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DAR DE BEBER AL

SEDIENTO

“Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la
Escritura dijo: Tengo sed. (Jn 19,28)”.

La sed de Jesús, tormento terrible para los condenados a la cruz, recuerda la angustia
mortal del Salmo 69,22: “En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron
vinagre”. Tiene, además, un sentido más profundo que va ligado al ardiente deseo de
Jesús de volver al Padre, según la invocación de los salmistas: “Oh Dios… estoy
sediento de volver a ti” (Sal 63, 2) En el Nuevo Testamento se recordará que el
ministerio apostólico comporta dificultades y tribulaciones, entre las que se encuentran
el hambre y la sed. Por eso, el dar de beber, aunque sea sólo un vaso de agua a los
discípulos enviados por el Señor, es un gesto que no será olvidado por el Señor (cf. Mt
10,42, Mc 9,41). No es extraño, en este contexto, que en el Apocalipsis se formule una
esperanza de liberación en estos claros términos: “Ya no pasarán hambre ni sed, no les
hará daño el sol ni el bochorno” (Ap 7, 16).

El simbolismo del agua encuentra su pleno significado en el bautismo cristiano. En


efecto, al igual que el agua, también el Bautismo purifica, ya que “no es la purificación
de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección
de Jesucristo” (1 P 3,21).

El tema del agua y de la sed de agua aparece significativamente en el Mensaje al Pueblo


de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización sobre “La Nueva
Evangelización para la Transmisión de la Fe Cristiana” de 2012, donde se describe e
momento presente a partir de la exclamación de la samaritana: “Señor, dame de esa
agua, así no tendré más sed” (Jn 4,15).

El inicio de este mensaje dice:

Nos dejamos iluminar por una página del Evangelio: el encuentro de Jesús con la
mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). No hay hombre o mujer que en su vida, como la
mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la
esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar
significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del
hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es
urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser
ruinosas.
Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a
los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de
modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida
verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y
desvelarnos nuestra verdad: «Me ha dicho todo lo que he hecho», confiesa la mujer a
sus vecinos. La pecadora convertida deviene mensajera de salvación y conduce a toda
la ciudad hacia Jesús».

Para concluir esta obra de misericordia, es bueno recordar aquí unas palabras de la más
reciente encíclica del Papa Francisco, Laudato si`, cuando trata de “la cuestión del
agua”. Para iniciar su reflexión, el Papa constata con lucidez que pueblos enteros y
especialmente los niños, enferman y mueren por beber agua no potable, mientras
continúa la contaminación de las láminas acuíferas a causa de las descargas realizadas
por fábricas y ciudades. Por esta razón afirma:

“El acceso al agua potable y segura es un derecho humano esencial, fundamental y


universal, puesto que determina la supervivencia de las personas y por esto es
condición para el ejercicio de los otros derechos humanos. Privar, pues, a los pobres
del acceso al agua significa negar el derecho a la vida fundamentado en su inalienable
dignidad”. (Laudato si`30)

Fuente: Las Obras de Misericordia espirituales y Corporales. Consejo Pontificio para


la Promoción de la Nueva Evangelización. Ediciones San Pablo, 2015.

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