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Neri, G.Tru Nelle
Neri, G.Tru Nelle
/ #
TRU & NELLE
G. Neri
-o-
Prohibidas, en virtud de los límites establecidos por las leyes, la reproducción/copia total o parcial de
esta obra, transmisión por medios electrónicos, fotocopias o cualquier otro medio online o impreso de la
misma, como cualquier cesión, sin expresa autorización escrita del editor.
#numeral
Av Córdoba 744 4° H CABA - (1054) República Argentina
5411 5353 0831 -info@editorialnumeral.com.ar
ISBN 978-987-4085-01-6
Impreso en Argenrina
Primera edición: Agosto de 2016
Neri, G.
Tru & NeUe: novela basada en la amistad de Truman Capote y Nelle F-Iarper
Lee / G. Neri; editado por Cristina Alemany - l a ed. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: Numeral, 2016.
240p.;22xl5cm.
ISBN 978-987-4085-01-6
^ N. de la T.: La forma de liablar de Nelie imita los modismos sureños a fin de mantener
el rasgo distintivo del registro del personaje. En el original en inglés el acento sureño y
los modos típicos del lugar están expresados a través de la gramática y la grafía.
-Ella es mi prima mayor del lado de mi madre -respondió Truman
mirando hacia la casa-. Igual que Bud yjenny, y también Callie.
-Siempre me pareció raro que ninguno de ellos se casó ni na pa-
recido -dijo Nelle, observando a Sook-. Y ahora todavía viven juntos
como cuando eran niños, aunque son tan viejos como mi abuelita.
-Eso se debe a la prima Jenny. Es la jefa del hogar; entre dirigir la
tienda de sombreros y la casa al mismo tiempo, ella se asegura de que
todos sigamos siendo una familia.
-Vaya, ¿por qué vives tú aquí? -preguntó.
-Solo me estoy quedando aquí por ahora. Mi papi está de viaje
amasando su fortuna. Es un... em-pren-de-dor, así lo llama. Yo estaba
trabajando con él en los barcos a vapor que viajan por el Mississippi,
pero después el capitán me dijo que tenía que marcharme. Así que
Sook y ellos me están cuidando ahora.
-¿Por qué te echaron de un barco a vapor?
-Porque... -pensó cuidadosamente qué palabras usar-. Porque
estaba ganando demasiado dinero -dijo al fin, toqueteando ner-
vioso el enorme cuello marinero-. Verás, mi papi me llevó a bordo
para que fuera el entretenimiento. Yo bailaba mientras ese hombre
de color, Satchmo Armstrong, tocaba la trompeta. ¡Las personas me
daban tanto dinero, que el capitán se enojó y me dijo que tenía que
largarme!
-Estás mintiendo -retrucó Nelle, que parecía escéptica-. A ver,
veamos cómo bailas, entonces.
Truman observó el suelo suave de tierra sobre el que estaba de pie.
-Aquí no puedo. Se necesita un piso de madera para bailar tap.
Además, no tengo puestos mis zapatos de baüe.
Nelle miró con detenimiento su vestimenta.
-¿Y quién te dio esa ropa extraña? -preguntó.
- M i mamá la compró en Nueva Orleans. Somos de allí.
Ninguno de los niños que conoció en su vida vistió algo parecido.
-Vaya, sí que se visten raro allí en Nueva Orleaaaans. ¿Ahí está tu
mamá ahora?-preguntó.
-Tal vez -Traman clavó la mirada en sus pies.
-¿Tal vez? Bueno, pero por todos los cielos, entonces, ¿por qué no
te quedas con ella?
Truman se encogió de hombros. No quería hablar de ese tema.
-Como quieras -dijo Nelle-. ¿Cómo era tu nombre?
-Truman. ¿El tuyo?
-Soy Nelle. Ñeñe es Ellen al revés. Ese es el nombre de mi abuelita.
¿Tienes un segundo nombre?
-Puede ser -Truman se sonrojó-. ¿Cuál es el tuyo?
-Harpcr. ¿El tuyo?
El rostro de Truman se volvió aún más rojo.
-Eh... Streckfus -respondió, avergonzado.
Nelle parecía desconcertada, así que Truman le explicó.
- M i papi me llamó así por la empresa para la que trabajaba: la com-
pañía de barcos a vapor Streckfus.
Nelle contuvo la risa.
-De acuerdo, supongo que no estabas bromeando sobre ese barco
-iba a decir algo más, pero cambió de opinión-. Bueno, nos vemos - y
saltó del muro para aterrizar del otro lado.
-¡Ey! ¿Y mi libro ? -le gritó él a su espalda.
Ella ya estaba corriendo de regreso a su casa.
-¡Lo tendrás cuando lo haya terminado, Streckfus\
Para Nelle:
El poder de las palabras puede causar guerras o crear la paz. Utiliza
las tuyas con cuidado.
A.C.
Pero Nelle estaba tachado y, en cambio, en lápiz y con letra infantil,
alguien había escrito Bulldog.
R E O QUE ME V O Y A D E R R E T I R -SE
quejó Truman con su peculiar voz can-
tarína. Después de haber jugado duran-
te una hora a los piratas y los caballeros
de la Mesa Redonda, seguido de dos partidas de canicas y tres de reco-
ger piedritas, se habían quedado sin nada que hacer.
Acalorados y cansados, él y Nelle se desplomaron bajo la sombra de
la pérgola cubierta de uvas moscatel, donde estaba fresco y soplaba una
suave brisa. Se abanicaban con el Monroe Journal, con la sección del
periódico que tenía el crucigrama, el cual también habían completado
esa mañana.
-¡La realidad es tan aburrida! Quisiera que alguna vez sucediera,
algo emocionante en este pueblo. He estado aquí durante más de un
mes y no se parece para nada a Nueva Orleans.
-Bueno, quizá no sea tan emocionante como Nueva Orleans -dijo
Nelle-, Pero aquí también suceden cosas. Vaya, el otro día, ese niño
negro, Edison, estaba en la plaza del pueblo atrayendo una multitud
porque podía imitar lo que sea que le pidieran. Podía hacer pájaros y ca-
ballos, al señor Barnett y su pierna de madera, la máquina desmotadora,
cualquier cosa. ¡Yo le pedí que hiciera el tren del correo, y él empezó
a mover los pies en el suelo, resoplando y pitando como el silbato del
tren! Eso no es algo que se vea todos los días.
A Truman no le pareció interesante.
-Creo que podríamos ir a la tienda y conseguir algunos dulces gra-
tis -puso los ojos en blanco y comenzó a retorcerse y temblar, como si
estuviera dándole un ataque.
-Basta. Por poco le provocaste un paro cardíaco al pobre señor
Yarborough. Su hijo es epiléptico, ¿sabías? Y creo que él sabe que los
dulces no detienen un ataque.
Truman se encogió de hombros.
-Igual nos regaló caramelos de regaliz.
-Sí, para que nos fuéramos.
Truman se puso de pie.
-Lo que necesitamos es que suceda algo emocionante, como en la
gran ciudad. Como... Imagínate si alguien desapareciera. ¡O si hubiera
un asesinato en el pueblo! En ese caso sí tendríamos algo que hacer.
Nelle lo miró como si estuviera demente.
-¿Y qué rayos haríamos nosotros con un asesinato o un secuestro ?
-Pues, resolverlo, por supuesto -chasqueó los dedos-. Podríamos
ser detectives. ¡Yo sería Sherlock y tú, Watson! El cerebro y la fuerza.
¿Ves ? -fingió que fumaba una pipa.
~¿Ypor qué yo no puedo ser...? Ah, no importa. De todos modos,
no asesinan a nadie aquí. Es más, cuando el mismísimo General Lee
vino a Monroeville, ¡dijo que era el lugar más aburrido del planeta!
Ambos observaron el cielo azul intenso de Alabama y contaron los
fragmentos de pelusa de algodón blanco que flotaban en el aire; se
escapaban de la máquina desmotadora que se encontraba del otro lado
del pueblo.
-Pues, estaba en lo cierto -dijo Truman después de un rato-. Su-
pongo que hace demasiado calor para moverse. El único lugar en don-
de probablemente esté sucediendo algo es la laguna de Hatter s Mili.
P o d r í a m o s ir a n a d a r y al m e n o s e s t a r í a m o s frescos. N o es c o m o el l a g o
P o n t c h a r t r a i n , p e r o servirá.
Nelle h i z o una mueca.
- N o q u i e r e s ir p ' a h í .
Los ojos de Truman se iluminaron.
-¿Por qué no? ¿Hay caimanes? lEspeligroso'^
Nelle se secó el sudor de la frente. Conocía a los niños que andaban
por Hatter's Mili. Billy Eugene y sus amigos le darían una golpiza a un
niño como Truman. Lo menos que podía hacer era mantenerlo alejado
de los problemas.
-No, solo que no es... -no se le ocurría ninguna buena excusa.
-¿Qué? -inclinó la cabeza, curioso-. No eres una cobarde, ¿ver-
dad? ¿No sabes nadar?
-¡No, no soy una cobarde, y sí, puedo nadar mejor que tú! -lo miró
fijamente. Él solo le sonrió-. Está bien, vamos, entonces -dijo ella-.
Pero con una condición.
-¿Cuál? -preguntó él con inocencia.
-Tienes que vestirte más... normal.
-(NormaP. -repitió Truman. Con un soplido alejó de los ojos las
hebras delgadas de su cabello-. ¿Desde cuándo lo normales, divertido?
Es decir, mírate. ¡Tú eres una niña y te vistes como un niño !
Nelle jaló de su overol. Sabía que era inútil discutir. Truman solo
tenía un año más que ella, pero se comportaba como si ya fuese un
adulto.
-Está bien -accedió ella-. Pero no me eches la culpa si algunos ni-
ños te lanzan desde arriba del techo del viejo molino. Siempre te estás
metiendo en líos.
Truman sonrió, como un duende picaro en busca de problemas.
-¿Quién, jy*?? No es mi culpa si soy xm... precursor -esperó a que
Nelle reaccionara, pero ella se negaba rotundamente a jugar a sus jue-
guitos de palabras. De todos modos, extrajo su diccionario miniatura
y lo abrió en una página marcada-. Significa "Que inicia o introduce
ideas o teorías que se desarrollarán en un tiempo futuro"...
-Ah, no importa lo que significa, Streckfus -ella fingió ignorarlo.
La mandíbula de Truman sobresalió de su rostro y frunció el ceño.
Odiaba cuando ella lo llamaba así.
-(Como quieras, 'HéicHar-pahl
Ella le sacó la lengua; él solo se encogió de hombros.
-Bueno, vamos entonces, vístete -dijo ella-. Te veré allí, viejo...
pionero innovador.
Truman rio. Nelle era la única persona que había conocido que era
tan buena como él con las palabras.
L SONIDO E S T R I D E N T E DE UN C L A X O N Y EL DERRAPE
de los neumáticos les heló la sangre: de pronto, estaban
mirando fijamente un par de luces delanteras.
-¡Truman! ¡Allí estás!
El niño parpadeó y vio que una silueta sombría se ponía de pie en el
convertible y lo miraba con detenimiento a través de la polvareda roja
que los neumáticos habían creado.
-¿Papi? -dijo él, sorprendido.
Nelle le soltó el brazo. Se había mojado los pantalones.
Mientras ella permaneció de pie en su lugar con el rostro rojo y sin
saber qué hacer a continuación, Truman caminó hacia el automóvil, al
lateral del pasajero, y allí encontró a su padre, luciendo un sombrero
Panamá con una sonrisa de oreja a oreja.
-Papi -dijo él sin aliento.
-Vamos, hijo -respondió su padre mientras abría la puerta del pa-
sajero-. Debemos mAtchzrnos. Ahora.
Truman subió al coche y se lanzó a sus brazos.
Su papá le dio un fuerte abrazo mientras miraba, nervioso, a su al-
rededor.
