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CLACSO

Chapter Title: Identidades laborales en América Latina: estructuras, interacciones y


narrativas
Chapter Author(s): Antonio Stecher

Book Title: Tratado latinoamericano de Antropología del Trabajo


Book Editor(s): Hernán M. Palermo, María Lorena Capogrossi
Published by: CLACSO. (2020)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv1gm012v.42

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Quinta parte
Etnografiando la cotidianeidad:
experiencias, prácticas y significaciones

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Identidades laborales en América Latina:
estructuras, interacciones y narrativas*

Antonio Stecher

Introducción

El objetivo del presente capítulo es contribuir al desarrollo de pers-


pectivas analíticas y marcos conceptuales para el estudio de los pro-

* Este artículo tiene el apoyo y fue posible gracias al financiamiento del Fondo Nacional de
Desarrollo Científico y Tecnológico del gobierno de Chile (FONDECYT-ANID) a través de los
proyectos Fondecyt N° 11130095, “Procesos de construcción de identidad en el trabajo en el
Chile actual: El caso de los trabajadores de tienda de grandes empresas del Retail. Aportes
empíricos y conceptuales al debate sobre trabajo e identidad en América Latina”, y Fondecyt
N° 1181041, “Trabajo y construcción de identidades en trabajadores de la industria del Retail
en Chile. Estudio en tres ciudades sobre contextos regionales productivos, narrativas iden-
titarias, formas de reconocimiento, control managerial y organización sindical”. Además
cuenta con el apoyo y se inscribe en el marco del Núcleo Milenio “Autoridad y Asimetrías
de poder” financiado por la iniciativa científica Milenio del Estado de Chile.

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Antonio Stecher

cesos de construcción identitaria en el mundo del trabajo en América


Latina. Se trata de una agenda de investigación interdisciplinar orien-
tada a analizar y comprender el modo en que en el actual contexto
económico y socio-laboral de la región “los sujetos vivencian, [inter-
pretan] y dan sentido a sus experiencias de trabajo, así como a la
forma en que las relaciones y los contextos de trabajo producen de-
terminados modos de constitución de sujetos [laborales]” (Tittoni y
Nardi, 2011, p. 375).
Los argumentos que presentamos retoman y profundizan publi-
caciones previas (Stecher, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015; Stecher y Soto,
2019; Stecher y Sisto, 2019; Soto, Stecher y Valenzuela, 2017) y se fun-
dan en el desarrollo de un programa de investigación de más de
quince años situado disciplinarmente en el campo de la Psicología
Social del trabajo (Sato y Martínez-Pulido, 2007). Dicho programa de
investigación ha buscado comprender el modo en que, en la sociedad
chilena, bajo las coordenadas históricas, institucionales y simbólicas
del capitalismo flexible y la matriz neoliberal de desarrollo, y en el
marco de los diversos procesos de restructuración productiva y re-
organización empresarial acaecidos desde finales de los años 1980
(De la Garza, 2000; Ramos, 2009), los individuos narran e interpretan
su experiencia laboral, orientan su acción y construyen un particular
sentido de sí mismos y los otros en los espacios de trabajo (colegas,
clientes, jefaturas, organización), y se constituyen/son constituidos
como sujetos laborales de un cierto tipo.
Los hallazgos empíricos de dicho programa de investigación han
dado cuenta en Chile de un conjunto de tendencias similares a las
identificadas en otros países de la región (Abal, 2007; Antunes, 2001;
De la Garza, 2010; Battistini, 2004; Guadarrama & Torres, 2007) y a
nivel global (Alvesson, 2010; Beck, 2000; Brokling, 2015; Castel, 2010;
Deranty, 2008; Dubar, 2002; Du Gay, 1996; Revilla, Jefferys y Tobar,

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2013; Sennett, 2000; Strangleman, 2017; Walkerdine y Jimenez, 2012;


Webb, 2006 ). Se destacan al respecto aspectos tales como: fuertes
procesos de debilitamiento de identidades colectivas vinculadas al
mundo del trabajo industrial (identidad de clase, sindical, ocupacio-
nal); presencia en empleados antiguos de grandes organizaciones de
narrativas de nostalgia respecto a un mundo pasado y a identidades
colectivas debilitadas y devaluadas por los nuevos modelos de gestión;
expansión de identidades laborales fuertemente individualizadas y
vinculadas a proyectos personales de autorrealización; tensiona-
miento de modelos tradicionales de género y nuevas formas de ge-
nerización del trabajo productivo en el contexto del ingreso masivo
de las mujeres al mercado laboral y de la expansión del sector servi-
cios; fuerte diseminación de discursos y prácticas neomanageriales
que buscan remodelar las identidades laborales con base en los valo-
res del emprendimiento, la movilidad, la activación, la capitalización
personal, las competencias genéricas y la identificación con los va-
lores corporativos. Junto a lo anterior, la investigación empírica en
Chile ha dado cuenta también de importantes; cambios generacio-
nales en el vínculo subjetivo con el trabajo con nuevos perfiles y de-
mandas (horizontalidad, acceso a derechos, respeto a la dignidad
personal, horizontes temporales acotados) de los trabajadores más
jóvenes; incremento de narrativas identitarias, en asalariados del
sector formal de la economía, vinculadas a sentimientos de profunda
precariedad, indefensión e incertidumbre a nivel de las condiciones
de empleo y de las experiencias de trabajo; y una importante hetero-
geneidad en los procesos de construcción identitaria en función de
los sectores productivos, el tamaño de las empresas, sus modelos de
gestión, así como en función de los posicionamientos en la estructura
social (clase, género, generación) y de las trayectorias biográficas pre-
vias de los individuos (Araujo y Martuccelli, 2012; Díaz, Godoy y Ste-

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cher, 2005; Gaete y Soto, 2012; Sisto, 2012; Soto, 2008; Stecher, 2014;
Stecher y Sisto, 2019).
El presente capítulo, más que hacer una sistematización y balance
de ese vastísimo acumulado de hallazgos empíricos, busca contribuir
a la discusión conceptual y al enriquecimiento de las perspectivas
analíticas para el estudio de los procesos de construcción identitaria
en el mundo del trabajo en el contexto de la modernidad contempo-
ránea en América Latina (Domingues, 2009). En particular, presen-
tamos un conjunto de precisiones y distinciones conceptuales
orientadas a relevar el carácter de proceso social, anclado en interac-
ciones simbólicamente mediadas, de las dinámicas de construcción
identitaria en el mundo del trabajo (De la Garza, 2010; Jenkins, 1996;
Joas y Knobl, 2011). A nuestro juicio, dicha dimensión –procesual,
local, tensional e interactiva− de los procesos identitarios ha sido
menos considerada en la investigación empírica en América Latina
debido al predominio otorgado, en términos conceptuales, a factores
macro de tipo socio-institucional (nuevos modelos productivos y de
gestión empresarial, de relaciones laborales, de patrones tecnológi-
cos) o socio-simbólico (nuevos discursos neomanageriales e ideales
de sujeto laboral fuertemente individualizados y empresarizados),
así como al predominio dado, en términos metodológicos, a enfoques
narrativos o biográficos centrados en la producción individual de re-
latos de los trabajadores. La atención puesta en estos dos polos –(i)
los elementos socio-institucionales y socio-simbólicos hegemónicos
que estructuran y enmarcan las experiencias de trabajo en el capita-
lismo flexible y (ii) los relatos individuales de los trabajadores sobre
sus trayectorias y experiencias laborales− ha llevado a desatender la
dimensión procesual, local e interaccionalmente enraizada de los
procesos identitarios. Entre esos dos polos –el modelo o configura-
ción tecno-socio-productiva (el contexto de la producción identitaria) y

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la narrativa laboral individual (la identidad laboral como producto


simbólico)− se ha tendido a invisibilizar la dimensión procesual e inte-
raccional de las dinámicas identitarias, que resulta fundamental jus-
tamente en tanto campo de mediación entre los contextos de
producción de las identidades laborales (la configuración estructural
de los espacios de trabajo) y las narrativas identitarias o producciones
simbólicas de los trabajadores (los relatos individuales de los traba-
jadores).
Antes de pasar a presentar ese conjunto de distinciones y preci-
siones conceptuales –ancladas en la tradición del interaccionismo
simbólico (Blumer, 1982; Hughes, 1971; Leidner, 2006; Jenkins, 1996)
y orientadas a incorporar esa dimensión procesual/interactiva en el
análisis de las identidades laborales−, nos parece importante presen-
tar brevemente las coordenadas principales del programa de inves-
tigación sobre “Transformaciones del trabajo e identidades laborales”
que venimos desarrollando hace varios años en la sociedad chilena,
y al interior del cual se inscriben y fundamentan los argumentos que
se presentan en este capítulo. De este modo y con estos objetivos en
mente, el capítulo se estructura de la siguiente manera. Luego de esta
introducción, y en segundo lugar, se presentan las coordenadas –una
de orden teórico-conceptual y otra histórico-contextual− del pro-
grama de investigación señalado. En tercer lugar, y en lo que consti-
tuye el argumento central del capítulo, exponemos un conjunto de
distinciones que contribuyen a la conceptualización y al estudio de
la dimensión procesual e interaccional de los procesos de construc-
ción identitaria en el trabajo. El capítulo se cierra con un breve apar-
tado de reflexiones finales.

