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Norma y uso en español – Curso 2023-2024

BLOQUE 1. CONCEPTOS INTRODUCTORIOS

1. Lea el artículo de opinión de Elena Álvarez Mellado publicado en la revista


Archiletras (21-11-2018) y responda a las siguientes preguntas:

● Según la autora, ¿cuál es la relación existente entre los conceptos de norma y


variación?
● ¿Considera que es ventajoso tener un estándar, un código compartido? ¿En
qué situaciones?
● ¿Está de acuerdo con la autora sobre los grammar nazi?

De ser un ‘grammar nazi’ también se sale

Elena Álvarez Mellado

Están entre nosotros. Todos conocemos a alguien así. Un amigo, un familiar, un


compañero de trabajo. No descansan nunca, viven alerta, siempre al acecho. Están en
la conversación de bar, en las cenas familiares, en tus mensajes de WhatsApp, en las
redes sociales. Son los talibanes del idioma: personas que tienen la irritante costumbre
de corregir a los demás su forma de hablar. En definitiva, tiquismiquis de la lengua. El
tiquismiquis lingüístico común tiene una tendencia desmedida a sufrir de hemorragia
ocular ante cualquier transgresión gramatical o violación ortográfica: se irrita solo con
oír un laísmo, siente un escalofrío al ver una coma mal puesta y le sale un sarpullido ante
un ‘haber’ impersonal indebidamente concordado. En el mejor de los casos, el
tiquismiquis común juzga en silencio al interlocutor que ha cometido el crimen
lingüístico. En los casos más graves, se alza cual justiciero de la lengua y no duda en
interrumpir la conversación para desfacer el entuerto lingüístico cometido y señalar al
perpetrador. Reconozcámoslo abiertamente: si somos personas con inquietud por el
idioma, es muy probable que en algún momento nosotros mismos hayamos sido así. El
entusiasta de la lengua que esté libre de haber sido un grammar nazi que tire el primer
diccionario.

¿Y por qué iba a estar mal corregir a los demás? ¿No es acaso una forma de defender el
idioma, de preservar el decoro lingüístico y de sacar del error a nuestro interlocutor?
Está tremendamente extendida la idea de que existe una lengua buena, deseable, culta
y pulida a la que debemos aspirar (cuya máxima autoridad y portavoz sería la RAE),
mientras que entendemos las variantes que se alejan de esa «buena lengua» como

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desviaciones que debemos evitar a toda costa porque corrompen el idioma. Esta es la
noción de lengua en la que se nos educa desde que somos pequeños y que se amplifica
y se difunde desde instituciones y medios de comunicación como un mantra
incuestionable. Hay que hablar bien, hay que hablar siguiendo La Norma.

Pero ¿de dónde sale la norma lingüística? ¿Es acaso una ley natural que debemos
obedecer so pena de que colapse el sistema lingüístico? ¿Bajó Dios de los cielos y
proclamó que los hablantes que osen decir «la dije de que» irán al infierno sin más
miramientos? ¿Y qué ocurre si la incumples?, ¿viene un académico de oficio y te multa?
¿Estamos abocados a la incomprensión lingüística mutua? A pesar de las admoniciones
de los hablantes más agoreros, la norma lingüística no es un conjunto de leyes
inmutables que los hablantes deban obedecer. Cuando hablamos de una lengua (sea el
español, el inglés, el catalán), tendemos a pensar en los idiomas como si fueran un ente
monolítico y unitario. Pero, en realidad, las lenguas son una colección bastante
heterogénea de variedades lingüísticas diferentes que coexisten: por ejemplo, hablantes
provenientes de zonas geográficas distintas, de diferentes grupos sociales o de
diferentes extractos socioeconómicos tienden a hablar de formas muy diferentes,
aunque hablen una misma lengua. Incluso un mismo hablante se expresará de formas
distintas según el contexto social en el que se encuentre. Eso que llamamos español (o
inglés, o catalán, etc.) es en realidad un paraguas que engloba una inmensa cantidad de
variedades lingüísticas distintas, sin que unas sean ni mejores ni más deseables ni más
eficaces que otras; simplemente, son distintas.

