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/ y Truman^^"

/ #
TRU & NELLE
G. Neri
-o-

No-vela basada en la amistad de


Truman Capote y Nelle Harper Lee
Titulo original:Tru &Nelle
Traducción: Daniela Rocío Taboada
© 2 0 1 6 G . Neri

© 2016 De la presente edición #numeral


Todos los derechos reservados

Dirección de proyecto: Cristina Alemany


Edición: Erílca Wrede
Dirección de arte: Alejandra Bello
Arte de portada: © Sarah Watts
Diseño de portada: Whitney Leader-Picone
Diseño de colección y armado portada: Eduardo Ruiz
Armado interior: Tobías WainKaus
Fotografías:
Pág. 226: Tniman, 8 años. (Fotógrafo desconocido, se publica bajo permiso de The Truman Capote Literary
Trust. Imagen perteneciente a los documentos de The Truman Capote en los archivos de NYPL.)
Nelle Harper Lee, Anuario Coroña 1948. (Fotógrafo desconocido, se publica bajo permiso de The W. S.
Hoole Special CoUections Library, de la Universidad de Alabama.)
Pág. 227: Nelle Harper Lee y Truman Capote en la cocina de Deweys, 1960. (Fotógrafo desconocido, se
publica bajo permiso de The Truman Capote Literary Trust. Imagen perteneciente a los documentos de
The Truman Capote en los archivos de NYPL.)

Prohibidas, en virtud de los límites establecidos por las leyes, la reproducción/copia total o parcial de
esta obra, transmisión por medios electrónicos, fotocopias o cualquier otro medio online o impreso de la
misma, como cualquier cesión, sin expresa autorización escrita del editor.

#numeral
Av Córdoba 744 4° H CABA - (1054) República Argentina
5411 5353 0831 -info@editorialnumeral.com.ar

ISBN 978-987-4085-01-6

Impreso en Argenrina
Primera edición: Agosto de 2016

Neri, G.
Tru & NeUe: novela basada en la amistad de Truman Capote y Nelle F-Iarper
Lee / G. Neri; editado por Cristina Alemany - l a ed. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: Numeral, 2016.
240p.;22xl5cm.

ISBN 978-987-4085-01-6

1. Cuentos de Aventuras. I. Alemany, Cristina, ed. 11. Taboada, Daniela Rocío,


trad. III. Título.
CDD813
PARA EDWARD
El arte es una mentira que dice la verdad.
PICASSO
U N C A S O DE C O N F U S I Ó N
DE I D E N T I D A D

Monroeville, Alabama. Verano, durante la Gran Depresión

UANDO TRUMAN VIO POR PRIMERA VEZ A NELLE,


pensó que era un niño. Lo estaba mirando como un
gato, sentada sobre el muro de piedra torcido que
separaba sus caserones de madera. Descalza, vestida
con un overol y con un corte de cabello varonil, Nelle parecía tener su
misma edad, pero a Truman le resultaba difícil saber si estaba en lo cier-
to; intentaba evitar su mirada, fingiendo que estaba leyendo su libro.
-Oye, tú -dijo ella al fin.
Truman levantó la vista de las páginas. Estaba sentado en silencio
en una silla de mimbre sobre el porche lateral de la casa de sus primos,
vestido con un pequeño traje blanco de marinero.
-¿Estás... hablándome a mí? -preguntó en un tono agudo y bajo.
-Ven aquí -ordenó ella.
Truman aplastó el rernolino de su cabello y miró hacia el otro lado
del porche, donde estaba la ventana de la cocina. Allí dentro, Sook, su
anciana prima segunda (muy lejana), estaba preparando su medicina
secreta para curar el reumatismo. Habitualmente, Sook lo vigilaba de
cerca, pero en ese momento, estaba tarareando una canción en su cabe-
za, perdida en sus pensamientos.
Abandonó el porche porque le daba curiosidad saber quién era ese
niño pequeño. No había hecho ningún amigo desde su llegada a la casa
de sus primos, hacía dos semanas. Era el inicio del verano y ansiaba ju-
gar con los chicos que vio dirigirse al pozo para nadar. Así que endere-
zó su pequeño traje blanco y comenzó a caminar con lentitud, dejando
atrás las celosías con enredaderas de glicinas y las camelias, hasta llegar
al muro de piedra.
Truman estaba desconcertado. Arrugó su rostro; el cabello corto de
Nelle y el overol lo habían confundido.
-¿Eres una... niña?
Nelle lo miró más fijo que antes. La voz aguda de Truman, el cabello
rubio platinado y el traje de marinero también la desconcertaron a ella.
-¿Tú eres un niñol -preguntó, incrédula.
-Pues, por supuesto, tontita.
-Pfff -Nelle bajó del muro de un salto y aterrizó frente a él; le lleva-
ba una cabeza-. ¿Cuántos años tienes? -preguntó.
-Siete.
-Hueles raro -dijo, como si fuera un hecho.
Él olisqueó su muñeca mientras mantenía los ojos clavados en ella.
-Eso se debe a un jabón perfumado que mi madre me trajo de Nueva
Orleans. ¿Cuántos años tienes tíii
-Seis -observó la coronilla de la cabeza de Tru y luego colocó su mano
sobre eUa, aplastando su remolino-. ¿ Cómo puede ser que seas tan enano ?
Truman se alejó de su mano.
-No lo sé... ¿Cómo puede ser que seas tan... fea?
Nelle le dio un empujón, y ¿1 y su libro cayeron al suelo.
-¡Ey! -gritó Truman, con el rostro color rojo intenso. Su querido
atuendo ahora estaba sucio. Hirviendo de furia, movió hacia adelante
la mandíbula inferior (a la que le faltaban dos dientes) y la miró con el
ceño fruncido-. No deberías haber hecho eso.
Ella sonrío, divertida.
-Te pareces a uno de esos bulldogs que tiene el sherifF.
Truman hizo que su mandíbula retomara la posición habitual.
-Y tú te pareces a...
-¿Qué rayos tienes puesto? -le preguntó ella, interrumpiéndolo.
Debería haber notado que él llevaba sus mejores prendas: un traje
de marinero totalmente blanco que combinaba con los zapatos.
-Dice mi madre que una persona siempre debe verse lo mejor posi-
ble -replicó él, poniéndose de pie con rapidez.
Ella soltó una risita.
-¿Tu madre era almirante? -miró el libro que se encontraba en el
suelo y comenzó a empujarlo con su pie descalzo hasta que logró ver
el título. El regreso de Sherlock Holmes: la aventura de los bailarines-.
¿Puedes leer? -preguntó.
Truman se cruzó de brazos.
-Por supuesto que puedo leer. Y también puedo escribir. No les
agrado a mis maestros porque hago que los otros niños parezcan tontos.
-No puedes hacer que yo parezca tonta -replicó ella, tomando el
libro del suelo y analizando la cubierta-. Yo también sé leer, y recién
estoy en primero.
Gon esas palabras, se dio vuelta y escaló de nuevo el muro.
-¡Ey, mi libro! -se quejó él-. ¡No dije que podías llevártelo!
Nelle se detuvo y lo observó hasta que algo detrás de él atrajo su aten-
ción: Sook estaba sacando humo a través de la ventana de la cocina. La
miró entrecerrando los ojos, y luego volvió a enfocarse en Truman.
-Oye, la señorita Sook no es tu má; es demasiado vieja pa' eso. Y
también conozco a su hermano, Bud, él tampoco es tu pá. ¿Dónde es-
tán tus padres?^

^ N. de la T.: La forma de liablar de Nelie imita los modismos sureños a fin de mantener
el rasgo distintivo del registro del personaje. En el original en inglés el acento sureño y
los modos típicos del lugar están expresados a través de la gramática y la grafía.
-Ella es mi prima mayor del lado de mi madre -respondió Truman
mirando hacia la casa-. Igual que Bud yjenny, y también Callie.
-Siempre me pareció raro que ninguno de ellos se casó ni na pa-
recido -dijo Nelle, observando a Sook-. Y ahora todavía viven juntos
como cuando eran niños, aunque son tan viejos como mi abuelita.
-Eso se debe a la prima Jenny. Es la jefa del hogar; entre dirigir la
tienda de sombreros y la casa al mismo tiempo, ella se asegura de que
todos sigamos siendo una familia.
-Vaya, ¿por qué vives tú aquí? -preguntó.
-Solo me estoy quedando aquí por ahora. Mi papi está de viaje
amasando su fortuna. Es un... em-pren-de-dor, así lo llama. Yo estaba
trabajando con él en los barcos a vapor que viajan por el Mississippi,
pero después el capitán me dijo que tenía que marcharme. Así que
Sook y ellos me están cuidando ahora.
-¿Por qué te echaron de un barco a vapor?
-Porque... -pensó cuidadosamente qué palabras usar-. Porque
estaba ganando demasiado dinero -dijo al fin, toqueteando ner-
vioso el enorme cuello marinero-. Verás, mi papi me llevó a bordo
para que fuera el entretenimiento. Yo bailaba mientras ese hombre
de color, Satchmo Armstrong, tocaba la trompeta. ¡Las personas me
daban tanto dinero, que el capitán se enojó y me dijo que tenía que
largarme!
-Estás mintiendo -retrucó Nelle, que parecía escéptica-. A ver,
veamos cómo bailas, entonces.
Truman observó el suelo suave de tierra sobre el que estaba de pie.
-Aquí no puedo. Se necesita un piso de madera para bailar tap.
Además, no tengo puestos mis zapatos de baüe.
Nelle miró con detenimiento su vestimenta.
-¿Y quién te dio esa ropa extraña? -preguntó.
- M i mamá la compró en Nueva Orleans. Somos de allí.
Ninguno de los niños que conoció en su vida vistió algo parecido.
-Vaya, sí que se visten raro allí en Nueva Orleaaaans. ¿Ahí está tu
mamá ahora?-preguntó.
-Tal vez -Traman clavó la mirada en sus pies.
-¿Tal vez? Bueno, pero por todos los cielos, entonces, ¿por qué no
te quedas con ella?
Truman se encogió de hombros. No quería hablar de ese tema.
-Como quieras -dijo Nelle-. ¿Cómo era tu nombre?
-Truman. ¿El tuyo?
-Soy Nelle. Ñeñe es Ellen al revés. Ese es el nombre de mi abuelita.
¿Tienes un segundo nombre?
-Puede ser -Truman se sonrojó-. ¿Cuál es el tuyo?
-Harpcr. ¿El tuyo?
El rostro de Truman se volvió aún más rojo.
-Eh... Streckfus -respondió, avergonzado.
Nelle parecía desconcertada, así que Truman le explicó.
- M i papi me llamó así por la empresa para la que trabajaba: la com-
pañía de barcos a vapor Streckfus.
Nelle contuvo la risa.
-De acuerdo, supongo que no estabas bromeando sobre ese barco
-iba a decir algo más, pero cambió de opinión-. Bueno, nos vemos - y
saltó del muro para aterrizar del otro lado.
-¡Ey! ¿Y mi libro ? -le gritó él a su espalda.
Ella ya estaba corriendo de regreso a su casa.
-¡Lo tendrás cuando lo haya terminado, Streckfus\

Cuando Truman regresó a su casa le contó a la vieja Sook sobre el


extraño encuentro con Nelle. Ella solo negó con la cabeza.
-Pobre niña. Su papi trabaja todo el tiempo y su mamá... bueno,
está un poco mal de la cabeza.
-¿Qué quieres decir? -preguntó él.
Sook miró hacia la casa de Nelle mientras pasaba los dedos a través
de su delgado cabello gris. Era pequeña y delgada, pero llena de vida...
y de opiniones.
- A veces, su mamá se comporta de manera muy extraña: camina
por la calle diciéndoles cosas rarísimas a las personas. Algunas noches,
toca el piano en el porche a las dos de la mañana, y despierta a todo el
vecindario. Algunos dicen que lo hace para bloquear las voces en su
cabeza.
-¿No puede beber un poco de tu medicina secreta para eso?
Ella negó con la cabeza.
-Algunas cosas no pueden curarse, ni siquiera con mi poción es-
pecial -Sook se inclinó a la altura de Truman y le susurró al oído-: A
veces su mamá se olvida de hacer la cena, ¡y el pobre señor Lee y sus
hijos terminan cenando sandía!
¡Con razón Nelle se comportaba de manera extraña!
Esa noche, Truman revisó su colección de libros y seleccionó uno
especialmente para ella: una aventura de los "Rover boys" llamada El
misterio del submarino perdido.
Este le gustará, pensó. Lo dejó sobre el muro de piedra.
Cuando despertó a la mañana siguiente, el libro había desaparecido.
E L P R Í N C I P E Y EL M E N D I G O

RA UNA MAÑANA LENTA EN EL DIMINUTO PUEBLO


de Monroeville, Alabama, y eso era mucho decir. Ha-
bía pasado un día entero y Truman no había visto a
Nelle ni había oído hablar de ella. Se sentó en el por-
che obedientemente a observar la casa de Nelle, que tenía una de-
coración elaborada y una veleta oxidada. Los robles que rodeaban
la casa estaban encorvados, cubiertos de musgo que se había secado
debido al calor. Lo único que parecía ofrecer algún tipo de emoción
eran dos caballos viejos que estaban remolcando un automóvil des-
tartalado.
Las únicas personas bajo el sol eran trabajadores de piel oscura que
estaban cortando el césped o barriendo las calles con sus escobas. Oca-
sionalmente, se escuchaba el sonido de los martillos de los herreros en
los callejones, y luego, todo volvía a ser silencioso.
Truman se aburrió de esperarla y comenzó a caminar sin rumbo
por las calles de tierra roja que atravesaban los campos de algodón
circundantes y los terrenos de pastoreo; luego, dio un paseo junto al
arroyo, observando a los buitres que volaban en círculos en el cielo.
Después de pasar un tiempo oliendo las fragantes akebias e intentando
convencer a los ruiseñores de copiar su llamado, regresó a casa.
Cuando la tarde llegó, Truman estaba nuevamente sentado bajo la
sombra de su porche, abanicándose en el calor abrumador. Se quedó
dormido, rodeado por el aroma de las prímulas y la azalea que inun-
daba el jardín. Despertó cuando escuchó el grito agudo del silbato del
aserradero. Se desperezó como si fuera un gato holgazán, y recién en
ese momento notó que los dos libros que le había prestado a Nelle esta-
ban apoyados sobre la mesa auxiliar. Se irguió con rapidez, buscándola
con la mirada, pero no había nadie a la vista. Cuando tomó los libros,
descubrió un diminuto diccionario de bolsillo debajo de ellos. Sobre
su cubierta roja decía: El nuevo diccionario Webster. Completo y de bol-
sillo, con 45.800palabras. Abrió el libro.
Dentro, en la página del título, estaba escrito a mano:

Para Nelle:
El poder de las palabras puede causar guerras o crear la paz. Utiliza
las tuyas con cuidado.
A.C.
Pero Nelle estaba tachado y, en cambio, en lápiz y con letra infantil,
alguien había escrito Bulldog.

Al día siguiente, Truman estaba de nuevo en su porche mientras Sook


le servía té dulce y pastel. Vestía un traje pequeño y una corbata, y su
escaso cabello rubio estaba apretado cuidadosamente sobre su fren-
ce. Ella lucía su habitual vestido de algodón a cuadros y un delantal
blanco.
Sook había sido su única compañera desde que había llegado a
Monroeville. A decir verdad, todos en Monroeville tenían el horario
de los granjeros: se despertaban ai alba y se dormían a las ocho de la
noche; excepto Truman y Sook. Mientras que el resto de los primos iba
a trabajar durante la semana, los dos extraños de la familia se quedaban
en casa, acompañados a veces por su cocinera de medio tiempo, una
mujer negra llamada Pizca.
Todos trataban a Truman como si fuera un delicado principe de
sangre azul. Nadie podía imaginárselo jalando de una muía o cortando
algodón bajo el sol sofocante, así que hacían lo mismo que con Sook:
solo lo dejaban ser.
Su trabajo y el de Sook era alimentar a las gallinas o recolectar las
uvas moscatel que crecían sobre la valla hecha de huesos de animales
que la prima Jenny había construido detrás de la casa. A veces, camina-
ban por el bosque en busca de algunas hierbas para las pociones espe-
ciales de Sook.
Los domingos, pasaban el tiempo construyendo cometas y deco-
rándolos con fotografías que recortaban de revistas viejas. En el inter-
medio, holgazaneaban en el porche, donde Sook le contaba historias
o le leía las más graciosas historietas en voz alta o, en general, simple-
mente lo malcriaba.
Sook le estaba leyendo Annie, la huerfanita cuando levantó la vista,
y sonrió.
-Vaya, hola, señorita Nelle. ¿Viene a tomar el té?
Nelle estaba cubierta de pies a cabeza de tierra y llevaba puesto un
overol roto. Tenía los ojos fijos en la vestimenta planchada e impecable
de Truman.
-No creo que esté vestida pa' eso, señorita Sook -respondió con
tranquilidad.
-Ah, tonterías, señorita Nelle. No hay necesidad de impresionarnos
a nosotros. La señorita Jenny suele vestir a Tru así de elegante, pero por
dentro él no es sofisticado. Le gusta comer galletas calientes con grasa
de tocino y jalea tanto como al resto de nosotros -escuchó cómo a Nelle
le hacía ruido el estómago-. Estoy segura de que te gustan los pasteles,
cariño. ¿Quieres un poco ? -Sook alzó los dulces para que ella los viera.
-Bueno... tal vez - a Nelle prácticamente se le hizo agua la boca-.
Solo un par, señorita -subió al porche y se dio cuenta de que tenía los
pies sucios-. Puedo sentarme en los escalones, gracias, señorita.
Tomó asiento y comió el pastel mientras Sook continuó leyendo la
historieta en voz alta. Truman observó a Nelle devorar toda la porción
en tres bocados gigantes. Cuando terminó, se puso de pie como si es-
tuviera a punto de marcharse. Pero luego, solo permaneció en el lugar.
-¿Cómo está tu mamá.^ -preguntó Sook, intentando conversar.
Nelle frunció el ceño y clavó la vista en el suelo.
-Está fuera por un tiempo, en el Golfo, haciéndose un tratamiento,
señorita Sook. Papi dice que estará como nueva cuando le permitan salir.
-¿Salir de dónde?-preguntó Truman.
Sook le lanzó una mirada que le advertía que no debía hablar más.
-Qué bueno, cariño. Incluso yo necesito un descanso cada tanto, si
no también me volvería loca... -de pronto, el rostro de Sook se puso
de un rojo intenso-. Ali, miren, nos quedamos sin pastel. Iré a buscar
más -se disculpó, y le susurró a Truman en el oído-: Sé amable.
Él estaba sentado a solas con Nelle, sin estar seguro de qué decir.
Podía sentir en su saco el peso del diccionario de bolsillo que ella le
había dado. Tai vez podrían jugar a un juego de palabras, dado que
él había pasado toda la mañana memorizando términos interesantes.
Pero luego se le ocurrió una mejor idea.
-¿Te gustaría leer otro libro?
Los ojos de Nelle se iluminaron.
3
L A I S L A DE
LOS INADAPTADOS

RUMAN G U I O A NELLE A TRAVÉS DEL ENORME


caserón, decorado con una gran variedad de adornos
que su prima mayor Jenny había coleccionado a lo
largo de los años: rosas de papel antiguas, objetos
delicados de todas las formas y tamaños, gabinetes de vidrio llenos de
porcelana fina y platería de todo el mundo.
Atravesaron la sala principal, pasando entre dos columnas majes-
tuosas que se alzaban hacia el alto techo. En el comedor, encontraron a
la mismísima prima Jenny hojeando las páginas de sus libros contables.
A pesar de tener más de cincuenta años, todavía era bonita: tenía la
piel blanca como la leche y el cabello rojizo recogido en un rodete.
Los ojos azul hielo de Jenny los observaban por encima de sus lentes
de lectura.
-Buenos días, señorita Nelle. ¿Cómo está su madre?
-Se supone que no tenemos que hablar de eso, prima Jenny, teniendo
en cuenta que ella está... ya sabes, loca -susurró Truman, quizá demasia-
do fuerte.
Jenny frunció el ceño.
-Tendrás que perdonar a nuestro Truman, querida. Para ser un
niño tan inteligente, a veces puede ser bastante... grosero.
-Está bien, señorita Jenny -respondió Neile, contemplando el
entorno-. Trunían solo iba a prestarme un libro nuevo, señorita.
Jenny sonrió.
-De acuerdo, querida -en ese momento, notó lo sucia que estaba
Nelle. Suspiró y se enfocó de nuevo en sus libros contables-. Bueno, no
querrán leer estos libros, se los aseguro. Pero mantienen nuestras finan-
zas en orden para que pueda pagar las cuentas y así tener mi tienda de
sombreros abierta y esta casa a flote.
Truman llevó a Nelle al pasillo, el cual estaba revestido, del suelo
ai techo, de volúmenes encuadernados de cuero de todos los colores.
Nelle estaba atónita. Jamás había visto tantos.
-Esos no, tontita -dijo Truman-, Esos son libros aburridos para
adultos. Tengo los mejores en mi habitación.
-Psst, Tru.
Era el viejo primo Bud, que asomaba la cabeza a través de la puerta
de su habitación. Tenía la cabeza cubierta de cabello blanco como la
nieve y los dientes amarillos a causa de todo el tabaco que fumaba.
-¿Jugamos con los naipes, amiguito?
-Ahora no, primo Bud, tengo un invitado.
Bud vio a Nelle y asintió.
-Buenas, señorita Nelle. ¿Cómo está su...?
Truman lo interrumpió.
-Vendré más tarde y tal vez podamos jugar a "Ve a pescar", i está bien?
Bud le guiñó tm ojo.
- Claro qu e sí, amiguito - cerró la puerta de su habitación llena de humo.
Neile arrugó la nariz.
-Ese tabaco huele raro.
-Es medicinal... para su asma. Vamos.
La guio a través del pasülo hasta su habitación. Pero justo cuando
estaba a punto de abrir la puerta de su cuarto, la puerta que estaba fren-
te a la suya se abrió de par en par y la prima Callie apareció. Caüie era
una maestra estricta, que tenía cabello negro como el carbón y unos
pequeños ojos grises.
-¿Qué crees que estás haciendo, jovencito? -dijo eUa, observándo-
lo-. ¿Has terminado con tu tarea?
Truman se cruzó de brazos y permaneció firme.
-No, señora. Porque es verano. ¡Y tú no eres mi madre!
-Pequeño impertinente; yo dije que ibas a traer problemas en cuan-
to pusiste un pie en esta casa -vociferó-. ¡Si tuvieras una madre a la
que le importaras, no necesitarías que nosotros te cuidásemos! Lo que
necesitas es un buen golpe con el palo en tu trasero.
-¡Si me tocas, Jenny usará ese palo contigo! -respondió Truman
riendo.
Callie dio un grito ahogado; Nelle carraspeó. No había notado la
presencia de la niña.
-Señorita Nelle -no le causó una buena impresión su apariencia su-
cia, y no dudó en expresarlo-. Tengo alumnos que poseen tanta tierra
en sus orejas que podrían cultivar maíz en ellas. Pero ellos trabajan en
las granjas. ¿Cuál es su excusa?
-No le hagas caso, Nelle. Solo está aburridísima porque no tiene
ningún alumno al que darle órdenes durante el verano -dijo-. Pero, si
deseas saberlo, prima Callie, ¡estamos dirigiéndonos a mi habitación
para buscar libros!
Truman arrastró con rapidez a Nelle dentro de su dormitorio antes
de que Callie pudiera responderle. Discutir con ella era en vano.
Cerró la puerta luego de entrar.
-¡Al fin! - s o l t ó - . e s donde duermo.
Nelle miró alrededor y se sintió atraída de inmediato hacia una es-
tantería pequeña llena de libros infantiles de todo tipo.
-Vaya -dijo, impresionada-. ¿Quién necesita una biblioteca cuan-
do tienes todos estos ? -inclinó la cabeza hacia un lado para poder ver
todos los títulos-. ¿Qué debería leer ahora? -preguntó Nelle.
-Bueno, ¿cuáles te gustan? ;De aventura? ¿Fantasía? -analizó su
estado de ánimo-. Espera. Sé exactamente cuál es el indicado...
Caminó hasta la cama, extendió la mano debajo de su almohada y
extrajo un pequeño libro verde.
-Acabo de terminar este. Sherlock Holmes, El hombre que trepaba
-dijo, entregándoselo.
Nelle observó la silueta del detective fumando una pipa que estaba
en la cubierta.
-¿Watson también aparece en este?
-¡Por supuesto! Son un equipo. Todos saben que cuando hay que
resolver un crimen, dos cabezas piensan mejor que una.
Nelle se encogió de hombros y guardó el libro con cuidado en el
bolsillo delantero de su overol. En ese momento, notó que había otra
cama junto a la de Truman.
-En realidad, esta es la habitación de Sook -explicó él-. Solo me
pusieron aquí hasta que regrese a casa con mis padres. Le hago compa-
ñía, pobrecita.
Nelle asintió.
-Yo tengo que compartir la habitación con mis hermanas más gran-
des, Osay Weezie.
-¿Tu hermana es una osa? -preguntó él.
-No, tonto, solo la llamamos así. Tiene quince años más que yo y es
tan grande como un oso.
-Desearía tener hermanas de las que quejarme -dijo él.
-No, no es cierto, te sacaste la lotería; dormir con tu mejor amiga y
tener libros junto a la cama... Eso es como... el paraíso.
Miró con ojos soñadores la estantería, deslizando un dedo sobre
los títulos: Tom Swijiy su casa rodante-, Hardy Boys: El secreto del viejo
molino-, Nancy Drewy la escalera oculta.
- A veces, desearía que mis hermanas desaparecieran y me dejaran
en paz -suspiró Nelle.
-¿De verdad piensas eso? -preguntó Truman.
Ella permaneció en silencio.
-Siempre están bromeando, diciendo que mamá me encontró de-
bajo de una piedra y que no pertenezco de verdad a la familia, debido
a que ellas son mucho más grandes que yo. Le pregunté a papi sobre el
tema y respondió que no era cierto.
-Tienes suerte de tener un papi que está de tu lado... -dijo él, aun-
que Nelle en realidad no lo escuchó.
Ella miraba su casa por la ventana.
-La semana pasada, cuando tres niños se burlaban de mí mientras
jugábamos a las canicas, no pude soportarlo más, así que no tuve otra
opción que hacerlos llorar.
-¿Cómo hiciste eso? -preguntó Truman.
-Restregué sus caras contra la tierra. ¿Y sabes qué hicieron mis her-
manas ? ¡Se pusieron del lado de los niños\ ¿Puedes superar eso ?
Truman sabía lo que era no sentirse querido.
-¿Esa es tu habitación? ¿La ventana cerca de la esquina?
Ella asintió.
-Bueno, te diré algo. Si tus hermanas vuelven a ponerse en tu con-
tra, solo hazme una señal y yo subiré a la ventana a escondidas, ¡y les
daré el susto de sus vidas! -Truman rio con placer.
Nelle soltó una risita. Había algo en ese niño extraño que le agradaba.
-Gracias, Tru.
DEMASIADO CALOR
PARA MOVERSE

R E O QUE ME V O Y A D E R R E T I R -SE
quejó Truman con su peculiar voz can-
tarína. Después de haber jugado duran-
te una hora a los piratas y los caballeros
de la Mesa Redonda, seguido de dos partidas de canicas y tres de reco-
ger piedritas, se habían quedado sin nada que hacer.
Acalorados y cansados, él y Nelle se desplomaron bajo la sombra de
la pérgola cubierta de uvas moscatel, donde estaba fresco y soplaba una
suave brisa. Se abanicaban con el Monroe Journal, con la sección del
periódico que tenía el crucigrama, el cual también habían completado
esa mañana.
-¡La realidad es tan aburrida! Quisiera que alguna vez sucediera,
algo emocionante en este pueblo. He estado aquí durante más de un
mes y no se parece para nada a Nueva Orleans.
-Bueno, quizá no sea tan emocionante como Nueva Orleans -dijo
Nelle-, Pero aquí también suceden cosas. Vaya, el otro día, ese niño
negro, Edison, estaba en la plaza del pueblo atrayendo una multitud
porque podía imitar lo que sea que le pidieran. Podía hacer pájaros y ca-
ballos, al señor Barnett y su pierna de madera, la máquina desmotadora,
cualquier cosa. ¡Yo le pedí que hiciera el tren del correo, y él empezó
a mover los pies en el suelo, resoplando y pitando como el silbato del
tren! Eso no es algo que se vea todos los días.
A Truman no le pareció interesante.
-Creo que podríamos ir a la tienda y conseguir algunos dulces gra-
tis -puso los ojos en blanco y comenzó a retorcerse y temblar, como si
estuviera dándole un ataque.
-Basta. Por poco le provocaste un paro cardíaco al pobre señor
Yarborough. Su hijo es epiléptico, ¿sabías? Y creo que él sabe que los
dulces no detienen un ataque.
Truman se encogió de hombros.
-Igual nos regaló caramelos de regaliz.
-Sí, para que nos fuéramos.
Truman se puso de pie.
-Lo que necesitamos es que suceda algo emocionante, como en la
gran ciudad. Como... Imagínate si alguien desapareciera. ¡O si hubiera
un asesinato en el pueblo! En ese caso sí tendríamos algo que hacer.
Nelle lo miró como si estuviera demente.
-¿Y qué rayos haríamos nosotros con un asesinato o un secuestro ?
-Pues, resolverlo, por supuesto -chasqueó los dedos-. Podríamos
ser detectives. ¡Yo sería Sherlock y tú, Watson! El cerebro y la fuerza.
¿Ves ? -fingió que fumaba una pipa.
~¿Ypor qué yo no puedo ser...? Ah, no importa. De todos modos,
no asesinan a nadie aquí. Es más, cuando el mismísimo General Lee
vino a Monroeville, ¡dijo que era el lugar más aburrido del planeta!
Ambos observaron el cielo azul intenso de Alabama y contaron los
fragmentos de pelusa de algodón blanco que flotaban en el aire; se
escapaban de la máquina desmotadora que se encontraba del otro lado
del pueblo.
-Pues, estaba en lo cierto -dijo Truman después de un rato-. Su-
pongo que hace demasiado calor para moverse. El único lugar en don-
de probablemente esté sucediendo algo es la laguna de Hatter s Mili.
P o d r í a m o s ir a n a d a r y al m e n o s e s t a r í a m o s frescos. N o es c o m o el l a g o
P o n t c h a r t r a i n , p e r o servirá.
Nelle h i z o una mueca.
- N o q u i e r e s ir p ' a h í .
Los ojos de Truman se iluminaron.
-¿Por qué no? ¿Hay caimanes? lEspeligroso'^
Nelle se secó el sudor de la frente. Conocía a los niños que andaban
por Hatter's Mili. Billy Eugene y sus amigos le darían una golpiza a un
niño como Truman. Lo menos que podía hacer era mantenerlo alejado
de los problemas.
-No, solo que no es... -no se le ocurría ninguna buena excusa.
-¿Qué? -inclinó la cabeza, curioso-. No eres una cobarde, ¿ver-
dad? ¿No sabes nadar?
-¡No, no soy una cobarde, y sí, puedo nadar mejor que tú! -lo miró
fijamente. Él solo le sonrió-. Está bien, vamos, entonces -dijo ella-.
Pero con una condición.
-¿Cuál? -preguntó él con inocencia.
-Tienes que vestirte más... normal.
-(NormaP. -repitió Truman. Con un soplido alejó de los ojos las
hebras delgadas de su cabello-. ¿Desde cuándo lo normales, divertido?
Es decir, mírate. ¡Tú eres una niña y te vistes como un niño !
Nelle jaló de su overol. Sabía que era inútil discutir. Truman solo
tenía un año más que ella, pero se comportaba como si ya fuese un
adulto.
-Está bien -accedió ella-. Pero no me eches la culpa si algunos ni-
ños te lanzan desde arriba del techo del viejo molino. Siempre te estás
metiendo en líos.
Truman sonrió, como un duende picaro en busca de problemas.
-¿Quién, jy*?? No es mi culpa si soy xm... precursor -esperó a que
Nelle reaccionara, pero ella se negaba rotundamente a jugar a sus jue-
guitos de palabras. De todos modos, extrajo su diccionario miniatura
y lo abrió en una página marcada-. Significa "Que inicia o introduce
ideas o teorías que se desarrollarán en un tiempo futuro"...
-Ah, no importa lo que significa, Streckfus -ella fingió ignorarlo.
La mandíbula de Truman sobresalió de su rostro y frunció el ceño.
Odiaba cuando ella lo llamaba así.
-(Como quieras, 'HéicHar-pahl
Ella le sacó la lengua; él solo se encogió de hombros.
-Bueno, vamos entonces, vístete -dijo ella-. Te veré allí, viejo...
pionero innovador.
Truman rio. Nelle era la única persona que había conocido que era
tan buena como él con las palabras.

Por supuesto, esa tarde todos se encontraban en la lagtma de Hatter s


Mili. Billy Eugene, Hutch, Doofie y Twiggs Butts estaban causando albo-
roto, zambulléndose en el agua y gritándoles cosas a los otros niños. Las
niñas más femeninas, que temían mojarse el cabello, les hacían comenta-
rios tiernos, intentando que ellos se lanzaran desde el techo del molino.
Nelle se mantuvo alejada de ellos, y caminó por el agua fría junto a
la orilla, permitiendo que los peces le hicieran cosquillas en las piernas.
De pronto, todos callaron. Nelle levantó la vista y vio a Edison, aquel
niño desgarbado cuya piel era tan oscura que ella pensó que tal vez era un
africano de verdad. Estaba de pie, al borde de la laguna, vistiendo unos
shorts que estaban hechos con un viejo costal de harina; introdujo el
dedo del pie en el agua mientras imitaba el borboteo de im arroyo.
-¿Qué crees que estás haciendo, niño? -gritó Billy Eugene.
Edison miró a su alrededor y vio que todos lo observaban.
-Solo me mojo el dedo del pie y hablo con el arroyo -respondió
con tranquilidad.
Los niños rieron.
-Sabes que aquí no se permiten personas de color. Tienes que ir a
la laguna de los negros.
Edison parecía confundido.
-La laguna de los negros está cerrada desde que todos ustedes la
bloquearon -señaló hacia la parte drenada de la laguna, que ahora solo
era un cuenco de lodo seco.
-¿Y qué hay de malo con un poco de lodo, niño? -dijo Billy-. ¡No
es que te vas a volver más oscuro! -él y sus amigos rieron mucho ante
el comentario.
Nelle podía ver cómo Edison apretaba la mandíbula. Odiaba cuando
los bravucones molestaban a niños que no podían defenderse, y ¿ un niño
de color golpeando a uno blanco ? Eso no estaba permitido. Ella misma
quería acercarse y golpear en la nariz a Billy Eugene, solo para que se
ocupara de sus propios asuntos. De pronto, escuchó a alguien cantando.
-Ifoundamillion-dollar baby... in a five -an-ten-centstore!
A la canción le siguieron silbidos, y en ese momento Truman apa-
reció detrás de una curva. Con la sutileza de un pavo real, caminó por
el sendero con una sombrilla, comportándose como un pequeño lord.
-¡Hola, Edison! -lo saludó con la mano, haciendo una pausa para
que todos admiraran su traje de baño.
Mientras que todos los demás niños estaban descalzos, vistiendo
trajes de baño de segunda mano hechos de pantalones viejos recortados,
Truman había aparecido con una camisa hawaiana de un rojo brillante,
sandalias blancas y un traje de baño de diseñador, que su madre le había
enviado durante un viaje que había hecho a Florida.
Nelle pensó que se moriría de vergüenza. Cuando Edison intentó
tocar la camisa de Truman, este le dio una palmada en la mano, jugue-
tonamente.
-¡No toquesl Solo admírala con tus ojos, como todos los demás -le
hizo un guiño a Edison, y luego susurró-: Ahora, sigúeme.
Edison sonrió y obedeció.
Truman era de contextura pequeña para su edad, pero alzó muy alto
esa cabeza grande que tenía y procedió a acercarse a Nelle caminan-
do con estilo, como si fuera un príncipe elegante de Monaco, para el
asombro de todos, que lo miraban con los ojos abiertos de par en par.
Nelle estaba segura de que los niños lo arrastrarían por el lodo junto a
Edison, pero nadie dijo nada; tenían la boca totalmente abierta.
-¿Por qué ser normal cuando puedes divertirte? -dijo, mientras él
y Edison caminaban hacia Nelle-, Así es como lo hacemos en Nueva
Orleaaaans.
Sí que era un grupo muy llamativo: el pequeño príncipe, la niña
poco femenina y el niño negro desgarbado que imitaba cosas. Por aho-
ra, eso se consideraría algo emocionante en Monroeville.
Solo Truman podía transformar un domingo tedioso en un día di-
vertido.
ATRAPADO

ISTO, ABRE LOS O J O S - D U O NELLE.


