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SHARKS FOOTBALL

Primera Jugada
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y hechos aquí descriptos son
producto de la imaginación y se usan de forma ficcional. Cualquier semejanza con personas, vivas o
muertas, hechos o lugares reales es pura coincidencia.

RELAY PUBLISHING EDITION, JUNIO 2023


Copyright © 2023 Relay Publishing Ltd.

Todos los derechos reservados. Publicado en el Reino Unido por Relay Publishing. Queda prohibida
la reproducción o utilización de este libro y de cualquiera de sus partes sin previa autorización escrita
por parte de la editorial, excepto en el caso de citas breves dentro de una reseña literaria.
Leslie North es un seudónimo creado por Relay Publishing para proyectos de novelas románticas
escritas en colaboración por varios autores. Relay Publishing trabaja con equipos increíbles de
escritores y editores para crear las mejores historias para sus lectores.

Diseño de portada de Mayhem Cover Designs.


Corrección de: Guillermo Imsteyf

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SINOPSIS

El amor es un deporte de contacto físico…


Mark Coleridge está cumpliendo su sueño: gana una fortuna como jugador
de fútbol americano profesional en su equipo favorito, los Savannah Sharks,
y su vida parece perfecta. Pero después de ganar su último partido de
pretemporada, mira la pantalla gigante y se sorprende al ver a Tessa Black,
su amor de la secundaria. Y parado a su lado hay un niño que le resulta
sospechosamente familiar…
De pronto, el fútbol debe pasar a un segundo plano. Mark es padre… y aún
está enamorado de la chica que lo abandonó hace cinco años. Sin dudas está
enojado por no haberle contado sobre su hijo, pero al enterarse de las
razones, Mark siente que ama aún más a Tessa.
Tessa ha estado enamorada de Mark desde que tiene memoria, pero sabía
que si le contaba de su embarazo, Mark abandonaría su sueño de jugar en la
NFL. Ella no tuvo el valor de dejarlo entrar en su vida en aquel entonces,
¿tendrá el valor de hacerlo ahora?
Mark es un buen padre, y Tessa no puede evitar volver a enamorarse de él.
Pero sabe que el fútbol siempre será el primer amor de Mark, y ella tiene
que enfocarse en su hijo.
¿Será esta la primera jugada de una nueva oportunidad para el amor?
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(Shark Football Libro 1)

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ÍNDICE

Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Epílogo

Fin de Primera Jugada


¡Gracias!
Cómo alegrarle el día a una autora
Acerca de Leslie
Adelanto: El heredero implacable
Otros títulos de Leslie
CAPÍTULO UNO

¿H ay algo más ensordecedor que el alboroto del público local después de


un touchdown? A pesar de ser el corredor novato de los Savannah
Sharks desde hacía unos pocos meses, Mark Coleridge conocía muy bien
ese ruido estridente. Muchas veces, él mismo lo causaba. Su extraordinaria
capacidad de concentración ya estaba dando de qué hablar en la liga y era lo
que lo había propulsado precisamente al lugar en el que estaba en ese
momento: el mediocampo del estadio de los Sharks en un partido de
pretemporada, rodeado de sus nuevos compañeros de equipo y de una
bulliciosa multitud. Gracias a su concentración acababa de anotar un
touchdown, pero lo cierto era que, a veces, su visión láser no le permitía ver
toda la situación.
Por esa misma razón, aún no podía creer que había aguantado dos cuartos.
«¿Ya estamos en el entretiempo?» pensó.
—¡Buena jugada, novato! —le gritó el mariscal de campo y capitán del
equipo, James Sullivan, sonriendo debajo de su casco—. ¿A quién intentas
impresionar con ese touchdown tan espectacular?
Mark le sonrió sin responderle mientras salían trotando del campo.
«A todos», pensó. «Al público local, que me alienta desde la secundaria, a
mi abuelo que es mi fan número uno, y… a ella».
Se quitó el casco de un tirón con la esperanza de desterrar ese pensamiento
de su cabeza antes de que tomara forma.
«Nop. No pienses en eso. Ahora no», se dijo a sí mismo.
Había tanto para acostumbrarse en tan poco tiempo; era prácticamente una
dimensión alternativa. Y a pesar de que aún estaba conociendo a sus
compañeros de equipo, a Mark le preocupaba dar un paso en falso. No
quería arruinar esta oportunidad. Era su sueño de la infancia. La
oportunidad profesional que había estado esperando desde la universidad.
Algunos compañeros le palmearon la espalda mientras se formaban en fila
afuera del campo hacia el túnel que los llevaba al vestuario. Los fanáticos
se acumularon detrás de la baranda gritando los apellidos de sus jugadores
favoritos. Entre los gritos, Mark no escuchó «Coleridge». Ya lo escucharía,
tarde o temprano, si se salía con la suya, siempre y cuando pudiera
demostrarle a todo el país que era la estrella en ascenso que prometía ser.
La pantalla gigante al final del campo captó su atención cuando la cámara
comenzó a hacer un paneo por el público. En los cincuenta metros de ancho
de la pantalla se proyectaban sonrisas entusiasmadas, y mejillas veteadas de
verde y negro, los colores distintivos del equipo. Luego, las cámaras se
enfocaron en Sharky, la mascota de los Sharks, que daba saltos con un
grupo de niños cerca del campo de juego.
Mark se detuvo a observar. Esta era una de sus partes favoritas de los
partidos: los recuerdos que le dejaban y la forma en que los niños podían
involucrarse con el deporte. Un niño de cabello oscuro saltaba cerca de
Sharky junto a su amigo. Justo cuando Mark se preparaba para seguir al
último de sus compañeros hacia el vestuario debajo del estadio, apareció en
la pantalla la imagen de una madre entusiasmada.
Su cabello rubio reluciente recogido en una tensa coleta, su tez blanca a
pesar del sol, que brillaba más que nunca a esta altura del verano en
Georgia, y esa sonrisa… esa hermosa boca que Mark supo que nunca
olvidaría cuando seis años atrás la besó por última vez.
Era Tessa.
Su primer amor. La chica con la que había estado dispuesto a
comprometerse. Y la única que le había roto el corazón.
Verla de nuevo, tan imponente en la pantalla, lo golpeó más fuerte que
cualquier tacle.
—Vamos. No te detengas —le ladró una voz.
Mark se tropezó y Maxwell, un compañero del equipo, le pasó por al lado,
sonriéndole con satisfacción por encima del hombro.
—Ya voy —dijo Mark, sin poder desviar los ojos de la pantalla gigante. Las
cámaras habían vuelto a apuntar a los niños, y enfocaban a uno rubio. Mark
pestañeó varias veces. ¿Se estaba imaginando todo esto? No solo había
visto a Tessa en la pantalla grande, sino también a ese niño…
—¡Coleridge! —le gritó Maxwell desde más adelante; su complexión alta y
oscura proyectaba una sombra en donde lo estaba esperando—. Estamos
atrasados. Te meterás en problemas con el entrenador.
Mark respiró hondo, pero sentía como si una mano le comprimiera los
pulmones. La sensación no tenía nada que ver con su condición física, sino
más bien con ella. Pero él no podía permitir que lo descolocaran de esa
manera en un partido tan importante. Corrió a toda velocidad para alcanzar
a Maxwell. Era uno de los beneficios de ser el corredor más rápido del
equipo: podía aventajar a cualquiera.
Sin embargo, una vez que alcanzó al grupo y se metió en el vestuario con
sus compañeros de equipo, le fue difícil concentrarse. El salón tenía la
temperatura de un sauna para relajar los músculos y la música estaba a todo
volumen para mantener el buen ánimo. Había cuerpos por todos lados:
extendidos en el suelo para estirarse, quitándose los pantalones rotos y las
camisetas rasgadas, y haciendo fila para vendarse y recibir anestésicos.
Mientras el reloj avanzaba, los jugadores se formaban en los extremos
opuestos del salón: los ofensivos se amontonaban en uno y los defensivos
en el otro, todos esperando a que los entrenadores salieran de su reunión a
puertas cerradas con las estrategias definitivas.
Mark se inclinó para estirar los isquiotibiales e intentó no pensar en Tessa.
«Sí, suerte con eso, amigo», pensó.
Ella lo había contactado por primera vez en seis años al comienzo de esa
semana, para invitarlo a tomar un café como amigos. Como si sus años de
ausencia no hubiesen ocurrido y el encuentro que habían planeado fuese
solo una cita más. Pero aún faltaban tres días para eso, así que ¿por qué hoy
había aparecido en la pantalla gigante? ¿Y por qué ese niño rubio lo tenía
tan desconcertado?
En su interior, se arremolinaban posibilidades extravagantes, pero se
esforzó por apartarlas cuando el entrenador Scooter comenzó a indicar los
cambios en la estrategia, y él y sus compañeros se reunieron en círculo para
la arenga del equipo. Una vez preparados para el juego, llenaron de gritos el
vestuario y comenzaron a dirigirse de regreso al campo. Mientras, la mente
de Mark volvía a desviarse una vez más hacia su hermosa ex.
«Ahora no. Debes concentrarte en el juego. Piensa en eso después», se dijo
a sí mismo.
Mark ya escuchaba los gritos del público antes de llegar al campo. Se
habían ido por veinte minutos, pero parecía que estaban por empezar el
partido de nuevo. Y no podía negarlo: le encantaba esa sensación. Era
distinta a la admiración de los fanáticos del fútbol americano universitario.
Ahora sentía que era alguien. Que realmente se estaba ganando una
reputación.
Mark se puso el casco y se preparó para concentrarse. Lo que estuviera
ocurriendo con Tessa y ese niño podía esperar. Tenía que esperar.
Los Sharks jugaron fuerte en la segunda mitad, y Mark anotó otro
touchdown más. El partido terminó con el marcador 34 a 15, y el aliento era
atronador. No era siquiera uno de los partidos habituales de temporada, pero
los fanáticos habían concurrido en forma numerosa. Mark sintió la
adrenalina habitual, la que siempre perseguía, mientas sus compañeros se
amontonaban y felicitaban entre sí, para luego hacer lo propio con el equipo
contrario.
Cuando apareció el entrenador, Mark trotó hacia él. Aún sentía los latidos
acelerados en el pecho, pero ya no era por el partido. Ahora que eso ya
había quedado atrás, podía concentrarse en la próxima tarea.
—Ey, entrenador, una pregunta. —Mark se metió el casco debajo del brazo
y miró por encima del hombro del entrenador hacia el público en el estadio
—. En el entretiempo vi a unos niños en la pantalla gigante celebrando un
cumpleaños con Sharky. ¿Cree que, eh… que podríamos invitar a esos
niños a conocer y saludar al equipo o algo así?
La idea parecía una locura, más cuando se suponía que se iba a encontrar
con Tessa esa semana. Pero esto era demasiado urgente como para dejarlo
pasar. Sí, se moría de ganas de ver a Tessa desde la última vez que sus
caminos se habían cruzado. Siempre se había preguntado por qué lo había
ignorado, si era por algo que él había dicho o hecho. ¿Y ahora tenía un hijo?
¿Quizás dos? Necesitaban ponerse al día ya mismo.
—Creo que ya tenemos un encuentro programado en el vestuario, luego de
que nos hayamos quitado de encima a los periodistas —dijo Scooter,
palmeándole el hombro—. Y oye, me gusta que te preocupes por nuestros
seguidores. Ya estás preparado para firmar tus primeros balones, ¿eh?
La sonrisa cómplice en el rostro de su entrenador lo hizo reír. Si tan solo
fuera el simple interés de relacionarse con los aficionados...
—Sí, es lo que esperaba desde hace mucho tiempo —dijo Mark.
—Vayamos a contarle a la prensa el gran trabajo que hiciste hoy —dijo el
entrenador.
Mark contuvo una sonrisa que amenazaba con apoderarse de todo su rostro.
Se apresuró hacia el vestuario y se duchó rápidamente. Ya estaba
acostumbrado a la impaciencia de los periodistas que esperaban para
acceder tras bambalinas. Apenas tuvieron tiempo para ponerse ropa
deportiva antes de que la prensa entrara en tropel, lista para las entrevistas.
Mark permaneció atrás y dejó que otros compañeros más veteranos, como
James, tomaran la iniciativa, pero al poco tiempo se vio atrapado en el
amontonamiento. Respondió algunas preguntas sobre su condición de
novato y la cantidad exacta de yardas por tierra en su carrera universitaria.
Incluso le preguntaron por qué era novato a la tardía edad de veintitrés
años, lo que obligó a Mark a explicar sobre su año sabático y sus siguientes
cinco años en la universidad. Rápidamente, la atención de los periodistas se
volvió a otra parte. Y cuando la prensa se retiró, llegaron los niños.
Las primeras señales fueron los gritos alborotados que hacían eco por todo
el pasillo. Entonces apareció Sharky, moviéndose con un poco de dificultad
por el disfraz, pero aún con la capacidad de guiar a un montón de niños
entusiasmados detrás de él. La única reacción de Mark fue pestañear y
asimilarlo. El grupo, de unos diez niños, parecía más bien de cincuenta. Los
padres y las madres se habían quedaron atrás para dejar que los niños
disfrutaran de su día.
No cualquier madre estaba en el grupo. Estaba Tessa.
Sus ojos verde-grisáceos se encontraron con los de él por un momento y
rápidamente miraron a otro lado.
Los gritos llenaron el salón, y el entrenador Scooter intentó hacer una breve
presentación entre los niños y el equipo. Luego, llegaron los entusiasmados
pedidos para autografiar camisetas y balones. La felicidad era contagiosa en
el vestuario, y Mark observaba a sus compañeros sacar los marcadores de
sus bolsillos y poniéndose a trabajar. Destapó el suyo y esperó su turno.
No pasó mucho tiempo para que el niño rubio se acercara a él, y le resultó
tan familiar que lo hizo sentir incómodo. Le tendió un balón con una
sonrisa entusiasmada. Mark levantó la vista hacia Tessa, que estaba pálida
del otro lado del salón. Sintió que se le hacía un doloroso nudo en el
estómago.
«¿Qué diablos está pasando?», se preguntó.
—Hola —dijo Mark, esbozando una sonrisa al tomar el balón.
Estaba listo para firmarlo, pero se detuvo a mirar al niño de ojos marrones.
—¿Cómo te llamas?
—Angus —dijo, y miró a Mark con los ojos prácticamente
resplandecientes.
No podía dejar de contemplar a ese niño. Era como estar viendo una de sus
antiguas fotos, como si mirara fijamente a los ojos de su infancia... lo que
no tenía ni una pizca de sentido.
Tessa y él siempre habían hablado del futuro, cuando todavía creían que
tendrían uno juntos, y de cómo llamarían a su primer hijo. Angus si era
varón, Isla si era nena. En ese entonces, eran jóvenes y lo suficientemente
estúpidos para creer que sabían cómo se rige el mundo. Extrañaba ese
optimismo.
Calculó las fechas mentalmente mientras volteaba el balón, pero no le
cerraron. Había solo dos posibilidades, y ninguna de ellas era buena.
O Tessa había tenido un hijo suyo sin decírselo, lo que parecía… una
locura, sino algo imposible, o había tenido un hijo con otra persona, y ese
niño casualmente se parecía a él. Lo que era doloroso pero más factible.
Fuera cual fuese la verdad, Mark planeaba descubrirla.
«Pero ¿por qué está aquí ahora? ¿Por qué no me dijo que venía hoy?», se
preguntó.
Se dio cuenta de que había dejado al niño esperando.
—Angus, ¿eres muy fanático de los Sharks? —le preguntó Mark, con la
boca seca al pronunciar las palabras.
Apenas vio lo que había escrito en el balón: «Para Angus: sigue amando el
deporte. Mark Coleridge».
—¡Los Sharks son mi equipo favorito en todo el mundo! —dijo Angus con
entusiasmo, y agrandó los ojos cuando Mark le devolvió su balón.
Mark forzó una sonrisa. Temblaba de pies a cabeza por la necesidad de ver
a Tessa de cerca, de hablar con ella, y de entender por qué el nudo que tenía
en el estómago se estaba transformando en un puño que amenazaba con
aplastarlo.
—¿Con quién viniste hoy? —preguntó Mark.
—Con mi mamá y mi mejor amigo Jack —dijo Angus, sujetando el balón
con las dos manos—. Es su cumpleaños, cumple seis. ¡Yo cumpliré seis el
año que viene, y quiero volver para mi cumpleaños! ¿Cuántos años tienes
tú? ¿Cuándo es tu cumpleaños?
Mark rio suavemente. La mezcla de alegría y asombro del niño era
exactamente lo que necesitaba para disipar un poco el estrés que sentía.
—Tengo veintitrés. Para ellos soy joven —dijo, señalando a sus
compañeros—, pero para ti seguramente soy un viejo. Y mi cumpleaños es
en marzo.
Angus empezó a responderle, pero el grupo de niños se adelantó y uno de
sus amiguitos empujó hacia adelante para ver a Mark, dejando al niño a
pocos pasos.
—Pórtate bien, ¿sí? Espero verte el año próximo —dijo Mark mientras
asentía hacia Angus y otro niño, boquiabierto y con un balón en la mano, lo
reemplazaba.
Le tomó un minuto saludar al nuevo niño. Su mirada volvió a cruzar el
salón hasta encontrarse con los ojos ansiosos de Tessa. Se mordisqueaba el
labio superior continuamente, una costumbre característica de ella y que en
la secundaria la había dejado con el labio partido por la ansiedad. Sintió la
tensión en el pecho, y todo se volvió extraño por un momento.
¿Qué diablos podía querer Tessa con él, de la nada, después de seis años?
¿Y qué posibilidades había de que ese niño tan dulce tuviese algo que ver
con eso?
—Señor Coleridge, no puedo creer todos los touchdown que anotó hoy. Mi
papá siempre dice que… —El niño nuevo hablaba sin parar, exaltado.
Mark hizo lo mejor que pudo para concentrarse, pero era prácticamente
imposible. Lo único que podía hacer era sonreír y asentir, y firmar en piloto
automático. Ni siquiera recordaba si había firmado con su nombre completo
o no, cuando le devolvió su balón y lo alentó a que siguiera con su pasión
por el fútbol americano.
Durante todo ese tiempo, una pregunta se repetía en su cabeza: «¿Por qué
vino Tessa?».
El clamor y ajetreo del vestuario hacía que fuese imposible hablar de forma
privada. Pero quizás pudiese adelantar un poco su encuentro. Tal vez podía
suceder inmediatamente, así podría hacerle alguna de las preguntas
candentes que lo habían atormentado durante los últimos seis años. Las que
lo despertaban en mitad de la noche, o lo abrumaban durante viajes largos,
o lo hacían cuestionarse lo que sabía sobre las relaciones de pareja. Porque
ahora que ella había vuelto a aparecer en su vida, necesitaba respuestas.
Mark ojeó el salón simulando indiferencia, con la esperanza de localizar a
Tessa entre la multitud. Ella era fácil de encontrar. Por algo él la acusaba, en
broma, de «parar el tránsito».
Mark sintió que se sumergía en una ola de pánico mientras buscaba con sus
ojos entre la multitud. Bajó la mirada hacia los niños que estaban en el
salón, con la esperanza de ver al alegre pequeño en quien no podía dejar de
pensar.
Pero Angus y Tessa habían desaparecido.
Lo que hizo más claro un pensamiento: no iba a esperar más días para
descubrir qué diablos estaba ocurriendo. Necesitaba respuestas ahora.
CAPÍTULO DOS

T essa sujetó con fuerza el volante y observó el mar de autos en el


estacionamiento. Se las había arreglado para salir del estadio escoltando
a Angus, pero ahora, adentro del auto y con el aire acondicionado prendido,
no tenía el valor para irse de verdad.
«Sabías que era una mala idea. ¿Por qué diablos aceptaste venir?», pensó.
Dejó caer la cabeza hasta tocar el volante con la frente.
—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Angus desde el asiento trasero.
No había dejado de admirar su balón desde el encuentro con el equipo.
Tessa se sentía mal por haberlo terminado abruptamente. Pero tenía una
buena razón: estaba a punto de colapsar. No era que se lo fuese a decir a
Angus. No, al contrario, le dijo que la razón de la prisa era que tenían que
llegar a casa a preparar la cena. En parte era cierto, pero además quería
evitar los detalles desagradables en los que tenía que ahondar y no sabía
cómo.
—Es que estoy, eh… —Con dificultad, Tessa buscó una excusa para su
extraño comportamiento.
Habían pasado un lindo día presenciando el primer partido de pretemporada
de los Sharks. Era la primera vez que Angus iba en persona a un partido de
fútbol americano, y nada menos que con su nuevo grupo de amigos de la
escuela nueva. Era importante por varias razones.
Y era aún más importante por un motivo que Tessa todavía tenía que
mencionarle a su hijo.
—Estoy descifrando el GPS para irnos a casa —farfulló finalmente,
mientras deslizaba el dedo por la pantalla de su teléfono.
Resolló con fuerza e intentó comprender lo que veía en la pantalla, pero
solo veía a Mark. Sus mechones de cabello rubio oscuro recién lavados,
casi tan largos como para hacerse una coleta. Sus bíceps enormes e
impactantes, que tensaban la camiseta deportiva negra y ajustada. Y la
emoción que había percibido en sus ojos desde el otro lado del salón… aún
después de seis años separados y de que ella lo hubiese tratado peor que a
nadie. Mark había estado en piloto automático durante la firma de
autógrafos, pero ella había percibido la agitación que escondía debajo de
ese exterior.
—¿Te divertiste en el partido? —le preguntó a Angus, y finalmente recordó
dónde estaba la aplicación de mapas en su teléfono.
Luego del encuentro, había quedado totalmente embobada con Mark. Se
había imaginado que verlo jugar su primer partido de fútbol americano
profesional iba a ser emotivo para ella. ¿Pero que luego invitaran a Angus y
sus amigos a un encuentro VIP en el vestuario? ¿Cómo podía decir que no?
Su hijo habría quedado destrozado si no lo hubiese dejado ir.
—Mamá, ¡fue lo mejor del mundo! —Angus lanzó el balón al aire un par de
veces—. ¿Viste todos los touchdown que anotó Mark Coleridge?
El asombro puro en la voz de su hijo hizo que el corazón se le rompiera y se
le hinchara a la vez. Tenía muchas ganas de decirle a su hijo la verdad
acerca de Mark: que no era una figura deportiva cualquiera. Él tenía una
conexión con Angus, y eso nadie lo podía negar ni arrebatárselo. Ni
siquiera ella. Al menos, no para siempre.
—Sí, jugó muy bien —dijo Tessa, con un nudo en la garganta. Tenía que
dejar de hablar de él para poder concentrarse en manejar—. ¿Te gustó
alguien más?
—James Sullivan también es muy, muy bueno —dijo Angus, con los ojos
bien abiertos mientras miraba por la ventana.
Le encantaba cuando usaba su voz de adulto, pero intentó esconder su
sonrisa para que no pensara que se burlaba de él. El niño tenía pasión por el
fútbol americano, aunque no era algo raro en la familia. Durante el otoño,
Tessa se aseguraba de que lo vieran por televisión todas las semanas, y
además había estado planeando el primer viaje de Angus a ver un partido
muy pronto.
Pero no había imaginado que su primer partido fuese este partido, hoy.
Luego de una breve pausa, Angus empezó a hablar de Mark otra vez.
Mencionaba sus jugadas con la seriedad de un comentarista deportivo.
Tessa tenía que armarse de valor. Era natural que Angus admirara a Mark…
y totalmente entendible que Angus no tuviese idea de lo nostálgica que ella
se sentía de solo escuchar el nombre de Mark.
Mientras Angus parloteaba sobre las estadísticas de Mark, la mente de
Tessa volvió a la secundaria. Volvió a la época en que pasaba todos los
viernes con su grupo alentando a su equipo de fútbol americano. Alentando
a Mark, específicamente, hasta que alcanzaban la inevitable victoria y él la
alzaba sobre sus hombros, triunfante, con una sonrisa enorme que hacía que
todo en este mundo estuviera bien.
Ella y Mark habían sido mejores amigos desde siempre, y eso se transformó
sorpresivamente en romance en el último año. Él había sido como un
hermano, pero siempre supo que su ternura no era la de un hermano. Y
cuando finalmente él la invitó al baile de bienvenida en el último año, todo
empezó a tener sentido de una forma que nunca se había imaginado. La
avalancha había comenzado.
—Hijo —espetó Tessa después de que Angus pasara varios minutos
preguntándose si alguna vez tendría la oportunidad de jugar con Mark, y si
no sería genial que él y Mark fuesen amigos—. Yo, eh… ¡ya me acordé!
Vamos ahora a ver al abuelo y a tomar un helado. ¿Qué te parece?
Le palpitaba el corazón mientras atravesaba el tránsito de la autopista,
desesperada por desviar la conversación.
—Ah, ¿viene el abuelo? —preguntó Angus. Adoraba a su abuelo, aunque el
hombre no había criado a Tessa de forma espectacular.
—Sí, y ¿sabes lo que es mejor aún? —Le sonrió a Angus por el espejo
retrovisor—. No solo vamos a tomar un helado, sino más bien una copa
helada.
Angus gritó de alegría en el asiento trasero, y ella hizo lo mejor posible por
mantenerlo concentrado en el helado, en lugar de en cierto jugador de
fútbol. En cuanto ingresaron por la entrada de su pequeña casa adosada en
el centro de Savannah, escondida entre mansiones de preguerra y
alojamientos universitarios, vio al auto de su padre en la pequeña calzada.
—Entra tú —le dijo a Angus —. Yo ya voy.
Angus se desabrochó el cinturón y salió del auto al tiempo que la puerta de
entrada se abría y su padre los saludaba. Él los visitaba con frecuencia
desde su ciudad natal, que estaba a tan solo una hora de viaje. Angus chilló
y corrió hacia su abuelo, envolviendo los brazos alrededor de su cintura.
Tessa revolvió en busca de su teléfono, impaciente por hacer las cosas bien
—y rápido—. Buscó el hilo de mensajes con Mark y comenzó a escribir
uno nuevo.
«Me hubiese gustado que habláramos hoy. El vestuario era un caos. ¿Hay
posibilidades de que nos encontremos antes de lo planeado?»
Se mordisqueó el labio superior por un momento y luego agregó: «¿Quizás
hoy mismo?»
Tragó saliva y guardó el teléfono en su bolso, para luego dirigirse hacia el
interior de la casa. Angus y su padre estaban en la cocina, revolviendo el
congelador.
—Estoy pensando en chispas de chocolate... —dijo su padre con su voz
rasposa de exfumador, al tiempo que sacaba una caja de helado. Le sonreía
a Tessa, que se acercaba— acompañadas de salsa de frambuesa y una
cereza encima.
—¡Sí! —Chocaron los puños con Angus, quien lo ayudó a preparar el
banquete sobre la encimera de la cocina.
—Tessa, ¿estás lista para una copa helada?
—Creo que sí —dijo ella, alborotándole el pelo a Angus mientras él se
sentaba en un taburete frente a la encimera—. Aunque sin salsa de
frambuesa, por favor.
—Nunca le gustaron las frambuesas —le susurró su padre a Angus con
complicidad.
—Mamá, ¿por qué nunca te gustaron las frambuesas? —preguntó Angus,
con la mirada atenta en la copa helada que su abuelo preparaba frente a él.
—Pues... no sé. Es como a ti, que no te gusta la lechuga.
Angus hizo una mueca.
—Bueno, es solo pasto.
Su padre asintió sagazmente.
—Realmente es solo pasto, tienes razón, muchacho.
Tessa fingió un fastidio maternal, pero disfrutaba la camaradería entre su
hijo y su padre. Ella nunca había tenido esa relación con él durante su
infancia, pero al menos su hijo sí podía saber cómo era. Y durante todo este
tiempo, su padre había sido la única influencia masculina en la vida de su
hijo.
Pero planeaba que eso cambiara. Pronto.
Mientras los dos parloteaban acerca del partido y de lo que había visto
Angus, Tessa los escuchaba con una sonrisa y tomaba su copa helada
lentamente. Pero la expectativa por la respuesta de Mark a su mensaje la
carcomía. Luego de su último bocado, se retiró de la mesa, sacó su teléfono
y lo desbloqueó con impaciencia.
Ningún mensaje nuevo.
Reprimió un poco la ansiedad que se estaba por disparar y dedujo que
probablemente él tendría mucho que hacer después de los partidos. No iba a
estar pegado a su teléfono después de anotar todos esos touchdown en el
primer partido de pretemporada de su carrera. Aunque ella estaba
desesperada por que él le echara al menos un vistazo a su teléfono.
Angus terminó su copa helada y su cuchara retumbó sobre la mesa.
—¡Aaah, abuelo! Esta semana en la escuela hice un dibujo nuevo de un
tren. ¿Quieres verlo?
—¡Claro que sí! —dijo su padre palmeándole la rodilla.
—¡Bien! Déjame ir a buscarlo arriba. No sé dónde lo puse.
—Está en tu mochila —le recordó Tessa—. Revisa la carpeta verde.
—¡Sí! ¡Revisaré la carpeta verde!
Angus salió corriendo de la cocina hacia las escaleras. Aprovechando que él
no estaba, Tessa se desplomó en su asiento en la mesa del comedor. Su
padre dio un suspiro, como si supiera lo que se venía.
—Bueno… tengo que contarte algo —dijo Tessa, mordiéndose una uña.
—Déjame adivinar. Es sobre el partido de los Sharks del que no para de
hablar —dijo su padre.
Ella se aclaró la garganta.
—Sip. Los amigos de la escuela que fueron con nosotros consiguieron
pases VIP. Por supuesto que Angus estaba encantado. Y no podía decirle
que no —Su padre fruncía la boca cada vez más a medida que ella le
contaba—. Así que fuimos al encuentro con el equipo. Angus conoció a
Mark, y a juzgar por la expresión en su rostro, bueno…—Dio un suspiro
tembloroso y se obligó a mirar a su padre a los ojos—. Creo que sabe que
Angus es de él.
El gesto de su padre se acentuó y sacudió la cabeza.
—Te dije que llevarlo a ese partido era una mala idea.
—Pero no podía decirle que no.
—Puedes decirle lo que quieras —dijo el padre, y se encogió de hombros
de forma desdeñosa—. Eres su madre.
Ella suspiró, con la misma sensación de derrota que todas las otras veces
que habían intentado entablar una conversación.
—Gracias por recordármelo, papá.
—Lo que quiero decir es que tú sabías que era riesgoso. ¿No podías haberlo
llevado a otro partido en otra oportunidad?
Se mordisqueó el labio superior.
—No lo entiendes. Angus acaba de empezar en una escuela nueva, que
además es mi escuela. Es importante para mí que él pueda adaptarse y
sentirse bienvenido allí. Los niños con los que va a la escuela lo tienen
todo. Sus familias viven en mansiones y les regalan a sus hijos de cinco
años encuentros con jugadores de la NFL. Esos niños no conocen otra cosa
que no sea dinero. Fue muy importante que invitaran a Angus a esa fiesta de
cumpleaños. Nunca podría haberle dicho que no a algo así.
Su padre dio un suspiro.
—¿Pero, de todos modos, quién necesita todo ese lujo? Las escuelas
públicas son muy buenas, y…
—Mientras esté trabajando como maestra en esa escuela, puede recibir
educación privada gratis. Angus está teniendo un gran comienzo en la vida,
y esa es mi preocupación principal —dijo Tessa—. Y el hecho de que
también esté haciendo amigo nuevos, es aún mejor.
Para ella, el asunto estaba terminado. Porque su único motivo para buscar
un puesto prestigioso a poco de haber terminado el posgrado era el futuro
de su hijo, darle la mejor educación posible, tan pronto como pudiera,
además de poder mantener a su pequeña familia. Por ahora estaba
funcionando. Y tenía que seguir así.
—Entonces, ¿qué crees que vas a hacer con Mark?
—No voy a prolongar las cosas, créeme —dijo ella—. Se lo pensaba decir
en algún momento. Solo quería esperar a que llegara a una buena posición
en su carrera. Y ahora lo hizo, claramente.
Su padre suspiró, y ella pudo adivinar las mismas objeciones largas y
gastadas a punto de salir de su boca. No se habían puesto de acuerdo en
cómo manejar su embarazo y en si Mark debía estar involucrado o no, pero
él nunca insistía con sus opiniones. De más estaba decir que su padre no
estaba en posición de decirle cómo tenía que vivir su vida, cuando él mismo
le había dado lo mínimo indispensable durante su niñez. Antes de que él
pudiera decir otra palabra, ella se apresuró a agregar:
—Le envié un mensaje para adelantar nuestro encuentro. En vez de al final
de esta semana, quiero verlo antes. Si es posible esta noche, si él acepta.
En ese preciso momento, vibró su teléfono. Saltó de su asiento al tiempo
que Angus bajaba las escaleras. Prendió la pantalla para leer la vista previa
del mensaje.
Era Mark.
«Me puedo hacer un hueco esta noche. Dime dónde».
Era cortante, pero al menos no era un no. Se quedó mirando el teléfono e
intentó descifrar la emoción detrás de ese breve mensaje.
Por ahora, no importaba. Lo que sí importaba era sacarse de adentro esa
gran verdad para que, por primera vez en los últimos seis años, lograra
respirar luego de que todo saliera a la luz.
Mark estaba a punto de descubrir que había sido padre el año en que se
graduaron de la secundaria.
CAPÍTULO TRES

