E. A. Abbott, Planilandia, Olañeta, Palma de Mallorca, 1999.
84 | Agujeros
8 J. Lacan, Le Séminaire, livre xxii, RSI, clase del 21 de enero de 1975, Ornicar?, 3 (1975), p. 107.
9 J.-A. Miller, “El inconsciente = intérprete”, Freudiana, 17, 1996.
10 J. Lacan, El seminario, libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1989, p. 167.
11 A leerse en “inglés”: true = “verdad”.
12 Sobre autismo, véase P. Álvarez Bayón, “Una forclusión, dos agujeros. Consecuencias clínicas de la forclusión
del agujero”, supra, pp. 77-82.
13 Sobre la oposición neurosis-psicosis en términos nodales, cf. F. Schejtman, Sinthome: ensayos de clínica psicoa-
nalítica nodal, Buenos Aires, Grama, 2013, capítulo 3.
14 J.-A. Miller y otros, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1999.
15 Casos de la esquizofrenia, la parafrenia y la manía-melancolía; cf. F. Schejtman, Sinthome: ensayos de clínica
psicoanalítica nodal, op. cit., pp. 232-238.
16 Caso de la paranoia; cf. ibíd., pp. 238-239, y J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., p. 53.
17 J. Lacan, El seminario, libro 25, El momento de concluir, clase del 17 de enero de 1978 (inédito).
18 J. Lacan, “¡Lacan para Vincennes!”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 11 (2011).
19 Por ejemplo, “psicosis social”: J. Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”,
Escritos, México, Siglo xxi, 2009, t. 2, p. 551. Y lo que llamó “sujeto” desborda lo individual: J. Lacan, “Of Structure
as an Inmixing of an Otherness Prerequisite to Any Subject Whatever”, The Languages of Criticism and the Sciences
of Man, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1970.
86 | Agujeros
20 J. Lacan, El seminario, libro 21, Los no-engañadizos erran, clase del 19 de febrero de 1974 (inédito).
21 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., pp. 53-54.
22 Ibíd., pp. 103-105.
23 Ibíd., p. 149.
24 N. Soria, La inexistencia del Nombre del Padre, Buenos Aires, del Bucle, 2020, pp. 346ss.
25 J. Lacan, Le Séminaire, livre xxii, RSI, clase del 8 de abril de 1975, Ornicar?, 5 (1975/76), p. 41.
88 | Agujeros
33 J. Lacan, El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clase del 16 de noviembre de
1976, Revista lacaniana de psicoanálisis, 29 (2021), pp. 10-11.
34 J. Lacan, El seminario, libro 20, Aún, op. cit., p. 145; y “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones
y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 2006, p. 131.
35 J. Lacan, “Joyce el Síntoma”, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., p. 162.
36 J. Lacan, “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros escritos, loc. cit., p. 599.
37 J. Lacan, El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clase del 16 de noviembre de
1976, op. cit.
1. Freud, 1920
Tras la primera y cruenta Guerra Mundial, dos analistas del círculo cercano
a Freud deciden crear el Instituto Psicoanalítico de Berlín y tomar en tratamiento
a pacientes en forma gratuita. ¡Ya en tiempos de Freud las consultas psicoanalí-
ticas gratuitas institucionales existían! A la cabeza, Max Eitingon, un analizante
ruso de Freud, y Karl Abraham. Este último introdujo el objeto parcial, a partir
del cual Lacan se inspiró para pasar de la contingencia corporal a la contingen-
cia lógica, al objeto a. El policlínico berlinés tuvo su momento de auge. Pero en
1933, debido a las leyes raciales y antisemitas, Eitingon tiene que dimitir de su
cargo en el Instituto. Emigra a Palestina, bajo mandato británico. Abraham ya
no vivía. El Instituto Psicoanalítico de Berlín, lejos de desaparecer, será dirigido
por Göring, primo del jerarca nazi homónimo. Se trataba de llevar a cabo un
proceso de arianización del psicoanálisis, respetando escrupulosamente las leyes.
Extraer un saber sin reconocer al hombre. Adoptar el psicoanálisis sin el nombre
de Freud. Hay que decir que Freud no lo desaprobaba, su deseo era transmitir el
psicoanálisis.1
RSI
El agujero
4 E. Laurent, “La imposible nominación, sus semblantes y sus síntomas”, Mediodicho, 37 (2011), pp. 41-63.
92 | Agujeros
5 J. Lacan, Le Séminaire, livre xxii, RSI, clase del 15 de abril de 1975, Ornicar?, 5 (1975/76), p. 54.
6 Ibídem.
7 Ibídem.
8 Ibídem.
9 Éxodo, 3:13-14; del griego ex (fuera de) y hodos (ruta); en hebreo, este libro se llama Shemot (Los nombres).
10 J. Lacan, El seminario, libro 4, La relación de objeto, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 212.
11 J. Lacan, El seminario, libro 7, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1988, p. 211.
12 J. Lacan, De los Nombres del Padre, Buenos Aires, Paidós, 2005.
13 J. Lacan, El seminario, libro 13, El objeto del psicoanálisis, clase del 1 de diciembre de 1965, inédito.
la astucia del hombre es taponar todo eso con la poesía, que es a la vez efecto
de sentido y efecto de agujero.
La idea de colmar algo con un agujero no es en absoluto inconcebible. Se re-
fiere a que la poesía multiplica las resonancias de una palabra, pero a la vez lo
vacía de un sentido claro y unívoco.16
14 J. Lacan, Le Séminaire, livre xxii, RSI, clase del 15 de abril de 1975, op. cit., p. 41.
15 J.-A. Miller, Lo lógica del significante, Matemas ii, Buenos Aires, Manantial, 1988, p. 23.
16 J.-A. Miller, “Lacan con Joyce”, Introducción a la clínica lacaniana (Conferencias en España), Barcelona, rba,
2006, p. 505.