Truman alejó la mano de la niña de su
rostro. Estaba de pie, en el centro de la plaza
del pueblo, frente al juzgado de Monroeville.
Era el edificio más antiguo y majestuoso del condado, aunque el reloj que te-
nía en su torre imponente siempre atrasaba cinco minutos.
-¿Qué estamos haciendo aquí? -preguntó. El había querido ir de
nuevo a nadar, pero Nelle había tenido otros planes.
-Dijiste que querías que sucediera algo emocionante. Bueno, aquí lo
tienes -respondió ella, como si fuera evidente.
-¿El juzgado?
Ella le dio un golpecito en el hombro.
-Tonto, ¿dónde crees que terminan todos los delincuentes? ¡Creí
que te gustaba Sherlock Holmes!
Truman abrió los ojos de par en par.
-¿Crees que juzgarán a alguien por asesinato'í
-¿Quién sabe ? Yo vengo todo el tiempo, y siempre hay algún delito.
Vaya, a veces es mejor venir pa acá que ir al cine.
-Espera. ¿Cómo es que te dejaron entrar a tP. ¿No es un lugar para
adultos ? -preguntó Truman, luego de considerar las palabras de Nelle.
-¡Caray, no! -dijo ella, arrastrándolo-. Me conocen porque tengo
contactos...
Se dirigió hacia la entrada principal, donde algunos policías locales
se paseaban. Un oficial, torpe y de andar pesado, con una barba larga
enmarañada, la reconoció de inmediato.
-Buenos días, señorita NeUe. ¿Busca a su papi?
-Nah, vinimos a ver el nuevo caso.
El policía alzó las cejas y rio.
-Bueno, este es uno complicado, señorita Nelle. Espero que usted y
su amigo no se asusten con facilidad.
A Truman no le importaba estar en esa situación.
-Nosotros no nos asustamos con facilidad. Vaya, he visto el peli-
gro de cerca, señor. Debería saber que cuando vivía en Nueva Orleans,
nuestro vecino tenía un tigre en el sótano.
-No me digas -dijo el policía.
-De verdad, oficial. Y cielos, ¡ese tigre sí que era feroz! Y hasta don-
de yo sabía, ya había devorado a dos personas vivas.
- i Por qué no te comió a ti, entonces ? -preguntó Nelle.
-Bueno... supongo tpe les debo caer bien a los tigres -respondió
Truman, como si fuera un hecho-. Cada vez que lo acariciaba, ronro-
neaba como un gatito. ¡Un día, el cartero vino y habría sido devorado
de un solo bocado si yo no hubiese estado allí!
-Vaya, esa sí que es una gran historia -dijo el policía, sin creerle ni
una sola palabra-. Bueno, supongo que es verdad lo que dicen: ¡los
tigres no comen enanos! - y lanzó una carcajada socarrona.
Los policías rieron un buen rato; luego, ingresaron al juzgado. Tru
permaneció en su lugar, sufriendo, en los escalones de la entrada.
-Bueno, ¿no vas a venir? No quieres perderte el espectáculo, ¿ver-
dad? -dijo Nelle.
Truman no se movió, así que ella lo sujetó del brazo y lo guio aden-
tro, deslizándose entre los adultos que estaban en la sala, hasta llegar a
una escalera pequeña que se encontraba al fondo de la habitación.
-Vamos. Los mejores asientos -dijo, subiendo los escalones de madera.
Llegaron a ima puerta que decía SOLO PERSONAS DE COLOR, pero Nelle
ignoró el cartel, la abrió de un empujón e ingresó.
Salieron a un balcón vacío con vista a la sala espaciosa. Abajo, en el
piso inferior, había un surtido de personajes: el policía torpe de afuera,
un viejo juez malhumorado vestido con una toga negra, un taquígrafo
que se veía cansado, un abogado inmensamente gordo consultando en
voz baja con su dienta, una mujer blanca vestida de una manera ex-
traña, como una princesa de la India, con un atuendo dorado y negro.
Frente a ellos, sentado con calma detrás de una mesa, había un hom-
bre que vestía un traje oscuro liso de tres piezas, con lentes de marco
grueso, que observaba atentamente a todos los presentes en la sala.
-¿Tu papi trabaja aquí? -preguntó Truman mientras tomaban
asiento-. No es ese policía horrible, ¿verdad?
-Claro que no -Nelle señaló al hombre de anteojos-. Es ese. Ese
es A. C.
El papi de Nelle miró su reloj de bolsillo. Parecía un hombre serio
y considerado.
-¿A. C.? ¿Qué clase de nombre es ese? -preguntó Truman.
-A. C. significa Amasa Coleman, pero las personas lo llaman A. C.
desde siempre. Es abogado y diácono... jy editor áclMonroe Journal.
Truman sintió cómo una puntada de celos atravesaba su cuerpo.
-¡Psst! -Nelle intentó llamar la atención de su papi-. ¡A. C.!
El la ignoró. Volvió a mirar su reloj y contempló la silla vacía que
estaba junto a él.
-¿No lo llamas "papi"?
-Nah. Todos lo llaman A. C., ¿por qué yo no? -dijo-. Ey, mira,
algo está sucediendo.
A. C. se acercó al juez, quien luego llamó también al otro abogado
al estrado. Hablaban en susurros, intercambiando palabras, y miraban
cada tanto hacia la silla vacía.
El juez golpeó su martillo.
-¿Está aquí presente el señor Archulus Persons? -preguntó con
brusquedad-. ¿BailifF?
El policía habló en voz alta.
-No, su Señoría. El señor Persons aún no ha sido visto hoy.
El juez asintió con la cabeza y escribió algo.
-Muy bien. Se emitirá una orden judicial para su arresto esta tar-
de... ¿Está listo el próximo caso?
Nelle parecía decepcionada.
-Santo cielo. ¡Parece que el sospechoso huyó! Ey, eso debería ser
emocionante...
-Tenemos que marcharnos -dijo Truman de pronto en voz baja. Se
comportaba como si hubiera visto un fantasma.
-Ah, vamos, ahora viene otro caso. Seguro que también es intere-
sante. La semana pasada, acusaron al señor Cooper de haber robado el
pastel de frutas de la señorita Anna Mae de su ventana...
Repentinamente Truman se puso de pie de un salto y se dirigió ha-
cia la escalera.
-¡Truman! ¿A dónde vas ?
Desapareció por los escalones, pero ella lo siguió de cerca.
-¡Tru! ¡Espera!
Él atravesó la sala corriendo, bajó los escalones del juzgado y salió a
la Avenida Alabama. Cuando ella finalmente logró sujetarlo del codo
en el medio de la calle, estaba tan agitada y confundida, que ni siquiera
vio el automóvil que se dirigía hacia ellos a toda velocidad.
U N BUEN SUSTO

L SONIDO E S T R I D E N T E DE UN C L A X O N Y EL DERRAPE
de los neumáticos les heló la sangre: de pronto, estaban
mirando fijamente un par de luces delanteras.
-¡Truman! ¡Allí estás!
El niño parpadeó y vio que una silueta sombría se ponía de pie en el
convertible y lo miraba con detenimiento a través de la polvareda roja
que los neumáticos habían creado.
-¿Papi? -dijo él, sorprendido.
Nelle le soltó el brazo. Se había mojado los pantalones.
Mientras ella permaneció de pie en su lugar con el rostro rojo y sin
saber qué hacer a continuación, Truman caminó hacia el automóvil, al
lateral del pasajero, y allí encontró a su padre, luciendo un sombrero
Panamá con una sonrisa de oreja a oreja.
-Papi -dijo él sin aliento.
-Vamos, hijo -respondió su padre mientras abría la puerta del pa-
sajero-. Debemos mAtchzrnos. Ahora.
Truman subió al coche y se lanzó a sus brazos.
Su papá le dio un fuerte abrazo mientras miraba, nervioso, a su al-
rededor.
-Quería darte una sorpresa. ¿Estás sorprendido?
Truman asintió, sin poder creer lo que sucedía. No había visto a su
padre en dos meses.
-¡Yo diría que sí lo está! -exclamó Nelle, transformando su ver-
güenza en ira-. ¿Dónde te habías metido} Vaya, si mi papi alguna vez
me hubiera dejado por tanto tiempo, yo...
-¿Qmén es tu encantador amigo, Truman? -preguntó su padre, in-
terrumpiéndola-. Es un niño bastante combativo.
El rojo en el rostro de Nelle se intensificó.
-¡Soy una niña, maldición! ¡Solo porque no uso un vestido no sig-
nifica que no pueda hacerlo!
El papá de Truman inclinó su sombrero.
-Vaya, debes ser la reina de las niñas poco femeninas, ¿verdad, cari-
ño ? -codeó despacio a Truman-. Nunca te metas con una mujer com-
bativa, Tru. Lo aprendí por tu madre. Ahora, de verdad tenemos que
irnos...
Truman dio un saltito, entusiasmado.
-¿Mi madre también está aquí?
Su padre encendió el motor, poniéndolo en marcha.
-Algo así...
Truman levantó la vista y lo miró con ojos de cachorrito.
-¿Eso quiere decir que todos iremos juntos a casa?
El color abandonó el rostro de su padre.
-Tenemos asuntos familiares que discutir, Truman. Regresemos a
casa.
El hombre volvió a inclinar su sombrero hacia Nelle.
-Un gusto haberte conocido, amiguita. Soy Archulus Persons.
-Espera un segundo... ¿Archulus? -preguntó Nelle parpadeando.
Aceleró el motor y la dejó atrás, de pie en la calle.
-Me alegra ver que estás haciendo amigos -dijo Arch, desviándose con
rapidez de la calle principal y tomando un callejón vacío. Parecía muy
nervioso.
-¿Estás llevándome a casa? -preguntó Truman.
Arch se aclaró la garganta y vaciló.
-Truman... Sé que ha sido difícil para ti, hijo. Si tu madre no fuera
tan testaruda, todos estaríamos juntos de nuevo. Pero ella tiene todas
esas ideas de mudarse a una gran ciudad cara como Nueva York... ¡ Cree
que somos millonarios! -se quejó-. Ah, es solo que no sé qué hacer.
Condujeron en silencio. Truman tenía muchas preguntas. Pero esta
fue la que salió de su boca:
-¿Por qué te querían en el juzgado?
Arch levantó las cejas.
-¿De qué estás hablando? ¿Por qué querrían al viejo Archulus en
un tribunal?
-Eso pensé. Pero cuando el juez dijo tu nombre en la sala...
El rostro de Arch se puso de un rojo intenso.
-Aa.ah... eso. No fue nada. Una simple discusión que tuve en Burnt
Corn; ¿o fue en Cobb Creek? ¿Había una mujer allí vestida como si
fuera de India?
Truman lo pensó y recordó haber visto una mujer así.
-¿Con un atuendo dorado y negro?
-Esa misma. Desafortunadamente, ella es la viuda del Gran Hadjah
-respondió él, mirando nervioso por encima de su hombro-. Q^e en
paz descanse.
-¿Quién es él? -preguntó Truman.
Arch pretendió estar sorprendido.
-¿Quieres decir que jamás has oído hablar del Gran...? -se golpeó
la frente con la palma de la mano-. No, por supuesto que no. Falleció
antes de que tuviéramos la oportunidad de actuar aquí en el pueblo.
A Truman se le iluminaron los ojos.
-¿Dirigiste un espectáculo?
-Espectáculo solo no le hace justicia-Arch sonrió con picardía-. Más
bien, yo diría un espectáculo extravagante. "¡Enterrado vivo!" -anunció,
tal como si fuera el mismísimo P. T. Barnum-. "¡El milagro más impac-
tante de los tiempos modernos!".
-¿Lo enterraste vivol
-Deberías haberlo visto, Tru. Encontré a ese muchacho egipcio en
Mississippi. Podía contener la respiración por largos períodos. ¡Bajaba su
ritmo cardíaco hasta entrar en un estado de hibernación que duraba horas!
-¿De veras? -preguntó Truman, asombrado.
-Bueno, una hora, al menos. ¡Aparecía vestido como un príncipe in-
dio y nosotros lo enterrábamos por una hora en un ataúd en la plaza del
pueblo! Las personas se lo creían, y apostaban que no duraría los sesenta
minutos completos, pero él siempre lo hacía. ¡Ganó una fortuna!
-¿Y qué le sucedió ?
Arch se secó la frente.
-Bueno, en el último espectáculo atrajimos una multitud tan gran-
de que, cuando terminamos de recolectar el dinero de todos y de escri-
bir sus apuestas, ya habían pasado alrededor de dos horas... y entonces,
lamentablemente, el Gran Hadjah nos dejó.
-Quieres decir que... {murió'i
Arch asintió con tristeza.
-Resulta que una hora era lo máximo que podía soportar. ¿Quién
podía saberlo? Pobre tipo. Por desgracia, yo también perdí todo. Y
ahora esta mujer está intentando demandarme por la parte de su es-
poso. ¡Ridículo! El era el que siempre alardeaba sobre cuánto tiempo
podía resistir bajo tierra. Pero, ¿quién es el que siempre debe pagar las
consecuencias ? El viejo Arch, por supuesto.
Levantó la cerca de hueso que estaba en la parte trasera de la casa de
laprima Jenny y apagó el motor; el traqueteo del automóvil se detuvo.
Tomó asiento allí por un momento, y observó la casa.
-Ahora, Truman, no le digas ni una palabra sobre esto a tu madre.
Ya está lo suficientemente enojada conmigo. No necesito que se entere
de que tal vez perderemos más dinero. Pero se lo compensaré. Tengo
un plan en mente. Hay un boxeador...
Pero Truman ya había bajado del vehículo y estaba corriendo hacia
la casa. Tenía la sensación abrumadora de que si su madre veía su ros-
tro, se daría cuenta de cuánto lo había extrañado, y la familia podría
unirse otra vez.
S O P O R T A R LAS CRÍTICAS

UANDO EL PAPÁ DE T R U M A N SE A L E J Ó CON


SU automóvil y dejó a Nelle sola en medio de la calle,
ella no supo muy bien qué hacer. Hasta que no vio
a Twiggs Butts de pie frente a la tienda del doctor
Fripp, no supo que algo estaba mal. El niño parecía confundido, hasta
que comenzó a reírse mirando a Nelle.
-¿Qué es tan gracioso, Butts? -provocó ella, preparándose para
quitarle la sonrisa burlona del rostro.
Él señaló los pantalones de Nelle. Los ojos de la niña bajaron hasta
que vio el lugar donde se había orinado... encima. Por desgracia, el pol-
vo rojo ahora estaba pegado al área húmeda.
Dio un grito ahogado y sus mejillas se tornaron de un rojo aún más
oscuro. Intentó limpiar la suciedad con la mano, pero eso solo empeo-
ró la mancha. Quería golpear a Butts, pero eso tendría que esperar.
En cambio, corrió.
No estaba pensando con claridad, y simplemente saUó disparada por el
medio de la calle, intentando mantener las manos frente a ella. Todos pare-
cían estar mirándola. Cuantas más personas reconocía, más rápido corría.
Por suerte, vivía solo a dos manzanas de la plaza. Cuando llegó a
su calle, pasó corriendo frente a Bud, que fumaba su pipa en el jardín.
-Buenos días, señorita Nelle...
Era bueno que la puerta de entrada de su casa estuviera abierta, de
otro modo, se habría estrellado contra ella. Se dirigió a toda velocidad
directo a su habitación. Allí, para su horror, encontró a sus dos herma-
nas mayores, Weezie y Osa, sentadas en las camas, conversando.
Se detuvo en seco frente a ellas y, por supuesto, los ojos de ambas se
dirigieron directamente al motivo de su vergüenza. Ambas comenza-
ron a reír a carcajadas.
-De veras, Nelle, si vas a mojar la cama, probablemente deberías
estar en la cama para hacerlo.
-¡Fue un accidente! -gritó. Sus ojos recorrieron con rapidez la ha-
bitación en busca de ropa limpia antes de que ellas pudieran hacer otra
broma. Por desgracia, la única prenda limpia que estaba allí era el ves-
tido que su madre le había confeccionado y que nunca había usado.
Las hermanas comenzaron a reír aún más fuerte cuando notaron el
aprieto en el que se encontraba. Nelle apretó la mandíbula y tomó su
vestido. Era mejor que pasar otro segundo vistiendo las prendas que
llevaba puestas.
-¡Por todos los cielos! ¿Nelle con un vestido? ¿En qué se está con-
virtiendo el mundo? -comentó Osa.
Cuando Nelle corrió hacia el armario del pasillo, se metió dentro
y cerró la puerta con un golpe, y ellas rieron mucho más. Estaba tan
avergonzada y enfadada consigo misma. Tal vez se quedaría allí dentro
para siempre, ¡a ver si eso les gustaba!
Se quitó el overol y lo lanzó al suelo. Observó el vestido en sus ma-
nos. No había usado uno desde... el cumpleaños de su madre, hacía
dos años. Recordó que había odiado tanto ese vestido que, después, a
propósito, lo había destrozado tanto que no pudieron arreglarlo.
Tomó asiento sobre una maleta vieja que estaba junto a los palos de
golf de su padre y cubrió su cabeza con el vestido.
No iba a llorar.
. Respiró hondo... y de pronto, pudo percibir el aroma de su madre
en la prenda. Eso le recordó algunas otras cosas sobre ese cumpleaños.
Cómo su madre la había ayudado a resolver un crucigrama esa mañana.
O cómo, con su figura regordeta y abundante, había bailado con gracia
por la sala de estar mientras la luz del sol ingresaba por la ventana. Y
cómo se ocupaban juntas de los canteros con sus flores favoritas en el
porche delantero y recogían algunas lilas y rosas para su fiesta. Pero
sobre todo, recordó lo hermoso que su madre había tocado el piano
y cómo, en medio de la fiesta, frente a todos los invitados, Nelle había
cantado Tépara dos mientras ella la acompañaba con el piano.
Fue la única vez que cantaron juntas una canción.
LA CRUDA REALIDAD

A PUERTA TRASERA DE LA CASA DE S U PRIMA


Jenny estaba abierta de par en par. Truman entró corrien-
do y se detuvo en seco. La cocina estaba vacía. Escuchó con
atención, pero lo único que podía oír eran los latidos de su
propio corazón acelerado. Luego, oyó voces. Provenían de la sala de estar
delantera.
Se acercó allí a paso lento. La casa estaba tranquila, las puertas de
las habitaciones, cerradas. Había mujeres hablando entre murmullos.
Una de ellas era Sook. La otra era su madre.
El mero sonido de su voz hizo a Truman sonreír. Pensó que tal vez
se acercaría a ella a escondidas por la espalda, le cubriría los ojos con las
manos, y después ella gritaría de alegría y lo abrazaría hasta asfixiarlo.
Luego, escuchó lo que estaba diciendo.
-Te ha extrañado tanto, Lillie Mae -susurró Sook-. A veces, lo en-
cuentro llorando en la cama y lo abrazo durante una hora hasta que se
duerme. Necesita a su mamá. Te necesita.
-Ah, no lo sé, Sook -dijo su madre-. No quiero sonar cruel, pero...
pero, simplemente no puedo tolerar a mi hijo... es como si ni siquiera
fuera mío.
Por un momento, solo hubo silencio.
-Eso es algo horrible de decir, ¡y además es ridículo, Lillie Mae! ¡Yo
misma te vi darlo a luz! -dijo Sook.
-No quise decir eso. Sé que es odioso de mi parte, pero ese pequeño
es tan excéntrico. No se comporta como debería hacerlo un niño nor-
mal. Es igual al estafador de su padre: vive en un mundo de fantasía y
me arrastra a mí con él.
-No puedes estar hablando en serio, Lillie Mae. Es solo un niño.
-La idea de vivir con él y Archie me hace sentir atrapada como un
animal. ¡Jamás funcionará! -hizo una pausa y añadió-: Por ese motivo,
he tomado una decisión... De ahora en más, Truman vivirá aquí.
-Ah, Lillie Mae, Jenny no lo aceptará. No creo que sepas lo que esto
le hará al niño. Se morirá de la tristeza.
-¡Bueno, yo jamás pedí tener un hijo! Mira lo que le ha hecho a
mi silueta. Apenas tengo veintiséis, pero siento que parezco una vieja
arruinada. Estoy desperdiciando el tiempo y lo último que necesito es
estar atrapada en casa con ese pequeño y precoz...
Levantó la vista y vio a Truman de pie en la puerta de la cocina.
Estaba conteniendo las lágrimas.
Ella suspiró y dibujó una sonrisa falsa en sus labios pintados de rojo
carmesí.
-Truman. Serás más feliz aquí, cariño. Créeme. Es solo que no soy
buena como madre.
Él no quería oírlo. Atravesó la casa corriendo, bajó los escalones y se
lanzó en los brazos de su padre.
-Ya, ya, amiguito. ¿ Qué ocurre ?
Sentía las lágrimas de Truman sobre su cuello. Cuando levantó la
vista y vio a Lillie Mae de pie junto a la puerta, se enfureció.
-¿En serio? ¿No pudiste esperar hasta que yo entrara antes de de-
círselo ?
Ella se encogió de hombros y encendió un cigarrillo.
-Me escuchó a escondidas. ¿Qué puedo decir?
Arch alzó a Truman en sus brazos y caminó hacia el lateral ele la casa.
-Ey, amiguito, lo siento. No deberías haber oído eso.
-No entiendo -dijo Truman, con los ojos bien cerrados.
Arch suspiró.
-Lo único que puedo decir es que no hay mal que por bien no ven-
ga, así que... te contaré el lado positivo de todo esto.
Truman abrió un ojo.
-¿No me dejarás?
Arch hizo una mueca y se arrodilló para que Truman pudiera po-
nerse de pie.
-Mira, hijo. Sé que dijimos que esto sería temporal, como unas
vacaciones de verano. Pero la verdad es que... tu mamá y yo... ambos
queremos cosas diferentes en la vida...
- ; Y que hay de mí? -sollozó Truman-. ¿No me quieren?
Arch no podía mirarlo a los ojos.
-Haré lo posible para regresar y llevarte conmigo. Solo necesito
tiempo. Tengo algunas ideas nuevas que creo que nos harán ganar una
fortuna, pero no puedes acompañarme.
-Pero trabajamos juntos en los barcos de vapor...
-Eso fue antes. Ahora... debes ir a una escuela, donde puedes crecer
y convertirte en alguien más inteligente que tu padre. Sé que no es lo
que quieres oír... pero espero que esto te ayude por ahora a ser un po-
quito más feliz.
Hizo que Truman se diera vuelta para que viera un objeto bastante
grande cubierto con una lona.
-Sé cuánto estuviste pendiente de Lindbergh y de su vuelo a través
del Atlántico. Calculo que para cuando crezcas, el mundo estará en bus-
ca de otro "Lucky Lindy" y tal vez tú puedas ser igual de famoso que él...
Arch deslizó la lona con lentitud y develó un avión Ford trimotor
en miniatura color verde intenso, cuya hélice era roja. Era lo suficiente-
mente grande como para que Truman se sentara en su interior; parecía
un triciclo gigante con alas. El modo en el que el sol resplandecía sobre
la hélice hacía que el avión se viera más hermoso que cualquier otra
cosa que Tru hubiera visto en su vida.
-¿Este es el mismo de la tienda? -preguntó Truman.
Arch introdujo la mano en su bolsillo y extrajo un gorro de aviador
y unas gafas.
-Claro que sí, el mismo que querías cuando eras un crío Es un rega-
lo de mi parte para ti. Serás la envidia de cada niño del vecindario. Y en
cuanto tenga éxito y gane suficiente dinero para volver a establecerme
en un lugar, volveré a buscarte.
-¿Lo prometes? -preguntó Truman.
-Por supuesto, amiguito.
-La última vez me prometiste un perro.
Arch asintió.
-Eso fue culpa de tu prima Jenny. "¡Ningún perro entra en mi casa!"
-exclamó él, imitándola-. Pero no dijo nada acerca de los aviones. Así
que, ¿por qué no lo pruebas antes de que despegue sin ti? ¡Es de la
mejor calidad! -le puso a Truman el gorro y las gafas-. ¡Y también eres
mucho más atractivo que ese Lindy!
Truman subió a su avión y tocó los controles. Se veía tal como había
imaginado que un avión real lo haría. Se sentía bien. Le hizo una seña
de aprobación con el dedo a su papi y se puso las gafas sobre los ojos.
-¡Contacto! -dijo el niño.
Arch hizo toda una actuación al hacer girar la hélice, y Truman fue
pedaleando el avión por la calle como si de verdad pudiera volar. Ima-
ginó que tomaba velocidad suficiente para despegar hasta que las rue-
das abandonaban el suelo, y de pronto estaba flotando, volando por el
salvaje cielo azul.
¡Allí está el primo Bud en suplantación de algodón! Y allí puedo ver
Hatters Mili y a Edison zambulléndose en la parte profunda. Y ahí está
Billy Eugene, ese sinvergüenza.
Traman los hubiera bombardeado en picada a él y a sus amigos, y
ios hubiese perseguido hasta que se perdieran de vista.
Se estaba divirtiendo tanto en su imaginación, que ni siquiera notó
cómo Arch y Lillic Mae se alejaban en el automóvil.
U N PLAN SECRETO

ESPUÉS DE ESO, T R U M A N ESTUVO MALHUMORADO


durante muchísimo tiempo. Nelle ni siquiera podía lo-
grar que saliera a jugar. Le rogaba que le permitiera andar
en su avión trimotor, pero él se negaba rotundamente.
No estaba siendo malo; solo no tenía ánimos de ver a nadie. En cambio,
permaneció en su habitación durante semanas enteras.
Sook no podía tolerar ver a Traman comportándose así e intentó
todo para romper el hechizo que lo tenía prisionero. Al principio, se
sentaba junto a su cama y le daba de comer como si fuera un pequeño
pájaro que se había caído de su nido. Luego, en los momentos de calma,
Sook le contaba sobre el arpa natural que escuchaba cuando era niña:
los sonidos que causaba el viento cuando se deslizaba a través de los
campos de pastizales ondulados que estaban en las cercanías. Después,
le susurraba en el oído con dulzura hasta que se quedaba dormido.
La prima Jenny también estaba preocupada.
-Mientras yo viva y administre esta casa, tendrás un techo sobre tu
cabeza, jovencito. No te faltarán prendas para vestir ni comida en
tu estómago. Tu mamá no merece tu amor.
Su primo Bud lo llevaba de paseo a su plantación de algodón que
estaba del otro lado de la colina, solo para que saliera de vez en cuando.
En general, lo hacían en silencio; Traman viajaba, triste, sentado sobre
los hombros de Bud, con los bigotes de su primo haciéndole cosquillas
en las piernas. Pero esta vez, Bud habló.
-La vida es una gran montaña que escalar, amiguito. Pero si se vuel-
ve demasiado empinada para ti, solo debes arrodillarte, y con la ayuda
de tus manos y tus piernas, seguir avanzando. Tarde o temprano, llega-
rás del otro lado -dijo, respirando con dificultad.
Subieron la colina y la cruzaron.
En la plantación de algodón, Truman pasaba el tiempo frente a la
cabaña del único empleado de Bud, John White, el negro (llamado
así para evitar confundirlo con John Black, el blanco, el tabaquero)^.
Mientras que Bud y John, el negro, inspeccionaban la cosecha, la espo-
sa de John le preparaba a Truman unos panecillos con grasa de tocino,
pero eso no lo ayudaba demasiado a mejorar su estado de ánimo.
Un día, mientras la luz del sol se desvanecía y el anochecer teñía de
naranja el césped verde que rodeaba su hogar, Truman preguntó:
-Bud, ¿por qué no tengo un verdadero hogar como los otros niños ?
El primo, quien en general mantenía la calma, puso sus manos sobre
los hombros del pequeño y lo miró directo a los ojos.
-Tru, este es tu hogar. Aunque seamos parientes lejanos, eres mi
primo. Pero la sangre no es el vínculo más importante. ¿Sabes cuál es?
-No, señor.
-El amor. Y eso proviene del corazón. Por esa razón, este es tu hogar.
Ahora, tienes motivos más que suficientes para llorar. No te culpo por
eso. Pero con solo mirar a tu alrededor, lo verás: ya estás en casa, amiguito.

^ N. de la T.: Juego de palabras con el apellido de ambos hombres que respectivamente


signilican blanco {White) j n&gro {Black).
Nelle se sentía sola sin su amigo. Para levantarle el ánimo, su papá la
llevó a jugar golf al campo local, algo que a ella le gustaba porque la hacía
sentir como un adulto. Llevó los palos y después de un rato logró darle
a la pelota bajo la supervisión de A. C. Su padre siempre vestía un traje
oscuro de tres piezas liso, incluso en el campo de golf, lo que resultaba
bastante llamativo en combinación con su swing torpe. Pero entre cada
hoyo, conversaban.
-No comprendo por qué Tru ya no juega conmigo, A. C., nunca lo
había visto así -dijo ella.
-Bueno, solo ten paciencia y volverá. La situación con su padre no
debe estar ayudando en nada.
Nelle se había estado muriendo por preguntar.
-¿Alguna vez lo arrestaste?
A. C. eligió sus palabras con cuidado.
-No. El juez decidió que no quería perder tiempo persiguiéndolo.
Cree que Arch se meterá en problemas tarde o temprano y, cuando
suceda, la corte todavía estará allí.
-Pobre Truman -comentó Nelle-. Debe ser horrible tener un papi
que sea un mentiroso.
A. C. colocó una mano sobre el hombro de la niña.
-No juzguen, y no serán juzgados, hija mía.
-¿Qué se supone que significa eso?
-Significa que no debes apresurarte en emitir tu opinión; espera a
conocer toda la verdad. Puede que el padre de Truman no sea confiable,
pero creo que está intentando mantenerlo de la única forma que sabe.
-Eso no hace que sea más fácil para Tru -murmuró ella.
-No, es cierto. Pero lo que tú puedes hacer es simplemente ser ama-
ble con él. Necesita a alguien de su lado. A veces, im pequeño gesto de
amistad puede hacer toda la diferencia.
Muy pronto, a Nelle se le ocurrió un plan para levantarle el ánimo a su
amigo. Pero necesitaba un ayudante para su proyecto, y recurrió a uno
de los primos más jóvenes de Truman, Grandulón, para que la ayudara
a resucitarlo.
Grandulón era el hijo de la hermana de Lillic Mae, Tiny. Su ver-
dadero nombre era Jennings, motivo por el cual todos preferían su
apodo. Él y Truman tenían la misma edad y vivía en una granja en las
afueras de Monroeville. No era en particular un niño de gran tamaño,
excepto cuando nació, ya que había pesado más de cinco kilos. Su de-
sarrollo se ralentizó a medida que crecía, y para los siete, había alcan-
zado el tamaño de un niño promedio. Usaba gafas con vidrios gruesos,
lo que hacía que sus ojos se vieran grandes, como los de una lechuza.
Al escuchar que Nelle tenía un plan, sus enormes ojos se abrieron de
par en par.
-Entonces... ¿será como un escondite secreto? -preguntó él.
-Más que eso. Grandulón. Será nuestra sede central -respondió,
orgullosa.
-¿Sede para qué?
-Pues para nuestra agencia de detectives, por supuesto. Lo único
que va a hacer que Truman se entusiasme es un buen misterio pa re-
solver.
-Pero no hay misterios en Monroevüle -dijo Grandulón-. Salvo
por qué el reloj del juzgado atrasa cinco minutos.
-Bueno, estuve leyendo sobre Sherlock -respondió Nelle-, Y él de-
cía: "Para una gran mente, nada es pequeño".
-No lo entiendo -dijo Grandulón.
Nelle intentó explicárselo en detalle.
-Tonto, solo porque no puedas ver algo frente a tus ojos, no signi-
fica que no esté sucediendo. Una vez que empecemos a buscar, ¿quién
sabe lo que encontraremos por aquí ?
Grandulón todavía parecía confundido.
-Mira -Nelle señaló el boceto del escondite que había dibujado
con crayón detrás de un trozo de papel para envolver-. Sherlock y
Watson tenían el 22IB de Baker Street. Esta será nuestra sede central.
Grandulón se levantó las gafas para ver el boceto de cerca.
-¿Una casa del árbol?
El dibujo era burdo, pero entendió el concepto. La casa estaba sos-
tenida por un árbol paraíso doble, que tenía un tronco de cada lado
del muro de piedra que separaba sus propiedades. Parecían una pareja
bailando mientras una casa flotaba entre sus brazos. Una escalera de
cuerda subía por uno de los troncos y llevaba a una trampilla que podía
trabarse desde adentro en caso de intrusos. Tenía todo tipo de carac-
terísticas ingeniosas: un ojo de buey con un telescopio para espiar y
un teléfono de lata e hilo que conectaba las habitaciones de Nelle y de
Truman, en caso de que surgiera una emergencia.
-Guau -exclamó él-. ¿Podemos agregar un tubo de bomberos? Ya
sabes, para escapes rápidos.
-Excelente idea. Grandulón -dijo Nelle-. Cuando Tru vea esto,
volverá a ser el mismo de antes en un santiamén.
Por supuesto, el primo Bud y John White, el negro, terminaron cons-
truyendo la mayor parte de la casa. Nelle y Grandulón recogieron restos de
madera de la vieja hielera abandonada que estaba en el límite del terreno,
alcanzaron martillos y clavos cuando íiie necesario, y le dieron los retoques
finales a la casa ellos mismos. En dos semanas, el plan de Nelle se había
llevado a cabo.
Truman sabía que su amiga estaba tramando algo, pero no lograba
identificar qué era porque la esquina de la casa le cubría la vista. Pero
algo estaba ocurriendo. Cada vez que él se atrevía a salir para echar un
vistazo, de pronto Sook o Bud necesitaban su ayuda o lo desafiaban a
un juego de cartas.
Pronto, descubriría de qué se trataba.
— —

10
LA SEDE AÉREA

NA MAÑANA, T R U M A N SE DESPERTÓ C O N EL
sonido de lo que creyó que era una pelea afuera. Aso-
mó la cabeza por la ventana y vio a Nelle caminando
sobre el muro de piedra que separaba sus casas. Esta-
ba luchando contra un enemigo invisible, y tenía un parche sobre un
ojo y un sombrero pirata hecho de papel de periódico. Truman estaba
tan entretenido que gritó:
-¡Cuidado con los cocodrilos!
Nelle se levantó el parche y le sonrió.
-¡Cocodrilo a la vista!
Truman señaló otra vez al animal invisible; ella extrajo una piedra
del bolsillo y martilló un tronco que estaba junto al muro.
-(Lo tengo! ¡No le temo a los cocodrilos! ¡Mira lo que puedo ha-
cer! -intentó hacer un salto mortal pero se tropezó y cayó de su lado
del muro.
-¿Nelle? -exclamó Truman, preocupado.
Ella reapareció, fingiendo que peleaba contra una rama caída.
-¡Serpientes! ¡Ayúdame, Trii!
Truman bajó a toda velocidad, vistiendo su pijama y sus pantuflas.
Asomó la cabeza por el porche delantero, pero todo estaba en silencio.
-¿Nelle? -subió al muro y echó un vistazo. Su amiga no aparecía por
ninguna parte.
-¡Pssst! -Truman oyó una voz lejana que provenía de las alturas. Siguió
el sonido hacia arriba por el inmenso árbol paraíso doble, y de pronto, la
vio: la magnífica sede central que NeMe y Grandulón habían construido.
Era una de las cosas más maravillosas que había visto.
Truman divisó un par de pies que sobresalían por debajo de la tela
que cubría la entrada. Aunque todavía estaba en pijama, decidió subir
por la escalera. Cuando alcanzó la cima, no podía creer lo que veía. Cada
detalle era perfecto. Un sector para jugar a las canicas y a recoger pie-
dritas. Un puesto de observación para espiar. Una pizarra para dibujar
pistas y lo que fuera. Envases y frascos para coleccionar insectos, piedras
y otros descubrimientos científicos, y una claraboya para contemplar las
estrellas. Incluso había un tubo de bomberos para escapes rápidos. Lo
mejor de todo era el cartel que adornaba el frente de la casa del árbol:
¡NO SE ADMITEN ADULTOS!

Entró arrastrándose y encontró a Nelle recostada sobre un colchón


relleno de heno, leyendo. Se quedó sin palabras.
-¿Qué ocurrió con las serpientes? -preguntó al fin.
-Ah, las maté a todas -respondió, restándole importancia-. Odio
las serpientes.
Notó que estaba leyendo uno de los misterios de los Rover Boys y se
hundió junto a ella en el colchón. Nelle cerró el libro.
-Lee el tuyo -dijo. Extendió la mano debajo de la almohada y ex-
trajo un volumen color violeta-. A. C. lo trajo de su viaje a Selma.
Era difícil conseguir libros nuevos en Monroeville, aunque de vez
en cuando los gitanos nómades traían algunos de sus viajes lejanos. Por
eso, cada vez que aparecía un título nuevo, era como encontrar una
moneda de un dólar en la calle: algo muy especial.
Truman observó la cubierta y reconoció el perfil con la pipa y la
gorra de cazador.
-¡Shcrlock Holmes! -exclamó con placer.
-No solo eso. ¡Mira! -ella tomó la caja que estaba sobre el estante
y se la entregó.
-¿Qué es ? -preguntó él.
-Una cosita que Grandulón y yo conseguimos.
-¿Un regalo? -lo abrió con rapidez, entusiasmado.
-Más bien... algo que vas a necesitar, Tru -observó cómo él sacaba
una gorra de béisbol verde que tenía otra visera cosida en la parte de
atrás.
-Una gorra de cazador. Igual que Sherlock -comentó Nelle con
orgullo.
Truman contempló el objeto por un momento eterno. No había
palabras para expresar lo maravillosa que era.
-Póntela -dijo ella.
Con cuidado, Truman la puso sobre su cabeza.
-¿Cómo se ve?
-Como si fuera la de verdad -respondió-. Sabes lo que esto signi-
fica, ¿cierto?
-¿Qué ? -preguntó Truman, fingiendo que fumaba una pipa
-¡El juego ha comenzado! -exclamó NeUe.
Truman asintió.
-Solo debemos encontrar nuestro propio misterio.
EUa tomó una lupa del estante y comenzó a observar un insecto muerto.
-Tengo el presentimiento de que algún misterio aparecerá pronto
-dijo-. Todo lo que debemos hacer es esperar.
E L S A B U E S O DE MONROEVILLE

SÁ NOCHE LLOVIÓ T Á N T O QUE PARECÍA QUE EL


pueblo estaba atrapado debajo de una cascada. Un tem-
poral de viento, agua y quién sabe qué más caía en canti-
dades inmensas desde el cielo. Truman nunca había visto
un diluvio semejante, pero la prima Jenny no le permitió quedarse en
el porche para verlo.
-¡Morirás de un resfriado! -exclamó.
Así que se sentó en la oscuridad de su habitación a observar la llu-
via caer. Cada tanto, los relámpagos iluminaban el jardín, seguidos de
un estruendo bajo cuyo volumen aumentaba cada vez más hasta hacer
temblar las ventanas de vidrio a su alrededor.
Fue entre relámpagos que Truman escuchó un extraño sonido, si-
milar a un gimoteo.
-¿Oyes eso, Sook?
EUa estaba intentando dormir.
-Creí que eras tú, que te asustaban los rayos.
Lo escuchó otra vez. Provenía de afuera.
-No, suena como si alguien estuviera llorando.
Sook se acercó a la ventana y ambos presionaron sus rostros contra
el vidrio. Un relámpago inmenso dibujó una grieta en el cielo, y en ese
momento lo vieron: había en el jardín un cachorro negro y blanco,
mojado y tembloroso.
-¡Oh, Dios mío! -exclamó su prima.
-Es un perro. Parece perdido -dijo él-. Iré afuera.
-Pero, Tru...
Truman tomó una toalla y atravesó la cocina caminando de punti-
llas, para que Jenny no lo escuchara. Se asomó por la puerta trasera y
por el borde del porche. El viento aullaba y no podía ver nada a través
del diluvio. Cuando el cielo se iluminó de nuevo, divisó al cachorro
sentado en el lodo junto a los escalones de atrás.
Truman se encontraba descalzo, pero se cubrió la cabeza con la toalla
y corrió con rapidez hacia el perro. Odiaba mojarse, sobre todo si tenía
su pijama puesto. No estaba seguro de si el animal lo mordería, pero pa-
recía tan indefenso, temblando de frío, con aquellos enormes ojos cafés
enfocados en él. Truman miró alrededor, pero no había nadie más a la
vista.
La ventana de la habitación se abrió y Sook asomó la cabeza bajo la
lluvia.
-Vamos, no te quedes parado ahí, Truman. Éntralo.
Truman observó al cachorro. Estaba empapado y se veía como si no
hubiera comido por un tiempo. Hacía mucho que no sentía lástima
por alguien que no fuera él mismo. Con rapidez, se quitó la toalla de
encima y envolvió al perro con ella.
-Te llamaré Queenie -dijo. El animal movió la cola.
Le resultó difícil levantarlo, pero logró arrastrarlo en cierta forma
hasta el porche, donde Sook estaba esperándolo con otra toalla y un
trozo de pollo.
Dejó al perro en el suelo y lo secó mientras este devoraba el bocadillo.
-Tiene hambre -dijo él. El perro comenzó a lamerle el rostro-. De-
tente, Queenie -ordenó entre risas.
-Le agradas al cachorro -comentó Sook.
-Cachorra. Se llama Queenie-corrigió Truman, dándole al animal
un beso en la nariz.
Sook se inclinó y miró.debajo de la toalla.
-Cachorro. Y no puedes llamarlo Queenie. Pon le Rover o algún
otro nombre de niño.
A Truman no le importó. Siempre había querido tener un perro.
Arch le había prometido uno hacía mucho tiempo y él había elegido
ese nombre, reinita, porque se le había ocurrido durante un sueño so-
bre Queen Mary.
-El perro se llama Queenie y punto -abrazó al animal, quien le
lamió la oreja-. Ah, Queenie, me alegra tanto que hayas aparecido.
-Parece algún tipo de Terrier ratonero -dijo Sook.
Truman acarició su pelaje manchado. Sook colocó otro trozo de
poUo sobre el suelo del porche y Queenie lo olfateó y luego lo devoró
con rapidez.
-Justo lo que pensaba, un sabueso -comentó Truman-, Perfecto
para el próximo caso de Sherlock.
La luz de la habitación de Jenny se encendió y Truman pudo ver su
sombra acercándose hacia la ventana.
-Rápido, Sook, entrémoslo antes de que Jenny nos descubra.
Alzaron a Queenie envuelto en la toalla y lo entraron a la casa. El
cachorro comenzó a llorar hasta que Truman se indinó hacia su oreja
y susurró:
-Shhh, todo estará hieeeen.
Una vez que estuvieron a salvo en su habitación y que Sook trajo
algo de comida y un cuenco con agua, Queenie se adaptó bien. Tru
le hizo una camita junto al avión trimotor, que se encontraba en una
esquina. El perro estaba exhausto, así que se desplomó y comenzó
a roncar.
-Podemos quedarnos con Queenie, ¿verdad, Sook? -preguntó.
Truman sabía que Sook estaba cautivada por el perro.
-Bueno, podemos tenerlo aquí hasta que Jenny lo descubra. Luego,
tendrás que lidiar con él... es decir, con ella; con eso.
-No te preocupes. Jenny nunca echaría a un perro sin hogar -dijo
Truman-. Al menos no a uno tan tierno como Qiieenie.
A Jenny le llevó apenas unos días descubrir la fuente de los ruidos
misteriosos que provenían de la habitación de Sook y Tru. Un día, Tru
llegó de la casa de Nelle y se encontró con Jenny esperándolo en el
porche delantero con Queenie sujeto a una correa hecha de soga. Sook
estaba sentaba detrás de ellos, y se veía muy afligida.
Antes de que Jenny pudiera siquiera abrir la boca, Truman entró en
acción.
-¡Queenie!
El perro saltó del porche, y la correa se deslizó de las manos de su
prima. Truman cayó de rodillas y Queenie corrió hacia él. Abrazó al
animal y el perro le lamió todo el rostro.
-Ay, Queenie ¿qué haría sin ti? Tú nunca me abandonarías como
mis padres, ¿verdad? -hundió el rostro en el cuello del perro; sabía
muy bien que ahora Jenny nunca echaría a Queenie.
-Está bien -suspiró la mujer-. Pero debes prometer que lo cuida-
rás, que lo alimentarás con las sobras de comida que tengamos y que
estarás atento para que nunca moleste a nadie; excepto a un ladrón.
-¡Sí, señora! -Truman corrió haciajennyy la abrazó. Por un momento,
su cuerpo se tensó, pero pudo sentir cómo ella se derretía entre sus brazos.
Callie, por supuesto, no estaba de acuerdo.
-Espero que planees mantener a este perrucho afuera.
-No, señora. Se quedará en nuestra habitación, ¿no es así, Sook?
Ella asintió. Bud, desde luego, estaba a favor de Queenie.
-Nunca antes tuve un buen perro que cace mapaches -dijo él, acari-
ciando al animal.
-Por favor. Queenie es un sabueso y debe reservar su olfato para cosas
más importantes, como resolver casos.
-No hay na' más importante que cazar mapaches, amiguito -dijo
Bud. De todos modos, le gustaba la compañía de Queenie, y el perro se
convirtió en un miembro más de su familia de inadaptados.
Pronto, Callie comenzó a practicar sus lecciones escolares con él.
Queenie era el único que la escuchaba.
12
A L G O HUELE M A L