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Coordenadas teórico-conceptuales e histórico-contextuales


de un programa de investigación sobre transformaciones del
trabajo e identidades laborales

Coordenadas teórico-conceptuales

En términos teórico-conceptuales el programa de investigación, de ca-


rácter psico-social o socio-psicológico, se sitúa en una perspectiva crí-
tico-interpretativa (Thompson, 1981, 1993) y asume, al interior de ese
marco, un concepto de identidad y de identidad laboral basado en la
articulación de las tradiciones del interaccionismo simbólico (Mead,
1972; Blumer, 1982; Joas y Knobl, 2011) y de la hermenéutica, especial-
mente en lo que refiere a la noción de identidad narrativa (Bruner,
1991; Crossley, 2002; Ezzy, 1998, 1998; Ricoeur, 1991, 2000; Taylor, 1996).
Entendemos a las identidades de los individuos como producciones
simbólicas articuladas narrativamente (narrativas identitarias) que
se van configurando en el crisol de diversos escenarios de interacción
social y con base en tramas de significación de particulares discursos
o imaginarios sociales u horizontes culturales a partir de las cuales
los individuos elaboran –en un juego permanente de relaciones so-
ciales de identificación y diferenciación con “otros”– un cierto sen-
tido de sí mismo, de las demás personas y de su particular posición
en el mundo social (Jenkins, 1996; Giménez, 1997; Larraín, 2005; Law-
ler, 2008). Lo anterior supone que, además de como producciones
simbólicas o narrativas identitarias, las identidades deben ser con-
ceptualizadas como procesos sociales de construcción socio-simbólica en
que los individuos, en el marco de interacciones específicas e histó-
ricamente situadas, van configurando (para sí y para los otros) un re-
lato sobre sí mismos a partir de la movilización de discursos o
narrativas culturales legitimadas y disponibles en, y consistentes con,
un cierto mundo social y campo de interacciones sociales (Somers,

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1994). A través de un juego permanente de reconocimiento, identifi-


cación y diferenciación con los otros, de múltiples afiliaciones a iden-
tidades colectivas, y en el marco de restricciones estructurales y
posibilidades institucionalmente sancionadas, el individuo va cons-
truyendo narrativamente un significado (dinámico, tensional y cam-
biante) de sí mismo, de los otros y del mundo. Dicho significado
orienta y dota de sentido sus acciones, le otorga un sentimiento de
pertenencia e integración social y le confiere un sentido de continui-
dad, singularidad y mismidad a lo largo de su biografía personal y a
través de distintos dominios de experiencia e interacción (Thompson,
1998; Ricoeur, 1991; Larraín 2005). Esta producción (narrativa) y pro-
ceso social (interacciones socio-simbólicas) que es la identidad se con-
figura y despliega en marcos institucionales y estructuras de
relaciones sociales específicas (laborales, económicas y societales)
marcadas por relaciones de poder y por una distribución asimétrica
de recursos y capitales entre distintos actores, y participa –en tanto
dimensión discursiva y subjetiva constitutiva de lo social− de los pro-
cesos de dominación y reproducción, así como de las dinámicas de
crítica y transformación, de las sociedades modernas (Bourdieu y
Wacquant, 1995; Fairclough 1999; Wagner, 1997). De este modo, la
identidad se constituye en una categoría analítica pertinente para es-
tudiar la vida social y sus transformaciones contemporáneas, reco-
nociendo la permanente dialéctica entre, por un lado, las
posibilidades de creación de sentido, apropiación simbólica y refle-
xividad que poseen los actores individuales y colectivos y, por otro
lado, los marcos institucionales que condicionan estructural y “exte-
riormente” los distintos campos de interacción social donde se forjan
las identidades, así como los materiales simbólicos a los cuales tienen
o no acceso diferentes sujetos para interpretar la propia experiencia,
construir un discurso particular sobre sí mismos y ser reconocidos

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por los otros (Alvesson y Wilmott, 2002; Bourdieu y Wacquant, 1995;


Habermas, 1987; Giménez, 1997; Thompson, 1993, 1998).
Esta conceptualización de las identidades articula tres perspecti-
vas y elementos claves: (i) la insistencia de la hermenéutica en enten-
der la identidad como una narrativa en la que el agente humano
construye una interpretación de sí, de los otros y del mundo social a
partir de la movilización y apropiación de discursos sociales y mate-
riales simbólicos disponibles en la cultura (identidad como un pro-
ducto); (ii) la propuesta del interaccionismo simbólico de entender las
identidades como procesos sociales de interacción simbólicamente
mediada (identificación, diferenciación, reconocimiento, categoriza-
ción) en el marco de prácticas sociales locales, específicas y orienta-
das por ciertos fines pragmáticos (identidad como un proceso); (iii) la
importancia dada por la teoría crítica de asumir una concepción es-
tructural –y no meramente simbólica− de la cultura y las identidades,
entendiendo que estas se producen y están insertas en contextos
socio-históricos y marcos institucionales específicos (Thompson,
1993), que expresan y participan de la reproducción de las asimetrías
de poder y que son campos siempre en disputa donde se juegan y cris-
talizan tanto las relaciones de dominación social como la emergencia
de actores y movimientos de crítica y emancipación (Fairclough,
1999) (identidad como un contexto de producción socio-histórico que ex-
presa relaciones de poder).
A partir de estas consideraciones generales sobre el lugar de las
identidades en la vida social, el programa de investigación que veni-
mos desarrollando en Chile “Trasformaciones del trabajo e identida-
des laborales” ha propuesto y operado en la investigación empírica
con un particular concepto de identidad laboral. Hemos entendido
las identidades laborales como producciones simbólicas articuladas
narrativamente que expresan las modalidades específicas en que un

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Identidades laborales en América Latina

trabajador define y vive su espacio laboral, significa a los otros con


quienes se relaciona en el trabajo y se define a sí mismo como un
actor singular al interior de ese espacio social (Dubar 1998, 2000,
2001, 2002). La identidad laboral es la historia de sí mismo como tra-
bajador que (se) cuenta un agente individual inserto en un mundo
del trabajo específico, y en la cual cristaliza una particular interpre-
tación de sí mismo como trabajador, de la empresa, del proceso de
trabajo y de los otros actores que participan de dicho escenario labo-
ral (compañeros, clientes, jefaturas, etc.). Dicho en otros términos,
toda identidad laboral da cuenta de una particular modalidad de re-
lación subjetiva con el trabajo, de un específico modo, vivencialmente
encarnado y narrativamente articulado, de significar a los otros, a la
empresa y a sí mismo dentro de una experiencia de trabajo. La cons-
trucción de dicha identidad se lleva a cabo en el crisol de las activi-
dades e interacciones, formales e informales, del proceso de trabajo;
supone dinámicas múltiples de categorización, identificación y dife-
renciación en relación con la organización, los colegas, los clientes,
los colectivos de trabajo; y conlleva la movilización de los recursos
simbólicos presentes en el escenario laboral (discursos de la empresa,
sentidos configurados en la sociabilidad cotidiana con los compañe-
ros, narrativas organizacionales, identidades ocupacionales, discur-
sos sindicales, etc.). Pero también implica la movilización de
significados diversos (respecto de sí mismo, el trabajo, la sociedad,
etc.) que cada agente laboral porta producto de una biografía parti-
cular, de una singular historia de socialización (familia, estudios) y
de experiencias laborales previas, así como de su inscripción en otros
mundos sociales (familia, amistades, ocio, vida política, etc.) en los
que participa cotidiana y paralelamente a su experiencia de trabajo
(Reygadas, 2002). Todos estos aspectos, por cierto, están condiciona-
dos por la posición del actor en ciertas categorías socioeconómicas,

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de género, generación y étnicas dentro de la estructura social (Ste-


cher, 2013; Wilkins y Battistini, 2005). Estos contextos de interacción
socio-simbólica y los discursos sociales disponibles a partir de los
cuales los trabajadores construyen sus narrativas identitarias están
fuertemente condicionados por los siguientes factores macro-estruc-
turales: el modelo de desarrollo económico y la particularidad de las
relaciones capital-trabajo, las regulaciones e institucionalidad labo-
ral, la especificidad e historia de un determinado sector productivo,
el tamaño de las organizaciones y su particular modelo productivo y
de gestión, los niveles de calificación, el nivel ocupacional y la posi-
ción dentro del proceso de trabajo y la organización, el perfil socio-
demográfico de la fuerza de trabajo, la naturaleza de las relaciones
laborales y el poder (Estado-Capital-Trabajo) de los diferentes actores,
entre otros aspectos estructurales e institucionales que enmarcan y
definen los parámetros de las interacciones y los recursos simbólicos
disponibles en un determinado contexto de trabajo y para un especí-
fico grupo de trabajadores (Thompson y Smith, 2010).
Esta conceptualización general de las identidades laborales man-
tiene los tres elementos arriba descritos: la identidad laboral como
un producto (narrativas identitarias de los trabajadores), la identidad
laboral como un proceso (proceso social de interacciones simbólicas
de categorización, diferenciación e identificación en los espacios la-
borales) y la identidad laboral como configuración simbólica anclada
en contextos de producción socio-históricos, institucionales y discursi-
vos específicos (particulares escenarios laborales o configuraciones
socio-técnicas) (De la Garza, 2000; Soto, 2015).
Como hemos anunciado, el principal objetivo del capítulo es pre-
sentar algunas precisiones conceptuales que permitan esclarecer y
favorecer el análisis de la dimensión procesual e interaccional de las
identidades laborales, la cual muchas veces queda invisibilizada por

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Identidades laborales en América Latina

el predominio del análisis estructural de los sectores productivos y


los contextos laborales, y/o por el énfasis en el recurso metodológico
de la entrevista individual de orientación narrativa o biográfica a los
trabajadores. Antes de ello, sin embargo, es importante presentar al-
gunas consideraciones sobre el marco histórico-contextual en que se
sitúa el programa de investigación.

Coordenadas histórico-contextuales

Desde el marco teórico-conceptual anteriormente descrito, el pro-


grama de investigación sobre “Transformaciones del trabajo e iden-
tidades laborales” ha buscado analizar los procesos de construcción
identitaria de diferentes grupos de trabajadores en distintos sectores
productivos de la economía chilena. El foco del programa de investi-
gación ha sido los y las trabajadores/asalariados del sector formal de
la economía, los cuales representan en torno al 65 % de los ocupados
del mercado laboral en Chile.
Siguiendo el marco de los nuevos estudios laborales en América
Latina (De la Garza, 2000, 2010), el supuesto de partida es que los pro-
cesos de modernización capitalista neoliberal que transformaron el
paisaje económico, político y cultural de la sociedad chilena desde
mediados de los años 80 conllevaron procesos de reestructuración
productiva y flexibilización laboral que transformaron significativa-
mente las condiciones y contextos de trabajo, tanto del sector privado
(reorganización empresarial) como público (nuevo management pú-
blico) (Soto, 2008; Ramos, 2009). En el marco de la nueva matriz so-
cietal neoliberal instalada violentamente por la dictadura militar de
Pinochet (1973-1989) −la cual dejó dejo atrás la matriz nacional-popu-
lar-desarrollista de la segunda mitad del siglo XX y reconfiguró la
vida social a partir de los principios de mercantilización, privatiza-

