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Alejandra Ojeda - Julio Moyano (Coord.

Grupo HISCOMALC

De la piedra al pixel
Innovaciones y reciclamientos en el campo de la
Historia de los Medios

PARTE II

Colección Didáctica HM
Grupo HISCOMALC – Colección Didáctica HM

De la piedra al pixel.
Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

1° ed. – Libro digital, PDF

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: HISCOMALC, IEALC-Instituto de Estudios de América


Latina y el Caribe, 2020.

ISBN: 978-987-86-8327-0
Archivo Digital: descarga y online
Facultad de Ciencias Sociales

Decana: Dra. Carolina MERA

Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe

Directora: Dra. Mabel THWAITES REY

Equipo de Gestión: Lucila de Marinis – Leonardo Altamiranda

Diseño y armado: Alejandra Ojeda


Edición y corrección: Julio Moyano
Fotografías: Alejandra Ojeda, Serena Moyano y Julio Moyano

© HISCOMALC, IEALC, 2021


Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Libro de Edición Argentina


(Printed in Argentina)
Enero de 2021, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons


Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0
Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visite
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/. La atribución debe incluir los
autores y el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC – UBA), así
como su dirección Web http://iealc.sociales.uba.ar/.
ÍNDICE

PARTE II

2.1. Celebrando 200 años de periodismo nacional: modelos y símbolos


en el origen de la prensa argentina .................................................. 176
2.2. 1810-1816: Seis años decisivos ..................................................... 186
2.3. Reseña: Los periódicos oficiales en México en el siglo XIX ...........213
2.4. En la forja de un diario moderno ................................................. 217
2.5. En la forja del campo intelectual. Vicente Quesada y La Revista del
Paraná ............................................................................................ 241
2.6. Del Estado al mercado ................................................................ 266
2.7. Del reclame comercial al aviso publicitario ................................. 299
2.8. Dibujantes, grabadores y orladores .............................................312
2.9. La revolución del magazine: la forja de las empresas editoriales en
Argentina (1904-1916) .....................................................................341
PARTE 2
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2.1. Celebrando 200 años de periodismo


nacional: modelos y símbolos en el origen de la
prensa argentina
Julio Moyano

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2.1. Celebrando 200 años de periodismo nacional: modelos y símbolos en


el origen de la prensa argentina1
Julio E. Moyano
Recientemente –enero de 2016- se publicó el libro Los periódicos oficiales en México,
por un equipo a cargo de las Dras. Fausta Gantús y Adriana Pineda Soto, y editado
por el Senado de la república mexicana. Allí se rescata la importancia decisiva del
periodismo estatal en la construcción tanto de la prensa periódica nacional como del
propio Estado moderno, con experiencias desplegadas a lo largo de décadas, tanto en
la capital como en una docena de Estados del interior del país, a través de un sistema
de periódicos oficiales que no constituía, en modo alguno, una excepción, hasta
comienzos del siglo XX.

La ocasión nos recuerda, una vez más, las homologías estructurales que el mundo
hispanoamericano presenta tanto en su común herencia colonial como en los
recorridos que, aún con diferencias, llegan a la construcción de naciones y Estados
vinculados al nuevo mercado mundial capitalista propio de la era industrial, entre
ellos, su prensa periódica, matriz del sistema de medios de comunicación
contemporáneo.

En el Río de la Plata la centralidad del Estado en la construcción de la prensa es


notable, y en muchos momentos y territorios, más pronunciada aún que en México:
en las ciudades del interior argentino que contaron con periódicos antes de 1849
(Mendoza, Tucumán, San Juan, Córdoba, Paraná, Salta, Santa Fe y Corrientes), el
protagonismo estatal fue excluyente. En Buenos Aires, fue excluyente durante la
primera década patriótica (1810-1820) con muy breves excepciones, y hegemónico
hasta 1852. La prensa estatal continuó cumpliendo ese rol en todo el interior del país
en la década de 1850, mientras el Estado continuó cumpliendo un rol clave en el
sostén de la prensa al menos hasta la década de 1870, para disolverse desde entonces
hasta el fin de siglo en las nuevas prácticas del negocio periodístico basado en el
mercado.

1Publicado originalmente en: Revista Ciencias Sociales N° 91, julio de 2016. ISSN 1666-7301.
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de buenos Aires.

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Esta experiencia de décadas de periodismo estatal, durante muchas de las cuales fue
éste el único modo de periodismo, contrasta con las expectativas de sus protagonistas.
La intención de habilitar una prensa libre –en el marco de la ley- es en los gobiernos
patrios tan temprana como lo ejemplifican el primer ensayo reglamentario de marzo
de 1811, o el decreto del 2 de octubre de 1811 que resuelve un conflicto con el redactor
indicando que la Gaceta de Buenos Aires –que el Estado había fundado y sostenía
con recursos- era “un papel particular”. Desde el punto de vista de la opinión, son
notables tanto la resignificación de la frase de Tácito: “Tiempos de rara felicidad son
aquellos en que puede pensarse lo que se quiera y decirse lo que se piensa”, lograda
por Moreno al elevarla al encabezado de la Gaceta de un Estado que iniciaba un
proceso de ruptura institucional, como las apelaciones que ya en 1810 y en la pluma
del mismo Moreno o de Alberti, agregaban términos como “opinión pública” al
arsenal de tópicos que comenzaba a abrirse.

Desde entonces, prácticamente todos los gobiernos expresaron interés por promover
una prensa en manos particulares, semejante a la que se había desplegado en Gran
Bretaña y más recientemente en Estados Unidos y Francia, y otras tantas veces
juraron haberlo logrado y ser ejemplo de ello. Pero una y otra vez, la concreción de tal
interés no pudo realizarse plenamente hasta bien entrada la segunda mitad del siglo
XIX.

Muchos factores convergen en esta contradicción: si los patriotas de la independencia


simpatizaban con las ideas de libertad civil e instituciones parlamentarias, y si
además la construcción de dispositivos institucionales –parlamento, leyes, prensa
independiente- llegaba también como demanda desde potencias que consideraban el
reconocimiento diplomático de la nueva autoridad –como se le sugirió explícitamente
a Sarratea en 1814 en Londres- lo cierto es que no había aún ni capitalistas
interesados, ni un mercado lector, ni un mercado de avisos, ni instituciones estatales
capaces de convivir con la diversidad de opiniones sin entrar en crisis, ni una
experiencia de oficio suficiente para que tal prensa libre naciera y se sostuviera en el
tiempo, aún con el apoyo estatal constante expresado en provisión de imprenta,
recursos, y aún salarios.

A ello se agrega que, cuando desde la década de 1820 comienzan en Buenos Aires
tímidos ensayos de periodismo privado –informaciones económicas y prácticas,

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papeles de combate faccional- la lógica de la guerra civil arrinconará cada


contendiente en su propio territorio controlado militarmente, reforzando así la lógica
estatal de los periódicos.

De este modo, el siglo de las independencias hispanoamericanas es, en términos de


construcción de su prensa periódica moderna, el de la transición entre el Estado y el
mercado. Sus principales modelos de conformación se hallaron, por ello,
determinados por el tipo de relación que construyeron frente a los tiempos de una
transición corta en términos históricos, pero larga en términos de los protagonistas
de cada generación.

Modelos periodísticos

El protagonista excluyente en la prensa bajo el absolutismo fue el Estado: publica


gacetas, promueve semanarios de grupos ilustrados y sociedades patrióticas, concede
permisos exclusivos de publicación, ejerce la censura, clausura arbitrariamente cada
vez que lo entiende necesario. En las colonias, esta circulación es más reciente y
menor, y en Buenos Aires, extremadamente reciente y limitada.

En la época de la revolución de independencia, el modelo absolutista español (gaceta


oficial única, periódicos intelectuales vinculados a sociedades patrióticas, periódicos
misceláneos de conocimientos prácticos, sueltos de sucesos) era el único
ampliamente conocido y puesto en práctica en Hispanoamérica.

El modelo británico de prensa independiente del Estado, capaz de asegurar la


publicidad de los actos de gobierno y de discutir política promoviendo las esferas
públicas política y literaria, era visto con leve simpatía en el léxico y afán educacional
–el modelo de Addison- por la prensa española, pero fundamentalmente sospechado
de subversivo y radicalmente prohibido en nuestros territorios.

La generación de Mayo tendió a criticar el modelo español con acres comentarios, y a


simpatizar con el británico –o su versión francesa- intentando promoverlo con
diversas acciones, pero el resultado fue esquivo y la tarea retornó una y otra vez,
exclusivamente, al Estado, hasta que la demanda del mercado mundial habilitó el
modelo agroexportador y con ello las condiciones para un mercado local de bienes y
servicios, un aumento demográfico y una veloz alfabetización, permitieron la
primacía de la lógica de mercado contemporánea.

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Como resultado, la transición del Estado al mercado se realizó por medio de dos
modelos predominantes: El de sustitución, que pone recursos y personal del Estado
para sostener periódicos estatales supliendo la ausencia de un sector privado, y el
modelo de transferencia, que intenta entregar una masa de recursos y auxilios a
actores privados (de la propia facción en una época de conflictos y guerras civiles)
para constituir la masa crítica de actores por fuera del Estado.

El modelo de sustitución surge por necesidad: ante la inexistencia del actor privado,
es el Estado quien cumple tanto las funciones de prensa como la promoción de las
condiciones para que surja un periodismo libre, basado en la sociedad civil,
independiente del Estado. Se forja durante la década revolucionaria de Mayo (1810-
1820) iniciado con la Gaceta de Buenos Aires, continuado con la proliferación
periodística de 1816, y completado en las décadas siguientes: El Argos de Buenos
Aires (1821-24), los periódicos encargados por Rivadavia, Viamont y Rosas a De
Ángelis, son buenos ejemplos de la continuidad de esta práctica que espera de sí
misma desaparecer cuando las condiciones cambien. Pero la lógica territorializada de
la brutal y prolongada guerra civil (sólo puede haber prensa de una facción allí donde
su propia fuerza armada controla la plaza) hace del modelo sustitutivo una elección a
largo plazo: Rosas no carecía de recursos propios para hacer uso de dispositivos de
prensa privados, pero opta por hacerlo desde el Estado, tanto en Buenos Aires como
en las provincias, modernización tecnológica, organizativa, temática y estilística
incluidos, Lo ejemplifican la Gaceta Mercantil, el Diario de la Tarde o el Archivo
Americano durante su segundo gobierno. Mientras asegura con mano de hierro la
unanimidad de discurso político en la prensa, permite, en cambio, el ingreso de
tipógrafos españoles y su establecimiento privado con ánimo de lucro, siempre que
no se ocupen de política y sobre todo, no insinúen críticas al gobierno. Mientras tanto,
la prensa en las provincias interiores es enteramente estatal, y no parece haber en ella
expectativas de cambio en otra dirección. El periódico oficia así de boletín oficial,
fuente de noticias, de posicionamientos del Estado frente a problemas y conflictos, de
información comercial y estadística y de fuente de material literario. Los periódicos
pueden girar 180 grados su posición respecto de la guerra cuando un enemigo toma
la plaza, pero no cambia la perspectiva de que no es necesario más que este periódico
en el lugar.

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El modelo de transferencia, ya tímidamente presente durante el ciclo rivadaviano en


la década de 1820, toma forma más madura en Buenos Aires en la década de 1850,
contando entre sus casos paradigmáticos el modo en que son empoderados los dos
diarios más importantes de la ciudad: El Nacional y La Tribuna, y alcanza su
esplendor con la contundente transferencia de recursos desde el Estado a los actores
privados en la década de 1860, en los ejemplos de La Nación Argentina (La Nación
desde 1870) y La Prensa, empoderados a un punto tal que pueden sobrevivir al llano
de la oposición, manteniéndose como prósperas empresas en las décadas siguientes,
cuando el mercado ya lo permite. Es el modelo sobre el cual se constituyen los diarios
más importantes de comienzos del siglo XX, los cuales tuvieron, por cierto, gran
influencia en la construcción de un relato de origen de la prensa nacional que redujo
notoriamente la importancia de lo estatal en su génesis, tanto en la historiografía,
como en la narrativa de los propios periódicos al celebrar aniversarios o recapitular
logros. En ocasiones, historiografía y periodismo confluían en un mismo personaje:
Mitre (propietario de La Nación) o Correa Luna (director de Caras y Caretas) fueron
figuras clave en los primeros pasos de la Junta de Historia y Numismática.

En medio de estos modelos, formas eclécticas –o simbióticas- pudieron desarrollarse:


Urquiza, por ejemplo, maniobró simultáneamente con prestigiosos periódicos
oficiales de alcance nacional y provincial y con periódicos privados amparados por el
Estado y por sus recursos personales en una u otra ocasión, entre las décadas de 1840
y 1860, logrando ricos resultados como los ocho años continuos del prestigioso El
Nacional Argentino, órgano del gobierno de la Confederación. En todos los modelos
y casos, el rol del Estado y el modo de construir una prensa moderna a partir de él son
la clave de la prensa nacional, y esto tiene razón de ser en las condiciones de partida
que enmarca la independencia nacional.

200 años de prensa nacional

Cuando sucede la Revolución de Mayo de 1810 no existe ningún actor privado que
solicite inmediatamente publicar: Belgrano continúa normalmente su Correo de
Comercio, y la primera Junta inicia la edición de una Gaceta. Pero tanto las simpatías
de los líderes de Mayo como –poco más tarde- los requerimientos externos
favorecerían el reconocimiento diplomático por el parlamento británico, presionan
en dirección a una prensa libre e independiente del Estado.

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Los esfuerzos que se realizan son notables: intentos de abrir la Gaceta oficial a voces
no oficiales, la invitación a publicar ideas sin censura, la reglamentación de la libertad
de imprenta en 1811, 1813, 1815 y 1817, los intentos de publicar periódicos
simultáneos por el Estado en 1811, 1815 y 1817, la habilitación para dos fugaces
periódicos de facción en 1812 –a cargo de Monteagudo- las declaraciones en los
propios periódicos, lo demuestran con creces. Pero hasta mediados de 1815 ninguna
de estas experiencias logra transferirse a agentes no estatales.

De algún modo nuestra simbología nacional honra tal origen: celebra el Día del
Periodista el 7 de junio, aniversario del primer número de la Gaceta de Buenos Aires,
en una las primeras –y contundentes- medidas de la primera Junta de Gobierno
patria puesta en funciones el 25 de mayo de 1810. Su organizador y redactor, Mariano
Moreno, aparece junto a la Gaceta como protagonista del paso fundador del
periodismo argentino.

Recordar aquel 7 de junio de 1810 como símbolo fundacional del periodismo


argentino es toda una decisión historiográfica, pues el Río de la Plata cuenta con
periódicos impresos desde 1801, redactores que envían artículos a periódicos de
España desde 1793, imprenta desde 1780, breves periódicos manuscritos o
informaciones sueltas desde al menos 1759. Podría considerarse, como lo han
fundamentado Mariluz Urquijo y César Díaz, a Manuel Belgrano como primer
periodista rioplatense, por sus envíos sistemáticos a El Correo Mercantil de España
y sus Indias, o por su labor decisiva en el Semanario de Agricultura, Industria y
Comercio, o en el Correo de Comercio. Tal opción pondría en énfasis la trabajosa
construcción de espacios de publicidad y socialidad en el último medio siglo colonial
en el que nacieron los primeros periódicos.

Pero el eje de la decisión que opta por el 7 de junio está puesto en la ruptura
fundamental que se produce en el Estado aquel 25 de mayo, y en la comprensión
implícita de que una prensa cambia de naturaleza como consecuencia de tal ruptura.
Los periódicos de Belgrano, incluso el Correo de Comercio que llega hasta abril de
1811 aparecen así como una experiencia rica y valiosa pero propia de un ciclo histórico
que concluye con la ruptura de Mayo; la Gaceta de Buenos Aires impulsada por el
secretario de la Junta, aun reproduciendo todas las prácticas del gacetismo estatal de
la época absolutista, preanuncia una nueva era de transformación. Su peso simbólico

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se nota, entre otros detalles, en el hecho de que una década más tarde (1823) el primer
periódico diario en la región, impulsado por un impresor particular y amparado por
el Estado al punto de subsistir más de ocho mil números y tres décadas, elige como
nombre una combinación ecléctica de elementos precedentes y novedosos: La Gaceta
Mercantil. Lejos de asociar el término a un arcaísmo, lo absorbe como propio.

Es que no es menor el giro que supone la Gaceta de Buenos Aires. Dos siglos de
tradición de prensa absolutista asignaban un rol muy preciso a una “Gaceta de…” en
cada país: cada Estado absolutista publica una Gaceta desde mediados del siglo XVII,
y bajo ninguna circunstancia permite una segunda voz de estas características:
cuando en el siglo XVIII se habilitan otras publicaciones, son de otra índole: o
publicaciones eclécticas de conocimientos útiles, o compilaciones de ensayos
asociados a las sociedades patrióticas impulsadas por el propio Estado en cabeceras
estatales. El resto son los tradicionales sueltos de noticias de sucesos. Por ello una
Gaceta era símbolo de unidad y supremacía del Estado, defendida como bien militar,
como lo atestigua la evacuación de la imprenta del Estado desde París durante una de
las maniobras militares durante la Fronda en la Francia del siglo XVII.

Por ello la Gaceta de Buenos Aires, cuyo decreto de fundación data de apenas una
semana después del inicio del gobierno (2 de junio) encuentra su réplica en el único
centro urbano que disputa su legitimidad con otra Junta: Montevideo, que ya en
agosto de 1810 publica la Gaceta de Montevideo como voz legítima y oficial de su
propia Junta. Cuando en 1814 las tropas patriotas tomen Montevideo, lejos de
habilitarse una prensa favorable allí, se envía la imprenta a Buenos Aires. La voz del
Estado en Montevideo debe ser, más que nunca, la Gaceta de Buenos Aires.

Por ello, en semejante trasfondo de continuidad de prácticas heredadas, destacan aún


más todas las iniciativas que el Estado asume en la década de 1810 para orientar su
prensa hacia un nuevo concepto de ciudadanía y libertades: manifestarse a favor de
la libertad de expresión, invitar a los vecinos a expresarse, publicar artículos
favorables a las formas parlamentaria de gobierno y a la soberanía popular (después
de 1812), entregar sucesivas ediciones a dos redactores para que se pluralicen voces,
cambiar el nombre de una de estas ediciones, permitir un segundo periódico faccional
que no surge oficialmente del presupuesto estatal, sostener desde el Estado un
periódico paralelo a la Gaceta (El Independiente, 1815), aprobar que el Cabildo

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disponga su propio periódico (nominado sugestivamente El Censor) redactado por


un sujeto particular por contrato.

Probablemente el fugaz paso de Moreno por la Junta de Mayo (apenas un semestre)


sea un buen ejemplo de esta actitud rupturista en un contexto institucional arcaico:
el gobierno impulsará con voluntad y arrojo aquellas instituciones que la naciente
sociedad patriota aún no puede forjar. Es el Moreno hiperactivo, que promueve
rápidos avances militares, nuevas herramientas fiscales, rápidas iniciativas
diplomáticas o una Gaceta para el nuevo Estado. Pero no es sólo Moreno quien
sostiene estas visiones ni es la Gaceta el único –quizás tampoco el principal- punto de
ruptura observable en la prensa de esa década revolucionaria: es notable la novedad
que aporta el joven Monteagudo al protagonizar en 1812 dos breves periódicos El
Mártir o Libre y el Grito del Sud, simultáneos a la Gaceta y sin financiamiento directo
del erario. También lo son los avances en la reglamentación de la libertad de imprenta
que promueve el Deán Funes, la decisiva publicación de El Independiente en 1815, o
la proliferación de periódicos en el año de la Independencia.

El Independiente, a cargo del ministro de gobierno, se anunció como “no ministerial”,


paralelo a la Gaceta del gobierno. En sus tres meses de existencia buscó impulsar la
opinión pública local y sobre todo, por razones diplomáticas, mostrar hacia el
exterior, la orientación decidida hacia la ruptura con Fernando VII, la decisión de
forjar periódicos no oficiales y la defensa de las formas representativas de gobierno,
con derechos civiles y prensa libre.

La proliferación de periódicos en 1816, por su parte, expresa la consolidación de la


estrategia sanmartiniana: guerra defensiva en el norte, declaración de la
independencia, plan de ataque a los realistas por Chile y Perú, ninguna concesión de
soberanía a potencias extranjeras. Desde esta perspectiva, la prensa debería
diversificarse para habilitar la convivencia de opiniones políticas. Así, según el
Estatuto provisional de 1815, la voz del gobierno directorial sería la propia Gaceta, y
otro periódico estaría pagado por el Cabildo, encargado a un “sujeto de instrucción y
talento”, y su título, ratificando su función de “otra voz” debería ser “El Censor”. Su
finalidad sería “analizar la conducta de los funcionarios e ilustrar al pueblo acerca de
sus derechos”, en tanto que la Gaceta haría su tarea “satisfaciendo a las censuras,
discursos o reflexiones de El Censor”. El Directorio y el Cabildo se encargarían de la

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moderación necesaria para tal debate, que se desarrollaría “sin faltar al respeto
debido a los magistrados, al público y a los individuos en particular”, fijándose
complementariamente un tribunal de imprenta. Una tenue proliferación acompañó a
esta simultaneidad impulsada una vez más por el Estado: desterrados españoles o
retornados criollos de destierros londinenses se sumaron a funcionarios locales para
llevar la cota de títulos a media docena, capaces de abrir nuevas secciones o debates
políticos sobre la forma de gobierno.

En conclusión, los relatos de origen de nuestra prensa periódica pueden hallar un


fundador simbólico en Belgrano, remitiéndonos a la prensa colonial, sus búsquedas
intelectuales, su pasión patriótica y sus esperanzas de desarrollo económico. Pueden
hallarlo en Moreno, simbolizando el punto de ruptura estatal en el cual la voluntad
de cambio quiebra los límites de las condiciones de origen, sustituye funciones y
fuerzas, promueve desde el Estado las energías plurales de la sociedad civil. Pueden
hallarlo también en el año de nuestra independencia, 1816, cuando tras apenas un
sexenio, un aparato estatal heredado del absolutismo transforma el espacio de una
Gaceta oficial en un arco plural de voces políticas, unánimes en la construcción
patriótica.

Más allá de la discusión en torno a conveniencias simbólicas favorables a una u otra


opción como posibilidades de recordación, desde el punto de vista histórico la tensión
entre estas tres opciones no necesita resolverse: Tanto la paciente construcción
ilustrada de Belgrano como el ímpetu estatal de Moreno, como la apertura de prensa
forjada en 1816 gracias a la estrategia sanmartiniana de independencia rioplatense y
ataque por Chile y Perú conforman el punto de arranque de dos siglos de prensa
periódica argentina.

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2.2. 1810-1816: Seis años decisivos


La Revolución de Mayo y la construcción de la prensa moderna en el Río
de la Plata
Julio Moyano

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1810-1816: SEIS AÑOS DECISIVOS


La Revolución de Mayo y la construcción de la prensa moderna en el Río
de la Plata2
Julio Moyano
Resumen
A diferencia de regiones coloniales de importancia económica estratégica para el
imperio español, donde las imprentas están presentes desde el siglo XVI y los
primeros periódicos desde el siglo XVIII (incluso más allá de las ciudades capitales),
en la región rioplatense (actuales Argentina y Uruguay) imprenta y periodismo
aparecen más tardíamente. Como experiencia periodística significativa durante la
colonia, sólo Buenos Aires cuenta con un semanario editado durante poco más de un
lustro en la primera década del siglo XIX. En las décadas siguientes, por el contrario,
la cantidad de imprentas y periódicos creció exponencialmente, sostenida por un
periodismo que, a lo largo de tres generaciones protagonistas de distintas corrientes
de pensamiento y arte (del civilismo ilustrado neoclásico a las dos generaciones
románticas) promueve un potente sentido misional en cuanto a la perspectiva
educacionalista y de formación cívica en que se dirige a los tradicionales y nuevos
públicos letrados, al mismo tiempo que las nociones de representación y opinión
sufren una profunda mutación de las formas pre-modernas de articulación entre
autoridad, comunidad e individuo, así como entre autoridad y formación de la
opinión. Pero esta mutación demora algunas décadas hasta completarse, y a lo largo
de ellas, se configuran las bases de un sistema de periódicos en el país. En este trabajo
focalizamos nuestra atención en la decisiva década de 1810, entre la ruptura
revolucionaria de Mayo de ese año y 1816 (año de la independencia) período que nos
muestra tanto la intención como las limitaciones de la elite criolla para forjar
instituciones de la sociedad civil cuando ésta aún no se halla plenamente desplegada:
es unánime la expectativa de construcción de un periodismo a imagen y semejanza de
la moderna prensa burguesa europea: capaz de debatir los temas públicos, criticar a
gobiernos y partidos, subsistir en manos particulares sin ayuda del Estado y portar
inquietudes civilistas. La realidad, sin embargo, muestra los límites de esta
expectativa: sólo el Estado puede sostener económicamente las iniciativas de prensa,
y constituir temas públicos. La paradoja reiterada es un Estado estimulando y aún
sustituyendo el rol de los actores privados –económicos y políticos- pero resultando
incapaz de soportar las consecuencias inmediatas de una prensa libre, pues los
debates se tornan de inmediato crisis de régimen. El resultado de estos seis años será,
sin embargo, auspicioso, en tanto logra una prensa que perdura en el tiempo, tiende
paulatinamente a acostumbrar a las facciones y al público a la pluralidad de
periódicos y consolida en ellos la del tránsito hacia una prensa moderna.

2 Publicado originalmente en: Pineda, Adriana, y Gantús, Fausta (Comp.): Miradas y acercamientos a la prensa decimonónica.
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica e
Instituto Mora. México, 2013.

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En el marco de los sinuosos pero muy acelerados tránsitos desde la economía colonial
hasta el modelo agroexportador, y desde el virreinato al Estado nacional, el
periodismo argentino realiza un recorrido que puede resumirse, parafraseando a P.
Flichy, en la expresión “del Estado al mercado”: en un extremo de la línea de tiempo,
la imprenta estatal organizada con todas las características de una concesión propia
de la época absolutista, y un primer semanario, a partir de 1801, a imagen y semejanza
de los que se habían editado en España en la segunda mitad del siglo XVIII, al amparo
de los reinados aperturistas ante la ilustración, de Fernando VI y Carlos III. En el
otro, un amplio y variado mercado para la industria gráfica, con grandes diarios y
revistas nacionales configurando la matriz fundamental de la industria cultural
argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Durante este recorrido de cien años, el interés por las cuestiones educacionales,
formativas de la nueva civilidad es una constante, incluso entre modelos muy
diferentes de prensa y periodismo. Las inquietudes a favor de las virtudes, las luces,
las artes, las ciencias, el comercio, aparecen ya en el período tardo colonial, en torno
a la Sociedad Patriótica y del Buen Gusto, el semanario Telégrafo Mercantil, primero
en la región, y las iniciativas progresistas de la elite comercial y funcionarial. La
Revolución de Mayo hereda estas preocupaciones, expresadas en el impulso a nuevas
iniciativas educacionales, la creación de la primera biblioteca pública, su interés por
el periodismo, y nuevas inquietudes industriosas que incluyen la esperanza de
fabricación local de papel. La época más dura y polarizada de las guerras civiles
muestra sorprendentes coincidencias en los discursos de los contendientes cuando se
trata de los proyectos a consolidar cuando triunfe la propia facción: crear un sistema
de gobierno republicano, extender la educación básica, fomentar la inmigración, las
vías de comunicación, la prensa libre, los derechos ciudadanos, el progreso
económico. La consolidación de la organización constitucional del país refuerza esta
perspectiva, y en ese marco, la prensa halla para sí un marco de evolución natural
desde las preocupaciones iluministas y neoclásicas de los primeros años, pasando por
las dos generaciones románticas y llegando a la generación de 1880 atravesada
simultáneamente por el positivismo y las nuevas preocupaciones espirituales del
modernismo. A su vez, a lo largo de todo este período histórico, la evolución de los
modos y sentidos de las nociones de representación, opinión, y luego opinión pública,
presenta mutaciones equivalentes en rapidez y magnitud: desde la rígida estructura
piramidal de la sociedad colonial, donde las prácticas representacionales concuerdan
con la hoy clásica nominación habermasiana de publicidad representativa, y hacen
presente una primacía de las condiciones indiciales por sobre las más plenamente
simbólicas, hasta la emergencia y consolidación de un régimen político-electoral de
legitimación de la autoridad estatal basado en la conquista de la opinión, donde la
prensa periódica ocupa un rol destacado. La historiografía argentina de las últimas
dos décadas ha abordado en profundidad esta veloz transición hacia nuevas formas
representacionales y de rol de la opinión en la construcción de las instituciones y de
los modos de reconocimiento de las autoridades legítimas (Molina, 2008; Ternavasio,
2002, 2007; González Bernaldo, 2008; Garavaglia, 2007; Lettieri 2003; Lettieri y
Sábato, 2003; Herrero, 2006; Díaz, 2005, 2012). Aunque existen diferencias de

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apreciación respecto a la posible emergencia de algunas prácticas homologables a una


tímida esfera pública literaria en la etapa tardo colonial, todos estos autores coinciden
en hallar los prolegómenos de una gran ruptura en los acontecimientos de 1806 y
1807 (invasiones inglesas) y sus consecuencias revulsivas del orden virreinal,
concatenados casi de inmediato con el colapso del aparato estatal español a partir de
1808. La forja de la legitimación electoral y gubernativa en el tribunal de la opinión
pública parece consolidarse –más allá de la presencia tardía de prácticas
premodernas- en la década decisiva de 1852-1861, aunque los estudios publicados en
la última década coinciden en asumir como decisiva la paradójica modernización
autoritaria desplegada bajo el rosismo (1828-1852).
Hasta el colapso del régimen colonial, el concepto de opinión pública no estaba
presente en ningún discurso formal o informal, en tanto el término opinión
permanecía asociado aún a las prácticas representacionales premodernas, propias de
la cultura y la organización bajo el virreinato. En su marco, los conflictos y tensiones
sociales al interior de la sociedad rioplatense tienden a resolverse dentro de sus
límites. La opinión aparece mencionada en cartas particulares o documentos como
sinónimo de la valoración que los integrantes más significativos de la pirámide social
poseen de una persona en particular, o como parte de situaciones de diálogo privado.
El quinquenio transcurrido entre la primera invasión inglesa a Buenos Aires (1806) y
la explosiva situación de guerra y riesgo de descomposición luego de la Revolución de
Mayo, muestran los primeros intentos sistemáticos por parte de la elite política y
social rioplatense por discutir y construir nuevas instituciones y formas de
construcción de la legitimidad que se acercan a las formas parlamentarizadas de
organización estatal ya desplegadas en Gran Bretaña, Norteamérica y Francia, así
como una prensa periódica cuyo rol es explícitamente articular las nacientes esferas
públicas con la construcción de una opinión legitimante de las nuevas formas de
autoridad. Pero será en las duras décadas entre el colapso de la autoridad central
heredera del virreinato (sobre todo a partir de 1821) y el intento de unificación
constitucional de 1852-53 que el andamiaje de organizaciones del Estado y sociedades
integrantes de la naciente sociedad civil adoptarán en sus discursos, programas y
prácticas una orientación común, incluso atravesando los antagonismos violentos
entre las facciones, una orientación definitiva hacia el régimen republicano de
gobierno, el constitucionalismo democrático clásico con sus declaraciones, derechos
y garantías conquistados en el marco de las revoluciones burguesas, una prensa que
en manos particulares asegure la libre circulación de la opinión y apuntale un marco
identitario cultural a través de la educación de las costumbres, una división de
poderes que –al menos nominalmente- incluya al parlamento como parte sustantivo
del mismo, etc. Con ello, la etapa conocida como la Organización Nacional (1853-80)
será la de consolidación de este programa conformativo del Estado-Nación moderno
y permitirá, ahora sí, que la prensa periódica no sólo se apoye en la modernización
del aparato estatal y el fortalecimiento de la sociedad civil y sus múltiples relaciones,
sino también, y crecientemente, en las relaciones de mercado.

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¿Cómo evoluciona una prensa rioplatense que nace en las postrimerías de la colonia
y es vista como práctica inherente a los modernos Estados hacia los que mirarán las
elites criollas apenas iniciada la guerra contra la metrópoli? ¿Sigue los mismos
trayectos que la transformación de las nociones de representación y opinión en
relación con la construcción del Estado y la sociedad civil? ¿O establece sus propios
recorridos en esa trama de relaciones? En este trabajo consideraremos un período
decisivo de esta configuración: los primeros seis años de la década que transcurre
entre la Revolución de Mayo y la disolución de la autoridad nacional en 1820. Se trata
de una década de fuertes expectativas en la ilustración y las crecientes libertades
esperables de las nuevas formas de gobierno que comienzan a discutirse tras el
colapso de la autoridad metropolitana y el mayor contacto con las experiencias
parlamentaristas. Por ello, de enormes expectativas en la prensa periódica y los roles
que –según las “corrientes del Siglo”- puede y debe cumplir.

Punto de partida: El espacio colonial


La incorporación del Río de la Plata a la historia del periodismo colonial es muy
tardía: podemos hablar de una etapa proto-periodística rioplatense entre 1759 y 1801,
y una primera etapa propiamente periodística a partir de 1801. Ambas incluyen, en
versión periférica, varias de las prácticas que el siglo XVIII español experimentó
respecto de la prensa: gacetismo estatalista, sociedades patrióticas que promueven
ensayos en el marco de la ilustración, periódicos con artículos de temas médicos o
literarios (generalmente libros por entregas y algún comentario), copias facsimilares
de periódicos británicos (sobre todo del Spectator) previo tamiz de cuestiones
políticas parlamentarias. En el Río de la Plata estas prácticas se limitaron, casi
exclusivamente, a la recepción de gacetas españolas, y a algunos avisos y relaciones
en el último medio siglo de colonia, primero manuscritos y a partir de 1780 impresos
con rígido control virreinal, y luego los semanarios de la década de 1800, donde es
notable el interés por las concepciones mercantilista y fisiocrática.
Tienta cerrar esta etapa el 25 de mayo de 1810. Sin embargo, una de las
particularidades de Mayo es que no produce un inmediato cambio en el periodismo.
Es notable que el semanario editado en torno a la sociedad patriótica muestra relativa
continuidad (excepto por la pérdida del negocio por Cabello en 1802, y la nueva
edición con el nombre de Semanario de Agricultura, Industria y Comercio por la
sociedad patriótica), mantiene continuidad desde 1801 hasta 1806, se detiene por la
primera invasión inglesa, reapareciendo tras la derrota de esta, y vuelve a detenerse
en los prolegómenos de la segunda. Desde ese momento, ya no retornará, debido al
clima de descomposición de la pirámide de autoridad estatal sufrido tras la defensa
armada por los criollos, y multiplicado por la invasión napoleónica a España. La
necesidad de restaurar la cadena de legitimidad y confianza en la autoridad lleva al
nuevo virrey Cisneros a publicar una Gaceta del Gobierno de Buenos Aires en el
segundo semestre de 1809. Esta Gaceta publica números casi a diario hasta enero de
1810, ante las pésimas noticias sobre la autoridad española. Luego, el virrey pone su

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esfuerzo en un nuevo Semanario, y lo logra a partir de marzo bajo la dirección de


Belgrano, ahora bajo el título de Correo de Comercio. Una particularidad de este
último semanario, muy semejante al de Agricultura, Industria y Comercio, es que su
período de suscripción, de dos semestres, concluye en abril de 1811 sin que sus
contenidos registren renglón alguno referido a los sucesos de 1810. La sucesión de
ensayos, notas, cartas y estudios que se incluyen en él son una repetición (en algunos
casos literalmente) de materiales que circularon en las publicaciones precedentes, y
en algunas de la España metropolitana, extendiendo así hasta 1811 esta primera etapa
–colonial- del periodismo rioplatense. Sus prácticas, reglas y modos de circulación se
corresponden con el siglo de reformas borbónicas en Estaña, su aligeramiento de
trabas para la circulación mercantil, y entre ellas, de los impresos, el impulso a la
ilustración, el fomento de sociedades patrióticas y el auge de periódicos (a excepción
del corte autoritario de 1792 por los temores frente a la radicalización de la
Revolución Francesa). En Buenos Aires, esto se expresó en una década con un
semanario impulsado por la autoridad estatal, por medio de la Sociedad Patriótica, y
su conclusión superpuesta ya con la época revolucionaria muestra hasta qué punto la
transformación del Estado transformará aquí a la prensa, y no a la inversa.

La ruptura de Mayo y el desfase entre doctrinas y condiciones históricas


Mayo de 1810 expresa en la región rioplatense tanto el colapso de la autoridad estatal
española como el estallido de las tensiones previas, exacerbadas a partir de las
invasiones inglesas. Pero una vez producida, habilita cambios y conflictos aún
mayores. Si durante los primeros meses sus medidas no presentan aún la radicalidad
de la ruptura que habrá de verse, por ejemplo, tras la convocatoria a la Asamblea del
año 1813, sí son notables las primeras referencias a la problemática de la
representación (v.gr., frente a la cuestión de los honores), la libertad de conciencia y
expresión (tal como lo muestra la temprana aparición del término “opinión pública”
ya en 1810 en la Gaceta de Buenos Aires).
En la arena periodística tenemos también un hecho ambiguo en cuanto a sus
posibilidades de caracterización. La fundación de la Gaceta de Buenos Aires por la
recién instalada Junta de Gobierno a comienzos de junio de 1810 aparece como una
innovación relativa: por un lado, muestra una publicación regular cuya continuidad
habrá de extenderse una década, algo antes impensable, y contenidos crecientemente
innovadores, hallándose año tras año nuevas referencias al nuevo orden de
representaciones involucrado en las formas de gobierno en discusión para el nuevo
país; por el otro, dado el antecedente de la Gaceta publicada meses antes, no aparece
como una ruptura tan clara. Que un gobierno ha de tener Gaceta es algo evidente en
el mundo absolutista desde mediados del siglo XVII, y la ruptura de la cadena de
mando y autoridad entre metrópoli y virreinato habilitó la inmediata creación de la
gaceta oficial.
La prioridad asignada a la prensa periódica por los protagonistas de Mayo ofrece
pocas dudas: apenas una semana para ordenar formalmente la publicación de un

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semanario oficial, y dos para ponerlo en marcha, entre la creación de la junta y el


número 1 de la Gaceta de Buenos Aires3. La Revolución, la forja de un nuevo Estado
y la forja de un modelo de prensa periódica aparecen, así, como fenómenos
inescindibles. La importancia de la Gaceta en la historia de la Argentina se ve
reflejada en su carácter simbólico hasta la actualidad: En la fecha de su primera
publicación -7 de junio- se ha fijado en este país el día del periodista. Se trata del
“primer periódico patrio”, y se asigna a Moreno el carácter de “primer periodista”.
¿Fue la publicación de este periódico una ruptura radical con el pasado? ¿Fue, por el
contrario, una continuidad? ¿O una mixtura de ambas posibilidades? Si observamos
un ejemplar del periódico, no es sencillo, a primera vista, hallar las señales de
ruptura: la Gaceta se diferenció de la prensa estatal absolutista no por alguna
característica del periódico, pues mantuvo respecto de la Gaceta del Gobierno de
Buenos Aires, y de las Gacetas de gobierno en general, el mismo tipo de nombre,
formato, periodicidad, tipografía, secciones, su absoluta dependencia orgánica del
discurso de Estado, su repetición permanente de la centralidad y legitimidad del
poder instituido, su prohibición de discutir las decisiones del gobierno y las verdades
de la religión oficial, su financiamiento con presupuesto del Estado, etc. Sin embargo,
las señales se hacen presentes: El epígrafe elegido por el secretario de la Junta
(Mariano Moreno) no podría ser más gráfico: “Tiempos de rara felicidad son aquellos
en que puede pensarse lo que se quiera y decirse lo que se piensa 4”, frase de Tácito.
Esta frase sería destacada como notoriamente rupturista por varios viajeros
estadounidenses que pasaron por Buenos Aires unos años más tarde comisionados
por la Secretaría de Estado de los Estados Unidos de América. Pero una vez más, la
clave de la ruptura está presente mucho más en las condiciones contextuales que en
la elección de la cita: la misma había sido utilizada como epígrafe de un artículo del
Telégrafo Mercantil en 1801, sin ocasionar ningún inconveniente ni comentario
polémico.
Esta ambigüedad se mantiene a lo largo de los primeros meses de la Gaceta: la
ratificación de la prohibición de discutir las decisiones gubernativas y los dogmas de
la religión oficial se realiza en el mismo artículo en el que se invita, ya en junio de
1810, a la participación de los vecinos en la discusión de asuntos útiles, aportes de
ideas para el progreso, etc. Durante los meses subsiguientes, la pluma de Moreno y
Alberti hace notar sutiles cambios que no provienen de una decisión de construir un
periódico de nuevo tipo. Más allá de las filias que comienzan a hacerse presentes en
la elite política porteña, todavía no se anuncia en las páginas de la Gaceta la intención
de emular a la exitosa prensa en manos particulares y dispuesta a ser parte del debate
bajo la protección de un Estado parlamentario. Ni siquiera se apela, aún, al recurso
que algunas gacetas dieciochescas de la metrópoli española utilizaron en su
momento: elogiar el modelo periodístico de Addison, tan paradigmático de la prensa

3 La Junta se instala el 25 de mayo, el decreto promulga el 2 de junio, y el primer número aparece


apenas una semana después, el día 7.
4 “Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet”. La cita, en latín, no era

críptica para el público letrado al que se dirigía el periódico.

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británica de comienzos del siglo XVIII, tras el triunfo de la Glorious Revolution


(recurso que permitía insinuar simpatías por la moderna forma parlamentaria de
gobierno sin mencionarla expresamente). Pero esta realidad cambiará muy pronto:
siendo la Gaceta de Buenos Aires una emanación y función orgánica del Estado, los
comienzos de una radical e irreversible transformación revolucionaria de este último
le afectarían de inmediato.
Así sucedería ya en 1810 con la discusión abierta sobre los “honores”, que entre otras
cosas implicaba que los mismos ya no serían a la persona y sus familiares (condición
nobiliaria), y que produjo una interesante nota presuntamente firmada por una dama
porteña, que planteaba la crisis de representación que esto implicaba. Decía esta
misiva que en caso de anularse los honores extensivos a la familia, se anulaba toda
posibilidad de expresión femenina en el espacio público. Poco después, desde 1811,
con más nitidez desde 1813 y más aún tras la caída de Alvear en 1815, en el periódico
aparecerán referencias que cuestionarán mucho más a fondo el orden absolutista y
por ello removerán las bases mismas de la función de la prensa: Ya no se trataba sólo
de mostrar el control de los aparatos y signos del poder (fuerza armada, legalidad,
gaceta, sistema fiscal, burocracia leal), sino de asumir nuevos roles para el periódico,
acordes con los nuevos roles pensados para la sociedad y el Estado. Se discutirá
entonces si se trata de imitar el modelo británico, el francés, o hallar una solución ad
hoc; si habrá una nueva nobleza o será la moderna representación ciudadana la que
determine el acceso a la representación política, o una combinación de ambas
opciones; si los actos de gobierno serán públicos, y si el pueblo retiene la soberanía
frente al gobierno. Será en el marco de estos cambios que la función del periódico
deberá cambiar. Pero la puesta en práctica de tal cambio no será sencilla ni inmediata:
coexistirán aspectos de la práctica de prensa con una continuidad notable respecto de
los modelos coloniales, con las nuevas prácticas, y en esta coexistencia se mezclarán,
a su vez, condiciones favorables para la expansión de la prensa aún en el marco de la
colonia, con los cambios producto de la gran ruptura de Mayo, en un complejo
entramado de articulaciones entre las doctrinas y expectativas de los protagonistas
de este temprano periodismo rioplatense, y las condiciones concretas –de
continuidad y de cambio- que los empujaban y determinaban.
Así, la ruptura de Mayo coincide con un momento de condiciones favorables para una
expansión de la actividad de prensa en el marco colonial: El virrey Cisneros había
estimulado a Belgrano –a fines de 1809 y comienzos de 1810- a publicar un semanario
de estructura muy semejante a los prexistentes en la década anterior (El Telégrafo
Mercantil y el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio), y para esta
actividad existía una experiencia de una década de publicación sistemática de un
semanario amparado tanto por el Estado como por la formación de una Sociedad
Patriótica a imagen y semejanza de las metropolitanas. Existía un grupo letrado capaz
de escribir colaboraciones regulares, destacándose entre ellos el propio Belgrano,
quien escribía colaboraciones para periódicos españoles desde la década de 1790. La
Gaceta del Gobierno de Buenos Aires, a juzgar por su continuidad y regularidad, no
parecía tener inconvenientes en la generación de contenidos y su impresión,

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resultando bastante claro que el momento de cese de la publicación tiene que ver con
la imposibilidad de difundir más noticias sobre la guerra contra la invasión
napoleónica sin dar cuenta de la derrota, y con ella, de que la legitimidad del virrey
podía subrogarse.
Esas condiciones favorables parecían sostenerse sin grandes transformaciones en
relación con las reglas de la autoridad colonial incluso en los meses sucesivos a la
Revolución de Mayo: el Correo de Comercio no cambió en lo más mínimo entre sus
publicaciones realizadas antes y después de la Revolución, hasta su cese en abril de
1811. Sus contenidos podrían haber sido los mismos si la Semana de Mayo no hubiese
sucedido. La ambivalencia del contenido del ensayo más “político” de Belgrano,
referido a las causas del progreso de las naciones, permitía –como hubiese sucedido
50 años antes en la metrópoli- realizar afirmaciones que hicieran felices a las mentes
más progresistas de las sociedades patrióticas, y a las autoridades del Estado, cosa
que explícitamente recuerda Belgrano en sus Memorias. Lo mismo puede afirmarse
con respecto a la fundación de la Gaceta. Su presencia no sólo cuenta con el
antecedente de 1809, sino con una larga historia de impresiones en capitales de países
o provincias importantes, y muy especialmente, en momentos en que es preciso
afianzar la unidad del discurso de legitimidad de la autoridad estatal. De allí que
mientras en las grandes capitales imperiales europeas la gaceta oficial se mantuvo en
forma ininterrumpida desde el siglo XVII, en las zonas más conflictivas y en riesgo de
apropiación por otros Estados o fuerzas, esta práctica se hace presente ad hoc durante
los momentos más álgidos de conflicto, y cesan porque sin el interés estatal por
sostenerlas, tampoco existe un marco de lectores y contratantes de avisos para hacer
viable su mantenimiento por concesión.

En tránsito hacia la prensa de facciones


Los historiadores coinciden en que la perspectiva del autogobierno criollo estaba ya
explícita en todas las fracciones que pugnaron por el poder o por un lugar en él desde
mayo de 1810 hasta la consolidación de la independencia. Bajo tal manto, la variedad
de posiciones era grande: renegociar el contrato de pertenencia a España buscando
una mayor autonomía o bien la ciudadanía plena, acordar con Gran Bretaña una
independencia más o menos tutelada, acordar incluso con los portugueses, coronar
un noble europeo pero creando una monarquía constitucional independiente,
coronar un Inca, formar una república, formar una república federal, etc. Esta
variedad abría la brecha por la cual se expresasen opiniones diferentes, y búsquedas
de bases de sustentación, en torno a cómo lograrlo. Al comienzo, estas opiniones se
expresaron con timidez, pero es precisamente la propia falta de antecedentes y de una
corriente teórico-política formada, la que permitió que se incorporasen, aluvialmente,
textos que en algunos casos iban más allá de lo previsto por los protagonistas al
publicarlos. Así por ejemplo, comenzaban a aparecer, junto a la declaración de
principios de la Gaceta, las loas a Fernando VII y reimpresiones de textos publicados
bajo la dominación española, otros que ensalzaban la soberanía popular y los

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términos de la organización parlamentaria de gobierno. Aún así, durante el primer


lustro de gobierno patrio, la estructura política del Estado cambió mucho más rápido
que la tímida prensa periódica. Dos juntas, varias asonadas, dos triunviratos, una
Asamblea donde predominaron ideas de avanzada y medidas liberales, un Directorio,
un Congreso Constituyente, transcurrieron acompañados por la única gaceta estatal,
salvo muy breves excepciones que comentaremos a continuación. No existió ninguna
publicación realizada por iniciativa privada. La única publicación regular y
permanente a lo largo de estos años fue la Gaceta de Buenos Aires, de edición
semanal. Pero fue precisamente la función todavía estatal –y afectada por la etapa
anterior- de la prensa, la que debido a la dinámica de transformación del Estado se
vio obligada a vivir sus primeros cambios.
En primer término, la fractura de la cadena de legitimidad virreinal se expresó en el
desconocimiento de la Junta de Buenos Aires por parte de la Junta de Montevideo.
Frente a esta novedad, inaceptable en los términos de una pirámide de poder de lógica
absolutista, la reacción fue inmediata: Ambas partes, reclamando ser la autoridad
legítima, denigraron la pretensión de la otra, construyeron a marcha forzada fuerzas
militares y un aparato de gobierno leal, iniciaron la guerra contra la otra, y publicaron
una gaceta. En Buenos Aires, la Gaceta de Buenos Aires; en Montevideo, la Gaceta
de Montevideo. En Buenos Aires, a su vez, persistía la existencia del Correo de
Comercio, periódico que continuaba la experiencia del Semanario de Agricultura,
Industria y Comercio. Tal profusión periodística se resolvería pronto: Belgrano,
desbordado en sus funciones por la vorágine de la guerra y las tareas de Estado, cesó
su labor en el Correo, que dejó de salir en abril de 1811. Las dos gacetas fueron, cada
una en su territorio, únicas, prohibiendo y castigando el ingreso a las respectivas
ciudades de ejemplares de la otra. El enfrentamiento, inevitablemente mortal, se
expresaría en combates navales, terrestres y el sitio a Montevideo, concluido con éxito
para los patriotas en 1814. No casualmente, apenas logrado el triunfo, los
representantes porteños tomaron control del aparato burocrático de gobierno,
disolvieron la fuerza militar enemiga y legitimaron la propia, y lejos de intentar una
gaceta de discurso propio, optaron por embalar la imprenta y despacharla a Buenos
Aires, distribuyendo en Montevideo sólo la gaceta porteña entre la elite letrada.
Pero a la luz de la temprana división fraccional al interior de la elite criolla, se
produjeron algunas tímidas novedades. En primer lugar, la caída de Mariano Moreno
de su cargo de secretario de la Junta, cuando su disputa con Saavedra se acrecentaba
y comenzaba a quedar claro que éste lo dejaría en absoluta soledad a medida que se
incorporen los representantes de las provincias, conformando la Junta Grande. La
salida de Moreno deriva en una misión diplomática en Londres, hallándolo la muerte
en alta mar. Entre tanto, el Deán Gregorio Funes, recién incorporado a la Junta y
proveniente del estrato más culto y progresista del clero cordobés, quedó a cargo de
la redacción de la Gaceta, formulando una serie de textos de doctrina –y en abril de
1811 un reglamento- sobre la conveniencia de la libertad de imprenta, fuertemente
asociados con la defensa a ultranza del principio de propiedad y limitando el aspecto
religioso de la misma. El 20 de abril de 1811 se nombró redactor a Pedro Agrelo, quien

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se hizo cargo como empleado con sueldo. Pero tras la creación del Triunvirato (23 de
septiembre), el redactor no quedó en buena posición respecto de la fracción
triunfante. El 3 de octubre se publicaba en la Gaceta una aclaración dejando
constancia de que ella no era un periódico ministerial (es decir, una “Gaceta” en el
sentido que se le había dado en Europa bajo el absolutismo, cuando “ministerial” era
una confirmación de origen explícita y positiva en sus connotaciones), sino un “papel
particular” (es decir, un periódico en el moderno sentido burgués):
Teniendo presente este gobierno, que generalmente se cree, que la Gaceta de esta capital es un
periódico ministerial, por el que explica el mismo gobierno sus principios: ha venido en declarar,
que no es el citado periódico más que un papel particular. Y así, para remover equivocaciones en el
artículo de Buenos Aires, cuando haya que publicar algo del gobierno, se pondrá la nota: de oficio.
Buenos Aires, 2 de octubre de 1811 – Feliciano A. Chiclana, Manuel de Sarratea, Dr. Juan José Paso.
– Bernardino Rivadavia, secretario5

Frente a esta notoria desautorización, Agrelo presentó su renuncia, la que fue


inmediatamente aceptada por el gobierno el día 5 del mismo mes, en un decreto con
la firma de los tres triunviros (Chiclana, Sarratea y Paso) y del secretario Rivadavia.
En él se insistía en que el erario se hallaba escaso de recursos, y que Agrelo afirmaba
haber presentado la renuncia en forma reiterada, pero se agregaba en los
considerandos: “…y a que no debiendo tenerse por Gaceta Ministerial, sino por un
papel particular, se han ofrecido varios patriotas, en virtud de la libertad de prensa,
ha desempeñar este trabajo en obsequio de la patria, y se comunica a usted para su
inteligencia y gobierno, quedando pasada, con esta fecha, la orden conveniente a los
ministros de real hacienda, para el cese del abono de sus sueldos. Dios guarde a usted
muchos años. Buenos Aires, octubre 5 de 1811. Feliciano A. Chiclana, Manuel de
Sarrieta, Juan José Paso, Bernardino Rivadavia, secretario.6
Era la primera vez que se utilizaba este argumento para remover un redactor, y
también la primera que se trataba de deslindar las opiniones de doctrina emitidas por
el periódico oficial, diciendo que el redactor era independiente. Estas operaciones
continuaron en la casi totalidad de periódicos publicados por el Estado, hasta la
década de 1860. El esfuerzo por demostrar que existía prensa libre e independiente
al estilo de los países más avanzados de Europa (pues tras la Revolución Francesa la
prensa burguesa se extendió por el Viejo Continente), chocaba con la inexistencia del
sujeto social capaz de concretarla y del mercado lector capaz de sostenerla, de modo
que la mayor parte de las veces, una aclaración de este tipo, lejos de ser un signo de
avance en la independencia de su redactor, era la antesala de su despido. A su vez, las
instituciones estatales que comenzaron a esbozarse como remplazo del orden colonial
derrumbado aún eran muy tenues como para soportar la libre circulación de debates
políticos y doctrinarios por la prensa libre, por lo que toda confrontación de prensa
era cuasi sinónima de crisis de gobierno y de Estado. Así, las fracciones estatales

5 Supremo Triunvirato, “Decreto”, Gaceta de Buenos Aires N° 71, 3 de octubre de 1811. Reproducida
en: Gaceta de Buenos Aires, Reproducción facsimilar. Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática,
1910-1915, t. II p. 779.
6 Decreto del Supremo Triunvirato, 5 de octubre de 1811. Texto reproducido en: Beltrán, Oscar R.,

Historia del Periodismo Argentino, Buenos Aires, Sopena, 1943, p. 53.

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(poderes provinciales y nacional cuando existió, fracciones al interior de esos


poderes) hallarían suma dificultad para parlamentarizar (y por lo tanto llevar al
terreno de la prensa) sus diferencias. Con ello, cada iniciativa estatalmente sostenida
debía demostrar discursivamente que estaba cumpliendo el programa de
construcción de la prensa libre, pero en los hechos, tal ficción colapsaba tan pronto
se estabilizaba una fracción en el control del poder, o tan pronto había una fisura de
diferencias entre el poder y el redactor al cual se pagaba.
Tras la renuncia de Agrelo y por varias semanas (cuatro números ordinarios y tres
extraordinarios) la Gaceta, contrariamente a lo afirmado en la declaración, se
comportó precisamente como un boletín ministerial, publicando exclusivamente
decretos y resoluciones. El 26 de octubre de promulgó un decreto sobre libertad de
imprenta, que establecía en forma más explícita este derecho “para los americanos”,
pero a su vez establecía la figura del abuso de libertad de imprenta; eliminaba la
censura previa, pero establecía una junta conservadora de la libertad de imprenta que
–si bien establecía la posibilidad de juzgar, quitaba implícitamente a la Iglesia esta
potestad, asignándola a un jurado compuesto por vecinos nombrados por el cabildo,
y asignando el derecho del acusado a ser absuelto con sólo un tercio de los votos de
los miembros de la junta7.
Poco después (5 de noviembre) se asignó la redacción a Vicente Pazos Silva (cuyo
seudónimo como escritor era Pazos Kanki), pero con algunas modificaciones de
gestión que mostraban un afán de “modernidad” por parte del gobierno: se aumentó
el tamaño de papel de la Gaceta, se aumentó su periodicidad (pasó a publicarse dos
veces por semana), y se nombró a un segundo redactor (Bernardo Monteagudo), pero
no en calidad de “segundo” ni de compañero de Pazos, sino a cargo de la edición de
uno de los números en la semana. Pazos publicaría los martes; Monteagudo, los
viernes. De este modo, se insinuaba, artificialmente, una pluralidad de voces: un día
se leía a Pazos, el siguiente a Monteagudo, aunque se trataba de la misma publicación
estatal.
Por su parte, las crecientes responsabilidades de Belgrano y particularmente los
problemas y acusaciones que debe enfrentar tras la derrota en Paraguay, anulan la
continuidad del Correo de Comercio, quedando a partir de abril de 1811 sólo la Gaceta
como opción de lectura local, lo que había coincidido con el movimiento del 5 y 6 de
abril, y con el triunfo de la alianza entre Saavedra y Funes. El reagrupamiento del
grupo de jóvenes en torno de Monteagudo y la creciente influencia en el gobierno de
quienes deseaban adoptar instituciones de acuerdo con el modelo británico
(instituciones liberales en economía, política y prensa), cuyo exponente más claro
sería pronto el secretario del triunvirato B. Rivadavia, la perspectiva de lanzar como
iniciativa estatal la ampliación de bocas de expresión de prensa tomó rápidamente
forma. Durante ese mes en que la Gaceta sólo funcionó de hecho como Registro

7Supremo Triunvirato, “Decreto sobre libertad de imprenta”, Gaceta de Buenos Aires N° 75, 31 de
cctubre de 1811. En: Gaceta de Buenos Aires, Reproducción Facsimilar, Buenos Aires, Junta de
Historia y Numismática, 1910-1915, t. II, pp. 840-842.

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Oficial, se promulgó un nuevo decreto sobre libertad de prensa (26 de octubre) y se


decidió el nombramiento de Pazos (5 de noviembre). En cuanto a lo primero, se
garantizaba la libre publicación sin previa censura, salvo en asunto de religión, y se
creaba una “Junta Protectora de la Libertad de Imprenta”, eligiendo sus 9 miembros
a partir de un listado de 50 “ciudadanos honrados” electores que no tuviesen cargos
en el gobierno. El decreto ampliaba las posibilidades de libertad de imprenta de modo
muy significativo dada la situación previa. Eliminaba la censura previa, brindaba
muchas garantías para la defensa ante la Junta creada. Incorporaba además el
concepto de “ciudadano” de modo definitivo, y subordinaba la legislación permanente
a lo que sancionase un futuro congreso.
Con el nombramiento de Pazos la Gaceta creció en formato (de in 4º a in folio), y pasó
de semanal a bisemanal. También creció la explicitación del derecho de libertad de
imprenta: el 22 de noviembre se reforzó el decreto del 26 de octubre, incorporando
sus principios como de observancia obligatoria por el gobierno, al Estatuto
Provisional promulgado ese día. Estos cambios en el balance de fuerzas en el
gobierno, así como la duplicación de la periodicidad de la Gaceta, permitieron el
nombramiento de Monteagudo, quien comenzó un mes después que Pazos (el 13 de
diciembre). Pazos Silva y Monteagudo pertenecían a diferentes círculos y formaban
parte de territorios diferentes en las intrigas de ese fin de año de 1811. Ello, sumado a
los mencionados problemas de llevar a la práctica el deseo de contar con prensa
moderna en un contexto de debilidad estatal para absorber las consecuencias de la
existencia de dicha prensa, haría que la experiencia fuese efímera. El primer síntoma
de problemas fue la propia delimitación que los redactores hacen entre sí de
inmediato.
Tras el decreto aclaratorio del 20 de diciembre, el día 24 Pazos realiza su primera
delimitación. El decreto publicado decía:
Decreto – Buenos Aires, 20 de diciembre de 1811

Sin embargo, que la redacción de la Gaceta no es una comisión ministerial, como no lo es el


periódico sino en los artículos de oficio; en justa satisfacción a los sentimientos del suplicante, se
declara que el encargo conferido al Dr. Monteagudo no ha tenido otro objeto que facilitar el
despacho consultando en la alternativa semanal el de ambos redactores. Dos rúbricas de los S.S.
Chiclana y Paso. – Rivadavia.8

Pazos publica un suelto alusivo el día 24:


Como el honor del editor se interesa en los papeles que bajo su dirección se imprimen en la Gaceta
de esta Capital, parece necesario informar al público de que el Superior Gobierno ha determinado
asociar para este trabajo al Doctor Don Bernardo Monteagudo, quien deberá formar una de las
gacetas que semanalmente se dan a luz; y aunque sus nombres confundieran, ganará sin duda
mucho el antiguo editor con las luces y acreditados talentos del Doctor Monteagudo, sin embargo,
parece justo que ninguno sea responsable sino de lo que escribe, por cuya razón al paso que se

8 Supremo Triunvirato, “Decreto”, Gaceta de Buenos Aires N° 16, 24 de noviembre de 1811,


Reproducción Facsimilar, Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática, 1910-1915, t. III, p. 65. El
número 16 de la Gaceta corresponde a la reiniciación numérica de noviembre de 1812. Equivale al
número 91 de la serie original iniciada el 7 de junio de 1810.

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inserta el decreto dado por el gobierno en este particular, se previene que las gacetas número 12 y
14 son del nuevo editor, y que las que en adelante trabaje el antiguo llevarán las iniciales de su
nombre. Vicente Pazos Silva9

Monteagudo contestó en la Gaceta del día viernes 27. Anunciaba que, dado que el
gobierno es sólo un ministro de la ley, cuando el mismo se saliese de los cauces legales
lo atacaría sin miramientos, porque para ello le daba derecho incontestable “la parte
de soberanía” que reside en cada ciudadano. La sucesión de sueltos autoafirmatorios,
la poca experiencia de coexistencia de voces y la participación de ambos en las intrigas
en curso llevaron a ambos a un sordo enfrentamiento. Monteagudo busca reafirmar
su lugar de escritor público avalado por el gobierno. En ese mismo número publicaba
que había presentado su renuncia en la creencia de que el gobierno “había tomado a
mal” un suelto suyo, y que aclaradas las cosas y ratificado el apoyo a “la libertad de
imprenta”, la renuncia le había sido rechazada. Los partidarios de Monteagudo, por
su parte, quemaron simbólicamente en un encuentro en el café de Marco algunos
ejemplares de la Gaceta del 31 de diciembre, repudiando el siguiente suelto de Pazos.
El Censor y la Esfera Pública inexistente
Una semana después, Pazos Kanki reacciona frente a esta afrenta con un acto que
presuponía posible la pluralidad de voces en Buenos Aires, bajo el presupuesto
estatal: transforma, desde el martes 7 de enero de 1812, la edición de los martes de la
Gaceta, en El Censor, semanario que ahora aparecía como la contraparte de la Gaceta
de los viernes. Mientras tanto, el grupo de Monteagudo intentaba una maniobra tan
novedosa como riesgosa: formar una sociedad patriótica pero no ya como un espacio
donde estuviese reunida toda la elite local, como lo había hecho el Virrey de Avilés en
1801, sino sentando las bases de lo que podría transformarse en un club político,
reagrupando a los jóvenes más briosos que en 1810 habían secundado el amago de
independencia de Moreno respecto de la jefatura de la Junta. Desbandados tras el
movimiento del 5 y 6 de abril de 1811, consideraban propicio el momento, con
Monteagudo, su referente y mejor orador, a cargo de la Gaceta. El 10 de enero la
propia Gaceta publica el anuncio de reunión constitutiva de la sociedad patriótica
para el día 13. Esta sociedad acrecentaría su influencia en los asuntos del Estado a lo
largo del año, particularmente por medio de su acercamiento a los recién llegados San
Martín, Alvear y Zapiola, esto es, a la logia Lautaro.
La duración de la primera experiencia de simultaneidad de periódicos en Buenos
Aires no podía ser mucha. Aunque la intención existió, como lo demuestra el decreto
del 20 de febrero que asignaba mil pesos anuales a cada uno de los redactores como
pago por sus servicios, menos de tres meses después de iniciada, la experiencia se
cortó por decisión del propio gobierno, en un momento de crisis que incluyó el retiro
de Juan José Paso del gobierno por algunos meses. El 25 de marzo de 1812, el
gobierno hace cesar ambos títulos fundamentando la decisión en evitar el extravío de

9 Pazos Silva, Vicente, “Aclaración”, Gaceta de Buenos Aires N° 16, 24 de noviembre de 1811,
Reproducción Facsimilar, Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática, 1910-1915, t. III, p. 68. El
número 16 de la Gaceta corresponde a la reiniciación numérica de noviembre de 1812. Equivale al
número 91 de la serie original iniciada el 7 de junio de 1810.