NELLE LE ENCANTABA TENER A QUEENIE


cerca. Ninguna agencia de detectives estaba comple-
ta sin su propio sabueso. Ahora, si tan solo tuvieran
un caso que resolver...
Un día, Truman y Nelle llevaron a Queenie a dar un paseo. Estaban
metidos en sus asuntos, aburridos como siempre, cuando vieron a Ed,
el huevero, espiando a través de la ventana de la señora Ida Skutt.
-Pues, ¿qué crees que está haciendo? ¿Será un mirón? -preguntó
Truman.
Nelle era una persona que no se andaba con vueltas.
-¡Ey, Ed! ¿Qué estás haciendo? -exclamó.
Ed los miró, preocupado. De pronto, Queenie comenzó a olfatear
el aire con energía, arrastrándolos hacia el porche.
-¡Queenie, basta! -ordenó Truman.
Ed se quitó su gorra blanca y se rascó la cabeza.
-Bueno, ayer, cuando hice una entrega de huevos para la señora
Skutt, olí algo asquerosísimo. Y ahora regreso y sus huevos todavía es-
tán en la puerta sin abrir, y el hedor...
En ese momento, lo notaron: el olor.
-Rayos, ¿qué es esa pestilencia? -dijo Nelle-. Creo que vomitaré...
El perro arrancó la correa de la mano de Truman y se dirigió hacia
el porche lateral de la casa, siguiendo su olfato.
-Queenie, ven aquí.
Truman lo siguió y el olor continuó haciéndose más y más fuerte.
Quccnic rodeó la esquina hasta llegar a la parte trasera de la casa y se
puso histérico, ladrando y saltando por doquier, como si se le estuvie-
ran quemando las patas.
-No... -Nelle intentó detener a Truman.
-¡Podría ser la gran oportunidad que estábamos esperando! -res-
pondió él. Nelle se quedó atrás, pero Truman continuó su camino,
con los pensamientos relacionados con asesinatos y caos rondando en
su cabeza.
Cuando vio el lugar de donde provenía el olor, se detuvo en seco.
Nelle tenía miedo de mirar.
-¿Q^é sucede, Tru?
-Creo que encontré la fuente del hedor... -respondió, con la boca
abierta.
-¿La señora Skutt? -preguntó ella.
Truman asintió.
-¿Está...?
-Muerta -completó él.
Nelle quería correr, pero lo único que hizo fue caminar hacia él.
-Hay algo más...
-¿Qué? -preguntó ella-, ¿Debería mirar?
-¡No! -alzó una mano-. Creo que ha estado muerta por un tiempo.
-¿Cómo lo sabes ? -podía sentir cómo el desayuno subía por su gar-
ganta.
-Eh... cucarachas.
Nelle intentó deshacerse de la espantosa imagen que apareció en su
cabeza.
-¿Qué?
-Cucarachas. Cientos de ellas. Caminando por sus piernas... y sus
brazos... y en su... boca...
En ese instante Ed, el huevero, apareció detrás de Nelle.
-¿Q^é demonios es ese olor? -dobló en la esquina de la casa y tam-
bién se detuvo. Luego, comenzó a reír a carcajadas.
-¡Por todos los cielos! -gritó el huevero-. ¡Esto es incluso mejor
que cuando le cayó un rayo a Twit Tutweiler!
Nelle no podía soportarlo más. Asomó la cabeza por la esquina y
vio lo mismo que ellos: no a la señora Ida Skutt muerta, ¡sino una pila
de basura fétida en descomposición sobre la que había huevos podri-
dos cubiertos de gusanos desde hacía varias semanas!
El huevero no podía parar de reír.
-Bueno, se quejó porque los huevos habían aumentado un centavo,
y juró vengarse. Dijo que haría una entrega especial en nuestra granja,
¡ahora veo por qué se estaba tomando su tiempo! Bien podridos. Oh,
cielos. ¡A mi jefe le encantará!
NeUe quería golpear a Truman por haberla engañado, pero no pudo
evitar reírse.
-Te lo creíste, ¿verdad? -dijo Truman-, ¡Deberías haber visto tu
rostro, Nelle Harper!
EUa se ruborizó. Q^eenie se le acercó y le lamió su pie descalzo.
-Bueno, si eres tan inteligente, entonces, ¿dónde está la señora
Skutt ? Hasta donde sabemos, tal vez sí está muerta, atrapada en la casa,
pudriéndose, ¡pero nadie podría olería por toda esta basura!
Truman se encogió de hombros.
-Buen punto. En ese caso, habría un nuevo misterio, ¿verdad, Watson?
Tendrían que esperar a que apareciera otra oportunidad. De todos
modos, Truman comprobó que Queenie era una buena incorporación
al equipo.
—^

LA CASA MISTERIOSA

os DÍAS DE V E R A N O S E H A C I A N MÁS C O R T O S , Y
septiembre, junto al cumpleaños número ocho de Tru
(para el que sus padres le hicieron una visita, algo poco
común) llegó y se fue, pero ningún gran misterio apa-
reció. Excepto por la escuela. Truman comenzó a asistir a la escuela
primaria del condado de Monroe, pero no le interesaba el tercer curso,
ya que la actitud de su maestra hacia su intelecto lo desconcertaba. En
especial, porque esa maestra era su prima Callie.
-Eres demasiado inteligente para tu propio bien -le dijo ella el pri-
mer día.
-Pero, i cómo es posible que sea demasiado inteligente ? ¿No es para
eso que venimos a la escuela? ¿Para ser más listos ? -preguntó él.
-Ese es el tipo de preguntas que hace que me resulte difícil ense-
ñarte algo -le respondió Callie-. Un niño de ocho años debería com-
portarse mejor.
Cada día era una lucha. Lo único que quería hacer era leer historias
o contar cuentos fantásticos. Pero Callie no le daba más que críticas por
leer mucho más rápido que el resto y por perturbar a la clase con sus cuen-
tos alocados sobre tigres o sobre las hazañas de su padre, el explorador,
las que ella sabía que no eran ciertas. Cada vez que decía una mentira, le
golpeaba la mano con una regla. Para el final de la semana, su mano estaba
en general muy roja.
A Truman le comenzó a disgustar la escuela a causa de todos los
dolores de cabeza que le traía. Los lunes eran los días más difíciles, por-
que implicaban que aún había toda una semana por delante. Así que
los lunes, él, Nelle y Grandulón se tomaban su tiempo para llegar a la
escuela, y tenían pequeñas aventuras o intentaban asustarse entre sí a
lo largo del camino. En especial, cada vez que pasaban frente a la casa
de los Boular.
La casa se encontraba a dos puertas de la de Nelle. Grandulón esta-
ba seguro de que estaba embrujada. Desde afuera, realmente se veía te-
nebrosa y descuidada. Incluso en los días soleados, lucía muy lúgubre,
sombría y oscura con sus persianas cerradas, oculta detrás de la sombra
de los pecanos antiguos que mantenían alejado al sol. A veces. Gran-
dulón cruzaba al otro lado de la calle para evitar la mirada de la casa.
Le pertenecía al señor Boular, el Kombre más malvado del pueblo.
Nunca saludaba a nadie. Según Nelle, un caimán había matado a una
de sus hijas, y desde ese entonces, la casa se sentía más como un cemen-
terio solitario que como un hogar. Aunque todavía tenía una esposa,
un hijo y otra hija, no se usaba la palabra felicidad para describir a la
familia Boular.
-Ahí está -susurró un día Truman. El señor Boular estaba vesti-
do, como siempre, todo de negro, con un sombrero bombín adusto y
un paraguas. Era alto, delgado y parecía el director de una funeraria.
Estaba caminando directo hacia ellos, con la mirada ausente, como si
estuviese mirando otra dimensión.
-Di algo -dijo Truman, empujando con suavidad a Nelle.
Ella negó con la cabeza y codeó a Grandulón.
-Tú di algo.
Grandulón tragó con dificultad. El señor Boular estaba práctica-
mente sobre ellos.
-Eh, buenos días, señor Boular -chilló el niño-, ¿Cómo está la
señora...?
Él continuó su camino y pasó frente a ellos, como si no estuvieran
lili. Un escalofrío recorrió la espalda de Truman. Por poco parecía que
d hombre absorbía todo el aire de su cuerpo.
-Sook dice que nunca ha hablado con nadie, nunca -dijo Truman.
-;Y ella cómo sabe? -preguntó Nelle-. No ha venido a la ciudad
desde que yo nací.
-Es raro, está bien -dijo Grandulón-. Pero él no es el que me preo-
cupa. ¡Miren!
Grandulón los obligó a esconderse detrás de la cerca en decadencia
que rodeaba la propiedad de los Boular. Señaló una de las ventanas
del piso superior. Truman lo vio: la cortina estaba abierta y una silueta
oscura los estaba observando.
-Es Sonny... -dijo él.
Sonny era el hijo adolescente del señor Boular. Siempre había ru-
mores circulando sobre sucesos extraíios, y a él se lo culpaba de todos.
Sook lo llamaba "Graznido", por todos los ruidos raros parecidos a los
de un cuervo que hacía para sí mismo. Las personas decían que comía
ardillas vivas y, si lo mirabas a los ojos, tal vez podrías creerlo. Eran
grandes y redondos, y nunca pestañeaban. Se rumoreaba que había
matado al gato negro de la anciana señora Bussey, que lo había abierto
a la mitad y lo había colocado dentro del agujero de un árbol que esta-
ba en medio de la caUe. Era muy espeluznante, un cuco para todos los
niños del vecindario.
Truman se escondió más, fuera de la vista de la ventana.
-Me da escalofríos. Anoche, salí a caminar en cuanto oscureció
y oí esos graznidos extraños junto a la cerca... ¡Craa! ¡Craa! -imitó
Truman-. Miré entré los listones y allí estaban esos ojos de muñeca
observándome.
-¡No! -exclamó Nelle-, ¿Era Sonny?
-Sí. ¡Y me habló! Dijo: "Eres el niño más simpático que he visto".
Comencé a alejarme y ¡él atravesó la cerca con un brazo e intentó suje-
tarme!
-¿Qué hiciste?
-¡Corrí, por supuesto! Pero luego gritó a mis espaldas: "¡Regresa!
Por favor, no te asustes, no te lastimaré". Me di vuelta y lo vi observán-
dome; parecía tan... solo. Me encogí de hombros y le dije que debía
regresar a casa. Luego su rostro se oscureció y comenzó a golpear la
cerca y a decir entre dientes: "Regresa o lo lamentarás. ¡Serás el niño
más arrepentido de todo el cementerio!".
De pronto. Grandulón sujetó a Nelle por la espalda y ella gritó
como solo una niña puede hacerlo. Traman y su primo no podían de-
jar de reír.
mmma^^mrn

LA G R A N OPORTUNIDAD

UE UN MIÉRCOLES POR LA MAÑANA CUANDO


todo cambió. Truman y Nelle salieron de sus casas como
cualquier otro día común. Excepto que, en ese día,
Grandulón estaba caminando de un lado a otro en la ca-
lle, rebosando de entusiasmo.
-¿Se enteraron? -dijo él-. ¿Escucharon la noticia?
-¿Enterarnos de qué. Grandulón? -preguntó Truman somnoliento.
-¡Alguien irrumpió en la botica^!
Truman parpadeó, miró a Nelle, y luego volvió a mirar a Grandulón.
-¿Puede que hayan... robado algo?
Grandulón asintió con energía y añadió:
-¡Y alguien también rompió ventanas en la escuela!
Los ojos de Truman se iluminaron.
-¿Sabes lo que esto significa?
~¡A1 fin un caso, Sherlock! -exclamó Nelle.

^ N. de la E.: En la época, se conocía como botica o farmacia (del inglés, drugstore), a


la tienda que no solo vendía medicamentos, sino también otros artículos, y contaba
con una fuente de sodas o un sector en el que se podía comer.
-El juego ha comenzado, Watson -Truman sonrió. Abrió su bolso
de la escuela, extrajo su gorra de cazador y se la puso-. Siempre hay que
estar preparado, eso digo. Mira.
Tomó una vieja pipa de maíz de Bud que había encontrado, y estaba
a punto de introducirla en su boca cuando vio a Nelle observándolo.
Se la entregó a ella.
-El doctor Watson fuma pipa, creo.
Grandulón parecía decepcionado.
-¿ Quién se supone que soy yo ?
NeUe se entrometió.
-Pues, tú eres el inspector que nunca sabe lo que ocurre, gran tonto
-respondió.
Truman la corrigió.
-El inspector Lestrade es el detective más famoso de Scotland Yard.
Fun miembro valioso de nuestro equipo -extrajo su lupa y se la entre-
gó a su primo.
Grandulón sonrió, satisfecho.
-¿Más famoso que Watson?
Nelle puso los ojos en blanco, pero Truman estaba observando el
reloj de la torre del juzgado en la distancia.
-Tenemos veinte minutos antes de que empiece la escuela.
-Quince. El reloj siempre está atrasado -aclaró Grandulón.
Truman volvió a hacer los cálculos.
-Entonces, ¡debemos darnos prisa! Inspector, lo seguimos.
Grandulón le sacó la lengua a Nelle y se dirigió directo a la botica
de Monroeville, donde habían pasado una gran cantidad de horas en el
mostrador de la fuente de sodas.
Cuando llegaron a la escena, A. C. ya se encontraba allí. Vestido con
un traje con chaleco y sus gafas de marco grueso, estaba de pie afuera,
hablando sobre los vidrios rotos en el suelo con un policía barbudo.
Truman negó con la cabeza.
-Parece que mi hermano, Mycroft, nos ganó una vez más.
Nelle volvió a poner los ojos en blanco.
- M i papi no es tu hermano. Eso te haría mi tío y eres demasiado
enano para serlo. Vamos.
-Estoy confundido -dijo Grandulón-. ¿A. C. es tu hermano?
-¡Buenas, A. C.! -gritó Nelle. Su padre apenas la miró. No le im-
portaba que usara su apodo, pero en público debería haberse dirigido
a él como "padre".
Truman le quitó la lupa a Grandulón y comenzó a inspeccionar el
suelo.
-Buenos días, señor. ¿Alguna pista? -preguntó Truman.
A. C. bajó sus anteojos y observó al niño curioso.
-Eres Truman, ¿verdad? He oído mucho sobre ti. Escuché que eres
el niño más inteligente de Monroeville.
Truman miró a Nelle, quien se ruborizó. Él también lo hizo.
-Leo mucho, señor. Dicen que soy maduro para mi edad.
-Bueno, mientras no te parezcas a tu padre... -dijo distraído, y
luego se corrigió-: Quise decir... -hizo una pausa, mirando a Truman
de arriba abajo. Era sin dudas el niño mejor vestido del pueblo-. He
oído que eres bueno resolviendo crucigramas. Tal vez algún domingo
puedas venir a ayudarme. Las palabras pomposas siempre me resultan
difíciles.
Truman estuvo a punto de tomar su diccionario, pero ya sabía qué
término hubiera usado Sherlock en esa situación.
-Indudablemente.
A. C. era un hombre serio, pero la expresión le sacó una sonrisa.
- M e encantaría.
Nelle interrumpió la conversación, señalándolo con su pipa.
-A. C., ¿no sabes que él es Sherlock Holmes?
~¡Yyo soy el inspector Lestrade! -añadió Grandulón, recuperando
la lupa que Truman le había arrebatado.
-Ah, ya veo. Y están aquí para ayudar a resolver el delito, ¿verdad?
-preguntó el padre de Nelle.
Amasa Coleman Lee era uno de los mejores abogados de Monroeville.
Cuando algo andaba mal, solían llamarlo para que diera su opinión experta.
Con lentitud, miró su reloj de bolsillo.
-Bueno, Inspector, señor Holmes y doctor Watson... Parecería que
el verdadero misterio es por qué todos ustedes están aquí y no camino
a la escuela.
Truman empujó un trozo de vidrio con su zapato blanco, luego ca-
minó sobre los fragmentos rotos para mirar dentro por la ventana de
la botica.
-¿Robaron algún objeto, Mycrof... señor Lee?
El señor Lee suspiró.
-De hecho, sí. Algunos bastones de caramelo de dos centavos y un
bloque de tabaco prensado.
Truman tomó la pequeña libreta que siempre llevaba encima para
registrar sus observaciones. En general, escribía sobre cómo el sol se
filtraba a través de la niebla de la mañana en el arroyo o describía el
aroma de las hortensias que inundaba su jardín.
Pero ahora, era momento de trabajar.
-Doctor Watson, anote. Es obvio que el delincuente es un adoles-
cente. Un varón, creo. Tal vez, dos.
Nelle extrajo su anotador y también comenzó a escribir.
-¿Qué te hace pensar eso, Sherlock?
Se dirigió al señor Lee.
-Un delincuente profesional hubiera forzado la cerradura y hubie-
se robado dinero o mantelería o algo de valor -miró con detenimiento
el suelo-. Un niño usaría algún objeto cercano para romper la ventana.
Hola...
Se inclinó y recogió una piedra del tamaño de una canica grande. La
sostuvo bajo la luz natural, la observó, y luego la guardó en su bolsiño.
-Una niña robaría dulces, pero solo un niño robaría dulcesj tabaco
-concluyó.
Grandulón se entrometió.
-Todo lo que tenemos que hacer ahora es revisar a cada niño que
coma dulces y mastique tabaco en el condado de Monroe.
Nelle negó con la cabeza.
-Eso sería cada adolescente estúpido que vive y respira. Necesita-
mos reducir la lista de sospechosos.
El señor Lee se aclaró la garganta.
-Todas esas teorías son muy interesantes, pero... robaron un objeto
más: un prendedor camafeo.
-¿Qué es eso? -preguntó Grandulón.
-Un prendedor camafeo es una linda pieza de joyería tallada en la
parte superior -respondió Truman-. Jenny tiene uno. Pueden valer
mucho dinero.
A. C. se inclinó y susurró:
-Pero este era especial. Era un prendedor color esmeralda con una
serpiente tallada. La víbora tenía dos piedras rojas en lugar de ojos.
Truman asintió entusiasmado.
-Excelente. Un ladrón de joyas.
-Tal vez. O simplemente algún niño que pensó que era muy bonito
-dijo A. C., que extrajo su reloj de bolsillo y volvió a mirar la hora-. De
todos modos, niños, tienen con exactitud cuatro minutos para llegar a
la escuela. Les sugiero que reflexionen acerca de las posibilidades en el
camino. Ahora, váyanse -le dio a Nelle un leve empujón, pero ella no
quería irse por voluntad propia.
-Nos contarás lo que descubras esta tarde, ¿verdad, A. C.?
El le guiñó un ojo.
-Indudablemente.
Truman sonrió durante todo el camino hacia la escuela.
U N CASO SÓLIDO

UANDO E S T A B A N MUY C E R C A DE LA ESCUELA


primaria del condado de Monroe, Truman vio el vidrio
roto junto a la puerta principal. Callie y otros maestros
estaban guiando a los alumnos por una entrada lateral.
-¿Crees que estén conectados, Sherlock? -preguntó Grandulón,
mirando a través de la lupa.
-Al igual que un botón a una chaqueta -respondió mientras se po-
nía en la fila. Truman se alejó del flujo de tránsito en cuanto Callie
desvió la mirada. Caminó con tranquilidad hasta la puerta principal,
donde Hudson, el viejo conserje, estaba barriendo.
-Buenos días, Hudson -dijo, saludándolo con su gorra. Comenzó
a inspeccionar el suelo en busca de pistas.
-Buen día, señor Truman -respondió el hombre, mirando su extra-
ña gorra-. Sí que hay desorden esta mañana.
Truman vio algo entre los trozos de vidrio que se encontraban sobre
los escalones.
-Hola... -se dijo a sí mismo. Se inclinó, recogió una piedra peque-
ña y la observó con detenimiento. Introdujo la mano en el bolsillo y
extrajo la otra piedra que había encontrado unos minutos atrás. Eran
prácticamente iguales.
-Solo déjalas al lado del mástil de la bandera, junto al resto -le dijo
Hudson, al ver las piedras.
Truman siguió la mirada de Hudson hasta un pequeño jardín de
rocas que rodeaba el mástil. Todas tenían más o menos el mismo ta-
maño y color.
-La trama se complica -dijo, frotando las piedras-. Muchas gra-
cias, Hudson -corrió hacia la fila para reunirse con los otros.
-¿Y? -preguntó Grandulón-. ¿Alguna pista?
Trunian asintió, sosteniendo las piedras,
ven?
Nellc tomó la lupa de Grandulón y las observó.
-;Son... iguales?
-Esa misma fue mi conclusión, Watson. ¿Dos ventanas rotas la
misma noche? Cualquier tonto podría ver que hay una conexión
-cuando Truman señaló el jardín de piedras, Nelle y Grandulón no
pudieron evitar estar de acuerdo con él-. Llegué a la conclusión de que
dieron aquí el primer golpe, les dio hambre de osadía y fueron hacia el
pueblo en busca de más.
-;No son piedras muy pequeñas pa romper una ventana? -pregun-
tó Nelle, succionando su pipa.
-¿No es pequeña una bala? -respondió Truman-, La pregunta más
importante no es cómo, sino quién.
-¿Qj^ien? -preguntó Grandulón.
-Exacto -dijo Truman-. ¿Un alumno enojado? ¿Unaprofesora re-
sentida? Necesitamos descubrir si aquí también robaron algo.
-Tal vez la escuela tenga más prendedores -comentó Grandulón.
-Tal vez tu cerebro es un prendedor, Grandulón -dijo Nelle.
-Presten atención -ordenó Truman mientras se acercaban a la pri-
ma Callie. Usaba el cuello de la blusa muy apretado, lo que hacía que
pareciera siempre que estaba a punto de desmayarse. Como era habi-
tual, no andaba de buen humor. Mantener a los niños en la fila era
como arrear gatos, y ella odiaba los gatos.
-Callie, me preguntaba... -Tru intentó hablar con ella.
- 1 tu man. ¿No puedes ver lo ocupados que estamos ? Este accidente
desafortunado nos ha retrasado a todos.
-Bueno, acerca del accidente, ¿sabes quién...?
-Estoy muy nerviosa. ¡Regresa a lajila! -le gritó a otro alumno que
se había alejado dos pasos de la línea.
-Pero, Callie, ¿quién...?
Sujetó a Truman del cuello de su chaqueta y le lanzó una mirada
asesina.
-No. Causes. Problemas. Y quítate esa tonta gorra.
Truman, con el rostro enrojecido, asintió. Nelle y Grandulón mira-
ron hacia abajo, arrastrando los pies en el suelo.
-Todavía está enojada porque puedo leer como si estuviera dos
años más avanzado que sus otros alumnos -le susurró a Nelle-. ¡A ve-
ces, tengo que fingir que no sé algo solo para que ella no quede mal!
-Ve a ver si habla contigo. Grandulón -propuso Nelle.
El no iba a hacerlo. Callie lo asustaba.
Nelle se cruzó de brazos.
-De todos modos, no creo que ella sepa nada. Tal vez investigaré un
poco por mi cuenta.
Durante el almuerzo, Nelle evitó a los maestros y se dirigió directo
a Hudson, el conserje. Tenía la sensación de que él sabía más de lo que
decía; solía ser el primero en llegar y el último en retirarse por la noche.
Debía haber visto algo.
-Discúlpeme, Hudson. ¿Cómo está en este lindo día? -lo saludó
Nelle, muy sonriente.
Hudson la observó con sospecha; lo desconcertaba que dos niños
lo saludaran en el mismo día, cuando la mayoría solía ignorarlo.
Ella le sonrió con sus grandes ojos cafés.
-Me preguntaba... si tenía alguna idea sobre quién podría hacerle
algo así de horroroso a nuestra escuela.
Hudson la miró, incómodo. Quería evitar problemas.
-Bueno, señorita Nelle, no estoy seguro. Por cómo hablan los niños,
creen que el cuco lo hizo. No robaron na', solo hay muchas cáscaras de
nueces de pecan por toda la oficina del director York. Además -miró
alrededor para comprobar que nadie estuviera escuchándolo-, alguien
dibujó una serpiente gigante en la pizarra.
-¡Otra serpiente! -dijo Nelle.
Hudson asintió.
-Eventos extraños, en mi opinión.
Los ojos de NeUe se abrieron de par en par por el entusiasmo.
-¿Cómo era?
Hudson se encogió de hombros.
-Era un garabato muy simple para saber qué tipo de serpiente era.
Parecía una S gigante. Con ojos rosas.
Nelle estaba ansiosa por compartir sus descubrimientos con los
otros. En cuanto terminó la escuela, Truman y Grandulón se reunie-
ron con ella junto a los columpios para hablar del caso.
Truman se entusiasmó cada vez más a medida que Nelle le contaba
sobre las nueces de pecán y, en especial, sobre el dibujo de la serpiente,
-Ambas pistas son muy importantes, Watson. Significa que: a) el sos-
pechoso tiene acceso a un pecano, ya que aquí no hay uno; 2) él o ellos
tienen algo en contra del director; y c) que deben gustarles las serpientes.
Tal vez son miembros de algún tipo de sociedad secreta adoradora de ser-
pientes -chasqueó los dedos-. "¡La banda de la serpiente de ojos rojos!".
-Quieres decir de ojos rosas -comentó Grandulón, riéndose para
sí mismo-. Mi hermanita me contagió conjuntivitis una vez y me dejó
el ojo rosa.
-¿Tal vez fue el hijo de un granjero.^ -dijo Nelle, sin estar segura.
-¿Qué hijo de granjero irrumpiría en la escuela y dejaría un rastro
de nueces de pecán? ¿Y por qué querría un prendedor camafeo? -Tru
caminaba de un lado al otro-. Y de todos modos, ¿qué significa la ser-
piente? ¿Es alguna especie de advertencia?
-Cielos, a todos les gustan las nueces de pecan -dijo Grandulón-.
¿Quizás el prendedor era un regalo para su mamá?
Truman lo ignoró.
-Tenemos que entrevistar al director York y averiguar quiénes son
sus enemigos.
-Creo que a nadie le agrada el director -dijo Nelle-. Pero ¿quién
le haría una broma?
-Alguien que está por encima de la ley o que solo estaba haciendo
una travesura. En cualquiera de los dos casos, deberíamos entrevistar
al director y reducir la cantidad de sospechosos -respondió Truman.
-¿Y cómo lo haremos? No podemos simplemente entrar allí y co-
menzar a hacer preguntas -dijo Nelle.
Truman tomó su libreta.
-Podemos si fingimos ser periodistas.
LOS SOSPECHOSOS
DE S I E M P R E

ERIODISTAS, ¿ D I C E N ? -PREGUNTÓ
el director York, con tono escéptico-.
No tengo tiempo para esas tonterías,
niños. ¿No están sus padres esperán-
dolos en casa? -el director era un hombre apresurado, que estaba co-
miendo un emparedado de plátano y mayonesa y, por alguna razón,
probándose chaquetas de época.
-No, señor. En general no aparecemos hasta que la cena está servida
-dijo Nelle-, ¿Para qué son los disfraces?
-Si necesitan saberlo, este año interpretaré al rey Lear en el festival
agrícola. Y estoy retrasado para el ensayo.
Truman notó que habían limpiado toda la evidencia en la oficina,
así que se desplomó sobre la gran silla que estaba frente al escritorio del
director con los pies colgando.
-Tal vez tenga algo de tiempo para el Monroe Journal -colocó su
lápiz sobre la libreta al igual que un verdadero periodista.
El director observó a Nelle, cuyo padre era el editor del periódico.
-Es cierto -dijo Nelle-, Truman ganó un gran concurso el año pa-
sado por una historia que escribió. Estamos haciendo un informe sobre
los robos. Somos jóvenes... detectives.
-Detectives-periodistas -la corrigió Truman.
-Ya estamos al tanto de las nueces y de la serpiente, señor -añadió
Grandulón.
El director parecía nervioso. Sabía que Truman era insistente, y que
en general discutir con él llevaba más tiempo que seguirle la corriente.
-¿Qué... quieren saber, niños? -sonrió detrás de sus dientes apre-
tados.
-Bueeeeno... -dijo Truman de una forma larga e interminable que
esperaba que sugiriera que tenía más información de la que en verdad
tenía-. Es obviamente un trabajo interno. Un alumno, sospecho...
¿usted le teme a las serpientes ? -observó al director con detenimiento,
buscando una reacción. Era evidente que al director no le afectaban los
modos excéntricos de Truman.
-¿O alas nueces de pecán? -añadió Grandulón-. ¿O a...?
-Señor -interrumpió Nelle. Aunque tenía la reputación de ser inti-
midante en el patio de la escuela, podía ser delicada y amable cuando lo
necesitaba-. Solo estamos intentando descubrir la verdad. ¿Los alum-
nos tienen algo que temer? Me preocupa su seguridad.
El director se recostó en su silla.
-No, creemos que solo fue una travesura infantil. Y no, no le temo
ni a las serpientes ni a las nueces de pecán. En cuanto a quién hizo la
broma, los alumnos involucrados ya no asisten a la escuela, y eso es
todo lo que puedo decir al respecto.
Truman se inclinó hacia adelante.
-Entonces í/sabe quién lo hizo, ¿verdad? ¿Han arrestado a alguien?
El director respondió de modo tajante.
-No han arrestado a nadie, no hay ninguna historia aquí, y está
contra la ley revelarle cualquier nombre a la... prensa. Ahora, si me
disculpan, ¡me esperan en el teatro comunitario para ensayar!
Traman, Nelle y Grandulón caminaron en silencio por el pueblo; iban
serpenteando entre los robles que crecían en el medio de la Avenida
Alabama. Las nubes de polvo que levantaban las carretas tiradas por
caballos hacían que todo se viera sucio, y cubrían con tierra rojiza los
escaparates de las tiendas y los porches de madera.
-Bueno, eso no nos llevó a ninguna parte -dijo Grandulón, desa-
nimado.
Truman no estaba de acuerdo en absoluto.
-Inspector, para resolver un caso, debe leer entre las líneas. Parecía que
el director estaba evitando la verdad. ¿Exalumnos? Más bien alborotado-
res cobrando venganza. Creo que el señor York estaba ocultando algo.
De pronto, se detuvo en el medio de la calle, con la cabeza funcio-
nando a toda velocidad.
-<Qué ocurre, Tru... señor Holmes? -preguntó Grandulón.
Tru se dirigió hacia un escaparate cubierto de polvo y escribió la
palabra sospechosos sobre el vidrio.
-¿Quiénes son los que siempre se meten en problemas por aquí?
Nelle no tuvo que pensarlo demasiado.
-Los niños que van a Hatter's Mül, para empezar. Billy Eugene y
todos ellos... Hutch, Doofie y el desagradable de Twiggs Butts.
-¿Y qué hay de Wash Jones ? Siempre se comporta de modo sospe-
choso -dijo Grandulón.
-<E1 ciego capitán Wash Jones ? -preguntó Nelle-. Es viejo. No creo
que haya asistido a esa escuela. Ah, ¡y es ciego, tonto!
-Solo era una idea -respondió Grandulón.
-¿Y qué hay con los... bravucones? -dijo Truman. Sus amigos
intercambiaron miradas-, ¿Qué? -preguntó.
-Bueno, está eh... Boss -dijo Grandulón.
-¿Por qué no sabía sobre esa bestia? -preguntó Truman.
-Porque pasa la mayor parte del tiempo en Mudtown. No querrás
meterte con Boss -dijo Grandulón.
GREG NERI

-No vale la pena -añadió Nelle.


El interés de Truman se despertó.
-¿Por qué? ¿Cómo es?
-Es el niño más malvado de todo el condado de Monroe -respon-
dió Nelle-, Solo tiene doce años, pero conozco adultos que le temen.
-Vaya, apuesto que podría comerse como tres niños del tamaño de
Truman y aun así tener hambre -dijo Grandulón.
-Ah, tonterías -respondió él-. Algo que aprendí en el río es que si
no demuestras que estás asustado, puedes en realidad hablar con cual-
quiera. He visto todo tipo de personas peligrosas en ese barco a vapor.
Algunas de ellas resultaron ser muy amigables.
-Truman, ¿siquiera sabes pelear? -preguntó Nelle.
El tomó su gorra de cazador y se la puso.
-Uno no tiene que pelear cuando puede utilizar su cerebro. Tengo
una idea. Ustedes dos vayan y hablen con Billy Eugene y sus amigos y
déjenme a mí lidiar con este Boss.
-Estás loco, Truman -dijo Nelle.
-Por esa razón, yo soy el cerebro y tú los músculos -respondió él.
-Eso no tiene ni un poco de sentido -comentó Nelle-. Pero si
quieres que te rompan la nariz, adelante.
U N MAL DÍA EN yUDTOWN

R U M A N NO ERA E S T Ú P I D O ; L L E V Ó A QUEENIE
con él. El perro todavía no había demostrado su valía
como guardián, pero era mejor que nada. Además,
Grandulón le dijo a Tru que Boss olía como una bes-
tia sudorosa; tal vez Queenie podría rastrearlo con su olfato.
Mudtown estaba a diez calles de la casa de Truman, pero bien po-
dría haber estado en otro planeta. Era el sector pobre de Monroeville,
donde vivían los sirvientes negros y los blancos desafortunados. Desde
que la sombra de la Gran Depresión los golpeó, los empleos habían
estado desapareciendo sin parar por todo el condado de Monroe.
Mudtown ya no era solo un área en el mapa: era una sensación de
desesperación y desesperanza que había estado expandiéndose por el
pueblo, como un virus. Todos los días, Jenny se quejaba de que había
cada vez más personas que tenían cada vez menos para gastar en su
tienda. Le preocupaba que cuando las personas tuvieran hambre, hicie-
ran algo desesperado.
A Truman no le importaba nada de eso ahora. Vistiendo su peque-
ño traje blanco y su gorra de cazador, y caminando junto a su precioso
Queenie, hubiera llamado la atención en cualquier parte del pueblo.
En Mudtown, cada persona con la que se cruzaba se detenía a mirarlo.
Pero él no tenía miedo. Había visto todo tipo de personas en los barcos
a vapor: jugadores, contrabandistas, traficantes de whisky, vaqueros.
Sin embargo, este vecindario no era en nada parecido a eso.
Las casas estaban hechas de tablas de madera usadas, sostenidas por
cuerdas y lonas rotas. Había personas cocinando ardillas en cuencos
sobre hogueras improvisadas frente a las casas. Sus ojos se veían pro-
fundos y amarillentos; el hambre acechaba en cada esquina.
Se llamaba Mudtown, la ciudad del lodo, porque cuando Uovía las
calles se convertían en ríos de tierra y agua. Mantener limpios sus zapa-
tos blancos estaba resultando un desafío, sobre todo porque a Queenie
le gustaba rodar en la suciedad. Pero Truman estaba decidido. El peli-
gro nunca detuvo a Sherlock, y no lo detendría a él.
Queenie se detuvo en seco y comenzó a olisquear. De pronto, el
perro comenzó a correr, y Uevó arrastrando a Truman.
-¿Lo hueles, Queenie? ¿Sí? -dijo entusiasmado.
Doblaron en una esquina, donde Queenie se detuvo y comenzó a
gruñir. Truman supo que había encontrado a su hombre cuando divisó
a un niño gigante desaliñado que era tres veces más grande que él y que
sujetaba a otro niño sucio por el cuello. Su puño rechoncho estaba en
alto, como si estuviera a punto de causar algún daño. Truman conside-
ró sus opciones y decidió que ser directo era la mejor de todas.
-Señor Boss, ¿verdad?
La cabeza inmensa de Boss giró hacia él con lentitud. Lo primero que
notó Truman de aquel niño monstruoso fue la masa de cabello enma-
rañado en su cabeza, el gruñido de sus dientes torcidos y sus ojos verdes
redondos y brillantes como cuentas, que lo miraban fijo y con furia.
Truman no sabía qué decir.
-Eh... Estoy investigando un delito y, eh, reduciendo la lista de...
-Truman perdió el hilo, pero lamentablemente había distraído a Boss
durante el tiempo suficiente como para que su víctima huyera y se des-
vaneciera por la esquina.
Cuando Boss se dio cuenta de que su presa había escapado, apretó
la mandíbula como si alguien le hubiera robado su juguete favorito.
-No deberías haber hecho eso -gruñó.
Traman dio un paso atrás.
-Ah, es probable que este no sea un buen momento. Sook siempre
dice que nunca debo interrumpir a un hombre cuando está comiendo...
-Ahora, voy a tener que enderezarte de una vez por todas -golpeó
sus puños entre sí para dejar en claro el mensaje.
Truman odiaba pelear. También odiaba huir, porque eso era lo que
los bravucones esperaban que los miedosos hicieran. En lugar de es-
capar, decidió engañar a la bestia. Con calma, acomodó la pequeña
chaqueta de su traje y dijo:
-Puedo ver por tu mirada que deseas lastimarme. Pero estoy aquí
para limpiar tu nombre, no para arruinarlo. Como siempre dice el señor
A. C. Lee: "Todo hombre es inocente hasta que se prueba lo contrario".
Boss avanzó hacia Truman, y él retrocedió hasta donde estaba
Queenie, quien se ocultó asustado detrás de él. Vaya perro guardián.
Truman intentó conservar la calma; introdujo la mano en el bolsillo y
extrajo algunas nueces.
-¿Una nuez de pecán? -chilló.
Boss lo miró, confundido.
-¿No ? ¿Y las serpientes? ¿Te gustan las serpientes ?
Boss le lanzó una mirada feroz y señaló el rostro de Truman con su
gran dedo.
-¿Qiié sabes tú de serpientes'^ -gruñó.
-Nada, solo preguntaba -dijo, intentando empujar a Queenie ha-
cia el frente. El cachorro se negó rotundamente y se alejó corriendo.
Truman continuaba retrocediendo.
-¿Le gustan las joyas a tu madre ? ¿Tal vez decoradas con serpientes ?
-Haces demasiadas preguntas -refunfuñó Boss, encerrándolo con-
tra una casa, donde por poco atraviesa algunas tablas sueltas.
Intentó no entrar en pánico; en cambio, se mantuvo de pie lo más
erguido posible y declaró:
-¡De acuerdo, tú, gran... tú\ Si eliges pelear, debo advertirte que
-alzó sus pequeños puños asumiendo la postura de un boxeador- ¡el
mismísimo... ^-¿.ck. Dempsey... me enseñó a boxear!
Cuando vio que no reaccionaba, añadió:
-Es el campeón mundial, en caso de que no lo sepas.
-Lo sé. Solo que no me importa -gruñó Boss.
Truman se movió a un costado.
-Ah.
Boss sonrió y levantó los puños, como si estuviera listo para inten-
tarlo. Truman se tragó su orgullo y algo más.
-¿Quizá podemos olvidarlo y dejarlo atrás ?
-No lo creo, enano -replicó Boss.
-Ehh... -dijo Truman, bajando con lentitud los puños y devanán-
dose los sesos en busca de una mejor idea.
Mirar a los ojos redondos y brillantes como cuentas de Boss le re-
cordó los encuentros que había tenido con las serpientes mocasín de
agua cuando trabajaba en el río. Sabía que no podías ahuyentarlas,
pero podías deslumhrarlas hasta someterlas.
-¡Déjame mostrarte un truco! -dijo de pronto. Truman divisó un
sector de la calle que no tenía lodo, se aclaró la garganta y extendió los
brazos como si fuera un actor de circo. A pesar de su naturaleza delica-
da, tenía el cuerpo de un acróbata, con piernas fuertes y robustas.
Boss esperó a que saliera corriendo pero, en cambio, Truman hizo
diez volteretas perfectas hacia la calle, hasta que estaba a una buena
manzana de distancia de Boss. Podría ser un enano, pero también ha-
bía sido el mejor gimnasta de su antigua escuela.
LAL EI