M ark llegó al bar de vinos en el centro de Savannah a las 20, como


habían acordado. Intentaba convencerse de que el encuentro no era
importante, mientras entraba en el pequeño y confortable bar revestido de
madera, con estantes con vinos que iban del piso al techo. Es cierto que
tenían mucho terreno por recorrer, y algunas viejas heridas por superar, pero
no había razón para sentir ese nerviosismo de primera cita que no lograba
quitarse de encima. Además, tenía las palmas transpiradas, aunque era poco
probable que se dieran un apretón de manos.
Al menos eso esperaba. Aunque también era cierto que no sabía qué
esperar.
Encontró a Tessa inmediatamente, sentada en una mesa para dos en el fondo
y ojeando el menú. ¿Por qué tenía que estar tan hermosa? Lucía como si el
tiempo no hubiese pasado y aún estuviesen la secundaria. Por supuesto que,
si así fuera, él la saludaría con un beso, y no con las dudas y la incomodidad
contra las que estaba luchando.
A esa altura, ni siquiera sabía qué era lo que sentía por ella. No la odiaba,
eso era seguro, pero ¿alguna vez podrían volver a ser amigos?
Era difícil saberlo. El futuro dependía totalmente de la razón por la que lo
había citado allí esa noche. Enterró las manos en los jeans que se había
puesto antes de dejar el estadio, cuando sus compañeros de equipo lo
invitaron a una cena pospartido. No todos iban a ir, pero James lo motivó a
que fuera, ¿cómo podía decir que no? Se habían dado un banquete de alitas
de pollo y cerveza ligera, y posado para un montón de fotos en un bar
deportivo lleno de gente. Si así iba a ser toda la temporada, tenía que ir
acostumbrándose.
«Y encontrarse con Tessa en lugares como este pequeño bar de vinos
después de cenar con el equipo luego de cada partido no estaría tan mal…»,
pensó.
No. No lo ayudaba en nada pensar así sobre ella. Ella lo había abandonado
por una razón, aunque aún no supiera cuál. Y aunque había asimilado el
dolor hacía mucho tiempo, bastaba un rasguño para que este volviera a
surgir.
Tessa levantó la vista del menú cuando él llegó a la mesa. Su rostro
destellaba de sorpresa, y luego un rubor rosa coloreó sus mejillas.
—Hola, Tessa —dijo él, rascándose la nuca.
—Ay, dios mío, me asustaste. Siéntate, por favor.
Ella le hizo un gesto hacia el banco del otro lado de la mesa. Él se sentó y
sintió que los antebrazos se le erizaban por la expectativa. El asiento hizo
un chirrido por su peso y ella lo miró.
—Vaya. —Rio suavemente—. Realmente estás más musculoso que la
última vez que te vi.
Con «más musculoso» se quedaba corta. En la secundaria era flacucho pero
fuerte. Ahora tenía entrenadores profesionales que lo ayudaban, y mucha
comida saludable con qué nutrirse.
—Bueno, pasaron seis años. Estaba predestinado a aumentar un poco de
peso —bromeó, mirando hacia afuera del bar. Era difícil mirar esos ojos
verde-grisáceos. Siempre lo habían cautivado cuando estaban juntos, y
hasta que no supiera la razón de ese encuentro, mirarlos era una decisión
peligrosa.
Tessa se miró a sí misma en comparación y su complexión ligera la hizo
sonreír. Mark casi podía predecir lo que ella iba a decir… si es que era la
misma Tessa con la que había crecido. Pero después de transcurrido un
minuto, no dijo nada.
No era la misma Tessa. Todo parecía distinto. Incómodo.
Odiaba esa sensación.
El silencio entre ellos se extendió, y solo se interrumpió por la llegada de
una camarera que les preguntó qué iban a ordenar.
—Para mí, una copa de este pinot grigio —dijo Tessa, señalando lo que
había elegido del menú, y la camarera asintió con una sonrisa.
Cuando llegó su momento de ordenar, Mark dijo:
—Agua está bien.
La camarera les retiró los menús y los dejó nuevamente sumidos en un
tenso silencio. Tessa dio un suspiro profundo, lo que molestó a Mark. Sabía
que ella tenía mucho para decir, especialmente después de haber aparecido
hoy en el encuentro con el equipo, con un niño. Se dio cuenta de que no
sabía nada de su vida, y a este ritmo no iba a descubrir mucho.
—Entonces… —comenzó él y cruzó los brazos, aún orientado hacia el
restaurante.
Tessa juntó las cejas mientras observaba los vasos que los separaban.
—Sí. Seguramente te estés preguntando por qué te pedí que vinieras hoy.
—Un poco.
Empezó a mordisquearse el labio otra vez y luego dijo:
—¿Puedes mirarme a mí?
—¿Qué?
—Si puedes… mirarme.
Mark tensó la mandíbula. Esto no pintaba bien. Finalmente, se giró hacia
ella y se aclaró la garganta mientras se preparaba para mirarla a los ojos.
Estaba pálida, y él se contuvo de preguntarle qué le pasaba. Este era su
momento.
—Imaginé este momento de ochocientas formas distintas —empezó a decir
en voz baja—, para intentar encontrar las palabras correctas, pero ninguna
funcionó. Pensé que se me ocurriría algo para poder explicarte todo de
forma que lo entendieras, pero…—Sacudió la cabeza—. ¿Recuerdas a
Angus, del encuentro de hoy?
La pregunta le surgió a Tessa con una prisa nerviosa.
El corazón le dio un vuelco. Mark no había podido dejar ni por un minuto
de pensar en aquel niño de ojos familiares.
—Claro que sí. Es tu hijo —dijo Mark.
—Sí. —Tessa hizo una pausa—. Y también tuyo —asestó finalmente.
Los ojos de Tessa permanecieron en él, y todo alrededor se paró en seco con
un chirrido. El bar de vinos se disipó y el vocerío de los otros clientes se
redujo a un zumbido sordo. En ese momento, no existía nada más que su
mirada gris y esa revelación de una verdad que, en lo más profundo de su
ser, había sabido desde el primer instante en que había visto a Angus.
Sin embargo, todo lo que pudo decir fue:
—¿Qué?
—Nu… nunca te lo dije —balbuceó—, pero es tuyo. Quedé embarazada al
final del último año de secundaria. Siento mucho no habértelo contado.
Él pestañeó varias veces, mientras la verdad se asentaba voluminosa e
incómoda en su interior. Una cosa era sospecharlo y otra era escucharlo en
un bar de vinos.
Mark abrió la boca para responderle, pero no dijo nada. Miró a su alrededor
y se preguntó si alguien podía percibir la implosión que estaba ocurriendo
en su interior. Pero nadie les prestaba atención. Excepto la camarera, que
regresó con sus bebidas en las manos y una sonrisa animada.
—¿Van a querer algo más? —preguntó ella.
Mark intentó responder pero no pudo. Tessa dijo algo, pero Mark apenas la
escuchó, y la camarera se retiró un minuto después.
—Mark…
—¿Por qué? —Fue todo lo que pudo decir.
Ella bajó la mirada a la mesa.
—Sinceramente… Te lo oculté porque de haberlo sabido, habrías venido
corriendo.
Finalmente, sintió que la rabia le emergía desde el lugar profundo en que
estaba escondida. Golpeó la mesa con el puño, con más fuerza de la que
quería.
—¡Por supuesto que lo habría hecho! Habría hecho cualquier cosa por ti,
Tessa. Sabes que mi familia siempre ha sido mi vida. ¡Diablos!, terminé
retrasando un año de la universidad para ayudar a cuidar a mi abuelo luego
de que le diagnosticaran cáncer. —Se pasó la mano por el pelo—. ¿Cómo
pudiste quitarme todo eso? Sus primeros pasos. Sus primeras palabras. Son
cinco años de recuerdos que no podré recuperar jamás... ¡Mierda, no es
justo!
Ella tragó, abatida.
—Lo sé. No lo es.
Permanecieron sentados en un triste silencio por varios minutos. Tessa se
secó una pequeña lágrima de la mejilla y enderezó la columna.
—¿Recuerdas la noche del baile de graduación?
—¿Eso qué tiene que ver con todo esto?
—¿La recuerdas?
Él apretó y volvió a aflojar la mandíbula.
—Claro que sí.
Había sido el momento más divertido que habían tenido como pareja en la
secundaria. No porque fuera salvaje o prohibido, sino porque por una noche
habían jugado a ser adultos, imaginándose la vida que querían llevar juntos.
Desde la cena lujosa hasta el baile en sí, y luego la conversación acerca del
futuro, hasta el amanecer. Mark había pensado que era el comienzo del
siguiente capítulo para ellos. Pero Tessa, en cambio, había decidido
terminar la historia por completo.
—Te lo iba a decir esa noche —dijo Tessa en voz baja.
—Para ese entonces, ¿ya estabas embarazada?
Ahora el mundo giraba fuera de control.
Ella asintió.
—Nos quedamos despiertos toda la noche, hablando, y sobre el final me
sentía lista para decírtelo. Pero entonces empezaste a hablar sobre tu
familia… decidí que no podía decírtelo.
—Eso no tiene ningún sentido —refunfuñó.
—Mark, no dejabas de hablar de todas las formas en que ibas a ayudar a tu
familia cuando tuvieras éxito —dijo ella, en voz baja pero firme—. Cómo
ibas a saldar todas sus deudas y comprarles una casa con un techo que no
goteara. Una casa de verdad, no una casa rodante como en la que nos
criamos. —Resolló con fuerza, los ojos le brillaban por las lágrimas—.
Después de todo, sabía que no podía retenerte cargándote con un bebé antes
de que tu vida siquiera hubiese comenzado. Y ahora que alcanzaste tus
metas, no quiero impedirte que conozcas a tu hijo.
Mark se restregó la frente. A veces podía oír el incesante goteo de la lluvia
golpeando las cubetas en la sala de estar. Ambos habían crecido en la
pobreza, y haber llegado a la NFL había resuelto todos los problemas de su
familia. Era el golpe de suerte que todos habían esperado.
Pero él sabía, desde lo más profundo de su ser, que lo habría logrado de
todos modos si ella le hubiese dicho acerca del embarazo.
—Así que déjame entenderlo —dijo él, entrecerrando los ojos—. ¿Me
alejaste de mi familia… para que pudiese apoyar a mi familia? —Se rio
amargamente—. ¿Qué sentido tiene eso, Tessa?
Ella languideció.
—No me gustó tener que ocultártelo todo este tiempo. Odié cada segundo,
créeme. Pero tenía dieciocho años, estaba embarazada y asustada. Creía que
estaba tomando la decisión correcta para ambos. —Le sonrió levemente—.
Eres un buen hombre, Mark. Sé exactamente lo que hubieses hecho si te lo
hubiese contado en aquel entonces. Hubieras dejado todo por lo que estabas
luchando para hacer lo que creías que era lo correcto para nosotros. Pero
muchas personas dependían de ti. Sentí que contarte lo del bebé era… no
sé… egoísta, supongo. —Hizo una pausa—. Sentí que iba a retenerte.
Él suspiró profundamente. Ella había decidido ocultárselo durante seis años.
Y aunque podía entenderla un poco, no le parecía lo correcto. Porque él
podría haber estado a su lado. No tenía por qué ser tan difícil para ella. Y
volvió a enojarse al pensar lo que habría sido para ella hacerlo todo sola.
—Podría haberte ayudado —le dijo, con un nudo en la garganta.
Ella se secó otra lágrima.
—Lo siento mucho. Lo hecho, hecho está, y ahora estamos aquí.
No iba a dejar que ella resumiera seis años perdidos con una frase trillada.
Se acomodó en el asiento.
—Di algo —dijo Tessa con voz lastimera—. Pareces molesto.
—¡Estoy molesto! —gritó, lo que hizo que dos personas de una mesa
cercana lo miraran—. Y dolido, y confundido. Por mí y por él. ¿Alguna vez
te detuviste a pensar en cómo afectaba a tu hijo esa decisión? ¿Privarlo de
su padre?
Finalmente, ella dejó de llorar, aunque le seguían brotando las lágrimas. Él
enseguida se arrepintió por parecer tan enojado.
—Por supuesto que lo he pensado. ¡Todo el tiempo! —Resolló y se enjugó
las lágrimas debajo de los ojos—. No tienes idea de lo pesada que es esa
carga.
Mark la analizó y se dio cuenta de que le estaba diciendo la verdad. La
angustia que sentía por lo que se había perdido Angus se veía en su rostro.
Se tranquilizó, a pesar de que la confusión aún se arremolinaba en su
interior.
—¿Cómo lo lograste?
—¿Lograr qué?
—Todo. Ser una madre soltera. Criarlo… —Se había quedado sin palabras.
A él le habían ocurrido muchas cosas en los últimos seis años, pero a ella le
habían ocurrido el doble.
—Bueno, no fue precisamente fácil ir a la universidad con un bebé en la
panza —respondió con una triste sonrisa—. Pero lo logré. Obtuve becas y
ayuda económica y… lo logré. —Se encogió de hombros y miró hacia el
restaurante con los ojos llorosos—. Maduré muy rápido, eso es seguro.
—Ya eras madura desde un principio —espetó Mark.
—Ambos lo éramos.
Se miraron de forma intensa hasta que Tessa alcanzó su vaso y finalmente
tomó su primer sorbo. Sus infancias no habían sido fáciles, se habían criado
en la pobreza en un olvidado campamento de casas rodantes en un pueblo
rural de Georgia. Pero la de Tessa había sido peor, porque Mark al menos
tenía a su familia completa, tenía el amor infinito de sus padres, mientras
que la madre de Tessa la había abandonado a los nueve años. Por su
expresión podía adivinar que ella no quería hablar de ese tema.
—La universidad fue más difícil en los primeros años, porque era la parte
más intensa de la carrera. Dejaba a Angus en la guardería para poder ir a
clase, luego lo iba a buscar, y pasaba toda la noche jugando con él y
dándole amor, y por último hacía la tarea una vez que él se iba a la cama.
No dormí mucho en los últimos años.
Escuchar su relato hizo que él se diera cuenta de lo diferentes que habían
sido sus vidas. Todo lo que ella había sacrificado. Durante la universidad,
Tessa había estado ocupada criando a un niño, mientras que él solo pensaba
en mantener un promedio de calificaciones lo suficientemente alto para
permanecer en el equipo y en no beber demasiado en las juergas.
—Aún me preocupa, ¿sabes? —dijo Tessa, escudriñando su rostro—. Saber
si hice un buen trabajo sola...
—Ey. Parece un niño estupendo —dijo Mark, y estiró la mano para cubrir la
de ella—. Educado, gracioso y súper adorable. Me encantará conocerlo.
Cuando ella bajó la vista con sorpresa hacia sus manos, él le dio un suave
apretón. Ni siquiera había tenido la intención de tocarla, era solo un reflejo.
Después de todos esos años.
—Gracias —dijo ella, envolviéndole los dedos.
Su mirada no se movía de sus manos entrelazadas. La energía brotaba entre
ellos, un calor que funcionaba como alerta para Mark. Ese calor le decía
que su química permanecía intacta, con la misma fuerza de siempre.
Finalmente, retiró la mano cuando la camarera se acercó, y a él no le
sorprendió sentir el corazón acelerado.
Mark se perdió contemplándola mientras hablaba con la camarera. Una
parte suya aún no podía creer que la tuviera sentada enfrente. O que
hubiesen pasado seis años, que fuesen adultos con sus profesiones propias,
y ahora con un hijo de ambos. Otra parte temía que esto fuese solo un sueño
del que aún no se había despertado.
Porque una cosa era cierta: si todo eso era un sueño, sin dudas no quería
despertarse. Tenía que recuperar el tiempo perdido. Quería conocer a ese
niño y reclamarlo como el hijo que siempre había querido tener. Aunque no
hubiese planeado que sucediera tan pronto.
Finalmente, Tessa se había tranquilizado, y aunque Mark todavía tenía un
millón de preguntas acerca de la decisión que había tomado hacía seis años,
decidió no presionarla. Con suerte, tendría más tiempo de resolverlo con
ella y de dejar el dolor que sentía por lo que se había perdido.
—Entonces… ¿me muestras algunas fotos? —Claramente, era una ofrenda
de paz.
Al fin, ella sonrió y sacó su teléfono. Pasaron la hora siguiente entre
recuerdos, con Tessa mostrándole una foto tras otra de la vida de Angus.
Los días en el sanatorio, ella acunando al recién nacido; su primera
Navidad, con el gorro torcido de Papá Noel, que era demasiado grande para
su cabecita; su fase nudista, cuando se rehusaba a usar pantalones; y todo
tipo de momentos divertidos de sus primeros años, como los desastres al
pintar con los dedos y la vez que encontró a Angus haciendo pis en el patio
de los vecinos.
Cuando terminaron de navegar por las fotos, el bar de vinos ya estaba por
cerrar. Tessa miró la hora y maldijo.
—Tengo que regresar. Seguramente mi padre ya llevó a dormir a Angus,
pero tengo que prepararme para ir a trabajar mañana. Y probablemente
limpiar el desorden que hayan dejado.
Esto le produjo a Mark un instinto protector. Ella se había estado ocupando
de sí misma y de su padre desde que su madre la había abandonado. Y
Mark siempre la había ayudado a asumir esa carga. Aún sentía esa
necesidad en su interior, después de todos esos años. Pero cerró la boca
antes de decir algo que pareciera demasiado.
Aunque extrañamente todavía se sentía cercano a ella, sabía que tenían que
ocuparse de muchas cosas que iban más allá de este nuevo capítulo de tener
un hijo juntos. No iba a apresurar las cosas. Primero tenía que encontrarle la
vuelta a sus propias cosas. No solamente a este nuevo miembro de la
familia, sino también a su trayectoria en alza y a los imprevistos de afrontar
un año como novato.
Cuando llegó la cuenta, Mark la agarró antes de que ella pudiera alcanzarla.
Se la entregó a la camarera junto con su tarjeta de crédito, ignorando las
protestas de Tessa.
—Ni siquiera ordenaste nada —dijo ella.
—Pero tú sí.
Ella hizo una mueca.
—Yo fui quien te invitó.
—Pero yo gano más dinero.
Vaya, se sentía bien decirlo. Casi tan bien como ver el destello desafiante
que iluminaba su mirada.
—Pero yo…
—No discutas conmigo, Tessa Black —dijo él, suprimiendo una sonrisa—.
Ya está hecho.
Por un momento, fue como en los viejos tiempos. Tessa con su mueca
sonriente característica, mirándolo como si fuese el único hombre en el
mundo.
Esta era la conexión que siempre había chisporroteado entre ellos. Esa
conexión que los había llevado a concebir a Angus y que ahora sabía que no
se había desvanecido ni un poco, ni siquiera después de haber pasado seis
años separados.
La pregunta era, ¿qué les deparaba el futuro?
CAPÍTULO CUATRO

E se domingo estaba excepcionalmente caluroso y húmedo, pero, para


variar, a Tessa no le afectaba. Porque hoy su hijo finalmente iba a
conocer a su papá.
Había estado todo el día sumida en una crisis emocional, a duras penas
había mantenido la calma por Angus. Tres días antes, habían tenido la
charla esperada hacía tanto tiempo, después de que ella lograra recuperarse
completamente del encuentro con Mark la otra noche.
Abordó el tema con Angus cuidadosamente, aproximándose lentamente a la
noticia de que Mark Coleridge era su padre. Luego de varias preguntas
acerca de cómo era posible que un jugador de fútbol famoso hubiera
conocido a su mamá, se entusiasmó rápidamente no solo con la idea de
tener un padre, sino también con que ese hombre ya fuese su héroe.
—¿Mamá? ¿Estás lista?
Angus ya había estado saltando en la puerta de entrada durante diez
minutos. Tocaba el cielo con las manos ante la posibilidad de ver a su papá
otra vez, y estaba aún más entusiasmado de que su nuevo papá fuese su
jugador de fútbol favorito.
—Ya casi, hijo.
Deslizó su bolso y se aseguró de tener suficientes refrigerios y una botella
de agua para Angus. Iban a pasar unas horas en un zoológico interactivo
para que Angus y Mark pudieran conocerse como padre e hijo. La cabeza le
daba vueltas… por múltiples razones.
Darle la bienvenida a su vida al padre de Angus era una cosa. Pasar tiempo
cerca de un hombre al que nunca había logrado superar del todo, era otra
cosa totalmente distinta.
No había tenido tiempo para los hombres desde que entró en la universidad
y se convirtió en madre. De hecho, ni siquiera había intentado tener una
cita. Ni una sola vez. Solo recientemente había empezado a sentir la
emoción de querer algo más. Intentaba ignorar la conexión entre esa
emoción y el haberse contactado finalmente con Mark.
«No hay futuro entre ustedes dos. No después de la forma en que lo
abandonaste», pensó.
Era una realidad que había utilizado como armadura a través de los años,
aún en sus momentos más oscuros, cuando se odiaba a sí misma y se
arrepentía de cada decisión que había tomado durante la infancia de Angus.
Se había convencido a sí misma de que había quemado todos los puentes
que alguna vez la habían conectado con Mark. Verlo otra vez, con su
confusión y rabia totalmente justificadas, solo le servía para recordarle cuán
profunda era su culpa.
Pero la chispa que aún existía entre ellos… no había contado con esa parte.
Ahora estaban ocurriendo demasiadas cosas como para concentrarse en eso.
Se preguntaba si él también lo había sentido, si alguna vez se habría
imaginado lo que pudo haber ocurrido entre ellos si ella no se hubiese
sentido agobiada y no hubiese desaparecido.
Por fin, ella y Angus salieron de la casa, cerraron con llave y se apresuraron
hacia su pequeño sedán. Angus tarareaba en el asiento trasero mientras ella
serpenteaba por el tráfico del centro de la ciudad, deleitándose como
siempre con las espléndidas mansiones y las fachadas prebélicas. Savannah
era un sueño hecho realidad, particularmente después de haberse criado en
el páramo oxidado de su pueblo rural en Georgia, un lugar lleno de
sufrimiento y malas decisiones, al menos para ella. Y aunque su padre
todavía vivía allí, ella nunca regresó. No le interesaba ver la descolorida
casa rodante en donde había crecido o volver a visitar todos los tristes
rincones de ese pueblo en donde se había preguntado por qué su madre los
había abandonado, o cómo pudo haber justificado el haber dejado a una
niña pequeña y a su marido.
Pero las respuestas nunca llegaban, y las preguntas persistían aún después
de que ella se marchara. Lo único que Tessa podía hacer era concentrarse en
criar a Angus para que su corazón no estuviese manchado con el mismo
dolor. Para que todo lo que conociera fuera amor y apoyo. Y ahora, además,
tenía dos padres que lo habían elegido.
Angus prácticamente chillaba de emoción cuando se estacionaron en el
zoológico interactivo.
—¿Dónde está? —gritó, y se estiró para mirar por la ventana.
—No estoy segura, hijo. Llegamos un poco temprano, así que
probablemente esté en camino.
—¿Crees que se acuerde de mí? —preguntó Angus.
—Sé que se acuerda de ti —dijo Tessa, y sintió que otra ola de lágrimas
amenazaba con salir. Había luchado contra eso todo el día. Se giró para
mirar a Angus a los ojos—. Está muy entusiasmado por verte otra vez. No
puede hablar de otra cosa.
Angus sonrió de oreja a oreja. Tessa no estaba del todo segura sobre su
afirmación, ya que ella y Mark solo se habían mandado mensajes en los
últimos días para precisar los detalles de este paseo. Pero quería que Angus
tuviera la seguridad de que su papá sentía lo mismo. Ya había visto
suficiente de la típica firmeza de Mark Coleridge en el bar de vinos como
para saber que sería fiel a su palabra de querer involucrarse en la vida de su
hijo.
Faltaba ver qué tan involucrado quería estar. Y si Tessa también sería
bienvenida de vuelta al redil.
Tessa le envió un mensaje rápido a Mark mientras ella y Angus salían del
auto.
«Ya llegamos. ¿Estás cerca?»
Su respuesta llegó rápidamente: «Estoy a diez minutos, más o menos»
Tessa le dijo que se encontraban adentro del zoológico y luego arreó a
Angus por la puerta del frente.
—¿Ya llegó? —preguntó Angus.
—Casi —respondió ella—. Vayamos a ver a las gallinas primero, y antes de
que te des cuenta estará aquí.
Cada segundo que pasaba esperando a Mark parecía una eternidad. Él le
envió otro mensaje en el momento en que el empleado del zoológico le
llenaba la mano a Angus con alimento para las gallinas.
«No tengo mucha experiencia con niños. ¿Hay algo que deba saber antes de
llegar?»
Ella sonrió, al tiempo que escribía su respuesta: «Nada importante. Hay que
alimentarlo y darle agua cada unas horas».
«Se parece mucho a una planta… con las que nunca tuve suerte. Solo quería
advertirte».
Mark terminó su mensaje con un tonto emoji, y ella se rio para sí y guardó
el teléfono. Lo cierto es que ella había planeado todo esto. Revelar de golpe
la existencia de un hijo no lo convertía a él automáticamente en padre. Era
un proceso, como había sido para ella. No esperaba que él ganara el premio
al Mejor Padre desde el principio. ¡Si ni su propio padre había ganado ese
premio en dieciocho años de custodia! Para algunos, el título nunca llegaba.
Que Mark tan solo quisiera estar en la vida de Angus ya era suficiente.
Cruzando los corrales de las gallinas y cabras, Tessa vio a Mark salir de un
Cadillac negro todoterreno con vidrios polarizados. Sintió que palpitaba de
emoción.
—Angus —dijo suavemente merodeando detrás de él, que desparramaba el
alimento para gallinas en el suelo—. Ya llegó.
Angus dio un grito ahogado y levantó la vista hacia ella.
—¿Ya llegó? ¿En serio?
Ella asintió y sus ojos se nublaron de lágrimas. ¿Cómo iba a sobrevivir a
ese día? Levantó la vista y encontró a Mark entrando al zoológico con algo
cubriéndole el hombro. Sus anchos hombros estiraban la camiseta celeste
que vestía, y llevaba el cabello rubio oscuro detrás de las orejas. Caminaba
a ritmo tranquilo, con la confianza de un jugador de fútbol profesional,
alguien que sabía silenciosamente que probablemente era más fuerte y
rápido que cualquiera a un kilómetro a la redonda. Siempre había tenido esa
seguridad natural y un optimismo que podía animarla incluso en sus días
más tristes. Tessa se dio cuenta de que no había podido sacarle los ojos de
encima hasta que Angus le tironeó del brazo por quinta vez.
—Mamá, ¿me parezco a él? —Su pequeño rostro se iluminó con el brillo de
Mark en los ojos.
Tragó saliva y asintió.
—Sí, hijo. Te pareces mucho a tu papá. Mucho.
Angus se escudó detrás de ella cuando Mark se acercó. Solo ella podía
adivinar el nerviosismo detrás de la sonrisa de Mark. Era curioso como seis
años separados lo habían convertido en un extraño, y sin embargo lo
conocía más que a nadie en el mundo.
—Hola, chicos —dijo Mark; le dirigió a Tessa una enorme sonrisa y luego
miró a su alrededor—. Hola, Angus.
Angus apenas asomó la cabeza. Tessa intentó tomar distancia para que
pudiera revelarse, pero él se aferró a sus piernas.
—¿Tienes vergüenza? —le preguntó.
Angus no respondió. Mark se agachó para estar a la misma altura de Angus.
—Está bien —dijo Mark—. Yo también estoy un poco nervioso. Por eso te
traje algo genial. — Mark tiró de la camiseta que tenía sobre el hombro y se
la mostró a Angus—. Te traje tu propia camiseta con el nombre
«Coleridge». ¿Qué te parece?
Angus abrió grande los ojos e inmediatamente salió de detrás de Tessa para
aceptarla. Redondeó la boca e inclinó la cabeza para mirar a Mark.
—Muchas gracias, Mark —murmuró.
—Vaya, Angus, ¡es genial! —lo animó Tessa—. ¿Quieres probártela? —
Angus asintió con entusiasmo y ella lo ayudó a ponérsela. Era un talle
pequeño de adulto y le quedaba muy grande, pero él estaba exultante de
todos modos.
—Es como la que tengo en casa, pero mejor porque esta es real, ¡como la de
los jugadores de fútbol profesional! —dijo Angus con entusiasmo.
—Y estoy segura de que le quedará bien en muy poco tiempo —le dijo
Tessa a Mark—. Últimamente está creciendo como la hierba.
Mark sonrió con curiosidad y la miró con un destello en los ojos que le hizo
hervir las entrañas.
—¿Ya tienes una camiseta de Coleridge en casa?
—Eh…—balbuceó ella, intentando cubrir ese reconocimiento involuntario.
—Sí, es la camiseta universitaria, ¿verdad, mamá? —agregó Angus
alegremente, dando saltos alrededor con su camiseta extragrande.
«Me descubrieron», pensó.
—Sí. Era una de tus camisetas universitarias. Es decir, tamaño infantil. —
Esperaba que no leyera demasiado entre líneas. Aunque para ella, la
intención era simple. A través de los años, había mantenido a Mark cerca de
su corazón en muchos detalles.
Él asintió lentamente y le sonrió a Angus.
—¡Estupendo! ¿Quieres ir a darle de comer a los animales?
Angus aceptó con un grito, y cuando Tessa se ofreció a guardar su camiseta
nueva, el niño insistió en usarla, aunque le llegaba a las rodillas.
—Le encanta —murmuró Tessa, dirigiéndose a Mark—. Buena idea.
Mark no permaneció a su lado por mucho tiempo. Angus lo invitó al corral
de las cabras y ella se quedó atrás viéndolos recibir los tarros de comida y
las instrucciones del empleado. Angus se reía nerviosamente, mientras
extendía su tarro de comida para atraer a las cabras hambrientas. Mark se
inclinó a su lado, y ambos alimentaron a las cabras sonriendo a sus anchas.
—¡Mamá, mira todas estas cabras! —gritó Angus.
—Sí, hijo. Son un montón. —Respondió ella, recostándose en la cerca que
la separaba de los animales. No quería entrometerse demasiado en sus
primeros momentos juntos. En realidad, tal vez tenía que dejar de merodear
y darles un momento para estar solos—. ¿Necesitan algo? ¿Tienen sed?
Puedo ir a comprar bebidas.
—¡Refresco de naranja! —gritó Angus.
—Yo estoy bien—. Mark le sonrió por encima del hombro; sus ojos
brillaban con alegría genuina. Se le aceleró el corazón, pero por la mejor
razón posible. Si tan solo pudiera mirarla así con cierta frecuencia, podría
morir feliz.
Tessa atravesó en zigzag el zoológico hacia el puesto de comidas, y cada
pocos minutos controlaba a Mark y Angus por encima del hombro mientras
compraba los refrescos de naranja para sus chicos. Se reprendió a sí misma
cuando ese pensamiento pasó por su cabeza. No importaba cuánto quería
recuperar a Mark —para reanudar la relación que ella había abandonado e
intentado olvidar—, no podía hacerlo. Todavía no. Y quizás nunca.
Angus siempre sería su hijo. Pero solo en sus fantasías más salvajes Mark
podría volver a ser su hombre.
De regreso en el corral de las cabras, les entregó los refrescos de naranja a
ambos para que pudieran tomar un poco. Cuando Mark quiso protestar, ella
levantó una ceja.
—Es solo un contraataque luego de que pagaras por mi vino la otra noche
—dijo ella.
Mark entornó los ojos pero le dio un buen sorbo a la bebida.
—Gracias.
—¡Mmm...! Me encanta el refresco de naranja. ¿A ti te gusta también? —
preguntó Angus, levantando la vista hacia Mark. Antes de que pudiera
responder, una cabra le dio un empujón en el trasero a Angus. Y luego una
vez más. Con fuerza. Angus se tropezó hacia adelante, chillando, y el
refresco se le cayó de las manos. El líquido anaranjado voló por el aire
haciendo una curva por encima de su camiseta nueva de los Sharks para
finalmente derramarse sobre la tierra.
—¡Ay no...! —dijo Mark, y rescató el vaso antes de que se vaciara
completamente. Lo dejó en un costado y se arrodilló al lado de Angus—.
Esa cabra te dio fuerte.
El labio inferior de Angus empezó a temblar, y Tessa predijo de inmediato
el escándalo inminente. Especialmente cuando Angus miró su camiseta
nueva y vio la mancha de color naranja fluorescente que cruzaba toda la
pechera.
Soltó un quejido.
—¡Mi camiseta nuevaaa...!
—Ey, oye amigo, no pasa nada. —Mark le apretó los brazos y Tessa se
contuvo para no intervenir inmediatamente. Después de todo, esto era para
que Mark conociera a Angus, con percances incluidos.
—¡Está destruida! —gritó Angus.
—No, no está destruida. Y si lo está, te daré una nueva, ¿sabes?
—No quiero una nueva. —Angus dio un pisotón—. Quiero esta, de mi
nuevo papá.
Tessa apretó los labios y se arrastró hacia la puerta del corral. Les daría
cinco segundos más, luego intervendría.
—Las manchas no son tan importantes —continuó Mark, al parecer
impávido ante el arrebato emocional—. Mira. Yo también me mancharé. —
Se echó un poco de refresco en sus pantalones cortos y luego miró a Angus
expectante—. ¿Lo ves? Igual que tú.
Angus se largo a llorar aún más, y Tessa se deslizó adentro del corral junto
a ellos.
—Hijo, está bien. —Se agachó al lado de Mark y le estrujó el brazo a
Angus—. Salgamos de aquí y vayamos a un lugar más tranquilo.
Condujo a Angus afuera del corral a un área bajo la sombra de unos árboles
enormes. Mark los siguió y Tessa envolvió a Angus en sus brazos mientras
le susurraba que todo iba a estar bien y que iba a utilizar el borrador de
manchas mágico para salvar la camiseta. Cuando eso fue suficiente, Angus
se calmó y Mark la observó como si hubiese hecho un truco de magia.
Mientras Angus se sorbía los mocos y se limpiaba las mejillas, Mark le
apretó el hombro.
—¿Estás bien, muchacho?
Angus asintió, mirándolo a Mark.
—¿Ahora podemos ir a ver a los pavos?
El alivio evidente en el rostro de Mark hizo que Tessa se riera entre dientes.
—Por supuesto. Tú guía el camino.
Angus salió brincando como si nada hubiese ocurrido y los dos lo siguieron
detrás.
—Creo que hoy está más sentimental de lo normal porque, bueno… —
Tessa gesticuló hacia el espacio entre Mark y Angus—. Tú sabes.
—No hay problema. Es parte de ser un niño, ¿cierto? —Él se rio y puso las
manos en los bolsillos, lo que hizo que sus bíceps se abultaran aún más—.
Haz hecho un gran trabajo con su crianza. Eso está claro.
—Bueno, gracias. —Entrecerró los ojos por la luz del sol mientras Angus
saltaba más adelante hacia el corral de los pavos.
—Deberíamos programar los horarios —dijo Mark—. Cuándo puedo venir
a verlo y demás.
Le alivió que él quisiera pensar en futuros encuentros. Una parte de ella
tenía miedo de que él mantuviera un papel distante en la vida de Angus,
como esos padres que aparecen una vez por mes y de los que se quejan sus
colegas.
—Me parece genial. Quizás puedas venir a almorzar a su escuela esta
semana. Estoy segura de que a sus amigos también les encantará volver a
verte. Solo necesitamos la autorización de la escuela por anticipado. Así
que si hablas en serio, podemos elegir el día y yo se lo solicitaré al director.
—Absolutamente. ¿Qué te parece el martes? Es mi día libre.
—Excelente, entonces tenemos una cita —dijo abruptamente, antes de darse
cuenta de cómo sonaba. Sintió que se le sonrojaban las mejillas, pero
afortunadamente habían llegado al corral de los pavos y Angus había
llamado a Mark para que se uniera.
Solo ella podía saber la ansiedad que sentía por cualquier cosa que se
pareciera a una cita con Mark. Un vistazo al plano ancho y fornido de su
pecho había dejado a su cuerpo implorando mucho más que una visita
platónica a un zoológico interactivo, en donde solo podía preguntarse
cuántas mujeres habían pasado ya por su vida. Cuántas mujeres se le
arrojarían a sus brazos, especialmente ahora que era una nueva
incorporación de la NFL.
Pero, por ahora, su única prioridad era que Mark se adentrara en su rol de
padre.
Tessa tenía que dejar sus deseos en el asiento trasero.
Probablemente para siempre.
CAPÍTULO CINCO

Al día siguiente, el silbato del entrenador Scooter atravesó el aire


severamente como una bofetada. Y así fue durante toda la práctica.
Mark jadeaba cuando el entrenador lo increpó.
—¿Qué diablos fue ese desastre? —le reclamó.
Mark había arruinado una jugada en la última carrera y lo sabía, pero no le
parecía que hubiese estado tan mal.
—Entrenador… —empezó a decir él.
—No me digas nada. —La mirada furiosa de Scooter era la quincuagésima
que Mark recibía hoy en la práctica. Contuvo un quejido y apoyó las palmas
sobre las rodillas mientras luchaba por recobrar el aliento.
—¡Simulacro! —gritó Scooter, y luego lanzó otro silbido. El equipo tomó
caminos separados hacia diferentes sectores del campo para dividirse en
grupos. Maxwell trotó hacia él y le palmeó la espalda.
—No dejes que te fastidie —dijo Maxwell. —Era solo cuestión de tiempo
que Scooter decidiera que era tu turno.
Mark intentó reír, pero no pudo.
—¿Sí? Estoy seguro de que me despediría de inmediato si pudiera.
—No —dijo Maxwell mientras trotaban al mismo ritmo—. Todos lo
vivimos.
Mark intentó consolarse con las palabras de Maxwell, pero hasta ahora
nadie la había pasado tan mal como él hoy. Y aunque sabía que no había
estado en el equipo ni la mitad del tiempo que la mayoría de los demás,
sabía que el entrenador le había reservado algo especial en el sermón de
hoy.
Era un sentimiento nuevo para él, aunque sabía que esto le iba a suceder
con frecuencia ahora que jugaba al máximo nivel. Durante toda la
secundaria e incluso la universidad, había sido el niño mimado. Ahora, era
un niño mimado más entre muchos otros más brillantes.
Completaron una serie inhumana de esprints que parecía interminable. Una
vez que la práctica hubo terminado, Mark volvió al vestuario prácticamente
rengueando. El final de la jornada laboral tenía dos ventajas importantes: no
más simulacros, y, al fin, poder centrar su atención en lo único que ocupaba
su mente por esos días: Angus y Tessa.
Mark fue el último en ducharse, pero solo porque se movía más lentamente
que el resto. Nadie en el equipo había corrido tanto como él ese día. Era una
sensación de orgullo extraña, pero al menos sabía que estaba recibiendo el
entrenamiento más selecto conocido por la humanidad. Las conversaciones
casuales flotaban en el vestuario mientras él se desvestía y finalmente se
arrastraba bajo el agua cálida.
Era simplemente un lunes regular de pretemporada, lo que significaba que
ya se había roto el alma durante horas, y ahora tenía el resto de la tarde y la
noche para él solo. Y lo único que quería hacer el resto del día era encontrar
la forma de seguir conociendo a Angus. Y no podía mentirse a sí mismo, el
hecho de que Tessa formara parte del paquete lo hacía mucho más
placentero.
«Pero ella no está conmigo hace ya mucho tiempo», pensó.
Aún no habían hablado de muchas cosas personales más allá de Angus,
pero estaba seguro de que ella no estaba sola. ¿Y si lo estaba? No iba a ser
por mucho tiempo. Tenía que haber algún bobo afortunado en esa escuela
cara en la que trabajaba que quisiera seducirla. Y vaya si la idea le
comprimía el pecho, aunque no debería.
Se obligó a no pensar demasiado en Tessa, porque hacerlo de forma
prolongada solo acababa de una manera. Y esa no era una buena idea
mientras se duchaba en el vestuario.
Cuando terminó de enjabonarse y enjuagarse, se envolvió en una toalla a la
altura de la cintura y volvió a su casillero. Pete Grant, pateador de los
Sharks, estaba sentado en el banco agarrándose el hombro derecho con una
mueca.
—¿Qué pasa, compa? —le preguntó Mark.
Pete le devolvió una mirada sombría.
—El hombro me está molestando.
—¿Ah, sí? —Mark se sentó a su lado en el banco—. Quizás deberías
tomártelo con calma. Mucha gente intenta tratar el dolor aplicando calor
porque es reconfortante, pero, sabes, el frío es mucho mejor para esos
músculos. Elimina la inflamación.
Pete dejó de rotar el hombro y le clavó una mirada inexpresiva.
—¿En serio?
Mark se rascó la nuca mientras algunos de sus compañeros se reían
alrededor. Quizás aún estaba acostumbrado a ser el capitán del equipo y a
guiar a los compañeros más jóvenes.
—Estoy seguro de que Pete tiene otras opciones para aliviar el hombro
aparte de ti, novato —dijo un compañero al que Mark no podía ver desde su
lugar.
—No, me encantaría que me expliques ese tratamiento con frío, por favor
—continuó Pete, con la voz llena de sarcasmo.
Mark endureció la mandíbula y dejó que las bromas le resbalaran. En cierta
forma se lo merecía. Y después del día que había tenido, ¿qué le hacía una
mancha más al tigre?
James se acercó desde el otro lado del vestuario.
—Muchachos, aflojen. Él solo intentaba ayudar.
—Gran ayuda —murmuró Pete, y se puso de pie—. No eres mi entrenador,
Coleridge, ni tampoco mi preparador físico. Métete en lo tuyo, hermano.
Mark le dirigió un saludo fingido.
—Entendido. Es bueno conversar contigo, Pete.
James le palmeó la espalda y se sentó en el banco a su lado.
—Veo que aún estás en modo capitán de equipo universitario.
Mark hizo una mueca.
—Viejas costumbres.
—Sabes, es gracioso cuando vienen jugadores jóvenes como tú —dijo
James, apoyando los codos sobre las rodillas—. Nos recuerda a todos cómo
éramos cuando recién empezamos en el fútbol profesional.
—Espero que eso sea algo bueno —se quejó Mark.
—Lo es. —James le guiñó el ojo—. Todos estuvimos en tu lugar, créeme.
Un zumbido en el casillero de Mark los interrumpió. Mark suspiró y se
puso de pie.
—Gracias. Espero acostumbrarme.
—Lo harás —le prometió James. Mark tomó su teléfono y vio que la
palabra «Abuelo» destellaba en la pantalla.
Desbloqueó el teléfono y se lo puso entre el hombro y el oído mientras
revolvía entre la ropa.
—Hola.
—¿Cómo está mi estrella de fútbol? —La voz áspera de su abuelo fue un
bálsamo inesperado. El anciano había creído en él desde el principio, lo que
hizo que fuese obvio para Mark dejar la universidad para ayudar a su abuelo
a luchar contra el cáncer. El apodo de «estrella de fútbol» tampoco había
empezado cuando lo reclutaron. No, había comenzado cuando él estaba en
sexto grado. Y su abuelo lo llamaba después de cada partido, desde la
secundaria hasta ahora, y a veces después de la práctica. Aunque, esta vez,
Mark sospechaba que la llamada no era solo por fútbol.
—Bastante bien —dijo Mark mientras sacaba una camiseta y un short de
entrenamiento—. Aunque me acaban de dar una paliza.
—No esperaría menos del calentón que tienes por entrenador —respondió
su abuelo. Como quizás el mayor experto en fútbol profesional en la vida de
Mark, su abuelo lo había ayudado a moldear su aprecio por el deporte desde
el primer día.
—El calentón tiene razón —murmuró Mark con cautela, para que sus
compañeros no escucharan la conversación. No quería generar más
repercusiones involuntariamente.
—Bueno, tuve una pequeña conversación con tu mamá…
Mark sonrió con satisfacción. Ahí estaba la verdadera razón por la que lo
había llamado.
—¿Así que ella te contó sobre Angus? —Mark le había dado la noticia a
sus padres el día después de encontrarse con Tessa en el bar de vinos. Su
respuesta había sido una montaña rusa de reacciones, al principio sorpresa,
luego rabia y confusión, y al final pura alegría.
—¡Claro que sí! —gritó eufórico—. ¿Quiere decir que soy bisabuelo?
—Sí. —La sonrisa le tensaba las mejillas—. Eres bisabuelo. Y mi hijo es…
el mejor. Es igual a mí cuando tenía su edad.
—¿Y actúa como tú también? ¿Es fanático del fútbol y todo?
—Acérrimo —dijo Mark—. Ayer le di su primera camiseta profesional.
Tocaba el cielo con las manos.
—¿Y cuándo conoceremos al muchachito?
Mark dejó el teléfono por un instante para poder ponerse la camisa, y luego
dijo:
—Muy pronto. Lo prometo.
—Y la señorita Tessa, ¿cómo está?
—Muy bien —admitió Mark.
—¿Cuándo veremos a tu novia perdida?
Mark titubeó antes de ponerse el short de gimnasia.
—No estoy muy seguro. No somos novios desde el último año de la
secundaria, y no creo que eso vaya a cambiar en un futuro cercano.
—¿No? ¿Consiguió otra estrella de fútbol más atractiva para enorgullecer a
su familia?
Cuando Mark intentó responder, su abuelo lo atropelló.
—Ya me parecía. Nadie es mejor que tú, Mark.
—Sí, bueno… veremos —dijo Mark, sin saber siquiera qué decir. Deseaba
a Tessa más allá de la lógica, pero no era tan estúpido como para creer que
su invitación a participar de la vida de Angus significaba algo para ellos
dos. En cualquier caso, estaba esperando que ella tirara la bomba de que
tenía un novio tras bambalinas. O quizás se lo encontrara él mismo mañana,
cuando fuera a la escuela de Angus.
Cuando terminó de hablar con su abuelo, se encontró con que algunos de
sus compañeros lo miraban con expectativa.
—Así que eres papá, ¿eh? —dijo James con expresión de sorpresa.
—Claro que sí. —Se le hinchó el pecho de solo decirlo.
—Nunca lo habías mencionado —observó James.
—Bueno, es que me enteré hace muy poco. —Mark alzó su bolsa deportiva
y se la colgó al hombro. James, Maxwell y un par más eran los únicos que
quedaban en el vestuario—. Es una historia un poco larga, pero… sí. Tengo
un hijo de cinco años.
—Déjame adivinar, ¿un amor de la secundaria? —dijo Maxwell.
Mark se rio.
—Me descubriste. ¿Cómo lo adivinaste?
—Eres demasiado joven para que sea otra cosa —se burló Maxwell—.
¿Estás seguro de que es tuyo?
—El niño es igual a mí cuando tenía su edad —dijo Mark—. No puede ser
de nadie más.
—Muéstranos fotos o no te creeremos —dijo James.
Mark sacó su teléfono y se desplazó por varias fotos de la salida del día
anterior al zoológico interactivo. Sus compañeros asentían al observar las
imágenes.
—Sip. Se parece a Coleridge —dijo James.
—Hazte el test de paternidad de todos modos —le aconsejó Maxwell.
Mark se rio, justo cuando su teléfono vibró con un mensaje de Tessa.
—¿Por experiencia personal?
—No puedo confirmarlo ni desmentirlo —dijo Maxwell de forma
enigmática. James y Maxwell empezaron a bromear entre ellos mientras
Mark revisaba el mensaje de Tessa. Había enviado una foto de un dibujo
que Angus había hecho en la escuela, lo que lo hizo sonreír.
Mark se despidió de sus amigos y salió del vestuario. Llamó a Tessa camino
al estacionamiento.
—¿Te gustó la foto? —le preguntó, en vez de saludarlo.
—Me encantó —dijo Mark bajo el sol calcinante de la tarde. Se colocó sus
lentes oscuros mientras se dirigía hacia el auto—. ¿Ustedes ya salieron de la
escuela?
—Sí. Estamos en casa. Yo voy a planificar las lecciones y preparar la cena.
—¿Necesitas ayuda? —Hizo la pregunta antes de pensarlo dos veces. No
tenía ningún compromiso… y no quería estar en ningún otro lado que no
fuera con Angus y Tessa para poder conocerlos aún más.
—Yo… —Hizo una pausa, lo que hizo que Mark pensara que se había
excedido.
—Quiero ver a Angus —aclaró—. Y no quería esperar hasta mañana.
—Sí, claro. Ven. ¿Por qué no?
—Genial. Me estoy yendo de la práctica… ¿necesitas algo de la tienda?
Puedo ir a buscarlo.
—No, acá tengo todo —dijo ella—. No te preocupes. Mientras te gusten los
espaguetis…
Él sonrió.
—Como si no supieras que los espaguetis siempre fueron mis favoritos.
Ella resopló.
—Está bien. Te gustan los espaguetis, lo sé.
—Salvo que ahora como mucho más, así que probablemente tengas que
hacer el doble. —Ella se rio nerviosamente y él le preguntó—: ¿A qué hora
debería llegar?
—Cuando quieras. Te estaremos esperando.
Mark cortó sin poder dejar de sonreír. Realmente le gustaba la idea.
Mientras se retiraba del estacionamiento, decidió que no iba a llegar con las
manos vacías, aunque ella le hubiese dicho que no necesitaba nada.
Ahora era papá, y eso significaba ir mucho más allá.
Por su hijo… y también por Tessa.
CAPÍTULO SEIS

T oc, toc, toc.


