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First Down (Sharks Football 1) - Leslie North
First Down (Sharks Football 1) - Leslie North
Primera Jugada
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y hechos aquí descriptos son
producto de la imaginación y se usan de forma ficcional. Cualquier semejanza con personas, vivas o
muertas, hechos o lugares reales es pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. Publicado en el Reino Unido por Relay Publishing. Queda prohibida
la reproducción o utilización de este libro y de cualquiera de sus partes sin previa autorización escrita
por parte de la editorial, excepto en el caso de citas breves dentro de una reseña literaria.
Leslie North es un seudónimo creado por Relay Publishing para proyectos de novelas románticas
escritas en colaboración por varios autores. Relay Publishing trabaja con equipos increíbles de
escritores y editores para crear las mejores historias para sus lectores.
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SINOPSIS
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Epílogo
Más tarde esa noche, mientras Angus se acomodaba para mirar una película
después de la cena, Tessa y Mark se relajaban en el sillón.
—Bueno —dijo Tessa, sentándose sobre sus piernas. Angus estaba tendido
panza abajo mirando la TV a pocos centímetros de ellos, así que no era que
esta sesión en el sillón pudiera terminar como la última… o como la noche
en el muelle—. ¿Qué es lo que te está preocupando? Escúpelo. —Durante
la cena, Angus había hablado con entusiasmo sobre su día en la escuela
mientras Mark devoraba la comida.
Mark soltó una risa débil, sin sacar la mirada de «La era de hielo» en la TV.
—No es nada.
—Estás exhausto y estresado, a pesar de haberte llenado la panza recién.
Vamos. —Le dio un golpecito con el pie.
Mark se frotó la frente.
—Las prácticas han sido una pesadilla estos últimos días. El entrenador no
me deja en paz y siento que me echan la culpa por la mala racha de los
Sharks.
Ella sintió un escalofrío al recordar el comentario insultante de la enfermera
más temprano, pero lo reprimió.
—Eso no puede ser cierto —dijo ella—. Vengo mirando tus partidos. —
Tessa señaló algunas de las jugadas más notables que él había hecho en las
últimas dos semanas, incluyendo la que había sido la «Jugada del día» en
ESPN—. Quizás el entrenador te está presionando porque quiere que seas el
mejor —concluyó ella—. Apuesto a que es más estricto con los novatos.
—Sí… sí, tienes razón —aceptó Mark finalmente, rascándose la nuca. Pero
por la forma en que su mirada se volvió a desviar, Tessa supo que no había
logrado tranquilizarlo.
—Pero… —apuntó ella cuando los sentimientos contenidos de él se
hicieron demasiado grandes como para ser ignorados.
Él volvió a suspirar.
—El entrenador es solo una parte del problema. No sé si encajo con los
integrantes del equipo, ¿sabes? —Se pellizcó un ojo y volvió a mirarla—.
No me malinterpretes, hasta ahora tengo dos grandes amigos, pero hay
algunos compañeros que… —Mark se interrumpió y sacudió la cabeza—.
Intento ser útil y apoyarlos, pero siento que soy un estorbo.
Sin dudas, Tessa podía identificarse con esos problemas con sus colegas.
Pero ahora no era el momento de echar más leña al fuego.
—Bueno, ¿cómo intentas ayudarlos?
—Casi de la misma forma en que lo hacía cuando era capitán del equipo en
la universidad —dijo Mark—: dando consejos, sugiriendo más
entrenamiento. Cosas por el estilo.
—Mmm. Bueno, quizás en lugar de dar consejos deberías pedirlos, ¿no? A
la gente le encanta eso.
Mark se animó un poco, más de lo que había estado desde que había
llegado.
—Sí, es una buena idea.
—Demuéstrales que colaboras con el equipo. Pero más allá de eso, estoy
segura de que son solo los típicos dolores del crecimiento. Te estás
acostumbrando a un equipo nuevo, tienes una posición nueva y estás
aprendiendo reglas nuevas. —Cuando Mark se mostró aliviado, ella se
aseguró de que Angus estuviese mirando la película antes de besarlo
rápidamente en la mejilla—. Lo estás haciendo muy bien.
Se le hizo un hoyuelo en la mejilla al pasar el brazo por sus hombros y
acercarla hacia él. Ella se acurrucó y disfrutó de tener esa calidez y firmeza
a su lado. Pero el corazón de ella no dejaba de latir al pensar en lo que había
ocurrido en la escuela. Solo que ahora no era el momento de decírselo.
¿Cómo podría hacerlo? Lo último que él necesitaba era enterarse de que el
trabajo de ella también estaba causando problemas.
Miraron la película juntos, abrazados como en los viejos tiempos. Cuando
finalmente Angus miró hacia atrás, su rostro se iluminó al verlos.
—Mamá —dijo suavemente al tiempo que se sentaba—. ¿Tú y Mark se van
a casar?
Ella se rio, aunque la inocente pregunta la puso en un aprieto.
—Solo estamos mirando la película contigo, amor.
Angus entrecerró los ojos y volvió a mirar la película de mala gana. Ella
miró a Mark, que le sonreía cálidamente.
Sin embargo, ella podía jurar que había algo más en su mirada, y veía sus
propias inseguridades reflejadas en los ojos de él. Una cosa era que Mark se
acercara a Angus, pero ¿qué pasaría cuando Angus se hiciera la idea de que
ellos dos estarían juntos para siempre?
Ella solo había pensado en no interferir cuando Mark y su hijo se estuvieran
conociendo. No se había dado cuenta de que la cercanía entre ellos podía
hacer que Angus tuviera la esperanza de tener una familia de tres.
¿Y qué ocurriría si volvían a estar juntos y no se casaban? ¿Qué pasaría
entonces? ¿Eso mortificaría a Angus?
Las preguntas la invadían, agotándola luego del largo día de dudas y
humillación. Así que en vez de intentar encontrar una solución, apoyó la
cabeza en el hombro de Mark y se quedó dormida.
Resolvería las cosas otro día.
CAPÍTULO DIEZ
D os días más tarde, Tessa sentía que estaba a punto de colapsar en una
boutique de lujo.
Los precios eran inhumanos, pero su compañera de compras, Anita, parecía
impávida. Además, tenían en sus manos unas copas de vino blanco que
Anita insistía que las ayudarían a tomar una decisión.
—Ooh, pruébate este también —murmuró Anita, y sacó un vestido rojo
reluciente del perchero y se lo colgó en el brazo. Esa salida a la boutique
había sido idea de Mark, y Anita se había sumado con entusiasmo. Tessa
parecía ser la única que tenía reparos en gastar tanto dinero en un vestido
que solo usaría una vez.
—Nita —empezó a decir Tessa mirando con preocupación la pila de
vestidos que se acumulaban en el brazo de su vieja amiga—. Creo que ya
tenemos bastantes opciones. Iré a probármelos.
—Tenemos que encontrar el vestido —insistió Anita, sin sacar los ojos del
siguiente perchero. Una vendedora merodeaba cerca de ellas y ya les había
dado su opinión varias veces al ser consultada por Anita acerca de la
complexión de Tessa y la combinación de telas distintas.
—Tampoco es que me esté por casar —dijo Tessa.
Anita le sonrió irónicamente por encima del hombro.
—Tienes razón. Pero te puedo asegurar que la búsqueda de ese vestido nos
va a llevar más tiempo.
Tessa no pudo evitar reírse. A decir verdad, arreglarse no era lo que le
molestaba. Era estrictamente el precio. Ella sabía que Mark ganaba bien —
muy bien— pero eso no quería decir que tuviera que ser frívolo. Ya había
comprado tres autos, se había mudado a una casa costosa con una piscina
olímpica y había ayudado a Anita a financiar una casa. Tessa no podía
evitar preocuparse por el futuro y las finanzas de Mark. Sin dudas que el
influjo repentino de dinero era genial, ¿pero cuánto duraría? ¿Y qué haría él
cuando esa fortuna se agotara?
—Está bien, tenemos suficientes. Es hora de lucirlos. —Anita le dedicó una
pícara sonrisa y las dos se acercaron a la vendedora, que las guio a un
exuberante vestidor alfombrado. La vendedora las ayudó a colgar los
vestidos en tres colgadores y luego se retiró, dejando a Tessa dentro de un
cubículo con cortinas y a Anita afuera recostándose en una silla mullida.
—¡Estoy ansiosa por el espectáculo de moda! —dijo Anita con voz
cantarina.
Tessa se rio y empezó a desvestirse.
—Igual sabes que voy a elegir el más barato, ¿no?
—Yo seré quien decida —respondió Anita—. Mark me dio instrucciones
precisas y no puedo desobedecer a mi hermano mayor.
Tessa se acaloró ante esa revelación.
—¿Ah, sí? —Tessa se miró en el espejo luego de desvestirse y quedar en
ropa interior. Se mordisqueó el labio, apreciando su reflejo… ¿Quizás a
Mark también le gustaría? Buscó su teléfono y tomó una foto sensual de su
trasero en el espejo.
—Ey, quiere que estés hermosa a su lado. Mi hermano nunca se enamoró de
nadie excepto de ti, y está listo para mostrarse contigo frente al mundo.
Las palabras de Anita la alentaron. Sinceramente, Tessa quería lo mismo. El
revuelo de estar cerca de la familia de Mark otra vez y que todos acogieran
a Angus plenamente eran hechos que la hacían sentir mareada, casi
borracha. Como si esta fuese la realidad con la que siempre había soñado,
pero había temido anhelar. Como si inconscientemente hubiera temido que
sus errores del pasado pudieran haber impedido que ellos aceptaran a
Angus. Pero ahora que todo estaba cobrando forma, se sentía más preparada
para avanzar con Mark. Y esa fiesta simbolizaba el próximo paso.
Tessa envió su foto semidesnuda antes de probarse el primer vestido. Era de
color azul rey con escote redondo, y se amoldaba a su figura a la
perfección. Cuando abrió la cortina, Anita dio un grito ahogado.
—¡Vaya, tiene que ser ese! —dijo con entusiasmo.
Tessa se rio.
—¡Pero ni siquiera me probé los otros! Además, no miré el precio.
—Bueno, como mínimo es un firme candidato.
Tessa se miró en el espejo de su vestidor, volteándose de un lado a otro.
—¿Tú crees? Parece un poco… no sé… atrevido.
—¿Cómo atrevido? Es elegante pero sensual al mismo tiempo.
Tessa frunció el entrecejo y miró a Anita.
—¿Pero no es demasiado? En el fondo solo soy una chica pueblerina,
Anita. Este evento de caridad de gente famosa está muy lejos de mi zona de
confort. No quiero lucir… rara. Como si me estuviese esforzando
demasiado, o aún peor.
Anita inclinó la cabeza.