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la opinión y sofocar el espíritu de partido. Por ello, procedía con el eufemismo


iniciado por el gobierno anterior: suspendía el pago de la asignación y anunciaba la
edición de una Gaceta Ministerial semanal10. Se daba el lujo de reconocer a ambos
redactores el derecho de “seguir ilustrando al público con sus periódicos”.
Obviamente, ninguno de los dos podía sostener esa continuidad por su cuenta. El
elemento decisivo de la decisión estatal, aunque se amparase en resguardar a la
población del “espíritu de partido” (expresión que acompaña gran parte del discurso
estatal a lo largo del siguiente medio siglo, a veces con el vocablo más explícito de “el
partido”), fue uno de los puntos en que los redactores no disentían: la inmediata
convocatoria a asamblea constituyente soberana.
La escisión de la Gaceta de Buenos Aires en dos publicaciones semanales (entre enero
y marzo de 1812) muestra la inmadurez de las condiciones de desarrollo de la sociedad
civil y del Estado para sostener la pluralidad de prensa periódica, aunque se hace
explícita la intención de que este fenómeno se produzca. El fenómeno se da en
paralelo, a lo largo de 1812 y 1813, con otros aspectos de la enorme transformación
que se está viviendo: se desea una asamblea, un parlamento, una constitución, una
legitimidad para el gobierno criollo, una prensa moderna, etc. pero la formulación del
deseo y de la interpelación política choca con el momento de transición que se vive:
un aparato estatal piramidal, una economía en derrumbe (el Alto Perú, fuente
principal de riqueza, está bloqueado), un mercado apenas esbozado, una conexión
con el mundo aún no lograda, etc.
Para redactar la Gaceta Ministerial fue designado el funcionario Nicolás Herrera.
Poco después (7 de setiembre) se lo remplazó por el Dr. Manuel J. García, con sueldo
anual de 500 pesos, quien, según Juan Canter11, habría dejado el puesto poco después,
en octubre, cuando un movimiento armado dio origen al segundo triunvirato y
devolvió al primer plano a Monteagudo y sus seguidores, junto a la logia Lautaro.
Monteagudo, por su parte, con el apoyo de la sociedad patriótica, logró dar un nuevo
paso hacia la simultaneidad de periódicos en Buenos Aires, fundando el semanario
Mártir o Libre Este periódico nace en marzo de 1812 y cesa el 25 de mayo, tras nueve
números. Se tiraba en la entonces única imprenta, la estatal de los Niños Expósitos,
con ocho páginas por número, in 4°. Este esfuerzo anticipa la posterior estabilización
de algunos cambios. Entre ellos, no sólo su supervivencia por nueve números sin
pertenecer orgánica y oficialmente al presupuesto estatal, sino particularmente su
discurso apelativo a la opinión pública y a la función de la prensa periódica como
contralor del poder público, tal cual el paradigma nacido en Inglaterra hacia
comienzos del siglo XVIII (y no tanto al estilo de los clubes políticos de la Revolución
Francesa). El discurso es aún ambiguo: la opinión pública, ¿es el fundamento de la
prensa, o un dato sobre el cual trabajar? (los periódicos “casi son los únicos resortes

10 Cfr. Beltrán, Oscar R., Historia del Periodismo Argentino, Buenos Aires, Sopena, 1943. Sobre este
tópico todas las historias generales del periodismo posteriores (J. R. Fernández, C. Galván Moreno, o
más recientemente, Miguel Ángel de Marco, abrevan, a su vez, en el trabajo de Juan Canter:
Monteagudo, Pazos Silva y El Censor de 1812, Buenos Aires, Peuser, 1924.
11 Cfr. Canter, Juan, Monteagudo, Pazos Silva y El Censor de 1812, Buenos Aires, Peuser, 1924.

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para dirigir la opinión pública”); el periódico es algo diferente del Estado y a su vez
tiene una misión en cuanto a su buena marcha (“yo estaré siempre alerta para apoyar
o impugnar las opiniones ministeriales, aunque cargue sobre mí la execración de los
tiranos y el escándalo de los esclavos”); explícito apoyo a la independencia (“será un
escándalo ahorrar la sangre de nuestras venas cuando se trata de consolidar la
independencia del Sud”)12. Pero la experiencia, siendo la más avanzada hasta
entonces, tampoco tenía posibilidades de durar. Y el cierre se debió nuevamente, a
vaivenes en las relaciones de fuerza al interior de las fracciones que conducían el
Estado en esta transición: el modo en que fue convocada la Asamblea, los conflictos
en cuanto a las representaciones del interior, y sobre todo, su condición de suprema
o no respecto del gobierno. El triunfo de este último y la disolución de la Asamblea y
del Ayuntamiento cerraría por algunas semanas el capítulo.
Un mes después del cese de Mártir o Libre, la Sociedad Patriótica y Literaria volvía a
la carga con el El Grito del Sud. Tras un prospecto invitando a la suscripción, apareció
el número 1, simbólicamente, el 14 de julio. El Grito del Sud fue también un
semanario, con salida los martes, impreso en la misma imprenta mencionada. Se
asigna su redacción a Francisco José Planes, presidente de la Sociedad en ese
momento, y firmante de varios de sus artículos. Esta experiencia tendría una duración
mucho mayor que el Mártir o Libre, alcanzando los 30 números, cesando el 2 de
febrero de 1813. Esta vez, el periódico aparecía explícitamente como órgano de la
sociedad, presentando las actividades que ésta realizaba y difundiendo sus puntos de
vista, constituyéndose en el primer órgano no estatal regular de nuestro país. Ya en el
prospecto inicial indicaba:

Propiedad, libertad, seguridad, todos esos dotes naturales y preciosos están hoy en nuestras manos.
Sólo un exceso de apatía e indolencia pudieron conducirnos nuevamente al miserable estado en que
yacíamos, cuando por un esfuerzo sólo digno de los habitantes de la América, sacudimos de una vez
y para siempre las ignominiosas cadenas que nos oprimieron, hasta el (…) memorable día del 25 de
mayo de 1810. El suelo del que aún no éramos dueños, con ser nuestro, lo hemos tomado ya en toda
propiedad; los brazos, antes libres sólo para forjar nuestras cadenas, y trabajar en provecho de unos
inicuos opresores, podemos aplicarlos sin cesar en el fomento de la agricultura y de las artes, única
riqueza permanente, y a que nos llama con imperio la situación local de nuestros países; el
pensamiento y la razón, degradados hasta aquí por el envilecimiento de la esclavitud, han recobrado
su libertad y su energía y podrán ser aplicados en el adelantamiento de la industria y de las ciencias
sin las cuales debe ser necesariamente precaria y dependiente la felicidad de los Estados. 13

Como puede observarse en esta cita, los discursos de Monteagudo, si bien resultan
incendiarios en relación con el grado de opresión de las conciencias con que se vivió
hasta 1810 (censura, carencia de derechos, persecuciones, arbitrariedades), no
parecen ajustarse a la imagen de “jacobinos” con que quiso pintarse muchas veces a
Monteagudo o a Moreno. El texto precedente es más análogo a las reivindicaciones
de derechos de la creciente burguesía inglesa en la época de 1648 que a las de la

12 El Grito del Sud, “Prospecto” (sin firma), El Grito del Sud, Prospecto, 14 de julio de 1812,
Reproducción Facsimilar, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961.
13 Ídem.

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Francia republicana de Robespierre. Y notoriamente, se encuentra atravesado por


influencias semejantes a las que se observan en el discurso y tono de los Semanarios
de comienzos de siglo.
Cuando en octubre de 1812 se produce un nuevo alzamiento que derriba al primer
triunvirato y da origen al segundo, la correlación de fuerzas vuelve a cambiar. Es
entonces cuando aumenta el poder de la logia Lautaro y Monteagudo encuentra su
mejor momento. Se menciona incluso, de acuerdo con varios historiadores, al propio
Monteagudo como posible redactor (también Pazos Silva) de la Gaceta, en el año y
medio siguiente al movimiento. Más adelante, tras la derrota de los patriotas chilenos
en Rancagua (1814), se incorporaría el exiliado Fray Camilo Enríquez (o Henríquez).
A su vez, la convocatoria efectiva a Asamblea dio lugar al encuentro deliberativo de
personajes que comenzaban ya a tener práctica con la pluma, aunque no tuviesen un
rol de primer orden en el poder: Vieytes, Agrelo, Monteagudo, Sáenz de Cavia. La lista
casi totaliza a quienes podían ejercer la pluma en aquel tiempo.
El comienzo de la Asamblea del año XIII coincide pues, con el fin del Grito del Sud,
pues el equipo redactor pasó a tener roles mucho más decisivos luego del movimiento
de octubre, y particularmente con la puesta en marcha de sus deliberaciones. Así, el
último número del Grito corresponde al 2 de febrero, y el primero del Redactor de la
Asamblea, que publicaba el extracto de las deliberaciones, comenzó su edición
mensual el día 27 de ese mismo mes. Se trataba de un nuevo paso, pues jamás antes
había existido tal instancia deliberativa en la región, y menos aún un periódico que
difundiese tales deliberaciones. Su periodicidad fue semanal, apareciendo en
principio los sábados, y más adelante los domingos, lunes o martes. Sin dudas se trata
de un punto medio, tirando a mensual, pues el 27 de febrero fue el primer número y
el 31 de enero de 1814 se tiraba el número 19. La redacción quedó a cargo de Fray
Cayetano José Rodríguez.
El redactor, por falta de taquígrafos y de papel, resumió al máximo las deliberaciones,
evitando además publicar aquello que antes hubiese salido en la Gaceta. Por otra
parte, la “gimnasia” deliberativa era poca, y el ámbito estaba aún fuertemente
condicionado por su carácter incipiente. Casi todos los historiadores mencionan que,
salvo un par de ámbitos civiles urbanos como el Café de Marco, la instancia de
reunión, incluso la fiesta sin agenda donde se conspiraba, difundía rumores, etc., no
era el café o el “pub” urbano típico de Londres, sino la vivienda de alguna familia
patricia. Complementariamente, la Asamblea, hija del movimiento de octubre de
1812, no encontraba entre sus miembros grandes motivos ni territorios de debates
públicos.
Los avances políticos y culturales logrados por la Asamblea son conocidos: derechos
del hombre, libertades, etc. En prensa, durante 1813 y 1814, tanto Buenos Aires como
las elites provinciales pudieron recibir dos publicaciones, aunque ambas eran
estatales, expresando la transformación profunda del Estado que pasaba a tener una
instancia de tipo legislativa en paralelo con la ejecutiva: La Gaceta de Buenos Aires y
el Redactor de la Asamblea.

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Hacia la independencia
El breve e intenso lapso del directorio de Alvear en los primeros meses de 1815 provocó
cambios decisivos en los modos de afrontar las perspectivas de construcción estatal en
el Río de la Plata; y abrió, luego, cambios aún más profundos, acordes con la magnitud
de las nuevas amenazas exteriores, así como los conflictos interiores ya plenamente
desatados. La derrota decisiva de las esperanzas de recuperar el Alto Perú, y el diseño
de una estrategia defensiva de largo alcance para impedir un nuevo avance realista
sobre Salta y Tucumán por parte de San Martín, coincidieron con las nuevas
amenazas que implicaba la reconstitución de la monarquía española. La vuelta de
Fernando VII no sólo dejaba sin sustento legal al gobierno que hasta entonces decía
representarlo, sino que implicaba una inminente invasión militar contra los patriotas,
en un contexto de derrota de todos los movimientos independentistas americanos: en
Chile, en México, en Colombia. En semejante situación, el tema de la independencia
entró en agenda de inmediato. La tendencia a partir de 1815 sería hacia la plena
independencia y hacia una organización estatal que daría pasos hacia instituciones al
menos formalmente parlamentarias y republicanas, aún a pesar de importantes
minorías en estas elites criollas que intentarían formas monárquicas constitucionales o
al menos fuertemente aristocráticas como propuesta organizativa.
En tal contexto, se presenta una significativa novedad en el campo periodístico: el
mismo día en que asumió Alvear su cargo como Director Supremo, (10 de enero de
1815), apareció el periódico El Independiente. Este periódico fue una iniciativa de
parte de la elite en el gobierno, para afrontar el grave período que se avecinaba.
Existió mientras duró el directorio de Alvear, comenzando el mismo día de su
asunción (10 de enero) y cesando el 11 de abril (coincidiendo con su crisis y caída). El
encargado de su publicación fue el Ministro de Gobierno del gobierno saliente y del
entrante, Nicolás Herrera, quien a su vez encargó su redacción a Manuel Moreno. Era
Sarratea quien desde Londres sugirió abrir un periódico no ministerial, que apuntase
a impulsar en la opinión pública y a su vez mostrase hacia el exterior –sobre todo
hacia Londres- las intenciones independentistas del Río de la Plata y sobre todo su
más absoluta ruptura con Fernando VII. El modelo parlamentario británico
comenzaba a insinuarse con simpatía: leyes liberales para el comercio y la conciencia,
periódicos independientes como instructores y a su vez vehículo de la opinión pública,
el conjunto de naciones “más civilizadas” como tribunal internacional de opinión
pública, etc. “Los periódicos han llegado a ser la piedra de toque de la instrucción
nacional de un pueblo”, dice en la introducción al primer número, asumiendo una
ruptura con la noción de las viejas gacetas, pensadas como únicas en cada región,
abriendo juego a la perspectiva del debate político:
No ha sido la distancia a que está colocada la América del centro de los acontecimientos, la que ha
retardado su ilustración, tanto como la falta de buenos periódicos que pusiesen al alcance de sus
habitantes todo lo que las naciones de Europa discurrían en las artes y las ciencias y perfeccionan
con su industria. A esta falta también se puede atribuir el estado torpe en que se hallaba la España
a principios de este siglo, y casi se puede decir ha sido el origen de todos los males (…) La miserable
Gazeta de Madrid, que igualmente llegaba a las Colonias, no era más que un catálogo de las
promociones y empleos, ni daba noticias más importantes que las fiestas de gala de la Corte:

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prostituida desde el principio de la alianza a las miras de los Franceses, sólo servía de dar incienso
a la adulación pero en nada contribuía a las artes liberales, o al ensanche de los conocimientos
útiles” (…). En todo el país, la ciencia de la política es la más necesaria: ella es la que funda los Estados,
y de ella depende su prosperidad y su conservación. Jamás será demasiado trabajo que se tome en
cultivar sus principios, y la aplicación de éstos está tan complicada con el conocimiento del corazón
humano, con los resortes que deben moverse para estimular las virtudes útiles a la Patria, con las
circunstancias de cada pueblo y con la experiencia de los siglos pasados (…) Nuestro periódico se
ocupará principalmente de la política. (Prospecto)14

Asimismo, la estructura del periódico mismo comenzaba a insinuar el modelo


desarrollado por la prensa burguesa británica: secciones de publicidad de actos de
gobierno, sección política, re-vista de periódicos extranjeros (aunque esporádica, no
permanente), y material literario: poesías (“nuevas o escogidas”), biografías,
fragmentos históricos, etc. Ya en el número 1 se deja muy claro el tono antiespañol y
la búsqueda de una línea favorable al autogobierno y al libre comercio: “El gobierno
español en América cargado con la execración del pueblo con sus vicios, por su
parcialidad y por su indolencia, vacilaba en sus mismos cimientos: algunos viejos
gobernantes a quienes el hábito de la corrupción les había hecho perder hasta las
apariencias del pudor y de la decencia; un puñado de soldados indisciplinados e
imbéciles; jueces ignorantes; una administración llena de dilapidaciones e injusticias;
los agentes miserables de los monopolistas de Cádiz, he aquí los brazos que iban a
oponerse a los conatos de las Provincias por mejorar su suerte”15.
Poco después, explicitará una concepción política de matriz democrática y
parlamentaria: “cierto número de individuos, titulándose aristócratas, pretenden
reducir a determinadas personas la administración de sus empleos, y el derecho a las
distinciones y honores que en todo el país, bien constituido, deben ser premio de la
virtud y el mérito, y mucho más, en un sistema popular como el nuestro” 16. Con este
párrafo inicia las consideraciones que expresan su conciencia democrática,
largamente expuesta, con ejemplos de sistemas y estructuras gubernamentales del
mundo, en las que apoya la convicción de sus principios:
Antes de combatir esta aristocracia soñada, permítaseme asentar ciertas bases, reconocidas por los
tratadistas (…) Supongo pues, que siendo el poder legislativo la función más noble de la soberanía,
del modo como se ejercita esta sublime facultad es que depende la denominación de su Gobierno.
La aristocracia se entiende cuando el poder de hacer las leyes existe en una asamblea escogida, a la
cual no llega sino una determinada clase del Estado bajo ciertas condiciones de herencia,
propiedad, riquezas, derechos personales reconocidos por la Constitución, o bien por la elección
privativa de los miembros que la componen. En la democracia el pueblo en general es el legislador,
ya sea por sí mismo o por medio de sus representantes. En fin, Gobierno despótico o Monarquía
absoluta se entiende todo aquello en que la formación de las leyes depende de una sola persona. A
este último es también inherente la facultad que compete al príncipe de ser el dispensador de los

14 El Independiente, “Prospecto” (sin firma). En: El Independiente, Prospecto, 10 de enero de 1815,


Reproducción Facsimilar, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961. Si bien durante
mucho tiempo se consideró –siguiendo al clásico trabajo hemerográfico de Zinny- que el redactor de
El Independiente era Monteagudo, la historiografía actual coincide en que fue Manuel Moreno. Los
artículos no son firmados y representan la palabra del Directorio, aunque en forma no oficial.
15 El Independiente N° 1, 17 de enero de 1815. Artículo principal. En: El Independiente, Reproducción

Facsimilar, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961.


16 Ídem.

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honores y de las gracias (…) Buenos Aires por su localidad es enteramente comerciante. Lo reciente
de su fundación había impedido que se formasen grandes fortunas, y por consiguiente reducidos
sus habitantes a una medianía abundante, obligados todos a observar una frugalidad honesta
(compañera inseparable de la democracia) que era la única capaz de conservar los frutos de su
industria, no conocían los excesos del lujo, ni experimentaban el poder de los grandes y refinados
placeres que son propios de las poblaciones antiguas… y desde entonces no han podido formarse
caudales gigantes que introduzcan desigualdad notable en la condición de los ciudadanos, sin la
cual las prerrogativas de clase son puramente ideales (…) Sin rentas, sin patrimonio, sin dedicación
y sin principios pretenden con todo ser los favoritos de la Patria, en el ilustre y poderoso cuerpo de
estos aristócratas mendicantes (…)Sólo quisiera que mis conciudadanos, deponiendo quimeras,
aspirasen a distinguirse por la senda del mérito y de la virtud, que es lo único apreciable de la
Patria.17

A lo largo de los apenas noventa días que duró la publicación, el redactor se mantuvo
en fuerte sintonía con los objetivos del Directorio: Orientar la opinión pública contra
la monarquía española y en simpatía con el modelo británico, buscar la unión de
fuerzas al interior del Río de la Plata, y cuando no se pudiese, denigrar al contrincante
(v.gr. Artigas). En cuanto a lo primero, ocupándose de “libertad política y civil”, marca
diferencias entre británicos y españoles frente a sus respectivas colonias: En tanto los
ingleses siempre respetaron los derechos privados de los habitantes de Norteamérica,
España “tiranizaba también al ciudadano”. “Los primeros [los norteamericanos],
aunque con sobrada justicia, pelearon sólo por la libertad del Estado; los de América
del Sur combaten por ella también, pero además aspiran a la libertad civil, que bajo
el yugo de sus antiguos opresores no pudieron disfrutar jamás”18. Así continuó con
otros temas asociados, como la posibilidad de control de los jueces, o la forma de
gobierno. Respecto de esta última, la calidad estilística del texto es inferior a los
anteriores, probablemente porque Moreno ya simpatizaba con alguna forma de
federalismo, pero debía escribir en contra de él en tanto el gobierno se había
enemistado a muerte con Artigas. Mientras que frente a Fernando VII es posible
oponer la contundencia del argumento democrático, frente al federalismo, sólo le
resta denigrar la persona de quien lo sostiene, acusándolo de motivaciones espurias:
Entre la multitud de maquinaciones con que se pretende extraviar el espíritu público, la más
artificiosa es el proyecto de una federación, bajo la cual quieren constituir desde luego los Pueblos
Unidos, alterando así la forma presente con la cual son administrados, y tentando una variación de
que esperan el logro de sus pretensiones privadas.19

El Independiente duró sólo 13 números, tres meses, pero marcó un punto de inflexión
en cuanto a la explicitación de un nuevo marco de organización política que, a pesar
de los violentos conflictos internos, mostraba unidad en torno a cuestiones claves
como ruptura con España y el absolutismo, acercamiento al modelo británico,

17 Ibídem.
18 El Independiente, “Federación”. En: El Independiente N° 6, 14 de febrero de 1815, Reproducción
Facsimilar, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961.
19 El Independiente, “Federación”. En: El Independiente N° 7, 21 de febrero de 1815, Reproducción

Facsimilar, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1961.

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parlamentarismo, prensa con funciones modernas, libre comercio. Este avance ya no


se perdería en adelante.
Aún así, no son menores las condiciones aún asociadas a la etapa anterior. A pesar de
la radical diferenciación con las Gacetas (al referirse a la Gazeta de Madrid
sintetizando sus funciones), El Independiente no deja de ser una operación
ministerial clásica, con funciones de Estado, con un redactor que no goza de
autonomía, con tópicos fuertemente controlados y carente de un mercado suficiente
como para circular generando sus propios recursos para sostén. Moreno debió
vérselas constantemente con órdenes y controles. Según Furlong (El Independiente,
1961, p. 12)20, Moreno recordaría después que un párrafo contra los tiranos en el
número 2 motivó la visita de Monteagudo para interrogarle si se refería al director
Alvear. Tampoco gustó su publicación de los resultados de la Aduana en 1814, ni el
nivel de agresión a Artigas (pues sus mandantes le exigían mucho mayor dureza), a
pesar de que –según Moreno- había escrito lo solicitado por los Secretarios de
Gobierno y de Hacienda, llegando al extremo de que, ante la entrada de tropas
artiguistas a la ciudad de Santa Fe, el propio Nicolás Herrera le envió el resumen de
lo que había de publicar, por escrito.
La destitución de Alvear tras una asonada en la que convergió un arco heterogéneo
de intereses unido en la necesidad de poner fin a sus conductas despóticas llevó
provisoriamente al Cabildo de Buenos Aires, el cual nombró un nuevo Director (el
Gral. Álvarez Thomas) y una “Junta de Observación” con funciones legislativas, que
debía dictar de inmediato un estatuto para organizar y regular el funcionamiento de
los poderes, y convocar a un Congreso General. Este estatuto, “Estatuto Provisional
para la Dirección y Administración del Estado” fue sancionado muy pronto, el 6 de
mayo de 1815. Otorgaba a la Junta de Observación el Poder Legislativo con poder de
control sobre el Ejecutivo, ejercido por un director que duraría un año. De la Justicia
se encargarían los jueces y comisiones especiales de apelación. Ordenaba además al
director a invitar a todos los ciudadanos y villas de las provincias interiores a elegir
diputados para la formación de un Congreso General en la ciudad de Tucumán, a
razón de un diputado cada 15.000 habitantes. Aunque el Estatuto fue rechazado por
las provincias, gran parte de ellas aceptaron asistir al Congreso de Tucumán, en tanto
se negaron las provincias bajo control de Artigas.
Pero el Estatuto Provisional trajo además novedades en cuanto a prensa periódica:
Buenos Aires debía tener a partir de ahora dos semanarios. Es decir, se asumía la
pluralidad de voces como función necesaria de la prensa, aunque -no existiendo las
fuerzas sociales capaces de sostenerla- sería el propio Estado quien la impulsaría.
Como antecedentes, existía la breve experiencia de 1812, y primeros meses de 1815 en
que convivieron la gaceta ministerial (llamada Gaceta del Gobierno bajo Alvear), con
El Independiente.

20 Cfr. Furlong, Guillermo, El Independiente, Edición Facsimilar, Prólogo, p. 12.

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Uno de los periódicos, según el Estatuto, sería la propia Gaceta, que volvía a su
nombre original; el otro estaría pagado por el Cabildo, y debía ser encargado a un
“sujeto de instrucción y talento”, y su título, ratificando su función de “otra voz”
debería ser “El Censor”. Su finalidad sería “analizar la conducta de los funcionarios e
ilustrar al pueblo acerca de sus derechos”, en tanto que la Gaceta haría su tarea
“satisfaciendo a las censuras, discursos o reflexiones de El Censor”. El Directorio y el
Cabildo se encargarían de la moderación necesaria para tal debate, que se
desarrollaría “sin faltar al respeto debido a los magistrados, al público y a los
individuos en particular”, fijándose complementariamente un tribunal de imprenta.
Tras algunas demoras, el 8 de agosto se nombró al Dr. Antonio Valdés, español liberal
(nacido en Cuba) emigrado tras la restauración, “con la dotación de 500 pesos anuales
y cargo de dar dos papeles por mes”. Poco después se elevó a un número por semana,
y el pago a 750. Ante un nuevo pedido a fin de año, la dotación fue elevada a mil pesos.
Una de las grandes novedades de este momento, fue el ingreso de personajes como
Valdés, así como de las primeras imprentas privadas.
El Censor apareció el 15 de agosto de 1815 y, además de afirmar esta particular
manera de conformar un “espacio de disenso”, expresó también otros adelantos: su
duración fue particularmente larga para tratarse de un segundo periódico (junto a la
Gaceta), y su impresión fue realizada durante parte de su existencia en una imprenta
privada. Desde el primer número hasta el número 63, en la de Gandarillas; desde el
64 hasta el 70, en la del Sol, y del 71 al 177 (el último, fechado febrero 6 de 1819), en
la de los Niños Expósitos. Este periódico, redactado hasta el 17 de febrero por Valdés,
y desde entonces por Fray Camilo Henríquez (quien había estado a cargo de la
Gaceta), continuó la línea general de afirmación del discurso de gobierno,
sosteniendo la conveniencia de instituciones liberales y soberanía popular, así como
la conveniencia de la libertad de imprenta, a la que dedicó artículos, transcripciones
de periódicos extranjeros y publicación de la sección correspondiente del Estatuto
Provisional.
Valdés no sólo produjo adelantos a través de la experiencia de El Censor: también
generó una publicación simultánea de carácter privado, llamada La Prensa
Argentina. Valdés ocultó que redactaba este periódico, para no comprometer su
puesto oficial en El Censor. Comenzó a editarlo el 5 de setiembre de 1815, y cesó el 12
de noviembre de 1816, una duración récord para la época, más aún tratándose de
propia iniciativa. Incorporó a esta publicación un criterio más actualizado en cuanto
a secciones: Política, variedades (con notas de periódicos extranjeros), “impresos”,
donde se analizaba las editoriales de otros periódicos, especialmente las de El Censor.
Además, comenzaba a hacerse estable la sección “Comercio”, que daba noticias de
movimiento de barcos, mercancías y precios. Todavía un ejemplo más ilustra el
cambio operado en 1815: el 18 de noviembre aparece Los Amigos de la Patria y la
Juventud redactado por Felipe Senillosa, otro emigrado de España. Senillosa había
combatido a los franceses en España, cayendo prisionero en 1809. Luego prestaría
servicios al ejército francés, emigrando a Inglaterra cuando la restauración. En
Londres tomó contacto con Belgrano y Rivadavia cuando éstos llegaron allí en misión

207
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

diplomática. Se trasladó a Buenos Aires, iniciando esta publicación, que intentaba


retomar la línea de fomento de la ilustración: educación pública, ilustración general,
bellas artes, asistencia social y ciencia política.
En 1816 se sumaría El redactor del Congreso Nacional, retomando la labor del
Redactor de la Asamblea cancelado bajo Alvear. Este periódico se publicó entre el 1
de mayo de 1816 y el 28 de enero de 1820, alcanzando su colección 52 números. Su
periodicidad regular fue mensual, y complementó la labor de los otros periódicos que
habían ampliado enormemente la oferta disponible en la ciudad. Este periódico inició
además el formato a dos columnas a partir del número 20, y fue impreso en distintas
imprentas según su época: Expósitos, Gandarillas, Benavente y cía.
En la Imprenta del Sol, se editó desde el 19 de agosto de 1816, esto es, tras la
declaración de independencia, El Observador Americano. Fue su redactor Antonio
Castro, abogado de la generación de mayo, con estudios, como muchos de esa
generación, en Córdoba y Chuquisaca. Castro agregó a este momento de expansión
de la prensa periódica local, un par de elementos más: en primer lugar, la
explicitación del origen particular (y anónimo) del financiamiento de su periódico,
amparándose en “algunos patriotas en sus tertulias literarias”; en segundo, una
posición nueva en el debate que circulaba en la elite criolla sobre la forma de gobierno.
En tanto El Censor y la Gaceta sostenían la forma republicana, El Observador
Americano defendía la monarquía constitucional. El Observador Americano sólo
duró doce números y un prospecto inicial.
Apenas días después de la aparición de El Observador, el 30 de agosto surgió La
Crónica Argentina. Lo redactaba Vicente Pazos Silva, quien retornaba de su exilio en
Londres. Dado que había estado a cargo, en el primer trimestre de 1812, de El Censor,
contratado por el gobierno, a su regreso intentó continuar la publicación de tal
nombre, con fondos no oficiales, pero se encontró con que dicho nombre estaba en
pleno uso en la publicación El Censor perteneciente al Cabildo e instituida por el
Estatuto Provisional. A pesar de su reclamo de propiedad intelectual (reclamo, por
cierto, pionero en este rubro), no logró que se le reconociera tal derecho, por lo que
al optar por el nombre La Crónica Argentina, lo hizo manteniendo un lazo formal de
continuidad con su vieja publicación: En lugar de iniciar la numeración de La Crónica
Argentina con el número 1, lo hizo con el número 13, pues aquel primer El Censor de
1812 había durado doce números. Esta publicación también duró relativamente poco:
hasta el 8 de febrero de 1817, alcanzando 27 números regulares y dos extraordinarios,
todos in folio.
Ante semejante proliferación de periódicos hubo de adaptarse el discurso del Poder
Ejecutivo. Nótese, de todos modos, que hablamos de apenas cinco publicaciones, de
las cuales una es mensual y se limita a las deliberaciones de la asamblea, dos son parte
del esfuerzo del Estado por generar más de una voz (la Gaceta y El Censor, la primera
semanal, y el segundo tardará un tiempo en lograr tal regularidad, comenzando
quincenal), y luego estas dos publicaciones que podían esbozarse como “privadas”,
aunque en realidad no constituían por sí actividad económica independiente, sino

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

parte del esfuerzo político de facciones con apoyo, más o menos explícito, de sectores
del propio Estado, como fue el caso de Sarratea, quien influyó en la línea de El
Independiente en 1815, y luego aportó la imprenta que usaría Pazos Silva para La
Crónica Argentina.
Disipada parte de la grave amenaza con que se había iniciado 1815, los cambios en la
prensa esbozados entonces se estabilizaron. El contexto había disminuido la presión
externa sobre los patriotas: San Martín desarrollaba desde Mendoza su estrategia de
invasión a Chile, mientras en el Norte se había aceptado su plan de sostener una
estrategia defensiva de largo plazo en Salta, sin reintentar el ataque frontal al Alto
Perú. La invasión española se dirigió a Venezuela y no al Río de la Plata. Y el gobierno
central logró establecer un marco de representatividad básico entre las provincias y
declarar la independencia. Aún Artigas, que no permitió participar a las provincias
litorales, era entonces independentista, y en una maniobra riesgosa y de duros costos
en el largo plazo para las Provincias Unidas, quedaba solo frente a la amenaza
brasileña. La aparición de más de un periódico simultáneo, los primeros discursos de
prensa sostenidos en el tiempo a favor de la libertad de prensa y de las condiciones
liberales de su regulación, la expansión de la temática de los periódicos, la publicación
de algunos de ellos por facciones de origen “privado” (y no oficioso), la simultaneidad
de más de una imprenta (pronto llegarían a cinco), la fundamentación de la función
constitucionalmente protegida de la prensa como articulador de relaciones entre
ciudadanía y Estado, comenzaron entonces y continuaron, a pesar de su condición
extraordinariamente tenue: era el propio Estado el que debía inventar esta pluralidad
y –a su vez- el que no podía aún permitirse su estabilización plena. Ayudaron sin
embargo a esta expansión, las nuevas condiciones opresivas en España que obligaron
a muchos sostenedores del movimiento liberal de 1813 a emigrar. Las dos fuentes de
preparación de redactores y de importación de imprentas, fueron en primer lugar
Gran Bretaña (con un modelo a seguir, intereses diplomáticos activos e intrigantes,
punto de partida del envío de imprentas, escritos y líneas discursivas como la que
expresó Sarratea y base en la cual se capacitaron y asociaron a logias redactores como
Manuel Moreno y Pazos Silva), y emigrados españoles (en algunos casos con
imprentas), como Valdez, Wilde y otros. Se sumaron a este instante Pedro Agrelo,
funcionario y abogado, con El Independiente que, como su homónimo de 1815 (pero
editado desde el 15 de setiembre de 1816), intentó sumarse a quienes defendían
explícitamente el modelo constitucional británico. El 23 de octubre, finalmente, un
patriota de origen español, Bartolomé Muñoz, sacerdote también formado en Charcas
y Chuquisaca, comenzó la edición desde la imprenta de la Independencia de un
periódico llamado El Desengaño, que intentaba hacer la crítica de las
argumentaciones favorables a los realistas, para reafirmar la causa americana, de allí
su nombre. Tomaba y glosaba documentos de los jefes militares enemigos, etc.
Esta situación expansiva marca una tendencia definitiva hacia la búsqueda de una
prensa periódica de características modernas, y ya no se volvería atrás en lo logrado
en ningún momento posterior de la historia del Río de la Plata. Existirían, sin
embargo, crisis recurrentes producto de la propia transición. La debilidad de la

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

actividad económica y de la estructura estatal naciente hacían imposible aún la


instalación de periódicos como empresas comerciales o tan siquiera rentables en forma
independiente del Estado: no había mercado lector, no había una tradición empresaria
de inversión local, no había una identidad de clase burguesa que estableciese una red de
contención para tal posibilidad (recuérdese los amargos comentarios de Manuel
Moreno sobre la aristocracia mendicante). Complementariamente, el esbozo de nueva
forma de Estado que remplazaba paulatinamente al aparato virreinal moribundo no
podía sostener en los hechos el propio discurso constitucional que aparecía explicitado
en el Estatuto provisional y en la atención brindada a la creación de prensa periódica
plural. Así, no había otro sujeto de prensa que las facciones estatales, en su mayor parte
financiadas a su vez con dineros del Estado. Pasada la crisis de 1815 y reconfiguradas las
facciones, la posibilidad de supervivencia de tal marco plural superando la mera
presencia decorativa quedó comprimida. Esto sucedería en forma constante
prácticamente hasta la organización nacional, en la segunda mitad del siglo XIX, en una
secuencia inaugurada la breve experiencia del periódico La Crónica Argentina, iniciado
en agosto de 1816 por la facción Dorreguista: Chiclana, Manuel Moreno, Pazos Kanki y
Agrelo, entre otros, y concluido en febrero del año siguiente con el violento destierro de
todo el grupo por parte de un gobierno que alega, precisamente, los artículos del
periódico como fundamentación.
Conclusión
La fuerte identidad civilista y educacional siempre estuvo presente y fue parte del
sentido de misión social de la prensa desde su aparición en el Río de la Plata hasta su
consagración en la época de la masificación de la educación básica y la industria
gráfica a fines del siglo XIX, en sintonía con el espíritu ilustrado al que adscribió la
generación de Mayo, y fue heredada por las dos generaciones románticas argentinas
sobre las que se construyeron las primeras generaciones de periodistas: Desde las
inquietudes generales por el saber, las luces y el progreso hasta la difusión del libro,
la geografía, la divulgación científica, y finalmente, la conformación de un aparato
estatal de educación masiva y sistemática, así como de una industria cultural
articulada en la sociedad civil. Pero la máxima sarmientina “Educar al soberano”
debió aguardar, precisamente, la transformación plena de las formas de
representación y opinión, desde las formas predominantemente pre modernas de la
época de la Revolución de Mayo hasta las que requieren de un aparato de prensa
política y mercantil para sostenerse. El rol del Estado en relación con la prensa fue
distinto según los períodos, aunque no perdió en ningún momento la expectativa
educacionalista y democrática de su sentido de misión.
En la década que hemos analizado, la elite estatal realizó conmovedores esfuerzos por
acelerar la presencia de una prensa en manos de la sociedad civil, chocando una y otra
vez con las limitaciones en el desarrollo de la formación social. Medio siglo más tarde,
esta posibilidad era más cercana, pero nuevamente, habría de ser el Estado, por la vía
de la transferencia sistemática de recursos –no siempre legales- quien dé el impulso
final a la prensa privada, sesgando su conformación con las filias políticas del bando
triunfador en las guerras civiles.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

El período en el que hemos focalizado nuestra atención: los seis años entre la
Revolución de Mayo y la Declaración de Independencia, nos muestra tanto la
intención como las limitaciones de la elite criolla para forjar instituciones de la
sociedad civil cuando ésta aún no se halla plenamente desplegada: es unánime la
expectativa de construcción de un periodismo a imagen y semejanza de la moderna
prensa burguesa europea: capaz de debatir los temas públicos, criticar a gobiernos y
partidos, subsistir en manos particulares sin ayuda del Estado y portar inquietudes
civilistas. La realidad, sin embargo, muestra los límites de esta expectativa: sólo el
Estado puede sostener económicamente las iniciativas de prensa, y constituir temas
públicos. La paradoja reiterada es un Estado estimulando y aún sustituyendo el rol de
los actores privados –económicos y políticos- pero resultando incapaz de soportar las
consecuencias inmediatas de una prensa libre, pues los debates se tornan de
inmediato crisis de régimen. El resultado de estos seis años será, sin embargo,
auspicioso, en tanto logra una prensa que perdura en el tiempo, tiende
paulatinamente a acostumbrar a las facciones y al público a la pluralidad de
periódicos y consolida en ellos la del tránsito hacia una prensa moderna.
Estos desfasajes entre las expectativas de la elite gobernante respecto de la prensa y
las condiciones efectivas en las que esta prensa podría desarrollarse muestran, por un
lado, la relación inescindible entre los ámbitos de la circulación económica, de la
legitimación político-estatal, y de la cultura letrada, pero a su vez, también muestra
que se trata de dimensiones distintas entre sí, no reductibles una a la otra.

Bibliografía
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2.3. Reseña: Los periódicos oficiales en México


en el siglo XIX
Julio E. Moyano y Enrique Fraga

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2.3. Reseña: Los periódicos oficiales en México en el siglo XIX21


Julio E. Moyano y Enrique Fraga

Coordinado por la Dra. Adriana Pineda Soto, el libro "Los periódicos oficiales en
México. Doce recuentos históricos" (2016, editado por el Senado de la República de
México y Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica), aborda
para el caso mexicano un problema recurrente de la prensa hispanoamericana: la
importancia de las gacetas y periódicos oficiales en los procesos de integración
territorial, los procesos de consolidación institucional y política, la promoción de la
actividad económica y los recorridos –en muchas ocasiones conflictivos- para la
construcción del Estado moderno y la nacionalidad.
Abordar los periódicos oficiales como objeto de indagación en historia de la prensa
requiere una compleja trama de delimitaciones conceptuales. Si el modelo “canónico”
de prensa oficial es hoy la idea del “Boletín oficial”, órgano de publicación oficial de
leyes, decretos y sentencias que es pilar de la publicidad de los actos de gobierno, su
conformación histórica no fue en Hispanoamérica un hecho automático, sino el
resultado de un recorrido largo, sinuoso y no exento de contradicciones, en el que se
entrelazan la tradición estatalista de la prensa colonial, la presencia del Estado como
impulsor de las primeras publicaciones periódicas mucho antes de que la lógica de
mercado pudiera sostenerlas, las recurrentes guerras civiles, y la presencia de
periódicos tanto oficiales como “oficiosos” y “ministeriales”, sostenidos por y desde el
aparato de gobierno, más adelante desde redes políticas y logias en apoyo a los
mismos.
Sobre el trasfondo de esta compleja trama, el periódico oficial cumplió en el siglo XIX
un rol de vanguardia al hacerse parte de la consolidación del Estado democrático
representativo, articular las relaciones entre poderes y entre estos y la ciudadanía,
pero también habilitar contenidos propios de la prensa en manos particulares,
propendiendo a la construcción de identidades y consensos, la defensa de los
intereses regionales o –en situaciones de guerra civil- la reafirmación de legitimidad.
Si esta primera aproximación supone un complejo entramado conceptual, un
abordaje más profundo y detallado supone, por ende, una imprescindible discusión
metodológica, la búsqueda de estudios comparados y la construcción de un relato
historiográfico de conjunto.
A esta tarea se ha abocado un conjunto de prestigiosos investigadores mexicanos,
para lograr el libro que con apoyo del Senado de la República y de la Red de
Historiadores ha comenzado a circular tanto en versión electrónica como en una
cuidada edición papel con imágenes facsimilares.

21
Publicado originalmente en Revista Perspectivas en Historia de los Medios, N° 3, 2016.
http://historiaymedios.uba.ar

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La Dra. Fausta Gantús abre el primero de los doce aportes que hilan el trabajo,
precisamente con “Apuntes para una discusión conceptual y metodológica”, en la que
se pone en cuestión las sucesivas miradas desde el propio Estado de lo que debían ser
la prensa y sus funcionas , sobre todo aquella a su cargo directo, en tensión con los
conflictos –cuya réplica en países como Argentina también se hizo presente- en torno
al apoyo estatal a actores de la prensa política, así como la necesidad de diferenciar
procesos de conformación territorial con o sin presencia directa de conflictos político-
militares en curso, los cuales afectan, por su propia dinámica, la posibilidad de
expresar “al conjunto” desde la prensa estatal, sin deslindar un enemigo a batir.
Sobre la base de esta primera aproximación problemática, los once trabajos restantes
construyen el objeto común desde las realidades regionales presentes en el proceso
de configuración nacional en el siglo XIX: Jalisco (Jaime Olveda), Oaxaca (Carlos
Sánchez Silva y Francisco Ruiz Cervantes), Nuevo León (Miriam Martínez Wong),
Veracruz (Miguel López Dominguez), Zacatecas (Marco Antonio Flores Zavala),
Michoacán (Adriana Pineda Soto), Chiapas (Sarelly Martínez Mendoza), Guanajuato
(José Elías Guzmán López), Estado de México (Laura Edith Bonilla de León),
Querétaro (Margarita Espinosa Blas) y Ciudad de México (Luis Felipe Estrada
Carreón).
Su lectura permite ensamblar la prensa oficial decimonónica mexicana tanto en el
marco histórico del desarrollo de la prensa en Occidente (con el apogeo de las Gacetas
vinculadas a las monarquías absolutas desde 1631, y su versión en el mundo colonial
hispanoamericano desde 1722), como también en los notables elementos homólogos
entre las experiencias de cada Estado mexicano, así como entre estas y las de otras
naciones hispanoamericanas en proceso de conformación tras las guerras de
independencia. “el significado histórico de los periódicos oficiales –nos recuerda
Pineda Soto en la Presentación- nos acercará al Estado-Nación que con las
revoluciones burguesas se impulsarían”. Pero a su vez, nos acerca a sus posibilidades
como objeto de estudio y a su vez fuente: "El periódico oficial ofrece claves para la
interpretación histórica tanto por lo que publica —y su valordocumental— como por
quién lo publica —y los intereses que defiende—, llegando a convertirse en medio
decisivo en el proceso histórico de la construccióndel Estado liberal”.
Los textos abundan en hallazgos cuyo interés trasciende los casos. Por ejemplo, El Dr.
Sarelly Martínez Mendoza –quien, por cierto, ha abordado recientemente estudios
sobre casos de prensa semiestatal en el Buenos Aires de la década de 1810- nos
recuerda, a través del caso chiapaneco, el peso relativo de la prensa oficial en la mayor
parte de las capitales de Estados en el interior mexicano: "[el] paisaje informativo del
decimonónico se conformó por estos tres tipos de periódicos —oficiales, semioficiales
y de particulares—, con una presencia fundamental de los primeros, no sólo por la
regularidad en sus ediciones, sino por su área de distribución e importancia de sus
contenidos que marcaban la vida administrativa y política de la entidad (…) fueron
los más importantes, tuvieron las mejores maquinarias y sus redactores percibieron
sueldos con regularidad, lo que constituía una rareza en aquellos tiempos". La Dra.
Laura Bonilla, por su parte, explicita una implicancia presente en el resto de los

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estudios: la extensión de la experiencia de periódicos oficiales largamente dentro del


siglo XX, considerando la Revolución Mexicana como el período bisagra entre épocas
cuya matriz común es la construcción del poder del Estado, la organización territorial
y las transiciones entre una época rural a otra industrial.
El trabajo permite así múltiples lecturas, estimula estudios comparados, y permite
reflexionar sobre la relevancia de esta prensa, a veces opacada por la historia del
periodismo comercial de masas, para reivindicar no sólo su rol de mero difusor de
leyes, órdenes y disposiciones, sino en la consolidación de esferas públicas, la
unificación del territorio y cristalización del poder del Estado (las normas que se
vuelven obligatorias por el solo hecho de su publicación), la difusión y promoción de
sentimientos de pertenencia a la Nación, la circulación regular de noticias nacionales
en cada territorio, el desarrollo de prácticas y hábitos de producción y consumo
periodísticos que sentaría las bases para un periodismo de actores privados.

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2.4. En la forja de un diario moderno


Alejandra Ojeda y Julio Moyano

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2.4. En la forja de un diario moderno22


Alejandra Ojeda y Julio Moyano

1.1. La forja del periodista empresario

Entre la Revolución de Mayo y la formación de un mercado de periódicos


empresariales en la segunda mitad del siglo, el periodismo, tanto en Buenos Aires
como en las 8 provincias en que éste había surgido antes de 1856, estuvo signado
por el uso predominantemente estatal, y dentro de éste, militar. La aparición de
periódicos no controlados por el Estado fue un proceso paulatino y sinuoso,
enmarcado por un lado en esfuerzos estatales sui generes por forjar una esfera de lo
público local, y por otro en la construcción de un sistema de facciones políticas en
pugna por el control del aparato estatal en su conjunto. Los vaivenes de las guerras
civiles decimonónicas volcaron el predominio de estos esfuerzos hacia su
parlamentarización o hacia el enfrentamiento militar total según el momento. Sólo
la relativa estabilidad institucional generada bajo el régimen rosista y, sobre todo,
bajo los dos proyectos en pugna por la hegemonía en la construcción del Estado-
Nación a partir de 1852, habilitaron la consolidación de proyectos de imprentas
orientadas a la edición de periódicos con fines predominantemente de lucro. Pero
tales proyectos, debieron acomodarse a las condiciones de una transición compleja.
De allí que, por lo general, los impresores interesados en un proyecto empresarial
buscaron contar con servicios “particulares” de producción de impresos,
generalmente para el comercio y otros usos particulares, generaron periódicos de
interés mercantil o sectorial, y negociaron con el Estado contratos de impresión -
incluso de redacción- de periódicos en los que el contenido político a fijar no corría
por su cuenta, limitándose a darles forma según las reglas de juego, de género y de
armado propias de su tiempo (Halperín Donghi, 1985; Moyano, 1996, Moyano y
Ojeda, 1999).
Es en el marco de estas complejas transiciones que transcurre la juventud de
Bartolomé Mitre. Entre las múltiples actividades que lo tornaron una figura clave de
la Historia Argentina, el periodismo fue, junto a la política, una de las pasiones que
lo acompañó a lo largo de toda su vida adulta, adquiriendo una experiencia decisiva
en sus años de exilio en Uruguay, Bolivia y Chile, reforzando la misma en la década
de 1850 en contacto con políticos y empresarios del sector, aprendiendo la lógica de
relación con la prensa desde la gestión pública, ya como gobernador de Buenos Aires
y finalmente, creando y acompañando su mayor éxito, el diario La Nación
Argentina / La Nación.
Había comenzado sus prácticas en el exilio montevideano, continuando luego su
experiencia en el nuevo exilio en Bolivia, donde redactó un periódico oficial. Más
tarde, en un nuevo destierro, administró imprenta y diario en Chile y, aunque debió

22Publicado originalmente como: Ojeda Alejandra y Moyano Julio (2019): “En la forja de un diario
moderno”. En: Ojeda, Alejandra, Moyano Julio y Levenberg Rubén (2019) Prácticas de oficio e
innovación tecnológica. Tensiones y estrategias en dos momentos clave del diario argentino La
Nación. IEALC – UBA: Buenos Aires. Páginas 11 a 35.

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sufrir un breve exilio nuevamente por unos meses, retornó a Santiago y concluyó
este último destierro voluntariamente apenas enterado del Pronunciamiento de
Urquiza, en 1851. Tras la caída de Rosas (febrero de 1852), tomó contacto en Buenos
Aires con el empresario tipográfico español Benito Hortelano, con quien llega a un
ventajoso acuerdo para redactar el efímero diario Los Debates. Su rol en la defensa
de la ciudad de Buenos Aires frente al sitio de Lagos en el primer semestre de 1853
lo catapultó a su mayor prestigio público, espacio que le sirvió para acceder a la
redacción del reconocido diario El Nacional. Más adelante, durante la campaña que
lo llevaría al cargo de Gobernador, fundaría un nuevo Los Debates, de existencia
breve y de su propiedad, ya sin Hortelano, así como publicaciones menores de tono
mordaz, y finalmente, el diario La Nación Argentina, nacido al impulso de su
histórica presidencia en 1862, reconvertida en sociedad anónima con el nombre de
La Nación desde el 4 de enero de 1870.

Primeros pasos

Los primeros pasos de Mitre en el periodismo abarcan poco más de una década y se
realizan en el destierro, primero en Montevideo, más adelante en La Paz (Bolivia) y
finalmente en Valparaíso y Santiago de Chile. En esas tres escalas de su aprendizaje,
se manifiestan acercamientos crecientes a la comprensión de la lógica comercial del
arte de la impresión y a la potencial dimensión lucrativa de una práctica tan asociada
a las luchas políticas y facciosas como es el periodismo. En Montevideo, sus
colaboraciones periodísticas se asocian a su inscripción en el grupo de emigrados
argentinos más ligado a la confrontación anti rosista, y en el pico de la guerra, al
antioribismo. Su participación en el periódico El Iniciador, luego en el diario El
Nacional y finalmente en La Nueva Era, poco antes de su destierro hacia Bolivia, se
enmarca en su pertenencia al campo anti rosista, y aunque sus aportes también
incluyen elementos no directamente militantes, tampoco busca espacios distintos al
que lo encuadra en los enfrentamientos de su tiempo. La experiencia boliviana es ya
una adscripción contractual con el Estado, en cuyo marco hace uso del poco margen
de autonomía disponible, hasta que los resultados de los enfrentamientos políticos
lo dejan fuera del bando vencedor, y debe exiliarse nuevamente. En su etapa chilena,
en cambio, si bien nuevamente paga las consecuencias de participar en la prensa
militante, no es menor su inmersión en una sociedad en la que las imprentas son ya
un negocio lucrativo para cuyo buen funcionamiento, sobre todo en el campo
periodístico, es tan importante el apoyo de un sector del gobierno, como un buen
aporte de capital y una adecuada gestión comercial.

Montevideo
Como parte de una generación atravesada por facciones políticas irreconciliables y
enfrentadas en una cruel guerra civil, Mitre -cuya familia adhería a la facción anti
rosista- comenzó su vida adulta en el exilio montevideano.

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Allí llegó desterrada su familia23 en 1831 siendo él un niño -había nacido en 1821- y
allí se formó, en la Escuela Militar de Montevideo, como artillero militar. Allí
también comenzó su formación periodística, en un contexto en el que los periódicos
e imprentas dependían fundamentalmente del aparato estatal, se hallaban sujetos
al sostén de suscriptores y subsidios de la propia facción, y contenían materiales en
que predominaba la confrontación político-militar. Pero también funcionaban los
periódicos como articuladores de ámbitos de intercambio intelectual, artístico y
literario, así como circuladores de información de interés mercantil, movimiento de
barcos y transporte de pasajeros, etc.

Las imprentas, predominantemente estatales, también existían en manos


particulares, y comenzaba a notarse que su buen funcionamiento en la provisión de
servicios a particulares podía ser una excelente fuente de ingresos que amortiguase
los complejos costos de un periódico. Para Mitre, pues, su formación juvenil en el
periodismo fue temprana en términos de habilidades de redacción y administración
de las tareas de impresión de un periódico, pero fue en cambio un proceso más largo
la comprensión de los modos de hacer que un periódico fuese, además de un
vehículo intelectual y político, una empresa lucrativa en términos modernos. Lo
haría por medio de una larga y variada experiencia realizada en cuatro países, de un
amplio contacto con figuras empresariales extranjeras con las que interactuó, y de
la profunda transformación del país y de la propia prensa en los años de su
protagonismo.

Mitre comenzó sus contribuciones periodísticas en 1838, en el periódico El


Iniciador de Montevideo, un quincenario intelectual que continuaba la experiencia
de su similar La Moda publicado en Buenos Aires, y como tal, voz enmarcable en los
avances y problemas abordados por la generación romántica de 1837. El periódico,
dirigido por Andrés Lamas y Miguel Cané, logró sostenerse un semestre (el término
de una suscripción), pero cesó en el contexto del agravamiento de la guerra que
afectaba tanto las facciones uruguayas como las argentinas24.

Lamas y Cané, embanderados en el bando riverista, quedaron a cargo de la segunda


época del diario El Nacional, y Lamas, de hecho, debió partir al frente durante los
combates al ser designado auditor de guerra del ejército nacional. Apenas dos
semanas después de que el presidente constitucional Oribe entregase bajo protesta
la plaza de Montevideo abriendo el acceso al poder a Fructuoso Rivera, el 11 de
noviembre de 1838 se iniciaba la segunda época de este diario riverista cuyo rol
político sería clave en la década siguiente, como periódico oficialista y con amplios
recursos provistos por el Estado. Los dos directores sellaban la alianza de riveristas

23 Su padre, funcionario con formación contable, halló refugio en Uruguay y llegó a ser tesorero del

gobierno nacional.
24 No se trataba de dificultades impuestas por los controles o censuras estatales pues, al contrario,

los editores militaban en el bando vencedor. Pero ambos debieron hacerse cargo de la segunda época
del diario El Nacional, y Lamas debió aportar su manejo de la pluma como Auditor de Guerra del
Ejército, tarea que suponía partir al frente y redactar periódicos, boletines, panfletos, proclamas y
otros textos

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uruguayos y antirrosistas argentinos, aunque el argentino habría de retirarse, junto


a Juan Bautista Alberdi, en desacuerdo con el tono militarizado del periódico. Allí
continuó entrenando Mitre sus habilidades como colaborador periodístico e incluso
como redactor, hasta que las circunstancias militares y políticas llevaron a Rivera al
exilio, y ante el intento de éste de retornar con una fuerza armada desde Brasil, a un
conflicto que dividió tanto a uruguayos como argentinos en la Montevideo que desde
1843 estaba sitiada por las fuerzas de Oribe. El punto de vista del grupo de
argentinos al que adscribía Mitre, favorable a continuar la lucha contra Rosas pero
a la vez reacio a un retorno de Rivera desde Brasil, no podía sostenerse desde El
Nacional, medio conocido como voz del riverismo, por lo que, desde la misma
imprenta, se inició la publicación del diario La Nueva Era, con su dirección y
redacción a cargo de Mitre.

Si Mitre demostró ser muy eficiente en la conducción tipográfica y periodística de


un periódico, su rol político, ante el efímero triunfo de la facción riverista que tomó
control de la ciudad, lo obligó al exilio ese mismo año.

La Paz (Bolivia)

Partió a Bolivia, pues fue contratado por el gobierno como militar (dada su
experiencia, y sobre todo, su formación como artillero), en carácter de asesor. Allí
se encontró con varios exiliados argentinos con experiencia militar (como
Wenceslao Paunero) o de escritura (como Domingo de Oro, Félix Frías, el mismo
Paunero o Facundo de Zuviría). Paunero tenía lazos de familia (por vía del
matrimonio) con el presidente de Bolivia, José Ballivián. Colaboraba regularmente
en el periódico oficial La Época25, en tanto que el riesgo de guerra con Perú y los
rescoldos del conflicto con la Confederación Argentina habilitaron la participación
de Mitre, Paunero y Oro en la fundación de una Sociedad Patriótica -Oro poseía
experiencia en este tipo de sociedad- que los puso en estrecho contacto con la elite
política, económica y militar del país, en apoyo al presidente Ballivián y con la
explícita intención de uniformar la opinión pública en su apoyo y en la actitud a
tomar frente a Perú en la paz o en la guerra. La Sociedad firmó su acta constitutiva
el 25 de mayo de 1847, y estos reacomodos habilitan que Mitre pase ser redactor del
periódico.
A pesar de hallarse contratado para un periódico político-militar de Estado y verse
en la necesidad de escribir materiales por mandato, Mitre presenta ya en La Época
las preocupaciones típicas de quien desea no sólo mostrar señales de modernización
periodística y cumplimiento de las reglas de la libertad de expresión, sino buscar el
aprendizaje de los oficios conexos -tipografía, literatura, periodismo- con la
intención de aplicarlos en el futuro como empresario particular. Pero dado que su

25Zuviría redactaba El Restaurador en la ciudad de Sucre, periódico orientado al combate anti


rosista, con la colaboración del ex secretario de Lavalle (cuyos restos acompañó hasta Bolivia) Dr.
Félix Frías, quien también colaboró con El Filántropo, de la misma ciudad, periódico de asuntos
bolivianos pero que en su sección extranjera atacaba a Rosas.

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contrato también era como militar artillero -y como instructor, llegando a ser
director del Colegio Militar de Bolivia- debió dejar la redacción para continuar como
parte del ejército con destino a Oruro y Potosí, sin dejar de enviar materiales como
corresponsal al diario. El 7 de noviembre de 1847 participó en la batalla de Vitichi a
cargo de la infantería, siendo muy elogiado por la facción oficialista (Ordóñez López
y Crespo, 1912: 278). La situación política, sin embargo, siguió siendo inestable 26, y
hacia fines de 1847 Ballivián dio por perdida -al menos por el momento- su
situación, y aceptó el cargo de Encargado de Negocios en Chile. La caída de Ballivián
dejó a Mitre y sus compañeros argentinos sin trabajo y en situación amenazante.
Fue escoltado hasta la frontera peruana, de allí se dirigió a la costa y a Valparaíso,
donde hizo tierra el 24 de abril de 1848, encontrándose con la comunidad de
exiliados argentinos, con algunos de los cuales había compartido en algunos casos
(como Juan María Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi) la experiencia montevideana.
En Santiago fue recibido y ayudado por Domingo Faustino Sarmiento.

Santiago de Chile
En esta tercera estación de su exilio, Mitre encuentra una sociedad más desarrollada
en la estabilidad de su régimen constitucional y sus instituciones, así como un
ambiente de negocios en expansión. En el ambiente periodístico le precedían varios
argentinos (Sarmiento, Alberdi, Tejedor, entre otros). Allí, a diferencia de las
naciones del Plata y de Bolivia, el periodismo, sin llegar a ser plenamente
independiente, habilitaba algunas prácticas enmarcadas en la sociedad civil, aunque
sin posibilidad, aún de imaginar una iniciativa periodística alejada de la
dependencia de los aparatos ministeriales y las facciones políticas.
Alberdi, por ejemplo, se hallaba en Chile desde abril de 1844. Allí había logrado
ocupar cargos públicos y colaborar con periódicos. Según comentarios de él mismo,
buscó habilitar allí su matrícula de abogado para, ejerciendo esta profesión, lograr
mayor autonomía como escritor. En 1844 fue folletinista de El Progreso y poco
después, en junio, pasó a ser redactor de El Mercurio. Tras su estancia como
funcionario municipal en Concepción, en 1846 el ministro del Interior Manuel
Montt le encargó una biografía de Bulnes como propaganda para las próximas
elecciones presidenciales. Esta tarea, realizada anónimamente, le granjeó todavía
más confianza en el gobierno. Tras concluir la biografía, Alberdi tomó nuevamente
la dirección de El Mercurio, mientras que Tejedor ocupaba la de El Progreso. Que
la pluma de Alberdi poseía gran influencia lo muestran no sólo de la circulación de
sus publicaciones, sino el hecho de que los pocos periódicos que circularon en el
centro y oeste argentino en este período se ocuparon ex profeso de combatir sus
opiniones referidas a los asuntos internos de la Confederación, y que en 1847 le llegó,
por la vía del coronel argentino Mur, la invitación para ocupar tareas periodísticas
favorables a Rosas en Buenos Aires, propuesta que resolvió negarse a contestar.

26Belzú atacaba a Ballivián desde el norte, conspiraciones y tensiones atravesaban el ejército y las
capas sociales, al punto de notarse el armamento general de las clases acomodadas en La Paz.

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Mientras tanto, Montt se retiraba del Ministerio y del gobierno, dejando a Alberdi
en situación comprometida, que se saldó cuando José Santos Tornero, formando
una sociedad con Javier Rodríguez y Pascual Ezquerra, formó con participación de
Alberdi la Imprenta Europea (o Europa), desde la que se lanzó, con apoyo del nuevo
ministro del Interior Manuel Camilo Vial, (gabinete de la segunda presidencia de
Bulnes), El Comercio de Valparaíso, a partir del 20 de noviembre de 1847. Alberdi
colaboró con contenidos para el periódico, pero declinó redactarlo por el éxito que
estaba teniendo en su profesión de abogado, recomendando a Mitre, quien sería
contratado el 2 de mayo de mayo de 184827.
Sarmiento, detenido y desterrado de San Juan (Argentina) a fines de 1840, se halló
desde comienzos de 1841 en Chile. Allí logró trabar relación con Manuel Montt,
importante dirigente conservador, gracias a sus crecientes contactos con la elite
intelectual y política, colaborando en El Mercurio, recibiendo además el empleo de
director de la Escuela Normal de Preceptores. En El Mercurio conoció numerosos
avances en la prensa, pues su propietario, Manuel de Rivadeneyra, era un
empresario español al tanto de las novedades de la industria impresora, logrando
hacer fortuna con la comercialización de libros por entregas en Chile, además del
diario. Incorporado Sarmiento a las filas conservadores sin romper con los exiliados
argentinos simpatizantes del partido liberal (encabezados por el prestigioso general
Las Heras), Montt lo puso a cargo de la dirección del periódico El Nacional, órgano
del gobierno. Terminada la campaña presidencial (y cerrado por ello el periódico),
se lo contrató como redactor de El Mercurio (que en ese momento se hallaba todavía
en Valparaíso). Cuando el diario cambió de propietarios en septiembre de 1842
(comprado por José Vicente Sánchez y Santos Tornero), Sarmiento optó por
retirarse en noviembre de ese año, siendo remplazado por el también emigrado -y
futuro periodista de la prensa católica argentina- Félix Frías.
De regreso en Santiago, logró fundar El Progreso, primer diario de la capital chilena,
desde donde mantuvo polémicas intelectuales y literarias con medios
conservadores. Aunque el periódico cerró y Sarmiento debió afrontar un juicio por
injurias de una particular, logró salir absuelto y retomar la actividad. No así la
publicación de los emigrados anti rosistas (El Heraldo Argentino), tras la derrota
completa de los anti rosistas en los combates en Cuyo, el Noroeste y finalmente
Entre Ríos. En El Progreso publicó Sarmiento numerosos materiales sobre
educación, literatura, gramática y otros temas de interés sobre progreso económico
e institucional, y en formato folletín, publicó su Facundo en 1845. Poco después fue
enviado a Europa y Estados Unidos a estudiar sus sistemas educativos. A su regreso,
su matrimonio con la rica viuda Benita Agustina Martínez Pastoriza le brindó una

27 Puede observarse aquí una novedad significativa en comparación con la experiencia boliviana, e
incluso, con la de Montevideo: la gestión de periódicos requiere, por un lado, el acuerdo explícito con
autoridades gubernativas, y por otro, de una gestión administrativa en la que ya juega un creciente
rol el manejo comercial orientado al mercado. José Santos Tornero es, en ese momento, una
referencia clave: próspero librero, con amplios conocimientos de edición de libros. Cuando Mitre
regrese del destierro a Buenos Aires, sus procedimientos de inserción en el campo periodístico
tomarán muy en cuenta esa experiencia. No casualmente, su primer ingreso a la actividad se hará en
el marco del contrato con el impresor, editor y librero español Benito Hortelano.