Mark temblaba de ansiedad mientras esperaba en el umbral de la puerta de
Tessa. Eran casi las cuatro y media, pero le parecía que estaba llegando
tarde. Porque, bueno, así era. Cinco años tarde. Tenían mucho de lo que
ponerse al día, solo esperaba tener el tiempo suficiente.
Un minuto después Tessa abrió la puerta y Angus salió volando detrás de
ella con su camiseta extragrande sin manchas.
—¡Papá Mark! —gritó Angus.
—Hola, Mark —dijo Tessa, al tiempo que alisaba el frente de su vestido
estampado con girasoles.
Su apariencia era adecuada a la de una maestra, con ese vestido y los bucles
rubio-platinados recogidos en un rodete bajo y sofisticado, pero él no pudo
evitar pensar qué ocurriría si se soltaba el cabello y lo dejaba caer sobre sus
hombros. Pestañeó varias veces sin poder quitarle los ojos de encima.
—¿Vas a entrar? —le preguntó luego de un momento.
—Sí. Disculpa, estoy… —Se le aceleró el corazón al considerar declararse
tan pronto. «Desorientado porque me encantaría cargarte sobre mi hombro
como lo hacía antes», agregó en su mente. Podía imaginarse lo ultraligera
que le resultaría hoy, luego de todos estos años de ganar masa muscular y
fuerza—. Estás muy linda.
—¿En serio? —Se estrujó la nariz mientras bajaba la mirada hacia su
vestido—. Aún tengo puesta la ropa de trabajo. Era el Día de la Flor en la
escuela.
—Me di cuenta. —Él le dio un capirotazo en el rodete al entrar, lo que hizo
que ella se enrojeciera; pero antes de distraerse coqueteando con ella como
hacía antes, volvió su atención hacia Angus—. ¿Cómo estás, muchacho?
—¡Estoy bien, estoy bien! —Y empezó a saltar otra vez.
—Saltas muy alto. Eso es muy bueno para un niño de tu edad.
—¿Lo crees? —Angus empezó a concentrarse en sus saltos.
Mark bajó la mano a la altura de las rodillas de Angus.
—¿Puedes saltar más alto que esto?
Tessa se burló.
—Me imaginaba que ustedes dos iban a lanzarse inmediatamente a una
sesión de entrenamiento.
—Tengo que preparar a mi hijo para su primera temporada —dijo Mark, y
vio que Tessa lo observaba con una mirada tan cariñosa que casi lo hizo
caerse.
—Bueno, voy a empezar a preparar la cena. —Antes de alejarse, hizo un
gesto hacia las bolsas que tenía en la mano—. ¿Qué trajiste?
—Pues... —Se enderezó y le dirigió una mirada pícara a Angus—. Solo
algunas sorpresas. Nada importante.
—¿Qué son, qué son? —reclamó Angus.
—¿Qué les parece si primero me hacen un recorrido por la casa? Luego
consideraré revelar mis sorpresas —propuso él.
—Me parece justo —dijo Tessa aplaudiendo. Lo guio por la planta baja de
la casa señalando la acogedora sala de estar, la cocina y el pequeño pero
elegante comedor. Dejó su bolso en la cocina antes de que se dirigieran
hacia arriba, donde había dos habitaciones y un cuarto de huéspedes. Luego
de que ella le mostrara la habitación de Angus y su oficina, que también
hacía de cuarto de huéspedes con un sofá, se volteó para ir hacia la planta
baja, pero él la tomó de la muñeca.
—No me mostraste tu habitación —le dijo él, incapaz de evitar que se
notara su intención. Estar en su casa después de tanto tiempo tenía un no sé
qué. Era exactamente el tipo de casa que había imaginado para Tessa.
Acogedora, linda y suficiente. Nada excesivo. Todo funcional pero
intencional.
Ella se burló.
—¿Realmente quieres verla?
—Por supuesto. Necesito ver si aún tienes colgados los pósteres de One
Direction.
Ella se dirigió a su habitación y empujó la puerta mientras Angus estaba
ocupado en su propia habitación.
—Quiero que sepas que ya no están colgados… pero los tengo guardados
por si tengo una hija.
—Ah. Quieres más. —Se recostó sobre el marco de la puerta y examinó la
cama doble hecha cuidadosamente, el conjunto de tocador de madera con
las mesas de noche haciendo juego y la elegante obra de arte enmarcada en
la pared—. ¿Así que necesitarás mis servicios otra vez?
Ella resopló y le dio un golpe en el pecho. Él le atrapó la mano sin querer y
se miraron intensamente.
—Perdón —dijo después de un momento, y la soltó. Era demasiado fácil
volver al pasado cerca de ella. Cinco años parecían una eternidad y también
como cinco minutos. Si tan solo pudiera elegir una opción y ceñirse a ella,
quizás pudiera manejar esto un poco mejor.
—¿No es linda la habitación de mamá? —preguntó Angus de pronto en
medio de ambos—. ¿También dormirás en su cama?
Él y Tessa se miraron sorprendidos, pero ninguno fue capaz de balbucear
una respuesta. Aunque Tessa se rio primero y dijo:
—Tu papá tiene su propia casa, hijo. Y estoy segura de que la visitarás muy
pronto.
—Es bastante linda —dijo Mark—. No tanto como esta, pero…
—Ah, por favor. Tiene que ser más linda que lo que puede permitirse una
maestra de primaria a inicios de su carrera.
—No; no olvides que tú tienes mejor gusto que yo.
Ella le sonrió con satisfacción y la misma confianza en su mirada. ¿Cómo
podía no volver al pasado cuando ella lo miraba así? Prácticamente le
estaba rogando que retomaran en donde habían dejado. Aunque esa era una
suposición peligrosa… y no quería arruinar las cosas antes de que siquiera
empezaran.
Tessa lo guio a la planta baja, donde Angus lo llevó a la sala de estar.
—Los dejo jugar —le dijo Tessa a Mark con un guiño antes de desaparecer
a la cocina.
Angus guio a Mark por el fantástico mundo de sus pertenencias más
preciadas, entre ellas un balón Nerf, un enorme dinosaurio de peluche y
varios balones gastados. Mark quiso tomar uno de los balones y empezar a
lanzárselo a su hijo, pero optó por dejar que Angus tomara la iniciativa
sobre qué debían hacer. Tendrían mucho tiempo para jugar al fútbol juntos.
Al menos eso esperaba.
Angus corrió hacia su cajonera y sacó un montón de cartas de juego
coleccionables con personajes de caricaturas y empezó a describir cada uno,
luego se distrajo con sus nuevos lápices de colores y el dibujo que había
hecho, y después corrió hacia su cama para presumir de sus saltos mortales.
Mark intentaba contener la risa mientras el niño transitaba por todas las
actividades al mismo tiempo. Era como si intentara recuperar el tiempo
perdido. Jugaron hasta que el aroma de la cena se volvió irresistiblemente
delicioso.
—¿Estás segura de que no quieres ayuda para poner la mesa? —gritó Mark
después de que el estómago le hiciera ruido por tercera vez.
Como había anticipado, Tessa protestó, pero él fue a la cocina de todos
modos y la encontró sirviendo la comida.
—Vaya, huele increíble —dijo él, acercándose a su lado. Sus brazos se
rozaron pero él intentó ignorar el chasquido de electricidad debajo de su
piel.
—Últimamente soy casi una experta haciendo espaguetis. —Le sonrió
alegremente—. Los hice solo un millón de veces para este niño mañoso con
la comida.
—Quizás sea mañoso, pero tiene razón —dijo Mark mientras se apoyaba
contra la mesada y cruzaba los brazos—. Y preparaste pan de ajo. Este es el
único camino al corazón de un hombre. O niño.
—Solo lo dices porque tienes hambre y probablemente comas ocho mil
calorías al día —bromeó ella, y lo empujó con la cadera antes de llevar dos
platos grandes de espaguetis a la mesa.
—Déjame buscar los cubiertos —se ofreció él, y abrió varios cajones hasta
encontrar el correcto. Angus entró patinando a la cocina y olfateó el aroma.
—Vaya, es mi favorito —dijo y se deslizó en la silla con la porción de
espaguetis de tamaño infantil.
—Cuando era más pequeño los llamaba «sketti» —dijo Tessa mientras
Mark colocaba los cubiertos en sus lugares en la mesa.
—¿Por qué no los llamas más así? —le preguntó Mark a Angus.
—Porque ya no soy un bebé —dijo revoleando los ojos. Mark se rio y fue a
buscar a la cocina las bolsas que había traído. Sacó una botella de vino —el
pinot grigio que ella había ordenado en el bar de vinos la otra noche— y
preguntó:
—¿Tienes un sacacorchos?
Ella le dijo dónde pero se frenó y miró de reojo la botella.
—¿Ese no es…?
—El que ordenaste la otra noche, sí —dijo él, y sacó el corcho con un suave
«pum»—. Me pareció que te había gustado, así que pensé ¿por qué no?
—Las copas de vino están al lado del horno —dijo ella con un guiño. Él
sacó las copas y sirvió bastante para cada uno. No era bebedor de vino y no
tenía idea de cómo elegir uno bueno, así que se sintió agradecido cuando el
bar de vinos lo ayudó a rastrear la botella de la semana pasada.
Los tres se sentaron a cenar muy sonrientes. Angus parecía especialmente
encantado hurgando en su comida y arrojándoles miradas sigilosas a él y
Tessa.
Mark se aseguró de mantener una conversación liviana y fluida mientras
comían, y saboreó hasta el último bocado de su plato. Sin dudas, esto no era
algo que hubiese esperado vivir alguna vez en su vida: una cálida cena en
familia con Tessa. Con su familia. Era difícil no imaginarse deseando vivir
eso todos los días. Parecía algo bueno para Angus. Y definitivamente
también para él y Tessa.
—¿Qué hay para después de cenar? —preguntó Mark— ¿Postre? ¿Tele?
—Habitualmente ordenamos y vamos arriba a prepararnos para ir a la cama.
—Bueno, hoy le voy a agregar un paso más —propuso Mark, y fue a buscar
la última bolsa que había traído. Se la entregó a Angus, que la recibió
asombrado—. Esto es para ti, amiguito. Ábrelo.
Angus rasgó la bolsa y reveló un libro nuevo titulado «Frankie, la estrella
de fútbol». Angus le sonrió a Tessa y aferró el libro contra el pecho.
—Mamá, ¿papá Mark me puede leer una historia esta noche?
Tessa lo miró a Mark con expectativa.
—Creo que eso depende de él.
—Por supuesto, muchacho —dijo Mark y le apretó la mano a su hijo por
encima de la mesa—. Me encantaría. Gracias por preguntármelo.
Mark se adelantó a juntar la vajilla e intentó cargarla en el lavavajilla antes
de que Tessa interviniera. Él la ahuyentó y le prometió que se encargaría de
limpiar mientas ella llevaba a Angus a darse un baño.
Mientras ambos estaban arriba, Mark se tomó su tiempo para merodear en
la cocina. Observó todos los pequeños toques de Tessa: los dibujitos
enmarcados de Angus, el salero y pimentero con forma de chanchitos, la
forma en que los repasadores colgaban cuidadosamente plegados en tres.
Ella siempre había sido una obsesiva del orden, y a él no le sorprendía que
esa virtud se hubiese amplificado en su adultez. Siempre supuso que venía
del hecho de haber tenido un padre desatento que apenas ordenaba lo que él
mismo desordenaba.
Cuando Tessa lo llamó media hora después para que los acompañara, Mark
los encontró en la habitación de Angus. El niño tenía puesto un pijama
limpio y el libro nuevo en sus manos. Tessa se sentó al borde de la cama y
le señaló un espacio vacío al lado de ella.
—¿Crees que cabrás? —bromeó ella.
Su masa corporal era más del doble que la del último año de secundaria, y
con un metro ochenta y tres no era precisamente un hombre pequeño.
—Me sentaré aquí —dijo él acomodándose en el suelo al lado de la cama
de Angus para poder recostar la espalda—. Así entramos todos.
Para cuando Mark terminó la historia de un joven fanático del fútbol
americano que se convertía en estrella de fútbol, a Angus se le cerraban los
párpados.
—Creo que esa es mi señal —dijo Mark, y cerró el libro. Le alborotó el
cabello a su hijo antes de salir de la habitación—. Buenas noches,
muchacho.
Tessa besó a Angus en la frente y cerró la puerta silenciosamente detrás de
ellos. En el pasillo ella le sonrió, pero Mark detectó un nerviosismo en su
mirada.
—Vayamos abajo —sugirió Tessa repentinamente, y bajó las escaleras casi
corriendo. Mark la siguió, preguntándose si aquella era una señal para
irse… o para traspasar los límites. Si fuera por él, estaría traspasando los
límites toda la noche. Pero eso quizás era la química latente. Cuando se
trataba de Tessa, era un tonto sin remedio. Después de ser amigos durante
años, él se enamoró de ella en un abrir y cerrar de ojos, y nunca miró atrás.
Era lógico que esos sentimientos aún acecharan en su interior. Aunque él no
quisiera.
Ella estaba ordenando la sala de estar cuando él entró. Se detuvo en el
vestíbulo abovedado y se apoyó contra la moldura.
—¿Netflix y relax? —sugirió él, en un intento de quebrar la extraña tensión
entre ellos.
Ella se desanimó y lo miró.
—Mark…
—Estaba bromeando —dijo él—. No quiero entrometerme. Solo me alegra
que me hayas invitado a cenar.
Ella asintió y se hundió en el sillón.
—Sí, yo también. Fue… agradable. Muy agradable.
—Pensé lo mismo.
Ella pasó la mano por el almohadón vacío a su lado.
—Ven a sentarte. Hablemos.
Él se acercó lentamente y el almohadón se hundió con su peso. Los
músculos le dolían intensamente. Su cuerpo necesitaba un descanso, pero
no quería interrumpir ese momento. Tessa enrolló los pies debajo de ella y
lo enfrentó, acurrucándose contra el sillón.
—¿De qué quieres hablar?
Su rostro proyectó algo indescifrable, que pronto reemplazó con picardía.
—¿Cómo es estar en la NFL?
Él se rio, se recostó en el sillón y se refregó las manos por el rostro.
—Aún no puedo decirlo. Soy un novato, ¿sabes? Hasta ahora he jugado
solamente dos partidos de pretemporada. Solo intento no arruinarlo.
—Pero jugaste tan bien —dijo ella—. No hay forma de que puedas
arruinarlo.
Él hizo una mueca.
—Gracias por decirlo, pero… claramente no conoces a Scooter, mi
entrenador,.
—Desde luego que oí hablar de él. —Le dio una patadita en la pierna—. ¿Y
cómo es que recién eres un novato cuando yo ya terminé mi posgrado? ¿No
deberíamos habernos graduado de la universidad al mismo tiempo?
—Tuve que posponer mi primer año en la universidad —dijo él—. Mi
abuelo se enfermó de cáncer así que me ofrecí para ser su cuidador mientras
él lo superaba. Luego me reinscribí, pero me llevó cinco años terminar. Se
le llama redshirting. No jugué mucho en mi primer año, lo que prolongó mi
admisión, y pude mantener mi beca.
En los ojos de ella había un brillo de compasión que pronto se convirtió en
cariño.
—Apuesto a que tu abuelo está muy orgulloso de ti.
—Claro que sí. Pero ¿qué hay de ti? ¿Cómo está tu padre?
Ella suspiró profundamente haciendo un gesto hacia la sala de estar llena de
juguetes de plástico y balones descartados.
—Igual que siempre. Ahora tiene la costumbre horrible de traer todo tipo de
juguetes cada vez que viene de visita. Y eso es una vez por semana.
—Apuesto a que a Angus le encanta.
—Sí, así que no digas nada. Es que… —El silencio que hizo luego de
interrumpirse decía mucho. Él sabía de esa tensa relación.
—Es bueno que lo esté intentando… —sugirió Mark.
—Sí. Supongo que lo dejaré así. —Se encogió de hombros—. ¿Cómo están
tus padres y hermana?
—Felices, como siempre. Un poco más desde que firmé contrato y recibí mi
primer sueldo —dijo riéndose—. Le compré un auto a mamá.
Tessa ahogó un grito y a Mark le encantó ver su rostro lleno de alegría.
—Ella tenía aquella chatarra horrible desde que éramos pequeños —dijo
Tessa con entusiasmo—. ¡Vaya! Apuesto a que lloró.
—Sí que lo hizo —confirmó Mark—. Mi hermana grabó todo. Le
preparamos una sorpresa que fue increíble. Cuando le compre la casa de sus
sueños va a enloquecer.
Tessa se tapó la boca sorprendida, los ojos le brillaban.
—Ay, eres muy dulce.
—Solo quiero recompensar a las personas que más me importan, ¿sabes?
Un cómodo silencio se asentó entre ellos mientras Tessa observaba a Mark
con una sonrisa. Hablaron tranquilamente durante un tiempo más y se
pusieron al día en los distintos aspectos de sus vidas. Mark se moría por
atraparle el tobillo cada vez que ella lo empujaba con el pie, pero no lograba
interpretar lo que ella quería. Todo parecía entera y deliberadamente
platónico, y él temía perder un control que no podría recuperar.
Porque una cosa era cierta: Mark ya imaginaba todas las formas en que le
gustaría sujetarla contra el sillón y empezar a conocerla de varias maneras
distintas. Se imaginaba desabrochándole el vestido de girasoles y
acariciándole esos suaves muslos. A medida que pasaba la noche, tenía que
recordarse a sí mismo cada vez más que tenía que comportarse bien, que
tenían que volver a ser amigos, y que tenía que abstenerse de tocarla.
Cerca de las ocho ella empezó a bostezar, y Mark supo que era momento de
regresar a su casa a dormir. Casi todos los días se levantaba a las cinco, y
mañana no sería la excepción. El martes era el día libre oficial de la liga,
pero eso no significaba que fuese a saltearse su rutina de entrenamiento.
—Debo irme… —Lo dijo en serio, pero aún estaba listo para obedecerle si
ella se oponía.
—¿Ahora también eres madrugador?
—Cinco de la mañana todos los días sin falta.
Ella sonrió con satisfacción.
—Yo también. Es la vida de quien trabaja, ¿no? Sea en el deporte o en
cualquier otra cosa.
Se miraron larga e intensamente, y Mark sintió ese momento como una
posibilidad. Había muchos sentimientos tácitos entre ellos, y tantas maneras
de abrazarla y empezar a ponerse al día por todo el tiempo perdido desde la
graduación de secundaria.
—Bueno. Definitivamente es hora de irse a dormir —dijo Tessa, aplaudió y
se puso de pie—. Te pondré en la lista para el almuerzo de mañana, así que,
con suerte, te veremos allí.
—Definitivamente nos veremos allí —le corrigió, y se desperezó al
levantarse. Ella lo siguió hasta la puerta, y cuando él vio el cálido
crepúsculo del atardecer en Georgia, se dio cuenta de que no quería volver a
su casa. No cuando toda esa calidez y confianza estaban allí mismo.
—Gracias por invitarme. —Se puso las manos en los bolsillos, como si
limitar sus manos lo ayudaran a restringir sus ideas de conocer el dulce
territorio del cuerpo de Tessa una vez más. Ella estaba más rellena que en la
secundaria, en el buen sentido, y aunque estaba vestida con la ropa del
trabajo, aún así lo excitaba.
—Los veré mañana.
Mark se alejó deprisa del lugar que ya empezaba a sentir como su hogar,
arrastrando los pies hacia su auto en la calle. Cuando se sentó en el auto la
puerta ya estaba cerrada y Tessa no estaba por ningún lado.
Si aún fuera la Tessa de siempre, estaría en la ventana saludándolo hasta
que doblara la última esquina de su vecindario. Pero aquella vez no hubo un
saludo prolongado que lo despidiera, y por eso algo le dolía en su interior.
«Hay que darle tiempo», pensó. No podía apresurar las cosas. Aunque lo
deseaba desesperadamente.
Estaba a mitad del camino cuando le llegó su mensaje: «Te aviso que te
estaba saludando desde arriba».
En un semáforo, él escribió su respuesta: «Entonces ¿te diste cuenta de mi
tristeza porque no estabas saludándome en la ventana durante todo un
kilómetro, como solías hacerlo?».
Vio los tres puntos en la pantalla que le indicaban que ella estaba
escribiendo una respuesta, pero luego desaparecieron. Ella no respondió
hasta que él se estacionó en la entrada.
«Me doy cuenta de mucho más de lo que debería después de tantos años sin
vernos».
Esas palabras lo animaron, porque, finalmente, era un pequeño
reconocimiento de que ella sentía lo mismo que él. Le escribió una
respuesta sin pensarlo: «Yo también, nena».
Después de volver a leer el mensaje, su instinto inmediato fue corregir ese
lapsus, un desliz subconsciente a su antigua historia, cuando aún se
correspondían y tenían todo un futuro fascinante frente a ellos.
«Disculpa», escribió él. «Es la costumbre».
«¿Aún después de 5 años?», le respondió ella.
Él movió la mandíbula de un lado a otro meditando su respuesta, hasta que
tomó una decisión. Aunque no debería entrar en eso. Aunque tenía muchas
cosas en las que enfocarse que no eran un romance o una relación. Aunque
agregarle la paternidad a su calendario iba a ser lo suficientemente difícil.
«Siempre has sido mi único amor. ¿Crees que eso puede cambiar así
nomás?».
La sinceridad era la mejor opción, aunque los hiciera sentir incómodos.
CAPÍTULO SIETE

L a mañana siguiente, Tessa se sentía en las nubes. El mensaje de Mark la


había sacudido profundamente, y no importaba cuantas veces intentara
responderle, no podía.
No era que le faltaran las palabras, sino que tenía demasiado para decir.
Demasiados pensamientos y sentimientos contradictorios. Demasiadas
formas de decir «Te quiero más de lo que he querido a nadie en mi vida» y
«No debemos apresurarnos, porque me mataría que Angus resultara
herido».
Hacía apenas una hora que estaba trabajando, cuando Melissa, una
empleada administrativa, entró a su salón de tercer grado y pidió hablar con
ella.
—Angus está en la enfermería de la escuela con fiebre y resfrío —le dijo
con una mueca.
—Ay, no. —Entró en pánico y miró al salón de clase lleno de niños
haciendo silenciosamente su tarea—. ¿Debería ir a verlo ya mismo?
—Por ahora está bien. La enfermera dijo que puede quedarse ahí y dormir
una siesta hasta el almuerzo, si eso es lo que necesitas.
Tessa se puso una mano en la mejilla.
—Estaba bien esta mañana. Debe haber sido algo repentino.
—Pasa todos los años —dijo Melissa—. Escuela nueva, gérmenes nuevos.
—Déjame llamar al padre —espetó Tessa con la idea que iba creciendo
intensa y rápidamente en su interior. Aún no había tenido que lidiar con esta
situación, pues era el primer año de Angus en una escuela normal. Siempre
se había imaginado que tendría que salir corriendo a su casa y tomarse el
día libre, pero con Mark involucrado tenía otra opción—. Había planeado
venir hoy de todos modos para almorzar con Angus, así que estoy segura…
—Se interrumpió, no quería agregar nada más. Sus colegas no sabían
mucho de su vida privada… aún. No había hablado de ella cuando la
contrataron a principios del verano.
—Lo que te sea más fácil. La enfermera estará con él hasta que estés lista
—dijo Melissa.
—¿Puedes quedarte aquí mientras lo llamo?
Melissa asintió, y Tessa salió al pasillo a llamar a Mark. Se le aceleró el
corazón cuando empezó a sonar el teléfono.
—¿Hola? —Su sexi rugido la hizo acalorarse. Cerró los ojos y de pronto se
sintió estúpida por no haber podido responderle la noche anterior.
—Hola, Mark. Necesito tu ayuda.
—¿Qué pasó?
—Angus cayó enfermo está mañana. Ahora estamos en la escuela, pero él
está con la enfermera, así que creo que se cancela el almuerzo. Creo que
necesita irse a casa. —Se mordisqueó el labio, sorprendida por lo nerviosa
que la ponía pedirle esto. Mark era el padre de Angus, no debería ser mucho
pedir. Pero todo era tan nuevo, y Tessa aún no estaba segura de que Mark
quisiera involucrarse tanto en los asuntos cotidianos.
—Bueno —dijo Mark lentamente—. ¿Necesitas que yo lo lleve?
—Si puedes... —chilló. ¿Por qué era tan difícil para ella?— Disculpa, no
tiene que ser por mucho tiempo, solo hasta que pueda encontrar una niñera.
—Tessa, tengo todo el día libre. No hay problema. ¿Quieres que vaya
ahora?
Ella sintió un gran alivio.
—Eso sería genial.
—No hay problema. Voy ahora mismo.
Intentó tranquilizarse mientras regresaba al salón —los niños podrían
detectar su ansiedad— y le avisaba a Melissa que el papá de Angus estaba
en camino.
—Solo avísame cuando llegue —le dijo— así puedo ir a despedirme.
—Por supuesto —le aseguró Melissa—. Vendré a supervisar a los niños.
Tessa le agradeció no menos de tres veces sin poder creer en todo el apoyo
inesperado. Era su primer gran trabajo y su primera experiencia en una
escuela, aparte de las prácticas que había hecho para su máster. En parte, le
preocupaba que tomarse tiempo libre la hiciera quedar mal ante el director,
pero, con el apoyo de Mark, no tendría que suspender todo el día de trabajo
como quizás lo hubiese tenido que hacer en otras circunstancias.
Era una buena sensación. Quizás demasiado buena.
Melissa volvió media hora después con una sonrisa reservada.
—Llegó el papá de Angus —dijo, levantando las cejas.
Tessa no entendió el significado de esa mirada.
—¿Qué?
Melissa le dio un golpecito en el brazo.
—¡No nos contaste que su padre es el novato mejor pago de la NFL de este
año!
Había algo desagradable en su tono, pero Tessa eligió ignorarlo.
—Bueno… ¿por qué lo haría? —Forzó una risita—. Para Angus es solo su
papá.
Aunque eso no era del todo cierto. Para Angus, era su nuevo papá. Era papá
Mark, alguien a quien había estado esperando, sin entender del todo porqué,
durante cinco años. Y Tessa no quería que esa historia se asociara a su
puesto como maestra en la escuela. No quería las preguntas ni las
especulaciones. Nada de eso.
Tessa salió del salón de clase y se apresuró hacia la oficina del director.
Escuchó el tono grave de la voz de Mark antes de doblar la esquina, y lo
encontró sentado en una silla con Angus acurrucado en su pecho. Además
de la enfermera, había todo un grupo a su alrededor, y Tessa tuvo la
impresión de que no era solamente para cuidar a un niño enfermo.
—Hola... —dijo ella con vacilación.
—Tessa. —Mark la saludó con la cabeza mientras le acariciaba suavemente
la espalda a Angus—. Yo me encargo. Estamos bien.
—Es un alivio que hayas podido venir —dijo ella tocándole la cabeza a
Angus. Él se sorbió los mocos y la miró con los ojos soñolientos.
—Quiero irme a mi cama —murmuró.
—Papá Mark te va a llevar a casa —dijo ella, y le dio un beso en la cálida
frente—. Yo iré más tarde a cuidarte.
—Vayámonos, muchacho —dijo Mark, y se puso de pie con Angus en
brazos sin ningún esfuerzo. Todos en la oficina retrocedieron. Había algo
asombroso en los atletas de élite, y Mark inundaba la sala de una forma que
nadie podía ignorar.
—Fue un gusto conocerte —dijo con entusiasmo Freddy, otro de los
empleados administrativos.
—¡Muchas gracias por el autógrafo! —exclamó la enfermera. Todos le
agradecieron al unísono y la sonrisa tímida de Mark hizo que a Tessa le
flaquearan las piernas.
—¡De nada, hasta luego!
Mark y Tessa salieron de la oficina y se detuvieron cerca de la puerta de
entrada. Ella le entregó las llaves de su casa y lo miró mientras le acariciaba
la espalda a Angus.
—De verdad te agradezco.
—No es nada—dijo Mark—. Créeme. Lo llevaré a acostarse así puedes
terminar con tu jornada laboral, ¿te parece?
Tessa estuvo a punto de protestar, pero se contuvo. Tenía que dejar que
Mark se hiciera cargo si él quería hacerlo. Además, le daba curiosidad cómo
iba a resultar. Aunque más que nada le preocupaba que Mark lo hiciera todo
solo, más cuando él había admitido abiertamente que no sabía mucho de
niños, quería ver cómo terminaba esto.
—Te escribiré más tarde —le susurró ella, perdida en sus ojos marrones. Se
dio cuenta de que estaba parada de puntillas. Mark se precipitó hacia ella
con naturalidad y dejó que lo besara sobriamente sin planearlo ni
autorizarlo.
Pero allí estaba. Esa costumbre que ella había cuestionado de Mark la noche
anterior.
Pestañeó rápidamente y retrocedió unos pasos. Mark apretó y volvió a
aflojar la mandíbula, y ella lo saludó rápidamente y se apresuró por el
pasillo hacia su salón de clase.
«¿Qué carajos fue eso?», pensó.
La pregunta se repitió no menos de cien veces en su cabeza hasta que
retomó su puesto en el aula. Le llevó dos horas darse cuenta de que
finalmente podía relajar los hombros. A la hora del almuerzo, mientras los
niños comían en la cafetería y ella disfrutaba del almuerzo en su escritorio,
se obligó a tragarse la vergüenza y a seguir como si nada hubiese ocurrido.
Le escribió a Mark.
«¿Cómo están? Si quieres, puedo ir a casa ahora».
«Todo bien. Estoy haciendo sopa de pollo y fideos, espero que no haya
problema».
«Para nada. ¿Seguro que estás bien?».
«Quédate en el trabajo. Yo me encargo. Nos vemos cuando salgas».
Tessa lanzó un suspiro liberador. Tendría que enfrentar a Mark de todos
modos, y ahora tenía el resto del día para descifrar cómo restarle
importancia al beso accidental mientras trabajaba. Aparentemente, deseaba
tanto a Mark que no podía siquiera controlarlo.
Había estado apareciendo en sus sueños durante años, pero desde que había
descubierto que lo habían reclutado para los Sharks, los sueños eróticos se
habían vuelto algo habitual. Tenía un control férreo de su vida consciente,
pero su espacio onírico no tenía reglas. Era una batalla de todos contra
todos. Y le costaba admitir, incluso a sí misma, cuántos besos se habían
dado con Mark en su inconsciente en los últimos meses. Besos y mucho
más.
Apretó las piernas cuando las imágenes de sus hombros esculpidos
tensando su camiseta coparon su imaginación. No era de mucha ayuda que
él estuviera mucho más atractivo que en la secundaria, mientras que ella…
¿qué? Básicamente estaba exactamente igual que cuando tenía dieciocho
años, excepto que con más caderas.
Había visto cómo todas en la escuela se habían desvivido por él. Mark
podía tener a quien quisiera. Las supermodelos estaban a su alcance, y
algunas de ellas eran animadoras de los Sharks. Era una tonta si pensaba
que él no conocería a alguna de ellas en algún momento de la temporada. Y
si Mark demostraba ser el niño prodigio que todos pensaban que era…
entonces a Tessa le esperaba un duro despertar más temprano que tarde,
porque cualquier mujer que tuviera ojos querría a Mark, y con dinero y
talento a su disposición, Mark podía elegir a la mejor.
¿Y qué podría querer él con ella, la niñita olvidada de su pasado?
Tessa trabajó con energía el resto de la jornada, evitando pensar en Mark y
en todas esas nuevas inseguridades. Cuando se hizo la hora de irse a casa,
alrededor de las tres y media de la tarde, no estaba segura de qué esperar.
Mark no le había vuelto a escribir e intentó no molestarlo.
Una vez en su casa, empujó la puerta con vacilación. La recibió el aroma
intenso de la sopa de pollo y fideos, y una risa. Era la de Angus. Sus
hombros abandonaron un poco la tensión, dejó sus cosas al lado de la puerta
y se dirigió a la cocina.
Angus estaba sentado en la mesada de la cocina cerca del fregadero, en
donde Mark lavaba los platos.
—¡Mamá! —La voz de Angus aún era nasal, pero era todo sonrisas cuando
ella se le acercó y lo besó en la frente.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó, apretándole los brazos. Angus se
encogió de hombros y ella se volvió hacia Mark, expectante.
—Estuvo descansando, pero tomó mucha sopa y nos estuvimos divirtiendo.
Ahora creo que tal vez sea hora de volver a dormir una siesta —dijo Mark,
guiñándole el ojo.
—Solo porque tomé bastante sopa y eso me va a hacer fuerte —dijo Angus.
—Súperfuerte, lo suficiente para levantarme a mí en brazos—le prometió
Mark.
Angus soltó una risita.
—¿Qué crees, mamá? ¿Algún día podré levantar en brazos a Mark?
—No tengo dudas de que lo harás —dijo Tessa, dándole unas palmaditas en
la rodilla a su hijo—. ¿Quieres que te lleve arriba?
—Papá Mark me llevará —dijo Angus.
—Se lo prometí —dijo Mark—. Estaba terminando de lavar.
—Ah. —Tessa cruzó los brazos evitando sonreír—. Bueno, vayan.
Mark secó la mesada cerca del fregadero, luego se volvió hacia Angus y lo
volvió a levantar en brazos.
—Volveré en un rato —le gritó mientras subía la escalera. Cuando estuvo
sola en la cocina, Tessa enterró su rostro entre las manos. Verlos a los dos
juntos era difícil de asimilar… al igual que su atracción por Mark, que se
estaba volviendo muy difícil de soportar.
¿Y si esto se volvía algo habitual, su nueva realidad? Se mordisqueó el
labio y se dispuso a vaciar la lonchera y limpiar. Pero cuando volvió a la
cocina, se dio cuenta de que no había mucho para hacer. Mark había
limpiado todo lo que había utilizado, excepto la cacerola gigante llena de
sopa que se estaba enfriando encima del horno. Todo estaba impecable.
No pudo evitarlo… tenía que probar la sopa. Agarró un cuenco recién
lavado y se sirvió un poco. Se sentó en la mesa y sopló la sopa varias veces
antes de probar una cucharada. Inmediatamente sintió que la nostalgia la
inundaba. Esta no era cualquier sopa casera, era la receta de la mamá de
Mark, con esa pizca de eneldo al final que hacía la diferencia.
Tessa inhaló el aroma de la sopa. Los padres de Mark también habían sido
los suyos por un tiempo. Después de que su propia madre la abandonara, a
Tessa y a su padre les llevó varios años establecer una nueva rutina. Cuando
Tessa cumplió trece, y a pesar de ser demasiado joven y sensible para que
confiaran en ella, su padre la dejó sola para que se valiera por sí misma
mientras él se iba a sus viajes de negocios.
Un día, Tessa se había quedado afuera de su casa al volver de la escuela y
no tenía a dónde ir. Su padre estaba a miles de kilómetros y su abuela no
tenía programado ir ese día a visitarla. Tessa lloró en la puerta de su casa
hasta que Mark la encontró, y pasó el resto de la semana en la casa de él.
Sus padres la habían recibido como una más de la familia, a pesar de vivir
en una casa rodante apretada y llena de hermanos. La propia abuela de
Tessa no se había preocupado demasiado porque su nieta se estuviese
quedando en una casa rodante allí cerca, quizás hasta estaba aliviada de no
tener que viajar a la ciudad día por medio para ver cómo estaba.
Esa sopa era uno de los primeros platos que había probado de la familia
Coleridge, y esos sabores le habían marcado el inconsciente como el mejor
ejemplo de cariño y afecto. Probablemente lo más cariñoso y afectuoso que
había recibido de alguien en toda su vida.
Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando Mark bajó las escaleras. Se tragó
el nudo que tenía en la garganta y se apresuró a lavar su cuenco.
—¿La probaste?
—Claro que sí —dijo ella.
—¿Y? ¿Qué le vas a decir a mi madre? ¿Que arruiné la receta familiar?
Ella se rio.
—No seas ridículo. La arruinaste solo un poco.
Cuando él fingió ofenderse, ella le golpeó el pecho.
—Estoy mintiendo, está exquisita. Me retrotrajo al séptimo grado. Y,
bueno… a todos los años posteriores.
La sonrisa varonil de Mark le hizo palpitar el corazón. Pero con la
exaltación venían también las señales de alarma. Tapó esas sensaciones y se
dirigió hacia la mesa del comedor. Quizás si tomaba distancia de él, tendría
más posibilidades de mantener la calma.
—Para eso está mamá Coleridge —bromeó Mark, y la siguió hacia la mesa.
Ella se sentó en una silla, pero él la miró con curiosidad—. ¿Cómo estuvo
tu día?
—Bien.
—Te ves preocupada.
Ella se rio a pesar de la astuta observación. Si tan solo pudiera decirle por
qué estaba preocupada, y que tenía que ver con su metro ochenta y tres de
belleza y la forma en que sus brazos gruesos la llamaban como nada ni
nadie en su vida.
—Supongo que sí estoy preocupada. Nunca antes tuve que afrontar que
Angus estuviera enfermo, ¿sabes?
—Yo creo que salió bastante bien.
—Sí. —Ella hizo una pausa y se obligó a mirarlo a los ojos—. Gracias. De
verdad.
—No hay problema, lo haría de nuevo sin dudarlo. Déjame ayudarte con
esa cara de estrés.
Ella juntó las cejas.
—¿Cara de estrés?
Él se puso detrás de ella con las manos enormes sobre sus hombros.
—Sí. Es como la cara de pocos amigos, pero para el estrés.
Se rieron al unísono, pero se apagaron rápidamente en cuanto sus manos
enormes empezaron a masajearle los hombros. Ella se desplomó contra la
silla y su ritmo fuerte pero terapéutico la dominó.
—Aaah —gimió ella.
La risa profunda de Mark hizo que se le humedeciera la entrepierna. Se
había sentado allí para tomar distancia, pero ahora estaba más cerca que
nunca de él. Y no quería que eso cambiara.
—¿Aprendiste a dar estos masajes en la NFL?
—Para nada —dijo él—. Supongo que es solo una virtud.
—¿Este es tu plan alternativo? —dijo ella con voz ronca—. Porque debería
serlo.
Él asintió con un suave murmullo y continuó masajeándole los costados de
los brazos. Tessa sentía cómo cada centímetro de su cuerpo se estremecía
cuando él la tocaba. Ay, deseaba mucho más que eso, deseaba sentir todo su
cuerpo encima de ella, adentro de ella.
—Vayamos a la sala de estar —sugirió él—. Sera mejor que te sientes en el
suelo y yo me siento en el sillón.
Ella no podía ni abrir los ojos.
—Está bien, pero no me puedo mover.
Él corrió la silla en la que estaba sentada, y un momento después la levantó
en brazos. Ella abrió los ojos rápidamente y le rodeó el cuello con sus
brazos, riéndose nerviosamente.
—¡Alto ahí! —gritó ella.
La sonrisa rompecorazones de Mark regresó camino a la sala de estar.
—Ni siquiera tienes que moverte.
Ella chilló cuando él la colocó en el suelo, más por diversión que por
cualquier otra cosa. Nunca pensó que se le fuese a caer, ni en la secundaria
ni mucho menos ahora, con esos bíceps gruesos como el tronco de un árbol.
—Muy bien —le dijo él mientras la colocaba entre sus piernas luego de
sentarse en el sillón—. Prepárate.
—Estoy muuuy preparada —dijo ella, y se recostó en sus manos, que
habían retomado el masaje. Se le escapó otro gemido cuando él encontró un
nudo nuevo—. Vaya, se siente bien.
Mark se detuvo por un momento, y la tensión entre ellos se disparó.
—Oye, ¿quieres matarme?
Ella parpadeó atontada, sin entender su reacción.
—¿Eh?
Él movió las manos de los hombros al cuello, y ella soltó otro pequeño
gemido.
—Sí, sin dudas quieres matarme —dijo él, riéndose.
Esta vez, Tessa entendió lo que él quería decir entre la neblina sublime del
masaje inesperado.
—Disculpa. Es que se siente tan bien… —dijo ella con voz tenue.
—¿Y por eso parece que estás en una película erótica? —bromeó él.
Ella empezó a reírse nerviosamente y se cubrió el rostro con las manos.
—Mark, no puedo evitarlo.
—Vas a tener que hacerlo, o este masaje va a necesitar un final feliz.
Estaba bromeando, pero sus palabras tenían una perspicacia inconfundible
que la atravesaron. De pronto se sintió poderosa, pero también indecisa.
Tenía muchas ganas de seguir. ¿Pero era lo correcto?
—Supuse que estarías teniendo muchos finales felices ahora que eres un
jugador de fútbol exitoso —dijo ella, intentando mantener un tono
despreocupado.
Él no dijo nada al principio, pero había movido las manos hacia su
clavícula. La atrajo entre sus piernas, y fue entonces que ella se dio cuenta
de que el masaje había terminado.
—Mírame, Tessa.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás apoyándose en sus muslos y abrió los ojos.
Miró los de él boca abajo y la inundó el calor.
—¿Quieres tener esta charla? —Ahí estaba la perspicacia otra vez, el
cascarón que prometía mucho más.
Ella tragó saliva.
—No sé, ¿quiero?
Él esbozó una sonrisa.
—Solo tú puedes contestar eso, nena.
Ella suspiró, parpadeando con la cabeza sobre su enorme muslo.
—Está bien. Entonces, sí, quiero. ¿Estás soltero?
—Sip. ¿Tú?
Ella hizo una pausa y luego asintió.
—Desde que te abandoné.
Mark permaneció en silencio por varios minutos, tantos que ella agregó:
—No te preocupes, no espero lo mismo de ti.
Él deslizó las manos por su pecho hacia abajo, los dedos le rozaban el borde
del sostén. Se sentía tan bien cuando él la envolvía, la sujetaba. Sentía
escalofríos por todo el cuerpo, y si lo pensaba demasiado temía desmayarse.
Quizás había sido una tonta por enfocarse tan decididamente en sus estudios
y en Angus. Quizás tendría que haber incorporado un momento para
liberarse, más allá de las noches esporádicas con su mano.
—Hoy me besaste en la escuela. Ahora estás gimiendo como si te tuviera
contra la pared arrancándote la ropa. —Sintió su cálida voz cuando se
acercó a susurrarle—. Creo que necesitas ese final feliz.
Ella gimió y luego se tapó la boca. Al menos ahora sabía que la química
entre ellos seguía existiendo. ¿Pero qué debería hacer con esa información?
—Mark, no podemos —dijo abruptamente—. O sea… sí, eso suena muy
bien, pero…
—¿Pero te preocupa quedar embarazada otra vez? —dijo él, volviendo al
tono despreocupado.
Ella se rio.
—No. Es que quiero que Angus sea el centro de atención. No quiero
impedirte que lo conozcas.
—Nunca podrías hacerlo. —Él la recorrió con sus ojos marrones y ella
sintió que podría vivir allí para siempre, recostada en sus piernas y
mirándolo, envuelta por su calor—. Independientemente de si encontramos
nuestro final feliz juntos o no, siempre estaré para apoyar a Angus. Te lo
juro por mi abuelo. —Ella se rio, pero sabía que él lo decía en serio—.
Ahora, ¿puedo darte un beso de verdad? Solo di que sí para terminar con mi
sufrimiento.
Ella sonrió de oreja a oreja.
—Sí.
—Ven aquí. —Le dio un golpecito para que se sentara y la levantó sobre sus
muslos, pero ella aterrizó con las piernas abiertas y sus ingles chocaron.
Mark colocó las manos sobre sus caderas y entrecerró los ojos.
—Solo un beso —susurró ella, cayendo víctima del deseo palpitante.
Encajaba como un guante entre sus manos, sus brazos grandes la rodeaban
y hacían que sus cuerpos se acaloraran. Cuando sus narices se rozaron,
Mark soltó un gruñido.
—De verdad quieres matarme —murmuró él.
—No. Solo quiero ser astuta.
—Astuta —repitió él, y luego la besó profunda y vorazmente. Ella lo sintió
como algo nuevo pero familiar a la vez. Se habían besado un millón de
veces en sus vidas como adolescentes hambrientos, pero esta vez era
diferente. Era la misma pasión, pero acumulada y contenida, obligada a
esconderse. Con un solo beso, Tessa ya sabía que el siguiente paso no era
otro beso, sino un volcán en erupción.
Mark empujó la lengua entre sus labios y ella gimió mientras sus lenguas
comenzaban a danzar lentamente. Se presionó contra él sin pensarlo y él le
sujetó las caderas con fuerza. Ella dejó de besarlo, jadeando por el ahínco.
—Mark —comenzó a decir.
Él gruñó y echó la cabeza hacia atrás.
—Eso fue solo medio beso.
Ella se rio a pesar de la situación, pero la cabeza le daba vueltas.
Independientemente de cuánto quería estar en los brazos de Mark, tenía que
hacer las cosas bien.
—Vayamos despacio —susurró ella, y con todas sus fuerzas se bajó de sus
piernas. La realidad de una nueva carrera en la NFL más su nuevo trabajo y
el hijo que habían tenido juntos… exigían un justificación. Un plan. Una
cosa era ir a buscar a Angus porque estaba enfermo; ir a verlo todos los días
era algo totalmente distinto.
Porque no solo tenía que proteger a Angus.
También tenía que protegerse a sí misma.
CAPÍTULO OCHO

