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Un lujoso roll roice de los 50 apareció frente a la academia. Allí venía de pasajera, la
Cenicienta con unos kilos demás por su dieta de empanadas y donas. El vehículo se
estacionó frente a la gran entrada decorada de calabazas. El príncipe Arturo agudizó su
vista para ver. En su corazón oraba porque fuese Amelia. Aunque vendría con antifaz, el
cuerpo la delataría; él reconocería su silueta, como en una pintura de Botero.
─Es él, Patricia ─dijo Amelia a Patricia al verlo. Esta se llevó las uñas a su boca por
los nervios ─. Está en la puerta. ¿Y ahora qué hago?
─¿Cómo que qué vas a hacer? ─dijo Patricia volviendo su rostro atrás desde el
asiento del conductor ─.Salir, saludar y entrar. Ese no te va a reconocer con esa máscara.
Además, esa faja te partió en dos. Yo no sé cómo estarán ese pobre hígado y estómago
─dijo, arrugando la cara —. Baja ya, que ese no te va a reconocer. Pero el tipo está
guapísimo ─insistió, mirando que estaba hermosamente disfrazado — Baja de una vez,
antes de que esa faja se te rompa aquí dentro y te riegues en este carro.
Arturo quedó lerdo ante aquellas gruesas y delicadas piernas que se descubrían tras la
puerta del vehículo parqueado. Enseguida pensó: es ella. Es mi amada Amelia.
Sin embargo, dudó cuando esta estuvo de pie. Aquella delgada cintura que dividía en dos
aquel estrambótico cuerpo lo alejaba de su reconocimiento. Aunque le parecía sensual, se
decepcionó.
Amelia era extrovertida, cómica y hasta burlista; sin embargo, ante la presencia de Arturo,
se reservaba. Un sentimiento de vergüenza o timidez lo alejaban de él. Solo se abría al
amor con él por el chat.
Por fin llegó hasta él. Su vestido rosa tallado a su cuerpo y un delicado descubrir en el
pecho mostraba apenas su hermoso busto, lo que le daba un aire de sensualidad y
delicadeza. Su antifaz cubría todo su rostro. Ella llegó hasta él invadida de nervios.
Escuchaba a su mismo corazón bombear agitadamente. Extendió su mano en forma
reverencial. Arturo la tomó. Ambas pieles calientes, por el deseo, se rozaron. Arturo se
inclinó en reverencia real e imprimió un tierno beso en la mano de ella. Amelia retiró de
inmediato su mano para no flaquear ante aquellos encantos, luego entró
apresuradamente. Arturo la reconoció.
Las promesas deben hacerse sobre actos que podemos manejar o dominar, o cuando
tengamos la suficiente voluntad de no cometer errores, por mas tentados que estemos ante
alguna situación.
─Eso brazos tan gordos como que los conozco ─susurró Corintia a las gemela
mientras Amelia se perdía entre la gente.
Cuando al fin Amelia logró emerger de aquella comunión de invitados, chocó de frente
con la debilidad de su pecado: cuatro mesones unidos contra la pared y cubiertos por un
mantel blanco que apenas mostraba sus faldas, por lo atiborrado de bocadillos y
entremeses. La punta, por donde ella llegó, estaba preparada y arreglada con suculentas
empandas y redondas donas con arequipe. Amelia quedó lela, observando aquel paraíso
en la tierra. Caminó hacia ellas lentamente, como hipnotizada o encantada de aquella real
aparición.
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Damián estaba dispuesto a recuperar a Virginia, pero esta ya no sentía nada por él. Más
que miedo, se ahogaba en un caldo de desprecio. Su corazón ya pertenecía a otro. En
ocasiones, permitía que Damián la visitase por el niño, quien se compadecía de su padre y
pedía verlo.
En ese momento supo que se quedó solo en la comunicación. Virginia cortó su llamada.