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muy superior libertad de escritura, además de la oportunidad de adquisición de una


imprenta propia.
El 28 de enero de 1848 inició el periódico La Crónica en Santiago, desde el cual
abordó gran cantidad de tópicos nacionales e internacionales, políticos, económicos,
educacionales, geográficos, inmigración, vías de transporte, etc. Como antes en El
Progreso, la sección de folletín contó con obras propias, cuya primera publicación
fue por esta vía: Argirópolis, Recuerdos de Provincia. Sus opiniones fueron
combatidas desde La Gaceta Mercantil en Buenos Aires y desde La Ilustración
Argentina, publicada en Mendoza en 1849, por Bernardo de Irigoyen 28 y Juan
Llerena.
Además de Alberdi y Sarmiento se encontraban en Chile otros emigrados argentinos
que ejercían la pluma periodística, como Luis L. Domínguez y Carlos Tejedor, entre
otros. Había, pues, un clima de camaradería de desterrados y a su vez un ambiente
ampliamente vinculado al mundo del periodismo, donde todos ellos pudieron
experimentar las ventajas de la coexistencia de periódicos, opuestos políticamente,
pero con cierta estabilidad y capacidad de alternarse en sus simpatías por el partido
oficialista y opositor. En esos periódicos la administración exitosa tenía un
componente político inevitable, y el paso por el Ministerio del Interior era una
estación necesaria en el lanzamiento de un periódico, su sostén financiero y su
capacidad de circular. Pero también tenía un componente económico más
desarrollado que el que había conocido Mitre hasta entonces. Las imprentas
particulares tenían un mercado importante de servicios de impresos para uso
particular, comercial o familiar, que les permitía amortizar buena parte de sus
costos, habilitando entonces la impresión de papeles periódicos con buena
expectativa de resultados económicos positivos, incluso cuando el apoyo del aparato
estatal no fuese óptimo. La producción de fascículos para libros comprados por
entregas, o la inclusión de folletines en diarios y periódicos semanales se tornó
habitual, y empresarios como el español Rivadeneyra, propietario a comienzos de la
década de 1840 del diario El Mercurio, encontraron una veta importante de lucro
en el rubro.
De este modo, obtener recursos o en su defecto un capitalista propietario de la
imprenta fue parte decisiva de la actividad, aún si el objetivo último de la actividad
periodística fuese político o educacional. Todavía la carrera funcionarial u otros
puestos públicos (como el de maestro, profesor o bibliotecario, entre otros) podían
ser un anclaje para dedicarse al periodismo, pero en gran medida, la clave pasaba
por el resultado contable superavitario de la actividad impresora en manos de
inversores con experiencia empresarial en el rubro o capaces de actuar como
inversores de riesgo dejando la operación en manos de hombres con oficio. Ejemplo

28Irigoyen, joven abogado, fue enviado a fines de 1844 como Oficial de la Legación Argentina en
Santiago de Chile. En septiembre de 1843 Chile había instalado una colonia penitenciaria en la zona
del Estrecho de Magallanes, en tanto que la prédica de Sarmiento y el grupo de emigrados ya se hacía
notar en la prensa trasandina. Retirado Sarmiento a Europa y alejados los riesgos de nuevas
invasiones unitarias, la legación fue levantada en 1846, pero Rosas encargó a Irigoyen permanecer
en Mendoza. Allí lo encontró el retorno de Sarmiento y la tarea de redactar La Ilustración Argentina
(Herrera Vegas, 2002).

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de lo primero fueron los casos de los españoles Manuel de Rivadeneyra y José Santos
Tornero, decisivos en la adquisición y expansión de la imprenta que editó El
Mercurio de Valparaíso en la década de 1840 -periódico que compró Rivadeneyra
ya en funcionamiento- y fue la piedra de toque de la expansión como grandes
editores y libreros de Rivadeneyra -ya de regreso en España- y Santos Tornero (con
su cadena de librerías en Chile). Sarmiento, por su parte, lograría los recursos
decisivos para su actividad periodística independiente por la vía de la fortuna que le
llegó al casarse, asociándose más tarde con el impresor francés Julio Belín -quien
además será su yerno-para fundar el periódico La Crónica en 1849. Mitre lograría,
ese mismo año, el apoyo del empresario tucumano Tezanos Pinto para adquirir su
propia imprenta.
Esta situación, decisiva en la formación de Mitre en el rubro, no implica que el
periodismo chileno estuviese en ese momento exento de la dependencia del
Ministerio del Interior ni de asonadas que pudieran concluir en arrestos o destierros
o intentos de ahogo de periódicos para forzar su cierre, pero la diferencia con los
países vecinos era notable. Por regla general, el éxito de los periódicos requería ya
una adecuada inversión de capital en imprenta, los periódicos conservaban su
nombre a lo largo de varios años, aun cambiando redactores, y se emulaban los
mejores avances en contenidos y en estrategia comercial que se conocían de Europa.
La imprenta de Belín, por ejemplo, no sólo promocionaba la calidad y belleza de los
sus trabajos en la impresión del periódico, de eventuales libros y en servicios a
particulares (comercio, uso familiar, material para correspondencia, estampas),
aspectos en los que, si bien la imprenta se hallaba a la vanguardia en Chile, eran ya
utilizados en la promoción de los servicios de imprenta en Hispanoamérica.
Avanzando más allá de esta forma tradicional de reclame de servicios, La Crónica -
en pluma de Sarmiento- volcaba en sus páginas no sólo reclames propiamente
dichos sino también notas con titulación.

“Desde Rivadeneira hasta acá, el arte tipográfico ha hecho en Chile grandes progresos, sin
que pueda decirse que como industria haya ganado mucho. Este último progreso está a punto
de hacerse, y D. Julio Belin será el que lo lleve a cabo” (La Crónica, 28 de enero de 1849).

A lo largo del año, nuevas promociones de la propia imprenta se hacen presentes en


el periódico. A los modos clásicos de la primera mitad del siglo (apelación al cliente
prometiendo el mejor resultado a lo pedido, al mejor costo y con la mejor belleza),
se agrega explícitas referencias a la capacidad de producción en cantidad de
unidades sin perder belleza -problema crónico en la búsqueda del equilibrio entre
las posibilidades de la elaboración artesana y la industrial, la capacidad de bajar el
costo de producción con la velocidad y continuidad de proceso de las prensas, y a los
procesos de terminación que permitan imaginar libros de calidad con tiradas
superiores a los dos mil ejemplares por edición.
Por otra parte, al no ser chilenos, ni Mitre ni sus compañeros de destierro podían
participar directamente en los conflictos políticos, ni candidatearse, y sí ocuparse de
la prosperidad de sus periódicos, manteniendo viva la llama de las arengas contra

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Rosas, principio que Mitre forzaría en 1849, para molestia de Alberdi, en una serie
de eventos que los distanciaría para siempre.
Tanto Mitre como Alberdi hicieron aportes al periódico, aprovechando, además, las
simpatías progresistas del ministro, un estilo moderno, con traducciones propias de
calidad tanto de artículos de periódicos extranjeros como fragmentos literarios. Se
incluyó una sección de folletín (la novela Soledad, Memorias de un botón de rosa,
de Mitre y producciones europeas), una completa sección de periódicos extranjeros,
una sección nacional, otra de temas históricos y literarios, y otros materiales
misceláneos con fines educativos y de entretenimientos, además de la defensa de los
puntos de vista políticos de su mandante, cuestión que lo llevó a confrontar con El
Mercurio, en enero de 1849, en torno a la posibilidad de que periodistas extranjeros
ejercieran el periodismo político en el país (él defendió la postura de una
“ciudadanía americana”), y en torno a las inminentes elecciones presidenciales
(optó por demorar la explicitación del nombre que se apoyaba). El periódico tenía,
por acuerdo de Alberdi con el ministro, el compromiso de apoyarlo en el siguiente
turno electoral, a pesar de que la tendencia favorecía notoriamente a los
conservadores y su candidato Montt. En estas circunstancias, la relación de Mitre
con Alberdi se deterioró, colaborando en ello motivos diversos (ambos darán
razones distintas en el futuro), y optando Mitre por buscar otras opciones laborales
en Santiago, a comienzos de 1849. Alberdi, que había logrado una importante
clientela como abogado -representaba al empresario naviero y ferrocarrilero
William Wheelwright y al diario El Mercurio-, ejerció simultáneamente la redacción
de en El Comercio de Valparaíso tras la salida de Mitre hacia Santiago, situación
que agravaría el alejamiento entre ellos.
De este modo, cuando en mayo de 1849 Mitre asumía el cargo de redactor de El
Progreso, tres grandes medios chilenos eran redactados por emigrados argentinos
opositores a Rosas, y los tres hallaban en la actividad no sólo un sustento sino las
características de una prensa moderna algo más consolidada que en cualquiera de
las dos riberas del Plata. Sarmiento dirigía La Crónica, Alberdi redactaba El
Comercio de Valparaíso, y Mitre El Progreso, otrora fundado por Sarmiento, en el
marco de convenientes acuerdos comerciales que potenciaban una mayor
autonomía que la de un mero redactor contratado o de un buscador de
suscripciones, aunque la posición de Mitre es menos autónoma, pues no ha recibido
todavía el aporte de capital de Pintos.
En 1850 el clima preelectoral se tensa y deriva en conatos de violencia y motines. La
Crónica deja de publicarse en enero, y Sarmiento pasa a colaborar activamente con
los órganos conservadores La Tribuna de Santiago y El Mercurio de Valparaíso,
junto al uruguayo Juan Carlos Gómez, en defensa de Montt, mientras al mismo
tiempo edita por su cuenta el quincenario Sudamérica, cuya vida se extiende de
enero a octubre. Mitre logra los recursos de capital gestionados, y logra comprar El
Comercio de Valparaíso, incorporándole una prensa completamente nueva. Como
era normal en esa época, los tonos más satíricos y mordaces se reservaron a
periódicos más pequeños, anónimos, pero de los cuales todos sabían su origen. Los
conservadores editaron El Corsario, y los liberales El Timón, en el cual colaboró

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Mitre. Esta táctica de desdoblamiento de la prensa política dejando para el anónimo


satírico las afirmaciones que por razones de reglas de juego en el periodismo “serio”
no podían decirse en los periódicos importantes y con editor responsable visible,
sería aplicada por Mitre a partir de la década de 1850 en forma reiterada, una vez
retornado del destierro en 1852.
Los motines chilenos de noviembre de 1850 y de abril de 1851 pusieron a Mitre en
el ojo de la tormenta. Benjamín Vicuña Mackena estaba efectivamente ligado a los
alzados y en contacto regular con El Comercio de Valparaíso. El diario fue
clausurado, y Mitre desterrado a Perú, aunque una amnistía le permitió volver en
breve.
En ese devenir los sorprendió el Pronunciamiento de Urquiza (mayo de 1851), y el
inicio de la campaña del Uruguay que culminaría con el fin del sitio a Montevideo.
En octubre, junto a otros argentinos, partían Mitre y Sarmiento hacia Montevideo.
Mientras viajaban, el sitio a Montevideo se derrumbó, Oribe rindió la plaza a las
fuerzas de Urquiza y tanto Mitre como Sarmiento, al igual que muchos otros
emigrados, partieron desde Montevideo a Entre Ríos para incorporarse al Ejército
Grande, Mitre como oficial de artillería, y Sarmiento como “Boletinero”, esto es,
redactor del Boletín del Ejército en Operaciones, un cargo notoriamente inferior al
de Auditor de Guerra -quien normalmente se encargaba de dichos boletines- en un
roce que anticipaba la rispidez de vínculos entre Urquiza y Sarmiento. Mitre, apenas
cuatro meses después de su partida, estaría redactando en Buenos Aires Los
Debates, propiedad del empresario español Benito Hortelano, e imbricándose en la
política porteña en forma definitiva.

La completa territorialización del combate periodístico -periódicos sólo de la facción


en el poder en un territorio- que caracterizó a Argentina y Uruguay a partir de 1835
llevó a toda una generación porteña a forjarse en el periodismo en el destierro.
Montevideo fue el principal centro de sus actividades, y lugar de algunos de los
periódicos decisivos como El Nacional o el Comercio del Plata. Pero en Chile se
forjaron el periodismo algunas de las figuras clave de la segunda mitad del siglo: dos
presidentes -Mitre y Sarmiento- así como también Alberdi, Tejedor, Luis L.
Domínguez, entre otros que corrieron con ventaja en la reestructuración del espacio
periodístico de Buenos Aires después de Caseros y, sobre todo, después de la
unificación definitiva del Estado nacional a partir de 1862.

Buenos Aires

Tras participar en la batalla de Monte Caseros (3 de febrero de 1852) como oficial


de artillería, Mitre se instaló en la ciudad de Buenos Aires, donde rápidamente se
vinculó con el empresario e impresor español Benito Hortelano.

Hortelano había llegado a Buenos Aires poco más de dos años antes, en el año nuevo
de 1850. Emigrado de España por razones políticas, durante su destierro en Francia
se entusiasmó con los relatos de oportunidades económicas en el Río de la Plata y

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viajó de inmediato, permaneciendo una década en la ciudad, hasta su repatriación a


España en 1860. Poseía amplia experiencia como propietario de imprenta y como
agente distribuidor de libros. Llegado a la ciudad junto a su compatriota Manuel
Toro y Pareja, no halla dificultad para dedicarse al oficio en la medida que no se
ocupe de cuestiones políticas ni -mucho menos- se vincule a la oposición dentro o
fuera del país. Pero aún si -dispuesto a adular sucesivos gobiernos y atacar a sus
adversarios- participa en política cuando la guerra requiere prensa ardorosamente
militante, esta puede resultar, al menos en el corto plazo, lucrativa. Por ello la
experiencia de Hortelano y Pareja en el tramo final del rosismo incluye hitos
importantes de periódicos apolíticos y de pasquines gubernistas. Entre los primeros,
el Diario de Avisos y El Agente Comercial del Plata; entre los segundos, el pasquín
rosista y antiurquicista El Infierno. Además, se dedicó a la venta por suscripción de
libros por entregas29.

El campo periodístico posterior a Caseros y a lo largo de la década siguiente no


estuvo exento de los límites y excesos impuestos por una lógica facciosa, donde
quienes tuvieron control del Estado opacaron e incluso silenciaron voces opositoras,
pero surgieron diarios y periódicos que lograron sostener voces políticas múltiples
en simultáneo, e interactuar con los grandes debates políticos en la legislatura. Es
cierto que en los primeros meses de 1852 el gobierno intentó estabilizar un diario
oficial y buscó controlar aquellos periódicos en manos particulares. También es
cierto que en el primer semestre de ese año el gobierno llegó a cerrar periódicos y
perseguir editores y redactores, Mitre entre ellos, pero en los años subsiguientes,
mientras el Estado de Buenos Aires se mantuvo separado del resto de las provincias,
en su seno coexistieron periódicos de distintas tendencias favorables a la postura
porteña, e incluso, durante tramos extensos de la década, favorables al urquicismo.

En ese contexto, cuando Urquiza toma control de Buenos Aires en febrero de 1852,
favorece cierta continuidad del sistema de diarios preexistente, aunque con cambios
en las redacciones y -más aún- las tendencias políticas defendidas. Así, de las cenizas

29 Hortelano ha dejado en su autobiografía pinceladas de su recorrido y el de Toro y Pareja. En su


caso, una amplia experiencia como impresor, editor y librero se ve truncada por razones tanto
políticas (persecuciones) como económicas (la quiebra del banco prestamista de su capital). Esto lo
obliga a emigrar a Francia, y desde allí, poco después, opta por probar suerte en Buenos Aires, donde
llega en el año nuevo de 1850. Consigue empleo de inmediato, recomendado por el Capitán del puerto
en el momento mismo de su ingreso, en la imprenta de Arzac (él en su autobiografía escribe Arzal),
donde trabaja en el Diario de Avisos, cuya tirada -según su relato- contribuyó a triplicar (de 600 a
casi 2000) al incluir la entrega gratuita en fascículos del Semanario Pintoresco Español.
Malquistado con Arzac, forma Sociedad con Toro y Pareja y otros cuatro socios (tres de ellos
propietarios de la Imprenta Americana) para dar nacimiento a El Agente Comercial del Plata, con
éxito suficiente como para hacer languidecer al Diario de Avisos. Tras Caseros, El Agente se
transformará en Los Debates, redactado por Mitre, y tras las jornadas de junio de ese año (y la
clausura), continuará con menor suerte como El Comercio. Mientras desarrollan este lucrativo
negocio, en forma anónima publican, durante la campaña de Caseros, el pasquín anónimo El
Infierno, desde el que descargan brulotes contra el entrerriano y su ejército, experiencia que cesa con
Caseros, pero renace, con otros destinatarios, como La Avispa. Mientras tanto, Hortelano avanza en
el negocio de la suscripción de libros por entregas y libros completos en colecciones, también por
entregas. Durante la década siguiente continuará marcando hitos comerciales y asociativos
(Hortelano, 1936: 192 y s.s.).

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del Diario de la Tarde surgió, a cargo de Dalmacio Vélez Sarsfield, El Nacional, que
también fue, por varios años, vespertino, hasta que los rigores de la competencia con
La Tribuna lo hagan pasar a la mañana. Este último nombre, La Tribuna, se
conformará, el 7 de agosto de 1853, con los restos del aparato de gestión de El
Progreso, pero en lugar de alquilar la imprenta del Estado, utilizará la imprenta que
perdieron los sitiadores federales en julio de ese año cuando debieron retirarse
derrotados, tras la traición de la flota de Coe. El espacio matutino fue ocupado por El
Progreso, pero al tratarse de un diario formalmente oficial, bajo órdenes de Urquiza,
la transición de lectores no se produjo del mismo modo desde la Gaceta Mercantil
como sí estaba sucediendo con el Diario de la Tarde. Este hiato fue inmediatamente
aprovechado por la continuidad de El Agente Comercial del Plata30. Tras Caseros y a
pesar del tono fuertemente rosista de esta publicación -y de un pasquín emitido
anónimamente por el mismo equipo, El Infierno- el periódico tardó unos pocos días
en salir nuevamente a la calle eliminando toda huella rosista, siendo por dos semanas
el único en circulación, lo que lo fortaleció. Un acuerdo con el recién llegado Bartolomé
Mitre derivó en su incorporación como redactor y -a sugerencia de éste- al cambio de
nombre por Los Debates a partir del 1° de abril. Benito Hortelano lo recuerda así en
sus memorias:

“Desde el día primero de febrero nuestro diario, El Agente Comercial, no había vuelto a
aparecer; tampoco el Diario de Avisos ni el Diario de la Tarde. El día cinco propuse a los
socios que debíamos continuar, en lo que encontré resistencia por algunos; pero al fin, mis
razones los decidieron y dimos por la tarde una hoja suelta, que fue leída con avidez y
entusiasmo por el nuevo lenguaje que en ella empleábamos. Al siguiente día salió el número
completo, iniciando una política arreglada a la nueva situación, anatematizando lo que
cuatro días antes habíamos santificado. ¡Así es y será en todos tiempos y en todas las naciones
la prensa! Hacer bueno hoy lo que ayer era malo. Como era consiguiente, y como yo esperaba
al aconsejar la continuación del diario, éste tomó una popularidad extraordinaria. Era el
único diario y, por consiguiente, las muchas disposiciones gubernativas de aquellos días
interesaban a todos, por lo que se hizo necesario a la población.

Había venido en el ejército un joven precedido de alguna fama como periodista y hombre de
esperanzas; este joven era el comandante don Bartolomé Mitre, quien pronto se puso en
relaciones con nosotros y a quien encomendamos la dirección del diario con la asignación de
cuatro mil pesos papel mensuales. Propuso al hacerse cargo de la redacción, el cambio del
nombre de El Agente por el de Los Debates, para que no tuviese punto de relación ninguna
con las doctrinas que el Agente había sostenido. El primero de marzo se hizo cargo con tan
brillante éxito que el público corrió a suscribirse al diario de moda, y a fe que lo merecía,
porque fue un diario como no había habido otro ni después ninguno lo había igualado. Dos
mil trescientos suscriptores llegamos a contar en nuestros libros, cosa sin ejemplos en estos
países. Los Debates ha dejado nombre, pero lo que nosotros trabajamos en aquella época es
incalculable, y a ello, más que a otra cosa, se debió un magnífico éxito” (Hortelano, 1936:
212).

30Este periódico, dirigido por un grupo de seis socios entre los que sobresalían los españoles Benito
Hortelano y Manuel Toro y Pareja junto a los tres propietarios de la Imprenta Americana, había
alcanzado gran crecimiento merced no sólo a su calidad general, sino a la inclusión de fascículos del
Semanario Pintoresco Español, entre otros beneficios comerciales que Hortelano propuso a partir de
su experiencia comercial en Madrid y París (Hortelano, 1936).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Los Debates poseía ya una adecuada tensión entre la ubicación en el espacio político,
participando activamente en los debates parlamentarios de abril y mayo -de allí lo
atinado de la propuesta de cambio de nombre de Mitre- y la adecuada estrategia
comercial: un producto tipográficamente excelente para su tiempo, con avisos
abundantes, contenidos variados y, como había hecho su antecesor, la inclusión
gratuita de material bibliográfico por entregas. La tirada alcanzó los 2300
ejemplares, y cerca del 20 por ciento de la facturación se alcanzó por cobro de avisos
pagos, siempre según Hortelano, lo que constituye una novedad para la época. Mitre
obtenía un excelente salario -cuatro mil pesos papel- que muestra hasta qué punto
el periódico era un buen negocio para Hortelano. De este modo el periódico mostró
a Mitre el potencial económico de una empresa periodística en Buenos Aires si las
condiciones políticas fueran otras, y mostró también, el poder político de
interpelación a la opinión pública en el Buenos Aires que entraba en la segunda
mitad del siglo.
El cambio de nombre se produce pocos días antes del inicio de los debates más
intensos, tanto en la legislatura como en la prensa. Incorporado a la nueva
legislatura provincial como diputado, Mitre utiliza su oratoria y su participación en
el diario en forma coordinada. El historiador de la prensa Néstor T. Auza destaca
esta participación al referirse al diario oficial El Progreso:

"...fue blanco del lenguaje punzante, agresivo y socarrón del diario Los Debates, que
redactaban Bartolomé Mitre, Juan Carlos Gómez, Pantaleón Huergo y Luis L. Domínguez,
entre otros". Atacaban fundamentalmente el carácter oficial del periódico” (Auza, 1978: 41).

En efecto, ambos periódicos se trenzaron en numerosas acusaciones cruzadas, y a su


vez, en los días de los debates de junio31 El Progreso recibe acusaciones de la sala de
representantes, de ser periódico oficial (y por ende de que el gobierno es parcial en el
fomento de la prensa). Los Debates llega al extremo de sugerir el derrocamiento del
gobernador provisorio: ‘Que la caída de López sea la señal que inicie la de los demás
poderes formados por Rosas, y que con él contribuyeron a la esclavitud y la miseria
nacional’" (cit. por Auza, 1978: 45).Como consecuencia del consiguiente rechazo al
acuerdo por la legislatura porteña, se produjo el golpe de Estado de Urquiza del 23 y
24 de junio, quien disuelve la legislatura, clausura periódicos y deporta opositores,
entre ellos al director de Los Debates, Bartolomé Mitre. Pero tanto Hortelano como
Mitre continúan a lo largo de la década realizando negocios el primero, y experiencias
políticas y periodísticas el segundo.

Mitre acrecienta su prestigio político y militar en el partido porteñista en los


años siguientes. Participa en la revolución del 11 de septiembre de 1852 que derroca
al gobernador delegado por Urquiza y habilita la reasunción del poder por el partido
porteño antiurquicista, el cual boicotea el congreso nacional constituyente reunido

31 Se denomina así a los debates en la legislatura porteña en la que la oposición liberal se opone
frontalmente al Acuerdo de San Nicolás con amplio apoyo de la prensa afín que generan un clima
político adverso al gobierno de Buenos Aires y una crisis que deriva en el golpe de Estado de Urquiza
el 24 de junio de 1852.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

en Santa Fe a partir de noviembre. El alzamiento del general Hilario Lagos,


orientado a devolver a Buenos Aires a la aceptación del gobierno nacional presidido
por Urquiza y aceptar la convención constituyente, le permite controlar
prácticamente toda la provincia hacia fines de año, poniendo sitio a la ciudad de
Buenos Aires. Es entonces cuando Mitre se torna un héroe de la ciudad, tanto por
su participación militar en la defensa de la ciudad, como por sus dotes de orador y
organizador político. Hortelano recuerda en sus memorias el peso simbólico de
Mitre en el sacudido ambiente de la ciudad. Según Hortelano, el entonces coronel
Mitre, percibió desde el comienzo la debilidad de los atacantes en unidad de su alto
mando político-militar y en habilidad táctica y estratégica, y aprovechando las ventajas
derivadas de saberlo, organizó una muy exitosa defensa. Hasta una herida en la frente
cuando tomó la conducción de la defensa en diciembre, impactó positivamente en su
prestigio y en los elogios de la prensa de los defensores. Así lo recordaría Hortelano en
1860:

"...Mitre comprendió que la revolución carecía de dirección, y, reuniendo algunos guardias


nacionales, se fue a hostilizar a los sublevados (...) Siete meses duró el asedio, al cabo de los
cuales el ejército sitiador se disolvió por sí, sin que nadie le atacase, estando vencedor sobre
la plaza, pues cuantas veces las tropas sitiadas salieron fueron derrotadas, como así mismo
un ejército que al Sur levantó el Gobierno, a las órdenes del general Acosta y D. Pedro Rosas
y Belgrano(...) Los de Lagos también cometieron una inconsecuencia, que después la han
pagado y la están pagando con usura. Me refiero a la felonía cometida con el general Urquiza,
a quien llamaron en su auxilio y a quien después vendieron, poniéndole en el caso de tener
que embarcarse precipitadamente, y gracias a los ministros extranjeros no cayó en poder de
sus enemigos de la plaza entregado por sus amigos los sitiadores. Urquiza se ha vengado
perfectamente de todos, humillando a unos y dejando impotentes a los otros" (Hortelano,
1936: 218-219).

Mitre tomó la iniciativa de no negociar con el enemigo y luchar por tornar


inexpugnable la ciudad:

"Poco se necesitó para poner la plaza en un estado inexpugnable de defensa: unas zanjas en
algunas calles, empalizadas en las otras, fue lo suficiente para que durante siete meses no
pudiesen penetrar 14.000 hombres que la sitiaban. El coronel, hoy general, Mitre resolvió un
problema (...), Desde entonces ya nadie duda de que los gauchos de Buenos Aires son
vencidos siempre que haya una débil tapia o zanja por la que el caballo no pueda saltar"
(Hortelano, 1936: 218-219).

La exitosa defensa, concluida con un pleno triunfo porteño sobre los sitiadores a
mediados de 1853, habilita el amplio ascenso de Mitre en la carrera militar y en la
política. Llegará a general y a Gobernador. Mientras tanto, continúa ejerciendo el
periodismo, primero como redactor junto a Palemón Huergo de El Nacional, y luego,
en 1857, durante su propia campaña para la gobernación, con un diario de su
propiedad, que retoma el exitoso nombre precedente, Los Debates, iniciado en mayo
de ese año, momento de agitación política previa a la elección de Valentín Alsina como
gobernador. Este diario, que logra un nivel de contenidos, secciones, calidad
tipográfica y formato de los más altos de la ciudad, dura hasta mediados de 1858,
cuando Mitre se incorpore al gabinete de Alsina como ministro de Gobierno y

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Relaciones Exteriores. Los Debates insiste en la cuestión de la centralidad de los


avisos, tema en el que Mitre, conduciendo este diario, es pionero en la Argentina:

“Hasta entonces los periódicos se habían sostenido casi exclusivamente del importe de sus
suscripciones (pues la venta callejera aún no existe), y de los ochenta mil pesos de entradas
mensuales de “Los Debates” de 1852, sólo la octava parte provenía de los avisos. Mitre es el
primer hombre en concebir en nuestro país a éstos como primordial fuente de ingresos (...)
no vacila en publicar con sus iniciales, un llamado a los comerciantes para que se
acostumbren a la publicidad de sus artículos, expresando que ‘es un hecho demostrado que
el anuncio es el medio más poderoso de multiplicar las transacciones, y que todo dinero
empleado en anuncios es como un capital puesto a interés que reditúa cuatro veces el interés
corriente...’ termina elogiando la sección avisos de los diarios, pues equivale ‘a un bazar de
feria, en que todo se encuentra, cruzándose la oferta y la demanda’” (Mitre, 1943: 131-132).

Con todos estos ensayos periodísticos entre las primeras colaboraciones


montevideanas y la experiencia de Los Debates de 1857, Mitre había ganado
suficiente experiencia como para comprender la necesidad de una estrategia
empresarial que, sin negar la todavía imprescindible o inevitable relación con el
aparato estatal, asegurase espacios de rentabilidad a través de una adecuada gestión
de los servicios de imprenta, de un cuidadoso régimen de cobro de las suscripciones
y de la promoción del anuncio publicitario como servicio útil para el comercio y la
industria.

1.2. Del seno del Partido Nacional mitrista a la forja de dos grandes
empresas: La Nación y La Prensa.
El diario La Nación es en la actualidad uno de los dos diarios argentinos más
importantes del país (junto con el diario Clarín) en tirada, volumen de contenidos,
articulación con complejas redes empresariales multimedios e influencia política y
cultural. Fue impulsado por Bartolomé Mitre durante su mandato presidencial,
primero bajo el nombre de La Nación Argentina (1862-1869) y luego –desde el 4 de
enero de 1870- con su nombre actual. Excepto tras la derrota mitrista de 1874,
cuando permaneció casi un año sin publicarse, y dos breves suspensiones más, el
diario ha tenido circulación ininterrumpida que se aproxima a la celebración de su
sequicentenario bajo su nominación actual.
El hito de fundar un diario que ha de superar el siglo y medio de existencia y ocupar
un puesto clave en volumen y prestigio en todo el mundo hispanoamericano tras
haber surgido en competencia con diarios más consolidados en su tiempo, se suma
a otros logros que muestran a los Mitre como la primera familia política capaz de
comprender simultáneamente la centralidad política de la prensa en la democracia
moderna, y la necesidad de desplegar la actividad como un negocio empresarial
capaz de readecuarse a las cambiantes circunstancias del mercado, la competencia
y las tecnologías. De allí que a la irrupción de La Nación deba agregarse la del diario
La Prensa, otro de los grandes diarios del siglo XX, con una duración superior a un
siglo, surgido de otra familia empresarial, pero del riñón de la facción política

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

mitrista y en simultáneo con La Nación. También la extremadamente exitosa revista


Caras y Caretas (1898-1937), iniciativa personal de Bartolomé Mitre y Vedia, la
tercera época del diario El Nacional, a cargo de Pedro Bourel, hombre muy cercano
a Mitre, a partir de 1898, y el apoyo más o menos explícito a numerosas
publicaciones especializadas, sectoriales, locales y anónimas.
El diario La Prensa nació en 1869, casi al mismo tiempo que La Nación, sobre la
base de la experiencia periodística adquirida por José C. Paz, joven miembro del
partido mitrista, durante la presidencia de su líder. La Prensa sufrió también la
clausura en 1874, pero una vez levantada ésta se convirtió, junto a La Nación, en
uno de los dos diarios más importantes del país, durante las últimas décadas del
siglo XIX y la primera mitad del XX. En 1951 fue expropiado por el gobierno de
Perón y transferido a la Confederación General del Trabajo, y luego devuelto a sus
dueños tras el golpe de 1955. Este período de cuatro años en otras manos golpeó
duramente el vínculo del diario con su público, el cual nunca logró recuperar en su
totalidad. En las décadas de 1970 y 1980 entró en crisis por pérdida de lectores y
avisos, llegando a cerrar a comienzos de la década siguiente. Su relanzamiento con
otro formato y estrategia fue producto de la venta de la marca y empresa, aunque
puede afirmarse que la actual La Prensa es, en alguna medida, continuidad de
aquella.
Se trata, pues, de dos diarios nacidos del “núcleo duro” del partido mitrista durante
la presidencia de éste, que debieron afrontar las dificultades del paulatino paso
primero al llano, luego a la oposición y finalmente a la proscripción, para luego de
levantada ésta, hallar en el progreso empresarial basado en el crecimiento de ventas
de avisos y ejemplares, una fuente de negocio de gran alcance. Si en 1875, tras la
proscripción, se supera por primera vez la barrera de diez mil ejemplares en un día
para ambos diarios, en los años siguientes, sucesivos esfuerzos modernizadores
permiten aprovechar las ventajas de la organización institucional del país y del
pujante desarrollo agroexportador. En las décadas de 1880 y 1890 estos avances
permiten a ambos diarios ubicarse a la vanguardia de la prensa periódica argentina
en términos empresariales, tecnológicos y de actualización de contenidos, secciones
y recursos. Entre ellos, el de la incorporación sistemática de imágenes entre la última
década del siglo XIX y la primera del siglo XX.

La pérdida del poder político y las nuevas oportunidades para el


periodismo
A lo largo de una vida longeva (1821-1906) en comparación con la media de su
generación, el periodismo aparece como una de las prácticas en las que Mitre obtuvo
mayor éxito, dato significativo considerando una figura con participación militar y
política en cuatro países, que ha ejercido la presidencia de la nación, la gobernación
de su provincia más grande, ha sido historiador, literato, etc. tanto en la época de
las guerras civiles como en la de consolidación institucional del Estado nacional. El
periodismo fue una actividad en la que pudo replegarse en tiempos de derrota y/o

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

destierro, pero también en la que pudo apoyarse en sus momentos de mayor auge
político. Tras sus experiencias montevideana, boliviana y chilena, y su rutilante
ingreso en la escena política e intelectual de Buenos Aires a partir de 1852, Mitre
ingresa en la década de 1850 en su etapa de mayor prestigio militar y político. Tras
la victoria de Caseros, encuentra rápidamente un lugar en la política que lo llevará
al parlamento bonaerense. Pero también un rápido ingreso a la escena periodística
porteña, participando en el diario Los Debates del español Benito Hortelano, desde
el que intentó tanto influir en la tribuna política, como lograr un rendimiento
empresarial positivo32.
Su inteligente uso de la prensa en forma simultánea a su intervención parlamentaria
le permite llegar a la revolución del 11 de septiembre de 1852 (por medio de la cual
el partido porteñista expulsa a las fuerzas de Urquiza y del Partido Federal de esa
provincia) en condiciones ventajosas tanto en prestigio como en la posición
ocupada. Pero es su rol frente a la respuesta del presidente Urquiza y sus partidarios
en los meses siguientes el que le permite acceder a un altísimo grado de prestigio en
la ciudad-puerto: Las fuerzas federales ponen sitio a la ciudad durante muchos
meses (6 de diciembre de 1852 a 13 de julio de 1853) hasta que el mismo es derrotado
por varias vías33. Mientras tanto, las 13 provincias interiores sancionan la

32 Esta primera experiencia de Los Debates ha sido narrada en primera persona por Benito Hortelano

en sus Memorias (Hortelano, 1936: 212-213 y 215-216)) su editor y empresario. Muestra tanto los
avances como los límites de las posibilidades de una prensa empresarial privada en la Buenos Aires
post-Caseros: una imprenta bien administrada puede obtener ganancias con la edición de un diario
en la ciudad apenas comenzado este, aunque requiere de un contrato estatal por cierta cantidad de
ejemplares para asegurarlo. Sin embargo, la inestabilidad política, que resulta en clausuras a todos
los periódicos o suspensiones a algunos en particular arruina su negocio en ese momento. Los
Debates en realidad no era un periódico nuevo, sino la reformulación de El Agente Comercial del
Plata fundado por Hortelano y Pareja en 1851. Pero Mitre propone, al hacerse cargo a cambio de un
sueldo, que se cambie el nombre, e incorpora innovaciones aprendidas en su experiencia del exilio
chileno. El diario pronto supera los 2300 ejemplares, cifra muy alta para la época, aunque
insuficiente para un gran despegue empresarial, dado que los avisos no constituían aún un ingreso
clave. Adolfo Mitre (1943: 131) recapitula: "Hasta entonces los periódicos se habían sostenido casi
exclusivamente de sus suscripciones (pues la venta callejera aún no existe) y de los 80.000 pesos de
entradas mensuales de "Los Debates" de 1852, sólo la octava parte provenía de los avisos”.
33 Como se hace notar en –entre otros trabajos- el clásico estudio de Scobie (1964), el sitio es batido

fundamentalmente por la compra mercenaria de la flota de la Confederación (a cargo del


estadounidense Coe) por parte del Estado de Buenos Aires. Esta victoria decisiva que desbloqueó el
acceso por la vía fluvial, anticipaba la indescontable superioridad de la capacidad de emisión de
moneda por Buenos Aires sobre la Confederación. Complementariamente, la superioridad militar de
las caballerías federales en las llanuras de la región pampeana chocaba con la superioridad defensiva
de las infanterías y artillerías porteñas parapetadas en los bordes de la ciudad. Cfr. Moyano, 2008a;
Scobie, 1964; Hortelano, 1936. El propio Hortelano recuerda en sus Memorias: "Lagos cometió la
estupidez de no apoderarse de la ciudad, contentándose con tomar el parque y algunos cuarteles que
después abandonó. El coronel Mitre comprendió que la revolución carecía de dirección, y, reuniendo
algunos guardias nacionales, se fue a hostilizar a los sublevados, que bien pronto se retiraron sin
hacer resistencia, abandonando el parque y todos los puntos que ocupaban. Poco se necesitó para
poner la plaza en un estado inexpugnable de defensa: unas zanjas en algunas calles, empalizadas en
otras, fue lo suficiente para que durante siete meses no pudiesen penetrar 14.000 hombres que la
sitiaban. El coronel, hoy general, Mitre resolvió un problema para con él dominar a los numerosos y
ágiles gauchos. Desde entonces ya nadie duda que los gauchos de Buenos Aires son vencidos siempre
que haya una débil tapia o zanja por la que un caballo no pueda saltar” (Hortelano, 1936).

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Constitución Nacional, constituyen el gobierno federal en la ciudad de Paraná,


apoyan el sitio y conforman una prensa favorable al gobierno. En la ciudad sitiada,
Mitre se revela como un gran organizador, buen militar y hábil político, además de
prolífico periodista de barricada. Es herido durante una escaramuza, y emerge del
enfrentamiento como un promisorio político que en todo momento ejerce el
periodismo. Tras haber sido redactor principal de Los Debates en 1852, aparece
como redactor principal del diario El Nacional –el más importante y prestigioso de
la ciudad- en 1854, e intenta en 1857 el lanzamiento de su propio diario cuyo nombre
evoca el de 1852: Los Debates. Allí Mitre busca denodadamente convocar a
empresarios y comerciantes a colocar avisos en su diario, favoreciendo al mismo
tiempo el sostén independiente del periódico, el progreso del anunciante y los
servicios a los lectores. Aunque el periódico no logra subsistir mucho tiempo,
cumple su función política: Mitre emerge como ministro de Guerra del nuevo
gobierno de Buenos Aires y acrecienta su importancia en la estructura militar. Desde
ella dirige las operaciones militares contra la Confederación en 1859 y es electo
gobernador en 1860, cargo desde el cual dirige nuevamente las operaciones
militares en la batalla de Pavón (septiembre de 1861), cuyo resultado le abre las
puertas del triunfo en todo el territorio nacional34.
En febrero de 1862 obtiene el reconocimiento de todas las provincias para erigirse
en presidente de facto, y tras los comicios de ese mismo año, asume como presidente
constitucional con mandato por seis años. Es en ejercicio de la presidencia que logra
la consolidación de un periódico oficialista, La Nación Argentina, una fuerte red de
subsidios y apoyos a la prensa local en las provincias interiores, así como de
colectividades específicas en la ciudad de Buenos Aires35.
Mitre poseía larga y amplia experiencia en las sinuosas articulaciones entre Estado
y prensa periódica en las nacientes repúblicas sudamericanas: En muchas ciudades
–capitales de provincias, ciudades medianas del interior- los primeros periódicos
eran estrictamente estatales, y quien buscaba hallar en el periodismo una fuente de

34 Si bien su triunfo militar en Pavón no anula las decisivas fuerzas entrerrianas de Urquiza, al pactar
con este último que no invadirá la provincia de Entre Ríos (Ruiz Moreno, 1981; Scobie, 1964), logra
vencer y derrocar todos los gobiernos federales del interior del país (con excepción de la mencionada
Entre Ríos), instalar gobiernos favorables (De Marco, 1998) y paralelamente, tras anular la prensa
favorable al Partido Federal sostenida hasta entonces por los Estados provinciales, instalar una
prensa afín en cada capital (De Marco, 2006; Moyano, 2008a; De Marco, 1969; García Soriano, 1971).
35 La importancia de los diarios La Nación Argentina (1862-1869) y La Nación (1870-actual) en los

combates políticos de Mitre fue decisiva, pero Mitre también ejercía el padrinazgo o apoyo a
numerosas otras publicaciones, en una actividad (generosa, pero no exenta de beneficios políticos)
de subsidios tanto estatales como particulares, para publicaciones locales y sectoriales, como lo
fueron todos los diarios porteños favorables a la política de confrontación con la Confederación entre
1853 y 1861, el apoyo al periódico “de color” El Proletario en 1857 –práctica de apoyo a esta
colectividad que continuará todavía en la década de 1870, o el apoyo a periódicos liberales del interior
del país (Moyano, 1996; Moyano y Ojeda 1999). La inmigración española o italiana, las colectividades
de color de Montserrat y San Telmo, las asociaciones literarias o científicas o los grupos políticos
locales encuentran en Mitre un generoso mecenazgo para sus publicaciones, aunque al costo de verse
exigidos a participar en defensa de su facción política. Cfr. De Marco, 2006; Moyano, 1996, 2008a;
Mitre, 1943.

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ingresos comercial, sólo podía imaginarla desde un contrato con el Estado para
emitir el contenido político que éste decida. En ciudades portuarias de mayor
desarrollo empresarial –Valparaíso, Lima, Buenos Aires- o de plena ligazón con él –
Santiago de Chile- los mecanismos eran mixtos: florecían imprentas en manos
particulares, pero la edición de periódicos continuaba ampliamente apropiada o al
menos controlada por el aparato estatal. En el Buenos Aires de la década de 1850,
separado institucionalmente del resto de las provincias argentinas (nucleadas en el
gobierno de la Confederación Argentina), este control procedía por medio de
subsidios directos que se otorgaban y quitaban, compra garantizada de cierta
cantidad de ejemplares por tirada, provisión gratuita o subsidiada de insumos,
acceso a las redes de transporte del Estado para distribución, permiso formal o
informal a empleados públicos –en especial oficiales primeros y segundos de
gobierno- para ocuparse del periodismo a tiempo parcial, etc. (Moyano,1996, 2015).
El 3 de mayo de 1860 Mitre alcanza el cargo de gobernador del Estado de Buenos
Aires, que mantendrá hasta el 11 de octubre de 1862, cuando inicia su presidencia
constitucional (que había ejercido de facto desde febrero). En su rol de gobernador,
Mitre continuó ejerciendo la pluma, pero también ejerció el control de la prensa.
Durante su primer año de mandato gubernativo, por ejemplo, hizo suspender los
subsidios otorgados a El Nacional y La Tribuna, los dos diarios de mayor
antigüedad y prestigio político en Buenos Aires, a fin de obligar a las facciones
porteñas a moderar sus arengas favorables a la guerra con la Confederación,
mientras el gobernador intentaba avanzar en sus tratativas diplomáticas con los
líderes de esta última, el presidente Derqui y el general Urquiza.
Cuando inicia su mandato constitucional, Mitre toma rápidas medidas para contar
con un poderoso diario afín durante su presidencia. El 13 de septiembre de 1862 se
imprime el primer número de La Nación Argentina, predecesor directo de La
Nación. Cuenta con todo el apoyo estatal, incluida la dirección a cargo del secretario
del presidente, don José María Gutiérrez. Es un momento políticamente crítico: se
acercan el aniversario de la batalla de Pavón (17 de septiembre de 1861) y la asunción
del mandato constitucional del presidente de facto, ahora electo (asumirá el 12 de
octubre de 1862). Si bien su director afirma en el número 1 que el diario ha surgido
de la opinión (“ha nacido espontáneamente de ella”), todas sus características
muestran que, sin contradecir esta posibilidad, el diario surge de las entrañas del
aparato estatal nacional, recientemente reunificado (Cfr. Mitre, 1943; De Marco,
2006).
El diario apuntala sus pretensiones electorales, pues las elecciones argentinas, según
el mandato de su Constitución, eran de tipo indirecto: los electores de las provincias
elegían representantes al Colegio Electoral, y eran estos los que, tras complejas
negociaciones y alianzas, podían elegir al nuevo presidente.
Las elecciones habían sido en agosto, y si bien Mitre contaba con el previsible apoyo
de la mayoría de los representantes, era en septiembre cuando las deliberaciones lo
definirían (De Marco, 1998, 2006; Ruiz Moreno, 1981). El Colegio, en efecto,

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proclamaría a Mitre presidente por seis años el día 5 de octubre, iniciándose el


mandato una semana después: el 12 de octubre Mitre dejaba de ser presidente de
facto y gobernador de Buenos Aires, para ser presidente constitucional.
La década signada por este apogeo del Partido Nacional conducido por Mitre se
caracteriza, en numerosos aspectos, por recorridos transicionales: aún no se
conforma el modelo agroexportador, pero se va en esa dirección: del apogeo del
cuero y la lana se pasará en las siguientes dos décadas al boom granífero; aún no es
pleno el control territorial del Estado nacional, pero se avanza en esa dirección y el
mitrismo aplasta las resistencias civiles o armadas del partido federal. La guerra
contra el Paraguay, por su parte, expande enormemente el aparato militar nacional;
la prensa periódica aún se muestra ampliamente signado por los vaivenes del
Estado, pero comienza a perfilarse un espacio de pluralidad más estable, asociado a
ciclos electorales y a la expansión del negocio de lectores y avisos (De Marco, 2006;
Moyano, 1996; Moyano y Ojeda 2015). Esta situación se expresa en un diario como
La Nación Argentina: por un lado, su duración de varios años se halla notoriamente
asociada a los beneficios de ser el diario oficial; por otro, la expansión económica y
la consolidación política del Estado de Buenos Aires, que con el gobierno de Mitre
pretendía extenderse a todo el país, presentaba la novedad de una expansión del
mercado capaz de permitir la existencia simultánea de numerosos diarios y
periódicos, y que en su mayor parte pudiesen sostenerse aún sin contar con el apoyo
estatal directo (bastaba con no sufrir el acoso), resultando viables para quienes los
financiaban por razones políticas aún sin hallarse en el gobierno, y en los casos más
exitosos, poder autosostenerse económicamente o incluso rendir ganancias.
De allí que La Nación Argentina fue reconocida por propios y ajenos (partidarios y
adversarios) e incluso por ella misma, como el diario oficial, característica que
garantizaría su supervivencia correlativa al tiempo que durase el gobierno (Moyano,
1996). Pero el grupo mitrista, aprovechando una correcta comprensión de estos
cambios, logró asegurar la supervivencia del diario tras la vuelta al llano, y su
remplazo por La Nación, llevando la empresa hasta una época en la que el mercado
resultaba un motor –y un aliciente para el propietario del diario- mucho mayor que
la lucha por el poder estatal.
De momento, respecto a los primeros años ’60, Adolfo Mitre (1943) comenta: " El
diario oficial se caracteriza por la mesura, y antes de defender explica, y antes de
combatir defiende". Pero lo cierto es que el diario vive al ritmo de cambiantes
escenarios políticos en los que la mesura se reduce o recupera. El propio presidente
Mitre participa en debates desde el diario oficial; entre otros temas, para intentar
incidir en su propia sucesión a la presidencia (Cfr. Mitre, A., 1943; De Marco, 2006,
1998; Moyano, 1996). Los otros diarios importantes, El Nacional y La Tribuna, le
asignan el rol de oficialista. El rol es asumido y reconocido, aunque en la tradición
retórica de la época, es preciso delimitar constantemente que se defiende el rol
oficial desde un lugar de independencia. Es lo que hará José María Gutiérrez, el
único director que tuvo La Nación Argentina, cuando aproximándose el cambio de
razón social (el 4 de enero de 1870 el diario saldrá como Sociedad Anónima y con el

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nombre recortado a La Nación), debe hacer un recuento. Allí dirá que el diario no
tuvo “la triste misión de defender los actos de gobierno”, sino que defendió dogmas
y doctrinas políticas “en el gobierno y fuera de él”, aunque no puede evitar reconocer
la heredada indiferenciación entre las esferas del combate periodístico, electoral o
aún militar: “… batiéndose en la prensa como en los comicios, como en el tumulto,
como en el campo de batalla, para conseguir el triunfo definitivo" (La Nación
Argentina, 29 de diciembre de 1869).
Pero las reglas de juego del periodismo político bajo un Estado parlamentario y del
periodismo con expectativas de lucro bajo una notoria expansión y consolidación de
las reglas de libre mercado comenzaban a hacerse notar, y a mostrarse
crecientemente estables. Ya desde la consolidación posterior a Caseros y la
revolución septembrina (1852), Buenos Aires había atravesado una etapa económica
y demográfica de notable expansión, aún en el contexto de cíclicas amenazas de
guerra.
Aún a pesar de que esas amenazas acercaban peligrosamente prácticas de anulación
estatal de las libertades de prensa –el gobierno hostigó, formal e informalmente, a
todo intento de prensa favorable al partido federal- Buenos Aires conservó a lo largo
de la década de su separación de la Confederación una notable estabilidad de su
aparato parlamentario y de sus elecciones regulares de legisladores y gobiernos. En
su marco, florecieron periódicos que –sin salirse de la defensa de los intereses de
Buenos Aires contra la Confederación- apoyaban una u otra fracción parlamentaria,
fijaban posiciones propias, intentaban incidir en la opinión pública, debatían entre
sí, etc. (Moyano, 1996, De Marco, 2006, Moyano, 2015). Desde la breve gobernación
Urquiza en los primeros meses de 1852, Buenos Aires no tuvo ya un periódico
emitido directamente por el Estado, dando paso a otros que contaban con el apoyo
mayor o menor del gobierno de turno, pero en manos privadas, aun cuando esta
privacidad tuviese su origen en la venta a precio ínfimo de una imprenta estatal o
confiscada a los federales (De Marco, 1969; Moyano, 2008a). Los dos diarios más
importantes, de mayor duración y estabilidad, fueron El Nacional (1852-1893) y La
Tribuna (1853-1884). Ambos fueron, pues, importantes diarios que formaban la
principal competencia comercial –y eventualmente política- con Mitre, al iniciarse
su presidencia y su nuevo diario. Éstos le llevaban una década de ventaja en una
época de prosperidad económica. Aún no dejaban de depender del Estado,
realizando constantes gestiones para lograr la compra de ejemplares a cambio de la
publicación de los documentos oficiales (leyes, decretos, proclamas, avisos de
licitación, etc.). Eran diarios que habían duplicado sus nóminas de suscripción (que
ahora superaban los dos mil ejemplares por número) y ampliado notoriamente las
secciones de avisos: si en 1852 los avisos se repetían hasta el hartazgo para evitar la
reducción de la superficie reservada a ellos, ahora ocupaban un tercio, y en
ocasiones hasta la mitad de la superficie impresa total. Por ello desde 1862 en
adelante los tres diarios –El Nacional, La Tribuna y La Nación Argentina- fueron
mutuamente sus interlocutores periodísticos y su competencia. A ellos se agregaría,

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

en diciembre de 1867, el diario La República36, que también sobreviviría un período


muy largo en comparación con la etapa anterior, hasta 188137.
En forma paralela, las primeras revistas ilustradas habían aparecido en las décadas
de 1830 y 185038 y, con mejor resultado, durante la presidencia Mitre. Las más
famosas y exitosas fueron El Mosquito, que aborda la caricatura política y la sátira
como recurso central, y El Correo de Ultramar, que en 1863 anuncia una
suscripción que incluye “mil grabados finos”:

36 La República, sostenida por el dirigente alsinista Nicaso Oroño y redactada por Manuel Bilbao,
apareció en diciembre de 1867 y logró sostenerse hasta junio de 1881. Apareció para sostener la
candidatura de Alsina, y luego apoyó a Sarmiento cuando el alsinismo hizo lo propio.
37 Otros diarios habían logrado relativo éxito en la década anterior, aunque con duraciones promedio

muy menores: La Reforma Pacífica, de Nicolás Calvo, había aparecido el 1° de diciembre de 1856,
pocos meses antes de los comicios de renovación de autoridades provinciales, y se sostuvo hasta junio
de 1859 (y reapareciendo en 1860-61) a pesar del acoso oficialista que incluyó multas leoninas,
amenazas e intentos de atentar contra la imprenta, hasta los dos ceses del periódico. El Orden, de
Félix Frías y Luis L. Domínguez había sobrevivido tres años (1855-58) alcanzando prestigio por su
estilo sobrio y poco orientado a las palabras agresivas y mordacidades, y expresando una corriente
católica conservadora moderada en la provincia; La Prensa, dirigida por Monguillot y financiada por
Urquiza logra subsistir entre julio de 1857 y marzo de 1858. En la década de 1860 también
convivieron con El Nacional, La Tribuna y La Nación Argentina otros diarios de significación: El
Siglo, de Federico de la Barra y José Cantilo (1862-63), El Pueblo, de Juan Chassaing, afín al grupo
en que activaban Nicolás Avellaneda y Ovidio Lagos (1864-68). En la década de 1860 la cantidad de
diarios con duración mayor a un año fue menor, pues la consolidación de los principales ocupó lo
espacios posibles desde la política y desde los prolegómenos de un mercado capaz de sostenerlos por
suscripciones o avisos. Pero fue notoria la aparición de numerosas revistas –intelectuales,
especializadas, ilustradas, de caricaturas- y periódicos que, como The Standard and Argentine News,
mantuvieron vivo el sector de prensa en lenguas extranjeras, alcanzando la periodicidad diaria
durante varios períodos y realizando innovaciones de vanguardia en varias oportunidades (por
ejemplo, la adquisición de las primeras máquinas linotipo en el país. Desde su aparición en mayo de
1861, tuvo continuidad semanal o diaria hasta 1959.
38 La experiencia en la primera mitad de la década de 1830, a cargo de Bâcle en la Litografía del

Estado, incluye las colecciones periódicas de Trajes y Costumbres de la provincia de Buenos Aires
(colección de estampas) y el Diario de Anuncios y publicaciones oficiales de Buenos Aires, con
inclusión de litografías. Es decir, no son aún periódicos ilustrados propiamente dichos, uno por no
incluir contenido periodístico, el otro por no incluir imágenes como elemento principal ni constante.
Distinta es la Revista del Plata (1853-55) cuyo objetivo es emular a las exitosas revistas ilustradas
europeas surgidas en la década anterior, a cargo de Carlos (Charles Henri) Pellegrini. Pellegrini era
ingeniero y dibujante, graduado en la Escuela Politécnica de París. Llegó a Buenos Aires a los 28 años
(en 1828) contratado por el gobierno argentino en la especialidad de ingeniería hidráulica. Suprimido
su puesto durante el gobierno de Viamonte, fue contratado por el taller de Bâcle y se ganó la vida
como litógrafo y retratista, alcanzando gran prestigio en el oficio, realizando cientos de retratos a
pedido y logrando ahorros que invirtió en la compra de campos. En 1841 fundó la Litografía de las
Artes, desde la cual publicó dos álbumes de estampas. En 1853 emprende una revista ilustrada, la
Revista del Plata que busca emular las exitosas revistas ilustradas de Londres, París y Madrid: con
grabados propios y de intercambio con otras publicaciones, presenta imágenes de maquinaria
agrícola, especímenes botánicos, estampas de paisajes y edificios, personajes célebres, etc. siguiendo
la línea de las revistas que emula. Logró sostenerla durante dos años, pero abandonó la publicación
cuando fue contratado en 1855 para dirigir la construcción del edificio del Teatro Colón. Todavía el
negocio distaba mucho de competir con un buen contrato de ingeniería civil.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Diario La Nación Argentina, 8 de agosto de 1863, pág. 3

Otras revistas completan el panorama que testimonia la expansión. Aunque sin


imágenes, la Revista de Buenos Aires inicia su publicación en 1863 y extiende su
continuidad hasta la década siguiente, orientada a un público y contenidos
intelectuales en torno a jurisprudencia, historia, geografía, literatura y economía.
Tras el triunfo porteño sobre el sitio de Hilario Lagos (1853) en el que había tenido
un rol protagónico, Mitre había retomado su actividad periodística, llegando a ser
redactor principal de El Nacional en 1854, y enviando colaboraciones también a La
Tribuna. Es decir, se trata de diarios que forman parte del mismo amplio espacio
que Mitre. Sólo durante su presidencia, y especialmente a partir de la finalización
de ésta, se notarán diferencias más profundas. El Nacional apoyaría la candidatura
de Sarmiento que habría de derrotar a Elizalde, el candidato propuesto por Mitre
para su sucesión. Apoyará la presidencia de Sarmiento y recibirá colaboraciones de
éste hasta poco antes de su fallecimiento en 1888.
La Tribuna, propiedad de los hermanos Varela (Héctor y Rufino) era el diario de la
facción alsinista, distanciada del mitrismo desde el comienzo mismo de la
presidencia. Mitre sostuvo el proyecto de federalizar la ciudad de Buenos Aires
(convertirla en Distrito Federal). El nombre de Partido Autonomista que adopta la
fracción Alsina simboliza esa oposición a la pérdida de la ciudad puerto por la
provincia de Buenos Aires.
Los tres diarios mantuvieron, a lo largo de la década de 1860, sus posiciones
políticas, pero a su vez, buscaron formas de maximizar beneficios en los términos
que el mercado local podía brindar. Entre otros factores, contaron con la gran
ventaja de tener imprenta propia, lo cual no sólo reducía los costos de producción
del propio diario, sino que los amortizaba al dedicar la imprenta a otras actividades,
como la venta de imágenes impresas, los trabajos a pedido de particulares, o el
servicio de elaboración de originales para los avisos a publicar.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

2.5. En la forja del campo intelectual. Vicente


Quesada y La Revista del Paraná
Julio Moyano y Alejandra Ojeda

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

La Revista del Paraná39

Alejandra Ojeda y Julio Moyano

Introducción

La aparición de la Revista del Paraná en febrero de 1861 marcó un punto de ruptura


en la historia de la cultura argentina. A partir de ella, una nueva etapa cuyo
desenlace –años más tarde- sería la plena autonomía de la literatura respecto de la
lucha política facciosa, comenzaba a desplegarse. Antes de ella, cinco décadas de
guerra y un contradictorio proceso de ingreso a la modernidad habían dado a luz
una escritura al servicio del combate; ningún resquicio quedaba libre de la toma de
posición donde el aniquilamiento del otro era norma y objetivo. Los esfuerzos por
constituir espacios de pertenencia y disenso habían brindado tenues resultados que
aún constituían la excepción y se expresaban sólo al interior de cada uno de los dos
grandes proyectos entonces enfrentados: La Confederación con capital en Paraná y
el Estado de Buenos Aires, pero no establecían aún territorios comunes entre ellos.
La literatura, la narración de la historia reciente, la jurisprudencia, los discursos
orientadores como mitos de destino, estaban todos sujetos a las facciones
político/militares. Unas pocas obras literarias y un lento crecimiento de espacios de
pluralidad aparecían como patrimonio costosamente logrado en los tiempos de
aparición de la Revista, tiempos en los que aún reinaba el fantasma de la guerra civil
y la aniquilación de la diferencia en contraste y pugna con los espacios logrados.

"Al fundar en esta ciudad una revista mensual de historia, de literatura, de legislación
y economía política, tenemos por objeto reunir en una publicación regular y
sistemada [sic], los trabajos serios o amenos de todos los argentinos, propendiendo á
la difusión de las ideas provechosas, cualesquiera que sea el color político de sus
autores y la actitud que asuman en la política militante. Creemos que la Revista será
un medio eficaz para propender a la formación de un círculo literario nacional, que se
consagre preferentemente al estudio de nuestro país y lo dé a conocer en todos sus
aspectos; que preste a la historia, literatura y legislación americana una atención
especial, poniéndonos al corriente del movimiento intelectual de la repúblicas
Hispano-americanas. Fundamos esta revista, además, porque estamos convencidos
que es necesario desviar en lo posible a las inteligencias argentinas de la polémica
ardiente y apasionada de la prensa política…” (Quesada, V.: Revista del Paraná,
Prospecto)

Alma mater y director de la Revista fue don Vicente Quesada. La cita precedente

39Fragmentos de trabajos publicados originalmente en: Revista del Paraná: la construcción del
campo intelectual en la Argentina de 1861. Remedios de Escalada: Área de Metodología de la
Investigación, Departamento de Humanidades y Artes, 2008. ISBN 978-950-29-1111-3, y “La Revista
del Paraná” En: Patria de Luz Tomo VI. Concepción del Uruguay, Universidad Nacional de Entre Ríos.
ISBN: 950-698-109-4. Salvo que afecte la legibilidad, se ha optado por conservar las grafías originales
en las citas textuales de material de época.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

corresponde a su presentación del primer número, impreso –como dijimos- en


febrero de 1861. En ese prospecto se explicitaba la intención de abrir espacios a salvo
de lo facciosa y superadores de la lógica de enfrentamiento. También se anunciaba
un arco temático compuesto por historia, literatura, legislación y economía política,
arco estratégico a través del cual podría construirse precisamente el territorio
intelectual de una hegemonía aún en disputa, esto es, construcción mítica de relatos
de origen, pertenencia y destino, estudio de la integración territorial de la nueva
Nación, construcción del sistema regulativo amparado en la reciente norma
constitucional de 1853 y debate de las grandes acciones económicas que integrarían
la Argentina al mundo moderno. En tercer término, se anunciaba un fuerte interés
por la integración hispanoamericana, tomando para sí parte de esta tarea en el
campo intelectual. Trataremos de demostrar en este breve comentario que la
experiencia de la Revista del Paraná cumplió ampliamente con tales compromisos,
tanto en el espacio de la Provincia de Entre Ríos como en el más general de la
República Argentina. Desde el punto de vista de la formación de un naciente campo
intelectual, su influencia fue significativa: en Entre Ríos permitió abrir un rico
espacio de interacción entre escritores locales y de otras provincias, lo que rendiría
sus frutos a lo largo de la década de 1860; en el ámbito nacional, la Revista fue el
punto de partida de un ciclo de oro de nuestras publicaciones intelectuales cuya
impronta alcanzaría las cuatro décadas siguientes. Desde el punto de vista de la
formación de los arcos temáticos propuestos, el resultado fue un importante cúmulo
de material relativo a Entre Ríos, a la Argentina y a otros países americanos. Se
ensayó los primeros debates, buscando marcar terrenos de disputa y de consenso
explícitamente a salvo de las posiciones facciosas de los actores, alcanzándose un
rigor documental y un nivel literario por encima de lo observado hasta entonces en
la región. Desde el punto de vista de la apertura hacia Hispanoamérica, la presencia
de colaboradores de varios países, los estudios filológicos y literarios sobre lenguas
nativas americanas, el interés por las relaciones con Brasil e incluso referencias a la
historia de América del Norte marcan un rumbo intelectual marcado por las ideas
más progresistas de las que circulaban por Sudamérica.

Protagonistas

Puede trazarse un eje de identidad a lo largo de la monumental obra que significaron


las revistas culturales surgidas poco después de concluido el ciclo rosista y que
marcaron la transición hacia la constitución de nuestra modernidad, de nuestra
literatura y de nuestra industria editorial. Por cierto, con anterioridad a la caída de
Rosas existieron importantes esfuerzos en esta dirección, tanto en el Buenos Aires del
Restaurador como en el Montevideo de los desterrados. Apenas concluido el sitio a
Buenos Aires de 1852-53 y planteado un statu quo de convivencia entre el estado de
Buenos Aires y las 13 provincias agrupadas en la Confederación Argentina con capital
en Paraná hasta que se resolviese la reincorporación de Buenos Aires al conjunto,
comenzaron a aparecer revistas culturales con contenidos científicos, literarios,

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

jurídicos, económicos, históricos, geográficos, o con grabados que apuntaban en igual


dirección temática. Se destacan la Revista del Plata, dirigida por Charles Pellegrini, La
Ilustración, Ahasverus, dirigida por el científico y militar francés Camille Duteil, y poco
después, en 1857, la Revista del Nuevo Mundo, dirigida por Francisco Bilbao, entre
varias otras de mayor o menor duración que muestran la rápida formación de un
público lector y la relativa sostenibilidad del género. Pero es con la publicación de El
Plata Científico y Literario de Miguel Navarro Viola, revista aparecida en Buenos Aires
en 1854, que comienza una nueva época en que estas revistas cumplirían un rol central
en la constitución del ambiente intelectual, la consolidación de un espacio de
intercambio y debate, y la conformación de una agenda temática acorde con las tareas
de la organización nacional. La Revista del Paraná sostuvo un programa similar al de
El Plata Científico y Literario, pero con una formulación de tareas más explícita, y con
un esfuerzo más centrado en la construcción de nuestra identidad cultural, poniendo
especial énfasis en los trabajos históricos y literarios. La Revista de Buenos Aires
dirigida conjuntamente por Quesada y Navarro Viola a partir de 1863, sería la síntesis
de ambos proyectos. De la experiencia de la Revista del Paraná obtuvieron los dos
directores otro adelanto fundamental: la presencia como editor e impresor de don
Carlos Casavalle, quien garantizó la máxima calidad y profesionalismo en el aspecto
gráfico, en producción y distribución, en modo análogo al trabajo que protagonizó
Pablo Coni en Corrientes durante la década de 1850, labor precisamente compartida
en varios tramos con Vicente Quesada.