L a semana se escabulló entre interminables entrenamientos y otro partido


de pretemporada en el que Mark alcanzó nuevos récords en su año como
novato, y muchas fotos y videos felices de Angus una vez que estuvo
recuperado. Mark se sentía entusiasmado con la vida, pero quizás eso tenía
que ver con que aún estaba entusiasmado con los labios de Tessa desde la
semana anterior. No podía quitarse de la cabeza ese beso apasionado.
Es cierto que Tessa le había pedido ir despacio, pero él tenía un plan. Y
empezaba con una cita el lunes a la noche.
Desde la semana anterior se habían estado enviando mensajes, a veces de la
mañana a la noche. A él no le importaba, al contrario, lo disfrutaba, aún
cuando tenía que hacerse un tiempo para escribirle durante la práctica. Al
fin parecía que estaba recuperando a su mejor amiga, pero ahora con un
extra: su propio hijo.
Mark había estado planeando sorprenderla con una salida nocturna, y luego
de que en sus mensajes ella revelara sus crecientes frustraciones en lo que
parecía ser un lunes espantoso, él se dio cuenta de que no había un mejor
momento que ese para salir.
«Espero que no estés ocupada esta noche», le escribió él luego de una
reunión de táctica ofensiva con el equipo, «porque tengo planes para ti».
«Tienes suerte de que mi padre haya venido sin avisar con una nueva bolsa
llena de juguetes», le respondió ella, «porque esta es una noche perfecta
para escabullirse».
«Estoy preparado para escabullirme y muchas otras cosas más», respondió
Mark.
«Hablamos de ir despacio, ¿recuerdas?»
Mark sonrió.
«¿Alguna vez viste lo despacio que baja la escalera un resorte? Ese seré
yo».
Sabía que estaba siendo demasiado atrevido, pero no podía contenerse. Ella
lo había dejado embriagado y salvaje luego de ese beso a medias la semana
pasada, y esto era lo único que podía hacer antes de rogarle que le enviara
fotos picantes.
Sobre todo cuando la única vez que la había visto después del día que se
enfermó Angus había sido el viernes en la escuela, cuando fue a almorzar
con Angus. Había sido rápido, porque se había hecho un hueco en el
trabajo. Y lo único que había recibido de Tessa había sido una sonrisa
seductora y una guiñada en el pasillo.
«Eres demasiado ansioso, pero después del día que tuve, no te puedo decir
que no. ¡Estoy ansiosa!».
Mark estaba nervioso por terminar la práctica del día, que parecía hacerse
cada vez más lenta a medida que se acercaba a su final. A las cinco ya había
salido, se había duchado y estaba listo para la noche. Se dirigió a la tienda
para comprar algunos artículos de último momento para la cita. Todo lo
demás ya lo tenía cargado en su auto, pues tenía la idea en mente hacía
varios días.
Llamó a Tessa cuando llegó a la tienda.
—Hola. —Él sonrió de oreja a oreja, algo que le estaba sucediendo más
seguido últimamente. Sentía que había pasado muchos años sin sonreír, a
excepción de las últimas dos semanas—. Oficialmente estoy listo para
comenzar nuestra cita, pero el asunto es este: tengo que llegar antes que tú
para poder prepararla.
—Está bien —dijo ella—, ¿pero es una cita? Pensé que solo íbamos a hacer
algo divertido.
—Ah, sí, es una cita. Voy a enviarte la dirección y espero que todo salga
bien, ¿te parece?
Ella se burló.
—¿Cómo puedo negarme a eso?
Hablaron por unos minutos y luego ella colgó para aprontarse. Mark le
envió la dirección y se puso en marcha.
El destino era una pequeña zona de camping en las afueras de la ciudad. En
realidad, la idea de Mark era sencilla: ellos dos, bajo el cielo estrellado y un
viejo tocadiscos como el que solían escuchar en su casa cuando eran niños.
También había llevado una botella de vino —esta vez de otro tipo, para
variar un poco—, vasos de plástico y una pequeña tabla de embutidos, ya
que él había cenado en el entrenamiento y Tessa le había dicho que cenaría
con Angus antes de salir.
Llegó a la zona de camping, a unos cuarenta minutos del centro de la
ciudad, cuando el sol brillaba cerca del horizonte. El camping no estaba
muy lleno, y lo había elegido por el lago rodeado de bosques. Lo recorrió
varios minutos antes de elegir el lugar perfecto: un muelle de madera vacío
que entraba en la profundidad del lago. Cuando empezó a preparar todo,
Tessa le envió un mensaje que decía que estaba en camino.
Ella llegó al estacionamiento en el momento en que Mark se alejaba para
admirar su trabajo: las sillas de playa, la manta, el tocadiscos a batería y una
hielera llena de manjares. En ese mismo instante, el sol estaba a punto de
tocar el horizonte. Mark trotó hasta la orilla para hacerle señas, y cuando la
vio con la camiseta de la universidad y un pantalón corto de jean
desgastado, se quedó sin aliento.
Estaba simple y sencillamente hermosa, con un rodete relajado y unas
sandalias. Él le había dicho que fuera vestida informal, pero aún así se le
aceleraba el corazón.
—Ahí estás. —Él la tomó de la mano y le sonrió. Segundos después ya la
tenía entre sus brazos, con el mentón contra su pecho, sonriéndole.
—¿Estás lista para tu sorpresa?
—Creo que sí.
—¿Lo crees o estás segura? —la regañó en broma.
Ella se rio nerviosamente y lo abrazó más fuerte alrededor de la cintura.
—Bueno, estoy segura.
—Muy bien. —La observó por un momento y la besó en la frente. Antes de
que pudiera protestar, le dijo—: Fue un beso amistoso, así que es juego
limpio.
Él la tomó de la mano y la llevó al final del muelle. Ella suspiró lentamente
cuando llegaron a las sillas de playa, mirándolo con ternura.
—Esto es muy tierno —dijo suavemente.
—Solo quería ver el atardecer, nada del otro mundo. —Él se acomodó en
una silla y le hizo gestos hacia la otra—. Siéntate. Todavía hay más
sorpresas.
Cuando ella se acurrucó en su lugar, él se dirigió al tocadiscos y equilibró la
aguja sobre el álbum que había elegido para esa noche. Solían pasar las
noches en el patio de sus padres con el viejo tocadiscos del padre de Tessa y
los álbumes que lograban rescatar, o que compraban muy baratos en las
tiendas de segunda mano. Cuando empezó a sonar la canción, Tessa dijo
con un grito ahogado:
—¡«Silly Love Songs»!
—Sip. —Él se recostó en la silla mientras sonaba su clásico favorito en el
tocadiscos. Era su canción de cuando eran niños y mientras fueron pareja.
Llegaron a escucharla todas las semanas durante varios meses.
—Tan buena como siempre. —Ella lo miró con los ojos llorosos antes de
tomarlo de la mano—. Lo siento, Mark.
—¿Por qué? —Le apretó la mano—. No llores.
—No estoy llorando.
—Pero estás a punto de hacerlo.
Ella se rio y se secó una lágrima derramada.
—Bueno, está bien, tienes razón. Es solo que… yo sé que pude haber
manejado mejor lo que sucedió después de nuestra graduación. Me
arrepiento del camino que tomé.
Él permaneció en silencio por unos minutos mientras Paul McCartney
cantaba.
—Realmente me lastimaste, Tessa —admitió finalmente—. Y mucho.
El dolor que tenía guardado lo inundó por un instante. Pero estaba
acostumbrado a reprimir sus sentimientos y a dejarlos en un lugar recóndito
de su mente. Así era como lo sobrellevaba. La diferencia era que ahora
sabía por qué ella le había roto el corazón. La confesión de Tessa había
amortiguado el dolor de sus recuerdos, pero a veces lo asaltaba por
sorpresa.
Ella le sujetó la mano con fuerza.
—Sé que te lastimé. No puedo reparar el daño, lo que sí puedo hacer es
intentar ser mejor, para ti y para Angus. Lo siento mucho.
Mark cerró los ojos y le dio un beso en la mano. Tessa suspiró hondo y
resopló.
—Esta iba a ser una noche divertida, no una cita con el terapeuta. Ven aquí,
nena. —Él la acercó dulcemente—. Siéntate sobre mis piernas.
Ella ni siquiera protestó. Se levantó de su silla de playa y se sentó sobre él
gratamente, apoyando la cabeza sobre su pecho.
—Vaya, eres muy cómodo.
—Creo que quisiste decir que estoy hecho de acero puro —bromeó él.
—Ah, sí. Últimamente de acero puro, sin dudas —dijo ella riéndose—. Pero
acero cómodo.
Pasaron varios minutos en un silencio placentero, solo interrumpido por la
canción que sonaba en el tocadiscos. Todo se sentía como siempre había
sido con Tessa: fácil, natural, como en casa. Le acarició la espalda y cuando
la canción terminó, Tessa se puso de espaldas a él.
—¡Ay! Esos álbumes viejos eran lo único que me conectaba con mi padre
durante la infancia —dijo ella mirando la delgada línea de sol en el
horizonte—. Era lo único que teníamos en común. La música. —Luego de
una pausa, dijo—: Me alegra que no sea así contigo y Angus.
—¿Cómo está la situación con tu padre?
—Creo que es bastante frustrante. Pero él lo está intentando, incluso
demasiado. Lo único que quería era que estuviera presente, y ahora que lo
está, está bueno, pero no tanto. Su forma de vincularse es llenando mi casa
de porquerías y aliándose con Angus como si él también fuese un niño.
Estoy segura de que en este momento está viendo cómo Angus se toma un
vaso de refresco de golpe, aunque le rogué que no le diera refrescos después
de las seis.
—Pero eso es lo que hacen los abuelos —dijo Mark, moviendo las manos
de su espalda a sus brazos. Había empezado a masajearla otra vez sin darse
cuenta.
—Lo sé. Pero es más que eso. Es como si pensara que empezar de cero con
Angus borrara el pasado conmigo. —Ella tragó saliva y se volvió a mover
—. Por más que le dedique atención a Angus, no puede cambiar el pasado.
—Solo me alegra que esté mejorando un poco —dijo Mark, apretándole los
brazos—. Porque ahora Angus va a tener a su abuelo Black y, muy pronto, a
sus abuelos Coleridge.
Ella le sonrió.
—¿Ya tenemos fecha para que se conozcan?
—Es difícil con mis horarios, porque obviamente quieren que esté presente
toda la familia, y solo tengo libre el peor día de la semana: el martes.
—Te matan trabajando en la NFL —bromeó ella.
—Supongo que me tengo que ganar el sueldo —murmuró.
Ella se acurrucó contra él, pero esta vez su pene se dio cuenta. Quizás fue
por la forma en que ella le rozaba el cuello, o quizás porque él había sentido
el aroma floral de su champú. De cualquier modo, algo cambió entre ellos y
él no podía ignorarlo.
—Quizás debas volver a tu silla, señorita —dijo él.
—¿Ah, sí? —Ella volvió a moverse contra él y esta vez él adivinó su
intención en su mirada traviesa— ¿Por qué?
—Un seductor nunca revela sus secretos.
—Pero siento algo de acero puro en tus pantalones —susurró ella, con un
matiz risueño en la voz.
Él se rio a carcajadas.
—Justamente ese es el problema.
—A mí no me parece un problema —susurró ella, rozándole la mandíbula
con los labios. Él inhaló rápidamente y le apretó los muslos descubiertos.
—Será mejor que tengas cuidado —le advirtió—. Estamos en un espacio
público, y yo no tengo vergüenza.
Ella soltó una risita ronca y lo besó en los labios. Él gruñó y la sujetó de las
caderas. Si ella quería ir por ese camino, él sin dudas la seguiría. Se besaron
ávida y apasionadamente una y otra vez. Sus dientes chocaron un par de
veces en el apremio, y mientras se besaban, las manos de Mark subieron
lentamente de las caderas a debajo de su blusa, donde encontraron la línea
cálida y suave de su cintura. Ya le había levantado la blusa hasta la cintura
cuando dejaron de besarse.
—Madre mía —murmuró ella, apoyando su frente contra la de él.
—Date vuelta —le dijo él, jalándola de las caderas. Ella tenía las piernas
sobre su silla de playa, y él quería que lo montara otra vez, como en el
sillón. Pero los reposabrazos no se lo permitían.
—No puedo con esta silla —susurró ella, dándole pequeños besos en la
mandíbula—. Aunque quiero.
Él gruñó y consideró mudarse a la manta en el suelo. Allí era donde había
planeado empezar con la tabla de embutidos, pero parecía que la única meta
en común que tenían esa noche era ir directamente a lo intenso y sensual.
Como no podía imaginarse estar separado de ella ni por un segundo, se las
arreglaría en la silla.
—¿Puedo ir más arriba? —susurró acaloradamente, sujetándole la cintura.
Ella asintió y él deslizó las manos hacia arriba hasta notar que no traía
sostén.
Gimió al tiempo que le acariciaba los senos suaves, del tamaño de una
mano y absolutamente perfectos.
—No te pusiste sostén.
—Solo para ti —susurró ella dulcemente.
—No tenías la intención de mantener las cosas como amigos —refunfuñó él
frotando sus palmas sobre los pezones duros—. Eso no es justo.
—Ah, yo tenía toda la intención —dijo ella con la voz entrecortada—. Solo
que nunca planeé seguir hasta el final.
Él le masajeó los senos y sintió que, debajo de ella, pasaba de duro a sólido
como una roca. Le mordisqueó suavemente el cuello, lo que hizo que ella
temblara. Ella se puso de espaldas contra su pecho dejándole vía libre con
la parte delantera de su cuerpo. Él deslizó las manos por su vientre y de
nuevo por sus senos mientras ella se retorcía contra él y él le mordisqueaba
el lóbulo de la oreja.
—Está bien, tal vez no fue una buena idea —admitió ella cuando él empezó
a juguetear con el botón de su short.
—Ay, no, tienes razón. Porque vas a gritar muy fuerte cuando te haga
acabar.
Su respiración se detuvo cuando él terminó de abrirle el short. Las manos
de él desaparecieron en sus bragas y ella se movió contra él, gimiendo.
—Aaah, Mark. —Su voz era entrecortada, al borde de desvanecerse. Con
una mano, él le pellizcaba un pezón mientras con la otra se aventuraba al
dulce calor entre sus piernas.
Él sintió el vello suave de su pubis y luego el área resbaladiza entre sus
piernas. Tenía las bragas empapadas. Cuando finalmente le tocó el clítoris
hinchado ella dio un grito ahogado.
—Mmmm. —Él le jaló el lóbulo de la oreja, lo que hizo que ella se
sacudiera en sus brazos, y empezó a girar los dedos lentamente alrededor
del clítoris—. Ahora eres mía.
Ella le sujetó la mano debajo de la blusa, como si buscara algo a lo que
aferrarse.
—Aah… ay… dios mío. —Otra serie de palabras salieron de ella sin que él
las pudiese entender, pues le había introducido un dedo en la vagina, ese
paraíso estrecho y extraordinariamente jugoso, y el resto del mundo dejó de
existir.
Ella se frotó contra su mano y él contuvo el deseo de tirarla al suelo y
poseerla sin parar por varias horas. Pero eso no le parecía bien, no solo
porque él ahora era una figura pública, si no porque, después de todo, este
era un campamento familiar. Y si pudiera detener lo que estaban haciendo
ahora, ¿por qué diablos lo haría?
—Me excitas tanto, Tessa —le susurró al oído—. Me mata no poder tirarte
sobre el muelle y hacerte lo que quiero.
Ella gemía al tiempo que él deslizaba el dedo de la vagina al clítoris y
viceversa. Ella jadeaba y él no se cansaba de esto: Tessa perdiendo el
control en sus brazos. «Como en los viejos tiempos», pensó.
—¿Sabes lo rápido que voy a acabar cuando esté adentro tuyo? —le
preguntó con voz ruda—. No creo que dure ni cinco minutos con lo mojada
y estrecha que estás.
Ella volvió a gemir y a frotarse con fuerza contra él antes de detenerse.
Lanzó un gemido agudo y se tapó la boca rápidamente. Él sintió cómo la
vagina se cerraba alrededor de sus dedos y la sujetó con más fuerza cuando
ella acabó, con el rostro enterrado en sus bíceps para sofocar el ruido.
Él siguió rodeándole el clítoris punzante cuando ella se bajó y se agarró de
sus brazos como si fuese un bote salvavidas. El cuerpo le temblaba.
—Mark —susurró después de varios minutos, cuando ya hacía mucho
tiempo que el sol había desaparecido del horizonte. Las estrellas estaban
apareciendo, y el ruido de los grillos era la única banda sonora aparte de su
respiración intensa y el gorjeo del viejo tocadiscos—. Eso fue muy intenso.
—Lo sé. —La besó en la frente—. Pero lo necesitabas. La salida nocturna
de mamá.
Ella se rio débilmente y le golpeó el brazo.
—Gracias, papi.
—Solo cumplo con mi deber. —Le rozó el rostro con la nariz—. ¿Así que
esto es ir despacio?
Ella se movió y volvió a poner las piernas sobre su silla de playa para poder
mirarlo a los ojos.
—Lo más despacio que podemos —bromeó ella.
Entonces él se le acercó para besarla dulce y ávidamente. Porque mientras
Tessa estuviese en su vida, estaría ávido por ella.
CAPÍTULO NUEVE

M ás tarde esa misma semana, Tessa entró rápidamente en el armario de


suministros de educación física de la escuela. Había quedado flotando
en el aire desde la cita nocturna con Mark. Los niños también parecían
notar ese dinamismo en su forma de andar. El trabajo era muy divertido,
ella tenía más energía, y hoy iba a utilizar el recreo para adelantar trabajo
para la lección de ciencia de esa tarde.
Tarareaba mientras hurgaba en el armario débilmente iluminado ubicado al
costado del gimnasio. La noche anterior se le había ocurrido una idea: un
plan para una lección que incluía pelotas de golf y agua para un
experimento de densidad. Había traído los vasos de plástico, y suponía —y
esperaba— que en el armario hubiera pelotas de golf. De lo contrario,
implementaría su plan original: mostrar cómo se separan el agua y el aceite.
—Aaah, sí, ya sé. —La voz distante de una compañera de trabajo atravesó
la puerta casi cerrada del armario—. Es jugador de la NFL. Y demasiado
atractivo para ella.
Tessa sintió calor en todo el cuerpo al darse cuenta de que era ella de quien
estaban hablando. Detuvo su búsqueda de pelotas de golf y quedó
paralizada sin saber qué hacer.
—Aún así, él se estuvo fijando en mí cuando vino a almorzar con su hijo —
dijo otra compañera. Tessa sabía quién era por el tono áspero de su voz: la
bonita pelirroja que enseñaba matemática de sexto grado, con quien Tessa
no había logrado conectar, por más que lo hubiese intentado.
—Se nota que él no está muy entusiasmado con la mamá.
Su corazón se aceleró y se sintió completamente humillada. ¿Cómo podían
decir esas cosas de ella? ¡Y de Mark!
—Ni siquiera entiendo cómo es que están juntos, si es que están juntos,
porque ella nunca había hablado de un esposo, novio, ni siquiera de un ex
—dijo una de las maestras con una risa sarcástica—. Te hace dudar de si él
es realmente el padre del niño. Quizás lo tiene atrapado. Mi primo tiene un
amigo a quien la exnovia lo «pescó» con un hijo. Apareció con un niño
varios años después de haber terminado y lo convenció de que era suyo.
Durante un año se salió con la suya, hasta que finalmente apareció el padre
verdadero.
Las dos estallaron en carcajadas. Tessa se sujetó del estante que tenía
enfrente de ella hasta que le dolieron los nudillos.
—No sé. Solo quisiera que dejara de esforzarse tanto —dijo la segunda
maestra. Las voces se estaban acercando, y Tessa temía que estuvieran a
pocos pasos de descubrirla—. No necesita pasearse con un jugador de la
NFL para que le presten atención. No estamos en la secundaria. Nadie la va
a votar para reina del baile de graduación. Además, traerlo acá de esa forma
solo va a hacer que el pastor Mitchell y los padres se ofendan.
En ese instante, la puerta se abrió y Tessa se volteó, intentando esconder su
rostro atónito. No quería que la vieran humillada y hurgando mientras
intentaba resolver cuál sería su siguiente paso. Pestañeó varias veces sin
poder ver nada hasta que una de ellas entró al armario.
—Necesito unos palos de hockey… ah, ¡hola, Tessa! —dijo la misma
pelirroja que la había acusado de pavonearse con Mark.
Tessa tragó el nudo que tenía en la garganta y se mantuvo ocupada
recogiendo las pelotas de golf que necesitaba. Ni siquiera podía
responderles, tenía la garganta cerrada. Intentó esbozar una sonrisa, pasó
rápidamente por al lado de las maestras y cruzó el gimnasio.
No se detuvo hasta llegar a la seguridad de su salón de clase. Una vez
dentro, se recostó contra la puerta cerrada por unos minutos, con el corazón
acelerado. ¿De verdad había escuchado todo eso? Quizás era solo un mal
sueño. Una auténtica pesadilla.
Pero cuando terminó de descargar las pelotas de golf y se sentó aturdida en
su escritorio, se dio cuenta de la verdad. Esta era la realidad. Y la realidad
de su situación era que estaba trabajando en una escuela donde la gente era
amable con ella en persona, y despiadada a sus espaldas.
El resto del día, Tessa se sintió inestable, casi al borde del colapso. Quería
desaparecer y al mismo tiempo encolerizarse, pero tenía que contenerse,
hasta que finalmente se hicieron las tres de la tarde y los niños se fueron a
sus casas. Había logrado mantener una buena fachada, y, por suerte, la
demostración con las pelotas de golf la había distraído lo suficiente al punto
de que realmente la había disfrutado. Pero una vez que terminó la clase y
los niños salieron por las puertas principales, Tessa trabajó el doble de
tiempo para terminar sus tareas del día. Ansiaba la seguridad de su hogar,
donde no sintiera que todos a su alrededor creían secretamente lo que
habían dicho esas dos maestras.
Minutos después, Angus entró al salón a los saltos y con una sonrisa.
—¡Hola, mami! ¿Ya estás lista para irnos a casa?
—Ya casi, amor. —Le dedicó una breve sonrisa al tiempo que empacaba
sus bolsas y su lonchera. Cuando caminaban por el pasillo, y con Angus
parloteando sobre su día, la enfermera de la escuela se les acercó.
—Oigan, ustedes dos. —La señaló a Tessa cuando le pasó por al lado—.
¿Podrás hacer un poco de magia y que Mark reaparezca en este partido?
Últimamente está muy disperso. ¿Quizás sea la depresión del novato? —Al
final soltó una risa desenfadada, pero Tessa no estaba segura de cómo debía
responder.
—Sí, se lo diré… —le gritó por encima del hombro, sin saber si se trataba
de una broma o de algo mucho más siniestro. ¿La enfermera también había
oído los rumores? ¿Se estaría preguntando si Mark era realmente el padre
biológico de Angus?
Volvió a sentir que la inundaba la humillación mientras guiaba a Angus por
las puertas principales. No quería volver a ver a nadie en la escuela por
mucho tiempo, pero solo tenía hasta la mañana siguiente para recuperarse.
Una vez que se acomodaron en el caluroso auto, Angus se abrochó el
cinturón alegremente y Tessa intentó cambiar de tema. Ella y Mark tenían
planeada una cena casera esa noche, en la casa de él. Tenía que concentrarse
en eso.
Circularon con las ventanillas bajas por el centro de Savannah, y Tessa puso
la radio a todo volumen para ahogar sus pensamientos. Angus lo disfrutaba
y bailó al ritmo de la música todo el camino a casa. Pero Tessa solo podía
pensar en todas las humillaciones que habían hecho que su nuevo trabajo
pasara a ser de un refugio a un campo de batalla. «¿De verdad creen que me
pavoneo con Mark?», pensó.
En cuanto llegaron a casa, con Angus chillando hasta la puerta y
parloteando sin parar acerca de su día y la noche divertida que les esperaba,
Tessa supo que tenía que llamar a Mark. Cuanto más pronto pudieran llegar
a su casa, mejor. Necesitaba distraerse, y un hombro cálido para llorar.
Lo llamó antes de dejar su bolso en la entrada. Sonó tantas veces que pensó
que iría al buzón de voz, pero finalmente él atendió.
—¿Hola? —dijo jadeante.
—Hola, soy yo. —Sintió cosquillas en el estómago—. ¿Es un mal
momento?
—Llamaste en el momento justo —dijo con un leve quejido—. Estoy por
entrar a la charla, pero hoy estamos atrasados.
A esa altura, ya sabía que él se refería a las reuniones de ofensiva, con las
que terminaba cada día laboral.
—Ah, bueno, está bien. Solo quería saber a qué hora deberíamos ir esta
noche…
Él suspiró, y ella podía imaginárselo frotándose la cara.
—Mira, no sé a qué hora vamos a terminar hoy.
Podía percibir el cansancio en su voz, además de una capa extra
indescifrable sobre la que le quería preguntar, pero no era el momento.
—No hay problema. ¿Por qué no vienes a casa? Puedo improvisar algo. Así
será más fácil para ti. No soy tan buena cocinera como tú, pero estoy segura
de que no te molestará que haga espaguetis por segunda vez en la semana.
Él se rio suavemente.
—Eso me parece bien. Te avisaré cuando esté en camino.

Más tarde esa noche, mientras Angus se acomodaba para mirar una película
después de la cena, Tessa y Mark se relajaban en el sillón.
—Bueno —dijo Tessa, sentándose sobre sus piernas. Angus estaba tendido
panza abajo mirando la TV a pocos centímetros de ellos, así que no era que
esta sesión en el sillón pudiera terminar como la última… o como la noche
en el muelle—. ¿Qué es lo que te está preocupando? Escúpelo. —Durante
la cena, Angus había hablado con entusiasmo sobre su día en la escuela
mientras Mark devoraba la comida.
Mark soltó una risa débil, sin sacar la mirada de «La era de hielo» en la TV.
—No es nada.
—Estás exhausto y estresado, a pesar de haberte llenado la panza recién.
Vamos. —Le dio un golpecito con el pie.
Mark se frotó la frente.
—Las prácticas han sido una pesadilla estos últimos días. El entrenador no
me deja en paz y siento que me echan la culpa por la mala racha de los
Sharks.
Ella sintió un escalofrío al recordar el comentario insultante de la enfermera
más temprano, pero lo reprimió.
—Eso no puede ser cierto —dijo ella—. Vengo mirando tus partidos. —
Tessa señaló algunas de las jugadas más notables que él había hecho en las
últimas dos semanas, incluyendo la que había sido la «Jugada del día» en
ESPN—. Quizás el entrenador te está presionando porque quiere que seas el
mejor —concluyó ella—. Apuesto a que es más estricto con los novatos.
—Sí… sí, tienes razón —aceptó Mark finalmente, rascándose la nuca. Pero
por la forma en que su mirada se volvió a desviar, Tessa supo que no había
logrado tranquilizarlo.
—Pero… —apuntó ella cuando los sentimientos contenidos de él se
hicieron demasiado grandes como para ser ignorados.
Él volvió a suspirar.
—El entrenador es solo una parte del problema. No sé si encajo con los
integrantes del equipo, ¿sabes? —Se pellizcó un ojo y volvió a mirarla—.
No me malinterpretes, hasta ahora tengo dos grandes amigos, pero hay
algunos compañeros que… —Mark se interrumpió y sacudió la cabeza—.
Intento ser útil y apoyarlos, pero siento que soy un estorbo.
Sin dudas, Tessa podía identificarse con esos problemas con sus colegas.
Pero ahora no era el momento de echar más leña al fuego.
—Bueno, ¿cómo intentas ayudarlos?
—Casi de la misma forma en que lo hacía cuando era capitán del equipo en
la universidad —dijo Mark—: dando consejos, sugiriendo más
entrenamiento. Cosas por el estilo.
—Mmm. Bueno, quizás en lugar de dar consejos deberías pedirlos, ¿no? A
la gente le encanta eso.
Mark se animó un poco, más de lo que había estado desde que había
llegado.
—Sí, es una buena idea.
—Demuéstrales que colaboras con el equipo. Pero más allá de eso, estoy
segura de que son solo los típicos dolores del crecimiento. Te estás
acostumbrando a un equipo nuevo, tienes una posición nueva y estás
aprendiendo reglas nuevas. —Cuando Mark se mostró aliviado, ella se
aseguró de que Angus estuviese mirando la película antes de besarlo
rápidamente en la mejilla—. Lo estás haciendo muy bien.
Se le hizo un hoyuelo en la mejilla al pasar el brazo por sus hombros y
acercarla hacia él. Ella se acurrucó y disfrutó de tener esa calidez y firmeza
a su lado. Pero el corazón de ella no dejaba de latir al pensar en lo que había
ocurrido en la escuela. Solo que ahora no era el momento de decírselo.
¿Cómo podría hacerlo? Lo último que él necesitaba era enterarse de que el
trabajo de ella también estaba causando problemas.
Miraron la película juntos, abrazados como en los viejos tiempos. Cuando
finalmente Angus miró hacia atrás, su rostro se iluminó al verlos.
—Mamá —dijo suavemente al tiempo que se sentaba—. ¿Tú y Mark se van
a casar?
Ella se rio, aunque la inocente pregunta la puso en un aprieto.
—Solo estamos mirando la película contigo, amor.
Angus entrecerró los ojos y volvió a mirar la película de mala gana. Ella
miró a Mark, que le sonreía cálidamente.
Sin embargo, ella podía jurar que había algo más en su mirada, y veía sus
propias inseguridades reflejadas en los ojos de él. Una cosa era que Mark se
acercara a Angus, pero ¿qué pasaría cuando Angus se hiciera la idea de que
ellos dos estarían juntos para siempre?
Ella solo había pensado en no interferir cuando Mark y su hijo se estuvieran
conociendo. No se había dado cuenta de que la cercanía entre ellos podía
hacer que Angus tuviera la esperanza de tener una familia de tres.
¿Y qué ocurriría si volvían a estar juntos y no se casaban? ¿Qué pasaría
entonces? ¿Eso mortificaría a Angus?
Las preguntas la invadían, agotándola luego del largo día de dudas y
humillación. Así que en vez de intentar encontrar una solución, apoyó la
cabeza en el hombro de Mark y se quedó dormida.
Resolvería las cosas otro día.
CAPÍTULO DIEZ

U na semana después, Mark estaba en el tramo final de su día laboral —en


la charla técnica de estrategias de ofensiva— haciendo lo posible por no
mirar más el reloj. Estaba deseando irse de allí. No porque no lo soportara,
sino porque esa tarde su familia había llegado a su casa para una estadía
prolongada, en la que finalmente conocerían a Angus.
Había estado esperando ese encuentro desde que él y Tessa habían
empezado a planearlo. Ella también quería estar allí; después de todo, la
familia de Mark era prácticamente su familia también, y ya hacía seis años
que no veía a ninguno de ellos.
Cuando la charla terminó y el equipo se dirigió hacia el vestuario a agarrar
sus cosas, Mark ya iba al frente del grupo. Guardó todo rápidamente y
cuando cerró su casillero, Pete estaba en el banco tocándose el hombro
derecho otra vez.
Mark hizo una pausa y se recordó no volver a tocar el tema con Pete.
Habían jugado sin problemas desde aquel intercambio incómodo un par de
semanas atrás, y Mark no quería complicar más todo. Pete debió haber visto
cómo lo observaba, porque le dijo:
—¿Hay algo que quieras decir, Coleridge? Quizás tengas más consejos para
darme.
En vez de dejar que el comentario lo molestara, Mark recordó lo que Tessa
le había dicho.
—En realidad estaba pensando si me podías decir qué fue lo que hiciste al
final con ese hombro. Estoy entrenando muy duro y quizás me esté
excediendo. Además, creo que me estanqué.
Al principio Pete se mostró desconfiado, pero finalmente asintió.
—Sí, bueno, lo que me dijo mi entrenador me ayudó. Te lo puedo mostrar la
próxima vez que estemos haciendo pesas. Yo te buscaré.
Mark asintió, totalmente aliviado. Maxwell se sumó a ellos un minuto
después.
—Ey, ¿ustedes dos van a ir a Ernie’s después de acá?
Ernie’s era el restaurante bastión de los Sharks, pero hasta ahora Mark había
ido solo una vez con el equipo, al comienzo de la pretemporada.
—Sí, yo voy. —Pete hizo señas hacia Mark—. ¿Tú, Coleridge? Deberías
venir.
—Ay, me encantaría, pero mi familia acaba de llegar a la ciudad. —
Detestaba tener que rechazar una invitación a pasar una noche con el
equipo, más cuando no era algo que ocurriera muy seguido—. Mi novia va
a venir más tarde con mi hijo para conocer a sus abuelos Coleridge.
—Vaya. Es una ocasión importante. —Maxwell le apretó el hombro—. Que
te diviertas. La familia está primero, te entiendo.
—Vendrás la próxima —propuso Pete.
Mark se colgó el bolso en el hombro y chocó los puños con sus dos
compañeros antes de salir del vestuario. La tardecita estaba húmeda y
dorada cuando se dirigió hacia su auto en el estacionamiento lleno de gente.
Todavía sentía que estaba en la lista negra del entrenador, pero ahora eso no
importaba porque iba a tener a toda su familia en su casa por una semana
entera, y sus padres, su abuelo y su hermana iban a conocer a Angus.
Para él, la vida era perfecta. Con la posibilidad de que fuera aún mejor,
ahora que su relación con Tessa se estaba recomponiendo.
Puso rock a todo volumen mientras conducía con las ventanillas bajas por
Savannah. Era la primera vez que toda su familia se quedaba en su casa al
mismo tiempo, y le complacía haber alquilado una casa más grande que la
que había pensado inicialmente. Sin embargo, aún luchaba contra los
recuerdos de su infancia llena de carencias: la presión para no crecer,
arreglárselas y cuidar el bolsillo. Pero ahora, todo era distinto. Siempre
habría suficiente espacio para todos ellos. Aunque ahora que Angus estaba
incluido, se preguntaba si tendría que haber elegido una casa con cinco
dormitorios.
Su objetivo era que su familia estuviese cómoda, lo que significaba que
tenía que seguir ganando mucho dinero. Tenía que seguir demostrando su
valor como novato.
Esta era su única oportunidad para vivir la vida que siempre había soñado.
Mark estacionó en la cochera y se apresuró a entrar a la casa. Apenas llegó
a la puerta, percibió el aroma de la comida de su mamá filtrándose por el
pasillo. Con una enorme sonrisa, dobló la esquina de la cocina y encontró a
toda su familia también sonriéndole.
—¡Bienvenido a casa, hijo! —Su mamá se puso el trapo de cocina al
hombro y se le acercó a darle un abrazo. Apenas había entrado a la casa
cuando se formó una fila para saludarlo: primero su mamá, después su
papá, su abuelo y por último su hermana menor, Anita.
—¡Llegó mi estrella de fútbol! —dijo su abuelo, palmeándole la espalda
mientras él dejaba sus cosas y entraba en la sala de estar.
—¿Y dónde está mi nietito? —preguntó su madre, inclinándose.
Mark revisó su teléfono. Él y Tessa se habían mantenido en contacto todo el
día, como casi todos los días, y todo estaba dentro de lo programado.
—Estará aquí en media hora más o menos. Y ustedes tienen que tener
cuidado con el niño, ¿está bien? Si hacen mucho escándalo se va a sentir
agobiado.
—¿Cómo no vamos a hacer un escándalo? —reclamó su madre—. ¡Es
nuestro único nieto!
—Por ahora —agregó su padre, mirando hacia Anita.
Anita revoleó los ojos.
—¡Papá, basta! Ya te dije que no me interesa nada de los hombres.
Mark se rio entre dientes. Su hermanita acababa de terminar la universidad
—se habían graduado el mismo año, a pesar de sus dos años de diferencia
— y una relación de tres años.
—Dale tiempo.
—Ah, claro, ahora que eres padre te pones del lado de ellos —bromeó
Anita, dándole un golpe en el hombro—. Aunque estoy ansiosa por conocer
a mi sobrino. Quizás él me haga cambiar de opinión.
—¿Ven? —Su madre dio un aplauso—. ¡Ese es el optimismo que quiero
escuchar!
Mark se rio y se acomodó en el sillón mientras su familia se seguía
divirtiendo y haciendo bromas. Ya habían discutido las razones por las que
Tessa había decidido no contárselo al principio, y aunque en un primer
momento se habían ofendido, pudieron entender la postura de Mark al
respecto. Ahora todos estaban entusiasmados por seguir adelante.
Le encantaba tenerlos cerca, y todo parecía más fácil ahora que él había
podido contribuir en sus vidas con sus ganancias. Les había cambiado el
auto a sus padres y a su abuelo, y había ayudado a Anita con el pago inicial
de una casa que ella había comprado después de graduarse. Eso era todo lo
que él había soñado, y en menos de medio año de sueldo.
Se escuchó un golpe suave en la puerta, y su mamá dio un grito ahogado:
—¿Serán ellos?
Mark no pudo contener una sonrisa. Abrió la puerta, y se encontró a Angus
y Tessa sonriéndole.
—¡Papi! —dijo Angus, y se lanzó de lleno a sus brazos. Mark se rio y lo
levantó fácilmente, mientras toda la familia se amontonaba alrededor.
A partir de entonces, fue una avalancha de presentaciones y saludos. Su
familia corría de abrazar a Tessa a hacerle presentaciones extensas a Angus,
que estaba alegremente sentado en brazos de Mark. Ambos estaban
sorprendidos y encantados, Mark se daba cuenta: Angus estaba emocionado
de conocer a su segundo abuelo y a su primera abuela, y Tessa feliz de
reencontrarse con algunos de los miembros más antiguos de su cuasifamilia.
—¡Vayamos a preparar la cena! —exclamó su madre repentinamente—.
Alguien tiene que comerse los camarones con sémola…
—¡Aaah, no puedo creer que hayas hecho camarones con sémola! —dijo
Tessa, sorprendida— He soñado con tu receta durante los últimos cinco
años.
—Bueno, querida, ¡hoy es tu día de suerte! —La madre se puso a trabajar
en la cocina y Mark bajó a Angus cuidadosamente.
—Ve a ayudar a tus abuelos a preparar la cena —le susurró a Angus, que
asintió y se alejó a los saltos. Se giró hacia Tessa y le dio un empujón en la
cadera. Aunque ella tenía una sonrisa de «todo está perfectamente bien», él
se daba cuenta de que algo la carcomía—. ¿Está todo bien?
Ella abrió la boca para responderle pero no pudo. Tenía una expresión de
duda en su mirada.
—Sí, no tengo ganas de hablarlo ahora. Quiero disfrutar de la cena.
Él bajó la cabeza y la miró a los ojos.
—¿Estás bien?
Ella asintió.
—Sí, lo prometo. Te pondré al corriente más tarde.
Mark le apretó la cadera suavemente y ambos se reintegraron al alboroto.
Pocos minutos después, la cena estaba servida y todos bajaban la cabeza
para rezar. Luego, le hincaron el diente al plato de camarones con sémola de
su madre y al pan de maíz casero de su abuelo. El comedor se llenó de
expresiones de elogio y hasta Angus parecía asombrado.
—¿Te gusta cómo cocina la abuela? —le preguntó Mark a Angus, dándole
un codazo.
—Es la comida más rica que comí en mi vida —dijo con entusiasmo.
—Vete acostumbrando, pequeñito —le prometió la madre de Mark—. La
abuela te va a preparar comida como esta todo el tiempo.
Tessa se rio y le hizo una seña a Angus.
—Es verdad. Nos hacía lo mismo a mí, tu papá y Anita cuando éramos
niños.
—Tenía que mantener a esos niños bien alimentados —pregonó la mamá de
Mark.
—Las comidas más ricas que probé fueron todas en tu casa —dijo Tessa,
sonriéndole dulcemente a la madre de Mark. Él sintió que se le oprimía el
pecho al ver que su madre le guiñaba el ojo a Tessa. La idea de un futuro
feliz para él, su familia y Tessa era más de lo que podía imaginar. Con
Angus y Tessa allí en ese momento, era evidente para él que quería que ella
estuviese a su lado. No solo como la mamá de Angus, sino como su novia.
Las cosas entre ellos eran confusas ahora, y eso lo hacía sentir más ansioso
por llegar a ese momento de felicidad en el futuro.
Durante la cena, todos hablaron cómodamente de temas que iban desde las
novedades de cada uno hasta las historias clásicas que fueron el deleite y
regocijo de Angus. Cuando todos terminaron de comer, Tessa se ofreció a
lavar.
—No, querida, no es necesario —dijo la madre de Mark.
—Debo insistir —dijo Tessa—. Ustedes vinieron hasta aquí, cocinaron esta
cena deliciosa y ahora tienen que descansar.
—Además —dijo Mark levantándose de la silla—, tienen que poner a
Angus al día con todas las historias familiares.
La familia de Mark llevó a Angus a la sala de estar mientras Mark y Tessa
empezaban a levantar la mesa. Ella tenía una sonrisa relajada.
—Estoy tan llena y tan feliz —dijo ella, una vez que entraron a la cocina.
Pestañeaba lentamente cuando Mark la acercó a sus brazos, incapaz de
contenerse.
—Bueno, me parece muy bien.
—Sí. —Ella apoyó el mentón sobre su pecho—. Me alegra mucho que
hayamos hecho esto.
—A mí también.
Mark le acarició la frente con la intención de besarla —y mucho más—
pero desistió de hacerlo mientras su familia estuviese en la sala de al lado.
Empezaron a cargar el lavavajilla y ordenar la cocina en a ritmo distendido,
pero, después de un rato, Mark notó que la sonrisa de Tessa se había
borrado.
—¿Ahora me puedes decir qué es lo que pasa? —le preguntó.
Ella suspiró.
—Es el trabajo.
—Por lo que veo, no anda bien.
—Bueno, es que… nosotros dos somos un tema candente entre el personal.
—Se mordisqueó el labio al tiempo que colocaba un puñado de tenedores
en el lavavajilla—. Y hoy, el director me llamó para darme una cátedra
acerca de mis prioridades.
Él se detuvo y giró para mirarla.
—¿Qué dijiste?
—Él cree que no estoy suficientemente enfocada en mi trabajo —dijo en
voz baja.
—¿Estás bromeando? Nunca conocí a alguien más comprometida que tú.
Ella se desanimó un poco y agarró un trapo de cocina.
—Es complicado. Hay muchos rumores, y…
—¿Qué rumores?
Ella se tapó los ojos.
—Son solo tonterías.
—¿Acerca de qué?
—De nada —Ella empezó a limpiar la mesada, pero Mark se dio cuenta de
que había algo más.
—No creo que no sea nada —comentó él y agarró el detergente—. ¿Por qué
no me dices la verdad? ¿Qué es lo que se rumorea?
Ella volvió a suspirar.
—Es sobre mí. Sobre nosotros. —Cuando Mark sintió que los ojos se le
salían de las órbitas, ella agregó—: Supongo que a algunas maestras no les
gusta que tengamos un vínculo. Creo que piensan que soy una cazafortunas,
y que estoy usando a Angus para sacarte dinero. Piensan que eso va a
molestar al pastor Mitchell, que es el presidente de la Comisión Directiva, y
a todas las familias religiosas.
—Eso es ridículo —espetó él.
—Ya lo sé —dijo ella, limpiando lentamente las encimeras como si eso
agotara todas sus energías—. El director me echa la culpa a mí. Cree que es
perjudicial que traiga a una estrella de fútbol para «exhibir». Son sus
palabras, no las mías.
Mark sintió que le hervía la sangre y se le acaloraba la nuca.
—Soy el padre de Angus. ¿Cómo lo voy a ir a visitar sin aparecer?
—Creo que está bien que estés junto a Angus —dijo ella con voz derrotada
—. Supongo que solo les molesta cómo estoy manejando las cosas.
—Tessa, eso no tiene ningún sentido.
Ella dejó de limpiar las encimeras y se apretó la sien con los dedos.
—Créeme, lo sé. Pero estoy intentando resolverlo.
—No hay una puta razón… —Se detuvo cuando se dio cuenta de que estaba
prácticamente gritando. Se tomó unos segundos para tranquilizarse antes de
seguir—. No hay una bendita razón para que no puedas vivir la vida que
tienes. ¿Qué importa si estoy en la NFL? Ellos…
—Mark. —La mano de Tessa en su antebrazo le recordó que estaba
gritando otra vez. Se pasó la mano por el cabello y se apoyó en la encimera.
—¿Qué quieren que hagamos? —preguntó, pero luego de hacer la pregunta,
la cabeza le empezó a dar vueltas.
—No lo sé —admitió ella tristemente—. Es una escuela religiosa y
pretenciosa. Quizás todo esto sea porque no somos una familia tradicional.
Él cruzó los brazos y recordó un evento próximo en el calendario social de
los Sharks. Una fiesta de caridad de pretemporada a la que ciertamente no
le había prestado mucha atención, simplemente porque no había logrado
hacerse la idea de algo así en la NFL. Pero ahora lo tenía claro. Iría con
Tessa.
—Ya sé —dijo de repente—. En dos semanas hay una fiesta a beneficio del
hospital de niños, es uno de los eventos sociales de pretemporada de los
Sharks. Hay otros durante la temporada normal, pero este es el primero.
Vayamos juntos. Así le mostraremos al mundo y a tus compañeras
chismosas lo que realmente está pasando.
Ella levantó una ceja.
—En realidad, a mí me gustaría saber qué es lo que está pasando.
Él largó un suspiro y se acercó un paso hacia ella.
—Dímelo tú. Tú eres la que quiere ir despacio, pero yo estoy listo para
mostrarle al mundo que estamos juntos. No seremos la familia más
tradicional, pero somos una bendita familia.
Ella le sonrió, irradiando amor en su mirada.
—Creo que me gusta la idea.
—Y también me aseguraré de aparecer en los titulares de todos los
periódicos: «Maestra de primaria y novato de la NFL están en una relación
y ella no es una cazafortunas, gracias». ¿Te parece bien?
Ella se desplomó sobre su pecho en un ataque de risa y él le dio un abrazo
apretado. Esta vez, cuando ella lo miró, a él no le importó que sus padres
estuvieran en la otra sala. Se acercó y le dio ese beso lento y meticuloso con
el que había estado soñando desde que le había dado el último.
CAPÍTULO ONCE

