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22-03-24 - 2cor 5-15 Jab
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24/03/2024
TABERNÁCULO
2 CORINTIOS 5:16 RVR1960
“De manera que nosotros de aquí en
adelante a nadie conocemos según la
carne; y aun si a Cristo conocimos según
la carne, ya no lo conocemos así.”
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Esto significaba un llamado a no vivir más como antes, a renunciar a las
prácticas y costumbres antiguas. Se trataba de una invitación a una renovación
total: nuevos principios, nuevas reglas, nuevos objetivos y propósitos, un
emprendimiento nuevo y un cambio cultural radical y total. Eso es lo que
debemos vivir.
Muchas personas enfrentan desafíos cuando, siendo creyentes, tienen padres no
creyentes. A veces, bajo la influencia de la autoridad parental, vuelven a sus
antiguas costumbres urbanas y carnalidades, desviándose de su renovada forma
de vida. Es impresionante ver cómo esto sucede. Pero, por la gracia de Dios, yo
logré cambiar completamente. Mis amigos se dieron cuenta rápidamente de mi
cambio, de mi nueva vida renovada, de mis nuevos principios, metas y objetivos.
Cambié totalmente las reglas que antes seguía. Mis conocidos se preguntaban
sorprendidos qué me había pasado, algunos incluso pensaron que había sido
influenciado o "lavado el cerebro".
El apóstol Pablo habla de este cambio en la vida de los creyentes, al igual que lo
que Dios le dijo a Abraham y lo que Jesús le explicó a Nicodemo. Pablo,
incluyéndose a sí mismo en esta transformación, menciona: "De manera que
nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne" (2 Corintios
5:16). Antes de su conversión, Pablo era un religioso que perseguía a los
cristianos. Pero tras el encuentro con Jesús, su vida cambió radicalmente. Así,
todos los conocidos, los parientes, los amigos de la "vieja cultura" quedan atrás.
"De ahora en adelante", dice, "a nadie conocemos según la carne". Esto es
relevante no solo para aquellos que vieron a Cristo personalmente, sino para
todos los creyentes que experimentan una transformación similar en sus vidas.
Si lo hubiéramos conocido en la carne, ahora no lo conocemos de esa manera.
Nuestra vida espiritual es distinta: estamos convertidos, cambiados,
transformados, viviendo para Dios y no para nosotros mismos, no para lo
terrenal, temporal, humano o natural. Esa vida anterior ya no es suficiente.
Hablamos de un cambio profundo: "de aquí en adelante a nadie conocemos
según la carne", a absolutamente nadie. Incluso con respecto a nuestras
relaciones más cercanas, como padres, hermanos y familia. Cristo lo expresó
claramente: "El que no deja padre, madre, esposa, hijos, hijas, hermanos,
hermanas, bienes, tierras, e incluso su propia vida por mí, no es digno de mí". Se
trata de una transformación en las reglas, propósitos y en la esencia de uno
mismo. Todo se convierte en nuevo: relaciones, personas, nosotros mismos,
regenerados de una vida carnal a una espiritual.
Vivir esta transformación implica ejecutar la voluntad de Dios, llevar adelante
Su propósito. Muchas personas encuentran enorme dificultad en dejar atrás el
mundo en el que vivían, ese mundo de amigos y cultura familiar. Pero nosotros,
que hemos sido llamados, debemos morir al yo, a la vida natural, temporal y
terrena. Somos escogidos de Dios, con un llamamiento celestial. Dios nos
conoció, nos predestinó y nos llamó desde antes de nuestra existencia en la
tierra, nos justificó y glorificó. Aún así, muchos hermanos y hermanas
encuentran este cambio arduo. Durante las fiestas de diciembre, por ejemplo, se
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pierden, no se congregan, atrapados en la cultura de celebraciones paganas y
familiares. No han experimentado un cambio profundo y radical desde que
conocieron a Cristo. Pero es necesario darle el rumbo que Dios tiene planeado
para nosotros. Como si estuviéramos en un camino y decidiéramos seguir en la
misma dirección conocida, pero Dios nos llama a cambiar. "De aquí en adelante
las cosas son distintas. A nadie conocemos según la carne".
Dice: "y aún si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así".
Entonces, se da un nacimiento, un cambio, una transformación. Dios le dijo a
Abraham: "Sal de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra
que te mostraré" (Génesis 12:1). Abraham era un hombre de creencias
paganas, idólatra, y uno se pregunta, ¿qué beneficio podía obtener de eso? Sin
embargo, fue el propio padre quien se dio cuenta de que Abraham estaba
destinado a algo grande. Abraham tomó la iniciativa y partió, aunque su padre
se quedó en Aram, un lugar improductivo y árido.
Abraham, en cambio, continuó su camino hacia Canaán. Se convirtió, vivió para
Dios y no para sí mismo. No siguió la cultura ni la idolatría de su tierra natal, Ur
de los caldeos. Dejó atrás esa cultura y llegó a Canaán, enfrentando incluso
problemas con su familiar Lot, que no se separó de él. Esto demuestra la
importancia de ser cautelosos con los familiares y personas que, aún ligadas a
nosotros, pueden no ser beneficiosas, debido a sus comentarios y acciones
inoportunas.
