Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
los discurses y acciones de les dirigentes revolucionarios de Paris. Tales estudios no se han
limitado simplemente a arrojar nurva luz sobre las caman generales y el desarrollo de la
revolución, han hecho posible determinar con mayor exactitud el sentido del estalli do
revolucionario y su relación con el papel jugado en é por las ma sas de la ciudad y del campe.
La explosión revolucionaria ya no pa rece, en consecuencia, la culminación más o menos
formata de ciertas crisis puramente políticas, aunque interrelacionadas rechazo de las
propuestas de Calonne per les notables, la convocatoria de los es tades generales, la
destitución de Necker, etc., sino que se como furrte choque de un complejo de furmas sociales
en mento de aguda crisis revolucionaris presenta
e todas formas, incluso aceptando esto, la imagen puede que dar falseada si no se consideran
D
desde la perspectiva apropiada algunas de las fuerzas cuya conjunción bien por alianza, bien
por oposición provocó la crisis revolucionaria, La dinursión mis corrime de este tipo es la que
presenta la acción revolucionaria de las masas campesinas y uhanas come actuando "al
servicio de la burguesia, incluso de los mismos ntarvenns privilegades. Maghirt, om partic lar,
nos ha hecho familar la imagen de lu origenes de la gran rev brión como se "despliegue"
grashsal de revulus merespe mero la revuelta nobara" lurgo la la revolución burguna y. final
mente, la revolución popular. Луцика mación parda ser útil y hastame real, tiende a dar una
importancia secundariu a la itter) de las masas y no murga.que aunque las crmis revma rias la
inczmificatan y ls auferatan, deyjning popular mia s anglim en el Aimguo Régimen y de hecho,
aerendis om mathos años a la actividad revolucionaria de la burguesía.
or otra parte, escritores como Daniel Guérin han caldo en el enreno opuesen al exagitar la
P
independencia y el grado de coheres cia y matures politica del movimiento popular, acentuando
particu larmente aquellos aspectos que pareces proyectane sobre los muvi mientos de la daur
obema de la siglos xx xx. Pra not hins riadores es la misma hurgusia la que deja de ser futra
revolutiona ria, no las asalariados sites.
l presente estudio introduce introduce material suevo para ilustrar la am pütud y divenidad del
E
meviminco m la ciudad y en el campo -paricularmente es la de Paris- en los años que
condujemn la revolación; intreta, además, sinuar m el marun hinбліст состели la revuelta de los
estamentes privilegiados y de los parlamentos (la rvunita nobiliaria) y la acción revolucionaria de
la hurguesis en la mais de 1788-1789, pero, ante todo, sa propósito es el de señalar la
principales fases y cariestes del movimiento popular durante los kimos años del Antiguo
Regimen, hana el momento en que sa "fsión" con el movimiento de la burguesía desencadenó
el estallido re- volucionario.
mpecemos por el año 1775. Aunque en anteriores períodos del siglo habían tenido lugar otros
E
muchos movimientos provocados por el hambre y por el elevado precio del pan-por ejemplo, en
1725, 1739-40, 1752 y 1768-, el de 1775 es, no sólo el más próximo al momento del estallido
revolucionario, sino el más amplio y mejor documentado y el que presenta mayor parecido con
los movimientos populares de la revolución misma. Turgot había sido nombrado con- tralor
general en agosto de 1774. No tenía especiales antecedentes de impopularidad, entre el común
del pueblo en cualquier caso, poco después de su nombramiento, el abbé Terray, su antecesor
y más ruidoso oponente, fue quemado en efigie en el Faubourg St. An- toine. Sin embargo, para
satisfacción de sus enemigos de la Corte, había de perder pronto cualquier signo del favor
popular por su ex- ceso de precipitación en la aplicación de la doctrina fisiocrática al co- mercio
del grano: un decreto del 13 de septiembre reinstauraba la li- bertad de comercio del grano y de
la harina. Esto, agravado por una mala cosecha, llevó a la escasez y rápido aumento del precio
del tri- go, de la harina y del pan en la primavera y el verano siguientes. El precio de la hogaza
de 4 libras (que normalmente era de 8-9 sueldos, aunque, en los últimos años había sido más
bien de 10-11 sueldos) aumentó en París a 11,5 sueldos a principios de marzo y a 13,5 sueldos
a finales de abril. Ya habían estallado agitaciones relaciona- das con el grano en Bordeaux,
Dijon, Tours, Metz, Reims y Mont- auban, y, en sus inicios, habían desencadenado aquella serie
de dis- turbios conocida en la historia como la guerre des farines, cuyo centro había sido Paris y
las provincias adyacentes. El movimiento se di- fundió de mercado en mercado, y tomó la forma
de imposición del control popular sobre los precios del trigo, de la harina y del pan, fi- jándose
por lo general el precio del pan en 2 sueldos por libra, el de la harina en 20 sueldos el bushel y
el trigo en 12 francos por setier (2 quîntales). Se inició el 27 de abril en Beaumont-sur-Oise,
treinta ki- lómetros al norte de Paris, llegó a Pontoise el 29, a St. Germain el 1 de mayo, a
Versalles el 2 y al mismo París el 3. Luego se extendió hacia el este y hacia el sur, y
remontando los valles del Sena y del Marne, persistió durante varios días en los mercados y
pueblos de Brie, llegó a Beaumont-sur-Gâtinais (ochenta y cinco kilómetros al sur de Paris) el 9
y terminó en algún lugar de cerca de Melun el 10. Es ilustrativo señalar las principales
características de este im- portante movimiento. Fue esencialmente un movimiento espontánco
-contra lo que pretenden algunos historiadores provocado por el hambre y el miedo a la
scasez. Comportó la invasión masiva de mercados y granjas por los pobres de la ciudad,
e
campesinos y artesa- nos de los pueblos, e incluso en alguna ocasión por agricultores pro-
pietarios y burgueses pudientes. Iba dirigida principalmente contra los propietarios agrícolas o
campesinos prósperos (laboureurs), co- merciantes de grano, molineros y panaderos, y
despertó cierta sim- patía entre otras clases: algunos párrocos, por ejemplo, animaron a sus
feligreses o hicieron poco por impedirles tomar parte en el movi- miento, y más de un
funcionario de mercados ayudó desde el princi- pio fijando por su cuenta un precio "justo" para
el grano o la harina. ¿Por qué, pues, un movimiento de tal magnitud, tan parecido a algunos
movimientos de la revolución, no dio ningún resultado tan- gible? En primer lugar, la misma
crisis de subsistencias, aunque pro- longada, estaba ya superada hacia finales de verano: en
octubre em- pezaron a bajar los precios. En segundo lugar, Turgot consiguió aplastar el
movimiento combinando la propaganda a través de los obispos y el uso del ejército, que
permaneció totalmente fiel al go- bierno. Todavía más importante fue el hecho de no verse
implicado el grueso del campesinado: no se planteó el problema de los diez- mos, de los
derechos feudales y de las leyes de caza. Finalmente, y esto fue quizá lo más importante,
todavía no había empezado el en- frentamiento de la burguesía al orden existente y, de todos
modos, aquel movimiento forzosamente tenía que provocar su hostilidad, puesto que iba contra
miembros de su propia clase y contra un minis- tro cuyo acceso al cargo ella había saludado
con entusiasmo y cuyas reformas -incluida la del libre comercio del grano había apoyado
activamente: de hecho, en varias ciudades fue convocada la milicia burguesa para aplastar el
movimiento. La principal lección de 1775 fue, en suma, que, en las condiciones de la Francia
del si- glo XVIII, ningún movimiento de asalariados, artesanos y pobres del campo podía
esperar resultados revolucionarios. Esta verdad había de comprobarse en más de una ocasión,
tanto antes de la revolución como en su transcurso.
os doce años que siguieron (1775-1787) fueron, a pesar de una agudización general de la
L
crisis económica a más largo plazo, años de relativa estabilidad de los precios de los alimentos
y de paz social. En París, por lo menos, el precio del pan permaneció notoria- mente estable:
por el diario manuscrito del librero parisino Sébastien Hardy sabemos que, mientras en el
período de 1767 a 1775 el pre- cio de la hogaza de 4 libras raramente estuvo por debajo de los
11 sueldos (durante algunos días en noviembre de 1768, llegó a los 16 sueldos), en el período
siguiente el precio normal fue de 8 o 9 suel- dos, y sólo en 1784 durante breves períodos subió
a 10,5 u 11 suel- dos.
uizá sea más notable el número de huelgas; éstas alcanzaron a trabajadores de muchos
Q
oficios y entre los trabajadores de la seda de Lyon, adquirieron proporciones de insurrección.
Posiblemente esté en lo cierto Jules Flammermont al atribuirlas, por lo menos en parte, a las
medidas especiales de restricción de la asociación introducidas en agosto de 1776 y a la
indignación de los trabajadores por la re- vocación de la decisión de abolir los gremios; 16 pero
vale la pena observar que en la Francia del siglo xvm, como en Inglaterra, las oleadas de
huelgas coinciden habitualmente con períodos de precios relativamente estables. En 1776 se
produjo entre los encuadernado- res parisinos una huelga general para pedir la jornada de
catorce ho- ras. 17 En julio de 1785 tuvo éxito en París una huelga a gran escala de los
trabajadores de la construcción contra la congelación de sala- rios impuesta por los patronos.
En marzo de 1786 se declararon otra vez en huelga los carpinteros, y esta vez Hardy notó "una
espe- cie de fermentación" entre los oficiales de varios ramos. 18 En enero del mismo año
habían estado en huelga los trabajadores del trans- porte de la capital contra el establecimiento
de un monopolio rival por los favoritos de la Corte, y entre setecientos y ochocientos ha- bían
realizado una marcha hasta Versalles para ver al rey.19 En Lyon las huelgas de los trabajadores
de la seda dieron lugar a am- plias agitaciones con gran derramamiento de sangre. 20 Pero, a
ex- cepción del movimiento de Lyon, cuyo resultado fue que los maîtressuriers dominaron las
reuniones convocadas en 1789 para elaborar los cabiers de doléances de la industria de la
seda, parece dudoso que esas luchas obreras dieran impulso apreciable alguno al amplio y va
riado movimiento popular que había de surgir en el periodo de crisis revolucionaria.
n el año 1787 se inició la revuelta nobiliaria, que levantó el te- lón de la crisis revolucionaria de
E
1788-1789. En febrero el agota- miento del tesoro y el aumento del déficit obligaron al gobierno
a convocar la asamblea de notables. Calonne, como contralor general, propuso algunas
medidas provisionales para afrontar la crisis, entre las cuales se incluía un impuesto de timbre y
un impuesto sobre la propiedad territorial. Los estamentos privilegiados se negaron a co-
laborar. Calonne fue destituido el 8 de abril y le sucedió Loménie de Brienne, arzobispo de
Toulouse. Las propuestas de Brienne no tuvie- ron más aceptación que las de Calonne, el 25 de
mayo fue disuelta la asamblea de los notables y entonces empezó la révolte nobiliaire, Abrió el
fuego, como tantas otras veces, el Parlamento de París, el cual, aunque aceptó el plan de
Brienne de disminuir los controles so bre la venta y exportación de grano y sólo protestó contra
el impues- to de timbre, se negó rotundamente a aprobar el decreto sobre el im- puesto sobre la
propiedad territorial y exigió que se convocara a los estados generales para que se ocuparan
del asunto. Cuando, a pesar de todo, en agosto se promulgaron los decretos en un lit de justice,
los parlamentos de las provincias se unieron apoyando al de París, y Brienne se vio obligado a
capitular: el 21 de septiembre fueron reti- rados el impuesto sobre la propiedad territorial y el
impuesto de tim- bre y pocos días después fue rehabilitado el Parlamento de Paris. La vuelta
del exilio del Parlamento de Paris fue ocasión de albo- rotadas escenas de júbilo en la Place
Dauphine, la Rue du Harlay y otras vías de acceso a los Tribunales de Justicia. Se quemó en
efigie a Calonne, se encendieron hogueras en el Pont Neuf, donde estaban los Guardias se
hicieron estallar fuegos de artificio y buscapiés. Se gún la descripción de Hardy y las
etenciones del 28 de septiembre (culminación de los disturbios) queda claro que las fuerzas de
d
choque de esos disturbios las constituyeron los escribientes del Palais -Hardy los llama "una
juventud desenfrenada"- y los aprendices y oficiales empleados en la Place Dauphine en
negocios dedicados a artículos de lujo; el "populacho" de los barrios adyacentes se unió a ellos,
pero su papel fue securfdario. La burguesía aún no intervenia. En los meses que siguieron, que
lo que hizo entrar de nurvo en esce na al "cuarto estado", bien por cuenta propia (como en
París), bien como aliado temporal de los estamentos privilegiados disidentes, fue ante todo, la
crisis económica. La vuelta de Brienne a las medidas de "libre comercio" de Turgot dio lugar a
un aumento pronunciado del precio del grano; hacia julio de 1788, por lo menos en el norte, en-
traron de nuevo en acción los especuladores y se manifestaba un am- plio descontento por las
retenciones y acaparamientos. En Troyes, ya en abril, se había convocado a la milicia burguesa
para intimidar a los trabajadores textiles; 24 en París, como veremos, el alto precio del pan
había de contribuir, al final del verano, al estallido de una agitación popular. Pero la revuelta
campesina quedó en estado laten- te hasta la siguiente primavera, cuando el descontento por
los precios de los alimentos y por las exacciones señoriales, con el fermento polí- tico aportado
por las asambleas electorales locales, se resolvió en un estallido violento.