—Créeme, no luces «rara». Ni siquiera es demasiado. Pero hay un montón
de vestidos para que te pruebes. ¿Qué gracia tiene si no te sientes linda con
tu vestido? Te tiene que hacer sentir bien.
Tessa asintió, mirándose a sí misma.
—Lo cierto es que me quiero sentir bien. Pero también me quiero asegurar
de reflejar bien mi vida. Esta es mi oportunidad de recomponer mi imagen
en el trabajo. No quiero que me vean y confirmen sus sospechas de que soy
una cazafortunas o una mujer fácil.
Anita tiró la cabeza para atrás y empezó a reírse.
—Perdón, ¿que qué? ¿Una cazafortunas? ¿Fácil? La opinión de los que te
ven como una cazafortunas no importa. Ahora métete ahí adentro y
pruébate el siguiente.
Tessa se probó siete vestidos más, relajándose un poco más con cada uno.
Con uno se sintió como una coctelera de martinis, mientras que otro era tan
escotado que tuvo que tomarse una nueva para enviarle a Mark. Cuando
encendió su teléfono, halló una larga cadena de mensajes en respuesta a su
foto semidesnuda.
«INCREÍBLE. Esas piernas interminables. Me estás matando, y el avión
está a punto de rodar por la pista. No nos veremos por tres días, no es
justo».
Ella sonrió y le envió la última foto. El último partido de pretemporada era
en Phoenix y aquél era el día en que viajaba el equipo, lo que significaba
que Angus tendría una semana entera con sus abuelos mientras Tessa
gastaba el dinero que Mark había ganado con tanto esfuerzo. Toda la idea la
hacía sentir aturdida. Esto era lo que Mark realmente había querido para él
y su familia, él siempre había soñado con ser su soporte económico.
Pero el aturdimiento venía acompañado de cautela… ¿Qué ocurriría en el
largo plazo? Era una pregunta que Tessa no podía quitarse de encima a
medida que pasaba el tiempo.
Mark respondió a la foto de su trasero casi inmediatamente.
«Diablos… me estás hacienda más difícil el vuelo. Cuando vuelva te voy a
comer viva».
Sintió que la inundaba el deseo. Quería eso más de lo que podía admitir. Su
propio deseo de ir despacio se estaba tornando difícil de cumplir, sobre todo
porque Mark era la viva personificación del deportista bronceado y
musculoso. La podía dejar sin aliento con solo sonreírle, y ella había
reproducido en su cabeza la noche en el muelle demasiadas veces desde que
había ocurrido. Y cada vez que lo hacía, terminaba con su propia mano en
sus bragas, imaginándose el calor de su cuerpo contra el de ella mientras se
frotaba hasta llegar al orgasmo.
—Vamos, veamos uno más —dijo Anita, colgando otro vestido en el
vestidor—. Eché un último vistazo y creo que este está hecho para ti.
—Está bien, si tú lo dices —dijo Tessa.
Se probó cuidadosamente un vestido verde esmeralda. Era largo; sobrio
pero elegante. Hacía frufrú cuando ella se giraba, y realmente le quedaba
como si lo hubieran hecho para ella. Cuando Tessa abrió la cortina, Anita
dio un grito ahogado.
—Este sí es el indicado —declaró.
—Yo también lo creo —dijo Tessa, cambiando de posición en el espejo. Ya
sabía con qué zapatos lo combinaría, algo que ya tenía, así que era un gasto
menos. Anita se le acercó y miró la etiqueta.
—Y tienes suerte —dijo Anita—. Es uno de los más baratos.
—Parece que lo encontramos —dijo Tessa, sonriéndole a Anita con
emoción—. Gracias a ti. Creo que me hubiese ido llorando de aquí si no
hubieses venido a ayudarme.
—Nací para hacer esto —dijo Anita, y le dio un cálido abrazo—. Me
encanta que volvamos a estar en contacto. Espero que no desaparezcas
ahora que todo salió a la luz.
—No lo haré —dijo Tessa, secándose una lágrima—. Lo prometo. Estoy tan
agradecida de que tú y tu familia puedan recibirme. Siempre te consideré
como una hermana, eso nunca cambió.
Anita sonrió y le apretó los brazos.
—Y con suerte algún día lo seré, ¿no?
Tessa se rio y le dio un golpe en el brazo.
—No nos adelantemos.
—¿Adelantarnos? —reclamó Anita—. Ustedes dos son inseparables desde
el séptimo grado. Me parece que en realidad están atrasados.
Las dos hablaron y se rieron juntas mientras Tessa se cambiaba y juntaba
sus cosas para irse. Cuando llegó el momento de pagar, Anita buscó la
tarjeta de crédito de Mark y se la entregó a la vendedora alegremente.
—Lo disfrutas demasiado —bromeó Tessa.
—Que no quepa duda —dijo Anita con una sonrisa diabólica.
Tessa observó cómo la vendedora registraba el vestido, cuyo precio
superaba los mil dólares, sintiéndose como si estuviera en un sueño.
Todo estaba cambiando muy rápidamente. Angus ya era parte de las dos
familias. Estaban construyendo una nueva normalidad, al tiempo que
restablecían algunas viejas reglas. Todo parecía excitante y estremecedor,
casi como un cuento de hadas.
Pero cuando la vendedora guardó el vestido satinado en una bolsa plateada,
la mente de Tessa deambuló más allá. Era estremecedor y al mismo tiempo
aterrador. Este nuevo cuento de hadas significaba más fiestas, más eventos
de alfombra roja, más rumores…
Si Mark se hacía famoso y participaba de ese estilo de vida opulento,
entonces ella también lo haría.
¿Y cuál era el mayor problema de los cuentos de hadas? Que no eran reales.
Y la vida ya le había enseñado eso.
CAPÍTULO DOCE
Más tarde esa misma noche, luego de haber llorado largamente en la ducha
y haberse tomado una enorme copa de vino blanco, Tessa le abrió la puerta
a Mark, que aún tenía el cabello húmedo de la ducha después de la práctica.
Angus gritó de entusiasmo y corrió hacia él, y aunque Mark lo cargó en su
espalda saludándolo alegremente, ella podía ver la ansiedad en su mirada.
—¿Cómo estuvo la escuela hoy? —preguntó Mark mientras cargaba a
Angus hacia la cocina.
Angus empezó a recitar de un tirón mil cosas distintas que había disfrutado
de su clase de jardín de infantes ese día. Mark se acercó a Tessa, que estaba
apoyada contra la mesada, y la besó en la mejilla.
—No necesito hacerte la misma pregunta —dijo suavemente.
—Por favor, no —dijo ella, esbozando una pequeña sonrisa.
Mark bajó a Angus al suelo y le alborotó el cabello.
—¿Estás listo para la cena? —Miró alrededor de la cocina y luego a Tessa
—. ¿Qué les parece pizza?
—¡Pizza, pizza! —empezó a corear Angus bailando por el pasillo en busca
de sus juguetes en el cuarto del frente.
—Es una gran idea, porque no creo que pueda cocinar ahora—dijo Tessa—.
Y lamentablemente tendrás que llamar tú.
Fue a buscar la botella de vino que estaba en la mesada y se sirvió una
segunda copa. Ni siquiera eran las seis de la tarde y ya casi se había tomado
media botella. Qué desastre.
Mark la observó con cautela.
—Oye, no ahogues tus penas en alcohol.
—Creo que me lo merezco. —Le dio un sorbo al Chardonnay—. Al fin y al
cabo, toda internet me vio en ropa interior.
—Pero internet olvida rápidamente. Apuesto a que la mitad de la gente que
vio la foto ya se la olvidó.
Ella resopló y dejó la copa.
—Pero mis compañeros de trabajo no se olvidarán, la Comisión Directiva
no se olvidará y los padres de los niños a los que enseño no se olvidarán.
Mark hizo un gesto y se acercó a ella para fundirla en su abrazo. Su calidez
y solidez hizo que Tessa volviera a llenarse de lágrimas, y poco después
comenzara a sollozar en su pecho.
—Oye, va a estar todo bien… —murmuró él.
—Todavía no te conté sobre la reunión que tuve con el director de la
escuela —dijo ella, mirando hacia arriba—. Mark, tengo miedo.
Prácticamente me dijo que mi trabajo está en peligro.
—Él no entiende lo que sucedió. Se infiltraron en mi teléfono. Esto no es
culpa tuya.
—Pero es una mala imagen para mi trayectoria —dijo ella, lagrimeando—.
Porque yo fui quien te envió esa foto en primer lugar. Habla mal de mi
persona.
—¿Tu persona? No están a la altura para hablar de tu persona. Esta gente no
tiene idea de todo el esfuerzo que has hecho y de lo que has superado para
llegar donde estás —dijo él—. Eres una maestra increíble. Te contrataron
por una buena razón, y sería una locura que te despidieran por una estúpida
foto.
Tessa permanecía en silencio, meditando sus palabras. Realmente quería
que la versión de Mark fuese la definitiva, y que su mente pudiese
integrarla como la verdad absoluta. Pero era muy difícil.
—En mi opinión, el director es un bravucón —continuó Mark—. Te está
intimidando para demostrar quién es el jefe. Después de todo, tú eres la que
tiene la aptitud. Él te necesita. No te va a despedir.
Las lágrimas se le estaban secando. Se tocó suavemente las comisuras de
los ojos. Le gustaba escucharlo decir todo eso, pero una parte de ella
despotricaba en contra de él, le susurraba que él no estaba tomando sus
preocupaciones seriamente. No podía ser algo tan claro y simple. Hoy en
día, los padres eran quienes tenían la última palabra en la trayectoria de una
maestra, especialmente en el sistema de educación privada. Esto era
prácticamente un estigma que tenía que soportar, y nada menos que al inicio
de su carrera.
Pero ahondar en todo esto ahora parecía innecesario. Además, Mark la
apoyaba. ¿Acaso eso no era suficiente?
—¿La prensa siempre es tan carroñera? —preguntó ella finalmente, cuando
recuperó la voz.
—Bueno, sí. Pero cuando están encima de ti significa que te está yendo bien
—dijo él—. Sería peor si se olvidaran de ti.
Tessa frunció el entrecejo, y Mark se apresuró a agregar:
—Pero no te preocupes. Me aseguraré de que sepan que estás fuera de sus
límites, igual que Angus.
A Tessa le vinieron a la mente un montón de réplicas: «¿Pero qué pasa
cuando no cumplen con los límites? A los hackers no les importa. ¿Y qué
va a pasar cuando Angus sea el próximo?», pero estaba demasiado cansada
para seguir discutiendo el tema. Lo había estado analizando un millón de
veces durante todo el día. Ahora necesitaba cenar e irse a dormir.
Sin embargo, estaba segura de una cosa: ella y Mark ya no vivían en el
mismo mundo. No era solo por la exposición. Era porque él vivía en una
fantasía económica en la que ella no podía confiar totalmente. Y, una vez
más, tenía que ser capaz de confiar en sí misma. Si la despedían, eso no
solo afectaba su vida diaria y la de Angus, sino también su educación.