Conozco a muchas personas que han sido influenciadas por la cultura de sus
padres, hermanos, esposas o hijos, alejándolos de su camino. Pero la enseñanza
es clara: no debemos convertirnos a sus maneras, sino que ellos deben
convertirse a las nuestras. Dejemos que Dios realice una obra maravillosa en
nosotros. Lo que el apóstol Pablo enseña, lo dijo también el Señor Jesús a la
gente, cuando afirmó: "Cualquiera que no renuncia a todo lo que posee, no
puede ser mi discípulo" (Lucas 14:33). Esto mismo le habló Dios a Abraham y
Jesús a Nicodemo. Vemos, por tanto, que el llamado de Dios es a que la gente se
convierta y viva para Él. Desde que conocemos a Cristo, no conocemos a nadie
según la carne. Una vez que hemos recibido a Cristo, debemos terminar con
aquel tiempo en el que vivíamos según la carne, conociendo gente y realizando
ciertas acciones.
Fue un verdadero impacto mi conversión. Mis amigos no podían creer que ya no
disfrutara de los asados o que ya no me interesaran las mujeres, especialmente
porque aún eran solteros. Todo esto cambió porque no quería seguir viviendo la
vida que llevaba antes. El Señor entró en mi corazón, sanó mi cuerpo y realizó
una obra maravillosa en mí. Con un profundo temor y amor a Dios, comprendí
que la vida que Dios me proponía era mucho mejor que la que había vivido
antes, a pesar de tener negocios y estar hastiado de las preocupaciones
financieras. No quería seguir viviendo así. Por eso, hoy el Señor te está
hablando, te está diciendo que termines con esos lazos familiares, esa cultura,
esas fiestas, esa forma de vivir que solo te traerán problemas y dificultades. Es
sorprendente lo que el apóstol Pablo comprendió acerca de la vida espiritual. Él
fue totalmente transformado. Perseguía a los seguidores del Señor hasta que
Jesús se le apareció y le preguntó: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Lo
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maravilloso de esto es que Saulo fue llevado a Damasco, donde Ananías, un
cristiano, lo esperaba para impartirle sanidad, el Espíritu Santo y la dirección
para su vida. Esto es lo que debemos hacer: ponernos bajo un ministerio
poderoso que nos guíe, nos enseñe y ore por nosotros.
Debemos dejar nuestra parentela, nuestra tierra, la casa de nuestro padre, esa
cultura, todo lo que es humano, terreno, de la carne. Desde ahora en adelante, a
nadie conocemos según la carne. Y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya
no lo conocemos así. Le servimos, le honramos, le adoramos, nos consagramos,
buscamos su revelación, gracia y poder. Es una vida totalmente transformada.
Muchos están en la lucha del proceso, pero les resulta difícil porque no quieren
dejar los vínculos, los contactos, las relaciones, los parentescos, los amigos.
Quieren vivir todo: la vida de los amigos, de los padres, de la cultura, de los hijos
y la del Señor. Pero no se entregan a vivir la vida de Cristo como Él lo desea.
Dios nos llamó para ser instrumentos útiles en sus manos y para que nuestras
vidas fueran renovadas.
Ahora las reglas son distintas, los principios y los propósitos han cambiado;
todas las cosas son nuevas. No podemos seguir aferrados a las cosas del pasado.
Tenemos que estar en el tiempo de Dios, a quien le ha placido amarnos y
traernos a su reino, al reino de su amado Hijo, haciéndonos partícipes de este
reino maravilloso, glorioso y poderoso. Oh, bendito y alabado sea el nombre del
Señor. Que Él te otorgue la luz y el entendimiento para que puedas discernir
aquellas cosas que te impedían convertirte a Dios. ¿Qué eran esas cosas? No es
lo mismo estar comprometido al 50%, 60% o 70%; eso no es suficiente. Vas a
perder muchas batallas, porque la carne aún mantiene vínculos con las cosas del
mundo, con lo pagano, con la cultura humana y lo temporal. ¿Cuántas batallas
más vas a perder si no te conviertes completamente? No basta con el 70%, el
80%...
Debemos estar plenamente convertidos, volvernos a Dios y escuchar su palabra.
Ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Dios, porque Él murió y
resucitó por nosotros. No vivamos para la carne, ni para la parentela, ni para
la cultura humana, ni para lo pagano. Vivamos en el reino de Dios, porque Él
vendrá a buscar a su iglesia y pronto regresará. Si llevas años en el Señor y aún
no te has convertido completamente, es porque aún hay algo que el Señor está
esperando de ti. Pero tenemos que reaccionar, convertirnos, salir de lo pagano,
de lo humano, de lo terreno, pues hemos sido regenerados como una nueva
criatura.
Por eso, los bendigo. Sean benditos en el poderoso y glorioso nombre de nuestro
Señor Jesucristo. Que Dios se manifieste en tu vida, que seas convertido, que tu
vida se transforme. Que hoy comience la obra del Señor en ti, porque de ahora
en adelante a nadie conocemos según la carne, a nadie. Cuando tu corazón te
llame a retornar a los caminos antiguos, recházalo y realiza las obras que Dios te
ha propuesto. Los bendigo, sean benditos en el poderoso y glorioso nombre de
nuestro Señor Jesucristo.