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Cómo funciona la autoestima

Anteriormente ya he comentado que la autoestima se caracteriza por ser un factor cambiante


a lo largo de la vida, y singular para cada persona, pues depende de las lentes bajo las cuales
cada uno de nosotros percibimos el mundo. Sin embargo para entender el funcionamiento de
la autoestima, es importante comentar que nuestra forma de movernos por el mundo y de
relacionarnos también condiciona nuestros niveles de autoestima. Y en este aspecto somos
todos muy parecidos. Me refiero a la tendencia que tenemos de juzgar y compararnos con el
resto de personas.

Es fácil vernos en el juicio, solo empezar nuestro día y salir de casa ya empezamos a juzgar al
resto de personas con la que nos topamos; “Qué vestido más elegante”, “qué mujer más
guapa”, “qué pelo tan bonito”…. El problema está en que seguidamente a este juicio,
empezamos a compararnos con el resto de personas, y claro, en esta comparación siempre
salimos perdiendo. Raramente nos comparamos desde una posición superior, o bien con la
intención de que el estímulo que percibimos sea un revulsivo o una inspiración para un cambio
positivo en nuestra vida. Con frecuencia aparecen mensajes del tipo: “este sí que es hábil en
su trabajo, no como yo”, “mi compañera sí que vale, en cambio mírame a mí”, “no voy a poder
hacer lo que el otro hace, soy inútil”, “mira el cuerpo de esta chica, en cambio el mío es un
desastre”

Para explicar esta dinámica comparativa, creo interesante hablar de un par de conceptos como
son el ideal del yo y el autoconcepto.

Denominamos como ideal del yo aquella parte de nuestro inconsciente donde residen las
normas y leyes que nosotros creemos debemos cumplir. El ideal del yo está formado por ideas,
normas, juicios y creencias que fueron instauradas en nosotros desde la más tierna infancia
por aquellas figuras de autoridad en nuestra vida; padres, profesores, cuidadores… El ideal del
yo se construye mayoritariamente en los primeros años de vida, y está íntimamente
relacionado con el superyó freudiano o el top dog gestáltico de Fritz Perls.

El ideal del yo reúne aquellas formas de hacer y de ser que hemos aprendido a mostrar al
mundo con el objetivo de ser reconocidos, amados y valorados por el resto de personas. El
ideal del yo nos dice cómo debemos ser y como debemos comportarnos, y lo peor es que
normalmente seguimos estas normas a pies juntillas, sin aplicar ningún filtro propio. El motivo
de mantener y acatar este tipo de normas es que creemos que ser o comportarnos de una
determinada forma nos llevará a ser aceptados y queridos por el resto de personas.

Sentimos que desafiar estas creencias y conectar con una forma de ser y hacer más genuina
pone en riesgo el amor del resto de personas. Si nos rebelamos y nos mostramos como somos
corremos el riesgo de no ser aceptados por el resto. El ideal del yo se configura tomando en
cuenta las ideas o creencias de otras personas, no las nuestras, y aquí radica el peligro, pues
podemos acabar viviendo una vida más de cara a la galería que no desde nuestra esencia.

El autoconcepto es el segundo de los términos relacionado con la autoestima. El autoconcepto


es la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nuestro autoconcepto ha sido formado por
nuestras experiencia, por este motivo no es estático sino que va variando a lo largo de la vida.
El autoconcepto nos aporta una identidad determinada, es la visión que tenemos de nosotros
mismos. Aunque autoestima y autoconcepto son dos términos parecidos y que se vinculan
entre sí, no son lo mismo. El autoconcepto es la descripción que hacemos de nuestra persona,
mientras que la autoestima va más allá, al incluir también la valoración de nuestra persona.

Entonces ¿qué tiene que ver el ideal del yo y el autoconcepto con nuestra autoestima?, la
respuesta es que estos dos conceptos tienen un gran protagonismo a la hora de configurar
nuestro nivel de autoestima.

Como mayor es la diferencia entre la visión que tenemos de nosotros mismos (autoconcepto),
y la persona idealizada que deberíamos ser (ideal del yo), más probable es que nuestra
autoestima se encuentre dañada. Cuando la relación entre estos dos términos no es saludable,
es decir cuando mantenemos una relación neurótica con nosotros mismos, suelen aparecer las
siguientes ideas:

- No me acepto tal y como soy


- Ser como soy no está bien o no es suficiente
- Debería ser de una forma diferente (aunque no me plantee si eso es lo que realmente
quiero)
- Adopto una visión polarizada de mí persona; en que “soy todo o nada”
- Mantengo unas creencias erróneas y una visión distorsionada de la realidad

Pongamos un ejemplo;

Quizás mi autoconcepto me dice que soy una persona introvertida, mientras que mi ideal del
yo cree que los extrovertidos siempre son más exitosos en su vida. De esta forma si quiero
tener éxito en la vida debería ser así. Veamos cómo vivimos esta situación según nuestras
ideas neuróticas:

- No acepto ser introvertido


- No está bien ser así
- Debería ser extrovertido como tal o cual persona, a ellos/as sí son exitosos/as
- Solo me veo en mi introversión, mientras que seguro que en algún momento de mi
vida también me he mostrado al mundo desde la extroversión. No somos cien por cien
de una forma determinada.
- Creo firmemente que a los extravertidos la vida siempre les va mejor.

Como vemos, la relación entre estos dos conceptos genera una tensión interna, en que no nos
sentimos aptos o válidos ante la vida. Este malestar deriva en una culpa de ser y en
consecuencia nos lleva a autocastigarnos por no cumplir con aquello que se espera de
nosotros. Esta dinámica relacional nos sumerge en un estado de pasividad, no aceptación y
autocrítica, en el cual en vez de utilizar la comparación con otros como un revulsivo que nos
permita potenciar nuestras aptitudes, aceptando que no está mal ser como somos.

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