Perdería la matrícula escolar. Mark no se daba cuenta de que aquí había
muchas más cosas en riesgo.
Y aunque ellos habían sido inseparables durante la infancia y ahora
compartían un hijo hermoso, ella se cuestionaba si valía la pena pagar el
precio por la carrera de él. Y ella nunca le pediría que la dejara.
Pero eso no quería decir que ella tuviera que seguirlo.
CAPÍTULO QUINCE
Mark sabía que tenía que darle espacio a Tessa esa noche, pero igual le
envió varios mensajes. Cuando a la mañana siguiente le dijo que se sentía
mejor, Mark supo que esa era su oportunidad.
«Hoy es mi día libre. ¿Por qué no vamos al parque o a algún otro lugar
después de la escuela?».
Tessa finalmente respondió en el descanso para almorzar.
«Me parece una buena idea. ¿Quieres que nos encontremos en Liberty Park
a las 15:30? Angus va a estar muy contento».
Mark mató el tiempo con tareas domésticas que había estado aplazando,
más que nada desde que su familia se había marchado la semana anterior.
Se había acostumbrado a la manera en que su madre mantenía todo de
forma inmaculada y la cocina siempre olía bien. Ella era muy difícil de
igualar, y con todo el tiempo que él pasaba en el campo de entrenamiento o
viajando a los partidos, apenas podía preparar una comida casera. Sin
embargo, para cuando se hicieron las 3 de la tarde, el refrigerador estaba
lleno de comida para toda la semana, y se sentía ligeramente mejor por
haber golpeado a Pete en la cara, aunque eso lo hubiera puesto en el banco.
Mark se dirigió a Liberty Park más alegre de lo que había estado
últimamente. Al fin iba a ver a Tessa y Angus. No todo en su vida estaba
resuelto, pero se estaba acercando. Solo necesitaba a su chica y su hijo en
su vida… y al fútbol. Eso era todo.
Estaba haciendo flexiones de brazos en el pasamanos cuando escuchó el
chillido de alegría de Angus, que cruzó corriendo el parque con toda su
energía hasta llegar a las virutas de madera del área de juegos. Mark soltó
las barras y levantó a su hijo en un abrazo enorme.
—¡Papi, papi, te extrañé! —Angus sonrió al tiempo que Mark lo levantaba
en brazos sin ningún esfuerzo. Se dirigió hacia Tessa, que se había quedado
atrás sonriéndole tímidamente.
—Yo también te extrañé, muchacho —dijo Mark, alborotándole el cabello a
su hijo, e hizo un gesto hacia Tessa—. A ti también, enfermita.
Ella se rio por la nariz.
—Gracias.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Pero esa gripe duró bastante, cielos. —Se sentó en un banco cercano y
Mark bajó a Angus, que corrió hacia los aparatos de gimnasia. Mark se
sentó al lado de Tessa.
—No sé por qué no me dejaste que te cuidara —dijo él, dándole un codazo.
Ella entornó los ojos hacia el área de juegos y él se dio cuenta de que algo
andaba mal.
—Estabas en un partido de visitante, tonto —dijo ella.
—Sí, pero pude haberlo hecho ayer, cuando regresé.
Ella sacudió la cabeza.
—Está bien, yo me encargué.
Esas palabras por sí solas le decían que algo no estaba bien.
—¿Cómo estuvo el trabajo hoy?
Ella soltó un largo suspiro.
—Estuvo bien. Creo. No sabría decirte. —Empezó a mordisquearse el labio
—. Siento que haga lo que haga va a estar mal, ¿sabes? —Lo miró a los
ojos con los suyos llenos de duda—. Todos me tratan bien en persona. Pero
luego doblo una esquina y encuentro a un grupo de maestros hablando y de
repente dejan de hacerlo cuando me ven. —Sacudió la cabeza y su mirada
regresó al área de juegos—. Ahora siento que mi presencia es totalmente
indeseable.
—Nena. —Él se rio suavemente y se giró hacia ella—. No eres indeseable.
Te lo dije, te contrataron por una buena razón. Y además, siempre eres
bienvenida a donde sea que yo esté.
Su declaración de lealtad no hizo mucho para cambiar el humor de Tessa.
—Solo me pregunto qué hice mal.
—No hiciste nada mal. Eres una víctima de acoso. Y hablando de eso,
descubrí quién es el culpable.
Ella se volteó hacia él, sorprendida.
—¿En serio?
—Es nuestro pateador, Pete. —Mark sacudió la cabeza, sintiendo que otra
vez lo invadía la furia—. No podía creerlo. Maxwell escuchó a Pete
hablando de eso con otros compañeros. Exploté y lo golpeé en la cara.
Tessa dio un grito ahogado con un gesto de preocupación.
—¿Estás bien? ¿Él está bien?
—Bueno… nos mandaron a los dos al banco. —Mark se miró los nudillos.
Solo un pequeño corte revelaba el puñetazo a Pete, con la fuerza suficiente
como para clasificar a una pelea de la MMA—. Tendré que pagar una
multa, pero valió la pena.
Tessa se endureció y giró lentamente hacia él.
—Un momento, ¿qué quieres decir con que los mandaron al banco y que
tienes que pagar una multa?
—Es lo que pasa con cosas internas así. Me pierdo el próximo partido y…
—Mark. —Había un matiz severo en su voz, que lo hizo girarse para
mirarla—. ¿Por qué lo hiciste?
—Estaba enojado —dijo él—. No podía creer que él lo hubiese hecho. ¿Y
por qué? Lo voy a averiguar.
—¿Pero… pero vas a…? —balbuceó ella, con las mejillas enrojecidas—.
¿Vas a perder dinero y tiempo de juego solo porque querías pegarle a un
tipo? Lo que hizo fue horrible, ¿pero no hay una manera mejor de
manejarlo?
—Nena, se lo merecía —dijo Mark.
—Créeme, lo sé. Pero esta es tu carrera. Ahora eres un jugador de fútbol
profesional…
—Ya sé. Pero eso no quiere decir que no vaya a afrontar los problemas.
—¿¡Pegándole a un tipo!?
Mark resopló.
—Eso es solo el comienzo. A partir de aquí, hay otras opciones. Estuve
investigando, y puedes presentar cargos si quieres. Podemos conseguir un
abogado y demandarlo.
Ella sacudió la cabeza.
—No quiero más repercusiones. Cualquier cosa que pueda aparecer
potencialmente en las noticias o en la prensa amarilla está fuera de las
posibilidades. Y se terminó el asunto.
Angus empezó a llamarlos, sentado en la cima de un tobogán, saludándolos
para llamar su atención.
Tessa entrecerró los ojos por el sol y lo saludó con una sonrisa.
—¡Hola, hijo! —le gritó. Mark también lo saludó, y luego se quedaron
sumidos en un tenso silencio. Mark no sabía qué decir.
En cambio, Tessa le sonrió.
—Se está divirtiendo mucho. Deberíamos hacerlo todos los martes.
Esa parecía una buena señal, bloquear su calendario de días libres. Pero se
preguntó por qué no había más actividades en ese plan semanal.
—Por supuesto. ¿Quieren venir a mi casa esta noche a cenar y mirar una
película?
Tessa suspiró y desvió la mirada.
—No sé, Mark, tengo que trabajar en la lección de mañana.
Ay. Ese fue un golpe inesperado, directo al estómago. Sentía que no la había
visto en mucho tiempo y ella parecía dispuesta a seguir así.
—Lo siento —continuó ella, como si leyera sus pensamientos—. Esto no
tiene que ver contigo. Es conmigo. Mi situación laboral me tiene muy
desanimada. Todavía estoy tratando de resolver cómo encargarme de todo
eso, y por si fuera poco me enfermé de gripe…
Mark frunció el entrecejo y se estiró para apretarle el hombro. No había
pensado en todo lo que ella estaba cargando.
—Está bien, no te preocupes. Estás haciendo un excelente trabajo con todo.
Tessa asintió, un poco aliviada. Aunque la duda lo fastidiaba, Mark se
repitió a sí mismo la realidad optimista que quería ver: «Nos tenemos el uno
al otro. Todo se solucionará pronto».
CAPÍTULO DIECISIETE
Más tarde esa noche, ella y Mark disfrutaron una cena grasienta y deliciosa
en un restaurante local de los años 50. Entre el estilo, la música y la buena
comida, Tessa logró relajarse un poco. Mark había pagado la cuenta y se
estaban yendo de la relativa comodidad de los asientos de vinílico rojo
cuando Tessa sintió que unos ojos los seguían.
«Deja de ser tan paranoica. A nadie le importa que estés aquí», pensó.
Iba de la mano de Mark, siguiendo su contoneo atlético por el restaurante
con piso de azulejos blancos y negro hacia la puerta del frente. En cuanto
esta se cerró detrás de ella, escuchó unos pasos rápidos que se les
acercaban.
—¡Mark Coleridge y Tessa! —gritó un hombre desconocido que corría
hacia ellos y les apuntaba con una cámara. Otra persona lo seguía, y Mark
le apretó la mano a Tessa.
—Vamos, nena —murmuró, yendo con prisa hacia el auto.
—¡Solo tengo unas preguntas...! —gritó uno de los hombres.
—Tessa, ¿has pensado en hacer modelaje? —preguntó el otro.
Tessa solo podía mostrar su incredulidad ante aquellos dos hombres que les
tomaban fotos desvergonzadamente. Mark la ayudó a subirse al auto y
luego se apresuró hacia el lado del conductor. El motor se encendió con un
rugido. Ninguno de los dos habló mientras Mark se apresuraba a salir del
estacionamiento. Enseguida, los paparazzi se convirtieron en puntitos
distantes en el espejo retrovisor y al fin Tessa respiró luego de lo que había
sentido como una eternidad.
—¿Qué diablos fue eso? —preguntó ella.
Mark revisaba el espejo retrovisor compulsivamente mientras conducía.
—No lo sé. No entiendo cómo sabían que estábamos allí.
Tessa pestañeó, mirando por la ventana sin ver realmente lo que los
rodeaba.
—Alguien los tiene que haber llamado para alertarlos.
Él sacudió la cabeza sin parar de flexionar la mandíbula.
—Realmente ridículo.
—Bueno, esto es genial —murmuró Tessa—. Ahora definitivamente me
van a despedir.
Mark arrugó la frente.
—¿Por qué te despedirían por salir a comer?
Ella suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Hoy el director de la escuela me volvió a llamar al orden. Fue muy
extraño. No me daba cuenta de si estaba en problemas o si él realmente
estaba intentando ayudarme. Pero me dijo que tenía que pensar en mis
prioridades y prácticamente me insinuó que no puedo ser una docente
efectiva y la novia de un jugador de fútbol al mismo tiempo.
Mark se rio, incrédulo.