-Quería darte una sorpresa. ¿Estás sorprendido?
Truman asintió, sin poder creer lo que sucedía. No había visto a su
padre en dos meses.
-¡Yo diría que sí lo está! -exclamó Nelle, transformando su ver-
güenza en ira-. ¿Dónde te habías metido} Vaya, si mi papi alguna vez
me hubiera dejado por tanto tiempo, yo...
-¿Qmén es tu encantador amigo, Truman? -preguntó su padre, in-
terrumpiéndola-. Es un niño bastante combativo.
El rojo en el rostro de Nelle se intensificó.
-¡Soy una niña, maldición! ¡Solo porque no uso un vestido no sig-
nifica que no pueda hacerlo!
El papá de Truman inclinó su sombrero.
-Vaya, debes ser la reina de las niñas poco femeninas, ¿verdad, cari-
ño ? -codeó despacio a Truman-. Nunca te metas con una mujer com-
bativa, Tru. Lo aprendí por tu madre. Ahora, de verdad tenemos que
irnos...
Truman dio un saltito, entusiasmado.
-¿Mi madre también está aquí?
Su padre encendió el motor, poniéndolo en marcha.
-Algo así...
Truman levantó la vista y lo miró con ojos de cachorrito.
-¿Eso quiere decir que todos iremos juntos a casa?
El color abandonó el rostro de su padre.
-Tenemos asuntos familiares que discutir, Truman. Regresemos a
casa.
El hombre volvió a inclinar su sombrero hacia Nelle.
-Un gusto haberte conocido, amiguita. Soy Archulus Persons.
-Espera un segundo... ¿Archulus? -preguntó Nelle parpadeando.
Aceleró el motor y la dejó atrás, de pie en la calle.
-Me alegra ver que estás haciendo amigos -dijo Arch, desviándose con
rapidez de la calle principal y tomando un callejón vacío. Parecía muy
nervioso.
-¿Estás llevándome a casa? -preguntó Truman.
Arch se aclaró la garganta y vaciló.
-Truman... Sé que ha sido difícil para ti, hijo. Si tu madre no fuera
tan testaruda, todos estaríamos juntos de nuevo. Pero ella tiene todas
esas ideas de mudarse a una gran ciudad cara como Nueva York... ¡ Cree
que somos millonarios! -se quejó-. Ah, es solo que no sé qué hacer.
Condujeron en silencio. Truman tenía muchas preguntas. Pero esta
fue la que salió de su boca:
-¿Por qué te querían en el juzgado?
Arch levantó las cejas.
-¿De qué estás hablando? ¿Por qué querrían al viejo Archulus en
un tribunal?
-Eso pensé. Pero cuando el juez dijo tu nombre en la sala...
El rostro de Arch se puso de un rojo intenso.
-Aa.ah... eso. No fue nada. Una simple discusión que tuve en Burnt
Corn; ¿o fue en Cobb Creek? ¿Había una mujer allí vestida como si
fuera de India?
Truman lo pensó y recordó haber visto una mujer así.
-¿Con un atuendo dorado y negro?
-Esa misma. Desafortunadamente, ella es la viuda del Gran Hadjah
-respondió él, mirando nervioso por encima de su hombro-. Q^e en
paz descanse.
-¿Quién es él? -preguntó Truman.
Arch pretendió estar sorprendido.
-¿Quieres decir que jamás has oído hablar del Gran...? -se golpeó
la frente con la palma de la mano-. No, por supuesto que no. Falleció
antes de que tuviéramos la oportunidad de actuar aquí en el pueblo.
A Truman se le iluminaron los ojos.
-¿Dirigiste un espectáculo?
-Espectáculo solo no le hace justicia-Arch sonrió con picardía-. Más
bien, yo diría un espectáculo extravagante. "¡Enterrado vivo!" -anunció,
tal como si fuera el mismísimo P. T. Barnum-. "¡El milagro más impac-
tante de los tiempos modernos!".
-¿Lo enterraste vivol
-Deberías haberlo visto, Tru. Encontré a ese muchacho egipcio en
Mississippi. Podía contener la respiración por largos períodos. ¡Bajaba su
ritmo cardíaco hasta entrar en un estado de hibernación que duraba horas!
-¿De veras? -preguntó Truman, asombrado.
-Bueno, una hora, al menos. ¡Aparecía vestido como un príncipe in-
dio y nosotros lo enterrábamos por una hora en un ataúd en la plaza del
pueblo! Las personas se lo creían, y apostaban que no duraría los sesenta
minutos completos, pero él siempre lo hacía. ¡Ganó una fortuna!
-¿Y qué le sucedió ?
Arch se secó la frente.
-Bueno, en el último espectáculo atrajimos una multitud tan gran-
de que, cuando terminamos de recolectar el dinero de todos y de escri-
bir sus apuestas, ya habían pasado alrededor de dos horas... y entonces,
lamentablemente, el Gran Hadjah nos dejó.
-Quieres decir que... {murió'i
Arch asintió con tristeza.
-Resulta que una hora era lo máximo que podía soportar. ¿Quién
podía saberlo? Pobre tipo. Por desgracia, yo también perdí todo. Y
ahora esta mujer está intentando demandarme por la parte de su es-
poso. ¡Ridículo! El era el que siempre alardeaba sobre cuánto tiempo
podía resistir bajo tierra. Pero, ¿quién es el que siempre debe pagar las
consecuencias ? El viejo Arch, por supuesto.
Levantó la cerca de hueso que estaba en la parte trasera de la casa de
laprima Jenny y apagó el motor; el traqueteo del automóvil se detuvo.
Tomó asiento allí por un momento, y observó la casa.
-Ahora, Truman, no le digas ni una palabra sobre esto a tu madre.
Ya está lo suficientemente enojada conmigo. No necesito que se entere
de que tal vez perderemos más dinero. Pero se lo compensaré. Tengo
un plan en mente. Hay un boxeador...
Pero Truman ya había bajado del vehículo y estaba corriendo hacia
la casa. Tenía la sensación abrumadora de que si su madre veía su ros-
tro, se daría cuenta de cuánto lo había extrañado, y la familia podría
unirse otra vez.
S O P O R T A R LAS CRÍTICAS
10
LA SEDE AÉREA
NA MAÑANA, T R U M A N SE DESPERTÓ C O N EL
sonido de lo que creyó que era una pelea afuera. Aso-
mó la cabeza por la ventana y vio a Nelle caminando
sobre el muro de piedra que separaba sus casas. Esta-
ba luchando contra un enemigo invisible, y tenía un parche sobre un
ojo y un sombrero pirata hecho de papel de periódico. Truman estaba
tan entretenido que gritó:
-¡Cuidado con los cocodrilos!
Nelle se levantó el parche y le sonrió.
-¡Cocodrilo a la vista!
Truman señaló otra vez al animal invisible; ella extrajo una piedra
del bolsillo y martilló un tronco que estaba junto al muro.
-(Lo tengo! ¡No le temo a los cocodrilos! ¡Mira lo que puedo ha-
cer! -intentó hacer un salto mortal pero se tropezó y cayó de su lado
del muro.
-¿Nelle? -exclamó Truman, preocupado.
Ella reapareció, fingiendo que peleaba contra una rama caída.
-¡Serpientes! ¡Ayúdame, Trii!
Truman bajó a toda velocidad, vistiendo su pijama y sus pantuflas.
Asomó la cabeza por el porche delantero, pero todo estaba en silencio.
-¿Nelle? -subió al muro y echó un vistazo. Su amiga no aparecía por
ninguna parte.
-¡Pssst! -Truman oyó una voz lejana que provenía de las alturas. Siguió
el sonido hacia arriba por el inmenso árbol paraíso doble, y de pronto, la
vio: la magnífica sede central que NeMe y Grandulón habían construido.
Era una de las cosas más maravillosas que había visto.
Truman divisó un par de pies que sobresalían por debajo de la tela
que cubría la entrada. Aunque todavía estaba en pijama, decidió subir
por la escalera. Cuando alcanzó la cima, no podía creer lo que veía. Cada
detalle era perfecto. Un sector para jugar a las canicas y a recoger pie-
dritas. Un puesto de observación para espiar. Una pizarra para dibujar
pistas y lo que fuera. Envases y frascos para coleccionar insectos, piedras
y otros descubrimientos científicos, y una claraboya para contemplar las
estrellas. Incluso había un tubo de bomberos para escapes rápidos. Lo
mejor de todo era el cartel que adornaba el frente de la casa del árbol:
¡NO SE ADMITEN ADULTOS!
LA CASA MISTERIOSA
os DÍAS DE V E R A N O S E H A C I A N MÁS C O R T O S , Y
septiembre, junto al cumpleaños número ocho de Tru
(para el que sus padres le hicieron una visita, algo poco
común) llegó y se fue, pero ningún gran misterio apa-
reció. Excepto por la escuela. Truman comenzó a asistir a la escuela
primaria del condado de Monroe, pero no le interesaba el tercer curso,
ya que la actitud de su maestra hacia su intelecto lo desconcertaba. En
especial, porque esa maestra era su prima Callie.
-Eres demasiado inteligente para tu propio bien -le dijo ella el pri-
mer día.
-Pero, i cómo es posible que sea demasiado inteligente ? ¿No es para
eso que venimos a la escuela? ¿Para ser más listos ? -preguntó él.
-Ese es el tipo de preguntas que hace que me resulte difícil ense-
ñarte algo -le respondió Callie-. Un niño de ocho años debería com-
portarse mejor.
Cada día era una lucha. Lo único que quería hacer era leer historias
o contar cuentos fantásticos. Pero Callie no le daba más que críticas por
leer mucho más rápido que el resto y por perturbar a la clase con sus cuen-
tos alocados sobre tigres o sobre las hazañas de su padre, el explorador,
las que ella sabía que no eran ciertas. Cada vez que decía una mentira, le
golpeaba la mano con una regla. Para el final de la semana, su mano estaba
en general muy roja.
A Truman le comenzó a disgustar la escuela a causa de todos los
dolores de cabeza que le traía. Los lunes eran los días más difíciles, por-
que implicaban que aún había toda una semana por delante. Así que
los lunes, él, Nelle y Grandulón se tomaban su tiempo para llegar a la
escuela, y tenían pequeñas aventuras o intentaban asustarse entre sí a
lo largo del camino. En especial, cada vez que pasaban frente a la casa
de los Boular.
La casa se encontraba a dos puertas de la de Nelle. Grandulón esta-
ba seguro de que estaba embrujada. Desde afuera, realmente se veía te-
nebrosa y descuidada. Incluso en los días soleados, lucía muy lúgubre,
sombría y oscura con sus persianas cerradas, oculta detrás de la sombra
de los pecanos antiguos que mantenían alejado al sol. A veces. Gran-
dulón cruzaba al otro lado de la calle para evitar la mirada de la casa.
Le pertenecía al señor Boular, el Kombre más malvado del pueblo.
Nunca saludaba a nadie. Según Nelle, un caimán había matado a una
de sus hijas, y desde ese entonces, la casa se sentía más como un cemen-
terio solitario que como un hogar. Aunque todavía tenía una esposa,
un hijo y otra hija, no se usaba la palabra felicidad para describir a la
familia Boular.
-Ahí está -susurró un día Truman. El señor Boular estaba vesti-
do, como siempre, todo de negro, con un sombrero bombín adusto y
un paraguas. Era alto, delgado y parecía el director de una funeraria.
Estaba caminando directo hacia ellos, con la mirada ausente, como si
estuviese mirando otra dimensión.
-Di algo -dijo Truman, empujando con suavidad a Nelle.
Ella negó con la cabeza y codeó a Grandulón.
-Tú di algo.
Grandulón tragó con dificultad. El señor Boular estaba práctica-
mente sobre ellos.
-Eh, buenos días, señor Boular -chilló el niño-, ¿Cómo está la
señora...?