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En el baile de disfraces…
Amelia estaba como devoto religioso frente a un Santo, venerando las empanadas y las
donas. Las manos le temblaban, las cuales acercó para acariciar aquel irresistible
banquete. Recordaba la faja, que iría ensanchándose con la misma velocidad que comiera,
perdiendo aquella bella cintura, pero este pensamiento iba perdiendo protagonismo hasta
desvanecerse ante la majestuosidad. Amelia flaqueó, y en un arrebato de ansiedad, tomó
una empanada, y cuando casi le da el primer mordisco, sintió que una mano sujetó la suya
y la volvió a la realidad.
─Yo sabía esto ─recriminó Patricia. Sus ojos brillaban a través de antifaz de
molestia ─. No te puedes contener.
Amelia quedó con su boca abierta a milímetros de la empanada que tenía en sus manos.
─Sí sí ─refutó Patricia, sacudiendo la mano de Amelia para que soltara la causante
de su debilidad ─, después es una dona, luego es pizza, hasta que acabes con la mesa, la
faja se libere y tú comiences a rodar, en vez de caminar. ¿Y el baile? ¿Y el príncipe? Al
carajo.
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En el apartamento de Frías…
─Freddy, busca una pijama a Stallone, que esta noche dormirá con ustedes
─ordenó a su hijo este, sin siquiera consultar con su invitado.
─ ¿Para dónde vas tú a esta hora? ─intervino Anahis desde la cocina. Se escuchaba
el sonar de las losas mientras las lavaba —. Usted se queda aquí. Mañana desayuna con
nosotros, oramos y salimos todos.
─Él sabe que yo no le estoy pidiendo que se quede, se lo estoy ordenando ─dijo
Frías, apagando los equipos y ordenando la sala del desorden que todos dejaron.
─ ¿Stallone, se queda esta noche? ─preguntó Pablo con júbilo y alegría —. Chamo,
duermes en mi cuarto ─invitó de manera frenética.
Vaya detalle para quien nunca tuvo una familia completa… Stallone se sentía bendecido
bajo aquel techo. Se sentía un Frías. Mientras el matrimonio ordenaba la casa, los tres
chicos, entre ellos Stallone, conversaban y reían sobre el sofá de la sala. Una última orden
de Frías a los tres conmovió a Stallone.
─ ¡Vamos, váyanse a dormir! Cada uno tiene agendas que cumplir mañana.
Cuántas veces Stallone, desde su niñez, no añoró una voz paternal dando esa orden.
Cuántas veces se fue a dormir ordenándoselo a sí mismo. Cuántas veces se imaginó
hablando y riendo entre hermanos. En ese momento un espontáneo suspiro lo llenó de
paz.
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─Somos nosotras. ¿No nos reconoces? ─le dijo, pero Arturo nuevamente simuló no
escuchar y siguió su camino sin rumbo, huyendo de aquella plaga que estas
representaban para él.
─Pero es que esta doña parece una barajita repetida ─refunfuñó mientras se
esfumaba entre las personas…
Las gemelas estaban alertas para reconocer entre los disfrazados al padre de sus hijos aún
en sus vientres, el técnico de cámaras. Este las había visto. Estaba disfrazado de Aladino;
sin embargo, se les escondía para no afrontar aquella doble metida de pata.
─Esta carricita sí es loca ─dijo después con una sonrisa que la ocultó el bigote
falso.
─ ¡Ay!, pero qué decepción ─dijo una de las Cenicientas ─… mira con quién se está
besando Arturo. Es la ballena Cenicienta.
─ Vaya vaya ─dijo Corintia, pellizcando a sus gemelas para que miraran lo que
ella notaba, mas estas estaban pendientes de su técnico de cámaras, a quien no veían ─...
Míralo cómo acaricia a esa gorda. Imposible que sea la Amelia.
─ ¡Qué bueno, mi loca! ─dijo Patricia con ternura —. Te mereces a ese príncipe, y
hasta un Rey.
En ese instante las gemelas desaparecieron, al ver a un Aladino sin alfombra pasar de
forma fugaz al lado de ellas. Corintia no se percató de aquella fuga…
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En la casa de Frías…
Anahis y Rey caminaban en silencio desde la cocina hasta su habitación, y tras ellos
acontecía la oscuridad, mientras apagaban las luces de los pasillos. Anahis aceleró su paso
para usar el baño de la habitación de ambos antes de que Frías lo ocupara con sus largas
meditaciones. Rey siguió a paso lento, y en su ruta abrió la puerta del cuarto de su hijo
menor, Pablo. Este aún estaba despierto y jugando con frenesí con el videojuegos que le
trajo Stallone.