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ción, desregulación y apertura al comercio global−, las organizacio-


nes y empresas del sector moderno de la economía empezaron a in-
troducir diversas innovaciones tecnológicas y organizativas
asociadas a los nuevos modelos de gestión flexible (Ruiz y Boccardo,
2015; Ramos, 2009). Lo anterior se llevó a cabo buscando aprovechar
las oportunidades de rentabilidad que abría el nuevo escenario eco-
nómico nacional y procurando adaptarse competitivamente a los pa-
rámetros emergentes de una nueva economía capitalista de carácter
global, informacional, en red, financiera y flexible (Castells, 2001;
Harvey, 2007).
En el esfuerzo por analizar los procesos de re-estructuración pro-
ductiva y modernización empresarial en distintos sectores –y ha-
ciendo una integración libre de los conceptos de configuración
socio-técnica (De la Garza, 2000), paradigma socio-productivo (Neffa,
1998) y escenarios del trabajo (Soto, 2015)− hemos considerado habi-
tualmente en las investigaciones realizadas las siguientes dimensio-
nes, cada una de las cuales tiene fuertes implicancias a nivel de las
experiencias laborales y los procesos de construcción identitaria en
el mundo del trabajo: (a) la introducción de nuevas formas de orga-
nización productiva y gestión empresarial (empresa red, descentra-
lización productiva, Just in Time, etc.); (b) el desarrollo de nuevas
modalidades post-tayloristas, toyotistas o flexibles de organización
del proceso de trabajo (polivalencia, equipos de trabajo, autorregula-
ción, responsabilización individual, calidad total, etc.; (c) el uso cada
vez más masivo y permanente, en el marco de las reformas neolibe-
rales a la legislación laboral, de formas flexibles o atípicas de empleo
asociadas a trayectorias laborales más desprotegidas, precarizadas,
heterogéneas, cambiantes e inestables (Soto, 2015; Rentería-Pérez y
Malvezzi, 2008); (d) la utilización de nuevas tecnologías computacio-
nales de información y comunicación que son el soporte de las nue-

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Identidades laborales en América Latina

vas formas de gestión y organización en red (Castells, 2001); (e) nuevos


discursos de corte neo-managerial que instalan nuevas prescripcio-
nes e ideales de sujeto laboral vinculados a los valores del emprendi-
miento individual (empresario de sí), la competitividad, la
maximización del desempeño, la adaptabilidad y disponibilidad per-
manente (Bröckling, 2015; Zangaro, 2010).
Los nuevos contextos laborales en que se insertan los trabajadores
asalariados, marcados por estas tendencias de cambio propias de los
nuevos modelos flexibles, suponen renovadas exigencias subjetivas,
diferentes modalidades de interacción social en los procesos de tra-
bajo, nuevos ideales de trabajador, actualizadas modalidades de con-
trol managerial y dominación social e innovadores repertorios
discursivos, todo lo cual incide y ha ido transformando los procesos
de construcción identitaria en el mundo del trabajo en la sociedad
chilena. Como hemos señalado arriba, no es posible comprender las
identidades laborales contemporáneas sin considerar esas profundas
transformaciones en los marcos socio-institucionales y socio-simbó-
licos que definen los contextos y las experiencias de trabajo, y que
deben ser entendidos como los contextos de producción de las identi-
dades laborales. Asimismo, sería un error reducir el análisis de las
identidades laborales a estas nuevas exigencias, prescripciones o ide-
ales de sujeto laboral que movilizan los nuevos modelos de gestión
flexible, pues todas ellas se despliegan en campos de interacción
socio-laboral contingentes y disputados, entran en tensión con otros
discursos sociales y recaen en individuos que portan memorias, có-
digos de significación y valores plurales provenientes de sus trayectos
biográficos, sus inscripciones colectivas y otros mundos sociales, y
que poseen la capacidad de reflexividad, re-interpretación y resisten-
cia en el marco de los desafíos pragmáticos de la vida social ordinaria
y de los procesos de lucha y antagonismo de intereses que caracteri-

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zan las relaciones sociales (Thompsn y Smith, 2010). Es por ello, como
hemos afirmado arriba, que postulamos la necesidad de analizar las
identidades laborales considerando siempre sus contextos de produc-
ción, los procesos de interacción socio-simbólica en los espacios labo-
rales y las narrativas identitarias de los trabajadores entendidas
como producción simbólica. Dicho análisis exige, a nuestro juicio, una
lógica de estudio de caso que permita reconstruir en forma exhaus-
tiva la configuración socio-técnica de un determinado sector produc-
tivo, analizando sus procesos de re-estructuración productiva y
estudiando luego en profundidad los procesos de interacción socio-
simbólica y las narrativas identitarias de diferentes colectivos de tra-
bajadores que compartan una misma condición laboral.
Si bien no es el objetivo de este capítulo describir los procesos de
reestructuración productiva y las transformaciones del trabajo en
distintos sectores económicos en Chile en las últimas décadas, nos
parece importante consignar algunas puntualizaciones que se basan
en los desarrollos de los nuevos estudios laborales en América Latina
y que son de especial relevancia para una agenda de investigación
sobre las identidades laborales (Antunes, 2001; De la Garza, 2000;
Neffa, 1998).
En primer lugar, la importancia de atender y reconocer la histó-
rica heterogeneidad de la matrices socio-productiva y sociocultural
de la región, al interior de las cuales han existido y coexisten hasta el
día de hoy mundos del trabajo profundamente desiguales y diferen-
ciados. Las tendencias de cambio arriba descritas y los procesos de
reestructuración productiva señalados se han desplegado en formas
profundamente heterogéneas y diferenciadas según los sectores pro-
ductivos, el tamaño de las empresas, su lugar en los encadenamientos
productivos y las cadenas de valor global, el perfil sociodemográfico
de la fuerza de trabajo (etnia, género, generación, calificación, terri-

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torio), su inserción en el sector de economía formal o informal, entre


otros factores. Inclusive, en muchos sectores productivos y segmen-
tos del mercado laboral, las estrategias de flexibilización organiza-
cional e innovación tecnológica son inexistentes o tienen una escasa
presencia debido a la primacía y mantención –especialmente en las
unidades productivas de menor tamaño, formalización y productivi-
dad− de principios organizativos de corte tradicional, artesanal o tay-
lorista-fordista.
En segundo lugar, es importante consignar que no necesaria-
mente los procesos de re-estructuración productiva y flexibilización
organizacional en un mismo sector o empresa se despliegan en for-
mas homogéneas, simultáneas y sistemáticas en todas sus dimensio-
nes (gestión y producción, proceso de trabajo, empleo, tecnología y
discursos manageriales) ni para todas sus categorías de trabajadores.
Como ha señalado De la Garza (2000) y Soto (2008), en América La-
tina los procesos de reestructuración han tendido a centrarse en la
reducción de costos laborales vía la flexibilización y precarización
del empleo y la intensificación del trabajo, con base en estrategias ge-
renciales fuertemente unilaterales y autoritarias, observándose una
menor transformación a nivel de saltos de productividad vía innova-
ciones tecnológicas y organizativas profundas, las cuales estarían res-
tringidas a unas pocas grandes empresas del sector moderno y de alta
rentabilidad.
En tercer lugar, y por último, es muy importante atender al hecho
de que, junto a los procesos de modernización neoliberal y flexibili-
zación laboral, ocurrieron en Chile y América Latina en las últimas
décadas profundos procesos de modernización cultural vinculados
a la radicalización de la individualización, la globalización cultural
y la expansión de demandas de democratización y horizontalidad del
lazo social (Araujo y Martuccelli, 2012; Domingues, 2009; PNUD,

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Antonio Stecher

2002). Estos procesos –asociados a la masificación del acceso a la edu-


cación superior, a la estabilización de la institucionalidad democrá-
tica, a la creciente inserción en las redes globales de información y
comunicación, al uso intensivo de nuevas tecnologías, al cuestiona-
miento y crisis de tradicionales matrices identitarias (nación, clase,
Estado) y de referentes institucionales de autoridad (jefaturas, padres,
profesores, políticos), entre otros elementos− instituyeron, especial-
mente en los sujetos jóvenes, nuevos horizontes de sentido basados
en los principios de autorrealización individual, de construcción del
propio proyecto personal, de cuestionamiento a la autoridad y de un
anhelo de relaciones sociales horizontales cifradas en el respeto de
la dignidad y la autonomía personal (PNUD, 2002). Aspiraciones y va-
lores todos ellos que fueron permeando los vínculos sociales y las vi-
vencias subjetivas de los actores en las distintas esferas de la vida
social, entre ellas la esfera del mundo laboral. La consideración de
estos procesos de modernización cultural –en sus articulaciones, pero
también en sus diferencia y tensiones con el imaginario neoliberal y
la flexibilización laboral− resulta fundamental para comprender hoy
en día los procesos de construcción de las identidades laborales, en
tanto han forjado nuevos discursos y matrices de sentido que operan
como marcos simbólicos que “desde fuera del trabajo” inciden en las
formas de narrar e interpretar la experiencia laboral.
Todas estas consideraciones dan cuenta de la importancia de la
investigación empírica y del análisis en profundidad de contextos la-
borales concretos, considerando una perspectiva multidimensional
que atienda a las dimensiones laborales y extralaborales, y que con-
sidere el particular trayecto a la modernidad de América Latina en
tanto región semiperiférica (Domingues, 2009). Una región donde
nunca existió al modo de los países centrales de industrialización
avanzada una sociedad salarial y un estado de bienestar, y donde los

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procesos de modernización neoliberal y re-estructuración productiva


se dieron con un fuerte predominio de lógicas autoritarias, de preca-
rización del empleo, de mantención de lógicas de racialización y ge-
nerización de la fuerza de trabajo, así como de coexistencia de los
modos históricos de precariedad del trabajo informal, con nuevas for-
mas de precariado en el sector formal y moderno de la economía (Do-
mingues, 2009; Stecher y Sisto, 2019). Una perspectiva así resulta
fundamental para comprender las específicas, heterogéneas y, mu-
chas veces, híbridas constelaciones de identidades laborales que ca-
racterizan al mundo del trabajo en el Chile actual, evitando tanto la
extrapolación de hallazgos de un sector productivo a otros, como el
riesgo de asumir acríticamente y sin las mediaciones conceptuales
necesarias tesis como las de la “crisis de la sociedad salarial” (Castel),
la “corrosión del carácter” (Sennett), “el debilitamiento de la centra-
lidad del trabajo para las identidades” (Bauman), “un nuevo espíritu
del capitalismo” (Boltansky y Chiapello), “el sujeto neoliberal” (Laval
y Dardot) o el “empresario de sí” (Foucault), etc., las cuales responden
a los particulares trayectos de modernización de los países de indus-
trialización avanzada (Stecher, 2011) o a especulaciones de carácter
impresionista, sin una necesaria fundamentación empírica y preci-
sión conceptual (De la Garza, 2010). Dichas tesis sobre las identidades
laborales contemporáneas deben ser consideradas como importantes
y valiosas hipótesis a ser contrastadas a través de la investigación em-
pírica, y a ser enriquecidas desde el trabajo de elucidación concep-
tual, en el marco de una agenda que posibilita el desarrollo de
agendas de investigación sobre y desde América Latina.