RUMAN SE LIMPIÓ LA T I E R R A DE L A S MANOS,


sorprendido de que su traje blanco hubiera perma-
necido relativamente limpio de lodo. Queenie estaba
sentado en la calle, esperándolo.
-Sí que eres un perro guardián -dijo. Saludó con la mano a Boss y
comenzó a correr hacia su vecindario, satisfecho con su escape. Queenie
lo siguió de cerca.
No estaba seguro de lo que había logrado, pero admitió que Boss no
parecía el tipo de persona que robaría joyas. Y pensándolo bien, Truman
estaba bastante seguro de que Boss nunca había asistido a su escuela: hu-
biera oído hablar de semejante animal. ¿En qué había estado pensando?
Por desgracia, Truman decidió tomar un atajo que atravesaba un
terreno abandonado donde, al estar tan perdido en sus pensamientos,
se encontró cara a cara con Billy Eugene y sus amigos, que estaban
jugando al fútbol.
Nelle Y Grandulón no aparecían por ningún lado. Truman hizo una
nota mental para recordar hablar con ellos sobre el seguimiento de la
investigación.
Los niños dejaron de jugar en cuanto vieron al chico con su elegan-
te atuendo blanco.
-Parece que este niñito de mamá necesita ensuciarse -dijo Billy.
Queenie huyó otra vez.
Truman alzó las manos. Tendría que hacer todo por sí mismo. Ya ha-
bía lidiado con esos niños en la laguna, así que esta vez no debería ser
para nada diferente.
-Hola, chicos. Estoy llevando a cabo una investigación...
A ellos no les interesaba la investigación de Truman. Mientras lo empu-
jaban sobre la tierra, pensó en una expresión que su padre siempre usaba:
"De mal en peor". En general, lo decía porque él siempre se metía en algún
aprieto insólito, y Truman ahora estaba haciendo algo bastante simüar.
Los niños le dieron una paliza al pequeño Truman; él intentó darles
un cabezazo en el estómago, al estilo cabra, pero fue en vano. Su último
recurso, mientras le hundían el rostro en la tierra, fue exclamar en la voz
más alta posible:
-¡Soy tan alto como una escopeta e igual de ruidoso!
De pronto, los niños se dispersaron. Truman se incorporó en el suelo.
No podía creerlo: ¡había funcionado!
Ivuego, sintió una mano gigante sobre la cabeza y alzó la vista para
ver a Boss, alto como una torre, sobre él. "Oh" fue todo lo que pudo
decir antes de que llegara su castigo.
-Hola, miedoso. ¿Te acuerdas de mí? -gruñó Boss.
Sabía que su mejor opción era enroscarse en posición fetal y hacerse
el muerto, como una zarigüeya. Con suerte, aquel niño oso perdería el
interés y se marcharía.
En cambio, Boss lo trató como un neumático, lo pateó y lo hizo ro-
dar por la tierra. Truman dejó que el dolor se desvaneciera y se enfocó
en pensamientos mejores: aquella Navidad con sus padres en la que no
discutieron. Recordó el pavo enorme y los regalos, y a su padre hablan-
do sobre un nuevo plan que seguro les haría ganar mucho dinero.
Tru comenzaba a perder la consciencia cuando otra voz interrum-
pió las patadas.
-¡Déjalo en paz! -gritó alguien, alejando a Boss del pequeño-,
¡Dije que lo dejes enpaz\
Truman se limpió la tierra de los ojos. Era Nelle. Había envuelto sus
brazos alrededor del cuello de Boss por la espalda y estaba golpeándole
la cabeza y pateándolo en el estómago con los talones. Queenie corría
en círculos alrededor de ellos, ladrando sin parar.
Boss la lanzó al suelo como si estuviera quitando nieve de su hombro.
Ella salió disparada por el aire, aterrizó violentamente, y luego se puso
de pie de inmediato, quitándose el polvo y preparándose para pelear.
Boss no podía creerlo.
-¡Eres una niña! -gritó.
-Tal vez lo soy, pero no te tengo miedo, Boss Henderson. Le di una
paliza a varios niños en la escuela y puedo hacer lo mismo contigo -es-
cupió en sus palmas y asumió una pose de luchadora.
Queenie gruñó.
A Truman le pareció que Boss estaba a punto de sonreír.
-Por suerte para ti, no golpeo niñas. Excepto por esa imbécil de allá
-dijo, señalando a Truman, quien se estremeció.
Dos viejas solteronas que iban hacia el mercado pasaron por el
terreno y se quedaron sin aliento al ver la escena.
Boss alzó las manos. Había tenido suficiente.
-Son dos perdedores -les dijo mientras se marchaba pisando fuerte.
Queenie lo persiguió hasta que Boss por poco le dio una patada-, Y su
estúpido perro también,
-¡Hace falta uno para reconocer a otro! -exclamó Nelle. Notó que
las viejas todavía la miraban, susurrando algo sobre que ella no era muy
femenina.
Las ignoró y corrió hacia Truman, que aún estaba tumbado en el
suelo. Se arrodilló a su lado y lo ayudó a sentarse.
-¿Por qué tardaste tanto.' -gimoteó.
Queenie se acercó corriendo al niño y le lamió la mano.
-Queenie me encontró y supe que algo andaba mal -respondió
Nelle. Secó las lágrimas de los ojos de Truman-, Mírate, qué desastre.
Sabía que no debía dejarte ir solo.
El observó su gorra de cazador rota.
- M i gorra -suspiró.
-Podemos arreglarla -respondió ella, despacio-. Sookla coserá y la
dejará como nueva, ya verás. Pero desde ahora, trabajamos en equipo,
¿está bien?
Truman asintió. Queenie ladró con alegría.
-¿Dónde está Grandulón? -preguntó, sorbiéndose la nariz.
-Jenny nos vio mientras íbamos a buscar a Billy Eugene. Uno de sus
empleados se sentía mal así que le pidió a Grandulón que la ayudara
en la tienda.
-Sí que somos detectives -susurró él.
-No seas imbécil, Truman. Sberlock se metió en varios apuros. La
única diferencia fue que él siempre tenía a Watson a su lado -intentó
limpiar el polvo rojo de su rostro, pero solo logró ensuciarlo más.
Luego, eüa comenzó a reír.
-No es gracioso -dijo Truman.
Restregó la tierra sobre el resto del rostro de su amigo.
-¡Pareces un indio! -exclamó.
Los ojos de Truman se iluminaron.
-¿Un cherokee o un sioux?
Ella entrecerró los ojos.
-Un shawnee -respondió, y supo que era la opción adecuada. Lo
ayudó a ponerse de pie, y ambos se dirigieron caminando con dificul-
tad hacia los pastizales altos, jugando a los vaqueros y a los indios con
un perro lobo durante el resto de la tarde.
Por ahora, el misterio podía esperar.
F

FALTAR A CLASES

LA M A Ñ A N A SIGUIENTE, T R U M A N SE D E S P E R T Ó
dolorido y sintiendo bastante lástima de sí mismo.
Le dijo a Sook que no estaba de humor para ir a la es-
cuela. En cambio, se quedó en la cama con Queenie.
La buena de Sook. Le traía tazas de su café favorito sabor chicoria,
aunque Jenny siempre la regañaba al respecto: "¡Si lo sigues alimentan-
do con eso, nunca crecerá!".
Sook podía tener la cabeza llena de delgado cabello gris, pero se
comportaba como una niña cuando estaba con Truman. Escuchó cada
palabra sobre su encuentro con Boss y cómo había logrado escapar.
Como siempre, él adornó la verdad. En su versión, Queenie sujetó la
pierna del bruto mientras que él usó su técnica de judo y su maniobra
de embestida para ganarle al monstruo.
-¡Ahora estás mintiendo, Truman! -dijo ella.
-Lo juro, Sook. ¿No es cierto, Queenie?
El perro lo confirmó con un ladrido.
Sook le llevó sobras del primer desayuno, como él lo llamaba. Los
desayunos elaborados de Sook y de Pizca eran una maravilla en cual-
quier momento del día: jamón y huevos, tortitas, chuletas de cerdo
(cuando era una buena época) o tocino salado con guisantes, bagre o
ardilla (cuando era una mala época), con los acompañamientos clásicos
de sémola de maíz y salsa, frijoles blancos, maíz dulce, coles, jalea y ga-
lleras, Y olera hervida. A Truman le gustaba reclinar la cabeza bacía atrás
y dejar que el vegetal viscoso se deslizara por su garganta.
-Ahora, veamos si la vieja Sook puede arreglarte esa gorra. Pero
aun no entiendo por qué tiene dos viseras en lugar de una sola -dijo
ella, mientras se alejaba.
Truman comenzaba a sentirse mejor cuando oyó un golpe en su
ventana. Era Nelle, agitando en el aire una copia de otro misterio de
Shcriock Holmes: El oficinista del corredor de bolsa.
Abrió la ventana y se sorprendió ante el aire fresco del otoño.
-Brrr. ¿Por qué no está en la escuela, señorita? -preguntó Truman,
feliz de ver a su amiga.
Ella tosió de forma exagerada.
-Pues, estoy enferma, Tru, ¿no es obvio ?
Ingresó por la ventana y se acurrucó junto a Truman. Era una pareja
perfecta de inadaptados: él, demasiado refinado para jugar con los niños;
ella, demasiado varonil para llevarse bien con las niñas. Y eso estaba bien.
Pasaron la mañana leyendo el libro y bebiendo café. Debatieron so-
bre nuevos sospechosos y los descartaron, como John White, el negro
(quien dormía vestido porque era sonámbulo y tenía la costumbre de
hacer cosas que no podía recordar; pero decidieron que era un tipo de-
masiado bueno como para robar) y Ed, el huevero (quien nunca había
recibido una palabra amable del director York a pesar de haber hecho
entregas de huevos a la escuela durante años; pero tenía demasiado que
perder como para hacer algo tan mezquino). Incluso consideraron a
Cal lie, porque Truman sabía que tenía una lista de los alumnos que
le caían mal (él era uno de ellos), y existía la posibilidad de que ella tal
vez quisiera tenderle una trampa a uno o dos para que los expulsaran.
Pero Jenny habría encerrado a Callie en el ático si ella hubiese estado
considerando esa idea descabellada.
Cuando terminaron de hablar de todos los habitantes del pueblo, y
no lograron encontrar sospechosos nuevos, Truman intentó abordar el
tema de manera diferente.
-Ya sé lo que necesitamos hacer. Debemos ir a la botica y hablar con
el señor Yarborough.
-¿Crees que sabe algo? -preguntó ella.
-Las personas van a la fuente de sodas a hablar de chismes todo el
tiempo. Apuesto a que él sabe algo. ¡Quizás hasta quién irrumpió en
su tienda!

No esperaron a que Grandulón saliera de la escuela. Nelle sabía por


experiencia que el oficial holgazán solía rendirse para el mediodía; lue-
go de eso, resultaba seguro ser vistos en la calle. Decidieron hacerle
una visita al señor Yarborough para aclarar algunos hechos. El plan
era simple: sentarse allí y conversar, mientras disfrutaban un "batido
púrpura" frío o un esponjoso batido de cereza en la fuente de sodas.
Luego, usando su astucia y su encanto, harían que el señor Yarborough
revelara algunas pistas cruciales que resolverían el caso.
Sin embargo, ese plan se canceló con rapidez.
Resultó que el señor Yarborough ni siquiera se encontraba allí. Su
estúpido empleado, Ralph, estaba detrás del mostrador de sodas, acomo-
dando las decoraciones de HaHoween.
-¿Q^é quieren, muchachos? -le guiñó un ojo a Nelle, que lo miró
con desdén.
Ralph solo era un empleado y uno no muy brillante, así que no te-
nía sentido perder mucho tiempo con él. Sin embargo, valía la pena
entablar una breve charla.
-Dos Cocas de cereza, de inmediato -dijo Truman.
-¿Cuándo regresará el señor Yarborough? -preguntó Nelle.
-Ah, está de viaje hasta el próximo martes. Hay una convención de
farmacéuticos en Mobile -explicó mientras servía las bebidas.
Era una tarde con poco movimiento, al igual que la mayoría de los
días últimamente, dado que muchas personas habían perdido su traba-
jo hacía poco. El lugar estaba vacío, a excepción de ellos.
Truman intentó entablar una conversación casual.
-Qué terrible lo del robo. Hoy en día, los ladrones no tienen moda-
les -dijo, jugueteando con una figura de papel con forma de calabaza
que estaba sobre el mostrador.
-No fueron ladrones -comentó Ralph, mirando alrededor de la
tienda vacía.
Truman bebió la mitad de su refresco hasta que frunció el ceño: se
le había congelado el cerebro.
-¿No? ¿Tal vez fue una familia pobre y hambrienta? Sook siempre
lleva sobras al bosque donde hay varias personas buscando tortugas o
ardillas para la cena. Creo que es muy vergonzoso.
Ralph escupió un vaso y frotó una zona hasta limpiarla.
- O ral vez fueron un par de adolescentes salvajes buscando algo de
diversión y dulces gratis -clavó la mirada en Truman, ya que había pre-
senciado sus falsos ataques epilépticos para conseguir dulces.
Truman observó su vaso vacío.
-¿Y qué hay del prendedor camafeo? Eso debe haber valido mucho
dinero. ¿Tal vez algún alma en desgracia lo robó para alimentar a sus
hijos? -preguntó Nelle.
-¿Esa cosa vieja? -se burló Ralph-. Probablemente era solo una
joya de fantasía que el señor Yarborough guardaba en esa caja de vidrio
porque se veía linda. Dudo que valiera cinco centavos. Es probable que
hayan sido algunos niños, como dije antes.
Nelle asintió.
-Entonces, ¿sabes quién lo hizo ? -preguntó ella, con la mayor ino-
cencia posible.
-Conozco a uno de ellos -respondió Ralph, colocando el vaso en
la estantería.
-¿Qui te dije? Era más de uno -susurró Truman. Volvió a enfocar-
se en Ralph, el pelirrojo-, Entooonces... ¿quién fue? -chilló.
-Pues, no puedo decírtelo, niño. Tendrás que hablar con el sheriff
sobre eso -respondió Ralph sonriendo.
-¿El sheriíF? ¿Entonces sí arrestaron a alguien? -dijo, entusiasmado.
Ralph negó con la cabeza.
-Tampoco dije eso -soltó una risita-. Más bien... castigaron a alguien.
-¿Eh? -dijo Nelle-. Eso no tiene sentido.
Truman ató los cabos sueltos.
-Ya veo... Bueno, gracias por su tiempo, Ralph. Vamos, Nelle -tiro-
neó de su overol, y la arrastró lejos del mostrador.
-Pero no terminé mi bebida...
Jaló de su amiga y ella se marchó con él, después de beber un último
gran sorbo de refresco. Pero justo antes de que salieran de la tienda,
Truman se volvió con rapidez y señaló el rostro sorprendido de Ralph.
-Rápido: ¿qué sabes de la famosa banda de las serpientes ?
Ralph parpadeó y lo miró fijo. Después de que pasaron alrededor
de cinco segundos, el pelirrojo negó con la cabeza.
-Niño, eres demasiado joven para esa actuación. El foso no es lugar
para ustedes dos. Ahora, váyanse.
Salió de atrás del mostrador y caminó hacia Truman. Esta vez, fue
Nelle la que lo alejó de la escena. Ralph los miró con furia mientras
escapaban a la calle. Cuando se escondieron a la vuelta de la esquina,
ella estaba un poco inquieta por lo que había sucedido. Truman, sin
embargo, estaba bastante satisfecho consigo mismo.
-¿Viste eso? Lo hicimos enfadar -dijo él.
-Truman, esto se está volviendo demasiado extraño. Quiero jugar
otro juego. ¿ Qué tal si esta vez tú eres el vaquero y... ?
-¿Qué ocurre? ¿Tienes miedo de...?
Antes de que Truman pudiera terminar la oración, Nelle lo sujetó
en el aire y lo apoyó contra el lateral de un edificio. Sus pies apenas
podían tocar el suelo.
-¿Me estás diciendo cobarde, renacuajo? -lo miró con furia.
Truman sabía cuándo debía ceder.
-No quise decir nada, Nelle. De verdad.
Ella vio que se estaba poniendo pálido y lo soltó. Truman inspiró un
par de veces y se enderezó el cuello.
-Sabes que estás por descubrir algo cuando comienzas a hacerlos
enojar. ¿Viste la mirada en los ojos de Ralph? Me pregunto qué es el
foso. ¿Tal vez un foso de serpientes ?
-Estoy cansada de hablar de serpientes. No me gustan -respondió
NeUe-. Una vez me mordió una boca de algodón cuando fui a nadar
a Little River.
-¿En serio? -preguntó Truman-. Escuché que no pueden morder-
te mientras están nadando.
Nelle frunció el ceño.
-Pregúntale a A. C. Tuve que ir al hospital y rodo eso.
-Está bien, está bien, basta de serpientes por ahora. Pero todavía
nos queda una pista con la que lidiar.
-¿Con qué? -preguntó ella.
-No es qué, sino quién -explicó él-. El hijo del sheriíF, Elliot. ¡ Ralph
estaba hablando de él! Nunca me agradó ese muchacho. Ni sus perros.
- A ver, espera un minuto, Truman. ¿No fue Elliot el que te per-
siguió aquella vez y te encerró en el frigorífico hasta que por poco te
congelas ? ¿Crees que ha sido él? ¿Cómo te diste cuenta de que hablaba
de él?-dijo Nelle.
Truman alejó aquel recuerdo de su mente.
-Es elemental, mi querido Watson.
Nelle alzó las manos en el aire.
-¿Qué estás diciendo, Tru?
-Estoy diciendo que, ¿a quién puede castigar el sherifF? Solo a su
hijo, Elliot, por supuesto -sonrió.
Nelle asintió con lentitud, coincidiendo con él.
-¿Quieres decir lo que creo que quieres decir?
De pronto, Truman parecía preocupado.
-Sí. Tenemos que hablar con el sheriff".
20
LA CONFRONTACIÓN

L SHERIFF FARRISH ERA UN HOMBRE GIGANTE


que usaba unas botas de cuero enormes y un cinturón
negro pesado, del cual pendía un revólver enfundado de
mango perlado. Había historias de que él les había dispa-
rado a personas que lo irritaron, sin ningún motivo aparente. Si podían,
todos evitaban al sherifFcomo si tuviera una infección contagiosa, pero
Truman sabía que Sherlock Holmes jamás abandonaría una pista.
Al sheriíf no le gustó para nada que Truman y NeUe lo despertaran
al golpear la ventana de su automóvil policial. Ya se había puesto de su-
ficiente malhumor cuando interrumpieron su siesta, pero su estado em-
peoró una vez que Truman sugirió que su propio hijo, Elhot, había estado
involucrado en un delito.
Bajó del automóvil, desdobló su cuerpo hasta alcanzar la altura de un
roble gigante y se puso de pie, alto como una torre, ante los dos niños que
pretendían interrogarlo. El sheriíf tenía una mano sobre el mango perlado
de su revólver, el cual estaba de casualidad alineado con la vista de Truman.
-No sé qué oyeron o qué rumores están circulando, pero les aconse-
jaría que se mantengan alejados del asunto -gruñó-. Las personas que
meten sus narices en los asuntos de los demás, suelen perderla -dijo, sin
ningún rastro de humor.
Nelle estaba lista para escaparse, pero Truman se mantuvo firme.
-Entonces, señor, ¿está diciendo que no es cierto? -sacó su man-
díbula inferior hacia afuera, intentando parecer rudo. Tuvo el efecto
contrario.
-Es cierto lo que dicen de ti, niño. Sí que te pareces a un bulldog,
aunque no a ninguno que yo haya tenido antes -rio el sheriíF.
-Vamos, Truman, salgamos de aquí -dijo Nelle. Él se negó.
-No hasta que el sheriíf nos diga qué está sucediendo aquí. La prensa
tiene derecho a saber si hay algún tipo de encubrimiento, señor -Truman
no sabía si su pequeña treta funcionaría con un agente del orden.
-¿La prensa? -soltó una carcajada-. Escúchame, enclenque, si tú
eres la prensa, yo soy el presidente Hoover.
NeUe comenzó a arrastrar a Truman.
-Soy un escritor, sheriíf, y escribiré sobre esto -replicó él con firmeza.
El sheriíf escupió un pegote de tabaco cerca de los zapatos blancos
del niño.
-No hay historia aquí, hijo -respondió, inclinándose sobre él-. Tal
vez lo hizo el cuco.
- O tal vez la respuesta está en el foso de las serpientes -replicó,
temblando. El sheriff lo miró fijo a los ojos.
-Te ves igual que tu madre a tu edad. Ella también era problemá-
tica. Supongo que el fruto no cae lejos del árbol -se dio la vuelta y
regresó a su vehículo. Mientras el motor cobraba vida con un rugido,
el sheriíf le lanzó una última mirada a Truman.
»Eres demasiado lindo para ser un niño. No querrás perder tu bo-
nita apariencia, ¿verdad?
Truman tragó saliva con dificultad.
-Salude a su padre de mi parte, señorita Nelle. Estoy seguro de que
él sabe lo que usted está haciendo.
Le guiñó un ojo, aceleró el motor, salió disparado por la calle y desa-
pareció en una nube de polvo.
mm

21
F I N A L DEL J U E G O

R U M A N Y N E L L E S E R E U N I E R O N EN LA OFICINA
del padre de Nelle. Le gustaba estar en la habitación de
A. C. porque estaba repleta de libros: legales, religiosos,
enciclopedias 7 anuarios. También, era un lugar al que él
iba cuando necesitaba pensar, que era exactamente lo que ellos necesitaban,
porque Truman todavía estaba indignado por los comentarios del sherifF.
-Solo es un juego, Truman. A veces, somos piratas, otras, soldados re-
beldes. ¿Por qué no comenzamos una nueva historia? -preguntó Nelle,
jugando con su pipa-. O, mejor aún, ¿por qué no decidimos de qué nos
disfrazaremos para Haüoween? Mi hermana todavía tiene ese disfraz de
pierna de jamón que sobró del festival del cerdo...
Truman estaba hojeando sus anotaciones.
-¿No es extraño que ahora dos personas hayan mencionado al cuco ?
-Solo es una expresión -respondió Nelle, alzando los hombros.
- O una pista -sugirió Truman.
- O solo una expresión, Tru -suspiró Nelle.
-¿Y qué hay del foso de las serpientes ? -continuó él.
-Sabes que no me gustan las serpientes...
-Vamos, Nelle. Viste sus reacciones. Watson nunca se rinde y tú
tampoco deberías hacerlo. Incluso si te mordieron una vez.
Nelle se sentó en el escritorio de su papá y jugueteó con su máquina
de escribir.
-Siempre estás inventando historias, Truman. Me gustaría leerlas.
Él clavó la vista en sus zapatos.
-Tú también eres una escritora, Nelle. Como yo.
Ella lo miró, arrepentida.
-Pues, yo me siento más como un personaje de tu obra.
Truman hizo que se diera la vuelta.
-Eres la estrella de mi obra, Nelle Harper. Tú y yo somos... distintos
de los demás. Nadie me comprende como tú.
Nelle asintió. Ella sentía lo mismo. Jamás había pertenecido al gru-
po de las niñas, y él entendía lo que significaba no tener una madre
cerca. Truman era diferente, pero la hacía sentir aceptada. En el fondo,
disfrutaba ser parte de sus aventuras, incluso si la metían en problemas.
La vida nunca era aburrida con Truman alrededor. Nelle tomó una
hoja de papel en blanco y la puso en la máquina de escribir. Introdujo
la pipa en su boca, colocó los dedos sobre las teclas y luego, de pronto,
comenzó a golpetearlas, clac-dac-clac.
Truman espió por encima del hombro de su amiga mientras ella
escribía: Sherlock Hohnesy el caso de la handa de serpientes de ojos rojos,
un nuevo misterio escrito por el doctor Watson (Nelle).
-Buen título -dijo Truman.
Nelle tomó sus notas y comenzó a escribir algunas ideas. Truman
vio que ella había estado tomando notas propias.
-¡Lo sabía! Eres una escritora, Nelle.
-Seré una abogada, como A. C. Iré a la universidad y todo eso -dijo
sin parar de escribir.
Truman sonrió.
-Está bien, como quieras. Pero cuando seamos grandes, encontraré
para nosotros un caso que resolver y luego escribiremos sobre él de verdad,
ya verás. Siempre serás mi Watson.
U N A P I Z C A DE P R O B L E Y A S

O TODAS LAS C A S A S DE M O N R O E V I L L E T E N I A N
teléfono. Las de Truman y Nelle tenían uno, y cada
vez que a Tru le daba pereza trepar del otro lado del
muro, simplemente la llamaba. Pocas veces habla-
ba con su voz habitual; en cambio, utilizaba un extraño ceceo agudo
y contaba historias extravagantes, o a veces, saludaba a Nelle con voz
grave y profunda: "Hola, ¡soy el profesor Moriarty!" bramaba, o decía
algún sinsentido similar.
Cada casa estaba conectada por una línea de teléfono compartida,
lo que implicaba que se podían escuchar todas las conversaciones de la
calle. A veces, solo por diversión, Truman y Nelle prestaban atención
y escuchaban cualquier chisme local que estuviera circulando. Y lo que
ocurrió un día en particular, fue que ambos estaban en la línea y oyeron
una conversación en la que estaba involucrado nada menos que Boss
Henderson, ese bravucón malvado. No sabían desde dónde estaba ha-
ciendo la Uamada; pero tenía que estar cerca.
Del otro lado de la línea había un hombre con una voz que parecía
de grava. Nelle afirmaba que era el papá de Boss, "el Bagre" Henderson,
un contrabandista malvado que pasaba más tiempo en prisión que en
libertad.
-Reunámonos esta tarde en el foso de las serpientes -dijo el Bagre-,
Joe, el indio, tiene una rey y una mocasín en marcha. Haremos billetes
suficientes como para cubrir los gastos del alcohol. Y trae mi gorra,
niño. Esta noche, tendremos fuegos artificiales.
Truman y Nelle no podían creer su suerte. En cuanto Boss y su pa-
dre cortaron la comunicación, ambos gritaron:
-¡Reunámonos en la sede central secreta!
Nelle salió corriendo y subió a la casa del árbol. Cuando introdujo
la cabeza dentro de la sede, Truman ya estaba allí, luciendo su gorra de
cazador arreglada.
-¿Ves? ¡Teníamos razón! -dijo él sin aliento-. ¡Suena como si hu-
biera una sociedad secreta de serpientes! Tal vez, el dibujo en la pizarra
y el prendedor robado eran algún tipo de advertencia para otros: "¡La
banda de la serpiente estuvo aquí!".
Nelle reflexionó al respecto.
-Quizá sacrifican serpientes pa' su dios pagano y luego el papá de
Boss las convierte en licor luz de luna''.
-Sé que ese tal Joe, el indio, hace vi^hisky; Sook le compra para ha-
cer sus puddings -dijo Truman, frotándose la barbilla-. Sea lo que sea,
tenemos que ir al foso de las serpientes y averiguar más. ¿Crees que
estás preparada para eso ?
-¿Sabes siquiera dónde está el foso de las serpientes ? -suspiró Nelle.
-No -Truman caviló al respecto-. Tal vez podemos simplemente
seguir a Boss hasta allí.
-Es el mismo Boss que te pateó por el suelo como si fueras una
rueda vieja, ¿recuerdas?

^ N. de la T.: Luz de luna, del inglés moonshine, era el nombre que se utilizaba
durante la ley seca para llamar al alcohol destilado ilegalmente, dado que su
fabricación ocurría en secreto y "bajo la luz de la luna".
-Tal vez tengas razón -asintió, y pensó un poco más sobre el asunto.
Luego chasqueó los dedos-. Apuesto a que Pizca sabe.
-¿Tu cocinera? ¿Por qué lo sabría? -preguntó Nelle.
Él miró alrededor y susurró:
-Porque ella usa serpientes para sus rituales vudú.
A Nelle no le agradó cómo sonaba eso. Pizca trabajaba en la coci-
na junto a Sook. No era para nada una mujer pequeña; era enorme.
Era parte negra, parte cajún y parte india; "Mi sangre tiene una pizca
de todo", decía, y por ese motivo la llamaban así. Nelle sabía que ella
tenía un pasado oscuro: le cruzaba una cicatriz gruesa por debajo
del rostro, de la oreja a la barbilla, pero nunca explicó cómo la había
obtenido.
Una vez, Nelle la vio amarrar botellas vacías al final de las ramas que
rodeaban su casa del árbol.
-¿Para qué haces eso, Pizca?
Ella miró a su alrededor, preocupada.
-Hay espíritus en el aire, señorita Nelle. Pongo una poción especial
en cada botella para que absorba el mal de inmediato. ¡Luego las tapo
y las lanzo en el río!
A Nelle no le agradaba lidiar con espíritus malignos. Lo envió a
Truman a hablar con Pizca solo.

Truman ingresó con disimulo a la cocina, donde encontró a Pizca


friendo un poco de bagre sobre la hornaUa de la gran cocina negra y
cobre que ella llamaba "la vieja Buckeyé". Estaba tarareando una can-
ción mientras vigilaba la sartén.
-¿Qué quieres, niño ? Pizca está ocupada, ¿no ves ? ¿Y por qué estás
usando esa gorra extraña?
Él vaciló.
-Bueno, tú... usas serpientes, ¿verdad. Pizca? ¿Sabes algo sobre el
foso de las serpientes ?
Ella dejó de golpetear el pescado y lo miró con enojo.
-i Estuviste robando el alcohol de la señorita Sook, niño ? ¿Y pa' qué
quieres saber acerca del foso de las serpientes ? ¿Y qué te hace pensar
que yo sé algo sobre eso?
-Sook dice que eres una sacerdotisa vudú, o algo así...
Ella le cubrió la boca con la mano.
-Silencio, niño. Si la señorita Jenny te oyera...
-No le diré a nadie. Pizca, lo juro. Solo quiero saber, eso es todo.
Ella miró alrededor para corroborar si alguien estaba escuchando.
-Es cierto. Soy descendiente directa del doctor Yah-Yah, un cono-
cido médico vudú en las tierras del delta. Estaba poseído por el dios
serpiente, DambaUa, que es el protector de los desamparados. Y Pizca
sabe lo que es estar desamparada -dijo, tocando su cicatriz-. Ahora,
¿qué quieres saber, niño?
Truman tragó saliva con dificultad.
-Estoy intentando resolver un caso -susurró—. Solo quiero saber
sobre el pozo.
Ella negó con la cabeza.
-Puedo ver que eres uno de los desamparados. ¿Es para una de tus
historias locas ? Porque el foso de las serpientes no es lugar pa' niños.
Ahora, Truman estaba comenzando a asustarse, pero continuaba
decidido. Sabía que ella tenía una debilidad.
-¿Por favor? Te llevaré al cine la semana que viene si me dices.
Pizca reflexionó al respecto.
-No me gusta, niño, pero sé que si no te llevo al pozo yo misma, de
seguro habrá problemas. Me despedirán si la señorita Jenny descubre
que te envié al foso de las serpientes solo... Así que te llevaré, pero no
estaré feliz de hacerlo.
Sellaron el acuerdo con un apretón de manos.
Le dijo que la esperara después de la cena junto a la botica, cuando
ella hubiera terminado de limpiar.
-¡Y no le digas una palabra a nadie! -dijo entre dientes-. Siempre
estás metiendo a Pizca en problemas. Desearía que no me encantaran
tanto las películas...
23
E L A R M A DE G O M A
Q U E P R U E B A EL D E L I T O

L SOL SE OCULTABA DETRÁS DEL J U Z G A D O , Y


proyectaba sobre la plaza del pueblo una sombra que no
auguraba nada bueno. Todas las tiendas de la zona esta-
ban cerradas por la noche. El almacén del doctor Fripp
y la tienda de sombreros de la señorita Jenny permanecían oscuros e
inertes. La mayoría de las personas estaban en casa, sentadas en sus por-
ches, leyendo el periódico u organizando reuniones para Halloween.
Pero Truman, no. Les había dicho a sus primos que iría al campo a
atrapar luciérnagas.
El frío otoñal estaba asentándose; sería una noche fresca. Truman
apretó su chaqueta y se calzó bien la gorra mientras se escondía detrás de
uno de los viejos robles que estaban cerca de la botica. Cuando apareció
Nelle con dos envases de vidrio, Truman la miró confundido.
-Para atrapar luciérnagas -aclaró, como si fuera obvio.
-¿Acaso no sabes que estamos en una misión?
Nelle dio una patada en el suelo.
-No le mentiré a A. C. Él preguntó a dónde ibayle dije que iríamos a
atrapar luciérnagas como habías dicho, así que haré lo que quieras, pero
después, ¡iremos al campo y cazaremos un par de insectos luminosos!
-Está bien -dijo Truman-. Pero primero, cazaremos serpientes.
Nelle divisó a Ralph, el pelirrojo, barriendo en la puerta de entrada
de la tienda y se ocultó detrás del árbol.
-¿Cuándo vendrá Pizca? -preguntó ella-. Si Ralph nos ve, estamos
acabados.
-Vendrá. Todavía estaba limpiando cuando me fui.
-¿Y por qué no vinieron juntos ? -preguntó ella.
Truman frunció el ceño.
-Cualquier buen detective sabe que no debe ser visto con sus confi-
dentes. Es sospechoso. ¿No te enseñaron nada en la escuela de detectives ?
-¿No nos están viendo a nosotros]untos'i
-Deja de hacer tantas preguntas -respondió, enojado.
Nelle gruñó y observó la copa del árbol. Luego de unos minutos,
Truman vio que Ralph regresaba dentro de la tienda.
-Fiu, se ha ido.
Nelle observó el árbol durante algunos segundos más, y luego miró
la tienda. Inmediatamente después, volvió a clavar la vista en el árbol.
-Deja de moverte, Nelle. Nos descubrirán.
-¿No dices siempre que aveces la respuesta está frente a tus narices ?
-preguntó ella.
-Supongo que sí. ¿Por qué?
-¿Recuerdas las piedras que recogiste en la escuela y aquí, junto a
la botica? Creo que ya sé cómo unas piedras tan pequeñas pudieron
romper esas ventanas tan grandes.
Nelle señaló hacia arriba, a las ramas del árbol que estaban sobre
sus cabezas.
Truman entrecerró los ojos y divisó un pequeño mango de madera
que tenía agregada una goma elástica.
-¿Una honda con forma de revólver ?
Ella asintió.
-Deben haber estado escondiéndose ahí arriba cuando lo hicieron.
Cinco minutos después, Nelle se sujetaba de una rama que estaba tres
metros por encima de la cabeza de Truman.
-Ya casi estás ahí -susurró él.
-¿Cómo puede ser que no estés tú aquí arriba? —Nelle le temía a
las alturas.
-Siempre dices que eres mejor que yo para escalar; ahora, avanza
despacio unos metros más...
-Hay hormigas aquí arriba. Odio las hormigas. ¡Ah! Ahora la veo
-se arrastró sobre su estómago hasta que estuvo frente a frente con la re-
sortera. Se encontraba a su derecha, colgada de una rama más pequeña.
Truman estaba vigilando que nadie los viera cuando sintió un gol-
pecito en la cabeza.
-¡Ey! -cuando miró hacia arriba, algo volvió a golpearlo en la fren-
te-. ¿Qué rayos...?
-¡Nueces de pecán! Alguien estaba comiéndolas aquí arriba. Creo
que ya tenemos a nuestro hombre. Y desde aquí, hay un disparo limpio
hacia las ventanas rotas.
Estiró el brazo lo máximo posible, pero aún no lograba alcanzar la
honda.
-No puedo sujetarla.
-Bueno, intenta sacudir la rama o algo así -susurró Truman.
Ella lo intentó, pero era difícil hacerlo recostada sobre su estómago.
-Hazlo con más fuerza. Se supone que eres los músculos, ¿recuerdas ?
-Es fácil para ti decirlo... -Nelle se arrodilló y recobró el equilibrio.
-Cuidado -dijo Truman.
-No creo que funcione -comenzó a saltar sobre la rama, cada vez
más fuerte-. ¡Se está moviendo!
De pronto, la rama se quebró y Nelle, junto con una parte del árbol,
cayó de las alturas... justo sobre Truman.
Ambos niños yacían sobre un montón de ramas y hojas en el suelo.
-¡La tengo! -gritó Nelle; su puño se asomaba entre las hojas con la
honda en mano.
GREG NERI

-Ooohhh... -se quejó Truman.


Nelle salió arrastrándose por entre el follaje que, junto con Truman,
había amortiguado su calda.
Siguió los gruñidos y encontró su rostro observándola desde el suelo.
-¿Estás bien? -preguntó ella.
-La próxima vez, asegúrate de que yo no esté parado debajo de ti
-gimió y se puso de pie con dificultad. Nelle lo ayudó.
Cuando por fin logró incorporarse, ella le mostró con orgullo su
premio.
-¡Mira lo que tengo!
-Veamos -dijo Truman, sacudiéndose la tierra de encima.
Ella lo sostuvo en alto, intentando que un poco de la luz distante de
la botica iluminara el objeto. Ambos observaron la honda.
-¡Vaya! ¡Mira!
¡Alguien había tallado una serpiente en el mango! La víbora tenía
la forma de una S.
-Mmm... igual que la de la pizarra. Es evidente que al dueño de
esto, sea quien sea, le gustan las serpientes -dijo Truman.
-¿A quién le gustan las serpientes? -ladró una voz detrás de ellos.
Ambos dieron un salto y se abrazaron del susto.
24
D E N T R O DEL F O S O
DE L A S SERPIENTES

IZCA RIO MUCHO.