D os días más tarde, Tessa sentía que estaba a punto de colapsar en una
boutique de lujo.
Los precios eran inhumanos, pero su compañera de compras, Anita, parecía
impávida. Además, tenían en sus manos unas copas de vino blanco que
Anita insistía que las ayudarían a tomar una decisión.
—Ooh, pruébate este también —murmuró Anita, y sacó un vestido rojo
reluciente del perchero y se lo colgó en el brazo. Esa salida a la boutique
había sido idea de Mark, y Anita se había sumado con entusiasmo. Tessa
parecía ser la única que tenía reparos en gastar tanto dinero en un vestido
que solo usaría una vez.
—Nita —empezó a decir Tessa mirando con preocupación la pila de
vestidos que se acumulaban en el brazo de su vieja amiga—. Creo que ya
tenemos bastantes opciones. Iré a probármelos.
—Tenemos que encontrar el vestido —insistió Anita, sin sacar los ojos del
siguiente perchero. Una vendedora merodeaba cerca de ellas y ya les había
dado su opinión varias veces al ser consultada por Anita acerca de la
complexión de Tessa y la combinación de telas distintas.
—Tampoco es que me esté por casar —dijo Tessa.
Anita le sonrió irónicamente por encima del hombro.
—Tienes razón. Pero te puedo asegurar que la búsqueda de ese vestido nos
va a llevar más tiempo.
Tessa no pudo evitar reírse. A decir verdad, arreglarse no era lo que le
molestaba. Era estrictamente el precio. Ella sabía que Mark ganaba bien —
muy bien— pero eso no quería decir que tuviera que ser frívolo. Ya había
comprado tres autos, se había mudado a una casa costosa con una piscina
olímpica y había ayudado a Anita a financiar una casa. Tessa no podía
evitar preocuparse por el futuro y las finanzas de Mark. Sin dudas que el
influjo repentino de dinero era genial, ¿pero cuánto duraría? ¿Y qué haría él
cuando esa fortuna se agotara?
—Está bien, tenemos suficientes. Es hora de lucirlos. —Anita le dedicó una
pícara sonrisa y las dos se acercaron a la vendedora, que las guio a un
exuberante vestidor alfombrado. La vendedora las ayudó a colgar los
vestidos en tres colgadores y luego se retiró, dejando a Tessa dentro de un
cubículo con cortinas y a Anita afuera recostándose en una silla mullida.
—¡Estoy ansiosa por el espectáculo de moda! —dijo Anita con voz
cantarina.
Tessa se rio y empezó a desvestirse.
—Igual sabes que voy a elegir el más barato, ¿no?
—Yo seré quien decida —respondió Anita—. Mark me dio instrucciones
precisas y no puedo desobedecer a mi hermano mayor.
Tessa se acaloró ante esa revelación.
—¿Ah, sí? —Tessa se miró en el espejo luego de desvestirse y quedar en
ropa interior. Se mordisqueó el labio, apreciando su reflejo… ¿Quizás a
Mark también le gustaría? Buscó su teléfono y tomó una foto sensual de su
trasero en el espejo.
—Ey, quiere que estés hermosa a su lado. Mi hermano nunca se enamoró de
nadie excepto de ti, y está listo para mostrarse contigo frente al mundo.
Las palabras de Anita la alentaron. Sinceramente, Tessa quería lo mismo. El
revuelo de estar cerca de la familia de Mark otra vez y que todos acogieran
a Angus plenamente eran hechos que la hacían sentir mareada, casi
borracha. Como si esta fuese la realidad con la que siempre había soñado,
pero había temido anhelar. Como si inconscientemente hubiera temido que
sus errores del pasado pudieran haber impedido que ellos aceptaran a
Angus. Pero ahora que todo estaba cobrando forma, se sentía más preparada
para avanzar con Mark. Y esa fiesta simbolizaba el próximo paso.
Tessa envió su foto semidesnuda antes de probarse el primer vestido. Era de
color azul rey con escote redondo, y se amoldaba a su figura a la
perfección. Cuando abrió la cortina, Anita dio un grito ahogado.
—¡Vaya, tiene que ser ese! —dijo con entusiasmo.
Tessa se rio.
—¡Pero ni siquiera me probé los otros! Además, no miré el precio.
—Bueno, como mínimo es un firme candidato.
Tessa se miró en el espejo de su vestidor, volteándose de un lado a otro.
—¿Tú crees? Parece un poco… no sé… atrevido.
—¿Cómo atrevido? Es elegante pero sensual al mismo tiempo.
Tessa frunció el entrecejo y miró a Anita.
—¿Pero no es demasiado? En el fondo solo soy una chica pueblerina,
Anita. Este evento de caridad de gente famosa está muy lejos de mi zona de
confort. No quiero lucir… rara. Como si me estuviese esforzando
demasiado, o aún peor.
Anita inclinó la cabeza.
—Créeme, no luces «rara». Ni siquiera es demasiado. Pero hay un montón
de vestidos para que te pruebes. ¿Qué gracia tiene si no te sientes linda con
tu vestido? Te tiene que hacer sentir bien.
Tessa asintió, mirándose a sí misma.
—Lo cierto es que me quiero sentir bien. Pero también me quiero asegurar
de reflejar bien mi vida. Esta es mi oportunidad de recomponer mi imagen
en el trabajo. No quiero que me vean y confirmen sus sospechas de que soy
una cazafortunas o una mujer fácil.
Anita tiró la cabeza para atrás y empezó a reírse.
—Perdón, ¿que qué? ¿Una cazafortunas? ¿Fácil? La opinión de los que te
ven como una cazafortunas no importa. Ahora métete ahí adentro y
pruébate el siguiente.
Tessa se probó siete vestidos más, relajándose un poco más con cada uno.
Con uno se sintió como una coctelera de martinis, mientras que otro era tan
escotado que tuvo que tomarse una nueva para enviarle a Mark. Cuando
encendió su teléfono, halló una larga cadena de mensajes en respuesta a su
foto semidesnuda.
«INCREÍBLE. Esas piernas interminables. Me estás matando, y el avión
está a punto de rodar por la pista. No nos veremos por tres días, no es
justo».
Ella sonrió y le envió la última foto. El último partido de pretemporada era
en Phoenix y aquél era el día en que viajaba el equipo, lo que significaba
que Angus tendría una semana entera con sus abuelos mientras Tessa
gastaba el dinero que Mark había ganado con tanto esfuerzo. Toda la idea la
hacía sentir aturdida. Esto era lo que Mark realmente había querido para él
y su familia, él siempre había soñado con ser su soporte económico.
Pero el aturdimiento venía acompañado de cautela… ¿Qué ocurriría en el
largo plazo? Era una pregunta que Tessa no podía quitarse de encima a
medida que pasaba el tiempo.
Mark respondió a la foto de su trasero casi inmediatamente.
«Diablos… me estás hacienda más difícil el vuelo. Cuando vuelva te voy a
comer viva».
Sintió que la inundaba el deseo. Quería eso más de lo que podía admitir. Su
propio deseo de ir despacio se estaba tornando difícil de cumplir, sobre todo
porque Mark era la viva personificación del deportista bronceado y
musculoso. La podía dejar sin aliento con solo sonreírle, y ella había
reproducido en su cabeza la noche en el muelle demasiadas veces desde que
había ocurrido. Y cada vez que lo hacía, terminaba con su propia mano en
sus bragas, imaginándose el calor de su cuerpo contra el de ella mientras se
frotaba hasta llegar al orgasmo.
—Vamos, veamos uno más —dijo Anita, colgando otro vestido en el
vestidor—. Eché un último vistazo y creo que este está hecho para ti.
—Está bien, si tú lo dices —dijo Tessa.
Se probó cuidadosamente un vestido verde esmeralda. Era largo; sobrio
pero elegante. Hacía frufrú cuando ella se giraba, y realmente le quedaba
como si lo hubieran hecho para ella. Cuando Tessa abrió la cortina, Anita
dio un grito ahogado.
—Este sí es el indicado —declaró.
—Yo también lo creo —dijo Tessa, cambiando de posición en el espejo. Ya
sabía con qué zapatos lo combinaría, algo que ya tenía, así que era un gasto
menos. Anita se le acercó y miró la etiqueta.
—Y tienes suerte —dijo Anita—. Es uno de los más baratos.
—Parece que lo encontramos —dijo Tessa, sonriéndole a Anita con
emoción—. Gracias a ti. Creo que me hubiese ido llorando de aquí si no
hubieses venido a ayudarme.
—Nací para hacer esto —dijo Anita, y le dio un cálido abrazo—. Me
encanta que volvamos a estar en contacto. Espero que no desaparezcas
ahora que todo salió a la luz.
—No lo haré —dijo Tessa, secándose una lágrima—. Lo prometo. Estoy tan
agradecida de que tú y tu familia puedan recibirme. Siempre te consideré
como una hermana, eso nunca cambió.
Anita sonrió y le apretó los brazos.
—Y con suerte algún día lo seré, ¿no?
Tessa se rio y le dio un golpe en el brazo.
—No nos adelantemos.
—¿Adelantarnos? —reclamó Anita—. Ustedes dos son inseparables desde
el séptimo grado. Me parece que en realidad están atrasados.
Las dos hablaron y se rieron juntas mientras Tessa se cambiaba y juntaba
sus cosas para irse. Cuando llegó el momento de pagar, Anita buscó la
tarjeta de crédito de Mark y se la entregó a la vendedora alegremente.
—Lo disfrutas demasiado —bromeó Tessa.
—Que no quepa duda —dijo Anita con una sonrisa diabólica.
Tessa observó cómo la vendedora registraba el vestido, cuyo precio
superaba los mil dólares, sintiéndose como si estuviera en un sueño.
Todo estaba cambiando muy rápidamente. Angus ya era parte de las dos
familias. Estaban construyendo una nueva normalidad, al tiempo que
restablecían algunas viejas reglas. Todo parecía excitante y estremecedor,
casi como un cuento de hadas.
Pero cuando la vendedora guardó el vestido satinado en una bolsa plateada,
la mente de Tessa deambuló más allá. Era estremecedor y al mismo tiempo
aterrador. Este nuevo cuento de hadas significaba más fiestas, más eventos
de alfombra roja, más rumores…
Si Mark se hacía famoso y participaba de ese estilo de vida opulento,
entonces ella también lo haría.
¿Y cuál era el mayor problema de los cuentos de hadas? Que no eran reales.
Y la vida ya le había enseñado eso.
CAPÍTULO DOCE

—¿E stás listo, Coleridge? —James tomó a Mark de los hombros y lo


empujó desde atrás.
Mark se rio y miró a su lado, a Tessa. La noche del jueves siguiente sería la
primera vez que se reuniría con el equipo, y, aún más importante, su primer
evento juntos. Él estaba entusiasmado y, además, no podía dejar de mirar a
Tessa enfundada en ese bendito vestido verde.
—¡Vamos a pasarla bien! —dijo Maxwell, sumándose a los empujones.
Tessa se reía nerviosamente al tiempo que los amigos de Mark se
acercaban.
—Ey, tengan cuidado con el pelo —dijo Mark, pasándose la mano por el
flequillo rubio—. Le pagué un montón de dinero a mi estilista para que lo
haga.
Mark se rio burlonamente.
—Cállate, tú no tienes estilista.
—Tiene, sí —intervino Tessa—. Soy yo. Pero no me pagó nada, no dejen
que les mienta.
Sus amigos gritaron un «Oooh» a coro, y Mark disfrutó de la burla. Sabía
que podía confiar en sus amigos para que lo ayudaran a sobrellevar su
primer evento, y por esa razón se habían encontrado a la vuelta de la
esquina del suntuoso salón. Mark no estaba muy interesado en el constante
calendario de eventos elegantes, pero con sus amigos del fútbol y su amor
de la secundaria del brazo, no estaba tan mal.
—Vaya, Mark. No tiene miedo de desafiarte —chistó James.
—Ese el tipo de mujer que todos deberíamos tener —dijo Mark, tomando a
Tessa de la cintura. James hizo una mueca al acercarse a la alfombra roja.
—Claro que sí. Pero no por ahora, ¿está bien?
Tessa se rio.
—¿Tienes una fecha límite?
—Sí —respondió James—. Soltero hasta que me dé la gana.
Más adelante, los periodistas detenían a algunos de sus compañeros para
que dijeran unas palabras y posaran para las cámaras. El cielo nocturno se
había convertido en una mezcla radiante de naranja tostado y rosa en tanto
el sol se hundía en el horizonte, lo que hacía que Tessa luciera aún más
hermosa.
—¿Estás lista para esto? —le preguntó en voz baja antes de llegar al
comienzo de la alfombra roja—. Todavía podemos irnos.
Ella lo miró con nerviosismo, pero él detectó también su entusiasmo.
—Ah, no. Ya no hay vuelta atrás, mucho menos después de haberme
comprado este vestido.
Dieron un paso sobre la alfombra. Mark mantuvo su sonrisa en tanto
avanzaban, por más que podía sentir los flashes de las cámaras alrededor de
ellos. Habían entrado oficialmente a la burbuja de los famosos, donde la
energía vibraba potentemente. Luego de cinco pasos, a Mark lo detuvo una
periodista para entrevistarlo.
—¡Mark Coleridge! ¿Tienes un minuto? —Una linda morocha le sonrió y
luego se concentró en Tessa—. ¿Quién es tu cita de esta noche?
—Ella es una de las personas más importantes de mi vida —dijo Mark,
sonriéndole a Tessa—. Mi mejor amiga desde sexto grado y la madre de mi
hijo.
La periodista se mostró sorprendida.
—¿Ah, sí? No sabía que tenías un hijo. ¡Cuéntanos más!
—Tenemos un hijo de cinco años que se llama Angus.
—Estoy segura de que es una hermosura, como su papá —continuó la
periodista—. ¿Podemos ver una foto de él?
—No me parece —dijo Mark—. Quizás lo vean afuera del campo durante
un partido, pero eso es todo.
Otro periodista intervino, y le preguntó qué pensaba de la temporada
próxima. James y Maxwell también estaban atrapados dando entrevistas y
sonriendo para las cámaras. Cuando Mark logró irse, vio que James y
Maxwell intentaban hacer lo mismo. Dirigió a Tessa a través de las enormes
puertas doradas al impresionante recibidor de la sala.
Tessa contuvo el aliento y miró todo el salón.
—¡Vaya!
Mark asintió lentamente mientras lo asimilaba. Estaban en una fiesta
benéfica para financiar programas específicos de vanguardia para el
hospital, pero claramente el énfasis estaba en la fiesta. Todo resplandecía: la
gente y lo que los rodeaba. Los pisos brillaban como espejos y las columnas
blancas salpicaban el amplio recibidor. En las paredes había fotos
enmarcadas de forma elaborada que enumeraban benefactores y fundadores
que Mark no reconocía. Los camareros revoloteaban por toda la zona,
cargando bandejas con aperitivos y copas de champán. Tessa le sujetó el
brazo con fuerza.
—No lo puedo creer. ¿Esa es Jessie Musgraves? dijo entre dientes, sin
despegar la vista de la famosa cantante de country del otro lado del salón.
—Ah, sí. Está casada con un compañero. ¿No lo sabías?
—No —refunfuñó Tessa—. No lo puedo creer. ¿Podré pedirle un
autógrafo?
Mark comenzó a reír pero su risa se fue apagando al ver que alguien se
dirigía hacia él mirándolo fijamente.
—¿Mark Coleridge? —le preguntó un hombre refinado, extendiéndole la
mano. Estaba cuidadosamente arreglado y afeitado, y vestía un traje negro,
como la mayoría de los hombres esa noche.
—Sí —dijo Mark, dándole la mano—. ¿Y usted es...?
—Randall Beckman, director del Hospital de Niños de Savannah y
organizador del evento. —Su sonrisa se ensanchó—. Y debo agradecerle en
persona por su donación extremadamente generosa esta noche.
Mark sonrió. Había donado a un programa en particular que le había
llamado la atención, sin haber planeado venir al evento a menos que fuese
absolutamente necesario. Pero se moría por empezar a apoyar causas
benéficas ahora que podía hacerlo.
—Lo hice con gusto. Su programa hace mucho por los niños y niñas que lo
necesitan, y eso merece mi respeto. Incluso mi familia se podría haber
beneficiado de algo así después del accidente de mi hermana, cuando ella
tenía nueve años. Un hospital como el suyo podría haberle ahorrado a mi
familia angustia y deudas.
Anita había estado seis meses en cuidado intensivo después de un accidente
de kart que casi la había matado. La recaudación de fondos y la ayuda del
estado no habían sido suficientes para su familia, que sufrió las
consecuencias del accidente durante la década posterior.
Randall le dio una palmadita a Mark en la espalda.
—Bueno, somos felices con lo que hacemos. Y con donaciones como la
suya, nuestro plan es seguir haciéndolo por varios años.
El grupo siguió hablando hasta que Randall se retiró a buscar otros
donantes a quienes agradecer en persona. Tessa se volvió hacia Mark,
sorprendida.
—¿Ya hiciste una donación? Acabamos de entrar.
Mark sintió que se sonrojaba.
—Es algo importante.
—No sabía que después del accidente de Anita todo había sido tan duro
para tu familia. Tu casa siempre fue un refugio seguro para mí. Nunca
imaginé que pudiera ser otra cosa que no fuera un lugar feliz.
—No me malentiendas, éramos felices en general. Pero hay otros niños con
infancias como la mía, y también la tuya. Si puedo, quiero ayudarlos.
Tessa le sonrió antes de pararse en puntas de pie y darle un beso en los
labios.
—Eres el mejor, ¿lo sabes?
Los dos disfrutaron la noche con tranquilidad, siempre juntos. Mientras que
James y Maxwell encontraban nuevas chicas lindas a cada rato y
bromeaban con que la buena apariencia de los dos abarcaba todos los
gustos, Mark y Tessa solo tenían ojos el uno para el otro. La cena vino y se
fue en un suspiro delicioso mientras el vino se agotaba y algunos daban
discursos. Para conmemorar su primer gran evento, Mark le dio su
smartphone a Pete para que les tomara una foto a él con Tessa, James y
Maxwell; luego se vio envuelto en otra sesión de fotos con Randall
Beckman y algunos fanáticos del equipo. Cuando finalmente recuperó su
teléfono y volvió a la mesa, vio que ya eran las nueve. Él y Tessa estaban
bostezando.
—¿Ya estamos viejos? —bromeó ella—. ¿No nos podemos quedar
despiertos hasta más de las nueve?
Mark se rio.
—No lo niego. —Le tomó la mano y la llevó a sus labios—. ¿Qué te parece
si nos vamos a casa y vemos qué más podemos hacer antes de que nos
quedemos dormidos?
Ella arqueó las cejas.
—Eso sí que es sensual.
Él se rio y se acercó a ella. Sus labios rondaban los de ella sin llegar a
besarla.
—Si tenemos suerte, nos quedaremos despiertos lo suficiente para poder
quitarnos toda la ropa.
Los ojos de ella destellaron, y ella lo besó suavemente.
—Quizás eso me mantenga despierta un rato más. Si tú te desnudas.
—¿Por completo? —le dijo de forma provocativa, rozando su nariz con la
de ella— ¿O como la otra noche en el muelle?
Ella cerró los ojos, y él supo que la había convencido. Estaba semiduro en
el medio del salón de eventos y no le importaba en lo más mínimo.
—Creo que esta vez tendríamos que estar completamente desnudos.
Mark acortó la distancia que quedaba entre ellos y le dio un beso excitante
y hambriento, revelando el siguiente capítulo de esa noche.
Cuando se separaron, Tessa le dijo con voz roca:
—Creo que es hora de irnos a casa.
—Pienso lo mismo. —La tomó del mentón y le robó un último beso—. ¿Tu
casa o la mía?
Ella dudó por un momento. Angus se estaba quedando con Mark y su
familia, lo que quería decir que ellos podían disfrutar de una noche —y una
mañana— sin su hijo en su casa. Pero solo si ella quería.
—La mía —susurró ella. Y para él, esa era la luz verde que había estado
esperando. Se puso de pie y se apresuró a saludar a James, Maxwell y los
otros compañeros que estaban allí cerca. Tessa saludó con la mano detrás de
él y ambos salieron rápidamente del salón de eventos en dirección al
guardacoches. Él la abrazó mientras aguardaban sobre la acera.
—¿Entonces voy a dormir en tu cama esta noche? —preguntó él.
—No. te vas a quedar en el cuarto de huéspedes —dijo ella, golpeándole el
brazo.
—Ni lo sueñes —gruñó él, antes de darle otro beso. Para cuando terminaron
de besarse, el auto ya había llegado. Él le dio una propina al guardacoches,
le abrió la puerta a Tessa y luego se sentó en el asiento del conductor.
Tessa estaba completamente embelesada.
El tráfico estaba tranquilo a esa hora de la noche. El aire flotaba sofocante y
aromático, una antesala perfecta a lo que estaba por ocurrir en la casa de
Tessa. Él conducía con ella tomada de la mano, como en la época de la
secundaria, y como él planeaba hacer en tanto ella lo dejara.
Llegaron a su casa y ella no había caminado más de cuatro pasos cuando él
la levantó en brazos. Ella se rio nerviosamente y se colgó de su cuello
mientras él la cargaba hacia la puerta. Se inclinó para que ella pudiera poner
la llave y luego entraron a la oscuridad de la casa. Él tanteó en busca del
interruptor de la luz con ella pataleando alegremente. Una luz dorada
iluminó el vestíbulo y Mark cerró la puerta detrás de él.
Sus ojos se encontraron. La casa estaba totalmente en silencio. La noche era
de ellos.
Mark no estaba seguro de quién había besado a quién primero. Tal vez
ambos se habían lanzado al mismo tiempo, una decisión que los había
sacudido desde el inconsciente en el mismo momento. Sus bocas chocaron
y dieron paso a besos hambrientos y urgentes que les hicieron flaquear las
rodillas. Tessa se aferró a él y se giró de forma que sus piernas le
envolvieron la cintura y él deslizó las manos hasta sus glúteos. Él soltó un
gemido cuando ella apretó su pelvis contra él.
—Mark —dijo, jadeando entre besos—. Vayamos a arriba.
Subió la escalera cuidadosamente con ella en brazos y sin dejar de besarla.
Daba la sensación de que estaban recuperando el tiempo perdido, todos esos
años separados, y todos los besos que se habían perdido por ello. Dentro de
la habitación, Mark encendió la luz y la lanzó sin esfuerzo a la cama. Ella
rebotó y lo miró con los ojos entrecerrados.
—Nena —comenzó a decir él. Su pene le temblaba atrapado debajo del
cinturón.
—Por favor —dijo ella con un gemido y tirándose del vestido. El labial
corrido era algo tan sensual como adorable—. Mark, te necesito ahora.
—Lo sé. —Se pasó la mano por el cabello acercándose a ella, y mirándola
de arriba abajo para recordar el momento, pero también para frenar un
poco.
—Yo también te necesito. Pero…
—¿Pero? —susurró ella, desconsolada.
Él rio suavemente y le agarró el mentón.
—Pero necesito que me digas que esto es en serio. Porque una vez que te
desvista, me voy a enloquecer. No es una posibilidad, es una promesa.
Ella jadeaba, y el deseo se reflejaba en sus ojos.
—Eso es lo que estaba esperando, Mark.
CAPÍTULO TRECE

T essa lanzó un grito de placer cuando Mark hundió su rostro en su escote.


Con besos acalorados descubrió la parte de arriba de sus pechos al
tiempo que iba recogiendo su vestido a la altura de las caderas. Tanteó su
espalda buscando el cierre pero no lo encontró, y luego empezó a arrastrar
los dientes por sus pezones, que se transparentaban a través de la tela del
vestido. Ella tembló al sentir sus manos en sus muslos y luego entre sus
piernas, rozando sus bragas húmedas.
—Estás muy mojada —murmuró él, haciendo círculos alrededor de su
clítoris.
Ella se sacudió; estaba tan desesperada por que esto ocurriera que apenas
podía pensar con claridad. No solo lo quería adentro de ella desde que se
habían reencontrado, sino que estaba deseando ese momento desde la
última vez que habían hecho el amor en el último año de secundaria.
—Sácate la ropa —lo instó, tirándole de la camiseta.
Él se puso de pie intentando torpemente desabrocharse la camisa y sacarse
la corbata. Cuando se quedó sin la camisa y solo con sus pantalones
costosos de diseñador, ella lo hizo detenerse.
—Ay, dios mío —susurró, mirándolo de arriba a abajo varias veces. Parecía
un dios. Un dios increíble, joven y caliente, con el borde grueso de su
erección revelándose en sus pantalones y los bultos de sus abdominales
asemejándose a un paraíso interminable—. Eres perfecto.
—No empieces —dijo él, desenvainando el cinturón—. O me vas a hacer
enumerar todas las formas en que tú eres perfecta.
Ella se rio nerviosamente cuando él se bajó los pantalones y la cabeza de su
pene se le escapó del bóxer. Él no parecía darle importancia, ni siquiera
notarlo, cuando volvió a treparse en la cama, pero era lo único que ella
podía ver. Sus manos fueron derecho hacia esa cabeza protuberante y
resbaladiza.
—Ay, nena —dijo él con un gemido cuando ella introdujo la mano en su
ropa interior y comenzó a acariciarlo desde la base hasta la punta. Sus
abdominales se tensaron. Luego, lo empujó hasta que rodó sobre su espalda.
Le quitó el bóxer y lo tiró a un costado, devorando su cuerpo atlético con la
mirada. Siempre había sido atractivo, pero ahora era la perfección hecha
estrella de fútbol. Lo siguió acariciando y observando las sensaciones
reflejadas en su rostro. El deseo hizo que se le entrecerraran los ojos cuando
ella descendió y jaló de su pene decididamente.
Él lanzó un gemido largo y crudo y enredó los dedos en su cabello, mientras
ella seguía acariciándolo hacia arriba y hacia abajo, lo más profundo que
podía, disfrutando de cómo él se apretaba contra ella. Mark pronunciaba su
nombre como una súplica erótica, como una plegaria y, a la vez, una orden.
¿Cómo había sobrevivido los últimos seis años sin esto? ¿Sin él?
Era como si pudiera leerle los pensamientos, porque algo había cambiado
entre ellos. La primera jugada que indicaba el descenso a la inconsciencia.
Mark gruñó, arrastrándola hasta sus labios para darle un beso apasionado al
tiempo que acomodaba sus caderas encima de él. Ella dobló las piernas a
los costados y su pene presionó contra la tela húmeda entre sus piernas. Ella
jadeó en medio de un beso cuando la cabeza de su pene empujó su abertura.
Él dejó de besarla solo para refunfuñar:
—Sácate las bragas.
Ella se tiró hacia adelante y lo besó mientras se esforzaba por quitarse la
ropa interior sin despegarse, pero al final tuvo que enfocarse en otra cosa
que no fuera la lengua de él adentro de su boca. Se apresuró a quitarse el
vestido y las bragas, y luego Mark le quitó rápidamente el sostén cuando
ella volvió a acomodarse encima de él.
—Quiero estar dentro de ti —dijo jalándola de las caderas para que su
vagina cubriera su grueso pene. Ella dio un grito ahogado, disfrutando la
sacudida de placer. El hombre irradiaba calor y masculinidad, con tanta
intensidad que ella se preguntaba si sobreviviría a esa pasión. Podría ser su
perdición, demasiado hermosa y catastrófica como para soportarla.
—Lo sé —dijo ella con un gemido, acariciándole la amplia extensión de su
pecho. Él volvió a jalarla de las caderas; su pene se frotaba contra los
pliegues inflamados de su vagina. Ella soltó una bocanada de aire—. Solo
quiero que seas paciente conmigo. Ha pasado mucho tiempo.
Él le sostuvo el rostro con las manos ahuecadas y la enardeció con una
mirada elocuente.
—¿Cuánto?
Ella no quería admitirlo.
—Seis años.
Una expresión de comprensión se vislumbró en su rostro, y la sostuvo de
las caderas al voltearla con destreza para que Tessa yaciera de espaldas. Sus
rodillas se abrieron y Mark se acomodó entre sus piernas, como si ese lugar
estuviese hecho para él. Y quizás lo estaba.
Ella agradeció que él no se impulsara aún más, ni expresara su asombro —o
aún peor, su lástima— de que él hubiese sido el único hombre con el que
ella había estado, aún después de todo ese tiempo. Él le había robado su
virginidad y su corazón, y le había dado lo mejor del mundo: su hijo. ¿Qué
más quería ella? Ninguna experiencia iba a cambiar lo que él significaba
para ella.
—Iré despacio —murmuró él, alineando sus caderas. La gruesa cabeza de
su pene empujó para entrar y su mirada se centró en donde sus cuerpos se
alineaban—. Haré que ambos nos sintamos muy bien.
Ella no lo dudó ni por un segundo. Y mientras él se introducía lentamente
en ella, centímetro a centímetro, el placer comenzó a desplegarse, lento y
punzante. Ella le enterró las uñas en sus antebrazos y sus caderas se
abrieron para permitirle un acceso más profundo. Y un momento después
ella empezó a gemir mientras él se amoldaba y la colmaba. Todavía lo
sentía como algo conocido, aunque ahora eran adultos. Su masculinidad la
había penetrado de una forma que nunca antes había hecho.
—Ay dios mío, Mark —gimió ella después de que él se impulsara hasta el
final. Ella se movía contra él, deseando infinitamente más.
—Me haces sentir increíble.
Él parecía narcotizado, flexionando sus caderas y buscando más espacio
dentro de ella. Ella le rodeó el cuello con los brazos e hizo que sus labios se
chocaran. Sus besos se volvieron más apasionados cuando Mark empezó a
impulsarse lenta y profundamente. Ella se arqueó, acogiendo hasta el último
pedazo de él, más llena que nunca, aunque aún quería más.
Él la sujetó de las caderas, enterrando sus dedos en la carne. Sus ojos
marrones chisporroteaban, haciendo que se conectaran más profundamente.
Ella estaba perdida en sus ojos, en el placer, y en lo bien que se sentía estar
finalmente apretada contra él, envuelta por él, completamente sumergida en
él.
Él se introdujo más, y ella gemía y pedía más y más. Su mirada era tan
intensa que casi no quería pestañear. Flexionó la mandíbula y volvió a
besarla.
Cuando sumergió la lengua adentro de su boca, algo se liberó adentro de
ella, y empezó a desatarse el orgasmo. Sentía el calor transitar por sus
extremidades, sinuoso y aletargado. Se aferró a sus brazos musculosos y
gimió.
—Más fuerte, Mark —gritó ella—. Estoy muy cerca.
—Lo sé, nena. —Su respiración era escasa. Con el sudor goteándole de las
sienes, la recogió en brazos, haciendo que sus cuerpos flamearan. Luego se
recostó y ella cayó sobre sus piernas. Con sus muslos potentes se apretó
contra ella desde abajo con vigor y delicadeza.
Entonces, comenzó el espectáculo. Todo ese calor y cosquilleo se convirtió
en auténticos fuegos artificiales, ella abrió la boca y un gemido largo y
áspero emergió de su interior. El placer la atacaba desde cada rincón cada
vez que Mark la penetraba. Lo único que podía hacer era aferrarse a él y
acabar, montada en las olas de placer de las que quizás nunca se bajara.
Mark gimió, tensó los brazos alrededor de ella, la penetró y luego se calmó,
enterrando la cabeza en su escote. Se meció de un lado a otro lentamente,
respirando con intensidad. Ninguno de los dos intentó moverse por un
tiempo. Lo único que Tessa podía hacer era disfrutar de la satisfacción. La
impregnaba en cada rincón de su cuerpo. El único pensamiento que se le
venía a la mente era «Ay, dios mío».
Mark finalmente echó la cabeza hacia atrás y la miró. Ella lo besó en los
labios, una y otra vez. Luego, sus ojos se encontraron. En los ojos marrones
de Mark centelleaba algo que ella también sentía con todas sus fuerzas.
Algo que sabía hacía mucho tiempo.
Y sabía que él sentía lo mismo.
CAPÍTULO CATORCE