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La identidad como proceso social en el marco de la interacción


simbólica

Para el estudio de las identidades como proceso social de construc-


ción de significados sobre uno mismo, los otros y el mundo, los apor-
tes del Interaccionismo Simbólico (IS) resultan fundamentales.
Destacamos primero, en forma esquemática, dos tesis centrales am-
pliamente conocidas de esta perspectiva teórica, para luego derivar
de ellas un conjunto de puntualizaciones más específicas que nos en-
tregan luces para la conceptualización y el estudio empírico de las
identidades laborales.
La primera tesis −central en la obra de Mead (1972) y Blumer
(1982)− es la formulación de que el sí mismo de una persona –su ca-
pacidad de tomarse a sí mismo como objeto y construir un signifi-
cado sobre sí y sobre el mundo que oriente sus acciones– no es una
propiedad natural del organismo individual, sino el resultado de un
proceso social de interacciones mediadas simbólicamente al interior
de una comunidad humana. Para Mead, el sí mismo (self) no es algo
con lo que los bebés llegan al mundo. El individuo no nace miembro
de una sociedad, sino con una predisposición hacia la sociabilidad
(Berger y Luckman, 2001). El niño llega a una cultura que lo antecede
y de la cual alcanzará a ser parte a partir de un proceso de internali-
zación por el cual logra aprehender el mundo en cuanto realidad so-
cial significativa, comprender a los propios semejantes y conformar
su propia identidad (Berger y Luckman, 2001; Ritzer, 1993). Es solo a
partir de su inserción en el espacio intersubjetivo de la comunicación
y el lenguaje que el niño va adquiriendo los significados compartidos
que organizan las interacciones sociales, en el marco de las cuales va
adquiriendo a su vez –y como un significado más– un sentido de sí
mismo o identidad personal. Esta centralidad del lenguaje y de la in-

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teracción simbólica permite entender por qué para Mead el sí mismo,


dotado de continuidad temporal y capaz de dirigirse y actuar refle-
xivamente sobre sí mismo y el mundo (en base a significados cons-
truidos en la interacción con otros), se configura y se “sitúa” (más que
en la conciencia individual) en las prácticas de interacción y los pro-
cesos sociales. Como señala Larraín (1996), desde la perspectiva de
Mead hay que entender a la identidad, esto es, al significado que una
persona construye sobre sí misma en el marco de las interacciones
simbólicas con otros y gracias a la capacidad reflexiva que supone el
sí mismo, no como una esencia o propiedad intrapsíquica, sino como
un proceso socialmente construido en el espacio de las interacciones
y relaciones sociales y en el que “el otro” juega un rol central.
La segunda tesis es que lo propio de la vida social es que los seres
humanos actúan en el mundo y se dirigen hacia las cosas, las perso-
nas y hacia sí mismos de un modo que expresa el significado que esos
“objetos” tienen para ellos (Blumer, 1982). Más que un organismo que
reacciona mecánicamente a estímulos interiores o exteriores, la per-
sona es un agente que ha desarrollado en la interacción social un sí
mismo que le permite interpretar el mundo y actuar en función de
los significados que los distintos objetos, incluyendo él mismo, han
ido adquiriendo. Dichos significados, sin embargo, no son ideas o fe-
nómenos psíquicos, sino que son emergentes simbólicos del proceso
de interacción social, residiendo, más que en la cabeza de los indivi-
duos, dentro del acto social (Ritzer, 1993). Como señala la clásica for-
mulación interaccionista, el significado que un objeto adquiere para
una persona no proviene en lo fundamental ni de ella misma ni de
la naturaleza del objeto (Blumer, 1982).

El significado surge del proceso de interacción entre los actores so-


ciales, y por lo tanto […], el significado de una cosa (“o de un objeto”)
para una persona determinada [para una persona] resulta de la ma-

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nera como las otras personas actúan frente a ella respecto de dicho
objeto [de modo que son las] acciones [de los otros] los que sirven para
la definición [significación] de una cosa determinada para esa per-
sona. (Robles, 1999, p. 120)

En el marco de los procesos de interacción simbólica las personas se


integran y participan de un mundo de significados construidos en la
acción conjunta, los cuales orientan y enmarcan sus acciones, al
mismo tiempo que están abiertos al cambio y reformulación a partir
de las capacidades reflexivas e interpretativas de los individuos y en
el marco de los “usos” que las personas hacen de dichos significados
en escenarios concretos de interacción (Blumer, 1982).
De estas dos formulaciones generales, podemos derivar las si-
guientes puntualizaciones que buscan contribuir a la conceptualiza-
ción y al estudio empírico de los procesos de interacción que están
en la base de las dinámicas de construcción identitaria en el mundo
del trabajo.

El trabajo identitario y la reflexividad del sí mismo

La tradición del IS destaca la capacidad reflexiva del sí mismo y la


importancia del “trabajo identitario” (identity work) en los procesos
de construcción de las identidades (Alvesson, 2010; Bajoit, 2003; Gid-
dens, 1997).
La reflexividad del sí mismo (su capacidad de tomarse como ob-
jeto, de interrogarse, de interpretar y reformular el sentido de sí
mismo y del mundo en el curso de las prácticas sociales y de la acción
cotidiana en las que participa, así como del horizonte simbólico-cul-
tural en el que está inserto) es parte consustancial de la experiencia
de los agentes humanos. Los actores sociales llevan a cabo continua-
mente lo que se ha denominado “trabajo identitario”, un esfuerzo ac-

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tivo (muchas veces no consciente) por configurar un sentido de sí


mismos que oriente sus acciones y los provea de un sentimiento de
coherencia y continuidad en el espacio social. La identidad puede ser
pensada, entonces, como el significado de sí mismo que construye un
actor social a través de un trabajo identitario continuo y haciendo
uso de su capacidad reflexiva, la cual le permite tomarse como objeto
e interpretarse a sí mismo. Como señala Alvesson (2010) “The concept
of identity work refers to people being engaged in forming, repairing,
maintaining, strengthening or revising the constructions that are
productive of a sense of coherence and distinctiveness” (2010, p. 201).
Estudiar las identidades exige, así, reconocer esa dimensión reflexiva
e interpretativa de la agencia humana y atender no solo a la identidad
como sentido ya estabilizado en una narrativa, sino también al tra-
bajo identitario continuo y permanente – que se incrementa en co-
yunturas de incertidumbre, crisis y cambio– que está en la base de la
identidad.
De esta puntualización se deriva la importancia de estudiar los
procesos de construcción de identidades laborales atendiendo al
modo en que los trabajadores interpretan activa y cotidianamente
sus contextos, prácticas e interacciones en el trabajo, así como al con-
tinuo trabajo identitario que realizan para construir un sentido de sí
mismos, para sí y los otros, que los oriente y que sea consistente con
el campo de interacciones y regulaciones del que participan en el es-
pacio laboral. La identidad laboral, más que una categoría estable
−dada por un rol dentro de la organización o por el posicionamiento
en un discurso (neo)managerial, o anclada en un atributo psicológico
que el trabajador porta previamente desde su historia familiar tem-
prana−, debe ser comprendida en términos de procesos de produc-
ción de significados de sí mismo en el campo de las relaciones
sociales del trabajo y en el marco de una activa elaboración identita-

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ria del propio trabajador, entendido como agente reflexivo e inter-


pretativo de su propia experiencia laboral.
Uno de los desafíos de la investigación empírica es comprender
cómo los nuevos modelos de gestión flexible configuran nuevos cam-
pos y dinámicas de interacción en las organizaciones y en los proce-
sos de trabajo (equipos de trabajo, trabajo por proyectos, procesos
productivos en redes que exceden el espacio físico de la fábrica u em-
presa, economía de plataformas, nuevos sistemas de evaluación in-
dividualizada, bonos de productividad, sistemas de registro
informatizado, nuevos instrumentos de gestión, etc.) que van trans-
formando los significados de la experiencia laboral (como algo más
fragmentado, descentralizado, inestable, por proyectos acotados,
orientado al cumplimiento de indicadores, mediado por instrumen-
tos de gestión, etc.), que plantean nuevas exigencias y horizontes de
sentido para el trabajo identitario del individuo y que pueden dar
lugar a nuevas narrativas identitarias (más individualizadas, empre-
sarizadas, etc.) (Chiapello y Gilbert, 2019; Soto, 2009).

El carácter procesual de las identidades: estabilización y cambio

Los planteamientos del interaccionismo simbólico nos llevan a des-


tacar también el carácter procesual y cambiante de las identidades.
A la luz de la noción de reflexividad y trabajo identitario es impor-
tante considerar a las identidades como un “siendo” más que como
un “es”, como una producción simbólica que se configura y recrea
permanentemente en el flujo de las interacciones en las que partici-
pan y en las que quedan situados los individuos (Bruner, 1991).
La identidad en tanto proceso debe ser pensada en términos tem-
porales: proviene de un pasado y una particular historia de interac-
ciones, se actualiza y opera en el presente en diversos escenarios
sociales y está abierta al cambio en el futuro en la medida que el actor

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se va enfrentando a nuevas situaciones y escenarios en el espacio so-


cial (Deschamps y Moliner, 2009). Una de las principales dificultades
en el estudio de la identidad es la tendencia a reificarla, cosificarla y
fijarla como una entidad psicológica o sociológica estable y continua,
desatendiendo este carácter procesual que la define en tanto emer-
gente de las prácticas sociales, del trabajo reflexivo del individuo y
de la internalización de las formas simbólicas presentes en la cultura
(Jenkins, 1996; Sveningsson y Alvesson, 2003). Es en ese sentido que
algunos autores han indicado la necesidad de reemplazar la noción
de “identidad” por nociones tales como “dinámicas de identificación”
o “procesos identitarios”, las cuales apuntan a destacar este carácter
simbólico y procesual de las identidades, tensionando la carga se-
mántica tradicional del concepto de identidad en el pensamiento oc-
cidental, carga que remite a la imagen de estabilidad, permanencia,
núcleo esencial e inmodificable del yo (Hall, 2003).
Este reconocimiento del carácter procesual y de la dimensión de
cambio y devenir temporal de las identidades no supone adherir a
las tesis posmodernas o socio-construccionistas (Bauman, 2001; Ger-
gen, 1997) de que la identidad ha llegado a ser (en el mundo contem-
poráneo) o es (conceptualmente) un mero flujo entre actos
performativos o posiciones discursivas múltiples, fragmentarias, con-
tingentes y cambiantes. Los actores sociales pasan por distintos pro-
cesos de socialización primaria y secundaria, donde van
incorporando biográficamente un conjunto de valores, representa-
ciones, significados, identificaciones, disposiciones que no son meros
ropajes “que se pueden tomar y dejar en cada instante”, sino que ope-
ran como códigos sedimentados de percepción y significación de la
experiencia con que los individuos participan de la vida social y sobre
la base de los cuales se despliega el trabajo identitario (Berger y Luck-
man, 2001).