94 | Agujeros
Un bebé nace. Sus padres le dan un nombre, hablan de él a sus amigos. A tra-
vés de las conversaciones el nombre es transmitido en cadena. El locutor está
ligado a una cadena de comunicación en virtud de su pertenencia a una comu-
nidad lingüística. Es claro que el nombre se transmite de eslabón a eslabón.19
Agujero índigo
Puntadas blancas
“El centro del bastidor es un agujero negro: te atrae, te abduce, te hace creer
que adentro hay un universo nuevo […]. Ese universo existe. No se puede des-
cribir, pero existe”.1
Las manos de los antiguos campesinos y pescadores japoneses zurcían sus
ropas de trabajo con pequeñas y uniformes puntadas blancas. Trataban los aguje-
ros de sus telas superponiendo retazos que se unían entre sí con punto hilván. La
yuxtaposición de hilos y géneros acolchonaba en el acto esos trajes volviéndolos
más resistentes y abrigados.
Sacos, tapados y pantalones adquirían cuerpo.
A pesar de su extrema sencillez, esta técnica de remiendo2 seguía reglas muy
precisas. El tamaño de cada puntada debía ser el de un grano de arroz, y los espa-
cios entre ellas, idénticos entre sí y ligeramente más pequeños que las puntadas.
La direccionalidad de los “trazos” tampoco era cualquiera, sino que respondía
a la necesidad de economizar los hilos utilizados, gastando lo menos posible y
produciendo la menor cantidad de desechos. La aguja, un poco más larga que
la habitual, permanecía quieta; la tela era lo que iba a su encuentro, plegándose
varias veces sobre ella. Solo después de que la tela avanzara sobre la aguja en
En los años 70 trabajé durante seis años en un hospital de día con niños psicó-
ticos y autistas. Volviendo a considerar esta experiencia, en 1987, planteé que
en el autismo el retorno del goce no se efectúa ni en el lugar del Otro, como
en la paranoia, ni en el cuerpo, como en la esquizofrenia, sino más bien en un
borde.6
6 Ibíd., p. 80.
7 J. Lacan, Le Séminaire, livre xxii, RSI, clase del 8 de abril de 1975, Ornicar?, 5 (1975/76), p. 41.
8 J. Lacan, “El ombligo del sueño es un agujero. Respuesta a Marcel Ritter”, Freudiana, 87 (2019).
9 F. Schejtman, “¿Qué es un agujero?”, Estudios sobre el autismo, Buenos Aires, Colección Diva, 2015.
98 | Agujeros
Jacques-alain miller
Eric Laurent
El francés tiene palabras que se escriben con t y otras que se escriben con th
porque el alfabeto griego tiene dos letras que se pronuncian [t] en francés: la
letra tau y la letra theta. Y, al fijar la ortografía de palabras de origen griego
–ya que el griego dio muchas palabras al francés–, la Académie decidió, desde
la primera edición de su Dictionnaire, conservar una huella etimológica dife-
rente para las letras tau y theta, transcribiendo tau por t y theta por th.2
1 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 11.
2 Orthodidacte, disponible en: orthodidacte.com/videos-francais/t-ou-th-dans-les-mots-dorigine-grecque/
y 6
Pero yo les pregunto simplemente si ustedes son conscientes de que, desde que
se escribió Finnegans Wake, el inglés ya no existe. Ya no existe como lengua
autosuficiente, no más que ninguna otra lengua. Joyce introduce un traspaso
permanente del sentido de lengua a lenguas, de enunciado a enunciados, de
puntualidad de sujeto de enunciación a series. Joyce: toda una demo-grafía.8
Supongo que pretende designar de este modo algo como esa elación de la que
se nos dice que está al comienzo de no sé qué sinthome que en psiquiatría
llamamos la manía.
La manía es efectivamente lo que evoca la última obra de Joyce, esa en la que
perseveró tan largo tiempo para captar la atención de todo el mundo, a saber,
Finnegans Wake.10
“Discurso del Uno”: así propuso Jacques-Alain Miller denominar esta para-
doja del discurso del Uno solo, que Lacan explora especialmente en el capítulo
ix del Seminario 23. Ese discurso nos lleva a un lugar “donde la palabra misma
pierde su función de comunicación, de información, de transformación, para no
ser nada más que la palpitación de un goce”.12
9 Ibíd., p. 90.
10 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., p. 12.
11 J.-A. Miller, El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós, 2014, pp. 75-76.
12 Ibíd., p. 76.
[El ]trabajo del duelo se nos revela, bajo una luz al mismo tiempo idéntica y
contraria, como un trabajo destinado a mantener y sostener todos esos víncu-
los de detalle, en efecto, con el fin de restaurar el vínculo con el verdadero ob-
jeto de la relación, el objeto enmascarado, el objeto a –al que, a continuación,
se le podrá dar un sustituto, que no tendrá mayor alcance, a fin de cuentas, que
aquel que ocupó primero su lugar.15
El “trabajo del duelo” es ante todo, para Lacan, un trabajo de señuelo anclado
de manera narcisista.
para poder alcanzar dentro de ella el objeto a que la trasciende, cuyo gobierno
se le escapa –y cuya caída lo arrastrará en la precipitación-suicidio […]. Si
ocurre tan a menudo en una ventana, o a través de una ventana, no es por azar.