-Ustedes dos están muy asustados esta noche -dijo
entre risas.
Truman intentó fingir que no tenía miedo, pero
Pizca podía ver que estaba un poco alterado.
-No se preocupe, señor Tru, nada le hará daño ahora que estoy aquí.
-Solo nos asustaste -Truman se detuvo-. Es decir, nos sorprendiste.
Pizca miró las ramas rotas.
-¿Qué rayos han estado haciendo ustedes dos ? Sospecho que nada
bueno.
-Hemos estado investigando -dijo Nelle-. Míralo que encontré...
Truman se puso frente a ella antes de que pudiera mostrarle la honda.
-¿Y qué estamos haciendo aquí, Pizca? No hay serpientes en medio
del pueblo -dijo él.
-Hay muchas serpientes aquí, si miras con bastante atención -res-
pondió ella, metiendo la mano en su bolso y tomando unas hierbas.
Las colocó en los bolsillos de Truman.
-¿Para qué es eso? -preguntó él, intentando alejarse.
-Raíces rojas y menta. Mantienen alejados a los males. Algo me
dice que podrían necesitarlas esta noche.
Puedes darme un poco ? -Nelle parecía preocupada.
-Por supuesto, señorita Nelle. Enseguida.
Una vez que había terminado de llenar sus bolsillos, Pizca anunció:
-Ahora, vamos, síganme y hagan lo que yo diga.
Pasaron con rapidez frente a la botica. Ralph, el pelirrojo, estaba
limpiando la ventana desde adentro y se detuvo al verlos pasar. Pizca
lo ignoró y llevó con velocidad a los niños por el callejón que estaba
detrás de la tienda.
Cuando doblaron en la esquina, se encontraron con un área cercada
que solía ser un establo. Miraron por el agujero de la cerca y vieron
un grupo de hombres. Parecían convictos que habían escapado de las
cadenas de presos que habían visto por las calles que llevaban hacia
Montgomery. Rudos y sospechosos, todos fumaban mientras estaban
de pie alrededor de una caja muy grande.
- Quédense cerca -ordenó Pizca mientras los guiaba hacia la puerta
del establo. Truman palideció al ver quién estaba custodiando la entra-
da: el bravucón de Boss Henderson junto su padre, el famoso Bagre.
Bajó su gorra aún más, esperando que nadie notara la presencia de
ellos tres, pero eso era poco probable, considerando que él y Nelle eran los
únicos niños presentes y que Pizca era la única persona negra en el lugar.
Boss le sonrió; Truman no sabía si lo hacía como una muestra de
respeto por haber ido, o porque tenía algo contra ellos. De todos mo-
dos, no hizo que se sintieran bienvenidos.
-Lindo sombrero, enano -se burló Boss, sonándose los nudillos.
-Estamos aquí para ver la pelea -dijo Pizca. Truman y Nelle inter-
cambiaron miradas. ¿Pelea?
El Bagre avanzó hacia ellos mientras intentaban ingresar.
-Tienes prohibida la entrada aquí, mujer. No se permiten negros,
conoces las reglas.
-¿Y qué hay de Joe, el indio ? Su piel es tan oscura como la mía y lo
dejan pasar.
-Él tiene las serpientes. ¿Tú tienes serpientes? -replicó el Bagre. Su
bigote puntiagudo, sus ojos redondos y su piel bronceada realmente le
recordaban a Truman a ese pez-. ¿Qué dirían si nos vieran juguetean-
do con alguien como tú? -dijo, burlón.
Pizca frunció el ceño y se dirigió a los niños.
-¿Todavía quieren entrar? Tendrán que hacerlo sin mí.
Truman asintió y avanzó hacia la puerta. Boss sujetó el cuello de la
camisa de Truman con su mano gigante.
-¿No pasó ya tu hora de ir a la cama, enano ?
La voz de Truman era tensa.
-Me voy a dormir cuando yo quiero. Además, estamos aquí para
ver el pozo. ¿Cuánto cuesta? -introdujo la mano en el bolsülo y extrajo
una moneda de veinticinco centavos; de inmediato, Boss lo soltó y se la
arrebató de la mano.
-Esa cantidad. Cada uno.
Truman hundió de nuevo su mano en el bolsillo y extrajo otra mo-
neda. Bagre la tomó.
-Eso es suficiente, niño. Solo no te acerques demasiado, ¿entendiste ?
Pizca frunció el ceño y miró a Truman y a Nelle.
-Adelante, niños -dijo-. Estaré esperándolos aquí. Pero apresú-
rense a regresar en cuanto hayan terminab con sus tonterías.
En ese mismo momento, hubo una conmoción repentina.
-Joe, el indio, está aquí -exclamó alguien. A Nelle y Truman los
apartaron a empujones mientras el Bagre, Boss y un par de sus buenos
muchachos se acercaban a saludar al hombre.
Joe venía montado sobre un caballo negro que no se encontraba
en las mejores condiciones. Era alto y de cabello oscuro, y por su piel
curtida parecía que no había pasado ni un día alejado del sol. Truman
nunca antes había visto a un indio de verdad, y Joe parecía ser uno au-
téntico. Sujetas a su caballo, había dos bolsas de tela grandes, y ambas
se retorcían.
El indio inspeccionó en silencio a la multitud, alzó una mano, y
dijo: "Ao". Luego, comenzó a reír a carcajadas.
-¿Cómo están, idiotas?
Todos vitorearon mientras Joe, el indio, tomaba las bolsas y des-
montaba. El Bagre le dio una palmada en la espalda.
-Ya era hora de que llegaras, Joe. Todos están ansiosos por comenzar.
Joe hizo una pausa cuando vio a Nelle y a Truman. Sostuvo una
bolsa frente a ella.
-¿Les gustan las serpientes, niños ? -Nelle se cubrió los ojos, y Joe y
el Bagre comenzaron a reír a carcajadas otra vez.
La muchedumbre se amontonó mientras los dos hombres se acer-
caban a la caja grande.
-Manten los ojos abiertos -le susurró Truman a su amiga-. Tal vez
esto sea de verdad algún tipo de sociedad secreta de serpientes.
Joe le entregó una bolsa al Bagre y sostuvo la otra en alto para que
todos pudieran verla. Luego, de manera teatral, vació el contenido
dentro de la caja. Truman y Nelle se escurrieron entre la multitud para
poder ver mejor.
-Una boca de algodón -susurró Nelle mientras el animal retroce-
día hasta un rincón. Era grande, tal vez de un metro y medio. Igual que
la que la había morditio.
-En esta esquina -el Bagre sostenía en alto el otro saco, el cual por
poco sale disparado de su mano-, tenemos a la serpiente real más mal-
vada que se haya arrastrado sobre la Tierra. Ahora,;quién apostará?
Las manos se alzaron con rapidez y hubo intercambios de monedas y
billetes; algunos gritaban a favor de la rey; otros, de la mocasín. Después
de que los bolsillos del Bagre estuvieron lo suficientemente llenos, soltó
su saco dentro de la caja y dio un paso atrás. Todos hicieron silencio y se
inclinaron hacia adelante.
Debían haber pasado cinco minutos durante los cuales ambas ser-
pientes estuvieron enrolladas, observándose desde esquinas opuestas.
Finalmente, la mocasín se movió y la rey se irguió, balanceándose de
atrás hacia adelante, como la cola de un gato enfadado. Se observaron
por un tiempo eterno, sacando la lengua y siseando.
Joe, el indio, gritó repentinamente "¡Shuu!" y todos se sobresaltaron,
incluso Truman, quien por poco cae dentro de la caja. De pronto, las
serpientes se embistieron entre sí, y se enredaron hasta formar una bola
movediza tan apretada que no se podía distinguir a una de la otra.
Luego de un minuto de pelea, se oyó un ruido fuerte. Nelle dio
un grito ahogado. La mocasín se estremeció, se movió durante pocos
segundos y luego por fin quedó quieta. La mitad de la multitud rugió
mientras la serpiente real se desenrollaba de la otra. Le había quebrado
la columna a la boca de algodón.
Truman sintió náuseas.
-Salgamos de aquí -dijo, mientras el Bagre le daba dinero a los ga-
nadores. Nelle vio que le entregaba un fajo de billetes a Joe, el indio, y
que decía:
-Te veré luego de la reunión de esta noche en el campo detrás de la
escuela. Querré beber algo después de unos buenos fuegos artificiales.
Pizca estaba de pie, negando con la cabeza cuando los niños salie-
ron. Nelle estaba pálida como un fantasma.
-¿Contentos? ¿Encontraron lo que querían?
-Fue horrible, Pizca. ¿Por qué nos dejaste ver eso? -preguntó ella.
- A veces, tomar una medicina horrible evita que te enfermes -res-
pondió Pizca.
-¿Qué significa eso? -indagó Truman.
-Significa que no deberían andar buscando problemas cuando no
tienen ninguno. Ahora, regresemos a casa.
Truman asintió y tomó la mano de Pizca, pero Nelle no se movió.
-¿Y qué hay de las luciérnagas ? -preguntó con inocencia.
-No importa -dijo Truman suspirando-. Además, hace mucho
frío, ¿verdad?
-No hace frío. Tenemos que ir al campo, Tru -había algo diferente
en su tono. Nelle se cruzó de brazos.
-Vamos, niños, muévanse -dijo Pizca.
Nelle tomó la mano de Truman y jaló de él, apartándolo.
-Ese hombre dijo que esta noche habría algún tipo de reunión en
el campo detrás de la escuela -susurró ella-. Creo que es parte de su
grupo secreto.
Truman asintió; reconocía una buena pista cuando la escuchaba.
Pero necesitarían una excusa si iban a ir al campo. Por suerte, inventar
excusas era algo que Truman hacía con facilidad.
Se dirigió a Pizca.
-Es verdad que le prometí a Nelle que iríamos a atrapar luciérnagas
-dijo-. Puedes regresar a casa si quieres; nosotros iremos en un ratito.
Ella entrecerró los ojos.
-Reconozco la leche agria cuando la huelo. No, la señorita Jenny
sabe que están conmigo, así que si quieren ir a cazar luciérnagas, iré
con ustedes.
25
ÉRNAGAS Y SOMBREROS
PUNTIAGUDOS

v a n z a r o n c o n l e n t i t u d por el campo oue


se encontraba detrás de la escuela. Estaba totalmente
oscuro y no había ni una sola persona allí. Los pinos
altos crujían con el viento que soplaba a través de las
copas de los árboles en el bosque a su alrededor. Pizca se quedó atrás,
asustada, porque creía que los espíritus estaban deambulando.
-¿Oíste eso? -preguntó Truman.
-¿Qué? No oigo nada -dijo Nelle.
-Exacto -susurró él-. ¿Dónde está tu reunión secreta?
Permanecieron de pie en el límite del campo, y dejaron que sus ojos
se adaptaran a la oscuridad.
- ¿ Estás segura ? -le preguntó Truman-. ¿ Dij eron que vendrían aquü
-Bueno... -ella vacüó-. Tal vez tuvieron que ir a casa a prepararse.
Es decir, yo sé lo que oí, pero quizá... Supongo que pude haber escu-
chado mal.
Una ráfaga de viento apareció, soplando a través de los pastizales, y
produjo los susurros que Sook llamaba "el arpa natural". Pero esta vez,
a Truman no le resultaba un sonido tranquilizador.
-No hay duda de que los espíritus están aquí esta noche -le dijo
Pizca a los niños-. No percibo si son buenos o malos.
Comenzó un destello; luego, hubo dos o tres pequeñas chispas de
luz que se encendían y se apagaban.
-Mejor atrapemos algunas mientras estamos aquí -dijo Nelle-, Así
no estaremos mintiendo.
Nelle le entregó un frasco a Truman y caminó despacio por el cés-
ped, que le llegaba hasta la cintura. Cuanto más se adentraba, más bri-
llaba el césped, y pronto estuvo caminando entre una galaxia tenue de
estrellas fugaces.
-¡Vamos, Truman! -gritó ella-. Necesitas olvidarte del caso y venir
a divertirte.
Tenía razón. De todos modos, Truman no sabía hacia dónde estaba
yendo el caso. Tal vez, perseguir luciérnagas le ayudaría a ver todo el
panorama, de la misma manera en la que Sherlock tocaba el violín para
relajar la mente.
-¿Vienes, Pizca?
-Nah, vayan ustedes. Me sentaré un poco aquí, junto a este árbol
-Pizca avanzó en la oscuridad a tientas hasta llegar al tronco, y se des-
plomó en el suelo. No estaba acostumbrada a caminar tanto.
-Está bien, Pizca. Comienza a contar -dijo Truman-, El que atrape
más, ¡gana!
Pasaron los próximos quince minutos corriendo por allí, cazando la
mayor cantidad posible de insectos. Era como intentar atrapar nubes:
en cuanto estaban por hacerlo, se desvanecían en la oscuridad. Pero
cuando uno de ellos logró tomar uno y colocarlo dentro del frasco, fue
un momento victorioso.
Luego de algunos momentos como ese, Truman olvidó el caso y de
verdad se estaba divirtiendo.
Para cuando Pizca gritó "¡Se acabó el tiempo!", los envases de am-
bos estaban brillando como faroles.
-Parece que empatamos -dijo Truman.
-Nah-ah. ¡Yo atrapé al menos dos más que tú! -replicó Nelle.
-Preguntémosle a Pizca para que decida - ambos corrieron hacia el
lugar en donde ella estaba descansando.
-Señorita Pizca, ¡dígale a este enano quién ganó! -dijo Nelle. Am-
bos sostuvieron los frascos frente a su rostro, y ella los observó con
detenimiento.
-No los cuentes. Solo adivina -dijo Truman-. El mío es más brillante.
-Nah-ah, el mío es...
-Silencio, niños. Pizca no adivina, sabe.
Se mantuvieron de pie mientras los contaba, y la luz de los frascos
hacía que el árbol detrás de ella se viera diferente. Por alguna extraña
razón, el árbol no tenía corteza.
Los ojos de Truman subieron por el tronco, y notó que habían cor-
tado todas las ramas a excepción de dos grandes, que se extendían en la
oscuridad como brazos. Para Truman, parecía algún tipo de cruz. Sin
embargo, había algo aún más extraño. Entrecerró los ojos en la penum-
bra de la noche y cuando su vista se adaptó a la oscuridad, vio que las
dos ramas estaban envueltas con sábanas blancas.
Alzó su frasco para poder ver mejor.
-Pizca, ¿por qué ese árbol está envuelto en sábanas ? ¿Y alguien más
huele gasolina?
Pizca miró a sus espaldas y observó la oscuridad. Una expresión
inquietante le invadió con lentitud el rostro. De pronto, sus ojos se
abrieron de par en par.
-Niños, es hora de ir a casa -lanzó los frascos al césped.
-¡Ey! -dijo Truman.
-Pero ¿quién ganó? -preguntó Nelle.
-Eso no importa. Es tarde, demasiado tarde para cosas infantiles -su-
jetó sus manos y comenzó a caminar a paso rápido hacia la luz del pueblo.
26
GLORIA ABRASADORA

rumán escuchaba sus pasos contra el


césped. Sabía que no le convenía contradecir a Pizca.
Si ella decía que te movieras, te movías.
De pronto, Pizca se detuvo en seco. Pero el soni-
do de los pasos sobre el césped continuó. Voces.
-¿Q^é ocurre? -susurró Nelle.
Pizca se inclinó a la altura del rostro de los pequeños.
-Silencio, niños, vengan conmigo -aunque Nelle apenas podía dis-
tinguir el rostro de la mujer, sabía que Pizca estaba asustada. ¿Pero de
qué?, se preguntó.
Los guio hacia la oscuridad del bosque cercano. Los niños habían
jugado allí varias veces después de la escuela, pero ahora solo se veía
oscuro y amenazante, con los árboles erguidos sobre ellos como fan-
tasmas en la noche.
En realidad, no habían logrado entrar en el bosque antes de que las
voces aparecieran cerca de ellos.
-Está por aquí en alguna parte -dijo un hombre, sin aliento.
Pizca jaló de los niños y los escondió entre los pastizales altos; colo-
có las manos sobre sus bocas y las presionó con fuerza.
-Lo encontré -dijo otro hombre-. Que alguien me dé una antorcha.
Estaban rodeados de voces masculinas; unos hombres avanzaron a
través del pastizal a ambos lados de donde estaban ellos. Se inclinaron
aún más y se mantuvieron callados. Un hombre pasó justo a su lado y
le pisó la mano a Truman. Le requirió toda su concentración no gritar.
Alguien encendió un fósforo y luego prendió algún tipo de antorcha.
-Ahora, no quemes este campo, Frank. Solo prende fuego a este
imbécil e ilumínanos por aquí. Luego los otros podrán encontrarnos.
La vista de Truman estaba bloqueada por Pizca, pero podía distin-
guir siluetas con la cabeza puntiaguda. No lograba descifrar qué eran.
Alguien sostuvo la antorcha en alto, y él vio cómo las llamas acaricia-
ban el interior de las sábanas que estaban envueltas alrededor del árbol.
El fuego trepó por las telas con rapidez y encendió todo el árbol.
Solo que no era un árbol, era una cruz. Y los hombres no tenían
cabezas puntiagudas, estaban vestidos con atuendos blancos y con ca-
puchas que tenían agujeros para poder ver.
ElKuKluxKlan.
Nelle no sabía mucho acerca del Ku Klux Klan, excepto que a A. C. no
le agradaba para nada. Decía que eran "Los ciegos guiando a los ciegos".
Los había visto marchar xma vez cuando una familia negra intentó mudar-
se al pueblo. El Klan apareció con sus atuendos por la noche y quemó su
casa hasta convertirla en cenizas, antes de que la familia pudiera mudarse.
Nadie intentó detenerlos.
El campo entero se iluminó por el fuego; Nelle y Truman podían
verlo todo. Había alrededor de treinta de ellos, todos vestidos de blan-
co, excepto uno: llevaba puesta una capucha y un atuendo de un verde
resplandeciente.
-El gran dragón -susurró Pizca para sí misma, con los ojos abiertos
de par en par, llenos de miedo.
Truman estaba observando al hombre cuando él se levantó la capu-
cha durante un segundo para escupir un poco de tabaco: era el Bagre
Henderson.
-El papá de Boss -dijo. Miró a Nelle y de pronto se dio cuenta de
que podía verla. ¡Lo que significaba que podían ser vistos por el Klan!
Pizca comenzó a incorporarse con lentitud, como si estuviera hip-
notizada por las llamas.
-¡Pizca, inclínate o te verán! -susurró Truman. Era como si ella no
pudiera oírlo.
Él jaló de su manga; Nelle hizo lo mismo.
-Por favor, señorita Pizca, ocúltese...
-¿Qué rayos....' -exclamó una voz masculina. Nelle levantó la vista
frente a ellos y notó la silueta de un hombre encapuchado, que sostenía
una escopeta.
-¡Corran por sus vidas! -gritó Truman.
La mujer salió del trance y comprendió lo que estaba ocurrien-
do. Sujetó a los niños del brazo y corrió más rápido que nunca. En gene-
ral, ella avanzaba en cámara lenta, pero en ese momento, con las voces
y los pasos pisándoles los talones, podría haber corrido sobre el agua.
Pizca echó un vistazo sobre su hombro hacia los puntos de luz que
flotaban por el campo. Eran hombres con antorchas, no luciérnagas.
Truman podía ver delante de ellos las luces de algunos edificios. Pensó
que una vez que llegaran al pueblo, estarían a salvo.
Excepto que se encontraron con una cerca de alambre de púas que
bloqueaba su escape. De hecho, Nelle detuvo a Truman antes de que se
estrellara contra ella.
Levantaron la cabeza y vieron a un hombre corriendo en línea recta
hacia ellos. Tropezó en la oscuridad y el campo seco a su alrededor es-
talló en un incendio abrasador.
-¡Vamos, niños, tenemos que salir de aquí! -Pizca sujetó a Nelle y
la lanzó por encima de la cerca, como si fuera una gallina que se había
alejado del gallinero-. ¡Tu turno, Truman!
El viento avivó las llamas y el fuego comenzó a expandirse con rapi-
dez... hacia ellos.
-No, tú tienes un vestido -dijo Truman-, Yo mantendré abierta la
cerca y pasaré a través de ella después de ti.
-¡Rápido, Truman! -dijo Nelle, ansiosa.
Pisó la línea de alambre inferior y levantó la superior, al igual que
hacen los boxeadores con las cuerdas cuando suben al ring.
-¡Vamos, Pizca! ¡Rápido! -ellavio el fuego acercándose, recogió su
vestido y atravesó la cerca con ayuda de Nelle. Ambas colapsaron en el
suelo del otro lado.
Truman sentía el calor en su espalda; los hombres estaban intentan-
do apagar el fuego. Atravesó la cerca lo más rápido que pudo.
-¡Corre! -le dijo a Nelle.
Ella ayudó a Pizca a ponerse de pie y corrió para ponerse a salvo.
Truman se puso de pie con dificultad del otro lado, ¡pero uno de los
alambres de púas se enganchó en su ropa y no lo dejaba ir!
-¡Estoy atascado! ¡Ayúdenme! -podía ver cómo las cenizas y las
brasas resplandecientes de las llamas se depositaban a su alrededor. Te-
nía que moverse rápido o se cocinaría.
De pronto, Pizca estaba de pie junto a él. Sujetó sus pantalones y
jaló, pero el alambre no se rendía.
-¡Quítate los pantalones! -gritó.
-Pero son mis pantalones nuevos -dijo.
-¡Están apunto de convertirse en tus nuevos pantalones en llamas!
¡Ahora, quítatelos!
Truman podía oír el crujido del fuego a sus espaldas; ¡por poco se
quitó los pantalones de un salto! En cuando estuvo libre, él, Nelle y
Pizca corrieron más rápido que los caballos de carrera en la largada,
y dejaron el incendio atrás.
Cuando por fin llegaron a la escuela, Truman miró a sus espaldas.
Nadie los estaba siguiendo. Parecía que los hombres se habían queda-
do luchando para apagar el fuego.
Se desplomaron en el suelo detrás de un cobertizo pequeño para re-
cuperar el aliento. A Truman le llevó un minuto entero recuperar el suyo.
-¿Creen que ellos... vieron quiénes... éramos? -preguntó Tru con
la respiración entrecortada.
Nelle comenzó a reír a carcajadas.
-¿Qué es tan... gracioso, Nelle? ¡Podría haber... muerto allí! —dijo
Truman.
-¡Deberías haber visto la expresión en tu rostro! ¡Estabas tan blan-
co como las sábanas que ellos usaban!
-Muy graciosa... Recuerdo haberte oído gritar como una niñita
-dijo Truman.
-Soy una niñita, tontito. Tú eras el que estaba gritando...
- ¡ M i gorra! -exclamó de pronto Truman. Palpó su cabeza sin som-
brero y miró hacia el campo-. Debe haberse caído cuando estábamos
corriendo. ¡Tenemos que regresar a buscarla!
-¡Ya cállense los dos! -Pizca retiró las raíces rojas y la menta de sus
bolsiüos y las lanzó a un lado-. Debo haber usado la mezcla equivoca-
da. Ahora iremos a casa y nunca le contaremos a nadie lo que sucedió
esta noche, ¿entienden?
Truman intentó discutir.
-Pero, Pizca...
Ella no iba a oírlo. Mientras lo arrastraba de la oreja hacia la casa,
todo lo que pudo decir fue:
-Jesús santo, por favor, nunca me permitas volver a hacerle caso a
este niño. ¡Estoy demasiado vieja para esto!
U N PRESAGIO Y UN RECESO

SA N O C H E , T r u m a n N O p o d í a d o r m i r . M A N T U V O
a Sook despierta durante horas, contándole las aven-
turas que habían vivido aquella tarde. La anécdota se
transformó en un cuento épico en el que había serpien-
tes luchadoras y una pelea contra una multitud de hombres del Klan.
Sook escuchó alegremente todo el relato. Por supuesto, él había salva-
do a Nelle y a Pizca de una condena asegurada. Pero había un detalle
que no podía explicar del todo: por qué no traía pantalones cuando
regresó a casa.
Cuando por fin logró quedarse dormido, tuvo sueños horrorosos y
se retorció en la cama hasta que alguien lo despertó con una sacudida.
Estaba de pie en el patio trasero con su pijama.
-Amiguito, has estado caminando sonámbulo otra vez. ¿A dónde ibas ?
Era Arch.
-¿Papi? - a su cerebro le llevó un momento comprender que no se
encontraba en la cama-. ¿Dónde estoy?
-Estás afuera, hijo. Parecías muy decidido a llegar a algún lugar.
¿Algo relacionado a una resortera con forma de revólver?
-¿Qué estás haciendo aquí, papi?
Arch sonrió.
-Vine a ver a mi hijo favorito, por supuesto. Tuve una gran idea que
estoy seguro que nos hará millonarios. Compré uno de esos barcos a va-
por en los que solíamos trabajar, pero este será como un teatro flotante.
Tendremos a los mejores artistas, como ese Louis Armstrong, y por su-
puesto que tú bailarás tap al ritmo de su música, y haremos que la madre
de Nelle toque el piano; es una buena pianista. Pero lo mejor de todo es
que tu madre ha aceptado ser nuestra primera figura: ¡cantará!
-¿Estaremos de nuevo juntos? -preguntó Truman.
-Como en los viejos tiempos. ¿No será genial? -respondió Arch,
sonriendo.
-¿Q^é te hizo cambiar de opinión? -preguntó Truman. No podía
creerlo.
Arch se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.
- A veces, la respuesta está frente a tus narices.
-¿Qué? -dijo Truman, confundido.
Arch se arrodilló frente a él y le sujetó los hombros.
-No te preocupes, hijo, todo saldrá bien. Ya verás.
De pronto, comenzó a sacudirlo y, lo que era aún más extraño, a
ladrar como xmperro...
-\Despierta\
Los ojos de Truman se abrieron de par en par y vio a Nelle mirán-
dolo directo a la cara con Queenie ladrando y saltando sobre la cama.
-¿Dónde estoy? -preguntó, confundido.
-Estás en la cama, tontito, ¿dónde más?
Se incorporó. Era avanzada la mañana.
-¿Dónde estápapi?
-¿Papi? -dijo Nelle-. No está aquí, eso seguro.
-Pero si estaba... -comprendió que había estado soñando.
-La noche de ayer debe haber hecho que se te aflojara un tornillo
de la cabeza. Mira esto.
Colocó la honda frente a su rostro.
-No es una serpiente, es una ^S" -explicó ella.
-¿Q^é? -dijo él, todavía confundido.
-En el mango. Lo que está tallado. Es una S. ¿Qué crees que signi-
fica? -preguntó Nelle.
Truman se quitó a Queenie de encima y observó con detenimiento
la honda. El grabado rústico había parecido una serpiente antes, cuan-
do lo vio en la oscuridad, pero ahora tenía que darle la razón a Nelle:
parecía más una S.
-¿A quién conocemos que tenga un nombre que empiece con S'í
-preguntó ella-. ¿Sammy Zuckerman? ¿Sally Randell? Eh... ¿Sidney
RaeMollet?
Ninguna de las personas que había nombrado era remotamente
sospechosa.
En ese preciso momento, alguien golpeó la puerta de su habitación.
Grandulón asomó la cabeza.
-¿Sigues en la cama? Cielos, algunos estamos despiertos desde el
amanecer. ¿Cómo está todo?
-¿Dóndehas estado? ¡Teperdiste todol -dijo Nelle.
-¡He estado trabajando en la granja, como las personas reales! -res-
pondió Grandulón.
-Ponlo al día -le pidió Truman a Nelle-. Yo voy a vestirme.
Nelle lo puso al tanto de todo lo que les había sucedido los últimos dos
días: Ralph, el pelirrojo; elsheriíFysuhijo;lahonda; el foso de las serpien-
tes y la persecución a manos del Klan. Grandulón permaneció petrificado,
como si estuviera en el cine. Hasta tomó una bolsita del bolsillo y comenzó
a masticar algo mientras la historia continuaba poniéndose cada vez mejor.
Cuando vio la resortera sobre la cama, se entusiasmó y gritó:
-¡Grajndiosfso!
-¿Qué rayos estás comiendo. Grandulón? -dijo Nelle, molesta-. Es-
toy intentando contarte que hemos estado trabajando en resolver el caso,
y tú estás masticando como una ardilla.
Grandulón rio y por poco se atraganta. Escupió el contenido de MI
boca en la mano.
-Nueces -dijo al fin, señalando la honda-, Ah, ¿eso es una pista?
-Asqueroso -replicó Nelle-. Sí, es una pista, tal vez es La pista. ¿Tu
mamá no te enseñó modales ?
Grandulón sonrió.
-Me enseñó. Pero, en cierto modo, robé estas, ¡así que debo comér-
melas rápido! -añadió él, lleno de preocupación.
Truman regresó desde el baño, fresco y como siempre.
-¿Ya lo pusiste al tanto ?
Nelle miró a Grandulón con el ceño fruncido.
-¿Nosotros estamos intentando resolver im crimen y tú estás ro-
bandot
Grandulón se encogió de hombros.
-¿Es un crimen si las encuentras en el suelo?
-No... Entonces, ¿por qué dijiste que las habías robado ? -preguntó ella.
Grandulón miró a su alrededor y se acercó a su amiga.
-Entré al jardín del viejo Boular y aUí las encontré.
A Nelle se le cayó la mandíbula.
-¿Estás loco? ¡Ese hombre te despellejaría vivo si alguna vez te atra-
para tomando sus nueces!
-¡Pero estaban en el suelo cuando las encontré! ¿Aél qué le importa?
Continuaron discutiendo hasta que Truman los detuvo.
-Déjame ver algo -abrió las palmas de Grandulón y observó las
nueces a medio masticar-. Son nueces de pecán -aclaró.
-Sí, ¿y? -respondió su primo.
Truman clavó la vista en las manos de Grandulón.
-Hola...
-¿Qué ocurre,? -preguntó Nelle.
Truman estaba perdido en sus pensamientos, algo que el verdadero
Sherlock hacía cada vez que estaba a punto de resolver un caso.
-Ahora tiene sentido -tomó la honda del escritorio y observó la
tallada-, ¡ Ahora todo encaja! -continuó Traman-. El cuco... las nue-
ces de pecan... y la resortera; estuvo todo el tiempo ahí, ¡justo frente a
nosotros! Tenemos a nuestra S.
-Truman, ¿qué rayos estás diciendo? ¿Qué tienen que ver las nue-
ces de pecan con...? -Nelle se detuvo en la mitad de la oración con la
mirada de alguien que acababa de encontrar una moneda de oro en
la calle-. Aaahhh -miró a Truman y asintió.
Grandulón alzó las manos en el aire.
-Bueno, por rodos los cielos, ¿puede alguien decirme qué ocurre
antes de que me vuelva loco ?
Truman colocó ambas manos sobre los hombros de su primo.
-Felicitaciones, Inspector. ¡Parece que acaba de resolver el caso!
IB 28
OPERACIÓN VIGILANCIA

RUMAN SABÍA QUE SoNNY ESTABA DENTRO


de la casa de los Boular. Todo lo que tenía que hacer
era hablar con él y hacerlo confesar.
Nelle, Truman y Grandulón vigilaron la casa mis-
teriosa después de la escuela, pero no se atrevieron a acercarse. Por al-
guna razón, el padre de Sonny, el señor Boular, no fue a trabajar como
era lo habitual; se sentó con tristeza en el porche delantero a observar
los árboles.
El cielo estaba oscuro y lúgubre; se avecinaba una tormenta. El vien-
to hizo volar las hojas, y obligó al trío a esconderse detrás de la cerca
del capitán Wash. Dado que era ciego y sordo, podían pasar todo el día
frente a su jardín y él nunca lo sabría.
Para Nelle, al ser Halloween, la casa de ios Boular se parecía aún
más a un viejo cementerio. Rodeada de árboles tenebrosos y de una
cerca desvencijada y oxidada, la casa estaba hecha de madera oscura y
se rumoreaba que estaba embrujada. Había algo enfermizo en ella; la
construcción se hundía en el medio, como si estuviera a punto de co-
lapsar. El jardín era como una maraña descuidada de parras y pecanos
salvajes. Si tu pelota caía en el jardín del viejo Boular y él estaba en casa,
podías considerarla perdida para siempre.
-Creo que sabe que me llevé sus nueces -dijo Grandulón-. ¡Está
esperándonos!
-¿Por qué estaría esperándonos? -preguntó Truman-, Eso no tie-
ne sentido. Tarde o temprano, él y su esposa se irán, y luego entraremos
allí, hablaremos con Sonny y llegaremos al fondo del asunto. Aunque
no tenga mi gorra de cazador.
Ese era el plan de Truman. Cómo iba a llevarlo a cabo con exactitud,
nadie lo sabía.
-¿Y qué hay de su hija, Sally? -preguntó Nelle. Truman simple-
mente la ignoró.
Las horas pasaron. La señora Boular salió un par de veces a hablar
con su esposo. Pero él permaneció sentado en su lugar, triste. Los tres
detectives pasaron el tiempo jugando al ta-te-ti con un lápiz en la cerca
del capitán Wash. Tomaron turnos para vigilar. Grandulón, durante
su turno, se levantó cuando oyó un caballo y un carro acercándose por
la esquina. Pero luego vio que no se trataba de eso: era Edison, vestido
de vaquero, que golpeteaba dos cuencos de madera uno contra otro
para imitar el sonido de los cascos. También relinchaba como un caba-
llo. A Grandulón le pareció entretenido, hasta que comenzó a dirigirse
hacia ellos. Entonces, se ocultó otra vez.
-¿De quién te escondes? -preguntó NeUe.
El sonido de los cascos se acercaba.
-De un caballo.
-¿Te escondes de un caballo ? -preguntó Truman. Asomó la cabeza y
divisó a Edison caminando hacia eüos. Edison se detuvo en cuanto lo vio.
-¡Hola, Truumanl ¿Qué estás haciendo? -dijo alzando demasiado
la voz.
Él se ocultó detrás de la cerca.
-Nada, Edison. Solo... jugando.
Lo próximo que vio fue a Edison mirándolos por encima de la cerca.
-Me gustan los juegos.
-¡Escóndete antes de que el señor Boalar te vea! -Nelle entró en
pánico y le dio la orden al niño entre dientes.
-¿Dónde? -preguntó Edison, dándose la vuelta.
Ella lo sujetó del cuello y lo arrastró detrás de la cerca con un solo
movimiento. Era fuerte para tratarse de una niña.
Edison se tropezó con ella y cayó sobre el césped.
-¡Guau! ¿Es un juego de Hallowccn?
-Es... como dulce o truco -dijo Tru man, chequeando que el señor
Boular no los hubiera visto. Por suerte, parecía estar dormido en el
asiento.
-Mira, Edison, esto es así. Estamos ocultándonos del señor Boular.
No puede saber que estamos aquí. Y tú tampoco, ¿de acuerdo?
-¿Y si nos atrapa? -preguntó, entusiasmado.
-No tendremos dulces -respondió Truman-. Y no queremos eso.
Así que si quieres jugar, tendrás que irte y esconderte. En otro lugar.
Edison asintió.
-Me gustó tu imitación de un caballo -dijo Grandulón-. Sí que
me engañaste.
Edison sonrió.
-¿Y si me voy y me escondo en el cobertizo detrás de la casa del
capitán Wash? Así podría seguir siendo un caballo.
-Suena bien, Edison. Solo no te quedes allí durante demasiado
tiempo. Después de un rato, puedes volver a ser un caballo y un sulky y
venir a buscar tus dulces.
Edison hizo una mueca.
-Era una carreta, Truman -negó con la cabeza-. Citadinos...
Y dicho eso, desapareció a hurtadillas detrás de la cerca.
-Fiu, eso estuvo cerca -exclamó Nelle.
Después de un par de horas, el cielo se convirtió en anochecer, y
el silbato del aserradero sonó. Mientras los trabajadores regresaban a
casa y los niños comenzaban a aparecer disfrazados para Halloween, la
señora Boular salió y se unió a su esposo, y juntos bajaron los escalones
de la entrada del porche.
-¡Se marchan! Supongo que no quieren quedarse a repartir dul-
ces -dijo Grandulón-, Hablando de dulces, ¿cuándo iremos nosotros a
recolectar algunos ?
Truman y Nelle estiraron el cuello por encima de la cerca y vieron a
la pareja retirarse a través de la entrada principal y cerrar la puerta con
llave. En cuanto desaparecieron por la esquina, Truman se puso de pie.
-Esto es mejor que los dulces. Grandulón -dijo-. ¿Cuándo fue la
última vez que sentiste tanto miedo en Halloween?
-¿Y qué vamos a hacer exactamente? -preguntó Nelle frustrada-,
¿ Subir, golpear a la puerta y decir "Hola, Sonny" ?
-Improvisaremos sobre la marcha. Solo recuerden, si él intenta
atraparlos, corran -dijo Truman-, Yo no le tengo miedo ni nada pare-
cido, pero ustedes no lo han visto de cerca como yo.
Cruzaron la calle, saltaron la cerca externa de la casa Boular, y avan-
zaron con sigilo, como si fueran espías.
Ninguno de los niños disfrazados se atrevía a acercarse al lugar. Po-
dían reconocer una verdadera casa embrujada cuando la veían,
NeUe sintió algunas gotas de lluvia sobre el brazo,
-Genial, ahora también nos mojaremos.
Mientras la lluvia comenzaba a caer, ella observó con atención el terre-
no, buscando alguna señal de vida.
Todos oyeron cómo se abría la puerta principal con un crujido, y se
escondieron con rapidez detrás de la cerca.
Nelle espió a través de los listones.
-Hay alguien en el porche delantero -susurró ella-. Miren, en las
sombras.
-¿Tal vez es la hermana? -preguntó Grandulón, Tomó de uno de
su bolsillo las nueces de pecán que le habían sobrado y las soltó del otro
lado de la cerca.
-No, es... Sonny -dijo Truman, echando un vistazo rápido-. Miren.
Se limpiaron la lluvia de los ojos, espiaron a través de la cerca, y de
inmediato vieron a Sonny, el niño espeluznante al que le gustaba graznar
como un cuervo.
Sonny Boular era alto y delgado, y parecía un fantasma.
Una vez. Grandulón lo había visto afilando cuchillos en el porche, y
cuando le contó a otros niños, se extendió con rapidez el rumor de que si
alguna vez te encontrabas con él de noche, podría matarte con el cuchillo
de un carnicero.
-Tal vez debamos ir a casa... -sugirió Nelle.
-Miren quién tiene miedo ahora -dijo Truman, temblando-. Creí
que no te había asustado el Klan. Sonny es solo un adolescente...
Nelle golpeó el brazo de Truman.
-Ay. ¿Y eso por qué fue ? -preguntó él.
-¡Por hablar demasiado! -replicó eña-. No tengo miedo. Iré allí a
interrogar al sospechoso ahora mismo, si te parece bien.
Grandulón se incorporó.
-¿De verdad creen que Sonny lo hizo? -dijo, un poco demasiado
fuerte.
-No lo creo, Inspector, lo sé -respondió Truman.
-¿Solo porque tienen pecanos ? -dijo su primo, aún más fuerte.
-¡Shhh! -susurró Nelle-, Los pecanos y el hecho de que todos sa-
ben que él merodea por las noches, espiando en las habitaciones de
desconocidos. Además, se comporta raro todo el tiempo. ¡Y su nombre
empieza con í"!
-¡Por supuesto que su nombre empieza con S! ¿Por qué no lo ha-
ría? -dijo Grandulón-. Pero él es raro, eso es cierto, A veces, cuando
escucho esas historias sobre él, ¡me dan escalofríos!
-¿Quién te da escalofríos?
Un relámpago iluminó el cielo y todos alzaron la vista para ver al
mismísimo Sonny Boular observándolos de pie. Con la lluvia y el vien-
to jugando con las sombras debajo de sus ojos demacrados, parecía un
monstruo.
-¡Tiene un cuchillo! -gritó Grandulón.
Traman y Nelle se pusieron de pie y corrieron tan rápido, que hubiesen
ganado el primer lugar en la carrera de cien metros en el festival del cerdo.
Escucharon un grito desgarrador en la oscuridad, que los hizo fre-
nar y detenerse.
-¿Dónde está Grandulón? -dijo Nelle, entrando en pánico.
Un débil "¡Me atrapó!" flotó en el aire.
Traman y Nelle se escondieron detrás de un roble.
-¡Por todos los cielos! Atrapó a Grandulón. ¿Qué haremos? -pre-
guntó Truman.
-Debemos ayudarlo -dijo Nelle, armándose de valor.
Él no cabía en sí del miedo.
-Pe-pero, ¿y si también nos atrapa?
Nelle lo empujó contra el árbol.
-¡Creí que eras un balldog! ¡Muéstrame tu cara de balldog!
Pero Truman no lograba transformarse en un bulldog. Temblaba
como un chihuahua.
Nelle negó con la cabeza.
-No importa. Yo iré -eso fue todo lo que dijo mientras salía corriendo
hacia la oscuridad para salvar a Grandulón.
-¡Nelle! -gritó Truman.
La niña había desaparecido.
Lo próximo que Truman oyó fue una pelea y gritos. Cerró los ojos y se
cubrió las orejas. Odiaba las peleas y se odiaba a sí mismo por no haber he-
cho nada para ayudar a sus amigos. Cuando no pudo soportarlo más, co-
menzó a correr; se alejó de sus amigos y se adentró en la noche tormentosa.-
29
ATRAPADOS

RUMAN APARECIÓ EN LA PUERTA DE A . C.