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Antonio Stecher

Estudiar la identidad exige justamente abordar esa dinámica de


permanencia y transformación, teniendo en claro que en cualquier
contexto social que queramos analizar en un momento dado concu-
rren actores sociales que no son páginas en blanco que simplemente
asumen posiciones identitarias contingentes en el devenir de una in-
teracción comunicativa o de ciertas prácticas discursivas de carácter
local. Son actores con una historia, con memoria, con marcas y posi-
ciones de clase y de género, y con diversas identificaciones sedimen-
tadas e internalizadas en su trayecto biográfico, las que juegan un
papel relevante en los procesos sociosimbólicos de construcción iden-
titaria en cualquier escenario social. Procesos identitarios que, a su
vez, están abiertos a nuevos procesos de reformulación y reinterpre-
tación en el marco del devenir contingente y cambiante de la vida so-
cial, de sus formaciones simbólicas y campos de interacción, y de las
experiencias de los individuos en relación a estas.
De esta consideración se deriva la importancia de entender las
identidades laborales como procesos simbólicos que suponen tanto
grados de estabilización como espacios de apertura y transformación
en función de los cambios en los contextos laborales, pero también
como producto de transformaciones en otras esferas de la vida social
de los individuos (por ejemplo, tener un hijo o dejar la casa de los pa-
dres). Incluso –como hemos observado en estudios empíricos con tra-
bajadores del Retail en Chile (Stecher, 2012)− dentro de un mismo
empleo, los trabajadores pueden re-elaborar sus narrativas identita-
rias en función de ciertas situaciones significativas: una huelga, la
compra de la empresa por otra compañía, cambio en las jefaturas,
despido de compañeros, incremento de la exigencia y la carga de tra-
bajo, etc. Las identidades laborales suponen, así, una dinámica cons-
tante de permanencia y cambio en que confluyen las situaciones
propiamente laborales, las extralaborales, así como también los tra-

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yectos biográficos del trabajador, los cuales llevan un conjunto de


marcas de clase, género y etnia y de particulares procesos de sociali-
zación que ejercen un influjo relativamente permanente sobre los
procesos de construcción identitaria en el trabajo. Estas marcas y po-
sicionamientos “extra-laborales” pueden operar como “recursos” a
los que apela el management para significar de un cierto modo y con-
trolar la fuerza de trabajo (por ejemplo, devaluar y no valorizar cier-
tos habilidades laborales −trabajo emocional o de cuidado− a partir
de feminizarlas y considerarlas atributos naturales de las trabajado-
ras mujeres) (Beth Mills, 2016; Pettinger, 2005), pero también pueden
desplegarse como formas de resistencia frente a los intentos de colo-
nización de la subjetividad por parte del management a partir de mo-
vilizar significados vinculados, por ejemplo, a la identificación con
la cultura urbano-popular de clase trabajadora, o con culturas juve-
niles alternativas, los que resultan no compatibles con el significado
del trabajador como colaborador y parte de la familia empresarial y
del proyecto corporativo de la compañía.

La centralidad de los “otros” y las hetero-categorizaciones en los procesos


identitarios

Los desarrollos del IS exigen reconocer la centralidad de los otros en


los procesos de construcción de identidad. Al igual que todos los sig-
nificados, el sentido de uno mismo se construye en el marco de diná-
micas de interacción en las que somos reconocidos y categorizados
de cierta manera por “otros” (una persona, un colectivo, una institu-
ción) (Jenkins, 1996). Como señala Mead (1972), la capacidad reflexiva
de la persona, el poder tomarse como objeto y construir un cierto sen-
tido de sí mismo es siempre el resultado de un proceso de internali-
zación de la relación con otro, de aprender a contemplarse a sí mismo
como un objeto desde el lugar del otro. Para Mead las personas no

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pueden experimentarse a sí mismas directamente, sino solo a partir


de ponerse en el lugar de otros particulares –o de la sociedad en su
conjunto– y de contemplarse desde ese punto de vista (Mead, 1972;
Ritzer, 1993). Es decir, la identidad personal, el sentido de nosotros
mismos, está siempre mediatizada por las expectativas de los otros
significativos y por la expectativa de los colectivos de la sociedad (otro
generalizado) (Larraín, 2001). Lo central acá es reconocer el hecho de
que la construcción de la identidad supone siempre la existencia de
los “otros” en cuyas expectativas, evaluaciones, categorizaciones y
opiniones sobre nosotros mismos nos reconocemos y a partir de las
cuales formamos nuestra propia autoimagen. Como ha escrito La-
rraín (2001):

El sujeto internaliza las expectativas o actitudes de los otros acerca


de él o ella, y estas expectativas de los otros se transforman en sus
propias autoexpectativas. El sujeto se define en términos de cómo lo
ven los otros. Sin embargo, sólo las evaluaciones de aquellos otros que
son de algún modo significativos para el sujeto cuentan para la cons-
trucción y mantención de su autoimagen… Se podría decir que las
identidades vienen de afuera en la medida que son la manera como
los otros nos reconocen, pero vienen de adentro en la medida que
nuestro autoreconocimiento es una función del reconocimiento de
los otros que hemos internalizado (2001, p. 29).

Lo que en este punto se destaca es la centralidad que tienen las for-


mas de reconocimiento y categorización que los otros otorgan a un
actor en la construcción de su identidad. La ubicación de un indivi-
duo en un conjunto de categorías discursivamente articuladas e ins-
titucionalmente sancionadas (hombre, desempleado, profesor, viejo,
blanco, profesional, etc.) por parte de instituciones, o de personas cer-
canas y significativas en contextos locales de interacción, son un
componente central de las dinámicas identitarias y juegan un papel

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clave –a través de los procesos de internalización de la imagen que


los otros nos devuelven de nosotros mismos– en el significado de sí
mismo que construye un actor social. Los actores son continuamente
categorizados y posicionados en la vida social en ciertos “roles” o “po-
siciones” dotadas de significación a través de textos formalmente ar-
ticulados y explícitos (un contrato laboral o un acta de nacimiento),
de su ubicación en roles sociales institucionalmente sancionados, de
modalidades cotidianas de interacción conversacional, así como tam-
bién en el marco de interacciones y acciones cotidianas no habladas,
pero igualmente significantes en tanto operan como formas simbó-
licas portadoras de significado (por ejemplo, la llevada permanente
y silenciosa de los padres a un niño varón al baño de hombres y no
al de mujeres). Es en esta línea que Hacking (1986) señala que com-
prender el proceso de construcción simbólica de las identidades re-
quiere atender a lo que él denomina como vector de etiquetado y
categorización desde arriba (labelling from above), esto es, atender al
modo en que los sujetos desde su nacimiento y a lo largo de toda su
vida son ubicados e incluidos (desde fuera) en una pluralidad de ca-
tegorías socio-discursivas que los posicionan de particulares maneras
en el espacio social. Como veremos en el siguiente punto, si bien este
eje de las categorizaciones externas es fundamental en los procesos
de construcción identitaria, las identidades no se agotan ni reducen
a dichas dinámicas de categorización o posicionamiento de los indi-
viduos en ciertos roles o categorías.
De esta consideración se deriva que no es posible comprender
los procesos identitarios en el trabajo sin atender a las diversas formas
de categorización e interpelación que recibe el trabajador en su es-
pacio laboral. Se trata de hetero-categorizaciones que pueden ser for-
males y provenir de las definiciones administrativas y reglamentarias
de la organización (cargos, funciones, tareas asignadas, tipo de con-

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trato, etc.) o de sus discursos de gestión (referirse al trabajador como


colaborador o parte de la familia empresarial), pero que también
provienen de formas cotidianas de interacción en el espacio laboral
con colegas, clientes, jefaturas, dirigentes sindicales, donde los otros
tipifican, categorizan y entregan una particular imagen de sí al tra-
bajador. Se trata de atender, como ha sido señalado por Álvaro Soto
(Soto, Stecher y Valenzuela, 2017), a la ecología de interpelaciones
múltiples que recibe el trabajador en los contextos laborales, las cua-
les incluyen también el modo en que los dispositivos socio-técnicos
o instrumentos de gestión posicionan al trabajador en un cierto lugar
y le devuelven una imagen de sí mismo (como (in)capaz, (in)eficaz,
(in)eficiente). Dichas interpelaciones pueden en ocasiones ser con-
tradictorias entre sí, así como articularse, o bien entrar en tensión,
con otras modalidades de heterocategorización que el trabajador re-
cibe en otras esferas de la vida social, o con otros modos de ser reco-
nocido que internalizó en su trayecto biográfico previo. Es en el
marco de esa trama cruzada de modos de interpelación, reconoci-
miento y categorización que los trabajadores llevan a cabo su proceso
identitario y van dando forma a su identidad laboral.
Resulta fundamental de cara a la investigación empírica sobre
las identidades laborales en la sociedad contemporánea analizar las
nuevas formas de reconocimiento y categorización que establecen
los modelos de gestión flexible (emprendedor, team worker), los cuales
suponen habitualmente la invisibilización o devaluación de formas
previas de reconocimiento y categorización en el espacio laboral
(identidades de clase, identidades de oficio, identidades organizacio-
nales) (Dubar, 2002; Voswinkel, 2007). Asimismo, resulta fundamental
atender a la continuidad de formas históricas de reconocimiento y
categorización –muchas veces ancladas en categorías extralaborales
de género o étnico-raciales− que se mantienen en los espacios labo-
rales y que se ensamblan de formas híbridas y heterogéneas con las
tipificaciones del nuevo management.

