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. Por favor, no te compadezcas de mí —sollozó—.

Ya me
siento demasiado mal sin que lo hagas.
Él le tomó la barbilla y le alzó la cabeza para que lo mirase a los
ojos.
—No te compadezco, cariño: te amo. Ya te lo dije una vez:
siempre te he amado y siempre te amaré. Nunca lo he dudado, y
esa declaración sigue siendo tan cierta como el primer el día. —
Tamir le acarició la espalda como a un niño. Entonces Sarah sí que
se apartó.
—¿Entonces qué me dices de tu ayudante, Tamir? No me
insultes con mentiras, quiero saber la verdad —exigió. Sabía que le
costaría aceptarla, pero se preparó para escucharla.
—Si quieres saber la verdad, te la diré. —El fuego ardía en sus
ojos. Volvió la cabeza y llamó a alguien en su lengua materna.
Sarah se quedó sin aliento cuando apareció la preciosa ayudante y
se colocó al lado de Tamir. Sarah retrocedió, horrorizada.
—Espera, cielo —le indicó Tamir, intentando detenerla—.
Querías saber la verdad… Pues aquí la tienes… Te presento a Nida,
mi prima. —Miró a Sarah enfáticamente.
—Tu… Pero ella… y tú… Las fotos… —Su voz se fue apagando.
De repente, cayó en la cuenta—. Espera, si esta es tu prima,
¿dónde está Mustafá? —Sarah entrecerró los ojos como pidiéndole
explicaciones. Él volvió a llamar a alguien y apareció Mustafá con
una sonrisa de disculpa.
—Majestad —comenzó a decir, haciéndole una reverencia—,
lamento mucho que se haya llevado la impresión equivocada.
Accedí a retirarme temporalmente para que Su Majestad pudiera
conquistarla de nuevo.
—¿Conquistarme…? —repitió Sarah, perpleja. Tamir, Nida y
Mustafá esbozaron una sonrisa. A Sarah le dio la impresión de que
era la única a la que no habían hecho partícipe de una broma
privada—. ¿Qué está pasando? —exigió.
Tamir se acercó a ella y le cogió las manos entre las suyas.
Sarah estaba tan desconcertada que no protestó.
—Mi preciosa Sarah, ¿no te pareció raro que fuera tu jefe el que
te dijera lo de mi «nueva ayudante»? —le preguntó, como si ella
tuviera que comprenderlo todo a través de esa pregunta—. ¿Y no te
parece un poco extraño que pudieras esquivar a dos de los mejores
y más experimentados guardaespaldas del mundo? ¿De verdad
creías que permitirían que te escaparas por la ventana de un baño
de señoras? ¿Y no te sorprendió encontrar la tarjeta de crédito
congelada? —Sarah empezó poco a poco a comprenderlo todo a
medida que fue encajando las piezas del puzle.
—¿Me estás diciendo… que me tendiste una trampa? —
preguntó, pasmada—. ¿Por qué?
—Tenía que hacer que descubrieras por ti misma lo mucho que
me amas —admitió Tamir sin más—. Yo lo sabía, pero hasta que tú
no te dieras cuenta, no serviría de nada que yo te lo dijera.
—Pero… no me devolvías las llamadas, me ignoraste por
completo —protestó Sarah, perpleja.
—Por el contrario, amor mío. Estaba al tanto de todos tus
movimientos. Hablaba con Fátima todas las noches. Indiqué a los
guardaespaldas que si intentabas escaparte, te dejasen hacerlo,
pero que te vigilasen de cerca para protegerte. Te congelé la tarjeta
de crédito para ver si utilizabas hasta el último centavo para venir a
verme. Todo bajo la supervisión de tus guardaespaldas. Cuando te
pusiste a caminar sola por las calles de Dubái, ellos te seguían de
cerca para protegerte. Ocupabas todos y cada uno de mis
pensamientos. Cada mensaje y cada llamaba que recibía me partían
el corazón, pero tenía que dejar que sintieras lo que era estar sin mí
para que te dieras cuenta de que lo que realmente querías era estar
conmigo. Si no hubieses sido así, estaba preparado para aceptarlo,
aunque me eso me habría roto el corazón para siempre.
—Me has manipulado —murmuró Sarah, abrumada.
—En absoluto, cariño. Te he dado el tiempo y el espacio que me
pediste, pero asegurándome primero de que estabas a salvo —le
explicó, y se llevó las palmas de las manos de Sarah a los labios

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