Está en la página 1de 10

INICIAMOS EL RECORRIDO

¡Bienvenidos a esta aventura literaria!

Nuestro recorrido no iniciará atendiendo al tiempo cronológico, sino


con el acercamiento a las producciones literarias desde lo conocido,
desde aquello que sentimos como propio y que de una u otra manera
nos identifica (o no), para luego ir más allá.

A modo de orientarnos hacia un punto de llegada, les comparto a


continuación los objetivos para este primer lugar por descubrir:
Literatura de autores regionales argentinos:

● Construir significados a través de múltiples posibilidades de lecturas:


ideológicas, históricas, estéticas, cultural, condiciones de producción.

● Revisar los procesos de creación y recepción de los discursos literarios


desde una postura crítica y estética.

● Problematizar la distinción entre literaturas nacionales y literaturas


regionales.

● Resignificar los conocimientos sobre las distintas tradiciones literarias,


teorías, modelos de abordaje y sus derivaciones didácticas.

● Producir conocimientos auténticos mediante un trabajo de


investigación que ponga en diálogo discursos teóricos, críticos y
literarios.

● Profundizar el conocimiento y la valoración de las producciones


literarias de escritores del NEA.

Si bien son objetivos que esperamos se logren cumplir al finalizar esta


primera unidad, en el resto del año con las demás unidades
propuestas continuaremos fortaleciendo y desarrollando capacidades.
No olvides que este espacio está pensado para que te enriquezcas y
aprendas con otros, por lo que evitemos el miedo a equivocarnos o a
preguntar.
Comenzamos…
0. ¿Qué entendemos por literatura regional?
La literatura regional es un concepto -de reciente aparición- que hace
referencia a la literatura producida desde un área geográfica -y cultural-
concreta; desde una región.
Dado que el propio término “región” es de naturaleza poco precisa y se
puede aplicar a ámbitos muy diferentes -las regiones polares del mundo,
las regiones de América Latina, etc.-, determinaremos que la literatura
regional se refiere, por norma general, a la literatura producida en una
escala inmediatamente inferior a la nacional. Así, mientras que una
literatura nacional comprendería todas aquellas manifestaciones literarias
producidas en el interior de un país (así “literatura argentina”, “literatura
española” o “literatura italiana”), una literatura regional se circunscribiría
a los límites de una región más pequeña, como podría ser la “literatura
catalana”, “literatura zuliana” o “literatura siciliana”.
Así, desde este punto de vista y objetivamente hablando, la literatura
regional sería un instrumento más para el estudio de las literaturas del
mundo, estudio que puede abordarse desde lo universal a lo local,
pasando por lo continental, lo nacional, lo regional y lo comarcal. Y
aunque correcto, este enfoque y definición de la literatura regional se
quedaría bastante corto. En efecto, tal como decíamos al iniciar este
artículo, la literatura regional es un concepto de reciente aparición en
seminarios científicos y educativos, y su aparición obedece a diferentes
razones.
Desde ciertos puntos de vista, muchas veces relacionados con los
ámbitos pedagógicos y otras veces con los políticos, se ha venido
reivindicando una mayor presencia de la literatura propia de cada región
tanto en la vida cultural de la misma como en sus currículos educativos.
Quienes esto defienden entienden que la presencia de la literatura
nacional ha terminado por anular a la regional, y que ésta encuentra
pocos focos de aparición ante la omnipresencia de una literatura mayor
que niega las diferencias y particularidades regionales. En especial, esto es
más frecuente en países con conflictos nacionales (como España y muchos
estados de América Latina), y allí donde, como precisamente en el caso
latinoamericano, las literaturas nacionales se desarrollaron y proliferaron
a la vez que las naciones mismas, y se convirtieron muchas veces en
vehículos para la propia construcción de la nación. En esos casos las
diferencias regionales solían ocultarse y ahora se reivindican.
Desde otro punto de vista, la literatura regional es reivindicada por
quienes consideran que la globalización amenaza con aniquilar las
particularidades culturales, y entienden que la potenciación de las
literaturas locales y regionales pueden ayudar a conservar los rasgos
identitarios de las regiones y las culturas amenazadas por ese proceso
homogeneizante de la globalización cultural.