Lee hecho un desastre; llorando, mojado y sin alien-
to. Estaba seguro de que sus dos mejores amigos es-
taban muertos. La idea de estar completamente solo,
sin padres jK sin amigos era demasiado para él.
-Truman, ¿qué rayos sucede? -exclamó A. C. cuando abrió la puer-
ta-. No es algún tipo de dulce o truco, ¿verdad?
Cuando vio que Truman estaba realmente asustado, lo hizo pasar y
lo sentó frente al fuego.
-Tu rodilla está sangrando.
-M-m-me c-c-caí... -Truman no lograba pronunciar las palabras-.
E-Éll-los t-t-tiene...
¿Cómo le explicaría que su amada hija estaba muerta?
A. C. se arrodilló frente a él y dijo con calma:
-Ahora, Tru, respira hondo. Luego suelta el aire.
Truman asintió y se limpió los mocos de la nariz. Respiró hondo y
retuvo el aire. Cuando exhaló, apenas habló más fuerte que un susurro.
-Señor Lee, su hija está...
En ese mismo instante, Nelle y Grandulón aparecieron corriendo
por la puerta.
-¡Ahí está! -gritó ella.
Truman se puso de pie de un salto y los abrazó a los dos.
-¡Están vivos! -exclamó, mientras las lágrimas volvían a inundar
sus ojos.
-Por supuesto que sí, tonto -dijo Nelle.
Truman miró a Grandulón.
-Lo siento, Jennings; lamento haberte fallado -sollozó.
-Diablos, Truman, solo me asusté. Cuando me sujetó...
El señor Lee golpeteó su pipa contra un cuenco.
-¿Tal vez alguno de ustedes pueda explicarme qué rayos está suce-
diendo aquí ?
Truman miró a Nelle; ella suspiró y dio un paso al frente.
-Es así, A. C. -dijo, y procedió a contarle toda la historia y todos
sus planes absurdos.
Truman tomó asiento y la observó relatar la historia aún mejor de
lo que lo hubiera hecho Sir Arthur Conan Doyle. Por suerte, omitió la
parte en la que ella dejó a Truman para ir a salvar a Grandulón. ,
-¿Qjié sucedió, NeUe? Estaba seguro de que ustedes habían...
-Truman tragó saliva.
Nelle miró a Grandulón, que se ruborizó de la vergüenza y dijo:
-La verdad, Truman, es que creo que estaba tan asustado que, bue-
no, por poco, tal vez me...
-Se desmayó -dijo Nelle con amabilidad-. Cuando llegué, Sonny
lo estaba sosteniendo para que no cayera y se golpeara la cabeza. No
sabía qué decir, así que caminé hacia ellos, y parecía que Grandulón ya
podía mantenerse en pie y pude ayudarlo. Sonny lo soltó.
Truman permaneció sentado con la boca abierta.
-Pero... ¿Qué dijo? ¿Le preguntaste algo?
Nelle observó el fuego.
-No sabía qué decirle, pero él solo se quedó de pie, mirándome, así
que creo que simplemente le pregunté: "¿Fuiste tú? ¿Tú rompiste las
ventanas e hiciste todo lo demás ?" y él solo me miró, asintió y volvió a
desaparecer entre las sombras.
A. C. reflexionó mucho sobre el caso. Había sospechado de Sonny
y de Elliot y se había preguntado si había suficientes pruebas para pre-
sentar ante el juez. Alguien debía pagar por los daños de las ventanas
rotas; eso era lo correcto. Pero para dar ese paso y hacerlos arrestar, uno
debía estar dispuesto a aceptar las consecuencias.
Creen que sería lo correcto si él y Elliot fueran castigados ? -pre-
guntó A. C.
Nelle asintió,
-Bueno, nadie les dijo que rompieran las ventanas. ¿No merecen
un castigo?
Su padre caminó despacio de un lado al otro, al igual que Nelle lo
había visto hacer varias veces frente a un jurado.
- S i haces algún mal... debes repararlo, ya sea con un castigo, una
multa o en la cárcel. Pero, ¿por qué las personas hacen el mal? Vaya,
esa es una pregunta engañosa... En realidad, nunca lo sabes hasta que
consideras las cosas desde su punto de vista. Hasta que te metes en su
piel y caminas en ella... Qmén sabe, tal vez tenían sus motivos.
Truman estaba confundido.
-¿Como qué?
-Bueno, esa es la pregunta, ¿verdad? A veces, las razones son un
misterio por resolver... ¿Alguna vez has hecho algo de lo que te arre-
pentiste después ? ¿Y cómo lo reparaste ?
Truman y Nelle respiraron hondo y se preguntaron si habían lleva-
do todo demasiado lejos.
30
E L DÍA DEL J U I C I O

. C . LLEVÓ EL A S U N T O FRENTE AL J U E Z . NI
Truman, ni Nelle, ni Grandulón supieron qué se
dijo, dado que A. C. se negó a divulgar ningún tipo
de información. Pero un par de días después, Nelle y
Truman vieron a Sonny y a EUiot juntos. Estaban en el juzgado, frente
al juez Fountain, un hombre severo de cabello gris.
Observaron el proceso judicial desde el balcón. El resto del enorme
juzgado estaba vacío, excepto por A. C., el sheriff y el señor Boular.
Un ventilador antiguo daba vueltas sobre sus cabezas, pero los niños
podían sentir el calor que estaba emanando de la discusión. Truman
sintió una punzada de culpa al mirar a Sonny sentado detrás de una
mesa con la cabeza baja. Se comportaba como un cachorro al que ha-
bían regañado por masticar el tapete.
Elliot era una versión más joven del sheriff, pero le faltaba la calma
de su padre. No dejaba de interrumpir el proceso judicial, diciendo co-
sas como "¡No fue mi idea!" y "¡Sonny fue el que robó el prendedor!".
A. C. miró a Sonny.
-¿Es cierto eso, hijo? El señor Yarborough estaba muy enojado. Dijo
que era una reUquia familiar, pero que si se lo devolvían, bueno, podría
dejar de lado el asunto siempre y cuando pagaran por las ventanas rotas...
Sonny solo permaneció sentado en silencio, observando el suelo.
El sherifF tomó asiento detrás de ellos en la galería, con los brazos
cruzados. El señor Boalar estaba junto a Sonny, con el cuello rojo de
furia. Se inclinó y le dijo algo duro en el oído, lo que hizo retraer al
joven aún más.
-¿Crees que los enviarán a prisión? -susurró Truman.
-Tal vez deberíamos mantener la boca cerrada. Después de todo,
solo eran un par de ventanas.
-Quizá podemos ayudar a pagar los daños -dijo Truman-. Pon-
dremos un puesto.de limonada y cacahuates hervidos en la plaza. Pues,
¡apuesto que podríamos recaudar veinte dólares así de fácü! -chasqueó
los dedos, lo que hizo que el juez levantara la vista hacia ellos. Él y Nelle
se hundieron en sus asientos.
A. C. y el juez Fountain tuvieron una larga conversación. La resor-
tera estaba entre ellos, sobre el estrado.
El juez asintió con la cabeza, luego se sentó en silencio por un mo-
mento mientras A. C. regresaba a la mesa. Por fin, el juez Fountain
golpeó su martillo con suavidad y dijo:
-¿Podrían los acusados ponerse de pie?
Elliot obedeció, pero el señor Boular prácticamente tuvo que levan-
tar a Sonny del cuello de la camisa. El juez habló.
-El tribunal opina que este tipo de vandalismo en nuestro orgullo-
so pueblo no debe ser tolerado. Sin embargo, támbién es mi opinión
que estas dos almas jóvenes merecen ser salvadas... y para hacerlo, los
sentencio a pasar el próximo año lejos, internados en el reformatorio
del estado de Alabama.
Tanto el sherifF como el señor Boular se pusieron de pie de inme-
diato, enojados, y comenzaron a hablarle al mismo tiempo al juez. El
señor Fountain golpeó su martillo; A. C. intentó calmarlos.
En medio del alboroto, los ojos de Sonny recorrieron la sala. Era
obvio que estaba deseando estar en cualquier otro lugar que no fuera
ese. Su mirada por fin se clavó en el balcón. Cuando Truman y Nelle
notaron que él los había visto, permanecieron sentados, sin estar segu-
ros de qué hacer.
Sonny los saludó con la mano hasta que su padre volvió a llamarle
la atención.
-Vamos, salgamos de aquí -dijo Truman.
Se dirigieron a la casa de Nelle en silencio y esperaron en la oficina
de A. C. hasta que él regresara. Tardó alrededor de una hora.

-¿Y? ¿Qué sucedió, A. C.? -preguntó Nelle en cuanto su padre abrió


la puerta-. ¿Sonny confesó haber robado el prendedor camafeo?
Él se tomó su tiempo para limpiar su pipa y golpearla con suavidad
contra el cenicero.
-No, no confesó, Nelle. Así que continúa siendo... un misterio.
Pero el sheriff y el señor Boular lograron convencer al juez de que man-
tenerlos en casa bajo arresto domiciliario sería un castigo mucho peor
que enviarlos lejos a cualquier reformatorio. Conociéndolos, estoy se-
guro de que es cierto. El señor Boular, en particular, insistió en que le
enseñará una lección a Sonny, una que nunca olvidará.
Truman miró a Nelle y tragó saliva.
-Tal vez deberíamos ayudar a pagar por la ventana rota -insistió
el niño-. Podemos pedirle a Jenny que le dé su prendedor al señor
Yarborough...
-¿Por qué querrías hacer eso? -preguntó A. C.
-Porque es nuestra culpa que atraparan a Sonny -dijo Nelle.
- A veces, se hace justicia de un modo que no hace feliz a nadie. Pero
creo que ellos aprendieron su lección -A. C. asintió, pensativo-. Y tal
vez, también hay una lección que ustedes dos pueden aprender de esta
situación.
-¿Cuál, papi ? -preguntó Nelle.
A. C. sonrió y le dio una pitada a su pipa.
-Quédense aquí, niños -dijo, y abandonó abruptamente la habi-
tación.
-< A dónde va? -susurró Truman.
-Ni idea -Nelle se encogió de hombros.
Escucharon que A. C. abría la puerta del sótano y bajaba los escalo-
nes con pasos pesados.
-¿No guarda su revólver allí abajo ? -preguntó Truman, preocupado.
Nelle le dio un golpe en la cabeza.
-A. C. no sabe cómo disparar. Por todos los cielos, es abogado.
Oyeron un amortiguado "Ajá... allí estás" que provenía de abajo.
Hubo ruidos que indicaban que estaba hurgando entre las cosas del só-
tano, seguido por im par de gruñidos y luego, por fin, por pasos lentos
y pesados que regresaban al piso de arriba.
Entró a la habitación empujando la puerta con la espalda, y con
lentitud se dio vuelta. Sostenía una caja de metal vieja y polvorienta
que tenía una manija de madera; la apoyó con cuidado en el escritorio
frente a los niños.
Truman miró a Neüe mientras A. C. quitaba el seguro de la caja.
La abrió y apareció algo que parecía un acordeón apoyado. Pero, de
hecho, era una vieja máquina de escribir Underwood #5 color negro.
-Aprendí a escribir en esta máquina -dijo con nostalgia-. Ahora,
se las estoy dando a ustedes dos. Quizá sea un recordatorio de que tal
vez les vaya mejor escribiendo sus historias alocadas, que metiéndose
en los asuntos de los demás. Déjennos eso a la ley y a mí.
Nelle se puso de pie de un salto y palpó las teclas.
-(Nuestra máquina de escribir? -preguntó ella.
-Sí -él asintió-. Ahora pueden escribir sus propias historias. Quién
sabe: tal vez eso los Ueve a algún lugar que no sea el juzgado.
Truman sonrió. La Navidad se había adelantado.
ESCRITORES Y REINAS
DE B E L L E Z A

URANTE DIAS, S E M A N A S Y M E S E S , T R U M A N Y
Nelle se reunieron para escribir historias. Un día, lo
hacían en la oficina de A. C.: Truman dictaba y Nelle
ripeaba. Otros días, se encontraban en casa de Truman,
y él usaba el teclado mientras ella inventaba las historias. A veces, se
reunían a mitad de camino, y subían la máquina de escribir hasta su
sede central secreta (no era algo fácil, pero idearon un sistema de cuer-
das y poleas para lograrlo). En general, Truman debía presionar a Nelle
para que escribiera, pero una vez que comenzaba a hacerlo, era buena.
Grandulón quiso unírseles, pero en realidad no tenía imaginación para
ese tipo de cosas. En cambio, solía sentarse cerca de ellos con Queenie
sobre el regazo, y escuchaba las historias que ellos creaban.
Sí que eran historias grandiosas. Misterios y cuentos policiales que
los tenían a ellos mismos como detectives. O historias de aventuras
en las que viajaban a escenarios exóticos y quedaban involucrados en
medio de alguna intriga y de alborotos. O solo historias sencillas sobre
personas entrometidas del pueblo que se metían en problemas por di-
fundir rumores y chismes.
Truman era muy protector de sus historias. Las mantenía guarda-
das en un baúl cerrado debajo de su cama, y llevaba la llave colgada del
*: cuello con una cadena. En las noches frías, cuando la nieve cubría la
t calle frente a la casa, él relataba una historia frente a la chimenea, como
si fuera verdad. A Jenny y a Callie no les importaban sus mentiras, pero
I: descubrieron que ellas se reían tanto como Bud ante las anécdotas de
Truman. Contaba historias sobre Sook en el Día de Acción de Gracias
y en Navidad, que hacían que se le llenaran los ojos de lágrimas a su
prima, y reservó sus relatos más salvajes para la Nochebuena.
Luego de Año Nuevo, la madre de Nelle regresó sin previo aviso,
recuperada después de haber pasado un tiempo lejos. En momentos
de tranquilidad, NeUe le contaba algunas de sus historias, sobre todo
las graciosas y las de misterio, o cualquiera que la mantuviera distraída
de sus problemas. Ella la escuchaba con atención, e intentaba adivinar
(aunque en general no tenía éxito) cuál sería la línea de remate o quién
era el culpable. Lo disfrutaba, le gustaba mucho más que estar en el
hospital, en especial cuando A. C. se unía a ellas para oír los relatos.
Los niños se estaban divirtiendo, y volvían a casa corriendo de la escue-
la con nuevas ideas. Monroevüle seguía siendo aburrido, pero al menos
podían vivir aventuras en las páginas, que era la mejor alternativa de todas.
La madre de Nelle no fue la única que apareció sin previo aviso.
Un día, ambos niños estaban limpiando el precioso avión trimotor, cuan-
do Tru levantó la vista y divisó a su propia madre de pie en la entrada.
Habían pasado muchos meses desde su última visita. Por poco se
había olvidado de que tenía una madre. Pero verla en persona hizo
que todos sus sentimientos regresaran de pronto. Corrió hacia ella y la
abrazó alrededor de la cintura.
-Tengo una sorpresa para ti -dijo ella.
-¿Qtó?
La mujer sacó un certificado de atrás de su espalda.
-¿No estás orgulloso de tu madre ? -dijo, mostrándoselo,
í:: -¿Qué es esol -preguntó.
-¡Pues, es un premio que gané! -respondió ella.
Truman y Nelle miraron el premio. Decía: Concurso de belleza de
Elizabeth Arden, primer premio: Lillie Mae Persons.
-¿Ganaste un concurso de belleza? -preguntó Truman, confundido.
-Solo envié mi foto y ellos me seleccionaron -se ruborizó.
-¿Quien es Elizabeth Arden? -preguntó Nelle.
-Una de las mujeres más ricas del mundo, quien de casualidad po-
see la compañía de cosméticos más grande de Estados Unidos -dijo-.
¡ Y me han invitado a mí a ir a Nueva York y a inscribirme en un curso
de belleza gratuito! ¡Nueva York! ¿Pueden creerlo?
-Así que... ¿te mudarás? -el niño parecía deprimido.
-Ah, no seas tan sensible, Truman. Esta es la gran oportunidad de
tu madre. Regresaré en un par de meses. Ponte feliz por mí alguna vez,
querido. Puedes decir que tu mami es una reina de belleza.
-Creo que eres bonita, Lillie Mae -dijo Nelle.
-Vaya, gracias, Nelle. Y cuando vuelva, te haré un cambio de ima-
gen -respondió, observando las manos y los pies sucios de la niña-.
Dios sabe que necesitas uno.
Se marchó sin darle un abrazo a Truman. El se veía muy triste.
32
EN SUSPENSO

N LA HUMEDAD FRÍA DE FEBRERO, T R U M A N E S T A B A


recostado en la cama, inquieto. Intentó dormir, pero
solo podía pensar en su madre en Nueva York. La ima-
ginaba arreglada y maquillada, caminando en la pasarela
de un desfile bajo la mirada de las cámaras y los flashes.
Oyó que sonaba el teléfono.
Trum.an escuchó que la prima Jenny bajaba las escaleras para aten-
der el teléfono del pasillo. Podía oírla hablar muy bajo, pero no lograba
discernir ninguna palabra. Hubo un silencio largo; luego, oyó pasos
en el corredor. Finalmente, su puerta se abrió y Jenny asomó la cabeza.
Fingió estar dormido. Ella se acercó despacio a la cama y le sacudió
el hombro.
-Truman -susurró-. Es tu padre.
Él abrió los ojos.
-¿Papi? -¿por qué estaba llamando'^
Truman se frotó los ojos mientras Jenny lo guiaba hasta el teléfono.
Le entregó el aparato, pero él no estaba seguro de querer hablar.
-Vamos, Truman.
Atendió la llamada.
-¿Hola?
-¡Traman! -la voz de Arch sonaba muy lejana.
-¿Dónde estás?
-Viajando... -su respuesta estaba distorsionada por la interferencia.
-¿Dónde?
-Truman, necesito que armes las maletas. Estaré allí en la mañana.
No podía creer lo que estaba escuchando.
-¿A dónde vamos ?
- A una aventura padre e hijo. Creo que ya tienes la edad suficiente
para... -de nuevo, las palabras se perdieron.
-¿Un viaje? ¿Mañana? ¿Yla escuela?
-La escuela puede esperar. Pasar tiempo a solas con mi hijo es más
importante, en especial dado que tu madre...
La comunicación se cortó.
-¿Hola?
Truman le entregó el teléfono a Jenny. Ella escuchó, pero no había
ningún otro sonido.
-¿Qué te dijo? -preguntó ella.
-Creo que quiere ir de viaje conmigo. Mañana.
Jenny negó con la cabeza y colgó el teléfono.
-No lo sé, Truman.
-¿Por favor? Es probable que solo dure un par de días. Y Callie
puede darme tarea para hacer durante el viaje.
Ella suspiró.
-Bueno, no puedo detenerte. Él es tu padre.
Truman sonrió y corrió de regreso a su habitación. Hurgó bajo la
cama y buscó una maleta.
Sook se despertó, por supuesto.
-Por todos los cielos, ¿qué estás haciendo, Truman? Es la mitad de
la noche.
-Estoy buscando mi maleta. Me iré de viaje con Arch.
Hubo un largo sÜencio.
-¿Faltarás a la escuela?
-Callie me pondrá al día. ¡Te encontré! -Truman extrajo la misma
maleta vieja color café con la que había llegado a MonroeviUe.
En cuanto Sook escuchó que Arch no vendría hasta el día siguiente,
volvió a dormir, dispuesta a lidiar con el asunto por la mañana. Pero
ahora, Truman estaba completamente despabilado. Se mantuvo des-
pierto toda la noche, empacando ropa y haciendo una lista de cosas
sobre las que hablarían mientras conducían. Imaginó que tal vez irían a
Nueva York a visitar a su madre. O que regresarían a un barco de vapor,
como en los viejos tiempos. De cualquier manera, sería una aventura
grandiosa.
Cuando salió el sol, Truman se encontraba exhausto, pero vestido y
preparado. Pizca lo encontró sentado en la entrada del porche delante-
ro cuando ingresó a la casa.
-¿Y a dónde se va, señor Truman?
El bostezó.
-¡De viaje con Arch!
Pizca puso los ojos en blanco.
-No te acostumbres -murmuró para sí misma. Sonrió y entró en
la casa.
Nelle y Grandulón pasaron por allí de camino a la escuela.
-Pues, vamos, Truman, llegaremos tarde -dijo Nelle.
-No iré. Me voy de viaje. Con Arch.
Nelle hizo una mueca.
-¿A dónde irán?
- A donde nos lleve el viento.
-Dios, ayúdame -dijo en voz muy baja.
Grandulón solo sonrió y arrastró a Nelle para que siguieran su camino.
-Suena genial, Truman. Supongo que te veremos cuando regreses
-respondió su primo.
Callie soltó una pila de tarea sobre el porche junto a él.
-Quién saca a este niño de la escuela sin una buena razón... -fue
todo lo que dijo mientras se retiraba.
A Traman no le importaba lo que dijeran los demás. Se divertiría.
Permaneció sentado allí y observó los carros tirados por caballos, que
llevaban entregas desde la fábrica de ropa interior que estaba cerca.
Observó a los cocineros y a los mecánicos que caminaban al trabajo
desde Mudtown, y a los niños de la escuela pasar.
Sook lo encontró dormido en el porche varias horas después. Lo
alzó en brazos y lo acostó en la cama.
Archulus Persons nunca apareció.
33
DESTERRADO

ARIOS MESES PASARON. Y LA VIDA EN M O N R O E V I L L E


continuó moviéndose a su paso lento pero firme. Lle-
gó la primavera, junto con el cumpleaños de Nelle y
la floración de las hortensias azules y de los narcisos
amarillos, y luego le siguió el verano y su calor opresivo y agobiante.
El avión trimotor de Truman desapareció misteriosamente un día y lo
encontraron hecho trizas junto a la calle. Grandulón logró reconstruirlo y
dejarlo casi como nuevo, a pesar del brazo roto que había adquirido de
alguna manera. Pero esa era otra historia.
Truman y Nelle continuaron escribiendo y compartiendo historias
alocadas, y disfrutaban no tener que ir a la escuela. Cuando llegó el
cumpleaños número nueve de Truman, en septiembre, y ni Lillie Mae
ni Arch aparecieron para la cena de festejo, Nelle supo que algo estaba
sucediendo. Había rumores de divorcio, pero nunca nadie, en especial
Truman, hablaba de eso.
Un día, al poco tiempo, Truman faltó a clases, y luego de la escuela
no estaba en la casa del árbol. Nelle fue a buscarlo y encontró a Sook
sentada en el patio trasero abrazando a Queenie. En lugar de ser la mu-
jer alegre de siempre, estaba üorando.
-¿Qué sucede, Sook?
-Ay, Nelle -ella se limpió las lágrimas con su delantal-. Lo vamos a
perder -gimió-. Esto de seguro lo matará...
Un escalofrío recorrió la espalda de Nelle.
-¿Perderemos a quién?
- A mi pequeño Truman... i Qué haré sin él, señorita Nelle ? -las
lágrimas rodaban por sus mejillas mientras acariciaba a Queenie.
Nelle no podía creer lo que escuchaba.
-iQué'i ¿Truman está... muriendo?
Sook negó con la cabeza.
-No, señorita Nelle. Peor. Nuestro Tru debe ir a un internado des-
pués de Halloween. ¡ Su mamá se casará otra vez y quiere que él se mude
a Nueva York!
Nelle parpadeó.
-¿Se mudará?
Sook asintió y hundió el rostro en sus manos. Nelle se negaba a
creerlo. Corrió dentro de la casa hacia la habitación de Truman, donde
lo encontró en la cama, mirando por la ventana.
-¿Es cierto? -preguntó. Apenas podía respirar mientras esperaba
su respuesta.
-Sí -susurró él-. Estoy muriendo -fingió su fallecimiento trágico
hasta que Nelle se le acercó y le golpeó el hombro.
-¿Me dejarás?
Él se frotó el brazo.
-Eso dolió... -murmuró-. Y, sí, madre me ha mandado a buscar.
Conoció a un nuevo hombre, Joe Capote, y quiere que vaya a Nueva
York a vivir con ellos.
-Sook dijo que irás a un internado.
Truman seguía mirando por la ventana, sin dejar de pensar.
-No. Por desgracia, no pudieron encontrar uno que aceptara a un
niño tan inteligente como yo. Así que viviré con mi madre y desde
ahora, aprenderé solo leyendo libros.
-Eres tan mentiroso -dijo ella y luego, de inmediato, se arrepintió.
Aún no podía creer que él se marcharía, pero la tristeza en la mirada
de su amigo era real. Decidió levantarle el ánimo-. No puedo creer
que irás a la gran ciudad. ¿No es lo que siempre deseaste? ¿Vivir con
tu madre, en donde está la acción? Piensa en los grandes bailes que hay
allí, en las fiestas y los espectáculos. Vaya, ¡habrá suficientes mañosos y
hazañas malvadas sobre las que escribir!
-Sí, todo eso es verdad, supongo -Truman frunció el ceño-. Pero
en realidad, no quiero irme de aquí.
Nelle no iba a permitirle decir eso.
-Tonterías. Aquí no sucede nada. No hay vida nocturna ni escena-
rio social sobre el que puedan escribir los periódicos. Estarás viviendo
en donde todo sucede. ¡Piensa en las historias!
Truman rodó en la cama, alejándose de ella.
-Pero no te tendré a ti -gimió.
El corazón de Nelle se partió al medio, pero sabía que debía ser más
fuerte que él. Se sentó a su lado y colocó una mano sobre su hombro.
-Ay -dijo él y ella alejó la mano.
Él la tomó y la sostuvo.
-No es el hombro lo que me duele -comentó.
EUa suspiró.
-Allí harás nuevos amigos. Le caes bien a todo el mundo, Tru -ape-
nas logró decirlo antes de que se le quebrara la voz.
-Ambos sabemos que no le agrado a nadie. Hablo de forma extraña
y me visto demasiado bien -dijo-. Soy una curiosidad por aquí, y lo
sabes. A las personas solo les agrado cuando cuento mis historias. Solo
soy un bufón para ellos.
-Bueno, ¿y qué si eso es cierto? Es suficiente. Muchas personas de-
sean poder contar una historia tan bien como tú. Un día, serás un gran
escritor, Tru. Y todos leerán tus libros y te amarán por ellos.
El ánimo de Truman mejoró.
- ; D e verdad lo crees ? -chilló.
-Lo sé -dijo ella, asintiendo con la cabeza.
Él pensó al respecto, y dejó que las imágenes se arremolinaran en
su cabeza.
-Haremos un trato: yo escribiré, pero solo si prometes que tú tam-
bién lo liarás. Luego, podemos intercambiar nuestras historias por
correo -dijo, lleno de esperanza.
Nelle no poseía el mismo don que Truman, pero sabía que tenía una
buena historia, o dos, dentro de ella.
-Ni pensarás en mí después de unos años, Truman. Serás tan £i-
moso que no tendrás tiempo de escribirme. Serás la estrella de Nueva
York, irás a grandes fiestas elegantes con cualquiera que sea alguien, y
estarás en todas las páginas de la sección social del periódico...
De pronto, Truman se incorporó.
-¡Eso es!
-¿Qué? -preguntó Nelle.
-Si debo irme, pues, entonces tendremos que organizar la fiesta de
despedida más grande que Monroeville jamás haya visto. ¡Será una ver-
dadera maravilla!
-<De verdad? -dijo Nelle.
-Organizaré tal fiesta, que nunca me olvidarán. Y cada vez que
muestres una postal mía por ahí, las personas dirán: "¿Recuerdas la
fiesta de Hallov^^een de Truman? ¡Qué noche! ¡Jamás la olvidaré!".
Nelle sonrió. Era una excelente idea.
34
EL Ú L T I M O HURRA

RUMAN SE MARCHARÍA CERCA DE ACGIÓN DE


Gracias, así que él, Nelle y Grandulón pasaron la tar-
de siguiente después de la escuela preparando una
fiesta tan magnífica, que las personas la recordarían
durante cien años.
La primera idea que se le ocurrió a Truman fue, por supuesto, hacer
una fiesta de Halloween. Dado que se habían perdido el festejo el año
anterior, aprobaron la moción de inmediato. La segunda idea que tuvo
fue hacerla un viernes por la noche.
-Pero ningún niño de nueve años hace una fiesta por la noche -dijo
Grandulón.
-Exacto -respondió Truman-. Solo eso la hará memorable. Ade-
más, ¿quién quiere tener una fiesta de Halloween de día?
- ¡ Ah! -dijo Nelle-. ¡Si es una verdadera fiesta de Halloween, en-
tonces todos tendremos que usar disfraces!
Truman rio.
-Por supuesto, tontita. ¡Será un baile de máscaras! Todos deberán
disfrazarse, ¡incluso los adultos! Y tendremos una gran competencia
para premiar el mejor disfraz, y yo seré el juez.
-<Y qué hay de nosotros ? -preguntó Grandulón.
G r e g Neri

-Bueno... -Truman se rascó la cabeza-. ¿Cómo ganarás el premio


si eres un juez ?
Grandulón no había pensado en eso.
Habrá dulces ? -preguntó.
-¡Por supuesto! El mejor ganará... ¡chocolate! ¡Tanto como pueda
comer!
Grandulón ya estaba babeando.
-Ah, entonces quiero disfrazarme. ¿Podemos también jugar a pes-
car manzanas ?
-¡Sí! ¡También podemos jugar a pescar manzanas!
-¿Y si construimos una atracción para tu avión trimotor?
Truman vaciló. El valioso avión Ford trimotor era su posesión más
preciada, en especial después de haber sido destrozado y reconstruido.
Estaba dispuesto a permitirles a Grandulón y a Nelle dar una vuelta en
él, pero <_a todosl
-Bueno... -Truman suspiró-. Está bien, supongo que puedo pedir-
le a Bud que nos construya una rampa... -dijo, activando su imagina-
ción-. Tal vez la rampa podría dispararse desde los escalones traseros
del porche. Y luego, el avión tomaría tanta velocidad que, de hecho...
¡comenzaría a volar! -Nelle y Grandulón vitorearon.
-¡Esta será la mejor fiesta del mundo! -exclamó Nelle.
-Por supuesto que necesitaremos a Jenny de nuestro lado -dijo él-.
No creo que haya tenido una fiesta aquí alguna vez, ni hablar de la fies-
ta más grande que MonroevÜle jamás haya visto.
-Bueno, los adultos pueden tener su propiafiesta,en la sala de estar -dij o
Grandulón-, Pueden beber ponche y escuchar música en el gramófono.
-Esa es una gran idea. Grandulón.
-Es más, Jenny puede invitar a las personas más importantes del
pueblo... tal vez, hasta al alcalde -dijo Nelle.
Truman tenía estrellas en los ojos. Podía verlo todo: cientos de ni-
ños y adultos divirtiéndose como nunca. Organizarían una feria com-
pleta en el patio trasero, con actos de circo y juegos de todo tipo.
-¡Q^eenie puede vestirse como un perro de circo y yo puedo hacer
que Pizca y John White, el negro, actúen!
John, el negro, tenía un traje blanco y un sombrero que Bud le había
dado como un regalo de agradecimiento por todos los años que llevaba
trabajando para él. Solo lo usaba dentro de su choza para el aniversario
de su boda. Nadie lo había visto luciéndolo excepto Truman, quien
sorprendió a John y a su esposa por accidente. Truman pensó que con
un poco de maquülaje blanco, John, el negro, parecería un fantasma
elegante.
Además de ser una sacerdotisa vudú, Pizca también se sentaba en
el porche de vez en cuando y tocaba el acordeón que su padre le había
dejado cuando falleció. Ella también podía disfrazarse como el espíri-
tu del que siempre hablaba. (Después, cuando Pizca tuvo sus dudas,
Truman le recordó que en Halloween a todos los espíritus les gustaba
bailar. La convenció cuando logró verlo como una forma de complacer
a los fantasmas).
-No creo que debas invitar a John, el negro, ni a Pizca, Tru -dijo
Grandulón-. A algunas personas podría molestarles estar en una fiesta
con, tú sabes... negros.
-¡Ah, tonterías! ¡Los disfrazaremos tan bien, que nadie los recono-
cerá siquiera! Además, tenemos que invitar a Edison. Puede hacer su
imitación del tren y podemos ir en un vagón imaginario de juego en
juego. ¡Será la cereza del postre! -exclamó Truman.
Nelle y Grandulón se encogieron de hombros. Era lafiestade Truman,
y él podía hacer lo que quisiera.
35
H A C E R LA P R E G U N T A

RUMAN UTILIZÓ SUS MEJORES TÉCNICAS DE


narración para convencer a Jenny de que fuera la anfi-
triona de la fiesta. Todo el pueblo hablaría de ella, y
el hecho de invitar a las personas más importantes del
condado sería bueno para hacer negocios. Dios sabía que los necesitaba,
así que, por una vez, ella y Truman estaban en sintonía.
Dado que nada especial había sucedido jamás en Monroeville, el ru-
mor sobre el último hurra de Truman se propagó con rapidez. Todos
en la escuela querían una invitación, y hasta el bravucón Boss fingía ser
amable (eso significaba no amenazarlo con molerlo a golpes).
En la tienda de Jenny aparecieron personas que no había visto hacía me-
ses, insinuando que no estarían haciendo nada especial la noche del viernes.
Claro que tanto Truman como Jenny disírataban ser populares y encontra-
ban cierto placer en rechazar a aquellos que habían sido particularmente
crueles con ellos en el pasado. Y si no los rechazaban, al menos los hacían
esforzarse para conseguir una invitación. Cuando Billy Eugene y sus amigos
ofrecieron ayudar, Truman hizo lo que era más ético y los puso a trabajar
en el armado. Encontró cierto disfrute en darles órdenes por una vez.
A veces, lo único que hace falta para arruinar unafiestaes una manza-
na podrida. Le dijeron a Boss Henderson que no estaba invitado, así que
juró venganza. Escuchó a escondidas a Edison hablando alegremente
con alguien en Mudtown, contando que había sido invitado a lafiestade
Truman, y expandió el rumor de que algunos niños negros habían sido
invitados en lugar de él. Cuando le contó a su padre, el Bagre, el rumor
tomó vuelo. Y cuando los habitantes de un pueblo comienzan a hablar,
antes de darte cuenta, tienes al sherifFen la puerta de tu casa.
Cada vez que Queenie ladraba, era seguro que habría problemas.
Truman y Nelle oyeron que el perro estaba armando alboroto y se aso-
maron desde su casa del árbol justo a tiempo para ver el automóvil del
sherifF estacionarse. Ambos recordaban el último encuentro que ha-
bían tenido con él. Truman tomó la lista de invitados, que tenía más de
cien nombres; algunos estaban tachados.
-¿Olvidamos invitar al sherifF? -preguntó él.
El sherifF le gruñó a Queenie, que se volvió y se escondió detrás de
un níspero. La señorita Jenny bajó del porche; llevaba un vestido color
rosa de algodón. Era su día libre, y no le agradaba lidiar con situaciones
desagradables en esos días. El sherifF se puso visiblemente tenso mien-
tras se acercaba.
-Buenos días, sherifF <QiJé lo trae hoy por aquí?
-Buenos días, señorita Jenny -él se quitó el sombrero y se aclaró
la garganta-. He oído rumores; rumores que no necesariamente creo,
pero usted sabe cómo son las personas cuando comienzan a hablar.
-Continúe -dijo ella, cruzándose de brazos.
-Bueno... se dice que el pequeño Truman planea enseñarles a las
personas de este gran pueblo algunas cosas antes de irse hacia el norte.
-¿Por ejemplo?
-Bueno, señorita, cosas como... invitar personas de color a la fiesta
y disFrazarlas para que nadie pueda darse cuenta de que no son blancas
hasta que la fiesta termine; y para ese entonces, será demasiado tarde.
Jenny podía oír la risita de Truman en la distancia, pero lo ignoró.
-¿Demasiado tarde para qué? -dijo con severidad.
El sherifF se puso el sombrero.
——"

-La cosa es que este es el tipo de situación que hace que el Klan se
enoje y esté molesto. Están planeando hacer un recorrido la noche de
su fiesta. Hasta le dijeron a Pizca que abandone el vecindario y se que-
de en Mudtown durante el fin de semana.
Jenny había oído suficiente. Dio un paso adelante y quedó frente al
rostro del sheriíE
-Usted sabe, al igual que yo, que los del Klan solo están buscando
problemas porque no tienen nada mejor que hacer. La adhesión bajó y
como no han tenido nada de qué quejarse en un tiempo, entonces, ¿por
qué no agarrárselas con la fiesta de despedida de un niño ? ¡ Cómo se
atreven! ¡Dígales que si quieren amenazarme a mí y a mi familia, debe-
rían hacerlo en persona, en vez de mandar a su niño mensajero!
Al sheriíFno le agradó recibir un sermón de una mujer.
-Ahora, señorita Jenny, les he dicho que no interrumpieran su fies-
ta, pero puede que sea algo que esté fuera de mi control...
Jenny dio la vuelta y se volvió a la casa.
-Solo haga su trabajo, sheriff, ¡o no contribuiré en nada para su
próxima campaña!
Cerró la puerta con un golpe.
El sherifF negó con la cabeza y, lentamente, regresó a su automóvil.
Antes de cerrar la puerta, levantó la vista hacia la casa del árbol durante
unos cinco segundos, hasta que Queenie salió de atrás del níspero y
comenzó a ladrar de nuevo. Aceleró el motor y se alejó.
-¿Hay moros en la costa? -preguntó Truman.
Nelle estaba impresionada.
-Guau, jamás había visto ala señorita Jenny tan enojada -susurró-.
Debes importarle mucho.
Truman asintió. El también estaba impresionado.
Nelle observó cómo el automóvil del sheriff doblaba en la esquina
y pasaba por la casa de los Bou lar. Sostuvo la mirada sobre el hogar de
Sonny. Parecía oscuro y amenazante, a pesar de que era pleno día.
Nadie había visto a Sonny ni había oído hablar de él desde aquel día
en el juzgado, hacía prácticamente un año. Era como un fantasma que
se había desvanecido de la memoria.
-Estabapensando... -dijo ella.
-¿En qué?
-En Sonny -respondió Nelle.
Truman permaneció callado. Todavía se sentía mal por lo que le
había sucedido.
-Tal vez debamos invitarlo a la fiesta, ¿no? -propuso ella.
Truman por poco se ahoga.
-¡No creo que su pa' le permita salir de la casa para asistir a una fiesta!
Nelle se encogió de hombros.
-Tal vez lo dejaría... si invitamos también a su hermana -dijo ella
con astucia. Sally Boular era una niña normal muy querida, que sufría
a causa de la reputación de su hermano.
-Bueno... ella es agradable y eso. Tal vez no me importaría si ella
viniera -dijo Truman-, Pero tú y yo sabemos que el solo hecho de que
Sonny aparezca por aquí les dará un susto terrible a todos.
-Bueno, es una fiesta de Halloween... -Nelle sonrió.
Una sonrisa traviesa se expandió por el rostro de Truman.
-Aaah... ¡No había pensado en eso! Será como tener un fantasma
de verdad en nuestra fiesta de Halloween. Buena idea, Nelle.
-Eso no es exactamente lo que quería decir, Tru.
-Sí, bueno, sigue siendo una buena idea... -dijo él, frotándose la
barbilla.
- Creo que se siente solo, atrapado en esa casa. Se merece salir cada
tanto. Sobre todo después de lo que hicimos -continuó Nelle.
Truman asintió.
-Tienes razón. Invitaremos a los Boular.
Sería la manera perfecta de terminar la fiesta de Halloween del siglo.
r -

36
LA V Í S P E R A DEL D Í A
DE T O D O S L O S SANTOS

ALLOWEEN. LA NOCHE DE LA FIESTA AL FIN


había llegado. Sook pasó todo el día preparando dulces
de melaza, pasteles pequeños y ponche para todos, lira
la única forma de evitar que se largara a llorar por la
despedida de Truman. Él se aseguró de pasar el mayor tiempo posible
ayudándola, solo para que ella no estuviera tan triste. La ayudó a tami-
zar y medir, a enrollar y volcar. Mantuvo el fuego encendido de Buckeye
y probó cada pastel y cada dulce para asegurarse de que estuvieran a la
altura de las expectativas de Sook.
Mientras revolvía el ponche para ios adultos, su prima dijo:
-Tru, cielo, nunca olvides lo importante que eres para mí. Solo re-
cuerda que Sook te ama más que nadie.
Él no lo olvidaría.
El primo Bud, como prometió, construyó una rampa en la parte tra-
sera del porche para que los niños pudieran andar en el avión trimotor y
deslizarse por ella. Haría lo que fuera por Truman. Jenny pasó un tiempo
considerable ayudando a John Whitc, el negro, a colocar las luces por
todo el patio trasero. Incluso la horrorosa prima Callie se contagió del
entusiasmo del resto, y viajó en autobús hasta Montgomery para recoger
una orden especial de manzanas para pescar que venía desde Washington.
Nelle le dijo a Traman que, por desgracia, el resto de su familia
no podría asistir. Sus hermanas estaban en Montgomery por una fies-
ta universitaria, y A. C. se quedaría en casa, haciéndole compañía a
su madre, dado que ella estaba demasiado frágil para semejante gran
evento. Truman comprendió y prometió guardarles algo de pastel.
Los tres niños pasaron todo el día planeando los juegos para la fiesta.
Uno de sus favoritos consistía en tres cajas que tenían dos agujeros en
un lado. Las personas debían colocar la mano por el hueco y adivinar
qué había dentro. Una tenía una tortuga verde movediza; otra, una pila
de plátanos aplastados y naranjas. La última contenía un plumero he-
cho de plumas de pavo. Otros juegos incluían ponerle la cola al burro; y
Truman había decidido que sería mejor si utilizaban un burro real. Bud
accedió a prestarles su burro, pero solo si no usaban un alfiler de verdad
para ponerle la cola.
Nelle y Grandulón pintaron sus rostros y se vistieron con ropa que
les quedaba enorme para parecer vagabundos. Truman se disfrazó de
Fu Manchú, con un bigote largo y una cola de caballo hecha con cabe-
llo de uno de los ponis de Bud. Sook le puso a Queenie un atuendo de
circo que ella misma había confeccionado. No podía dejar de reír por
lo tierno que se veía el perro.
Cayó el atardecer y las luciérnagas pronto salpicaron el patio trasero
con polvo de estrellas. Era una noche cálida, poco habitual para fines de
octubre. Los invitados comenzaron a llegar, y Truman yjenny perma-
necieron de pie en la puerta principal para darles la bienvenida. Él hacía
una reverencia con las manos juntas, tal como había imaginado que lo
haría Fu Manchú; luego, confirmaba los nombres de los invitados, ha-
cía comentarios de aprobación sobre sus disfraces, y los puntuaba en
una pizarra. Le agradó que apareciera el señor Barnett vestido como un
pirata (tenía una pierna de palo). Le pareció divertido que Büly Eugene
y sus amigos asistieran disfrazados como presos encadenados entre sí.
Jenny sonreía orgullosa mientras los miembros más importantes del
pueblo llegaban. Había más de cien personas en la lista, y parecía que
todas asistirían a la fiesta.
Había fantasmas y demonios, caballeros y dragones, criminales y
vaqueros, y hasta una monja (la prima Callie). Los adultos escucharon
los discos de Al Jolson en el gramófono de Jenny, algo que pocas per-
sonas habían visto u oído antes. Los niños corrían libres por el patio
trasero: pescaban manzanas, introducían las manos dentro de las cajas
misteriosas, o bailaban al ritmo del acordeón de Pizca (ella también
estaba disfrazada de fantasma).
John White, el negro, la estaba pasando muy bien; saltaba desde
atrás de un árbol y asustaba a los niños; luego, les contaba chistes para
que se les pasara el susto, Edison se vistió de conductor de tren y guiaba
a los niños de juego en juego. Billy Eugene se comportó. Grandulón y
Nelle se turnaron para andar en el avión por la rampa, una y otra vez.
Truman parecía satisfecho.
í: íí'
La fiesta fue un gran éxito. Truman se puso de pie en el porche tra-
sero aquella noche cálida de octubre, y se maravilló ante la multitud de
niños y adultos enmascarados. Aun con sus disfraces, él sabía quién era
quién. Los únicos niños que parecían estar ausentes eran los Boular.
Tan linda era la fiesta, que nadie notó la fila de automóviles que
pasó con lentitud frente a la casa y se detuvo en la calle, en el patio
de la escuela. Hombres vestidos con atuendos blancos bajaron de los
vehículos y colocaron capuchas sobre sus cabezas. Estos no eran disfra-
ces, eran de verdad. Se pasaron antorchas entre ellos y las encendieron.
Luego, se dirigieron con lentitud hacia la fiesta de Truman.
Todos la estaban pasando de maravilla, hasta que alguien gritó.
m