ntretanto la crisis política se había agudizado. Brienne había vuelto a recurrir a un empréstito,
E
que el Parlamento de Paris acepta- ba, a condición de que se convocara a los estados
generales. Pero en noviembre volvieron a interrumpirse las negociaciones, el duque de Orleans
y dos conseillers fueron desterrados y, en mayo de 1788, el parlamento hizo. pública una
declaración condenando globalmente el sistema de gobierno arbitrario, incluidas las lettres de
cachet. El go- bierno respondió haciendo rodear el Palais por el ejército, obligó a los
parlamentaires a entregar a sus cabecillas a la justicia real y pro- mulgó seis edictos,
preparados por Lamoignon, el garde des sceaux, que restringían la jurisdicción de los
parlamentos y conferían más amplios poderes a los tribunales y funcionarios reales. Siguió una
nueva fase de violencia: en junio hubo agitaciones masivas en Gre- noble y Rennes; " en julio,
en el Delfinado, la nobleza y el tercer es- tado unieron sus fuerzas contra la corona; en agosto
se concentraron alrededor de la capital fuerzas del ejército, por miedo a una "insu- rrección", no
tanto de los empleados y aprendices del Palais como del menu peuple de los mercados y de los
Faubourgs St. Antoine y St. Marcel 2
sos temores resultaron ser muy fundados. El gobierno se vio obligado a ceder a la oposición y
E
prometió que los estados generales serían convocados en mayo de 1789, Brienne era sustituido
por Necker el 24 de agosto y poco después era convocado de nuevo el parlamento. Las noticias
fueron saludables con una nueva ola de de- mostraciones públicas de alegría en la Place
Dauphine y en las vías de acceso al Palais: se encendieron hogueras y se obligó a los ocu-
pantes de los coches de caballos que pasaban por el Pont Neuf a inclinarse ante la estatua de
Enrique IV y a gritar: "¡Abajo Lamoi- gnon!". Pero un nuevo factor había de llevar estos
movimientos mu- cho más allá de las perspectivas y límites de los del año anterior. El 17 de
agosto, el precio de la hogaza de pan de 4 libras, después de haber permanecido fijo durante
mucho tiempo en 9 sueldos, aumen- tó a 9 sueldos y medio, el día 20 aumentó a 10 sueldos, el
2 de sep- tiembre a 10 sueldos y medio y el 7 de septiembre a 11 sueldos. Con este estímulo, al
tercer día (29 de agosto) los habitantes de los Afaubourgs se unieron a los movimientos y
transformaron todo su ca- rácter: se extendieron luego a los mercados y al barrio de la universi-
dad, continuaron, con breves intervalos, hasta finales de septiembre, con una alta proporción de
víctimas y detenciones; los detenidos eran principalmente artesanos y asalariados de partes
muy diversas de la ciudad. Los sans-culottes habían entrado en escena como fuer- za decisiva,
pero todavía no como aliados de la burguesía; la verda-
era crisis revolucionaria aún no había empezado. Esa crisis se desarrolló en el invierno de
d
1788-1789, y dio lu- gar a un reajuste radical de las alianzas y oposiciones entre las clases. La
cosecha había sido por lo general mala, y en la región de París se había visto mermada por una
enorme tormenta de granizo que se ha- bía desencadenado en julio. Siguió un invierno
excepcionalmente riguroso, que dejó sin trabajo a miles de personas y llevó en masa a la capital
a miles de habitantes del campo; " en diciembre Hardy es- cribió que había 80.000 personas sin
empleo. El precio de la ho- gaza de pan de 4 libras aumentó en los mercados de París a 12
suel- dos el 8 de noviembre, a 13 el 28, a 14 el 11 de diciembre, y final- mente a 14 sueldos y
medio el 1 de febrero; había de quedar a ese nivel hasta después de la caída de la Bastilla." En
los mercados de la región de París, en los que el grano era muy escaso, el precio del trigo
alcanzó en abril el fantástico nivel de 40 a 44 francos el se- tier. Entretanto, la crisis de la
industria-derivada de la crisis agra- ria, aunque sin duda agravada por los resultados del tratado
co- mercial con Inglaterra de 1786-4 había dejado sin trabajo a miles de, personas en todos los
centros textiles: segun tos informes de los inspectores de industria sobre el período de
septiembre de 1788 a enero de 1789, había 46.000 parados en Amiens, 10.000 en Rouen,
8.000 en Falaise, 30.000 en Carcassonne, 25.000 en Lyon; y en Troyes y Dedan estaban
parados la mitad de los tela- res, 31
stos fueron los antecedentes económicos que provocaron la en- trada de la burguesía en la
É
escena revolucionaria para oponerse a ellos. La causa del conflicto se enraizaba en lo profundo
del Antiguo Régimen: mientras que el comercio colonial, los valores de la propie dad territorial y
los gastos de lujo habían aumentado enormemente a ⚫lo largo del siglo, la inversión de capital
y la expansión de la manu- factura se habían visto obstaculizadas en todas partes por las corpo-
raciones con privilegios, por los propietarios feudales y por el gobier- no que habían impuesto
restricciones a las libertades capitalistas fun- damentales: libertad de contratar trabajo, libertad
de producir y li- bertad de compra-venta. Pero aunque el conflicto subsiguiente debió su
agudeza y finalidad circunstanciales a estos antagonismos sociales más profundos, el
enfrentamiento entre la burguesía y los estamentos privilegiados surgió, en primera instancia, a
propósito de la represen- tación y el voto en los estados generales. Ya en septiembre se había
desmoronado la consideración en que se tenía al Parlamento de Pa- rís como portavoz de las
"libertades populares" cuando éste había pedido que los estados generales se constituyeran
como en 1614, o sea, que los estamentos tuvieran igual representación y votaran por separado.
En el Manifiesto de los Príncipes de la Casa Real, en di ciembre, todavía se insistía con mayor
energía en el mantenimiento de los privilegios. Necker convenció al Consejo para que
concediera doble representación al tercer estado, pero el problema del voto "por cabeza" (como
exigía la burguesía) o "por estamentos" (como pre- tendían tercamente la nobleza y el clero)
quedó abierto y condujo, en Rennes, a enfrentamientos sangrientos entre nobles y plebeyos.
Ha- cia enero iban quedando perfilados los nuevos bloques de fuerzas, y Mallet du Pan señaló
ue ya no se trataba de un conflicto constitu- cional entre el rey y los privilegiados, sino de una
q
"guerra entre el tercer estado y los otros dos estamentos". " En febrero el conflicto llegó a una
fase más aguda con la publicación del panfleto titulado Qu'est-ce que le Tiers État?, del abbé
Sieyès, en el que la burguesía re- clamaba por primera vez el control de los destinos de la
nación, de jando de lado los deseos o privilegios de los otros estamentos. No es extraño que,
con estos avances, el invierno de 1788-
789 tuviera que ver los inicios de un movimiento popular que ha- bía de tener en conjunto más
1
amplias perspectivas y mayor intensi dad que los de los años anteriores. Este movimiento tuvo
otras ca- racterísticas, todavía más significativas: se convirtió en un movi Mov miento
permanente que no cesó hasta después de producirse el esta-178 llido revolucionario; pasó de
ser un movimiento primordialmente in- teresado por fines puramente económicos a tener unas
perspectivas políticas más o menos claramente definidas; desarrolló una solidaridad de
intereses entre los asalariados, los artesanos, los viticulto- res y los pequeños comerciantes de
la ciudad y del campo contra los monopolistas, los que acumulaban productos escasos y los
almo ladores grano; y, por último (aunque no siempre en cuanto mento), el movimiento de
gentes de la ciudad y del campo se "fun- dió" con la acción política de la burguesía contra los
privilegios feu- dales y el aparato de gobierno del Antiguo Régimen en su conjunto.
a revuelta contra la escasez y el aumento de precios se inició en los últimos días de diciembre
L
de 1788 y consta en los informes de los intendentes (o de sus subdelegados) de varias
provincias. Tomó formas diversas: saqueo de graneros y barcos de transporte de gra- nos,
imposición del control de los precios del pan, de la harina y del trigo, agitaciones en las
panaderías y mercados y en los ayuntamien- tos, ataques a los funcionarios fiscales, a los
tratantes y explotadores agrícolas y contra la propiedad, modalidad ésta muy generalizada. En
diciembre y enero llegan informes en este sentido de Bretaña y Turena; en marzo y abril de
Borgoña, de la Île de France, del Lan- guedoc. del Nivernais, del Orleanesado, de Picardía, del
Poitou, de Provenza y de Turena; en mayo y junio del Lemosín y del Lyonesa- do; en julio de
Champagne y Normandía. Hardy deja constancia de disturbios por la escasez y el precio del
pan en Reims en marzo, y en Nancy y Toulouse en abril.
n los faubourgs y mercados de París el alto precio de la carne y del pan provocó una ola
E
creciente de indignación que dio paso a la violencia destructiva de los disturbios por la cuestión
de Révei- llon, en el Faubourg St. Antoine, a finales de abril. A principios de mayo fueron
detenidos en las barrières diez "contrabandistas"; este movimiento alcanzó su punto de máxima
intensidad entre el 12 y el 14 de julio, con la quema de cuarenta de los más de cincuenta pues-
tos de cobro de derechos de entrada que rodeaban la capital.42
n la región que se extendía hacia el norte de París la lucha con- tra la escasez se configuró
E
como un movimiento contra las leyes de caza y los derechos de caza de la nobleza. En las
propiedades del príncipe Conti, de Cergy, Pontoise l'Ile Adam y Beaumont, los campesinos, que
debido a los estragos del granizo no habían recogi- do nada de sus cultivos, empezaron a
colocar trampas y a exterminar los conejos que infestaban sus campos. En la primavera, el
movi- miento se extendió a Conflans Ste. Honorine y a los pueblos veci- nos, y dio lugar a
nfrentamientos con la maréchaussée. En Oisy, en el Artois, los campesinos de una docena de
e
pueblos se juntaron para exterminar la caza del conde de Oisy, y desde entonces se negaron a
pagarle la tradicional soyeté o terzage. Cerca de Corbeil y en Chatou hubo enfrentamientos más
violentos; al sur y al oeste de la capital fueron desarmadas en junio comarcas enteras
sospechosas de caza ilegal a gran escala en cotos reales y aristocráticos. cos. En Lorena y el
Hainaut, los campesinos sin tierra y pequeños laboureurs unieron sus fuerzas para oponerse a
los edictos sobre cercados y a los planes de desocupación de tierras. Entretanto, en marzo en
Provenza, en abril en Gap y en mayo en el Cambrésis y Picardía, había estallado una revuelta
campesina contra los impuestos reales y las exacciones señoriales. Esta dio lugar en julio y
agosto a un amplio movimien- to, que llevó a la generalizada destrucción de castillos y títulos de
se- ñorío en regiones tan alejadas como Alsacia, Normandía, el Hai- naut, Macon y el Franco
Condado. Pero la hostilidad campesina hacia los cercados y la usurpación de los derechos de
pasto llevó también a ataques a los explotadores agrícolas capitalistas, y, en más de un caso, la
milicia burguesa volvió a unir sus fuerzas a las de la maréchaussée, para reprimir la agitación
del campesinado.