La literatura regional en nuestro país. Claves


estéticas y sociales de un fenómeno cultural
Autor: Alejandro Tarruella[a]
Ya sea para denominar a una corriente literaria o caracterizar
determinado tipo de expresión local, el concepto de literatura
regional fue manejado con frecuencia en aproximaciones críticas a
las letras de nuestro país; genéricamente, sirvió para localizar una
expresión que encontraba sus claves en un contorno inmediato. Esa
idea trajo aparejada —muchas veces justificadamente— una imagen
signada por estrechos localismos y notas pintoresquistas. Como un
aporte al esclarecimiento de este tema que se presta a la
polémica. Clarín “Cultura y Nación” recoge en una nota de Alejandro
Tarruella la caracterización del concepto y la evolución de la
literatura regional, la que se acompaña con una entrevista que él
mismo realizara al escritor José Luis Víttori, mientras Juan
Bedoian señala algunos aspectos significativos de las letras del
noroeste argentino[i].
Mucha agua traspuso los cauces de los ríos, antes de que el variado
mundo de la literatura del interior se estrechara en un mismo mosaico con
las expresiones nítidamente urbanas, hasta conformar un sólido cuerpo.
Hubo previamente que sortear cientos de obstáculos, que no eran sino el
producto de toda una realidad socioeconómica, signada por una
subordinación estructural que finalmente señalaba los rasgos de la
relación urbano-rural. El mismo crecimiento de las ciudades interiores, el
trazado de una caracterización propia y definida que comenzaba a actuar a
manera de impulsor mecánico en todo el mundo cultural en el que se
hallaba inmerso, influía poderosamente en el conjunto de la literatura,
Ese proceso de fusión perpetua, en el cual las corrientes surgidas al calor
de las doctrinas filosóficas y políticas, son puestas a dura prueba por la
historia, tiene un basamento localizado en todas aquellas expresiones que,
paradójicamente, no se halla impresa en su totalidad y que se debe al
folklore. Tanto el originario de la colonización, como el creado por las
culturas autóctonas de América, con sus distintas gradaciones no siempre
uniformes, fue estableciendo un destacado contraste ofreciendo una
variedad de elementos que al ser reflotados sobre el tamiz de la creación
individual dieron lugar a una rica literatura de proyección.
Los nutridos cancioneros populares de Juan Alfonso Carrizo abarcan un
amplio territorio que incluye a expresiones de Salta, Tucumán, Jujuy, La
Rioja y Catamarca, y culminan con los Antecedentes hispano
medievales de la poesía tradicional argentina (1945), obra notable en
donde se establecen las fuentes hispánicas de la poesía folklórica. Se
suceden posteriormente el Cancionero popular de Cuyo de Juan Draghi
Lucero (1938); el Cancionero popular de Santiago del Estero(1940) de
Guillermo Terrera; el Cancionero quechua santiagueño (1956) de
Domingo Bravo, que ofrece además la interesante faceta del bilingüismo,
elemento trascendente dentro del terreno tradicional. También se inscriben
en este espíritu Las canciones folklóricas argentinas de Horacio Jorge
Becco (1960), y hasta una reciente recopilación de copias de Juella
(“Estudio folklórico en una comarca argentina: Juella”, publicado en Jujuy
Cultural” Nº 4 , (1975), que muestra la vigencia de manifestaciones que
trascienden al tie…..mpo.
En el terreno narrativo, seguramente Juan U, Ambrosetti, con
sus Supersticiones y leyendas (1917), inició un periplo en el que se
incorporaron posteriormente autores sumamente importantes que
apuntaron a recoger un legado particularísimo, que de algún modo
culmina con obras de especialización como Los cuentos folklóricos de la
Argentina (1964), de la antropóloga Susana Chertudi. Ese complejo
mundo cimentó parte de las experiencias que luego se plasmaron en una
nutrida gama de expresiones de proyección, exhibiendo toda una
estructura regional concreta y persistente.
Desde los Romanees del Río Seco de Lugones hasta las expresiones
posteriores de los Dávalos, Atahualpa Yupanqui, Manuel L. Castilla y León
Benarós, entre otras, la expresión tradicional dio lugar a un tiempo
regional propio cuyos ecos perduran en la actualidad.
El tiempo americano
Claro está que todo ese fenómeno que impregnó la literatura del interior,
inabarcable en cuanto a su totalidad creadora, fue en cierto modo la
resultante de un proceso que sacudió por completo a Latinoamérica, “No
debe olvidarse que quienes se hayan encomendado a la ardua tarea de
hacer arte americano universal estarán arando en la tierra virgen —suponía
hacia 1929 Alejo Carpentier — Hay que aquilatar el justo contenido de las
tradiciones, elegir los elementos folklóricos más ricos en recursos, desechar
los prejuicios, crear una temática apropiada… El anhelo de «hallar lo
universal en entrañas de lo local» como quería Unamuno, le obliga a
sostenerse sobre una cuerda tensa, situada en la frontera misma de lo local
y Universal”.
Lo regional aparecía entonces corno una necesidad histórica, frente a una
instancia en la cual la gran metrópoli vivía una realidad que hacía
oscurecer un contorno específico cuya transformación, en el marco de un
despegue económico, aparecía como una posibilidad remota.
“Cuando hablamos de literatura regional nos referimos a toda la producción
literaria escrita en o sobre una determinada región del país—expuso Castelli
—, especialmente respecto de lo urbano o porteño, y sin hacer distinciones
respecto de las modalidades expresivas empleadas ni de los movimientos.
En cambio hablamos de regionalismo cuando analizamos las obras que,
localizables en un determinado período de nuestra evolución literaria, toman
como concepción estética el cultivo deliberado de una temática vinculada
al paisaje, con la vida y las costumbres de una región”[ii].