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Identidades laborales en América Latina

El carácter activo e interpretativo del sí mismo en los procesos


identitarios

Como se deriva de la propia obra de Mead, es importante consignar


que el reconocimiento del papel que cumple en los procesos identi-
tarios la internalización de las actitudes externas y las prácticas de
categorización de los otros no supone una conceptualización del sí
mismo y la identidad en términos de mera pasividad, conformismo
y reproducción mecánica del orden social (Joas y Knobl, 2011; Ritzer,
1993). El sí mismo, señala Mead (1972), se compone de dos aspectos o
fases: el “mí” que alude “al conjunto organizado de actitudes de los
demás que uno asume” y que constituye la dimensión objetivada,
convencional, habitual y normativa del sí mismo, el proceso (necesa-
rio) a partir del cual la sociedad regula al individuo y lo hace partícipe
de la reproducción social; y el “yo”, que da cuenta del aspecto incal-
culable, contingente y dinámico del sí mismo, del modo como el in-
dividuo reacciona y responde ante las actitudes de los otros contri-
buyendo creativamente a la transformación del orden social
(Deschamps y Moliner, 2009; Ritzer, 1993). La identidad se construye,
así, en el marco de esa dinámica, proceso y conversación continua
que se da entre el “mí” –que representa la adopción de las actitudes,
figuraciones y categorizaciones de los otros particulares y de la so-
ciedad (otro generalizado)– y el “yo” –que representa el modo como
la persona responde, reinterpreta y se posiciona ante un otro (persona,
grupo e institución) que se dirige a él–. Así, en la vida social, las per-
sonas no son meramente objetos de categorización y posicionamien-
tos múltiples y diversos desde el exterior que interiorizan y asumen
mecánicamente, sino que son también agentes activos que reinter-
pretan, resignifican, se apropian de modos singulares y/o resisten
esas mismas categorizaciones o interpelaciones simbólicas que los
otros depositan sobre ellas. Como señala Hacking (1986), comprender

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los procesos de construcción de personas (o identidades) exige atender


no solo a la dinámica de “categorización y etiquetación desde arriba”
(labelling from above), sino también al modo como “los etiquetados”
responden “desde abajo” –desde sus contextos locales de interacción,
y apelando a diferentes referentes simbólicos presentes en la cultura
y en sus historias de vida– a los ejercicios de categorización que re-
caen sobre ellos desde diversos actores e instituciones.
Como indica Jenkins (1996), las identidades se construyen en esa
dialéctica permanente entre una lógica externa (hetero-categoriza-
ción) e interna (auto-categorización) de categorización, esto es, entre
las modalidades en que somos reconocidos por los otros y las formas
en que nos reconocemos a nosotros mismos. Esta puntualización, por
cierto, no supone reponer una dicotomía entre la sociedad, por un
lado, y el individuo independiente y autocontenido, por otro, distin-
ción y forma de pensamiento que Mead justamente buscó evitar (La-
rraín, 2005). Las reinterpretaciones y respuestas a las
categorizaciones de los otros que lleva a cabo a un individuo, así
como la construcción de diversos sentidos de pertenencia y auto-ca-
tegorización, se hacen desde una fase del sí mismo (el yo) que es tam-
bién un producto de la vida social, y suponen siempre la movilización
de significados alternativos disponibles en la cultura, en el contexto
de las prácticas de interacción local o en la historia biográfica del su-
jeto. Siguiendo esta matriz conceptual Claude Dubar (1998, 2000) ha
elaborado una muy útil distinción para el estudio de las identidades.
Sugiere comprender la identidad como la articulación conflictual y
problemática entre dos registros: un plano personal y biográfico (la
“identidad para sí” cercana a la noción de “yo” en Mead) y una dimen-
sión referida a las objetivaciones, categorizaciones y adscripciones
que todo sujeto recibe desde los otros y la sociedad (la “identidad para
otros” cercana a la noción de “mí” en Mead).

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Identidades laborales en América Latina

En términos del estudio de las identidades laborales, esta consi-


deración da cuenta de la necesidad de analizar no únicamente los
modos de hetero-categorización y las interpelaciones de las que son
objeto los trabajadores en los contextos de trabajo, sino también el
modo cómo, individual o colectivamente, reinterpretan, resignifican,
se apropian y/o resisten tales categorizaciones. Los individuos en el
trabajo pueden apelar a diversos referenciales identitarios presentes
en la cultura laboral de la organización, en sus propias historias de
vida o en otros mundos sociales en los que participan cotidianamente,
para tensionar e ir modulando reflexivamente las categorizaciones
que reciben, apropiándose de algunas y rechazando otras, en el es-
pacio de lo que Dubar (2000) denomina la identidad para sí.
De este modo, la identidad laboral no es reducible ni a la identidad
para sí (el modo como al entrar a un trabajo –o en un momento dado
del mismo– me reconozco como trabajador y me represento una
cierta historia de mi pasado, presente y futuro laboral) ni a la identidad
para otro (el modo como la empresa y otros actores me categorizan y
reconocen en el marco del proceso de trabajo específico en el que es-
toy inserto). La identidad laboral es una narrativa que expresa la dia-
léctica identitaria de esos dos ejes y que da cuenta del esfuerzo del
sujeto por construir un significado de sí mismo como trabajador. Un
significado que contenga cierta coherencia para sí mismo y su historia
previa, que sea consistente con el escenario de interacciones sociales
que enfrenta y que no solo permita orientar su acción en el mismo,
sino que también, al mismo tiempo, posea legitimidad y sea recono-
cido por los otros en el espacio de trabajo.
Esta dialéctica entre la identidad para otros y la identidad para sí
es un eje teórico clave en la propuesta de Dubar para el estudio de las
identidades laborales. El sociólogo francés señala que esos dos tipos
de identidades deben ser consideradas también en términos de dos

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tipos de lecturas –una sincrónica y otra diacrónica– en el análisis de


los procesos de construcción de identidades en el trabajo. Así, señala
Dubar (2000), interrogar las identidades laborales exige atender a la
confluencia, muchas veces problemática y tensional, de dos dimen-
siones: (i) una biográfica que da cuenta de la imagen de sí mismo
como trabajador, que el sujeto ha ido construyendo a lo largo de su
historia de vida (identidad para sí), y que supone tanto la imagen he-
redada (las marcas que porto desde mi origen), la asumida en el pre-
sente (lo que he llegado a ser), como la anhelada (lo que quiero llegar
ser); (ii) una dimensión relacional centrada en las modalidades en
que el actor es reconocido por otros en su actual espacio del trabajo
(identidad para otros). De este modo, comprender las identidades de
los trabajadores exige una aproximación tanto diacrónica –orientada
a reconstruir la biografía y trayectoria (pre)laboral (modelos familia-
res de trabajo, modelos de trabajo según género, experiencias educa-
tivas e identificación con ideales socioprofesionales, primeras
inserciones al mercado laboral) y los sentidos de sí mismo que en
tanto trabajador el sujeto ha ido construyendo a lo largo de esa his-
toria (identidad para sí)– como sincrónica –orientada a dar cuenta de
las distintas objetivaciones, categorizaciones, reconocimientos y ads-
cripciones identitarias que el sujeto recibe desde los otros en el marco
de su particular inserción en el presente en un proceso de trabajo y
una empresa específica (identidad para otros)−.
La investigación empírica sobre los actuales mundos del trabajo
exige analizar dichas dinámicas identitarias de hetero y auto catego-
rización en distintos sectores productivos y escenarios de trabajo,
bajo los nuevos modelos de gestión flexible y respecto de colectivos
de trabajadores específicos con particulares historias previas de so-
cialización personal y laboral, y partícipes de los nuevos contextos
simbólicos desplegados por la actual fase de modernización cultural.

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Identidades laborales en América Latina

Tensiones identitarias y luchas por el reconocimiento

Se debe asumir, por otro lado, que los procesos de construcción de


identidad son campos de luchas y tensiones identitarias. Espacios de
disputa en que los actores sociales demandan y exigen el reconoci-
miento, por parte de los otros, de los modos de autoidentificación y
pertenencia que ellos consideran, a la luz de su historia pasada y de
sus proyectos futuros, como valiosos para sí mismos (Honneth, 2009).
Reconocimiento que resulta indispensable para la afirmación, vali-
dación y viabilidad de la identidad para sí que esos mismos actores
afirman. La tensión y divergencia entre la identidad para sí (el modo
como yo me reconozco a mí mismo y como quiero ser reconocido por
los otros en un particular momento de mi historia) y la identidad para
otros (el modo como los otros me categorizan, la imagen que me de-
vuelven de mí mismo, los modelos de identidad que me ofrecen como
valiosos y legítimos en un escenario determinado) es muchas veces
un elemento estructurante de los procesos identitarios. En el marco
de tales tensiones los actores llevan a cabo diversas estrategias de ac-
ción orientadas a disminuir dicha brecha entre el autoreconoci-
miento y el heteroreconocimiento, sea a través de transformar y
resignificar ciertos aspectos de la identidad para sí, o de luchar y lo-
grar cambiar el modo en que se es reconocido y categorizado por los
otros, todo lo cual depende por cierto del contexto específico de inte-
racción, de la distribución de capitales y del poder de los distintos ac-
tores implicados. Los procesos de construcción de identidad no son,
así, ecuaciones lineales que resultan de la combinación pura y pací-
fica de la identidad para sí y la identidad para otros, sino que son pro-
cesos sociales e históricos donde los actores implicados en distintos
campos de relación (familia, trabajo, sociedad civil, esfera política,
etc.) buscan, exigen y luchan por ser reconocidos por otros tal como

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ellos se reconocen a sí mismos. Ello resulta fundamental, dado que


las personas solo pueden mantener y renovar un sentido de sí mis-
mos y de sus acciones en la medida que los otros significativos y la
sociedad los reconocen y les ofrecen el espacio simbólico y las con-
diciones materiales para afirmar y construir un proyecto en torno a
dicha identidad (Larraín, 2001).
Además de las tensiones identitarias y luchas por el reconoci-
miento observables en la dinámica entre la identidad para sí y la
identidad para otros, es posible distinguir otras tres fuentes poten-
ciales de tensión identitaria en el marco de los procesos de construc-
ción de identidad. Por un lado, puede existir una tensión dentro de
la misma identidad para sí, la cual supone una articulación de sentido
entre la identidad heredada del actor social, la identidad asumida en
el presente y la identidad anhelada en el futuro, instancias que pue-
den entrar en conflicto y exigir un trabajo identitario del actor. Es
decir, el propio modo en que me reconozco como actor social puede
estar tensionado por la presencia de significaciones diversas y en ten-
sión respecto a las marcas de mi origen, mi presente y mis proyectos
y anhelos futuros (Bajoit, 2003; Solis, 2009). Por otro lado, pueden
existir tensiones identitarias producto de recibir de un “otro signifi-
cativo” un reconocimiento ambivalente o contradictorio, lo que po-
dría considerarse como una tensión dentro del campo de la identidad
para otro. A su vez, pueden existir tensiones entre los distintos roles
o identidades parciales que desempeña un actor social en la vida mo-
derna, considerando los diversos significados de sí mismo (o relatos
de identidad) que construye en distintos mundos de vida (Revilla,
1998). El trabajo identitario es en gran parte un esfuerzo de articular
y gestionar las diversas (y muchas veces tensionales) formas de au-
tointerpretación de nosotros mismos que hemos ido construyendo
biográficamente en el crisol de nuestra participación y de nuestro