ero, a pesar de tales contradicciones, al hacerse la crisis más profunda, los burgueses y los
P
sans-culottes estrecharon su alianza en oposición a los estamentos privilegiados y al régimen
feudal. La con- cepción burguesa de "libertad" no iba a ganarse nunca del todo a las masas
urbanas y campesinas -ello fue causa de división a lo largo de la revolución, pero éstas y la
burguesía tenían intereses comunes: acabar con las trabas a la producción y con los altos
precios de los alimentos debidos a las aduanas interiores y a los gravámenes fisca- les; cortar
las alas (cuando no desposeer totalmente) a los que perci- bían diezmos o rentes y champarts
feudales; reducir los impuestos y los ruinosos costes de gobierno; obligar a los estamentos
privilegia- dos a contribuir adecuadamente al tesoro nacional; dominar a los monopolistas y a
los fermiers généraux; acabar con reliquias de las ti- ranías pasadas, como la Bastilla, las lettres
de cachet y las molestas in- vestigaciones de los parlamentos. Son precisamente ésas las
preten- siones que más frecuentemente se proclaman en los cabiers de doléan- ces, que
empezaron a elaborarse en los primeros meses de 1789, y aunque es cierto que en general
fueron preparados por la burguesía profesional, a menudo fueron corroborados por las
asambleas de campesinos, pequeños comerciantes y artesanos propietarios de talle- res o, más
raramente, por los gremios de oficiales o maîtres-ouvriers (como en Reims, Marsella, Troyes y
Lyon). 10
os estados generales "la gran esperanza", como los ha califi- cado Georges Lefebvre-
L
alentaron ardientes esperanzas hacia estas pretensiones porque estaba muy extendida la
creencia de que, eli. minados la obstrucción y el dominio de los estamentos privilegiados, ellos
podrían realizar un programa radical de ese tipo. En esas espe- ranzas se basaron la entusiasta
adopción de la consigna "Viva el ter- cer estado (que ciertamente se creía que englobaba
también al "cuarto estado")," y la creencia cargada de indignación en la exis tencia de un
"complot aristocrático", que se difundió cuando el par- tido de la Corte empezó a amenazar con
echar por el suelo esas espe- ranzas. Ese fue el estímulo directo por el que los oficiales, peones
y propietarios de tiendas y talleres -ya dispuestos a actuar a causa del coste ruinoso del pan, la
carne y el vino-se unieron al llamamiento de la dirección revolucionaria instalada en el Palais
oyal y --aun- que esto es menos seguro- a la que habían constituido los electores del tercer
R
estado de París en el Hôtel de Ville; fue esa convicción de que el Partido de la Corte se estaba
preparando para disolver los es- tados generales y someter a París con ayuda de fuerzas de
ejército extranjeras, mucho más que el oro del duque de Orleans, lo que de- cantó del lado de la
revolución al cuerpo principal de la guarnición de París, la Guardia Francesa que hacía tan poco
había disparado contra los que participaban en los disturbios de Réveillon. El 12 de julio,
cuando el popular ministro de Finanzas. Necker fue destituido por el rey la gente de los
faubourgs y de los mercados se unió a los burgueses revolucionarios y a las fuerzas de ejército
disidentes para llevar adelante la insurrección de Paris, el primer gran levantamiento armado de
la revolución. Se asaltaron en busca de armas las arme- rías, arsenales y edificios religiosos, se
destruyeron las odiadas barrie- res, se organizó una milicia burguesa (que incluía a los oficiales
pero excluía a los "vagabundos" y trabajadores sin empleo), se instaló un gobierno
revolucionario en el Hôtel de Ville y. finalmente, se tomó por asalto la Bastilla. El movimiento
popular se había "fundido" to- talmente con el de la burguesía revolucionaria; rápidamente el
ejem-
lo fue seguido en otras partes de Francia. Labrousse dice que la Bastilla cayó el mismo día
p
que el precio del grano alcanzaba en toda Francia su máxima cota cíclica. Sin
uda eso es significativo, pero sería un error intentar explicar única- mente en esos términos la
d
crisis revolucionaria en su totalidad, ya que sería dejar de lado totalmente la acción
revolucionaria de la bur- guesía y la penetración de las ideas y consignas políticas del tercer
iedo al hambre. Ello siguió siendo así más tarde y fue el elemento más persistente en el
m
constante resurgimiento del movimiento popu- lar durante los años de la revolución en agosto y
noviembre de 1789, en los años de 1792-1793 y, sobre todo, en 1795-14 ya en 1768 hubo un
miedo al hambre parecido a éste, y en 1775, como hemos visto, ese tipo de temores llevó a un
movimiento masivo de protesta popular, pero en ninguno de esos casos provocó un estallido
revolucionario. La causa de ello estribaba en que la crisis económica y política en su conjunto
más allá de cualquier aspecto en particu- lar, por importante que fuera no había madurado del
todo y en que el conflicto de clases sociales a que esa crisis daba lugar era todavía unilateral y
parcial; pero, sobre todo, se debió a que una de esas cla- ses, la burguesía, aunque
insatisfecha por las desigualdades, la co- rrupción, la extravagancia y las restricciones del
Antiguo Régimen, todavía no había empezado a oponerse seriamente a la monarquía absoluta
ni a los estamentos privilegiados, ni al sistema social del que dependían. Hasta la entrada de la
burguesía en la lucha revoluciona- ria, en el invierno de 1788 a 1789, las masas populares no
llegaron a tener una dirección y una serie de perspectivas y conceptos políti cos-conceptos
como tercer estado, nación, "complot aristocrático" y derechos del hombre- sin los cuales
hubieran gastado sus energías en acciones limitadas a fines puramente económicos. Esto no
supone subestimar la importancia de su contribución; sin su intervención, los burgueses
r evolucionarios de julio de 1789-muchos de los cua- les fueron presa del pánico en el momento
crucial de la insurrec- ción se hubieran visto perdidos y la recientemente constituida Asamblea
Nacional hubiera sido disuelta por las tropas reales. Pero, con todas sus vacilaciones y temores
-temores del partido de la... Corte y de las propias masas en las condiciones sociales del mo-
mento, la insurrección no hubiera podido llevarse a cabo con éxito sin la dirección y el liderazgo
político de los diputados, periodistas. redactores de panfletos y electores del tercer estado.
e hecho, una de las grandes lecciones de la Revolución francesa había de ser que el
D
movimiento popular, por militante y amplio que fuese, sólo podía tener éxito y subsistir como
fuerza revolucionaria efectiva en tanto que estuviera aliado a un sector importante de la
burguesía; y recíprocamente, la burguesía sólo podía llevar a cabo su misión histórica de
destruir las relaciones feudales de propiedad si ella o una parte importante de ella mantenía su
contacto con las am- plias masas de la ciudad y del campo. Es inútil omitir una u otra cara de
esta imagen, como han hecho algunos historiadores. En julio de 1780, como hemos visto, en el
momento de la crisis revolucionaria, los intereses inmediatos de las masas coincidieron con los
del grueso de la burguesía, y hasta con los de una minoría de la misma clase pri- vilegiada. En
el otoño siguiente, como tantas veces a lo largo de la revolución, la preocupación del menu
peuple parisino por los proble mas de elevación de precios y de escasez amenazó con romper
la alianza, al dirigir su principal descontento contra los monopolistas y las recién instituidas
autoridades de la ciudad; la utilización de ese movimiento para los cometidos políticos
determinados por los mo- nárquicos constitucionales fue el único motivo por el que la familia
real fue llevada a París y volvió a salvarse la Asamblea Nacional. En los años de 1791 a 1794
surgieron situaciones parecidas, aunque con distintas formas de alianza, al avanzar la
revolución demo- crático-burguesa; pero en el verano de 1794, cuando el gobierno re-
volucionario se vio obligado por sus propias contradicciones a sacri- ficar los intereses de los
sans-culottes, se rompió la alianza y Robes- pierre cayó como víctima fácil de las intrigas de sus
enemigos. En la primavera y principios del verano de 1795 se intentó reconstruirla, durante las
insurrecciones populares masivas de germinal y pradial; pero en el momento decisivo desertó el
ala radical de la burguesía, por debilidad o por miedo a las masas, y el movimiento popular fue
finalmente aplastado. No había de resurgir hasta 1830, y lo haría en circunstancias muy
distintas.
Cap 4
Capítulo 4
unque en esa actitud hay más de un punto de verdad, en con- junto está fuera de lugar, ya que
A
nos presenta la toma de la Bastilla como un acontecimiento único, aislado, separado de las
circunstan- cias en que tuvo lugar y de las pasiones que el comienzo de la revolu ción había ya
desatado. Para presentar una imagen fiel parece nece- sario situar ese episodio en el marco
histórico que le corresponde, no sólo relacionándolo con los acontecimientos políticos de julio
de 1789, sino intentando contemplarlo desde el punto de vista de los miles de parisinos que
jugaron un papel en unos hechos que culmina- ron aquí. Por lo menos en un sentido
s indiscutible que la Bastilla se ha- bía convertido en un anacronismo. Construida por Carlos V
e
en el si- glo xiv como fortaleza para la defensa de las vías de acceso a la capi tal desde el este,
cuatrocientos años más tarde estaba todavía en pie como advertencia inflexible, recuerdo de un
pasado de violencias. El temor que inspiraban sus ocho torres y sus muros de veinticinco me-
tros aumentaba por el celo con que el gobierno mantenía sus secretos y el juramento de
silencio impuesto a los que estaban presos alli como condición para su liberación. Entretanto, el
aspecto de la ciu- dad se iba transformando rápidamente. Aunque las prisiones del Temple y del
Châtelet rivalizaban con la Bastilla como restos de un pasado feudal y Notre Dame y la Sainte
Chapelle dominaban toda- vía los accesos a la Cité, seguían a ritmo acelerado los trabajos de
re- construcción iniciados bajo Luis XV y activamente apoyados por la nobleza y la burguesía
enriquecida. Se estaban echando abajo las ca- sas situadas sobre los viejos puentes, se había
iniciado la construcción del Pont Louis XVI -el actual Pont de la Concorde- y el Pont Neuf,
aunque no acabado hasta 1600, era en tiempos de la revolu- ción el segundo en antigüedad,
después del Pont de Notre Dame. Se estaban quitando del centro los cementerios medievales y
se empeza- ban a ver calles pavimentadas, a imitación de Londres. Sébastien Mercier podía
escribir en 1788 que en los últimos treinta años se ha- bían construido 10.000 casas y había
sido reconstruido un tercio de París. En el Marais, el barrio aristocrático de moda de la orilla
dere- cha, las nuevas residencias urbanas de los Rohans y de los Soubises eclipsaban el
antiguo esplendor de los hôtels de Bourgogne y de Sens. Más al oeste, en la entrada del
elegante Faubourg St. Honoré, el duque de Orleans, el más rico y popular de los príncipes de la
casa real y pretendiente al trono, había construido las magníficas arcadas jardines del Palais
Royal, que pronto se convertirían en centro de lujosa diversión y lugar de reunión de periodistas
redactores de pan- fletos y personas enteradas de los rumores políticos. En los boule- vards se
erigió el Théâtre Italien en los jardines del duque de Choi- seul; en la orilla izquierda se
construyó en 1789 el Théâtre Français (el futuro Odéon), en el lugar que había ocupado el Hôtel
de Condé, recientemente adquirido por tres millones de libras. En provincias le- janas se habían
contratado ejércitos de trabajadores y el ritmo de construcción era a veces fenomenal: la Ópera
se construyó en setenta y cinco días, y el Château de Bagatelle en seis semanas. Los muros de
la Bastilla no eran lo único que destacaba en agu-
o contraste con este enfebrecido progreso de la modernización; lo mismo ocurría con las
d
antiguas viviendas, talleres y casas de huéspe- des en los que todavía vivía y trabajaba el
grueso de la población de París. No obstante, sería equivocado definir a esa masa como clase
obrera diferenciada, como han hecho algunos historiadores: aunque abarcaba ya a casi la mitad
de la población de París, los asalariados y sus familias no formaban aún un grupo social
claramente definido, identificable por su manera de vestir, por su forma de vida o su as- pecto
social. No existía todavía ningún sistema de fábricas o "cintu- rón" industrial, aunque los
fabricantes textiles con iniciativa habían montado fábricas en las que llegaban a emplearse 400,
500, o hasta 800 trabajadores en una sola nave. Aparte de las múltiples pequeñas actividades
que se desarrollaban en los mercados, junto al río, en la Place de Grève o en el Pont Neuf, el
modo de producción predomi- nante era todavía el del taller tradicional, donde el oficial
trabajaba con el maestro propietario y participaba en su conversación, o inclu- so vivía y comía
en su casa, aunque sus posibilidades de promoción iban quedando cada vez más remotas. Éste
sector de la población, heterogéneo aunque con estrechas relaciones internas, constituido por
artesanos, pequeños comerciantes, tenderos, oficiales y peones -los sans-culottes de la
revolución- debía comprender ya, en 1789, cinco de cada seis habitantes de una ciudad con
más de 600.000 al- mas. Esas gentes vivían apretadas en los barrios viejos de la capital, en la
zona central de mercado junto al Louvre (la más densamente poblada de todas), en la isla de la
Cité y en los faubourgs del norte, del sur y del este. Entre ellos, el Faubourg St. Antoine aunque
no el más pobre, era el centro tradicional de agitación y disturbios popula- res, aun antes de la
revolución; en él vivía una comunidad muy uni- da de artesanos y maestros propietarios de
pequeños talleres con sus oficiales, cerca de los muros de la Bastilla y al alcance de sus ca-
ñones.