Es el recurso a una estructura que no es sino la del fantasma.17
13 J. Lacan, El seminario, libro 10, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 363.
14 Ibíd., p. 362.
15 Ibídem.
16 Ibídem.
17 Ibíd., p. 363.
Este corte entre la cadena significante, sus juegos caóticos y el goce sin forma de
un cuerpo que se consume sin ser lastrado por ningún objeto a, se aclara con la
nueva perspectiva introducida en el Seminario 23.
Joyce se ha librado efectivamente del señuelo de la imagen y de la dimensión
narcisista del amor. En ese sentido es que su mujer le va como un guante. Este
guante es el reverso del pellejo del cuerpo que se deshizo. El guante es lo que
subsiste cuando se pierde la imagen narcisista. Sin embargo, no es el doble. Joyce
goza de Nora como de una imagen encontrada, de un guante para ponerse. En
Finnegans Wake, la “no función de a”, evocada en el seminario La angustia, se
describe como un desabonarse del inconsciente. En ese momento, Lacan se ve
llevado a generalizar la función de a, más allá del punto donde había pensado de-
tenerla. El abonamiento al inconsciente resulta no ser más que un a-bonamiento
que puede ser rescindido. La obra se asemeja a la manía en la medida en que la
escritura traslada de lalengua a lalengua el no abrochamiento del sentido. Pero
de esta “pura metonimia, infinita y lúdica”, Joyce hace obra. Hace valer un mar-
gen de libertad a través del ejercicio mismo de su arte. Sin embargo, el hecho de
desabonarse nos pone en contacto con la palpitación misma del goce, más allá del
objeto. Además, en el Seminario 23 Lacan renuncia a la estructura del fantasma
que aún le parecía pertinente en la época de La angustia. A partir de la estructura
del síntoma en su máxima radicalidad, desconectada de toda comunicación con
el Otro, libre de todas sus adherencias narcisistas, puede plantearse el lazo del
sujeto-Joyce con la envoltura formal de lalengua. Sin adherencia, Joyce no susci-
ta ningún eco, ningún enganche en el inconsciente de aquel a quien se dirige. Por
eso Lacan “hace del síntoma de Joyce el síntoma por excelencia o, como dice, ‘el
aparato, la esencia, la abstracción del síntoma’. En James Joyce están realmente
el bucle y la anulación de la respuesta del Otro”.19 Esta anulación de la respuesta
del Otro no deja de provocar en Joyce el trabajo de creación, sostenido durante
tanto tiempo, que ha sido Finnegans Wake. Lo que Joyce nos revela, a través de
su esfuerzo pionero como Santo hombre,20 como mártir de la lengua y de su rela-
ción con la escritura, es que esta creación es efectuada por cada uno de nosotros,
18 Ibídem.
19 J.-A. Miller, El ultimísimo Lacan, op. cit., p. 78.– Cf. J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., p. 163.
20 Hay homofonía entre Saint homme (“Santo hombre”) y sinthome. [T.]
En el capítulo ix del Seminario 23, Lacan retoma la cuestión que había rozado
en su primera clase. Joyce tomó la decisión de helenizar la lengua inglesa y no
hablar ni escribir el gaélico.22 Era una elección mayor en ese momento de la his-
toria de Irlanda y de un apasionado debate entre los jóvenes turcos de la literatura
irlandesa por venir.
¿Cuál es la naturaleza de esta elección? Lacan la interroga y primero le da un
estatus imaginario: “uno no hace más que imaginarse que la elige”. Pero la impli-
cación continúa. La elección imaginaria se verifica por una necesidad de creación
que, por sí sola, hace de la relación con lalengua una relación viva:
Esto supone o implica que se elige hablar la lengua que efectivamente se ha-
bla. De hecho, uno no hace más que imaginarse que la elige. Y lo que resuelve
la cosa es que, a fin de cuentas, esta lengua se crea. No es algo reservado a
las frases donde la lengua se crea. Se crea una lengua en la medida en que en
cualquier momento se le da un sentido, se le hace un retoquecito, sin lo cual
la lengua no estaría viva. Ella está viva en la medida en que a cada instante se
la crea. Por eso no hay inconsciente colectivo. Solo hay inconscientes parti-
culares, en la medida en que cada uno, a cada instante, da un retoquecito a la
lengua que habla.23
Este retoque del efecto de sentido, al permitir que lo vivo se aloje allí, es bien
real, propone Lacan.
Miller puso fuertemente el acento sobre la consecuencia de creación que tiene
el discurso del Uno solo, la lengua propia de cada uno:
Entonces, cuando tiene que sostener este momento tan especial del hablar
para sí, lo completa al decir que lo más fundamental de la lengua consiste en
que se la crea al hablar. Uno solamente habla su propia lengua y la crea por
retoquecitos. Forzamos una palabra –otra vez, el forzamiento– para que signi-
fique ligeramente otra cosa que lo que suele significar. Se crea la lengua con
retoquecitos, es decir que se inventa con forzamiento.24
21 Alusión al personaje creado por Molière en El burgués gentilhombre (acto ii, escena vi). [T.]
22 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., p. 131.