Él continuó su camino y pasó frente a ellos, como si no estuvieran
lili. Un escalofrío recorrió la espalda de Truman. Por poco parecía que
d hombre absorbía todo el aire de su cuerpo.
-Sook dice que nunca ha hablado con nadie, nunca -dijo Truman.
-;Y ella cómo sabe? -preguntó Nelle-. No ha venido a la ciudad
desde que yo nací.
-Es raro, está bien -dijo Grandulón-. Pero él no es el que me preo-
cupa. ¡Miren!
Grandulón los obligó a esconderse detrás de la cerca en decadencia
que rodeaba la propiedad de los Boular. Señaló una de las ventanas
del piso superior. Truman lo vio: la cortina estaba abierta y una silueta
oscura los estaba observando.
-Es Sonny... -dijo él.
Sonny era el hijo adolescente del señor Boular. Siempre había ru-
mores circulando sobre sucesos extraíios, y a él se lo culpaba de todos.
Sook lo llamaba "Graznido", por todos los ruidos raros parecidos a los
de un cuervo que hacía para sí mismo. Las personas decían que comía
ardillas vivas y, si lo mirabas a los ojos, tal vez podrías creerlo. Eran
grandes y redondos, y nunca pestañeaban. Se rumoreaba que había
matado al gato negro de la anciana señora Bussey, que lo había abierto
a la mitad y lo había colocado dentro del agujero de un árbol que esta-
ba en medio de la caUe. Era muy espeluznante, un cuco para todos los
niños del vecindario.
Truman se escondió más, fuera de la vista de la ventana.
-Me da escalofríos. Anoche, salí a caminar en cuanto oscureció
y oí esos graznidos extraños junto a la cerca... ¡Craa! ¡Craa! -imitó
Truman-. Miré entré los listones y allí estaban esos ojos de muñeca
observándome.
-¡No! -exclamó Nelle-, ¿Era Sonny?
-Sí. ¡Y me habló! Dijo: "Eres el niño más simpático que he visto".
Comencé a alejarme y ¡él atravesó la cerca con un brazo e intentó suje-
tarme!
-¿Qué hiciste?
-¡Corrí, por supuesto! Pero luego gritó a mis espaldas: "¡Regresa!
Por favor, no te asustes, no te lastimaré". Me di vuelta y lo vi observán-
dome; parecía tan... solo. Me encogí de hombros y le dije que debía
regresar a casa. Luego su rostro se oscureció y comenzó a golpear la
cerca y a decir entre dientes: "Regresa o lo lamentarás. ¡Serás el niño
más arrepentido de todo el cementerio!".
De pronto. Grandulón sujetó a Nelle por la espalda y ella gritó
como solo una niña puede hacerlo. Traman y su primo no podían de-
jar de reír.
mmma^^mrn
LA G R A N OPORTUNIDAD
ERIODISTAS, ¿ D I C E N ? -PREGUNTÓ
el director York, con tono escéptico-.
No tengo tiempo para esas tonterías,
niños. ¿No están sus padres esperán-
dolos en casa? -el director era un hombre apresurado, que estaba co-
miendo un emparedado de plátano y mayonesa y, por alguna razón,
probándose chaquetas de época.
-No, señor. En general no aparecemos hasta que la cena está servida
-dijo Nelle-, ¿Para qué son los disfraces?
-Si necesitan saberlo, este año interpretaré al rey Lear en el festival
agrícola. Y estoy retrasado para el ensayo.
Truman notó que habían limpiado toda la evidencia en la oficina,
así que se desplomó sobre la gran silla que estaba frente al escritorio del
director con los pies colgando.
-Tal vez tenga algo de tiempo para el Monroe Journal -colocó su
lápiz sobre la libreta al igual que un verdadero periodista.
El director observó a Nelle, cuyo padre era el editor del periódico.
-Es cierto -dijo Nelle-, Truman ganó un gran concurso el año pa-
sado por una historia que escribió. Estamos haciendo un informe sobre
los robos. Somos jóvenes... detectives.
-Detectives-periodistas -la corrigió Truman.
-Ya estamos al tanto de las nueces y de la serpiente, señor -añadió
Grandulón.
El director parecía nervioso. Sabía que Truman era insistente, y que
en general discutir con él llevaba más tiempo que seguirle la corriente.
-¿Qué... quieren saber, niños? -sonrió detrás de sus dientes apre-
tados.
-Bueeeeno... -dijo Truman de una forma larga e interminable que
esperaba que sugiriera que tenía más información de la que en verdad
tenía-. Es obviamente un trabajo interno. Un alumno, sospecho...
¿usted le teme a las serpientes ? -observó al director con detenimiento,
buscando una reacción. Era evidente que al director no le afectaban los
modos excéntricos de Truman.
-¿O alas nueces de pecán? -añadió Grandulón-. ¿O a...?
-Señor -interrumpió Nelle. Aunque tenía la reputación de ser inti-
midante en el patio de la escuela, podía ser delicada y amable cuando lo
necesitaba-. Solo estamos intentando descubrir la verdad. ¿Los alum-
nos tienen algo que temer? Me preocupa su seguridad.
El director se recostó en su silla.
-No, creemos que solo fue una travesura infantil. Y no, no le temo
ni a las serpientes ni a las nueces de pecán. En cuanto a quién hizo la
broma, los alumnos involucrados ya no asisten a la escuela, y eso es
todo lo que puedo decir al respecto.
Truman se inclinó hacia adelante.
-Entonces í/sabe quién lo hizo, ¿verdad? ¿Han arrestado a alguien?
El director respondió de modo tajante.
-No han arrestado a nadie, no hay ninguna historia aquí, y está
contra la ley revelarle cualquier nombre a la... prensa. Ahora, si me
disculpan, ¡me esperan en el teatro comunitario para ensayar!
Traman, Nelle y Grandulón caminaron en silencio por el pueblo; iban
serpenteando entre los robles que crecían en el medio de la Avenida
Alabama. Las nubes de polvo que levantaban las carretas tiradas por
caballos hacían que todo se viera sucio, y cubrían con tierra rojiza los
escaparates de las tiendas y los porches de madera.
-Bueno, eso no nos llevó a ninguna parte -dijo Grandulón, desa-
nimado.
Truman no estaba de acuerdo en absoluto.
-Inspector, para resolver un caso, debe leer entre las líneas. Parecía que
el director estaba evitando la verdad. ¿Exalumnos? Más bien alborotado-
res cobrando venganza. Creo que el señor York estaba ocultando algo.
De pronto, se detuvo en el medio de la calle, con la cabeza funcio-
nando a toda velocidad.
-<Qué ocurre, Tru... señor Holmes? -preguntó Grandulón.
Tru se dirigió hacia un escaparate cubierto de polvo y escribió la
palabra sospechosos sobre el vidrio.
-¿Quiénes son los que siempre se meten en problemas por aquí?
Nelle no tuvo que pensarlo demasiado.
-Los niños que van a Hatter's Mül, para empezar. Billy Eugene y
todos ellos... Hutch, Doofie y el desagradable de Twiggs Butts.
-¿Y qué hay de Wash Jones ? Siempre se comporta de modo sospe-
choso -dijo Grandulón.
-<E1 ciego capitán Wash Jones ? -preguntó Nelle-. Es viejo. No creo
que haya asistido a esa escuela. Ah, ¡y es ciego, tonto!
-Solo era una idea -respondió Grandulón.
-¿Y qué hay con los... bravucones? -dijo Truman. Sus amigos
intercambiaron miradas-, ¿Qué? -preguntó.
-Bueno, está eh... Boss -dijo Grandulón.
-¿Por qué no sabía sobre esa bestia? -preguntó Truman.
-Porque pasa la mayor parte del tiempo en Mudtown. No querrás
meterte con Boss -dijo Grandulón.
GREG NERI
R U M A N NO ERA E S T Ú P I D O ; L L E V Ó A QUEENIE
con él. El perro todavía no había demostrado su valía
como guardián, pero era mejor que nada. Además,
Grandulón le dijo a Tru que Boss olía como una bes-
tia sudorosa; tal vez Queenie podría rastrearlo con su olfato.
Mudtown estaba a diez calles de la casa de Truman, pero bien po-
dría haber estado en otro planeta. Era el sector pobre de Monroeville,
donde vivían los sirvientes negros y los blancos desafortunados. Desde
que la sombra de la Gran Depresión los golpeó, los empleos habían
estado desapareciendo sin parar por todo el condado de Monroe.
Mudtown ya no era solo un área en el mapa: era una sensación de
desesperación y desesperanza que había estado expandiéndose por el
pueblo, como un virus. Todos los días, Jenny se quejaba de que había
cada vez más personas que tenían cada vez menos para gastar en su
tienda. Le preocupaba que cuando las personas tuvieran hambre, hicie-
ran algo desesperado.
A Truman no le importaba nada de eso ahora. Vistiendo su peque-
ño traje blanco y su gorra de cazador, y caminando junto a su precioso
Queenie, hubiera llamado la atención en cualquier parte del pueblo.
En Mudtown, cada persona con la que se cruzaba se detenía a mirarlo.
Pero él no tenía miedo. Había visto todo tipo de personas en los barcos
a vapor: jugadores, contrabandistas, traficantes de whisky, vaqueros.
Sin embargo, este vecindario no era en nada parecido a eso.
Las casas estaban hechas de tablas de madera usadas, sostenidas por
cuerdas y lonas rotas. Había personas cocinando ardillas en cuencos
sobre hogueras improvisadas frente a las casas. Sus ojos se veían pro-
fundos y amarillentos; el hambre acechaba en cada esquina.
Se llamaba Mudtown, la ciudad del lodo, porque cuando Uovía las
calles se convertían en ríos de tierra y agua. Mantener limpios sus zapa-
tos blancos estaba resultando un desafío, sobre todo porque a Queenie
le gustaba rodar en la suciedad. Pero Truman estaba decidido. El peli-
gro nunca detuvo a Sherlock, y no lo detendría a él.
Queenie se detuvo en seco y comenzó a olisquear. De pronto, el
perro comenzó a correr, y Uevó arrastrando a Truman.
-¿Lo hueles, Queenie? ¿Sí? -dijo entusiasmado.
Doblaron en una esquina, donde Queenie se detuvo y comenzó a
gruñir. Truman supo que había encontrado a su hombre cuando divisó
a un niño gigante desaliñado que era tres veces más grande que él y que
sujetaba a otro niño sucio por el cuello. Su puño rechoncho estaba en
alto, como si estuviera a punto de causar algún daño. Truman conside-
ró sus opciones y decidió que ser directo era la mejor de todas.
-Señor Boss, ¿verdad?
La cabeza inmensa de Boss giró hacia él con lentitud. Lo primero que
notó Truman de aquel niño monstruoso fue la masa de cabello enma-
rañado en su cabeza, el gruñido de sus dientes torcidos y sus ojos verdes
redondos y brillantes como cuentas, que lo miraban fijo y con furia.
Truman no sabía qué decir.
-Eh... Estoy investigando un delito y, eh, reduciendo la lista de...
-Truman perdió el hilo, pero lamentablemente había distraído a Boss
durante el tiempo suficiente como para que su víctima huyera y se des-
vaneciera por la esquina.
Cuando Boss se dio cuenta de que su presa había escapado, apretó
la mandíbula como si alguien le hubiera robado su juguete favorito.
-No deberías haber hecho eso -gruñó.
Traman dio un paso atrás.
-Ah, es probable que este no sea un buen momento. Sook siempre
dice que nunca debo interrumpir a un hombre cuando está comiendo...
-Ahora, voy a tener que enderezarte de una vez por todas -golpeó
sus puños entre sí para dejar en claro el mensaje.