unque escritores como Sébastien Mercier consideraban que la gente común de París era
A
incapaz de cometer los excesos que se ha- bían visto en Londres durente la cuestión Gordon,
los grandes de- sórdenes del año 1789 habían tenido precedentes. Es cierto que Pa- rís tenía
fama internacional de ciudad bien "controlada"; pero los periodistas y los informes del Châtelet
han dejado constancia de pe- riódicos estallidos de descontento popular, provocados habitual-
mente por la escasez o el alto precio del pan, que alarmaban a los respetables burgueses y a la
alta sociedad de aquel tiempo: hubo estalli- dos durante el escándalo de Law en 1720,
disturbios por la escasez y los precios de los alimentos en 1740, durante el ministerio Fleury.
una violenta protesta contra el rapto de niños en 1750, la quema en efigie del abbé Terray en el
Faubourg St. Antoine tras la muerte de Luis XV y, sobre todo, disturbios por la escasez y la
carestía del pan en mayo de 1775, en los que la multitud indignada saqueó todas las
panaderías y puestos de venta de los faubourgs y del centro de la ciu- dad. Más adelante, en el
otoño de 1787 y 1788, cuando el Parla- mento de París todavía podía adoptar la postura de
campeón popu- lar de las antiguas libertades, los oficiales y trabajadores del centro de la ciudad
y de los faubourgs del sur se unieron a los empleados del Palacio de Justicia en
manifestaciones violentas que tuvieron lugar en el Pont Neuf y en la Place Dauphine para exigir
la retirada de mi- nistros impopulares.
n el invierno de 1788-1789, como tantas veces había ocurri- do antes, la escasez y la carestía
E
fueron el estímulo inicial del movi- miento popular. Durante todo el siglo XVII habían persistido la
esca- sez y los altos precios del pan, producto que, aun en épocas norma- les, absorbía la
mitad del presupuesto familiar. Los precios habían subido mucho más que los salarios. Se ha
calculado que, entre los dos períodos comprendidos entre 1726 a 1741 y 1771 a 1789, en toda
Francia los salarios habían subido sólo un 22 por ciento, mientras que los precios habían
aumentado un 65 por ciento. Esta tendencia se acentuó en los tres últimos años del Antiguo
Régimen. En París, el precio normal de la hogaza de pan de 4 libras, era de 8 o 9 suel- dos (8 o
9 peniques); entre agosto y septiembre de 1788 aumentó de 9 a 11 sueldos, y Hardy, el
librero-diarista, que vivia a un tiro de piedra del gran mercado popular de la Place Maubert,
escribía: "En los mercados y entre el pueblo no se habla más que de futuras revolu- ciones".
Aún tenía que empeorar: el 28 de noviembre el precio del pan aumentó a 13 sueldos, y empezó
un invierno crudo y frío que había de dejar sin trabajo a miles de personas. A principios de di-
ciembre el precio aumentó a 14 sueldos, cuando Hardy habla de 80.000 parados. Al terminar el
invierno, en los últimos días de ene- ro, el precio del pan alcanzó su cota máxima, 14 sueldos y
medio y permanecería a ese nivel hasta la semana siguiente a la toma de la Bastilla. Podemos
hacernos una idea de la dureza y el sufrimiento que ello significaba para el parisino ordinario
sabiendo que, entre fe- brero y julio de 1789, para alimentarse normalmente un trabajador de la
construcción hubiera tenido que gastar en pan las cuatro quintas partes de sus ingresos. Pero
no era el hambre el único estímulo de la agitación social.
on la promesa del gobierno de convocar en mayo los estados gene- rales en Versalles había
C
nacido una nueva esperanza-los historiado- res franceses la han llamado "la gran esperanza"-;
por fin iba a ha- cerse algo para aliviar los sufrimientos de los pobres. Las palabras "tercer
estado" y "nación" estaban empezando a ser de uso corriente entre el pueblo; en los disturbios
que agitaron el Faubourg St. Antoi- ne a finales de abril, los manifestantes, que asaltaron las
tiendas de comestibles y quemaron las propiedades de los fabricantes Henriot y Réveillon, iban
gritando: "¡Viva el tercer estado!". Pero, al agudi- zarse el conflicto entre el tercer estado y los
estamentos privilegia- dos, se vio que las intrigas aristocráticas iban a dar al traste con las
esperanzas depositadas en Versalles. Desde mediados de verano se habían ido concentrando
tropas extranjeras en las afueras de Paris: ya el 3 de junio Hardy había señalado la llegada de
regimientos ale- manes y húngaros, llevados con el pretexto de evitar una nueva olea- da de
agitaciones en el Faubourg St. Antoine. Las intenciones del partido de la Corte, reunido en torno
a María Antonieta y al herma- no menor del rey, el conde d'Artois, iban quedando al descubierto:
la noche del 22 de junio se convenció al rey para que destituyera a Necker, su popular ministro
de Finanzas, y para que intimidara a la Asamblea Nacional con un despliegue de fuerza militar.
El complot fracasó: miles de personas invadieron el patio del palacio para exigir que se
mantuviera en su puesto a Necker, los soldados, que estaban bajo las órdenes del príncipe de
Conti, no obedecieron la orden de fuego, y los diputados, reunidos por Mirabeau en un discurso
histó- rico, se negaron a disolverse. El rey se vio obligado a ceder.
ero la principal característica de la noche del 12 al 13 de julio fue la búsqueda de armas; se
P
entró en los edificios religiosos y se asaltaron las armerías y guarnicionerías de toda la capital.
Nos han llegado algunas declaraciones efectuadas en apoyo de las demandas de
compensación de los propietarios. En una, Marcel Arlot, propie- tario de una armería en la Rue
Grenéta, en la parroquia de St. Leu, decía que a las dos de la madrugada había penetrado
violentamente en su establecimiento una multitud dirigida por un oficial armero de la Rue Jean
Robert que se había llevado mosquetes, pistolas, sables y espadas cuyo valor total alcanzaba
las 24.000 libras (2.000 £). Un guarnicionero del Pont St. Michel denunció el robo de cinturones
y correajes por un valor de 390 libras y el propietario de una espade- ría de la parroquia de St.
Séverin, en la orilla izquierda, se quejó de que el 12 y el 13 de julio su tienda había sido
invadida varias veces y numerosas personas se habían llevado por la fuerza una cantidad
considerable de sables, espadas y hojas sin montar, negándose a pa- gar "bajo el pretexto de
que aquello iba a servir para la defensa de la capital; había sufrido pérdidas por valor de 6.684
libras (casi 500 £). Las pérdidas totales, según declararon en su momento a la Asamblea
Nacional los armeros de París, ascendieron a más de 115.000 libras (más de 9.000 £).
iene también considerable interés la relación de los sucesos de esa noche hecha por Jean
T
Nicolas Pepin, que trabajaba en una fábri- ca de velas de sebo; al comparecer como testigo en
relación con los hechos de St. Lazare, relató cómo se había unido a la apretada mu- chedumbre
de civiles y Guardias Franceses que, durante toda la no- che, se agitó por las calles gritando
consignas, haciendo sonar la alarma y buscando armas. Con su relato queda doblemente claro
que, en aquel momento, el centro director del movimiento revolucio- nario estaba en el Palais
Royal; en él, más que en el Hôtel de Ville, buscaban las masas, llenas de ira y confusas,
dirección y guía. No obstante, en la mañana del día 13 los electores hicieron un firme intento de
asegurarse el control de la situación. Constituyeron un Comité Permanente para que actuase
como gobierno provisional de la ciudad y determinaron poner límite a la toma indiscriminada de
armas por toda la población. Se habían alarmado por la quema de las barrières y por el saqueo
del monasterio de St. Lazare. Para ellos, los grupos de personas sin empleo y sin hogar, que
algún papel ha- bían jugado en esas operaciones, eran una amenaza tan grande como la de los
estamentos privilegiados que conspiraban en Versalles. Así que, precipitadamente, se movilizó
una milicia de ciudadanos, con el doble objetivo de defender a la capital de la amenaza militar
del ex- terior y del peligro de la "anarquía" interior. Cada uno de los 60 distritos electorales había
de aportar 200 hombres (más tarde 800). Aunque las condiciones de alistamiento las estableció
cada distrito, en la mayoría de los casos se impusieron condiciones en relación con la propiedad
y la residencia, que virtualmente excluían a una gran parte de la población asalariada; las
personas sin ocupación y los va- gabundos quedaban, desde luego, excluidos. Todos los
"irregulares" iban a ser desarmados inmediatamente. Según el doctor Rigby, un observador
inglés, ese proceso ya se había iniciado en la tarde del día 13, pero es dudoso que prosperara
mucho mientras duraba la in- surrección. Las masas asediaron el Hôtel de Ville pidiendo armas
y pólvora. Jacques de Flesselles, prévét des marchands y jefe en funcio- nes del gobierno
provisional de la ciudad, deseoso de poner limite al reparto de armas, hizo vagas promesas y
estacó emisarios al Arse- nal y al monasterio cartujo, que no habían de conseguir nada; al día
d
siguiente esta "trampa" le costaría la vida. Por la noche, la insisten- cia de las masas
semiarmadas que rodeaban el Hôtel de Ville obliga- ron a un elector, el abbé Lefebvre, a repartir
ochenta barriles de pól- vora que habían sido puestos bajo su custodia.
la mañana siguiente, el 14 de julio, continuó la búsqueda de armas y munición: al otro lado del
A
río tuvo lugar un espectacular asalto del Hôtel des Invalides; según Salmour, embajador sajón
que presenció los hechos, tomaron parte siete u ocho mil ciudadanos. El gobernador, marqués
de Sombreuil, fue abandonado por sus tropas y obligado a abrir las puertas. Más tarde denunció
que se habían lleva- do más de 30.000 mosquetes, de los cuales por lo menos 12.000 cs- taban
"en manos peligrosas". Entretanto se había alzado el grito de "A la Bastilla!".
ovimiento. Del sitio de la Bastilla nos han llegado numerosos relatos de tes- tigos presenciales
m
o de algunos que pretenden serlo. A menudo se mezclan profusamente lo real y lo imaginario.