23 Ibídem.
24 J.-A. Miller, El ultimísimo Lacan, op. cit., p. 86.
El viraje y el forzamiento
El espejo así evocado permite retomar los esquemas del ramillete invertido.31
Esta escritura que se añade a la naturaleza hace del arroyamiento el “ramillete
del rasgo primero y de lo que lo borra”,32 una pura barra que designa una orilla,
un litoral entre la tierra de la letra y las aguas del goce. Esta barra, esta marca, es
también el inconsciente como huella y, por lo tanto, como saber. Lacan escribe así
el litoral entre la letra y el goce: “entre saber y goce, hay litoral que sólo vira a lo
literal si pudiesen, a ese viraje, considerarlo el mismo en todo instante”.33
Lacan nos conduce a través de la materialidad del significante hasta el punto
de que, como un calígrafo, él “aplasta” el calmo universal de las significacio-
nes para hacernos resonar los juegos de inversiones que nos aturden. La pala-
25 J. Lacan, “Lituratierra”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 19-29.
26 J. Lacan, “Radiofonía”, Otros escritos, loc. cit., pp. 425-471.
27 J. Lacan, “Lituratierra”, op. cit., p. 24.
28 La versión castellana traduce ruissellement (“arroyamiento”) por “chorreado”. [T.]
29 J. Lacan, “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: ‘Psicoanálisis y estructura de la personalidad’”,
Escritos, loc. cit., t. 2, p. 648.
30 J. Lacan, “Lituratierra”, op. cit., p. 24; la traducción es nuestra [T.].
31 J. Lacan, “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: ‘Psicoanálisis y estructura de la personalidad’”,
op. cit., p. 647.
32 J. Lacan, “Lituratierra”, op. cit., p. 24.
33 Ibíd., p. 25.
34 J. Lacan, El seminario, libro 16, De un Otro al otro, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 279.
35 J. Lacan, “Radiofonía”, op. cit., p. 442.
36 J. Lacan, “Lituratierra”, op. cit., p. 25.
37 Hay homofonía entre virent (“vieron”, y también “viraron”, “giraron”) y vire (“vira”). [T.]
38 J. Lacan, “Lituratierra”, op. cit., p. 25.
39 Ibídem.
40 Ibídem.
Una primera lectura rápida podría tomar este verbo como una experiencia de
visión simple: ver huellas perpendiculares a aquellas cuya pendiente se marca
con cursos de agua. El único problema es que es imposible ver una curva de
isobaras, hay que dibujarla. Para ello, hay que disponer de un modo de medir la
presión igual de la atmósfera para luego extraer huellas perpendiculares, es decir,
normales a una superficie como la de la tierra marcada por cursos de agua. Así, se
producen sucesivos virajes en un encastre de relaciones entre el abarrancamiento
del goce y la letra: la marca de los cursos de agua, las curvas de presión isobaras
que borran los relieves naturales del suelo en favor de un relieve puramente dedu-
cido de una igualdad de presión ejercida desde las nubes, para finalmente dibujar
otro mundo de curvas perpendiculares a estas huellas. El mundo y lo inmundo
se mezclan, la naturaleza y lo fuera-de-naturaleza también. Son experiencias de
virajes sucesivos, se llevan a cabo, se virent.42
Al final de este apartado, Lacan vuelve a una experiencia de visión en la que
se combinan las huellas de la naturaleza y las de las relaciones fuera-de-naturale-
za donde las autopistas de Osaka “se posan unas sobre las otras cual planeadores
llegados del cielo” y al mismo tiempo tienen el movimiento realzado de alas de
pájaros que abren o cierran sus alas, “al hacerse ala que se abate de un pájaro”.43
El forzamiento de lo falso
41 Ibídem.
42 Ver supra, n. 37. [T.]
43 J. Lacan, “Lituratierra”, op. cit., p. 25.
Esta posición del inconsciente como un modo de ser en falta debe ser di-
ferenciada del modo en que la filosofía o la dialéctica socrática ha situado un
cuestionamiento del ser más allá de todo ente.
Este “hace falta tiempo” es el ser el que lo solicita al inconsciente para retornar
a él cada vez que le hará falta, sí, le hará falta tiempo.
Comprendan que me sirvo del cristal de la lengua para refractar con el signifi-
cante lo que divide al sujeto.
Allí hará falta tiempo, es del francés que les causo/hablo [cause], no pena,
espero.46
Lo que hará falta en este hace falta tiempo, es esa la falla con la que se dice
el ser, y aunque el uso de un futuro de esta forma para el verbo fallar no es
recomendado en una obra que se dirige a los belgas, se admite aquí que si la
gramática lo proscribiera faltaría a sus deberes.47
Por poco que falte para que ella llegue allí, este poco prueba que es realmente
con la falta con lo que en francés el hacer falta viene a reforzar lo necesario
suplantando allí el il estuet de temps, del est opus temporis, al empujarlo al
estuario donde desaparecen las antiguallas.49
Lacan también nota que esta falla, que llega en su modo impersonal a reforzar
lo necesario, se inscribe en el modo personal, un modo subjetivo del défaut:
Inversamente este hacer falta no es por azar equívoco, dicho al modo subjetivo
de la falta: antes (a menos) que haga falta venir allí...
Es así como el inconsciente se articula con lo que del ser viene al decir.50
47 Ibídem.
48 O. Bloch, y W. von Wartburg, artículo faillir, Dictionnaire étymologique de la langue française, puf, 1975,
p. 252.
49 J. Lacan, “Radiofonía”, op. cit., p. 449.
50 Ibídem.
El estatus del inconsciente, que les indico tan frágil en el plano óntico, es ético.
Freud, en su sed de verdad, dice: Sea como fuere, hay que ir ahí, porque en
alguna parte ese inconsciente se muestra. Y lo dice en su experiencia de lo que
hasta entonces era, para el médico, la realidad más rehusada, la más velada, la
más retenida, la más rechazada: la de la histérica, en la medida en que está –en
cierto sentido, desde el vamos– marcada por el signo del engaño.55
51 J. Lacan, El seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2011, pp. 201-202.
52 J. Lacan, “Radiofonía”, op. cit., p. 466.
53 Hay homofonía entre faux (“falso”) y faut (“hace falta”). [T.]
54 J. Lacan, El seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, op. cit., p. 202.
55 J. Lacan, El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós,
1986, p. 41.– La traducción es nuestra. [T.]