Truman odiaba pelear. También odiaba huir, porque eso era lo que
los bravucones esperaban que los miedosos hicieran. En lugar de es-
capar, decidió engañar a la bestia. Con calma, acomodó la pequeña
chaqueta de su traje y dijo:
-Puedo ver por tu mirada que deseas lastimarme. Pero estoy aquí
para limpiar tu nombre, no para arruinarlo. Como siempre dice el señor
A. C. Lee: "Todo hombre es inocente hasta que se prueba lo contrario".
Boss avanzó hacia Truman, y él retrocedió hasta donde estaba
Queenie, quien se ocultó asustado detrás de él. Vaya perro guardián.
Truman intentó conservar la calma; introdujo la mano en el bolsillo y
extrajo algunas nueces.
-¿Una nuez de pecán? -chilló.
Boss lo miró, confundido.
-¿No ? ¿Y las serpientes? ¿Te gustan las serpientes ?
Boss le lanzó una mirada feroz y señaló el rostro de Truman con su
gran dedo.
-¿Qiié sabes tú de serpientes'^ -gruñó.
-Nada, solo preguntaba -dijo, intentando empujar a Queenie ha-
cia el frente. El cachorro se negó rotundamente y se alejó corriendo.
Truman continuaba retrocediendo.
-¿Le gustan las joyas a tu madre ? ¿Tal vez decoradas con serpientes ?
-Haces demasiadas preguntas -refunfuñó Boss, encerrándolo con-
tra una casa, donde por poco atraviesa algunas tablas sueltas.
Intentó no entrar en pánico; en cambio, se mantuvo de pie lo más
erguido posible y declaró:
-¡De acuerdo, tú, gran... tú\ Si eliges pelear, debo advertirte que
-alzó sus pequeños puños asumiendo la postura de un boxeador- ¡el
mismísimo... ^-¿.ck. Dempsey... me enseñó a boxear!
Cuando vio que no reaccionaba, añadió:
-Es el campeón mundial, en caso de que no lo sepas.
-Lo sé. Solo que no me importa -gruñó Boss.
Truman se movió a un costado.
-Ah.
Boss sonrió y levantó los puños, como si estuviera listo para inten-
tarlo. Truman se tragó su orgullo y algo más.
-¿Quizá podemos olvidarlo y dejarlo atrás ?
-No lo creo, enano -replicó Boss.
-Ehh... -dijo Truman, bajando con lentitud los puños y devanán-
dose los sesos en busca de una mejor idea.
Mirar a los ojos redondos y brillantes como cuentas de Boss le re-
cordó los encuentros que había tenido con las serpientes mocasín de
agua cuando trabajaba en el río. Sabía que no podías ahuyentarlas,
pero podías deslumhrarlas hasta someterlas.
-¡Déjame mostrarte un truco! -dijo de pronto. Truman divisó un
sector de la calle que no tenía lodo, se aclaró la garganta y extendió los
brazos como si fuera un actor de circo. A pesar de su naturaleza delica-
da, tenía el cuerpo de un acróbata, con piernas fuertes y robustas.
Boss esperó a que saliera corriendo pero, en cambio, Truman hizo
diez volteretas perfectas hacia la calle, hasta que estaba a una buena
manzana de distancia de Boss. Podría ser un enano, pero también ha-
bía sido el mejor gimnasta de su antigua escuela.
LAL EI
FALTAR A CLASES
LA M A Ñ A N A SIGUIENTE, T R U M A N SE D E S P E R T Ó
dolorido y sintiendo bastante lástima de sí mismo.
Le dijo a Sook que no estaba de humor para ir a la es-
cuela. En cambio, se quedó en la cama con Queenie.
La buena de Sook. Le traía tazas de su café favorito sabor chicoria,
aunque Jenny siempre la regañaba al respecto: "¡Si lo sigues alimentan-
do con eso, nunca crecerá!".
Sook podía tener la cabeza llena de delgado cabello gris, pero se
comportaba como una niña cuando estaba con Truman. Escuchó cada
palabra sobre su encuentro con Boss y cómo había logrado escapar.
Como siempre, él adornó la verdad. En su versión, Queenie sujetó la
pierna del bruto mientras que él usó su técnica de judo y su maniobra
de embestida para ganarle al monstruo.
-¡Ahora estás mintiendo, Truman! -dijo ella.
-Lo juro, Sook. ¿No es cierto, Queenie?
El perro lo confirmó con un ladrido.
Sook le llevó sobras del primer desayuno, como él lo llamaba. Los
desayunos elaborados de Sook y de Pizca eran una maravilla en cual-
quier momento del día: jamón y huevos, tortitas, chuletas de cerdo
(cuando era una buena época) o tocino salado con guisantes, bagre o
ardilla (cuando era una mala época), con los acompañamientos clásicos
de sémola de maíz y salsa, frijoles blancos, maíz dulce, coles, jalea y ga-
lleras, Y olera hervida. A Truman le gustaba reclinar la cabeza bacía atrás
y dejar que el vegetal viscoso se deslizara por su garganta.
-Ahora, veamos si la vieja Sook puede arreglarte esa gorra. Pero
aun no entiendo por qué tiene dos viseras en lugar de una sola -dijo
ella, mientras se alejaba.
Truman comenzaba a sentirse mejor cuando oyó un golpe en su
ventana. Era Nelle, agitando en el aire una copia de otro misterio de
Shcriock Holmes: El oficinista del corredor de bolsa.
Abrió la ventana y se sorprendió ante el aire fresco del otoño.
-Brrr. ¿Por qué no está en la escuela, señorita? -preguntó Truman,
feliz de ver a su amiga.
Ella tosió de forma exagerada.
-Pues, estoy enferma, Tru, ¿no es obvio ?
Ingresó por la ventana y se acurrucó junto a Truman. Era una pareja
perfecta de inadaptados: él, demasiado refinado para jugar con los niños;
ella, demasiado varonil para llevarse bien con las niñas. Y eso estaba bien.
Pasaron la mañana leyendo el libro y bebiendo café. Debatieron so-
bre nuevos sospechosos y los descartaron, como John White, el negro
(quien dormía vestido porque era sonámbulo y tenía la costumbre de
hacer cosas que no podía recordar; pero decidieron que era un tipo de-
masiado bueno como para robar) y Ed, el huevero (quien nunca había
recibido una palabra amable del director York a pesar de haber hecho
entregas de huevos a la escuela durante años; pero tenía demasiado que
perder como para hacer algo tan mezquino). Incluso consideraron a
Cal lie, porque Truman sabía que tenía una lista de los alumnos que
le caían mal (él era uno de ellos), y existía la posibilidad de que ella tal
vez quisiera tenderle una trampa a uno o dos para que los expulsaran.
Pero Jenny habría encerrado a Callie en el ático si ella hubiese estado
considerando esa idea descabellada.
Cuando terminaron de hablar de todos los habitantes del pueblo, y
no lograron encontrar sospechosos nuevos, Truman intentó abordar el
tema de manera diferente.
-Ya sé lo que necesitamos hacer. Debemos ir a la botica y hablar con
el señor Yarborough.
-¿Crees que sabe algo? -preguntó ella.
-Las personas van a la fuente de sodas a hablar de chismes todo el
tiempo. Apuesto a que él sabe algo. ¡Quizás hasta quién irrumpió en
su tienda!
21
F I N A L DEL J U E G O
R U M A N Y N E L L E S E R E U N I E R O N EN LA OFICINA
del padre de Nelle. Le gustaba estar en la habitación de
A. C. porque estaba repleta de libros: legales, religiosos,
enciclopedias 7 anuarios. También, era un lugar al que él
iba cuando necesitaba pensar, que era exactamente lo que ellos necesitaban,
porque Truman todavía estaba indignado por los comentarios del sherifF.
-Solo es un juego, Truman. A veces, somos piratas, otras, soldados re-
beldes. ¿Por qué no comenzamos una nueva historia? -preguntó Nelle,
jugando con su pipa-. O, mejor aún, ¿por qué no decidimos de qué nos
disfrazaremos para Haüoween? Mi hermana todavía tiene ese disfraz de
pierna de jamón que sobró del festival del cerdo...
Truman estaba hojeando sus anotaciones.
-¿No es extraño que ahora dos personas hayan mencionado al cuco ?
-Solo es una expresión -respondió Nelle, alzando los hombros.
- O una pista -sugirió Truman.
- O solo una expresión, Tru -suspiró Nelle.
-¿Y qué hay del foso de las serpientes ? -continuó él.
-Sabes que no me gustan las serpientes...
-Vamos, Nelle. Viste sus reacciones. Watson nunca se rinde y tú
tampoco deberías hacerlo. Incluso si te mordieron una vez.
Nelle se sentó en el escritorio de su papá y jugueteó con su máquina
de escribir.
-Siempre estás inventando historias, Truman. Me gustaría leerlas.
Él clavó la vista en sus zapatos.
-Tú también eres una escritora, Nelle. Como yo.
Ella lo miró, arrepentida.
-Pues, yo me siento más como un personaje de tu obra.
Truman hizo que se diera la vuelta.
-Eres la estrella de mi obra, Nelle Harper. Tú y yo somos... distintos
de los demás. Nadie me comprende como tú.
Nelle asintió. Ella sentía lo mismo. Jamás había pertenecido al gru-
po de las niñas, y él entendía lo que significaba no tener una madre
cerca. Truman era diferente, pero la hacía sentir aceptada. En el fondo,
disfrutaba ser parte de sus aventuras, incluso si la metían en problemas.
La vida nunca era aburrida con Truman alrededor. Nelle tomó una
hoja de papel en blanco y la puso en la máquina de escribir. Introdujo
la pipa en su boca, colocó los dedos sobre las teclas y luego, de pronto,
comenzó a golpetearlas, clac-dac-clac.
Truman espió por encima del hombro de su amiga mientras ella
escribía: Sherlock Hohnesy el caso de la handa de serpientes de ojos rojos,
un nuevo misterio escrito por el doctor Watson (Nelle).
-Buen título -dijo Truman.
Nelle tomó sus notas y comenzó a escribir algunas ideas. Truman
vio que ella había estado tomando notas propias.
-¡Lo sabía! Eres una escritora, Nelle.
-Seré una abogada, como A. C. Iré a la universidad y todo eso -dijo
sin parar de escribir.
Truman sonrió.
-Está bien, como quieras. Pero cuando seamos grandes, encontraré
para nosotros un caso que resolver y luego escribiremos sobre él de verdad,
ya verás. Siempre serás mi Watson.
U N A P I Z C A DE P R O B L E Y A S
O TODAS LAS C A S A S DE M O N R O E V I L L E T E N I A N
teléfono. Las de Truman y Nelle tenían uno, y cada
vez que a Tru le daba pereza trepar del otro lado del
muro, simplemente la llamaba. Pocas veces habla-
ba con su voz habitual; en cambio, utilizaba un extraño ceceo agudo
y contaba historias extravagantes, o a veces, saludaba a Nelle con voz
grave y profunda: "Hola, ¡soy el profesor Moriarty!" bramaba, o decía
algún sinsentido similar.
Cada casa estaba conectada por una línea de teléfono compartida,
lo que implicaba que se podían escuchar todas las conversaciones de la
calle. A veces, solo por diversión, Truman y Nelle prestaban atención
y escuchaban cualquier chisme local que estuviera circulando. Y lo que
ocurrió un día en particular, fue que ambos estaban en la línea y oyeron
una conversación en la que estaba involucrado nada menos que Boss
Henderson, ese bravucón malvado. No sabían desde dónde estaba ha-
ciendo la Uamada; pero tenía que estar cerca.
Del otro lado de la línea había un hombre con una voz que parecía
de grava. Nelle afirmaba que era el papá de Boss, "el Bagre" Henderson,
un contrabandista malvado que pasaba más tiempo en prisión que en
libertad.
-Reunámonos esta tarde en el foso de las serpientes -dijo el Bagre-,
Joe, el indio, tiene una rey y una mocasín en marcha. Haremos billetes
suficientes como para cubrir los gastos del alcohol. Y trae mi gorra,
niño. Esta noche, tendremos fuegos artificiales.