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cumplimiento de distintos roles sociales (trabajo, familia, amistad,


ocio, etc.). La identidad de cada persona se va construyendo en el
marco de esa diversidad de relaciones sociales y, si bien es altamente
compleja, diversa y variable –debido a la multiplicidad de interaccio-
nes y mundos de vida en las que todo individuo participa–, supone
un nivel de integración, un sentido de mismidad, continuidad, sin-
gularidad y coherencia logrado narrativamente por el actor al con-
tar(se) una historia de su vida que configura y articula los eventos de
pasado, presente y futuro, así como el tránsito entre distintos mun-
dos sociales (Larraín, 2001; Ritzer, 1993).
En términos de las identidades laborales, es fundamental analizar
los procesos identitarios en el mundo del trabajo como campos de
disputa y batallas simbólicas por el reconocimiento, en los cuales los
trabajadores luchan por obtener desde la empresa, o desde otros ac-
tores, el reconocimiento que los posicione legítimamente en el lugar
que –dadas su competencias, sus credenciales, su experiencia, su
poder político, etc.– perciben merecer o en el que anhelan estar (Sain-
saulieu, 1988). La identidad laboral es un proceso y un logro continuo
en el que esta dimensión de lucha por el reconocimiento, exitosa o
fallida, en función de los intereses específicos de individuos o colec-
tivos de trabajo juega un rol fundamental. Si bien la identidad laboral
no se reduce a la identidad para otro, no es menos cierto que la via-
bilidad y sustentabilidad de toda identidad laboral requiere el reco-
nocimiento de los otros, no pudiendo mantenerse ni ser viable sin
este. Al mismo tiempo, toda identidad laboral es un campo de múlti-
ples tensiones identitarias que exigen al actor laboral un continuo
esfuerzo simbólico para aminorarlas, resignificarlas o eliminarlas.
Dichas tensiones pueden tener orígenes distintos: una discrepancia
entre la identidad para sí y la identidad para otro, una tensión in-
terna dentro de la misma identidad para sí entre la identidad here-

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dada, la asumida y la anhelada (Bajoit, 2003), una tensión dentro de


la identidad para otro proveniente del hecho de que soy reconocido
por un mismo actor (por ejemplo, la empresa) de modos contradicto-
rios, una tensión entre mi identidad laboral y otras formas de auto-
comprensión de mí mismo relativas a otros mundos sociales (mi
identidad como padre, amigo, religioso, etc.). Las identidades labora-
les, así, son producciones simbólicas en que se inscriben y actualizan
diversas tensiones, las que fuerzan al trabajo identitario del actor la-
boral y suelen ir asociadas al despliegue de ciertas acciones y la mo-
vilización de ciertos recursos con el fin de gestionar dichas tensiones
(Solis, 2009).
Parte importante de la reciente investigación empírica ha dado
cuenta de cómo la instalación de los modelos flexibles de gestión ha
supuesto verdaderas batallas simbólicas entre los intentos de re-ca-
tegorización y colonización neomanagerial de las identidades labo-
rales, y la resistencia de distintos colectivos de trabajo a dichas
nuevas categorizaciones, las que en muchas ocasiones suponen pro-
cesos de descualificación y pérdida de autonomía en el trabajo. La
tensión entre antiguas identidades ocupacionales, de clase o sindica-
les, y los procesos de reorganización neomanagerial flexible orienta-
dos a devaluar y erosionar dichas formas de autocomprensión y
reconocimiento, forjadas por los trabajadores durante largas déca-
das, es una de las dinámicas centrales de los procesos identitarios en
el mundo del trabajo contemporáneo (Alcadipani, Hassard y Islam,
2018; Stecher y Soto, 2019; Strangleman y Roberts, 1999).

El control y gobierno de las identidades

Conviene señalar –articulando la perspectiva del IS con la teoría crí-


tica (Alveson y Wilmott, 2002; Bourdieu y Wacquant, 1995; Honneth,

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1995)− que los procesos identitarios no son únicamente dinámicas


socio-simbólicas donde los actores sociales construyen sentidos para
sí mismos e interpretaciones del mundo social. Son también procesos
sociales donde se actualizan lógicas de control, dominación y go-
bierno del sujeto por parte de determinados actores y dispositivos
institucionales y al servicio de particulares intereses. Especialmente
en el análisis de procesos de construcción de identidad en contextos
de fuerte formalización institucional (la escuela, el trabajo), es im-
portante atender al modo como los procesos de categorización y
oferta de ciertos modelos de identidad están orientados a regular,
controlar y guiar la subjetividad y las acciones de los agentes de un
modo que sea funcional a ciertos objetivos estratégicos, a ciertos in-
tereses y a la mantención de las relaciones sociales de dominación
imperantes en un momento dado. Se trata de atender, en este punto,
al cruce y articulación entre las formas simbólicas y las relaciones
de poder, así como al modo en que las identidades son campos de lu-
cha donde determinadas racionalidades de gobierno y determinados
actores se juegan su poder hegemónico de configurar simbólicamente
las relaciones e identidades sociales. Analizar los procesos identitarios
exige, de esta forma, atender al modo en que las categorías, modelos
de identidad, discursos, interacciones simbólicas específicas que cir-
culan en un determinado espacio y que operan como la materia
prima con que los actores construyen una narrativa de sí mismos y
un sentido de su experiencia, son parte y participan de ciertos dia-
gramas de saber/poder, de ciertas lógicas de gubernamentalidad, de
ciertas estrategias de control y regulación, que buscan instalar o
mantener determinadas relaciones de dominación que son funcio-
nales a los intereses de actores específicos. Esta mirada sobre las ló-
gicas de control y gobierno exige, por cierto, ser complementada con
una mirada que analice la manera en que los agentes sociales –en el

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marco de la dinámica entre el Mí y el Yo a la que nos referimos


arriba– se posicionan, responden y actúan frente a esas mismas ló-
gicas. Respuestas diversas que pueden ir desde la plena (y activa)
identificación con los ideales y modelos dominantes, pasando por
activos y complejos esfuerzos de resignificación y reinterpretación,
hasta incluso modalidades de resistencia y rechazo a través de la
movilización de referentes y formas simbólicas alternativas (Abal,
2007; De Certau, 1996).
Este eje resulta fundamental para poder analizar los procesos de
construcción identitaria en el nuevo capitalismo considerando las re-
laciones capital-trabajo, las asimetrías de poder entre diferentes ac-
tores y los procesos de re-estructuración y re-instalación del poder
de clase del capital que ha implicado la modernización neoliberal y
el capitalismo flexible (Harvey, 2007). Como ha sido ampliamente
analizado por los Estudios Críticos del Management, la cultura del
nuevo capitalismo y los nuevos modelos de gestión flexible constitu-
yen racionalidades y tecnologías de gobierno que buscan activa-
mente producir/posicionar a los individuos como trabajadores de un
cierto tipo, con específicas formas de pensar, sentir y actuar respecto
de sí mismos, de los otros y de la empresa en el espacio del trabajo
(Alvesson, Bridgman y Willmott, 2011; Du Gay, 1996). Modalidades de
ser sujeto que invisibilizan y desestructuran antiguas formas (más
colectivas, politizadas y autónomas) de ser y estar en el trabajo, y que
buscan asegurar que el trabajador actuará “libremente” de un modo
alineado con los intereses de la empresa y de los procesos de acumu-
lación del capital (Abal, 2007; Du Gay, 1996; Rose y Miller, 1992). Gran
parte del control de la fuerza de trabajo efectuado por la administra-
ción de una empresa o de una organización se juega justamente en
su capacidad de que los trabajadores construyan ciertas identidades
laborales y asuman ciertos ideales de trabajador que sean funciona-

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les al incremento de la productividad, la competitividad y las ganan-


cias de esa empresa.
El estudio de los procesos identitarios en el trabajo constituye así
una clave fecunda para comprender, al interior de los espacios labo-
rales, las nuevas dinámicas de dominación social y gobierno de los
sujetos en el capitalismo flexible, así como los espacios y prácticas de
resistencia de los actores individuales y colectivos contra la raciona-
lidad de gobierno neoliberal.

Semejanzas, diferenciación y juicios morales en los procesos identitarios

Es importante destacar también la importancia de las dinámicas de


atribución de semejanzas y de diferenciación, así como de asignación
de valoraciones y juicios morales, en los procesos identitarios.
En la base de los procesos de construcción de la identidad se en-
cuentra justamente dicha dinámica de reconocerme como semejante
a algunos y como diferente a otros. Estudiar los procesos identitarios
requiere, de esta forma, atender al modo en que la construcción de
una particular autointerpretación de sí supone un permanente tra-
bajo de reconocerse a uno mismo como semejante a ciertas personas
o categorías, y como diferente de otras personas y categorías. En este
punto conviene resaltar el concepto de otros de diferenciación, que
alude a aquellos “otros” a los que apelan los sujetos en sus narrativas
identitarias para definirse a sí mismos por oposición y diferencia-
ción. Como señala Larraín (2001), en los procesos de construcción de
las identidades la importancia de los “otros” no se reduce a la de ser
aquellos cuyas opiniones internalizamos, aquellos con quienes nos
identificamos y de quien buscamos reconocimiento. Los otros son
también aquellos con respecto a los cuales uno mismo se diferencia,
adquiriendo, por oposición, una mayor claridad sobre los aspectos
distintivos y específicos de la propia identidad (Larraín, 2001).