Fue Martiniano Leguizamón quien desde su obra Montaraz plasmó
indirectamente las bases de un regionalismo nacionalista, tenazmente
opuesto a la inmigración europea. Provisto de una historia personal que lo
emparentaba con descollantes personajes de la vida de Entre Ríos,
bosquejó una creación en la que predominan los matices nativistas e
históricos que ocultan en su trama al hombre como sujeto esencial. Es así
que la faz imaginativa no aparece jamás como un elemento propio de la
creación. ‘tanto en Montaraz, como en Calandria, Recuerdos de la
tierra y Alma nativa, desnudó el estrecho horizonte ideológico de su
pensamiento, que se enhebra dentro de una trama en donde lo meramente
literario y estilístico ocupa un lugar secundario.
En un polo opuesto se ubicó Alberto Gerchunoff, quien en cambio mostró
en Los gauchos judíos la asimilación de la inmigración a la vida
argentina de una comunidad judía.
El nacionalismo a ultranza demudó en una nueva instancia en la que
floreció el ruralismo enfocado desde una lente realista que tuvo sus
mayores exponentes en la narrativa de Benito Lynch, Fray Mocho y otros,
tras quienes se incorporaron Payró, Juan Carlos Dávalos y aquellos
narradores que observaron en esa temática la posibilidad de expresar al
hombre del interior en su contraste.
Sin embargo la vocación localista careció en líneas generales del
universalismo de Unamuno en especial porque el hombre aún no era el
actor principal de los hechos. “Al escritor nativista, atraído por el pasado
que procura actualizar —planteó el crítico Guillermo Ara—, le es permitido
prescindir del hombre en su trágica dimensión viva y corriente”[iii].
Un lenguaje nuevo
Tras superar la etapa modernista, Horacio Quiroga desenvolvió el cuerpo
de una obra catártica que lleva hasta las últimas consecuencias —quizás
hacia una síntesis abarcadora y total—, el dramático conflicto del hombre
frente a la naturaleza. En sus personajes, fuertemente impregnados de un
acento regional en donde los colonos alternan con el lugareño, el hombre
emerge tras una crisis vital hacia un instante en el que su protagonismo
se sucede en atisbos dentro del gran conflicto básico. Los rasgos primitivos
van plasmando sucesivamente una suerte de mitología diferente, que no se
basa en lo tradicional sino, que se proyecta hacia la gestación de un nuevo
universo creativo.
“Cada vez que surge un prosista —sentenció Octavio Paz—, nace de nuevo
el lenguaje. Con él empieza una nueva tradición” [iv]. Y Quiroga parece
haber alcanzado esos parámetros, dando lugar a una tendencia
completamente novedosa, abierta hacia horizontes diferentes en donde la
soledad y el abandono humanos cobraron otra dimensión, como si la
historia se reinventara a partir de una simbología en la que afloraran seres
lúcidos de su drama, su destino y su tiempo, percibiendo quizá su
irrenunciable derecho a la vida.
Es sencillamente imposible enumerar la creación literaria regional en cada
uno de sus exponentes, aunque es posible una tipificación en donde existe
una mutación social enmarcada por un proceso histórico-político operado
desde la década del cuarenta. La irrupción del hombre y su destino frente
al paisaje va produciendo una paulatina integración que se basa en una
constante maduración creativa, correspondiente al tiempo propio de una
nación impulsada hacia el desarrollo, quizás un tiempo pausado cuyas
articulaciones no se mueven como un conjunto compacto pero que en lo
fundamental van diseñando un cuerpo afirmado. Ocurre cuando las urbes
crecen desplazando, dentro del proceso de industrialización, al plano rural.
Los relatos, que devinieron de una cuentística que bien podría clasificarse
por provincia y hasta por región, dan lugar hacia un mayor apego a la
novela. Surgen de ese entorno particular momentos de suma importancia
como El río oscuro de Alfredo Varela, vinculada a la vida de los hacheros
del nordeste argentino, Los isleros y Campo arado de Ernesto L. Castro,
ésta ambientada en zonas rurales. Una suerte de neonaturalismo realista,
que capta numerosos adeptos, se afirma como una alternativa válida. “En
la Argentina son legión los narradores realistas —señala Enrique Anderson
Imbert—. Observados desde cerca, a cada uno se le ve una diferente marca
de realismo: realismo ochocentista y realismo novecentista (y, dentro de este
último, los expresionistas, los existencialistas, los socialistas, los
neonaturalistas, etc.).[v] Frente al fenómeno inusual de la guerra, el ámbito
interior y la búsqueda de sus claves aparecía como una opción que
marcaba la necesidad de establecer una distancia.
El hombre protagonista
A principios de la década del sesenta, las áreas rurales acusaban una
población que no llegaba a cubrir el 40 por ciento del conjunto del país. La
influencia de la literatura norteamericana y de ciertas experiencias
europeas (fundamentalmente existencialismo y el objetivismo) crecía con
un vigor similar al del desarrollo urbano e industrial. Lo regional literario,
como elemento propio de un sector determinado, se fundía a través de un
alto grado de experimentación y profesionalismo en un mosaico en el que
el papel del hombre cobrara ya esa dimensión totalizadora. Los límites de
la creación se ensanchaban y se observaba la vigencia de obras como las
de Juan Filloy y aquellos narradores que habían ya superado largamente
las limitaciones localistas, entregándose a la experimentación y a la
imaginería creativa.
Otros autores aparecerían nucleados en torno de una narrativa novedosa y
plena de vitalidad respecto de un país lanzado a la búsqueda de una voz
propia que, proyectada desde-su interior se uniera al destino del hombre
dentro de un contorno en el cual el lenguaje iría cobrando una intensidad
integrada definitivamente al mismo ámbito de Latinoamérica.