Truman y Nelle no podían creer su suerte. En cuanto Boss y su pa-
dre cortaron la comunicación, ambos gritaron:
-¡Reunámonos en la sede central secreta!
Nelle salió corriendo y subió a la casa del árbol. Cuando introdujo
la cabeza dentro de la sede, Truman ya estaba allí, luciendo su gorra de
cazador arreglada.
-¿Ves? ¡Teníamos razón! -dijo él sin aliento-. ¡Suena como si hu-
biera una sociedad secreta de serpientes! Tal vez, el dibujo en la pizarra
y el prendedor robado eran algún tipo de advertencia para otros: "¡La
banda de la serpiente estuvo aquí!".
Nelle reflexionó al respecto.
-Quizá sacrifican serpientes pa' su dios pagano y luego el papá de
Boss las convierte en licor luz de luna''.
-Sé que ese tal Joe, el indio, hace vi^hisky; Sook le compra para ha-
cer sus puddings -dijo Truman, frotándose la barbilla-. Sea lo que sea,
tenemos que ir al foso de las serpientes y averiguar más. ¿Crees que
estás preparada para eso ?
-¿Sabes siquiera dónde está el foso de las serpientes ? -suspiró Nelle.
-No -Truman caviló al respecto-. Tal vez podemos simplemente
seguir a Boss hasta allí.
-Es el mismo Boss que te pateó por el suelo como si fueras una
rueda vieja, ¿recuerdas?
^ N. de la T.: Luz de luna, del inglés moonshine, era el nombre que se utilizaba
durante la ley seca para llamar al alcohol destilado ilegalmente, dado que su
fabricación ocurría en secreto y "bajo la luz de la luna".
-Tal vez tengas razón -asintió, y pensó un poco más sobre el asunto.
Luego chasqueó los dedos-. Apuesto a que Pizca sabe.
-¿Tu cocinera? ¿Por qué lo sabría? -preguntó Nelle.
Él miró alrededor y susurró:
-Porque ella usa serpientes para sus rituales vudú.
A Nelle no le agradó cómo sonaba eso. Pizca trabajaba en la coci-
na junto a Sook. No era para nada una mujer pequeña; era enorme.
Era parte negra, parte cajún y parte india; "Mi sangre tiene una pizca
de todo", decía, y por ese motivo la llamaban así. Nelle sabía que ella
tenía un pasado oscuro: le cruzaba una cicatriz gruesa por debajo
del rostro, de la oreja a la barbilla, pero nunca explicó cómo la había
obtenido.
Una vez, Nelle la vio amarrar botellas vacías al final de las ramas que
rodeaban su casa del árbol.
-¿Para qué haces eso, Pizca?
Ella miró a su alrededor, preocupada.
-Hay espíritus en el aire, señorita Nelle. Pongo una poción especial
en cada botella para que absorba el mal de inmediato. ¡Luego las tapo
y las lanzo en el río!
A Nelle no le agradaba lidiar con espíritus malignos. Lo envió a
Truman a hablar con Pizca solo.
SA N O C H E , T r u m a n N O p o d í a d o r m i r . M A N T U V O
a Sook despierta durante horas, contándole las aven-
turas que habían vivido aquella tarde. La anécdota se
transformó en un cuento épico en el que había serpien-
tes luchadoras y una pelea contra una multitud de hombres del Klan.
Sook escuchó alegremente todo el relato. Por supuesto, él había salva-
do a Nelle y a Pizca de una condena asegurada. Pero había un detalle
que no podía explicar del todo: por qué no traía pantalones cuando
regresó a casa.
Cuando por fin logró quedarse dormido, tuvo sueños horrorosos y
se retorció en la cama hasta que alguien lo despertó con una sacudida.
Estaba de pie en el patio trasero con su pijama.
-Amiguito, has estado caminando sonámbulo otra vez. ¿A dónde ibas ?
Era Arch.
-¿Papi? - a su cerebro le llevó un momento comprender que no se
encontraba en la cama-. ¿Dónde estoy?
-Estás afuera, hijo. Parecías muy decidido a llegar a algún lugar.
¿Algo relacionado a una resortera con forma de revólver?
-¿Qué estás haciendo aquí, papi?
Arch sonrió.
-Vine a ver a mi hijo favorito, por supuesto. Tuve una gran idea que
estoy seguro que nos hará millonarios. Compré uno de esos barcos a va-
por en los que solíamos trabajar, pero este será como un teatro flotante.
Tendremos a los mejores artistas, como ese Louis Armstrong, y por su-
puesto que tú bailarás tap al ritmo de su música, y haremos que la madre
de Nelle toque el piano; es una buena pianista. Pero lo mejor de todo es
que tu madre ha aceptado ser nuestra primera figura: ¡cantará!
-¿Estaremos de nuevo juntos? -preguntó Truman.
-Como en los viejos tiempos. ¿No será genial? -respondió Arch,
sonriendo.
-¿Q^é te hizo cambiar de opinión? -preguntó Truman. No podía
creerlo.
Arch se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.
- A veces, la respuesta está frente a tus narices.
-¿Qué? -dijo Truman, confundido.
Arch se arrodilló frente a él y le sujetó los hombros.
-No te preocupes, hijo, todo saldrá bien. Ya verás.
De pronto, comenzó a sacudirlo y, lo que era aún más extraño, a
ladrar como xmperro...
-\Despierta\
Los ojos de Truman se abrieron de par en par y vio a Nelle mirán-
dolo directo a la cara con Queenie ladrando y saltando sobre la cama.
-¿Dónde estoy? -preguntó, confundido.
-Estás en la cama, tontito, ¿dónde más?
Se incorporó. Era avanzada la mañana.
-¿Dónde estápapi?
-¿Papi? -dijo Nelle-. No está aquí, eso seguro.
-Pero si estaba... -comprendió que había estado soñando.
-La noche de ayer debe haber hecho que se te aflojara un tornillo
de la cabeza. Mira esto.
Colocó la honda frente a su rostro.
-No es una serpiente, es una ^S" -explicó ella.
-¿Q^é? -dijo él, todavía confundido.
-En el mango. Lo que está tallado. Es una S. ¿Qué crees que signi-
fica? -preguntó Nelle.
Truman se quitó a Queenie de encima y observó con detenimiento
la honda. El grabado rústico había parecido una serpiente antes, cuan-
do lo vio en la oscuridad, pero ahora tenía que darle la razón a Nelle:
parecía más una S.
-¿A quién conocemos que tenga un nombre que empiece con S'í
-preguntó ella-. ¿Sammy Zuckerman? ¿Sally Randell? Eh... ¿Sidney
RaeMollet?
Ninguna de las personas que había nombrado era remotamente
sospechosa.
En ese preciso momento, alguien golpeó la puerta de su habitación.
Grandulón asomó la cabeza.
-¿Sigues en la cama? Cielos, algunos estamos despiertos desde el
amanecer. ¿Cómo está todo?
-¿Dóndehas estado? ¡Teperdiste todol -dijo Nelle.
-¡He estado trabajando en la granja, como las personas reales! -res-
pondió Grandulón.
-Ponlo al día -le pidió Truman a Nelle-. Yo voy a vestirme.
Nelle lo puso al tanto de todo lo que les había sucedido los últimos dos
días: Ralph, el pelirrojo; elsheriíFysuhijo;lahonda; el foso de las serpien-
tes y la persecución a manos del Klan. Grandulón permaneció petrificado,
como si estuviera en el cine. Hasta tomó una bolsita del bolsillo y comenzó
a masticar algo mientras la historia continuaba poniéndose cada vez mejor.
Cuando vio la resortera sobre la cama, se entusiasmó y gritó:
-¡Grajndiosfso!
-¿Qué rayos estás comiendo. Grandulón? -dijo Nelle, molesta-. Es-
toy intentando contarte que hemos estado trabajando en resolver el caso,
y tú estás masticando como una ardilla.
Grandulón rio y por poco se atraganta. Escupió el contenido de MI
boca en la mano.
-Nueces -dijo al fin, señalando la honda-, Ah, ¿eso es una pista?
-Asqueroso -replicó Nelle-. Sí, es una pista, tal vez es La pista. ¿Tu
mamá no te enseñó modales ?
Grandulón sonrió.
-Me enseñó. Pero, en cierto modo, robé estas, ¡así que debo comér-
melas rápido! -añadió él, lleno de preocupación.
Truman regresó desde el baño, fresco y como siempre.
-¿Ya lo pusiste al tanto ?
Nelle miró a Grandulón con el ceño fruncido.
-¿Nosotros estamos intentando resolver im crimen y tú estás ro-
bandot
Grandulón se encogió de hombros.
-¿Es un crimen si las encuentras en el suelo?
-No... Entonces, ¿por qué dijiste que las habías robado ? -preguntó ella.
Grandulón miró a su alrededor y se acercó a su amiga.
-Entré al jardín del viejo Boular y aUí las encontré.
A Nelle se le cayó la mandíbula.
-¿Estás loco? ¡Ese hombre te despellejaría vivo si alguna vez te atra-
para tomando sus nueces!
-¡Pero estaban en el suelo cuando las encontré! ¿Aél qué le importa?
Continuaron discutiendo hasta que Truman los detuvo.
-Déjame ver algo -abrió las palmas de Grandulón y observó las
nueces a medio masticar-. Son nueces de pecán -aclaró.
-Sí, ¿y? -respondió su primo.
Truman clavó la vista en las manos de Grandulón.
-Hola...
-¿Qué ocurre,? -preguntó Nelle.
Truman estaba perdido en sus pensamientos, algo que el verdadero
Sherlock hacía cada vez que estaba a punto de resolver un caso.
-Ahora tiene sentido -tomó la honda del escritorio y observó la
tallada-, ¡ Ahora todo encaja! -continuó Traman-. El cuco... las nue-
ces de pecan... y la resortera; estuvo todo el tiempo ahí, ¡justo frente a
nosotros! Tenemos a nuestra S.
-Truman, ¿qué rayos estás diciendo? ¿Qué tienen que ver las nue-
ces de pecan con...? -Nelle se detuvo en la mitad de la oración con la
mirada de alguien que acababa de encontrar una moneda de oro en
la calle-. Aaahhh -miró a Truman y asintió.
Grandulón alzó las manos en el aire.
-Bueno, por rodos los cielos, ¿puede alguien decirme qué ocurre
antes de que me vuelva loco ?
Truman colocó ambas manos sobre los hombros de su primo.
-Felicitaciones, Inspector. ¡Parece que acaba de resolver el caso!
IB 28
OPERACIÓN VIGILANCIA
. C . LLEVÓ EL A S U N T O FRENTE AL J U E Z . NI
Truman, ni Nelle, ni Grandulón supieron qué se
dijo, dado que A. C. se negó a divulgar ningún tipo
de información. Pero un par de días después, Nelle y
Truman vieron a Sonny y a EUiot juntos. Estaban en el juzgado, frente
al juez Fountain, un hombre severo de cabello gris.
Observaron el proceso judicial desde el balcón. El resto del enorme
juzgado estaba vacío, excepto por A. C., el sheriff y el señor Boular.
Un ventilador antiguo daba vueltas sobre sus cabezas, pero los niños
podían sentir el calor que estaba emanando de la discusión. Truman
sintió una punzada de culpa al mirar a Sonny sentado detrás de una
mesa con la cabeza baja. Se comportaba como un cachorro al que ha-
bían regañado por masticar el tapete.
Elliot era una versión más joven del sheriff, pero le faltaba la calma
de su padre. No dejaba de interrumpir el proceso judicial, diciendo co-
sas como "¡No fue mi idea!" y "¡Sonny fue el que robó el prendedor!".
