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El analista y sus pasiones 

Comentario de un párrafo del Seminario


17
por Silvia Elena Tendlarz

¿Qué relación guarda el analista con las pasiones? ¿Cómo situar las tres pasiones del ser
–amor, odio e ignorancia– en relación a la llamada "neutralidad analítica? A partir del
comentario el siguiente párrafo de Lacan de la clase del 15 de abril de 1970
del Seminario 17, titulada "La feroz ignorancia de Yahvé", intentaré dar cuenta de esta
cuestión. Dice Lacan:

¿Es ésta la posición que debe tener el analiza? Seguro que no. El analista –¿llegaré a
decir que he podido experimentarlo en mí mismo? –, el analista no tiene esta pasión feroz
que tanto nos sorprende cuando se trata de Yahvé. Yahvé se sitúa en el punto más
paradójico, con respecto a una perspectiva distinta como sería, por ejemplo, la del
budismo, que recomienda purificarse de las tres pasiones fundamentales, el amor, el odio
y la ignorancia. Lo que más nos cautiva de esta manifestación religiosa única es que a
Yahvé no le falta ninguna. Amor, odio e ignorancia, he aquí en todo caso pasiones que no
están ausentes en absoluto de su discurso.

Lo que distingue a la posición del analista –no voy a escribirlo hoy en la pizarra con
la ayuda de mi esquemita, donde la posición del analista está indicada por el
objeto a, arriba y a la izquierda, y éste es el único sentido que se le puede dar
analítica, es que no participa de esas pasiones. Esto le hace estar en todo momento
en una zona incierta en la que vagamente está a la búsqueda, siguiendo el paso,
para estar en el ajo (en quête d'une mise au pas, d'une mise-au-parfum, en francés
significa "estar en la corriente, estar en onda"), en lo que se refiere al saber que sin
embargo ha repudiado.[1]

1. Las pasiones del ser: del analizante al analista


Lacan se ocupa de las tres pasiones del ser tempranamente en su enseñanza. En
el Seminario 1, momento de prevalencia del paradigma simbólico, relaciona los tres
registros con las pasiones [2]. En la unión entre lo simbólico y lo imaginario sitúa el amor;
entre lo imaginario y lo real, el odio; y en la unión entre lo real y lo simbólico, la ignorancia.

Ahora bien, como lo indica Germán García en su curso sobre las pasiones dictado en el
Centro Descartes [3], no todas las pasiones son imaginarias. En esta serie sólo lo es el
amor; en cambio, el odio y la ignorancia no lo son.

A través de estas relaciones entre los registros en estas tres pasiones Lacan examina la
entrada en análisis y la constitución de la transferencia. Al comienzo el sujeto se coloca en
la posición de quien ignora, el amor y el odio se incluyen como posibilidades de los
avatares transferenciales. La perspectiva que orienta estas consideraciones es la
realización del ser –referencia heideggeriana– al final del análisis. Si el ser existe
virtualmente al comienzo del análisis, gracias a la acción de la palabra logra su realización.

La oposición que puede ser leída entre líneas en este contexto es entre error e ignorancia.
El error afirma equivocándose y es una manera de revelarse la verdad. En cambio, la
ignorancia no afirma nada, y corresponde a la Verneinung, al desconocimiento que
sostiene el discurso del paciente. Lacan llega incluso a afirmar: "la verdad caza al error por
el cuello de la equivocación" [4]. Equivocación enlazada mucho después al sujeto
supuesto saber.

En el Seminario 17 Lacan vuelve sobre las pasiones del ser directamente vinculadas a la
posición del analista, que ubica arriba y a la izquierda en el discurso del analista, e indica
que no participa de esas pasiones y que ese es el único sentido que se le puede dar a la
neutralidad analítica. La neutralidad concierne, pues, a la ubicación del analista en
posición de objeto a en la estructura de los discursos. Por lo que podemos preguntarnos,
como lo indica Germán García, si por fuera del discurso del analista, incluso en el interior
de la cura, la posición del analista conserva la misma neutralidad.

La referencia que utiliza para ilustrar la neutralidad esperable del lado del analista es la
purificación de las pasiones del budismo en oposición a la religión judía y a las pasiones
del Dios Yahvé. Nos detendremos en ella a continuación.