Una de esas muchas variedades que conforman la lengua es la llamada variedad culta.
La variedad culta es la que los hablantes suelen reconocer como una forma elevada de
hablar, y que normalmente esperamos encontrar en los medios de comunicación, en los
textos oficiales y que asociamos en general con el registro formal y esmerado. Pero la
variedad culta no deja de ser una variedad más de entre todo el repertorio de variedades
lingüísticas (geográficas, sociales, situacionales) que conforman la lengua. La variedad
culta no tendría más interés que cualquier otra variedad si no fuera porque es la que se
considera prestigiosa dentro de la comunidad de hablantes y, por tanto, la forma
deseable de expresión, el estándar lingüístico al que hay que aspirar, el que se enseña
en la educación básica y cuya norma dictan las instituciones normativas (en el caso del
español, instituciones como la RAE y la Fundéu). Sin que haya ninguna razón inherente
y objetiva que lo motive, el prestigio social convierte la variedad culta en el patrón que
define la norma lingüística: aquellos usos propios de la variedad culta se consideran
correctos, mientras que todos los demás serán considerados incorrectos.

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El problema reside en que qué formas de hablar se consideran prestigiosas y deseables


dentro de una comunidad de hablantes no es una cuestión ni inocente ni accidental. De
hecho, lo que define a la variedad culta es que es aquella que usan las personas de nivel
sociocultural alto. Es decir, que la norma culta está hecha a imagen y semejanza de unos
estratos sociales muy concretos que perpetúan y justifican su posición de poder y
privilegio haciendo que sus propios usos lingüísticos se conviertan, no ya en los
deseables, sino directamente en lo que define qué es lo correcto, mientras aquellas
variedades asociadas a zonas geográficas o estratos sociales desfavorecidos y alejadas
de los centros de poder tienden a ser consideradas de segunda, cuando no directamente
indeseables. En definitiva, lo que llamamos «hablar bien» no es más que elevar a los
altares la forma de hablar de un conjunto reducido y muy particular de hablantes y que,
gracias al prestigio social que los rodea, se ha convertido en canónico. No hay nada
inherentemente bueno ni objetivamente mejor en aquellos usos lingüísticos que
consideramos correctos. La idea de lo que se considera correcto es, por tanto,
tremendamente cuestionable desde el punto de vista social. El prestigio lingüístico no
es otra cosa que un remolque del prestigio social.

Es indudable que tener un código compartido (un estándar) que sea conocido y
reconocido por toda una comunidad de hablantes presenta innumerables ventajas,
sobre todo cuando se trata de textos que van a tener una difusión territorial y social muy
alta (un texto administrativo, las instrucciones para montar un mueble o un artículo de
periódico, por ejemplo). No se trata, pues, de abogar por la destrucción de cualquier
formato lingüístico que tenga visos de elevarse a la categoría de estándar compartido.
Por ahora, esa función la desempeña la norma culta. Pero lo que no podemos olvidar es
de dónde surge eso que llamamos norma y, sobre todo, a quién privilegia.

Por eso, juzgar a alguien por un uso lingüístico no estándar en una conversación,
burlarse de las variedades menos prestigiosas o considerar que «hablar mal» (es decir,
no hablar siguiendo la norma culta) es síntoma de tener pocas luces o de poca capacidad
es un error por partida doble. En primer lugar, porque la variedad culta no es ni mucho
menos toda la lengua, sino que tiene un ámbito de aplicación muy determinado. Y en
segundo lugar, porque cuando criticamos formas de habla que se alejan del canon lo
que estamos perpetuando es el desprecio por aquellas formas lingüísticas que han sido
marginadas y ridiculizadas por motivos que tienen mucho que ver con el poder y muy
poco con la lengua.

No existe ninguna obligación lingüística, moral, legal, tan siquiera estética de expresarse
siguiendo los preceptos de la norma culta (más allá del deseo de cumplir una cierta
convención social arbitraria), como no existe ninguna razón objetiva que haga mejores

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o más deseables los usos de la norma culta frente a todas las demás variedades
lingüísticas. Decirse amante de la lengua es incompatible con despreciar toda forma de
habla que no obedezca la norma y no podemos confundir la fijación con la observancia
de la norma con amor por el idioma. Es natural que tendamos a sentir reverencia por la
norma y rechazo por los demás usos y variedades lingüísticas, puesto que esa es la
noción en la que nos educamos y en la que vivimos inmersos.