A. C. miró a Sonny.
-¿Es cierto eso, hijo? El señor Yarborough estaba muy enojado. Dijo
que era una reUquia familiar, pero que si se lo devolvían, bueno, podría
dejar de lado el asunto siempre y cuando pagaran por las ventanas rotas...
Sonny solo permaneció sentado en silencio, observando el suelo.
El sherifF tomó asiento detrás de ellos en la galería, con los brazos
cruzados. El señor Boalar estaba junto a Sonny, con el cuello rojo de
furia. Se inclinó y le dijo algo duro en el oído, lo que hizo retraer al
joven aún más.
-¿Crees que los enviarán a prisión? -susurró Truman.
-Tal vez deberíamos mantener la boca cerrada. Después de todo,
solo eran un par de ventanas.
-Quizá podemos ayudar a pagar los daños -dijo Truman-. Pon-
dremos un puesto.de limonada y cacahuates hervidos en la plaza. Pues,
¡apuesto que podríamos recaudar veinte dólares así de fácü! -chasqueó
los dedos, lo que hizo que el juez levantara la vista hacia ellos. Él y Nelle
se hundieron en sus asientos.
A. C. y el juez Fountain tuvieron una larga conversación. La resor-
tera estaba entre ellos, sobre el estrado.
El juez asintió con la cabeza, luego se sentó en silencio por un mo-
mento mientras A. C. regresaba a la mesa. Por fin, el juez Fountain
golpeó su martillo con suavidad y dijo:
-¿Podrían los acusados ponerse de pie?
Elliot obedeció, pero el señor Boular prácticamente tuvo que levan-
tar a Sonny del cuello de la camisa. El juez habló.
-El tribunal opina que este tipo de vandalismo en nuestro orgullo-
so pueblo no debe ser tolerado. Sin embargo, támbién es mi opinión
que estas dos almas jóvenes merecen ser salvadas... y para hacerlo, los
sentencio a pasar el próximo año lejos, internados en el reformatorio
del estado de Alabama.
Tanto el sherifF como el señor Boular se pusieron de pie de inme-
diato, enojados, y comenzaron a hablarle al mismo tiempo al juez. El
señor Fountain golpeó su martillo; A. C. intentó calmarlos.
En medio del alboroto, los ojos de Sonny recorrieron la sala. Era
obvio que estaba deseando estar en cualquier otro lugar que no fuera
ese. Su mirada por fin se clavó en el balcón. Cuando Truman y Nelle
notaron que él los había visto, permanecieron sentados, sin estar segu-
ros de qué hacer.
Sonny los saludó con la mano hasta que su padre volvió a llamarle
la atención.
-Vamos, salgamos de aquí -dijo Truman.
Se dirigieron a la casa de Nelle en silencio y esperaron en la oficina
de A. C. hasta que él regresara. Tardó alrededor de una hora.
URANTE DIAS, S E M A N A S Y M E S E S , T R U M A N Y
Nelle se reunieron para escribir historias. Un día, lo
hacían en la oficina de A. C.: Truman dictaba y Nelle
ripeaba. Otros días, se encontraban en casa de Truman,
y él usaba el teclado mientras ella inventaba las historias. A veces, se
reunían a mitad de camino, y subían la máquina de escribir hasta su
sede central secreta (no era algo fácil, pero idearon un sistema de cuer-
das y poleas para lograrlo). En general, Truman debía presionar a Nelle
para que escribiera, pero una vez que comenzaba a hacerlo, era buena.
Grandulón quiso unírseles, pero en realidad no tenía imaginación para
ese tipo de cosas. En cambio, solía sentarse cerca de ellos con Queenie
sobre el regazo, y escuchaba las historias que ellos creaban.
Sí que eran historias grandiosas. Misterios y cuentos policiales que
los tenían a ellos mismos como detectives. O historias de aventuras
en las que viajaban a escenarios exóticos y quedaban involucrados en
medio de alguna intriga y de alborotos. O solo historias sencillas sobre
personas entrometidas del pueblo que se metían en problemas por di-
fundir rumores y chismes.
Truman era muy protector de sus historias. Las mantenía guarda-
das en un baúl cerrado debajo de su cama, y llevaba la llave colgada del
*: cuello con una cadena. En las noches frías, cuando la nieve cubría la
t calle frente a la casa, él relataba una historia frente a la chimenea, como
si fuera verdad. A Jenny y a Callie no les importaban sus mentiras, pero
I: descubrieron que ellas se reían tanto como Bud ante las anécdotas de
Truman. Contaba historias sobre Sook en el Día de Acción de Gracias
y en Navidad, que hacían que se le llenaran los ojos de lágrimas a su
prima, y reservó sus relatos más salvajes para la Nochebuena.
Luego de Año Nuevo, la madre de Nelle regresó sin previo aviso,
recuperada después de haber pasado un tiempo lejos. En momentos
de tranquilidad, NeUe le contaba algunas de sus historias, sobre todo
las graciosas y las de misterio, o cualquiera que la mantuviera distraída
de sus problemas. Ella la escuchaba con atención, e intentaba adivinar
(aunque en general no tenía éxito) cuál sería la línea de remate o quién
era el culpable. Lo disfrutaba, le gustaba mucho más que estar en el
hospital, en especial cuando A. C. se unía a ellas para oír los relatos.
Los niños se estaban divirtiendo, y volvían a casa corriendo de la escue-
la con nuevas ideas. Monroevüle seguía siendo aburrido, pero al menos
podían vivir aventuras en las páginas, que era la mejor alternativa de todas.
La madre de Nelle no fue la única que apareció sin previo aviso.
Un día, ambos niños estaban limpiando el precioso avión trimotor, cuan-
do Tru levantó la vista y divisó a su propia madre de pie en la entrada.
Habían pasado muchos meses desde su última visita. Por poco se
había olvidado de que tenía una madre. Pero verla en persona hizo
que todos sus sentimientos regresaran de pronto. Corrió hacia ella y la
abrazó alrededor de la cintura.
-Tengo una sorpresa para ti -dijo ella.
-¿Qtó?
La mujer sacó un certificado de atrás de su espalda.
-¿No estás orgulloso de tu madre ? -dijo, mostrándoselo,
í:: -¿Qué es esol -preguntó.
-¡Pues, es un premio que gané! -respondió ella.
Truman y Nelle miraron el premio. Decía: Concurso de belleza de
Elizabeth Arden, primer premio: Lillie Mae Persons.
-¿Ganaste un concurso de belleza? -preguntó Truman, confundido.
-Solo envié mi foto y ellos me seleccionaron -se ruborizó.
-¿Quien es Elizabeth Arden? -preguntó Nelle.
-Una de las mujeres más ricas del mundo, quien de casualidad po-
see la compañía de cosméticos más grande de Estados Unidos -dijo-.
¡ Y me han invitado a mí a ir a Nueva York y a inscribirme en un curso
de belleza gratuito! ¡Nueva York! ¿Pueden creerlo?
-Así que... ¿te mudarás? -el niño parecía deprimido.
-Ah, no seas tan sensible, Truman. Esta es la gran oportunidad de
tu madre. Regresaré en un par de meses. Ponte feliz por mí alguna vez,
querido. Puedes decir que tu mami es una reina de belleza.
-Creo que eres bonita, Lillie Mae -dijo Nelle.
-Vaya, gracias, Nelle. Y cuando vuelva, te haré un cambio de ima-
gen -respondió, observando las manos y los pies sucios de la niña-.
Dios sabe que necesitas uno.
Se marchó sin darle un abrazo a Truman. El se veía muy triste.
32
EN SUSPENSO
-La cosa es que este es el tipo de situación que hace que el Klan se
enoje y esté molesto. Están planeando hacer un recorrido la noche de
su fiesta. Hasta le dijeron a Pizca que abandone el vecindario y se que-
de en Mudtown durante el fin de semana.
Jenny había oído suficiente. Dio un paso adelante y quedó frente al
rostro del sheriíE
-Usted sabe, al igual que yo, que los del Klan solo están buscando
problemas porque no tienen nada mejor que hacer. La adhesión bajó y
como no han tenido nada de qué quejarse en un tiempo, entonces, ¿por
qué no agarrárselas con la fiesta de despedida de un niño ? ¡ Cómo se
atreven! ¡Dígales que si quieren amenazarme a mí y a mi familia, debe-
rían hacerlo en persona, en vez de mandar a su niño mensajero!
Al sheriíFno le agradó recibir un sermón de una mujer.
-Ahora, señorita Jenny, les he dicho que no interrumpieran su fies-
ta, pero puede que sea algo que esté fuera de mi control...
Jenny dio la vuelta y se volvió a la casa.
-Solo haga su trabajo, sheriff, ¡o no contribuiré en nada para su
próxima campaña!
Cerró la puerta con un golpe.
El sherifF negó con la cabeza y, lentamente, regresó a su automóvil.
Antes de cerrar la puerta, levantó la vista hacia la casa del árbol durante
unos cinco segundos, hasta que Queenie salió de atrás del níspero y
comenzó a ladrar de nuevo. Aceleró el motor y se alejó.
-¿Hay moros en la costa? -preguntó Truman.
Nelle estaba impresionada.
-Guau, jamás había visto ala señorita Jenny tan enojada -susurró-.
Debes importarle mucho.
Truman asintió. El también estaba impresionado.
Nelle observó cómo el automóvil del sheriff doblaba en la esquina
y pasaba por la casa de los Bou lar. Sostuvo la mirada sobre el hogar de
Sonny. Parecía oscuro y amenazante, a pesar de que era pleno día.
Nadie había visto a Sonny ni había oído hablar de él desde aquel día
en el juzgado, hacía prácticamente un año. Era como un fantasma que
se había desvanecido de la memoria.
-Estabapensando... -dijo ella.
-¿En qué?
-En Sonny -respondió Nelle.
Truman permaneció callado. Todavía se sentía mal por lo que le
había sucedido.
-Tal vez debamos invitarlo a la fiesta, ¿no? -propuso ella.
Truman por poco se ahoga.
-¡No creo que su pa' le permita salir de la casa para asistir a una fiesta!
Nelle se encogió de hombros.
-Tal vez lo dejaría... si invitamos también a su hermana -dijo ella
con astucia. Sally Boular era una niña normal muy querida, que sufría
a causa de la reputación de su hermano.
-Bueno... ella es agradable y eso. Tal vez no me importaría si ella
viniera -dijo Truman-, Pero tú y yo sabemos que el solo hecho de que
Sonny aparezca por aquí les dará un susto terrible a todos.
-Bueno, es una fiesta de Halloween... -Nelle sonrió.
Una sonrisa traviesa se expandió por el rostro de Truman.
-Aaah... ¡No había pensado en eso! Será como tener un fantasma
de verdad en nuestra fiesta de Halloween. Buena idea, Nelle.
-Eso no es exactamente lo que quería decir, Tru.
-Sí, bueno, sigue siendo una buena idea... -dijo él, frotándose la
barbilla.
- Creo que se siente solo, atrapado en esa casa. Se merece salir cada
tanto. Sobre todo después de lo que hicimos -continuó Nelle.
Truman asintió.
-Tienes razón. Invitaremos a los Boular.
Sería la manera perfecta de terminar la fiesta de Halloween del siglo.
r -
36
LA V Í S P E R A DEL D Í A
DE T O D O S L O S SANTOS
INVITADOS INDESEABLES
FIN
If
11
'lili:
T R U M A N C A P O T E l e A G R A D A B A N LAS H I S T O R I A S
:
con formato de cuento, y muchos de sus libros con-
sistieron en una novela corta complementada por
varios cuentos. Siguiendo este espíritu, aquí están
algunos cuentos "reimaginados" de la vida de Truman y Nelle que po-
drían haber escrito durante su infancia. Si bien ningún cuento de su
autoría sobrevivió ese período (se rumorea que Lillie Mae los quemó
todos en un ataque de furia), algunos episodios de su infancia fueron
narrados más tarde por Grandulón, también conocido como Jennings
Faulk Cárter, cuyas memorias inspiraron estos relatos.
i
-Porque... -vaciló, y luego se rindió-. Rayos, porque jyo soy quien
lo arreglará, por eso. ¡Y Nelle va a ayudarme!