Jacques-alain miller
1 J. Lacan, “Acto de fundación”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 254.
2 J. Lacan, “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”, Escritos, Buenos Aires, Siglo xxi,
2009, t. 1.
Entiendo la escritura como una puesta en acto que abona, al menos en esta
ocasión, un punto de basta que puedo enunciar así: sin transferencia de trabajo no
es posible sostener una Escuela de la Orientación Lacaniana. Esta frase conocida
por todos se me impuso en un momento a modo de flash; sin embargo, ahora es
para mí un efecto de formación a partir de la torsión necesaria, en la vida de nues-
tra comunidad, que significaron la pandemia y, por supuesto, la virtualidad y su
uso. Encontrarnos en medio de la tormenta implicó timonear decididamente para
sostener una orientación que nos dirija cada vez a la tranquilidad del ojo del tifón.
Hace 15 meses, una peste se extendió por el mundo; sin darnos respiro, todo se
detuvo bajo la orden de aislamiento obligatorio, social y preventivo. Se cerraron
casi todas las puertas de un momento al otro, salvo las de los hospitales. Algu-
nas preguntas que surgieron en nuestra comunidad fueron: ¿Qué sucederá con la
transmisión del psicoanálisis de orientación lacaniana? ¿Cómo sostener la Es-
cuela? En ese momento vinieron, a modo de relámpago, iluminando la trama que
se intentaba tejer, las palabras de Jacques-Alain Miller al comienzo de su curso
Todo el mundo es loco: “hay que saber correr y hay que saber hacer una pausa”.1
Estas palabras, sumadas a la apuesta de la conversación entre los miembros de la
Escuela, tuvieron como efecto la resonancia de algunos significantes que recorto:
marcas de nacimiento, malestar y tópicos.
1 J.-A. Miller, Todo el mundo es loco, Buenos Aires, Paidós, 2015, p. 11.
2 J.-A. Miller, Política lacaniana, Buenos Aires, Colección Diva, 2017, p. 35.
3 Twitter.com/jamplus
4 Twitter.com/jamplus
5 G. Réquiz, en H. Tizio, “La experiencia del control”, El orden simbólico en el siglo xxi. No es más lo que era. ¿Qué
consecuencias para la cura?, Buenos Aires, Grama, 2012, p. 382.
Malestar
Bienvenido sea. Que haya malestar significa que hay una Escuela viva, una Es-
cuela que se deja interpretar. Con Miller y escuchando los testimonios del pase
de nuestros ae, entendí que, si estuviéramos demasiado cómodos, sería un pro-
blema.
Pensaba que un nombre del malestar puede ser el exceso, por ejemplo, en
relación con la demanda. Se lo puede escuchar en la gestión, en las actividades
epistémicas también, a veces en la necesidad de argumentar demasiado deter-
minadas cuestiones. De esa manera, el exceso, a mi entender, respondería a la
pulsión de muerte. Por supuesto que cada uno hace de acuerdo al momento que
está atravesando, ya sea en la vida o en su experiencia analítica. Pero para seguir
la vía de nuestra Orientación y aproximarme a una respuesta, elijo apoyarme en
una cita de Miller:
Tópicos
1 J. Lacan, “Acto de fundación”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 254.
2 Ibíd., pp. 247-259.
3 J. Lacan, “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”, Escritos, Buenos Aires, Siglo xxi,
2009, t. 1.
4 G. Arenas, Sobre la tumba de Freud, Buenos Aires, Grama, 2015, pp. 44-45.
5 J. Lacan, “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”, op. cit., p. 452.
6 J. Lacan, “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos, Buenos
Aires, Paidós, 2012.
7 J.-A. Miller, El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2000.
8 Ibíd., pp. 181-183.
9 Ibíd., p. 177.
El lazo inédito que hace existir la Escuela anima este escrito en resonancia con
el trabajo propuesto por colegas de nuestra comunidad. Silvia Salman y Mauricio
Tarrab, a quienes agradezco la iniciativa, invitaron al trabajo bajo el título “Leer
y escribir. Puntuaciones millerianas”, que, en tres Noches abiertas en la eol,1
produjo una conversación que tiene para mí efectos de elaboración.
Uno de ellos me interroga y aquí propongo darle una vuelta más. Se trata del
sintagma “leer de otro modo”.2 Ese otro modo que agujerea los sentidos dados
en el encuentro paradojal entre leer así adjetivado y una escritura inédita, una
escritura no para leer y que Jacques-Alain Miller puntúa como operación que
pasa al analizante volviendo el asunto crucial para la práctica del psicoanálisis.3
Esto enmarca al “sujeto supuesto saber” vuelto “sujeto supuesto leer de otro
modo” como una operación que se aprehende en el análisis. Hay pasaje del saber
al leer de otro modo, pasaje que podría devaluar un poco la apuesta; sin embargo,
es justamente allí donde, con el vértigo que esto implica, se abre la hiancia que
permite, al sujeto que habla, inventarlo.
Entonces, “otro modo”, en principio, propone una torsión sobre lo que ya ha-
bía, la suposición de un saber no sabido es la tela en la que puede existir un efecto
de escritura si se hace esa operación de lectura. Y esa operación misma inyecta
una vacilación en la idea de lo ya escrito. La letra que funciona como soporte
reservorio de verdad que el analista sostiene, revela su carácter de apoyo de goce
introduciendo una nueva perspectiva en la hiancia entre palabra y escritura.