2. La ceguera de Voltaire no es la del Tao


El amor, el odio y la ignorancia son pasiones igualmente rechazadas por el budismo. Pero
en la mejor tradición freudiana, como lo hiciera oportunamente Eric Laurent en Los objetos
de la pasión [5], podemos sustituir la ignorancia por la indiferencia. En el texto Pulsiones y
destinos de pulsión (1915) Freud señala cómo en la constitución del yo intervienen el
amor, la indiferencia y el odio en su relación con el placer y el displacer [6].
El rechazo de estas pasiones emerge de la búsqueda del estado de quietud, de
apaciguamiento de la sensibilidad y de las pasiones que permita la obtención del Tao o el
estado de iluminación. Pero en el lugar de la indiferencia, el budismo añade la ignorancia.
Se trata de ignorar lo que se sabe, de todo saber y permanecer indiferente como si nada
supiese. Pero para ello hay que rechazar la verdadera ignorancia, en la que en realidad no
se sabe, puesto que se apunta a la obtención de la sabiduría. Del mismo modo son
rechazadas las pasiones del amor y del odio puesto que introducen distinciones con sus
simpatías y aversiones en una misma realidad. En el taoísmo, por ejemplo, Chuang tzu,
comentador de Lao Tse, propone eliminar todo sentimentalismo perturbador de la paz
interior, reduciéndose a un neutralidad y equilibrio perfecto sentimental [7]. Busca hacer
desaparecer la diferencia entre el es y no es producto del amor para alcanzar la paz en la
Unidad del Tao –entendido como el soplo divino, primordial, pero que significa a la vez el
camino, la vía, y también el hablar–. De esta manera, trata de alcanzar el punto neutro de
la total apatía para armonizar con el Uno caótico e indeterminado.

El vacío ocupa un lugar particular en el camino hacia el Tao. Dice: "Vacío, quietud, serena
placidez, indiferencia, calma, silencio e inacción son el origen de todos los seres" [8]. La
política del Tao es la de abstenerse de actuar y de intervenir. Actuar sin actuar, que no
significa no hacer nada sino actuar en forma desinteresada para que "deje ir".

Frente a la oposición entre el Yin y el Yang, el estudio que François Cheng llevó a cabo
junto a Lacan le permitió establecer que el Vacío intermedio, "vide médian", ocupa el lugar
tercero que permite la transformación interna y alcanzar la virtual unidad [9].

Encontramos así dos orientaciones: la neutralidad que se desprende del desentendimiento


de las pasiones, a la que alude Lacan en su referencia al budismo; y el desarrollo de
Lacan relativo al vacío intermedio, que retomaremos a continuación a propósito de la
posición del analista.

Por otra parte, Lao-Tse, autor del Tao-Te-King, afirma que la visión de los colores
enceguece los ojos del hombre, así como la audición lo ensordece. Se trata de aplacar las
pasiones salvajes. Pero la ceguera a la que alude difiere del apólogo ideado por Voltaire.

De acuerdo a la decisión del dictador, Voltaire en su Pequeña digresión [10] indica que los
ciegos atribuyen un único color a sus vestimentas, el blanco, aunque ninguno de sus
atuendos sea de ese color. Ante la inevitable revuelta, el orden se restablece a través de la
suspensión del juicio acerca del color de su ropa.

Jacques-Alain Miller retoma esta digresión en Le neveau de Lacan para indicar que la
suspensión del juicio ante la falta de la experiencia sensible es "una manera de hacer con
el Otro barrado, a falta de saber, renunciar al acto" [11]. A esta utopía liberal lógico
positivista, en la que sitúa a Erasmo, Montagne y Voltaire, se opone Descartes puesto que
él cree en lo real. De allí que el psicoanálisis sea cartesiano y no voltairiano. La aspiración
por lo real se opone así a la neutralidad entendida como la renuncia al acto.

El liberalismo propone que el Estado tome una posición neutral para favorecer la libertad
de autonomía y de elección de los ciudadanos basada en la razón. Ante dos valencias
iguales, la posición neutra permite que prevalezca cualquiera de ellas de acuerdo a la
interacción de los elementos que intervienen. Su impasse radica en su abdicación del acto
como tratamiento de la falta puesto que, como lo indica Miller, en definitiva siempre
tenemos un sentido menos puesto que la ceguera del cuento da cuenta de la castración.
Por otra parte, la decisión entre varios a la que apunta el liberalismo, es un mito de la
democracia, vale decir, es no decidir nada y retroceder así frente al acto.

De allí que podamos afirmar que la ceguera que propone Voltaire no corresponde a la
postura budista. En ella no se trata de velar la falta sino de operar con ella. El
enceguecimiento de las pasiones es solidario de la emergencia de un vacío intermedio,
para que en ese vacío se aloje la indiferencia entendida como una posición neutra, sin
finalidad ni objetivo, sin ser desequilibrado por las pasiones.

3. De por qué el analista no opera a ciegas


Las pasiones del ser, entendidas del lado del analizante, son correlativas a la falta en ser y
expresan su relación al Otro en la transferencia. Se ama y se odia a aquél que se le
supone saber. El amor al saber es una manifestación del horror al saber propio de la
represión y en definitiva mantiene al sujeto en la ignorancia.