INVITADOS INDESEABLES

YUDA, ¡POR FAVOR, AYUDA! ¡EL


Klan tiene a Sonny y lo colgarán! -era
su hermana, Sally, disfrazada de prince-
sa, que lloraba sin parar. Se derrumbó en
la sala, en los brazos de Jenny-. Estábamos en camino con nuestros
disfraces, pero Sonny venía caminando más atrás. Cuando nos vieron,
creyeron que me estaba siguiendo. Gritaron: "¡Allí hay uno!" y lo per-
siguieron. Me asusté y corrí, pero Sonny tropezó y cayó frente a la casa
del señor Lee, ¡y allí fue donde lo atraparon!
Jenny sostuvo a la pobre niña.
-¿Dónde está el sherifF? -preguntó. Nadie lo sabía.
Todos los adultos se reunieron alrededor de la puerta principal y ob-
servaron por la ventana el espectáculo de un grupo de alrededor de vein-
te hombres cubiertos con atuendos blancos y capuchas.
-¿Puede que se estén disfrazando para la fiesta? -dijo alguien poco
convencido.
Qi^eenie estaba corriendo alrededor del jardín en círculos, ladrando
histérico. Truman, NeUe, Grandulón y todos los niños oyeron el alboroto
y corrieron hacia el muro de piedra para ver qué estaba sucediendo. Estira-
ron el cuello y vieron a un grupo de hombres con antorchas inclinándose
sobre algo que estaba en la calle frente a la casa de Nelle. Para Tru, parecía
un grupo de fantasmas con sombreros de burro deambulando por ahí.
-Será mejor que vaya a decirle a A. C. lo que está pasando -dijo
Nelle, preocupada. Se apresuró a trepar a la cima del muro, y los niños
la siguieron.
-Este parece ser un nuevo caso, Sherlock -susurró Grandulón.
Pero Truman sabía que no lo era.
-Cállate, Grandulón. Incluso Sherlock podría no ser capaz de salir
de este desastre...
Entraron a la casa de Nelle por la puerta trasera.
- ; A . C.?-lo llamó ella.
No hubo respuesta. La casa estaba oscura, excepto por una única luz
que provenía de la habitación de sus padres.
-¿A. C.? -la niña asomó la cabeza dentro del dormitorio, pero es-
taba vacío-. ¿Dónde están?
-Por aquí -susurró Grandulón.
Nelle y Truman encontraron a A. C. en la sala de estar, iluminada
solo por la luz de las antorchas que provenían de la calle. Estaba de pie,
con la silueta recortada contra el marco de la puerta principal abierta,
vestido con una camiseta y pantalones de pijama.
- ; A . C.? ¿Dónde está mamá? -preguntó Nelle.
-Escondiéndose -fue todo lo que él dijo. Le hizo una seña para
que se quedara quieta; luego, bajó con lentitud por los escalones de la
entrada y caminó hacia la multitud, con cuidado de no asustar a nadie.
-¡A. C.! -exclamó Nelle entre dientes.
Su papi miró por encima del hombro y vio a los chicos disfrazados.
-No es momento para diversión y juegos, niños. Déjenme ocupar-
me del asunto.
El padre de Nelle atravesó el jardín delantero y se dirigió a la cerca.
Había un silencio sepulcral, excepto por los sonidos de las antorchas
encendidas y el llanto de un niño.
Caminó hacia el centro de la multitud disfrazada y nadie dijo ni una
sola palabra. Simplemente, se hicieron a un lado.
Nelle no pudo soportarlo. Lo siguió afuera, en la calle. Truman es-
taba preocupado; todavía se odiaba a sí mismo por la última vez que la
había abandonado.
-Ah, rayos. Quédate aquí, Grandulón. No tiene sentido que nos
maten a todos.
Atravesó el jardín delantero, con el cabello de Fu Manchú flotando
a sus espaldas. Alcanzó a Nelle y sujetó su mano.
-Iré contigo -susurró.
Ella asintió y ambos se ubicaron detrás de A. C.
Algunos de los hombres observaron a aquellos niños con disfraces
extraños y parecían no estar seguros de lo que estaba ocurriendo. Al-
guien empujó a Truman al pasar. Él se tropezó y levantó la vista para
ver a una persona encapuchada gigante que dijo:
-Linda fiesta, gusano.
Aún con la capucha puesta, Truman sabía que era Boss.
Sin embargo, lo que le llamó la atención fue el hombre vestido con
un atuendo verde que les bloqueaba la vista: el Gran Dragón.
El Gran Dragón permaneció quieto, con los brazos cruzados. Los
ojos del hombre miraron con furia a A. C. detrás de la capucha. A sus
espaldas, en la calle, había una pila desordenada de cajas, todas pinta-
das de plateado. Truman notó que las cajas se movían, y vio dos agu-
jeros redondos recortados sobre la que estaba más cerca de él. Oyó un
gemido que provenía del interior.
Truman y Nelle vieron que los cubos de cartón estaban unidos en-
tre sí y formaban un disfraz: un niño robótico. El robot estaba luchan-
do por ponerse de pie, pero no podía, porque las cajas hacían que sus
brazos y piernas estuvieran muy rígidas para flexionarlas.
-Ahora, A. C., esto no te incumbe -dijo el Gran Dragón-. Eres un
hombre respetado por estos lares; mantengámoslo así.
-Hágase a un lado, señor Henderson -dijo A. C.
-Es el Bagre -le susurró Nelle a Truman.
El Dragón dio un paso atrás.
-Este es uno de los negros que ese niño invitó a su fiesta. ¿De ver-
dad quieres que ellos se mezclen con tus hijos ?
De pronto, Truman se dio cuenta de que kabía ido demasiado lejos.
Hacer las cosas de manera diferente era una cosa. Alterar el orden de
Monroeville era otra.
-Yo sí -dijo Nelle, mientras se ponía de pie delante de su padre.
Truman suspiró e hizo lo mismo.
-Yo también -dijo, sujetando la mano de Nelle con fuerza-. Ade-
más, es mi fiesta.
-Nuestra fiesta -dijo Grandulón detrás de ellos.
Queenie le gruñó al Gran Dragón, escondido detrás de Grandulón.
-Oíste a los niños -dijo A. C.
Durante un momento tenso, solo se miraron a los ojos con hostilidad.
Luego, sin decir ni una palabra, A. C. rodeó con calma al Gran Dragón
y se inclinó para ofrecerle una mano al robot. Uno de los brazos del niño
se extendió para tomarla. Estaba pintada de negro.
-¡Ayúdenme! -gimoteó el robot.
A. C. tomó un brazo y Nelle y Truman tomaron el otro con rapi-
dez, y ayudaron al robot a ponerse de pie. A. C. retiró la cinta y los
cables que sostenían la cabeza de cartón.
Finalmente, se la quitó, y allí estaba Sonny Boular, pálido como un
fantasma, con lágrimas cayendo de sus ojos.
U N MISTERIO RESUELTO

O QUERÍA HACERLE D A Ñ O A NADIE


-lloró-. Solo deseaba venir a la fiesta
como ios demás.
A. C. observó las antorchas y a los
hombres vestidos con sus aterradores atuendos y capuchas.
-¿Ven lo que han hecho? Por poco matan del susto a este niño,
todo porque permiten que su ignorancia los ciegue. Lo que sucede en
la fiesta de Truman no es de su incumbencia. Todos ustedes deberían
estar avergonzados.
Los adultos de la fiesta habían salido de la casa y ahora estaban de
pie detrás de A. C, en una fila de apoyo sólido. Eran las personas más
importantes del pueblo: el juez, el presidente del banco, el dueño del
aserradero, el comisionado del condado, el alcalde y, por supuesto, la
prima Jenny; todos mirando con furia a los miembros del Klan. Detrás
de ellos, Edison, Pizca y John White, el negro, estaban de pie en silencio.
Los hombres de blanco se movían, nerviosos, en su lugar, hasta que
uno de ellos dijo:
-Bueno, rayos. Me iré a casa.
Los otros miembros hablaron entre murmullos y susurros. Uno a
uno, apagaron sus antorchas en la tierra y se alej aron hacia la oscuridad.
dejando solo al Gran Dragón y a Boss atrás. Por fin, hasta el Bagre alzó
las manos en el aire.
-Dios te juzgará, A. C. -dijo, sujetando el brazo de Boss, y lo arras-
tró con él.
-Estoy preparado para eso, señor Henderson. ¿Usted lo está? -res-
pondió A. C., mientras observaba cómo se alejaban.
Justo antes de subir al automóvil de su papá, Boss tuvo la última
palabra, aunque Truman apenas logró escucharlo.
-Te atraparé después, enclenque -dijo.
Cuando el último vehículo desapareció, el sonido de las cigarras
regresó con lentitud. Truman se dirigió a Sonny.
-Todavía puedes venir a la fiesta, si quieres. Creo que tu disfraz es
genial. De hecho, como juez del concurso de disfraces, creo que elegiré
el tuyo como el mejor de todos. ¡Felicitaciones!
Sonny se sorbió la nariz e intentó limpiar sus lágrimas con uno de
sus brazos de cartón, pero solo logró dejar rayas negras en su rostro.
-Ven, déjame a mí -dijo Nelle. Tomó un retazo de su disfraz y secó
los ojos de Sonny-. Apuesto a que todavía puedes pescar manzanas en
ese atuendo. Aunque no podrás usar la cabeza de robot...
Mientras Nelle llevaba a Sonny adentro, algo brillante en el pecho
del disfraz de robot le llamó la atención a Truman. Al principio, pensó
que solo era un botón decorativo, pero cuando lo miró con deteni-
miento bajo la luz, se dio cuenta de que dos piedras rojas le devolvían
la mirada. Eran los ojos de una serpiente verde.
Truman. codeó ligeramente a Nelle y señaló el prendedor camafeo
que estaba pegado en el disfraz de robot. Ella sonrió y negó con la
cabeza.
-Ey, Sonny -dijo Truman-. Qué lindo botón que tienes allí.
-Una serpiente -respondió, sonriendo.
-¿Por qué te gustan tanto las serpientes ? -preguntó.
Sonny miró el horizonte.
TRU & NELLE

- A la edad de... ocho años... tenía una serpiente de mascota. La ^


quería muchísimo. Luego, falleció.
Nelle sujetó su mano.
-Yo tuve un conejo de mascota una vez. Un halcón lo mató. Estuve
triste durante un mes.
Sonny asintió.
-Tuve que poner a mi serpiente en la tierra porque allí es donde
viven ellas, aun cuando están muertas. Pero prometí que nunca la olvi-
daría. Era una buena serpiente.
Todo el rostro de Sonny cambió. Parecía prácticamente un joven
normal... salvo por su disfraz de robot apaleado. Su hermana apareció
en ese momento y lo ayudó a unirse a la fiesta. Jenny les ofreció unas
galletas y ponche, y se quejó sobre el sheriíFcon los otros adultos. Va-
rios de los invitados habían tenido suficiente adrenalina por una no-
íf
che y poco a poco fueron despidiéndose y regresando a casa.
Alguien comenzó a tocar el piano en el salón, y Nelle supo de inme-
diato que su mamá se había unido a la fiesta. Truman nunca la había
visto antes. Era una mujer de gran tamaño, pero ágil. ¡Y vaya que sabía
tocar! A. C. siguió el sonido de la música y sonrió cuando vio a su espo-
sa en el piano. Tomó asiento junto a ella y la escuchó por el resto de la
noche. A pesar del susto vivido antes, ahora ella estaba de buen ánimo;
incluso tocó una canción para Nelle, Té para dos.
Ella la sabía de memoria.
39
LA DESPEDIDA

l E N T R A S LA VELADA LLEGABA A S U FIN, N e L L E


y Truman observaron cómo Grandulón desafiaba a
Sonny a una competencia de pescar las manzanas.
-Bueno, parece que tu deseo se pudo hacer rea-
lidad, Tru -exclamó Nelle.
-¿Qué deseo? -preguntó él, acariciando a Queenie sobre su regazo.
-Organizaste una fiesta que nadie olvidará jamás.
Él sonrió, y le dio un golpecito en el hombro.
-Organizamos -corrigió.
-Sí, lo hicimos -sonrió Nelle.
Observaron las estrellas en el cielo. La música sonaba, Pizca y Sook
bailoteaban en el porche y John White, el negro, y Bud descansaban
contra un árbol mientras comían pastel. Queenie dormía como un bebé.
-Tu papi es especial -dijo Truman-. ¿Viste cómo miraba al Gran
Dragón? Creo que puede haber una historia allí.
-¿Qué haremos con nuestra máquina de escribir? -preguntó ella-.
Ahora que te irás y todo eso.
Truman meditó al respecto.
-Quédatela. Espero ver esa historia cuando regrese de visita. Ade-
más, mi nuevo papá prometió que me comprará una.
-Está bien -Nelle asintió-. Escribiré una historia. Pero tú tendrás que
escribir dos.
-De acuerdo.
Echó un vistazo al avión trimotor que estaba junto a ellos y se quedó
callado.
-Algún día... te llevaré lejos de aquí, Nelle. Solo nosotros dos -dijo
con tono solemne.
-Claro -respondió ella-. Iremos lejos, tal vez a las nubes, y navega-
remos por ahí, observando a todos en el suelo.
Él rio, deslizando sus manos sobre las alas verdes.
-Tal vez debamos hacer un último viaje juntos antes de irme.
Nelle se puso de pie junto al avión.
-Está bien. Pero, ¿a dónde nos llevará tu avión?
Él se introdujo en la cabina y probó los pedales.
-No lo sé. Si me empujas con la fuerza suficiente y saltas justo a
tiempo, apuesto a que tomaremos la velocidad necesaria para llegar a...
¡Marruecos!
-¿Te parece?
Él se encogió de hombros.
-Nunca lo sabremos hasta que no lo intentemos -extrajo las gafas y el
gorro de aviador del bolsillo de su chaqueta y se los puso sobre la cabeza.
Truman alzó un dedo en el aire para comprobar el viento mientras
Nelle se ubicaba a sus espaldas.
-Te extrañaré, Streckfus -dijo.
Él negó con la cabeza.
-¡Yo te extrañaré más, Nelle Har-pahl
Y dicho eso, ella le dio el empujón más grande de todos, saltó dentro de
la parte trasera del avión y se aferró... como si su vida dependiera de ello.

FIN
If
11
'lili:

OTROS CUENTOS "EN PALABRAS'


DE T R U M A N Y NELLE

T R U M A N C A P O T E l e A G R A D A B A N LAS H I S T O R I A S
:
con formato de cuento, y muchos de sus libros con-
sistieron en una novela corta complementada por
varios cuentos. Siguiendo este espíritu, aquí están
algunos cuentos "reimaginados" de la vida de Truman y Nelle que po-
drían haber escrito durante su infancia. Si bien ningún cuento de su
autoría sobrevivió ese período (se rumorea que Lillie Mae los quemó
todos en un ataque de furia), algunos episodios de su infancia fueron
narrados más tarde por Grandulón, también conocido como Jennings
Faulk Cárter, cuyas memorias inspiraron estos relatos.

Quiero escribir sobre mi propia vida, sobre lo que significa


ser un niño en el Sur... sobre Jenny, Sooky Bud, y sobre la
vida que todos compartimos juntos en aquella casa enorme.
Sobre navegar en esos barcos de vapor inmensos donde tra-
bajaba mi padre. Sobre bailar tap mientras Satchmo y su
banda tocaban. Sobre toda esa época.
Truman Capote

El caso del avión desaparecido de Truman


Por Nelle

Truman estaba muy orgulloso de su avión Ford trimotor. Se sentaba


dentro de esa cosa tonta y se entretenía en el jardín por miles de horas.
Yo y Grandulón siempre le insistíamos pa' usarlo, pero él decía que no
con la cabeza mientras iba de un lado a otro por la calle. Si le dábamos
un dulce, nos dejaba andar en él por diez segundos y luego decía "¡Se
acabó el tiempo!".
Siempre hablaba sobre cómo esa cosa podía volar de verdad.
-Es cierto. Bud condujo hasta North Hills conmigo, y me empujó
cuesta abajo por la colina más grande de todas e iba tan rápido que,
cuando llegué a k base, ¡el avión comenzó a volar!
Grandulón le creyó.
-¿Qué tan lejos volaste, Truman?
-Subí lo suficiente como para ver a todo el pueblo extendido bajo
mis pies. Rodeé el reloj del juzgado un par de veces; luego, volé bas-
tante bajo y asusté a las vacas del señor Farnsworth antes de aterrizar
justo aquí.
-Pruébalo -dije-. Vamos a preguntarle a Bud, a ver qué dice.
-Ah, Bud está dormido. Ya sabes que cuando su asma empeora, ne-
cesita descansar.
-¿Cómo te sentiste, Truman? ¿Puedo volar yo también? -preguntó
Grandulón.
Truman lo rodeó con el brazo.
-Algún día. Fue bastante aterrador, debo admitirlo. No quisiera
que te lastimaras ni nada parecido.
-¿Y qué hay de mí ? -pregunté-. Yo no le temo a na.
Truman guiñó un ojo.
-Las cosas buenas les ocurren a aquellos que tienen paciencia.
Bueno, yo y Grandulón no podíamos esperar más. Un día, cuando
Truman se marchó a Nueva Orleans a visitar a sus padres por última
vez, decidimos probarlo nosotros mismos. Guardaba el avión en la ha-
bitación que compartía con Sook, y sabíamos que ella siempre dormía
la siesta después del almuerzo.
Nos escabullimos por la puerta trasera luego de que Pizca se hubie-
ra retirado a la tarde. Espié por una grieta que tenía la puerta de la ha-
bitación y vi a Sook tomando su medicina. Sabía que estaría dormida
en pocos minutos.
Yo y Grandulón esperamos; luego entramos sin hacer ruido, calla-
dos como ratones. Allí estaba, entre las dos camas, brillando como el
mismísimo Espíritu de San Luis. Pero Queenie estaba de pie frente a
él, observándonos.
Miré a Grandulón. Si el perro ladraba, se acabaría el juego. Fui a la co-
cina, eché un vistazo alrededor y vi un cuenco lleno de col sobre la mesada.
-Vale la pena intentarlo -susurré.
Coloqué el cuenco en el suelo y le hice señas a Queenie para que se
acercara. El perro inclinó la cabeza y se dirigió al cuenco. Lo olfateó
una vez y comenzó a devorarlo.
-Pues, vaya -murmuró Grandulón-. El perro come sus verduras.
Mientras Queenie estaba ocupado, nos escabullimos dentro de la
habitación. El suelo crujió cuando intentamos tomar el avión, pero
Sook solo se puso de costado en la cama.
Nos debe haber llevado unos diez minutos sacar ese avión de la
habitación, atravesar el pasillo y llevarlo fuera. Estaba segura de que
Queenie ladraría, pero solo permaneció sentado observándonos con
una expresión extraña. Tal vez la col no le sentó bien.
Una vez que logramos salir de la casa, estábamos locos de felicidad. An-
duvimos de un lado a otro de cada acera y cada colina que encontramos.
Luego de dos horas, estábamos exhaustos.
-¿Qué hacemos ahora? -pregunté.
Los ojos de Grandulón se iluminaron.
-¡Hagámoslo volar!
Sabía que nunca despegaría.
-Estamos demasiado lejos de North Hills como para tomar la velo-
cidad suficiente para hacerlo volar.
Grandulón tenía la vista clavada en el extenso cielo azul de 7\labama
cuando se le ocurrió otra idea. Señaló el techo del granero de la seño-
rita Jenny.
-Si logramos subir el avión al techo, apuesto a que podremos hacer-
lo volar desde allí, sin problemas.
Antes de que pudiera decir nada, él corrió hacia el granero y encontró
una escalera. La apoyamos contra un lateral de la estructura y, de alguna
manera, logramos arrastrar el avión hasta arriba; él jalaba, yo empujaba,
hasta que lo colocamos sobre el techo. Miré hacia abajo, al corral con
cerdos del vecino que estaba junto al granero, debajo de nosotros. Está-
bamos bastante alto.
-¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
-Créeme, una vez que vuele por los aires, ¡querrás ser la próxima!
-respondió él. Abrió un compartimiento del avión y extrajo las gafas
de Truman. Las ajustó sobre su cabeza.
»Ahora, NeUe, quiero que me des un gran empujón.
-¿Y qué hay de los cerdos ? -señalé.
Qué hay con ellos ? Sobrevolaré por encima de esos puercos y nave-
garé más allá del prado.
-Como digas... -me encogí de hombros y sujeté la cola del avión-.
¿Listo?
Se introdujo en la máquina y ajustó las gafas.
-Listo y preparado, como un soldado.
Lo empujé con toda la fuerza que tenía.
-¡Vuela, vuela, vuelal -grité, esperando que lo hiciera.
Grandulón y el avión salieron disparados del borde del granero, y
durante un segundo, volaron de verdad.
-¡luu-juu! -gritó él.
Luego, la trompa del avión cayó en picada hacia el suelo, y aterrizó
dentro del corral lodoso de los cerdos; el choque hizo que Grandulón
cayera entre los puercos, en una ola de estiércol húmedo y abono.
-¡Por todos los cielos! ¡Grandulón! ¿Estás bien?
Estaba recostado boca abajo en el lodo. Apenas levantó la cabeza.
-Ay
Los cerdos chillaban enojados, molestos por la invasión. Sabía por
experiencia que cuando se enojaban, mordían. Fuerte. Y nunca antes
los había visto tan furiosos. Estaban dando patadas y destrozando el
avión. Y uno de ellos acababa de ver a Grandulón.
-¡Grandulón, sal de ahí! ¡Los cerdos te comerán vivo!
De repente, ¡me di cuenta de que yo misma estaba saltando del te-
cho hacia el lodo! Mis gritos hicieron que los cerdos se dispersaran. Me
arrastré por el lodo para salvar a Grandulón.
-¿Todavía estás vivo ?
Él levantó las gafas sucias.
-Creo que todavía estoy en una pieza. Me arde un poco el brazo.
Oímos unos gruñidos y observamos a los cerdos, que estaban pre-
parándose para atacarnos de nuevo.
-¡Rápido! ¡Tenemos que salir de aquí!
-¿Y el avión? -preguntó él.
Ambos sujetamos un extremo distinto del objeto y logramos lan-
zarlo por encima de la cerca y cruzarla antes de que los cerdos nos atra-
paran. Nos derrumbamos sobre el césped. Grandulón comenzó a reír.
-¡Tu cabello, Nelle! ¡Pareces un pastel de lodo!
Palpé mi cabeza y tomé un puñado de la sustancia que me cubría.
-Puaj. Yo no diría nada en tu lugar, Grandulón -dije, lanzándole el
lodo que había recolectado.
Ambos nos reímos mucho hasta que observamos con detenimiento el \
avión de Truman. Estaba golpeado, sucio y roto. Nunca volaría otra vez.
-¿Q^é le diremos a Truman?
-Limpiémoslo lo mejor posible y pongámoslo donde lo encontramos.
Lo empujamos hasta el granero y le quitamos el lodo de encima. La
hélice había desaparecido y las alas estaban dobladas en todas direcciones.
-Ay, Grandulón... Truman nos odiará por esto -dije gimoteando.
Él vio una camioneta vieja y oxidada que hacía una maniobra brusca i
cerca de la casa. La observó mientras el vehículo golpeaba un contenedor I
de basura que estaba ai borde de la acera y lo hacía rodar hacia la calle. '
-Creo que ya sé lo que podemos hacer. Podemos decir una verdad
a medias. ^
• -¿Qué es una verdad a medias ? '
Él se encogió de hombros.
-Le diremos que nos llevamos el avión sin su permiso. Luego, nos i
dio hambre y lo dejamos en el borde de la acera mientras almorzaba- '
mos. Y en ese momento, mi tío Howard lo atropelló con su camión. »
Tenía mis dudas sobre el plan. |
-No lo sé... -dije-, ¿Por qué tu tío?
-Porque a él le gusta beber. Y cuando conduce después de eso, ma-
neja con brusquedad por todas partes. Solo le diremos a Truman que '
él subió a la acera con la camioneta y atropello el avión. El tío Howard <
no recordará nada.
Bueno, Grandulón recibió su merecido, aún antes de que Truman
regresara. Esa noche, el brazo le dolía como el infierno y, en la mañana, (
se le había hinchado como un globo. Se lo había roto con la caída y j
ahora debía usar un yeso.
Grandulón, su yeso y yo nos mantuvimos alejados de Truman du- i
ranee unos días después de su regreso. Cuando por fin juntamos la va-
lentía necesaria, fuimos a su casa. Lo primero que vi fue su avión en
medio de una pila de basura. Él salió a la puerta a reunirse con nosotros.
-Lo siento mucho, Truman. No tendríamos que haberlo tomado y
haber permitido que se rompiera así -dijo Grandulón.
-Sí, yo también lo lamento, Truman -dije-. De verdad, me siento
muy mal.
Truman notó el yeso de Grandulón.
-¿Qué le sucedió a tu brazo ? -preguntó.
- Hh, me lo rompí cuando caí del techo del granero.
•I
Una verdad a medias. Grandulón siempre estaba haciendo tonte-
rías, así que Truman ni siquiera puso en duda sus palabras. Estaba de-
masiado triste por su avión.
-Me gustaba mucho ese avión, más que cualquier otro regalo que
haya recibido -dijo él, mirando la basura-. Supongo que ya no existe
la magia.
-¿Qué quieres decir, Tru? -pregunté.
-Bueno, hace tiempo, cuando Lucky I.indy voló sobre el océano
Atlántico por su cuenta, nadie creyó que podría hacerlo, excepto mi
papi y yo. Durante todo el viaje, escuchamos la radio, rezando para
que lo lograra, y cada vez que oíamos una buena noticia al respecto,
bailábamos en un círculo a contrarreloj, chasqueando los dedos. Ese
era nuestro ritual mágico para ayudarlo. Y lo logró, de verdad. Pero
ahora, no estoy tan seguro. Ya nada parece funcionar.
Tomé su mano. Odiaba verlo así.
-Y si... ¿Y si nosotros reparamos tu avión ?
Grandulón negó con la cabeza, pero lo ignoré.
-Bud es bueno con las herramientas. ¡Apuesto a que él y John, el
negro, podrían hacer que se viera como nuevo!
-¿Lo crees? -preguntó Truman con una sonrisa.
Grandulón puso los ojos en blanco.
- i Nelle, no digas eso!
Truman le lanzó una mirada asesina.
-¿Por qué no, Grandulón?
OT

i
-Porque... -vaciló, y luego se rindió-. Rayos, porque jyo soy quien
lo arreglará, por eso. ¡Y Nelle va a ayudarme!
Asentí.
-Por supuesto. Grandulón. Pondremos ese avión en marcha, ya lo
verás.
Truman nos abrazó a los dos.
-Eso me haría muy feliz.
Al final, John, el negro, y Bud le echaron un vistazo y negaron con
la cabeza.
-Será más fácü comprar uno nuevo, golpearlo un poco y decirle
que lo arreglamos.

I
-Pero ¿cómo lo pagaremos? -pregunté.
Bud lo pensó un momento.
-Les prestaré el dinero, pero los dos deberán devolvérmelo.
-¿Cómo? -preguntó Grandulón.
Bud sonrió.
-Tengo ocho hectáreas de algodón para cosechar. Iba a decirles a un
par de personas de Mudtown para que vinieran a arrancarlo, cortarlo y
llevarlo a la desmotadora. Pero ahora tengo una mejor idea...
Un mes después, Truman tenía un nuevo avión viejo. Tanto yo
como Grandulón teníamos los dedos tajeados y la espalda con magu-
llones. Fue la última vez que tomamos algo "prestado" de Truman.
La receta secreta de Sook
Por Truman

Cuando conocí a mi prima Sook, ya era una ermitaña. Nunca salía


de la casa; ni para ir a la iglesia, ni para cortarse el cabello, ni siquiera
para comprarse tabaco para masticar, lo que amaba más que nada. No,
señor, Sook era una ermitaña como cualquier otra.
Los domingos, cuando todos iban a la iglesia, ella rezaba en casa.
Cuando precisaba algo del mercado, enviaba a Pizca o a mí. Cuando
necesitaba un corte de cabello, ¡el peluquero venía a la casa!
Era tímida con todos, menos conmigo, Nelle y Grandulón. Parecía
una anciana, con su delgado cabello gris y aquellos ojos grandes que
miraban directo a los míos. Jenny, Callie y Bud solían tratarla como a
uno de los sirvientes. Ella limpiaba la casa, recolectaba los huevos del
gallinero, recorría el patio trasero en busca de frijoles y raíces, y trabaja-
ba en la cocina con Pizca. Y lo único que recibía a cambio eran proble-
mas cada vez que me permitía hacer algo que los adultos pensaban que
no debía hacer, como beber café o quedarme en casa en lugar de ir a la
escuela para escuchar los radioteatros o para sentarme a escucharla leer
historietas en voz alta, en lugar de dejarla hacer sus tareas domésticas.
Jenny en especial podía hacerla llorar, diciendo que yo no crecería bien
si continuábamos haciendo todas las cosas que hacíamos juntos. Sook
era una Cenicienta cualquiera, salvo que era vieja y supersticiosa.
Era supersticiosa por una fiebre que tuvo durante su infancia que
por poco la mató; ella le temía a la noche porque pensaba que la mortal
fiebre de los pantanos entraría flotando por nuestras ventanas y nos
mataría mientras dormíamos. Así que, durante las noches más caluro-
sas y miserables, Sook mantenía las ventanas y las puertas completa-
mente cerradas, incluso si el interior de la habitación parecía un horno.
A Sook nunca le pagaron por el trabajo que hacía en la casa. Pero ella
poseía algo que nadie más tenía, y esa era su única fuente real de ingresos:
una receta secreta para una medicina casera que curaba el reumatismo
(una enfermedad de personas mayores). Ella había heredado la receta se-
creta de su madre, quien la obtuvo de algunos gitanos nómades antes de
la Guerra Civil. Era inmensamente popular, y la preparación de la receta
cada primavera era una gran empresa, y yo era su único ayudante.
Si bien Sook se negaba a ir al pueblo o a cualquier otra parte, para
cumplir con esta tarea, merodeaba en el bosque que estaba detrás de
nuestra casa en busca de los ingredientes para su medicina. Recolectá-
bamos raíces de oxidendro, el hierro que rellenaba las balas que queda-
ron de la Guerra Civil (hubo una gran batalla allí, así que había suficien-
tes) y varias hierbas. Pero ella tenía otros dos ingredientes secretos que
nunca había compartido con nadie, ni siquiera conmigo. Mantenía esos
ingredientes en una vieja caja cerrada con candado y escondía la llave.
Una vez que habíamos recolectado todo, tomaba los ingredientes
secretos y los introducía en un viejo caldero negro, pero solo si yo tenía
los ojos cerrados. Luego, agregábamos el resto y lo poníamos a her-
vir sobre un fuego en el patio trasero durante días. Cuando el líquido
pegajoso y oscuro se transformaba en una melaza espesa, lo vertíamos
a través de un colador dentro de las botellas.
Mi trabajo era mantener el fuego encendido y revolver el caldero.
-La medicina debe tener la fuerza suficiente para hacer que la en-
fermedad abandone el cuerpo. Cuando ya no puedes tolerar el olor,
está lista - me dijo.
El hedor del líquido asqueroso llegaba hasta la plaza del pueblo.
Bud y Cal lie se volvían locos, pero Jenny era comprensiva.
-Es la única forma en la que gana su sustento.
El jarabe negro se hizo famoso en todo el condado. Las personas
venían a cualquier hora del día y de la noche para obtener su creación
secreta. Se lo vendía a todos; no importaba si eran blancos o negros.
-La enfermedad no distingue colores -decía.
Se comportaba corno un médico viejo j sabio cuando sus pacientes
aparecían frente a la puerta (los negros tenían que ingresar por la entra-
da trasera). Ellos le mostraban sus articulaciones hinchadas o doloridas
y ella las revisaba sin tocarlas, analizándolas en su cabeza gris. Luego,
desaparecía en la habitación trasera y regresaba con una botella, de la
que se suponía que debían beber un sorbo por día. Les cobraba un dólar.
Los comentarios pasaban de boca en boca y ci producto siempre
estaba agotado. Yo contaba el dinero y lo invertíamos en ingredientes
para hacer los puddings especiales de Sook, y para Navidad, ella se los
daba a las personas que se los merecían, como los pobres, o el presiden-
te Roosevelt cuando fue electo en lugar del sinvergüenza de Hoover.
Los espías eran un problema. Se ponía paranoica y pensaba que
todos estaban intentando robarle la receta, incluso Jenny. Esa debía
haber sido una de las razones por las que nunca salía de la casa: para
proteger su secreto.
Admito que, luego del divorcio de mis padres, me preocupé por
mi madre, aunque ella no se preocupó por mí. Cuando su carrera en
el espectáculo no despegó, me pregunté si había alguna forma en la
que yo pudiera ganar bastante dinero como para que ella no se viera
obligada a casarse con un viejo tonto, y así podría regresar a buscarme.
Sook y yo teníamos muchas ideas, pero siempre parecían planes que se
le hubieran ocurrido a Arch. Hasta que un día, estábamos sentados en
el porche delantero con Nelle y Grandulón jugando y, de pronto, Sook
se puso de pie con expresión sorprendida.
-Lo tengo, Truman. Ya sé cómo puedes ganar dinero suficiente
para que Lillie Mae no tenga que casarse otra vez.
Tomó mi mano y me llevó junto a nuestra sede secreta, dejando
a Nelle y Grandulón en el porche, preguntándose qué rayos me diría
para que me hiciera rico. En cuanto estuvimos lejos de ellos, se inclinó
hacia mí y dijo las palabras mágicas:

-Te daré el secreto de mi receta. Con tu inteligencia, ¡se convertirá


en la más famosa de Alabama!
No podía creerlo. Me explicó que se estaba volviendo demasiado
vieja para tanto trabajo y que odiaba que Jenny siempre estuviera in-
tentando descubrir la receta para poder dejar de trabajar en la tienda
de sombreros. Que prefería por lejos que yo la tuviera y que la usara
para hacerme feliz a mí y a mi madre.
Ahora, desearía poder decirte lo que ella me contó, querido lector,
pero, cielos, no puedo. He jurado guardar el secreto de por vida, y ni
siquiera Nelle o Grandulón podrían sacármelo (aunque, por supuesto,
lo intentaron).
-Sook te contó el secreto, ¿verdad? -indagó Grandulón cuando
regresé.
Miré a Sook, que estaba dirigiéndose adentro para tomar su siesta.
Ella no dijo nada; confiaba mucho en mí. Sonreí y les respondí:
-Lo único que puedo decirles es que cuando sea millonario, ¡uste-
des dos serán los primeros empleados que contrate!
No estaban impresionados.
Por desgracia, el negocio terminó antes de que yo pudiera hacerme
cargo. Jenny había tratado en secreto de patentar la fórmula milagrosa
y cuando se enteraron los médicos de la zona, el inspector de salud
vino y cerró el servicio para siempre.
Jm

Archulus Persons es un gran mentiroso


Por Nelle

Tru man nunca lo admitirá, pero su padre es un sinvergüenza. Es decir,


es agradable y todo eso cuando quiere, pero siempre está tramando algo.
Nunca puedes confiar en él cuando pide un favor. Todo el tiempo está
manipulando las cosas para beneficiarse. Y el pobre Truman era siempre
el ignorado.
Cada vez que Arch Persons aparecía en la casa con su automóvil,
causaba alboroto. O estacionaba tocando el claxon y asustando a las
gallinas en algún vehículo elegante con un conductor, o se escabullía
por la parte trasera de la casa como si fuese un ladrón. Truman siempre
estaba entusiasmado de ver a su papi, pero cada vez terminaba con el
corazón roto porque él nunca era el centro de su atención.
Arch jamás era aburrido, eso es cierto. Siempre aparecía con planes
a prueba de tontos e ideas locas que le harían ganar mucho dinero en
el menor tiempo posible. Una vez, en una tarde lluviosa, yo estaba sen-
tada en el porche de Truman con él y Grandulón. Los tres estábamos
en las mecedoras, cuando un Packard enorme de color negro rugió por
la calle y se acercó frenando con un chirrido hasta detenerse frente a
nosotros. La puerta del conductor se abrió y ¡bajó el hombre más in-
menso que jamás habíamos visto!
Parecía el mismísimo Hércules, pero con piel oscura. El hombre
sostuvo un paraguas sobre Arch y lo acompañó hacia el porche.
-¡Buenos días, niños! -Arch saludó con su sombrero Panamá. No
le prestó especial atención a Truman-. Quiero que todos conozcan a
Sam. ¡Será el próximo campeón mundial de boxeo!
Sam era gigante y tenía la cabeza rapada, algo que nadie hacía en
aquella época en Monroeville. Tenía manos fuertes como piedras y

orejas enormes, como las de los elefantes. Era puro músculo y también
atractivo, si debo decirlo.
~\Buongiornol -dijo, con un acento gracioso.
-Sam es de Sicilia -comentó Arch-. Lo encontré en Mobile, ense-
ñando gimnasia en el colegio comunitario, si pueden creerlo. Jamás ha-
bía visto un espécimen tan magnífico. El hombre es un luchador innato.
Y conmigo como su representante, es seguro que haremos una fortuna.
No le importaba no saber nada sobre boxeo.
-Estaba pensando, Truman. ¿Qmzá podrías ser mi asistente ?
Sus ojos se iluminaron.
-¿De verdad? -dijo.
-Pues claro, hijo. Y Grandulón y Nelle también pueden ayudar.
Debemos tener un buen equipo detrás de Sam para que esto funcione.
Y todos pueden empezar ahora mismo, ayudándome a bajar las male-
tas del automóvil.
Sabe Jenny que venías ? -pregunté. i
Él ignoró mi pregunta.
-Truman, estás a cargo. Asegúrate de que todo el equipo de entre-
namiento llegue a la sala de estar. ¡La convertiremos en un gimnasio!
Truman me sacó la lengua.
-¿Viste ? Estoy a cargo.
-No creo que a la señorita Jenny le guste ver su sala de estar conver-
tida en un gimnasio -les advertí.
-Cálate, Nelle, ¿no puedes ver que tiene un plan? -dijo Truman-.
Pues, apuesto a que Sam puede ganarle a cualquiera, incluso a Jack
Dempsey. Sí que me alegra que sea un buen tipo o tendría miedo -el
pobre Truman siempre le creía a su papi. O al menos, eso quería.
Antes de que Jenny regresara a casa del trabajo, habíamos moví- ,
do todos sus muebles elegantes y los tapetes, y habíamos puesto en ,
su lugar un sistema de poleas y pesas. Pizca estaba tan molesta que
no salía de la cocina. Cuando Jenny por fin llegó del trabajo, estaba •
sorprendida y furiosa con Arch. Pero, de alguna forma, el ver a Sam
ejercitándose y flexionando los músculos, y el sonido de su acento ita-
liano al hablarle, la convencieron. Arch le prometió que ella también
vería algo de las ganancias.
El padre de Truman dijo que tenía que marcharse y hacer algunos
tratos con otro representante para conseguir que hubiera una gran pe-
lea en Monroeville.
-La haremos en la plaza del pueblo y las personas pagarán un dó-
lar para ver a este hombre ganándole a cualquier competidor. Además,
tendremos las apuestas paralelas habituales, con las que sé que ganare-
mos bastante. Es más, ¡Sam será como una máquina de hacer bÜletes!
-¿Cuánto dinero nos pagarán? -preguntó Grandulón. Truman le
lanzó una mirada asesina, pero a Arch no le molestó la pregunta.
-Me agradas, Grandulón. Siempre yendo al grano. Bueno, si man-
tienes el fuerte mientras no estoy aquí... supongo que veinticinco cen-
tavos por día sería justo.
-¿Cada uno? -pregunté.
Él sonrió.
-Cada uno. Pero no será fácil.
-No te preocupes, padre. No te decepcionaremos, ¿verdad? -nos
miró a todos con furia.
Cada mañana alrededor de las seis, Truman, quien solía dormir hasta
tarde, estaba despierto golpeando mi ventana. Era hora de la carrera matu-
tina de Sam. EHos conducían en el Packard, y yo y Grandulón los seguía-
mos con nuestras bicicletas. El trabajo de Truman era viajar colgado de la
ventanüla con una botella de agua en la mano, mientras Arch conducía
junto a Sam.
Cada vez que Sam se cansaba, hacía sonar el claxon.
-¡No seas perezoso! ¿Quieres ser el campeón mundial, o no?
Arch estacionaba en la plaza del pueblo mientras Sam continuaba
corriendo alrededor, una y otra vez, hasta que todos lo hubieran visto.
En ese momento, Arch se ponía de pie sobre un banco y gritaba con
un megáfono:
-¡Pasen y vean al mejor luchador que haya existido! ¡Vengan este
domingo a ver al boxeador legendario en persona antes de que sea de-
masiado famoso para verlo de cerca!
Arch era un presentador innato, y Sam era muy trabajador, pero
con lo que no contaban era con el escándalo de ver a un hombre de co-
lor corriendo en pantalones cortos y, en general, sin camiseta. Muchas
de las mujeres que iban a la iglesia en Monroeville jamás habían visto
las piernas desnudas de un hombre y, al segundo día, la iglesia había co-
menzado con un petitorio para prohibir la pelea. Al tercer día, ¡había
mujeres de la iglesia marchando frente a la casa!
Claro, Jenny no iba a tolerarlo. Convenció al dulce de Sam de que
Arch jamás cumpliría con sus promesas y le ofreció pagarle el autobús
para regresar a su antiguo trabajo. A la mañana siguiente, Sam se había
marchado, al igual que el sueño de Arch.
Él ya había ganado dinero con la promesa de la pelea, así que tuvo
que escabullirse fuera del pueblo para evitar que sus inversores lo des-
cubrieran. El pobre Truman no podía creerlo. De verdad había pen-
sado que Sam sería el boleto que llevaría a su padre hasta la fama y la
fortuna.
Su próximo acto fue aún más impresionante que el de Lázaro. El gran
Hadjah casi tenía poderes sobrenaturales. Tenían que verlo para creerlo.
im

El pez monstruo y la gallina de dos cabezas


Por Truman

Todo comenzó río abajo un día, cuando Grandulón y yo fuimos


a dar un paseo. Nos encontramos con unos pescadores secando sus
redes y sus trampas en un árbol. Estaban reunidos alrededor de una
pequeña tina de lavar, señalándose y discutiendo sobre algo que estaba
causando un alboroto. Así que nos acercamos para echar un vistazo, y
allí estaba: un enorme bagre prehistórico. Tenía una mandíbula extra-
ña, como la de un pez espada, y parecía pertenecer a otro mundo.
-Ese es el pez más raro que jamás haya visto -dije-. Le daré un dólar
por él -el pescador aceptó.
-¿Y qué rayos harás con esa cosa? -preguntó Grandulón.
-Tengo una idea. Y haremos mucho dinero.
Grandulón y yo esperamos a que los pescadores enviaran el monstruo a
la casa de Jenny. Estábamos sentados en el porche, cuando Nelle apareció.
-¿Qué están esperando? -preguntó Nelle.
-Truman nos hará millonarios -dijo Grandulón.
-¿En serio? ¿Cómo? -indagó ella.
En ese preciso momento, el pez llegó en la parte trasera de un camión.
Truman lo señaló.
-Así.
Dos pescadores Uevaron la tina hacia un pequeño estanque que la
prima Jenny había construido para su pez dorado.
-Pónganlo ahí adentro -dije.
Cuando Nelle vio lo que había en la tina, dio un salto del susto.
-¡Cielo santo! ¿Qtó es esa cosa?
El pez se deslizó de su contenedor hacia el estanque y con lentitud
comenzó a moverse. El otro pez buscó refugio a toda prisa.
IR GREG NERI
|i

-Eso, Nelle, es la octava maravilla del mundo: j el bagre dinosaurio!