L a mañana siguiente, Tessa despertó con dolor en la pelvis. Supuso que


era una consecuencia natural de haber tenido una noche de sexo
increíble con un jugador de la NFL. Él nunca había logrado ser muy
delicado con ella, incluso en la secundaria. ¿Y ahora? Bueno, no se podía
quejar. Lo quería exactamente como él se lo había dado.
Abrió los ojos, sonriente, y vio que la habitación estaba extrañamente
iluminada. Lo fue entendiendo todo de a poco: primero, que Mark no
estaba, segundo, que había voces que venían desde la planta baja, y
finalmente que, un momento después, la puerta del frente se cerraba.
Luego, escuchó el tono de voz entusiasmado de Angus y comprendió lo que
estaba ocurriendo. Los padres de Mark habían traído a Angus, quien llegaba
a su casa para encontrarse con sus padres juntos. Se le infló el corazón al
tiempo que la invadió la ansiedad. No quería darle falsas esperanzas, pero,
por otro lado, todo apuntaba a que esta situación ya había ocurrido antes.
Se levantó de la cama y se vistió rápidamente. Cuando bajó las escaleras,
Angus estaba sentado en la mesa del comedor, canturreando para sí, y Mark
estaba haciendo huevos revueltos en la cocina.
—Buen día, dormilona —dijo Mark, con una sonrisa burlona. Tenía puesto
un short de entrenamiento y una remera gris. Demasiado apetecible para
describir con palabras.
—¡Buen día, mami! —dijo Angus alegremente. Ella le alborotó el cabello y
se sentó a su lado.
—¿Dormiste bien anoche, con los abuelos? —le preguntó ella.
—¡Ay, sí! Nos divertimos mucho. Hasta me dejaron acostarme tarde.
Ella miró a Mark de reojo y él se encogió de hombros.
—Bueno, dormiste bastante, ¿no? ¿Estás listo para ir a la escuela?
—¡Sí! —dijo Angus, pataleando.
—La pasaron de maravilla —intervino Mark, acercándose a la mesa con
tres platos de tostadas y huevos.
—¿Qué es eso en tu tostada? —preguntó Angus, señalando el plato de Mark
— ¿Huevos verdes y jamón?
Mark sonrió.
—No, eso es aguacate. Tu papá tiene que estar grande y fuerte para jugar al
fútbol, ¿sabes? —Se deslizó en su asiento y no perdió un segundo en probar
su tostada crujiente—. Y para eso necesito grasas saludables y alguna que
otra clase de yoga.
Tessa miró a Mark con sorpresa.
—¿Así que yoga también?
—Ah, sí. Es viernes y tengo optativos, así que elijo yoga. —Él la miró con
una sonrisa diabólica—. Pero tengo que comer rápido, porque me tengo que
ir... —revisó su teléfono— ahora.
—Te puedes ir —dijo Tessa, ahuyentándolo—. Yo me encargo de esto.
Nosotros no tenemos que salir hasta dentro de media hora.
—Gracias, linda. —Terminó la tostada, bebió un vaso de jugo de naranja y
luego los besó a ambos en la frente.
—Que tengan un buen día, los veré después del trabajo.
—¡Chau, papi! —gritó Angus, y se volteó en la silla para ver a Mark salir
apresurado por la puerta. Tessa sonrió para sí mientras comían. Fue recién
después de que terminaron y ella estaba lavando los platos que se dio cuenta
de que no había revisado su teléfono ni una vez.
Pero cuando terminó de limpiar las cosas del desayuno, se dio cuenta de
que no tenía mucho tiempo para arreglarse si quería que llegaran en hora a
la escuela. Así que se apresuró al baño, se duchó rápidamente sin lavarse el
cabello y se puso unos jeans y una blusa holgada para el viernes informal.
Se aplicó una capa rápida de maquillaje, agarró el teléfono y salieron
corriendo con Angus justo a tiempo.
Su teléfono sonó un par de veces mientras ella y Angus se acomodaban en
el auto, pero ella lo ignoró. Quienquiera que fuese, podía esperar. Cuando
ya había arrancado, el teléfono empezó a vibrar con una llamada. Era el
director de la escuela, Robert. Frunció el entrecejo y respondió
rápidamente.
—¿Hola?
—Tessa, buen día. —Hubo una pausa incómoda del otro lado de la línea—.
¿Estás en camino?
—Sí, acabo de salir de mi casa. ¿Hay algún problema?
—Una vez que dejes a Angus en su salón, me gustaría que pases por mi
oficina. —Otra pausa incómoda, y esta vez, lo único que se le pasaba por la
cabeza a Tessa era: «¿Qué diablos está pasando?».
—Está bien… —respondió ella—. Insisto, ¿hay algún problema?
—Tenemos que hablar —dijo con firmeza. Y tenemos que evaluar alguna
estrategia.
Ella pestañeó varias veces, intentando descifrar la información.
—¿La planificación de mis lecciones no ha sido satisfactoria? Yo…
—No, no es… —Robert suspiró—. Mira, hablaremos cuando llegues, a
primera hora, en mi oficina, ¿está bien?
La llamada se cortó y Tessa no pudo ignorar el sacudón. Nada tenía sentido.
Robert no hacía esas llamadas de cortesía, algo andaba mal. Cuando puso el
teléfono en el soporte, la pantalla se encendió con la vista previa.
Tenía veinte mensajes sin leer, un sinnúmero de notificaciones de redes
sociales y tres llamadas perdidas.
Tragó saliva y se estacionó al costado de la calle. Esto era muy extraño,
tenía que averiguar qué estaba ocurriendo.
—Mamá, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Angus.
—Tengo que dar un vistazo a mi teléfono —dijo ella, intentando sonar
calmada, normal, y no como el remolino de pavor que la estaba atravesando
en ese momento—. Y sabes lo que siempre digo: no hay que manejar y
mensajear.
—No hay que manejar y mensajear —repitió Angus.
Con las manos temblorosas, Tessa abrió el cúmulo de mensajes. Algunos
eran de su padre, otros de amigas de la universidad. Había uno de una
compañera de trabajo con un emoji con ojos saltones y un enlace.
Entró al enlace y se mordisqueó el labio mientras la página cargaba.
Al fin encontró la causa de tanto alboroto, por qué Robert la había citado en
su oficina y por qué su padre le preguntaba si estaba bien.
Su foto semidesnuda se había divulgado en internet y el mundo se la estaba
devorando.
Todo a su alrededor se paralizó al asimilar su nueva realidad. Una revista
digital preguntaba: «La novia del novato de la NFL: ¿está para la revista
Playboy?». Otro medio había publicado la foto junto con otras novias
conocidas de jugadores de la NFL, y le pedían a los usuarios que
compararan y eligieran a su favorita, con la promesa de que quien ganara
sería contactada para un posible trabajo de modelaje. Otro portal acusaba a
Tessa de robarle la primera plana a los Sharks, con una sección de
comentarios que atacaba a todas las novias de jugadores de la NFL de la
historia.
¿Cómo se había filtrado la foto?
—Mamá, vamos a llegar tarde —le recordó Angus, que con su dulce voz la
había sacado de su nube de horror.
—Eh… tienes razón. —Tragó saliva e intentó reorientarse. Miró el reloj del
auto sin poder digerir la información—. Ya salimos, dame un segundo.
Revisó el resto de las notificaciones de redes sociales —amigas intentando
descifrar por qué de pronto se había convertido en una novia de la NFL un
tanto pornográfica— y apagó el teléfono con una mueca de disgusto.
Nada de eso tenía sentido.
En especial porque ella le había enviado esa foto a Mark, no a los medios,
ni a un periodista, ni a nadie más que a su mejor amigo y exnovio, Mark.
¿Cómo diablos la había encontrado internet?
Mientras conducía se devanaba los sesos, y subió la música para distraer a
Angus de sus amargos pensamientos. ¿Era posible que Mark hubiese
filtrado la foto? Entornó los ojos sin poder hallarle sentido a esa posibilidad.
Seguía siendo el mismo Mark de siempre… ¿o no?
Sintió que caminaba sobre arena movediza cuando se dirigía con Angus
hacia el edificio escolar bajo el sol brillante y caluroso. Una vez dentro, lo
llevó rápidamente al salón de clase, donde siempre era uno de los primeros
en llegar, luego esquivó su propio salón y fue derecho a la oficina de
Robert. Cuando entró en el vestíbulo de administración, varios de los
asistentes administrativos apartaron la mirada.
—¿Robert se encuentra? —le preguntó a la empleada más cercana.
—Sí, puedes entrar. —Le hizo señas a Tessa para que entrara. Nadie la
había mirado a los ojos. Volvió a sentirse humillada, como un golpe certero
al estómago, algo tristemente familiar.
Cuando llegó a la oficina de Robert, la puerta estaba abierta. Él le hizo un
gesto para que entrara y ella cerró la puerta tras de sí.
—Robert —empezó diciendo ella—. Acabo de enterarme de lo ocurrido.
Él se mostró sorprendido.
—¿Ah, sí?
—La foto. La… —Se detuvo y tragó saliva. Había mucho para desentrañar,
y realmente necesitaba un día entero para poder hacerlo—. No tengo idea
de por qué mi foto está circulando por internet. Estoy sorprendida y
enojada. —Le temblaba la voz a medida que avanzaba—. No tengo
palabras para describir como me siento ahora.
—¿Arrepentida, quizás? —preguntó él, haciendo clic a un bolígrafo y
recostándose en la silla. Ella abrió la boca para interrumpirlo pero él
continuó—. Willows Christian Academy tiene una larga y rica trayectoria
de estudiantes que no solo sobresalen académicamente, sino que poseen un
fuerte sentido moral. Cuando aceptaste este trabajo firmaste un Código de
Conducta, lo que incluye tu conformidad con respetar los valores de esta
escuela. Valores como el recato y la conducta correcta. —La miró
duramente con sus ojos azules—. Puedes ver por qué un incidente como
este afecta tu desempeño laboral. Porque tu trabajo es enseñar, no solo en el
salón de clase, sino con el ejemplo.
—Lo entiendo, Robert. Lo entiendo completamente —se apresuró a decir,
sintiendo ya que se le acumulaban las lágrimas—. Pero tiene que entender
que esto se divulgó sin mi consentimiento. Fue una invasión a la privacidad,
a la confianza…
—El problema es que estabas expuesta a ello —la interrumpió—.
¿Entiendes lo que digo? Trabajamos para nuestros estudiantes, y, por
extensión, para sus padres. Ellos no quieren que personas con una moral
cuestionable guíen a sus hijos a la adultez.
—Pero Robert…
—Lo que digo es que este incidente atrajo bastante atención, y eso no puede
volver a suceder. Porque, de lo contrario, ya no habrá más un trabajo en esta
organización del que tengamos que hablar.
Tessa se tapó la boca con la mano, mirando fijamente el escritorio para
mantener a raya las lágrimas, y asintió enérgicamente.
—Dejemos atrás este asunto —agregó Robert, suspirando—. Pero la
Comisión Directiva tiene puestos los ojos en ti. Ya sabes que el pastor
Mitchell exige que todo nuestro personal se comporte con el máximo
decoro. Si llega a ocurrir otro incidente, no puedo prometerte otra
oportunidad.
—Absolutamente. Gracias. —Se puso de pie y se excusó, mirando al suelo
mientras se iba derecho al baño a tranquilizarse. Luego de mojarse el rostro
con agua fría y respirar hondo varias veces, sintió que estaba lista para
regresar a su salón de clase. Una vez allí, cerró la puerta con el corazón
acelerado, dejó sus cosas sobre el escritorio e inmediatamente buscó su
teléfono. Mark no le había escrito nada después de marcharse esa mañana.
¿Sabría lo que había ocurrido?
Le envió un enlace a uno de los artículos y luego puso el teléfono en
silencio. Era demasiada tristeza, vergüenza y confusión para poder procesar
todo ahora. Tenía que dejar todo en un segundo plano y aprontarse para su
día de trabajo, o, al menos, posponer sus cavilaciones hasta el almuerzo
para poder correr al baño y llorar en privado.
Los estudiantes empezaron a llegar antes de que tuviera la posibilidad de
revisar su teléfono. Ponerse a mensajear durante la clase era algo
inadmisible, aunque se muriera por ver cuál era la respuesta de Mark.
Afortunadamente, las sonrisas de sus alumnos de tercer grado eran un
bálsamo para sus preocupaciones, al menos por el momento.
A pesar de sus rostros entusiastas y de sus ingeniosas ocurrencias, la
primera mitad del día se hizo larga. Para cuando se llevaron a los alumnos a
desayunar, Tessa se sentía exhausta y lista para irse a dormir. Pero tenía que
enfrentar lo que la estaba esperando, por más horrible que fuera.
Desbloqueó su teléfono y se encontró con una cadena de mensajes de Mark.
«¿Qué carajo es esto? ¿Cómo lo encontraste? Tienes que llamarme. No lo
entiendo. No tengo idea de cómo se filtró esa foto. Yo no lo hice. Pero lo
que sea que haya pasado, lo voy a averiguar y a solucionar».
Ella tragó con fuerza y lo llamó, el corazón se le salía del pecho esperando
a que él contestara. Rogaba que el equipo también estuviera almorzando. Él
atendió al tercer tono.
—Nena, ¿estás bien?
—No. —Suspiró y sintió un alivio instantáneo al escuchar su voz, aunque
fuera un poco—. Sí. No sé. Estoy… conmocionada. Humillada.
—Voy a averiguar quién diablos hizo esto. Me deben haber hackeado.
Estuve hablando con mis compañeros de equipo, y ellos dicen que estas
cosas suelen pasar. Aunque no entiendo por qué me eligieron a mí. A
nosotros.
A Tessa se le llenaron de lágrimas los ojos y miró al techo para evitarlas.
—Bueno, no podía haber ocurrido en peor momento.
—Te prometo que voy a descubrir quién hizo esto y lo vamos a demandar.
Voy a conseguir un abogado. No te mereces nada de esto.
Ella se apretó la frente e intentó tragarse el sollozo que quería escaparse
desesperadamente.
—Necesito verte. ¿Vendrás esta noche?
—En cuanto pueda estaré allí, lo prometo. Ahora tengo que volver a la
charla. No dejes que esto te arruine el día, ¿sí? Lo superaremos.
Ella asintió, con el mentón temblando, aunque él no la podía ver. Y aunque
su día, y posiblemente su año, ya estaba arruinado.
—Está bien. Te veré más tarde.
Ahora todo lo que tenía que hacer era aguantar el resto del día para poder
irse a su casa y llorar en privado.

Más tarde esa misma noche, luego de haber llorado largamente en la ducha
y haberse tomado una enorme copa de vino blanco, Tessa le abrió la puerta
a Mark, que aún tenía el cabello húmedo de la ducha después de la práctica.
Angus gritó de entusiasmo y corrió hacia él, y aunque Mark lo cargó en su
espalda saludándolo alegremente, ella podía ver la ansiedad en su mirada.
—¿Cómo estuvo la escuela hoy? —preguntó Mark mientras cargaba a
Angus hacia la cocina.
Angus empezó a recitar de un tirón mil cosas distintas que había disfrutado
de su clase de jardín de infantes ese día. Mark se acercó a Tessa, que estaba
apoyada contra la mesada, y la besó en la mejilla.
—No necesito hacerte la misma pregunta —dijo suavemente.
—Por favor, no —dijo ella, esbozando una pequeña sonrisa.
Mark bajó a Angus al suelo y le alborotó el cabello.
—¿Estás listo para la cena? —Miró alrededor de la cocina y luego a Tessa
—. ¿Qué les parece pizza?
—¡Pizza, pizza! —empezó a corear Angus bailando por el pasillo en busca
de sus juguetes en el cuarto del frente.
—Es una gran idea, porque no creo que pueda cocinar ahora—dijo Tessa—.
Y lamentablemente tendrás que llamar tú.
Fue a buscar la botella de vino que estaba en la mesada y se sirvió una
segunda copa. Ni siquiera eran las seis de la tarde y ya casi se había tomado
media botella. Qué desastre.
Mark la observó con cautela.
—Oye, no ahogues tus penas en alcohol.
—Creo que me lo merezco. —Le dio un sorbo al Chardonnay—. Al fin y al
cabo, toda internet me vio en ropa interior.
—Pero internet olvida rápidamente. Apuesto a que la mitad de la gente que
vio la foto ya se la olvidó.
Ella resopló y dejó la copa.
—Pero mis compañeros de trabajo no se olvidarán, la Comisión Directiva
no se olvidará y los padres de los niños a los que enseño no se olvidarán.
Mark hizo un gesto y se acercó a ella para fundirla en su abrazo. Su calidez
y solidez hizo que Tessa volviera a llenarse de lágrimas, y poco después
comenzara a sollozar en su pecho.
—Oye, va a estar todo bien… —murmuró él.
—Todavía no te conté sobre la reunión que tuve con el director de la
escuela —dijo ella, mirando hacia arriba—. Mark, tengo miedo.
Prácticamente me dijo que mi trabajo está en peligro.
—Él no entiende lo que sucedió. Se infiltraron en mi teléfono. Esto no es
culpa tuya.
—Pero es una mala imagen para mi trayectoria —dijo ella, lagrimeando—.
Porque yo fui quien te envió esa foto en primer lugar. Habla mal de mi
persona.
—¿Tu persona? No están a la altura para hablar de tu persona. Esta gente no
tiene idea de todo el esfuerzo que has hecho y de lo que has superado para
llegar donde estás —dijo él—. Eres una maestra increíble. Te contrataron
por una buena razón, y sería una locura que te despidieran por una estúpida
foto.
Tessa permanecía en silencio, meditando sus palabras. Realmente quería
que la versión de Mark fuese la definitiva, y que su mente pudiese
integrarla como la verdad absoluta. Pero era muy difícil.
—En mi opinión, el director es un bravucón —continuó Mark—. Te está
intimidando para demostrar quién es el jefe. Después de todo, tú eres la que
tiene la aptitud. Él te necesita. No te va a despedir.
Las lágrimas se le estaban secando. Se tocó suavemente las comisuras de
los ojos. Le gustaba escucharlo decir todo eso, pero una parte de ella
despotricaba en contra de él, le susurraba que él no estaba tomando sus
preocupaciones seriamente. No podía ser algo tan claro y simple. Hoy en
día, los padres eran quienes tenían la última palabra en la trayectoria de una
maestra, especialmente en el sistema de educación privada. Esto era
prácticamente un estigma que tenía que soportar, y nada menos que al inicio
de su carrera.
Pero ahondar en todo esto ahora parecía innecesario. Además, Mark la
apoyaba. ¿Acaso eso no era suficiente?
—¿La prensa siempre es tan carroñera? —preguntó ella finalmente, cuando
recuperó la voz.
—Bueno, sí. Pero cuando están encima de ti significa que te está yendo bien
—dijo él—. Sería peor si se olvidaran de ti.
Tessa frunció el entrecejo, y Mark se apresuró a agregar:
—Pero no te preocupes. Me aseguraré de que sepan que estás fuera de sus
límites, igual que Angus.
A Tessa le vinieron a la mente un montón de réplicas: «¿Pero qué pasa
cuando no cumplen con los límites? A los hackers no les importa. ¿Y qué
va a pasar cuando Angus sea el próximo?», pero estaba demasiado cansada
para seguir discutiendo el tema. Lo había estado analizando un millón de
veces durante todo el día. Ahora necesitaba cenar e irse a dormir.
Sin embargo, estaba segura de una cosa: ella y Mark ya no vivían en el
mismo mundo. No era solo por la exposición. Era porque él vivía en una
fantasía económica en la que ella no podía confiar totalmente. Y, una vez
más, tenía que ser capaz de confiar en sí misma. Si la despedían, eso no
solo afectaba su vida diaria y la de Angus, sino también su educación.
Perdería la matrícula escolar. Mark no se daba cuenta de que aquí había
muchas más cosas en riesgo.
Y aunque ellos habían sido inseparables durante la infancia y ahora
compartían un hijo hermoso, ella se cuestionaba si valía la pena pagar el
precio por la carrera de él. Y ella nunca le pediría que la dejara.
Pero eso no quería decir que ella tuviera que seguirlo.
CAPÍTULO QUINCE

M ark no pasó la noche allí, ella no se lo pidió. Y aunque él protestó, ella


insistió en que era lo mejor para él, ya que tenía que levantarse
temprano para prepararse para el partido de visitante el fin de semana.
Sin embargo, en su interior, ella sabía que necesitaba el espacio. El
escándalo había abierto una grieta en su pecho que se le estaba haciendo
muy difícil de reparar o llenar. En su opinión, el daño ya estaba hecho.
Entretanto, lo único que podía hacer era juntar toda su fuerza de voluntad
para seguir adelante. ¿Pero cómo evitarían que esto volviera a ocurrir?
Parecía que había solamente una respuesta clara: alejarse de la palestra.
Ella había planeado un sábado productivo, pero hacia el mediodía empezó a
sentirse rara. Un mareo la atormentaba, y después de una visita sorpresiva
al baño para vomitar, se dio cuenta de que también tenía fiebre. Así que no
solo estaba emocionalmente devastada, sino que ahora tenía gripe.
«Excelente», pensó.
Logró arrastrarse hasta su cama y le dijo a Angus que no se sentía bien,
aunque sabía que no podía quedarse allí para siempre. Angus iba a necesitar
algún bocadillo y luego la cena, ¿y luego qué? Claramente, esta no iba a ser
una gripe de tres horas.
Entre episodios de mareo y náuseas, Tessa pensó qué hacer.
Mark era su primera opción, pero él ya estaba en camino a Miami. Además,
los jugadores de la NFL no tenían días libres por una pareja enferma. Con
esfuerzo, llamó a su padre, y se sintió aliviada cuando él contestó.
—Hola, papá —dijo con voz ronca—. ¿Puedes venir hoy a estar con
Angus? Estoy en cama y apenas me puedo parar.
—Claro, claro… Creo que puedo.
Su respuesta no le inspiró confianza.
—Avísame si no puedes. Ya estuve vomitando y necesito descansar.
Cuando colgaron, Tessa no estaba del todo segura de que su padre fuese a
ir, pero se quedó dormida antes de que pudiera pensarlo más. Cuando
despertó, escuchó el ruido de cacerolas y sartenes que venía de la planta
baja, junto con el tono de voz grave de su padre. Sintió un gran alivio. «Qué
suerte», pensó. Nunca había caído enferma tan rápido, y eso se acumulaba
junto a todo lo que la había hecho sentir una fracasada esa semana.
Volvió a quedarse dormida, y cuando despertó, se dio cuenta de que afuera
anochecía. Su padre estaba en la habitación, dejando algunas cosas en su
mesita de noche.
—Hola, dormilona, ¿cómo te sientes?
—No estoy segura —balbuceó, intentando sentarse. Vio un paquete de
pastillas para la tos junto con una pila de libros de bolsillo—. ¿Qué es todo
esto?
—Ah, son unas cosas que compré, pensando que quizás te ayuden. —Se
sentó al borde de la cama—. No estaba seguro de lo que te gusta leer, así
que agarré varios.
Ella cerró los ojos.
—Gracias. —Lo último que quería hacer ahora era leer. Pero trató
reconocer su intento de ayuda.
—Son del contenedor de noventa y nueve centavos —continuó él—. No sé.
Mierda. Supongo que no te conozco muy bien, ¿o sí?
A Tessa se le cerró el pecho, pero mantuvo los ojos cerrados.
—Misterio.
—¿Qué?
—Los de misterio. Esos me gustan.
—Lo tendré en mente. —Él se paró y se dirigió hacia la puerta. Tessa estaba
lista para volver a dormirse, pero él se detuvo y se giró hacia ella—. ¿Mark
te hace feliz?
Ella se sentía demasiado mal como para hablar de su vida personal con su
padre. Había demasiado para hablar en general, mucho más en ese estado.
—Sí.
—Sabes, siempre pensé que era un buen muchacho —dijo él—. Ustedes
tienen la suerte de poder vivir sus sueños. Eso fue lo que se interpuso entre
tu mamá y yo. Cuando tú llegaste, creo que ella se sintió atrapada. Y
entonces, salió disparada. Pero ahora, mira todo lo que tienes. Tú eres
maestra, Mark juega en la NFL. Sí, los dos tienen suerte.
Se le cerró la garganta y se metió entre las mantas.
—Papá, me estoy quedando dormida. —Pero eso no era cierto. Aquella era
una capa más de emociones que la sofocaba en su momento más débil y
frágil. Ella no se sentía con suerte, no como él lo pensaba. En cambio,
sentía que todo lo que había hecho era esforzarse para llegar hasta donde
estaba, atravesar una serie de circunstancias que le parecían profundamente
injustas, para que luego todo ese esfuerzo desapareciera por una estúpida
foto. Su sustento estaba en la cuerda floja, ¿y ella tenía suerte?
—Te dejaré dormir —dijo él, y ella escuchó el ruido de sus pasos en la
escalera.
Por unos instantes, escuchó los sonidos que venían de abajo. Sabía que
Angus estaba haciendo un verdadero desastre. Miró su teléfono y no había
ningún mensaje nuevo de Mark, entonces ella le escribió uno.
«¿Crees que tenemos suerte?».
Intentó permanecer despierta el mayor tiempo posible para ver si él le
respondía, pero se quedó dormida antes de tener una respuesta.
CAPÍTULO DIECISÉIS

L os Sharks ganaron el primer partido de la temporada en Miami; fue una


gran victoria luego de una floja pretemporada. Pero a esta altura, Mark
sabía que no tenía que dejar que se le subieran los humos. No podía estar
seguro de las victorias así como tampoco podía estar seguro de las estrellas
fugaces. Tenía que ganarse hasta la última victoria, hasta el último paso
hacia adelante. Aunque quizás ese era el eterno consejo del entrenador
Scooter que se le había pegado a la cabeza.
Fuera lo que fuese, le pitaban los oídos al momento en que el equipo
regresó a Savannah el lunes en la mañana. Todos se reportaron al campo de
entrenamiento para evaluaciones y charlas técnicas. Mark estaba impaciente
por ver a Tessa, pero ella había estado muy callada todo el fin de semana
porque estaba enferma.
«Hola, nena. Ya estoy de regreso en la ciudad. ¿Puedo ir esta noche?».
Su respuesta demoró bastante, y cuanto más tiempo pasaba, peor se sentía
él. Los tres días que habían pasado separados parecían una eternidad.
«Hoy no, todavía estoy enferma».
Él frunció el entrecejo y escribió una respuesta.
«¿Necesitas que me lleve a Angus?».
«Mi padre está acá, me ha estado ayudando. Estamos bien. No quiero
contagiarte».
Él tocó la pantalla del teléfono y releyó el mensaje varias veces. Algo
andaba mal, pero no se daba cuenta de qué. James le dio un codazo y se
sentó a su lado en la sala de reuniones. Estaban rodeados de sillas vacías
orientadas hacia una gran pantalla, donde muy pronto estarían evaluando
videos.
—¿Qué estás leyendo? —le preguntó.
Mark frunció el entrecejo y guardó su teléfono en el bolsillo.
—Estaba hablando con Tessa, está enferma, pero…
—¿Pero?
—Algo anda mal desde que se filtró la foto, y ahora está enferma… —Él
sacudió la cabeza. No había hablado con nadie de la filtración de la foto
excepto con James y Maxwell, aunque estaba seguro de que sus otros
compañeros lo sabían. Parecía que las noticias escabrosas habían circulado
por internet en tiempo récord—. Además, me mandó un mensaje extraño el
día que viajamos, que me dejó pensando. No sé...
—Probablemente haya tenido bastante de qué ocuparse —dijo James,
encogiéndose de hombros—. No es fácil acostumbrarse a la mala prensa,
eso es seguro.
Un momento después, se sumó Maxwell, agarrándolos de los hombros con
firmeza.
—Hola, muchachos. ¿Qué están haciendo?
—Solo preocupándonos —dijo Mark con un suspiro.
—Sí, hablando de… Escuché algo que quizás quieras saber.
Mark se reanimó. Había solo una cosa que realmente quería saber, y era
quién diablos había filtrado su foto. Esa sensación se había repetido cientos
de veces durante el fin de semana en la privacidad de la habitación
compartida de hotel.
—Dímelo —exigió Mark, sintiendo que se le revolvía el estómago.
Maxwell miró hacia la puerta. El resto del equipo todavía no había entrado,
probablemente en tránsito entre otras salas de reuniones y la cafetería.
—Creo que descubrí quién filtró la foto de Tessa.
Mark sintió que le caía un balde de agua fría y rabia. Se inclinó hacia
adelante.
—Dímelo.
—Está bien —dijo Maxwell—, pero tienes que mantener la calma. Te lo
digo como compañero de equipo: si permites que esto afecte tu desempeño
o al equipo, te meterás en problemas.
—Así que fue alguien del equipo —dijo Mark.
Maxwell le echó un vistazo a James, que parecía tan impaciente como
Mark.
—Sí. Pero antes de darte el nombre, ¿me lo prometes?
—Te lo prometo —espetó Mark, siendo poco sincero.
—Pete —dijo Maxwell, y se desplomó en la silla como si se hubiese sacado
un peso de encima.
Mark sintió que se le secaba la boca, y se quedó mirando a Maxwell
mientras se esforzaba por absorber la noticia. ¿Pete, el pateador… le había
hackeado el teléfono? No, no se lo había «hackeado». Recordó la noche de
la fiesta, cuando él le dio voluntariamente su teléfono a Pete para que les
sacara fotos vestidos de gala. Había confiado en él. Pensaba que habían
aclarado las cosas, que eran compañeros de equipo.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó Mark con esfuerzo.
—Probablemente por dinero —dijo Maxwell—. No tengo ni puta idea. Lo
escuché a él y a otros dos hablando de eso.
—Voy a ir a hablar con él ahora —dijo Mark y empezó a pararse, pero
Maxwell se levantó de golpe para detenerlo.
—Espera un momento. Ahora pareces estar un poco loco. ¿Y qué me
acabas de prometer?
Mark apenas podía escucharlo con la cabeza hirviendo.
—Solo quiero hablar con él. Ver si tiene algún tipo de explicación.
—Amigo, deberías esperar —intervino James—. Sé que estás enojado, sé
que lo que hizo estuvo pésimo, pero…
—Pero tengo que resolverlo —concluyó Mark.
—¿Qué te parece si lo resolvemos nosotros por ti? —preguntó James—.
Soy el capitán del equipo, este tipo de cosas son las que entran dentro de la
descripción de mi puesto.
En ese momento, el resto del equipo empezó a entrar en fila. Mark examinó
a cada recién llegado, desesperado por encontrar a Pete. Había arruinado la
carrera de Tessa casi por sí solo, ¿y él tenía que quedarse de brazos
cruzados y estar de acuerdo con eso? Se le movía la mandíbula y el corazón
le golpeaba el pecho.
—Mark —dijo James en voz baja y contenida—. Siéntate.
—Amigo, nosotros nos encargaremos de esto —dijo Maxwell.
Pero él no quería seguir escuchándolos, y menos cuando Pete acababa de
entrar tranquilamente, engreído y despreocupado. Muy diferente a cómo se
sentía Tessa ahora, gracias a él.
—Solo voy a hablar con él —dijo Mark, poniéndose de pie.
—Mark. —James se paró delante de él, pero Mark lo esquivó. Escuchó a
sus amigos llamándolo a la distancia mientras se dirigía hacia Pete y su
sonrisita estúpida.
—Oye, Pete —dijo Mark, acercándosele lentamente. Pete giró la mirada
hacia él en tanto otros compañeros le pasaban por al lado. Mark no se
detuvo y lo empujó de los hombros hacia la pared más cercana.
—Ey, ¿por qué haces eso? —preguntó Pete.
—Solo quiero que hablemos un poco. —Mark tenía el corazón acelerado, se
le estaban cerrando los puños y tenía todo el cuerpo preparado para la
siguiente fase de esa «conversación».
Pete se rio.
—¿De qué? ¿De lo resentido que quedaste con tus estadísticas del último
partido?
Mark sujetó a Pete del cuello de la camiseta y lo empujó contra la pared,
mientras Pete lo miraba con desdén. Inmediatamente, sintió que gritaban
«¡Ey, ey, oigan!» al tiempo que otros compañeros se daban cuenta de la
tensión y empezaban a rodearlos.
—Chicos, cálmense —aconsejó James, aunque Mark lo escuchaba a miles
de kilómetros.
—¿Por qué te robaste la foto de mi novia de mi teléfono? —dijo Mark con
los dientes apretados. Podría matarlo en ese momento de tan enojado que
estaba.
Pete se mofó, aunque parecía nervioso.
—No sé de qué mierda estás hablando.
—Lo admitiste. Te atraparon. Tú lo hiciste —le espetó Mark.
—Muchachos, termínenla —gritó el entrenador—. Tenemos un video para
analizar, así que les agradecería que sienten el trasero y empiecen a
escuchar.
—Sí, Coleridge, vamos a escuchar —dijo Pete con sarcasmo.
—No hasta que me digas por qué lo hiciste —repitió Mark, empujándolo
contra la pared. Hubo un destello de furia en el rostro de Pete y algo se
quebró entre ellos. Ahora Pete sabía que Mark hablaba en serio, y eso se
notaba. Pete arremetió y Mark aprontó el puño para estampárselo en la cara,
pero varias manos lo contuvieron antes de que pudiera pegarle.
—¡Ya es suficiente! —rugió el entrenador desde el otro lado de la sala.
Mark luchaba contra los compañeros que lo sujetaban, pero el control falló.
Mark liberó el brazo y le dio un golpe de puño en la mandíbula a Pete,
quien soltó un alarido y contraatacó, pero esta vez James y Maxwell
arrastraron a Mark por la fuerza.
—No vuelvas a tocarlo —le advirtió Maxwell, jadeando por el esfuerzo de
contener a Mark.
—¿Cómo puedes ponerte de su lado? —espetó Mark.
—No me pongo de su lado —le advirtió Maxwell, empujándolo hacia un
asiento—. Es por el equipo. Es para cuidarte y evitar que te impongan un
castigo disciplinario.
—¿Qué diablos fue todo eso? —exigió el entrenador, parado a la misma
distancia entre ambos y mirando de un lado a otro.
—Él filtró la foto de mi novia a la prensa —soltó Mark.
Pete lo miró con furia pero no dijo nada.
—¿Es cierto eso? —preguntó el entrenador, mirando a Pete. Pete se frotó la
mandíbula pero no dijo nada, y luego de que pasaran unos minutos, el
entrenador dijo—: No importa. Los dos van al banco, y me encargaré de
ustedes más tarde. Ahora vamos a evaluar el video.
«Al banco». Las palabras rebotaban en su interior, y su furia se cubrió con
arrepentimiento. James y Maxwell lo miraban con severidad mientras se
acomodaban en los asientos a su lado, casi como para asegurarse de que no
volviese a atacar. La sala se sumió en un tenso silencio cuando el
entrenador se dirigió al frente para empezar a evaluar videos.
Mark apretó la mandíbula y miró al suelo.
Quizás había sido demasiado impulsivo, pero se sentía mejor al saber quién
estaba detrás de la filtración. Ahora tenía que averiguar por qué lo había
hecho, y qué haría él al respecto.

Mark sabía que tenía que darle espacio a Tessa esa noche, pero igual le
envió varios mensajes. Cuando a la mañana siguiente le dijo que se sentía
mejor, Mark supo que esa era su oportunidad.
«Hoy es mi día libre. ¿Por qué no vamos al parque o a algún otro lugar
después de la escuela?».
Tessa finalmente respondió en el descanso para almorzar.
«Me parece una buena idea. ¿Quieres que nos encontremos en Liberty Park
a las 15:30? Angus va a estar muy contento».
Mark mató el tiempo con tareas domésticas que había estado aplazando,
más que nada desde que su familia se había marchado la semana anterior.
Se había acostumbrado a la manera en que su madre mantenía todo de
forma inmaculada y la cocina siempre olía bien. Ella era muy difícil de
igualar, y con todo el tiempo que él pasaba en el campo de entrenamiento o
viajando a los partidos, apenas podía preparar una comida casera. Sin
embargo, para cuando se hicieron las 3 de la tarde, el refrigerador estaba
lleno de comida para toda la semana, y se sentía ligeramente mejor por
haber golpeado a Pete en la cara, aunque eso lo hubiera puesto en el banco.
Mark se dirigió a Liberty Park más alegre de lo que había estado
últimamente. Al fin iba a ver a Tessa y Angus. No todo en su vida estaba
resuelto, pero se estaba acercando. Solo necesitaba a su chica y su hijo en
su vida… y al fútbol. Eso era todo.
Estaba haciendo flexiones de brazos en el pasamanos cuando escuchó el
chillido de alegría de Angus, que cruzó corriendo el parque con toda su
energía hasta llegar a las virutas de madera del área de juegos. Mark soltó
las barras y levantó a su hijo en un abrazo enorme.
—¡Papi, papi, te extrañé! —Angus sonrió al tiempo que Mark lo levantaba
en brazos sin ningún esfuerzo. Se dirigió hacia Tessa, que se había quedado
atrás sonriéndole tímidamente.
—Yo también te extrañé, muchacho —dijo Mark, alborotándole el cabello a
su hijo, e hizo un gesto hacia Tessa—. A ti también, enfermita.
Ella se rio por la nariz.
—Gracias.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Pero esa gripe duró bastante, cielos. —Se sentó en un banco cercano y
Mark bajó a Angus, que corrió hacia los aparatos de gimnasia. Mark se
sentó al lado de Tessa.
—No sé por qué no me dejaste que te cuidara —dijo él, dándole un codazo.
Ella entornó los ojos hacia el área de juegos y él se dio cuenta de que algo
andaba mal.
—Estabas en un partido de visitante, tonto —dijo ella.
—Sí, pero pude haberlo hecho ayer, cuando regresé.
Ella sacudió la cabeza.
—Está bien, yo me encargué.
Esas palabras por sí solas le decían que algo no estaba bien.
—¿Cómo estuvo el trabajo hoy?
Ella soltó un largo suspiro.
—Estuvo bien. Creo. No sabría decirte. —Empezó a mordisquearse el labio
—. Siento que haga lo que haga va a estar mal, ¿sabes? —Lo miró a los
ojos con los suyos llenos de duda—. Todos me tratan bien en persona. Pero
luego doblo una esquina y encuentro a un grupo de maestros hablando y de
repente dejan de hacerlo cuando me ven. —Sacudió la cabeza y su mirada
regresó al área de juegos—. Ahora siento que mi presencia es totalmente
indeseable.
—Nena. —Él se rio suavemente y se giró hacia ella—. No eres indeseable.
Te lo dije, te contrataron por una buena razón. Y además, siempre eres
bienvenida a donde sea que yo esté.
Su declaración de lealtad no hizo mucho para cambiar el humor de Tessa.
—Solo me pregunto qué hice mal.
—No hiciste nada mal. Eres una víctima de acoso. Y hablando de eso,
descubrí quién es el culpable.
Ella se volteó hacia él, sorprendida.
—¿En serio?
—Es nuestro pateador, Pete. —Mark sacudió la cabeza, sintiendo que otra
vez lo invadía la furia—. No podía creerlo. Maxwell escuchó a Pete
hablando de eso con otros compañeros. Exploté y lo golpeé en la cara.
Tessa dio un grito ahogado con un gesto de preocupación.
—¿Estás bien? ¿Él está bien?
—Bueno… nos mandaron a los dos al banco. —Mark se miró los nudillos.
Solo un pequeño corte revelaba el puñetazo a Pete, con la fuerza suficiente
como para clasificar a una pelea de la MMA—. Tendré que pagar una
multa, pero valió la pena.
Tessa se endureció y giró lentamente hacia él.
—Un momento, ¿qué quieres decir con que los mandaron al banco y que
tienes que pagar una multa?
—Es lo que pasa con cosas internas así. Me pierdo el próximo partido y…
—Mark. —Había un matiz severo en su voz, que lo hizo girarse para
mirarla—. ¿Por qué lo hiciste?
—Estaba enojado —dijo él—. No podía creer que él lo hubiese hecho. ¿Y
por qué? Lo voy a averiguar.
—¿Pero… pero vas a…? —balbuceó ella, con las mejillas enrojecidas—.
¿Vas a perder dinero y tiempo de juego solo porque querías pegarle a un
tipo? Lo que hizo fue horrible, ¿pero no hay una manera mejor de
manejarlo?
—Nena, se lo merecía —dijo Mark.
—Créeme, lo sé. Pero esta es tu carrera. Ahora eres un jugador de fútbol
profesional…
—Ya sé. Pero eso no quiere decir que no vaya a afrontar los problemas.
—¿¡Pegándole a un tipo!?
Mark resopló.
—Eso es solo el comienzo. A partir de aquí, hay otras opciones. Estuve
investigando, y puedes presentar cargos si quieres. Podemos conseguir un
abogado y demandarlo.
Ella sacudió la cabeza.
—No quiero más repercusiones. Cualquier cosa que pueda aparecer
potencialmente en las noticias o en la prensa amarilla está fuera de las
posibilidades. Y se terminó el asunto.
Angus empezó a llamarlos, sentado en la cima de un tobogán, saludándolos
para llamar su atención.
Tessa entrecerró los ojos por el sol y lo saludó con una sonrisa.
—¡Hola, hijo! —le gritó. Mark también lo saludó, y luego se quedaron
sumidos en un tenso silencio. Mark no sabía qué decir.
En cambio, Tessa le sonrió.
—Se está divirtiendo mucho. Deberíamos hacerlo todos los martes.
Esa parecía una buena señal, bloquear su calendario de días libres. Pero se
preguntó por qué no había más actividades en ese plan semanal.
—Por supuesto. ¿Quieren venir a mi casa esta noche a cenar y mirar una
película?
Tessa suspiró y desvió la mirada.
—No sé, Mark, tengo que trabajar en la lección de mañana.
Ay. Ese fue un golpe inesperado, directo al estómago. Sentía que no la había
visto en mucho tiempo y ella parecía dispuesta a seguir así.
—Lo siento —continuó ella, como si leyera sus pensamientos—. Esto no
tiene que ver contigo. Es conmigo. Mi situación laboral me tiene muy
desanimada. Todavía estoy tratando de resolver cómo encargarme de todo
eso, y por si fuera poco me enfermé de gripe…
Mark frunció el entrecejo y se estiró para apretarle el hombro. No había
pensado en todo lo que ella estaba cargando.
—Está bien, no te preocupes. Estás haciendo un excelente trabajo con todo.
Tessa asintió, un poco aliviada. Aunque la duda lo fastidiaba, Mark se
repitió a sí mismo la realidad optimista que quería ver: «Nos tenemos el uno
al otro. Todo se solucionará pronto».
CAPÍTULO DIECISIETE

C ada hora que Tessa pasaba en la escuela se extendía tensa y


eternamente. Incluso cuando estaba sola en el salón de clase con los
niños sentía otros ojos sobre ella. Se podía imaginar posibles críticas y
quejas. Parecía que ningún momento era seguro dentro de Willow Christian
Academy. ¿Así se sentía la paranoia?
Para el jueves ya estaba exhausta. Pero una vez que los estudiantes se
marcharon al final de la clase, Robert apareció en su salón golpeando
suavemente la ventana de vidrio de la puerta.
—Hola. ¿Estás ocupada? —preguntó él.
—No, solo estoy ordenando —dijo ella con una alegre sonrisa, aunque el
corazón le latía con fuerza—. ¿Qué sucede?
—¿Podemos hablar? —Él sacudió la cabeza hacia el pasillo—. Podemos ir
a mi oficina.
Tessa sintió que se le caía el alma al suelo, pero intentó entrar en razón.
Quizás solo se trataba de un seguimiento. No había ocurrido nada desde la
última vez que habían hablado. Todo estaba bajo control, organizado y
perfectamente presentable.
—Por supuesto.
Él se marchó, y ella cerró la puerta del salón y lo siguió unos metros atrás.
Cuando Robert entró, las conversaciones llenaban la oficina, sin embargo,
cuando ella lo siguió, el murmullo se apagó de pronto.
Al cerrar la puerta detrás de ella, se dio cuenta de que tenía el estómago
revuelto.
—Por favor, siéntate —dijo él señalándole la misma silla en la que se había
sentado la última vez—. Quiero hablar un poco sobre tu desempeño. Estás
haciendo un gran trabajo desde que regresaste. Se nota. Tus alumnos te
adoran realmente, y tu breve ausencia fue difícil para ellos.
Ella se aclaró la garganta y empezó a tranquilizarse un poco. «¿Ves? No te
van a despedir», pensó.
—Bueno, gracias. Realmente lo valoro. Yo también los adoro. A todos.
—Puedo ver un futuro prometedor. Puedo ver la pasión en tu enseñanza. Lo
que me hace preguntarme si realmente has analizado dónde están tus
prioridades.
Ella se atragantó y tuvo que toser para aclararse la garganta.
—¿Disculpe?
Él sacudió la cabeza, como si estuviese confundido porque ella no le
siguiera el hilo.
—¿Quieres ser una docente efectiva o simplemente la novia de un jugador
de la NFL?
Ella pestañeó varias veces para dar tiempo a que sus palabras se asentaran.
Y cuanto más lo pensaba, más se enfurecía.
—¿Me está diciendo…? ¡Vaya! No puedo creer que me haya dicho eso.
—Tessa, eres una docente inteligente. Tienes talento y pasión. Pero sin
cumplimiento y sin estrategia, tu talento no sirve para nada. Te estoy
observando, aunque creas que no lo hago. Sé a dónde puedes llegar. Y
quiero ayudarte a alcanzar esa meta.
—¿Pero cómo puede pensar que construir una familia estable para mi hijo,
la que incluye un padre, no es tener las prioridades adecuadas?
—Sé que priorizas a tu familia. Pero tu reputación profesional es
importante, tu futuro es importante. Y yo quiero ayudarte a seguir por el
buen camino —dijo Robert.
Tessa tenía tantos pensamientos contrapuestos en la cabeza que no sabía por
dónde empezar. Por cómo iba la conversación, no le parecía que tuviese
mucho lugar para responderle, así que le preguntó:
—Entonces, ¿hice algo mal?
Robert miró hacia abajo a sus dedos entrelazados.
—Quiero que mantengas el rumbo, que mantengas los ojos en el futuro, y
que recuerdes priorizar adecuadamente —dijo Robert, con una sonrisa
tirante que dejaba en claro que la conversación había terminado.
Tanto mejor para Tessa, porque cuanto más tiempo permanecía allí, más
confundida y enojada se sentía. Ella asintió y se excusó en silencio. No
podía siquiera forzarse a fingir agradecimiento. Dejó la oficina
rápidamente, recogió sus cosas y fue a buscar a Angus a su salón. Saludó a
su hijo y lo guio hacia el estacionamiento. El entusiasmo de Angus por la
escuela era al menos el lado positivo de su trabajo allí. Le estaba yendo
muy bien y demostraba una pasión por leer y aprender que ella esperaba
que continuara durante el resto de su historia académica. Todo lo que quería
para él era que recibiera la mejor educación posible, que tuviera el impulso
hacia el futuro que ella no había tenido, y él había empezado con el pie
derecho.
Cuando Angus ya estaba en su asiento con el cinturón de seguridad
abrochado y ella salía del estacionamiento, Mark la llamó.
—Hola, nena —le dijo él después de que ella lo saludó—. Estoy en el
descanso y tengo una idea para esta noche.
—Ah, ¿cuál? —Su entusiasmo se despertó a pesar de que la confusión aún
la inquietaba.
—Sé que estás pasando por un momento difícil. Quiero que vayamos a
algún lugar divertido.
Tessa perdió un poco el entusiasmo. «Algún lugar» podía ser «a la vista
pública», lo que podía incluir toda una serie de cosas que ella no quería
considerar. Pero, al menos, debería escucharlo.
—¿No te duele la espalda? Porque me vienes levantando un montón
últimamente.
Él se rio.
—No hay nada que me guste más. Después de todo, ¿no me diste clases
particulares de álgebra todas las noches durante un mes para que no
reprobara? ¿No hiciste los cursos de verano conmigo aunque no necesitabas
los créditos, solo para que yo no pasara tiempo solo? ¿Y no me diste el
mejor regalo que puede esperar un hombre, un hijo como Angus?
La sensiblería hizo que a Tessa se le llenaran los ojos de lágrimas. Mark era
bueno para esas cosas, y se dio cuenta de cuánto lo extrañaba. Primero fue
el partido de visitante, luego su enfermedad y ahora su confusión… sí,
necesitaba a Mark. Pero tenía que andar con cuidado.
—No sé si tengo ganas de estar en público ahora —dijo ella.
—El otro día lo pasamos muy bien en el parque infantil. Seremos discretos.
Además, no puedes cancelar tu vida solo por un incidente con la prensa
amarilla. Te mereces vivir y divertirte.
Ella asintió para sí y se detuvo en un semáforo. Él tenía razón. Además,
necesitaba divertirse luego de los eventos recientes. Especialmente después
de la enigmática reunión de orientación con Robert.
—Está bien, hagámoslo. Averiguaré si mi padre puede venir a mi casa.
Cuando colgaron, ella intentó repeler la paranoia que intentaba colarse en
su mente. Tenía permitido salir una noche con su novio. Nadie podía
recriminárselo.
Pero no podía quitarse de encima la sensación de que, de alguna manera,
todos en la escuela la descubrirían y la juzgarían por ello.