Un nuevo espacio

La tarea planteada –explícita o implícitamente- para la construcción del campo


intelectual en la época de la organización nacional no era menor: Superar las facciones
protegiendo temas y objetivos comunes entre quienes deberían considerarse
adversarios y no enemigos, contribuir a un relato de origen y de sentido común
abarcador de nuestra nacionalidad y de su lugar en el mundo –generando con ello
tanto el esfuerzo de una literatura como de una historia y geografía nacionales-
constituir en tema de debate la consolidación de la racionalidad jurídica –expresada
como instituciones estables, reglas explícitas y públicas y tipos jurídicos cerrados- abrir
cauce a la economía política como ámbito temático y programático común a todas las
facciones (al menos en cuanto a los "grandes temas": inmigración, moneda, crédito y
bancos, vías de comunicación, instituciones de Estado permanentes), eran los tópicos
centrales. En Europa occidental y en Estados Unidos este proceso se respaldó
fundamentalmente en el desarrollo de la prensa periódica articulada con espacios
públicos urbanos como los clubes políticos y los cafés. Los diarios y periódicos fueron
al respecto crecientemente protagonistas e influyeron directamente en la construcción
de buena parte de los géneros contemporáneos (baste mencionar el cuento, el folletín,
la crítica de costumbres y el relato de viajes). El caso argentino fue diferente: Constituir
estos imprescindibles espacios comunes en tiempos en que el periódico aun se
asociaba con el Estado o con la facción, fue tarea histórica inicial de las revistas. Alberdi

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

lo hacía notar en carta a Quesada:

“Las Revistas son una publicación indispensable donde quiera que haya prensa libre.
No pueden ser suplidas por los diarios, cuya índole, asuntos favoritos, tono, todo es
peculiar y diferente. Los dos géneros se completan mutuamente, lejos de dañarse.”
(Cit. por V. Quesada, Revista del Paraná N° 7, agosto de 1861)

A ello se agregaban otras tareas que comenzaban a configurar en nuestro país el rol
específico de las revistas, las que hacia fin del siglo XIX comenzarían a disociarse en
formas especializadas siguiendo el patrón europeo: la revista como revisión exhaustiva
de un campo temático y espacio de intercambio científico (“pasar revista,“ Review,
Revue), antecedente de las publicaciones especializadas y académico-científicas; la
revista como revisión serena y más profunda del material cotidiano de los diarios (en
el sentido original de la expresión “Re-vista”, palabra que aparecía en algunos
periódicos encabezando grupos de artículos provenientes de otros, tanto nacionales
como extranjeros), antecedente de los semanarios masivos de comienzos del siglo XX,
etc. La labor periodística de Quesada-Navarro Viola-Casavalle significó también la
ampliación y consolidación de un modo nuevo de publico lector, la aceptación por ese
público de un modo periodístico que más adelante, cuando la modernización
permitiese abordar un mercado editorial amplio y heterogéneo, favorecería tanto el
boom de las revistas especializadas como el surgimiento de los magazines masivos.

Así, pues, podemos ver un punto de partida en el comienzo de la época de la


organización nacional, con una acción periodística aún asociada a la labor de Estado
o a la facción política, realizando un gran esfuerzo por construir el espacio de su
autonomía, y dentro de ella, los primeros esfuerzos en los años ’50 por constituir
revistas de interés intelectual enciclopédico e independiente. Este esfuerzo se
plasmó en el ciclo de oro de las revistas intelectuales iniciado en Paraná en 1861 y
continuado en Buenos Aires a partir de 1863, ya en forma casi ininterrumpida hasta
1885, en una Argentina modernizada que reclamaba otro tipo de publicaciones. En
este ciclo de oro los nombres de directores se repiten, se unen, se desplazan según
sus propias tareas hacia otras actividades y aún otros países. Se repiten también los
nombres de los editores y tipógrafos, destacando muy especialmente Casavalle,
quien imprimió la casi totalidad de estos materiales, y se repiten y entrecruzan por
supuesto los artículos y autores, entre unas y otras revistas, mostrando una creciente
unidad de pertenencia y pluralidad, que era el objetivo programático principal de
estas publicaciones. Concluido este ciclo estamos a un paso del nacimiento de los
magazines masivos como Caras y Caretas y del escritor profesional al estilo de
Horacio Quiroga, quien escribía cuentos semanales de extensión predeterminada a
pedido de aquella revista. También se consolidaría entonces el espacio de las revistas
especializadas: de ciencias jurídicas, farmacología, medicina y otras disciplinas
específicas, de actividades económicas, de historia, y de literatura. La evolución
continuaría, sin dudas, pero la huella de las experiencias pioneras aquí estudiadas

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

sería imborrable. Rojas destaca al respecto el comentario de Casavalle, publicado en


el número 303 del “Boletín Bibliográfico”, respecto de que la Revista del Paraná fue
la primera “contraída a estudiar la historia colonial de la República Argentina”, en
tanto agrega que El Plata Científico y Literario fue la primera de carácter
enciclopédico y universal, y concluye:

“La tradición de ambas aparece refundida en la Revista de Buenos Aires, cuya


colección abarca 15.000 páginas, todas de materia noble, recogida después por sus
colaboradores en libros especiales…” (Rojas, R.; Historia de la Literatura
Argentina, p. 590).

Quesada, Casavalle, Paraná.

Don Vicente G. Quesada nació el 5 de Abril de 1830, en Buenos Aires, donde realizó
sus estudios, primero en el Colegio de Larroque y más adelante en la Universidad de
Buenos Aires. Allí se graduó de Abogado en 1849. Integrante generacionalmente de la
llamada “segunda generación romántica”, su trayectoria se entrecruza con la de otros
hombres porteños que, habiendo realizado sus estudios superiores en los últimos años
del gobierno de Rosas, se hallaron siendo muy jóvenes ante la encrucijada de Caseros,
sin haber tenido tiempo de formar parte activa principal en ninguno de los bandos en
pugna. A este grupo generacional, con algunos años más o menos, pertenecían Miguel
Navarro Viola, Eusebio Ocampo, Vicente Quesada y Benjamín Victorica, entre otros.
Poco después de Caseros, siendo empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores,
pasó Quesada a desempeñarse como secretario del Gobernador de Buenos Aires, Dr.
Vicente López y Planes, momento a partir del cual formó parte del mundo político de
la Confederación. Tuvo oportunidad de recorrer el interior del país en el año 1853,
luego de una fallida misión diplomática a Bolivia en que acompañaba a Don Ángel
Elías, y en 1856 fue electo Diputado Nacional por la provincia de Corrientes, en la que
poco después se radicó, colaborando con la administración del Dr. Juan Pujol como
ministro y también como redactor del periódico El Comercio, que editaba por ese
entonces, bajo financiamiento del Estado, la imprenta del francés Pablo Coni.
Concluido el mandato de Pujol acompañó a éste a Paraná, colaborando con él en el
Ministerio del Interior y actuando como Legislador por la provincia de Corrientes.
Cuando se encuentra con Casavalle en Paraná y decide emprender con él la iniciativa
de la Revista, Quesada tenía 30 años y era ya un intelectual reconocido, con una
importante trayectoria como hombre de Estado, numerosos proyectos e inquietudes,
una rica red de amistades y contactos suficiente como para pensar en colaboraciones
de diverso origen geográfico, tanto nacional como de otros puntos del Cono Sur, y que
pronto aprovecharía en el proyecto de la revista.

Carlos Casavalle había llegado a Paraná a mediados de 1860, aunque a diferencia de


Quesada se trataba de su primer viaje a la capital de la confederación. Su radicación
obedecía primordialmente a objetivos comerciales en su condición de tipógrafo,
librero y editor periodístico. La efímera paz entre Buenos Aires y la Confederación

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

lograda luego de la batalla de Cepeda (1859) y el viaje posterior a Buenos Aires del
presidente Derqui y el Jefe del Partido Federal Don Justo de Urquiza (1860), le
permitieron contactarse y lograr la concesión de la imprenta oficial en Paraná,
instalando no sólo su moderno equipo tipográfico sino también su librería, en pleno
centro de la ciudad capital, a un paso de su plaza principal, sobre calle Monte Caseros.
La concesión de las tareas de imprenta oficial a Casavalle significó un inmediato
conflicto entre Derqui y Urquiza: otros acuerdos en el marco de las negociaciones entre
el Estado Confederal y la Provincia de Buenos Aires incluían la satisfacción de un
insistente reclamo porteño: el cese del órgano periodístico oficial de la Confederación:
El Nacional Argentino. Este periódico, que se editaba en Paraná desde 1852, había
sido redactado durante la campaña de Cepeda por la potente y punzante pluma de
Francisco Bilbao, y durante el primer semestre de 1860 por Juan Francisco Seguí,
quien se ocupaba sistemáticamente de impugnar, una por una, las propuestas de
reformas a la Constitución sostenidas por Buenos Aires. El acuerdo entre el presidente
Derqui y el gobernador Mitre, que involucraba a Casavalle, implicaba que el Gobierno
de la Nación dejaría de sostener publicaciones periodísticas, ocupándose
exclusivamente de la publicidad de los actos de gobierno por medio de un Boletín
Oficial, que se editaría diariamente, y cuyo armado e impresión sería otorgado en
concesión a Casavalle. El tipógrafo aceptó las condiciones contractuales y poco
después, el 25 de octubre de 1860, El Nacional Argentino dejaba de existir y nacía en
su reemplazo el Boletín Oficial. El cambio se produjo en medio de vicisitudes
novelescas: Seguí abandonó el diario a comienzos de septiembre, denunciando una
conspiración en un artículo titulado “El triunfo de una intriga”; muy pocos días
después, el propio Seguí era nombrado convencional constituyente por orden de
Urquiza y abandonaba sus posiciones anteriores sobre las reformas, pasando no sólo
a apoyarlas, sino a solicitar que se las apruebe por aclamación. Simultáneamente,
sucedía por primera vez en Paraná la coexistencia en el tiempo de dos periódicos: junto
a las últimas semanas de El Nacional Argentino surgía, con apoyo de Urquiza y edición
responsable del tipógrafo Olayo Meyer, el periódico El Correo Argentino, redactado
por Seguí, quien dirigió duras críticas al gobierno. La respuesta a esos ataques llegó
por medio de El Nacional Argentino, a cargo de un joven redactor aún desconocido:
Don José Hernández, el futuro autor del Martín Fierro. Tal era el clima de
enfrentamiento, faccionalismo e intriga que se vivía en ese momento en Paraná, y por
ello destaca más aún el esfuerzo de Quesada y Casavalle por dar a luz una publicación
a salvo de tal ambiente de enfrentamiento fratricida.

Con sus nueve mil habitantes Paraná era, a comienzos de 1861, la Capital Federal
Provisoria de la Confederación y receptora por ello de una dinámica inmigración
compuesta por funcionarios, profesionales y comerciantes provenientes de todas las
regiones del país. Se asentaba en una provincia pujante que alcanzaba los noventa y
tres mil habitantes –quince por ciento de la población nacional- luego de un rápido
crecimiento económico y demográfico que duplicó su población en apenas doce años.
Poseía por ello varias ventajas para la concreción de un proyecto como el de la revista.
En la ciudad se habían desarrollado clubes en los que se reunían los “hombres del

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Paraná”. Eran el club Socialista y el Club Argentino, fusionados en 1859 como Club
Socialista Argentino. El primero de ellos se había formado en 1853 y lo integraban
entre otros Nicanor Molinas, Lucio V. Mansilla, el tipógrafo de la imprenta del Estado
y regente de El Nacional Argentino Jorge Alzugaray, José Hernández y Evaristo
Carriego. El Club Argentino estaba integrado entre otros por Alfredo Marbais du Graty,
quien fue durante varios meses redactor de El Nacional Argentino y en 1861 se hallaba
en el Paraguay, Santiago Derqui, Ramón Puig, José Antonio Alvarez de Condarco,
Menuel Martínez Fontes y dos jóvenes de la generación de Victorica: Eusebio Ocampo
y Juan Francisco Monguillot. Casi todos ellos ejercieron la pluma incursionando –con
suerte diversa- en el periodismo y la literatura y aseguraron una tenue pero regular
actividad artística. Reuniones y tertulias en casas particulares permiten apreciar
conciertos de cuerdas, lecturas de piezas poéticas y oratorias, materiales periodísticos
y debates sobre el camino del progreso del país. Es conocido al respecto este pasaje de
D. Juan Giménez, extraído de su libro Recuerdos Históricos de Paraná, Capital de la
Confederación:

“Había entonces mucha voluntad y gusto por las reuniones familiares recreativas,
haciéndose en ellas buena música, donde se pasaban agradables horas de solaz. El Dr.
Ocampo, el Dr. Luque, el Intendente de Policía Moreno, abrían frecuentemente sus
salones y el baile y los conciertos amenizaban aquellas alegres y entretenidas horas de
sociabilidad. El Coronel Alvarez de Condarco, entusiasta diletante y notable pianista,
reunía en su casa a los amigos; allí dábanse espléndidos conciertos. Asistía también con
su violoncello Eduardo Guido Spano, hermano del poeta”.

Una revista cultural en Entre Ríos

Preparada con varios meses de anticipación, la Revista del Paraná mostraba desde su
primer número evidentes señas del gran esfuerzo realizado y de la calidad lograda:
impresión esmerada y cubierta con tapa color; ambiciosa tirada de 600 ejemplares –
que sería por cierto desbordada ya en el primer número- aceitado y amplio sistema de
distribución, suscripción y corresponsalías, y un plantel de colaboradores de lujo para
su época, sólo limitado por los nubarrones de guerra civil que nuevamente arreciaban,
y que impidieron el acercamiento del grueso de los intelectuales porteños.

El contexto no podía ser más peligroso: Igual que en 1859, los sucesos de San Juan,
esta vez más dolorosos y sangrientos, habían provocado el máximo de tensión entre
las partes y la guerra se aproximaba. Fue precisamente hacia mediados de febrero,
cuando quedó claro que no habría acuerdo posible, y luego del rechazo de los diputados
porteños -justificado por el Gobierno Nacional en la presencia de vicios de forma en su
modo de elección- sólo se avizoraba el combate. Al clima de tensión se sumaba la
dificultad para que los escritores porteños aceptasen de buen modo escribir para una
publicación cuyo impresor se ocupaba del Boletín Oficial del ahora nuevamente
enemigo, cuyo director era funcionario nacional y cuya edición se hacía en una Capital
Federal no aceptada. A ello debían agregarse los inconvenientes de provisión de

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insumos, distribución y costos en una región donde, en pocas semanas más, se


produciría el bloqueo fluvial. Y por si fuesen pocas las dificultades, Casavalle debió, a
partir de mayo, imprimir simultáneamente el Boletín Oficial, la Revista, y un nuevo
periódico, El Paraná, encargado por el presidente Derqui a su propio secretario –el
joven Olegario Víctor Andrade- para disponer de una voz oficialista en momentos en
que la guerra se había declarado. Era éste un ejemplo claro de un Estado y una
Sociedad Civil aun no consolidados: el mismo concesionario del Estado debía ocuparse
de los contenidos del órgano Oficial de publicación de los actos de gobierno (el Boletín
Oficial), de un periódico político financiado por el Estado y redactado por el secretario
del Presidente pero constituido en voz partidaria orgánica de la posición presidencial
(El Paraná), y de un esfuerzo de constitución de un campo intelectual autónomo, con
temas a resguardo de las luchas partidarias (la Revista del Paraná). Pero la Revista
pudo salir adelante a pesar de todas estas dificultades, mientras existió la
Confederación, logrando cumplir su compromiso de pluralidad y no-partidismo. No
fue posible, en cambio, agrupar a todos los intelectuales: en medio del clima de tensión
político/militar, faltaba la plana mayor de la intelectualidad porteña: Sarmiento,
Mitre, López, los Varela, incluso de buena relación con el urquicismo como José
Mármol. El plantel de colaboradores era de todos modos excelente, y pudieron
confirmarlo los lectores con el correr de los números. Respecto de la presentación
gráfica, Quesada había prometido en el prospecto:

“La Revista del Paraná saldrá una vez al mes, se compondrá de un volumen
de 60 páginas en cuarto mayor, esmerada impresión y buen papel; cada
entrega llevará su cubierta de papel de color, y cada semestre se publicará el
índice general de las materias publicadas y una carátula para su conveniente
encuadernación”.

Todos estos compromisos fueron cumplidos. Se garantizó el máximo de calidad y


legibilidad del material, que aún hoy puede leerse cómodamente en los repositorios en
que aún existe. Los errores tipográficos fueron pocos, concentrándose en algunos
nombres y apellidos en los listados de suscriptores y colaboradores, debido quizás a lo
pequeño del tipo utilizado. También se repitió el error de identificación de secciones
en la parte superior de las hojas, hubo algunas “r” de más y faltaron algunos acentos,
quizás debido a la falta de suficientes tipos acentuados. No fueron errores, en cambio,
los usos habituales de formas ortográficas aún aceptadas en aquel tiempo, y que
incluso eran sistemáticamente defendidas por educadores de prestigio como Marcos
Sastre. Así, por ejemplo, el uso de la J en lugar de la G en “lejislación”, “jente” o
“ajitado” la “i” latina en lugar de la “y” al final de palabras, el uso de la “s” en vez de “x”
en “estravío” o “escusar”, ciertos costumbrismos como “reló” por “reloj”, o el uso de
acentos ortográficos en la preposición “a”, en “fe” y en otras palabras que hoy no lo
llevan. La revista no poseía ninguna ilustración ni tipografías al clisé, con excepción de
su nombre en la portada y la letra capital (comienzo) de cada número. Se presentaba
en su totalidad a dos columnas, y su numeración, acorde con la función asignada a las
revistas culturales de su época, era correlativa. El número uno se hallaba paginado del
1 al 60, y el número 2 comenzaba en la página 61. De este modo y de acuerdo con el

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plan de suscripción, al finalizar el primer semestre, se entregaba un índice general de


los seis números, completándose así un volumen de 360 paginas que podía
encuadernarse como libro. La suscripción no era cara en comparación con otras
publicaciones de este tipo: costaba “…un peso en la capital y en todas las provincias.
En Buenos Aires veinte pesos papel que se pagarán al recibir cada entrega”.

La tirada normal de la revista, de 800 ejemplares aproximadamente, no tenía


posibilidad de colocarse considerando exclusivamente a Entre Ríos como mercado
lector. Por ello se proponía lograr un fuerte respaldo de los gobiernos nacional y
provinciales, además de la suscripción por la mayor parte de la capa dirigente de
funcionarios en la Capital y una aceitada red de colaboradores que permitiese obtener
suscriptores en otros puntos de la república y países hermanos de Sudamérica, y muy
especialmente, en el apetecible mercado lector de Buenos Aires una vez superadas las
barreras “de partido”.

La provincia de Entre Ríos respondió excelentemente a la convocatoria de Quesada. Al


finalizar el primer semestre de edición, la cantidad total de suscriptores era de 653,
suscritos por un total de 737 Ejemplares. De ellos eran entrerrianos 376 Suscriptores,
por un total de 427 ejemplares. Es decir, el 57,9 por ciento del total de los ejemplares
suscritos quedaba en Entre Ríos. Sumadas a Entre Ríos las otras provincias litorales
(Corrientes y Santa Fe), se totaliza el 80 por ciento de la suscripción. Esto hablaba a
las claras del importante desarrollo del espacio lector en la región, y del enorme
respaldo que había brindado Urquiza al periodismo, la educación y la cultura. Esto
marcaría, sin embargo, un frente de dificultades por venir y que tendría mucho que ver
con el cierre de la Revista: el grueso de la suscripción estaba compuesto por el
funcionariado estatal y por los gobiernos litorales. La crisis y caída de la Confederación
provocaría en breve una crisis de suscripción por el corte de la cadena de pagos (pues
se atrasó el pago de sueldos). Además, las enormes dificultades de distribución y muy
especialmente de cobro en un territorio de baja densidad poblacional, poca proporción
de población urbana alfabetizada, pocos y muy malos caminos y muy poca cultura de
pago de servicios por correo, como lo había notado pocos años antes el librero y
tipógrafo español Benito Hortelano en su experiencia por Entre Ríos, se agravarían
con las de provisión de papel y otros insumos bajo condiciones de bloqueo fluvial,
inestabilidad y diáspora del funcionariado nacional. Ello sumado a la condición de
concesionario estatal de Casavalle y de funcionario de la Confederación de Quesada,
llevaría al colapso del proyecto en forma simultánea al colapso militar y económico de
la Confederación.

Los Contenidos de la Revista

La revista, cumpliendo los objetivos planteados en el prospecto, se dividió


canónicamente en cuatro secciones: Historia, Literatura, Jurisprudencia y Economía
Política. La de economía fue la sección menos desarrollada, pues solo aparecieron tres

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artículos totalizando catorce páginas sobre un total de cuatrocientas ochenta –es decir,
menos del dos por ciento- en los ocho números. Las dos principales secciones fueron
Historia y Literatura. Tuvieron un desarrollo relativamente parejo, ocupando la de
historia doscientas páginas –41.7 por ciento- la de literatura ciento noventa y tres –40
por ciento- y la de jurisprudencia (restando el prospecto y el índice), las restantes 72,
el 15 por ciento. Es notable la preeminencia de las secciones de Historia y Literatura,
situación acorde con la tarea histórica planteada. La de historia fue, además,
especialmente extensa debido a la necesidad de transcribir en detalle documentos
históricos completos, en tanto en la de literatura se incluyeron algunos estudios
biográficos y especialmente los trabajos geográficos referidos a provincias y regiones
de América. El mismo Quesada anunció en el Número 2 que la sección de Historia
recibiría atención preferencial, pero fue la de literatura la que presentó mayor variedad
de producción.

De la sección de Historia merecen destacarse las cuidadosas transcripciones de


documentos inéditos. Así, por ejemplo, los referidos a la fundación de Corrientes
(números 1 a 5), a los que se agregó una remesa adicional de materiales aportados por
el Dr. Pujol, exjefe, amigo y protector de Quesada. Otros materiales similares
abordaron los orígenes de los pueblos de la provincia de Entre Ríos (a cargo del Dr.
Benjamín Victorica, números 3 y 4), de las provincias de Cuyo (por Joaquín María
Ramiro, número 4) y de Salta y Jujuy (Por Arias y Quesada). El trabajo de Benjamín
Victorica sobre pueblos entrerrianos se presentó como “apuntes para servir a la
historia del origen y fundación de los pueblos de Entre-Ríos extractados de
documentos inéditos”. Comentaba el autor:

“Los apuntes que iniciamos para servir a la Revista del Paraná –dice
Victorica- tienen por objeto salvar datos útiles a la historia de esta Provincia,
del peligro de que desaparezcan con documentos que existen inéditos, según
creemos. Sin pretensiones por nuestra parte, y aprovechando momentos de
ocio, simples narradores, nos limitaremos a copiar, o extractar casi siempre,
con exactitud, los documentos que hemos tenido ocasión de estudiar al dar
forma a esta breve crónica, que puede completar la que publicó en el Uruguay,
hace cuatro años, nuestro geógrafo Martín de Moussy”.

En los números 6 y 8 se publicó - enviado por Fray Nepomuceno Alegre: un valiosísimo


documento inédito sobre las órdenes monásticas y sobre la fundación de la Provincia
del Paraguay (Número 6) y otro material interesante: una “Relación histórica de la
Ciudad de Corrientes”, cuyo autor fuera el redactor del primer semanario de Buenos
Aires en 1801, don Francisco Cabello y Mesa. Pero el trabajo no sólo se limitó a
transcripciones documentales: También se realizaron comentarios críticos,
agrupamiento de información bajo la forma de estado de la cuestión e intercambio de
informaciones inéditas. Aparecieron así en el número uno “Origen de América y su
descubrimiento”, que incluía no sólo información valiosa, sino también un interesante
resumen de la información édita sobre las exploraciones vikingas en América del
Norte. Este trabajo fue enviado por D. Ramón Ferreira, quien también se ocupó de

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presentaciones generales y estados del arte en la sección de literatura. También son


destacables dos cartas conteniendo una serie de datos inéditos sobre la vida y muerte
de Monteagudo, en el que se adjuntaban comentarios de los autores (Quesada y
Espejo) sobre los criterios de utilización de relatos orales como fuente de investigación
histórica. En los números 5 y 6, don José Tomás Guido aportaba un trabajo sobre “El
Brasil y las Repúblicas del Plata”, y una memoria del Gral. Tomás Guido. Otros trabajos
fueron reproducciones o reediciones. Así, del mismo José Tomás Guido se publicó en
los números 2 y 3 la biografía del Almirante Brown. Las reproducciones presentadas
en la sección de historia se concentraron fundamentalmente en biografías: de Diego
Portales en el número 3, del General Mariano Necochea, en los números 2 a 4, de Juan
Ramón Balcarce en el número 5, del coronel Melián, en el número 7. Un largo y
completo trabajo de Juan Ramón Muñoz tomado de la Revista del Pacífico se ocupó
del Descubrimiento, colonización y habilitación del Estrecho de Magallanes (números
3 a 5). Las reproducciones fomentaron también la posibilidad de debates, la
reconstrucción de información de periodos críticos de la historia nacional, o la
conservación de material édito pero difícil de hallar. Así, se incluyó un trabajo sobre
Bolívar y San Martín publicado por el General Mosquera ese mismo año en Nueva
York, con afirmaciones sumamente polémicas para la joven historia argentina; unas
Memorias inéditas del Ejército de los Andes de 1822 fueron enviadas por Damian
Hudson. Una “Noticia histórica de los tres hermanos Pinelos” fue tomada de El
Mercurio Peruano de 1791.

La sección de Literatura también fue iniciada, como la de historia, por Ramón Ferreira,
quien trazó un panorama del “Estado de la literatura hispano americana” en el primer
número. En los números 3 y 4 agregó este autor un ensayo sobre el origen y progreso
de las “bellas letras y artes” y “su influencia en la mejora individual y social”, artículo
que él presenta como apunte: “no es para los literatos sino para los que están en la vía
del aprendizaje”. Allí, junto a reflexiones programáticas en pos de la construcción de
una literatura americana y la superación del faccionalismo, aparecen reflexiones sobre
lenguaje, tecnologías gráficas y bellas artes. Tanto como en historia, Quesada fue el
redactor siempre presente en esta sección, con trabajos propios y comentarios:
bibliográficos, necrológicas, presentaciones y datos biográficos de autores. Su aporte
específico se refirió a la provincia de Santiago del Estero: un trabajo sobre el idioma
Quichua en esa provincia (presentado en realidad en la sección de historia) y un relato
de costumbres, también ambientado en aquella provincia: “El Harpa”, y su condición
de instrumento típico de la música Quichua de allí. Por supuesto, fue Quesada quien
se encargó, con profundo sentimiento personal, de la necrológica y biografía del Dr.
Juan Pujol, publicada en el número 7.

Una figura de oro en la sección de literatura fue la señora Juana Manuela Gorriti.
Quesada la presentó como colaboradora en el número 2:

“Empezamos a publicar en este número el precioso episodio histórico que con el título
que encabeza estas líneas, ha publicado en la ciudad de Lima la Señora Doña Juana
Manuela Gorriti, natural de Salta, e hija del General Gorriti. Nos abstenemos de

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recomendar su lectura que sabrán apreciar nuestros suscriptores; pero cumplimos el


grato deber de recordar que el episodio que va a leerse es escrito por una argentina,
cuyas vicisitudes y belleza formarían una novela interesante. La Señora de Gorriti vive
hoy en la Capital del Perú, con el producto de sus apreciados y notables trabajos
literarios; desde la distancia y sin conocerla, hemos sentido profunda simpatía por
sus dolores y mucho interés en la lectura de su escrito”.

El trabajo al que se refería era: “Güemes, recuerdos de la infancia”, ensayo histórico


literario ambientado en la época salteña de la guerra de independencia de la que
Gorriti fue testigo de niña. Le siguió “El Lucero del Manantial” en el número 5,
circunstancia que el director aprovechó para completar la presentación:

“Tenemos el honor de contar entre los colaboradores de la Revista del Paraná a la


distinguida escritora argentina señora doña Juana Manuela Gorriti, que ha tenido la
amable deferencia de ofrecernos sus manuscritos inéditos. Nuestros lectores
recibirán esta nueva con agrado. La señora de Gorriti ha publicado varias novelas muy
estimadas que han merecido el aplauso de literatos de nota (…) Es colaboradora de la
interesante Revista de Lima y autora de notables artículos literarios. Vamos ahora a
reproducir el bello episodio El lucero del manantial, que tomamos de la Revista de
Sud-América, trabajo literario de mérito por la fluidez con que está escrito y el interés
de su argumento. La señora de Gorriti honra a las letras americanas y a la República
Argentina, su patria. Salta debe enorgullecerse de contarla entre sus hijos y nosotros
nos complacemos en tributarle desde la distancia el homenaje debido a su talento”.

Lamentablemente, las circunstancias que llevaron al cierre de la Revista impidieron la


concreción de la publicación de inéditos de Gorriti, y el relato “El Guante Negro”, en el
n° 6, cerraba con su impronta romántica las colaboraciones de esta prestigiosa autora.

Los límites difusos entre el material propiamente literario y el histórico se notan en la


selección temática de esta parte de la publicación: “Terremoto de Mendoza” (ensayo
histórico, número 3), “Biografía del General Juan Ignacio Gorriti” por el Dr. Zuviría,
etc. Otros materiales eran más propiamente literarios: Relatos traducidos del alemán
(de Schiller por López) y del francés (de Lolhé, por M M de F).

La poesía no ocupó un lugar destacado en cantidad ni en variedad de autores. En total,


cinco poemas de Carlos Guido Spano, dos de Angel Elías y una reproducción de un
poema de Juan María Gutiérrez. Puede considerarse, en cambio, un interesante nivel
en calidad. De hecho, Ricardo Rojas, al referirse a los contenidos de la Revista del
Paraná en la Historia de la Literatura Argentina, destaca: “…el famoso poema Al pasar
de Carlos Guido Spano, cuya data (1861) merece puntualizarse para encarecer el
sentimiento ‘moderno’ de aquella composición” (Rojas, R.: Historia de la Literatura
Argentina, pág. 587).

Al igual que en la sección de historia, muchos materiales fueron reproducidos. Entre


ellos, los estudios geográficos referidos a las provincias argentinas, que habían ya sido
publicados en El Nacional Argentino: Las descripciones de Jujuy (en el número 1), de
Catamarca (en los números 2 y 3, realizada por Benedicto Ruzo y con prólogo inédito

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de Vicente Quesada), de la Pampa (números 3 a 7, por Quesada, donde incluye


material histórico e información sobre Córdoba, Tucumán y Santiago del Estero), de
Corrientes (en el número 8, también de Quesada, reproducido de su libro “La provincia
de Corrientes”, que se editara en 1857), y de San Juan, por Saturnino Laspiur (en el
número 8, tomado de El Nacional Argentino). Otras reproducciones, algunas
traducidas, constituían material al mismo tiempo ameno para la lectura y con
información y conocimientos útiles: “El Hospicio de San Bernardo en los Alpes”,
traducido del Alemán por José F. López; “La infeliz Josefina”, novela histórica
traducida también por López, ambos en el Nª 1; “Diario de un médico: la consunción”,
traducido de la Revue Britanique; “Don Salvador San Fuentes” ensayo biográfico de
Miguel A. Carmona tomado de la Revista del Pacífico, que dio oportunidad a Quesada
de agregar una nota al pie criticando a Sarmiento por motivos puramente “literarios”
y no “partidarios”; “Lida”, crónica de la época del gobierno del Marqués de
Guadalcázar, por Ricardo Palma. “O’Higgins”, tomado de la Revista de Lima,
“Impresiones de una mañana”, por Benjamín Villafañe, tomado de La Gaceta,
periódico de Bolivia, 1844; una reproducción comentada de “mi delirio sobre el
Chimborazo” de Simón Bolivar, “Un recuerdo”, por Francisco Lazo, de la Revista de
Lima…

Merece un comentario especial el aporte de Don Francisco Bilbao, quien había


intentado apenas radicado en Buenos Aires, en 1857, la edición de una revista de
contenidos intelectuales y culturales (La Revista del Nuevo Mundo) con apoyo más o
menos solapado del gobierno de la Confederación. Cerrada esa revista, redactó poco
después el diario El Orden, mientras mantenía fluido contacto epistolar con Benjamín
Victorica, y poco más adelante, además de enviar colaboraciones a El Uruguay,
propiedad también de Victorica, redactó, durante los meses inmediatos a la campaña
de Cepeda (entre marzo y diciembre de 1859) El Nacional Argentino, diario oficial de
la Confederación, regresando luego a Buenos Aires. Bilbao colaboró con gusto con la
Revista del Paraná, enviando materiales desde Buenos Aires, aportando con todos
ellos elementos ricos y fuera de lo común. Para el segundo número envió un ensayo
breve, “El desterrado”, que en gran medida habla de él mismo y de su generación. Este
es uno de los textos de más ágil lectura en la sección literaria. En la línea radical,
racionalista y a su vez romántica, aprendida de su admirado maestro Quinet, de
Lammenais –a quien cita en el epígrafe- y de su propia experiencia de luchas cívicas
en varios países sudamericanos, el texto llega a conmover por su mensaje, pero
también por su autorretrato, escribiendo en su patria adoptiva luego de sucesivos
destierros:

“…La aspiración es el presentimiento de una patria futura; el recuerdo es la ausencia


de una patria conocida; pero el deber es la posesión de la eterna patria. He aquí cómo
acabará el destierro (…) ¡Feliz el que vuelve a su patria! Su mirada devora las
distancias, su memora arranca del pasado las imágenes, el alma le anticipa los
aspectos de su tierra (…) Pero así como al divisar las perspectivas de la tierra natal,
cuando después de larga ausencia y desde la superficie del océano, vemos aparecer
las crestas nevadas de los Andes (…) y todo en la naturaleza nos habla como un ser

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animado por todos los amores (…) así también, el desterrado reconoce la fisonomía,
el acento, la palabra de la eterna patria, en las conquistas de la ciencia, en todo acto
de heroísmo, en las victorias de la justicia, en las transfiguraciones de los mortales,
en la rehabilitación de los caídos, en la marcha de los hombres y pueblos a la
fraternidad en la verdad. Y qué importa entonces llevar el sello del destierro si la
alegría del himno primitivo nos comunica el ritmo para marchar adelante (…) ¡Feliz
el que vuelve a su patria! Pero más feliz aún, el que la lleva consigo viviendo en justicia
y bendiciendo la vida.”

En el número 3 de la Revista apareció un documento aportado por Bilbao que


mostraba su profundo interés por las lenguas originales americanas. Se trataba de “La
brevedad de la vida”, uno de los sesenta cantares de Netzahualcoyotl, originalmente en
el idioma Nahuatl que hablaban –y aún hablan- los Mexicas o Aztecas. Quesada le
dedica un comentario:

“…El poeta que ha podido expresar los conceptos que van a leerse no era un salvaje ni
un bárbaro, revela un corazón sensible a las mil armonías de la creación, y manifiesta
un alma culta capaz de concebir los misterios de la vida del espíritu. El pueblo que en
una asamblea de notables escuchaba esos cantares no es un pueblo inculto, y el
idioma que servía para transmitir esos conceptos prueba la civilización de ese pueblo.
Es sabido que entre los mexicanos era costumbre transmitir los grandes hechos a sus
antepasados por figuras pintadas sobre pieles, sobre telas de algodón o sobre cortezas
de árbol, las que el fanatismo de los primeros misioneros, considerándolas como
monumentos de idolatría las redujo a las llamas; pero entre las costumbres de aquel
pueblo primitivo y sorprendente, había una que la providencia tal vez reservaba para
probarnos la cultura de los súbditos del imperio de Moctezuma. Ente los mexicanos
se consideraba como esencial a la educación, enseñar a sus hijos las canciones
históricas de sus grandes poetas, y tal vez por este medio pudo llegar al conocimiento
de los conquistadores el cantar del poeta Netzahualcoyotl, que publicamos hoy en la
Revista. Ignoramos cuándo y quién lo ha traducido español, pues el primer
conocimiento que de él tenemos es por las siguientes palabras del señor Bilbao:
‘Adjunto a Ud. Una notable poesía mexicana indígena. Creo que es a más de una
poesía, un documento para la Revista’…”.

En el número 5 se publicaba la última colaboración de Bilbao para esta revista,


esta vez en la sección de Historia. Se titulaba “Estudios filológicos”, y en él aportaba,
además de un llamado de atención a favor del desarrollo de esta ciencia en la región-
un documento poco conocido, de la época de la guerra de independencia, escrito en
cuatro idiomas, según nos relata nuevamente Quesada:

“El erudito y distinguido escritor sud- americano don Francisco Bilbao, nuestro
amigo y colaborador, nos ha dirigido la interesante y notable carta que publicamos,
llamando la atención sobre la importancia de los estudios filológicos de las lenguas
primitivas de América. El documento que sugiere esas observaciónes al señor Bilbao
está en español, aimará, quichua y guaraní, y pertenece a su biblioteca…”.

Aprovechaba la oportunidad con ello Quesada para insistir en su interés en el


desarrollo de los estudios de las lenguas autóctonas americanas, que había ya iniciado

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

con su artículo sobre el Quichua en Santiago del Estero. En esta presentación


explicitaba:

“…por nuestra parte, no cesaremos de instar a nuestros amigos se consagren a esos


estudios, muy especialmente sobre el guaraní y la lengua quichua (…) El guaraní se
habla en el Paraguay y Corrientes, es un idioma rico, del cual los jesuitas escribieron
y publicaron una gramática, diccionarios y varias obras. La Quichua que es el idioma
general de Bolivia y el Perú, se habla en Santiago del Estero, los valles de Calchaquí
de Salta, la entienden en parte de Catamarca y la hablan en Jujuy; la vasta extensión
que abraza, lo adelantado de la civilización de los Incas, son circunstancias que la
hacen digna de especiales estudios”.

Bilbao, por su parte, presentaba las cuatro versiones del breve decreto
sancionado por la -Asamblea del año XIII, bajo la firma de Tomás Antonio Valle e
Hipólito Vieytes, con una intención doble: la primera, destacar su sentido libertario y
americanista; la segunda, su interés filológico. Decía Bilbao en su carta al Director:

“Siendo uno de los principales objetos de la Revista que usted ha fundado y que bajo
tan felices auspicios continúa, el presentar una tribuna a la inteligencia americana
especialmente consagrada a las cosas de América, creo satisfacer uno de ellos,
comunicando a usted un documento de los tiempos de la independencia. Ese
documento que adjunto, es relativo al decreto que abolía el tributo, mita,
encomiendas, yanaconazgo y servicio personal de los indígenas, noblemente
redactado con el laconismo de la verdad y la dignidad de la justicia, y al mismo tiempo
traducido a los idiomas Quichua, Aymará y Guaraní, para que fuere entendido por los
que habitan las orillas del Paraná, del Bermejo, los valles de Bolivia y las sierras del
Perú hasta el Ecuador, revela a juicio mío otro aspecto que se quiere desconocer hoy
día de la Independencia Americana. Ese aspecto era, la solidaridad de causa, la
fraternidad humana, la igualdad de las razas que se convocaban a tomar parte de la
formación de la nueva ciudad que levantaban nuestros padres…”.

Y en cuanto al aspecto filológico, obsérvese lo avanzado de sus afirmaciones, la


elegancia de las hipótesis, el cuidado con que evita transformarlas en afirmaciones
definitivas, y el temprano uso de una tabla de contingencia para guiar la búsqueda de
posibles correlaciones:

“Ahora me queda tan solo que expresar un voto por el estudio de los idiomas de
América. Creo que la filología resolverá un día grandes problemas filosóficos relativos
a las primeras creencias, a los dogmas fundamentales, al esclarecimiento de la
formación y propagación de la especie humana, a la solución del problema de las
razas, al establecimiento de una gramática general, a la explicación del misterio del
origen de la palabra y de su desarrollo tan variado sobre la superficie de la tierra. Bien
sé que tales resultados no podrán operarse sino obrando sobre una multitud de datos.
El estudio de las lenguas orientales ha hecho grandes progresos y preciosos resultados
se le deben; y es por eso que el estudio de las lenguas de América, será indispensable
para coronar la obra y conocer el origen y migraciones de nuestros primeros
habitantes (…) presentaremos a la inteligencia del filólogo un hecho que arroja el
examen numérico de las vocales empleadas en los idiomas del documento

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transcripto:

Idioma
Vocal
Aymará Quichua Guaraní

A 370 194 162

E 36 23 89

I 120 101 79

O 1 5 58

U 57 64 47

Es de notar en el Aymará la abundancia excesiva de la a, y la ausencia de la o, pues en


un fragmento que contiene 370 a sólo se encuentra una o. El examen de este misterio
–continúa Bilbao- puede hacernos llegar a conocer los elementos positivos de los
idiomas y las causas simples o complejas que determinan la formación de la palabra,
su eufonía dominante, su índole particular y la raíz de su desarrollo sucesivo…”.

Luego de pasar revista a numerosas palabras universales y primitivas de varios


idiomas, incluidos el griego, el hebreo y especialmente el sánscrito, en los que la “a”
predomina, se pregunta:

“Si la vocal a es la fundamental y primitiva, es claro que el idioma en que domine, ha


de conservar más la fisonomía antigua de su origen como se ve en el sánscrito. Y si
esta observación fuese después justificada, ¿no sería el Aymará, uno de los idiomas
más antiguos del mundo, haciendo por este solo hecho retroceder la cronología
americana a las épocas coexistentes del sánscrito? (…) ¿Qué es lo que determina la
preferencia por ciertas letras y sonidos en las razas? ¿ Es la influencia del frío o del
calor, de la electricidad, de la humedad, es la altura, la atmósfera, el aire más o menos
oxigenado que se respira, es la repercusión de la voz en los valles, en las llanuras o
montañas, es una disposición particular en la constitución del cerebro, o en la
organización de los órganos de la voz, el pulmón, la garganta, la quijada, la lengua, el
paladar, los dientes y los labios, qué determina la rotundidad de las sílabas, el estridor
de las consonantes, la eufonía particular a los idiomas madres? (…) Incapaces de
resolver ese problema, y de operar sobre las masas de documentos cuyo examen y
estudio sería necesario, indicamos tan sólo a los filósofos americanos la importancia
y la atracción de semejante objeto…”.

Las secciones de Legislación y de economía política fueron menos extensas, aunque no


menos orientadas a producir herramientas nuevas en la constitución nacional de
ambos campos. La sección de legislación fue hegemonizada por el libro de Quesada
titulado “Del Juicio Político en la República Argentina”, que se publicó por partes entre
los números uno y cinco de la revista. Otros materiales fueron, en el número 1, una
introducción de Juan B. Alberdi sobre la formación del abogado en América del Sur;

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en el número 5, reproducción de un artículo de don Francisco Cárdenas: “Necesidad


de la entrega para la translación del dominio”. En los números 7 y 8, un material
complementario del iniciado en la sección de historia: “Causas célebres” sobre la
muerte de Monteagudo, por Gerónimo Espejo. El resto de la sección fueron vistas
fiscales de Martín Lucero, de Ramón Ferreira y de Baldomero García (este último
reproducido de “El Foro” de Buenos Aires). En la sección de economía política sólo se
publicaron tres artículos, que recorrieron la agenda temática de época en la capa
dirigente del Estado, esto es, inmigración, infraestructura de transportes y crédito:
“Los caminos que andan”, por el Barón de Viel Castel (número 2, proyecto de traza de
ferrocarril, especialmente desde Rosario a Córdoba); “Fragmentos de economía
política” por el Dr. A. Brougnes, sobre crédito público (número 3), e “Inmigración
alemana en el Río de la Plata”, sobre el potencial de dicha inmigración, por José
Francisco López (numero 8).

Hasta aquí un breve resumen de los contenidos, que nos muestra una labor por cierto
no pequeña: Recopilación de valiosa documentación inédita, reflexiones históricas,
esbozos de debate, compilación de artículos geográficos sobre el interior del país,
valorización ante el público argentino de la persona y obra de Juana Manuela Gorriti,
un poema avanzado para su época del joven y recién retornado al país Carlos Guido
Spano, y por supuesto, haber cumplido el compromiso de una publicación de calidad
orientada al espacio intelectual por encima de las luchas “de la política militante”.
Algunos planteos problemáticos como el sugerido por Bilbao en filología eran
estimulantes y acordes con el nivel del debate intelectual de su época en el mundo
occidental. Incluso en la más humilde labor de intercambio, de formación de un
“estado de la cuestión” y de reproducción de materiales, la sola mención de los
participantes que logró incluir la revista inspira respeto. Entre los medios de los que
se reprodujo material hallamos también un criterio de calidad y apertura, aunque
también limitado, como el de colaboraciones, por el alcance de la red de contactos de
Quesada y por la imposibilidad de superar la barrera del conflicto civil en ciernes.
Faltaban por ello reproducciones de material proveniente de los escritores porteños o
de sus mejores contactos. Un breve recuento de orígenes de las reproducciones
muestra este perfil: El Nacional Argentino, El Pacífico, Revista de Sudamérica,
Revista de Lima, El Comercio de Lima, Museo Literario, El Constitucional, La Gaceta
de Bolivia, La Reforma Pacífica, El Foro, La Revue Britanique.

Inconvenientes, vicisitudes

Las 360 páginas del primer tomo, al cumplirse los seis meses de edición, se cierran con
un índice completo del contenido. Al presentar el número 7, que comienza su
numeración nuevamente con la página 1, abriendo el segundo tomo, la ocasión era
propicia para un recuento y balance. Quesada lo hacía del modo siguiente:

“Al fundar la Revista del Paraná decíamos en el prospecto estas palabras: ‘no estamos
desanimados, vamos a hacer este esfuerzo, porque abrigamos la esperanza que el
pueblo de la República protegerá las sanas tendencias de la Revista’; y así ha sucedido,

258
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

las listas de suscripción que publicamos como un homenaje de agradecimiento a la


protección del país, es un testimonio inequívoco de la favorable acogida que han
encontrado nuestras tendencias”.

Sin embargo, en el mismo texto continuaba Quesada:

“…no hemos cesado, ni cesaremos de propender a la mejora de una publicación difícil


de suyo, que ha nacido en medio de una crisis política, que vive en momentos en que
los medios de comunicación se han interrumpido, haciendo más difícil y costosa la
remisión de las entregas y el cobro de la suscripción. Sin embargo, haremos cuanto
dependa de nosotros para asegurar la vida a esta publicación y para corresponder al
decidido apoyo del pueblo, el más apetecido para nosotros, el más noble y más
honroso”.

Las dificultades, como puede observarse, no eran pocas, pero no ponían en duda la
continuidad. Otros asuntos fueron aún más dificultosos, sobre todo aquellos
orientados a lograr un alcance verdaderamente nacional en la red de colaboradores
con presencia de miembros de todos los partidos:

“El pueblo que sostiene publicaciones de este género, revela ya necesidades cultas del
espíritu, pues mantienen un periódico ajeno a los intereses de los bandos políticos y
a la lucha apasionada de los partidos. Los suscriptores pertenecen a todos los colores
políticos, y creemos haber sido leales a nuestro prospecto, manteniendo la Revista
prescindente de la política militante (…) Invitamos por medio de circulares a todos
los hombres que creíamos capaces de ayudarnos, prescindiendo absolutamente del
partido político a que pertenecían; sentimos decirlo, las pasiones políticas han
dominado a muchos, que no han querido escuchar nuestra invitación. Ingenios
notables han permanecido indiferentes a nuestro llamamiento, absorbidos por la
lucha. Decimos esto, para que no se crea que hemos hecho exclusión de nadie, cuando
se note que faltan entre los colaboradores algunos literatos argentinos que figuran
con honra en la república de las letras”.

Fue ésta una de las dificultades mayores: a seis meses de iniciada la publicación, no se
lograba evitar entre los escritores porteños la sensación de que se trataba de un
emprendimiento del Estado confederal. A esta carencia Quesada no sólo le hizo frente
explicitando la situación ante sus lectores, sino también mostrando un listado de
colaboradores que –dadas las circunstancias descritas- mostraba un éxito no menor,
aunque confirmativo de que no lograba trascender los límites del espacio de militantes
y simpatizantes de la causa: En Paraná: Ramón Ferreira, Baldomero García, Manuel
Lucero, Nicolás Calvo, Juan Francisco Seguí, Fernando Arias, Gerónimo Espejo,
Eusebio Ocampo, Facundo de Zubiría, Manuel Leiva, José María Zuviría, José
Francisco López, Carlos María de Viel-Castel. En el resto de Entre Ríos: Benjamín
Victorica, Ángel Elías. En Buenos Aires. Francisco Bilbao, José Tomás Guido, Miguel
Navarro Viola, Emilio de Alvear, Damián Hudson. En Corrientes: Juan Pujol, José
María Rolón, Miguel Vicente López, Juan Nepomuceno Alegre. En de Santa Fe:
Avelino Ferreira, Evaristo Carriego, Manuel A. Pueyrredon. En Córdoba: Ramón Gil
Navarro. En Tucumán: Juan Elías. En Salta: José Manuel Arias. En Jujuy: Manuel

259
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Padilla, Daniel Aráoz y José Benito Bársena. En Catamarca: Benedicto Ruzo y


Mamerto Esquiú. En La Rioja: Nicolás Carrizo. En Mendoza: Fernando Urizar Garfias.
En otras repúblicas sudamericanas: Juana Manuela Gorriti en Perú; Gregorio Beeche,
Juan Ramón Muñoz, Manuel Guillermo Carmona y Benjamín Vicuña Mackenna en
Chile; Alfredo Marbais du Graty en el Paraguay, José Vázquez Sagastume en la
República del Uruguay. En Europa:

“contamos en París con el conocido y estimado escritor sud- americano don J.M.
Torres Caicedo, redactor de la parte política del Correo de Ultramar, quien ha tenido
la bondad de aceptar nuestra invitación y nos dice en carta datada en París a 22 de
Abril último, estas palabras. ‘No fallaré en excitar a los literatos y publicistas
americanos para que envíen a usted sus producciones. Usted y yo estamos de acuerdo
en la idea capital de reunir intelectual, política y comercialmente a los Estados de la
raza latina-americana´’. El Doctor don Juan Bautista Alberdi en carta datada en París
a 23 de abril último nos dice: ‘tendré mucho gusto en remitirle todo lo que yo crea que
puede ser útil a la Revista, de las cosas que aparezcan en la prensa de Europa.’.”

Completaba Quesada su esfuerzo por demostrar el máximo de amplitud en su


convocatoria, prometiendo la extensión de la red de colaboradores en países de
América, aclarando, además:

“Para dejar en libertad a los numerosos colaboradores con que contamos, hemos
establecido por base: La redacción no es colectivamente responsable de las ideas o
principios contenidos en los diversos artículos de la Revista, cada cual responde de lo
que lleva su firma, por cuya razón no aceptamos el anónimo,

Otro modo de presentar la repercusión amplia que tuvo la revista fue el de mostrar sus
ecos en la prensa nacional y extranjera, que “…se ha mostrado interesada en la
prosperidad de la Revista, con muy raras excepciones…”. En este caso sí pudo darse el
lujo Quesada de dar cuenta de repercusiones al otro lado del Arroyo del Medio:

“…aprovechamos la oportunidad de dar las gracias a los periódicos y diarios


siguientes que reprodujeron nuestro prospecto: El Correo Argentino (Paraná), El
Boletín Oficial (Paraná), El Uruguay (Concepción del Uruguay). La Crónica Oficial
de Corrientes, El Eco de Entre Ríos (Gualeguaychú, era este un periódico favorable a
Buenos Aires), El Pueblo (Gualeguaychú), El Imparcial y El Eco Libre de la Juventud
(Córdoba), El Eco del Norte (Tucumán), El Ambato (Catamarca), La Tribuna y El
Nacional (Buenos Aires), El Salteño (Salto), La Patria (La Rioja), La Prensa Oriental
y La Nación (Montevideo). Entre estos diarios mencionaremos también a El
Progreso (Rosario), a la Revista de Sud América (Chile), y a la vez a La Soberanía del
Pueblo, a El Paraná y La Luz (Paraná) que han anunciado la aparición sucesiva de
las entregas con palabras más o menos animadoras”. Agradeciendo a todos estos
periódicos, concluía Quesada deseándoles “…prosperidad, cualesquiera que sea el
color político que representan”.

Un tema fundamental para la supervivencia de la Revista era el logro de suscripciones


oficiales. Por ello, aprovechó Quesada la oportunidad para destacar la respuesta de los
diversos gobiernos. En primer lugar, la del Gobierno de la Provincia de Entre Ríos, a

260
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

cargo del General Urquiza, que contestó con una carta elogiosa, que Quesada
transcribe, y una suscripción por veinticinco ejemplares. El Gobierno de la Provincia
de Buenos Aires se suscribió por diez ejemplares. El de Corrientes, por veinte, y
adjuntando una nota también muy conceptuosa firmada por el Gobernador. El
Gobierno de Santa Fe se suscribió por cuatro ejemplares. En notorio contraste con
estas respuestas, pasa Quesada a transcribir la carta de respuesta del Gobierno
Nacional, acompañada de un lacónico comentario:

“El Gobierno Nacional contestó en los términos siguientes: Ministerio del Interior,
Paraná, Marzo 14 de 1861. Señor don Carlos Casavalle. En vista del Acuerdo del 5 de
octubre último y motivos en que se funda, el Gobierno no puede prestar apoyo oficial
a publicación alguna periódica; y aunque la Revista del Paraná –por su carácter
literario y científico- merece especial atencion por parte del Gobierno; sin embargo,
cumpliendo la disposición citada, ha provisto con esta fecha, no acordando la
suscripción solicitada, lo que comunico a V. A sus efectos. Dios guarde a V. José María
Zubiría. Parece que una estricta economía ha impedido al Ejecutivo hacer la más
mínima erogación a favor de una publicación, la primera en su género que se inicia
en las provincias argentinas”.

El comentario era lapidario y mostraba la desazón de Quesada respecto del Gobierno


nacional. Agregaba luego el director una carta de Benjamín Villafañe en
representación del Gobierno Tucumano con buenos augurios para la revista pero
negando también toda suscripción. Concluía entonces:

“Los gobiernos de Entre-Ríos, Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe, han mostrado por
el hecho de suscribirse el deseo de proteger y estimular las letras argentinas. Les
damos las gracias por ese acto de protección que los eleva sobre los que no pueden o
no quiere comprender la importancia de protegerlas. Mientras algunos gobiernos
volvieron desdeñosamente la espalda a la publicación que se iniciaba en la Capital de
la República, el pueblo, con ese instinto y buen sentido que lo distingue, acogió y
protegió la idea, habiéndose agotado la primera edición de 600 ejemplares del primer
número, y viéndonos obligados a reimprimirlo. Hoy mismo está agotada la edición de
835 números que se tiran; no habiendo podido reservar el editor ningún ejemplar.
Habíamos pensado hacer quincenal la Revista, como una prueba del deseo de
corresponder a la numerosa suscripción; pero la situación política nos impide por
ahora que realicemos esta mejora. Nuestros lectores comprenden bien lo que han
aumentado los gastos, haciéndose más difícil la correspondencia, desde que están
suspendidas las líneas de vapor que ligaban los ríos Paraná y Uruguay con los
mercados de Buenos Aires y Montevideo, y estas causas nos impiden por ahora
introducir esa mejora. Sin embargo, apenas desaparezca esta crisis, trataremos de
mejorar nuestra publicación”.

Como puede observarse en estas líneas, las dificultades no eran pocas y la molestia por
la falta de apoyo del gobierno nacional y de muchos gobiernos provinciales no era
menor. Sin embargo, nada indica la posibilidad de cerrar la publicación. Por el
contrario, el anuncio es que en el futuro los servicios podrían ampliarse. Estamos a
fines de agosto, y resulta por ello difícil de aceptar el comentario del biógrafo principal

261
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

de Casavalle, respecto de que el 1º de Agosto “el traslado con la imprenta a Buenos


Aires era asunto resuelto”. Echemos primero un vistazo a la lista de suscriptores que
acompaña el comienzo del segundo tomo: figuran allí en total 653 suscriptores por un
total de 737 ejemplares, sin contar los suscriptores de la República Oriental del
Uruguay y otros países. Era una cantidad abundante, aún restando algunos ejemplares
de suscripciones suspendidas. No había, en ese momento, motivo alguno para cesar en
el intento. Pero si analizamos la composición de la suscripción, podemos comprender
el pronto final a la luz de la crisis de la Confederación: sobre 737 ejemplares suscriptos,
59 corresponden –como vimos- a los gobiernos de las provincias de Entre Ríos,
Corrientes, Buenos Aires y Santa Fe; 20 corresponden a la suscripción personal del
General Urquiza; 90 son de altos funcionarios de los gobiernos nacional y de
provincias, dignatarios militares y eclesiásticos; 30 son de legisladores, la mayor parte
de los cuales eran porteños desterrados; otros 6 corresponden a diplomáticos de
potencias extranjeras. Tomemos en cuenta, además, seis suscriptores del interior de la
provincia de Entre Ríos que cancelaron la suscripción. Es decir, sobre 737
suscripciones activas, 205 corresponden muy directamente al funcionariado y al
equilibrio de fuerzas imperante en el sistema de la Confederación. Esto es más del 27
por ciento de la suscripción. A esto debía agregarse que los costos de imprenta de
Casavalle eran lo suficientemente bajos debido a que dispone de la concesión del
Boletín Oficial de la Confederación, motivo principal por el que se trasladó a Paraná.
Por ello, la caída del gobierno confederal sería catastrófica para su empresa. Hemos
comentado, además, los problemas de distribución y cobro, agravados por la
dispersión de las suscripciones en Entre Ríos (7 localidades) y Corrientes (7
localidades). Geográficamente considerados, los ejemplares correspondían a:

Provincia Cantidad de ejemplares


Capital Provisoria de la República 180
Resto de Entre Ríos 247
Corrientes 102
Santa Fe 63
Buenos Aires 59
Córdoba 38
Tucumán 25
San Juan 15
Salta 8

Es notable la desproporción entre una gran suscripción lograda en la Capital


Provisoria, y una muy baja obtenida en Buenos Aires, donde la barrera del
enfrentamiento no se superaba en cuanto a la imagen de una revista “de la
Confederación” escrita por hombres de la Confederación.

262
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

El final, el principio

El fin de la Revista del Paraná –y con él, los comienzos del proyecto de la revista en
Buenos Aires- sobrevino, pues, con la crisis final de la Confederación. Tal como había
sucedido a Coni en Corrientes en la década anterior, las posibilidades de desarrollo en
una ciudad del interior –aún una ciudad importante- estaban, para un impresor y
librero profesional con ansias de progreso, atadas a acuerdos contractuales con el
Estado, y si estos se perdían, debía el emprendedor retornar a Buenos Aires. Así
sucedió con Casavalle. Se quedó en Paraná hasta el último minuto y sólo se marchó
cuando no hubo más nada que hacer. Recordemos que –a pesar de los graves
inconvenientes causados por la guerra y el bloqueo- la Revista podía sostenerse hasta
tanto se recuperase la paz, en la medida en que el Estado Nacional mantuviese sus
contratos con Casavalle, que los gobiernos provinciales apoyasen la iniciativa con
suscripciones y otras medidas de respaldo, que el sistema de correos y postas
funcionase mínimamente, que Quesada continuase como Funcionario de la Nación y
que el número mínimo necesario de suscriptores pudiese sostenerse con la tenue capa
dirigente de funcionarios de los tres poderes radicada en Paraná. En agosto de 1861
todo parecía indicar que se repetiría la campaña de 1859, al menos todo parecía
indicarlo en el microclima político de la Capital de la Confederación. Pero el 17 de
septiembre abrió paso a la victoria de Buenos Aires, situación que fue consolidándose
con el correr de los días, y que las fuerzas del general Mitre pudieron aprovechar. El
resultado de esto fue el inmediato caos: cese de pagos del Estado, incertidumbre, vacío
de poder, intrigas, y las fuerzas porteñas avanzando sobre el interior: Rosario primero,
hacia Córdoba de inmediato, amenazando pronto a Santa Fe. Nada indica que
Casavalle tuviese previsto el retorno a Buenos Aires en el mes de Julio, como se
desprende de la biografía escrita por Piccirilli. El impresor continuó a cargo de las tres
publicaciones a lo largo de todos los preparativos militares. El número 8 de la Revista
del Paraná (que sería el último), apareció el 30 de septiembre, es decir, casi dos
semanas después de la Batalla de Pavón (librada el 17 de Setiembre).

Pero un mes después de la batalla, el 14 de octubre, la situación en la Capital se había


tornado tan nebulosa, que el propio vicepresidente Pedernera, en ejercicio del Poder
Ejecutivo, decidió, en acuerdo de ministros, clausurar todas las publicaciones que se
editasen en Paraná, salvo el Boletín Oficial “cuya publicación continuará en la forma
establecida”. Concluía así el periódico El Paraná, y aunque la Revista no había emitido
juicio alguno sobre la actualidad, la decisión del Ejecutivo no la excluía. Aún así, la
esperanza no desaparecía, podía esperarse tiempos mejores, ya fuese porque el general
Urquiza se hiciese cargo de la presidencia para negociar o guerrear con Buenos Aires,
ya porque un acuerdo de paz restaurase la vida normal. Mientras tanto, Casavalle
continuaría con el Boletín y Quesada con sus funciones. Pero la situación se
deterioraba más y más. Ya a fines de septiembre el gobierno había hecho imprimir
proclamas en el Boletín Oficial abandonando toda neutralidad en esa publicación: “La
buena causa triunfa ya definitivamente sobre la insolente rebelión. Mitre, en su último

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

baluarte (…) habrá sucumbido probablemente a estas horas bajo el poder de las armas
nacionales triunfantes en Pavón…” (26 de setiembre). Pero a partir de mediados de
octubre desaparecieron tanto las referencias a los sucesos en marcha como la cantidad
habitual de documentos. Casavalle debió entonces recurrir a materiales de relleno. El
8 de noviembre, debe publicar la renuncia de Derqui a la presidencia. Las tropas
porteñas avanzaron hacia el norte; el 22 de noviembre se produce la tristemente
célebre matanza de Cañada de Gómez, y ya el 1ª de Diciembre se reciben en Paraná las
indicaciones del General Urquiza de que debía entregarse todas las instalaciones de la
Confederación a la Provincia, la cual reasumía la soberanía sobre su territorio, incluida
Paraná. La última edición del Boletín Oficial se dio al público el 3 de diciembre de 1861.
La semana subsiguiente fue dedicada por Pedernera a organizar una entrega lo más
ordenada posible del gobierno, que cesó en sus funciones el día 12 del mismo mes. La
Revista del Paraná no volvería a editarse. Para Quesada y Casavalle, había llegado la
hora de retornar a Buenos Aires.

La derrota de la Confederación a manos de la burguesía comercial porteña dio como


resultado en el naciente campo intelectual un retroceso en la dirección que iba
tomando la construcción de una hegemonía moderna basada en la articulación
igualitaria de las regiones políticas y económicas del país. La historia continuaría su
desarrollo en la construcción de un relato común del pasado que constituyese la
identidad nacional, pero el interés central mostrado por el periodismo de la
Confederación por constituir la historia y geografía nacionales a partir del estudio de
todas las provincias dejaría lugar a un relato basado en la centralidad de Buenos Aires
y su elite comercial. Las inquietudes americanistas cederían paso –durante varias
décadas- a un europeísmo extremo. Y la literatura marcharía hacia la modernidad con
signos de fractura entre el espacio del nacionalismo federalista orientado temática y
estilísticamente hacia el interior profundo con expectativas de conexión directa con la
tradición latina clásica (Olegario Andrade, Francisco Fernández) o la gauchesca
(Hernández), y la tradición porteña europeísta.