—¿Es una broma?
—No lo entiendo —dijo ella tristemente, hiriéndose la cutícula—. Los
niños me adoran, él mismo lo dijo.
—Ey, eres una maestra increíble. Los niños te adoran, y, por eso, los padres
también te deben adorar. ¿Qué más quieren?
—Bueno, aparentemente se han quejado de mí, así que no me deben adorar
—dijo ella—. Eso es bastante grave.
—Siempre habrá gente a la que no le agrades, o a la que no le guste lo que
haces —dijo él, con ese tono de «no te preocupes, todo va a estar bien» que
le resultaba irritante, aunque supiera que solo intentaba ayudar.
—Es que tengo miedo —admitió finalmente—. Tengo miedo de perder mi
trabajo. Perdería mis ingresos, y Angus perdería la matrícula. Creo que es
hora de que empiece a buscar otro trabajo.
Mark resopló.
—Eeh, ¡hola! Yo tengo dinero. Mucho dinero. No tienes que preocuparte
por perder tu trabajo. Estoy contigo si lo necesitas.
Ella apretó los ojos. Todas las frustraciones que había estado sintiendo en
las últimas semanas estaban saliendo a la luz, generando una mezcla
aterradora que ni ella había anticipado.
—Te lo agradezco. Pero no puedo contar con eso a largo plazo. Me tengo
que asegurar de que siempre pueda mantener a Angus. Porque quizás, algún
día, sea lo único que tengamos para apoyarnos.
Mark permaneció en silencio por varios minutos, lo que solo hizo que Tessa
se pusiera aún más nerviosa.
—¿Qué intentas decir, Tessa?
—Digo que el ingreso por el fútbol no es algo por lo que podamos apostar
nuestro futuro. Una lesión, una mala temporada, un castigo más del
entrenador porque ocurre otra cosa, todo puede desaparecer. ¿No te das
cuenta? La carrera en la NFL se puede terminar para siempre después de
esta temporada. Incluso después del próximo partido. No lo sabemos.
Mark se mojó los labios y miró hacia adelante con los ojos apagados.
—Mira, agradezco tu optimismo —continuó diciendo ella—. Me encanta lo
comprensivo que eres y que quieras compartir toda tu fortuna. Pero mi
trabajo no es una broma, y no es menos importante solo porque ahora
juegues en la NFL.
Mark resopló.
—¿De verdad crees que pienso que mi trabajo es más importante que el
tuyo? —le preguntó.
Tessa tragó con fuerza, jugueteando con el cinturón de seguridad.
—No. No es eso lo que quise decir. Solo quiero que entiendas que haber
alcanzado este gran éxito no es el final del camino.
—¿Crees que no lo sé?
—Bueno, ¿qué pasa si te quedas sin trabajo?
Mark balbuceó.
—No lo sé, pero seguiré siendo el padre de Angus. No me iré a ningún
lado. Mi familia no se irá a ningún lado. Pensaremos en algo. Estaremos
bien. En el peor de los casos, si él no se puede quedar en esa escuela
privada, aún tendrá una buena vida. Míranos a nosotros, nos está yendo
muy bien. Nos graduamos en aquella ciudad de porquería.
—Sí, y fuimos de los que tuvieron suerte —murmuró, mientras observaba a
Mark tomar la calle que llevaba a su casa—. Muchos de nuestros
compañeros de clase no sobrevivieron a los tiempos difíciles. Estarán
atrapados en el círculo de la pobreza. ¿Allí volverás si no tienes éxito en la
NFL? ¿Cuál es tu plan B?
Mark suspiró secamente.
—Tienes razón, no tengo un plan B.
Un tenso silencio inundó el auto, y ella se concentró en mirar pasar el
paisaje difuminado que serpenteaba su vecindario. No estaba segura de si
quería llorar o desplomarse en sus brazos, o quizás ambos.
Mark dio suspiró profundamente al parar en la entrada. Estacionó el auto y
se giró hacia ella con una mirada indescifrable.
—Entonces, ¿eso dónde nos deja? —preguntó él.
Esa pregunta hacía difícil sostenerle la mirada, porque la verdad la
consumía, le imploraba que tomara una decisión que había estado evitando
todo este tiempo.
Ella se había esforzado mucho por su carrera y por el futuro de Angus como
para verse envuelta en algo que terminara siendo un retroceso. Aunque
viniese de la mano de su gran —y único— amor, lo primordial era que ella
y Angus lograran tener constancia y estabilidad. Todo lo demás era
secundario.
—Creo que tenemos que tomarnos un tiempo —dijo ella en voz tan baja
que ni siquiera estaba segura de haberlo dicho. Las palabras en sí estaban
mezcladas con incertidumbre, porque tomarse un tiempo de su mejor amigo
parecía claramente insensato. Pero tenía que aclarar su cabeza. Si cada
salida iba a significar que alguien de los medios le sugiriera posar en un
calendario de desnudos… ¿cómo podía tener la conciencia tranquila?
—¿Lo dices en serio? —preguntó Mark, con voz apagada.
—Ninguno de los dos tiene un plan B —dijo ella, y finalmente se atrevió a
mirarlo a los ojos para que él se diera cuenta de que hablaba en serio—. Y
yo necesito tiempo para pensar.
Él apoyó la cabeza contra el asiento y miró hacia la puerta cerrada del
garaje.
—¿Estás terminando conmigo?
Los ojos de Tessa se llenaron de lágrimas. Escucharlo decir esas palabras
parecía más serio de lo que ella había previsto. Y no estaba segura de poder
llevarlo a cabo.
—No lo sé —susurró ella—. Pero sé que te amo.
Tessa tomó su bolso y salió del auto antes de que pudiera cambiar de
opinión.
CAPÍTULO DIECIOCHO
U nas semanas después de que Tessa le dijera al único hombre que había
amado que diera un paso al costado, estaba haciendo las cosas por
inercia e intentaba recordarse de qué era que se trataba todo eso.
Su vida laboral se había transformado en una serie de interacciones falsas y
sonrisas forzadas bastante tolerable. Sus alumnos eran lo único rescatable, y
se descubrió maldiciendo mentalmente cada vez que tenía que interactuar
con los otros maestros.
Pero estaba dando todo de sí. Lo mejor, sin distracciones, el cien por ciento.
Si a esa altura Robert no lo notaba ni lo valoraba, entonces ella no tenía
otras opciones. Podía concluir que lo mejor de ella no era ni siquiera bueno.
Y, en cierta forma, ese día iba a celebrar a través de sus alumnos. Porque
necesitaba sentir que había una luz al final del túnel. Les había dado una
sorpresa al llevar todo tipo de materiales divertidos para hacer máscaras.
Lentejuelas, cola vinílica con brillantina, plumas… tenían de todo a su
disposición. Los niños habían chillado de alegría cuando ella reveló su plan,
y todos trabajaron durante una hora entera, haciendo sus propias máscaras
con tanta felicidad y creatividad que casi la hicieron emocionarse.
Una vez que los niños fueron dirigidos hacia la cafetería y Tessa se recluyó
en su salón para disfrutar de su almuerzo, una de las recepcionistas pasó por
su oficina.
—Hola, Robert quiere verte.
Tessa la observó sin pestañear.
—¿Qué? ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—No me lo dijo. Pero está esperando por ti, si tienes un momento.
Tessa miró al delicioso sándwich que estaba por comer y asintió.
—Claro. —Lo dejó allí sonriendo tristemente, y luego siguió a la
recepcionista a la oficina de Robert. Cuando entró a su oficina por tercera
vez en el último mes, no se imaginaba que fuese a concluir de forma
diferente a las veces anteriores. No, ese lugar había extinguido su
optimismo por el trabajo completamente, había acabado con todo su
entusiasmo por el futuro.
Su situación pendía de un hilo, y ella solo quería evitar que la despidieran.
«¿Esto era lo que te habías imaginado desde la secundaria?», se preguntó.
—Tessa. Espero que no estés ocupada —dijo Robert, reacomodando unos
documentos en su escritorio.
—No, no. Estaba por almorzar. —Como a propósito, su estómago empezó a
hacer ruido—. ¿Qué ocurre?
—Surgió algo que quisiera tratar —dijo él, aclarándose la garganta. Se
recostó en la silla, asumiendo su típica posición relajada y autoritaria—.
Hemos tenido una serie de quejas por ruidos molestos de tu salón.
Tessa no pudo disimular su asombro. Quejas por ruidos molestos. Eso sí
que era algo nuevo.
—Ah. Bueno, sorprendí a mis alumnos con una actividad artística. Se
entusiasmaron mucho y, sí, hicieron bastante ruido. Pero se calmaron
rápidamente y todos quedaron absortos pegando y coloreando.
—No me refiero únicamente a hoy. —Sintió su mirada intensa y fatídica
sobre ella—. Es sobre tu enfoque pedagógico en general. Te has estado
apartando del plan de estudios. Permites que los niños anden deambulando.
—¿Deambulando? —preguntó ella.
—Sí, han visto a tus alumnos en los pasillos durante las horas de clase…
—Para usar el baño —aclaró ella.
—Has traído material pedagógico no autorizado, según nos han informado
varios padres.
Ella pestañeó rápidamente, atravesando otra vez la ya conocida rutina en su
oficina: estupefacción, disgusto y humillación total.
—Pero, Robert, cuando me contrató pensé que específicamente le había
impresionado mi forma de planificar las lecciones, que en su mayoría
involucraban material complementario por fuera del plan de estudios
habitual.
—Tenemos una reputación muy concreta que mantener —dijo Robert,
entrecerrando los ojos.
—No puedo evitar preguntarme si esto todavía tiene que ver con la
publicidad negativa que hemos recibido Mark y yo —dijo ella, cruzando los
brazos—. El personal nunca me recibió favorablemente, peor aún cuando
todo eso ocurrió. Nadie había tenido problemas con mis libros de
manualidades antes de que esa foto se divulgara sin mi permiso. ¿Por qué
ahora sí?
—No quiero hacer especulaciones al respecto. No puedo hablar por los
otros maestros, así que no lo haré. Pero esto se vincula con otras tendencias
generales que he notado. Angus tampoco parece estar adaptándose bien, de
forma similar, por comportamiento disruptivo y excesivamente entusiasta.
Tessa sintió que los ojos se le salían de las órbitas.
—Le encanta la escuela. ¿Eso es algo malo?
Robert se rio, pero no con humor.
—Esto es exactamente de lo que hablo. Eres una maestra nueva, tienes toda
una trayectoria frente a ti. Pero debes elaborar estrategias. Deberías
aprender de tus experiencias y de la experiencia de tus colegas. No puedes
venir a esta escuela y decidir cómo debería ser el plan de estudios o cómo
deberían hacerse las cosas.
Tessa ahora tenía los pelos de punta. Él había involucrado a Angus, así que
la suerte estaba echada.