Asentí.
-Por supuesto. Grandulón. Pondremos ese avión en marcha, ya lo
verás.
Truman nos abrazó a los dos.
-Eso me haría muy feliz.
Al final, John, el negro, y Bud le echaron un vistazo y negaron con
la cabeza.
-Será más fácü comprar uno nuevo, golpearlo un poco y decirle
que lo arreglamos.
I
-Pero ¿cómo lo pagaremos? -pregunté.
Bud lo pensó un momento.
-Les prestaré el dinero, pero los dos deberán devolvérmelo.
-¿Cómo? -preguntó Grandulón.
Bud sonrió.
-Tengo ocho hectáreas de algodón para cosechar. Iba a decirles a un
par de personas de Mudtown para que vinieran a arrancarlo, cortarlo y
llevarlo a la desmotadora. Pero ahora tengo una mejor idea...
Un mes después, Truman tenía un nuevo avión viejo. Tanto yo
como Grandulón teníamos los dedos tajeados y la espalda con magu-
llones. Fue la última vez que tomamos algo "prestado" de Truman.
La receta secreta de Sook
Por Truman
orejas enormes, como las de los elefantes. Era puro músculo y también
atractivo, si debo decirlo.
~\Buongiornol -dijo, con un acento gracioso.
-Sam es de Sicilia -comentó Arch-. Lo encontré en Mobile, ense-
ñando gimnasia en el colegio comunitario, si pueden creerlo. Jamás ha-
bía visto un espécimen tan magnífico. El hombre es un luchador innato.
Y conmigo como su representante, es seguro que haremos una fortuna.
No le importaba no saber nada sobre boxeo.
-Estaba pensando, Truman. ¿Qmzá podrías ser mi asistente ?
Sus ojos se iluminaron.
-¿De verdad? -dijo.
-Pues claro, hijo. Y Grandulón y Nelle también pueden ayudar.
Debemos tener un buen equipo detrás de Sam para que esto funcione.
Y todos pueden empezar ahora mismo, ayudándome a bajar las male-
tas del automóvil.
Sabe Jenny que venías ? -pregunté. i
Él ignoró mi pregunta.
-Truman, estás a cargo. Asegúrate de que todo el equipo de entre-
namiento llegue a la sala de estar. ¡La convertiremos en un gimnasio!
Truman me sacó la lengua.
-¿Viste ? Estoy a cargo.
-No creo que a la señorita Jenny le guste ver su sala de estar conver-
tida en un gimnasio -les advertí.
-Cálate, Nelle, ¿no puedes ver que tiene un plan? -dijo Truman-.
Pues, apuesto a que Sam puede ganarle a cualquiera, incluso a Jack
Dempsey. Sí que me alegra que sea un buen tipo o tendría miedo -el
pobre Truman siempre le creía a su papi. O al menos, eso quería.
Antes de que Jenny regresara a casa del trabajo, habíamos moví- ,
do todos sus muebles elegantes y los tapetes, y habíamos puesto en ,
su lugar un sistema de poleas y pesas. Pizca estaba tan molesta que
no salía de la cocina. Cuando Jenny por fin llegó del trabajo, estaba •
sorprendida y furiosa con Arch. Pero, de alguna forma, el ver a Sam
ejercitándose y flexionando los músculos, y el sonido de su acento ita-
liano al hablarle, la convencieron. Arch le prometió que ella también
vería algo de las ganancias.
El padre de Truman dijo que tenía que marcharse y hacer algunos
tratos con otro representante para conseguir que hubiera una gran pe-
lea en Monroeville.
-La haremos en la plaza del pueblo y las personas pagarán un dó-
lar para ver a este hombre ganándole a cualquier competidor. Además,
tendremos las apuestas paralelas habituales, con las que sé que ganare-
mos bastante. Es más, ¡Sam será como una máquina de hacer bÜletes!
-¿Cuánto dinero nos pagarán? -preguntó Grandulón. Truman le
lanzó una mirada asesina, pero a Arch no le molestó la pregunta.
-Me agradas, Grandulón. Siempre yendo al grano. Bueno, si man-
tienes el fuerte mientras no estoy aquí... supongo que veinticinco cen-
tavos por día sería justo.
-¿Cada uno? -pregunté.
Él sonrió.
-Cada uno. Pero no será fácil.
-No te preocupes, padre. No te decepcionaremos, ¿verdad? -nos
miró a todos con furia.
Cada mañana alrededor de las seis, Truman, quien solía dormir hasta
tarde, estaba despierto golpeando mi ventana. Era hora de la carrera matu-
tina de Sam. EHos conducían en el Packard, y yo y Grandulón los seguía-
mos con nuestras bicicletas. El trabajo de Truman era viajar colgado de la
ventanüla con una botella de agua en la mano, mientras Arch conducía
junto a Sam.
Cada vez que Sam se cansaba, hacía sonar el claxon.
-¡No seas perezoso! ¿Quieres ser el campeón mundial, o no?
Arch estacionaba en la plaza del pueblo mientras Sam continuaba
corriendo alrededor, una y otra vez, hasta que todos lo hubieran visto.
En ese momento, Arch se ponía de pie sobre un banco y gritaba con
un megáfono:
-¡Pasen y vean al mejor luchador que haya existido! ¡Vengan este
domingo a ver al boxeador legendario en persona antes de que sea de-
masiado famoso para verlo de cerca!
Arch era un presentador innato, y Sam era muy trabajador, pero
con lo que no contaban era con el escándalo de ver a un hombre de co-
lor corriendo en pantalones cortos y, en general, sin camiseta. Muchas
de las mujeres que iban a la iglesia en Monroeville jamás habían visto
las piernas desnudas de un hombre y, al segundo día, la iglesia había co-
menzado con un petitorio para prohibir la pelea. Al tercer día, ¡había
mujeres de la iglesia marchando frente a la casa!
Claro, Jenny no iba a tolerarlo. Convenció al dulce de Sam de que
Arch jamás cumpliría con sus promesas y le ofreció pagarle el autobús
para regresar a su antiguo trabajo. A la mañana siguiente, Sam se había
marchado, al igual que el sueño de Arch.
Él ya había ganado dinero con la promesa de la pelea, así que tuvo
que escabullirse fuera del pueblo para evitar que sus inversores lo des-
cubrieran. El pobre Truman no podía creerlo. De verdad había pen-
sado que Sam sería el boleto que llevaría a su padre hasta la fama y la
fortuna.
Su próximo acto fue aún más impresionante que el de Lázaro. El gran
Hadjah casi tenía poderes sobrenaturales. Tenían que verlo para creerlo.
im
¡ mal, considerando cuánto dinero nos saca él cada vez que vamos a la
P (
(
iglesia. Negocios son negocios, ¿verdad?
i
§
Me apresuré a llevarlos hasta la exhibición del cerdito y de la gallina
de dos cabezas. Parecían fascinados por esta última, hasta que la señora
Blake notó algo.
-¿La segunda cabeza... está cayéndose?
El animal había estado picoteándola y ahora la cabeza colgaba en
un ángulo extraño. Con rapidez, enfoqué su atención en el frasco con
i l el cerdo, que estaba debajo de una toalla.
-Y ahora, la siguiente maravilla -dije, descubriendo el frasco.
m\ La señora Blake gritó tan fuerte, ¡que por poco me revienta el tím-
paño! i!|
S -¡Tienen un bebé muerto! ¡Tienen un bebé muerto! -gritaba. , f
Intenté tranquilizarla y explicarle que era un cerdo, pero ella se alejó '^ ijj
de un salto, asustada, y tropezó con la exhibición de la gallina de dos
cabezas, derribándola. ; ^¡
-¡La gallina de dos cabezas escapó! -exclamó su hijo-. ¡Alguien
atrape a la gallina de dos cabezas! • il' i
Se desató un iníierno. En medio del embrollo por atrapar al animal,
a Pizca se le rasgó el vestido y se podía ver su ropa interior, lo que hizo !;
que el señor Blake retrocediera y se golpeara contra la punta de la espada
215 I
LI;
G r e g Neri
m
wm
-¿Quién era ese, mamá?
-¡Es el hijo de Lillic Mae!
I.illic Mae vivía en Nueva Orleans. Cada vez que aparecía por
Monroevilie, causaba revuelo. Se vestía como una corista si no recibía
atención suficiente, o armaba un alboroto hasta que todos notaban su
presencia. Su comportamiento hacía enfadar a mi mamá y hacía llorar
a su hijo. Mamá se sentaba y tocaba el piano lo más fuerte que podía, i -
solo para ahogar los gritos. Entre el piano, el griterío y el llanto, ¡mis
oídos no podían soportarlo más! Me escondí en la oficina de mi papi
hasta que todo volvió a la calma.
Después de ese día, no vi al niño ni oí hablar de él por un largo
tiempo.
Alrededor de un año atrás, un gran auto elegante descapotable es-
tacionó, y allí estaba ese niño otra vez, vestido con su pequeño traje
de marinero. Lillie Mae y su esposo también estaban muy elegantes,
y bajaban del coche como si fueran los dueños del mundo. La señori-
ta Jenny no parecía contenta de verlos. Las personas simplemente no
actuaban como habitantes de la gran ciudad aquí, en Monroeviüe. Yo
ya estaba vestida con mi overol y siempre andaba descalza. Tal vez mi
mamá hubiera preferido una muñequita de porcelana delicada en vez
de una niña poco femenina como yo, pero sabía que ella tampoco los
soportaba.
Los adultos entraron y dejaron al niño solo para que merodeara por
el patio trasero. A decir verdad, la última vez que vi a ese niño, había
pensado que era una niña. Ahora no estaba tan segura. Él parecía pre-
ocupado por no ensuciarse los zapatos blancos. Pero después, el niño
vio la cerca hecha de huesos de la señorita Jenny y se paralizó. Tengo
que admitir que esa cerca también me asustaba un poco, porque estaba
hecha con huesos de animales de verdad. Por qué la señorita Jenny ha-
bía hecho una cerca con huesos de animales nunca lo supe, pero yo no
me acercaría a esa cosa.
I
Recuerdo haberme quedado sentada por allí, observando a aquel
marinerito acercarse poco a poco a la cerca de huesos. Cuando el niño
finalmente la tocó, una gran sonrisa apareció en su rostro, seguida de
risas. El niño estaba acariciando los huesos y aproximándose a la cerca,
cuando Lillic Mae lo llamó desde la casa: "¡Tru!".
¿Tru?¿Qué clase de nombre era ese? El dato no me ayudó a resolver
el misterio que era ese niño, quien se sorprendió mucho, se resbaló y
cayó sobre la cerca, tirando un par de huesos. Bueno, eso fue como
jalar de un hilo suelto: en cuanto lo hacías, una fila entera del tejido se
desarmaba.
¡La expresión en ese rostro! El niño entró en pánico e intentó repa-
rarla, pero cuanto más toqueteaba, más la desarmaba. Comencé a reír,
y luego él me vio. Bueno, si las miradas pudiesen matar... Ese niño solo
se quedó de pie, mirándome con furia, con las manos en la cadera y la
mandíbula inferior hacia afuera, como la de un buUdog. Eso me hizo
reír todavía más, porque es exactamente lo que parecía, un pequeño
bulldog al que le faltaban dos dientes en el medio.
-¡Tru! -gritó su mamá. Cuando salió y vio el traje sucio del niño,
la cerca premiada de Jenny hecha un desastre y a su hijo sentado allí,
atrapado en el acto, se puso furiosa. Bueno, antes de que pudiera decir
nada, el niño comenzó a temblar como un volcán a punto de explotar;
su rostro se volvió rojo como un pimiento y los ojos se le humede-
cieron como una represa desbordada durante una tormenta. Y allí fue
cuando un gemido salió de su boca y apuesto a que lo oyeron hasta el
juzgado, en la plaza del pueblo.