Más tarde esa noche, ella y Mark disfrutaron una cena grasienta y deliciosa
en un restaurante local de los años 50. Entre el estilo, la música y la buena
comida, Tessa logró relajarse un poco. Mark había pagado la cuenta y se
estaban yendo de la relativa comodidad de los asientos de vinílico rojo
cuando Tessa sintió que unos ojos los seguían.
«Deja de ser tan paranoica. A nadie le importa que estés aquí», pensó.
Iba de la mano de Mark, siguiendo su contoneo atlético por el restaurante
con piso de azulejos blancos y negro hacia la puerta del frente. En cuanto
esta se cerró detrás de ella, escuchó unos pasos rápidos que se les
acercaban.
—¡Mark Coleridge y Tessa! —gritó un hombre desconocido que corría
hacia ellos y les apuntaba con una cámara. Otra persona lo seguía, y Mark
le apretó la mano a Tessa.
—Vamos, nena —murmuró, yendo con prisa hacia el auto.
—¡Solo tengo unas preguntas...! —gritó uno de los hombres.
—Tessa, ¿has pensado en hacer modelaje? —preguntó el otro.
Tessa solo podía mostrar su incredulidad ante aquellos dos hombres que les
tomaban fotos desvergonzadamente. Mark la ayudó a subirse al auto y
luego se apresuró hacia el lado del conductor. El motor se encendió con un
rugido. Ninguno de los dos habló mientras Mark se apresuraba a salir del
estacionamiento. Enseguida, los paparazzi se convirtieron en puntitos
distantes en el espejo retrovisor y al fin Tessa respiró luego de lo que había
sentido como una eternidad.
—¿Qué diablos fue eso? —preguntó ella.
Mark revisaba el espejo retrovisor compulsivamente mientras conducía.
—No lo sé. No entiendo cómo sabían que estábamos allí.
Tessa pestañeó, mirando por la ventana sin ver realmente lo que los
rodeaba.
—Alguien los tiene que haber llamado para alertarlos.
Él sacudió la cabeza sin parar de flexionar la mandíbula.
—Realmente ridículo.
—Bueno, esto es genial —murmuró Tessa—. Ahora definitivamente me
van a despedir.
Mark arrugó la frente.
—¿Por qué te despedirían por salir a comer?
Ella suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Hoy el director de la escuela me volvió a llamar al orden. Fue muy
extraño. No me daba cuenta de si estaba en problemas o si él realmente
estaba intentando ayudarme. Pero me dijo que tenía que pensar en mis
prioridades y prácticamente me insinuó que no puedo ser una docente
efectiva y la novia de un jugador de fútbol al mismo tiempo.
Mark se rio, incrédulo.
—¿Es una broma?
—No lo entiendo —dijo ella tristemente, hiriéndose la cutícula—. Los
niños me adoran, él mismo lo dijo.
—Ey, eres una maestra increíble. Los niños te adoran, y, por eso, los padres
también te deben adorar. ¿Qué más quieren?
—Bueno, aparentemente se han quejado de mí, así que no me deben adorar
—dijo ella—. Eso es bastante grave.
—Siempre habrá gente a la que no le agrades, o a la que no le guste lo que
haces —dijo él, con ese tono de «no te preocupes, todo va a estar bien» que
le resultaba irritante, aunque supiera que solo intentaba ayudar.
—Es que tengo miedo —admitió finalmente—. Tengo miedo de perder mi
trabajo. Perdería mis ingresos, y Angus perdería la matrícula. Creo que es
hora de que empiece a buscar otro trabajo.
Mark resopló.
—Eeh, ¡hola! Yo tengo dinero. Mucho dinero. No tienes que preocuparte
por perder tu trabajo. Estoy contigo si lo necesitas.
Ella apretó los ojos. Todas las frustraciones que había estado sintiendo en
las últimas semanas estaban saliendo a la luz, generando una mezcla
aterradora que ni ella había anticipado.
—Te lo agradezco. Pero no puedo contar con eso a largo plazo. Me tengo
que asegurar de que siempre pueda mantener a Angus. Porque quizás, algún
día, sea lo único que tengamos para apoyarnos.
Mark permaneció en silencio por varios minutos, lo que solo hizo que Tessa
se pusiera aún más nerviosa.
—¿Qué intentas decir, Tessa?
—Digo que el ingreso por el fútbol no es algo por lo que podamos apostar
nuestro futuro. Una lesión, una mala temporada, un castigo más del
entrenador porque ocurre otra cosa, todo puede desaparecer. ¿No te das
cuenta? La carrera en la NFL se puede terminar para siempre después de
esta temporada. Incluso después del próximo partido. No lo sabemos.
Mark se mojó los labios y miró hacia adelante con los ojos apagados.
—Mira, agradezco tu optimismo —continuó diciendo ella—. Me encanta lo
comprensivo que eres y que quieras compartir toda tu fortuna. Pero mi
trabajo no es una broma, y no es menos importante solo porque ahora
juegues en la NFL.
Mark resopló.
—¿De verdad crees que pienso que mi trabajo es más importante que el
tuyo? —le preguntó.
Tessa tragó con fuerza, jugueteando con el cinturón de seguridad.
—No. No es eso lo que quise decir. Solo quiero que entiendas que haber
alcanzado este gran éxito no es el final del camino.
—¿Crees que no lo sé?
—Bueno, ¿qué pasa si te quedas sin trabajo?
Mark balbuceó.
—No lo sé, pero seguiré siendo el padre de Angus. No me iré a ningún
lado. Mi familia no se irá a ningún lado. Pensaremos en algo. Estaremos
bien. En el peor de los casos, si él no se puede quedar en esa escuela
privada, aún tendrá una buena vida. Míranos a nosotros, nos está yendo
muy bien. Nos graduamos en aquella ciudad de porquería.
—Sí, y fuimos de los que tuvieron suerte —murmuró, mientras observaba a
Mark tomar la calle que llevaba a su casa—. Muchos de nuestros
compañeros de clase no sobrevivieron a los tiempos difíciles. Estarán
atrapados en el círculo de la pobreza. ¿Allí volverás si no tienes éxito en la
NFL? ¿Cuál es tu plan B?
Mark suspiró secamente.
—Tienes razón, no tengo un plan B.
Un tenso silencio inundó el auto, y ella se concentró en mirar pasar el
paisaje difuminado que serpenteaba su vecindario. No estaba segura de si
quería llorar o desplomarse en sus brazos, o quizás ambos.
Mark dio suspiró profundamente al parar en la entrada. Estacionó el auto y
se giró hacia ella con una mirada indescifrable.
—Entonces, ¿eso dónde nos deja? —preguntó él.
Esa pregunta hacía difícil sostenerle la mirada, porque la verdad la
consumía, le imploraba que tomara una decisión que había estado evitando
todo este tiempo.
Ella se había esforzado mucho por su carrera y por el futuro de Angus como
para verse envuelta en algo que terminara siendo un retroceso. Aunque
viniese de la mano de su gran —y único— amor, lo primordial era que ella
y Angus lograran tener constancia y estabilidad. Todo lo demás era
secundario.
—Creo que tenemos que tomarnos un tiempo —dijo ella en voz tan baja
que ni siquiera estaba segura de haberlo dicho. Las palabras en sí estaban
mezcladas con incertidumbre, porque tomarse un tiempo de su mejor amigo
parecía claramente insensato. Pero tenía que aclarar su cabeza. Si cada
salida iba a significar que alguien de los medios le sugiriera posar en un
calendario de desnudos… ¿cómo podía tener la conciencia tranquila?
—¿Lo dices en serio? —preguntó Mark, con voz apagada.
—Ninguno de los dos tiene un plan B —dijo ella, y finalmente se atrevió a
mirarlo a los ojos para que él se diera cuenta de que hablaba en serio—. Y
yo necesito tiempo para pensar.
Él apoyó la cabeza contra el asiento y miró hacia la puerta cerrada del
garaje.
—¿Estás terminando conmigo?
Los ojos de Tessa se llenaron de lágrimas. Escucharlo decir esas palabras
parecía más serio de lo que ella había previsto. Y no estaba segura de poder
llevarlo a cabo.
—No lo sé —susurró ella—. Pero sé que te amo.
Tessa tomó su bolso y salió del auto antes de que pudiera cambiar de
opinión.
CAPÍTULO DIECIOCHO

D os semanas después, Mark estaba en la mitad del peor partido de su


vida.
Los Sharks jugaban de local contra los Giants, y Mark no podía
concentrarse en el juego.
—Diablos, Coleridge —le gritó Maxwell luego de una jugada fallida. Los
abucheos se hicieron sentir en el estadio, y Mark sabía que eran para él.
Maxwell trotó hacia él y le golpeó el pecho.
—¡Vamos, hombre! Sé que puedes hacerlo mejor.
—Eso intento, carajo. —Se agarró de los costados del casco. Era como si
cada error se sumara al anterior, hasta enfrentar un muro infranqueable. El
entrenador caminaba furiosamente al costado del campo y le lanzó a Mark
una mirada asesina que le revolvió el estómago. El marcador era 32-10 a
favor de los neoyorquinos en el último cuarto. Él no era el único que estaba
jugando mal ese día, pero sin dudas sentía que era el peor de todos.
—Esa ruptura realmente te afectó, ¿eh? —dijo Maxwell cuando trotaban
hacia las líneas de banda.
—No fue una ruptura —le recordó Mark, pero en ese momento parecía un
argumento débil. Algo claramente falso dicho por alguien que estaba entre
la espada y la pared—. No importa.
Pero le importaba demasiado, tanto que le estaba arruinando la vida.
«¿Dónde está tu optimismo ahora, Mark?», se preguntó. Estaba al borde de
provocarse a sí mismo. No era una buena señal. Todo estaba sumido en un
caos, y no sabía por dónde seguir.
El partido terminó como se esperaba: una amarga derrota. El equipo estaba
sumido en un silencio desconcertante en el vestuario, y nadie tuvo el valor
de no flaquear ante la paliza del entrenador. Todos se la merecían, quizás
Mark más que el resto.
Una vez que saciaron a los periodistas y los jugadores salían habiendo
terminado por esa noche, Mark se desplomó en el banco del vestuario, sin
tener la energía para marcharse. Pete estaba en su casillero y lo miraba con
cautela por encima del hombro.
—No te preocupes, no te golpearé otra vez —dijo Mark débilmente—. No
tengo la energía después de haber jugado tan mal.
Pete sacudió la cabeza.
—No fuiste el único. —Suspiró y cerró el casillero. Tenía un gesto de
preocupación en su rostro, y era la primera vez que veía a Pete tan
vulnerable desde que habían comenzado a jugar juntos—. Mira, solo quería
disculparme por lo de la foto.
Mark no podía dejar de pestañear por el asombro.
—¿De verdad?
—Sí. Fue de muy mal gusto. Pero estaba sin un peso y sabía que podía
conseguir dinero si vendía la foto a la prensa. Tu novia es atractiva, lo
siento.
Mark se quedó mirando a Pete como si le hablara en otro idioma.
—Pero ganas un montón de dinero. ¿Cómo puedes quedarte sin un peso?
Pete se rio amargamente.
—¿De verdad me lo preguntas? La sigla NFL bien podría significar No
Fundir Lana. Hermano, no tienes idea de cuántos de nosotros estamos en
bancarrota y viviendo por encima de nuestras posibilidades. Vivimos con lo
justo como siempre lo hicimos, excepto con sumas mucho más altas.
Esa información sacudió a Mark. Y luego se dio cuenta de que eso era lo
que él había estado haciendo.
—Pero entiendo si no puedes perdonarme. Solo quería decirte que la cagué.
Y que lo siento.
Mark asintió lentamente, analizando el rostro de Pete, y percibió una
sinceridad que nunca había visto antes.
—Mi abogado cree que deberíamos iniciar una demanda, porque Tessa está
a punto de perder su trabajo. Tienes suerte de que ella no esté interesada en
demandarte. Pero necesita que alguien se haga cargo de esto. Lo único que
se me ocurre es una de esas empresas que limpia tu reputación en internet.
—Déjame pagar por eso —espetó Pete—. Es lo menos que puedo hacer.
Mark le dio una palmada en el hombro, le agradeció con voz tenue y le
tendió una mano.
—¿Hacemos las paces?
Pete le estrechó la mano.
—Sí. Nos vemos luego.
Mark se quedó sentado mirando la puerta del vestuario por largo tiempo.
—¿Vas a pasar la noche aquí? —James se sentó a su lado y le dio un
codazo.
—Podría hacerlo —dijo Mark, riéndose débilmente—. Puede ser mi última
oportunidad de vivir la experiencia dentro de un vestuario de la NFL
después de como jugué hoy.
James chistó.
—Por favor. Si crees que hiciste algo que Scooter nunca había visto antes,
obviamente no oíste hablar sobre mi año como novato.
—Ay, cuéntame, por favor —rogó Mark.
—Bueno, dejé que todo el dinero y el increíble estilo de vida se me subiera
a la cabeza, y mucho. A veces llegaba a las prácticas aún borracho. Otras
veces sin haber dormido. Era incontrolable. —James sacudió la cabeza e
hizo una mueca—. Honestamente, si crees que no es bueno que el
entrenador te haya puesto en el banco por un puñetazo, imagínate vomitarle
en la cara luego de jurarle que estabas sobrio.
Mark se rio, a pesar de lo horrible de la historia.
—En mi primera temporada, casi me sacan del equipo. Fue un llamado de
atención —concluyó James—. Y aquí estoy, quince años después.
Mark bajó la mirada al suelo del vestuario.
—¿Pero el entrenador piensa que soy así de malo? No hice nada parecido.
Solo aguantar dentro del campo y golpear a un compañero. Gran cosa.
James se rio.
—No, nadie piensa eso. Es obvio que tu corazón está acá. Pero tu mente
está en otro lado. Tienes que volver a concentrarte. O sigues trayendo tus
problemas al trabajo y sufres las consecuencias, o solucionas tus cosas fuera
del campo de juego y vuelves más fuerte que nunca. Realmente depende de
ti.
Mark se quedó pensando en las palabras de James en su viaje de regreso y
durante toda esa noche mientras intentaba relajarse y disfrutar de la noche
en su casa. Pero cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que no tenía
resueltas las cosas fuera del campo de juego, ni con Tessa, ni con Angus, y
en realidad con ningún aspecto de su vida.
No tenía un plan alternativo. Y eso lo hacía sentir bastante mal.
¿Cómo era la vida sin el fútbol? Nunca lo había pensado, y quizás ese era el
problema. Se había especializado en zoología porque le había interesado
remotamente, y había resultado ser muy divertida. Pero no la había elegido
por la viabilidad de la carrera. En realidad, nunca había pensado en hacer
algo con ese título. Solo era un título elegido al azar para poder jugar al
fútbol durante cinco años con el dinero de otro.
Mark tiró toda la relajación por la borda y empezó a luchar con cuestiones
importantes. ¿Qué pasaría si lo sacaban del equipo esa temporada? Había
hecho compras importantes y elevado el estilo de vida de su familia, ¿pero
qué ocurriría si no contara con la misma suma de dinero de la liga el año
siguiente?
Mark se paseó por la sala por lo que pareció una eternidad sopesando los
distintos escenarios y posibilidades. Ni siquiera sabía cuánto costaba la
escuela de Angus, solo le había asegurado a Tessa que él podía pagarlo. Y
podía hacerlo. Por el momento. Pero ella tenía razón, tenía que hacer planes
a largo plazo. Y ya era hora de que él también los hiciera.
Él y Tessa habían sufrido mucho por la inseguridad económica cuando eran
niños. Ahora que él había logrado entrar a la NFL, se había imaginado que
sus preocupaciones económicas eran algo del pasado. Pero eso no era así,
menos aun si su carrera terminaba o si se gastaba todo su dinero en cosas
que no debía.
No, era el momento de ser inteligente. Era el momento de darle a Angus la
estabilidad y el plan a futuro que él nunca había tenido de niño.
El único problema era que esto era algo totalmente nuevo para él.
Pero eso no quería decir que no pudiera llevar ese balón hasta la zona de
anotación.
CAPÍTULO DIECINUEVE

U nas semanas después de que Tessa le dijera al único hombre que había
amado que diera un paso al costado, estaba haciendo las cosas por
inercia e intentaba recordarse de qué era que se trataba todo eso.
Su vida laboral se había transformado en una serie de interacciones falsas y
sonrisas forzadas bastante tolerable. Sus alumnos eran lo único rescatable, y
se descubrió maldiciendo mentalmente cada vez que tenía que interactuar
con los otros maestros.
Pero estaba dando todo de sí. Lo mejor, sin distracciones, el cien por ciento.
Si a esa altura Robert no lo notaba ni lo valoraba, entonces ella no tenía
otras opciones. Podía concluir que lo mejor de ella no era ni siquiera bueno.
Y, en cierta forma, ese día iba a celebrar a través de sus alumnos. Porque
necesitaba sentir que había una luz al final del túnel. Les había dado una
sorpresa al llevar todo tipo de materiales divertidos para hacer máscaras.
Lentejuelas, cola vinílica con brillantina, plumas… tenían de todo a su
disposición. Los niños habían chillado de alegría cuando ella reveló su plan,
y todos trabajaron durante una hora entera, haciendo sus propias máscaras
con tanta felicidad y creatividad que casi la hicieron emocionarse.
Una vez que los niños fueron dirigidos hacia la cafetería y Tessa se recluyó
en su salón para disfrutar de su almuerzo, una de las recepcionistas pasó por
su oficina.
—Hola, Robert quiere verte.
Tessa la observó sin pestañear.
—¿Qué? ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—No me lo dijo. Pero está esperando por ti, si tienes un momento.
Tessa miró al delicioso sándwich que estaba por comer y asintió.
—Claro. —Lo dejó allí sonriendo tristemente, y luego siguió a la
recepcionista a la oficina de Robert. Cuando entró a su oficina por tercera
vez en el último mes, no se imaginaba que fuese a concluir de forma
diferente a las veces anteriores. No, ese lugar había extinguido su
optimismo por el trabajo completamente, había acabado con todo su
entusiasmo por el futuro.
Su situación pendía de un hilo, y ella solo quería evitar que la despidieran.
«¿Esto era lo que te habías imaginado desde la secundaria?», se preguntó.
—Tessa. Espero que no estés ocupada —dijo Robert, reacomodando unos
documentos en su escritorio.
—No, no. Estaba por almorzar. —Como a propósito, su estómago empezó a
hacer ruido—. ¿Qué ocurre?
—Surgió algo que quisiera tratar —dijo él, aclarándose la garganta. Se
recostó en la silla, asumiendo su típica posición relajada y autoritaria—.
Hemos tenido una serie de quejas por ruidos molestos de tu salón.
Tessa no pudo disimular su asombro. Quejas por ruidos molestos. Eso sí
que era algo nuevo.
—Ah. Bueno, sorprendí a mis alumnos con una actividad artística. Se
entusiasmaron mucho y, sí, hicieron bastante ruido. Pero se calmaron
rápidamente y todos quedaron absortos pegando y coloreando.
—No me refiero únicamente a hoy. —Sintió su mirada intensa y fatídica
sobre ella—. Es sobre tu enfoque pedagógico en general. Te has estado
apartando del plan de estudios. Permites que los niños anden deambulando.
—¿Deambulando? —preguntó ella.
—Sí, han visto a tus alumnos en los pasillos durante las horas de clase…
—Para usar el baño —aclaró ella.
—Has traído material pedagógico no autorizado, según nos han informado
varios padres.
Ella pestañeó rápidamente, atravesando otra vez la ya conocida rutina en su
oficina: estupefacción, disgusto y humillación total.
—Pero, Robert, cuando me contrató pensé que específicamente le había
impresionado mi forma de planificar las lecciones, que en su mayoría
involucraban material complementario por fuera del plan de estudios
habitual.
—Tenemos una reputación muy concreta que mantener —dijo Robert,
entrecerrando los ojos.
—No puedo evitar preguntarme si esto todavía tiene que ver con la
publicidad negativa que hemos recibido Mark y yo —dijo ella, cruzando los
brazos—. El personal nunca me recibió favorablemente, peor aún cuando
todo eso ocurrió. Nadie había tenido problemas con mis libros de
manualidades antes de que esa foto se divulgara sin mi permiso. ¿Por qué
ahora sí?
—No quiero hacer especulaciones al respecto. No puedo hablar por los
otros maestros, así que no lo haré. Pero esto se vincula con otras tendencias
generales que he notado. Angus tampoco parece estar adaptándose bien, de
forma similar, por comportamiento disruptivo y excesivamente entusiasta.
Tessa sintió que los ojos se le salían de las órbitas.
—Le encanta la escuela. ¿Eso es algo malo?
Robert se rio, pero no con humor.
—Esto es exactamente de lo que hablo. Eres una maestra nueva, tienes toda
una trayectoria frente a ti. Pero debes elaborar estrategias. Deberías
aprender de tus experiencias y de la experiencia de tus colegas. No puedes
venir a esta escuela y decidir cómo debería ser el plan de estudios o cómo
deberían hacerse las cosas.
Tessa ahora tenía los pelos de punta. Él había involucrado a Angus, así que
la suerte estaba echada.
—Ya hablé con la maestra de Angus, y solo tenía cosas positivas para decir.
Así que vuelvo a preguntarle, ¿esto es por lo que pasó el mes pasado con la
prensa? ¿O realmente cree que mi hijo y yo somos tan inadecuados para
Willow Christian Academy?
—No puedes tomarte las críticas profesionales como algo tan personal —
dijo Robert.
—Usted involucró a mi hijo —dijo ella con los dientes apretados.
—Te estoy haciendo un favor al darte esta advertencia, dados los estrictos
estándares de decoro que aplican a todos los miembros de la comunidad de
Willow Christian Academy. En el futuro, puede haber consecuencias más
estrictas, pero he elegido darte el beneficio de la duda —concluyó él.
Ella quiso agradecerle con amargura, pero, en cambio, asintió con
vehemencia.
—Me ha dado mucho en qué pensar, Robert.
Salió furiosa de la oficina, con la cabeza agitada.
Tenía mucho en qué pensar. Como cuál sería su próximo trabajo. Porque en
cuanto a ella respectaba, iba a renunciar a este en cuanto tuviese otro puesto
programado.
Cuando menos, Robert finalmente le había demostrado que estaba peleando
por algo equivocado, desviviéndose por un trabajo que nunca iba a ser
adecuado.
Debería haber luchado por otra cosa durante todo ese tiempo. El dinero era
una herramienta necesaria en este mundo, pero no era lo único que
importaba. Angus iba a disfrutar de su vida escolar, sin importar en dónde
fuera. Lo que realmente importaba más que el dinero era el apoyo de los
seres queridos.
Robert tenía razón. Realmente necesitaba poner en orden sus prioridades.
Y eso significaba volver a concentrarse en hacer lo que era mejor para su
familia… y eso incluía a Mark.
CAPÍTULO VEINTE

E se martes, Mark se dirigió al parque infantil para ver a Angus como


venía haciendo hacía varias semanas. Veía a su hijo tres noches a la
semana, pero planeaba aumentar la frecuencia cuando terminara la
temporada y pudiera llevar a Angus a su casa a pasar la noche.
Lo único que detestaba era cómo Tessa se empeñaba en ser distante. Como
si hacer contacto visual con él alertara de alguna manera a los paparazzi de
su paradero. Estaba agradecido de que se ciñeran a un calendario. Al menos
sabían que podían compartir la crianza sin que sus temas personales se
interpusiesen en el camino. Sin embargo, él quería más, mucho más de ese
acuerdo.
Y finalmente estaba listo para demostrarle a Tessa que estaba preparado
para darle mucho más de lo que ella había recibido de él. Ese día, al llegar
al parque infantil, él llevaba unas carpetas en las manos. Angus chilló y
empezó a saltar cuando vio a Mark, luego ambos corrieron persiguiéndose
por un rato. Cuando Angus empezó a subirse al tobogán, Mark se acercó a
Tessa.
—Hola —dijo él, sentándose a su lado. Había algo diferente en ella, pero no
sabía qué.
—Hola. —Ella tenía una sonrisa extraña, como si él tuviese algo en el
rostro y no se diera cuenta—. Tengo novedades...
—Quiero mostrarte algo... —dijo él al mismo tiempo.
Ambos hicieron una pausa y se rieron. Mark miró la carpeta que tenía en la
mano y Tessa le dio una palmadita en el brazo.
—Empieza tú.
—¿Estás segura? —Él le sonrió, encantado con su mirada juguetona. No
sabía por qué, pero se sentía como en los viejos tiempos, como había sido
siempre con ella antes de que los sucesos raros en su trabajo y con la prensa
amarilla se interpusieran.
—Sí. Hasta trajiste material de apoyo, eso merece ir primero —bromeó ella.
Él aclaró la garganta y abrió la carpeta con un ademán.
—Entonces, por favor ponte cómoda y disfruta. —Primero sacó unos
papeles y se los entregó—. Estuve pensando mucho en la conversación que
tuvimos cuando terminaste conmigo.
—No terminé contigo —dijo ella, empujándolo del brazo.
—¿Cuántas veces te besé en las últimas tres semanas? —preguntó él,
haciendo un gran despliegue al mirar su reloj—. ¿Cuántas veces pasé la
noche contigo?
—Sugerí tomarnos un tiempo, no terminar.
—No hubo besos —dijo él, simulando severidad—. Bueno, a pesar de eso,
estuve pensando mucho e investigué un poco. Estos papeles son de mi
contador. Estuve preparando algunas cosas para el futuro de Angus. Este es
un fondo de estudios al que ambos podemos aportar. Lo puse en marcha con
el dinero suficiente para pagar sus primeros dos años en la universidad.
Creo que si me administro bien, tendrá todos sus años universitarios pagos
para cuando termine mi año como novato.
Tessa no dejaba de pestañear mientras miraba los documentos.
—Mark…
—Sin importar lo que suceda con nuestros trabajos —continuó él—,
podemos estar seguros de que Angus tendrá una excelente educación. Si a
largo plazo conservamos nuestros trabajos, entonces quizás hasta podamos
pagarle la facultad de medicina o algo así. Si él quiere.
Ella apretó los labios y los ojos le brillaban.
—También tengo esto. —Él sacó un calendario que había diseñado luego de
varios intentos—. Este es un programa para asegurarnos de que Angus
siempre tenga un familiar disponible en caso de emergencia. —Sacó otra
cosa de la carpeta—. Aquí tengo unos folletos de universidades.
—¿Estuviste planeando su educación?
—Sí, la de él y la mía. —Cuando ella agrandó los ojos, él agregó—: Es que
tenías toda la razón. Contaba con el fútbol como la meta definitiva. Pero
ahora soy padre, así que tengo que tener planes alternativos. Estuve
hablando con mis padres y con mi abuelo para elaborar un plan para ver qué
puede pasar si no puedo jugar más al fútbol. Y estoy seguro de que tendré
varias opciones cuando haya terminado mi carrera en este deporte. Me
encantó la zoología, y hasta podría conducir un programa sobre la
naturaleza.
Ella se rio, pero le brillaban los ojos, como si se estuviese enamorando de
ese futuro tanto como él.
—Pero si estudio un poco más, puedo trabajar en investigación o docencia.
¿No me vería bien al frente de un salón universitario?
—Serías muy bueno en eso —dijo ella con entusiasmo.
—Yo también lo creo —dijo él riéndose y disfrutando la forma en que ella
lo miraba. Como si le estuviese dando un regalo más grande de lo que podía
imaginar—. Quiero empezar a trabajar en eso cuando termine la temporada.
Lo resolveré muy pronto.
—Mark, yo no tenía toda la razón —dijo Tessa de pronto, tomándolo del
antebrazo—. Quizás sí tenía razón respecto a tener un plan B, pero estaba
equivocada respecto a otra cosa.
—¿A qué?
—Me equivoque al elegir mi reputación en mi trabajo por encima de lo que
estábamos construyendo. —Tessa examinó su rostro con sinceridad—.
Estaba persiguiendo un trabajo que no era el adecuado para mí, porque
pensaba que Angus y nuestro futuro lo necesitaban. Pero lo que necesito es
mi familia. Tú siempre fuiste mi familia, y fui una tonta por tratar de
alejarte de mí.
—No eres tonta —dijo él suavemente, apretándole una mano.
—Siempre estuviste a mi lado más allá de las circunstancias. Y esa gente…
nunca seré parte de ellos. Necesito quedarme con la gente que me apoya y
que me quiere. Voy a renunciar a mi trabajo.
Mark agrandó los ojos.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. No sé exactamente cuándo, porque quiero hacer la transición sin
contratiempos para los niños y para Angus. Si hubiese podido hubiese
renunciado la semana pasada. Pero estoy buscando trabajo, y tengo algunas
entrevistas programadas.
—Renuncia ahora —dijo Mark—. Y déjame encargarme de ti por un
tiempo.
—No tienes que…
—No tengo que hacerlo, pero lo quiero hacer. Porque te has roto el alma
para encargarte de todo lo demás. Déjame hacer esto por ti, solo
temporalmente. Fijaremos una fecha límite de ser necesario. Pero sé que
encontrarás un trabajo nuevo rápidamente, y mereces que te saquen todo
ese peso de encima.
Ella se inclinó para besarlo con gratitud en la mejilla.
—Gracias.
Él sonrió mientras observaba a Angus subirse al tobogán por décima vez.
—Un beso. Vamos mejorando.
—Planeo mejorar mucho más las cosas —dijo ella—. Empezando esta
noche. Si es que me das otra oportunidad.
Mark la tomó de la mano y la llevó a sus labios.
—Nena. En lo que a mí respecta, no necesitas una. Nunca renuncié a ti.
Tessa lo envolvió en sus brazos y él la sentó sobre sus piernas. Angus los
vio desde el área de juegos y corrió hacia ellos, gritando con alegría. Y
cuando Angus los abrazó a ambos, Mark supo que no había otro lugar en
donde quisiera estar.
Ellos dos estaban hechos para él, y haría lo que fuera para demostrarles
cuán lejos estaba dispuesto a llegar.
EPÍLOGO

SEIS MESES DESPUÉS

E ra abril en Georgia, el mes favorito de Tessa.


Además, el hecho de que ella y Mark se estuviesen mudando a su primera
casa juntos hacía que ese abril fuese aún más especial.
—Ah, papá, ¿puedes dejar esa caja ahí? —dijo Tessa a su padre asomando
la cabeza en la sala de estar vacía, donde estaban apilando cajas.
—Pero dice «cocina».
—Lo sé, pero puse la etiqueta equivocada en una de las cajas de la cocina, y
creo que es esa.
Su padre suspiró, pero esbozó una sonrisa.
—Está bien. Pero solo porque eres mi pequeña.
Ella se rio. Las cosas entre ella y su padre estaban un poco mejor
últimamente. Quizás era por la influencia de Mark en su vida, con quien
finalmente podía compartir las responsabilidades y la carga laboral. O
quizás porque había decidido encontrar a un terapeuta durante los meses
libres entre su renuncia y su nuevo trabajo en un sistema escolar distinto en
Savannah, en el cual ya había registrado a Angus. Él lo estaba disfrutando,
aunque sus nuevos amigos no recibieran encuentros VIP con los Sharks de
regalo de cumpleaños. Ella no empezaría a dar clases sino hasta el siguiente
año escolar, lo que significaba que por ahora podía desempeñar el papel de
madre en el distrito escolar, y finalmente disfrutar de lo que Mark llamaba
su «licencia maternal atrasada».
Angus entró a los saltos en la sala. Estaba fascinado con la enorme casa
nueva y ansioso por decorar su nueva habitación.
—Mamá, ¿cuándo llega mi cama?
—Los muebles deberían llegar en un par de horas, hijo —dijo ella,
alisándole el cabello.
—Bueno, creo que ya está todo —dijo Mark al entrar por la puerta del
frente, y su voz grave retumbó en la sala de estar vacía. Luego, le dijo al
padre de Tessa—: Tu auto está listo para otra vuelta.
—¿Qué te parece si volvemos a tu antigua casa y volvemos a llenarlo? —le
preguntó el abuelo a su nieto.
—¡Sí, vamos! —Angus levantó un puño en el aire y ambos salieron de la
casa.
Mark le sonrió a Tessa del otro lado de la sala. Se había dejado crecer una
pequeña barba después de la temporada, y a ella le encantaba cuando le
raspaba los muslos en sus aventuras nocturnas. Cada vez que ella se
quejaba, en broma, de las consecuencias de su rostro áspero, él le recordaba
que se lo había ganado, especialmente después de haberse roto el lomo en
su temporada como novato. Y a decir verdad, ella estaba de acuerdo. Luego
de que su desempeño mejorara ampliamente en la segunda mitad de la
temporada, Mark se merecía todo lo que quería.
Ambos se miraron a los ojos como si estuvieran hablando sin decir una
palabra.
—¿Estás pensando en lo mismo que yo? —le preguntó ella de repente,
retrocediendo hacia la ancha escalera de madera.
—¿Ir a bendecir la habitación antes de que venga alguien? —preguntó él.
—Te juego una carrera hasta allí —gritó ella, y salió corriendo hacia la
escalera. Mark dio un alarido y la siguió, pero ella ya iba por la mitad de la
escalera cuando él pisó el primer escalón. Sin embargo, no era buena idea
jugarle una carrera a un corredor. Mark la alcanzó al final de la escalera y la
levantó en brazos. Ella se rio nerviosamente todo el camino; le encantaba la
facilidad con la que él la zarandeaba. Él la alzó de manera que ella quedara
enfrentada a él mientras la llevaba por el largo pasillo. La casa nueva tenía
cinco dormitorios, con bastante lugar para que todos sus familiares los
visitaran. Y habían elegido comprarla, aunque era probable que a Mark lo
transfirieran al menos una vez y tuvieran que desarraigarse y mudarse a otro
lado.
Pero fueron sensatos al respecto. Habían tomado esa decisión juntos. Lo
que, ahora que ambos tenían bajo control sus finanzas y su futuro, era
mucho más que irse a vivir juntos.
Estaban empezando una vida en común, de manera consciente.
Mark la cargó hasta la habitación principal, en donde la luz del sol
iluminaba cada rincón a través de los enormes ventanales. Inmediatamente
la apretó contra la pared y le tapó la boca con besos lentos y minuciosos,
cada vez más profundos y sensuales. Tenía las bragas empapadas para
cuando Mark paró para respirar.
—Ay, dios mío —dijo ella débilmente, tirándole de la camiseta.
—Estoy duro como una piedra —dijo él con voz rasposa—. Propongo que
bendigamos la habitación de una vez por todas.
Ella se rio y él la bajó suavemente, entonces ella se sacó su short de
mezclilla y sus bragas. Mark se bajó su short de malla y luego la volvió a
levantar en brazos. Ella jadeó al sentir su pene deslizarse por el pliegue de
su vagina. Tenían sexo todas las noches, y aún no era suficiente. Quizás
nunca sería suficiente, no cuando había tanto amor y pasión.
—Te amo, Tessa May Black —susurró antes de mordisquearle la oreja.
—Te amo, Mark Allen Coleridge.
Él sonrió y la besó otra vez.
—¿Ya pensaste en nombres para el próximo bebé?
Habían estado pensando mucho en darle un hermanito o hermanita a Angus.
Y en los últimos seis meses, se habían estado cuidando… hasta que
firmaron los títulos de la casa. Ahora, cada mes ella esperaba ansiosa para
ver si le venía el período.
—Mark Junior —bromeó ella, sujetándolo con los muslos y corcoveando.
La cabeza de su pene le rozó el clítoris inflamado, y ella inhaló rápidamente
—. ¿O qué tal Lettie, como tu mamá?
—Eres muy dulce —dijo él y volvió a zambullirse en un beso profundo.
Cuando se separaron para respirar, él la volvió a levantar y se colocó en
posición. Sin dejar de mirarla, se introdujo lentamente con una fuerza
controlada que la encendió en llamas.
—Ooh, Mark —gimió ella, con los ojos cerrados.
Nunca se aburriría de la forma en que él se amoldaba y la colmaba. Como si
estuviese hecho para ella y nada más que para ella.
Él se introdujo hasta que no tuvo más espacio que reclamar.
—Quiero tener muchos bebés contigo —murmuró él, y deslizó una mano
por debajo de su blusa para pellizcarle un pezón—. Y esta vez, voy a estar
ahí para cuidar de tu hermoso trasero de embarazada todo ese tiempo.
Ella se derritió en carcajadas y él se impulsó hacia ella, pero el placer se
anteponía a todo lo demás, así que se aferró a él y dejó que la dicha la
invadiera.
Mark gruñó suavemente al concentrarse en sus impulsos, sujetándole las
nalgas como si fueran de su propiedad. Ella se arqueó contra él, haciendo
que se rozaran en el punto justo, y poco tiempo después se dejó caer en el
abismo del orgasmo.
Mark la penetró, y luego de varios impulsos se detuvo y lanzó un largo
gemido. Permanecieron allí por varios minutos, disfrutando del placer,
perdidos en la mirada del otro. Cuando finalmente él la bajó al suelo, ella se
puso en puntas de pie para volver a besarlo.
Porque con ese hombre, esa vida y el futuro que tenían enfrente de ellos,
siempre tendría ganas de más.
FIN DE PRIMERA JUGADA
SHARKS FOOTBALL LIBRO 1

Primera Jugada, 20 junio 2023

P. D.: ¿Quieres enamorarte perdidamente? Entonces, lee estos fragmentos


exclusivos de El heredero implacable y Un jefe insoportable.
¡GRACIAS!

Muchas gracias por comprar mi libro. Las palabras no bastan para expresar lo mucho que valoro a
mis lectores. Si disfrutaste este libro, por favor, no olvides dejar una reseña. Las reseñas son una
parte fundamental de mi éxito como autora, y te agradecería mucho si te tomaras el tiempo para dejar
una reseña del libro. ¡Me encanta saber qué opinan mis lectores!

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CÓMO ALEGRARLE EL DÍA A UNA AUTORA

No hay nada mejor que leer buenas reseñas de lectores como tú, y no lo
digo solo porque me haga feliz. Al ser una autora independiente, no tengo el
respaldo financiero de una gran editorial de Nueva York ni la influencia
para aparecer en el club de lectura de Oprah. Lo que sí tengo (mi arma no
tan secreta) es a ustedes, ¡mis increíbles lectores!
Si disfrutaste el libro, te agradecería muchísimo que te tomaras unos
minutos para dejar una reseña. Simplemente haz clic aquí o deja una reseña
cuando te lo pida Amazon al terminar el libro. También puedes ir a la
página de producto del libro en Amazon y dejar una reseña allí. En ese
caso, debes buscar el link que dice “ESCRIBIR MI OPINIÓN”.
Sin importar el largo que tengan (¡incluso las más breves sirven!), las
reseñas me ayudan a que la saga tenga la exposición que necesita para
crecer y llegar a las manos de otros lectores fabulosos. Además, leer sus
hermosas reseñas muchas veces es la parte más linda de mi día, así que no
dudes en contarme qué es lo que más te gustó de este libro.
ACERCA DE LESLIE

Leslie North es el seudónimo de una autora aclamada por la crítica y best seller del USA Today que
se dedica a escribir novelas de ficción y romance contemporáneo para mujeres. La anonimidad le da
la oportunidad perfecta para desplegar toda su creatividad en sus libros, sobre todo dentro del género
romántico y erótico.
SINOPSIS

Le salvé la vida, y él me odia por eso.