─Apaga eso, hijo ─dijo Frías en tono de cariñosa amonestación ─. Es muy tarde ya.
─Está bien, papi ─dijo con un tono de voz que parecía que estaba por ir al paredón
─. Bendición ─pidió.
Frías terminó de entrar, haciéndoles un cariño peculiar y habitual ─Dios te bendiga, hijo
─lo bendijo y se retiró.
Frías siguió su ruta, llegando hasta la puerta del cuarto de Freddy, donde también estaba
Stallone. Escuchaba las voces de estos, también risas. Abrió la puerta lentamente, y justo
en ese momento escuchó a Freddy preguntar: ─ ¿Entonces las chinas son buenas en el
Suaaas? ─Frías abrió la puerta con violencia.
─ ¡Muy edificante la conversación! ─dijo este con sus ojos en círculos. Stallone y
Freddy se arroparon hasta sus cabezas — ¿No pueden hablar de la economía china?
─preguntó.
─Bendición, papá ─dijo Freddy, descubriendo su rostro con una sonrisa. Stallone
también se descubrió, riéndose.
─Dios te bendiga ─bendijo Frías al hijo, mientras le apretó también con ternura la
nariz —. Y tú descansa, que mañana debes empezar a trabajar ─dijo a Stallone,
acariciando su cabello, pero no había terminado de pronunciar la última palabra cuando
se cruzó con la voz de Stallone.
─Bendición ─dijo Stallone con sus ojos húmedos. Frías se paralizó. Su corazón se
arrugó de ternura. Freddy reía con aceptación, mientras Frías volvió su mirada lentamente
a Stallone, como padre a un hijo.
El corazón de Stallone latió por todos sus años sin bendición paterna, por descubrir lo
poderoso de aquella frase en la voz de un hombre inmaculado para él, como lo era Rey.
Esa oración “Dios te bendiga, hijo” quedó impresa en su alma y mente, y una partida de
nacimiento con el apellido Frías se grabó en su psiquis. “Stallone Frías”
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Arturo escuchaba aquellos insultos tras él. Se detuvo en seco y se volvió a ellas,
quitándose el antifaz. Sus ojos azules eran unos brasas ardientes por la cólera. Este les
respondió:
─Camión, bombón o bola ─dijo entre dientes ─, es más hermosa, seductora y sobre
todo más inteligente que muchas de ustedes, que solo tienen un cuerpo bonito ─dijo con
respiración fuerte, siguiendo el camino que tomaba su amada.
Amelia ignoró aquellos insultos. Solo quería huir. No sabía cuán grande era la academia,
hasta esa noche, que la recorrió toda en su fuga mientras Arturo la perseguía, en un largo
pasillo que parecía no tener fin. Trató de refugiarse en una de las puertas. Intentó abrir
dos, pero estaban cerradas. Corrió a la tercera y abrió, pero lo que descubrió dentro fue
más impactante que la libido del príncipe. Era Aladino que estaba acostado en el suelo,
mientras una lagartija le hacía el sexo oral y la otra lo besaba en la boca.
─ ¡Asco! ─exclamó en voz baja Amelia, tapando su boca con las manos y cerrando
la puerta con lentitud para que no la vieran. Siguió su ruta corriendo, mientras recordaba
la libido del príncipe, y a las lagartijas como zombies, devorándose a Aladino.
─ ¡Amelia! ─gritó Arturo, logrando verla ─ No corras, mi amor. Perdóname
─rogaba este mientas avanzaba detrás de ella.
─Perdóname ─le dijo casi en sollozo ─. No me huyas más. Yo te amo ─se declaró.
Amelia quedó muda ante aquella voz y palabras. No se quitó el antifaz. Sus ojos estaban
húmedos ante la ternura que aquel momento le produjo ─. Dime algo, Amelia ─rogaba
Arturo, quien caminaba lentamente hasta ella. Ella estaba de espalda a la cama.