Afortunadamente, de ser un grammar nazi también se sale.

Ponga en contraste la información del artículo de opinión de Elena Álvarez Mellado


con este fragmento de El dardo en la palabra de Fernando Lázaro Carreter (1997, 142-
174).

“[…] ¿Deben las personas que hablan ante audiencias públicas, sobre todo si
son de origen regional diverso, esforzarse por ajustar su expresión a la norma
castellana culta y común? […] La radio y la televisión nos acribillan los espacios
de voces, oímos hablar a gentes de todos los pelajes […], pronuncian a la pata
llana, a tumba abierta: seseos, yeísmos, ceceos, aspiraciones, tonos regionales,
-aos popularísimos. Entonces –puede decirme mi oponente airado- lo que usted
quiere es que hablemos todos igual, que perdamos nuestras señas de identidad.
[…] lo que afirmo es que hay signos de identidad para andar por casa (y son
fundamentales porque en casa se vive, se goza, se rabia y hasta suele acaecer
la muerte) y hay otras, más convencionales pero no menos identificadoras, para
hablar en público. […] No renuncie, por favor, a nada: ni siquiera a una lengua
que tiene perfectamente definidos sus módulos de corrección. Que no están en
Madrid, ni en Valladolid, ni en Burgos (donde hay gentes que hablan
pésimamente), sino en cualquier español de allí, o de Las Palmas, Alcoy, Lugo
o Tafalla que conoce y practica la norma lingüística española.” (Fernando Lázaro
Carreter, El dardo en la palabra. Barcelona: Círculo de Lectores, 1997, pp. 142-
174.)

2. Indique qué criterio(s) se ha(n) utilizado para respaldar las decisiones normativas
tomadas sobre las siguientes formas. Justifique la respuesta.
la agua
El samba / la samba
la olor
Quería mirarle de frente
l@s niñ@s

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3. Indique una modificación normativa que esté relacionada con el cambio del español
monocéntrico al español pluricéntrico. Justifique la respuesta con la información que
se ofrece en las obras lingüísticas.

4. Señale si las siguientes oraciones son agramaticales e incorrectas o solo incorrectas.


Identifique cuál sería el principio gramatical que se viola y/o la justificación normativa
que explica la incorrección.

1) Hay los problemas


2) Perro mordió a niño
gramatical e incorrecta 3) Hubieron muchos accidentes en la carretera
gramatical e incorrecta 4) No te pongas detrás mío
gramatical - ¿? 5) Vivió en un otro lugar
agramatical e incorrecto 6) Sé que lo no hizo

agramatical e incorrecta 7) El niño es alta


gramatical e incorrecta 8) A María, se le critica
gramatical e incorrecto 9) Le dije a sus hijos que estudiaran más
agramatical e incorrecto 10) Este verano iré París

5. Construya un enunciado agramatical pero aceptable y otro gramatical pero


inaceptable. Justifique a qué se debe la (in)aceptabilidad de la oración propuesta.

6. ¿Qué significado pueden tener para un profesor de lengua los siguientes fragmentos
de El instinto del lenguaje (Pinker 1995)?

Imagine el lector que está viendo un documental sobre la naturaleza. Las imágenes muestran las
asombrosas actividades de distintos animales en sus hábitats naturales. Sin embargo, la voz del
narrador advierte de que se están produciendo una serie de problemas. Los delfines no ejecutan
adecuadamente sus movimientos natatorios. Los gorriones de cresta blanca producen un canto
muy descuidado. Los nidos de los herrerillos no están bien construidos, los pandas sostienen la
caña de bambú con la garra que no corresponde, el canto de la ballena contiene errores muy
llamativos y los gritos de los monos llevan mucho tiempo sumidos en el caos y la degeneración.
Lo más probable es que, ante estos comentarios, el espectador reaccione preguntándose qué
demonios significa que el canto de una ballena contiene un "error". ¿Acaso el canto de una
ballena no es lo que la ballena decide cantar? ¿Quién se ha creído que es este narrador para
emitir semejantes juicios?