Entre las más dignas de crédito están, quizá, las narraciones de los mismos electores, tanto en
las actas oficiales de su asamblea como en memorias individuales. De ellas parece deducirse
que la primera delegación enviada para parlamentar con de Launay llegó a la Bastilla a las 10.
Fue recibida amistosamente y se la invitó a almorzar, de modo que tardó algún tiempo en salir.
Entonces, la apiñada muchedumbre que esperaba fuera, temiendo una trampa, alzó el grito de
rendición o captura de la fortaleza. Para alejar sospechas, una segunda delegación, enviada por
el vecino distrito de La Culture, apremió al gobernador para que se rindiera. El que iba a su
cabeza, Thuriot de la Rozière, llevó al co- mité permanente la respuesta de que el gobernador,
si bien se había negado a rendirse, había retirado sus cañones y había prometido no abrir
fuego, a menos que fuera atacado. Hasta entonces la multitud que afluía por la Rue St. Antoine
había penetrado sólo hasta el patio exterior, de los dos que llevaban al puente levadizo principal
y a la puerta de la Bastilla. Como era habitual, ese patio exterior estaba desprotegido; quedaba
eparado del patio interior, llamado Cour du Gouvernement, por un muro y un puente levadizo
s
que de Launay inexplicablemente había dejado cerrado pero sin protección. Media hora
después de la partida de Thuriot dos hombres subieron al muro desde un edificio vecino y
bajaron el puente levadizo. Creyendo in- minente un ataque frontal, de Launay dio orden de
abrir fuego. En la refriega que siguió fueron muertos noventa y ocho asaltantes, y se- tenta y
tres fueron heridos; sólo uno de los defensores fue alcanzado. Otras dos delegaciones enviadas
a la Bastilla durante esta refriega fueron recibidas a tiros y no consiguieron llegar a entrar.
os respetables electores estaban en aquellos momentos a punto de perder sus cabales. Su
L
política de negociación pacífica había resul- tado un completo fracaso. De no haber sido por la
indignada insis- tencia de los grupos de ciudadanos armados que pululaban por las salas del
Hôtel de Ville, fuera en la Place de Grève y en las vías de acceso a la Bastilla, pidiendo
venganza por el derramamiento de san- gre y lo que se sospechaba que había sido una trampa,
sin duda hu- bieran abandonado sus esfuerzos. Entretanto, dos destacamentos de Guardias
Franceses, formados fuera del Hôtel de Ville, siguieron el llamamiento de Hulin, un antiguo
suboficial, quien los condujo a la Bastilla con cinco cañones que habían sido sacados aquella
mañana de los Invalides. Con unos pocos cientos de civiles armados que se les unieron en la
fortaleza, se abrieron paso bajo el fuego hasta el pa tio interior y apuntaron sus cañones a la
puerta principal. Esto fue decisivo. El gobernador ofreció rendirse con la condición de que
quedara a salvo la guarnición; pero la multitud enfurecida no quería oir hablar de condiciones, y
el sitio continuó. Parece que al llegar a este punto de Launay perdió la cabeza y amenazó con
volar la forta- leza, pero fue disuadido de ese propósito por su guarnición y, deses- perado, dio
órdenes de que se bajara el puente levadizo principal. Así cayó la Bastilla.
s quizá sorprendente que la muchedumbre enfurecida y victo- riosa que entraba en tropel por
E
las puertas abiertas de la Bastilla no tomara una venganza más completa e indiscriminada.
Había vivido días de tensión nerviosa, con el constante temor de un súbito ataque y del
desastre; creía que había sido traicionada por algunos de sus lí- deres; más de 150 hombres
que habían luchado con ella habían re- sultado muertos o heridos. De los 110 miembros de la
guarnición que había defendido la fortaleza fueron muertos seis; a de Launay se le había
prometido un salvoconducto hasta el Hôtel de Ville, pero fue derribado por el camino y
decapitado con un cuchillo de car- nicero. De Flesselles, que había provocado la indignación
popular por su resistencia al reparto de armas, encontró una muerte parecida cuando siguió a
sus acusadores desde el Hôtel de Ville.
85
ntretanto habían sido liberados de sus celdas los siete presos de la Bastilla. Había cuatro
E
hombres acusados de falsificación de letras de cambio, encerrados sin juicio desde enero de
1787 y dos locos, uno de los cuales había permanecido encerrado durante cuarenta años por
tener intención de asesinar al rey y el otro había perdido la razón antes de su traslado a la
Bastilla desde la cárcel de Vincennes, cinco años antes; el séptimo, el conde de Solages, era un
joven liber- tino que, según costumbre de la época, había sido encerrado a peti- ción de su
padre por orden de una lettre de cachet "por disipación y mala conducta". En realidad, aunque
la forma arbitraria de su confi- namiento -sin acusación ni juicio formales- no decía nada en
favor del sistema judicial imperante, como víctimas de la tiranía esos pre- sos eran una muestra
decididamente pobre. Así, pues, después de los brindis y celebraciones iniciales que la ocasión
pedía, no se hizo nin- gún esfuerzo serio por cubrirles con un disfraz de héroes. Los dos lo- cos,
por lo menos, no disfrutaron de fama ni libertad por mucho tiempo: tras un corto intervalo,
fueron enviados al manicomio de Charenton.
ntre las muchas "leyendas" de la Bastilla pocas han sido tan persistentes como la que
E
presenta a sus asaltantes como vagabundos y criminales o como una canalla mercenaria
reclutada en las tabernas del barrio de St. Antoine. Pero no sólo no hay datos para apoyar esta
descripción, sino que los datos disponibles la refutan directa- mente. Por las listas de quienes
se consideraba que habían tomado la Bastilla, los llamados vainqueurs de la Bastille,
elaboradas por la Asamblea Nacional sabemos las ocupaciones y direcciones de la gran
mayoría de los que participaron directamente en el asalto -unos se- tecientos u ochocientos. La
mayor parte, lejos de ser pobres o va- gabundos, estaban establecidos y residían en el
Faubourg St. Antoi- ne y en las parroquias adyacentes de St. Gervais y de St. Paul; ade- más,
la mayoría eran miembros de la milicia de ciudadanos, de la cual tales elementos quedaban
rigurosamente excluidos. Entre los que intervinieron aparecen los nombres de algunos que
habían de distinguirse durante la revolución: Jean Rossignol, orfebre del Fau- bourg St. Antoine
y más adelante general de la República, Antoine Joseph Santerre, rico cervecero y jefe
supremo de los batallones de ciudadanos que derribaron la monarquía en agosto de 1792,
Stanis- las Maillard, que jugó un importante papel en la toma de la Bastilla y, unos meses más
tarde, se puso a la cabeza de las mujeres de los mercados en su histórica marcha hacia
Versalles. Pero la mayor parte de los participantes eran gente sin distinción particular, cuyos ofi-
cios y ocupaciones eran los típicos del faubourg y de los barrios adya- centes: carpinteros y
ebanistas, cerrajeros y zapateros sólo éstos componían más de una cuarta parte de los civiles
participantes-, tenderos, tejedores de gasa, escultores, trabajadores de la ribera y peones. Entre
ellos predominaban los pequeños propietarios y los ar- tesanos independientes, más que los
oficiales o asalariados, con lo que se reflejaba fielmente la estructura social del fasbourg.
hora, en un sentido más amplio, podemos estar de acuerdo con Michelet en que la toma de la
A
Bastilla no fue sólo cosa de unos po- cos cientos de ciudadanos del barrio de St. Antoine, sino
del pueblo de Paris en su totalidad; se ha dicho que aquel día estaban en armas entre 180.000
y 300.000 parisinos. Tomando una perspectiva más amplia, no deberíamos ignorar el papel
jugado por la gran masa de pequeños artesanos, comerciantes y asalariados en el Faubourg St.
Antoine y en los demás sitios, cuya actitud revolucionaria se había ido formando a lo largo de
muchos meses, debido al aumento del coste de la vida y, al agudizarse la crisis, a la creciente
convicción de que las grandes esperanzas que había despertado la convocatoria Ide los
estados generales iban a ser echadas por los suelos por un "complot aristocrático
econocida por
5
Capítulo 5
no de los aspectos de la Revolución francesa que ha sido desa- tendido por los historiadores
U
es la composición social de las turbas revolucionarias. Es cierto que Georges Lefebvre publicó
un impor tante estudio sobre la psicología de las muchedumbres revoluciona- rias, pero pocas
veces se ha intentado determinar con algún grado de precisión el carácter de las turbas que en
julio de 1789 llevaron a cabo la revolución de París que en octubre volvieron a llevar al rey a la
capital desde Versalles y que en agosto de 1792 derribaron la mo- narquía. Ignorando
definiciones más precisas, los historiadores, al describir a esos insurgentes y a esas turbas, se
han contentado con usar vagas generalizaciones como "el pueblo" o "el populacho" (o
variaciones sobre esos temas), según sus prejuicios y según hayan se- guido las tradiciones de
Michelet o de Taine.
unque no es posible dar una descripción detallada de todos los que participaron en esos
A
movimientos revolucionaros, en los Archi- vos Nacionales y en otras partes hay documentos
que hacen posible presentar un análisis bastante exacto de los diversos sectores sociales que
intervinieron en las insurrecciones que tuvieron lugar en Paris durante el período a que nos
referimos. Las fuentes más valiosas para este tipo de investigación son los informes de los jefes
de policía del Châtelet y de las secciones de París de entre 1790 y 1795: la clasificación de
esos materiales, realizada por Alexandre Tuetey hace más de medio siglo, abrió a los
investigadores de la historia social una rica mina de datos. Es evidente que esos informes se
refieren sólo a una minoría de los que intervenían en disturbios y manifesta- ciones: a los
detenidos, a los que quedaban presos, a los muertos y a los heridos, pero las muestras que se
obtienen son a menudo lo sufi- cientemente amplias como para permitirnos sacar algunas
conclusio- nes generales y de suficiente validez.
l primero que demostró el valor de este método fue Marcel Rouff, en un corto estudio que
E
realizó sobre los informes de los jefes de policía sobre los mendigos y vagabundos de las calles
de Paris en enero-febrero de 1789.6 Mediante un análisis de los domicilios y ocupaciones de los
que habían sido encarcelados, y de los períodos en que habían estado en paro, M. Rouff pudo
ostrar que la gran mayoría no eran mendigos o vagabundos profesionales, sino vícti mas del
m
paro que desde hacía poco afectaba a cierto número de acti- vidades de París; los había
despedido de su trabajo la crisis económi ca que estalló en vísperas de la revolución. Intentaré
usar aquí un método parecido para presentar una imagen de la composición social de las
masas que protagonizaron los disturbios de París entre 1789 y 1791.
oy en día es algo normalmente reconocido que los aconteci- mientos de la Réveillon, que
H
tuvieron lugar el 28 y el 29 de abril de 1789, aunque sucedieron algunos días antes de la
asamblea de los es- tados generales en Versalles, constituyeron el primer gran estallido popular
de la revolución. Fueron consecuencia directa de las obser- vaciones "desconsideradas" que
habían hecho dos fabricantes del Faubourg St. Antoine; en sus asambleas electorales locales
se habían quejado de los altos costes de producción y habían expresado el de- seo de que los
salarios volvieran a su antiguo nivel de 15 sueldos diarios. En los disturbios que hubo a
continuación-principalmente en el Faubourg St. Antoine, pero con un apoyo considerable de los
barrios vecinos fueron saqueadas e incendiadas las casas de los dos fabricantes. Según los
informes oficiales los Guardias France- ses mataron a veinticinco personas e hirieron a otras
veinticinco; fue- ron detenidos treinta y cinco hombres y mujeres, de los cuales tres fueron
ahorcados por sedición y cinco fueron marcados y enviados a galeras.
s, desde luego, imposible determinar el número total de los que tomaron parte en los
E
disturbios, pero los testigos presenciales están de acuerdo en que por la tarde del 28 de abril se
manifestaron por el Faubourg St. Antoine y por los distritos vecinos unos 500-600 "obreros", y
en que en el transcurso de la noche su número aumentó hasta 3.000. Parece que por la noche
del 29, en los accesos a la fábrica Réveillon, de la Rue de Montreuil, la multitud era todavía más
numerosa. Según los relatos de testigos presenciales, la mayoría cran asalariados. Tanto el
librero Hardy, en su diario de acontecimientos, como
rosne, el jefe de la policía (en los despachos que envió a Versalles). describen a los que
C
tomaron parte en los disturbios como ouvriers, 2 también usan ese término los autores del
panfleto Acte patriotique de trois electeurs, que vieron a los grupos de manifestantes reunidos
en la Place de Grève por la noche del 28 de abril. Desde luego que, dada la falta de precisión
en el uso del término "obreros" en el si- glo xvm, estas indicaciones apenas pueden
considerarse concluyen- tes; pero se confirman por las personas interrogadas por la policía una
vez pasados los disturbios, cuyas declaraciones son más precisas. Su testimonio revela que se
llamó directamente a los asalariados, tan- to en sus casas como en sus lugares de trabajo.