En Entre Ríos, el impulso aportado por la Revista del Paraná sumado al de los
periódicos impulsados por Urquiza en las principales ciudades entrerrianas, y a la
irrupción en escena de las primeras camadas de egresados del Colegio del Uruguay,
dio rápidamente frutos con la aparición de las primeras revistas literarias (como El
Alba y El Cóndor) en la década de 1860, la continuidad de los estudios históricos
provinciales y el desarrollo de una era dorada del periodismo, la poesía y la
dramaturgia provinciales. A medida que el territorio de autonomía del campo cultural
se fue desarrollando junto a la reformulación de las relaciones de fuerzas sociales (en
las que la burguesía portuaria sería finalmente subordinada a la pujante clase
terrateniente), también en Entre Ríos pudo articularse no sin dificultad tales espacios.
Así, los debates entre Andrade y Carriego sobre el rol de Urquiza en la modernización
circulaban en carril distinto que la creación literaria del primero, quien a su vez llegaría
a ser reconocido como poeta nacional por los otrora enemigos. Mitre llegaría incluso a
reconocer el carácter pionero del Colegio del Uruguay en el impulso dado a la literatura
nacional e incluso en la creación de la primera cátedra de Literatura Nacional

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

implantada en Sudamérica. Hacia el fin de siglo, figuras surgidas del Colegio del
Uruguay como José S. Álvarez (Fray Mocho), Onésimo Leguizamón y Emilio Onrubia,
con las experiencias de una revista masiva de interés general, un diario moderno y una
estrategia comercial de producción teatral respectivamente, así como el impacto del
arielismo y el modernismo, mostrarían hasta qué punto la transición cuyo origen
rastreamos aquí estaba concluida, y las revistas de construcción del campo dejarían su
lugar a nuevas experiencias.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

2.6. Del Estado al mercado


Alejandra Ojeda y Julio Moyano

266
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Del Estado al mercado: El periodismo mitrista en la modernización de la


prensa argentina (1862-1904) 40
Alejandra Ojeda y Julio Moyano

0. Abstract

El otrora hegemónico partido liderado por el general Bartolomé Mitre (Partido


Nacional) construyó una sólida red periodística aprovechando el triunfo militar y
político de su jefe en 1862: Durante su presidencia (1862-68) se anuló numerosos
periódicos federalistas de las trece provincias del Interior del país, y se los reemplazó
por otros afines. En Buenos Aires, al apoyo generalizado de la prensa, se sumaron
nuevos medios propios que habrían de ser, en las siguientes décadas, símbolo de la
prensa de alcance nacional, algo que otros medios de grandes ciudades no habían
logrado en plenitud hasta ese momento. Dos grandes diarios surgieron al amparo de
su presidencia: La Nación Argentina (1862), rebautizada La Nación en 1870, y El
Inválido Argentino (1867) precursor de La Prensa en 1869, ambos alcanzando un
gran éxito político, cultural y empresarial en el siguiente medios siglo, y ambos con
continuidad hasta el tiempo presente.

Si bien la dura derrota del mitrismo en 1874 y sobre todo la Conciliación política de
1877-78 producen diferencias entre los propietarios-directores de La Nación
(Bartolomé Mitre) y La Prensa (José C. Paz), una y otra vez hallarán puntos de
coincidencia para enfrentar en común al nuevo hombre fuerte del país desde 1880: el
general Julio Argentino Roca, así como defender sus coincidencias. Pero a su vez, sus
diarios hallarán en el marco de la modernización económica e institucional del país,
el lugar de prósperas empresas cuyo valor patrimonial superará con creces su
funcionalidad política. De allí que la innovación y diversificación de medios ensayada
por la familia Mitre y sus colaboradores políticos del ámbito periodístico impactará
no sólo en la política, sino también en la formación de una industria gráfica
plenamente moderna.

De este modo, hacia fines del siglo XIX varias de las experiencias periodísticas
argentinas más innovadoras en lo técnico, comercial, periodístico y estilístico
aparecen asociadas a figuras de la primera y segunda línea de la antiguamente
predominante facción mitrista, la cual, aún tras sucesivos fracasos políticos, no pierde
la esperanza de volver al gobierno. El inicio del segundo período presidencial de Roca
(1898) hallará –una vez más- suficientes puntos de coincidencias entre ellas desde la
oposición, como para hacer causa común en el grueso de los tópicos tratados. A los
dos grandes diarios se sumarán la nueva (tercera) época de El Nacional (bajo la
dirección de Pedro Bourel) y la novedosa revista Caras y Caretas (por Bartolomé

40
Moyano, Julio y Ojeda, Alejandra (2015) “Del estado al mercado: el periodismo mitrista en la
modernización de la prensa argentina (1862-1904)”. En: Pineda, Adriana y Gantús, Fausta: Recorridos
de la prensa moderna a la prensa actual. México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,
Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica y Universidad Autónoma de
Querétaro. Pág. 55 a 89.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Mitre y Vedia, hijo del General y director de La Nación por más de una década, y el
español Eustaquio Pellicer). Esta red periodística atraviesa en el decisivo segundo
período roquista una rápida transición entre la primacía de la función política de la
prensa y la primacía de su condición de próspera industria: paradójicamente, el
notorio fracaso político de esta red contrastará con la impactante innovación técnica,
estética, económica y estilística de esta prensa.

1. Introducción

Entre 1894 y 1904 la tecnología gráfica de diarios y revistas vive una auténtica
revolución, tanto a escala mundial como en su impacto en la República Argentina: la
irrupción de las máquinas linotipos y monotipos para la composición en caliente, los
nuevos adelantos en rotativas, mejoramiento en las técnicas de cromolitografía y de
fototipia, el patentamiento de las máquinas de huecograbado para la impresión color
de calidad, el patentamiento y generalización de la fotocromía y de la técnica de half
tone para la impresión de fotografías en las masivas tiradas de prensa, son sólo
algunas de las transformaciones, que a su vez se ven acompañadas por nuevos
dispositivos y prácticas de uso: revistas ilustradas, magazines de interés general,
inclusión habitual del fotograbado en la prensa diaria, profesionalización del oficio
de fotografía de prensa, cámaras más versátiles, masificación del pegado de afiches
callejeros, intercambio internacional de postales, etc., por mencionar en una lista
ecléctica algunos de los de mayor impacto en los propios relatos de prensa
contemporáneos a los cambios41.

En Argentina, si bien no hay un proceso industrial que genere patentes nacionales en


gran escala, sí es notable una rápida apropiación de buena parte de estas tecnologías.
Los grandes diarios y revistas adoptaron estas maquinarias, técnicas y dispositivos
prácticamente en tiempo real, a medida que comenzaban a difundirse en sus países
de origen y ofertarse para su compra en las periferias agroexportadoras. Las
experiencias de Bourel (La Ilustración Argentina, 1881) fueron rápidamente
imitadas, y La Ilustración Sudamericana (fundada por Rafael J. Contell en 1892)

41Si bien en los cuatro principales países protagonistas de la revolución técnica en la impresión, la
fotografía y otras técnicas asociadas –Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos- ven
desplegarse más tempranamente su aplicación en la prensa diaria (y poco después, en el novedoso
mercado de magazines), la expansión del mercado mundial producida por la revolución industrial
permite una rápida colocación de maquinarias de avanzada en países asociados al naciente modelo
agroexportador, como es el caso de la Argentina, y a partir de ello, una rápida adaptación de modelos
de negocio triunfantes en los países a la vanguardia de la industria. La reducción del tamaño de los
pliegos se generaliza en el país quince años después de su irrupción en Estados Unidos, pero a
comienzos del siglo XX las imitaciones de los cambios de estrategia o incorporaciones técnicas se
producirá en muchos casos con una diferencia de meses. Los magazines masivos triunfan en Argentina
una década después que en Estados Unidos (Caras y Caretas se funda en 1898); la aplicación de
técnicas avanzadas de grabado y fotograbado se incorporan a las revistas ilustradas con menos de dos
años de diferencia respecto de sus pares europeas, tanto tras los avances de comienzos de la década de
1880, como tras el salto tecnológico producido en 1894 en Francia y Estados Unidos, en tanto la
inclusión de la imagen fotográfica en el diarismo se presenta con una diferencia apenas mayor (Cfr.
Tell, 2009; Szir, 2009; Ojeda, 2009; Romano, 2005).

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desarrollaría en 1893 y 1894 las innovaciones recientemente desplegadas en Europa.


La revista Caras y Caretas (fundada en 1898 por Mitre y Vedia, Pellicer y Fray
Mocho) incorpora con carácter intensivo y sistemático todas estas innovaciones:
formato magazine, integración de texto y aviso publicitario en la misma página
diseñada, uso intensivo de la fotografía como recurso informativo, impresión a color,
nuevas técnicas de promoción y publicidad, nuevas máquinas de impresión, equipo
profesional de fotógrafos, etc. Los grandes diarios, como La Nación y La Prensa
incorporarán la fotografía a partir de 1901, primero tímidamente, luego en la
presentación de suplementos especiales y finalmente en forma regular.
Cromolitografías inundan paredes, ponen de moda el intercambio de tarjetas postales
y revolucionan el empaque de productos como cigarrillos, vinos, útiles de higiene y
perfumería o alimentos envasados, los que, a su vez, son utilizados en la propaganda
política electoral.

Pero esta auténtica revolución técnica no sólo impacta en la prensa desde


maquinarias y dispositivos: el cambio de paradigma que llevó a la prensa, tras las
revoluciones burguesas, desde la pertenencia al Estado hacia el auto- sostén por
suscripciones y avisos, y desde allí al negocio de captación de público para obtener
altos precios de los espacios pagos, está impactando con toda su fuerza, por medio de
un vasto arsenal de productos con marca, provenientes tanto del mercado mundial
como de una incipiente industria nacional. La facturación por avisos crece
exponencialmente, y por primera vez, el valor económico de una gran empresa
periodística puede superar el interés que reporta su uso en la lucha política por
acceder al poder del Estado.

Sin embargo, los grandes protagonistas del periodismo argentino de fines del siglo
XIX y comienzos del XX se encuentran –todos- vinculados a la elite política y a las
luchas por el acceso al poder gubernativo. Y como los periódicos siguen dependiendo
en gran medida del apoyo estatal, los enfrentamientos electorales incluyen épicas
batallas por disponer de una red lo más amplia posible de periódicos subsidiados con
compras masivas, exenciones de circulación, avisos de empresas amigas, subsidios
directos o puestos en el Estado (Cfr. Alonso, 2010, 2008; Scobie, 1964). No escapan
a ello siquiera los “grandes apellidos” de la prensa ya consolidada como gran empresa.

En este trabajo reseñaremos un protagonista decisivo de este período histórico de


modernización de la prensa argentina: la familia Mitre, su red de lealtades políticas y
sus periódicos desde la perspectiva del tránsito entre reglas para una prensa
fundamentalmente anclada en el Estado hacia una basada en reglas empresariales de
mercado, pues se trata no sólo de un protagonista mayor de las experiencias más
importantes e innovadoras en la prensa, sino de un grupo cuyo tránsito desde la
prensa estatal hacia la prensa empresarial moderna se completa, precisamente,
durante el sexenio correspondiente a la segunda –y última- presidencia del general
Julio Argentino Roca, transcurrida entre 1898 y 1904.

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2. Del poder a la proscripción (1862-1874):

Mitre, nacido en 1821, había ejercido el periodismo desde muy joven, en el exilio de
las corrientes antirrosistas, protagonizando o fundando periódicos en Uruguay,
Bolivia y Chile, pero había saltado al primer plano de la política de Buenos Aires con
la revolución de septiembre de 1852, y sobre todo, con la defensa de la ciudad durante
el sitio de Lagos (1852-53). Ejerció el periodismo en varios medios de la década de
1850, especialmente en El Nacional y en Los Debates, este último, de su propiedad
en su nueva etapa de 1857. En la misma década fue comandante militar de la
provincia y Gobernador. Luego, entre 1862 y 1868, fue Presidente del país unificado,
y al concluir su mandato intentó continuar siendo el “hombre fuerte” de la política
nacional. Alzado en armas contra el resultado electoral de 1874, sufrió una
catastrófica derrota política y militar, de la que no habría de recuperarse, pero
continuó intentando retornar a la presidencia hasta sus últimos años, manteniendo
el liderazgo de su fracción política.

Al ascender a la presidencia de facto en febrero de 1862, Mitre había fundado un


diario: La Nación Argentina, reconvertido en La Nación en enero de 1870. La
importancia de este diario en los combates políticos de Mitre fue decisiva, pero Mitre
también ejercía el padrinazgo o apoyo a numerosas otras publicaciones, en una
actividad (generosa, pero no exenta de beneficios políticos) de subsidios tanto
estatales como particulares, para publicaciones locales y sectoriales, como lo fueron
todos los diarios porteños favorables a la política de confrontación con la
Confederación entre 1853 y 1861, el apoyo al periódico “de color” El Proletario en
1857, práctica de apoyo a esta colectividad que continuará todavía en la década de
1870, o el apoyo a periódicos liberales del interior del país (Díaz, 2004; Moyano,
2008).

Mitre conocía muy bien los delicados mecanismos de apoyo y control del Estado sobre
la prensa: pago de sueldos a empleados de imprenta, provisión de insumos, subsidios
directos, compra de cantidades de ejemplares por número, permiso informal a
empleados públicos para ocupar parte de su tiempo en el periodismo, etc. En 1860,
por ejemplo, se había visto obligado, en su rol de Gobernador de la Provincia de
Buenos Aires, a suspender los subsidios a los dos diarios más importantes de la ciudad
(El Nacional y La Tribuna) como medida de presión frente a su discurso guerrerista
en medio de las negociaciones con Urquiza (Cfr. Moyano, 2008).

Pero es al ascender a la presidencia cuando se produce su gran oportunidad de


instalar un diario propio, que defienda su gobierno. Cuando aún es presidente de
facto, el sábado 13 de septiembre de 1862, se publica por primera vez La Nación
Argentina, pocos días antes del aniversario de la batalla de Pavón (librada el 17 de
septiembre de 1861). La dirige José María Gutiérrez, secretario del presidente Mitre,
“para explicar su política, para ser el verbo de su ideario en acción" dirá ochenta años
más tarde Adolfo Mitre en su libro apologético de la labor del General (Mitre, A.,

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

1943). Nace con "cerca de dos mil suscriptores", destacando que este hecho "es nuevo
en Buenos Aires, y tiene la más alta significación".

Gutiérrez dirá, en el editorial de primer número de su diario (13 de septiembre de


1862): "La Nación Argentina no ha ido en busca de la opinión, sino que ha nacido
espontáneamente de ella". Un mes más tarde, el 12 de octubre, iniciaba Mitre su
presidencia constitucional de seis años. Adolfo Mitre (1943) comenta: " El diario
oficial se caracteriza por la mesura, y antes de defender explica, y antes de combatir
defiende". Pero -y más allá del carácter retórico de esta cita apologética- la actitud
apacible se mantuvo sólo durante los momentos en que la política se abría paso entre
los mandobles del discurso de la prensa preexistente a 1861, propio de las luchas de
facciones y caudillos, de Estados militarizados y sociedades civiles aún débiles.
Cuando los modos faccionales de lucha amagaron reaparecer, o cuando los remezones
de la guerra civil en el interior llevaban las cuestiones al terreno de las armas, este
diario ha tomado actitudes tan altamente radicales y discursivamente comprometidas
e incluso militarizadas como fue necesario para sostener la adhesión en los
enfrentamientos. El mismo Presidente Mitre se toma su tiempo para escribir durante
la Guerra de la Triple Alianza desde el frente de batalla para defender su accionar, o
para intentar promover a su sucesor en la presidencia.

La tecnología utilizada por La Nación Argentina (Septiembre de 1862 a Diciembre de


1869) era avanzada para su época en relación con el equipamiento disponible en el
país, pero aún estaba muy lejos de lo que hoy conocemos como equipamiento
"moderno". Decía el diario:

"Contando la imprenta por la que se publica La Nación Argentina, con una poderosa
máquina á vapor. y con la variedad más completa de tipos que posea establecimiento
alguno en la ciudad, podemos asegurar á los Sres. que se dirijan á hacer uso de
nuestras columnas, que publicaremos los avisos en la forma, tamaño y gusto que
pidan los interesados. Advirtirndoal [Sic] mismo tiempo, que, poseyendo el
establecimiento un sistema nuevamente inventado para grabar sin buril, se pueden
dotar á los avisos de las láminas o indicaciones que quisiesen agregarse, mediante una
pequeña retribucion sobre el precio del aviso sencillo, pudiendo despues disponer el
dueño de la plancha.
Como la publicidad es una gran palanca para hacer fortuna, llamamos la atención del
público sobre las ventajas que ofrece La Nación Argentina sobre los otrosdiarios [Sic],
y esperamos que los amigos nos favorezcan con sus trabajos.
Quedarán satisfechos tanto por la modacidad de los precios, como por la perfección y
la forma en que se hará la publicidad de los avisos" (La Nación Argentina, N° 4, 17
de septiembre de 1862).

Como puede notarse, a pesar de que el medio se hallaba anclado en el aparato estatal,
Mitre no perdía la fe –compartida por los políticos de su generación- en la
construcción de una prensa en manos privadas, capaz de autosostenerse a través de
suscripciones y avisos, como lo demostraba ya la prensa europea. Esta prensa, por
otra parte, buscaba demostrar su propia objetividad, independencia y compromiso

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

con la expresión de la opinión pública. De momento, sin embargo, tal cosa está lejos
de suceder.

Como periódico oficialista, La Nación Argentina tuvo amplia difusión, se distribuía


entre funcionarios, impactaba en la opinión pública, se tomaba como referencia por
todos los demás diarios. Pero la consolidación institucional, política y militar del
Estado nacional lograda durante las primeras “presidencias históricas” (Mitre, 1862-
68 y Sarmiento, 1868-74) no sólo garantizó la continuidad de la publicación durante
un período largo y de expansión económica, sino que facilitó la extensión de su
circulación hacia el interior del territorio nacional. Tras la batalla de Pavón (1861), las
sucesivas intervenciones del Estado nacional sobre doce de las trece provincias
permitieron liquidar la prensa favorable al partido federal, por varios años (De Marco,
2006). En algunas de ellas existían periódicos favorables al partido mitrista (Partido
Nacional), y en otras se instalaron por cuenta del gobierno nacional, o aún más, se
instalaron sobre los talleres confiscados a los derrotados. La prensa de Entre Ríos, no
intervenida, sufriría clausuras en 1867 a pedido del Ministerio del Interior, en el
marco de la guerra de la Triple Alianza (Vázquez, 1970), en tanto que el periodista
José Hernández cesaría su prédica en Corrientes, en 1868, tras el derrocamiento de
Evaristo López, derrotado por fuerzas nacionales que dirigía Emilio Mitre, hermano
del presidente (Chávez, 1973; Halperin Donghi, 1985). A esta nueva red se la fortaleció
con el apoyo sistemático del funcionariado, con el permiso para reproducir materiales
de La Nación Argentina, y con ventajas en los dispositivos de comunicación
telegráfica y ferroviaria recientemente instalados, así como, poco después, con un
poderoso sistema de corresponsalías en el interior que cumplirían funciones de
agentes comerciales y a su vez, de corresponsales en sentido estricto, haciendo
imbatible en las décadas siguientes el alcance nacional de los diarios nacidos del
mitrismo.

Estas ventajas, sumadas al enriquecimiento de los líderes partidarios 42 y a la


paulatina ampliación del público lector y a un creciente interés de los comerciantes
por publicar anuncios, permitieron a Mitre dar continuidad a su diario tras el retiro
de la presidencia en 1868.

El diario La Nación fue fundado en el 4 de enero de 1870, pero como heredero–bajo


nueva razón social- del diario preexistente –La Nación Argentina- con plena
continuidad entre uno y otro. Es posible, por ende, considerar como una unidad La

42 Los rumores y comentarios sobre enriquecimiento ilícito habían arreciado a lo largo de la década de

1860, y han quedado plasmados en numerosas denuncias, escritos públicos y cartas privadas. Algunos
de ellos, apuntan a la corrupción estatal en el sistema de proveedores del Estado para la guerra del
Paraguay, incluyendo aspectos especialmente escandalosos como el robo de instrumental médico y
sanitario. Los hombres del entorno más íntimo de Mitre son sistemáticamente señalados. Debe
tomarse en cuenta, sin embargo, que la corrupción había afectado a todas las facciones, y las denuncias
cruzadas –y en ocasiones magnificadas- eran parte cotidiana del arsenal pendolista del periodismo
faccional. Por otra parte, varias fortunas habían crecido en un contexto de rápida valorización de
tierras, propiedades urbanas y expansión del volumen de comercio. Este momento histórico aparece,
en tal sentido, como una suerte de “acumulación originaria”, donde el manejo de los resortes del
Estado asegura la consolidación de fuerza empresarial, y brinda a sus actores ventajas comparativas
decisivas cuando el mercado sea el principal regulador de la industria periodística.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Nación Argentina / La Nación, como un solo diario que arranca en 1862. Esto lo
transforma en el diario actualmente en circulación más antiguo de la Argentina, y uno
de los primeros si tomamos como punto de partida el año 1870. Antes que La Nación,
se fundaron La Capital de Rosario (1867) y La Prensa (1869).

Del Estado a la facción

El esfuerzo de Mitre por ser el "gran elector" de su propio sucesor en la Presidencia por
medio de la candidatura de su Ministro de Relaciones Exteriores, compañero político y
socio comercial Rufino de Elizalde, fracasó rotundamente; su carta desde el frente del
Paraguay43 orientada a lograrlo pasa a ser con ello conocida como su "testamento
político": aunque Mitre no cejaría en su esfuerzo de retorno la presidencia, ya nunca
volvería a disponer del poder militar y político acumulado en la década de 1860. El 12
de abril de 1868, una fórmula inesperada meses antes, producto de las cambiantes
alianzas entre gobernadores, partidos y mandos militares, compuesta por Sarmiento y
Alsina, se alzó con la victoria. A partir de este momento, Mitre y su partido comprenden
que pasarán a la oposición.

Para su grupo, la prensa periódica era vital en la construcción de la opinión pública. Su


experiencia generacional había experimentado la importancia de la prensa durante el
exilio antirrosista y durante la secesión de Buenos Aires durante la década de 1850. En
esta ocasión, la novedad sería el pasar a una oposición no militarizada, que diera
importancia principal a las actividades de captación de la opinión pública a través de los
periódicos y las actividades de organización partidaria, por encima de las tradicionales
intrigas de facciones al interior del Estado o las asonadas militares. Esto no significa que
tales prácticas pasaran a ser insignificantes, sino que ocuparon un lugar menos central
en la estrategia general. Apenas seis años después de entregar el gobierno a su sucesor,
Mitre habrá de alzarse en armas (en 1874), y mantendrá en ese sexenio intermedio una
disciplinada fuerza con presencia funcionarial, legislativa y judicial; pero durante los
meses de transición hacia la entrega del poder en 1868, presta especial atención al
objetivo de que su fuerza cuente con prensa periódica propia una vez fuera del Poder
Ejecutivo.

Así, apenas se distribuyen las noticias del resultado electoral de abril de 1868, el
mitrismo dedica un gran esfuerzo a preparar un andamiaje periodístico que no sólo
ofreciera una voz opositora al nuevo gobierno (Sarmiento-Alsina, cuyo triunfo sería
confirmado por el colegio electoral en octubre), sino que fuese claramente distinta al
previsible tono amigable con Sarmiento y Alsina que podría surgir de El Nacional y La
Tribuna, y que sea capaz de competir con ellos con éxito.

En Mayo de 1868, tras la elección de abril, el Presidente Mitre inaugura en Buenos Aires
el Hospicio de Inválidos construido con donaciones impulsadas por la Asociación

43 La carta estaba dirigida a su secretario y Director de La Nación Argentina Juan María Gutiérrez;

fechada en Tuyu Cué, 28 de noviembre de 1867, fue publicada ex profeso en La Nación Argentina.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

fundada –por el militante mitrista José C. Paz- para asistir a los lisiados argentinos de
la guerra del Paraguay, y especialmente por su crecientemente exitoso semanario El
inválido Argentino, creado en 1867 con el mismo fin, y que recibe amplio apoyo del
Estado. La Nación Argentina, por su parte, continúa defendiendo a su Presidente, y
preanunciando la disconformidad del mitrismo con el reparto de poder que se iniciaría
con la presidencia Sarmiento. Poco después cesa El Inválido Argentino, dando por
cumplida su labor con la inauguración del Hospicio, y ante el retiro de la casi totalidad
de fuerzas argentinas del frente paraguayo. Y José C. Paz comienza a organizar la
publicación de un nuevo diario: La Prensa, que defenderá al partido mitrista.

Mitre entrega el mando presidencial el 12 de octubre de 1868, y de inmediato su fuerza


política se aboca a reorganizarse con vistas a las nuevas condiciones: En pocas semanas,
un grupo de amigos recolecta dinero y compra una casa, que dona a Mitre, a pocas
cuadras de la casa de Gobierno. La escritura se realiza formalmente el 23 de enero de
1869. Acerca de esta donación, decía en marzo de ese mismo año el ya presidente
Sarmiento, en carta privada a Mariano E. de Sarratea, quien lo representaba en Chile:

“...su casa fue negociada por agentes y obtenida la suscripción de los proveedores que
mediante despilfarro de la rentas han ganado millones, como Lezica, Lanús, Galván,
que al fin costearon casi en su totalidad (…) Mitre sabe que con un poco de insistencia
con amaños conocidos, con muchos hombres que le deben o la impunidad o la fortuna
mal adquirida todo se puede conseguir44.

Los apellidos nombrados por Sarmiento en tono de denuncia, eran en ese momento
bastante conocidos y denunciados por las fuerzas opositoras como parte del entorno
íntimo de la presidencia Mitre. Anacarsis Lanús era la cabeza de Lanús Hermanos,
empresa que había multiplicado abruptamente su fortuna durante los años de la
guerra. El poeta y periodista paraguayo Natalicio Talavera, quien moriría de cólera
en 1867 durante la guerra, denunciaba el año anterior: “Lanús, socio del Presidente
Mitre, es proveedor general del ejército…”45. Otras menciones a los vínculos
comerciales de los donantes como contratistas del Ejército y del Estado (tanto
nacional como provincial y municipal) abundan en cartas privadas y acusaciones en
la prensa. Apenas once meses después de la donación, una Sociedad Anónima
quedaba constituida legalmente para relanzar el diario La Nación Argentina como La
Nación. La constituían diez integrantes y era ésta, junto con la reducción del nombre
del diario y una nota editorial que prometía cambios en la actitud del diario frente a
la política, las principales novedades, dado que el diario continuaba igual, al punto tal
que el folletín por entregas que venía publicándose en La Nación Argentina continuó
en el episodio siguiente en el número 1 de La Nación, el 4 de enero de 1870.

44 Sarmiento a Sarratea. Buenos Aires 17 de marzo de 1869. Archivo de la familia Sarratea Prats. Citado

por F. Nieto del Río: “Cómo recordaba Sarmiento a Chile”, en El Mercurio. Artículo en la edición
especial del centenario. Valparaíso. 12 de septiembre de 1927. Citado también por García Mellid, Atilio
(1964, tomo II, pág. 283).
45Talavera, Natalicio: “Crónica de la guerra”. Campamento de Paso Pucú, octubre 27 de 1866. Cartas

publicadas en El Semanario (Asunción) N° 653. Citado por García Mellid (1964) en su tomo segundo,
página 281 (La mención a Paso Pacú es una errata tipográfica, N. de los A.).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Los integrantes de la Sociedad Anónima propietaria de La Nación eran: Bartolomé


Mitre, ex presidente hasta octubre de 1868 y senador por la provincia de Buenos
Aires; José María Gutiérrez, su secretario durante la presidencia y director de La
Nación Argentina; Rufino de Elizalde, Ministro de Relaciones Exteriores de Mitre
durante todo su mandato excepto entre septiembre de 1867 y enero de 1868, donde
se contactó con oficiales con vistas a su candidatura y realizó además negocios
particulares; Francisco de Elizalde, hermano del anterior, Juan Agustín García, Juez
y futuro ministro de Juárez Celman; Delfín B. Huergo, Ex Subsecretario de Relaciones
Exteriores y embajador en Bélgica del presidente Mitre, futuro enlace en Buenos Aires
para la conciliación entre el mitrismo y el partido gobernante y futuro embajador
luego de la conciliación; Adriano E. Rossi, ex Comisario General del Ejército durante
la guerra del Paraguay, y como tal, firmante de los contratos de compra con los
particulares (entre ellos, el famoso contrato postal Canstadt); Anacarsis Lanús,
banquero, comerciante y terrateniente, ex jefe de policía, futuro diputado, Proveedor
general del Ejército durante la guerra del Paraguay, y como tal, firmante de los
mismos tipos de contrato que Rossi, pero por la parte privada; Ambrosio Lezica y
Cándido Galván, socios comerciales de Lanús tanto como propietarios de tierras
como en el comercio, incluidos los contratos de proveeduría general del ejército.
Lezica, miembro de una familia patricia, llegó a ser considerado el hombre más rico
de la Argentina. Cuando se fundó el Ferrocarril Oeste de Buenos Aires, en 1854, fue
uno de sus principales accionistas. En 1862, mientras ejercía como Senador
provincial por la provincia de Buenos Aires, vendió el ferrocarril a dicho Estado, pero
continuó siendo su administrador. Como proveedor del Ejército durante la guerra,
por su cuenta o en sociedad con Lanús y Galván, además de alimentos proveyó
armamentos, carpas y uniformes.

José C. Paz, por su parte, lanza el nuevo diario La Prensa poco antes, el 18 de octubre
de 1869, y replica la estructura organizativa de El Inválido Argentino, ahora con
periodicidad diaria. Apela a los mismos suscriptores, a los mismos contratantes de
avisos por palabras y por superficie; ofrece en su edificio toda clase de servicios y
ayudas, característica que mantendrá y profundizará en las décadas siguientes:
asesoramiento jurídico, clases de música, etc. Al comenzar 1870, frente a los dos
diarios consolidados de la ciudad, se alzan dos esfuerzos favorables al mitrismo, con
una suscripción superior a los mil ejemplares diarios cada uno, un inicio promisorio.

Mitre ya había retomado plenamente la lucha política “desde el llano”, no sólo como
senador nacional por la provincia de Buenos Aires, sino como jefe político de su partido,
y como director del nuevo proyecto de diario político y empresa periodística. El ex-
presidente publicó en su diario el 18 de diciembre de 1869:

"Voy a hacerme impresor (...) hijo del trabajo cuelgo mi espada que no necesita mi
patria y empuño el componedor de Franklin. Invito a Ud. a venir a mi imprenta,
comprada (...) por una sociedad anónima de la que seré accionista y gerente. Allí, en

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

medio de los tipos y de las prensas me encontraré en el punto de partida..."46.

El comienzo del diario La Prensa contiene ingredientes muy similares al de La Nación


desde el punto de vista de los contactos con la elite política, pero con algunas diferencias
significativas: El Inválido Argentino recibe amplio apoyo estatal directo e indirecto (a
través de las redes de contacto social vinculadas a la facción), pero no tiene el carácter
cuasi-oficial de La Nación Argentina. La Prensa es en muchos aspectos una
continuidad de El Inválido Argentino, pero transcurre más de un año entre el cese de
El Inválido y el inicio de La Prensa, el cambio de nombre es más contundente, y se pasa
de semanario a diario. El carácter “específico” de un semanario asociado a una función
social concreta (apoyar a los heridos de guerra), deja paso al diario de interés general
que sin embargo, mantendrá constantemente como marca de origen la generación de
causas y cruzadas sociales para ayuda a los más pobres, para mejoramiento de la salud
pública, lucha contra las epidemias, investigación médica, etc. El objetivo declarado de
La Prensa es constituir un diario moderno, “de interés general”, y con inquietudes
empresariales. El resultado, en los primeros cinco años, es un periódico que adopta
secciones y estilos más modernos, pero cuyo eje de intervención en la opinión pública
es faccional: defensa irrestricta del mitrismo, hasta el extremo explicitar su apoyo al
alzamiento armado de 1874 y cesar la publicación para unirse a las fuerzas
revolucionarias.

Los modos en que se entrelazan los recursos e integrantes del diario son equivalentes a
su compañera La Nación: José C. Paz proviene del riñón de la elite mitrista, y tanto su
patrimonio económico como social (contactos, posibles contratantes de avisos y
suscriptores) han crecido abruptamente en los años de la guerra. Paz se ha incorporado
a las redes semi-secretas de las logias y clubes de lobby muy en boga en ese momento.
La Prensa comienza a tirarse en la Imprenta “Buenos Aires”, propiedad del escritor
Estanislao del Campo, la misma imprenta que tuvo el contrato de impresión de El
Inválido Argentino. Del Campo era miembro activo del Club del Progreso y de la logia
de Libres y Aceptados Masones de la ciudad de Buenos Aires, núcleos en los que Paz
traba relaciones que luego fructifican en acuerdos comerciales y políticos. Paz, de hecho,
llega a ser secretario y vicepresidente del Club del Progreso. El editor responsable del
diario es Jorge E. Cook, y el primer director, Cosme Mariño. En los años
inmediatamente posteriores las relaciones entre este grupo fundador del diario La
Prensa, el de La Nación, las logias, el partido mitrista y el funcionariado se hacen notar:
La “Imprenta de Jorge E. Cook” tiene a cargo la impresión de la Memoria Municipal de
1872; Cosme Mariño deja la dirección del diario sin dejar testimonio escrito de sus
motivos, salvo presuntas presiones de su padre y hermano para que concluya la carrera
de derecho, mencionadas genérica y escuetamente en una breve autobiografía muchos

46 Mitre, Bartolomé, y Gómez, Juan Carlos: Polémica de la Triple Alianza. Correspondencia cambiada

entre el General Mitre y el Dr. Juan Carlos Gómez. La Mañana, La Plata, 1897. Pág. 134-35. Por cierto,
en esta polémica se utiliza todo el armamento formulario de la vieja prensa faccional: cada
contendiente se ocupa de recordarle al otro deslealtades, intereses mezquinos en sus decisiones
políticas, incluidas decisiones relativas a la guerra, o deudas de lealtad para con el otro, así como
realizar la propia apología donde se es la persona ejemplar de humildad, decencia, amor al trabajo,
valor, heroísmo, etc.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

años después. Mariño tenía amistad personal estrecha con Paz al punto de compartir
vivienda vacacional en San Fernando, y mantendría dicho contacto en los años
siguientes, enviando además algunas colaboraciones a La Prensa. Avanzada la década
de 1870, adhirió al espiritismo kardeciano, manteniéndose en estrecha cercanía con
Pedro Bourel y con Rafael Hernández, hermano menor del poeta y político del
autonomismo. Bourel, a su vez, tendrá un rol importante posteriormente en la
incorporación de nuevas técnicas de reproducción de imágenes en el periodismo en las
décadas siguientes. Del Campo, por su parte, había comenzado la publicación de sus
versos en el antiguo diario Los Debates de Mitre en el año 1857; actuó en el ejército
mitrista, y fue secretario personal de Valentín Alsina, además de secretario de la Cámara
de Diputados de la Provincia durante muchos años, incluyendo los de la fundación de
los diarios que nos interesan. Un aportante fundamental de capital para la creación de
La Prensa, finalmente, fue Ataliva Roca, hermano del futuro presidente. Esta presencia
muestra otra línea de contactos que será decisiva tras la Conciliación de 1877 (que puso
fin a la proscripción de los derrotados de 1874), y especialmente al iniciarse el ciclo
roquista.

El 4 de Enero de 1870 se inició la publicación del diario La Nación, que aún hoy continúa
en circulación, habiendo superado, en el año 2010, los cincuenta mil números. El primer
número tiene una nota editorial escrita por José María Gutiérrez (director de La Nación
Argentina y ex secretario de Mitre durante la presidencia) cuyo título era "Nuevos
horizontes", en la que se comentaba que La Nación era en realidad una segunda parte
de La Nación Argentina (1862-1869), y que el cambio de nombre cierra una época y daba
paso a nuevos horizontes:

"El nombre de este diario es sustitución del que le ha precedido. 'La Nación'
reemplazando a 'La Nación Argentina' basta para marcar una transición, para cerrar
una época y para señalar los nuevos horizontes del futuro. 'La Nación Argentina' era
un puesto de combate. 'La Nación' será una tribuna de doctrina (...) Hoy el combate
ha terminado (...) La discusión por la prensa cambia pues de combate y de medios (...)
La Nación Argentina fue una lucha. La Nación será una propaganda (...) La pluma del
escritor no será ya, porque no es necesario, la espada del combatiente..." (La Nación,
N° 1, 4 de enero de 1870).

El traspaso de mando de Mitre a Sarmiento simbolizaba el comienzo de un régimen


político republicano basado en elecciones, y existía una creciente comunidad de
intereses económicos no sólo en la elite política nacional, sino en el conjunto de la elite
económica (terratenientes, comerciantes, banqueros e industriales). Para 1870 "La
nacionalidad está afirmada", diría el editorial del 31 de Diciembre de 1869 en La Nación
Argentina, agregando que este diario "se retira con la satisfacción de decir que la
bandera que levantamos en nuestras manos no ha sido arriada mientras se mantuvo en
ellas". Ahora no hacen sino "pasarla a manos experimentadas" y "en pos de 'La Nación
Argentina', completada la obra del afianzamiento de nuestras instituciones, viene 'La
Nación' a defenderlas y a velar por ellas".
La Nación intentó sostener las mismas formas "civilizadas" que el periodismo europeo:

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"Propendámonos todos, a que se destierren de las columnas del diarismo los insultos
brutales, los desahogos torpes e indignos, adoptando por regla la responsabilidad
moral de todo lo que se publique bajo el título de un diario..." (Editorial de La Nación,
27 de febrero de 1870).

Pero las dificultades del gobierno de constituir definitiva e inmediatamente un Estado


moderno tuvieron su correlato en las dificultades de La Nación para ajustarse a las
reglas del periodismo moderno. Si bien en el ámbito de la prensa porteña se
encontraban niveles de disenso más fuertes y con mayor legitimidad reconocida que en
las ciudades del interior, aún la "objetividad" no se había cristalizado en el discurso
como principal operación retórica verosímil, y de este modo, las promesas del comienzo
de La Nación no dejaban de ser idénticas al comienzo del grueso de los periódicos que
nacían con pretensión de "serios" (por oposición a los pasquines).
Pero una diferencia sustancial es que La Nación fue planteada frente a sus lectores y
desde sus inicios, como una empresa, un negocio redituable en potencia, de un modo
mucho más insistente de lo que solían hacerlo los diarios y periódicos hasta el momento
en sus prospectos de convocatoria a suscripción. Se hizo notar que se adquirió por una
Sociedad Anónima conformada por diez integrantes de los cuales uno era Mitre. El
capital invertido en la compra de La Nación Argentina fue de ochocientos mil pesos, de
los cuales el ex-presidente aportó sólo un diez por ciento, que logró, según él decía en
una carta hecha pública a través del periódico, del remate de sus bienes personales. En
la estructuración del periódico como empresa, el aviso ha jugado un rol central, como lo
indica la carta circular datada en Buenos Aires el 1 de Enero de 1870, firmada por
Bartolomé Mitre y difundida entre los posibles anunciantes:

"Me permito adjuntar a usted el nuevo diario que bajo el título de La Nación empieza
a publicar esta sociedad desde esta fecha, esperando que usted le prestará su
protección suscribiéndose a él y favoreciendo el establecimiento con la remisión de
sus avisos" (Transcripta en: Mayochi, 1977: 318).

La defensa de la función estratégica del aviso publicitario en el comercio ha sido


largamente sostenida por Mitre. Ya en Los Debates, periódico con el que intervino
políticamente en el año electoral de 1857, convocaba a los anunciantes a contar con los
grandes rendimientos de inversión que suponía un aviso colocado en la sección del
diario donde la oferta y la demanda se cruzaban. El tema sería reiterado en 1870:
"El aviso no es otra cosa que la publicidad aplicada a la oferta y la demanda. Por medio
de él se ofrece a millares de personas lo que en meses enteros no se podría
verbalmente ofrecer, y se encuentra en un minuto lo que costaría días de prolija
investigación encontrar. Ofrecer por medio del aviso es poner de manifiesto a la vista
de miles de ojos el almacén que sólo ven los que pasan por su frente y que sólo saben
lo que contiene los pocos que entran en él. Buscar por medio del aviso lo que se
necesita es traer a sí la oferta o tener constantemente a la vista las innumerables casas
de negocios de todo el mundo. Considerada bajo este aspecto, la sección de avisos de

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un diario equivale a un bazar o una feria en que todo se encuentra, cruzándose la


oferta y la demanda"47.

Al momento de fundar La Nación, Mitre no dudó en colocar este recurso económico en


el centro de su diario. El 19 de Septiembre de 1872 se informó en la primera página que
ese día:

"la gran cantidad de avisos, cada vez más crecientes, nos hace retirar del diario y pasar
a una hoja suelta los materiales siguientes: documentos del Ministro de Justicia, Culto
e Instrucción Pública, sobre la Biblioteca de San Juan. Otro sobre estudios científicos
del doctor Stelzner, de la historia natural en Mendoza y San Juan, y un acuse de recibo
del Enviado Extraordinario de Chile sobre canje de libros de ambas repúblicas.
Noticias del Rosario, Córdoba, Perú, Estado Oriental, y otras extranjeras, y la
"condenación" de Aben Xoar (…) dando así más espacio a este diario para dar cabida
en parte a la inmensa cantidad de avisos que no podemos insertar tanto por
abundancia de estos como de otros materiales"(La Nación, 19 de septiembre de 1872).

Mitre sostuvo, en el inicio de la presidencia sarmientina, una oposición crítica que


definió como "no radical", condenando los "programas negativos y por lo tanto
infecundos (…) En tal sentido estaremos siempre de lado de los que profesan y
defienden nuestros principios, sean gobierno o pueblo, y estaremos en contra de los
que los violen o comprometan sean gobierno o pueblo" (Editorial, La Nación, 4 de
enero de 1870).

Pero ya en 1869 las relaciones con Sarmiento eran sumamente tensas. El sanjuanino
comenzaba a dar forma a una creciente amalgama económica y política entre las elites
agrarias de Buenos Aires y el Interior, equilibrando fuerzas con el jefe del Buenos Aires
autonomista, su propio vicepresidente el Dr. Alsina. Por eso, ya en los primeros
números de La Nación se expresó este enfrentamiento en polémica periodística, y en el
número 5, a menos de una semana del cambio de nombre, se trenza con el presidente
Sarmiento en un enfrentamiento tipográfico de neto cuño faccional, en que se cruzan
acusaciones y defensas hasta de despilfarro en la adquisición de muebles para la casa de
gobierno.

La imparcialidad crítica del diario debería esperar varios años. De momento, la tensión
política y militar fue en aumento y Mitre se encontraría en 1874 en la jefatura militar de
un intento de golpe revolucionario contra Avellaneda, el nuevo presidente electo. Mitre
declara que "la peor de las votaciones legales vale más que la revolución", pero prepara
la revolución. "Es natural; está dentro de la lógica de los acontecimientos [se excusa
Adolfo Mitre, uno de los descendientes y biógrafos] que el diario del jefe de los

47 Citadoen La Nación, un siglo en sus columnas, 1970, en la página 232. El libro, editado por el propio
diario La Nación, indica que la cita corresponde al año 1970, pero no indica fecha. Adolfo Mitre, por
su parte, había hecho referencia a una cita muy similar en Los Debates de 1857: "Es un hecho
demostrado que el anuncio es el medio más poderoso de multiplicar las transacciones, y que todo
dinero empleado en anuncios es como un capital puesto a interés que reditúa cuatro veces el interés
corriente (…) la sección de avisos de un diario equivale a un bazar o una feria en que todo se encuentra,
cruzándose la oferta y la demanda" (Mitre, A., 1943: 132).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

‘nacionalistas’ se convierta en el órgano de su partido. Insensiblemente,


involuntariamente, 'la tribuna de doctrina' vuelve a la lid" (Mitre, A., 1943). Pero si bien
en estos años el conjunto de la prensa porteña va hallando en su agenda temática el
espacio para secciones a salvo de la lógica faccional (literatura, información extranjera,
artículos científicos, artículos doctrinarios generales, etc.)48, el núcleo principal del
contenido del diario sigue siendo sus artículos editoriales y polémicos -de posición,
opinión y argumentación política-, y en este sentido La Nación de 1874 no "vuelve a la
Lid": aún no salió de ella. La "tribuna de doctrina" no es por ahora otra cosa que una
promesa de incorporación a la modernidad que muchos periódicos prometieron antes
que La Nación (Cfr. Moyano, 2008). La Prensa hace lo mismo: organiza el
levantamiento, prepara la opinión, y cesa en su publicación apenas se toman las armas.

Entre septiembre y noviembre de 1874 la derrota de los partidarios de Mitre fue total,
tanto en sus operaciones militares terrestres como navales. Mitre es sometido a consejo
de guerra, condenado a la pena capital, luego indultado. Sus partidarios son perseguidos
y hostigados, proscriptos de la política y de los espacios en el poder estatal. Desde 1875
se intentan sutiles y secretos diálogos que permitirán a Mitre salir de la cárcel, a los
diarios favorables volver a la circulación, y finalmente, con los acuerdos denominados
De la Conciliación, en 1877, a la recuperación de la normalidad política, aunque todavía
en 1880, 1890 y 1893 habría notables conatos de violencia. Pero, paradójicamente, en
esta ocasión, al igual que cada vez posterior en que Mitre sufrió una derrota política, su
diario salió fortalecido en suscripción y en contratación de avisos. No será la primera
vez que, en el proceso formativo de sociedades civiles, los actores políticos derrotados y
subordinados a un heterogéneo esquema de hegemonía son los que primero consolidan
sus prácticas y medios de prensa estables. Sucedió con las fracciones conservadoras del
parlamento británico tras la victoria de los Whigs luego de la Glorious Revolution de
1688. Sucedió con los empresarios periodísticos que dispusieron de capacidad de
acuerdo con Napoleón durante su último decenio en el poder, con los empresarios
franceses luego de las revoluciones de 1830 y 1848, etc. Sucederá, además, en otros
lugares, y en el futuro. Pero este caso resulta de especial contundencia, porque tras la
derrota del alzamiento, todo parecía indicar el aniquilamiento de la fracción mitrista.

A diferencia de las luchas entre actores sociales en pugna que regaron de sangre el país
entre 1856 (alzamiento de Costa aplastado con el fusilamiento en masa de los
prisioneros) y 1873 (segundo alzamiento de López Jordán en Entre Ríos), la revolución
de 1874 no termina con el aniquilamiento del núcleo dirigente derrotado ni de su base
social. Por el contrario, la pena de muerte a Mitre decidida por corte marcial es
conmutada primero por prisión, luego por libertad, y finalmente por amnistía. Mitre
permanece preso menos de un año. No se trata ahora de una guerra de aniquilamiento,
sino de un conflicto para dirimir la jefatura política y la fracción principal de un bloque

48 Documentos oficiales, avisos e información comercial ya están separados desde mucho antes;
literatura, revista de periódicos extranjeros y notas que hoy llamaríamos "sociales" lo hacen más
recientemente; más reciente aún es la diferenciación del espacio para artículos doctrinarios muy
generales referidos a las grandes líneas de construcción del Estado (educación, ferrocarril,
inmigración, etc.). Cfr. Halperín Donghi, 1985; Moyano, 2008.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

histórico de poder que comienza a amalgamarse con claridad: La burguesía comercial


del puerto, dueña, gracias a su dominio del aparato estatal, de los contactos e
infraestructura necesarios para mediar toda la economía del país a través de la única
aduana significativa, se ve obligada a ceder el rol preponderante a manos de una clase
más poderosa económicamente, amalgamada nacionalmente a pesar de su
heterogeneidad, y estructurada políticamente: la burguesía agraria tanto de la pampa
húmeda como del resto del país, incluidas las nuevas regiones que la ampliación de la
frontera agrícola incorporaba a la producción y a la economía exportadora. Los
derrotados son imprescindibles en ese nuevo orden hegemónico; lo que se dirime es su
rol en el bloque dominante. Y ese rol queda claro con el resultado de 1874. Esta novedad
de un reacomodo militar de la disputa por la hegemonía, permite comprender mejor
por qué son precisamente los derrotados los que obtendrán mejor éxito periodístico:
Apenas un cuarto de siglo más tarde habrán desaparecido los dos grandes diarios de la
segunda mitad del siglo XIX, representantes de la fracción triunfante en 1874, El
Nacional y La Tribuna, y los diarios nacionales por excelencia serán La Prensa y La
Nación. La fuerza alejada del control de los resortes principales del Estado interpela al
gobierno y a la sociedad civil desde los periódicos, y realiza crecientes negocios con ellos,
a un punto tal que tiempo después deberá sortear contradicciones entre sus intereses
político-partidarios y sus intereses empresariales.

3. De la proscripción (1874-78) a la adaptación (1878-98)


En el bando derrotado están presentes todos los protagonistas de la innovación en
comunicación visual del periodismo del último cuarto del siglo XIX, así como el grueso
de la innovación en la escritura. Algunas novedades ya comienzan a notarse, incluso, en
el transcurso de la revolución de 1874: La Nación cuenta con un público lector de casi
quince años ininterrumpidos, y el periodismo diario de Buenos Aires, uno de muchas
décadas. Esto le permite tornar centrales algunas de sus primeras innovaciones
importantes en comunicación visual. Por ejemplo, trabajar la tensión continuidad-
diferencia apelando a “lo esperado”, dejando espacios en blanco donde debería haber
texto según las reglas de lectura aprendidas, o comenzar a magnificar por superficie y
tamaño del tipo, algunos elementos. Esto sucederá tanto en la presentación de avisos,
como en el contenido periodístico.

Cuando Mitre viaja a la Colonia para tomar el mando del ejército de la "Revolución
Popular", el diario La Nación apareció con la noticia de columnas locales en blanco. Y
esta es una de las primeras operaciones connotativas a nivel gráfico que podemos
detectar en el periódico. El blanco es sinónimo de silencio. No era posible contar la
verdad (los movimientos del ejército revolucionario) por una cuestión estratégica, y no
estaba dentro de las operaciones éticas posibles el falsear los hechos, el mentir.
Entonces, calla. De una manera visual: deja un espacio vacío, un espacio que existe, que
tiene un contorno y está reforzado en su carácter intencional por las líneas de puntos,
delimitado por las demás noticias. Ese 26 de Septiembre el diario fue cerrado, hasta el

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

1 de Marzo de 1875. La operación gráfica propuesta fue de vanguardia, y ha sido imitada


en numerosas ocasiones en el siglo y medio siguiente, para diversos temas,
destacándose en la misma ciudad los casos de Página 12 y Clarín en las décadas de 1990
y 2010 respectivamente.

Tras aquel año terrible 1874-75 que lleva al mitrismo a la pérdida de todo su poder
militar y político y a la reducción de su red faccional a la mínima expresión, se produce
una relativamente rápida reconstrucción no sólo de la propia fuerza sino también de los
lazos con el Partido Autonomista Nacional que sostiene al gobierno de Avellaneda.
Varios protagonistas de la primera y segunda línea del mitrismo, involucrados
directamente en La Prensa y/o en La Nación participan de las negociaciones, en tanto
otros retornan del exilio y/u ostracismo una vez obtenidos acuerdos y garantías. Lo
hace, por ejemplo, Adolfo E. Ávila, amigo personal de José C. Paz y miembro de otra
familia tradicional del interior, quien logra así retornar a la ciudad, doctorarse en
derecho en la Universidad de Buenos Aires e incorporarse a La Prensa como figura
clave de la etapa subsiguiente: fue cronista, redactor, director por muchos años y
luego, cuando el hijo del fundador, Ezequiel P. Paz, asumió dicha dirección, continuó
como jefe de redacción. El joven Estanislao Zeballos, quien se había destacado
colaborando con José C. Paz durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 y como
líder de protestas estudiantiles, se incorpora a La Prensa poco antes del alzamiento.
Pasará un tiempo en prisión y luego deberá sobrevivir como empleado particular,
hasta que la Conciliación lo reponga en la actividad periodística y política, llegando a
ser redactor jefe y director del diario La Prensa, y publicando, a pedido del ya
Ministro Julio Argentino Roca, el libro La Conquista de Quince Mil Leguas, en 1878,
en apoyo a la Campaña del Desierto, aún en proceso de debate parlamentario.
Zeballos tendría desde entonces una carrera sólida entre sus inclinaciones científicas,
el periodismo y el funcionariado estatal. Otros miembros del partido renuevan sus
contactos entre sí de un modo que se entrelazará en forma decisiva durante la etapa
periodística siguiente (1886-1905). Cosme Mariño, primer director de La Prensa, se
instala en el pueblo de Dolores, y allí, huyendo de la derrota revolucionaria, llega en
1874 Pedro Bourel, quien será su contacto con el equipo de La Prensa.

Bourel era entonces muy joven (24 años); formaba parte de las primeras cohortes del
Colegio Nacional de Buenos Aires, fundado por Mitre a comienzos de su presidencia.
Tras su egreso, se lo incorpora como “meritorio” en la Policía, con apenas dieciocho
años. En 1871 comenzó sus colaboraciones con la Revista de Policía, dirigida por Daniel
Flores Belfort (1871-72) siendo aún funcionario. En 1873, con veintiuno, funda la
Revista Criminal. Este tipo de revistas, por el especial interés que tenía en el retrato de
criminales y escenas de crimen, estableció una temprana relación con el universo
fotográfico como elemento a comunicar. Al comienzo, esto sucedió insertando en un
espacio especialmente reservado, las copias fotográficas una por una, en ocasiones
especiales. Pero más adelante, el ámbito policial y criminalístico fue pionero en la pronta
incorporación de todas y cada una de las técnicas de reproducción de la imagen visual:
Litografías, distintos tipos de grabado en madera y metal, y los sucesivos métodos de
fotograbado, hasta finales de siglo. El ambiente policial fue, al respecto, uno de los

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

pilares de este cambio, junto con el de los espectáculos itinerantes, las publicidades de
las nacientes marcas comerciales, el ámbito de la tecnología de reproducción de mapas,
planos y croquis propio del universo ingenieril y del dibujo técnico, y finalmente, el
ámbito de las bellas artes. Dada la dificultad para incorporar litografías a la prensa diaria
(por su costo y dificultad de compaginación), las primeras incorporaciones habituales
fueron las reproducciones de mapas, planos o croquis, luego las publicidades de marcas
importadas con clisés elaborados en casas matrices, luego el ámbito de la criminalística,
luego el espectáculo, especialmente la ópera, y finalmente la adaptación de los artistas
grabadores y fotógrafos a las potencialidades visuales de la gráfica industrial.

En el pueblo de Dolores, Bourel instala una oficina como agente judicial y se vincula con
Cosme Mariño, mientras aguarda que las aguas se aquieten. Mientras tanto, ejerce el
periodismo discretamente. Pero cuando se logra la Conciliación, y el mitrismo sale del
ostracismo político, recuperando espacio en el terreno legislativo primero, y en las
negociaciones con vistas a la conformación del gobierno que sucederá a Avellaneda poco
después, Bourel se prepara para retornar a Buenos Aires, con un proyecto en plena
relación con los grupos periodísticos afines al mitrismo, pero con un perfil claramente
diferente: Una revista cuya gran diferencia fuese contar con todas las ilustraciones
posibles. Su nombre: La Ilustración Argentina, publicada a partir de 1881 y con gran
influencia en el conocimiento y adaptación de los nuevos recursos visuales de la gráfica
industrial en la ciudad de Buenos Aires, tanto para el naciente mercado de las revistas,
como para el de los diarios. En 1893, Bourel se encontrará con Adolfo Dávila, director
de La Prensa, para participar en un segundo proyecto todavía más innovador en el
campo de la imagen: La Ilustración Sudamericana, proyecto periodístico que fue
incorporando todas las innovaciones en reproducción de la imagen que fueron
probándose con éxito en Europa durante los últimos años del siglo, y que permitieron
su trasvase a los dos grandes diarios a comienzos del siglo XX, especialmente entre 1901
y 1904.

El ostracismo de Mitre y Paz se expresó en prisión y silencio obligado el primero, y en


exilio a Montevideo el segundo. De este modo, ambos diarios, al reanudar actividades,
debieron apelar a figuras de reemplazo. En el caso de La Nación, se incorporó al único
director no perteneciente a la familia Mitre en cincuenta años: Antonio Ojeda, quien se
hace cargo luego del período de clausura y suspensión (septiembre de 1874 a marzo de
1875). Su permanencia en el puesto se prolongaría desde el levantamiento de la clausura
en marzo de 1875, hasta 1882, tiempo en el cual sería "supervisado" de cerca por José
María Gutiérrez y por el mismo Mitre. Este personaje, proveniente de Salta, no contaba
con los antagonistas políticos ni con la situación de derrotados de la revolución de 1874
que poseían los anteriores, y era por ello la persona indicada para ser la cara visible y
responsable del diario en ese momento desventajoso para su corriente política. Cuando
se despiden sus restos mortales desde La Nación, dirían –con justicia- que su dirección
"tratábase de una representación y no de una sustitución de persona", aludiendo al
control directo que Mitre ejerció sobre él durante su mandato. (Citado en La Nación, un
siglo en sus columnas, 1970, pág 23). En el caso de La Prensa, esta función correspondió
a Adolfo Ávila, miembro del círculo inmediato de José C. Paz. En ambos casos, la medida

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

resultó más eficiente de lo esperado, y no se eliminó cuando cesaron las condiciones


extraordinarias de la proscripción, sino que estos directores comenzaron a abrir una
etapa gerencial novedosa, que se extendió hasta el fin del período analizado en este
trabajo. En 1879, la sociedad dueña de La Nación declara que:

"…aun cuando no ha expirado el término en la escritura antes referida, los


accionistas han resuelto dar por terminada la Sociedad desde esta fecha, como
lo establecen por la presente escritura; que en esta fecha y por este acto
enajenan todas las acciones al Brigadier General Bartolomé Mitre, (...)
debiendo hacerse cargo (...) de todo el Activo y Pasivo de la Sociedad,
quedando desligados los demás accionistas de toda responsabilidad por razón
de los negocios que en adelante se practiquen".

Con este acto la empresa, que de hecho era patrimonio de Mitre, pasa a ser por derecho
"la empresa de Mitre".

El ’80 multiplica prosperidades para empresarios y funcionarios de facciones


principales y subordinadas, victoriosas y derrotadas. El domingo 29 de Agosto de 1880
se lee en La Nación:

"Hemos tenido que doblar el tamaño del suplemento que cotidianamente


acompañara a nuestro diario, para poder dar salida a la gran cantidad de avisos
recibidos y a diversos materiales de interesante lectura(...) La Nación de hoy
lleva 32 columnas de avisos, ejemplo único en los diarios del Río de la Plata.
Con sólo avisos habría para llenar completamente este diario (...) lleva a la vez
Variedades, Literatura y Biografías, etc, etc, aparte de los escritos sobre
política, de la crónica parlamentaria y de las noticias locales y del resto del
mundo" (La Nación, 29 de agosto de 1880).

El resultado es notable: El periódico La República, de Manuel Bilbao, desaparece al año


siguiente, tras década y media de distribución. La Tribuna y El Nacional comienzan su
paulatina decadencia. Otros diarios posteriores, como El Diario, de Laínez, basarán su
éxito en la copia sistemática de los avances comerciales, periodísticos y estéticos de “los
dos grandes diarios porteños” ahora La Nación y La Prensa, y ya no El Nacional y La
Tribuna, incluida su capacidad para negociar espacios políticos, que exitosamente
llevaría a Laínez a su patrocinio de la “Ley Laínez” como legislador en 1904, entre otros
logros.

Ambos diarios habían alcanzado, a los pocos años de su aparición, un nivel de


suscriptores altísimo para la época (dos mil y dos mil seiscientos aproximadamente en
1874), y por momentos la venta desbordó las expectativas, como en 1875, cuando La
Nación reabrió sus puertas luego de varios meses de clausura. En esa ocasión la cifra de
ejemplares vendidos fue de diez mil setecientos, inigualable para una época en que dos
mil quinientos era sinónimo de éxito comercial. Durante la administración de José
María Buyo y Emilio Mitre -de 1871 a 1876- se fomentó la formación de agencias en el
interior del país y en el gran Buenos Aires. Otro indicador de progreso fue el número

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

creciente de anunciantes con los que contaba el diario, al punto que en ocasiones fue
necesario agregar una página exclusiva para publicidad comercial. La Prensa replicaba
prácticamente las mismas acciones y resultados.

Tanto la búsqueda de ampliación de públicos más allá de la política como la imitación


de modelos comerciales exitosos en países más avanzados industrialmente, hacen que
en torno al ’80 se generalicen nuevos subgéneros periodísticos y propuestas de prensa
con ilustraciones, fenómeno que a su vez habilita cambios en las prácticas del oficio
periodístico, y en los públicos. Como afirma Jorge Rivera (1998):

"… un tipo de periodista decididamente 'profesional', más comprometido con las


rutinas y la habitualidad técnica del 'laboreo de pluma' que con otro tipo de
contingencias y faenas vitales. (…) Un escritor asalariado y que trabaja bajo las
presiones de la 'Literatura industrial', como Eduardo Gutiérrez, responde de manera
cabal a la nueva configuración de la sociedad argentina y a las no menos novedosas
exigencias de una industria cultural que ya posee un público perfectamente definido
y devoto"49.

El problema central con el que se encontraba el director del periódico a la hora del cierre
en el período anterior consistía en la falta de material (o la sobra de espacio). La manera
de resolverlo era algún artículo que había quedado de reserva o una crónica hecha de
apuro por un cronista de guardia. En la década de 1880, en cambio, esta necesidad se
combinaba con una “espera” para encontrar lugar para publicar materiales que exigían
espacio, porque la cantidad de avisos se multiplicaba exponencialmente. Por ello en este
período la división temática es mucho más completa que en los anteriores. La sección
editorial está mejor delimitada y separada taxativamente del resto, y se identifica ya así
"El editorial". Los telegramas ya conforman una sección aparte. Y se estabiliza una
sección específica –“Campo neutral”- para la opinión libre, en que se publica cartas de
diverso origen, artículos de debate, etc. Su título expresa con mucha claridad el grado
de disolución del faccionalismo en prensa. A su vez la totalidad de nuevas secciones se
encuentra a salvo de los vaivenes de la política de enfrentamiento e incluso va
conformando sub-géneros.

Por ello la búsqueda de nuevas maquinarias impresoras apuntaba a aumentar la


superficie de impresión, práctica tradicional que no preveía el enorme poder de las
rotativas que haría innecesarios los grandes formatos. De momento, estos formatos
“sábana” permitían incluir más avisos, más contenidos y dar a su vez más prestigio al
“gran” medio. La Nación adquiere nuevas máquinas en abril de 1881, y luego
nuevamente, cuando el diario La Nación se trasladó a calle San Martín 214-218, el 16 de
Abril de 1885, inauguró la primera máquina rotativa, con la que el rendimiento llegaba
a los ocho mil ejemplares por hora. Poco después, en el segundo semestre, se instaló una
segunda rotativa de similares características, una Marinoni, importada de París. Se
instalaron también talleres de estereotipia, y el clisé de La Nación pasó a ser el más

49Rivera, Jorge: El Escritor y la Industria Cultural. Gutiérrez había alcanzado un éxito formidable
con su publicación de “Juan Moreira” como folletín en el diario La Patria Argentina, entre 1879 y 1880.

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grande del mundo utilizado hasta ese momento en la impresión cotidiana: 94 cm de alto
por 62 de ancho, a nueve columnas de seis cm cada una. El tamaño de la caja -superficie
impresa- era de 85 cm de alto 57 de ancho. El nuevo clisé fue presentado al público lector
y a los anunciantes a comienzos de 1886 –se acostumbraba presentar los cambios en la
primera edición de enero- y su utilización habría de durar hasta 1893, a pesar de las no
pocas quejas de los lectores por la dificultad para leerlo con comodidad. Así como en
1886 La Nación mostraba orgullosa su monumental tamaño, desde enero de 1894
reduciría el pliego exactamente a la mitad –pero con más páginas- como signo de los
tiempos50.

Para experimentar transformaciones similares La Prensa esperará al gran cambio de


1898, cuando construye y se muda al nuevo gran edificio de Avenida de Mayo,
adquiriendo una gigantesca y modernísima Hoe con capacidad para doscientos diez mil
ejemplares de 24 páginas por hora, con la que pudo adelantarse a los previsibles
requerimientos de expansión, dado que en el cambio de siglo, la mayor parte del año las
páginas oscilaban entre 8 y 12.

