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Las Heras
Antología de 1° año (Unidad I)
EL LOBO CALUMNIADO
“El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de
mantenerlo ordenado y limpio. Un día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras
dejadas por unos turistas sentí unos pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi llegar a
una niña vestida de una forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si
no quisieran que la viesen. Caminaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro
bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le
pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunté quién era, de dónde venía,
a dónde iba, a lo que ella me contestó, cantando y bailando, que iba a casa de su abuelita
con una canasta para el almuerzo. Me pareció una persona honesta, pero estaba en mi
bosque cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a un mosquito que
volaba libremente, pues el bosque también era para él. Así que decidí darle una lección
y enseñarle lo serio que es meterse en el bosque sin anunciarse antes y comenzar a
maltratar a sus habitantes.
Ahora bien, la niña me agradaba y traté de prestarle atención, pero ella hizo otra
observación insultante acerca de mis ojos saltones. Comprenderán que empecé a
sentirme enojado. La niña mostraba una apariencia tierna y agradable, pero comenzaba
a caerme antipática. Sin embargo, pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis
ojos me ayudaban a verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizó. Siempre he
tenido problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario
realmente grosero.
Desconozco que le sucedió a esa niña tan antipática y vestida de forma tan rara, pero
si les puedo decir que yo nunca pude contar mi versión. Ahora ya la conocen…”
Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido
de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y
busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la
niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de
acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de
abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a
conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más
graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de
caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré
sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo
alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión
apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo
gris que nadie volvió a ver.
Detuve la bicicleta y desmonté. Me sacudí el polvo del camino y la saludé con
respeto y alegría. Caperucita hizo con su chicle un globo tan grande como el mundo, lo
estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita,
respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y
respondió a mi saludo sin dejar de masticar.
–¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?
Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor
recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me
aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto
de fastidio. Titubeando, le dije:
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Antología de 1° año (Unidad I)
Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus
padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era
descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.
Esc. Gral. Las Heras
Antología de 1° año (Unidad I)
– Cómete a la abuela.
Abrí tamaños ojos.
– Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.
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Antología de 1° año (Unidad I)
Había una vez una rana que quería ser una rana auténtica, y todos los días se
esforzaba en ello.
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Antología de 1° año (Unidad I)
Blanca y roja es la or del irupé. Blanca como la pureza, roja como la sangre. Así
eran Morotí y Pitá, los amantes guaraníes. Morotí era la joven más hermosa de que se
tuviera memoria. Todos los jóvenes de la tribu sus- piraban por ella. Pero su corazón
pertenecía a Pitá, el guerrero. Daba gusto verlos pasear por la tarde a la orilla del río.
Pitá era el más fuerte y valiente de los jóvenes guaraníes, pero se sometía a los deseos
de Morotí. Ella lo amaba, pero era coqueta y caprichosa, y se sentía complacida
sabiéndose dueña de la voluntad del guerrero.
En uno de aquellos gozosos paseos por la ribera del Paraná que hacían junto a otros
jóvenes, los vio Ñandé Yará, el Gran Espíritu de las Aguas. Ofendido por la coquetería
de Morotí, decidió castigarla para que diese ejemplo a las otras jovencitas de la tribu, y
le inspiró una idea de la que pronto se arrepentiría...
Morotí se quitó la pulsera que adornaba su brazo y la arrojó a las oscuras aguas.
Luego le pidió a Pitá que la recuperara. Pitá no dudó un instante.
Como guerrero guaraní era un nadador excelente. Zambullirse en las tranqui- las
aguas y recobrar la joya le llevaría unos segundos. No le importaba cumplir con el
capricho de Morotí, cuando era tan sencillo de realizar. Tomándolo como un juego, se
lanzó a buscar el brazalete en el punto donde se había hundido.
Morotí, orgullosa del dominio que tenía sobre su prometido, se lo hizo notar a sus
amigos. Todos reían. Los guerreros, porque la prueba era sen- cilla, sin complicaciones,
y Pitá regresaría en unos instantes con la joya. Las muchachas, porque admiraban la
forma en que Pitá respondía sin pensar a los caprichos de su amada.
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Antología de 1° año (Unidad I)
EL RAPTO DE PERSÉFONE
devolverla. Pero Zeus, que conocía muy bien el carácter de su hermano, no quería tener
problemas con él.
Deméter se enfureció por el desinterés de Zeus y le juró que, mientras no le
devolvieran a su hija, no iba a hacer crecer nada sobre la tierra. De manera que, a los
pocos días, todo se había convertido en un verdadero desierto. Finalmente, Zeus no tuvo
otra alternativa que intervenir; mas cuando descendió al Inframundo a pedir la libertad
de Perséfone, Hades le comunicó que eso era imposible, porque la joven ya había
comido el fruto prohibido, la granada, y todos sabían que quien comiera de esa fruta no
podía volver al reino de los vivos. A pesar de esto, tanto le rogó Zeus que, por fin,
llegaron a un acuerdo: Perséfone pasaría seis meses en el mundo de los muertos, como
la esposa de Hades, y seis meses volvería a la tierra para estar con su madre.
Desde entonces, durante el tiempo en que Deméter está con su hija, el suelo se
vuelve fértil y todo reverdece, pero cuando Perséfone vuelve al Inframundo, su madre
se entristece y nada deja crecer sobre la faz de la tierra.