ESTADO DE LA CUESTIÓN SOBRE EL PROCESO DE ACULTURACIÓN
REPRESENTADO POR LA ROMANIZACIÓN
Con el término anglosajón “acculturation”, traducido por aculturación, o el neologismo
latino “transculturación”, nos referimos al “conjunto de contactos e interacciones recíprocas entre culturas”. El concepto ya fue formulado a finales del siglo XIX por diversos antropólogos norteamericanos y especialmente por el geógrafo y etnólogo J.W. Powells (1880), para designar la "interpretación de las civilizaciones". Posteriormente ese concepto fue redefinido en 1936 en el Memorandum for the Study of Acculturation de Redfield et alii, en el que se explicaban los fenómenos de aculturación como "los que resultan cuando grupos de individuos de culturas diferentes alcanzan un contacto directo continuo, con los siguientes cambios en los patrones culturales originales de cualquiera de esos grupos o de ambos". El concepto fue ampliado y matizado por Ortiz (1940), quien formuló el término "transculturación", que implica no sólo un proceso gradual de modificaciones en los factores culturales ya existentes en una comunidad humana, a partir de los cuales se originaría un nuevo universo cultural, sino la confluencia y coparticipación de universos culturales diversos. La crítica situación creada por esa descolonización salvaje provocó una interesante reacción por parte de sectores intelectuales. Este movimiento social pronto recibió el nombre de postcolonialismo. La influencia del postcolonialismo en la Arqueología empieza a desarrollarse en la década de los años 90 del pasado siglo XX, enmarcándose en las corrientes postprocesualistas. En el ámbito peninsular ibérico, sin embargo, quizás sea la Protohistoria la parcela que más ha trabajado en esta línea, particularmente en relación con los contactos de las poblaciones semitas con las indígenas del Bronce Final. Hoy en día hablamos de hibridación, contacto, etnogénesis, identidad, entanglement, como elementos que convenientemente detectados, definidos, descritos e imbricados dan apoyo a la explicación de cada caso particular al que nos enfrentamos, aunque parte del registro arqueológico pudiera derivar en cierta tendencia a la homogeneidad. Igualmente, el concepto de hibridación desarrollado por Bhabha (1994) ha permitido superar la dicotomía entre colonizadores y colonizados y suponer la presencia de un espacio intermedio en el que se generan nuevas normas culturales. En la aplicación de los procesos interpretativos postcolonialistas la Arqueología romana ha llegado con un poco de retraso. Los estudios más recientes sobre romanización desarrollados en Europa han supuesto una completa renovación sobre este ámbito. Autores como Webster y Cooper (1996), Mattingly (2011), Woolf (1998), Hingley (2005), Keay (Keay y Terrenato, eds., 2001) o Terrenato (2005), entre otros, han planteado en los últimos 15 años una nueva lectura del imperialismo romano y de los procesos de sometimiento y transformación de las comunidades indígenas. La misma idea de “romanización” en su formulación más tradicional ha sido desechada por presentar un desarrollo gradual y jerarquizado, y en su lugar se ha introducido el análisis de los procesos de integración de la sociedad provincial en el Imperio Romano fuera del paradigma de la simple emulación del modelo urbano romano. Además, se ha relativizado el papel de las élites provinciales en todo este proceso, para ser analizadas bajo una nueva luz (Woolf, 1998). La reivindicación del sustrato indígena hace que se vea la romanización cada vez más como un proceso dialéctico de intercambio recíproco, a través del cual la sociedad preexistente fue adaptando rasgos de la cultura romana, y ésta a su vez se vio influenciada por aquella, eliminando enfoques parciales de marcado contenido ético, o explicaciones mecanicistas sobre las transformaciones que afectaron a la antigua Iberia tras la llegada de Roma. Teniendo en cuenta la variedad de tradiciones culturales existentes antes de la llegada de Roma entre los pueblos peninsulares, la “romanización” resultante no obedece a un modelo único, sino que revestirá una forma diferente en las distintas regiones (Bendala, 2006). Particularmente hay varios campos donde estos planteamientos pueden proporcionar una nueva aproximación al registro arqueológico desde la perspectiva de la interpretación: Roma como espacio de poder, la muerte y el espacio simbólico, la praxis de la Romanización y finalmente los espacios de frontera y el ejército como agente de transmisión cultural; al respecto, no podemos olvidar que los verdaderos nómadas del Imperio fueron los militares, contaminantes y contaminados de una riqueza cultural tan vasta como amplio el territorio donde se movían. Y es que el mundo militar mueve personas, religión, instrumental, poesía, artesanía, mentalidades, técnica, y, especialmente, simbología.
BENDALA, M. (2006): “Hispania y la Romanización. Una metáfora: crema o menestra
de verduras”, Zephyrus LIX, 289-292. BHABHA, H. J. (1994): The location of culture, London & New York. HINGLEY, R. (2005): Globalizing Roman Culture: Unity, Diversity and Empire, London & New York. KEAY, S. y TERRENATO, N. (eds.) (2001): Italy and the West. Comparative issues in Romanization, Oxford. MATTINGLY, D. J. (2011): Imperialism, Power, and Identity. Experiencing the Roman Empire, Princeton. REDFIELD, R., LINTON, R. y HERSKOVITS, M. J. (1936): “Memorandum for the Study of Acculturation”, American Anthropologist, New Series, vol. 38, 1, 149-152. TERRENATO, N. (2005): “The deceptive archetype. Roman colonialism and post- colonial thought”, H. Hurst y S. Owen (eds.), Ancient Colonizations. Analogy, Similarity and Difference, London, 59-72. WEBSTER, J. y COOPER, N. (eds.) (1996): Roman imperialism: post-colonial perspectives, Leicester. WOOLF, G. (1998): Becoming Roman. The origins of provincial civilization in Gaul, Cambridge.