Sin embargo, en el caso del lenguaje humano, pronunciamientos de semejante índole no solo se
admiten como llenos de sentido, sino que además suelen ser motivo de alarma. [...]
Naturalmente, para el lingüista o el psicolingüista, el lenguaje es como el canto de las ballenas.
La única manera de determinar si una frase es correcta o incorrecta gramaticalmente es buscar
hablantes de una lengua y preguntárselo.

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Prácticamente todo lo que hay en el lenguaje se ajusta a unas pautas sistemáticas, incluso lo que
en apariencia son excepciones, siempre que se sepa buscar.

Cualquiera está en su derecho de obsesionarse con las reglas prescriptivas, pero hay que saber
que estas reglas tienen tan poco que ver con el lenguaje como los criterios para evaluar gatos en
un concurso de felinos con la biología de los mamíferos.

Para mí, estos expertos huelen a muerto, son los depositarios de lo que hay de inútil en el
lenguaje. Hay que plegarse a la evidencia de que casi todas las reglas prescriptivas que enarbolan
nuestros expertos en lenguaje carecen de sentido en cualquiera de sus términos, pues no son
sino anécdotas folklóricas que surgieron por razones espurias hace unos cientos de años y se han
perpetuado desde entonces. Los hablantes las han arrinconado a lo largo de toda su existencia,
haciendo caso omiso a las apocalípticas proclamas sobre la irreversible decadencia de la lengua.
Los mejores escritores de todas las épocas, y también la mayoría de los propios expertos en
lenguaje, figuran entre los más conspicuos transgresores de esas normas. Éstas no se ajustan ni
a la lógica ni a la tradición, y si alguna vez llegaran a obedecerse, nos veríamos abocados a una
prosa oscura, ampulosa, grandilocuente, ambigua e incomprensible, en la que resultaría
imposible expresar muchos de nuestros pensamientos. En realidad, gran parte de los “errores”
que estas normas pretenden corregir exhiben una elegante lógica y una sensibilidad a la textura
gramatical del lenguaje de la que carecen por completo los supuestos expertos.

Una vez introducida una regla prescriptiva en la lengua, resulta muy difícil erradicarla, por
ridícula que sea. En los ámbitos de la educación y la literatura, las reglas sobreviven por la misma
lógica que perpetúa las mutilaciones rituales o las novatadas universitarias: yo también tuve que
pasar por ello, así que tú no vas a ser menos. Aquel que, llevado de un ánimo ejemplarizante, ose
desobedecer una regla se expone a que los lectores le crean ignorante de la misma, y no
detractor. [...] Quizá más importante aún es el hecho de que las reglas prescriptivas se utilizan
como la prueba bíblica del “shibólet”, es decir, como pretexto para diferenciar a las elites de la
chusma, ya que, al ser tan artificiales desde el punto de vista psicológico, solo pueden adquirirse
con una adecuada escolarización.

El concepto de shibólet (palabra hebrea que significa ‘torrente’) se cita en el siguiente pasaje de
la Biblia:

Los galaaditas cortaron a los efrainitas los vados del Jordán; y cuando los fugitivos de Efraín
decían: “Quiero pasar”, le preguntaban los galaaditas: “¿Eres tú efrainita?” Y cuando respondía:
“No”, le decían: “Di schibólet”; mas él decía: “sibólet”, pues no sabía pronunciarlo bien. Entonces
lo prendían y lo degollaban junto a los vados del Jordán. Así murieron en aquel tiempo cuarenta
y dos mil efrainitas. (Jueces 12:5-6).

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7. Observe el siguiente titular en el que se utiliza el derivado colorinchi::

Atendiendo a los conceptos de agramaticalidad, aceptabilidad y corrección, señale


qué consideración debería tener esta palabra en español.

8. Póngase en el lugar de un gramático y cree un índice que refleje todo aquello


relacionado con el número del sustantivo desde la perspectiva de un gramático
normativo, por un lado, desde el de un gramático descriptivo, por otro.

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