Gilles, un marmolista, dijo al comisario Desmarets que él y sus compañeros habían abando-
nado su trabajo a las tres de la tarde del día en que había sido des- truida la fábrica Réveillon;
J. B. Hallier, maestro herrador, declaró ante el comisario Guyot que sus trabajadores habían
parado de tra bajar a las dos de ese mismo día; grupos de participantes en las agi- taciones
convencieron a los 500 trabajadores de la Real Fábrica de Vidrio para que se les unieran, o les
obligaron a hacerlo, y éstos ig noraron las instrucciones de de Crosne, que decía que se los
mantu- viera en sus puestos de trabajo. Marchand, un trabajador portuario, declaró que aquella
tarde en los muelles no se trabajó; Téteigne, que también trabajaba en el puerto, declaró que le
habían obligado a unirse a la agitación y que habían ido a un lugar en que estaban reu- nidos
arios cientos de estibadores y otros trabajadores. En el distri- to del Temple los insurgentes
v
fueron a buscar a los trabajadores a sus casas 14
ay otras pruebas que apoyan la opinión de que el elemento predominante en los disturbios por
H
la cuestión Réveillon lo consti- tuían los asalariados más que los artesanos independientes, los
peque- ños propietarios de talleres u otros sectores del menu peuple, éstas se obtienen de un
estudio de las ocupaciones de las personas muertas. heridas o detenidas por el ejército. De los
dieciséis cadáveres identi ficados y examinados en el cementerio de Montrouge, en el hospital
del Hôtel Dieu y en la cárcel de la Force, y cuyas ocupaciones son conocidas, trece
corresponden a trabajadores asalariados. Entre los veinte heridos interrogados por la policía en
el Hôtel Dieu, en el hospital de la Caridad y en la Force había quince trabajadores asala. riados.
Puede quizás admitirse que los treinta y cinco hombres y mujeres detenidos, muchos de ellos
en las bodegas de la casa de Ré. veillon, probablemente intervinieron en los hechos de forma
más di- recta que los que casualmente fueron víctimas de las balas de los sol. dados; y entre
esos detenidos parece que hasta treinta eran trabaja. dores asalariados; los otros eran un
escultor, un escritor, un vinatero, un maestro tapicero y un caballero del Sacro Imperio Romano,
Esta proporción es mucho mayor que ninguna de las que encontrare. mos en documentos
similares referentes a disturbios y agitaciones que tuvieron lugar más adelante en este período.
Pero quizás esto no debe extrañar, si se tienen en cuenta las especiales circunstancias que
concurrian en la cuestión Réveillon y el llamamiento a la acción par- ticularmente dirigido a los
asalariados del Faubourg St. Antoine y de los barrios adyacentes; tal llamamiento no tiene
paralelo en la his- toria de la revolución.
a Revolución de París de julio de 1789, cuya culminación fue la toma de la Bastilla y el paso de
L
la autoridad municipal a la asam- blea de electores, se desarrolló en forma de una insurrección
popular armada, que duró desde el 10 hasta el 14 de julio. Sus principales fa- ses las marcaron
el apoyo dado a la causa popular por las fuerzas ar- madas, la quema de las barrières (puestos
de cobro de derechos de en- trada), el saqueo del monasterio de St. Lazare, la toma de armas
por la población civil y el sitio y toma de la Bastilla. Con ayuda de los informes policiales del
Châtelet y de otros documentos podemos de terminar con bastante precisión la composición
social de las masas que participaron en algunos de esos hechos. En el dossier referente a la
quema de cuarenta de los cuarenta y cuatro puestos de recauda- ción fiscal que rodeaban
Paris, por ejemplo, encontramos un docu- mento de la máxima importancia: las declaraciones
de ochenta y un testigos que fueron oídos entre el 29 de marzo y el 29 de abril de 1790.1 Este
documento nos proporciona una detallada descripción hecha por testigos presenciales de lo que
sucedió en treinta y una ba rrières distribuidas por una amplia zona de los suburbios que rodea-
ban la ciudad. Nos da una imagen de los insurgentes, de sus jefes y de sus pretensiones como
no la hubiéramos podido obtener de ningu na otra fuente.
sí nos enteramos de que entre los líderes había algunas perso- nas por cuya manera de
A
comportarse y por la forma de vestir desta- caban como aristocratas o burgueses. En las
barrières de Fontaine- bleau y del Hôpital, que daban acceso al Faubourg St. Marcel, fue visto
el aventurero Musquinet de St. Félix. Entre los que incendia- ron las barrières de St. Georges y
de Trois Frères había dos personas de las que se dice que iban "bastante bien vestidas". El que
iba a la cabeza de los insurgentes en Longchamps "parecía persona de cate goría", y en Passy
"vestía levita blanca, llevaba sombrero de copa y además iba bastante bien vestido". Entre los
ochenta participantes contra quienes el fiscal dio órdenes de detención el 10 de mayo, ha- bía
uno del que se decía que vestía "traje azul y llevaba un bastón con puño de oro", un segundo
llevaba una cadena de reloj de valor y un tercero "montaba un caballo blanco", 19 Pero ésos
eran la excepción. Los más frecuentemente menciona-
os en los relatos de testigos presenciales son hombres y mujeres del pueblo, tenderos,
d
artesanos y trabajadores asalariados. No debe sor- prender la frecuencia con que figuran entre
los que más activamente intervinieron los vinateros y los contrabandistas. El cabecilla de las
acciones en las barrières Blanche, de Clichy y de Monceaux era un tal Bataille, contrabandista y
empleado de un vinatero. En los pues- tos de aduana del Temple y del Marais iba a la cabeza
un contraban- dista profesional llamado Coeur de Bois. 20 De los ochenta insurgen- tes contra
los que se expedieron órdenes de detención quince son ca lificados de contrabandistas; entre
ellos había tres mujeres: la femme La Forest y dos hermanas, Henriette y Edmée Buratin.
Contra- bandistas y vinateros estaban en estrecha relación. Los disturbios de La Croix y de la
Haute Borne fueron dirigidos por cuatro vinateros -Bissard, Maréchaux, Billard y Chevet- que se
pusieron a recaudar los impuestos de entrada. Entre esos ochenta de que hemos hablado había
nueve vinateros y otras cinco personas que trabajaban para ellos o vivían en sus casas. De
otros once sospechosos nombrados en órdenes de detención dos eran vinateros, y había otros
cuatro entre las personas detenidas en junio de 1790. Pero, teniendo en cuenta el carácter
particular de estos disturbios, en estas cifras no hay nada que pueda sorprender.
o hay quizás ilustración más sorprendente de la hostilidad de la gente del pequeño comercio
N
hacia las barrières que la actitud de la guardia nacional frente a los acontecimientos a que nos
referimos. Ese cuerpo, que había sido creado recientemente para mantener el orden público y
hacer respetar la ley, no demostró ningún entusias- mo en la protección de las propiedades de
los fermiers généraux y al- guna vez llegó a ponerse abiertamente del lado de los insurgentes.
Es cierto que, al haber sido retirada dos días antes la fuerza de protec- ción del Regimiento
Real Alemán, este cuerpo tuvo que intervenir el 16 de julio para apagar el fuego del puesto de
entrada de Versalles; pero antes de que la guardia nacional hiciera acto de presencia, el puesto
había estado ardiendo durante cuarenta y ocho horas. En Vaugirard parece que la disposición
de los guardias fue especialmen te favorable a los insurgentes. El suboficial encargado del
puesto ex- plica cómo una docena de guardias les amenazaron a él y al inspec- tor, les llevaron
bajo escolta armada a la sede del comité electoral lo- cal y les aconsejaron que no se
acercasen al puesto durante algún tiempo. Otro testigo refiere que, algunos días después,
mientras esta- ba intentando cobrar a un carnicero los derechos sobre un envío de carne, éste
llamó a la guardia nacional, "que lo dejó pasar sin pa- gar". No sorprende, pues, que el fiscal, al
publicar el 10 de mayo del año siguiente sus órdenes de detención, tuviera que hacerlas
proceder por un comentario sobre la falta de entusiasmo de la guardia nacio- nal en términos
como éstos: "En aquellos primeros tiempos la guar- dia nacional estaba lejos de mostrar ese
celo por el mantenimiento del orden y por la represión de las agitaciones que demuestra hoy".
Parece que también los trabajadores asalariados tomaron parte
n estas acciones de destrucción, aunque raramente tomaron la ini- ciativa. En la barrière St.
e
Martin, que quedaba en el extremo norte de la gran vía que iba de norte a sur de París
atravesando la ciudad, los funcionarios dieron el alto a un grupo de hombres y mujeres que
estaban intentando pasar de contrabando algunas botellas de coñac. "Un momento más tarde",
refiere un testigo, "llegaron al lugar un gran número de trabajadores de los vecinos talleres de
caridad (are- liers de charité), a los que las personas que iban en el primer grupo les gritaron:
¡Uníos a nosotros, tercer estado!»". Los funcionarios de aduana no pudieron ofrecer resistencia
y la bebida pasó. Se informó de un incidente similar ocurrido el 18 de julio en la barrière de St.