Corintia caminaba entre la gente, angustiada por la ausencia de sus gemelas. Por
momentos pensaba que se las habían secuestrado.
─¿No han visto a mis hijas? ─preguntaba nerviosa a unas chicas—Son unas niñas
altas, hermosas y esbeltas ─las describía. Las chicas, quienes también habían visto la
escena del trío, respondieron con sarcasmo y burla:
─ ¡Ay no, Doña! ─dijo una con burla — Pero búsquelas. Hay muchos
secuestradores ─advirtió con los ojos en círculos. Las demás oprimían las risas —. Tal vez
una de sus hijitas esté amordazada, pero hasta la garganta ─continuaba con sus
expresiones de doble sentido.
Corintia las miraba con miedo y asombro. ─ ¡Ay, pero qué mentecitas! ─dijo, retirándose
sin dejar de mirarlas. Esta continuó su búsqueda.
En el camerino de Arturo…
Arturo llegó hasta la presencia de Amelia. Esta siguió en silencio, mientras él no dejaba
de rogar. ─Te quiero, Amelia ─reiteraba su declaración de amor ─. Te deseo, y si no te
tengo, voy a enloquecer…
Ella cerraba los ojos ante aquellas palabras, tomó la mano que él tenía sobre sus labios, y
cálidamente se permitió besarla…
En la pista de baile…
─ ¿Qué estará pasando entre esos dos? ─pensaba Patricia mientras miraba su reloj
y miraba el pasillo — ¿Será posible que están en el Suass? ─dijo para sí, acariciando su
bigote, asumiendo muy bien su papel masculino —. ¿Qué estará pasando con Amelia?
Pasaba lo que tenía que pasar. En un santiamén Arturo liberó de la faja a Amelia,
recuperando la silueta que él deseaba, una hermosa mujer con kilos demás, pero de líneas
perfectas. Ambos estaban desnudos sobre las dianas, con movimientos suaves, sublimes y
llenos de pasión. Pero Amelia no se quitó el antifaz, tampoco habló durante el acto, solo
gimió. Hasta en esos momentos su picardía y jocosidad no faltaba.
Ellas sabían que con aquella mentira se ganarían todo lo contrario a una amonestación, y
por el contrario, recibirían un premio…
─ ¡Qué bueno! ─respondió Corintia con alegría mientras las acariciaba en sus
mejillas con orgullo — Así es, mis niñas.
El Aladino pasó al lado de ellas. Las lagartijas lo miraron de reojo, mientras este iba más
pálido que donante de sangre.
Una hora más tarde la fiesta continuaba. Patricia estaba inquieta por la desaparición de
Amelia; sin embargo, no se movía del sitio. Esta sabía que estaba con Arturo.
─¡Dios mío! ─susurró con asombro ─ El carro de Pablo ─exclamó. Luego, con
rapidez y sigilo, se levantó de la cama. Su peso hizo que el colchón se moviera por
completo. Arturo hizo un movimiento, pero solo dio una vuelta en la cama y continuó
durmiendo. Amelia se vistió en segundos y, de la misma forma, salió de aquella
habitación, corriendo por los pasillos hasta encontrarse con Patricia, quien estaba con su
espalda apoyada en la pared, como un padre esperando su hija…
─Hasta que al fin ─dijo Patricia al verla ─… Por lo menos me hubieses pasado un
mensaje…
─Perdona, Pati ─dijo Amelia, halando a Patricia por un brazo cuando pasó a su
lado, mientras caminaba aprisa —. Vamos rápido ─añadió fatigada en su carrera ─. Tengo
que entregar ese carro a las doce al papá de Virginia.
─Ni sueñes que te daré detalles ─dijo con parquedad —. Pero sí te diré que le puse
fin a mi virginidad ─dijo, soltando una carcajada de felicidad.
─Ni sueñes que te voy a contar ─respondió Patricia, adoptando otra vez su cara de
indiferencia —. No faltaba más. ¿Qué quieres que te cuente?, ¿que entra y sale, que entra
y sale? No, mija.
Así terminó la noche de la Cenicienta gorda. La original de los cuentos dejó una zapatilla
en las escaleras, pero Amelia olvidó la faja en el camerino.