—Ya hablé con la maestra de Angus, y solo tenía cosas positivas para decir.
Así que vuelvo a preguntarle, ¿esto es por lo que pasó el mes pasado con la
prensa? ¿O realmente cree que mi hijo y yo somos tan inadecuados para
Willow Christian Academy?
—No puedes tomarte las críticas profesionales como algo tan personal —
dijo Robert.
—Usted involucró a mi hijo —dijo ella con los dientes apretados.
—Te estoy haciendo un favor al darte esta advertencia, dados los estrictos
estándares de decoro que aplican a todos los miembros de la comunidad de
Willow Christian Academy. En el futuro, puede haber consecuencias más
estrictas, pero he elegido darte el beneficio de la duda —concluyó él.
Ella quiso agradecerle con amargura, pero, en cambio, asintió con
vehemencia.
—Me ha dado mucho en qué pensar, Robert.
Salió furiosa de la oficina, con la cabeza agitada.
Tenía mucho en qué pensar. Como cuál sería su próximo trabajo. Porque en
cuanto a ella respectaba, iba a renunciar a este en cuanto tuviese otro puesto
programado.
Cuando menos, Robert finalmente le había demostrado que estaba peleando
por algo equivocado, desviviéndose por un trabajo que nunca iba a ser
adecuado.
Debería haber luchado por otra cosa durante todo ese tiempo. El dinero era
una herramienta necesaria en este mundo, pero no era lo único que
importaba. Angus iba a disfrutar de su vida escolar, sin importar en dónde
fuera. Lo que realmente importaba más que el dinero era el apoyo de los
seres queridos.
Robert tenía razón. Realmente necesitaba poner en orden sus prioridades.
Y eso significaba volver a concentrarse en hacer lo que era mejor para su
familia… y eso incluía a Mark.
CAPÍTULO VEINTE
Muchas gracias por comprar mi libro. Las palabras no bastan para expresar lo mucho que valoro a
mis lectores. Si disfrutaste este libro, por favor, no olvides dejar una reseña. Las reseñas son una
parte fundamental de mi éxito como autora, y te agradecería mucho si te tomaras el tiempo para dejar
una reseña del libro. ¡Me encanta saber qué opinan mis lectores!
No hay nada mejor que leer buenas reseñas de lectores como tú, y no lo
digo solo porque me haga feliz. Al ser una autora independiente, no tengo el
respaldo financiero de una gran editorial de Nueva York ni la influencia
para aparecer en el club de lectura de Oprah. Lo que sí tengo (mi arma no
tan secreta) es a ustedes, ¡mis increíbles lectores!
Si disfrutaste el libro, te agradecería muchísimo que te tomaras unos
minutos para dejar una reseña. Simplemente haz clic aquí o deja una reseña
cuando te lo pida Amazon al terminar el libro. También puedes ir a la
página de producto del libro en Amazon y dejar una reseña allí. En ese
caso, debes buscar el link que dice “ESCRIBIR MI OPINIÓN”.
Sin importar el largo que tengan (¡incluso las más breves sirven!), las
reseñas me ayudan a que la saga tenga la exposición que necesita para
crecer y llegar a las manos de otros lectores fabulosos. Además, leer sus
hermosas reseñas muchas veces es la parte más linda de mi día, así que no
dudes en contarme qué es lo que más te gustó de este libro.
ACERCA DE LESLIE
Leslie North es el seudónimo de una autora aclamada por la crítica y best seller del USA Today que
se dedica a escribir novelas de ficción y romance contemporáneo para mujeres. La anonimidad le da
la oportunidad perfecta para desplegar toda su creatividad en sus libros, sobre todo dentro del género
romántico y erótico.
SINOPSIS
FRAGMENTO
Capítulo Uno
Ángel
La mensajera era bonita. Cuando me entregó el sobre en Club Eliseo, miró a
su alrededor antes de posar los ojos sobre mí. Me sostuvo la mirada y vi un
incendio. Fuego.
«Si tan solo no tuviera un millón de cosas que hacer…», pensé. Hubiera
sido una linda distracción. Mientras la mujer me daba un discurso sobre la
empresa para la que trabajaba, me di vuelta; ya estaba pensando en mi
próxima tarea. De pronto, oí un clic casi imperceptible a mis espaldas, y
algo chocó contra mí y me derribó.
Escuché gritos. Me agarré del cuerpo que estaba encima del mío, giré y
quedé cara a cara con la mensajera, que me observaba entre sorprendida y
asustada.
—¿Qué carajo estás haciendo? —mascullé.
Temblando, señaló la barra.
—¡Trató de dispararte!
Antes de que pudiera preguntarle nada más, la puerta de la discoteca se
abrió de par en par y se desató un infierno. Escuchaba los disparos sobre mi
cabeza; las balas salían una tras otra y a toda velocidad. Por encima del
sonido de las balas abollando los detalles metálicos de la discoteca,
escuchaba a mis hombres gritando y a mi hermano menor, Omar, ladrando
órdenes. Maldito Omar. No me iba a dejar pasar que una mensajera hubiera
reaccionado más rápido que yo.
Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta para agarrar mi pistola, todavía
en su funda, y me puse de pie. Apunté y empecé a dispararle al desgraciado
que estaba detrás de la barra. Él no se esperaba que yo reaccionara tan
rápido, y uno de mis disparos se alojó en su pecho. Su camisa blanca se tiñó
de sangre y el tipo cayó hacia atrás, donde estaban los estantes llenos de
bebidas alcohólicas; se rompieron varias botellas y otras tantas cayeron al
piso, y él se desplomó sobre un charco de whisky caro.
Giré rápidamente y empecé a dispararles a los hombres que estaban
tratando de entrar. Me zumbaban los oídos.
—¿En cuánto viene la policía? —le grité a Omar.
Estábamos en Ocean Drive, una de las calles más transitadas de Miami, así
que era imposible que nadie hubiera llamado a la policía. Por suerte,
siempre nos avisaban cuando estaban en camino. Omar echó un vistazo a su
reloj inteligente y leyó sus mensajes.
—En menos de diez minutos.
Mierda. No íbamos a tener tiempo de deshacernos de los cuerpos. En mi
cabeza, agregué otro cero a la «donación» que le mandábamos todos los
meses al Departamento de Policía de Miami.
—¿Estos son los hombres de Rojas? —preguntó Omar.
Sin responderle, seguí disparando y las paredes se salpicaron de carmesí. La
habitación se llenó de olor a pólvora y metal, y del sonido de hombres
gruñendo y muriendo.
—¿Ángel?
Uno de los hombres agarró del cuello a Esteban, mi segundo al mando, así
que fui hacia él, lo sujeté del pelo grasoso y le metí un disparo en el ojo
derecho. El hombre cayó al piso con un ruido sordo.
—No sé. Agarra a alguno que siga vivo.
La balacera se detuvo y Omar miró la carnicería a nuestro alrededor. Soltó
un insulto y dijo:
—Haré lo que pueda.
Luego, se abrió paso entre los cuerpos de los hombres que habían entrado y
encontró a dos que todavía estaban conscientes. Él y Esteban los arrastraron
por el piso de la discoteca y los arrojaron a mis pies. Uno de los hombres
era joven, debía tener veinte años como mucho, y estaba sangrando porque
tenía un corte bastante feo en la cabeza. Aunque le habían pegado un
culatazo en la cara, se mantenía estoico, sin revelar nada.
—¿Quién te mandó aquí? —le pregunté. En respuesta, solo apretó la
mandíbula, así que le apoyé la pistola en la sien—. Dímelo y te dejaré vivir.
—Si no me matas tú —masculló—, igual tengo los días contados cuando
vuelva. Pase lo que pase, voy a morir, así que prefiero morir siendo leal.
Volteé a mirar al otro hombre, que era bastante más grande y ya estaba
sollozando. Apestaba a orina. Qué patético.
—¿Y tú? —le pregunté—. ¿Opinas lo mismo que él?
El hombre negó con la cabeza e inhaló, tembloroso.
—Nos mandó la familia Rojas.
—¡Traidor! —exclamó el muchacho, y le escupió el rostro.
Apoyé el cañón del arma bajo el mentón del hombre y lo obligué a
mirarme.
—¿Por qué los mandaron?
Él negó con la cabeza.
—No sé —prácticamente gimió. Estaba temblando—. Luis no nos dijo por
qué. Solo nos dijo que le lleváramos pruebas de que estabas muerto.
—¿Luis Rojas me quiere muerto? —Le saqué el cargador al arma; tenía una
última bala. «Solo hace falta un mensajero para dar un mensaje», pensé—.
Dile a tu jefe que su plan es una mierda y que va a tener noticias mías.
Le apunté al chico en la cabeza, vi la furia en su mirada, y luego moví el
cañón hacia su compañero y apreté el gatillo. Se le sacudió la cabeza y
escuché un chillido detrás de él. Cuando cayó al piso, vi a la mensajera.
Tenía la cara salpicada de sangre y sesos, lo que hacía parecer más oscuro
su cabello castaño claro. No tenía sentido que se viera tan linda, sobre todo
considerando que estaba aterrada y cubierta de sangre. Tembló un poco y
levantó la mano para tocarse la boca, y mi mirada fue directo a sus labios
carnosos. Estaban de color carmesí, como si se hubiera mordido del miedo.
Cuando nuestros ojos se encontraron, predije el grito antes de que escapara
de sus labios. ¿Esa mujer debilucha me había salvado del primer disparo?
Sentí una oleada de furia y pasé por encima del cuerpo del hombre. La
mensajera trató de ponerse de pie, pero chocó contra la barra y casi tira una
banqueta. La agarré del brazo y, de un tirón, la hice levantarse. Ella chilló
de miedo y trató de alejarse, pero le puse el cañón de la pistola bajo el
mentón.
—Yo no haría eso si fuera tú.
Sus ojos, de un color azul cristalino, me miraron llenos de terror. «Mejor»,
pensé. «Más le vale estar asustada».
—Por favor —murmuró, prácticamente susurró—. Por favor, no…
Le apoyé el arma más fuerte sobre la piel.
—Dame un motivo para no hacerlo —le dije, casi canturreando—. Dime
que tú no eras parte de este plancito. Que no te echaste atrás a último
minuto como una cobarde de mierda. —Me acerqué y sentí su aroma dulce
debajo de la sangre pegoteada en su piel—. Hubiera sido mejor para ti dejar
que él me matara.
De repente, se le desenfocó la mirada y puso los ojos en blanco. Suspiré
cuando se desmayó y quedó inerte, un peso muerto entre mis manos, y
contemplé la posibilidad de dejarla caer al piso.
—¿Qué hacemos con ella? —me preguntó Omar.
Lo más sencillo hubiera sido matarla y deshacernos del cuerpo… pero me
había salvado la vida, y mis hombres lo habían presenciado. Estaba en
deuda con ella… o sea que estaba jodido.