El enojo abandonó el rostro de Lillie Mae y comenzó a mimar al
niño como si fuera de la realeza, solo para que dejara de llorar. Escuché
que él inventó una gran historia:
-¡El niño descalzo del overol me empujó sobre la cerca! -exclamó
él con un tono de voz peculiar y agudo.
Luego, ¡me di cuenta de que se refería a mí!
Ese enano. Me oculté detrás de un arbusto y observé a través de las
hojas cómo LilJic Mae lo llevaba dentro. Justo antes de que desapare-
cieran en la casa, ese enano me sacó la lengua, sonriendo, ¡como si se
hubiera salido con la suya!
En ese instante supe que él era más inteligente que la mayoría de los
niños de la zona.
El camino a Monroeville
Por Trunian
221
- --
—
i
sonriente al que llamaba Satchmo, tocara para mí mientras yo bailaba
con todo mi empeño.
Incluso después de que mi papi cobró su parte, yo era bastante rico
para cuando regresé. Pasamos por una tienda de regalos para comprar
algo para mami, pero me paralicé cuando vi una de las cosas más mara-
villosas que jamás había visto: allí, colgando en el escaparate principal
de la tienda, ¡había un avión Ford trimotor para niños con la hélice
roja! Tenía el tamaño suficiente para que yo entrara sentado; era como
un triciclo gigante con alas.
-Puedes tener un regalo -dijo él. Estaba enamorado de ese avión.
Parecía tan magnífico como £/ espíritu de San Luis de Lucky Lindy.
-Ese -dije, señalándolo.
Bueno, dijo que era demasiado caro y, aun después de que hice un
berrinche, todavía decía que costaba demasiado.
Así que pedí un perro. Fuimos en busca de una tienda de masco-
tas, pero hacía calor y estaba húmedo y no pudimos encontrar una ni
aunque nuestra vida dependiera de ello. Así que nos decidimos por un
sombrero.
Papi siempre usaba un gran sombrero Panamá, y encontramos uno
en una tienda de sombreros que era igual a la de la prima Jenny. Tenía
el ala blanda y podía bajarlo sobre mis ojos como si fuera un detective
moderno. Regresamos a Nueva Orleans, y al segundo en que mami vio
esa cosa en mi cabeza, le hizo saber a papi que a ella no le agradaba ni
un poco. Iba en contra de todas sus reglas de la moda y amenazó con
quemarlo. Pero a mí me encantaba.
En cuanto llegamos a casa, estábamos en la ruta otra vez, dirigién-
donos directamente de regreso a MonroeviUe, donde estaban todos los
parientes de mami, en especial mis cuatro primos lejanos, que vivían
todos bajo el mismo techo. El sombrero vino con nosotros.
Durante todo el viaje, mami y papi discutieron sobre dinero. Ella
quería vivir como una reina, y él en general estaba en quiebra por ese
motivo. Pero siempre tenía una idea innovadora que ios haría ricos.
Esta vez, estaba transportando luz de luna de un indio llamado Joe, que
vivía en las afueras de la ciudad. Lo oí hablando por teléfono y dicien-
do que no había de qué preocuparse, que el sheriff nunca detendría el
vehículo de una familia con un niño.
Le pregunté a mamá:
-¿Cómo hace papi para atrapar la luz de la luna y meterla en la par-
te de atrás del automóvil? -ella se puso pálida. Mi prima más grande,
Sook, me sentó en su regazo y cubrió mis oídos mientras la discusión
más grande de todas empañaba toda la casa.
Cuando me di cuenta, mi mami salió hecha una furia, seguida de
papi, y me dejaron completamente solo. Sook me abrazó toda la noche
mientras yo mojaba tanto su camisón, que tuvo que cambiarse y dor-
mir en un vestido de algodón.
Mi prima Jenny, que teníala edad como para ser mi abuela, no po-
día creerlo. Cuando me vio a la mañana siguiente, me dijo que no me
preocupara.
-Tu mamá no merece tu amor.
Una semana después, Sook estaba a mi lado prácticamente en todo
momento. La ayudaba a cocinar; hacíamos largos paseos en el bosque
para recolectar hierbas y hongos salvajes, nos escondíamos en el ático a
recortar las imágenes más hermosas de las revistas para poder decorar
nuestras cometas y, después de haber tenido un día particularmente
bueno, me sentaba en su regazo y me permitía beber sorbitos de café
con sabor a chicoria y comer habichuelas, mientras leíamos las histo-
rietas más divertidas en voz alta. Ella siempre empezaba por Annie, la
huerfanita.
Ella fue mi mejor amiga durante esos primeros meses horribles.
Siempre tenía misiones para pasar el tiempo, en especial en aquellos
días de calor sofocante de los meses de verano. La prima Jenny esta-
ba tan cansada de que las moscas vinieran al porche, que Sook logró
que nos ofreciera una recompensa de un centavo por matar veinticinco
moscas. La masacre que siguió será recordada por mucho tiempo en la
historia de las moscas: recaudamos alrededor de trece dólares en dos
semanas, lo suficiente para ir al cine cincuenta veces, con dinero de
sobra para los dulces.
Aparte de Sook, no tenía verdaderos amigos de mi edad fuera de estas
paredes, hasta que conocí al niño de al lado, quien resultó ser una niña.
Su nombre era Ellen al revés.
NOTA DEL AUTOR
Truman C A P O T E Y ( N E L L E ) H A R P E R L E E SE CONVIRTIERON
en dos de los escritores estadounidenses más reconocidos del siglo XX.
La aclamada obra de Truman incluye Desayuno en Tiffany's, El harpa de
hierba. Un recuerdo navideño y A sangre jría, una novela negra que lo
reunió con Nelle en 1959. Hasta hace poco, NeUe solo había publicado
un libro a lo largo de su vida, pero Matar a un ruiseñor se ha conver-
tido en un clásico memorable que ganó un premio Pulitzer y vendió
más de cuarenta millones de ejemplares a nivel mundial.
Matar a un ruiseñor y muchos de los cuentos de Truman estu-
vieron inspirados en los años que pasaron durante su infancia en el
pequeño pueblo de Monroeville, Alabama. Tal como dijo la tía de
Truman, Mary Ida, una vez sobre él: "Tomaba pedazos de la verdad,
les daba un nuevo giro, y los convertía en algo extraordinario". Del
mismo modo, varios de los eventos relatados en este libro sucedieron
de verdad, pero los he reorganizado en una sola historia y añadí algu-
nas mentiras más para hacerla más deliciosa, esperando haber logrado
una mezcla sabrosa de historias caseras sureñas. Una regla general es
cierta: cuanto más escandalosa e inverosímil es una escena, más se ase-
meja a la vida real.
GREG Neri
m
•
M u c h o s A U T O R E S e l i g e n e l f o r m a t o BIOGRÁFICO DE n o - f i c c i ó n
para contar la historia de alguien famoso. En algunos casos, eso puede
fácilmente convertirse en la versión de Wikipedia de una vida transcurri-
da: hechos relatados en orden cronológico. Aquí, yo he decidido tomar
un camino diferente: utihzar la ficción para capturar las verdades poéti-
cas de un momento en el tiempo compartido por dos célebres escritores,
Harper Lee y Truman Capote.
Lo que me fascinó fue la idea de que estos dos gigantes literarios ha-
bían sido vecinos mientras crecían en un pueblo pequeño en el medio
de la era de las leyes de Jim Crow en el Sur Profundo, y que ambos eran
inadaptados que se conectaron a través de un amor compartido por
las historias de detectives. Cuando me enteré de que a veces jugaban a
ser Sherlock Holmes y el doctor Watson para resolver algunos de los
misterios de su pueblo, y que algunos de los incidentes en sus vidas
formaron la base de Matar a un ruiseñor, el narrador en mí no pudo
contenerse. Los personajes, el pueblo y el momento histórico eran de-
masiado ricos, demasiado coloridos y extravagantes para que los con-
tuviera la no-ficción.
Una historia nació de la vida real.
Nada de esto hubiera sido posible sin las narraciones orales de
Jennings Fauik Cárter (alias Grandulón), escritas por Marianne M.
Moates en Truman Capotes Southern Years (University of Alabama
Press, 1989), y sin los recuerdos salvajemente excéntricos y exagerados
de Marie Rudisill, la tía favorita de Truman, coescrito con James C.
Simmons y publicado como The Southern Haunting of Truman Capote
(Cumberland House, 2000). Las biografías de Truman escritas por
Gerald Clarke, George Plimpton y Jack Dunphy, y las de Nelle escritas
por Charles J. Shields y Kerry Madden, más una cantidad numerosa
de artículos y de entrevistas, me ayudaron con el resto. Estoy en deuda
con estas obras.
Quiero darle un agradecimiento atípico al actor Philip Seymour
HoíFman, cuya muerte trágica en 2014 inició el recorrido extraño de
este libro.
Al igual que muchos fanáticos, volví a ver sus películas luego de
su fallecimiento, comenzando por su interpretación de Truman en la
película Capote, por la cual ganó el Oscar a mejor actor. Esa película
me recordó que Truman y Harper Lee habían crecido juntos. Me dio
curiosidad, y comencé a buscar información por Internet sobre sus in-
fancias, y una investigación más exhaustiva reveló una serie de cuentos
evocativos maravillosos sobre su vida en el Sur Profundo. Me sorpren-
dió que nadie jamás hubiera escrito sobre su amistad en profundidad.
en especial para niños. Sus historias de la vida real eran extravagantes
y divertidas, tristes y demasiado humanas. Me interesaban muchísimo.
Un gran agradecimiento para Jennifer Fox, mi amiga a la que siem-
pre acudo y mi primera editora, quien también es mi amuleto de la
suerte. Cada una de las historias que escribí que le han encantado, se
vendieron. Su perspectiva es invaluable.
Gracias al editor y corrector Tracy Roe, por hacer un trabajo ma-
ravilloso al lograr que mi manuscrito fuera más claro y fácil de leer, a
la ilustradora Sarah Watts y al equipo de diseño de HMH por hacer
que todo se viera genial. Gracias a Charles J. Shields, Tal Nadan y a los
ensayos escritos por Truman Capote en los archivos de la Biblioteca
Pública de Nueva York, y a Alan U. Schwartz, el albacea literario del
patrimonio de Truman Capote, por su ayuda para conseguir las imá-
genes anteriores.
A mi agente, Edward Necarsulmer IV, un gran agradecimiento por
pensar que no estaba loco por querer hacer esto. Él también sintió la
magia y siguió el caso hasta que la historia encontró el hogar apropia-
do. ¡3-4-3, E!
A Julia Richardson quien, al principio, rechazó rotundamente un
primer borrador de la historia, hasta que hablamos al respecto y des-
cubrió que pensábamos mucho más parecido de lo que había creído.
Después de una pequeña revisión con sus aportes, a ella y a HMH les
encantó. Su agrado y entusiasmo por los personajes igualaban los míos
y les dio a estos adorables inadaptados un hogar ideal.
Como siempre, lo más importante, mi mayor gratitud es para mi
esposa, Maggie, y mihija, Zola, que continúa castigándome, y me recuer-
da a diario lo que es realmente importante en la vida. Sin ellas, nada de
esto hubiera sucedido.
Y finalmente, a Nelle Harper Lee y a Truman Capote, por inspirar-
me a mí y a millones de lectores en el mundo.
ÍNDICE
OTROS CUENTOS
"EN PALABRAS" DE TRU MAN Y NELLE 195
LA RECETA SECRETA
ARCHULUS PERSONS ES UN
N o t a del a u t o r 225
Agradecimientos 231
# N U M E R A L TE E S C U C H A
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( # TM7WELU)
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