Todos lo observamos. Era feo como un demonio y nadie jamás había
visto algo semejante.
-Le cobraremos cinco centavos al quelo quiera ver-dije-. ¡Haránfila!
Neüe inclinó la cabeza, y el monstruo marino bajó la velocidad y se
'I detuvo.
-Creo que está muerto -comentó ella.
Lo empujé con una rama, y el monstruo rodó sobre su espalda.
-¡Maldición! Pagué un dólar por él -tomé asiento y pensé por un
largo rato, basta que se me ocurrió algo-. Tengo otra idea.
Corrí hasta el cobertizo y encontré unos cables y im ladrillo viejo.
-Toma el pescado, ¿quieres ?-le pedí a Grandulón.
-No tocaré esa cosa -respondió él.
-Pues, ¿cómo haré para colocarle este cable si no lo sostienes ? -pre-
gunté.
-Yo lo haré -dijo Neüe. Cada vez que había que hacer quedar mal a
un niño, se apuntaba. Se arrodilló e hizo una pausa.
-¿Qué ocurre? ¿Tienes miedo? -preguntó Grandulón.
Ella hizo una mueca y extendió la mano para sujetar al animal de
la cola.
-Puaj, es asqueroso -se dio vuelta y agitó al pescado frente al rostro
de Grandulón-. ¡Bésame!
Él la esquivó y corrió hacia el otro lado del estanque para evitar al
pescado. Nelle rio, y lo persiguió con el animal en la mano.
Después de darle un par de vueltas al estanque, se cansó de correr
tras él.
-Huele mal. ¿Qtó harás?
Introduje el cable a través de sus tripas y lo saqué otra vez del otro
lado; luego, lo sujeté al ladrillo. Lanzamos la creación dentro del agua,
y el pez se mantuvo a flote.
-Pero no se mueve -dijo Nelle.
iw

Metí la mano en el agua y la moví para generar unas pequeñas ondas.


Parecía que el pescado estaba nadando.
-¿Así está bien?
-No lo sé. Si vamos a cobrar una entrada, creo que necesitamos
otros espectáculos.
Mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad.
-¡Podríamos convertirlo en un espectáculo de feria! Solo necesita-
mos un par más de cosas excéntricas, como las que vemos cada vez que
el circo ambulante pasa por el pueblo,
-Doc Hiñes tiene un cerdito en conserva dentro de un frasco en su
oficina -sugirió Grandulón.
-Ahh, eso sería perfecto -dije-. Podemos inventarle una historia,
como que en las noches de luna llena regresa a la vida y camina por los
campos cavando pozos en busca de larvas.
Nelle puso los ojos en blanco.
-¡Entonces será mejor que consigas una gallina de dos cabezas, ya
que estás con eso!
Eureka.
-Nelle Harper, ¡esa es la mejor idea que has tenido hasta ahora!
Nelle hizo una mueca.
-¿Y dónde rayos planeas encontrar una gallina de dos cabezas ?
Sabía que Sook y Pizca prepararían pollo para la cena al día siguiente.
-Cuando Pizca tenga su gallina, le pediré la cabeza. Luego, solo la
pegaremos en otra gallina. ¡Será perfecto! Pizca tocará el acordeón y yo
seré el maestro de ceremonias. ¡Diría que ese es un espectáculo por el
que los niños pagarían diez centavos!
-Veo que aprendiste algo de tu papi -dijo Nelle.
-Oye, ¿Bud no guarda una espada de la confederación que era de su
padre? También podemos exhibirla -dijo Grandulón.
-Buena idea. También tiene un revólver que su papá le robó a un
yankee -respondí-. ¡Este será un espectáculo inolvidable!
GREG NERI

Dos días después, teníamos todo preparado. Hacer la gallina de dos


cabezas requirió algo de pegamento y cables, aunque la gallina no se
tomó bien el tener una segunda cabeza. Logré que Doc nos prestara el
cerdito muerto, y Nelle y Grandulón hicieron carteles promocionan-
do el espectáculo y lo anunciaron por todo el pueblo.
El día señalado, los niños hacían fila. ¡Seríamos ricos! Lo que no
sabía era que el pastor Blake y su familia pasarían a hacer una visita. El
pastor era un hombre serio del clero, y su esposa, un pilar habitual de
la comunidad. Cuando Jenny regresó a buscarme y vio lo que estaba
sucediendo, hizo un escándalo.
-Truman, ¿olvidaste que el pastor y su familia vendrían de visita?
¡Tienes que enviar a tus amigos a casa ahora mismo!
-Pero, Jenny, ya pagaron, ¡y nosotros también ganamos bastante
dinero! -dije, mostrándoselo.
Jenny notó que Pizca estaba con su acordeón.
-Pizca, ¿por qué no estás en la cocina con Sook?
-Ya terminé de preparar todo esta mañana, señorita Jenny. Solo iba
a tocar una canción y nada más -respondió-. Ya sabe, para los niños.
En ese instante, el pastor y su adorable familia caminaron hacia la
puerta trasera y vieron el espectáculo frente a ellos. Vio uno de los car-
teles que habíamos hecho.
-¿Una feria? Pues, nos encanta un buen espectáculo, ¿no es así, se-
ñora Blake? -dijo él.
La señora Blake hizo una mueca a través de sus labios apretados.
-Mientras sea uno decente y no uno de esos horribles circos ambu-
lantes.
-Vamos, son solo niños -dijo Pizca-. Es un pequeño espectáculo
inocente.
Bueno, las cosas no salieron exactamente como lo habíamos planeado.
Primero, el pastor no estaba muy contento de que su famüia tuviera
que pagar diez centavos por cabeza para ver el espectáculo. No me sentí
Tru & Nelle

¡ mal, considerando cuánto dinero nos saca él cada vez que vamos a la

P (

(
iglesia. Negocios son negocios, ¿verdad?

Pizca estaba haciendo lo suyo, tocando un blues del delta con su


viejo acordeón, muy concentrada. Creo que la señora Blake estaba un
poco molesta por todo el despliegue, porque se puso nerviosa ante las
i¡! palabras sugestivas de la canción. Sin embargo, el señor Blake parecía
estar disfrutándola.
Cuando llegaron al pescado, inventé una historia fantástica sobre
un bagre prehistórico congelado en el tiempo que había regresado de
entre los muertos. Había un solo problema: era obvio que el pescado
no estaba vivo, porque el otro pez había comenzado a comérselo. La
señora Blake parecía horrorizada, pero sus hijos rieron, entretenidos.

i
§
Me apresuré a llevarlos hasta la exhibición del cerdito y de la gallina
de dos cabezas. Parecían fascinados por esta última, hasta que la señora
Blake notó algo.
-¿La segunda cabeza... está cayéndose?
El animal había estado picoteándola y ahora la cabeza colgaba en
un ángulo extraño. Con rapidez, enfoqué su atención en el frasco con
i l el cerdo, que estaba debajo de una toalla.
-Y ahora, la siguiente maravilla -dije, descubriendo el frasco.
m\ La señora Blake gritó tan fuerte, ¡que por poco me revienta el tím-
paño! i!|
S -¡Tienen un bebé muerto! ¡Tienen un bebé muerto! -gritaba. , f
Intenté tranquilizarla y explicarle que era un cerdo, pero ella se alejó '^ ijj
de un salto, asustada, y tropezó con la exhibición de la gallina de dos
cabezas, derribándola. ; ^¡
-¡La gallina de dos cabezas escapó! -exclamó su hijo-. ¡Alguien
atrape a la gallina de dos cabezas! • il' i
Se desató un iníierno. En medio del embrollo por atrapar al animal,
a Pizca se le rasgó el vestido y se podía ver su ropa interior, lo que hizo !;
que el señor Blake retrocediera y se golpeara contra la punta de la espada

215 I
LI;
G r e g Neri

de la confederación. Dejó salir un grito de dolor ("¡Pero por todos los


santos!") y cayó de espaldas dentro del estanque.
La señora Blake por poco se desmaya; se apoyó en el banco que
sostenía al cerdito, el cual colapsó, lo que hizo que el frasco se rompiera
contra el suelo. Cuando la señora Blake vio al cerdito rodando hacia
sus pies, se desmayó de verdad.
Nelle, Grandulón y yo estábamos de pie boquiabiertos cuando oí-
mos dos disparos. Corrimos hacia la calle al frente de la casa, donde
encontramos el sheriff Farrish de pie con una pistola humeante.
-¿Alguien vio eso? ¡Acabo de dispararle a una gallina de dos cabe-
zas ! i Creo que le di en los sesos, pero siguió andando!
Esa noche, Jenny prohibió las ferias para siempre.
La prbnerísima vez que vi a Trurnan
Por Ncllc

Aquí en Monroeville, las personas nacen, crecen, se casan y mueren


sin pensar ni una vez en mudarse. Eso es lo que hacía a Traman diferen-
te, supongo, porque él era un extraño desde el principio. Venía de una
ciudad diferente que estaba en un estado diferente. Hablaba diferente,
se comportaba diferente y era diferente de cualquier modo imaginable.
Pero, a su vez, yo tampoco era como los demás; tal vez por eso al final
nos llevamos bien.
La primera vez que vi a Truman pensé que era algún tipo de mu-
ñeco de porcelana delicada. Esto fue un par de años antes de que le
hubiera hablado siquiera, cuando venía a visitar a la señorita Jenny con
sus padres.
La señorita Jenny, siendo la persona refinada que es, siempre esta-
ba encargando cosas delicadas de lugares lejanos. Así que aquí, pensé,
estaba ese lindo muñeco sentado en una silla de mimbre en el porche
lateral, vestido con su pequeño traje blanco, pantalones cortos y una
corbata a rayas. Tenía el cabello rubio y delgado, que se veía blanco
bajo el sol. Parecía tan real, que estaba pensando en usarlo para asustar
a mi hermana Osa.
Luego, el muñeco comenzó a llorar.
La señorita Jenny y su prima Lillie Mae estaban teniendo una gran
discusión; era tan fuerte que podía escuchar cada palabra que decían
desde mi casa. Justo cuando pensé que no podía empeorar, aquel mu-
ñeco comenzó a gritar con todas sus fuerzas. Debería tener tres años
en ese entonces, pero todavía puedo recordarlo debido a todo el llanto.
Mi mamá, que odia los ruidos porque la ponen nerviosa, me obligó a
entrar a la casa.
r w

m
wm
-¿Quién era ese, mamá?
-¡Es el hijo de Lillic Mae!
I.illic Mae vivía en Nueva Orleans. Cada vez que aparecía por
Monroevilie, causaba revuelo. Se vestía como una corista si no recibía
atención suficiente, o armaba un alboroto hasta que todos notaban su
presencia. Su comportamiento hacía enfadar a mi mamá y hacía llorar
a su hijo. Mamá se sentaba y tocaba el piano lo más fuerte que podía, i -
solo para ahogar los gritos. Entre el piano, el griterío y el llanto, ¡mis
oídos no podían soportarlo más! Me escondí en la oficina de mi papi
hasta que todo volvió a la calma.
Después de ese día, no vi al niño ni oí hablar de él por un largo
tiempo.
Alrededor de un año atrás, un gran auto elegante descapotable es-
tacionó, y allí estaba ese niño otra vez, vestido con su pequeño traje
de marinero. Lillie Mae y su esposo también estaban muy elegantes,
y bajaban del coche como si fueran los dueños del mundo. La señori-
ta Jenny no parecía contenta de verlos. Las personas simplemente no
actuaban como habitantes de la gran ciudad aquí, en Monroeviüe. Yo
ya estaba vestida con mi overol y siempre andaba descalza. Tal vez mi
mamá hubiera preferido una muñequita de porcelana delicada en vez
de una niña poco femenina como yo, pero sabía que ella tampoco los
soportaba.
Los adultos entraron y dejaron al niño solo para que merodeara por
el patio trasero. A decir verdad, la última vez que vi a ese niño, había
pensado que era una niña. Ahora no estaba tan segura. Él parecía pre-
ocupado por no ensuciarse los zapatos blancos. Pero después, el niño
vio la cerca hecha de huesos de la señorita Jenny y se paralizó. Tengo
que admitir que esa cerca también me asustaba un poco, porque estaba
hecha con huesos de animales de verdad. Por qué la señorita Jenny ha-
bía hecho una cerca con huesos de animales nunca lo supe, pero yo no
me acercaría a esa cosa.

I
Recuerdo haberme quedado sentada por allí, observando a aquel
marinerito acercarse poco a poco a la cerca de huesos. Cuando el niño
finalmente la tocó, una gran sonrisa apareció en su rostro, seguida de
risas. El niño estaba acariciando los huesos y aproximándose a la cerca,
cuando Lillic Mae lo llamó desde la casa: "¡Tru!".
¿Tru?¿Qué clase de nombre era ese? El dato no me ayudó a resolver
el misterio que era ese niño, quien se sorprendió mucho, se resbaló y
cayó sobre la cerca, tirando un par de huesos. Bueno, eso fue como
jalar de un hilo suelto: en cuanto lo hacías, una fila entera del tejido se
desarmaba.
¡La expresión en ese rostro! El niño entró en pánico e intentó repa-
rarla, pero cuanto más toqueteaba, más la desarmaba. Comencé a reír,
y luego él me vio. Bueno, si las miradas pudiesen matar... Ese niño solo
se quedó de pie, mirándome con furia, con las manos en la cadera y la
mandíbula inferior hacia afuera, como la de un buUdog. Eso me hizo
reír todavía más, porque es exactamente lo que parecía, un pequeño
bulldog al que le faltaban dos dientes en el medio.
-¡Tru! -gritó su mamá. Cuando salió y vio el traje sucio del niño,
la cerca premiada de Jenny hecha un desastre y a su hijo sentado allí,
atrapado en el acto, se puso furiosa. Bueno, antes de que pudiera decir
nada, el niño comenzó a temblar como un volcán a punto de explotar;
su rostro se volvió rojo como un pimiento y los ojos se le humede-
cieron como una represa desbordada durante una tormenta. Y allí fue
cuando un gemido salió de su boca y apuesto a que lo oyeron hasta el
juzgado, en la plaza del pueblo.
El enojo abandonó el rostro de Lillie Mae y comenzó a mimar al
niño como si fuera de la realeza, solo para que dejara de llorar. Escuché
que él inventó una gran historia:
-¡El niño descalzo del overol me empujó sobre la cerca! -exclamó
él con un tono de voz peculiar y agudo.
Luego, ¡me di cuenta de que se refería a mí!
Ese enano. Me oculté detrás de un arbusto y observé a través de las
hojas cómo LilJic Mae lo llevaba dentro. Justo antes de que desapare-
cieran en la casa, ese enano me sacó la lengua, sonriendo, ¡como si se
hubiera salido con la suya!
En ese instante supe que él era más inteligente que la mayoría de los
niños de la zona.
El camino a Monroeville
Por Trunian

Durante los primeros años de mi vida, mi padre, Archulus Persons


Jr., nunca había tenido un trabajo. Habíamos estado viviendo del dinero
de mi abuela, que era mucho, pero él se lo gastaba todo en autos elegan-
tes intentando impresionar a mi madre. Por fin consiguió un trabajo de
verdad, después de vivir del dinero familiar y de planes de poca monta
durante todo ese tiempo. Tenía que irse de viaje por un par de semanas,
pero mami no me quería cerca sin él. No dejaba de decir que yo la agota-
ba y que la hacía sentir vieja. Todavía era joven y demasiado bonita para
permitir que yo la hundiera. La gota que derramó el vaso fue cuando
dijo que lamentaba haberlo conocido y que lamentaba aún más haber
tenido a este niño.
Mi papi no dijo ni ima palabra después de eso. Al día siguiente, me
llevó de viaje con él.
Aparecimos al pie de "el lodoso", el río Mississippi, y allí estaba: un
verdadero barco a vapor del Mississippi, con una rueda de paletas y dos
chimeneas altas que parecían salidas de Huck Finn. En un lateral, vi
que tenía pintado mi segundo nombre: Streckfüs. Como en la compa-
ñía de barcos a vapor Streckfüs.
-Llevas el nombre de estos barcos, hijo -dijo papi-. Cuando le
conté al señor Streckfüs, él me contrató de inmediato y me nombró
tesorero auxñiar. Dijo que cualquier Streckfüs era familia para él.
El barco navegaba a lo largo del Mississippi, entre Nueva Orleans
y San Luis. Papi no quería que me quedara sentado metiéndome en
problemas, así que, siendo el presentador que era, inventó un traba-
jo para mí: tenía que caminar por la cubierta y bailar tap. Me ponía
mi atuendo de marinerito y hacía que su trompetista, un tipo negro

221

- --

i
sonriente al que llamaba Satchmo, tocara para mí mientras yo bailaba
con todo mi empeño.
Incluso después de que mi papi cobró su parte, yo era bastante rico
para cuando regresé. Pasamos por una tienda de regalos para comprar
algo para mami, pero me paralicé cuando vi una de las cosas más mara-
villosas que jamás había visto: allí, colgando en el escaparate principal
de la tienda, ¡había un avión Ford trimotor para niños con la hélice
roja! Tenía el tamaño suficiente para que yo entrara sentado; era como
un triciclo gigante con alas.
-Puedes tener un regalo -dijo él. Estaba enamorado de ese avión.
Parecía tan magnífico como £/ espíritu de San Luis de Lucky Lindy.
-Ese -dije, señalándolo.
Bueno, dijo que era demasiado caro y, aun después de que hice un
berrinche, todavía decía que costaba demasiado.
Así que pedí un perro. Fuimos en busca de una tienda de masco-
tas, pero hacía calor y estaba húmedo y no pudimos encontrar una ni
aunque nuestra vida dependiera de ello. Así que nos decidimos por un
sombrero.
Papi siempre usaba un gran sombrero Panamá, y encontramos uno
en una tienda de sombreros que era igual a la de la prima Jenny. Tenía
el ala blanda y podía bajarlo sobre mis ojos como si fuera un detective
moderno. Regresamos a Nueva Orleans, y al segundo en que mami vio
esa cosa en mi cabeza, le hizo saber a papi que a ella no le agradaba ni
un poco. Iba en contra de todas sus reglas de la moda y amenazó con
quemarlo. Pero a mí me encantaba.
En cuanto llegamos a casa, estábamos en la ruta otra vez, dirigién-
donos directamente de regreso a MonroeviUe, donde estaban todos los
parientes de mami, en especial mis cuatro primos lejanos, que vivían
todos bajo el mismo techo. El sombrero vino con nosotros.
Durante todo el viaje, mami y papi discutieron sobre dinero. Ella
quería vivir como una reina, y él en general estaba en quiebra por ese
motivo. Pero siempre tenía una idea innovadora que ios haría ricos.
Esta vez, estaba transportando luz de luna de un indio llamado Joe, que
vivía en las afueras de la ciudad. Lo oí hablando por teléfono y dicien-
do que no había de qué preocuparse, que el sheriff nunca detendría el
vehículo de una familia con un niño.
Le pregunté a mamá:
-¿Cómo hace papi para atrapar la luz de la luna y meterla en la par-
te de atrás del automóvil? -ella se puso pálida. Mi prima más grande,
Sook, me sentó en su regazo y cubrió mis oídos mientras la discusión
más grande de todas empañaba toda la casa.
Cuando me di cuenta, mi mami salió hecha una furia, seguida de
papi, y me dejaron completamente solo. Sook me abrazó toda la noche
mientras yo mojaba tanto su camisón, que tuvo que cambiarse y dor-
mir en un vestido de algodón.
Mi prima Jenny, que teníala edad como para ser mi abuela, no po-
día creerlo. Cuando me vio a la mañana siguiente, me dijo que no me
preocupara.
-Tu mamá no merece tu amor.
Una semana después, Sook estaba a mi lado prácticamente en todo
momento. La ayudaba a cocinar; hacíamos largos paseos en el bosque
para recolectar hierbas y hongos salvajes, nos escondíamos en el ático a
recortar las imágenes más hermosas de las revistas para poder decorar
nuestras cometas y, después de haber tenido un día particularmente
bueno, me sentaba en su regazo y me permitía beber sorbitos de café
con sabor a chicoria y comer habichuelas, mientras leíamos las histo-
rietas más divertidas en voz alta. Ella siempre empezaba por Annie, la
huerfanita.
Ella fue mi mejor amiga durante esos primeros meses horribles.
Siempre tenía misiones para pasar el tiempo, en especial en aquellos
días de calor sofocante de los meses de verano. La prima Jenny esta-
ba tan cansada de que las moscas vinieran al porche, que Sook logró
que nos ofreciera una recompensa de un centavo por matar veinticinco
moscas. La masacre que siguió será recordada por mucho tiempo en la
historia de las moscas: recaudamos alrededor de trece dólares en dos
semanas, lo suficiente para ir al cine cincuenta veces, con dinero de
sobra para los dulces.
Aparte de Sook, no tenía verdaderos amigos de mi edad fuera de estas
paredes, hasta que conocí al niño de al lado, quien resultó ser una niña.
Su nombre era Ellen al revés.
NOTA DEL AUTOR

Truman C A P O T E Y ( N E L L E ) H A R P E R L E E SE CONVIRTIERON
en dos de los escritores estadounidenses más reconocidos del siglo XX.
La aclamada obra de Truman incluye Desayuno en Tiffany's, El harpa de
hierba. Un recuerdo navideño y A sangre jría, una novela negra que lo
reunió con Nelle en 1959. Hasta hace poco, NeUe solo había publicado
un libro a lo largo de su vida, pero Matar a un ruiseñor se ha conver-
tido en un clásico memorable que ganó un premio Pulitzer y vendió
más de cuarenta millones de ejemplares a nivel mundial.
Matar a un ruiseñor y muchos de los cuentos de Truman estu-
vieron inspirados en los años que pasaron durante su infancia en el
pequeño pueblo de Monroeville, Alabama. Tal como dijo la tía de
Truman, Mary Ida, una vez sobre él: "Tomaba pedazos de la verdad,
les daba un nuevo giro, y los convertía en algo extraordinario". Del
mismo modo, varios de los eventos relatados en este libro sucedieron
de verdad, pero los he reorganizado en una sola historia y añadí algu-
nas mentiras más para hacerla más deliciosa, esperando haber logrado
una mezcla sabrosa de historias caseras sureñas. Una regla general es
cierta: cuanto más escandalosa e inverosímil es una escena, más se ase-
meja a la vida real.
GREG Neri

m

Truman Capote, 8 años Nelle Harper Lee, Anuario Cerolla 1948

Luego del gran espectáculo de Halloween que Truman organizó


como despedida en 1933, se mudó a Nueva York para vivir con su ma-
dre, Lillie Mae, y su segundo marido, Joseph Capote, un hombre de
negocios cubano que adoptó a Truman como si fuera su propio hijo.
Por desgracia, Truman nunca tuvo una buena relación con ninguno
de ellos y terminó siendo enviado a varios internados (incluyendo un
período desastroso en la academia militar). En 1939 se mudaron por
poco tiempo a Connecticut, donde un maestro inglés vio talento en la
escritura de Truman y lo alentó a contribuir con cuentos y poesía en
la revista literaria de la escuela y en el periódico del campus.
Durante sus años fuera de Alabama, Truman se refugió en el pasa-
do, y regresaba cada verano a Monroeville, donde continuó teniendo
Tru & Nelle

aventuras con Nellc y Grandulón. Más tarde, sin embargo, cuando


surgieron problemas monetarios a causa de la malversación de fondos
de su padrastro (para pagar los gastos extravagantes de Lillie Mae),
estas visitas se redujeron y se hicieron cada vez menos frecuentes.
Nelle permaneció en Monroeville y se convirtió en una joven
mujer, independiente y tenaz. Durante la escuela secundaria, bajo la
tutela de un maestro de Literatura, descubrió su amor por la literatura
británica y decidió que quería convertirse en la Jane Austen del sur
de Alabama. Mientras tanto, Truman escribía y escribía; sus historias
sobre la vida en Monroeville eran su único escape del exilio. Decidió
no asistir a la universidad, y luego de pasar un corto período traba-
jando para la revista The New Yorker, comenzó a publicar cuentos en
revistas literarias, donde empezó a ser reconocido por su inusual estilo
refinado.

Nelle Harper Lee )• Truman C."apote en la cocina de Deweys, 1960


Después de la escuela secundaria, Nelle comenzó a estudiar leyes,
pero abandonó la carrera para dedicarse a la escritura después de que
Truman publicara su primer libro, Otras voces, otros ámbitos, en 1948.
Basó el personaje poco femenino de la novela, Idabel, en Nelle.
Al año siguiente, Nelle se mudó a Nueva York para perseguir su
sueño, y se mantenía trabajando como empleada en el departamento
de reservas de una aerolínea. Truman era su único amigo en la gran
ciudad. Sin embargo, él le presentó a una pareja, los Brown, quienes en
1956 le ofrecieron a Nelle mantenerla económicamente durante todo
un año, para que ella pudiera por fin escribir su primer libro. Esa nove-
la se convirtió en Matar a un ruiseñor. Nelle basó el personaje de Dill
en Truman.
En 1959, antes de la publicación de su novela, Nelle acompañó a
Truman a Kansas, donde él comenzó a trabajar en un nuevo tipo de
libro, una "novela de no-ficción" llamada A sangre fría. Con Nelle a
su lado, todo era como en los viejos tiempos: los dos trabajando en
equipo para resolver crímenes de pueblo, en este caso, un asesinato. "El
crimen lo intrigaba, y a mí me encantaban los crímenes y, vaya que yo
cjuería ir. Fue una tentación irresistible", recordó Nelle.
Cuando ella ganó el premio Pulitzer en 1961, Truman, frustrado
por la naturaleza larga y traumática de su proyecto, sintió celos de su
éxito. A pesar de su nuevo reconocimiento y de sus riquezas, Nelle re-
gresó a Kansas con Truman tres años después para la culminación de
su investigación: los juicios por asesinato que cerrarían el caso, y su his-
toria. Ella se sorprendió, sin embargo, cuando el libro de Truman por
fin se publicó en 1966, al ver que él le había quitado importancia a su
participación, reconociendo su asistencia sustancial como "la ayuda de
una secretaria". Su amistad sufrió, a pesar de que ambos libros se con-
virtieron en novelas cruciales de los años 60, en grandes bestsellers in-
ternacionales y en películas aclamadas por la crítica. Truman no ganó
el Pulitzer, como habían predicho muchos.
Según Truman, él nunca se recuperó del todo de la experiencia de
escribir aquel libro inquietante, y Nelle, abrumada por el entusiasmo
de los medios y la atención que recibió su novela, nunca volvió a escri-
bir otra. Truman murió en 1984 de cáncer de hígado, complicado por
sus años de bebedor. Nelle se ocultó del ojo público durante la mayor
parte de su vida post Ruiseñor, y ahora vive en una residencia de ancia-
nos en Monroeville^ Un manuscrito previo que se había perdido, Ve
y pon un centinela, se convirtió en su segunda (y última) novela para
volver a recordar su infancia con Truman; un final propicio para una
de las historias más grandiosas de la literatura estadounidense.

Teníamos que usar creaciones propias para jugar, para en-


tretenernos. No teníamos mucho dinero. Nadie tenía dine-
ro. No teníamos juguetes y nadie hacía nada por nosotros,
así que el resultado fue que vivíamos en nuestra imagina-
ción la mayor parte del tiempo. Visualizábamos cosas; éra-
mos lectores, y transferíamos al patio trasero todo lo que
habíamos visto en la página impresa, a través de una gran
actuación. ¿Nunca jugaste a que eras Tarzán cuando eras
un niño^ ¿Nunca corriste por la jungla o volviste a pelear la
batalla de Gettysburg de alguna u otra manera? Nosotros,
sí. ¿Nunca viviste en una casa del árbol y encontraste a todo
el mundo contenido en las ramas de un paraíso? Nosotros, sí.
(Nelle) Harper Lee

^ N. de la E.; Ella se encontraba allí al momento del cierre de este libro.


Lamentablemente, Harper Lee falleció el 19 de febrero de 2016, pocos días antes de
que esta novela Uegara a librerías.
AGRADECIMIENTOS

El año en que empecé la escuela, Truman y Nelle estaban


muy compenetrados leyendo los libros policiales de Sherlock
Holmes. Los tres trepábamos a la gran casa del árbol de
Nelle y nos acurrucábamos con los libros. Truman o Nelle
se detenían de vez en cuando a leer algún evento interesante
en voz alta. Debatíamos qué sucedería a continuación en la
historia e intentábamos adivinar qué personaje sería el cul-
pable. A veces, Truman me llamaba "Inspector". Nelle era el
"doctor Watson".
Jennings Faulk Cárter, alias Grandulón

M u c h o s A U T O R E S e l i g e n e l f o r m a t o BIOGRÁFICO DE n o - f i c c i ó n
para contar la historia de alguien famoso. En algunos casos, eso puede
fácilmente convertirse en la versión de Wikipedia de una vida transcurri-
da: hechos relatados en orden cronológico. Aquí, yo he decidido tomar
un camino diferente: utihzar la ficción para capturar las verdades poéti-
cas de un momento en el tiempo compartido por dos célebres escritores,
Harper Lee y Truman Capote.
Lo que me fascinó fue la idea de que estos dos gigantes literarios ha-
bían sido vecinos mientras crecían en un pueblo pequeño en el medio
de la era de las leyes de Jim Crow en el Sur Profundo, y que ambos eran
inadaptados que se conectaron a través de un amor compartido por
las historias de detectives. Cuando me enteré de que a veces jugaban a
ser Sherlock Holmes y el doctor Watson para resolver algunos de los
misterios de su pueblo, y que algunos de los incidentes en sus vidas
formaron la base de Matar a un ruiseñor, el narrador en mí no pudo
contenerse. Los personajes, el pueblo y el momento histórico eran de-
masiado ricos, demasiado coloridos y extravagantes para que los con-
tuviera la no-ficción.
Una historia nació de la vida real.
Nada de esto hubiera sido posible sin las narraciones orales de
Jennings Fauik Cárter (alias Grandulón), escritas por Marianne M.
Moates en Truman Capotes Southern Years (University of Alabama
Press, 1989), y sin los recuerdos salvajemente excéntricos y exagerados
de Marie Rudisill, la tía favorita de Truman, coescrito con James C.
Simmons y publicado como The Southern Haunting of Truman Capote
(Cumberland House, 2000). Las biografías de Truman escritas por
Gerald Clarke, George Plimpton y Jack Dunphy, y las de Nelle escritas
por Charles J. Shields y Kerry Madden, más una cantidad numerosa
de artículos y de entrevistas, me ayudaron con el resto. Estoy en deuda
con estas obras.
Quiero darle un agradecimiento atípico al actor Philip Seymour
HoíFman, cuya muerte trágica en 2014 inició el recorrido extraño de
este libro.
Al igual que muchos fanáticos, volví a ver sus películas luego de
su fallecimiento, comenzando por su interpretación de Truman en la
película Capote, por la cual ganó el Oscar a mejor actor. Esa película
me recordó que Truman y Harper Lee habían crecido juntos. Me dio
curiosidad, y comencé a buscar información por Internet sobre sus in-
fancias, y una investigación más exhaustiva reveló una serie de cuentos
evocativos maravillosos sobre su vida en el Sur Profundo. Me sorpren-
dió que nadie jamás hubiera escrito sobre su amistad en profundidad.
en especial para niños. Sus historias de la vida real eran extravagantes
y divertidas, tristes y demasiado humanas. Me interesaban muchísimo.
Un gran agradecimiento para Jennifer Fox, mi amiga a la que siem-
pre acudo y mi primera editora, quien también es mi amuleto de la
suerte. Cada una de las historias que escribí que le han encantado, se
vendieron. Su perspectiva es invaluable.
Gracias al editor y corrector Tracy Roe, por hacer un trabajo ma-
ravilloso al lograr que mi manuscrito fuera más claro y fácil de leer, a
la ilustradora Sarah Watts y al equipo de diseño de HMH por hacer
que todo se viera genial. Gracias a Charles J. Shields, Tal Nadan y a los
ensayos escritos por Truman Capote en los archivos de la Biblioteca
Pública de Nueva York, y a Alan U. Schwartz, el albacea literario del
patrimonio de Truman Capote, por su ayuda para conseguir las imá-
genes anteriores.
A mi agente, Edward Necarsulmer IV, un gran agradecimiento por
pensar que no estaba loco por querer hacer esto. Él también sintió la
magia y siguió el caso hasta que la historia encontró el hogar apropia-
do. ¡3-4-3, E!
A Julia Richardson quien, al principio, rechazó rotundamente un
primer borrador de la historia, hasta que hablamos al respecto y des-
cubrió que pensábamos mucho más parecido de lo que había creído.
Después de una pequeña revisión con sus aportes, a ella y a HMH les
encantó. Su agrado y entusiasmo por los personajes igualaban los míos
y les dio a estos adorables inadaptados un hogar ideal.
Como siempre, lo más importante, mi mayor gratitud es para mi
esposa, Maggie, y mihija, Zola, que continúa castigándome, y me recuer-
da a diario lo que es realmente importante en la vida. Sin ellas, nada de
esto hubiera sucedido.
Y finalmente, a Nelle Harper Lee y a Truman Capote, por inspirar-
me a mí y a millones de lectores en el mundo.
ÍNDICE

TRU & NELLE II

OTROS CUENTOS
"EN PALABRAS" DE TRU MAN Y NELLE 195

EL caso del avión desaparecido


DE TRU MAN / P O R N e l l e 196

LA RECETA SECRETA

DE SooK / Por Truman ................................................. 203

ARCHULUS PERSONS ES UN

GRAN mentiroso / p o r NELLE 207

EL PEZ MONSTRUO Y LA GALLINA

DE DOS CABEZAS / POR TRUMAN 211

LA PRIMERÍSIMA VEZ que VI

a Truman / Por Nelle 217

EL CAMINO A Monroeville / POR T R U M A N 221

N o t a del a u t o r 225

Agradecimientos 231
# N U M E R A L TE E S C U C H A
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Esta edición de 5000 ejemplares de Tru &Nelle,


de G. Neri se terminó de imprimir en Latingráfica, Rocamora 4161,
Ciudad de Buenos Aires, el 29 de julio de 2016.
Monroeville, Alabama, es el último lugar en el que el ¡oven Tru
quiere estar. No es ton emocionante como Nueva Orleans,
donde vivía antes de mudarse.
Además, tiene problemas para hacer nuevas amistades:
los otros niños ven su ropa elegante y sus costumbres
de ciudad como algo demasiado extraño.
Hasta que conoce a Nelle.
Ella tampoco es como los demás, y comparte el gusto por los libros
(en especial, las historias de detectives) tanto como Tru.
Ambos están buscando un misterio real para resolver.
Tru y Nelle encuentran un caso cuando alguien roba en la botica.
Enseguida, ambos se sumergen en la investigación.
Pero lo que comienza como un juego, pronto se convierte
en algo muy peligroso.

Esta novela está basada en la amistad de la infancia


de Truman Capote y (Nelle) Harper Lee, dos de los escritores
más reconocidos del siglo XX. G. Neri recrea sus vidas
al reordenar los acontecimientos en torno a un misterio de pueblo
pequeño, digno de sus prodigiosas imaginaciones.

Tru & Nelle captura las verdades poéticas de un momento


en el tiempo en el que estos dos escritores eran unos inadaptados
en busca de aventuras, y las encontraron en los lugares más insólitos.
La gran depresión, el racismo, el Ku Klux Klan y demás tintes
históricos acompañan esta lectura, que retrata a dos niños
especiales, destinados a la genialidad literaria.

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