—Tengo que hablar con Padre.
Omar asintió y se cargó la mujer al hombro.
—Tenemos que irnos antes de que venga la policía. Esteban puede quedarse
a limpiar —dijo.
Miré a mi segundo al mando.
—Yo me encargo, jefe —me aseguró.
Los moretones que se le estaban formando en la garganta iban a servir para
convencer a la policía de que había sido un ataque y habíamos actuado en
defensa propia… y, si eso no alcanzaba, el dinero que tenía en la caja fuerte
de mi oficina seguro los iba a convencer. Esteban sabía la combinación y
también sabía qué hacer si la policía empezaba a hacer demasiadas
preguntas.
Me limité a asentir para dar mi aprobación, y Omar y yo nos dirigimos
hacia la salida trasera, donde nos estaba esperando un auto.
—Llámame si hay algún problema —dije sin mirar atrás. Esteban no me iba
a llamar; hubiera preferido arrancarse los dientes antes que pedir ayuda.
Omar puso a la mujer en el asiento trasero y se acomodó junto a ella para
que yo pudiera viajar en el asiento del acompañante.
—¿A dónde vamos, jefe? —me preguntó Tomás, el chofer.
—A casa, pero no vayas por la entrada principal. Tenemos una invitada y
hay que ser discretos.
—Sí, jefe.
Emma
No podía sentarme derecha. Me habían esposado las muñecas y las habían
asegurado a la parte trasera de la silla, así que tenía que encorvarme un
poco para que el metal no me lastimara la piel. Por algún motivo, no poder
incorporarme del todo me hacía sentir menos asustada. Estaba incómoda,
me estaba empezando a doler la columna y debajo de las costillas, y no
podía concentrarme en otra cosa más que el dolor. Tal vez esa era la idea.
Traté de apretar las manos todo lo posible y zafarme de las esposas, pero lo
único que conseguí fue dejarme las muñecas en carne viva de tanto
frotarme. Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero contuve el llanto.
¿Cómo carajo había terminado así? Me había mudado allí porque quería
empezar de cero, y Miami era uno de los pocos lugares donde tenía lindos
recuerdos con mi mamá. Por eso quería que fuera el lugar donde empezar a
sanar luego de perderla. No obstante, estaba claro que no había sido una
idea brillante. En Miami, todo era una lucha, pero yo estaba decidida a salir
adelante. Además, tampoco tenía muchas opciones; no podía darme el lujo
de empacar todo y empezar de cero en otro lado.
De pronto, se abrió la puerta de la habitación y Ángel Castillo entró dando
zancadas. Se me tensó todo el cuerpo, y mi columna dolorida quedó
olvidada. Ángel todavía se veía como el ser sanguinario que había
demostrado ser. Había matado a un hombre que le suplicaba piedad, y luego
me había hundido en la garganta la misma pistola que había usado para
matarlo. Se me retorció el estómago y, por dentro, admití que sí estaba
asustada. Ese tipo me aterraba por completo… pero lo que más miedo me
daba era que, cuando me miraba con esos ojos oscuros, el corazón me latía
desbocado. ¿Acaso estaba loca o qué?
—¿Cómo te llamas? —me preguntó Ángel—. ¿Qué hacías en Club Eliseo
hoy?
Tragué saliva y me obligué a hablar a pesar del nudo que tenía en la
garganta.
—Soy Emma Hudson —respondí. Mentir me parecía peligroso y una
pérdida de tiempo, y, además, llegado ese punto, ¿qué tenía que perder?—.
Trabajo en South Beach Deliveries. Me pidieron que te entregara un sobre.
Eso es todo.
Ángel ni se inmutó.
—¿Qué tenía el sobre?
«¿Y eso qué importa?», pensé, pero respondí:
—No sé. No me fijé.
Al oírme, Ángel me fulminó con la mirada; sus ojos oscuros se clavaron en
los míos, y sentí que quería atravesarme y llegar hasta mi alma. Me
estremecí. Me sentía desnuda frente a él, como si pudiera leerme los
pensamientos, y, sin darme cuenta, se me vino a la cabeza la idea de estar
desnuda de verdad frente a él. Me imaginé cómo habría sido que me mirara,
que me recorriera los pechos y el vientre con la mirada, y que se detuviera
solamente para dar paso a sus manos. Me imaginé cómo se habría sentido
su piel contra la mía, fría como el metal del arma que, estaba claro, no
soltaba ni por un segundo. «Mierda, tranquilízate», me regañé por dentro.
—No te creo.
Traté de encogerme de hombros, pero las esposas me lastimaron las
muñecas otra vez.
—Si abro los paquetes, me arriesgo a que me despidan —le expliqué—. Y
necesito este trabajo para pagar el alquiler—. «Algo por lo que tú seguro no
tienes que preocuparte», hubiera querido agregar.
Ángel levantó una ceja con expresión interrogante, pero, más allá de eso, se
mantuvo imperturbable.
—¿Dónde vives?
—¿Por qué?
Él tensó la mandíbula y apretó el puño. «Me va a golpear», pensé, aturdida,
y cerré los ojos, preparándome para el golpe… pero nunca llegó. Cuando
me atreví a mirarlo otra vez, me lanzó una mirada asesina.
—Voy a mandar a mis hombres a tu casa —me dijo muy despacio.
Luego, me agarró de la mandíbula y me obligó a mirarlo a los ojos. Me
hablaba como si estuviera explicándole algo a una niña, pero yo no me
sentía como una niña. Me ardía la mandíbula en el lugar donde me había
tocado, y sentía una oleada de calor hasta el cuello. Era dolor, pero también
era algo más, algo que no me atrevía a nombrar sin sentirme una
desquiciada.
—Van a revisar tus cosas —prosiguió—, y si encuentran algún indicio de
que trabajas para los Rojas, será imposible encontrar lo que quede de ti.
Mucho menos identificarte —continuó, y me apretó más fuerte—. No te lo
voy a preguntar dos veces.
Cuando me soltó, me eché hacia atrás como si me hubiera golpeado y recité
mi dirección de un tirón. Él retrocedió sin dejar de mirarme, abrió la puerta
y les dijo mi dirección a los dos hombres que estaban en el pasillo. Pensé
que iba a ir con ellos, pero cerró la puerta otra vez y nos quedamos
mirándonos.
Pasaban los minutos y yo no podía hacer nada más que removerme en la
silla, incómoda. Ángel agarró su celular y empezó a mandar mensajes
(¿cuántos asesinatos estaría tramando?), y yo intenté no tironear de las
esposas. Estar en silencio con él era peor que estar sola, y no aguanté más.
—Cuando tus hombres te digan que no encontraron nada, ¿me liberarás?
Ángel esbozó una sonrisita que me resultó incluso más perturbadora que sus
palabras, pero también hermosa. Hubiera apostado a que, cuando sonreía de
verdad, ninguna mujer se resistía a su encanto.
—Tienes muchas agallas, considerando que estás a punto de morir.
De vuelta sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, pero me esforcé
por contener el llanto. A juzgar por el modo en que Ángel había tratado a
ese hombre en la discoteca antes de volarle los sesos, seguramente no iba a
ser muy amable conmigo si mostraba debilidad. Quizás hasta me volviera a
poner el arma en el mentón. «Piensa en mamá», me dije con firmeza. «¿Qué
habría dicho ella?».
—¿Así les agradeces a las personas que te salvan la vida? ¿Matándolas?
Por un momento, Ángel pareció fastidiado, pero luego se echó a reír, y el
sonido me recorrió toda la columna y me hizo poner la piel de gallina.
—Creo que te voy a enterrar en el parque nacional de los Everglades —me
dijo cuando dejó de reír—. Después de matarte. Así me ahorro el trabajo de
tener que deshacerme de ti por partes. Los cocodrilos me van a dar una
mano.
Se me retorció el estómago y se me llenó la boca de saliva; sentí un dejo a
bilis. Traté de tragar. Ya era bastante malo estar muriéndome de dolor por
estar sentada así. No quería tener que, encima, sentarme en mi propio
vómito.
—¿Qué dice de ti que estés disfrutando esto? —le espeté.
Ángel se puso serio.
—Que deberías tenerme miedo.
Del pánico, se me escapó una risita nerviosa.
—Misión cumplida.
Ángel cruzó los brazos y me observó.
—Bueno, ¿qué estabas haciendo en mi discoteca, Emma? ¿Quién te envió?
—South Beach Deliveries —respondí—. Llama a mi jefe. Pídele los
registros. Todo lo que hago durante el día queda registrado.
Sabía que parecía un disco rayado, pero ¿qué otra cosa podía decir? Ángel
rechinó los dientes.
—El sobre que me diste estaba lleno de papeles en blanco —dijo—. Era la
señal para que el barman actuara. ¿Me vas a decir que solo eres una testigo
inocente?
Visto de esa manera, una parte de mí entendía por qué Ángel me había
encadenado a esa silla. Pero el resto de mí pensaba que no estaba siendo
razonable. ¿Acaso yo parecía la clase de persona que se involucraba en esa
clase de asuntos?
—Parece un plan estúpido. ¿Y si hubiera llegado tarde? ¿Y si no hubiera
ido?
—Tú no eres la que hace las preguntas —gruñó Ángel.
—En serio —continué—, ¿qué hubiera pasado?
—Deja de hablar.
—¿No hubiera sido más fác…?
—¡Te dije que dejaras de hablar!
Al instante, se me secó la boca y las palabras murieron en mi garganta. La
mirada furiosa de Ángel me hubiera inmovilizado en la silla incluso sin
esposas de por medio. Me estremecí, a pesar de que no corría ni una gota de
aire, y no podía parar de temblar.
—Te lo juro… —Se me quebró la voz—. No tengo nada que ver con todo
esto.
—Tú no escuchas, ¿no?
Ángel se quedó parado mirándome un buen rato. Yo no sabía qué más decir.
Entonces, llamaron a la puerta. Él volteó a abrir y el grandote que había
visto antes, su hermano, se asomó en el umbral.
—Está limpia —dijo—. Su departamento queda lejos del territorio de Rojas
y no encontramos indicios de que trabaje para nadie más. —Luego, me
miró de reojo y agregó—: Ah, tenías un mensaje en el contestador. Estás
despedida. No cumpliste con las entregas a tiempo.
Aunque me habían aterrorizado y sometido a un tormento psicológico, eso
fue lo que me destruyó. Ya no pude aguantar el llanto y las lágrimas
comenzaron a caer por mis mejillas, al mismo tiempo que una seguidilla de
sollozos brotó de mis labios. Traté de zafarme de las esposas una y otra vez,
sin preocuparme por el dolor que sentía.
—Tienes que soltarme. No puedo quedarme sin trabajo. Tengo que
explicarles… —Me dio hipo, y eso me hizo llorar peor.