Louis, en el cual había intervenido gente sin empleo ocupada en tra- bajos públicos. Debió de
haber más ataques a los guardias de adua- nas por parte de trabajadores parados en
colaboración con contra- bandistas, puesto que el 19 de julio la recién constituida municipali-
dad de París hizo una petición especial de apoyo armado para la ques. 22 Se dijo que en
protección de las barrières contra esos ataques, 22 Montmartre entre los que provocaban los
incendios había trabajado- res de la fabricación de toneles; Vionnet, el suboficial del puesto, re-
conoció entre ellos a algunos que trabajaban para un tal Geoffroy, tonelero de la Rue
Coquenard. En la barrière de l'Hôpital, el 13 de julio, tres hombres a los que se les había
negado la entrada amenaza- ron con llamar en su ayuda a los trabajadores de un almacén
vecino, Por su testimonio nos enteramos de que en la operación de St. Lazare hubo dos fases
diferenciadas. La primera comprendió la en- trada en el edificio, transporte de grano y harina al
mercado de gra- nos, destrucción de registros y liberación de los presos; la segunda, el registro
de habitaciones y mobiliario y el robo de vino, comida, objetos de plata y todo tipo de cosas con
algún valor, real o imagina- rio. En la primera fase parece que se siguió un plan de operaciones
unitario y que intervinieron ciudadanos armados apoyados por sol- dados de los Guardias
Franceses y dirigidos por jefes burgueses; la segunda, en cambio, parece que fue totalmente
desorganizada y lle- vada a cabo por gentes de aquella zona, hombres y mujeres, peque- ños
tenderos y artesanos, trabajadores con empleo o parados, impul- sados por el hambre y el odio
hacia el acaparador. los trabajadores asalaria-
ntre esos asaltantes eran numerosos dos y los pobres de los alrededores. Dos testigos dijeron
E
haber visto a varios pobres que recibían regularmente ayuda en el mismo St. La- zare. Una
vendedora del mercado que entró en el edificio poco des- pués de las cinco de la mañana dijo
que había reconocido a algunos mozos del mercado y a varios trabajadores de los talleres de
caridad. De los veintitrés hombres y mujeres contra los que se cursaron órde- nes de detención
y cuyas ocupaciones constan en los informes, puede suponerse que dieciséis eran trabajadores
asalariados: dos canteros, tres amas de casa, un mozo de caballos, dos peones, un carretero,
un hombre que trabajaba en los transportes fluviales, un tejedor de cin- tas, un botonero, un
albañil, un carpintero, un zapatero y un ruedero (estos cuatro últimos trabajaban como
empleados). El resto vivía del comercio, y entre ellos había un zapatero y su mujer, una
vendedora del mercado, un tendero y la mujer de un vendedor de corcho. To- dos ellos
habitaban en los alrededores, y seis eran mujeres. Se ve cla- ro además que los que
intervinieron disfrutaban del apoyo de la sim- patía de la población local: de esos veintitrés
testigos sólo tres hicie- ron alguna acusación personal, y de las treinta y una personas contra
las que se cursaron órdenes de detención sólo catorce se presentaron para el interrogatorio. No
hubo ni una sola condena.
a identidad de los que intervinieron directamente en la toma de la Bastilla la podemos
L
determinar con mucha mayor precisión. Es cierto que los relatos de la época son notoriamente
imprecisos y han dado pie a la tradición que presenta a los asaltantes como "el pue- blo" o "los
obreros" del Faubourg St. Antoine. Bailly apuntó en sus memorias que "no se habían atrevido a
oponerse al pueblo que, ocho días antes, había tomado la Bastilla". El 14 de julio Hardy anotó
en su Journal que "los obreros del barrio de St. Antoine habían de- terminado sitiar formalmente
la fortaleza"; 26 más tarde Marat pre- tendió que el sitio había sido obra de "diez mil pobres
trabajadores del Faubourg St. Antoine" 27 Si se tiene en cuenta el sentido del término "obrero"
entonces
igente y el indudable apoyo que los que efectivamente participaron en el asalto encontraron,
v
no sólo en el faubourg sino entre toda la po blación de París, estas declaraciones parecen bien
ciertas. Pero si, por el contrario, nos interesan más los pocos cientos de personas que
directamente intervinieron en la toma de la fortaleza, podemos lo- grar mayor precisión
recurriendo a algunos documentos que ha- cen referencia a los que eran oficialmente
reconocidos como rain- queurs de la Bastille. La primera lista completa y oficial de los vain-
queurs fue publicada por orden de la Asamblea Constituyente el 17 de junio de 1790. Incluía los
nombres de 871 asaltantes, sesenta viudas, nueve niños y dos huérfanos. 28 En una segunda
lista oficial, elaborada un poco más tarde, constan, por orden alfabético, 954 nombres; en
algunos casos se dan las ocupaciones y detalles sobre los mutilados y heridos, y aparecen las
sesenta viudas, los nueve niños y los dos huérfanos que estaban en la lista anterior. 29 La
tercera lista forma parte del dossier Osselin de los Archivos Nacionales; en ella constan sólo
662 nombres. 50 Son los nombres de los que estaban es- perando los mosquetones, las
bayonetas, las espadas, las bandoleras y otras armas que la Asamblea había ofrecido a los
vainqueurs; su re- parto estaba a cargo de Osselin, administrador de la guardia nacio- nal de
París. La lista no está fechada, pero la correspondencia adjun- ta data del verano y de principios
del otoño de 1790, cuando los vainqueurs empezaban a estar equipados, y esto prueba que no
pre- tendía ser una lista completa (la razón, sin embargo, no está del todo clara). Y así, el 13 de
julio de 1790, el secretario de los vainqueurs, Maillard, cuyo nombre no consta en la lista
firmaba recibo de 870 artículos de equipo; y en una nota enviada a Osselin, fechada el 23 de
agosto de aquel año, acusaba recibo de "870 bandoleras y otros tantos correajes; pero-decía
esa cantidad no es suficiente para ha- cer frente a nuestras necesidades, pues, como luego
demostraremos, se han añadido más nombres a la lista","
unque esta última lista sea incompleta, es la única que puede ayudarnos a determinar la
A
composición social del grupo que llevó a cabo el asalto. La primera lista oficial es dificil de
seguir; la ortogra- fía es mala, se repiten apellidos y faltan nombres y otros detalles, lo que
plantea difíciles problemas de identificación. La segunda tiene la ventaja de estar por orden
alfabético y de incluir nombres o iniciales,
ero las ocupaciones sólo aparecen en unos cincuenta casos, y tam- bién hay muchas
p
repeticiones. La lista de Maillard es, de hecho, la única en la que junto a los nombres de 600
civiles que participaron en la toma encontramos pormenores casi completos de sus domicilios y
cupaciones. De modo que de las tres listas ésta es la única que nos da una idea clara de la
o
posición social y ocupación de cada uno de los vainqueurs sin tener que recurrir a
especulaciones imaginativas. Jaurès escribió: "En la lista de combatientes no hay ni rastro de
los accionistas y capitalistas por quienes, al menos en parte, se luchó por la revolución". Parece
que realmente entre los que tomaron la Bastilla eran poquísimos los hombres ricos y con
recursos. En las lis- tas aparecen tres fabricantes, cuatro negociantes, el cervecero Sante- rre,
tres oficiales de marina, quizás un puñado de hombres ricos entre los treinta y cinco
comerciantes de todo tipo y cuatro a los que se ca- lifica de burgueses. El resto, aparte de
sesenta y tres soldados y ca- torce miembros de la caballería de la Maréchaussée de la guardia
na- cional (cuyas profesiones civiles no constan), son casi sin excepción pequeños
comerciantes, artesanos y trabajadores asalariados. Pero entre ellos, la gran mayoría está
formada más que por trabajadores asalariados, por pequeños negociantes, propietarios de
tiendas, arte- sanos propietarios de talleres y patronos o artesanos independien-
tes, 14 Un análisis detallado de los oficios y ocupaciones muestra que la mayoría eran maestros
propietarios de pequeños talleres y ayudantes de éstos. Había 49 carpinteros de blanco, 48
ebanistas, 41 cerraje- ros, 28 zapateros, 20 escultores y modelistas, 11 grabadores de me- tal,
10 torneros, 10 peluqueros y fabricantes de pelucas, 7 alfareros, 9 constructores de
monumentos funerarios, 9 fabricantes de clavos, 9 confeccionistas de lujo, 8 impresores, 7
caldereros, 7 sastres, 9 la- toneros, 5 joyeros, 5 orfebres, 5 fabricantes de cocinas y 3 tapiceros.
Ello supone más de la mitad de los 585 civiles que aparecen en esta lista. Si a ellos añadimos
los hojalateros, herradores, relojeros, tinto- reros, ruederos, canteros, aserradores, talabarteros,
panaderos, carni- ceros, pasteleros y otros artesanos encontraremos que alrededor de 380 de
los civiles pertenecían a oficios relacionados con el pequeño taller.
iene interés señalar que de los 635 que tomaron la Bastilla y cuyo origen es conocido 400
T
procedían de provincias," pero la ma- yoría vivían establecidos en el Faubourg St. Antoine. De
los 602 ci- viles de la lista de Maillard cuyos domicilios son conocidos, 425 vi- vían en el
faubourg, la mayor parte de ellos en las calles contiguas a la Bastilla: 102 eran trabajadores
asalariados. De los que no vivían en el faubourg 60 procedían de los barrios vecinos de St. Paul
y St. Gervais, y más de 30 de los mercados centrales. De la orilla iz- quierda del río había
menos de 50, y quizás una docena de ellos eran del faubourg St. Marcel. Muy pocos vivían a
más de dos kilómetros y medio de la Bastilla: entre ellos estaban un cerrajero del Faubourg St.
Honoré y un hojalatero del barrio del Gros Caillou, cerca del Campo de Marte.
a lista de Maillard, evidentemente, sólo se refiere a los supervi- vientes. Según Loustalos (a
L
quien cita Jaurès) hubo un centenar de muertos, y de ellos "más de treinta dejaron a sus viudas
e hijos en un estado de miseria tal que requirieron ayuda inmediata". " Otro testi- monio sugiere
también que entre los muertos había varios trabajado- res asalariados y varios pobres. Hardy da
cuenta de un funeral por Charles Dousson, empleado de un cuchillero de la Rue de la Huchet-
te, que tuvo lugar en la iglesia de St. Séverin el 18 de julio. Según los archivos policiales fueron
llevados al Châtelet para su identifica- ción los cadáveres de cinco personas muertas en la
Bastilla. El comi- sario Duchauffour elaboró un informe sobre tres de ellos: uno era empleado de
un zapatero del Faubourg St. Antoine, el segundo era un descargador callejero cuya basta
vestimenta ("pesados zapatos atados con cordeles; una camisa de tela basta") sugiere que
podía ser un obrero, y el tercero no fue identificado,
Qué papel jugaron los parados en el sitio de la Bastilla? Los datos registrados no distinguen
¿
por lo general entre trabajadores con empleo y parados, si bien la lista de Maillard nos dice que
cuatro de los asaltantes estaban empleados en los "talleres de caridad": dos peones, un
capataz y un jefe de taller. Además, otro testimonio su- giere que otros vainqueurs, tanto
trabajadores asalariados como arte- sanos independientes, estaban sin trabajo. Sabemos que
después de la caída de la Bastilla, tras los llamamientos de M. Damoye, presidente del distrito
de St. Marguerite, y de M. Bessin, procureur del Châte- let, los diputados de París y otras
personalidades hicieron contribu- ciones monetarias de importancia para poner remedio a la
miseria del Faubourg St. Antoine. Hay también el testimonio de los 900 canteros sin empleo
que, en una petición que Camille Desmoulins presentó a la Asamblea Constituyente en julio de
1791, pretendían haber intervenido en la demolición de la Bastilla después de haber tomado
parte muchos de ellos en su asalto.40 Ese testimonio indica que entre los asalariados,
artesanos independientes y maestros de pe- queños talleres que constituían la gran mayoría de
los vainqueurs de la Bastille había quizá muchos sin trabajo.
sí pues, podemos concluir que la toma de la Bastilla fue en gran parte obra de los habitantes
A
del Faubourg St. Antoine y de los barrios colindantes. De cada cinco asaltantes civiles cuatro
vivían a una distancia de la fortaleza de menos de un kilómetro. Entre los restantes, de cada
tres más de dos vivían en las parroquias de St. Paul y St. Gervais, vecinas del faubourg. En
segundo lugar, de jando aparte la importante colaboración aportada por los Guardias Franceses
en número superior a los sesenta, el asalto fue obra princi- palmente de artesanos
independientes, pequeños propietarios de ta- lleres y comercios y empleados de éstos, que
comprendían alrededor de los dos tercios de los civiles participantes. Tampoco debería sor-
prendernos que, como parece ser, los asalariados sólo fueran uno de cada cuatro. Debe
recordarse que el faubourg era esencialmente una zona de pequeños talleres y que los
asalariados y sus familias repre- sentaban entre sus habitantes una proporción relativamente
peque- ña. Además, varios de los distritos de París (entre ellos el del Petit St. Antoine), al reunir
sus contingentes para la guardia nacional, ha- bían adoptado medidas para limitar el reparto de
armas a patronos y propietarios. 42
n lo referente a la marcha hacia Versalles del 5 de octubre de 1789, no hay listas de
E
participantes por las que guiarnos y los infor- mes policiales sobre los detenidos y los muertos
en Versalles no son más que un puñado; por ello resultan del todo insuficientes para per-
mitirnos sacar cualquier conclusión válida. 43
primera vista se podría caer en la tentación de creer que se iba a encontrar una
A
compensación apropiada en las averiguaciones de la investigación del Châtelet sobre los los
hechos hechos del 6 de octubre, publica- das en marzo de 1790 tras el interrogatorio de 388
testigos. Es cierto que Taine -y no ha sido el único se inspiró en gran medida en ese documento
para presentar su poco halagüeña imagen de los hombres y mujeres que escoltaron al rey y a la
reina en su retorno a París. Pero el documento debería ser analizado con la mayor pre- caución.