Enjambre que itera, el parlêtre se encuentra una y otra vez con eso, trauma-
tismo, agujero que viene a marcar lo que no se puede decir dentro de lalengua
de lo que fue el primer pasaje entre lengua y lenguaje, allí “solo hay el lugar, el
S(%)”,7 no hay la palabra final ni la inicial, sino aquella que puede “designar” el
lugar vacío, lleno de opacidad.
Pensar el trauma por la vía de ser un significante “que se agarra” allí en el
encuentro del goce con el cuerpo es del orden de la ilusión de lo “ya escrito”.
Se trata justamente de hacer existir en ese equívoco fundamental el lado rup-
tura, el hecho de que “hubo siempre, de entrada, la falta del significante que se
necesitaba”.8
9 J. Lacan, El seminario, libro 25, El momento de concluir, clase del 10 de enero de 1978 (inédito).
10 M.-H. Brousse, “El equívoco”, Letras lacanianas, 4 (2012), p. 27.
11 M. J. Sota Fuentes, “Una pena”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 25 (2018), p. 93.
12 Ibíd. p. 97.
13 Ibíd., p. 98.
14 Ibídem.
15 J.-A. Miller, Piezas sueltas, op. cit., p. 92.
La mano que escribe es más bien una mano que hurga en el lenguaje que
falta, que avanza a tientas hacia el lenguaje que sobrevive, que se crispa,
se exaspera, que lo mendiga de la punta de los dedos.
pascal quignarD
Bajo el peso del ideal de los Derechos del niño y del adolescente, los funcio-
narios pueden ejercer una brutal presión sobre padres e hijos. Algunas interven-
ciones tienen el efecto de torcer los destinos de sujetos que no están en condicio-
nes de reclamo o de segunda oportunidad.
La legislación argentina asegura a niños y jóvenes la protección de su vida,
salud, filiación, educación, derecho a la recreación, etcétera. Ciertos derechos se
habilitan a partir de los 13 años: pueden decidir sobre tratamientos no invasivos,
pero si ponen en riesgo su vida o integridad, deben intervenir los padres. Los
mayores de 16 años se consideran adultos para decisiones referidas al cuerpo.
Ante la justicia, tienen derecho a ser escuchados y a dar su opinión al tomar una
decisión. Asimismo, quienes trabajan en escuelas y centros de salud deben comu-
nicar cualquier violación de esos derechos a las autoridades (bajo responsabilidad
penal).
Como psicoanalistas, nos planteamos cómo ex-sistir al costado de la Justicia o
de otros aparatos de la burocracia, para escuchar de modo “tránsfuga”,1 la mayor
parte de las veces, y no redoblar la segregación que se produce cuando el caso
está bajo la lupa de la administración pública. La ley, por estructura, funciona
con la lógica del “para todos”, pero cuando algo cae fuera de ese conjunto –para
el psicoanálisis, como seres hablantes, siempre caemos fuera–, ¿qué invenciones
1 En el sentido de aquel que pasa o hace pasar algo de un bando al otro. Parafraseamos la frase de Lacan en “Kant
con Sade” (Escritos, Buenos Aires, Siglo xxi, 2009, p. 731): “el humor es el tránsfuga en lo cómico de la función
misma del superyó”.
2 J.-A. Miller, Un esfuerzo de poesía, Buenos Aires, Paidós, 2016, pp. 52-53.
3 J.-A. Miller, “Interpretar al niño”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 18 (2015), p. 39.
4 J.-A. Miller, “Niños violentos”, De la infancia a la adolescencia, Buenos Aires, Paidós-icdeba, 2020, p. 51.
5 J. Lacan, El seminario, libro 6, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2014, p. 90.
212 | Pagus
Inventar su familia
Una niña había sido separada de los padres a los cinco años,7 a partir de una
denuncia de los médicos tratantes que consideraron que le faltaban cuidados. Los
padres, débiles, no pudieron apelar ni responder a las medidas impuestas. Fue
destinada a un hogar. La Justicia, luego de mantenerla varios años instituciona-
lizada, le buscaba una familia adoptiva. Ella había hecho un fuerte vínculo con
una cuidadora, lo cual no constaba en el expediente. Gracias a la escucha de una
analista, pudo salir a la luz que la chica ya había encontrado las marcas de un
interés particularizado y un deseo no anónimo donde inscribirse.
Bajo el imperativo de los Derechos del niño, la Justicia puede ofrecer una pro-
tección paradojal. Ejerció en estos casos una intervención basada en ideales de
protección, dejando a los niños en situación de abandono redoblado –lógica de las
buenas intenciones por sobre la de las consecuencias. Irene Greiser, que trabaja
la articulación justicia-psicoanálisis hace tiempo, opina que los jueces deberían
analizarse,8 ya que su tarea se desarrolla al filo de lo ingobernable de la pulsión.
6 J.-A. Miller, “El desengaño del psicoanálisis”, Revista lacaniana de psicoanálisis, 29 (2020), p. 36.
7 Claudia Maya trabajó este caso en el Observatorio “Infancias” de fapol. Agradezco su generosidad al permitirme
incluirlo en este texto.