—Mierda. —Ángel se arrodilló frente a mí. Me liberó una de las muñecas
y lloré más fuerte cuando desapareció la presión que sentía en la columna.
Luego, me levantó los brazos y me inspeccionó las muñecas. Estaban en
carne viva y no paraba de salirme sangre de los cortes. Ángel me miró a los
ojos—. Fue muy estúpido de tu parte hacer eso.
Alejé la mano de un tirón y me eché hacia atrás.
—Agrégalo a la lista de cosas estúpidas que hice hoy —gruñí.
—Ángel.
Al oír su nombre, volteó a mirar a su hermano, que seguía parado en la
puerta, como si no pudiera entrar a menos que él le diera permiso.
—Padre quiere saber si… —Hizo un gesto hacia mí.
—Ya lo sé.
—Los otros vieron todo, Ángel. No podemos hacer de cuenta que no pasó
nada.
Ángel me miró y, cuando empezó a hablar, me hundí aún más en la silla.
—Ya. Lo. Sé —gruñó, con una mirada asesina—. Yo me encargo, Omar. —
A pesar de que, físicamente, era más imponente que su hermano, Omar
retrocedió. No le tenía miedo a Ángel, o por lo menos no parecía, pero era
obvio que lo respetaba—. Dile a Padre que en un rato lo llamo.
Omar asintió y volvió a desaparecer.
—Entonces, ¿me puedo ir a mi casa? —pregunté. Ángel me observó y supe
la respuesta antes de que abriera la boca para responder. Negué con la
cabeza; no quería que lo dijera en voz alta—. Por favor, déjame ir. Te
prometo…
Pero no podía prometerle nada que a él le interesara.
—Presenciaste un intento de asesinato —me dijo—. Los Rojas saben lo que
viste. El chico que dejé ir le va a contar a Luis Rojas que estuviste aquí.
Fuiste testigo. Seguro ya mandaron a alguien a matarte.
Tras decir eso, volvió a cruzarse de brazos. Le escruté el rostro en busca de
una pizca de compasión, pero no había nada, ni rastros de ninguna emoción.
No obstante, en su mirada había fuego, furia y algo más que me hizo
excitar. Si salía viva de ahí, iba a tener que buscar la iglesia católica más
grande que existiera y hacer penitencia. Era el único modo de salvar mi
alma después de todos los pensamientos impuros que había tenido esa
noche.
Tragué saliva y traté de concentrarme en lo que acababa de decir Ángel y en
las consecuencias que eso tendría para mí.
—O sea que si no me matas tú, me matan ellos, ¿no?
Ángel asintió, y una expresión de descontento le atravesó el rostro.
—Pero, por suerte para ti, te debo una —dijo. Pronunció las palabras como
si fuera un gran esfuerzo.
—¿Y eso qué quiere decir? —pregunté. Si existía una opción en la que no
me descuartizaban ni me comían los cocodrilos, quería conocerla.
—Quiere decir —dijo, y se acercó tanto que, cuando se agachó a mirarme,
el fuego de su mirada me deslumbró— que estoy en deuda contigo.
FRAGMENTO
Capítulo Uno
Kaitlyn
Mi teléfono sonó por tercera vez. Cuando lo agarré, vi otro mensaje de mi
hermana, que estaba en modo novia insoportable. El mensaje era «¿Dónde
estás?», seguido de un sinfín de emojis. Deseé haber prestado más atención
al tutorial que me había dado Nia sobre el tema. Podía adivinar qué
significaban las botellas de champán y las copas, pero ¿y todo lo demás?
¿Tenían hambre? ¿Habían empezado a comer sin esperarme? ¿Por qué
tantos emojis de berenjenas?
«Estoy en la fila, junto a los ascensores», respondí. Al menos estaba en el
piso correcto. «Perdón por llegar tarde. Me senté sobre mis anteojos».
Cassie me mandó un emoji de una carita riendo. «Por favor, dime que no te
pusiste tus anteojos rosas. Este lugar es demasiado elegante para eso.
Además, hacen que tus ojos parezcan gigantes».
Nadie como mi hermanita menor para decirme la cruda verdad. Nerviosa,
me acomodé los anteojos, que eran enormes, fucsias y con diamantes falsos
incrustados. Me los había comprado para tenerlos de repuesto luego de que
un tipo que me gustaba me dijera que yo no era divertida. Qué podía ser
más divertido que unos lentes correctivos, ¿no? Pero, ni bien recibí el
pedido, supe que había cometido un error. Por desgracia, como todavía no
me había llegado la siguiente tanda de lentes de contacto, mis únicas
opciones eran usar los anteojos rosas o andar a ciegas toda la noche.
«Obvio que no me los puse», mentí. Luego, me quité los anteojos y los metí
en la cartera. El mundo se volvió un poco borroso, pero, la verdad, quizá
fuera mejor así. Imaginaba que la mayoría de las discotecas debían ser más
divertidas si una no prestaba tanta atención al piso pegajoso o a las caras de
hartazgo de los empleados.
La fila empezó a avanzar y por fin quedé cara a cara con la recepcionista
despampanante que hacía guardia en la entrada. Con el enterito blanco y
con cierre que tenía puesto, parecía la estrella de una película de acción. Yo,
en cambio, con mi sencillo vestido negro, parecía la extra que muere a los
cinco minutos de empezar la película, luego de la invasión extraterrestre.
«Hoy no se trata de tus inseguridades», me regañé. Era la noche de mi
hermana, que había conocido a un hombre maravilloso que la amaba, y yo
quería festejar con ella y demostrarle que la apoyaba.
—Vengo a la despedida de soltera de Cassandra Thorn. Me están esperando
—dije. De cerca, veía la etiqueta con el nombre de la recepcionista—. Es la
primera vez que vengo, Tiffany. ¿Podrías indicarme hacia dónde ir?
Tras resoplar, la mujer tipeó en su tablet con esas uñas peligrosamente
largas y potencialmente letales, luego señaló la puerta y, sin más, se puso a
hablar con la pareja que estaba detrás de mí; ambos estaban mejor vestidos
que yo.
«Bueno, eso fue de mucha ayuda», pensé. Respiré hondo y entré a Bloom.
Guau.
El lugar no era lo que había esperado. Como quedaba en el último piso de
uno de los edificios más altos de Miami, había pensado que tendría una
vibra más Miami Beach, con luces de neón y palmeras. Por eso, quedé
asombrada ante lo que solo podría describir como elegancia en su máxima
expresión. El interior era todo de color azul, con banquetas bajas de cuero
alrededor de la pista de baile, paredes azul oscuro y candelabros que
centelleaban como gotas de lluvia, lo cual le daba al lugar el aire de un club
elegante y exclusivo. Todo era extremadamente opulento y cómodo, y no
podría haberme sentido más fuera de lugar. Estuve a punto de sacar mis
anteojos de la cartera para observar mejor la discoteca, pero recordé que
estaba en una misión. Tenía que encontrar a Cassie, festejar como ella
merecía y después volver a mi departamento, donde era libre de mirar una
de mis comedias románticas favoritas por enésima vez sin que nadie me
exigiera que usara tacones o se burlara de mis anteojos. Al menos, ese era el
plan.
Agarré mi teléfono y le escribí a mi hermana: «¡Ya entré! ¿Dónde estás?».
Al instante, me respondió con una foto de ella y sus amigas sosteniendo
copas de champán. En el fondo, se veían dos botellas que parecían vacías,
pero no había nada de comida, así que supuse que las berenjenas querían
decir otra cosa, lo cual era una lástima porque tenía hambre.
Me sobresalté cuando unas personas me empujaron para pasar, ansiosos por
vivir la experiencia de la discoteca. Decidí seguir al escandaloso grupo con
la esperanza de vislumbrar a mi hermana o a alguna de sus amigas y, por
dentro, me maldije por haberme sentado sobre mis anteojos de siempre.
Todos los que pasaban junto a mí eran un manchón colorido. Esperaba que
ellas me vieran primero y me llamaran.
Recorrí la mitad de la pista principal, pero seguía sin verlas, así que me
alejé hacia un costado para mandarle otro mensaje a mi hermana: «C,
¿dónde estás? Responde con palabras por favor». «Estoy al lado del DJ»,
respondió ella. «Ven aquí». Sin dejar de mirar el teléfono, di un paso hacia
donde estaba el DJ, aliviada, pero entonces alguien gritó: «¡Cuidado!».
James
Las cosas que hacemos por nuestros amigos. Me pellizqué el puente de la
nariz, ya con un dolor de cabeza latente, y le rogué a Dios que me diera
paciencia.
Desde la apertura de Bloom, dos años atrás, mi discoteca se había hecho
conocida por ser la más lujosa y popular de Miami. Ofrecíamos una
combinación de alcohol caro, empleados talentosos y clientela exclusiva
que garantizaba una noche inolvidable, y muchos pagaban cientos, si no
miles, por vivir esa experiencia… y por volver a vivirla. No organizábamos
despedidas de soltera chabacanas ni servíamos pasteles con forma de pene,
y mucho menos dejábamos que la futura novia le pidiera al DJ que pasara
canciones trilladas, como It’s Raining Men. Y, sin embargo, había permitido
todas esas cosas porque mi antiguo compañero de fraternidad, Scott, iba a
casarse. Habiendo tantas personas, mi amigo se había enamorado
perdidamente de una empleada bancaria. Sí, la chica era linda, pero no tan
linda como para querer pasar el resto de la vida encadenado a ella.
Las cosas que hacemos por amor.
La prometida de Scott y sus amigas estaban en la pista de baile en el centro
del salón, sentadas en una mesa junto al DJ, y agitaban sus collares
fluorescentes en el aire. Se estaban acercando peligrosamente al terreno de
bailar sobre la mesa. Le hice un gesto a Fernando, su camarero, cuando
pasó junto a mí llevando una bandeja llena de bebidas.
—Mándales más comida con lo próximo que pidan. Cortesía de la casa.
Dales algo que absorba un poco el alcohol.
Lo último que necesitaba era que una chica con collar fluorescente le
vomitara encima a uno de mis clientes o, peor aun, a alguno de los
influencers que solían frecuentar la discoteca. La escena de discotecas de
lujos de Miami era despiadada. Si hacíamos enfadar a la persona
equivocada, podíamos perder el 25% de nuestros ingresos en un abrir y
cerrar de ojos.
—Sí, jefe —me respondió Fernando. Se dio vuelta para dirigirse a la mesa,
pero yo lo había distraído y, aunque por lo general era el camarero perfecto,
casi se lleva puesta a una mujer de cabello moreno que estaba mirando su
teléfono.
—¡Cuidado! —exclamé, pero mi advertencia llegó demasiado tarde para
evitar el desastre inminente.