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Una categoría útil para pensar esta dinámica de diferenciación y


semejanza es la de referenciales identitarios propuesta por Battistini
(2004). Dicha categoría da cuenta del conjunto de anclajes o marcas
que nos sirven como puntos de referencia desde los cuales decir(nos)
quienes somos. Pueden ser objetos, personas, hechos, acciones, colec-
tivos, categorías, instituciones, etc., a partir de los cuales –marcando
nuestra cercanía (semejanza) o nuestra distancia (diferenciación) a
ellos– configuramos una particular autointerpretación de nosotros
mismos. Como escribe el sociólogo argentino:

Interpretamos a los referenciales identitarios, entonces, como a aque-


llos parecidos o diferentes, a quienes aceptamos o rechazamos para
identificarnos o no con ellos, a los grupos en los que actuamos o deci-
dimos tomar como espacios de pertenencia, asimismo a los espacios
en los que deseamos no estar o no pertenecer, etc. Dichos referenciales
no se ubican en el vacío, no aparecen ante cada individuo descontex-
tuados, son producto de una determinada condición objetiva en la que
ellos se mueven, pero también son dependientes de su propia subjeti-
vidad para dotarlos de la entidad que adquieren en un determinado
momento de su historia. Esto mismo hace también que un mismo re-
ferencial no necesariamente adquiera similar valor o preponderancia
en diferentes momentos de la vida. (Battistini, 2007, p. 6)

Asimismo, es importante destacar el modo en que las dinámicas de


semejanza y diferencia presentes en todo proceso identitario van li-
gadas a actos de valoración y juicio moral. Reconocer un referencial
identitario suele ir asociado al establecimiento de un juicio de valor
(positivo o negativo) respecto del mismo. Enjuiciamiento que suele
responder a la tendencia de asignarle un valor positivo a aquellas per-
sonas o categorías de las que me siento semejante y que son afines a
la interpretación de mí mismo que he construido, así como de asig-
narle un valor negativo a aquellas personas o categorías que operan

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como otros de diferenciación en la construcción de mi identidad (Gi-


ménez, 1997; Thompson, 1993). Como señala Giménez (1997), la trama
de conceptos con que pensamos los procesos identitarios –distingui-
bilidad, diferenciación, identificación– están preñados de una carga
valorativa que, en general, supone la asignación de un valor de lo po-
sitivo, lo bueno, lo correcto, lo adecuado a aquellas formas de actuar
en el mundo que el actor asocia a su particular posición identitaria.
Pensando en el estudio de las identidades laborales, esta conside-
ración da cuenta de la importancia de atender al modo en que el sen-
tido de sí mismo como trabajador se construye siempre a partir de
reconocerme como igual a ciertos sujetos o categorías relativas al tra-
bajo, y de diferenciarme de otras. Los otros de diferenciación, aquellos
de quienes me distingo para afirmar mi propia identidad laboral, jue-
gan un rol central en los procesos de construcción de identidad en el
trabajo. Por otro lado, hay que estudiar el modo en que en la elabora-
ción de su narrativa identitaria los trabajadores movilizan distintos
referenciales identitarios –la profesión, el sindicato, el oficio, la ex-
periencia, los compañeros, las jefaturas, la empresa, la formación, los
proyectos de movilidad, el rol de padre o madre, la edad, etc.– a partir
de los cuales, por identificación o diferenciación– definen su parti-
cular posición en el espacio laboral y configuran una singular inter-
pretación de sí mismos como trabajadores. Este juego de reconocerse
diferente o parecido supone una praxis continua de evaluación y
asignación de valores por medio de la cual el actor lee su experiencia
laboral como un ámbito en que es posible identificar “cosas” valiosas
y no valiosas, positivas y no positivas, buenas y malas. Juicios estos
que cumplen un rol central a la hora de reconstruir en el análisis la
identidad laboral de un trabajador.
Resulta fundamental, de ente modo, interrogarse por los (nuevos
y antiguos) referenciales identitarios que emergen como centrales en

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las condiciones del trabajo flexible (el alto desempeño, los indicado-
res y ranking, el proyecto de movilidad, etc.) y por las maneras en que
los trabajadores se identifican y diferencian de ellos, construyendo
juicios y valoraciones que dan lugar a ordenamientos morales y có-
digos éticos desde los cuales se juzga la experiencia laboral.

Identidades colectivas y sentidos de pertenencia

Para finalizar, es importante reconocer la centralidad de las identi-


dades colectivas y de los sentidos de pertenencia en los procesos de
construcción de las identidades de los agentes individuales. Dicho en
otros términos, la identidad de un actor social se define en gran me-
dida en función de la pluralidad de sus pertenencias a distintos co-
lectivos sociales presentes en su particular horizonte socio-cultural
(Larraín, 2001; Giménez, 1997). Es decir, en la construcción del sentido
de sí mismos los individuos siempre definen lo que son a partir de
reconocer su pertenencia a ciertos colectivos con los que activamente
se identifican. Responder a la pregunta de quién soy, de quién quiero
ser, de cómo quiero que me reconozcan, implica necesariamente la
referencia a un conjunto de colectivos –como la profesión, la religión,
la empresa, el sindicato, el partido político, la nación, el barrio, la
etnia, etc.– a los que el sujeto se siente subjetivamente vinculado y
que operan como espacios de pertenencia y fuentes de sentido.
Los individuos en las sociedades modernas suelen identificarse
con distintos colectivos que les demandan diversos grados de com-
promiso, lealtad y participación. En cada identidad personal conver-
gen una pluralidad de identidades colectivas (culturalmente
configuradas) que coexisten, se superponen y se organizan en lógicas
diversas de inclusión. En algunos casos, sin embargo, dichas identi-
dades pueden ser contradictorias dando lugar a tensiones identita-
rias y obligando al individuo a resignificar o modificar algunas de

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estas lealtades colectivas. Las identidades colectivas (o culturales), en


tanto operan como matrices intersubjetivamente compartidas de his-
torias, prácticas y significados con los que las personas pueden iden-
tificarse, funcionan como fuente de sentido y como recursos
simbólicos fundamentales en los procesos de construcción identita-
ria (Castells, 2001; Larraín, 2001).
Desde esta perspectiva, estudiar el proceso de construcción de
identidades de los individuos requiere atender a aquellas identidades
colectivas con las cuales se identifican y en relación con las cuales
desarrollan sentidos de pertenencia. Vemos así que existe una inte-
rrelación y articulación recursiva entre las identidades personales y
las colectivas. Las identidades colectivas no son entes abstractos e
ideales, sino que se encarnan, mantienen y recrean a partir de la pra-
xis y las interacciones cotidianas de los agentes individuales que las
constituyen. Por otro lado, como recién señalamos, toda identidad
personal presupone a las identidades colectivas, aunque no se reduce
a una suma de pertenencias o lealtades colectivas (Larraín, 2001).
En el caso de las narrativas identitarias de los trabajadores, resulta
fundamental analizar los sentidos de pertenencia e identificaciones
colectivas (valores, prácticas, criterios éticos, memorias sociales, in-
tereses comunes, etc.) que permean y dotan de sentido dichas narra-
tivas, tanto aquellos referidos al mundo laboral (sindicatos,
ocupaciones, organización, categoría ocupacional, etc.) como aque-
llos relativos a otros mundos o lógicas sociales (ser padre, jefa de
hogar, inmigrante, joven, consumidor de ciertos estilos de música,
etc.), pero que igualmente pueden jugar un rol central en las formas
de interpretar y construir el sentido de las experiencias de trabajo.
Como ha sido ampliamente estudiado, una de las dinámicas dis-
tintivas del capitalismo flexible y sus nuevos modelos de gestión es
la individualización, fragmentación y descolectivización de las expe-

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riencias de trabajo y las relaciones laborales (Castel, 2011; Soto, 2009).


Qué nuevos colectivos o sentidos de pertenencia emergen y permean
las narrativas identitarias de los trabajadores contemporáneos, cómo
se articulan viejos y nuevos colectivos en los procesos identitarios,
de qué modo entran en relación identidades colectivas laborales y
aquellas extralaborales, cómo se diferencian esas dinámicas en fun-
ción de la clase, la generación, el género y el nivel ocupacional de los
trabajadores. Son todas preguntas centrales para una agenda de in-
vestigación sobre las transformaciones del trabajo y las identidades
laborales en la sociedad contemporánea.

Reflexiones finales

El presente capítulo ha buscado contribuir al debate teórico y al de-


sarrollo de perspectivas analíticas y marcos conceptuales que apor-
ten y enriquezcan el estudio de los procesos de construcción
identitaria en el mundo del trabajo. Hemos señalado la importancia
de considerar en el estudio de los procesos identitarios tres dimen-
siones: el marco estructural, institucional y socio-simbólico al inte-
rior del cual los actores laborales producen sus identidades (el
contexto de producción identitaria); el proceso social de interacción
socio-simbólica y producción de significados sobre sí mismos y los
otros en los espacios de trabajo (el proceso de producción identitaria); y
las narrativas identitarias como formas simbólicas donde se cristali-
zan los sentidos de sí mismo de cada trabajador (el producto de la pro-
ducción identitaria).
El capítulo se ha centrado en profundizar, a partir de revistar los
aportes del Interaccionismo Simbólico, la segunda de estas dimen-
siones referida a la identidad laboral como proceso social en el marco

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de la interacción simbólica, puesto que es una dimensión que ha ten-


dido a ser menos considerada en la investigación empírica. Tal desa-
tención se debió en parte a la dificultad de desarrollar estudios de
corte etnográfico en los espacios de trabajo en América Latina. La
menor atención a esa dimensión procesual, interaccional y tensional
de los procesos identitarios conlleva el riego de reducir las identida-
des laborales a las prescripciones, categorizaciones y modelos de
identidad puestos en circulación por los modelos de gestión flexible
y los discursos neomanageriales (Boltansky y Chiapello, 2002), y/o a
las narrativas o relatos de la experiencia laboral de los trabajadores
individuales.
Como esperamos haber mostrado, el estudio de los procesos de
construcción identitaria en el trabajo contemporáneo exige atender
articuladamente a esas tres dimensiones (estructura, interacciones,
narrativas) ofreciendo modelos interpretativos que reconstruyan las
específicas dinámicas identitarias que se despliegan en particulares
sectores productivos, contextos de trabajo y grupos de trabajadores.
El capítulo, por último, ha buscado contribuir al desarrollo de una
agenda de investigación que desde la psicología social del trabajo
(Sato y Pulido-Martínez, 2013) y las sociologías del individuo (Dubet,
2013; Martucelli, 2007) contribuya a comprender las transformacio-
nes contemporáneas de la vida social y de los espacios laborales a
partir de las experiencias y del trabajo de construcción de sí que lle-
van a cabo los individuos. Dicha comprensión –modesta y acotada−
es indispensable a nuestro juicio para poder aportar desde las CCSS
al debate público, para ofrecer marcos de inteligibilidad sobre la vida
en común a los actores sociales, y para imaginar nuevos marcos ins-
titucionales para las relaciones laborales y los procesos productivos.
La comprensión de la vida ordinaria, las experiencias cotidianas y
los procesos identitarios de los individuos en los espacios de trabajo

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–muchas veces dejadas de lado por la primacía dada a la descripción


estructural y omnicomprensiva de la matriz neoliberal y sus formas
de dominación social− es un deber intelectual de las ciencias sociales
y un recurso valioso para poder avanzar en la democratización y la
justicia social en y desde el trabajo, en un momento histórico de de-
sarrollo del capitalismo marcado por fuertes tendencias oligárquicas
y antidemocráticas, así como por una profunda asimetría en la rela-
ción capital-trabajo en términos del poder político y de la redistribu-
ción de la riqueza (Piketty, 2014).

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