Se cuenta, entonces, con las condiciones necesarias para un nuevo período: Las guerras
van quedando atrás, el Estado nacional se ha consolidado, la economía prospera (a
pesar de sus ciclos de crisis económicas e institucionales), el mercado lector crece, los
oficios ligados a la prensa se expanden, y las redes de vinculación fortalecidas en las
luchas faccionales y en los clubes de contactos y lobby se han potenciado al máximo. En
La Prensa se estabiliza una conducción de Paz, quien vive entre sus roles diplomáticos
y comerciales en Europa y la dirección de sus negocios en el país, delegando la tarea de
dirección a Dávila y al equipo de redactores de su confianza, mientras que en La Nación,
en 1883, Bartolomé Mitre y Vedia ("Bartolito", hijo del general) sucedió en el cargo a
Antonio Ojeda, conduciendo el diario -en ocasiones era reemplazado por su hermano
Emilio- hasta 1893. Definido por uno de sus descendientes como "auténtico innovador
del periodismo", intentará imprimirle al diario rasgos que eran fruto de las
características de la empresa periodística moderna: el esfuerzo por volver el periódico
más ameno, grato, accesible, preocupado por la satisfacción de sus clientes lectores (J.

50 Este tamaño –94 por 62 cm- fue, en efecto, el más amplio del mundo en impresión de diarios a lo
largo de un período largo de publicación regular, en este caso, ocho años (1886-1893). Existieron, sin
embargo, números extraordinarios y publicaciones por períodos breves que alcanzaron y aún
superaron este enorme tamaño. Tal fue el caso del estadounidense Illuminated Quadruple
Constellation, fundado en 1859, cuyas hojas alcanzaron... ¡118cm de ancho por 126 cm de alto! (Cfr.
Ojeda, 2009). Estos pliegos megalómanos correspondieron al momento final de una tecnología de
impresión que permitía más contenidos y avisos por medio de la ampliación de la superficie del pliego.
La revolución tecnológica de las rotativas permitió pronto aumentar la cantidad de pliegos en las
tiradas diarias sin atrasar la salida del diario, lo cual pronto permitió volver a tamaños más amigables
para la lectura, manipulación y guardado de los diarios. Este lugar de “único en el mundo” fue
reivindicado por La Nación como probable. Al despedir el gran pliego en un artículo titulado del “La
Nación Grande”, se indicaba: "Pero la gran página de La Nación, atípica en el periodismo argentino y
tal vez en el universal, incorporada a la historia de un importantísimo período de nuestra vida nacional,
tenía necesariamente que desaparecer, más temprano o más tarde, por grandes que fuesen sus títulos...
(...) La mata, pues, a la gran página, su propio progreso, y surge en su lugar la que hoy sale a circulación
y lleva estas líneas a los lectores (…) ganándose algún espacio sobre las cuatro páginas antiguas, en las
ocho que las reemplazan, y pudiéndose agregar cuantas sean necesarias para atender debidamente las
diarias exigencias de la publicidad" (La Nación, 1° de enero de 1894).

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Rivera, 1998).

Cuando concluye el mandato presidencial de Roca (1886), el Partido Autonomista


Nacional impone, prácticamente sin oposición y en medio de acusaciones de fraude, al
cuñado del presidente saliente. El cambio toma a ambos diarios en el inicio de
innovaciones tecnológicas, empresariales y políticas. Ahora el grado de compromiso
político faccional es algo diferente en uno y otro diario, pero Paz nunca pierde la
simpatía por Mitre ni la animadversión por quienes lo combaten.

Ambos diarios deberán sobrellevar una difícil relación con el roquismo: Se lo critica en
numerosos puntos, al tiempo que se le reconoce pertenencia a un marco común, y se le
agradece las decisivas gestiones de reconciliación y acceso de miembros de la facción
mitrista al funcionariado, del cual es exponente el embajador Paz. El fundador de La
Prensa ejerce desde entonces y por muchos años gestiones diplomáticas como
embajador en España y Francia. Allí aprovecha para hacer gestiones comerciales para
su empresa, y negociará también la compra de armamento para el Estado argentino,
tema que impactará en el tratamiento dado por el diario La Prensa, en los años
siguientes, a los conflictos limítrofes y el riesgo de guerra con Chile.

En 1885 se inauguró en el solar adyacente a la casa de Mitre uno de los edificios que
ocuparía el diario hasta 1970. Era la tercera sede del diario, preparada para recibir las
nuevas máquinas recién incorporadas. Mitre (padre) se había alejado del control directo
de la dirección, sobre todo de los asuntos comerciales, y fueron directores
sucesivamente sus hijos. En esa sucesión, este período tiene, en el caso de La Nación,
dos momentos diferentes, uno correspondiente a la dirección de Bartolito (Bartolomé
Mitre y Vedia, 1883-1893) y la otra durante la dirección de su hermano Emilio (1894-
1909), esto es, hasta su fallecimiento.

El 31 de Diciembre de 1889, La Nación había publicado, según afirma en sus páginas,


una tirada de veinte mil cuatrocientos ejemplares de su número 5865. El 1 de Junio de
1890 se inauguraron las nuevas máquinas impresoras dobles, que marchaban a la par
pero eran independientes. Estas máquinas tenían la ventaja de admitir papeles de
distintos tamaños y la capacidad de imprimir hasta trece mil ejemplares de 16 a 32
páginas51. El primero de Junio de 1890 el diario afirma:

"Estas nuevas máquinas han sido, puede decirse, inventadas por La Nación, a fin de
responder a las necesidades crecientes de espacio y rapidez de impresión. Era un
desiderátum buscado con afán y con tesón por nuestra administración desde hacía
muchísimo tiempo…" (La Nación, 1° de junio 1890).

En este período La Nación comenzó a descubrir los inconvenientes de la megalomanía


del tamaño del pliego (y de la plancha de impresión) en una época en que podía
imprimirse casi hasta el infinito con las nuevas máquinas, y en la cual, sin embargo, el
diario poseía el pliego de circulación regular más grande del mundo. Fue un tiempo en

51 Pero el diario comenzaría con sólo ocho páginas el 1° de Enero de 1894.

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el que el grueso de los periódicos redujo sus tamaños, tanto en sus versiones sábana
como tabloide, y el desafío pasó a ser sumar más pliegos, en la medida que la facturación
publicitaria lo permitiese y demandase. El diario La Prensa desistió de continuar
imitando las ampliaciones de columnas de La Nación, y La Nación, de hecho, optó por
una lógica reducción de tamaño, con vistas a una mejor comodidad de lectura,
ampliamente demandada por el público. Tal reducción fue contundente: a la mitad,
mientras se duplicaba la cantidad de páginas, a partir del 1° de enero de 1894, cuando
Emilio Mitre y Vedia comenzaba a hacerse cargo de la dirección (Cfr. Ojeda, 2009). Los
avisos se trasladan a la primera página en ambos diarios, pero no los avisos pagos de
marcas, sino los avisos por palabras: espectáculos, fúnebres y clasificados en La Nación,
espectáculos y clasificados en La Prensa.

Con la dirección de Emilio Mitre el diario cambió sustancialmente en forma y contenido.


Estas modificaciones le imprimieron al diario una dinámica que se ajustaba al proceso
de modernización en marcha y a los requerimientos del periodismo moderno. Esto se
refleja en la edición especial de 32 páginas que edita el diario el 1 de Enero de 1894: "La
república, La América y La Europa en el año 1893". Otro indicio de modernización,
menos significativo quizás, que se da hacia el final de este período, es la ausencia de la
publicación de la tarifa publicitaria.

El esfuerzo por integrar este diario a las huestes del periodismo moderno se hizo notar
muy pronto en la diagramación. En este año -1894- en que Emilio Mitre se hace cargo
de la dirección, asistimos a un claro empeño por empezar a diseñar la información desde
el punto de vista visual. Así, podemos encontrar en el número del 22 de Julio una
importante nota ilustrada sobre la construcción el cementerio de La Chacarita, proyecto
en el cual estaba especialmente interesado Mitre. A partir de esta nota el número de
grabados se incrementó vertiginosamente, y los cambios que inmediatamente se
sucedieron transfiguraron al periódico más que en los 35 años anteriores. La imagen de
una página diseñada con equilibrio entre espacio tipográfico, imágenes y espacios en
blanco que facilitan el recorrido visual dejaría pronto de ser excepcional en el diario,
aunque por un tiempo estaría lejos, también, de ser cotidiana, o de ocupar la tapa,
reservada desde el 1° de septiembre de ese año y por dos décadas más para avisos por
palabras (clasificados, fúnebres, espectáculos). Otros ejemplos de primeras planas
ilustradas muestran que se trata de temas de alto interés político para el director,
planificables con suficiente tiempo de antelación como para prever costos y plazos de
elaboración de los bellos grabados y diagramaciones, como sucedió con la tapa del 4 de
agosto de 1894 dedicada al puerto de Buenos Aires a raíz de la llegada de los restos de
Eduardo Madero. El ingeniero Emilio Mitre había dirigido personalmente una campaña
a favor del desarrollo del puerto y de la apertura del canal por él proyectado que lo uniera
al río Paraná. A su vez, en las páginas interiores del periódico, se podrán encontrar
durante este año, numerosas notas abundantemente ilustradas, como la del 15 de
Agosto del mismo año, sobre la ampliación del parque 3 de Febrero.

El diario La Prensa mantuvo durante estos años semejanzas notables con su par, y las
mismas diferencias heredadas del período anterior: Ambos defendieron a Mitre,

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

criticaron a sus enemigos, pusieron directores menos expuestos políticamente desde


1874, potenciaron el perfil empresarial y menos entregado a la lógica faccional, se
armonizaron con los cambios a comienzos de la década de 1880 y a mediados de los ’90,
incorporaron sistemáticamente el uso de la imagen hacia 1900 por influencia de las
revistas ilustradas, con cuyos actores empresariales ambos estaban en pleno contacto
personal, colocaron desde los años ’90 los avisos por palabras en la tapa y comenzaron
a armonizar las publicidades por espacios con los contenidos redaccionales hacia
mediados de esa década, buscaron mostrar un perfil culto, abierto a colaboraciones de
prestigiosas plumas europeas, y se mostraron constantemente dispuestos a innovar
mostrando estar a la vanguardia de la tecnología52, los mecanismos de gestión y los
contenidos propios de los grandes diarios modernos europeos.

Algunas diferencias también fueron notables: La Prensa mantuvo y potenció su perfil


de diario ligado a las acciones de beneficencia y acciones sociales. La Nación priorizó
estar en la punta de las innovaciones en contenidos y secciones, contacto inmediato con
novedades europeas, folletines de autores consagrados, etc., tópico en que La Prensa
imitó, pero no pudo ni intentó competir por la primacía. También, a medida que los
diarios se autonomizaron de la lógica faccional, aparecieron diferencias en el
tratamiento de algunos temas. Es especialmente notable, al respecto, la distinta posición
adoptada frente al conflicto con Chile: a favor de la guerra La Prensa, en contra La
Nación.

Cuando entre 1881 y 1883 La Ilustración Argentina, surgida en el primero de esos


años, busca explícitamente innovar en el campo de la reproducción de imágenes,
tropieza tanto con los alcances como con los límites de la técnica, y de la consolidación
del oficio en el país. Así, el uso de imágenes en los diarios cuyos propietarios
mantienen relación personal con el fundador de La Ilustración Argentina, no
cambia bruscamente, entre otras cosas porque se comprueban las dificultades para
ello, y porque aún no hay una competencia comercial que presione en esa dirección.
Distinto será, en la década siguiente, el período 1894-98, cuando la experimentación
con nuevas técnicas de grabado y fotograbado en Europa sean rápidamente
adoptadas por La Ilustración Sudamericana primero, y por Caras y Caretas en 1898.

De allí que cuando se invierte en maquinarias en ambos diarios, la necesidad de


incorporar tecnología de imagen se hace presente, y ambas empresas lo hacen. Esto
no necesariamente produce un cambio brusco en las ediciones diarias, pero sí en
aquellas ediciones especiales (aniversarios, edición del 1° de enero de cada año,
suplementos) que permiten un trabajo con plazos equivalentes a los de las revistas.
Los elementos que aparecen a la vanguardia de la incorporación de la imagen visual,
y con ella técnicas complementarias como el orlado, que define una especialización

52No eran raros los artículos que –al informar cambios en los equipos- daban cuenta de estos avances
técnicos: “… dando forma práctica a sus indicaciones que el constructor Marinoni, de París, ha llevado
a cabo, después de un año de trabajo, la ejecución de estos instrumentos de la tipografía moderna (…)
justamente con ellas hemos debido instalar, a ese efecto, un motor de gas de 2 cilindros, que es también
una novedad en Buenos Aires y el mayor de su clase que existe en esta ciudad” (La Nación, 1° de junio
de 1890).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

entre los grabadores, son los mismos que mencionamos al referirnos a Bourel: Los
estudios fotográficos provenientes de la criminalística, los materiales de difusión
visual de las compañías de ópera y teatro, los croquis y estudios equivalente realizados
por personas del oficio técnico y la arquitectura, la ilustración científica trasvasada a
grabado, la ilustración editorial de libros y álbumes, la fotografía científica,
especialmente la de viajes.

4. La diversificación y el fin de la prensa mitrista de partido (1898-


1909).
En 1896, la política de acuerdo entre Emilio Mitre y Carlos Pellegrini permite el
acceso al parlamento del primero de ellos, entre otros resultados, y sobre todo, hace
soñar al mitrismo con un acuerdo mayor que lleve al líder de la Unión Cívica, don
Bartolomé Mitre, a su segunda presidencia. El acuerdo es aplaudido por La Nación y
apoyado por La Prensa con algunas reservas y temores, más adelante confirmados y
reprochados a los Mitre. Sin embargo, una vez más, “el zorro” Roca los vencerá
formando una red de apoyos muy superior en recursos estatales, cantidad de medios
periodísticos que lo apoyan, recursos publicitarios masivos y –según todos sus
detractores e historiografía posterior- el fraude. El resultado de las elecciones de 1898
no podría ser más contundente: 85,16 contra 14,84 por ciento. Tras la abrumadora
derrota electoral, una de las reacciones de la prensa mitrista –y de otros diarios
importantes como El Diario de Laínez, que llega a decir al día siguiente del comicio:
“Se ha confirmado el triunfo del candidato de la indiferencia pública…”53- será
denunciar y relatar el escandaloso fraude electoral en esta y sucesivas elecciones:

“Pudiéramos relatar algunos incidentes cómicos que se han producido durante el acto
electoral con aquellas personas a depositar su voto en la urna, y se encontraron con
que en los registros aparecían ya entre los que había votado (…) ” (La Prensa, 11 de
abril de 1898, N° 10.026. pág. 4-5).

“No nos detendremos a citar, ni a echar responsabilidades precisas sobre tal o cual
agrupación, a todas alcanzan nuestras censuras de esta elección a destajo, en que las
urnas se han convertido en cubiletes de escamoteo, y han vomitado millares de
votantes nominales (La Nación, 12 de abril de 1898, N° 8757).

“La capital de la República ha sido teatro, una vez más, de la enternecedora farsa
electoral, que por quitas y atenuantes que quiera oponérsele, resultará siempre
condenada por la opinión imparcial del país. Es un hecho el franco abandono de los
atrios por la mayoría de los ciudadanos conscientes; y en su lugar, capitaneados por
caudillejos de barrio, a cuyo lado debería ser inexplicable la presencia de algunas
personas de significación, han figurado tandas de elementos, verdaderos
profesionales del voto, transformistas sin habilidad, a quienes supo a gloria atribuirse
media docena de individualidades” (Caras y Caretas, 15 de marzo de 1902, año V, N°
180).

53 El Diario, 11 de abril de 1898, año 17, N° 6092, pág. 2.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Sin embargo, la ruptura del acuerdo no significa el paso a una oposición frontal y
revolucionaria, sino la construcción de un discurso opositor capaz de negociar nuevas
condiciones de participación y lograr expectativas de triunfos electorales futuros.
Para ello, Mitre y su red de amigos políticos repiten la estrategia de 1868-70, 1880-
83 o 1890-94: ampliar su red de prensa desde la ampliación de posibilidades de
articulación entre relaciones políticas y relaciones de mercado. A La Nación y La
Prensa, cuyas diferencias de intereses no impedían navegar un mismo curso opositor,
se sumaron El Nacional, relanzado para una tercera época con dirección de Pedro
Bourel cuando la derrota era evidente, y un medio completamente nuevo, la revista
en formato magazine semanal Caras y Caretas. Esta revista lanzó un número
“circular” (equivalente a un número cero) de invitación a anunciantes y lectores en el
mes de julio, y el número 1 propiamente dicho el 8 de octubre, en la misma semana
de toma de posesión del cargo por el presidente Roca.

Caras y Caretas contaba con numerosas características innovadoras en relación con


el mercado local. Imitaba las muy exitosas revistas magazine que habían mostrado un
formidable resultado comercial y de prestigio en Estados Unidos a lo largo de la
década de 189054, y abrevaba en el creciente interés del público por la imagen visual
en prensa, así como por una diversificación de contenidos orientado a un público
masivo, interesado no sólo en la información o en la crítica política, sino también en
el entretenimiento, la divulgación científica o diversos saberes prácticos, desde los
hobbies hasta la cocina, pasando por conocimientos técnicos o prácticos para la vida
urbana. El grupo estaba en contacto con el grabador español Eustaquio Pellicer, quien
tras experiencias en su país había fundado en Montevideo la revista Caras y Caretas,
en 1890. Fue Bartolomé Mitre y Vedia quien pudo entrever el potencial de la revista
con su excelente manejo del humor y de la imagen visual, a pesar de su insuficiente
producción de contenidos de interés general, y sobre todo, de sus dificultades
financieras, que serían superadas en la visión de Mitre con la introducción de un
planteo empresarial propio de los magazines. La revista presentaría inicialmente 36
páginas, contaría con temas variados Y en su tapa presentaría un tema único, con una
caricatura humorística multicolor cuyo sentido se completaba con un diálogo o
comentario al pie, generalmente en verso. A lo largo de los primeros dos años de
publicación, el cien por ciento de estas caricaturas de tapa fueron duros mandobles
contra el presidente Roca y su gobierno. Los contenidos informativos y editoriales
priorizaron los intereses partidarios y tomaron posición, pero gran parte del abrupto
crecimiento en público fue en busca de los temas menos asociados a ello, incluyendo

54 “Su enorme proliferación durante la década de 1890, había obligado a los periódicos a considerarlas
con verdadera alarma, como fuertes competidoras en el interés de lectores y anunciantes. El éxito de
revistas como Munsey´s (1889), McClure´s (1893), Cosmopolitan (1886), Harpers Weeklly, Leslie´s,
Puck, Life, Judge, The Veredict (1898), se debía a su combinación de contenido misceláneo e
ilustraciones y al bajo costo para el lector” (Rogers, 2005). Rogers refiere también un artículo
publicado por Rubén Darío en La Nación en 1899: “Los Estados Unidos han enseñado al mundo la
manera como se hace un magazine (…) los adelantos de la fotografía y el ansia de información (…)
ponen a los ojos del público, junto al texto que los instruye, la visión de lo sucedido (…)” (La Nación,
20 de Junio de 1899).

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el disfrute del humor mordaz que expresaban las tapas, aunque no necesariamente
con efectos de aumento de las simpatías opositoras por parte de los lectores.

Los medios de esta red se apoyaron mutuamente. Caras y Caretas, en su edición del
24 de junio decía de su colega Bourel:

“Un núcleo de importantes miembros del foro porteño y de personalidades sociales


de alto valer, ha hecho una demostración de aprecio y de adhesión al Dr. Pedro Bourel,
director de El Nacional, que tan valientemente ha emprendido una campaña
moralizadora contra los malos elementos de la administración pública. La verdad es
que la conducta del Dr. Bourel, cuyo retrato presentamos, es digna de aplauso, y que
la ingrata tarea que se ha impuesto, es noble y patriótica” (Caras y Caretas, año II, N°
38, 24 de junio de 1899).

En la misma página, bajo el título “La enfermedad de Bartolito”, decía del ex director
de La Nación: “Para Caras y Caretas esta no era la perspectiva de una desgracia así
como se quiera, sino la amenaza de un verdadero golpe físico; porque fue el bizarro
espíritu de Bartolito quien dio a esta empresa el más brillante impulso inicial – fue el
prestigio de su nombre el primer traje de gala que vistió este periódico”.

La Prensa, por su parte, mantiene tanto su pertenencia al espacio mitrista de origen,


pero conserva también esa autonomía construida en las dos décadas anteriores, en
defensa de los intereses de sus propietarios, convertidos ahora en una de la familias
más ricas de la ciudad. José C. Paz se prepara para residir definitivamente en el país,
y para ello construye tanto una enorme y moderna sede para el diario como un
palacete opulento para su familia. El nuevo edificio de La Prensa se inaugura en 1898,
e incluye máquinas de última generación. El edificio se encuentra frente a la sede del
gobierno nacional, al comienzo de la recién creada Avenida de Mayo

La Prensa conserva matices de diferencia con respecto al resto del grupo de medios.
El diario adopta un fuerte tono opositor mucho antes que La Nación, criticando
incluso a La Nación por no acelerar la ruptura de los acuerdos con Pellegrini. No
habrá tópico en el que no exista oposición, ni presión por intereses propios, intereses
que incluyen un secreto a voces: los Paz desean fervientemente la candidatura
presidencial de Ezequiel, proyecto que se demostrará inviable. La Prensa mantendrá,
en los años siguientes, una línea sumamente regular en torno a tópicos
históricamente defendidos: la preparación militar para la defensa del territorio
nacional frente a amenazas extranjeras, la incorporación de sectores postergados,
tanto étnicos (indios) como sociales (obreros, mujeres) a los beneficios de la
educación, la participación en la economía y los derechos y deberes ciudadanos, etc.55.

Durante 1898 José C. Paz y su hijo Ezequiel dotan a La Prensa de máquinas de última
generación, en un edificio propio construido tras las expropiaciones motivadas por la

55Por ejemplo, el 26 de Abril de 1901, La Prensa no escatima términos para criticar la campaña al
Chaco para someter a los últimos indios cimarrones: “La barbarie en el Chaco- Guerra de exterminio.
Las tolderías chaqueñas-escenas de horror. Cacería de seres humanos- El fracaso de la campaña”.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

creación de la Avenida de Mayo, que une las sedes del Poder Ejecutivo y Legislativo.
Esta avenida había generado conflictos que debieron llegar a la Corte Suprema de
Justicia, y dio lugar a escandalosas denuncias de corrupción. En el caso de La Prensa,
que el autor del proyecto de la Avenida de Mayo fuese el entonces intendente Cané,
asiduo colaborador de La Prensa, acrecentó rumores y acres comentarios. El edificio
se ubicaba en el epicentro político y económico del país, y constituyó un punto clave
de la vida urbana, con su belleza, su gigantesca biblioteca pública, sus consultorios
médicos y jurídicos gratuitos, sus servicios de enseñanza y el propio diario. Ezequiel
Paz heredó de su padre la dirección del diario poco después de esta gran inauguración.
La frustración del proyecto presidencial de Ezequiel llevará al diario hacia una
definitiva orientación empresarial, que transformará a La Prensa en uno de los más
prestigiosos del mundo en idioma castellano.

En forma semejante, La Nación mantiene el perfil político opositor, pero una parte
creciente del contenido del diario deja de centrarse en la lucha política frontal,
continuando la apertura hacia una visión más orientada al mercado iniciada al asumir
definitivamente Emilio Mitre y Vedia, en 1894, su dirección. El inesperado
fallecimiento de Bartolomé Mitre y Vedia en abril de 1900 no modificará
sustancialmente este proceso, aunque sí lo profundizará, aprovechando elementos de
su éxito con Caras y Caretas: Se crean suplementos con motivo del cierre y comienzo
de cada año, los cuales cuentan con una producción de grabados –y desde 1902,
fotograbados- material literario, informes científicos, artículos de costumbres y
ensayos. Los suplementos habrán de ampliar su rol y –en 1901- se agregará a ellos la
oferta de libros económicos conformando una colección denominada “Biblioteca La
Nación”, de éxito masivo. El espacio asignado a la publicidad supera el tercio del
espacio impreso. En la sección general, la información se diversifica, y el aumento de
páginas de las tiradas (que pasará de un promedio de 8 a 16 durante el sexenio de
Roca) se completa con una participación creciente de los tópicos no asociados
directamente a la lucha política: prestigiosas colaboraciones extranjeras, notas de
interés científico-pedagógico, folletines, telegramas noticiosos, información de
interés social (espectáculos, homenajes, fiestas, etc.), a lo que se agregaban los
distintos tipos de espacios pagos: avisos por palabras, avisos de remates
agropecuarios e inmobiliarios, reclames propiamente dichos.

Algo análogo sucederá con Caras y Caretas: Al fallecimiento de Mitre y Vedia se


agregará en 1903 el de Fray Mocho: la revista había perdido a dos de sus tres padres
fundadores. Pellicer había deseado continuar la dirección cuando se trasladó de
Montevideo a Buenos Aires, pero Mitre había optado por Fray Mocho, de quien
conocía lealtades políticas y mejor manejo de la realidad local en comparación con el
español. Entre otros argumentos, se había utilizado el hecho de que la nacionalidad
de Pellicer sería contraproducente en medio del estallido de la guerra de Cuba, ante
la cual el diario La Nación había tenido una posición pro independentista, en tanto
que la dirección de Bartolito era vetada por temor a un potencial desprestigio del
apellido dirigiendo un periódico de tapas burlescas. En 1903, Pellicer esperaba
suceder a Fray Mocho. Pero Bartolomé Mitre (padre) optó por un miembro de su

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

círculo de confianza, Carlos Correa Luna, quien dirigiría la revista en los años
siguientes. Correa Luna integraba la Junta de Historia y Numismática Americana, y
colaboraba con Mitre en una etapa en que –retirado de la disputa de cargos políticos-
buscaba su lugar definitivo en la historia nacional, lugar reservado incluso por el
Presidente Roca en el último tramo de su mandato, el de prócer.

En 1904 el crecimiento del mercado editorial había alcanzado un rango tal que los
ejercicios de segmentación ensayados en los años anteriores comenzaron a cuajar, y
nuevos actores de la industria aparecerán, más interesados en la detección de
segmentos de mercado vacantes que en la concreción de logros políticos. El
matrimonio Bourel-Allen dejó de publicar El Nacional tras el fallecimiento de
Bartolomé Mitre y Vedia, pero continuó publicando La Columna del Hogar como
revista independiente, primero semanal y luego –por varios años- en lujosa edición
trimestral, y ensayando –junto a Francisco, hermano de Pedro Bourel- nuevas
experiencias de publicaciones para el segmento infantil, mientras Pedro continuaba
actuando en el periodismo y en la política argentina y uruguaya desde su bufete
jurídico en La Plata. En 1904, la empresa Editorial Haynes se lanza al mercado con
un magazine que tendrá formidable éxito comercial: El Hogar. Caras y Caretas, por
su parte, sufre una escisión impensable años atrás: El descontento de Pellicer con la
elección de Correa Luna como nuevo director, lo lleva a retirarse de la revista junto
con un grupo de integrantes de la misma, para crear un nuevo magazine con un
planteo muy semejante a Caras y Caretas y que tendrá un éxito inmediato: PBT,
revista que llevaba a su más extrema expresión la reducción de tamaño propia de los
magazines: la mitad que su predecesora, aunque con igual número de páginas. En
1912, un nuevo conflicto interno, esta vez de orden laboral, prácticamente vaciará a
Caras y Caretas con un retiro en masa de trabajadores para fundar Fray Mocho: el
mercado había crecido lo suficiente como para brindar éxito a las tres experiencias
simultáneamente. Lo mismo sucedía en el mundo de la prensa cotidiana: Nunca había
habido tanta oferta de diarios, y sobre todo, de diarios de grandes tiradas y grandes
ofertas para atraer público. Sin embargo, La Nación y La Prensa pudieron, en ese
contexto, continuar su expansión.

De este modo, las dos familias pioneras del periodismo mitrista ven desdibujarse sus
expectativas de poder político, mientras sus empresas inician su período de mayor
esplendor en rendimiento económico y en prestigio. La Nación y La Prensa son
grandes empresas que disputan el lugar de principales diarios en español, tanto en
tirada como en tecnología, inversión, servicios, variedad y cantidad de contenidos.
Caras y Caretas permanecerá vigente hasta fines de la década de 1930, abriendo en
el país el nuevo mercado de revistas magazine. Los ensayos de publicaciones
segmentadas realizados por los Bourel en décadas anteriores abrirán paso a las
exitosas publicaciones que aprovecharán nuevos protagonistas editoriales como
Haynes desde 1904, o Vigil, desde 1916.

La sostenibilidad económica de los medios del grupo afín a Mitre en esta etapa es
notable, por ejemplo, en comparación con el diario El Pais, del vicepresidente

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Pellegrini. Producida la ruptura de Pellegrini con Roca en 1901, la crisis económica


del diario fue inmediata:

“Los sueldos de los periodistas comenzaron a atrasarse o a pagarse parcialmente si la


recaudación por publicidad lo permitía. Hubo que dejar el amplio edificio de la calle
Florida y pasar de un lugar a otro (…) la suma de avisos estaba muy lejos de los
primeros tiempos (…) el diario de Pellegrini se vio obligado a reducir la planta de
personal permanente y diferir los pagos a los proveedores” (Mayochi, 2007: 33).

Las tiradas muestran entonces el enorme crecimiento de la industria gráfica: El diario


La Nación, iniciado con poco más de mil suscriptores, había duplicado su nómina en
pocos años, y logado tiradas record desde 1875 cuando, tras el levantamiento de la
clausura, había superado los diez mil ejemplares (10.700 el día 1° de marzo), volumen
que logra sostener y llevar a un promedio de 18.000 en la década siguiente. Menos de
quince años después, el 31 de diciembre 1889, superaba los veinte mil, según
informaba el propio diario en esa fecha. Vuelve a duplicar su tirada en los quince años
que le siguieron, para ascender al asombroso volumen de cien mil ejemplares diarios
tras la consolidación empresarial de 1909 y la reforma electoral de 1912, según
informa La Guía Periodística Argentina de 1913.

El ascenso de La Prensa es aún más asombroso, con cifras semejantes en su


crecimiento a lo largo del último cuarto del siglo XIX, pero alcanzando, en 1913, los
160.000 ejemplares diarios. Y más aún lo es el de Caras y Caretas, iniciada en octubre
d 1898 con una ambiciosa tirada de quince mil ejemplares, cifra que se cuadruplicaba
al promediar el gobierno de Roca, superaba los ochenta mil ejemplares en 1904, y
superaba en tirada al propio diario La Nación al año siguiente de la muerte de
Bartolomé Mitre (tirada máxima en 1907: 106.000), manteniéndose por encima de
los cien mil durante toda la década de 191056.

Los cambios en la organización profesional son tan bruscos como los aumentos de
tiradas. Los magazines (El Hogar, Caras y Caretas, PBT, etc.) han normalizado en la
industria gráfica la narración fotográfica, el diseño de página y la armonización de
publicidad y texto. Han profesionalizado, además, la labor periodística y la
fotográfica, y han asumido claramente la segmentación como parte de la propuesta
empresarial, y estos cambios impactan en la prensa diaria en la década siguiente. La
profesionalización de escritores, fotógrafos, grabadores, tipógrafos y empresarios del
sector se hará completa en el transcurso de una generación.

La cantidad, variedad e intensidad de los cambios en el lenguaje gráfico es


impactante: Los avisos publicitarios se vuelven parte cotidiana del contenido de los
periódicos, y poco a poco la inclusión pionera de avisos y texto en unidad visual en el
marco en la puesta en página se torna normal y necesario. El precio de los avisos
publicitarios crece a la par que se decuplican las tiradas, y con ello, crece también la

56Caras y Caretas provee constantemente los datos se sus tiradas en los sucesivos números. Con menos
asiduidad, también lo hacen La Prensa y La Nación, que tienden a publicar datos de este tipo cada vez
que se producen adelantos técnicos o mejoras sustanciales en las tiradas.

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presión sobre los grabadores de avisos para que ahorren espacio. Entre 1898 y 1904
numerosas empresas acrecientan el esfuerzo creativo puesto en sus avisos, que gozan
de fácil visibilidad en la página por medio de creativos contrastes, afirmaciones
sorprendentes o imágenes llamativas, pero su tamaño decrece rápidamente. Las
novedosas campañas seriadas, o complementadas entre distintos medios gráficos y
callejeros, iniciada tempranamente por el empresario Bagley en 1867, ahora apuestan
a series cuyo efecto acumulativo no decrece por cambios de orden de publicación, o
por interrupciones. Las series son “variaciones sobre un tema”, lo que permite su uso
con mayor versatilidad, como lo demuestran con gran éxito los casos pioneros de
cigarrillos París, cervecería Quilmes, jabón Cuticura, Tónico Apio de Paine,
cinturones eléctricos del Dr. Sanders, el té Diamond, emulsión para la tos del Dr.
Angier, jabón para el cabello Koko y otras (Ojeda, 2013). La marca es decisiva en la
propuesta comercial de una empresa, y con ello, lo es la circulación publicitaria,
habilitando así una nueva era en la articulación entre política, medios y mercado. Para
el momento en que la reforma electoral de 1912 cambia las reglas del juego electoral
por la universalización del voto secreto y obligatorio, abriendo nueva autonomías a la
prensa en relación con las facciones, el crecimiento de ingresos por avisos era ya
monumental. Mientras Los Debates de 1852, dirigido por Hortelano y Mitre, lograba
resultados estimulantes con unos ingresos por avisos que cubrían el 13 por ciento de
su facturación bruta, en 1913 el diario La Prensa ingresa un promedio de cuatro mil
avisos por día, facturados en función de un público que supera largamente las
doscientas mil personas por número, convirtiéndose así en una gran industria basada
en la publicidad (Cfr. Hortelano, 1972; Moyano, 2008).

Buenos Aires se llena de reclames: inusuales carrozas en las calles, llamativas


publicidades en marquillas de cigarrillos, sorteos y regalos que van desde productos
gratuitos hasta viviendas, afiches callejeros, y por supuesto, avisos en diarios y
revistas. Manuel Malagrida, empresario del cigarrillo llega a afirmar: “La reclame es
todo (…) La publicidad ha de servir para avisar al público de una manera risueña,
artística y original de los méritos de una marca” (Butera, 2012: 22). Avisos elaborados
por grabadores que entregan los fotocromos listos para la imprenta, y que el diario o
revista deberá insertar. Pronto los formatos visualmente armónicos que combinan
imagen y texto, y realizados a varias columnas, comienzan a romper el tradicional
formato vertical de los periódicos, y se plantea la necesidad de repensar la página
como un plano de diseño visual, como si se tratase de una página de álbum o
enciclopedia. Los nuevos magazines y los suplementos especiales de los diarios se
pondrán a la vanguardia de este cambio.

Al promediar el segundo y último mandato de Roca, la pérdida de cohesión y de


esperanzas de retorno al poder por parte de la otrora poderosa red mitrista contrasta
con su formidable éxito comercial. Los Paz verán frustradas sus expectativas
presidenciales, pero La Prensa se convierte en este período en el diario más vendido
de Argentina. Los Mitre continuarán en la Política activa luego del fin del mandato
de Roca, pero pocos años después, con el fallecimiento de Emilio Mitre, en 1909, el
diario quedará -tres años después de la muerte de Bartolomé Mitre (p)- constituido

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

definitivamente como una Sociedad Anónima, sellándose con esta operación, en forma
definitiva, el fin del "puesto de combate". La opinión, la "tribuna de doctrina", seguirá
presente en el diario, pero quirúrgicamente diferenciada de la información "objetiva", y
organizada como "opinión periodística independiente", amparada en el derecho de los
propietarios de una empresa periodística moderna. La muerte de Emilio Mitre, director
desde 1894, ponía fin al último intento de colocar al periódico al servicio de
candidaturas y puntos de vista partidarios de miembros de la familia, y esto fue aclarado
apenas después de la despedida necrológica a su director fallecido. La Nación quedaba
emancipada del antiguo Partido Nacional (Cfr. Sidicaro, 1993).

El argumento central del periódico había pasado de la acción política a vender público
a sus anunciantes e información al público, núcleo de la industria cultural capitalista.
Para ello, La Nación debía constituirse en una mercancía atractiva, moderna, eficaz.
Hacia estos objetivos orientarán los diarios y revistas nacidos de las iniciativas mitristas
todos sus esfuerzos, llegando a consolidarse La Prensa, La Nación y Caras y Caretas
como como los diarios y revista más importantes de la Argentina durante muchas
décadas más.
5. Bibliografía.
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Nacional y la política argentina a fines del siglo XIX. Edhasa, Buenos Aires, 2010
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y Caretas (período 1898-1909); El Nacional (período 1898-1899)

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2.7. Del reclame comercial al aviso publicitario

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2.7. Del reclame a la Publicidad. La transición hacia la modernidad


publicitaria en la prensa periódica argentina entre 1862 y 1885.57

Alejandra V. Ojeda

RESUMEN:
Pensar la publicidad como fenómeno histórico supone una aproximación contextual que nos ayude a
obtener un marco teórico adecuado a la naturaleza del problema. Tratándose de un campo de prácticas
culturales multideterminado por aspectos económicos, políticos, tecnológicos, estéticos, etc., resulta
esencial conocer la trama específica que esas determinaciones conforman para constituirse en el
núcleo mismo del objeto de estudio. El período histórico analizado en este trabajo es la transición
argentina entre las guerras civiles post independencia y la consolidación del Estado moderno,
aproximadamente entre 1862 y 1880, y la correlativa transición en la prensa, desde una faccional pre-
moderna, hacia una moderna, en una sociedad civil organizada por una economía de mercado
agroexportadora y enmarcada por un Estado parlamentario conectado con el mercado mundial. Este
proceso se completa en las primeras décadas del siglo XX y converge con el nacimiento de una industria
cultural nacional basada no sólo en la prensa, sino también en nuevos medios sonoros y visuales. Es
en este período transicional cuando la prensa obtiene las bases de sus características y funciones
modernas, reorganizando los soportes gráficos, las posibilidades técnicas y las identidades estéticas
heredadas del período anterior, anticipando las innovaciones que tiempo después serían adoptadas
por el conjunto de la organización visual de diarios y revistas, y que no sólo transformaron las
dimensiones estéticas o de organización visual, sino las estrategias económicas y discursivas de la
prensa como un nuevo gran componente de la economía y de la relación entre sociedad civil, empresas
y Estado.

1. Introducción

Si bien la publicidad, como forma de comunicación orientada a la persuasión puede


rastrearse en los inicios de la historia humana, es hacia la segunda mitad del siglo XIX
donde se estructura como un sistema de relaciones y prácticas económicas y sociales
con un rol decisivo en la economía, la sociedad, la política y la cultura.

La publicidad actual presupone la existencia de diversas prácticas y condiciones de


producción sin las cuales su desarrollo no sería posible, a saber: el surgimiento y
desarrollo de los medios técnicos de comunicación social, comenzando con la imprenta
(mediados del siglo XV) y los periódicos (desde mediados del siglo XVII), el nuevo rol
de los mismos a partir de las revoluciones burguesas, la consolidación del capitalismo
industrial hacia mediados del siglo XIX, las transformaciones sociales de comienzos del
siglo XX (crecimiento demográfico, aumento de la población urbana, acceso de las
masas populares al ocio y al consumo en Occidente) y los efectos de la segunda
revolución industrial sobre las comunicaciones sociales (nacimiento del cine, la radio,
la industria discográfica, los magazines de masas) a comienzos del siglo XX.

En relación con estos cambios, dos momentos históricos son decisivos en la


configuración de la relación de necesidad mutua entre medios de comunicación,
empresas y publicidad propia del sistema capitalista: la incorporación definitiva a la
prensa periódica de los anuncios58 ya no como elemento secundario sino –por el

57Publicado originalmente en: Revista Pensar la Publicidad, año 2010, nº 2, UCM, España.
58 En numerosos países latinoamericanos, y en particular en la región rioplatense, se utiliza desde el
siglo XIX hasta la actualidad el vocablo «aviso» (del francés avis) para referirse a los espacios
publicitarios en prensa. Los periódicos aquí analizados, de fuerte influencia francesa hasta la década

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contrario- como fuente principal de financiamiento y lucro, fenómeno que se asienta


en Europa entre las décadas de 1830 y 1860, y la formación de un sistema de medios
masivos de comunicación en las décadas entre 1910 y 1930. Según Patrice Flichy59:

La primera mutación aparece en vísperas del lanzamiento de la fotografía y del


telégrafo eléctrico: en 1836, Emile de Girardin con La Presse y Dutacq con Le Siecle
lanzan simultáneamente una nueva fórmula: el diario a 10 céntimos (o sea una rebaja
del 50 % respecto a los otros diarios), que encuentra en la publicidad una financiación
importante y en la novela de folletín un contenido atractivo. Las tiradas pasan entonces
de unos pocos miles de ejemplares a veinte o treinta mil. En la misma época aparece
en Estados Unidos la penny press, que alcanzará tiradas superiores.

En el primero de estos momentos (1830-60) surgen las bases de la industria del


entretenimiento, el concepto de «marca» como decisivo en la idea de publicidad y de
identidad de un producto o servicio, las primeras agencias de noticias y los rudimentos
de las futuras agencias de publicidad.

En el caso de Argentina, tras las guerras de independencia se producen crisis y guerras


civiles que demoran su conexión plena con la nueva realidad del mercado mundial
capitalista en su etapa industrial. Lo logra más tempranamente la provincia de Buenos
Aires, ya desde la década de 1820, por medio de su economía periportuaria basada en la
exportación de cuero, tasajo y sebo, y más adelante de lanas. Pero el fenómeno alcanza
rango nacional con el proceso de unificación del Estado realizado entre 1860 y 1880 y la
expansión de la economía agro- exportadora a todo el país, complementando el
desarrollo ganadero con la revolución cerealera. No casualmente, estos procesos de
vinculación al mercado mundial se ven acompañados por sucesivos avances en el
desarrollo de la prensa periódica y del uso de anuncios en ella60.
Este artículo recorre aspectos de esta etapa crucial en la evolución de la publicidad en
Argentina, por medio del estudio de un caso paradigmático a lo largo de veintitrés años
decisivos: 1862-1885. Se tomó el diario La Nación Argentina fundado por Bartolomé
Mitre en 1862 y su inmediato sucesor, La Nación, hasta el año 1885 (año en que La
Nación incorpora las rotativas, iniciándose con ello una etapa diferente de su
evolución), porque es junto con La Prensa uno de los dos más importantes del período,
el más innovador en términos tecnológicos y comerciales, y con continuidad hasta la
actualidad siendo por ello uno de los más antiguos entre los actualmente existentes61.
Los anuncios, tal como aparecen en los periódicos argentinos en la primera mitad del
siglo XIX, corresponden a la etapa previa a la configuración de la publicidad en su
sentido actual: oferta de servicios personales (clases particulares, modistas, fotógrafos,
etc.) o de comercios minoristas (casas de telas, papelería, cigarrería, etc.), o de compra-
venta de bienes muebles e inmuebles. Pero en la época de la Organización Nacional
(1860-1880) vemos una veloz adecuación a los novedosos patrones publicitarios

de 1890, utilizaban exclusivamente este término una vez caído en desuso otro nombre usual de
influencia francesa, «reclame». El término «anuncio», sin embargo, era también conocido. Se opta en
este artículo por el uso exclusivo de «anuncio» por ser el vocablo más extendido actualmente en el
mundo hispanoparlante.
59 FLICHY, P. (1991): Una historia de la comunicación moderna. México, Gustavo Gili, 1993, 83.
60 MOYANO, J. (2008): Prensa, Modernidad y Transición: problemas del periodismo argentino en el

siglo XIX. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Cd-ROM, 64-67.


61 El diario La Nación puede ser considerado el más antiguo de los existentes si se obvia el cambio de

nombre y estructura societaria en 1870 y se toma como fecha de inicio a 1862.

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establecidos en Europa y Estados Unidos62. Será precisamente el diario La Nación


Argentina / La Nación, la experiencia periodística paradigmática de esta nueva etapa:
arranca con todos los atributos de la prensa política porteña de la década de 1850, y
logra adecuarse a los grandes cambios vividos por el país, no sólo sobreviviendo a los
mismos, cosa que muy pocos diarios de esta época pudieron hacer, sino fortaleciéndose
y creciendo hasta el punto de destacarse en todo el mundo de habla hispana como un
diario importante y a la vanguardia de las innovaciones tecnológicas, formales,
culturales y estilísticas.

2. Definición del punto de partida

Las variaciones más significativas que se pueden notar en la publicidad de prensa


argentina entre 1862 y 1885 afectan, en primer lugar, a la definición misma de
mercancía. En los primeros años del período estudiado nos encontramos con una
estructura de productos y de formas de comercialización diferentes a la actual, donde
la marca del producto publicitado, aunque presente en muchos casos, no cumplía un
rol estratégico. El valor agregado que después dará la identificación del fabricante en
cuanto a confiabilidad u originalidad del producto era otorgado en ese momento por
el punto de venta personalizado, donde la mercancía era fraccionada, empaquetada
y entregada por el dueño del local a manos directas del cliente. El almacén y la casa
de ramos generales eran las formas más habituales de comercialización de productos.
Hacia 1885, en cambio, como consecuencia de la creciente industrialización y la
expansión de bienes industriales hacia las periferias, la fabricación de mercancías
había extendido su función hacia la elaboración y estampación del envase,
incorporando en él la marca que identificaba a la empresa productora y trasladando
la garantía de confianza del vendedor al fabricante, potenciando canales de
distribución impersonales y muchas veces a distancia. Este proceso se tradujo en la
presencia cada vez más abundante de anuncios donde se refería al envase y la marca
del producto como elementos que garantizaban la autenticidad de su procedencia, la
identidad del fabricante a la par de la del distribuidor o por encima de ella. Entonces,
necesariamente, el anuncio que listaba una gran variedad de productos de diferentes
usos y procedencias, fue tendiendo a ser reemplazado por anuncios sobre un producto
único, dando lugar a búsquedas de estilo tanto gráfico como argumental63.

3. Procesos de diferenciación

Al abordar el corpus con el objeto de intentar una tipología de anuncios, nos hemos
encontrado ante la dificultad no sólo de clasificar, sino de identificar qué era y qué no
era publicidad, debido a que el momento estudiado corresponde a una etapa arcaica
de su evolución. En este sentido, a lo largo de los veintitrés años analizados, se pudo
ver un doble movimiento: por un lado se fueron distinguiendo los anuncios

62 OJEDA, A. (2008): De la arenga faccional al reclame comercial: lenguajes y relaciones en el nacimiento

del periodismo moderno argentino. El caso del diario La Nación. Buenos Aires, Universidad de
Buenos Aires, Cd-ROM, 24-33.

63 OJEDA, A. (2008), op. cit., 168.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

clasificados de la información de servicios públicos y de las publicidades, y por otro


lado al interior de cada categoría, las piezas se fueron agrupando por afinidad. Este
movimiento de agrupación se dio prácticamente de manera simultánea en la
publicidad y en el resto del periódico, donde se regularizaron las secciones,
distinguiéndose más claramente los espacios de información «objetiva» del material
de opinión o de ficción, como eran la editorial y el folletín64. Los primeros formatos
que se estabilizaron y consolidaron fueron el anuncio breve por palabras (actual
«clasificado», precisamente porque la base de su despliegue visual es la
preclasificación por afinidades), la información de transporte, los anuncios fúnebres
y las publicidades de medicamentos. También prevalecían al comienzo las
publicidades de casas de ramos generales y de ropa blanca.

A comienzos de nuestro período, tres tipos de mensajes con intención publicitaria


aparecen indiferenciados en la categoría de anuncios:

Lo que hoy entendemos como «clasificados»: anuncian el producto sin


desarrollar ninguna argumentación particular, están agrupados por afinidad
temática y suelen ser de particulares, aunque también lo utilizan las casas
comerciales.
Anuncios publicitarios: aquellos que describen el producto y sus cualidades,
sean éstas reales o ficticias, sin desarrollar argumentaciones adicionales.
Anuncios publicitarios: agregan un argumento de venta no necesariamente
vinculado a la descripción del producto sino ligado a valores sociales exitosos
mediante operaciones retóricas tanto a nivel del texto como de la imagen.
Durante las décadas estudiadas comenzó a diferenciarse, configurarse y ordenarse el
anuncio «clasificado», organizado por palabras en una sección específica y con las
características actuales del género: información más alguna argumentación sobre sus
ventajas, distinguiéndose de los anuncios más complejos, utilizados por las empresas.
Se presentan cada vez más agrupados y comenzaron a utilizar regularmente la
primera letra en mayúscula y la primera palabra en un cuerpo mayor al resto, que
ocupaba entre dos y cuatro renglones.
Los clasificados se desplazaron a la primera página hacia 1885, junto con los anuncios
fúnebres y consolidaron el aspecto característico de su diagramación a principios del
siglo XX. Permanecieron allí durante más de treinta años, hasta después de
terminada la primera guerra mundial, momento en que la tapa de las publicaciones
se convierte en un instrumento de competencia por la venta callejera por canillitas65
o en kioscos, los clasificados desaparecieron de las tapas y se desplazaron al interior
del periódico.

64 El folletín era un espacio literario generalmente de ficción, recortable y encuadernable como libro,
donde se solían publicar materiales más ligados al entretenimiento que el resto del material del
periódico, como novelas por entregas, poesía, relatos históricos, geográficos, ensayos y biografías. El
cambio de financiamiento antes mencionado para la prensa europea desde la década de 1830 acrecentó
la importancia de la novela por entregas, que se tornó de lectura masiva, y disminuyó correlativamente
la de otros géneros, así como la importancia del carácter recortable y encuadernable del material (Cfr.
RIVERA, J. (1973): El escritor y la industria cultural. Buenos Aires, Atuel, 2000).
.
65 Nombre coloquial de los vendedores ambulantes de periódicos en la región rioplatense.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Por el otro, tendería a desaparecer el viejo «reclame» descriptivo y de invitación en


beneficio del moderno «anuncio» que asocia características del producto y valores
sociales, operación típica de la publicidad en el siglo XX. Así se pasó de la descripción
del tipo de producto a la argumentación que giraba en torno de las posibles (o
imposibles) retribuciones que brindaba el producto, ya no en términos de tipo, sino
de producto concreto con una identificación específica. La elaboración de ese
argumento se iría desvinculando poco a poco de las cualidades reales del producto y
comenzaría a construirse retóricamente, mediante estrategias textuales y –cada vez
más- visuales.

Se comenzó a buscar una identidad visual diferente para distinguir la difusión de


información de servicio público, los servicios de índole privada, tanto de empresas
como de particulares, las mercancías industriales y las casas de ramos generales.
Asimismo, una incipiente diferenciación visual por rubros de productos comenzó a
lograrse precisamente porque cada rubro daba continuidad a ciertos elementos de
identidad visual (el estilo del texto, la imagen genérica elegida, etc.). Así, hacia fines
del período un lector bien podría reconocer a primera vista los anuncios de remedios,
ropa, bebidas, billares, fotos, productos para mantener los dientes sanos, etc.
considerando la presencia cada vez más regular y activa de recursos visuales, sean
estos recuadros, ilustraciones o tipografía actuando como ilustración.

4. Hacia el Art Nouveau

Anticipando en algunos casos al Art Nouveau, la utilización de ornamentos y líneas


decoradas en publicidad constituyó un punto de interés en la década de 1860 cuando
la ilustración en la prensa aún no había hecho más que una tímida aparición. Años
después, y utilizadas en ocasiones para unir el título a la nota o para separar secciones,
su uso se extendió al resto del periódico. Estos recursos ya habían sido empleados en
libros y revistas con una función y estilo muy similares.

Era común encontrar publicidades con recuadros afiligranados, similares a los


marcos decorados y barrocos de algunos cuadros. Si bien esto no se trasladó
inmediatamente al periódico, sí fue un antecedente para los trabajos de encuadre de
las fotografías de algunas notas ilustradas de principios de siglo XX y del suplemento
ilustrado (1902), donde se unían las distintas fotografías mediante el dibujo
ornamental. Fuera del período analizado, ya hacia principios del siglo XX se pueden
encontrar las primeras piezas publicitarias donde queda clara la influencia de Art
Nouveau66.

5. El rol central de la tipografía

Durante el período en que se publicó La Nación Argentina (1862-70), la producción


y reproducción de la imagen ofrecía un alto grado de dificultad, tanto a nivel
tecnológico como conceptual, por lo que era poco habitual que encontráramos alguna
66Confróntese, a modo de ejemplo, el anuncio de la Tienda San Juan, publicado en el ejemplar del 23
de noviembre de 1902, página 7.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

en el periódico. En ese contexto, las variaciones tipográficas se constituían en un


punto de pregnancia visual dentro de la página, siendo utilizadas prioritariamente en
los espacios publicitarios.

Podemos encontrar desde 1862 (y antes también en otros periódicos) el uso de


diferentes familias tipográficas, con y sin serifas, y de diferentes tamaños, actuando
como texto, pero también como imagen. En este sentido, una de las primeras
funciones ha sido la de captar la atención a partir de la variación de la textura visual,
empleando tipos de la familia de las egipcias o de las sans serif en cuerpo 72 o más.
Una variación muy interesante es la repetición de la misma frase que generaba interés
a partir de lograr un ritmo particular. También se puede encontrar variaciones de
dirección y densidad y, en algunos pocos casos, la formación de figuras a partir de
letras.

En las unidades redaccionales, la variación tipográfica estaba ligada a la falta de


sistematicidad en la titulación o a la falta de tipos de gran tamaño, que obligaban a
construir líneas con tipografías diferentes. Los bloques tipográficos, aún en las
publicidades, se presentaban desarticulados, teniendo que esperar hasta las dos
últimas décadas del siglo XIX para una mayor integración. En los espacios de
redacción no vamos a encontrar la utilización intencional de la tipografía como
recurso gráfico hasta que el periodismo norteamericano expanda su impronta hacia
principios del siglo XX. La Nación, fiel a los modelos gráficos europeos que en
Argentina han sido los tradicionalmente asociados a la seriedad, incorporará este
recurso de manera tardía y discreta67.

En algunas secciones que convendremos en denominar «hibridas», aparecen los


titulares con fuerte impacto visual aún cuando se trate de la difusión de información.
Llamamos espacios «híbridos» justamente a estas piezas cuya función es dar
información que a su vez es una mercancía. Tal es el caso de la oferta de servicios de
transportes privados.

Estos espacios son los primeros en romper con la verticalidad de la diagramación de


la página, prevaleciente en el siglo XIX, pues se solían armar anuncios tipográficos
que ocupaban desde dos a ocho columnas sin separaciones entre ellas, generando un
rectángulo de saturación horizontal. En otros casos trabajaban en un formato de grilla
diferentes (por ejemplo si la página se diseñaba a seis columnas, el anuncio podía
estar organizado en cinco o siete), lo que hacía que se constituyeran como una unidad
diferenciada.

La concepción de página como una totalidad no se hará presente en este período,


constituyéndose recién hacia mediados de la década de 1890, pero sí se podrán
empezar a vislumbrar criterios de orden, agrupamiento y clasificación en el diseño
del periódico que afectarán a las piezas publicitarias. Esto se traducirá en una mayor
identidad de los anuncios a nivel visual y textual. Lentamente, con la publicidad como
punta de lanza, se transitará del diseño vertical al horizontal, alcanzando esta a las
unidades redaccionales recién hacia las primeras décadas del siglo XX.

67Un ejemplo muy interesante de alteración de la textura tipográfica en una unidad redaccional puede
verse en el ejemplar aparecido el 25 de septiembre de 1874, donde el espacio del «Editorial» aparece
ocupado por veinte líneas de punto a una columna, en alusión al alzamiento contra el gobierno
nacional que se iniciaba ese mismo día.

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6. La innovación de Bagley

Un caso pionero que vale la pena analizar el de la bebida


Hesperidina, primer producto que registró su marca en
Argentina, en el año 1876. El norteamericano Melville
Sewel Bagley, su fabricante, había llegado al país en 1861 y
su apellido es muy conocido aún hoy por ser una marca de
galletitas dulces muy consumidas en el Cono Sur, además
de haber creado esta bebida y marca que permanece
actualmente en el mercado, y a la cual se le han atribuido
innumerables propiedades benéficas. En octubre de 1864
lanza la primera campaña «multimedia”, recurriendo a
pintadas callejeras que se extendieron por dos meses
nombrando la marca, pero sin identificar el producto, hasta
que en la víspera de navidad develó el misterio: en un diario
porteño llamado La Tribuna, hizo publicar un anuncio
donde se mencionaba los puntos de venta de esta bebida.

Al ser la primera marca


registrada, también fue
una de las primeras en
entrar en litigio por la
autenticidad del
producto. Bagley se
esmeraba en garantizar a
través de toda su
estrategia publicitaria,
que el cliente conociera
las características no sólo
del producto, sino
también de su envase y
de su etiqueta. En 1867
manda a imprimir en Estados Unidos una etiqueta
realizada especialmente por una compañía que se
encargaba de la impresión de billetes de banco y
valores. Dicha etiqueta será colocada en una botella
denominada «barril» cuya forma característica
individualizará a este producto hasta la actualidad.
Tanto en las etiquetas como en las publicidades del
periódico podía encontrarse la firma de Bagley,
como una muestra más de autenticidad.

Bagley será el primero en el país en utilizar la


imagen para referir a un producto concreto y no a
un tipo de producto. Las publicidades que encontramos en el periódico trabajan con
una imagen con alto grado de figuración, muy detallada, sobre todo si consideramos
que el grabado aún no tiene la competencia de la fotografía. En el primer anuncio se
presenta un dibujo fiel de la botella en gran tamaño, que nos permite ver claramente el
texto principal y la imagen incluidos en la etiqueta, y debajo. La imagen empieza a
cumplir una función informativa, según lo manifiesta M. Bagley al manifestar que la

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intención de su anuncio es «garantir al público contra las falsificaciones e imitaciones».


La cualidad de remitir al objeto «verdaderamente» es, como se puede ver, anterior a la
fotografía, al menos en la publicidad de prensa. En el siguiente párrafo agrega: «Véase
que cada rótulo y cápsula lleva mi firma. Las direcciones para su uso se hallarán
envueltas en cada botella». Es notable cómo el dueño de esta fábrica se dirige en un tono
personal a los lectores, ya que, si bien era habitual encontrar textos apelativos, no era
común en los anuncios las oraciones en primera persona, y mucho menos a consultar el
anuncio en comparación con el producto real. El grabado, entonces, anticipa ese valor
de verdad que después se le asignará a la fotografía de prensa. En el segundo anuncio,
se utilizan prácticamente la totalidad de los recursos existentes en la época: abundantes
espacios en blanco, inclusión de grabado, texto apelativo, repetición, ubicación vertical
de textos, directivas para preparar el refresco y, al igual que el anterior, texto curvado
que resulta muy llamativo en un contexto estético donde para encontrar curvas
habitualmente habrá que esperar por lo menos cuatro décadas con la llegada del Art
Nouveau. Por último, es de destacar la utilización de argumentos de diferentes orígenes,
desde los más perceptivos («El delicioso refrescante») pasando por argumentos
climáticos («en los climas cálidos», «en verano») hasta los más «médicos» («reguladora
del calórico vital»).

7. La ilustración

La ilustración estuvo presente en las publicidades desde el principio del período,


con diferente intensidad, y se producía mediante la técnica de grabado. Apareció
primero en publicidades de productos importados, o de empresas cuyas casas
matrices estaban en el exterior, sin que haya producción local de grabado publicitario.
Sí había en aquel momento una incipiente producción a nivel de grabado artístico,
cuyos autores establecieron poco contacto con la prensa. Se cree que las primeras
imágenes publicitarias locales podrían provenir de los dibujantes ligados a las
caricaturas, como Enrique Stein, por ejemplo, que
era responsable de numerosas imágenes en la
prensa, sobre todo en las revistas satíricas, pero no
se ha podido encontrar ningún registro en relación
con este tema. La forma de la imagen de referir al
objeto era genérica en la mayoría de los anuncios
hasta la década de 1880 tanto a nivel del producto
como de la marca. Es decir, se encontraban íconos
que referían al tipo de producto y no al producto
particular, como vemos en este ejemplo del
«Madras».

La utilización de la marca como muestra de


legitimidad y la aparición de grabados que remitían
directamente al objeto publicitado coincidieron en su aparición, ambos hacia fines de
la década de 1870, aunque de manera muy incipiente aún. Los pocos dibujos que se
pueden encontrar cumpliendo esta función referencial son figurativos y permitían
reconocer más que genéricamente los objetos publicitados. Esta tendencia hacia el
realismo se consolida hacia la década de 1880 y alcanzará su máxima expresión
cuando se pueda recurrir a la fotografía.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Cabe preguntarse en este punto, cuáles eran las formas posibles de producción de
imágenes en la prensa gráfica. Recordemos que el primer daguerrotipo68 había llegado
a la Argentina en 1843, pero
aunque ya se podían realizar las
primeras imágenes cuasi-
fotográficas, faltaban numerosos
pasos para que éstas pudieran
compatibilizarse con el sistema
tipográfico de impresión. Por lo
tanto, durante las primeras
décadas, la historia de la fotografía
y la de la prensa seguirán
desarrollos tecnológicos que se
influirán mutuamente pero
transitando caminos
independientes69.

La reproducción de la imagen fotográfica, sólo


posible a partir del descubrimiento del clisé de
trama, apareció casi simultáneamente en todas
las secciones del periódico, registrándose las
primeras fotos en las unidades redaccionales en
1902 y en las publicidades en 1903.70

Por lo tanto, a lo largo de los años estudiados, la


única forma de producción de imágenes era el
grabado.

En el inicio de la etapa se pueden encontrar


publicidades que poseen algunos dibujos destacables, donde se recurre al sombreado
por superposición de líneas para lograr la ilusión de tridimensionalidad. Una de ellas,
muy temprana, es la de la «Fábrica y depósito de billares de Pedro Verdier», publicada
en diciembre de 1862, cuya cuidada ilustración se destacaba por sobre el resto.
Desconocemos el origen de esta ilustración y hemos encontrado en el periódico otras
muy similares pero de menor calidad, como la del anuncio publicado en el mismo mes
y año de otra fábrica de billares, sin nombre, de la cual sólo se da la dirección. La
diferencia entre ambos casos no es sólo de calidad del grabado, sino de la función que
este cumple: en el primer caso, el grabado está actuando como elemento pregnante,
que convoca a la lectura de la información brindada en el anuncio. En el segundo caso,
la ilustración parece estar cumpliendo el rol de identificar el tipo de producto, al igual

68 Patentado por Daguerre en Francia en el año 1839.


69OJEDA, A. (2001): «Historia de las tecnologías de prensa». En: Del Prudente Saber N° 3. Argentina,
Publicación de la Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de Entre Ríos, 32-38.
70 Salvo esta excepción –que corresponde a un período posterior en casi veinte años al que aquí

analizamos-, es en la publicidad donde se inicia la utilización de nuevas técnicas y criterios estéticos, como
por ejemplo las líneas ornamentales y orlas en general, las ilustraciones como eje de una pieza de
comunicación gráfica, la ruptura del eje vertical central como articulador de líneas de texto, etc.

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que los íconos pre-diseñados con los que contaba el tipógrafo y que se utilizaban para
identificar las diferentes secciones (por ejemplo: «marítimas», o «diligencias»).

Estos casos y el de Hesperidina, mencionado en páginas anteriores, son intentos


locales, pero en general las publicidades que podían incorporar este tipo de grabados
eran extranjeras o de sucursales o productos extranjeros. Cuando el clisé era enviado
desde una casa extranjera, muchas veces traía texto en el idioma del país de origen, y
para poder aprovecharlo, se le realizaba una especie de «edición» casera que permitía
retirar la parte del texto y reemplazarla por uno en castellano. Tal es el caso de la
publicidad de maquinarias agrícolas publicada en noviembre de 1880, donde se ha
conservado el grabado original, y se le ha agregado texto en castellano arriba y abajo
del mismo.

Si bien durante estos 23 años sólo vamos a encontrar dibujos, se puede observar
una transformación en la forma de producirlo, donde se notará cada vez más la
influencia que la fotografía está provocando sobre la codificación de la imagen visual.

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9. La publicidad como terreno de innovación

Para finalizar, se ha podido observar cómo la publicidad funcionaba como un


laboratorio donde se experimentaban recursos gráficos que luego se extenderían al
resto del periódico.

Entre los ejemplos podemos mencionar:

• Utilización de líneas y ornamentos: como ya dijimos, en la publicidad se


incluyeron recuadros y líneas ornamentales que algunas décadas después se
comenzarían a utilizar en el diario como recurso gráfico, especialmente hacia
principios de siglo con la irrupción del Art Nouveau.

• Función organizativa de la imagen: el ícono y el índice visuales para fijar


puntos de acceso al texto, de dirección y de interés.