8 I. Greiser, Sexualidades y legalidades, Buenos Aires, Paidós, 2017.
9 J.-A. Miller, “El niño y el saber”, Los miedos de los niños, Buenos Aires, Paidós-icdeba, 2017, p. 19.
214 | Pagus
En este pasaje de una concepción a otra del síntoma, ya no se trata del sínto-
ma tal como lo aprendimos en “La instancia de la letra en el inconsciente…”,3
pues desde esa noción “lo que será más eficaz no hará más que desplazar el
sinthome, incluso […] multiplicarlo”.4 O sea, una dirección, la del sentido, que
no conduce a un efecto de calmar “su sed”.5 De este modo, Lacan resume todo
lo teorizado como síntoma en su primera enseñanza, sirviéndose de la obra de
Joyce como “sinthome madaquin” –jugando con la homofonía entre sinthome y
Saint Thomas d’Aquin (Santo Tomás de Aquino)–, en alusión al trabajo enorme
de Joyce para sostenerse en esa dirección, para pasar a situar el momento en que
esa suplencia cae, rompiendo con ese “discurso establecido”.6
El joven Stephen
Tomemos el devenir del joven Stephen, personaje del Retrato del artis-
ta adolescente.7 Desde sus primeras páginas, nos adentramos en la infancia de
Stephen; leemos de inmediato su padecimiento, tal como lo relata desde sus pri-
meros días de escolaridad. Abrazar las enseñanzas jesuíticas fue el sostén para
quien “sentía que su cuerpo era pequeño y débil en medio de la turba de los juga-
dores y sus ojos eran débiles y acuosos”.
Un primer episodio perturbador sucede luego de un chiste que no logra com-
prender; turbado y sin poder dar respuesta a sus compañeros, termina siendo em-
pujado al agua de la letrina, razón por la cual es llevado a enfermería luego de
padecer fiebre toda una noche, sin reacción alguna.
Culmina su primera etapa escolar, sus conocimientos en letras, filosofía y teo-
logía eran deslumbrantes; sin embargo, al ser acusado de hereje por su ensayo
frente a sus compañeros, no puede responder al profesor y, “aunque nadie habló
de eso después de la clase, él pudo sentir a su alrededor un vago regocijo maligno
general”.
Asistimos después, en el relato, a la famosa escena de la paliza, elaborada por
Lacan. Reivindica la figura de Byron, un hereje para sus compañeros; acusado de
defender la herejía, sobreviene la golpiza, luego de lo cual Stephen se pregunta,
mientras repite el Confiteor,
3 J. Lacan, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, Escritos, Buenos Aires, Siglo xxi,
2018, t. 1, p. 431.
4 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, op. cit., p. 14.
5 Ibíd., p. 15.
6 J.-A. Miller, “La invención psicótica”, Cuadernos de psicoanálisis, 30 (2007).
7 J. Joyce, Retrato del artista adolescente, Buenos Aires, Losada, 2012.
216 | Pagus
su alma se encumbraba en un aire más allá del mundo y el cuerpo que él co-
nocía estaba purificado en un aliento liberado de la incertidumbre y vuelto
radiante y mezclado con el elemento del espíritu. […] Este era el llamado de
la vida a su alma, no la mortecina voz grosera del mundo de los deberes y la
desesperación, no la voz inhumana que lo había llamado al pálido servicio del
altar. […] Su alma se había levantado de la tumba de la adolescencia. […] No
voy a seguir en algo en lo que ya no creo más, llámese mi hogar, mi patria o mi
iglesia; voy a tratar de expresarme a mí mismo en algún modo de vida o arte
tan libremente como pueda.
¿No es acaso este paso tan bellamente dicho lo que Lacan nos advierte res-
pecto de un acontecimiento que toca el cuerpo de otro modo, que lo dota de una
consistencia, frenando la mortificación que no cesaba, por esa vía?
Un “hereje de la buena manera”: así nombra Lacan a Joyce, como aquel que,
“habiendo reconocido la naturaleza del sinthome, no se priva de usarlo lógica-
mente”, de someterlo a una verificación; toda una vía de investigación acerca
de este sinthome que ahora llama “roule”,9 con rueditas, ese que cobra un valor
de uso para el parlêtre y comporta un “saber hacer”, una invención, un arreglo
sinthomático que, en su caso, le permitió sostener ese cuerpo vivificado, armarse
una vida y un nombre a partir de su ego artista.
10 J. Lacan, El seminario, libro24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clase del 15 de marzo de 1977,
Revista lacaniana de psicoanálisis, 25 (2018).
218 | Pagus
viola el cuerpo humano. [Los] ritmos musicales fascinan los ritmos corpora-
les. Contra la música, el oído no puede cerrarse. La música es un poder y por
esto se asocia con cualquier poder. [Vincula] el oído con la obediencia.2
Él entiende además que el cuerpo, ante lo sonoro, más que desnudo está despro-
visto de piel, ya que las orejas no tienen párpados.
Podemos preguntarnos: ¿Por qué determinados modos musicales tienen dife-
rentes efectos en el cuerpo?