Parece que se iniciaron las diligencias con la intención de atribuir los acontecimientos de julio
únicamente a las intrigas de Mi- rabeau y del duque de Orleans. De este modo, sin duda se
esperaba disculpar a la familia real y al partido dominante frente a la Asam blea Nacional, el
órgano que más directamente se había beneficiado de la insurrección. Además, la policía había
seleccionado a sus testi- gos con el mayor cuidado; con razón se quejaba el distrito de Corde
liers, en una protesta escrita cuyo ejemplo fue seguido por otros dis- tritos, de que "en la lista de
testigos [...] casi no hay más que nom- bres aristocráticos". 46 La mayoría de esos testigos
realmente son personas que no pueden inspirar gran confianza (oficiales del regi- miento de
Flandes, cortesanos o servidores de la corte o de la aristo- cracia), y además, gran parte de su
testimonio es de segunda mano. Por todo ello, para trazar una imagen imparcial de los
insurgentes y de los motivos que los llevaron a Versalles, sería poco aconsejable 100
PARÍS
tilizaf sin reservas este material. Pero, a pesar de sus defectos, tam- poco puede dejarse
u
totalmente de lado este documento ya que con- tiene gran número de relatos de testigos
presenciales que constituyen una ayuda de considerable valor para seguir los hechos y
eterminar los grupos sociales que intervinieron y que además concuerdan con bastante
d
exactitud con las versiones de estos sucesos hechas por otros observadores de la época.
They ex
or lo menos en una cosa están de acuerdo todos los testigos: que en los grupos de mujeres
P
que se pusieron a la cabeza de la mar- cha hacia Versalles el 5 de octubre no había sólo
mujeres de las que acudían a los mercados, sino también elegantes burguesas y mujeres de
diversas clases sociales. Así, un testigo del Châtelet observó por la noche del día 4 en el Palais
Royal a un grupo de gente que escucha- ba a una mujer de unos treinta y cinco años "cuya
forma de vestir correspondía a una mujer de posición superior a la corriente", 47 Otro testigo
declaró que entre los que por la mañana del día 5 ha- bían obligado al campanero de la iglesia
de Sta. Margarita, en el Faubourg St. Antoine, a hacer sonar la campana de alarma estaba una
mujer "que no parecía ser de categoría común". Hardy describe el asalto al ayuntamiento que
tuvo lugar aquella mañana como "una insurrección de las mujeres de les Halles y de otros
mercados". Otro testigo de la irrupción en el ayuntamiento anotó que había entre los asaltantes
un gran número de mujeres elegantemente vestidas, y des- cribía "un primer grupo de mujeres,
la mayor parte de ellas jóvenes, vestidas de blanco, con sombreros y empolvadas", y añadía
que "ob- servaba muy pocas que pudieran ser clasificadas entre las clases más bajas del
pueblo".
ambién Hardy, al describir la salida de las mujeres hacia Ver- salles por la tarde del día 5,
T
refiere que "varios miles de mujeres, que habían reclutado a todas las que habían encontrado
por el camino. incluso a las que llevaban sombreros (a las que obligaban a seguirlas). habían
quitado el cañón del patio del Châtelet".
n sus relatos de lo que había sucedido en Versalles, los testigos también confirmaban la
E
presencia de mujeres de diversas clases so- ciales. El cura de St. Gervais refirió haber visto
"mujeres, algunas de ellas bien vestidas"; Hardy refiere la escena del vestíbulo de la Asamblea:
"Este raro espectáculo lo era todavía más por el atavío de varias mujeres, elegantemente
vestidas, que por encima de sus fal- das llevaban colgando cuchillos de caza o sables cortos"; y
el mar- qués de Paroy escribía a su mujer que en la delegación de seis muje res recibida por
Luis XVI "observé a dos que parecían vestidas con elegancia y no pertenecen al común del
pueblo, aunque se esforzaron en hablar su lenguaje". Por otra parte, el demagogo Fournier
l'Amé- ricain se jactaba de haber simulado la manera de hablar de las pesca- teras, con objeto
de obtener el apoyo de la mujeres que había por los mercados para forzar la vuelta a Paris con
el rey y la reina que había sido propuesta, y el Revelations de Paris, en su relación de los
hechos del 5 y del 6 de octubre, insistia en que "las que habían asumido la tarea de salvar al
pais habían sido las mujeres del pueblo, y en parti- cular las que llevaban los puestos de les
Halles y las trabajadoras del Faubourg St. Antoine", 48
ero el papel de las mujeres no destacó sólo en las "jornadas" de octubre. Ya en el movimiento
P
popular que había surgido en agosto y septiembre para protestar contra la escasez y la carestia
del pan se anunciaba lo que sería su actuación en octubre. A lo largo de esos meses Hardy
r efiere en su Journal la particular contribución aporta- da a ese movimiento por las vendedoras
de los mercados y las ma- dres de familia de la clase trabajadora. El 16 de septiembre anotó
que algunas mujeres habian parado en Chaillot cinco carros de grano y los habían llevado al
ayuntamiento de París, y refiriéndose al inci- dente de las mujeres que el 18 de aquel mes
habían sitiado el Hôtel de Ville y obligado al alcalde Bailly y al consejo municipal a recibir- las,
escribió esta significativa frase: "Esas mujeres decían en voz alta que los hombres no sabían
nada de esto y que entonces querían echar una mano" 10 Incidentes como ésos ayudan a
explicar la iniciativa tomada por las mujeres el 5 de octubre y el predominio de vendedo- ras de
los mercados y de mujeres de los distritos del centro entre las que encabezaban la marcha
hacia Versalles.
ás difícil es determinar la procedencia social de los hombres que las siguieron hacia alli. Unos
M
pocos, como sabemos, se unieron directamente a las mujeres que iban en la marcha, pero la
gran mayo- ría estaba formada por los 20.000-40.000 guardias nacionales que desfilaron por la
Place de Grève y, hacia las cinco de la madrugada, obligaron a La Fayette a que les condujera
a Versalles." Podemos afirmar con certeza que la mayoría eran pequeños tenderos, maestros
de talleres y artesanos independientes, que constituían el núcleo de la guardia nacional de
París, de la cual los trabajadores asalariados. aunque no estaban formalmente excluidos,
tendían a quedar cada vez más apartados. A pesar de todo, había trabajadores. El puñado de
informes elaborados por la policía de Versalles registran una sola muerte entre los que
invadieron el castillo por la mañana del 6 de oc- tubre, la de Lhéritier, oficial ebanista y guardia
voluntario del Faubourg St. Antoine, y esos mismos informes dicen que uno de los dos
asalariados detenidos por la policía por saqutar el Hôtel des Gardes du Corps de Versalles era
un oficial orfebre y guardia del distrito de St. Gervais"
esde luego, estos pocos datos sueltos no permiten por sí solos sacar ninguna conclusión
D
general; pero una breve ojeada a los movi mientos populares que antecedieron a los
acontecimientos de octubre hara ver que la participación de la población trabajadora, de los tra-
bajadores empleados, de los parados y de sus familias en las colum- nas de hombres y mujeres
que el 5 de octubre marcharon hacia Ver- salles fue de la mayor importancia. Quizá podemos,
en consecuencia, concluir que esos movimientos, que llegaron a un sector tan amplio de la
población de Paris, intervinieron en la preparación de la opi nión popular para las "jornadas" de
octubre y hasta contribuyeron a engrosar las filas que marcharon hacia Versalles. Si bien no hay
pruebas directas que apoyen esa conclusión, que hace referencia a uno de los estallidos más
misteriosos de la revolución, el tipo de do- cumento de que se dispone han mostrado
claramente que tanto los que participaron en los acontecimientos de octubre como en los ante-
riores provenian fundamentalmente de los mismos sectores de la po blación, el menu peuple de
Paris."
ras la calma de 1790, en los primeros meses de 1791 volvie- ron a desarrollarse movimientos
T
insurreccionales populares. La opi- nión pública se había alarmado por la salida de Francia de
las tias del rey el 24 de febrero y por la propuesta de convertir provisional- mente el castillo de
Vincennes en una cárcel. Esta última medida fue causa de que varios miles de personas del
Faubourg St. Antoine y de los barrios vecinos marcharan hacia Vincennes; resultó destrui- da
parte de la prisión. Sin embargo, hasta algunas semanas después no se desató un movimiento
persistente; fue dirigido por el Club des Cordeliers y las sociedades afiliadas a él, tuvo el apoyo
de algunos periodistas republicanos y democráticos y culminó en la manifesta-
ión popular y la masacre del Campo de Marte del 17 de julio Desgraciadamente, como en la
c
insurrección de octubre, hay muy Aunque reconozcamos cierto grado de exageración en la
tenden- ciosa versión de Le Babillard y tengamos en cuenta la inseguridad del analfabetismo
como criterio para el análisis social, podemos qui- zás aceptar la sugerencia de Buchez y Roux
de que, por lo general, los firmantes pertenecían a las clases más pobres de la sociedad. Ade-
más, confirman esa suposición los pocos documentos todavía exis- tentes en los archivos de
París que hacen una referencia directa a los participantes en los hechos. Así, por ejemplo, el
informe elaborado por Filleul, un funcionario municipal, sobre los muertos en el Campo de Marte
examinados por él en el hospital militar del Gros Caillou dice que de nueve cadáveres
identificados tres eran de empleados de talleres, uno de una mujer "con una falda remendada
de muchos co- lores" y los demás eran de un talabartero, del hijo de un vinatero y de dos
burgueses relativamente bien vestidos. Los informes de los comisarios de policía de las
secciones de París mencionan un solo ca- dáver, el de un zapatero de la Section des Invalides
que fue llevado a la jefatura de policía del Palais Royal el 17 de julio. Entre los dete- nidos en
las secciones después de la masacre los únicos que admitie- ron haber estado en el Campo de
Marte, o cuya presencia fue confir mada por la policía, fueron un oficial carpintero, un ayudante
del propietario de un café, un jardinero, un cocinero, un sastre y un lim- piabotas sin trabajo. El
sastre refirió que la guardia nacional había abiesto fuego "sobre los trabajadores como si se
hubiera tratado de
ocos datos directos que ayuden a determinar la composición social de la multitud de
p
manifestantes que se reunió en el Campo de Marte para firmar la petición elaborada por el Club
des Cordeliers. 16 Se gún la información que dio unos días más tarde el Révolutions de Pa- ris,
al final de la tarde había 50.000 personas, y cuando el ejército abrió fuego había 15.000
reunidas alrededor del autel de la patrie." Buchez y Roux nos dicen que por entonces estaban
ya estampadas en el escrito más de 6.000 firmas, y los organizadores de la manifes- tación
pretendieron que entre ellas estaban las de más de 2.000 fun- cionarios municipales y
electores. En cambio Buchez y Roux, que vieron la petición antes de ser destruida por el fuego
en 1871, soste- nían que "el grueso de las firmas era de gente que apenas sabía leer" y para
probar el analfabetismo de los firmantes aducían que en las hojas aparecían gran número de
cruces. De igual modo, el diario Le Babillard escribía: "Los ciudadanos debieron estremecerse
al ver allí mismo a esos pobres desgraciados a los que unos canallas habían reunido en el
Campo de Marte. Entre toda esa gente no creo que hubiera una sola persona que supiera leer".
19