• Función informativa en la imagen: la imagen ya no como decorativa sino


como elemento que permite conocer y/o reconocer un objeto concreto.

• Articulación integral entre texto e ilustración: esta posibilidad que será


explotada en este y otros formatos gráficos, demoró muchísimo tiempo en
ingresar al periódico, y lo hizo en casos muy excepcionales. Actualmente, si
bien la imagen es un elemento central en la composición de la noticia, en
prácticamente la totalidad de los casos se mantiene claramente separada del
texto, aunque en diálogo con él.

• Utilización de la diagonal: la ruptura de la ortogonalidad recién se pudo


encontrar en la prensa, y de manera sumamente escasa, hacia la década de
1980, pues la composición digital habilitó juegos de diseño totalmente
independientes de la grilla.

• Diagramación horizontal: en la publicidad se configuraron los primeros


elementos que superaron el ancho de columna y que en un par de décadas se
hicieron extensivos a los formatos de bloques de texto.

• Utilización de tipografía sin serifa: los anuncios se adelantarían a los


periódicos en la utilización de esta familia tipográfica al menos en tres décadas.

• Utilización de la tipografía como imagen: Este recurso, que podemos


encontrar en nuestros periódicos desde el momento de su fundación se
incorporó al cuerpo del periódico bajo la forma de grandes titulares, recién
hacia principios del siglo XX. Podría considerarse como empleo de este recurso
al titulado de secciones, que se empezó a evidenciar con más fuerza hacia la
década del ochenta.

Queda como excepción la fotografía, que se utilizó en primer lugar en el periódico y


luego en la publicidad, como mencionamos en párrafos anteriores. Se trata, sin
embargo, de otro período histórico (primera década del siglo XX) cuando la noción
del periódico como empresa cuyo interés prioritario es el lucro empresario y en

310
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

permanente competencia por el mercado ya se encuentra consolidada, y la idea de


innovación aparece como fundamental para el posicionamiento ventajoso del diario
frente a la competencia y el mercado, con lo que las búsquedas innovadoras
generaban cambios novedosos ya en el contenido del medio, ya en los anuncios. Aún
así, nótese que desde el surgimiento de la fotografía en la prensa y durante muchos
años, las prácticas de utilización de la misma continuaron siendo idénticas al uso
configurado en las dos décadas anteriores por el dibujo basado en el fotograbado,
cuyo campo de ensayo casi excluyente fue la publicidad. Una hipótesis posible es que
quienes realizaban las publicidades necesitaron un tiempo largo de adaptación a la
nueva técnica, para superar las ventajas conceptuales que otorgaba el dibujo. De
hecho, hasta el advenimiento de la imagen digital, un amplio sector del diseño
publicitario prefirió seguir utilizando el dibujo en vez de la fotografía.

La primacía de la publicidad en numerosas innovaciones continuará a lo largo del


siglo XX, lo cual resulta coherente con su rol clave en la vida del diario y de los nuevos
medios surgidos tras la segunda revolución industrial. Pero el período que
estudiamos, testigo del momento de transformación del periódico político de facción
hacia la empresa orientada al mercado, vivió un acelerado y concentrado esfuerzo por
lograr que la publicidad reemplace a la suscripción como fuente principal de ingresos.
Por tal motivo, la publicidad fue el motor innovador incomparable en la búsqueda de
recursos que fortalezcan la percepción, la información y la persuasión de los
receptores, ya no sólo para los anuncios, sino para todo el diario en tanto pieza de
comunicación frente a la competencia y el mercado lector. El diario mismo se adaptó
de inmediato a esta nueva lógica: las bases de su propio mito de origen, misión y
destino, así como de la autodescripción de su posición relativa en el mercado, fueron
asentándose en amplios y continuos anuncios publicitarios institucionales publicados
en sus páginas.

10. Referencias bibliográficas

FLICHY, P. (1991): Una historia de la comunicación moderna. México, Gustavo Gili,


1993.
MOYANO, J. (2008): Prensa, Modernidad y Transición: problemas del periodismo
argentino en el siglo XIX. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Cd-ROM.
OJEDA, A. (2008): De la arenga faccional al reclame comercial: lenguajes y relaciones
en el nacimiento del periodismo moderno argentino. El caso del diario La Nación.
Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Cd-ROM.
OJEDA, A. (2001): «Historia de las tecnologías de prensa». En: Del Prudente Saber
N° 3. Argentina, Publicación de la Facultad de Ciencias de la Educación,
Universidad Nacional de Entre Ríos, 32-38.
RIVERA, J. (1973): El escritor y la industria cultural. Buenos Aires, Atuel, 2000.

311
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

2.8. Dibujantes, grabadores y orladores


Alejandra V. Ojeda

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Dibujantes, grabadores y orladores en el diario La Nación:


consolidación del oficio entre el campo artístico y los trabajos para la
industria (Buenos Aires, 1894-1900)71

Alejandra V. Ojeda

Hacia fines del siglo XIX, desdibujada la primacía en la prensa argentina de la lógica
estatal-facciosa –y aun político facciosa- la lógica de mercado se instala en primer
plano: las empresas periodísticas aumentan su volumen de negocios gracias al
aumento del público lector, del volumen de avisos y de la estabilidad institucional72.
En tal marco, circunstancias políticas, económicas, sociales, culturales y biográficas
convergieron en que los dos principales diarios del antiguo partido mitrista, La
Nación y La Prensa, se transformasen en los más importantes del país –en tiradas,
prestigio, venta de avisos, variedad temática, innovaciones técnicas y estilísticas- en
la primera mitad del siglo XX73. Es por ello que ambos se hallan a la vanguardia en la

71
Publicado originalmente en: Ojeda, Alejandra (2018) “Dibujantes, grabadores y orladores en el
diario La Nación: consolidación del oficio entre el campo artístico y los trabajos para la industria
(Buenos Aires, 1894-1900)”. En: Laguna Platero, Antonio y Martínez Gallego, Francesc (comp) El
negocio de la prensa en su historia iberoamericana. Fragua, Madrid.
72 Las empresas periodísticas más poderosas –y poco después, capitales provenientes de otros rubros

(Saitta, 2013)- realizan grandes esfuerzos de actualización tecnológica industrial, de innovación en


gestión comercial y de recursos humanos, con la vista puesta tanto en las oportunidades como en la
competencia (De Marco, 2006; Moyano, 1996, 2015; Ojeda y Moyano, 2015). La Nación actualiza
maquinarias de última generación y criterios gerenciales en 1893, reformulando el aspecto del
periódico a partir de su edición del 1° de enero de 1894, cuando Emilio Mitre remplaza a Bartolomé
Mitre y Vedia en la dirección. La Prensa hace lo propio en 1898, en coincidencia con la inauguración
de su monumental edificio de Avenida de Mayo, a metros de la histórica Plaza de Mayo. Bartolomé
Mitre había defendido la importancia del negocio de avisos ya desde 1857 (Mitre, 1943; Moyano, 1996).
Una y otra vez, La Nación dio cuenta del aumento del volumen de avisos en sus propias páginas como
señal de su éxito, al punto de tener que postergar notas periodísticas y reducir márgenes del pliego a
fin de contar con todos ellos en sucesivas ediciones en las que, en promedio, los espacios pagos
ocupaban un tercio de la superficie total (Ojeda, 2010; Ojeda y Moyano, 2015). En cuanto al aumento
del público lector, nótese que la población alfabetizada pasa de 310.259 según el Censo Nacional de
1869, a 1.479.704 según el censo de 1895, y a 3.915.949 según el de 1914. Si bien la estabilidad
institucional no está exenta de violentos conflictos (entre 1895 y 1905 se producen la renuncia de un
presidente, intervenciones a provincias, alzamientos radicales, atentados y huelgas, denuncias de
fraude electoral) la continuidad de ciclos electorales, del parlamento y de los periódicos es notable en
comparación con la época de las guerras civiles del siglo que se cerraba. En tal contexto, el horizonte
de lo que ya sucedía con el negocio de prensa en París, Londres, Nueva York o incluso Madrid era
auspicioso y emulable en Argentina y otros países hispanoamericanos. En Chile, por ejemplo, decía
Joaquín Díaz Garcés en carta al empresario chileno Agustín Edwards Mac Clure “Santiago ha
alcanzado ya una población de 300.000 almas, y gracias a una penosa lucha realizada por la prensa, el
público por fin se ha despertado, de tal manera que se puede decir, sin exageración alguna, que dentro
de diez años las minas de oro del país serán los grandes diarios. El porvenir que tenemos por delante
es verdaderamente enorme. En el primer momento creímos que se trataba de un pequeño valle, y ahora
divisamos una llanura ilimitada. Es menester abarcarla antes de que pueda hacerlo otro”. (Díaz Garcés
a Edwards, 12 de noviembre de 1901, citado por Bernedo Pinto y Arriagada, 2002: 2).
73 Para un estudio de la expansión del negocio de La Nación y/o La Prensa en el período abordado,

Cfr., Ojeda y Moyano, 2015; De Marco, 2006; Valenzuela, 2002; Mitre, 1943; Sidicaro, 1993. Los
aumentos de tirada son notables: el diario La Nación pasó de mil ejemplares diarios en sus comienzos
a más dos mil a fines de la década de 1860. En 1875, tras el levantamiento de la clausura, logra el récord
de 10.700 ejemplares (1° de marzo de 1875). En la década de 1880 logra alcanzar un promedio de
18.000 ejemplares diarios, dato corroborado por el Censo Municipal de 1887. El 31 de diciembre 1889,
superaba ya los veinte mil, según informa el propio diario en la edición de ese día. Vuelve a duplicar

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

incorporación de numerosos elementos innovadores en el diarismo argentino74, entre


ellos la inclusión sistemática de la imagen y de sucesivos géneros y subgéneros en los
que interviene la misma.

Inicialmente empujada por la intrusión75 de avisos publicitarios con imágenes en el


armado de la página, la incorporación sistemática de la imagen visual a los diarios
comenzó a desplegarse en la década de 1880, tomando forma definitiva entre 1894 y
1904. En esta última década se sistematizó la búsqueda de armonía estética entre
avisos y contenidos de redacción, los géneros de la imagen visual, la optimización de
las distintas tecnologías disponibles, la profesionalización de los oficios ligados a la
imagen y su uso con funciones comunicacionales específicas (ilustrar, informar,
argumentar)76.

Si bien se nota la presencia de estilos propios forjados por los dibujantes artistas que
participan en la prensa diaria en estos años, el grueso de las incorporaciones ya había
sido ensayado en otros ámbitos. Por un lado, en los países industrializados, donde las
revistas ilustradas habían forjado desde la década de 1840 los adelantos técnicos,
comerciales, de profesionalización, de géneros y de aplicaciones comunicacionales de
las imágenes que se incorporarían al diarismo en esta decisiva década77. Por otro,
hubo en Argentina una evolución de las revistas ilustradas locales que permitió
probar técnicas, géneros, estrategias y ámbitos de oficio (Szir, 2009a; Romano, 2004;

su tirada en los quince años que le siguieron, para llegar al asombroso volumen de cien mil ejemplares
diarios tras la consolidación empresarial de 1909 y de la reforma electoral de 1912, según informa La
Guía Periodística Argentina de 1913. La Prensa presenta un recorrido semejante, con 1.000
ejemplares en su primera edición, pasando a 2.000 antes de la clausura; supera los 10.000 a comienzos
de la década de 1880, pero en veloz ascenso llega a los 55.000 ejemplares en 1895, según informa el
Anuario de la Prensa Argentina editado por Navarro Viola (1897). Para 1913 alcanza ya los 160.000
ejemplares, según el la Guía Periodística Argentina (Lerose y Montmasson, 1913), cifra que lo ubica
como el diario más vendido del país, por encima de La Nación, que editaba aproximadamente 100.000
ejemplares, y ocupando la suma de ambos diarios el 50 % de la tirada diaria promedio total de diarios
editados en Buenos Aires. En esta etapa ambos diarios despliegan suplementos, cuentan con
colaboradores prestigiosos provenientes de una docena de países, edificios e imprentas propios de
tecnología avanzada, servicios diversos a la población, corresponsalías, conexión a amplios servicios
de telegrafía de agencias de noticias, etc. (De Marco, 2006; Saitta, 2013; Mitre, 1943).
74 Cfr. Sidicaro, 1993; Saitta, 2013; Alonso, 1997, 2010; De Marco, 2006; Mitre, 1943; Ojeda y Moyano,

2015.
75 Se utiliza este término en referencia al hecho de que el armado del aviso se realiza en un ámbito

distinto que el del diario, por lo que, cuando se lleva el clisé a este último para publicar, el mismo afecta
el armado tradicional de columnas verticales. Muchos clisés rompen el límite horizontal de la columna:
los hay a dos, tres o más. Y se presentan en diversas alturas, desde un centímetro hasta todo el alto de
la página. En pocas décadas, las innovaciones en el campo del aviso impactan tanto en el armado
general de la página como en la adopción de sus recursos por el resto de los contenidos del periódico.
76 Para el estudio de procesos de pre configuración del diseño de página en los grandes diarios

argentinos de la segunda mitad del siglo XIX, Cfr. Ojeda, 1999. Para el paso del aviso tradicional
preindustrial hacia el aviso marcario industrial en la prensa argentina, Cfr. Ojeda, 2010.
77 Un rol especial cupo al Correo de Ultramar, que contó con abundante suscripción en Argentina y

expresó estos adelantos, incluyendo en sus páginas no solo producción propia sino aquella tomada –
por intercambio- de todas las principales revistas ilustradas del mundo, así como, en la década
siguiente, la revista El Americano, editada y dirigida por Héctor Varela desde París (1872-1874), y
distribuida por suscripción en numerosos países hispanoamericanos. Pero no sólo éstas sino todas las
revistas ilustradas –incluida la pionera Illustrated London News- estuvieron a disposición de la elite
social local, por medio de suscripciones particulares y por clubes como el Club Progreso.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Tell, 2009). Casi todas ellas se hallaron ligadas directa o indirectamente (por lazos
políticos o comerciales), a las familias mitristas fundadoras de los dos diarios que son
objeto de este trabajo (Moyano, 2015).

Correo del Domingo, El Mosquito, La Presidencia, La Cotorra, El Quijote, La


Ilustración Argentina, La Ilustración Sudamericana, Buenos Aires Ilustrado, El
Cascabel, los Almanaque, Caras y Caretas, son los principales nombres que exploran
las posibilidades de revistas ilustradas clásicas, de caricatura satírico-política,
especializadas en reproducción artística, o magazines de interés general, donde
hicieron su experiencia todos los participantes de la profesionalización que se llevó a
cabo en la década de 1890, y se ensayaron los requerimientos empresariales que –
poco después- habilitaron la gran prensa diaria y los novedosos magazines (Szir,
2009a, 2013; Romano, 2004; Auza, 1980; Matallana, 1999, 2010; Román, 2011,
2013)78.

La década de 1890 generó así una edad dorada del grabado, y anticipó el boom de la
fotografía de prensa que se produjo en la década siguiente. Consolidó la imagen como
parte de secciones permanentes, con funciones específicas y ocupando un espacio
importante en superficie impresa, muchas veces el más importante. En ese marco la
imagen visual cumple un rol decisivo: aporta el dibujo y luego la fotografía como
recursos de lenguaje para ilustrar, ejemplificar, describir, sintetizar o argumentar;
promueve la ruptura del formato columna vertical tradicional; habilita relaciones
sistemáticas entre texto e imagen (relevo y anclaje); incorpora el mapa, el cuadro y el
esquema como recursos complementarios. Los dibujos, basados en las modernas
técnicas del grabado y la litografía, viven un esplendor hacia fines del siglo XIX (1894

78 El fotograbado de medio tono, logrado por The Daily Graphic en 1880 no llega a aplicarse a la revista
La Ilustración Argentina, cuyas grandes innovaciones visuales se concentrarán en la reproducción de
dibujos por medio de las más modernas técnicas del grabado y la litografía, así como ensayos con la
fototipia. Las técnicas mejoradas por Max Levy en 1890, en cambio, tuvieron impacto inmediato,
primero en la prensa ilustrada europea (desde 1891) y poco más tarde en Argentina, sobre todo a través
de la revista La Ilustración Sudamericana. La técnica mejorada, conocida en Argentina, en su uso
coloquial, con los términos sinónimos de fotograbado de medio tono, halftone, heliografía o autotipia,
es propagandizada por litógrafos y grabadores -como Ortega- en el nombre de los negocios y en la
oferta principal de los anuncios de sus talleres, así como en el estímulo a su publicación en revistas
ilustradas. El primer fotograbado con esta técnica se publica en La Ilustración Sudamericana en junio
de 1894, aunque Félix Ugarteche (1929) hace notar que el primer fotograbado corresponde a La Voz
del Arte en 1893.
En La Nación, con motivo del segundo Salón Anual de El Ateneo de artistas, el 3 de noviembre de
1894, presenta reproducciones de siete cuadros, seis en concurso y el cuadro “Sin pan y sin trabajo” de
De la Cárcova (que no había competido por ser su autor jurado. Allí, el comentario indica:

“Los dibujos que presentamos ilustrando este artículo, son ejecutados por los mismos pintores de los
cuadros, como garantía de exactitud, pero es natural que no alcancen sino a dar apenas una idea de lo
que las obras son realmente (…) La sequedad de la pluma en comparación con el pincel, de un lado, y
la sobriedad que exige a los grabados la impresión en máquina rotativa, por otro, alejan mucho las
copias del original (…)”. Diez años más tarde, en el mismo diario, cuando la fotografía se extiende y se
constituye en protagonista, se dice: “...Hoy en día, la impresión de fotograbado con máquina rotativa,
que hace algo más de dos años era un problema más difícil, es un punto resuelto" (La Nación, 1° de
enero de 1904).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

a 1902) para ser luego subrogados por la fotografía como principal insumo del
lenguaje visual (Ojeda, 1999, 2010; Szir, 2013; Malosetti y Costa Et Al., 2009).

En tal contexto, la profesionalización de los ilustradores, al igual que la de los


escritores, fue aprovechada y promovida por los diarios, lo cual los tornó
protagonistas tanto del asentamiento de tendencias estéticas y géneros preexistentes,
como de cualquier innovación ensayada en el país. La articulación entre tradiciones
periodísticas, prácticas de oficio y los géneros que éstas produjeron, reforzó tanto el
oficio como el vínculo entre empresa y lectores en base a códigos de reconocimiento
adoptados en el marco de las reglas de mercado (Baldasarre, 2009; Romano, 2004).

Hacia la incorporación sistemática de la imagen: antecedentes

Si la década 1894-1904 es de incorporación sistemática de la imagen, esto no


contradice el hecho de que la imagen impresa posee en Argentina una rica historia
anterior. La xilografía ilustra libros emanados de la imprenta jesuítica de la Misiones
del nordeste ya a comienzos del siglo XVIII. La litografía está presente –y con gran
resultado en interés del público- desde 1827 en adelante. Semanarios con
ilustraciones litográficas en uno de sus pliegos ya existen en la década de 1830 (a
cargo del pionero César Hipólito Bacle) y de 1850 (a cargo de Carlos Pellegrini).
Imágenes en la prensa diaria aparecen esporádicamente a partir del repertorio de
grabados disponible en la caja de tipos, o de alguna adquisición especial.

Pero el paso de la presencia ocasional de alguna imagen a la normalización de esta


presencia en la prensa en general primero, y en la diaria más adelante, es un proceso
que puede rastrearse a partir de la unificación del Estado nacional en 1862, que abre
paso a su vez a una época de crecimiento económico agroexportador, y a un rápido
aumento de la población urbana. Es posible considerar en este proceso, cuatro
diferentes momentos o períodos en la incorporación: intrusión (1862-69), aceptación
(1870-83), transición (1883-93) e incorporación sistemática (1894-1904). El primero
comienza con la unificación del Estado nacional y se completa con la conversión de
los futuros principales diarios argentinos La Nación y La Prensa en sociedades
anónimas (Mitre, 1943; Sidicaro, 1993; De Marco, 2006). En su transcurso la imagen
no es un componente significativo ni innovador en ninguno de los diarios locales,
excepto por la mencionada intrusión -por la vía de los reclames publicitarios
elaborados por fuera del periódico- y que tendieron a eliminar tanto la separación
entre texto escrito e imagen (articulándolos en un mismo mensaje) como los límites
del clásico formato columna vertical propio del armado del diarismo decimonónico.
Parte de estos avisos provenía directamente del exterior. Complementariamente, la
llegada de jóvenes dibujantes franceses (Henri Meyer y Henri Stein) impacta en la
prensa diaria por la vía, primero, de publicaciones semanales ilustradas tanto de

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

interés científico-cultural como satírico-políticas, como lo ejemplifican el Correo del


Domingo y El Mosquito, respectivamente79.

Los dibujos de estos autores son incorporados a la prensa diaria excepcionalmente


por medio de grabados para ocasiones especiales, mientras continúa el tradicional
uso de pequeñas imágenes disponible en la caja de tipos.

El segundo período se inicia en dicho parteaguas y se completa durante el auge


económico del gobierno de Roca, cuando Bartolomé Mitre y Vedia inicia la
modernización empresarial del diario La Nación (Alonso, 2010; Ojeda y Moyano,
2015). En él ya se ha aceptado las novedades visuales que aportan los avisos, pero su
lógica no se traslada todavía al formato del conjunto de unidades redaccionales. Si
bien hay presencia menos excepcional de elementos visuales –mapas, croquis,
cuadros, gráficos, dibujos- la colocación de los mismos muestra la falta de un criterio
integrado de visualidad: mapas y croquis en separatas, dibujos colocados cuando
aparecen disponibles por trabajo de un dibujante en relación con algún tópico al que
se dedica habitualmente (por ejemplo, un edificio), que generalmente se asocia a la
acción política de los propietarios.

El tercero se inicia en 1883 con la dirección de Bartolomé Mitre y Vedia en el diario


La Nación y se completa una década más tarde cuando el mismo diario realiza una
importante reconversión tecnológica y de estrategia comercial, ahora a cargo de
Emilio Mitre (Ojeda y Moyano, 2015). Es en este período cuando se produce una
notable exploración del uso de la imagen para ilustrar secciones, en tanto se agrupa
los avisos con un criterio que normaliza la ruptura del límite de la columna. Si bien el
uso no es aún sistemático, se nota un esfuerzo constante por incorporar novedades y
emular el uso exitoso tanto en otros países como en otros formatos (las novedosas
revistas ilustradas). Los grandes diarios comienzan a incorporar, discretamente, en
ocasiones un armado de página que incluye una o varias imágenes buscando formar
un todo armónico y estéticamente agradable, y éstas habilitan nuevos tópicos que son
cubiertos por imágenes: figurines de modas, dibujos de artistas de ópera, retratos de
figuras célebres de distintos ámbitos, dibujos científicos naturalistas, dibujos
arquitectónicos o maquinarias, a los cuales el público letrado se había acostumbrado
por medio de los avisos y de las revistas ilustradas extranjeras y nacionales, las cuales,
además, viven en este período nuevos avances técnicos y estilísticos.

Es, por lo tanto, la incorporación sistemática (que caracteriza el cuarto momento) y


no la presencia de la imagen como tal –excepto el fotograbado halftone- la principal
novedad de la decisiva década de 1894-1904, y es ella la que impacta en (y a su vez se
alimenta de) la consolidación de una masa crítica de artistas dibujantes, ilustradores,
orladores, grabadores y litógrafos en un mercado de bienes y trabajo. Es entonces

79Más adelante, desde 1885, la veta española de la caricatura y el humorismo sería reimpulsada por
Sojo a través del a publicación Don Quijote. Para un estudio completo del Correo del Domingo, Cfr.
Auza, 1980; para El Mosquito y Don Quijote, Cfr. Matallana, 1999, 2010; Laguna Platero, 2015;
Román, 2005, 2013).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

cuando observamos las mayores innovaciones en la estrategia de los diarios, los


oficios ligados a la imagen, la incorporación tecnológica y la emulación de éxitos
gráficos provenientes de otros formatos como el magazine semanal.

Hacia la incorporación sistemática de la imagen: desarrollo

Concluida la crisis económica hacia mediados de 1893, y derrotada la revolución


radical en julio-agosto de ese mismo año (Botana, 2012; Gerchunoff Et Al., 2008), las
familias propietarias de La Nación y La Prensa se abocaron rápidamente tanto a la
inversión tecnológica y la reconversión gerencial como a la reconfiguración de las
alianzas políticas con el roquismo que los llevarían a la participación en el gobierno
de la provincia de Buenos Aires en 1894 (Alonso, 1997, 2010; Ruiz de Luque, 1942).
En enero de este último año se iniciaba una nueva etapa gerencial en el diario La
Nación que marcaba un notorio cambio de época, en tanto La Prensa preparaba ya
la gran reinauguración de sede que se concretaría en 1898.

Una generación de artistas dibujantes y grabadores se hallaba disponible, entre las


urgencias producto de la crisis y las oportunidades de la expansión posterior. Muchos
de ellos, como Martín Malharro, Francisco Fortuny, José Maria Cao, José Stalleng,
etc. buscaban vivir del oficio gráfico en combinación con salarios y honorarios
provenientes de trabajos particulares a pedido, labores docentes o empleos públicos
ministeriales, pero a su vez intentaban abrirse paso –y forjarse nombre- como artistas
visuales entre las bellas artes consagradas, y también aquellas artes miradas con
sospecha por las anteriores, como el afiche, la filatelia y numismática o el diseño de
tapas de libros, o lisa y llanamente con condena, como el reclame publicitario, las
marquillas de cigarrillos (Butera, 2012) y otros empaques comerciales80.

La Nación establece un vínculo de trabajo con algunos de los artistas que se habían
agrupado en uno de los primeros núcleos de referencia e identidad intelectual –El
Ateneo- en el cual combinaban la defensa de intereses comunes, la búsqueda de
contactos sociales y laborales, y un ámbito de discusión, aprendizaje y promoción.
Destacan –entre los primeros incorporados a La Nación- Martín Malharro y Augusto
Ballerini. Pero además apela a casas litográficas y grabadores profesionales de
altísima calidad, y ensaya el fotograbado de medio tono ya en el año 190081. Esta

80 La publicidad no sólo ha crecido enormemente en variedad y volumen, sino que está cambiando su
propia naturaleza en tanto se pasa del aviso genérico al aviso de marca comercial, sistemático y
permanente. Pero su importancia para los grabadores en términos de ingresos siguió contrastando con
la falta de prestigio de la actividad: mientras los grabados relativos a temas informativos, históricos,
periodísticos, arquitectónicos, policiales o artísticos llevaban firma en la mayor parte de los casos, los
avisos publicitarios no la llevaban casi nunca, excepto cuando se trató de avisos de gran importancia,
como los institucionales de página entera que solían publicarse en coincidencia con festividades de
ciclo anual.
81 La presencia de fotograbados arranca en 1900 –esporádicamente- en La Prensa, sobre todo de

fotografía policial, como la del filicida Ampuero, en la edición del 5 de agosto de 1900, pero aún no
logran siquiera empatar la legibilidad y calidad visual de los dibujos, que continúan siendo más

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

apertura a nuevos espacios de oficio estuvo signada por la influencia de los cambios
en los formatos novedosos de revistas, primero las “ilustradas”, luego las de interés
general (Caras y Caretas, PBT, El Hogar). Las primeras fueron pioneras en la prueba
de técnicas y géneros visuales; las segundas incorporaron la presencia cotidiana de la
imagen y el diseño de página que combinaba texto, imagen y publicidad en un todo
coherente y atractivo.

También por la consolidación de géneros visuales: el retrato (individual, grupal,


arquetípico), el dibujo científico y técnico, el dibujo de paisajes, edificios y
monumentos, el dibujo naval y militar, el registro de tablas, gráficos, croquis y mapas,
la reproducción facsimilar, los nuevos formatos con creciente articulación texto-
imagen, o fotografía-dibujo-orlado-tipografía estilizada, todos con sus respectivas
derivaciones y especialidades que se configuran en una intersección entre prácticas
de oficio, intereses comerciales, políticas estatales, adopción de tradiciones
preexistentes, reciclamiento de otras y aprovechamiento de oportunidades técnicas.

En todos los casos, los primeros años de esta década muestran exclusivamente
grabados y litografías, hasta que desde el segundo semestre de 1900 comienzan a
aparecer los primeros retratos fotográficos en fotograbado: imágenes de dignatarios
extranjeros, policiales, y fotografías de caballos campeones en competencias. Hacia
mediados de 1903, la fotografía claramente desplaza al dibujo como principal formato
de representación de la imagen visual, al menos en la función informativa (pues la
imagen publicitaria, dado el requerimiento de síntesis visual que supone, todavía
puede hacer del dibujo su principal herramienta), tornándose la técnica hegemónica
de reproducción visual y poniendo en decadencia el momento dorado de los artistas
grabadores que reforzaban su buena fama firmando sus trabajos para los diarios y
revistas.

Entre otros factores, pesa en esta fecha el retiro de Bartolomé Mitre de la actividad
política (en 1901) y el notable éxito de la fotografía de prensa en Caras y Caretas, lo
que lleva a adoptarla con mayor sistematicidad en el diario, notándose prontamente
los resultados. Como el propio diario La Nación indica, entre 1901 y 1903 se logra,
además, una gran mejora en la calidad de la reproducción de imagen sobre plancha.

frecuentes incluso en el retrato policial. Al principio, el diario La Prensa incorpora el fotograbado para
registrar retratos de delincuentes y de policías heridos en cumplimiento del deber, en imágenes que
ocupan el ancho de una columna. El 5 de agosto de 1900, al registrar “el filicida Ampuero”, incorpora
el plano americano. La Nación, mientras tanto, incorpora su primer fotograbado el 24 de octubre de
1900, cuando se publica en la portada el retrato fotograbado del presidente del Brasil Dr. Manuel
Ferraz de Campos Salles. En 1901 se tornan, mes a mes, más regulares. Es notable que al principio no
hay comentario alguno de ambos diarios sobre la innovación, en un contexto de fuerte interés por
informar noticias científicas y tecnológicas, más aún del propio diario. Probablemente la aún baja
calidad de imagen en comparación con el dibujo e incluso con las fotografías en general, el atraso en
incorporar la innovación respecto de diarios europeos o la constante experimentación para lograr una
mejora definitiva en la impresión de imagen por rotativa (que se lograría en 1903) influyesen en esta
decisión.

319
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Durante este período, finalmente, la imagen es integrada –hasta donde sea posible-
en la puesta en página, buscando los armadores formar un conjunto visualmente
armónico en cada página, aunque no siempre con éxito. Su uso sistemático ya no es
patrimonio del reclame, sino que todos los géneros periodísticos tienden a hacer uso
al menos mínimo de la presencia de las imágenes: noticias, notas científicas, crónicas
de viajes y descubrimientos, notas pedagógicas, notas de teatro y ópera, policiales,
relativas a los novedosos “sports”, notas políticas nacionales o internacionales,
sucesos llamativos, visitas ilustres, efemérides, folletines, etc. A la vanguardia de esta
incorporación sistemática, están en cada diario sus respectivos suplementos literario,
ilustrado y de aniversario, en los que todos los géneros visuales, incluido un amplio
despliegue de ornamentación artística con firma de autor (como lo muestra el ejemplo
paradigmático de Ramón de Castro Rivera), se hacían presentes en su máximo
esplendor. No se había logrado en Buenos Aires un equivalente argentino al The Daily
Graphic, pero los diarios incorporaban la imagen visual como parte de su
cotidianeidad, y la desplegaban aún más en sus formatos semanales (suplementos,
revistas magazines, etc.).

Las nuevas prácticas sociales y de oficio relacionadas con la prensa

Liberadas las energías del mercado, no sólo crece la masa de lectores gracias a la
inmigración y la creciente alfabetización; también se forja una capa de lectores más
formada, producida tanto por la experiencia lectora de las décadas precedentes en el
campo periodístico, como por la existencia de una creciente capa de potenciales
lectores con estudios equivalentes a primario y/o secundario completo82. Esta capa
se suma a la tradicional letrada y es destinataria de la creciente diversificación de las
secciones y subgéneros periodísticos. El dibujo, para ellos constituye un lenguaje
relativamente conocido, pues se lo ha incorporado al curriculum en el sistema
educativo: el dibujo técnico, el retrato, las imágenes científicas y de exploraciones
geográficas, el croquis o el gráfico son una novedad decodificable cuando aparece en
el diario. Pero también porque se ha desarrollado desde la década de 1870 una
educación visual estimulada por los nuevos formatos generados por el desarrollo de
las marcas empresariales: el reclame de prensa, pero también el empaque, el cartel y
el afiche callejero.

En forma simultánea, tanto la inmigración como el entrenamiento local forjan una


masa crítica de dibujantes, grabadores y litógrafos que circulan entre las expectativas
empresariales (imprenta especializada, v. gr. Vittorio Pegoraro, Fausto Ortega,

82El Colegio Histórico del Uruguay se hallaba activo desde 1850, sumándose al Histórico Monserrat
de Córdoba, en tanto el sistema de Colegios Nacionales se había puesto en marcha durante la
presidencia Mitre (1862-68), y el de Escuelas Normales durante la de Sarmiento (1868-74). Además
de su impacto sobre el volumen de público lector, estas instituciones favorecieron la irrupción de una
generación de periodistas, dramaturgos y escritores como José S. Álvarez (Fray Mocho), Onésimo
Leguizamón, Emilio Onrubia, etc. (Rivera, 1998; Ojeda y Moyano, 2003; Bosch, 1949; Marengo, 1991;
Puiggrós, 2003).

320
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Emilio y Enrique Coll), el empleo público (ministerial o educacional, v.gr. Malharro,


Stalleng), la consagración artística o la profesionalización de los servicios a prestar
(dibujos a pedido, empaques de productos, afiches, venta de obras por exposición,
trabajos para la industria gráfica en reclames, imágenes para los contenidos de diarios
y revistas, diseño de tapas, carteles, etc.). Por la vía de la inmigración, llegan también
técnicas y recursos: dibujantes, grabadores o impresores con negocio propio traen de
sus países de origen saberes, trucos, novedades o recursos de optimización que
adquieren valor de novedad en el país. A ello se agrega una creciente circulación
internacional de imágenes por intercambio, o como parte de la política de difusión de
instituciones específicas. Esta práctica es aprovechada por La Nación y La Prensa,
aunque alcanza su esplendor con Caras y Caretas, que sistematiza tales intercambios
así como también la oferta de pago para toda colaboración, no sólo en el campo del
material escrito, sino también en la imagen, tanto dibujada como fotográfica, en
tempranos anuncios publicados en las sucesivas ediciones del año 1900. Pero en la
última década del siglo proliferaron otras imágenes que se insertaron en las unidades
redaccionales del diario: la información relativa a la llegada de compañías extranjeras
de ópera y teatro comenzó a ser regularmente ilustrada con imágenes de los artistas,
e incluso de alguna escena, provistas por las propias compañías. Lo mismo sucedió
con la ilustración aportada por misiones diplomáticas y embajadas, cuando se
produjeron visitas importantes al país, cambios de gobierno en los países de origen,
tratados internacionales o eventualmente conflictos.

La necesidad de un público masivo había llevado a los periódicos a desarrollar


secciones ligadas al entretenimiento, como por ejemplo el folletín. Este formato,
asociado por Jorge B. Rivera (1968, 1998, 1990) a la profesionalización del escritor
supone la contratación de nuevos escritores que no provienen del ambiente de la elite
letrada con formación clásica, sino de las nuevas clases medias con acceso al sistema
de educación pública; supone también una masa de lectores heterogénea en sus
orígenes y en sus intereses, para la cual el entretenimiento constituye un factor
importante, cuando no el más importante, de su contacto con la lectura. Esta actitud
se traslada rápidamente a las imágenes, cuyo impacto es notable en comentarios,
pedidos de reproducciones y éxito de las subsiguientes imágenes, a medida que se
ajusta el conocimiento tentativo del destinatario (Rivera, 1968, 1998; Alonso, 1997,
2010; Matallana, 1999; Romano, 2004; Román, 2005, 2013).

Y en su dinámica crece el sensacionalismo: detalles de catástrofes, rostros de


delincuentes o escenarios de crímenes, representaciones de batallas sangrientas,
escabrosos detalles de noticias escandalosas, hacen parte tanto en el texto escrito
como en las imágenes, ya sea en la sección principal del diario, ya en el folletín, que
permite excesos visuales aún mayores. La publicidad también toma su parte en la
tarea: imágenes en las marquillas de cigarrillos, desfiles en las calles, sorteos con
premios impactantes y avisos publicitarios yuxtaponen grandes figuras políticas,

321
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

imágenes pornográficas, travesuras de niños fumadores o eventos inesperados en las


calles (Butera, 2012)83.

En Estados Unidos o Gran Bretaña, o incluso México, hacia 1896 no sólo surgía una
amplia generación de magazines y en el diarismo surgían los llamados “diarios
sensacionalistas” completamente separados de facción política alguna e interesados
exclusiva y explícitamente en el rendimiento empresarial. En Buenos Aires La Nación
y La Prensa, mantenían una perspectiva que los ubicaba en la “prensa seria”, sin
perder aún sus lazos con la política, pero ya encaramados definitivamente a la lógica
empresarial industrial (Rivera, 1998; Sidicaro, 1993; Saitta, 2013). Contaban con
maquinaria de última generación –al punto tal que pudieron derivar maquinaria
obsoleta de excelente calidad para su proyecto de colección de libros a precio
económico iniciada en 1901 (la colección Biblioteca La Nación)-, imitaban los
mejores avances de la industria en el mundo, e incorporaban contenidos para
segmentos específicos, como deportes, temas para la mujer, el suplemento cultural,
etc. (Rivera, 1998).

Los Mitre estuvieron a la vanguardia de la incorporación del formato magazine con


Caras y Caretas a partir de 1898. Con ella no sólo innovaron radicalmente en el
campo de la imagen, sino también en la cuidadosa inclusión de elementos
sensacionalistas (relato de sucesos policiales y catástrofes con imágenes, seguimiento
de actividades sociales de la elite social y de las primeras estrellas del espectáculo, la
caricatura política como recurso llamativo), sin perder el lugar dentro de las fronteras
de la prensa seria. Estuvieron a la vanguardia, también, en la incorporación de
imágenes como elemento narrativo (foto-reportaje, por ejemplo, a partir de 1905), o
la irrupción de suplementos semanales84. De este modo, La Nación y La Prensa
llegan al siglo XX en plena pertenencia a las reglas del mercado. Para ello, debieron,
además, adoptar, promover y favorecer el cuerpo de artistas necesario para constituir
el oficio, en forma equivalente a lo que estaba ya sucediendo con el proceso de
profesionalización de los escritores en la prensa. Sería la inserción de tal cuerpo de
artistas en la lógica industrial de la prensa el elemento que asegure la plena madurez
de la incorporación sistemática de la imagen a la prensa diaria, y con ello, la
consolidación de funciones y géneros de la imagen de prensa.

83 Hasta fines de la década de 1900 no aparecen en el país diarios con un planteo sensacionalista en el
conjunto de su estrategia comercial y discursiva, y no aparecerá uno definitivamente exitoso hasta la
reorganización de Crítica hacia 1920 (Saitta, 2013), a diferencia de Estados Unidos, que cuenta con
casos paradigmáticos plenamente desplegados a mediados de la década de 1890, o de México en el
mundo hispanoamericano, con la fundación de El Imparcial en 1896 (HISNECOM, 2015). Pero sí se
adoptan elementos sensacionalistas en texto e imágenes para la cobertura de sucesos policiales, la
ilustración de folletines, la referencia a ciertos espectáculos urbanos y la miscelánea de curiosidades.
84 El suplemento Páginas Literarias, del diario La Prensa, comenzó a publicarse el 1° de enero de

1900; La Nación publica, por su parte, en 1901, el Suplemento Literario. El 1° de enero de 1902 se
inicia la tradición de la Edición Extraordinaria, publicada anualmente. Por último, el 4 de septiembre
de 1902 publica el primer número del Suplemento Ilustrado de La Nación, el que a partir del 5 de
noviembre de ese mismo año absorbe al Literario, publicándose semanalmente (datos obtenidos por
consulta de ambas colecciones).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

El surgimiento de los oficios gráficos aplicados a la imagen de prensa muestra


características comunes a los diversos casos particulares a lo largo de estas décadas:
se trata de inmigrantes que traen sus conocimientos técnicos adquiridos en su país de
origen, y en la mayor parte de los casos, no vienen a aplicarlos, sino con otras
expectativas de contratación y/o negocio. Gran parte de su adaptación al país se logra
con la obtención de empleos y/o contrataciones del Estado (o su contrario, las
dificultades causadas por éste), y en no pocas ocasiones, cuando la actividad ligada a
la imagen les brinda beneficios económicos importantes, se dirigen a otros negocios85.
Las tecnologías necesarias para cada tipo de práctica ya están disponibles en el país
cuando cada protagonista inicia actividades, y es la falta de personal calificado, de
mercado en el sector o de demanda del público la que demora sus inicios. En cuanto
a los diarios, si bien existen algunas complicaciones técnicas para la inclusión de
imágenes, es notorio que el sector no vive presión alguna para incorporar
sistemáticamente imágenes, y mantiene una cómoda y asentada tradición de colocar
texto escrito como oferta esperable por sus clientes.

Las llegadas al país se producen en tres oleadas: Una a fines de la década de 1820,
cuando llegan numerosos franceses que se incorporan a las fuerzas militares y a
numerosos negocios y oficios, incluidos periodistas y, en el tema que nos interesa,
litógrafos y retratistas. Otra –sobre todo en el campo de la impresión tipográfica- se
hace presente a comienzos de la década de 1850. Viene con inquietudes
empresariales, conoce los adelantos técnicos pero, sobre todo, las nuevas ideas de
negocio gráfico como los diarios de gran masividad, la expectativa de financiamiento
con avisos y las revistas ilustradas. La tercera la lideran Meyer y Stein, ambos de
apenas 20 años de edad, provenientes de la formación brindada por el nuevo modelo
educativo napoleónico que los capacita en dibujo. Conocen el oficio y sus
potencialidades y buscan en él, una vez cerradas otras oportunidades, todas sus
posibles puertas abiertas: las caricaturas políticas que llaman la atención, los dibujos
naturalistas que impactan por su detalle y calidad, la participación en revistas

85Así, podemos mencionar los casos pioneros de Jean Baptiste Douville y su socia –luego esposa- Anna
Athalie Pillaut-Laboissiere (quien completa el nombre comercial del negocio: Douville y Laboissiere)
en 1827, del suizo francés César Hipólito Bacle y su socio inicial Arthur Onslow desde 1828, y de
Charles Henri Pellegrini desde ese mismo año, llegados al país durante la guerra con el Brasil (1826-
28), los impresores Bernheim y Coni, llegados al país en el tramo final del rosismo, libreros como el
propio Hortelano (llegado el 31 de diciembre de 1849) o el francés Lucien, o Henri Stein y Henri Meyer,
quienes revolucionan el mundo de la ilustración de prensa rioplatense en la década de 1860.
Por lo general, no vienen expresamente orientados a vivir de sus saberes de dibujantes, sino que
descubren la vacancia y oportunidad en contraste con fallos en otros campos. Pellegrini viene
contratado como ingeniero en un alto cargo –que pierde poco después-, Douville se presenta como
científico y librero, Stein quiere ser apicultor, Coni sueña encontrar oro en California. Esta vacancia
no les requiere una importante inversión en tecnología importada: la encuentran aquí disponible, salvo
excepciones. Para ellos los contratos laborales o empresariales con el Estado o con facciones políticas
que lo controlan definen su progreso. Algunos tienen sus mejores contratos fuera del oficio, como
Pellegrini. Otros en oficios afines, como José Alejandro Bernheim, Pablo Coni y Benito Hortelano en
impresión, o Stein en enseñanza del dibujo. Algunos logran que sus contratos se concentren en la
actividad, como Bacle o Meyer. De allí que para Pellegrini sus períodos de retratista y de editor de
publicaciones ilustradas se concentre en momentos en que no tiene tales contratos, supliendo ingresos,
en tanto que otros como Coni hallan en el Estado la posibilidad de continuar en el oficio impresor.

323
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

ilustradas y de caricaturas, la realización de retratos por encargo, la publicación de


álbumes con láminas, etc. (Szir, 2009a; 2011).

La primera oleada de litógrafos, a pesar de su trágico sino biográfico86, da lugar a una


generación en el oficio que se consolida entre el trabajo para el Estado –que permite
publicaciones periódicas de gran calidad- algunas iniciativas particulares en la propia
imprenta del Estado, y los pedidos particulares de retratos, litografías y grabados.

La segunda oleada incluye las primeras emulaciones a las revistas ilustradas europeas
de nueva generación surgidas tras el formidable y pionero éxito de la Illustrated
London News a partir de 1842, como lo ejemplifica la experiencia de Pellegrini con El
Plata Ilustrado, pero se nota especialmente en la innovación en talleres tipográficos,
desde comienzos de la década de 1850 cuando inmigrantes provenientes del destierro
español (Benito Hortelano, Manuel Toro y Pareja, Cfr. Hortelano, 1936) o de Francia
(Bernheim, los hermanos Stein87 que llegan con él, Pablo Coni, etc.). Coni sería, por
ejemplo, el primer grabador de sellos postales oficiales de la provincia de Corrientes
–y primeros en el país-, mientras administró la imprenta del Estado en dicha
provincia.

La tercera, en la década de 1860, da inicio a la presencia regular de publicaciones


ilustradas en el país. Si el taller de Bacle agrupó y forjó una generación de litógrafos
e impresores, y Coni, Bernheim y el uruguayo Casavalle renovaron el arte de imprimir
en la década de 1850, Henri Meyer y Henri Stein revolucionaron –en la década
siguiente- el arte del dibujo para la inclusión de grabados de alta calidad en libros,
álbumes y periódicos, y forjaron la presencia y masividad de géneros periodísticos
como la prensa satírica ilustrada, las publicaciones ilustradas especializadas sus
correspondientes subgéneros.

Tal es el contexto de inicio de los oficios que nos interesan al comienzo de nuestra
etapa: Los talleres exitosos son cuna de atracción de migrantes formados o de nuevos
aprendices que serán las siguientes camadas en las que habrán de apoyarse los
hermanos Pedro Bourel o Rafael Contell en las últimas dos décadas del siglo para
iniciar la era de las revistas especializadas en lustración artística de prensa en
Argentina y vinculadas, a su vez, al incipiente campo de artistas de las artes visuales.
Szir (2011) caracteriza el momento de irrupción de las revistas de Bourel y Contell:

“Del mismo modo, las publicaciones periódicas ilustradas en las décadas de 1880 y 1890,
aunque sin el despliegue visual y la calidad de sus pares europeas, multiplicaron la cantidad de
títulos. En 1887 el Anuario bibliográfico de Alberto Navarro Viola refiere 23 publicaciones

86 Douville es detenido, embargado y desterrado por falsificar billetes con su prensa el mismo año 1827
en que inició el negocio litográfico. Bacle es detenido bajo acusación de entregar mapas de valor militar
a la Confederación Peruano- Boliviana en un momento de conflicto con la Argentina.
87 Los hermanos Stein no son familiares de Henri Stein. De origen alemán, llegan con el alsaciano

Bernheim como personal de su imprenta. En Buenos Aires se especializan como encuadernadores y


finalmente se dedican al negocio agrícola.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

ilustradas. En 1888 surgen Buenos Aires Ilustrado -que en sus 25 entregas reproduce un total de
56 grabados- y El Sud Americano, editado por la Compañía Sudamericana de Billetes de Bancos.
Ya en la década de 1890, aparece La ilustración Sudamericana (1892), dirigida por Rafael Contell,
que incluía fotografías, representando retratos individuales y colectivos, vistas y actualidad. De
rasgos diversos, todos los periódicos se encontraban con similares dificultades técnicas y
económicas frente a la inversión que suponía la edición de una revista ilustrada.” (Szir, 2011: 71).

Los protagonistas del oficio

Hasta comienzos de la década de 1860, los protagonistas de la imagen gráfica fueron


pioneros que demostraron un éxito notable, pero no llegaron a ser parte de la forja
de un mercado que sostuviese a largo plazo la actividad profesionalizada.

Jean-Baptiste Douville y César H. Bacle lograron impacto social y éxito de ventas de


sus estampas, pero se vieron envueltos en los límites que imponían tanto la
dependencia del Estado que suponía la actividad como los riesgos implicados en una
época de guerras civiles y conspiraciones.

Pellegrini logró tanto éxito con sus retratos y litografías a pedido que llegó a
enriquecerse, pero la actividad no competía con los ingresos que podía suponerle una
contratación estatal en su profesión, la ingeniería.

Stein y Meyer, en cambio, pudieron vivir prósperos del oficio del dibujo para la prensa
aun cuando no había sido ese su plan original de inmigración a la Argentina. Se
involucraron en las primeras publicaciones ilustradas de gran duración (El Mosquito,
el Correo del Domingo), participaron en otras publicaciones más breves, y colocaron
sus ilustraciones en la prensa diaria, además de realizar numerosos dibujos por
contrataciones particulares, así como trabajos especiales, como el que contrató la
Sociedad Rural en 1875.

A comienzos de la década de 1880 esta transformación se acelera radicalmente:


mientras se mantienen y diversifican las revistas ilustradas de humor político, y la
prensa comienza tímidamente a incorporar más grabados, surgen también las
primeras revistas especializadas en imagen gráfica –como La Ilustración Argentina-
y numerosos emprendimientos editoriales en el campo del libro, el álbum o la
colección de estampas y postales.

En tal contexto de expansión y diversificación, donde se enlazan, en forma similar a


lo que venía sucediendo con los escritores, oportunidades de empleo público, de
enseñanza, de pedidos privados de trabajos, de venta de obras artísticas, de
ilustración para libros y para la prensa periódica, de participación en reclames para
la prensa, afiches o vía pública, de empaques para productos o de decoraciones para
hogares acomodados, ahora sí, comienza a constituirse el “cuerpo de artistas” que
preocupaba en el lanzamiento neoyorquino del The Daily Graphic en 187388.

88 Fundado en New York el 4 marzo de 1873, The Daily Graphic fue el primer diario ilustrado del

mundo, utilizando a escala diaria la estrategia de las revista: algunos pliegos impresos en plancha

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

En la década de 1890 se produce un agrupamiento explícito de figuras del oficio con


la intención de abrirse espacios en el campo del arte, de la edición y de otras formas
de empleo que les permitiese vivir de su actividad. Algunos de ellos buscaron
expresamente abrirse paso en el campo artístico, gestionando espacios de exposición,
becas de estudio, cooperativas de trabajo y ayuda mutua y espacios similares. Son los
ejemplos de Malharro, Ernesto De la Cárcova, Eduardo Schiaffino, Eduardo Sívori,
Ángel De la Valle, etc. Si los cuatro pioneros mencionados son de origen francés (los
Bacle, Pellegrini, Meyer, Stein), la mayor parte de las nuevas camadas incorporadas
en la década de 1890 es de origen español e italiano. Muchos de ellos buscaron
instalar talleres propios, o se emplearon en ellos, brindando servicios particulares de
grabado y litografía, simultáneos a la contratación de trabajos para la prensa. Son,
por los casos de Colombatti, Emilio y Enrique Coll, Pegoraro, Ortega, Olive, etc.

Un pequeño ambiente bohemio entre las bellas artes y el mercado de


bienes gráficos

Debido a que los grabados de este período comenzaban a aparecer firmados, se hace
posible reconstruir un mapa parcial de quiénes los realizaban. En algunos casos, aun
cuando no tuvieran su firma, las publicaciones los mencionaban dentro de su staff.
De esta manera hemos podido reconstruir parcialmente el grupo de ilustradores que
trabajaban en medios impresos hacia el período estudiado. Muchos de ellos
provienen del campo artístico constituido en esos años; otros han atravesado
distintos proyectos editoriales, siendo en algunos casos, además, sus fundadores,
directores o editores. Tal como se verá en las siguientes páginas, la influencia
española atravesó el campo, no como un rasgo anecdótico sino como un elemento
constitutivo:

“En el campo del dibujo, la caricatura y la ilustración gráfica, el primer contingente de


españoles llegados a Buenos Aires asentó las bases para una apertura de las principales editorial
y publicaciones hacia los dibujantes españoles radicados en fechas posteriores. A diferencia del
conjunto de pintores, este grupo dedicado fundamentalmente a la ilustración no permaneció
aislado de sus compatriotas sino que se mantuvo fuertemente cohesionado por su trabajo común
en diarios y revistas porteñas. En una ciudad como Buenos Aires en la que desde fines del siglo
XIX se impuso la moda de las revistas ilustradas de corte francés y en la que los grandes diarios
competían en riqueza y complejidad con las mejores publicaciones europeas se explica el

litográfica y otros en tipográfica. Al cumplir 7 años, una nota editorial recapitulaba: “La audacia del
experimento, cuando se propuso iniciar y mantener en Nueva York un diario ilustrado, era capaz de
quitar el aliento. Se decía que iba contra todas las reglas intentar hacer lo que Londres y París no habían
hecho. En esas dos ciudades se habían publicado los más grandes semanarios ilustrados del mundo.
Cada una tenía un gran cuerpo de artistas entrenados, que pudiesen suministrar el material adecuado
para el staff de un diario ilustrado, y aun así, aunque el proyecto de establecer un diario de esas
características se había abordado, el plan nunca se había puesto en práctica. No se trataba, por
supuesto, de falta de capital, pero el capital no había podido ser inducido a invertir en el proyecto. Se
argumentaba que en tanto Nueva York no contaba con un gran cuerpo de artistas entrenados del que
nutrirse, el experimento de la Graphic Company sería aún más peligroso que el intento de fundar un
diario ilustrado en Londres o París. Pero el experimento se llevó a cabo” (The Daily Graphic N° 2164,
Nueva York, 4 de marzo de 1880, “Our Birthday”, pág. 30, trad. del autor).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

auténtico éxodo de dibujantes de la península y de otros lugares de la vieja Europa”. (Fernández


García, 1997: 63)

Estos artistas trabajaban en ocasiones para distintos medios en simultáneo, aunque


su imagen estuviera configurada por su pertenencia, en muchos casos, al ambiente de
las Artes Plásticas. Según Jorge Rivera, los dibujantes de los semanarios populares
como Aurelio Giménez, Cao, José Foradori, etc., se ajustan a

“…la imagen arquetípica del bohemio de corbata voladora y chambergo aludo, una figura
convencional que también atravesaba las escenas de ciertos sainetes, y que pasó a integrar,
como una suerte de estereotipo urbano, la galería iconográfica del chafe, el compadrito, el
encargado del conventillo, el mayoral de tranway, el milico ´veterano´ y los negros del
Congreso” (Rivera, 1981: 1)89.

Este estereotipo es complejizado por María Isabel Baldasarre (2009) quién describe
los retratos fotográficos tomados a los artistas plásticos finiseculares y publicados en
periódicos ilustrados, marcando diferencias entre ellos, tales como las que se dan
entre aquellos se dedican a al campo del arte, como es el caso de Ernesto de la
Cárcova, y aquellos otros con una carrera más variada, como es el caso de Martín
Malharro:

“En el caso particular de Malharro, éste aparece con delantal, detrás de un atril, mirando fija
y seriamente a la cámara. Sobresalen sus tupidos bigotes, que se convertirán en una de sus marcas
distintivas, mientras su gesto trasmite una fuerza algo adusta, opuesta a la delicadeza de la pose
elegida por de la Cárcova. De hecho, el epígrafe de la foto destacaba que: “Malharro emigró de
Buenos Aires, librado a su propio esfuerzo, sin subvenciones de ningún género, ni otra fuerza
monetaria propia que los francos justos para vivir el primer día.” (Baldasarre, 2009: 54)

En esta imagen de artista profesional que destaca Baldasarre, se inscriben muchas de


las narraciones biográficas de este artista que se forjó a sí mismo, sin las ventajas de
los artistas adinerados que destaca, además, que la foto enviada lo muestra en su
taller parisino, dando cuenta de se podían subvencionar su trabajo con dineros
familiares o con subvenciones de distintas procedencias (privadas o estatales)
facilitadas por la pertenencia a una red familiar acomodada. Sin embargo, la mención
de su trabajo ligado a los medios es muy escasa, destacando aquellas participaciones
más destacadas y prestigiosas a partir de su regreso al país en 1901, ya como artista
consagrado, como las realizadas en los suplementos ilustrados de La Nación o en la
revista anarquista Martín Fierro, dirigida por Alberto Ghiraldo entre 1904 y 1905.
Poco hemos encontrado respecto a sus años como ilustrador y cronista gráfico de La
Nación entre 1894 y 1895, antes de partir a Europa con una beca de estudio:

“En 1895 logró concretar un viaje de estudio a París –considerado imprescindible por
entonces para los artistas locales- a pesar de sus dificultades económicas, manteniéndose en
aquella ciudad gracias a su oficio como ilustrador, oficio que además encuentra valorado allí como
expresión artística: “Aquí la ilustración está considerada como arte y no desdeñan los mejores

89 Esta cita, proveniente de “La bohemia literaria” (en: La vida de nuestro pueblo Una historia de
hombres, cosas, trabajos, lugares, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1981) ha sido
retomada por Eduardo Romano (2004: 170) en Revolución en la lectura.

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maestros en abandonar por momentos los pinceles, para tomar el buril, la pluma o el lápiz
litografía” (Welti, 2011: 1).

En el mismo sentido Baldasarre agrega:

” Por su parte, un artista que había viajado sin financiamiento estatal como Martín Malharro
también elige representarse en su taller parisino repleto no sólo de yesos y bocetos sino de cuadros
terminados. La imagen había sido enviada por el propio Malharro a su amigo el escritor
Grandmontagne desde París, a manera de un recuerdo afectuoso pero también para hacer patente
la labor realizada en el Viejo Mundo.” (Baldasarre, 2009, pág. 52)

Es interesante destacar esta imagen del artista ya no como bohemio sino como
alguien que lleva adelante un trabajo esforzado, manual, que pone a muchos de estos
artistas como Clérici o Malharro en una mirada más afín con la actividad desarrollada
por los gráficos. No es casual, entonces, que Malharro haya navegado por ambas
aguas a lo largo de toda su carrera. Este artista, que va a ser conocido por ser el que
introdujo el estilo impresionista en Argentina, también estuvo a cargo de la
Inspección Técnica de Dibujo del Consejo Nacional de Educación (en adelante CNE)
entre 1904 y 1909, por su aporte a la enseñanza del dibujo90 .

Hacia el final de su artículo y más allá de las diferencias entre los casos descriptos,
Baldasarre concluye con una visión de conjunto:

“De los gentlemans y damas decimonónicos, pasando por algunos casos que tratan de
escapar a estas representaciones distinguidas acercándose al artista bohemio u obrero, la
recurrencia con que las fotografías de pintores y escultores aparecen en la prensa ilustrada de
comienzos del siglo XX es un síntoma visible de este camino, no sin retroceso, en pos de la
profesionalización de la actividad artística en nuestro país. Pero estas imágenes no son sólo eso.
De modo recíproco, las propias fotografías contribuyen, a partir de su presencia, a dar entidad y
a hacer perceptibles las fórmulas viables de ser artista, que en mayor o menor medida debían
tener algo de elegante, burgués, mundano, sofisticado, culto y moderno.” (Baldasarre, 2009: 76)

A medida en que aumentaban las publicaciones ilustradas, y que en Buenos Aires se


conformaba un mercado no sólo artístico sino de materiales impresos ilustrados, se
modificaba tanto el tamaño del público lector como a sus competencias lectoras.

“La prensa ilustrada, que no contaba en un principio más que con dos o tres representantes
destinados a la caricatura política, aumenta paulatinamente en calidad y número (…) Hasta los
mismos diarios no vacilan ya en intercalar, en sus columnas, grabados que no siempre satisfacen
los deseos de un público cada vez más exigente.” (Anuario de la prensa argentina, 1896)91

Lo novedoso no era, entonces, la utilización de la imagen, sino el alcance de los


formatos masivos, y entre ellos, los ilustrados.

90 La defensa del “método natural” en detrimento del “método geométrico”, a la que le dedicó
numerosos escritos, le va a valer tanto elogios como críticas en el contexto de su época, fue uno de los
factores decisivos de su alejamiento del cargo en 1908. Para un estudio detallado del paso de Malharro
por la Inspección Técnica de Dibujo, Cfr. Welti, 2011.
91 Artículo sin firma publicado en el Anuario de la Prensa Argentina de 1896, titulado “Nuevos rumbos

del periodismo”. Reproducido en Romano, 2004.

328
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Por otra parte, el trabajo de dibujante y grabador, había demandado de parte de


muchos de sus protagonistas, un entrenamiento arduo, tanto en términos de destreza
artística como técnica. En nuestro país, la formación de artistas plásticos, hasta 1876
con la creación de la Sociedad de Estímulo de Bellas Artes, se había desarrollado de
manera desarticulada, en función de desarrollos individuales de artistas plásticos.
Según Rodrigo Gutiérrez Viñuales:

“A lo largo del siglo XIX el panorama de las artes en nuestro país se caracterizó por los
esfuerzos individuales, y en general aislados, de contados artistas, a pesar de la existencia de
ciertas unidades temáticas. Los pintores que desarrollaron labores artísticas y docentes en Buenos
Aires durante este período fueron extranjeros en su mayoría y los pocos nativos que lo hicieron,
siguieron los lineamientos marcados por estos precursores.

Al igual que en el resto de América, fue importante en nuestra evolución plástica el trabajo
de artistas viajeros en las ciudades y el campo argentinos. Dibujos, acuarelas, litografías, grabados
y óleos, impregnados del romanticismo y del gusto por lo exótico de moda en Europa, nos
permiten hoy una reconstrucción iconográfica de la urbe y del paisaje rioplatense y la
recuperación visual de numerosas costumbres del habitante de nuestra tierra durante el siglo
pasado, que de otra manera se hubieran perdido” (Gutiérrez Viñuales, 2003: 9-10).

La Sociedad de Estímulo a las Bellas Artes marca un punto de inflexión en relación


con la posibilidad de estructurar un espacio de desarrollo y enseñanza en cuyo marco
se crea la Escuela libre de Bellas Artes que luego se traduciría en la Academia de Bellas
Artes, fundada en 1905. En esta Institución se formará, entre otros, Martín Malharro.

El mercado del arte había encontrado una época de grandes ventas en la década de
1880, aunque la mayoría de la oferta plástica había sido traída desde Europa y por lo
tanto no había favorecido directamente a los artistas locales. Según Roberto Amigo
(2006: 18):

“La sobreproducción artística europea obligó a buscar nuevas bocas de expendio para
los talleres de Madrid, Sevilla, París y Roma: la joven riqueza de Buenos Aires la convirtió en
una opción, aunque poco legitimadora, desde el punto de vista artístico”. Rápidamente el
mercado local se vio inundado por los “sobrantes de talleres”, generándose una caída drástica
en las ventas hacia finales de esta década. “La crisis del noventa cerró el comercio del arte, su
regreso hacia mediados de la década se realizó en un contexto diverso: agentes y galerías
profesionales, acción de asociaciones culturales y del Museo Nacional de Bellas Artes. Antes
de ello, la sensación dominante era que nada había quedado de aquella fiesta de los ochenta.”
(Amigo, 2006:19).

Esta situación llevó a revisar y debatir el concepto de arte nacional, al mismo tiempo
que se comenzaron a imaginar nuevas formas de fomento de la actividad. Esta
discusión sobre lo nacional, fue llevada a cabo, paradójicamente, por un grupo de
artistas mayoritariamente inmigrantes:

“A grandes rasgos el caudal humano de plásticos españoles llegados a Buenos Aires no difiere
en esencia de los inmigrantes de otras procedencias. Y es que durante el arco cronológico
analizado (1880-1890, N.A.) acudieron a la capital del Plata artistas de todas las procedencias
nacionales, alentados por el proceso de engrandecimiento económico y cultural de la ciudad.
Franceses, italianos y españoles fueron en definitiva quienes suplieron al principio la escasez de

329
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

arte argentino para hacer frente a necesidades suntuarias requeridas por una sociedad en ascenso,
sentando las bases para la creación de una auténtica escuela nacional de caracteres originales.”
(Fernández García, 1997: 53)

En ese contexto, la creación de El Ateneo, en 1893, generaría numerosas muestras y


exposiciones que contribuyeron al desarrollo del mercado local del arte y de un arte
local.

Entre los integrantes de este grupo convocado por Carlos Guido Spano se encuentran
Ángel Della Valle, Eduardo Schiaffino, Eduardo Sívori y Augusto Ballerini. Este
último será uno de los ilustradores del diario La Nación entre 1895 (año en el que
vende su primer cuadro al Museo Nacional de Bellas Artes) y 1897.