Refiriéndose a la música, Serge Cottet distingue efectos consonantes y otros
disonantes ya presentes desde los antiguos griegos con relación al modo musi-
cal apolíneo y al dionisíaco, y se pregunta por el rechazo a la música dionisíaca
de entonces como a la música calificada de “atonal” a comienzos del siglo xx,
siendo Schönberg el punto de partida de la llamada “nueva música” que, con el
dodecafonismo, produce una ruptura con el sistema tonal que había perdurado
durante siglos en el universo compositivo.3 El dodecafonismo propone, en sus
Sabemos que Lacan comienza por hablar del cuerpo del estadio del espejo,
el de la unidad totalizante, del imaginario corporal, que provoca júbilo, goce de
la imagen, cuerpo esfera que participa de la inercia psicológica que empuja a la
percepción a componer “buenas formas”, la Gestalt, cuya tendencia es ir hacia
la armonía pero que siempre fracasa, ya que la adecuación con la imagen es una
ilusión debido a la fragmentación como disarmonía primordial. Pasará entonces
del cuerpo esfera –al cual Lacan le tenía cierta aversión– a la nueva concepción
de cuerpo, ya no entendido como totalidad, sino a partir de algo que se separa de
él: el objeto a como parte desprendida del cuerpo, como resto no significante. Se-
ñala que todo “lo que el sujeto recibe del Otro a través del lenguaje, [...] lo recibe
en forma vocal”, y que el “lenguaje no es vocalización”,6 lo que implica que el
objeto voz no es sonoro, sino á-fono, y resuena en el vacío del Otro:
es en este vacío donde resuena la voz como distinta de las sonoridades, no mo-
dulada sino articulada. La voz en cuestión es la voz en tanto que imperativa, en
tanto que reclama obediencia o convicción. Se sitúa, no respecto a la música,
sino respecto a la palabra.7
Por lo tanto, se trata del cuerpo pulsional pensado como una topología de bordes
y agujeros, con la pulsión que comporta la apertura y cierre de los orificios que
mediatizan el intercambio con el Otro.
Más adelante, el cuerpo se abordará en relación con las marcas de goce que
resuenan en él –pasaje del sujeto al parlêtre que habla con su cuerpo en el sentido
de la instrumentación.
4 En la música tonal, la resolución está a cargo de la nota tónica, que ejerce atracción sobre las otras notas, cerrando
la Gestalt de un discurso musical o el sentido de una frase musical. En la música atonal, esa tensión queda en suspenso.
5 Lacan define este efecto en una nota a pie de página de “Intervención sobre la transferencia”, Escritos, Buenos
Aires, Siglo xxi, 2009, t. 1, p. 209.
6 J. Lacan, El seminario, libro 10, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2018, p. 296.
7 Ibíd. p. 298.
220 | Pagus
el eco en el cuerpo del hecho que hay un decir. Para que resuene este decir,
para que consuene [...], es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. De hecho
lo es. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre los cuales el más impor-
tante es la oreja, porque no puede taponarse, clausurarse, cerrarse. Por esta vía
responde en el cuerpo lo que he llamado la voz.8
Cuerpo del troumatisme, siendo lalangue la que hace agujero, abriendo a la vez
a las resonancias.
Laurent plantea el reverso del estadio del espejo a partir de lo que Lacan seña-
la respecto de LOM –categoría para referirse al ser humano y no al sujeto.9 Indica
que, a diferencia del cuerpo que se constituye por vía de la imagen narcisista con
la presencia del Otro, de lo que se trata ahora es de la adoración de la propia ima-
gen por la creencia de tener un cuerpo. Esto es anterior al estadio del espejo y a la
entrada en juego de la mirada; el cuerpo se produce por la operación del impacto
del decir, sonoridad anterior al sentido, al lenguaje que concierne al encuentro del
cuerpo con lalangue, ahí donde la resonancia tiene efecto, marcas de goce en el
cuerpo que introduce lo indecible, articulándose al goce en el cuerpo. ¿Podríamos
pensar esa sonoridad como la música de lalangue singular de cada uno?
Si el sonido no está del todo absorbido por el lenguaje, entonces no es válido
interrogarse si la música, como artificio impuesto al sonido, como discurso que
ordena el sonido por las notas acallando lo á-fono de la voz, no devela también,
por afectar al cuerpo haciéndolo vibrar, su modo de bordear los agujeros del
cuerpo, evocando el resto de sonoridad, ruidos, gritos, silencio, que quedan al
margen del sentido.
Jacques-Alain Miller se pregunta si la música, las bellas artes, han tenido su
Joyce, y conjetura que quizás lo que corresponde a Joyce en el registro de la
música sea la composición atonal inaugurada por Schönberg.10 Podemos vislum-
brar esa correspondencia con Joyce como ruptura, excepción a la tesis de que el
hombre adora su imagen, en esa relación de desapego con su cuerpo, ya que él no
adoraba su cuerpo, y la idea que tenía de sí mismo no pasa por su cuerpo, sino por
su escritura –una escritura bisagra en la literatura inglesa, al servicio de matar el
sentido. Se construye un ego a través de su arte, que fue su sinthome y que no se
funda en la adoración del cuerpo como imagen.
Supo todos los idiomas y escribió en un idioma inventado por él. Un idioma
que es difícilmente comprensible, pero que se distingue por su música extraña,
Joyce trajo una nueva música al inglés.11
Si bien no podemos decir que haya una relación entre la música y el psicoa-
nálisis, podemos señalar que lo que tienen en común en sus prácticas es hacer del
cuerpo un instrumento. La música podría ser un saber hacer con lo que percute en
el cuerpo, con el agujero, como invención, como artificio.
La operación analítica, vía la interpretación, se orienta al cuerpo hablante
como tratamiento de la sonoridad de lalangue. Por eso Lacan se interesó en el
canturreo de la poesía china que juega con lo sonoro provocando equívocos, evi-
denciando que las palabras resuenan en el cuerpo teniendo efectos y que un ana-
lista puede hacer resonar otra cosa que el sentido.12
La música y el psicoanálisis bordean esa desnudez sonora que habita en los
cuerpos parlantes.
11 J. L. Borges, “Siete noches”, Obras completas, Buenos Aires, Emecé, 1989, t. 2, p. 284.
12 J. Lacan, El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, “Hacia un significante nuevo”,
clase del 19 de abril de 1977, Revista lacaniana de psicoanálisis, 25 (2019), p. 19.
* Ateneo cicba-icdeba 2019-2020. Responsable: Ruth Gorenberg.
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