La morena levantó la mirada justo a tiempo para ver a Fernando
abalanzarse sobre ella y retrocedió, pero se le enganchó el tacón en el borde
de las escaleras que llevaban a la pista de baile del piso inferior. Me lancé
hacia adelante, la agarré de la cintura y luego la atraje hacia mí; lo único
que faltaba era que se lastimara y nos demandara. Pero, cuando se agarró de
mi camisa para recuperar el equilibrio, con expresión perdida y vulnerable,
algo pasó. Se sonrojó. No recordaba la última vez que había visto a una
mujer sonrojarse. Mi mundo estaba repleto de personas sofisticadas que
ocultaban sus emociones tras una máscara.
Por un momento, sentí el impulso incontrolable y nada profesional de
agacharme y besarla; quería ver si su boca rosada sabía tan inocente como
parecía. Entonces, otra persona chocó contra Fernando y él soltó un insulto,
y la bandeja que había logrado sostener con tanta destreza se inclinó y nos
terminó salpicando a los tres en un despliegue espectacular de líquido
destellante bajo las luces de la discoteca que hubiera rivalizado con
cualquier show acuático de Las Vegas.
—¿Qué carajo? —le dije de mala manera a Fernando.
Retrocedí y solté a la mujer, que ahora estaba empapada y temblando. Sabía
que no había sido culpa de Fernando, pero no lo pude evitar. Esa mujer de
ojos grandes me hacía sentir descolocado, y no había nada que odiara más
que sentir que no tenía total control.
—Lo siento, jefe —me dijo Fernando desde el piso. Se había puesto a juntar
los trozos de vidrio hasta que le llevaran una escoba.
—No fue su culpa —dijo la mujer. Era la primera vez que emitía sonido.
Levanté las cejas, sorprendido. No era frecuente ver que a una de mis
clientas le volcaran una bebida encima y, en vez de molestarse, defendiera
al camarero. Sobre todo cuando eran clientas así de lindas.
—No miré por dónde iba —continuó ella—. Estaba tratando de encontrar…
—Miró a su alrededor con expresión confundida y luego soltó—: Bueno, al
carajo.
Sin más, abrió su cartera y, tras sacar el par de anteojos más ridículo que
hubiera visto en mi vida, se los puso. Sin poder evitarlo, me reí. La mujer
estaba medio ahogada y furiosa y era hermosísima, y tenía puestos unos
anteojos gigantes de plástico rosa. ¿Cuándo había sido la última vez que me
había reído en el trabajo? Realmente, esa mujer era una caja de sorpresas.
Ella me miró con mala cara, así que me esforcé por disimular la risa e hice
de cuenta que estaba tosiendo. Luego, señalé a una de las promotoras.
—Te pido mil disculpas. Nuestra maravillosa asistente del baño de mujeres
tiene un armario lleno de suministros de tintorería y te dejará impecable
para el resto de la noche. Todo lo que consumas hoy lo invito yo, por
supuesto, y también el reemplazo de… —me interrumpí, tratando de
adivinar de qué marca era su vestido, pero ninguna de mis clientas usaba
ropa tan barata—…eso.
La mayoría de nuestros clientes eran asquerosamente ricos, pero igual les
encantaba conseguir cosas gratis. Y que les chuparan las medias. Excepto
esa mujer, al parecer.
—No necesito nada —respondió.
Pellizcó la tela mojada para separarla de su cuerpo, pero el movimiento hizo
que se le subiera el vestido y reveló un par de centímetros más de la piel
tersa de sus piernas.
—No dije que necesitaras nada —respondí, y tuve que hacer un esfuerzo
descomunal para no mirarle el escote, sobre todo considerando que no
paraba de tironearse la tela del vestido—. Es que estás… mojada.
Por algún motivo, al oírme se sonrojó más. Fernando seguía parado allí,
mirándonos con curiosidad. Yo nunca tardaba tanto en solucionar los
problemas con los clientes. Siempre sabía exactamente qué querían y cómo
dárselo. No obstante, no lograba descifrar a esa mujer. Era como una
criatura salvaje que se había colado en mi zoológico de animales mansos y
predecibles.
—Por favor —intenté nuevamente, señalando el baño de mujeres—, deja
que te ayudemos.
—No hace falta, me puedo ayudar yo sola. Además, no creo quedarme
mucho tiempo aquí.
Sacudió el pelo hacia atrás y quiso dar media vuelta y alejarse, pero, entre
el piso mojado y sus tacos altísimos, resbaló otra vez. Fui corriendo a su
lado y la tomé del brazo antes de que llegara a caerse.
Por segunda vez, me descubrí mirando fijo esos ojos hermosos, pero, esa
vez, ya no parecían confundidos y confiados. Eran brillantes y perspicaces,
y me fulminó con la mirada. Cuando me miró, sentí una presión en el
pecho, y todo quedó en silencio un momento. Y pensé en hacer más que
solo besarla. Me tomé dos segundos para admirar su belleza, sobre todo sus
pechos turgentes que asomaban por el escote de su vestido. Cuando bajé un
poco más la mirada, esos ojos azules me fulminaron. Ups.
—Al menos déjame acompañarte a tu mesa —le dije.
Esperaba que la estuvieran esperando sus amigas. No me gustaba nada la
idea de dejarla en brazos de una cita. O, peor aun, dejarla dando vueltas en
la discoteca y correr el riesgo de que algún ricachón soberbio que no la
mereciera se le acercara e intentara conquistarla.
Ella se enderezó y se alejó de mí.
—Yo puedo encontrarla sola. Me dijeron que están…
—¡Katie! ¡Ahí estás!
¿O sea que se llamaba Katie? Le quedaba bien.
Un tornado de volados blancos con un tocado de tul colisionó contra Katie
y la envolvió en un abrazo, pero, al instante, la mujer vestida de blanco se
alejó.
—¡Ay, estás empapada! ¿Qué diablos te pasó?
Observé a la manada de chicas vestidas con ropa ajustada y collares
brillantes detrás de ella y me di cuenta de que ese grupo era una de las
despedidas de soltera que teníamos agendadas para esa noche.
Específicamente, la de la novia de Scott.
—Tuvimos un problemita con la gravedad —dije secamente—. Cassie,
bienvenida a Bloom. Ojalá nos conociéramos en una situación más
agradable.
—¡James, hola! —Ella se echó a reír y abrazó a Katie—. ¿Qué le hiciste a
mi hermana? ¿Y qué te pasó a ti? Ay, Dios, miren cómo están.
Las miré a las dos y noté el parecido, aunque, en mi opinión, Katie
eclipsaba a su hermana. Cassie era la clase de mujer linda, divertida y
amigable que ya había conocido un millón de veces. Su hermana, por otro
lado, parecía… menos predecible.
Katie empezó a hablar, pero la interrumpí. Ya había perdido demasiado
tiempo con ese grupo, y necesitaba sacármelas de encima a ella y sus
caóticas amigas para poder prestarles atención a mis clientes de verdad: los
que sí encajaban allí, los que regresarían si la pasaban bien.
—Quiero asegurarme de que la pasen bien, así que el champán lo invitamos
nosotros, señoritas.
— Las voy a pasar a la suite Cielo Nocturno, que tiene un tocador privado y
un sector VIP encima de la pista de baile.
Esa suite, que por lo general estaba reservada para celebridades, me
ayudaría a que nadie más se cruzara con las mujeres… y, con suerte, a que
Katie no terminara en los brazos de otro hombre. Saqué mi teléfono y me
apresuré a avisarle al personal para que estuviera al tanto. Las mujeres
vitorearon y se acercaron más a mí.
—¡Así me gusta! —exclamó la futura novia, y me sonrió—. Muchísimas
gracias.
La única que no parecía feliz era Katie. Fruncí el ceño, fastidiado. Todos los
que estaban en Bloom siempre querían algo de mí, ya fuera una ronda de
tragos gratis, la contraseña de nuestro sistema POS o una nueva blusa de
Versace, y yo sabía cómo darles lo que querían. Entonces, ¿por qué no
lograba descifrar lo que quería ella?
Las otras mujeres se pusieron a charlar entre sí y Katie se me acercó un
poco sin despegarme la mirada.
—No hacía falta que hicieras eso. ¿Y si te regaña tu jefe?
Estuve a punto de echarme a reír otra vez. ¿No se había dado cuenta de que
yo era el dueño de la discoteca? Qué adorable… y novedoso. Por fin, una
mujer que no conocía a todos los que salían en el segmento «Sociedad» del
periódico.
—No te preocupes por el jefe. Yo me encargo.
Ella sonrió con expresión dubitativa, y me gustó más de lo que hubiera
querido
—Bueno, si tú lo dices. Me molesta haber causado tanto lío. La verdad,
estas discotecas espantosas no son lo mío para nada, pero a Cassie le
gustan, y no tengo otra opción. Deber de dama de honor.
La miré con el ceño fruncido, listo para defender el honor de Bloom, pero
Cassie la agarró del brazo.
—Tenemos que buscar unos tragos para que esta vez los tomes tú, no el
vestido. ¡Vamos! Y quítate esos anteojos. Me prometiste que ibas a venir
bien arreglada.
Katie se encorvó un poco, como si estuviera incómoda, pero se quitó los
anteojos y los guardó en su cartera. Pareció perder un poco el equilibrio
mientras su hermana la arrastraba por la discoteca Luego, se dio vuelta a
mirarme con expresión dulce; parecía más vulnerable ahora que el mundo
otra vez se había vuelto borroso para ella. Por algún motivo, sentí
muchísimas ganas de ir tras ella y decirle que se pusiera los benditos
anteojos. Era hermosa sin importar lo que tuviera puesto. ¿Por qué iba a
perderse la oportunidad de admirar la belleza que la rodeaba?
El grupito siguió a una de mis camareras a la suite, y yo también me fui.
Tenía mis propios deberes de los cuales ocuparme. Muchas veces me
acusan de ser controlador, pero no llegué hasta donde estoy quedándome
sentado sin hacer nada. Quizá mis empleados digan que soy insoportable a
mis espaldas, pero les pago extremadamente bien y, a cambio, exijo
perfección. No me parece que eso sea mucho pedir.
Por fin encontré al gerente, Ted, para ponerlo al tanto del cambio de suite.
Una de ellas —dije, señalando al grupo—chocó con Fernando, que llevaba
una bandeja con tragos, así que por favor mándales algunas toallitas
húmedas, unas botellas de soda y servilletas.
—Delo por hecho. ¿Se queda hasta el cierre hoy?
Al instante, se me vino a la cabeza Harper, y me dieron ganas de estar con
ella en casa. Sobre todo después de lo que había pasado en los últimos
meses. Pero el deber llamaba y, además, disfrutaba mi trabajo.
—Sí.
Dejé que mis ojos se posaran sobre la suite VIP. Katie estaba apoyada en la
baranda mirando hacia la pista de baile y secándose el vestido con
servilletas mientras el resto del grupo bailaba sobre las banquetas.
Disfrutaba mi trabajo, sí. Sobre todo cuando tenía una vista así.