La “Segunda exposición anual” del Salón de Pinturas y Dibujo, organizada por


Eduardo Schiaffino, fue publicitada en el diario La Nación el 3 de noviembre de 1894
a página completa con numerosas reproducciones de las obras expuestas 92. Cómo
indica Gutiérrez Viñuales (2003: 89):

“El 3 de noviembre del año siguiente, y luego de la exposición póstuma de Graciano


Mendilaharzu abierta el 26 de septiembre, fue inaugurada la segunda muestra anual de El
Ateneo, ya bajo la presidencia de Carlos Vega Belgrano quien había reemplazado a Calixto
Oyuela en la dirección de la institución. En la exposición se destacaron obras como "Las
guachitas", cuadro de corte costumbrista realizado por Eduardo Sívori, "La vuelta del malón"
de Angel Della Valle, el "Corsario la Argentina" de Martín Malharro y "Sin pan y sin trabajo"
de Ernesto de la Cárcova.

La exposición tuvo mayor eco que la anterior en lo que a prensa se refiere y los
principales diarios le dedicaron amplio espacio. La nota de la muestra fue, a diferencia de la
primera exposición, la casi nula afluencia de artistas extranjeros quienes comprendiendo los
propósitos nacionalistas de la misma optaron por fundar paralelamente una sociedad rival
llamada "La Colmena Artística"93 que, a pesar de haber organizado algunas exhibiciones, no
llegó a tener influencia decisiva en la evolución del arte argentino que se estaba gestando.” 94

93 Este grupo se constituye en torno a las reuniones denominadas “la cafetera” convocadas por el
español José Bouchet, e integrado además por Luis Pardo, Carlos Santa Fe, Pablo Manzano, Joaquín
Vaamonte (SIC), Emilio Cantillón y Enrique Coll (Fernández García, 1997: 65). El nombre Vaamonte,
que ha sido reproducido en varios libros, es un error. El nombre correcto es Joaquín Vaamonde,
fallecido muy tempranamente (en 1900, a los veintinueve años, de tuberculosis). En 1903, se publica
por entregas en la revista La Lectura, una novela de Emilia Pardo Bazán, titulada La Quimera, en la
que lo representa –bajo el seudónimo de Silvio Lago, como la encarnación del artista bohemio
enceguecido por la aspiración de gran artista, dispuesto a poner su propia vida en segunda prioridad
con tal de lograr una dedicación absoluta a sus sueños de artista. Sin embargo, el grupo no
necesariamente expresaba posiciones bohemias, y poseía abundantes conexiones con sectores
acomodados.
94 En un trabajo posterior muy similar del mismo autor Gutiérrez Viñuales, 2004: 4, aclara que la

referencia a la poca influencia de La Colmena Artística es una afirmación “al decir de Schiaffino”, es
decir, una afirmación de parte interesada, que sin embargo tiene algo de verdad, pues en tanto “El

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Según Roberto Amigo (2006: 20), La Colmena Artística tuvo “dos rasgos que le
otorgan particularidad en el panorama artístico de fines del siglo XIX: el predominio
de artistas inmigrantes entre sus miembros y el inicial carácter humorístico de sus
actividades”. De allí que era El Correo Español la publicación que expresaba empatía
con La Colmena. Algunos de los más conocidos fueron Eduardo Sojo, Cao, Stein y
Manuel Mayol, y según este autor “Aunque siempre se recuerde lo realizado en los
medios gráficos, los dibujantes españoles subsistían realizando tareas del más diverso
tipo”, tales como viñetas y caricaturas para diarios y revistas, trabajos litográficos,
ilustraciones para libros, panneaux decorativos, telones de teatro, etc.

Uno de los eventos más difundidos de este grupo ha sido la “Exposición humorística”
llevada a cabo el 17 de mayo de 1896. Según Fernández García:

“…lo de salón de humoristas se convirtió casi en un título, puesto que al menos las piezas al óleo
eran en realidad obras sin ningún viso de comicidad. Entendemos, pues, que en este primer salón
de humoristas de Buenos Aires fue un pretexto para una exposición comunitaria del grupo
conformado por los miembros de La Colmena Artística, unidos por una honda amistad y, en su
mayoría, por su labor de irónicos críticos en la prensa porteña”. (Fernández García, 1997, pág.
68).

Entre los que integraban este grupo se encontraba Enrique Coll (hermano del
grabador Emilio Coll), quien dirigió El Cascabel. Semanario Festivo Ilustrado (El
Cascabel, 2016). En este periódico participaron ilustradores como Emilio Caraffa,
Ángel De la Valle, Demócrito II (José María Cao), Arturo Eusevi, Francesc Fortuny,
Martín Malharro, Nicolau Cotanda, Joaquín Vaamonde y otros, entre 1891 y 1892.

Esta publicación se imprimía, al igual que El almanaque gallego, donde también


participan Ortega y Cao (1898), en los talleres de Emilio A. Coll y Cía. Taller de
grabados, librería y papelería, el cual “tradujo” grabados tanto para La Prensa como
para La Nación.

El almanaque ilustrado es uno de los formatos que combina la palabra y la imagen


(grabado y/o fotograbado), y cuya proliferación contribuyó a la profesionalización de
los ilustradores. En las décadas de 70, 80 y 90 se multiplicaron en Buenos Aires, y
entre otros se publicaron el Almanaque Sudamericano (1876) y el Almanaque
Gallego (1898). Como señala Ana Mosqueda, retomando a Alejandro Parada “…en las
primeras décadas del siglo XX, y sobre todo durante el Centenario, el almanaque tuvo
una gran aceptación, en especial por parte del público porteño; circulaba en grandes
cantidades y era consultado constantemente por una amplia población de lectores,
tanto cultos como iletrados, en versiones más o menos cuidadas.”95

Ateneo” favoreció la constitución de sus integrantes como grupo consagrado en el ámbito artístico, “La
Colmena” ofició mucho más como espacio de protección del acceso al trabajo.
95
Mosqueda, A. (2012) “Condiciones de producción, formas y contenidos de los almanaques porteños en las
primeras décadas del siglo XX” (en línea). Primer Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición,
31 de octubre, 1 y 2 de noviembre de 2012, La Plata, Argentina. En: Memoria Académica. Disponible en
http://memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.1942/ev.1942.pdf

331
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Eduardo Romano señala, en relación a la aparición de éste y otros nuevos formatos


masivos que:

“… los almanaques en un principio y poco después los semanarios ilustrados determinan un


nuevo régimen de lectura, sobre todo a partir de la década del noventa, por su fundante
conjunción de lo ícono-verbal, simultánea de lo que sucede con el cartel publicitario, las
historietas o el cine, y anticipatoria de otros procesos comunicativos posteriores” (Romano, 2004:
150)

El lugar de los nuevos formatos en el campo artístico y en el oficio

El afiche, por su parte, contribuirá a los cambios notables que se producen en el


paisaje visual urbano de fines del siglo XIX y principios del XX, aunque no fue bien
valorado por muchos protagonistas del mercado local del arte, a juzgar por la opinión
vertida por José Artal en el Almanaque Peuser, en su edición de 1900:

“En su afán de hacer obra moderna, sin sujeción a arte ni estilo alguno que tenga visos de
seriedad y solidez, llevan el impresionismo y el simbolismo hasta los extremos del ridículo.

Esa producción decadente que lucha en vano por escalar las alturas defendidas por
reputaciones bien cimentadas, ha encontrado medio de exteriorizarse, enseñeoreándose de las
corrientes vulgares, callejeando sus producciones, poniéndolas al servicio de la reclame
industrial, comercial, artística y hasta pornográfica.

En el afiche han resuelto la manera de circular libremente esa producción híbrida, a favor de
la despreocupación que caracteriza a todas las masas de pueblo, que atenta solo a lo que hiere por
sorpresa su retina, viven ajenas a todo refinamiento artístico, que es consecuencia de una cultura
social y educación intelectual, patrimonio de los menos.

En este terreno el éxito ha resultado cómodo y provechoso, pues la reclame busca


constantemente el auxilio de la producción ingeniosa, como aliado indispensable para la
propagación del específico, para el anuncio del espectáculo, para portada del libro nuevo, para la
mayor difusión de toda la primicia humana de cualquier orden que ella sea” (Artal, 1900)96.

En el mismo texto Artal señala que, en España, gran parte de la producción de afiches,
salvo unas pocas excepciones, corre por cuenta de las casas litográficas y no de los
artistas, como en otros países europeos. Es de esperar que, en nuestro país, fuese
considerado de manera similar: como un arte menor, en el mejor de los casos.

La publicidad, que correrá con el mismo concepto será, desde la década del 80, una
fuente de ingresos para los ilustradores. En muchos casos, difícil de rastrear debido a
que no era un campo prestigioso y por lo tanto el dibujo grabado permanecía
anónimo, la presencia de los ilustradores en este campo se incrementa hacia fines del
siglo XIX en Argentina.

96
Reproducido en: Artundo, 2006: 60-61.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

El afiche, el almanaque, el aviso publicitario, y muchas formas de propaganda


callejera formarán un circuito articulado con el packaging y los diferentes formatos
de publicaciones periódicas, y aunque no de manera tan explícita, con las bellas artes.
Así se evidencia en el estudio que hace Alejandro Butera (2012) de las primeras
marcas de cigarrillos en nuestro país, donde investiga en detalle -en torno a la
industria del tabaco- a los protagonistas de las diferentes manifestaciones visuales
ligadas a dicho producto. Entre muchos otros datos, el autor describe los concursos
realizados, emulando el panorama europeo, para seleccionar los afiches que
ilustrarán a las marcas de cigarrillos. Según Ana María Fernández García “Tales
certámenes tuvieron el mérito de aglutinar a los artistas que trabajaban en el campo
de la ilustración gráfica en Buenos Aires, especialmente a los europeos radicados en
la ciudad” (1997: 65).

En particular, nos interesa el realizado por la fábrica de cigarrillos y habanos Paris,


certamen realizado hacia comienzos del 1900 en Buenos Aires. El mismo estaba
abierto exclusivamente a artistas argentinos, y contaba con un jurado de lujo: Miguel
Cané, Francisco Ayerza (fotógrafo), Manuel Mayol, Alejandro Christophersen
(arquitecto) y Enrique Casellas en calidad de secretario. Ante la calidad y cantidad
(118) de las piezas presentadas, se decidió premiar a 19 obras (casi el doble de la cifra
inicial de la convocatoria. Fue publicitado en importantes medios, entre ellos Caras
y Caretas. Los afiches presentados fueron exhibidos al público y como consecuencia
del certamen se realizaron diversas publicaciones al respecto.

Es destacable la participación (y premiación) de gran parte del equipo de Caras y


Caretas en este concurso, con suerte dispar, equipo que a su vez formaba parte del
grupo de ilustradores regulares o eventuales del diario La Nación. Entre ellos
Cándido Villalobos, Aurelio Giménez, José María Cao, Ramón de Castro Rivera y
Francesc Fortuny.

En ocasiones donde la publicidad alcanza niveles artísticos considerables, se


acompaña la ilustración con la firma del autor, como es el caso de las publicidades a
página completa de la tienda de Avelino Cabezas. Así, entre los ilustradores que han
realizado publicidades encontramos a Simón Hulín, Roberto von Steiger, Felipe
Barrantes Abascal, H. Rusca y José Stalleng, entre otros. Como vemos, en ocasiones
destacadas, como es el caso de la Edición Extraordinaria del diario La Nación de
1902, o en algunas piezas de gran tamaño, las publicidades incluyen la firma de los
ilustradores.

El catalán Francesc Fortuny (1865-1942), es otro de los ilustradores que colaboró


regularmente en el diario La Nación desde 1895; original de Tarragona, España,
estudió dibujo y pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de
Madrid, llegando a Buenos Aires en 1888, donde trabajó como ilustrador:

“A Fortuny le cabe el honor de haber sido el primero en advertir sobre la necesidad de una
mayor fidelidad en la reconstrucción visual de la historia, para combatir de esta manera una
incipiente y desbordada proliferación de imágenes del pasado de dudosa certidumbre. Fortuny

333
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

comenzó a cuestionar algunas interpretaciones y ambientaciones históricas, sensibilizando así a


historiadores y público en general sobre lo importante que era lograr un mayor rigor
interpretativo.

No en vano Fortuny había participado en España, antes de su partida a la Argentina, de uno


de los períodos artísticos más ricos de la península en lo que a pintura de género histórico se
refiere y donde el ambiente se mostraba propicio para la discusión y el riguroso debate sobre la
validez de las reconstrucciones históricas.” (Gutiérrez Viñuales, 2003:71).

Francisco Fortuny trabajó para diversos medios además de La Nación, entre ellos las
revistas Caras y Caretas, PBT y El Cascabel. Sus trabajos de reconstrucción de
escenas históricas, entre ellos los realizados sobre la Guerra del Paraguay, marcaron
un punto de inflexión en ese género, y lo llevaron a ser ilustrador de los Manuales de
Historia de la Editorial Estrada a partir de 1906:

Si antes de Fortuny lo esencial no fue tanto la reconstrucción visual del hecho histórico como
"documento", sino como herramienta operativa de un proceso pedagógico o de formación
cultural, a partir de su llegada comenzaron a cuestionarse algunas interpretaciones y
ambientaciones históricas sensibilizando a historiadores y al público en general sobre la
necesidad de un mayor rigor en las composiciones (Gutiérrez Viñuales, 2003:74-75).

Colaboró con La Nación en 1895. Allí retrató de modo detalladamente realista


criminales y escenas del crimen, pero también tragedias como el Incendio del
Congreso chileno (19 de mayo de 1895) o temas navales. La regularidad no va a estar
entonces en el tema tratado, sino en el tratamiento de ese tema, que será una
narración cuasi-fotográfica de lo retratado, a deferencia de su contemporáneo
Malharro, donde prevalecía la mirada estética por sobre la realista, aun cuando lo
retratado careciera de toda belleza.

“Malharro ha suscitado vigorosamente, en su hermoso dibujo, la sencilla intención de


este libro. El rodeo argentino avanza, inmenso, culebreando desde el fondo del horizonte, cruza
La Pampa sembrada de estancias, llega, invade el espacio, desbordándose, viene como a inundar
el mundo en su tumultuoso y viviente raudal; y allá, en el centro de la vasta serpiente ganadera,
un gran sol apacible y radiante, sale, llevando en su foco el símbolo de una industria-una mansa
y ventruda lechera flamenca, ordeñada por un tambero criollo” (Bernárdez, 1902: 7)97

Estos artistas locales debatirán respecto de la existencia de un arte nacional, e


inmediatamente después del final de nuestro período, se concretarán distintos
proyectos y asociaciones creadas en ese sentido: Sociedad Artística de Aficionados
(1905), Nexus (1907) y el Salón Nacional (1911) (Gutiérrez Viñuales, 2003: 10).

Emiliano Marcelo Clérici señala a este período finisecular como el de la conformación


del campo artístico y en ese contexto afirma respecto del Art Nouveau:

97
Bernárdez, Manuel (1907) Tambos y rodeos (Crónicas de la vida rural argentina). Buenos Aires, Argos.
Citado en Romano (2004: 173).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

“Es importante subrayar el vínculo existente entre este estilo y la inmigración europea en
nuestro país, ya que el mismo fue importado y su desarrollo en nuestro contexto estuvo ligado a
las comunidades extranjeras, tanto en lo referente a la producción de las imágenes como en la
comitencia de las mismas.

La catalogación de las denominadas páginas artísticas tiene por objetivo la recuperación de


aquellos artistas que desarrollaron su arte en las páginas del semanario, como los españoles
Cándido Villalobos Domínguez, Manuel Mayol Rubio, Francesc Fortuny y Ramón de Castro
Rivera y el italiano Antonio Vaccari, entre otros. Es mediante estos ejemplos que se puede ver
como se dirimieron las tensiones entre las Bellas Artes y las artes gráficas, donde el Art Nouveau
funciona como intento de unificación de ambos polos. Es decir, son aquellos artistas quienes
pendulaban entre el campo artístico y el mundo de los medios. Caras y Caretas, y en particular
sus ilustradores, participaron de la conformación del campo artístico local desde el margen de las
Bellas Artes, generando un discurso visual y una propuesta estética adaptada a los gustos
extranjeros.” (Clérici, 2013: 1)

La trayectoria del mencionado José María Cao Luaces, nacido en Cervo -España- en
1862, es un caso paradigmático de estos ilustradores que navegaron las aguas de la
industria cultural en pleno surgimiento. Integrante, como dijimos anteriormente, del
grupo La Colmena, entre otros, Cao trabajó de manera independiente o integrando
equipos varios de trabajo. Entre sus participaciones más destacadas cuentan “El
Quijote” y “Caras y Caretas”. En menor medida se menciona, en las numerosas
biografías que podemos encontrar de este dibujante, su participación en el diario La
Nación, fundamentalmente en la dirección artística de los suplementos en 1902 y
1903, donde podemos encontrar su firma en la mayoría de las tapas y en otros
grabados interiores. También hemos podido rastrear su participación en medios
menos famosos, como El Almanaque Gallego o El Cascabel, así como en publicidades
y afiches. Si tuviéramos que describirlo en analogía con las categorías de escritores
que define Jorge Rivera (1998), podríamos caracterizarlo como un ilustrador
profesional, alguien que no sólo se vincula al dibujo y grabado por la técnica, sino que
además vive de su tarea profesional más que de la exposición artística de su
producción, la cual ha sido clasificada como brillante, aunque no siempre bienvenida
en términos políticos y hasta morales, debido a su agudeza crítica.

El caso de Henri Stein (1843-1919) podría clasificarse en esta misma categoría. Llega
al país desde Francia en 1865, egresado del curso de Arte de la Association
Philotechnique de Saint-Denis, fundada en 1861 en la misma línea de la creada en
París (Polytechnique) hacia 1848, y cuya función era dar formación a los sectores
populares. Con una formación fuertemente técnica, se inmerge en el mundo de la
actividad gráfica, como dibujante, grabador, litografista, retratista, dirigiendo y/o
colaborando con numerosos medios impresos.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Al igual que los escritores profesionales98, este ilustrador profesional emprendió


diversas actividades económicas sin mayor éxito, entre ellas la agricultura, la
apicultura y la ebanistería, y otras más ligadas al oficio gráfico como clases
particulares de dibujo. En 1868 se incorpora a El Mosquito como ilustrador y durante
algunos períodos también como editor, y desde allí su carrera se enfoca a las artes
gráficas, llegando a ser editor propietario. Estuvo vinculado a esta publicación hasta
su cierre en 1893. Paralelamente, a principios de la década del 80 abre su Papelería
Artística a la que se dedicará hasta su muerte (Szir, 2009; Matallana, 1999, 2010;
Judkovski, 2003).

Respecto al cierre de El Mosquito, muchos lo atribuyen a su falta de tiempo debido a


otros compromisos, tales como su Papelería Artística, y otros -entre ellos su hija
Carlota- al avance de la técnica, entre ellos la fotografía99. Lo cierto es que hacia 1894,
comienza a colaborar con el diario La Prensa, con la “Galería de los presidentes”, que
se mencionan en un aviso publicado en el último número de El Mosquito el 16 de Julio
de 1893. En los siguientes años va a realizar numerosos retratos de personas y
paisajes para dicho diario, entre los cuales no se han publicado caricaturas.

También podemos ubicar en este grupo a Ramón de Castro Rivera (1870-1929), quien
además de trabajar en el diario La Nación, ilustró Caras y Caretas y otras
publicaciones conocidas, tales como PBT, Fray Mocho, Vida Moderna, etc. Podemos
notar la belleza de sus orlas -práctica en la que se especializó y alcanzó enorme
prestigio- en la Edición Extraordinaria de 1902 del diario La Nación, donde ilustra
páginas completas con dibujos inscriptos en la estética Art Nouveau y rubricados, sin
excepción, por su firma o sello.
El momento cumbre tanto de la sistematización de la presencia de imágenes como en
la profesionalización de los oficios ligados a ella, son los años transcurridos entre
1894 y 1912 (cuando la Revista Caras y Caretas tiene ya un cuerpo estable de
grabadores y sobre todo fotógrafos), pero especialmente entre 1894 y 1904, años que
llevan, en cuanto al ámbito de las artes visuales gráficas –dibujo, grabado, litografía,
fotografía de prensa, fotograbado- el signo de la profesionalización.
Es en este ámbito profesionalizado que sus integrantes potencian el uso de los
recursos visuales de la prensa diaria y reflexionan sobre sus posibilidades. Lejos de
excluirse con el campo artístico, se retroalimentan en un circuito común de
exposiciones artísticas, concursos de afiches y empaques, y publicitación de la obra
artística en el mismo diario que suele contratarlos, prácticas muy semejantes al modo
en que se entrelazan las actividades literarias y del oficio industrial entre los
escritores.
La década abordada muestra el momento de oro de los dibujantes y grabadores, que
logran, entre otras conquistas, firmar sus trabajos para la prensa. Todavía no es el

98
Por ejemplo, la descripción de los avatares económicos y profesionales que describe Jorge Rivera respecto
de Horacio Quiroga, ilustrando esta categoría.
99
Cfr. El sitio oficial de la Galería de Arte Stein, en la siguiente dirección electrónica:
http://www.steingaleriadearte.com.ar/Genealogias.php?PHPSESSID=200dc433bf1e894c7dfdd67f5a4a5f24

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

momento de oro del fotógrafo, que llegará en la década de 1910, pero ya se hacen
presentes los primeros materiales sistemáticos de fotografía, todavía dependientes de
géneros y técnicas heredados del dibujo para los cuales el dispositivo fotográfico –y
la formación profesional- se hallan en desventaja técnica en comparación con su
antecesor. Si el dibujo posee un poder de síntesis conceptual incontestable, la
fotografía de prensa no posee todavía, en 1904, la identidad propia en encuadres,
temas priorizados, capacidad de captar instantes o potencial descriptivo en detalle,
aspectos que tanto la tecnología como la maestría de los fotógrafos irán resolviendo
pronto.
De allí que los nuevos géneros de prensa posteriores a este período, como el deporte
y el novedoso star system deportivo local iniciado con la figura de Jorge Newbery,
vendrán asociados directamente a la fotografía sin pasar previamente por una etapa
basada en el dibujo, en tanto otros verán un rápido remplazo por la capacidad de
registrar numerosos planos de un evento en poco tiempo –que entrega a la fotografía
su predominio en la nota y la crónica ilustrada- o la capacidad de contar con registro
de instantes extremadamente breves –como se muestra en la cobertura de desfiles o
de eventos bélicos.
Complementariamente, lo que más adelante habrá de llamarse diseño gráfico de
prensa comienza a configurarse. El volumen disponible, tanto de imágenes como de
avisos publicitarios, obliga a redefinir el lugar de ambos elementos en un armado de
página que ya no admite el último cuarto de un único pliego impreso como su lugar.
Los recursos que evolucionaron trabajosamente en las décadas anteriores comienzan
a sistematizarse cuando la presencia del reclame elaborado con diversos formatos de
ancho y altura rompen, por su cantidad, los límites de la columna vertical como
criterio general de armado. En estos años no sólo la publicidad obliga a pensar el
armado como un plano de diseño, sino también la exploración de formatos que han
demostrado éxito en el público, como los álbumes, las enciclopedias ilustradas y las
muy novedosas revistas magazine, que diseñan tanto su tapa como sus páginas
interiores integrando texto, imagen y aviso en un todo armónico.

De este modo diversos oficios: grabadores, orladores, litógrafos, dibujantes,


fotógrafos, armadores, convergen y evolucionan en un mismo sentido, forjando entre
sí otro círculo virtuoso: junto a la demanda de los diarios se despliegan numerosas
casas especializadas en grabado, litografía o fotografía, y numerosos dibujantes y
grabadores independientes, aunque muy lejos aún de los doce mil que hallan espacio
en el mercado estadounidense, que buscan amparar sus ambiciones artísticas en
oficios vinculados a la industria para sobrevivir.

El gran motor de este mercado de trabajo es el reclame, donde los dibujantes,


grabadores y litógrafos hallan abundantes oportunidades de intervención, aunque
con un costo doloroso en términos de prestigio en el campo artístico, que muchas
veces los obliga a optar por hacerlo sin firma.

La creciente mundialización del mercado gráfico llevó en este período a emular


experiencias exitosas en un país y a una adopción muy acelerada de los modelos

337
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

exitosos en cualquier ramo, fuese éste el de novelas por entregas independientes del
diario o revista (como La Novela Semanal, cuyo éxito en España había sido
contundente), el de la reproducción de imágenes de alta calidad (La Ilustración
Sudamericana, Buenos Aires Ilustrado), el de los diarios con reproducción cotidiana
de imágenes y géneros periodísticos que mostraban éxito en el mercado a partir de
exploraciones comerciales (como la búsqueda de imágenes curiosas descriptivas o
satíricas), o el de los diarios con reproducción exitosa de materiales provenientes de
novedosas prácticas externas, como la distribución de retratos por la policía, o de
viñetas por organismos científicos, de retratos por diplomáticos o compañías de
teatro. En todos estos casos, el éxito de la inclusión llevó rápidamente a las gerencias
de los diarios a incorporarlos con mayor regularidad.

En definitiva, la incorporación sistemática de la imagen se desarrolló a partir de la


conformación de un campo de oficio específico –aunque compuesto por prácticas
heterogéneas (dibujo, grabado, orlado, fotografía, armado de página, arte
tipográfico)- en diálogo y tensión tanto con el incipiente campo artístico como con las
nuevas oportunidades del mercado gráfico que –como la publicidad- permiten
ampliar ingresos pero a riesgo de dañar el propio lugar en el campo. Paradójicamente,
el triunfo posterior de la fotografía de prensa puso fin a la edad de oro del dibujo
reduciendo sus espacios, pero dejó en pie un amplio espacio de trabajo en el aviso
publicitario, la ilustración de ficción y los nuevos lenguajes expresivos como lo sería
pronto el gran heredero de la caricatura: la historieta.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

2.9. La revolución del magazine: la forja de las


empresas editoriales en Argentina (1904-1916)
Julio E. Moyano
Alejandra V. Ojeda
Luis Sujatovich

341
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

La revolución del magazine: la forja de las empresas editoriales en


argentina (1904-1916)100

Julio E. Moyano
Alejandra V. Ojeda
Luis Sujatovich
El momento fundacional de las revistas argentinas en formato magazine101 tiene un
caso pionero y paradigmático en Caras y Caretas, publicada desde 1898, y su primer
boom expansivo en 1904, cuando el mercado nacional pasa en pocos meses de una a
tres revistas de circulación masiva (Caras y Caretas, PBT, El Hogar). Seis años más
tarde, la irrupción de Fray Mocho como nueva escisión de Caras y Caretas, y el
primer ensayo masivo del fundador de editorial Atlántida Constancio C. Vigil -
Pulgarcito- muestran la veloz asimilación del formato en el mercado local de
periódicos. Sólo una década más tarde el formato estará ampliamente consolidado
con la formación de una amplia familia de revistas por cada gran empresa editorial,
con amplia capacidad de masificación y segmentación, así como de hibridación de
géneros. Entre los casos paradigmáticos destacarán Para Tí, El Gráfico y Billiken, de
Editorial Atlántida, El Hogar y Mundo Argentino por la Editorial Haynes, y Caras y
Caretas y Plus Ultra, de la casa editora de Caras y Caretas102.

100 Publicado originalmente en: Ojeda, Moyano, Sujatovich (2016) “La revolución del magazine”: la
forja de las empresas editoriales en Argentina (1904-1916). En: Revista Avatares de la Comunicación
y la Cultura N° 12, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. El presente trabajo fue
previamente presentado al XV Congreso Internacional de la Asociación de Historiadores de la
Comunicación, Porto, Portugal, septiembre de 2017. Hace parte de la labor de los autores en el marco
del proyecto HISNECOM, Proyecto de I+D+i, del MEC, Código CSO2015-66667-R (MIMECO-
FEDER), 'Cambios en la empresa periodística: la estrategia del sensacionalismo. Su emergencia
histórica en España y América' (Universidad de Valencia, España, participando desde la Universidad
Nacional de Lanús y el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (Universidad de Buenos
Aires), así como también el proyecto La Forja de la Empresa, Universidad Nacional de Lanús, 2016-
2017.
101 Caras y Caretas imitaba las exitosas revistas magazine que habían mostrado un formidable

resultado comercial y de prestigio en Estados Unidos a lo largo de la década de 1890. Cosmopolitan


había sido fundada en 1886; Munsey´s en 1889; McClure´s en 1893; Life, en 1898, en una lista que no
cesaría de aumentar en variedad de oferta y en tirada. “Los Estados Unidos han enseñado al mundo la
manera como se hace un magazine”, escribe Rubén Darío (La Nación, 20 de junio de 1899, cit. por
Rogers, 2005).
102 Nacida en octubre de 1898, Caras y Caretas tuvo vida continua hasta 1939. Con otros propietarios

tuvo nuevas épocas en las décadas de 1950, 1980 y desde 2008 hasta la actualidad. La acompañó con
éxito Plus Ultra, revista de interés general nacida en marzo de 1916 y con duración hasta diciembre de
1930, con ilustraciones artísticas de alta calidad dirigidas en su primera etapa con Manuel Mayol como
director artístico y numerosos autores tanto de imágenes como de escritos compartidos con Caras y
Caretas, en cuyos talleres se imprimió. PBT y Fray Mocho, escisiones de la primera, en cambio,
cesaron en 1918. Haynes tuvo su primer gran éxito con El Hogar, cuya publicación superará el medio
siglo, y comenzó un complejo proceso de expansión con Mundo Argentino, fundada en 1911, y
continuada con una docena de publicaciones exitosas para públicos masivos pero segmentados
(Mundo Infantil, Mundo Agrario, etc.), así como el diario El Mundo (fundado en 1928) y Radio El
Mundo (en 1935). De una rica experiencia con revistas propias (La Alborada, Pulgarcito, Germinal),
el uruguayo Constancio C. Vigil avanzó hacia la gestión de una publicación masiva y exitosa, dirigiendo
Mundo Argentino entre 1911 y 1917, para emprender por su cuenta al año siguiente Atlántida, pionera
de Editorial Atlántida, empresa que llegaría a ser una de las más grandes del país y que todavía existe
con éxito en 2017, editando decenas de emprendimientos exitosos, entre ellos El Gráfico (fundada en
mayo de 1919), Billiken (fundada en noviembre de 1919) y Para Ti (16 de mayo de 1922), publicaciones
emblemáticas con circulación hasta la actualidad.

342
De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

La masividad alcanzada por este nuevo formato gráfico es notable. La ambiciosa


tirada del número 1 de Caras y Caretas (8 de octubre de 1898), de diez mil
ejemplares, se vio desbordada por la demanda, optándose por una reimpresión de
cinco mil ejemplares más, rápidamente agotados. La cifra era apenas menor que la
tirada promedio diaria de los dos principales diarios del país, y abrumadoramente
superior a cualquier revista de interés misceláneo precedente. Pero apenas seis años
más tarde, en 1904, ya en un contexto de competencia con otras publicaciones
masivas que aspiran al mismo público, la tirada alcanzaba ya los ochenta mil. Sólo
PBT, surgida por iniciativa de uno de los fundadores de Caras y Caretas (Eustaquio
Pellicer), pasó de una tirada inicial de cinco mil ejemplares a una de cuarenta y cinco
mil en el lapso de un año. La revista El Hogar, fundada por Alberto N. Haynes en
1904 tuvo en sus primeros números un éxito relativo, acorde a las abundantes
experiencias precedentes de revistas orientadas al público femenino, o al hogar como
espacio familiar. Pero una pronta orientación hacia tópicos de “sociedad”, como el
fotografiado de personas de la alta sociedad en diversas actividades, el seguimiento
de la moda, la cobertura de matrimonios de figuras conocidas, etc., así como una
apertura a una mayor miscelánea temática que no obviaba la información ni el
entretenimiento, habilitaron su masificación, aun cuando tales agregados la
acercaban a los mismos tipos de oferta que su competencia, con un éxito suficiente
como para constituir la base de un futuro emporio editorial y radiofónico. Más
impactante aún resulta esta expansión cuando los principales diarios nacionales de
circulación masiva conformaron a partir de 1902 suplementos semanales ilustrados
que imitaron en gran medida los formatos, estrategias y contenidos de las revistas
magazines, en un momento en que, por ejemplo, la tirada diaria de La Nación es -en
promedio- de sesenta mil ejemplares103, expresando así una competencia significativa
a las novedosas revistas. Caras y Caretas logrará un récord histórico en la edición
especial del Centenario de la Revolución de Mayo, cuando con gran orgullo imaginó
la altura que alcanzaría una hipotética pila con los doscientos mil ejemplares de la
edición (Caras y Caretas, 11 de junio de 1910), y se mantendrá regularmente por
encima de los cien mil. Se trataba de una cifra asombrosa para un contexto gráfico en
el cual apenas cuarenta años antes una tirada diaria o semanal de 2500 ejemplares
era sinónimo de enorme éxito.
El contexto es notoriamente favorable a esta expansión. Por un lado, la población ha
tenido un crecimiento muy veloz en las décadas precedentes. Argentina pasa de
1.877.490 habitantes según el Censo de 1869, a 4.044.911 en el de 1895, y a 7.903.662
en el de 1914: su población se ha multiplicado por ocho en apenas cuarenta y cinco
años. El Estado nacional y las provincias, por su parte, han realizado en este período

103El crecimiento de las tiradas de diarios en la segunda mitad del siglo XIX es formidable. El diario
La Nación, por ejemplo, tiraba entre dos mil y dos mil quinientos ejemplares en la primera mitad de
la década de 1870. En 1875, tras el levantamiento de su clausura, logró el récord de 10.700 ejemplares
(1° de marzo de 1875). En la década de 1880 llega a un promedio de 18.000 ejemplares diarios (Censo
Municipal, 1887). El 31 de diciembre 1889, superaba los veinte mil (La Nación, 31 de diciembre de
1889). Vuelve a duplicar su tirada en los quince años que le siguieron, para llegar a cien mil ejemplares
diarios en los primeros años de la década de 1910, según informa La Guía Periodística Argentina de
1913. El segundo gran diario de comienzos del siglo XX, La Prensa, tira mil ejemplares en su primera
edición (1869), dos mil en 1874, supera los diez mil a comienzos de la década de 1880 y los cincuenta
y cinco mil en 1895 (Navarro Viola, 1897). En 1913 tiraba ciento sesenta mil ejemplares (Lerose y
Montmasson, 1913). Dado que estos dos diarios ocupaban el cincuenta por ciento de la tirada promedio
total de diarios editados en Buenos Aires, puede estimarse en más de medio millón de ejemplares por
día la cantidad de diarios en el mercado editorial de la ciudad, aunque parte de estas ediciones se
destinaba al Interior del país y al extranjero (Mitre, 1943; Sidicaro, 1993; Valenzuela, 2002; De Marco,
2006; Saitta, 2014; Ojeda y Moyano, 2015).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

un notorio esfuerzo por expandir la alfabetización y forjar la conformación de un


sistema de instrucción pública de amplio alcance, obligatorio, gratuito y laico, en
virtud del cual la población alfabetizada pasa de 310.259 personas según el Censo
Nacional de 1869, a 1.479.704 según el de 1895, y a 3.915.949 según el de 1914, lo que
expresa una multiplicación por 12,6. Pero la expansión de la prensa es aún mayor.
Los grandes diarios multiplican su tirada por 50 en el mismo período; revistas de
mayor circulación, por 100. Los diarios de tirada media, por 33, lo que muestra el
efecto no sólo del aumento poblacional y del alfabetismo, sino en los hábitos de
lectura y de adquisición de periódicos.
Por otra parte, el fin de las guerras civiles, la consolidación del Estado moderno y del
modelo económico agroexportador favorecen la ampliación de un amplio mercado de
bienes y servicios que utiliza sistemáticamente la publicidad como herramienta
comercial. Diarios y revistas poseen ya desde la década de 1860 la posibilidad de
contar con una proporción importante -por lo general un tercio de la superficie
impresa- de avisos. Pero si bien esta proporción aumentó muchas veces, mejorando
el rendimiento económico, fue clave en el crecimiento del negocio gráfico el aumento
de los precios de los avisos a partir del enorme aumento de las tiradas y de la creciente
confianza de los comerciantes en ellos. Empresas extranjeras traen al país prácticas
de uso regular del aviso, conducta que emulan las grandes empresas locales, tanto
creadas por extranjeros como por nacionales. A ellas se agrega una miríada de
pequeños negocios, particulares que hacen avisos por palabras, rematadores
inmobiliarios y de hacienda, y el propio Estado.
En tal marco expansivo, es contemporáneo de este boom de revistas el surgimiento
de los primeros “agentes” de propaganda, pronto reconocidos como agencias, como
fueron los casos pioneros de la Agencia Escamez Centro de Publicidad, activa desde
1890 o la Casa Buxó-Canel Agente de Publicidad, atendida por la Sra. Eva Canel de
Perillán y Buxó, quien se ejercía simultáneamente le periodismo, la gestión
publicitaria y otras actividades (Ojeda, 2016: 512). Ambas agencias se habían
especializado en prensa diaria, pero pronto ampliaron su radio de acción a nuevos
formatos y rubros publicitarios. Pronto surgieron otros: agentes en el mercado, bajo
el estímulo tanto del boom periodístico, como de la expansión de la publicidad en el
campo del afiche, los carteles, las acciones en la vía pública y el empaque de
productos104. Johan (Juan) Ravenscroft, de origen austríaco, especializó desde 1898
en vía pública, especialmente en el ámbito ferroviario (vagones y estaciones) donde
vendía soportes y espacios, y gestionaba contenidos. Severo Vaccaro, encargado de
ventas de Caras y Caretas, en cuyas páginas publicitaba sus servicios de agente en
diversos rubros simultáneos105, fundó en 1901 una agencia especializada que obtuvo

104 Como señala Butera (2012: 54 y s.s.) el primer gran impulso publicitario es dado por los propios
empresarios con experiencia en países más avanzados en el desarrollo de esta actividad. El empresario
tabacalero Malagrida afirma a comienzos del siglo XX: “La reclame es todo (…) La publicidad ha de
servir para avisar al público de una manera risueña, artística y original de los méritos de una marca”
(Butera, 2012: 22).
105 Vaccaro fue un personaje polifacético, dispuesto a vender ejemplares y avisos junto a billetes de

lotería u ofertas de cambio de moneda, actividad que logró decantar en un negocio fijo, como lo indica
un aviso publicitario en Caras y Caretas correspondiente al 22 de febrero de 1902 (N° 177, donde en
su contratapa un pequeño aviso indica que Casa Vaccaro incluye “Cambio de moneda, loterías y
comisiones en general”. Pero también era dibujante y llegó a tener un taller gráfico propio desde el cual
fue administrador de un intento pionero de periodismo de sucesos policiales no exento de
sensacionalismo: en mayo de 1898 publicaba Los Sucesos Ilustrados, periódico semanal de un pliego
cuyas páginas 1 y 4 eran impresas en tipografía, y la 2 y 3 en litografía, conteniendo escenas policiales
acaecidas en la semana.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

pronto éxito. Pronto se agregaron a ellos varios agentes de Caras y Caretas en otras
ciudades, como la Agencia de Publicaciones de Carlos Carbonell, agente de Caras y
Caretas en La Plata, y La Literaria, de Georgino Linares, agente de Caras y Caretas
para Rosario, Córdoba, Santa Fe y Pergamino. Y aunque las Agencias de Publicidad
propiamente dichas (en el sentido que se les asigna en el siglo XX) comenzaron a
fundarse desde la década siguiente106, el impulso dado por estos arcaicos agentes fue
fundamental en el proceso de despliegue del reclame como elemento clave del
desarrollo gráfico argentino.
La innovación de revistas como Caras y Caretas, PBT o El Hogar no necesariamente
se encuentra en sus llamativas, festejadas y muy recordadas portadas, pues otras
publicaciones anteriores y contemporáneas utilizaron estrategias semejantes.
Tampoco en sus contenidos misceláneos, su utilización de la imagen visual a través
de bellos dibujos impresos en litografía o grabado, ni su apertura combinada a temas
políticos o de divulgación científica, a temas de la vida cotidiana familiar o individual,
al entretenimiento, la curiosidad o lo morboso.
En efecto, durante las décadas precedentes ya se había desplegado un amplio abanico
de revistas que, separándose de los modelos precedentes de revistas intelectuales,
científicas o sectoriales por profesiones y oficios, habilitaban la búsqueda de públicos
más amplios y heterogéneos. Las revistas satírico-burlescas de interés en la lucha
política, adornadas con caricaturas, fueron una constante en el último cuarto de siglo,
contaron con los mismos artistas que revistas y diarios más serios y realizaron no
pocas innovaciones, como por ejemplo la inclusión de impresiones litográficas
multicolor, incorporadas por La Cotorra en 1879. Además, de este tipo de revistas se
diferenciaron otras que, con gran éxito en la caricatura satírica, oscilaron entre la
inscripción en alguna de las grandes facciones político-electorales y una mayor
autonomía crítica, apostando a la circulación en el mercado tanto de revistas como de
estampas sueltas, de sus caricaturas. Con ello lograron que El Mosquito (1863-1893)
se convirtiese en una publicación legendaria, en la que Henri Stein forjó gran parte
de su fama como dibujante (llegando a ser propietario de la publicación) y que El
Quijote (1884-1903) de Eduardo Sojo lograse sobrevivir -y mejorar incluso sus tiradas
batiendo récords de masividad tras la revolución de julio de 1890 (Laguna Platero,
2015: 130).
Las revistas de temática policial habían comenzado a desplegarse tanto en dirección
a un seguimiento semiespecializado del quehacer policial, como a los primeros
esbozos de género policial sensacionalista, ya desde la década de 1870 107. También
anteceden a Caras y Caretas revistas que buscan mostrarse capaces de ofertar una
amplia gama de imágenes visuales de alta calidad como valor agregado en
comparación con otras publicaciones, forjar una orientación a contenidos de interés

106 En 1910 el suizo Paul (Pablo) Weber inicia su actividad publicitaria sistemática en Buenos Aires,

formalizando dos años más tarde (1912) la Agencia Exitus. Para ello contrata al francés Lucien Achille
Mauzán -quien tendrá un rol destacado en el desarrollo de las agencias en el futuro- y a Gino Bacasille.
Como indica De Luca (1974: 125) las siguientes agencias fueron Huergo-Manich (1913), Cosmos (1915),
Aymara (1917), Noé (1922) y Wisner (1923), aunque la maduración empresarial definitiva se producirá
entre las décadas de 1920 y 1930 (Alonso Piñeiro, 1974; Rocchi, 2016).
107 Entre las primeras destacaron la Revista Policial (1872), La Revista (1888-1890), la Revista de

Policía (1897-1936) y la Revista de Policía de la Provincia de Buenos Aires fundada en 1900. Entre las
segundas, la Revista Criminal (1873) dirigida por Pedro Bourel y con dibujos de Stein, Las Noticias
Ilustradas (1886), Los Sucesos de la Semana (1892) y Los Sucesos Ilustrados (1898-1899) de S.
Vaccaro, el futuro responsable de ventas de Caras y Caretas y fundador de una pionera agencia de
publicidad, quien dibujaba victimarios, víctimas y crímenes de la semana.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

general misceláneo con profusión de imágenes, alejar las publicaciones satíricas de


una sola facción política, o combinar la orientación al interés general con cierta
segmentación hacia mujeres, niños, interesados en deportes, etc.
Estos intentos, si bien muchos son efímeros, otros muestran continuidad por
períodos superiores a cuatro años y en algunos casos, de más de una década (nótese
además que algunos casos efímeros corresponden más a la lógica electoral que a
fracasos editoriales). Muestran además una significativa capacidad de circulación.
Sojo logró con El Quijote una tirada de quince mil ejemplares por número en plena
década de 1880, alcanzando los sesenta mil con el número extraordinario posterior a
la prisión de Sojo durante los hechos de 1890. Las tiradas de quince mil ejemplares
no eran raras (lo recuerda, por ejemplo, el editor de Buenos Aires Cómico, a pesar de
que la edición duró sólo 7 números)108,
Del mismo modo, incluso durante los primeros años de las nuevas revistas destinadas
a dominar el mercado, otras publicaciones en ese formato coexistieron con singular
éxito, como fueron los casos de las Revistas Pulgarcito (1904-1907) y Germinal
(1908) publicadas por Vigil en sus primeros pasos en Argentina109. También El Sol,
Magazine Americano, editado desde diciembre de 1906, llegando hasta 1913, en un
modelo muy semejante al de las revistas paradigmáticas110, La Semana (1905-1907),
La Vida Moderna (1907-1912) en la que los hermanos Arturo y Aurelio Giménez
Pastor ejercieron la dirección, procuró adoptar todos los avances del formato
magazine, como la portada monotemática con caricatura, la variedad temática, la
segmentación, etc. Pero el fallecimiento de Aurelio en 1910 afectó el proyecto que,
además, no contaba con las condiciones de capital de su competencia. Otros títulos
aparecen durante la década, pero el espacio de la innovación con posibilidades de
circulación amplia comienza a ser ocupado, incluso en las exploraciones de nuevas
vetas de mercado, por las editoriales consolidadas, con talleres propios y capitales
adecuados111.
La diferencia, en cambio, estuvo en la escala empresarial de los intentos: cada revista
logró pagar a un plantel altamente profesionalizado de directivos, redactores,
dibujantes, orladores, grabadores y tipógrafos. También incorporó tecnología de
punta, tanto en maquinaria como en procedimientos de gestión y promoción, así
como en procesamiento veloz de imágenes. Complementariamente, habilitó el uso
cotidiano del fotograbado half tone, adaptó el armado de páginas a una nueva
108 Caras y Caretas N°1945, 11 de enero de 1936, página 71.
109 Como indica Bontempo (2012), los primeros ensayos de Vigil como editor en Buenos Aires
exploraron la segmentación y fueron flexibles, pero debió adquirir primero una fuerte preparación
gerencial antes de reintentar emprendimientos propios: “Si embargo, este semanario para niños, no
tuvo el éxito esperado y, a partir de 1905, Pulgarcito se transformó en una revista para toda la familia
muy similar a Caras y Caretas. Con el cierre de Pulgarcito en 1907, y a pesar de la salida de Germinal
en 1908, Constancio C. Vigil fluctuó, como muchos otros por esos años, entre el ambiente periodístico
y literario trabajando para el diario La Nación y colaborando con la Revista Nacional de Literatura
de Buenos Aires y en La Vida Moderna, hasta que, en 1911 fundó Mundo Argentino, un magazine de
la conocida editorial Haynes, que alcanzó rápidamente los 150.000 ejemplares semanales…”
(Bontempo, 2012:79).
110 Aunque en lugar de una sola imagen de portada contenía un índice de los artículos publicados, y

publicidades sólo en portada y contraportada. La tirada de esta revista, de 35 mil ejemplares, si bien
no alcanzó los rangos de Caras y Caretas, es notable.
111 De hecho, fuera o dentro de las grandes redes editoriales, cada oleada que origina nuevas

publicaciones exitosas en el largo plazo, presenta otras breves. De la época del nacimiento de Mundo
Argentino es la Revista Argentina Compendium (1912-1913), en tanto que del momento fundacional
de grandes revistas de Editorial Atlántida son Vida Porteña: (1917-1929), Vida Ilustrada (1917-1929)
e Idea (1917-1918).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

concepción de diseño y habilitó el pago de colaboraciones libres, tanto de material


redactado como de imágenes, y tanto de profesionales como de amateurs112.
El pago al plantel garantizó a los directivos poder ocuparse directamente de las tareas
en que se destacaban, sumando además a diversos miembros del campo literario
(Rivera, 1998). En la parte visual, el avance propuesto primero por Caras y Caretas
y luego por sus émulos, fue decisivo. Gran parte de los integrantes del naciente campo
artístico local participaron como parte nuclear del equipo de la revista, del mismo
modo que lo hicieron con el diario La Nación primero, y con el Suplemento Ilustrado
de La Nación a partir de 1902113.
La incorporación de maquinaria, por su parte, permitió resultados contundentes. En
un momento histórico en que los diarios hispanoamericanos comenzaban a migrar
hacia el uso de las máquinas linotipo, las revistas tendieron a optar por las máquinas
monotipo114. Puesto que no tenían la urgencia de la producción diaria sino semanal,
con estas máquinas lograban un significativo ahorro de costos en comparación con
las linotipo, pero sin perder las mejoras logradas al abandonar la composición
manual. Mientras tanto, en todos los casos, se optaba por mantener algunos pliegos
en el sistema de impresión litográfico (sobre todo donde se producían materiales
artísticos a color), mientras que, a su vez, mientras los grandes diarios argentinos
fueron incorporando a partir de 1894 veloces avances en la presencia sistemática de
imágenes (Malosetti Costa y Gené, 2009, 2013; Ojeda, 2016), las revistas también
desplegaron constantes mejoras en la reproducción de sus grabados, y sobre todo, en
la reproducción fotográfica, tornada cotidiana en Caras y Caretas un año y medio
antes de su primer aparición en los diarios porteños más importantes (Ojeda, 2016:
261)115, tomando una ventaja decisiva respecto de éstos que sólo comenzó a reducirse
hacia mediados de 1903, cuando se resolvió un método industrial adecuado para la
impresión de grabados directamente desde rotativa116.

Pero también, como está sucediendo en forma simultánea en otros países


hispanoamericanos, procedimientos agresivos de gestión comercial y promoción de
ventas, tales como la asociación de la suscripción a sorteos con premios notables, la

112 En junio de 1900, la revista anuncia que aun poseyendo “un servicio completo de corresponsales
dentro y fuera del país”, habilitaba la colaboración “de todos los fotógrafos aficionados de la Argentina
y del exterior” comprometiendo un pago y nombre de autor al pie en caso de publicación. El pago era
significativo, de entre 5 y 18 pesos, equivalente al pago de colaboraciones escritas (Caras y Caretas N°
90, 23 de junio de 1900, página 6).
113 Casi todos los integrantes del grupo El Ateneo, fundado en 1893, participaron como artistas

(dibujantes y grabadores) o como redactores en Caras y Caretas y La Nación, y más adelante en


nuevos emprendimientos editoriales, mientras el campo artístico obtenía plena consagración por las
galerías de arte y el propio Estado (Sívori sería el primer director del Museo de Bellas Artes).
114 Las máquinas linotipo, patentadas en Estados Unidos por el alemán Ottmar Mergenthaler en 1886

transformaron la prensa diaria al permitir prescindir de la composición manual tipo a tipo. Bastaba
teclear cada línea de una columna de texto para contar, en cuestión de segundos, con la misma
compuesta en metal. Pero esto sucedía al costo de un oneroso sistema de fundido y enfriado del metal
en el molde en la misma máquina tipiadora, en un procedimiento que se llamó “composición en
caliente”. Las máquinas monotipo, en cambio, contaban con el proceso de tipiado en un equipo, y el
de fundido en otro. Sin la urgencia del diarismo, una revista podía tipiar en más de un equipo, pero
contar con una sola fundidora.
115 La Prensa publica su primer fotograbado en mayo de 1900, mientras que La Nación lo hizo en

octubre de ese año, a dos años de la publicación del primer número de Caras y Caretas.
116 “...Hoy en día, la impresión de fotograbado con máquina rotativa, que hace algo más de dos años

era un problema más difícil, es un punto resuelto" (diario La Nación, 1° de enero de 1904).

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utilización de loterías organizadas por los periódicos, la oferta promocional con


descuento por períodos, la publicitación en la vía pública y, sobre todo, un fuerte
involucramiento de los lectores al habilitarse tanto la posibilidad de publicar
colaboraciones espontáneas como un abundante espacio de fotografiado de personas
de diversas edades en actividades sociales, sean estas de gobierno, profesionales,
lúdicas o de la vida privada si estos lo habilitaban. A estos procedimientos se suma la
adquisición de técnicas y saberes asociados a la reproducción de imágenes que en
Estados Unidos habían permitido la edición diaria de periódicos ilustrados ya en
1873, como fue el caso pionero del The Daily Graphic. Si bien en Argentina
experiencias de diarios de este tipo no se produjeron, este tipo de avances sí permitió
un registro más noticioso de la información visual117. Por último, debe mencionarse
la importancia de las redes de agentes. La dificultad de cobro de las suscripciones y el
riesgo de incobrabilidad o aún estafa en manos de corresponsales cobradores ha sido
un problema crónico en el siglo XIX rioplatense, como lo han recordado por
experiencia propia, entre otros, Benito Hortelano (1936: 224) y otros diversos
tipógrafos, libreros o editores de periódicos. Rogers (2008: 71) reproduce los
esfuerzos de las revistas El Quijote y La Mujer por presionar a los suscriptores
morosos primero, y a posibles émulos de un agente de ventas y cobro estafador más
adelante. En el caso de las revistas más empresariales de comienzos del siglo XX, esta
cuestión quedó rápidamente saldada con una red muy sólida de agentes fijos en las
principales localidades (nunca itinerantes) asociados a su vez a otros roles que
reforzaban la mutua conveniencia en el negocio, como corresponsalías y las
novedosas agencias de avisos.
Esta convergencia de factores permitió a estas revistas lograr una abultada cantidad
de lectores en forma inmediata, con una tirada amplia con adecuados márgenes de
rentabilidad en su venta por suscripción, pero además, con una importante masa de
empresas de gran volumen interesadas en el heterogéneo público que convocaban
estas revistas, pero más aún, el público de sectores medios y altos que podía
entreverse tanto en la cobertura de notas “sociales” como, precisamente, en la
creciente presencia de oferta de productos y servicios de alto costo.
En efecto, si bien revistas como Caras y Caretas, El Hogar, PBT u otras similares
suponen, para garantizar su masividad, un destinatario perteneciente a muy diversas
capas sociales, heterogéneo y atraído por un precio de portada muy accesible, lo cierto
es que la revista no era más económica que otras precedentes, y sus temáticas
distaban de ser sencillas para un público popular. Los “sports” no eran precisamente
populares y sólo una década más tarde comenzaron a llamar la atención de tales
sectores, tornando a Jorge Newbery en una de las primeras stars del siglo XX. Gran
parte de los contenidos, sobre todo los fotográficos, se dedicaron al seguimiento de
actividades gubernativas, empresariales, políticas, de beneficencia y lúdicas de
miembros de las clases altas, sus familias y niños. Las secciones informativas y
divulgativas abordaban cuestiones de política extranjera, dispositivos tecnológicos y
temas de bellas artes. En tal marco, no es de extrañar que una parte muy amplia de
los avisos publicitarios estuviese muy lejos de ofertar productos o servicios al alcance

117 The Daily Graphic fue el primer diario ilustrado del mundo, publicándose en New York entre 1873

y 1889. La mitad de su contenido era impresa en prensa litográfica, en tanto que la otra mitad, en
tipografía, donde también se insertaban grabados. En marzo de 1880 presentó, además, el primer
fotograbado halftone del mundo, mostrando una imagen proveniente de una fotografía sin mediación
de dibujo alguno. En Argentina no se había logrado la velocidad de proceso ni el cuerpo de artistas de
volumen suficiente como para intentar una edición diaria de ese tipo. La ilustración a ritmo diario y
constante se logró en el diarismo sólo a partir de 1903 en forma definitiva (Ojeda, 2016).

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

de los sectores populares. Un salario de albañil, por ejemplo, se hallaba en 1903 en


un promedio de $ 57,50, mientras que el de un peón de policía, en $ 55 (Cortés Conde,
1976: 142) y el de un peón rural, en $ 33 (Cortés Conde, 1976: 146), y esto en un marco
de una casi duplicación del salario real en poco menos de un cuarto de siglo (Cuesta,
2012: 170). De este potencial ingreso, debe tenerse en cuenta, sin embargo, que las
familias obreras contaban con pocos recursos para gastos que no fuesen los básicos
de supervivencia. El gasto promedio de una familia obrera se hallaba distribuido en:
50 por ciento alimentos, 20 por ciento en vivienda, 15 por ciento vestido y 15 por
ciento “varios”.
En tal marco, por ejemplo, una revista magazine costaba 20 centavos, y su
suscripción 8 pesos anuales en Buenos Aires, un valor de compra realmente accesible.
Pero en la oferta publicitaria, muy pocos productos podían estar en ese rango de valor:
una cajetilla de cigarrillos, por ejemplo, costaba 20 centavos: cigarrillos París, o
Cigarrillos Gath y Chávez, que ofertan un cupón de descuento de 5 centavos por
cajetilla para canjear por cualquier producto en la tienda (excepto cigarrillos), lo que
lo muestra también accesible.
Pero un número standard de Caras y Caretas, como el del 22 de febrero de 1902 ya
citado (N° 177) por ejemplo, contaba con la oferta de productos que desbordaban
largamente la capacidad de compra de los salarios populares: bañaderas americanas,
gramófonos, cocinas y muebles de cocina, máquinas de coser White, servicios
fúnebres de entre 190 y 600 pesos, trajes desde 28 pesos, pantalones desde 9,50,
camisas desde 2,95 (sin puños), zapatos desde $ 8,40, mosquiteros para dos plazas a
$ 8,40, juegos de mesa (vajilla) desde $ 19 hasta $ 66, depilación para señoras por $
5 la hora, abono de ocho tratamientos faciales por $ 8, maquinarias de granja entre
60 y 500 pesos, insumos de granja desde $ 10, tintura Nereolina a $ 6 la caja.
Junto a este tipo de avisos (que en otros números se remplazan por onerosas armas
de fuego, máquinas de escribir, cinematógrafos, seguros de dote para hijas, terrenos
para edificar, libros importados, muebles, ropa de cama, etc.), se manifiesta una
amplia gama de productos en los que no se indica precio, y que podrían tener un
destinatario menos determinado que los precedentes. Se trata, fundamentalmente,
de todos los poco controlados productos y servicios que prometen salud y vitalidad.
En el mismo número de referencia, aparecen: Píldoras del Dr. Ayer, consultas al Dr.
Sanden, caramelos contra el insomnio, fosfomuriato de quinina, hierro-quina Bislieri,
emplasto sulfuroso de Kaufman, digestivo Mojarrieta (ocupando en total casi dos
páginas), elixir estomacal de Saiz de Carlos, librería y farmacia del pueblo, Shentosina
rusa orel, petróleo Gal para el pelo, con casa matriz en París, Tokay Kola, el verdadero
estimulante del sistema nervioso. Quinina Migone capilar, jabón Hamemelis
sulfuroso de Nueva york, vino Noury yodotánico, Jarabe Negri (originario de Milán)
para la tos convulsa, servicios de una señora capaz de curar, clínica dental, Pepto-
Cocaína Gibson y otros productos afines de la misma marca, servicios del Dr.
Macksey, recién llegado de Londres, capaz de curar el asma.
Otros avisos, finalmente, ofertan fotografías, agua mineral importada, té inglés,
loterías, servicio de óptica, cuellos y puños de camisas, cerveza Pilsen, jabón inglés
Cook’s
Este perfil de anunciantes es extraordinariamente regular en los años subsiguientes
y de una a otra de las revistas de mayor éxito y que lograron mantenerse en el tiempo.
En algunas (como PBT) puede notarse una proporción algo mayor de publicidad de
cigarrillos, loterías y bebidas alcohólicas que, si bien no basta para demostrar una

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

orientación a un destinatario más popular, al menos muestra la posibilidad material


de acceso de sectores algo más amplios a una proporción mayor de productos
ofertados en las páginas, aunque sin desdibujarse una amplia proporción de
productos onerosos e inalcanzables para sectores populares.
Por último, debe destacarse que si bien otras revistas precedentes y contemporáneas
de las grandes triunfadoras en el mercado de las primeras décadas del siglo XX
lograron significativos avances en belleza y legibilidad visual, éstas logran adoptar
todos los avances en forma simultánea: uso permanente y sistemático de la fotografía,
armado de página con nuevas reglas de diseño que integran títulos copetes, texto,
orlados, imágenes, cuadros y avisos publicitarios en un todo armónico, una elevada
calidad del grabado, que además se imprime multicolor en algunas páginas, a dos
tintas en otras. Su capacidad de rápida absorción de tendencias potencialmente
exitosas (nuevos contenidos, posibles segmentaciones, fusión de destinatarios de
distintos segmentos en un solo producto gráfico, etc.), la combinación de estrategias
(ventas, sorteos, captación de avisos, prestación de servicios, venta de productos
anexos como las estampas) y también la disposición a acompañar los procesos
adaptativos de los públicos. Así, por ejemplo, el diario La Nación prácticamente
aborda al público de revistas magazine al fundar su Suplemento Ilustrado en 1902
con los mismos dibujantes, redactores, diseño gráfico, secciones y temas que Caras y
Caretas, PBT, Fray Mocho y El Hogar adoptan la portada de un solo tema llevada al
éxito por Caras y Caretas, en tanto Caras y Caretas resuelve la dificultad de los
lectores tradicionales de revistas intelectuales, científicas y sectoriales para aceptar la
presencia de publicidades intercaladas por el astuto recurso de utilizar una doble
portada. La primera, en papel grueso e impresa multicolor a ambos lados del pliego,
contiene portada, contraportada y retiraciones. En la primera, la caricatura que será
tema de la semana en el ambiente político y en los hogares; en el resto, publicidades.
Al interior, un cuarto de los pliegos impresos “envuelve” la parte principal de la
revista, de modo que las primeras y las últimas páginas cuentan con alguna
información, pero, sobre todo, muy abundante publicidad. En el “corazón” de la
revista, una nueva portada anuncia los temas y habilita un contenido donde las
publicidades se intercalan, pero con una intensidad mucho menor, lo más
armónicamente posible respecto de los contenidos textuales. En las décadas
subsiguientes, con un público acostumbrado ya a convivir con el reclame, esta doble
portada tenderá a desaparecer. Pero antes, sería emulada por numerosas iniciativas:
PBT, La Vida Moderna, Fray Mocho, El Hogar, etc.
En definitiva, si las primeras dos décadas del siglo XX son las de irrupción y
consolidación del formato magazine en escala industrial masiva, los grandes
triunfadores del período -las casas editoras Atlántida (con éxito hasta la actualidad),
Haynes (con éxito hasta 1955 y Caras y Caretas (con éxito hasta 1939)- no son los
únicos actores en el mercado, ni todas sus características son innovadoras en el
momento de su irrupción, pues absorben del período precedente un complejo cuerpo
de artistas, fotógrafos y periodistas, un mercado de revistas ilustradas abierto a temas
policiales, joco-satíricos, orientados a la mujer, a la infancia, a los deportes, a los
conocimientos prácticos o al entretenimiento, así como a la cultura general y la
política. Ya se ha desarrollado, desde la experiencia pionera de El Mosquito, la
estética de la portada con una sola viñeta conteniendo una crítica humorística, y
comienza a desplegarse desde mediados de la década de 1890 la presencia sistemática
e imágenes en la prensa, tanto semanal como diaria.

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De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la Historia de los Medios

Pero estos nuevos emprendimientos hacen uso sistemático y simultáneo de todas


estas innovaciones a la vez, y agregan otras ventajas provenientes no sólo de su talento
y comprensión del nuevo escenario que abre la industria en el mundo y en el país,
sino especialmente una inversión de capital adecuada para actualizar máquinas y
procedimientos, realizar agresivas políticas comerciales que aseguren un fuerte
interés de una amplia masa de lectores (por medio de sorteos, promociones,
autoelogios, y la captación tanto de colaboradores amateurs como de potenciales
fotografiados en las páginas de temas “sociales”), una confiable red de agentes de
suscripción, cobros y captación de avisos publicitarios, y una flexible capacidad de
maniobra para incorporar o para dejar de lado tipos de contenidos. Todo ello fue
realizado en el marco de una auténtica revolución en el aspecto visual de las revistas,
que hicieron cotidiana la presencia de imágenes a color y de fotografías, pero, sobre
todo, consideraron el armado de página como una tarea de diseño en la que debía
articularse armónicamente, como una unidad estética, títulos, copetes, texto,
imágenes, gráficos, orlas y avisos publicitarios
Su formidable éxito en la captación de un público masivo, pero también un cuerpo de
anunciantes interesado en una fracción de ese público con capacidad de compra de
productos y servicios onerosos marcó también una diferencia que otros competidores
no pudieron compensar, con lo que el círculo virtuoso de producción a escala
industrial se volvió incontestable: una enorme inversión en maquinaria garantizaba
una gran cantidad de ejemplares a costo accesible, con un sistema de suscripción
seguro, lo que permitió una recuperación de costo y un margen de ganancia notable
a lo que se sumaba el boom de la publicidad. En las décadas siguientes la distancia
entre las grandes editoras industriales y los intentos más artesanales de edición se
acrecentó, y esto permitió a dichas editoras no sólo mantener una clara hegemonía
en el sector, sino también adelantarse a toda exploración de nuevas oportunidades,
lanzando productos segmentados constantemente y conformando cada editorial una
familia de productos amplia y compacta, como sucede hasta la actualidad

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FIN DE LA PARTE II - CONTINÚA EN LA PARTE III

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