Las pasiones del ser aquí examinadas conciernen a las que la posición del analista
rechaza. La posición neutra a la que desemboca se opone al sentido standard de la
neutralidad analítica. Invoca más bien el "principio de indiferencia", utilizado en la filosofía,
a través del cual lo neutro se opone a la contratransferencia y a la pregnancia fantasmática
del propio analista, e invoca el punto justo a través del cual el analista se abstiene de
adjudicar un sentido al discurso del paciente.

En el Seminario 17 Lacan indica que el reverso del discurso psicoanalítico es el discurso


del amo. Esta polaridad permite entender por qué el analista está en una zona incierta, que
podríamos llamar neutra, para buscar el saber que ha rechazado. El discurso del analista
produce que en su escritura el saber quede bajo la barra en la medida que ocupa el lugar
del objeto a: a/S2. El saber queda en reposo justamente para que a través de la caída de
los significantes amos con los que se ha identificado el sujeto logre acceder a una nueva
relación con el saber. Esto es: la emergencia del deseo de saber. Ya no se trata que el
analista ignore lo que sabe sino que ponga en funcionamiento el deseo de saber desde el
cual opera el deseo del analista.
Cuando el analista queda atrapado por la pasión de la ignorancia, su discurso rota
invariablemente hacia el discurso amo, el lugar del amo ciego como lo llama Miller, "que le
corresponde –prosigue– al analista habitado por la pasión de la ignorancia" en tanto dirige
la cura desde ese lugar [12].

El analista no puede conducir la cura a ciegas plegándose al discurso amo, de los ideales,
del cómo ser neutro, de acuerdo a la historia retratada por Voltaire. Su posición se
aproxima más bien a la del Tao, aunque el psicoanálisis no conduce a la sabiduría
buscada por la tradición oriental, sino que apunta a lo real como imposible y a la
emergencia de un deseo inédito que es el deseo de saber.

Podemos establecer las siguientes distinciones. Los ciegos de Voltaire renuncian al acto
en nombre del Ideal del amo, esta es una versión standard de la neutralidad analítica
propia de la IPA. El enceguecimiento de las pasiones por parte del budismo lleva a un
actuar sin actuar, al acento puesto sobre el vacío intermedio que permite que las
polaridades encuentren su camino hacia la unidad, esto lo vuelve una referencia clave
para Lacan. Y finalmente, la posición del analista concierne a la posición neutra que se
aloja en el vacío intermedio, que implica el rechazo de la contratransferencia y de la
captura del fantasma, que no solamente abdica a las pasiones del amor, del odio y de la
ignorancia, sino que se abstiene de introducir un sentido en el discurso del analizante.

Y así, desde la Gelassenheit heideggeriana, la serenidad que Eric Laurent aproxima al Tao


8 [13], y la ubicación del analista en el vacío intermedio, en el momento oportuno se vuelve
posible el acto analítico, verdadero instrumento de la dirección de la cura.

*Trabajo presentado en las XII Jornadas de la EOL, (6 y 7 de diciembre de 2003).


Publicado en: "Más allá de la neutralidad analítica", Colección "Orientación Lacaniana", E.O.L-Gramma,
Buenos Aires, 2004.

NOTAS

1. J. Lacan, El seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis (1969-70), Paidós, Buenos Aires, 1992,
pp. 144-145.
2. J. Lacan, El seminario, Libro 1, Los Escritos técnicos de Freud (1953-54), Paidós, Buenos Aires, 1981,
p. 394.
3. G. García, Curso sobre las pasiones, Centro Descartes, inédito.
4. J. Lacan, El seminario, Libro 1, op. cit., p. 386.
5. E. Laurent, Los objetos de la pasión, Tres Haches, Buenos Aires, 2000.
6. S. Freud, "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915), Obras Completas t. XIV, Amorrortu, Buenos Aires,
1976, pp. 129-131.
7. Véase Lao Tse y Chuang Tzu, Dos grandes maestros del taoísmo, Editora Nacional, Madrid, 1983.
8. Lao tse, Tao-Te-King, Editions du Rocher, Paris, 1991.
9. F. Chang, "El doctor Lacan en lo cotidiano", Uno por Uno 24/25 (1991).
10. Voltaire, Pequeña digresión.
11. J.-A. Miller, Le neveau de Lacan, Verdier, Paris, 2003, p. 297.
12. J.-A. Miller, El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2000, p. 93.
13. Véase E. Laurent, "La carta robada y el vuelo sobre la letra", Síntoma y nominación, Colección Diva,
Buenos Aires, 2002.

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