¿Cuál fue mi recompensa? ¡Un matrimonio con el diablo!
No esperaba conocer así a mi futuro esposo: en una discoteca, en medio de
un tiroteo, y con él apuntándome con un arma a la cabeza.
La verdad es que le salvé la vida. Ahora, Ángel Castillo, el heredero del
cartel criminal más sanguinario de Miami, está en deuda conmigo y, para
saldarla, decime hacerme parte de la familia. Su oferta es tan fría como su
corazón: o me caso con él o me doy por muerta. No tengo muchas opciones
que digamos, ¿no?
La familia Castillo es despiadada y su estilo de vida me aterra, pero el que
más miedo me da es Ángel. Entonces, ¿por qué me la paso mirándolo? ¿Por
qué me muero por sentir sus manos en mi piel? Debería escapar, pero sé que
Ángel jamás me dejará ir. También sé que no debería desearlo ni soñar con
sus caricias.
El implacable heredero del clan Castillo me trata como si yo fuera de su
propiedad… y a mí me encantaría que me haga suya.

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FRAGMENTO

Capítulo Uno
Ángel
La mensajera era bonita. Cuando me entregó el sobre en Club Eliseo, miró a
su alrededor antes de posar los ojos sobre mí. Me sostuvo la mirada y vi un
incendio. Fuego.
«Si tan solo no tuviera un millón de cosas que hacer…», pensé. Hubiera
sido una linda distracción. Mientras la mujer me daba un discurso sobre la
empresa para la que trabajaba, me di vuelta; ya estaba pensando en mi
próxima tarea. De pronto, oí un clic casi imperceptible a mis espaldas, y
algo chocó contra mí y me derribó.
Escuché gritos. Me agarré del cuerpo que estaba encima del mío, giré y
quedé cara a cara con la mensajera, que me observaba entre sorprendida y
asustada.
—¿Qué carajo estás haciendo? —mascullé.
Temblando, señaló la barra.
—¡Trató de dispararte!
Antes de que pudiera preguntarle nada más, la puerta de la discoteca se
abrió de par en par y se desató un infierno. Escuchaba los disparos sobre mi
cabeza; las balas salían una tras otra y a toda velocidad. Por encima del
sonido de las balas abollando los detalles metálicos de la discoteca,
escuchaba a mis hombres gritando y a mi hermano menor, Omar, ladrando
órdenes. Maldito Omar. No me iba a dejar pasar que una mensajera hubiera
reaccionado más rápido que yo.
Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta para agarrar mi pistola, todavía
en su funda, y me puse de pie. Apunté y empecé a dispararle al desgraciado
que estaba detrás de la barra. Él no se esperaba que yo reaccionara tan
rápido, y uno de mis disparos se alojó en su pecho. Su camisa blanca se tiñó
de sangre y el tipo cayó hacia atrás, donde estaban los estantes llenos de
bebidas alcohólicas; se rompieron varias botellas y otras tantas cayeron al
piso, y él se desplomó sobre un charco de whisky caro.
Giré rápidamente y empecé a dispararles a los hombres que estaban
tratando de entrar. Me zumbaban los oídos.
—¿En cuánto viene la policía? —le grité a Omar.
Estábamos en Ocean Drive, una de las calles más transitadas de Miami, así
que era imposible que nadie hubiera llamado a la policía. Por suerte,
siempre nos avisaban cuando estaban en camino. Omar echó un vistazo a su
reloj inteligente y leyó sus mensajes.
—En menos de diez minutos.
Mierda. No íbamos a tener tiempo de deshacernos de los cuerpos. En mi
cabeza, agregué otro cero a la «donación» que le mandábamos todos los
meses al Departamento de Policía de Miami.
—¿Estos son los hombres de Rojas? —preguntó Omar.
Sin responderle, seguí disparando y las paredes se salpicaron de carmesí. La
habitación se llenó de olor a pólvora y metal, y del sonido de hombres
gruñendo y muriendo.
—¿Ángel?
Uno de los hombres agarró del cuello a Esteban, mi segundo al mando, así
que fui hacia él, lo sujeté del pelo grasoso y le metí un disparo en el ojo
derecho. El hombre cayó al piso con un ruido sordo.
—No sé. Agarra a alguno que siga vivo.
La balacera se detuvo y Omar miró la carnicería a nuestro alrededor. Soltó
un insulto y dijo:
—Haré lo que pueda.
Luego, se abrió paso entre los cuerpos de los hombres que habían entrado y
encontró a dos que todavía estaban conscientes. Él y Esteban los arrastraron
por el piso de la discoteca y los arrojaron a mis pies. Uno de los hombres
era joven, debía tener veinte años como mucho, y estaba sangrando porque
tenía un corte bastante feo en la cabeza. Aunque le habían pegado un
culatazo en la cara, se mantenía estoico, sin revelar nada.
—¿Quién te mandó aquí? —le pregunté. En respuesta, solo apretó la
mandíbula, así que le apoyé la pistola en la sien—. Dímelo y te dejaré vivir.
—Si no me matas tú —masculló—, igual tengo los días contados cuando
vuelva. Pase lo que pase, voy a morir, así que prefiero morir siendo leal.
Volteé a mirar al otro hombre, que era bastante más grande y ya estaba
sollozando. Apestaba a orina. Qué patético.
—¿Y tú? —le pregunté—. ¿Opinas lo mismo que él?
El hombre negó con la cabeza e inhaló, tembloroso.
—Nos mandó la familia Rojas.
—¡Traidor! —exclamó el muchacho, y le escupió el rostro.
Apoyé el cañón del arma bajo el mentón del hombre y lo obligué a
mirarme.
—¿Por qué los mandaron?
Él negó con la cabeza.
—No sé —prácticamente gimió. Estaba temblando—. Luis no nos dijo por
qué. Solo nos dijo que le lleváramos pruebas de que estabas muerto.
—¿Luis Rojas me quiere muerto? —Le saqué el cargador al arma; tenía una
última bala. «Solo hace falta un mensajero para dar un mensaje», pensé—.
Dile a tu jefe que su plan es una mierda y que va a tener noticias mías.
Le apunté al chico en la cabeza, vi la furia en su mirada, y luego moví el
cañón hacia su compañero y apreté el gatillo. Se le sacudió la cabeza y
escuché un chillido detrás de él. Cuando cayó al piso, vi a la mensajera.
Tenía la cara salpicada de sangre y sesos, lo que hacía parecer más oscuro
su cabello castaño claro. No tenía sentido que se viera tan linda, sobre todo
considerando que estaba aterrada y cubierta de sangre. Tembló un poco y
levantó la mano para tocarse la boca, y mi mirada fue directo a sus labios
carnosos. Estaban de color carmesí, como si se hubiera mordido del miedo.
Cuando nuestros ojos se encontraron, predije el grito antes de que escapara
de sus labios. ¿Esa mujer debilucha me había salvado del primer disparo?
Sentí una oleada de furia y pasé por encima del cuerpo del hombre. La
mensajera trató de ponerse de pie, pero chocó contra la barra y casi tira una
banqueta. La agarré del brazo y, de un tirón, la hice levantarse. Ella chilló
de miedo y trató de alejarse, pero le puse el cañón de la pistola bajo el
mentón.
—Yo no haría eso si fuera tú.
Sus ojos, de un color azul cristalino, me miraron llenos de terror. «Mejor»,
pensé. «Más le vale estar asustada».
—Por favor —murmuró, prácticamente susurró—. Por favor, no…
Le apoyé el arma más fuerte sobre la piel.
—Dame un motivo para no hacerlo —le dije, casi canturreando—. Dime
que tú no eras parte de este plancito. Que no te echaste atrás a último
minuto como una cobarde de mierda. —Me acerqué y sentí su aroma dulce
debajo de la sangre pegoteada en su piel—. Hubiera sido mejor para ti dejar
que él me matara.
De repente, se le desenfocó la mirada y puso los ojos en blanco. Suspiré
cuando se desmayó y quedó inerte, un peso muerto entre mis manos, y
contemplé la posibilidad de dejarla caer al piso.
—¿Qué hacemos con ella? —me preguntó Omar.
Lo más sencillo hubiera sido matarla y deshacernos del cuerpo… pero me
había salvado la vida, y mis hombres lo habían presenciado. Estaba en
deuda con ella… o sea que estaba jodido.
—Tengo que hablar con Padre.
Omar asintió y se cargó la mujer al hombro.
—Tenemos que irnos antes de que venga la policía. Esteban puede quedarse
a limpiar —dijo.
Miré a mi segundo al mando.
—Yo me encargo, jefe —me aseguró.
Los moretones que se le estaban formando en la garganta iban a servir para
convencer a la policía de que había sido un ataque y habíamos actuado en
defensa propia… y, si eso no alcanzaba, el dinero que tenía en la caja fuerte
de mi oficina seguro los iba a convencer. Esteban sabía la combinación y
también sabía qué hacer si la policía empezaba a hacer demasiadas
preguntas.
Me limité a asentir para dar mi aprobación, y Omar y yo nos dirigimos
hacia la salida trasera, donde nos estaba esperando un auto.
—Llámame si hay algún problema —dije sin mirar atrás. Esteban no me iba
a llamar; hubiera preferido arrancarse los dientes antes que pedir ayuda.
Omar puso a la mujer en el asiento trasero y se acomodó junto a ella para
que yo pudiera viajar en el asiento del acompañante.
—¿A dónde vamos, jefe? —me preguntó Tomás, el chofer.
—A casa, pero no vayas por la entrada principal. Tenemos una invitada y
hay que ser discretos.
—Sí, jefe.

Emma
No podía sentarme derecha. Me habían esposado las muñecas y las habían
asegurado a la parte trasera de la silla, así que tenía que encorvarme un
poco para que el metal no me lastimara la piel. Por algún motivo, no poder
incorporarme del todo me hacía sentir menos asustada. Estaba incómoda,
me estaba empezando a doler la columna y debajo de las costillas, y no
podía concentrarme en otra cosa más que el dolor. Tal vez esa era la idea.
Traté de apretar las manos todo lo posible y zafarme de las esposas, pero lo
único que conseguí fue dejarme las muñecas en carne viva de tanto
frotarme. Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero contuve el llanto.
¿Cómo carajo había terminado así? Me había mudado allí porque quería
empezar de cero, y Miami era uno de los pocos lugares donde tenía lindos
recuerdos con mi mamá. Por eso quería que fuera el lugar donde empezar a
sanar luego de perderla. No obstante, estaba claro que no había sido una
idea brillante. En Miami, todo era una lucha, pero yo estaba decidida a salir
adelante. Además, tampoco tenía muchas opciones; no podía darme el lujo
de empacar todo y empezar de cero en otro lado.
De pronto, se abrió la puerta de la habitación y Ángel Castillo entró dando
zancadas. Se me tensó todo el cuerpo, y mi columna dolorida quedó
olvidada. Ángel todavía se veía como el ser sanguinario que había
demostrado ser. Había matado a un hombre que le suplicaba piedad, y luego
me había hundido en la garganta la misma pistola que había usado para
matarlo. Se me retorció el estómago y, por dentro, admití que sí estaba
asustada. Ese tipo me aterraba por completo… pero lo que más miedo me
daba era que, cuando me miraba con esos ojos oscuros, el corazón me latía
desbocado. ¿Acaso estaba loca o qué?
—¿Cómo te llamas? —me preguntó Ángel—. ¿Qué hacías en Club Eliseo
hoy?
Tragué saliva y me obligué a hablar a pesar del nudo que tenía en la
garganta.
—Soy Emma Hudson —respondí. Mentir me parecía peligroso y una
pérdida de tiempo, y, además, llegado ese punto, ¿qué tenía que perder?—.
Trabajo en South Beach Deliveries. Me pidieron que te entregara un sobre.
Eso es todo.
Ángel ni se inmutó.
—¿Qué tenía el sobre?
«¿Y eso qué importa?», pensé, pero respondí:
—No sé. No me fijé.
Al oírme, Ángel me fulminó con la mirada; sus ojos oscuros se clavaron en
los míos, y sentí que quería atravesarme y llegar hasta mi alma. Me
estremecí. Me sentía desnuda frente a él, como si pudiera leerme los
pensamientos, y, sin darme cuenta, se me vino a la cabeza la idea de estar
desnuda de verdad frente a él. Me imaginé cómo habría sido que me mirara,
que me recorriera los pechos y el vientre con la mirada, y que se detuviera
solamente para dar paso a sus manos. Me imaginé cómo se habría sentido
su piel contra la mía, fría como el metal del arma que, estaba claro, no
soltaba ni por un segundo. «Mierda, tranquilízate», me regañé por dentro.
—No te creo.
Traté de encogerme de hombros, pero las esposas me lastimaron las
muñecas otra vez.
—Si abro los paquetes, me arriesgo a que me despidan —le expliqué—. Y
necesito este trabajo para pagar el alquiler—. «Algo por lo que tú seguro no
tienes que preocuparte», hubiera querido agregar.
Ángel levantó una ceja con expresión interrogante, pero, más allá de eso, se
mantuvo imperturbable.
—¿Dónde vives?
—¿Por qué?
Él tensó la mandíbula y apretó el puño. «Me va a golpear», pensé, aturdida,
y cerré los ojos, preparándome para el golpe… pero nunca llegó. Cuando
me atreví a mirarlo otra vez, me lanzó una mirada asesina.
—Voy a mandar a mis hombres a tu casa —me dijo muy despacio.
Luego, me agarró de la mandíbula y me obligó a mirarlo a los ojos. Me
hablaba como si estuviera explicándole algo a una niña, pero yo no me
sentía como una niña. Me ardía la mandíbula en el lugar donde me había
tocado, y sentía una oleada de calor hasta el cuello. Era dolor, pero también
era algo más, algo que no me atrevía a nombrar sin sentirme una
desquiciada.
—Van a revisar tus cosas —prosiguió—, y si encuentran algún indicio de
que trabajas para los Rojas, será imposible encontrar lo que quede de ti.
Mucho menos identificarte —continuó, y me apretó más fuerte—. No te lo
voy a preguntar dos veces.
Cuando me soltó, me eché hacia atrás como si me hubiera golpeado y recité
mi dirección de un tirón. Él retrocedió sin dejar de mirarme, abrió la puerta
y les dijo mi dirección a los dos hombres que estaban en el pasillo. Pensé
que iba a ir con ellos, pero cerró la puerta otra vez y nos quedamos
mirándonos.
Pasaban los minutos y yo no podía hacer nada más que removerme en la
silla, incómoda. Ángel agarró su celular y empezó a mandar mensajes
(¿cuántos asesinatos estaría tramando?), y yo intenté no tironear de las
esposas. Estar en silencio con él era peor que estar sola, y no aguanté más.
—Cuando tus hombres te digan que no encontraron nada, ¿me liberarás?
Ángel esbozó una sonrisita que me resultó incluso más perturbadora que sus
palabras, pero también hermosa. Hubiera apostado a que, cuando sonreía de
verdad, ninguna mujer se resistía a su encanto.
—Tienes muchas agallas, considerando que estás a punto de morir.
De vuelta sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, pero me esforcé
por contener el llanto. A juzgar por el modo en que Ángel había tratado a
ese hombre en la discoteca antes de volarle los sesos, seguramente no iba a
ser muy amable conmigo si mostraba debilidad. Quizás hasta me volviera a
poner el arma en el mentón. «Piensa en mamá», me dije con firmeza. «¿Qué
habría dicho ella?».
—¿Así les agradeces a las personas que te salvan la vida? ¿Matándolas?
Por un momento, Ángel pareció fastidiado, pero luego se echó a reír, y el
sonido me recorrió toda la columna y me hizo poner la piel de gallina.
—Creo que te voy a enterrar en el parque nacional de los Everglades —me
dijo cuando dejó de reír—. Después de matarte. Así me ahorro el trabajo de
tener que deshacerme de ti por partes. Los cocodrilos me van a dar una
mano.
Se me retorció el estómago y se me llenó la boca de saliva; sentí un dejo a
bilis. Traté de tragar. Ya era bastante malo estar muriéndome de dolor por
estar sentada así. No quería tener que, encima, sentarme en mi propio
vómito.
—¿Qué dice de ti que estés disfrutando esto? —le espeté.
Ángel se puso serio.
—Que deberías tenerme miedo.
Del pánico, se me escapó una risita nerviosa.
—Misión cumplida.
Ángel cruzó los brazos y me observó.
—Bueno, ¿qué estabas haciendo en mi discoteca, Emma? ¿Quién te envió?
—South Beach Deliveries —respondí—. Llama a mi jefe. Pídele los
registros. Todo lo que hago durante el día queda registrado.
Sabía que parecía un disco rayado, pero ¿qué otra cosa podía decir? Ángel
rechinó los dientes.
—El sobre que me diste estaba lleno de papeles en blanco —dijo—. Era la
señal para que el barman actuara. ¿Me vas a decir que solo eres una testigo
inocente?
Visto de esa manera, una parte de mí entendía por qué Ángel me había
encadenado a esa silla. Pero el resto de mí pensaba que no estaba siendo
razonable. ¿Acaso yo parecía la clase de persona que se involucraba en esa
clase de asuntos?
—Parece un plan estúpido. ¿Y si hubiera llegado tarde? ¿Y si no hubiera
ido?
—Tú no eres la que hace las preguntas —gruñó Ángel.
—En serio —continué—, ¿qué hubiera pasado?
—Deja de hablar.
—¿No hubiera sido más fác…?
—¡Te dije que dejaras de hablar!
Al instante, se me secó la boca y las palabras murieron en mi garganta. La
mirada furiosa de Ángel me hubiera inmovilizado en la silla incluso sin
esposas de por medio. Me estremecí, a pesar de que no corría ni una gota de
aire, y no podía parar de temblar.
—Te lo juro… —Se me quebró la voz—. No tengo nada que ver con todo
esto.
—Tú no escuchas, ¿no?
Ángel se quedó parado mirándome un buen rato. Yo no sabía qué más decir.
Entonces, llamaron a la puerta. Él volteó a abrir y el grandote que había
visto antes, su hermano, se asomó en el umbral.
—Está limpia —dijo—. Su departamento queda lejos del territorio de Rojas
y no encontramos indicios de que trabaje para nadie más. —Luego, me
miró de reojo y agregó—: Ah, tenías un mensaje en el contestador. Estás
despedida. No cumpliste con las entregas a tiempo.
Aunque me habían aterrorizado y sometido a un tormento psicológico, eso
fue lo que me destruyó. Ya no pude aguantar el llanto y las lágrimas
comenzaron a caer por mis mejillas, al mismo tiempo que una seguidilla de
sollozos brotó de mis labios. Traté de zafarme de las esposas una y otra vez,
sin preocuparme por el dolor que sentía.
—Tienes que soltarme. No puedo quedarme sin trabajo. Tengo que
explicarles… —Me dio hipo, y eso me hizo llorar peor.
—Mierda. —Ángel se arrodilló frente a mí. Me liberó una de las muñecas
y lloré más fuerte cuando desapareció la presión que sentía en la columna.
Luego, me levantó los brazos y me inspeccionó las muñecas. Estaban en
carne viva y no paraba de salirme sangre de los cortes. Ángel me miró a los
ojos—. Fue muy estúpido de tu parte hacer eso.
Alejé la mano de un tirón y me eché hacia atrás.
—Agrégalo a la lista de cosas estúpidas que hice hoy —gruñí.
—Ángel.
Al oír su nombre, volteó a mirar a su hermano, que seguía parado en la
puerta, como si no pudiera entrar a menos que él le diera permiso.
—Padre quiere saber si… —Hizo un gesto hacia mí.
—Ya lo sé.
—Los otros vieron todo, Ángel. No podemos hacer de cuenta que no pasó
nada.
Ángel me miró y, cuando empezó a hablar, me hundí aún más en la silla.
—Ya. Lo. Sé —gruñó, con una mirada asesina—. Yo me encargo, Omar. —
A pesar de que, físicamente, era más imponente que su hermano, Omar
retrocedió. No le tenía miedo a Ángel, o por lo menos no parecía, pero era
obvio que lo respetaba—. Dile a Padre que en un rato lo llamo.
Omar asintió y volvió a desaparecer.
—Entonces, ¿me puedo ir a mi casa? —pregunté. Ángel me observó y supe
la respuesta antes de que abriera la boca para responder. Negué con la
cabeza; no quería que lo dijera en voz alta—. Por favor, déjame ir. Te
prometo…
Pero no podía prometerle nada que a él le interesara.
—Presenciaste un intento de asesinato —me dijo—. Los Rojas saben lo que
viste. El chico que dejé ir le va a contar a Luis Rojas que estuviste aquí.
Fuiste testigo. Seguro ya mandaron a alguien a matarte.
Tras decir eso, volvió a cruzarse de brazos. Le escruté el rostro en busca de
una pizca de compasión, pero no había nada, ni rastros de ninguna emoción.
No obstante, en su mirada había fuego, furia y algo más que me hizo
excitar. Si salía viva de ahí, iba a tener que buscar la iglesia católica más
grande que existiera y hacer penitencia. Era el único modo de salvar mi
alma después de todos los pensamientos impuros que había tenido esa
noche.
Tragué saliva y traté de concentrarme en lo que acababa de decir Ángel y en
las consecuencias que eso tendría para mí.
—O sea que si no me matas tú, me matan ellos, ¿no?
Ángel asintió, y una expresión de descontento le atravesó el rostro.
—Pero, por suerte para ti, te debo una —dijo. Pronunció las palabras como
si fuera un gran esfuerzo.
—¿Y eso qué quiere decir? —pregunté. Si existía una opción en la que no
me descuartizaban ni me comían los cocodrilos, quería conocerla.
—Quiere decir —dijo, y se acercó tanto que, cuando se agachó a mirarme,
el fuego de su mirada me deslumbró— que estoy en deuda contigo.

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SINOPSIS

¿Les confieso algo?


Odio las despedidas de soltera. Odio la idea de pasar una noche llena de
pajillas con forma de pene, pasos de baile ridículos y mujeres diciéndome:
«¡La próxima serás tú, Kaitlyn!». Y las odio todavía más si son en una
discoteca superglamorosa de Miami, exactamente el tipo de lugar donde no
encajo. La cosa no podría ser peor, ¿no?
Pues, sí: podría ser peor. Con ustedes, el señor «Más-Guapo-Imposible». El
rey de los insoportables. Hasta su ceño fruncido tiene el ceño fruncido. Y se
pone todavía más insoportable después de que, sin querer, le vuelco unos
tragos encima. El tipo debe ser el gerente de la discoteca, porque tiene las
llaves del penthouse que está en el piso de arriba. El penthouse al que me
invita después de compartir un beso en el balcón. El penthouse donde
tenemos el mejor sexo de mi vida. El penthouse del que me echa minutos
después al recibir una llamada. ¡Les dije que se ponía peor!
¿Están listos para que se ponga incluso peor? Es el primer día en mi nuevo
trabajo y ese tipo insoportable resulta ser mi jefe. James Morris, un
empresario multimillonario dueño de discotecas y un completo imbécil
como jefe (si es que las revistas de chismes dicen la verdad). Y también
papá soltero de una niña adorable que necesita mi ayuda.
Pero ¡de ninguna manera puedo aceptar el trabajo! Si cada vez que miro a
James, recuerdo esa noche en el penthouse. Y, por el modo en que me mira,
sé que él piensa lo mismo que yo. Pero luego me explica por qué es
importante para él que acepte el trabajo. Y por qué no puedo negarme.
¿Les confieso algo más?
Odio a mi jefe.

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FRAGMENTO

Capítulo Uno
Kaitlyn
Mi teléfono sonó por tercera vez. Cuando lo agarré, vi otro mensaje de mi
hermana, que estaba en modo novia insoportable. El mensaje era «¿Dónde
estás?», seguido de un sinfín de emojis. Deseé haber prestado más atención
al tutorial que me había dado Nia sobre el tema. Podía adivinar qué
significaban las botellas de champán y las copas, pero ¿y todo lo demás?
¿Tenían hambre? ¿Habían empezado a comer sin esperarme? ¿Por qué
tantos emojis de berenjenas?
«Estoy en la fila, junto a los ascensores», respondí. Al menos estaba en el
piso correcto. «Perdón por llegar tarde. Me senté sobre mis anteojos».
Cassie me mandó un emoji de una carita riendo. «Por favor, dime que no te
pusiste tus anteojos rosas. Este lugar es demasiado elegante para eso.
Además, hacen que tus ojos parezcan gigantes».
Nadie como mi hermanita menor para decirme la cruda verdad. Nerviosa,
me acomodé los anteojos, que eran enormes, fucsias y con diamantes falsos
incrustados. Me los había comprado para tenerlos de repuesto luego de que
un tipo que me gustaba me dijera que yo no era divertida. Qué podía ser
más divertido que unos lentes correctivos, ¿no? Pero, ni bien recibí el
pedido, supe que había cometido un error. Por desgracia, como todavía no
me había llegado la siguiente tanda de lentes de contacto, mis únicas
opciones eran usar los anteojos rosas o andar a ciegas toda la noche.
«Obvio que no me los puse», mentí. Luego, me quité los anteojos y los metí
en la cartera. El mundo se volvió un poco borroso, pero, la verdad, quizá
fuera mejor así. Imaginaba que la mayoría de las discotecas debían ser más
divertidas si una no prestaba tanta atención al piso pegajoso o a las caras de
hartazgo de los empleados.
La fila empezó a avanzar y por fin quedé cara a cara con la recepcionista
despampanante que hacía guardia en la entrada. Con el enterito blanco y
con cierre que tenía puesto, parecía la estrella de una película de acción. Yo,
en cambio, con mi sencillo vestido negro, parecía la extra que muere a los
cinco minutos de empezar la película, luego de la invasión extraterrestre.
«Hoy no se trata de tus inseguridades», me regañé. Era la noche de mi
hermana, que había conocido a un hombre maravilloso que la amaba, y yo
quería festejar con ella y demostrarle que la apoyaba.
—Vengo a la despedida de soltera de Cassandra Thorn. Me están esperando
—dije. De cerca, veía la etiqueta con el nombre de la recepcionista—. Es la
primera vez que vengo, Tiffany. ¿Podrías indicarme hacia dónde ir?
Tras resoplar, la mujer tipeó en su tablet con esas uñas peligrosamente
largas y potencialmente letales, luego señaló la puerta y, sin más, se puso a
hablar con la pareja que estaba detrás de mí; ambos estaban mejor vestidos
que yo.
«Bueno, eso fue de mucha ayuda», pensé. Respiré hondo y entré a Bloom.
Guau.
El lugar no era lo que había esperado. Como quedaba en el último piso de
uno de los edificios más altos de Miami, había pensado que tendría una
vibra más Miami Beach, con luces de neón y palmeras. Por eso, quedé
asombrada ante lo que solo podría describir como elegancia en su máxima
expresión. El interior era todo de color azul, con banquetas bajas de cuero
alrededor de la pista de baile, paredes azul oscuro y candelabros que
centelleaban como gotas de lluvia, lo cual le daba al lugar el aire de un club
elegante y exclusivo. Todo era extremadamente opulento y cómodo, y no
podría haberme sentido más fuera de lugar. Estuve a punto de sacar mis
anteojos de la cartera para observar mejor la discoteca, pero recordé que
estaba en una misión. Tenía que encontrar a Cassie, festejar como ella
merecía y después volver a mi departamento, donde era libre de mirar una
de mis comedias románticas favoritas por enésima vez sin que nadie me
exigiera que usara tacones o se burlara de mis anteojos. Al menos, ese era el
plan.
Agarré mi teléfono y le escribí a mi hermana: «¡Ya entré! ¿Dónde estás?».
Al instante, me respondió con una foto de ella y sus amigas sosteniendo
copas de champán. En el fondo, se veían dos botellas que parecían vacías,
pero no había nada de comida, así que supuse que las berenjenas querían
decir otra cosa, lo cual era una lástima porque tenía hambre.
Me sobresalté cuando unas personas me empujaron para pasar, ansiosos por
vivir la experiencia de la discoteca. Decidí seguir al escandaloso grupo con
la esperanza de vislumbrar a mi hermana o a alguna de sus amigas y, por
dentro, me maldije por haberme sentado sobre mis anteojos de siempre.
Todos los que pasaban junto a mí eran un manchón colorido. Esperaba que
ellas me vieran primero y me llamaran.
Recorrí la mitad de la pista principal, pero seguía sin verlas, así que me
alejé hacia un costado para mandarle otro mensaje a mi hermana: «C,
¿dónde estás? Responde con palabras por favor». «Estoy al lado del DJ»,
respondió ella. «Ven aquí». Sin dejar de mirar el teléfono, di un paso hacia
donde estaba el DJ, aliviada, pero entonces alguien gritó: «¡Cuidado!».

James
Las cosas que hacemos por nuestros amigos. Me pellizqué el puente de la
nariz, ya con un dolor de cabeza latente, y le rogué a Dios que me diera
paciencia.
Desde la apertura de Bloom, dos años atrás, mi discoteca se había hecho
conocida por ser la más lujosa y popular de Miami. Ofrecíamos una
combinación de alcohol caro, empleados talentosos y clientela exclusiva
que garantizaba una noche inolvidable, y muchos pagaban cientos, si no
miles, por vivir esa experiencia… y por volver a vivirla. No organizábamos
despedidas de soltera chabacanas ni servíamos pasteles con forma de pene,
y mucho menos dejábamos que la futura novia le pidiera al DJ que pasara
canciones trilladas, como It’s Raining Men. Y, sin embargo, había permitido
todas esas cosas porque mi antiguo compañero de fraternidad, Scott, iba a
casarse. Habiendo tantas personas, mi amigo se había enamorado
perdidamente de una empleada bancaria. Sí, la chica era linda, pero no tan
linda como para querer pasar el resto de la vida encadenado a ella.
Las cosas que hacemos por amor.
La prometida de Scott y sus amigas estaban en la pista de baile en el centro
del salón, sentadas en una mesa junto al DJ, y agitaban sus collares
fluorescentes en el aire. Se estaban acercando peligrosamente al terreno de
bailar sobre la mesa. Le hice un gesto a Fernando, su camarero, cuando
pasó junto a mí llevando una bandeja llena de bebidas.
—Mándales más comida con lo próximo que pidan. Cortesía de la casa.
Dales algo que absorba un poco el alcohol.
Lo último que necesitaba era que una chica con collar fluorescente le
vomitara encima a uno de mis clientes o, peor aun, a alguno de los
influencers que solían frecuentar la discoteca. La escena de discotecas de
lujos de Miami era despiadada. Si hacíamos enfadar a la persona
equivocada, podíamos perder el 25% de nuestros ingresos en un abrir y
cerrar de ojos.
—Sí, jefe —me respondió Fernando. Se dio vuelta para dirigirse a la mesa,
pero yo lo había distraído y, aunque por lo general era el camarero perfecto,
casi se lleva puesta a una mujer de cabello moreno que estaba mirando su
teléfono.
—¡Cuidado! —exclamé, pero mi advertencia llegó demasiado tarde para
evitar el desastre inminente.
La morena levantó la mirada justo a tiempo para ver a Fernando
abalanzarse sobre ella y retrocedió, pero se le enganchó el tacón en el borde
de las escaleras que llevaban a la pista de baile del piso inferior. Me lancé
hacia adelante, la agarré de la cintura y luego la atraje hacia mí; lo único
que faltaba era que se lastimara y nos demandara. Pero, cuando se agarró de
mi camisa para recuperar el equilibrio, con expresión perdida y vulnerable,
algo pasó. Se sonrojó. No recordaba la última vez que había visto a una
mujer sonrojarse. Mi mundo estaba repleto de personas sofisticadas que
ocultaban sus emociones tras una máscara.
Por un momento, sentí el impulso incontrolable y nada profesional de
agacharme y besarla; quería ver si su boca rosada sabía tan inocente como
parecía. Entonces, otra persona chocó contra Fernando y él soltó un insulto,
y la bandeja que había logrado sostener con tanta destreza se inclinó y nos
terminó salpicando a los tres en un despliegue espectacular de líquido
destellante bajo las luces de la discoteca que hubiera rivalizado con
cualquier show acuático de Las Vegas.
—¿Qué carajo? —le dije de mala manera a Fernando.
Retrocedí y solté a la mujer, que ahora estaba empapada y temblando. Sabía
que no había sido culpa de Fernando, pero no lo pude evitar. Esa mujer de
ojos grandes me hacía sentir descolocado, y no había nada que odiara más
que sentir que no tenía total control.
—Lo siento, jefe —me dijo Fernando desde el piso. Se había puesto a juntar
los trozos de vidrio hasta que le llevaran una escoba.
—No fue su culpa —dijo la mujer. Era la primera vez que emitía sonido.
Levanté las cejas, sorprendido. No era frecuente ver que a una de mis
clientas le volcaran una bebida encima y, en vez de molestarse, defendiera
al camarero. Sobre todo cuando eran clientas así de lindas.
—No miré por dónde iba —continuó ella—. Estaba tratando de encontrar…
—Miró a su alrededor con expresión confundida y luego soltó—: Bueno, al
carajo.
Sin más, abrió su cartera y, tras sacar el par de anteojos más ridículo que
hubiera visto en mi vida, se los puso. Sin poder evitarlo, me reí. La mujer
estaba medio ahogada y furiosa y era hermosísima, y tenía puestos unos
anteojos gigantes de plástico rosa. ¿Cuándo había sido la última vez que me
había reído en el trabajo? Realmente, esa mujer era una caja de sorpresas.
Ella me miró con mala cara, así que me esforcé por disimular la risa e hice
de cuenta que estaba tosiendo. Luego, señalé a una de las promotoras.
—Te pido mil disculpas. Nuestra maravillosa asistente del baño de mujeres
tiene un armario lleno de suministros de tintorería y te dejará impecable
para el resto de la noche. Todo lo que consumas hoy lo invito yo, por
supuesto, y también el reemplazo de… —me interrumpí, tratando de
adivinar de qué marca era su vestido, pero ninguna de mis clientas usaba
ropa tan barata—…eso.
La mayoría de nuestros clientes eran asquerosamente ricos, pero igual les
encantaba conseguir cosas gratis. Y que les chuparan las medias. Excepto
esa mujer, al parecer.
—No necesito nada —respondió.
Pellizcó la tela mojada para separarla de su cuerpo, pero el movimiento hizo
que se le subiera el vestido y reveló un par de centímetros más de la piel
tersa de sus piernas.
—No dije que necesitaras nada —respondí, y tuve que hacer un esfuerzo
descomunal para no mirarle el escote, sobre todo considerando que no
paraba de tironearse la tela del vestido—. Es que estás… mojada.
Por algún motivo, al oírme se sonrojó más. Fernando seguía parado allí,
mirándonos con curiosidad. Yo nunca tardaba tanto en solucionar los
problemas con los clientes. Siempre sabía exactamente qué querían y cómo
dárselo. No obstante, no lograba descifrar a esa mujer. Era como una
criatura salvaje que se había colado en mi zoológico de animales mansos y
predecibles.
—Por favor —intenté nuevamente, señalando el baño de mujeres—, deja
que te ayudemos.
—No hace falta, me puedo ayudar yo sola. Además, no creo quedarme
mucho tiempo aquí.
Sacudió el pelo hacia atrás y quiso dar media vuelta y alejarse, pero, entre
el piso mojado y sus tacos altísimos, resbaló otra vez. Fui corriendo a su
lado y la tomé del brazo antes de que llegara a caerse.
Por segunda vez, me descubrí mirando fijo esos ojos hermosos, pero, esa
vez, ya no parecían confundidos y confiados. Eran brillantes y perspicaces,
y me fulminó con la mirada. Cuando me miró, sentí una presión en el
pecho, y todo quedó en silencio un momento. Y pensé en hacer más que
solo besarla. Me tomé dos segundos para admirar su belleza, sobre todo sus
pechos turgentes que asomaban por el escote de su vestido. Cuando bajé un
poco más la mirada, esos ojos azules me fulminaron. Ups.
—Al menos déjame acompañarte a tu mesa —le dije.
Esperaba que la estuvieran esperando sus amigas. No me gustaba nada la
idea de dejarla en brazos de una cita. O, peor aun, dejarla dando vueltas en
la discoteca y correr el riesgo de que algún ricachón soberbio que no la
mereciera se le acercara e intentara conquistarla.
Ella se enderezó y se alejó de mí.
—Yo puedo encontrarla sola. Me dijeron que están…
—¡Katie! ¡Ahí estás!
¿O sea que se llamaba Katie? Le quedaba bien.
Un tornado de volados blancos con un tocado de tul colisionó contra Katie
y la envolvió en un abrazo, pero, al instante, la mujer vestida de blanco se
alejó.
—¡Ay, estás empapada! ¿Qué diablos te pasó?
Observé a la manada de chicas vestidas con ropa ajustada y collares
brillantes detrás de ella y me di cuenta de que ese grupo era una de las
despedidas de soltera que teníamos agendadas para esa noche.
Específicamente, la de la novia de Scott.
—Tuvimos un problemita con la gravedad —dije secamente—. Cassie,
bienvenida a Bloom. Ojalá nos conociéramos en una situación más
agradable.
—¡James, hola! —Ella se echó a reír y abrazó a Katie—. ¿Qué le hiciste a
mi hermana? ¿Y qué te pasó a ti? Ay, Dios, miren cómo están.
Las miré a las dos y noté el parecido, aunque, en mi opinión, Katie
eclipsaba a su hermana. Cassie era la clase de mujer linda, divertida y
amigable que ya había conocido un millón de veces. Su hermana, por otro
lado, parecía… menos predecible.
Katie empezó a hablar, pero la interrumpí. Ya había perdido demasiado
tiempo con ese grupo, y necesitaba sacármelas de encima a ella y sus
caóticas amigas para poder prestarles atención a mis clientes de verdad: los
que sí encajaban allí, los que regresarían si la pasaban bien.
—Quiero asegurarme de que la pasen bien, así que el champán lo invitamos
nosotros, señoritas.
— Las voy a pasar a la suite Cielo Nocturno, que tiene un tocador privado y
un sector VIP encima de la pista de baile.
Esa suite, que por lo general estaba reservada para celebridades, me
ayudaría a que nadie más se cruzara con las mujeres… y, con suerte, a que
Katie no terminara en los brazos de otro hombre. Saqué mi teléfono y me
apresuré a avisarle al personal para que estuviera al tanto. Las mujeres
vitorearon y se acercaron más a mí.
—¡Así me gusta! —exclamó la futura novia, y me sonrió—. Muchísimas
gracias.
La única que no parecía feliz era Katie. Fruncí el ceño, fastidiado. Todos los
que estaban en Bloom siempre querían algo de mí, ya fuera una ronda de
tragos gratis, la contraseña de nuestro sistema POS o una nueva blusa de
Versace, y yo sabía cómo darles lo que querían. Entonces, ¿por qué no
lograba descifrar lo que quería ella?
Las otras mujeres se pusieron a charlar entre sí y Katie se me acercó un
poco sin despegarme la mirada.
—No hacía falta que hicieras eso. ¿Y si te regaña tu jefe?
Estuve a punto de echarme a reír otra vez. ¿No se había dado cuenta de que
yo era el dueño de la discoteca? Qué adorable… y novedoso. Por fin, una
mujer que no conocía a todos los que salían en el segmento «Sociedad» del
periódico.
—No te preocupes por el jefe. Yo me encargo.
Ella sonrió con expresión dubitativa, y me gustó más de lo que hubiera
querido
—Bueno, si tú lo dices. Me molesta haber causado tanto lío. La verdad,
estas discotecas espantosas no son lo mío para nada, pero a Cassie le
gustan, y no tengo otra opción. Deber de dama de honor.
La miré con el ceño fruncido, listo para defender el honor de Bloom, pero
Cassie la agarró del brazo.
—Tenemos que buscar unos tragos para que esta vez los tomes tú, no el
vestido. ¡Vamos! Y quítate esos anteojos. Me prometiste que ibas a venir
bien arreglada.
Katie se encorvó un poco, como si estuviera incómoda, pero se quitó los
anteojos y los guardó en su cartera. Pareció perder un poco el equilibrio
mientras su hermana la arrastraba por la discoteca Luego, se dio vuelta a
mirarme con expresión dulce; parecía más vulnerable ahora que el mundo
otra vez se había vuelto borroso para ella. Por algún motivo, sentí
muchísimas ganas de ir tras ella y decirle que se pusiera los benditos
anteojos. Era hermosa sin importar lo que tuviera puesto. ¿Por qué iba a
perderse la oportunidad de admirar la belleza que la rodeaba?
El grupito siguió a una de mis camareras a la suite, y yo también me fui.
Tenía mis propios deberes de los cuales ocuparme. Muchas veces me
acusan de ser controlador, pero no llegué hasta donde estoy quedándome
sentado sin hacer nada. Quizá mis empleados digan que soy insoportable a
mis espaldas, pero les pago extremadamente bien y, a cambio, exijo
perfección. No me parece que eso sea mucho pedir.
Por fin encontré al gerente, Ted, para ponerlo al tanto del cambio de suite.
Una de ellas —dije, señalando al grupo—chocó con Fernando, que llevaba
una bandeja con tragos, así que por favor mándales algunas toallitas
húmedas, unas botellas de soda y servilletas.
—Delo por hecho. ¿Se queda hasta el cierre hoy?
Al instante, se me vino a la cabeza Harper, y me dieron ganas de estar con
ella en casa. Sobre todo después de lo que había pasado en los últimos
meses. Pero el deber llamaba y, además, disfrutaba mi trabajo.
—Sí.
Dejé que mis ojos se posaran sobre la suite VIP. Katie estaba apoyada en la
baranda mirando hacia la pista de baile y secándose el vestido con
servilletas mientras el resto del grupo bailaba sobre las banquetas.
Disfrutaba mi trabajo, sí. Sobre todo cuando tenía una vista así.

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