Referencias:
[a] Periodista argentino, contemporáneo.
[i] Tanto la entrevista a Víttori como la nota de Bedoian quedarán para
futuras ediciones de EL BAÚL NACIONAL.
[ii] En el texto original no consta ningún llamado con el número 1 —
comienza directamente con un 2—, de todos modos al pie del artículo se
unen ambos llamados salvando así la omisión —seguramente originada en
la tecnología de entonces del diagramado y armado, que se hacía a mano
recortando y pegando fragmentos de hojas con las notas sobre papel
pautado—. En el original dice: “ 1 y 2 “Aya (sic) [Ayala] Gauna
narrador y poeta, art. Ayala Gauna y la Literatura Regional, Eugenio
Castelli y otros; publicación del Instituto de Cultura Hispánica de Rosario,
Ediciones Colmegna, 1970.”
[iii] Guillermo Ara: Líneas de nuestra evolución
literaria, ComentarioNº 48, 1966. [Nota en el original]
[iv] Octavio Paz: “El arco y la lira; Fondo de Cultura Económica.
1967. [Nota en el original]
[v] Enrique Anderson Imbert: Historia de la literatura
hispanoamericana; Fondo de Cultura Económica, 1957. [Nota en el
original]

LITERATURA Y PERIFERIA
POR WALTER CASSARA
Pintar la aldea
En Poesía del Noroeste argentino. Siglo XX, Santiago Sylvester ha
recopilado para el Fondo Nacional de las Artes 540 páginas de poesía
regional. Más allá del encomiable esfuerzo, el libro sirve para interrogar
criterios antológicos y la relación entre la cultura porteña y la del interior
del país.
En un territorio como el argentino, donde no se aprecia a primera vista
ninguna variedad dialectal en la distribución de la lengua, pensar en los
términos de una “poesía regional” (esto es, como se piensa en Italia, por
ejemplo, una poesía trabajada desde el dialecto ligur o el véneto) resultaría
un completo disparate de la crítica o un esfuerzo anacrónico de nuestra
obsoleta maquinaria editorial, si no fuera porque sirve para recordarnos
que existen lugares hermosos como Amaicha del Valle o Purmamarca,
donde también se habla español y se escribe –se ha escrito– una buena
parte de la historia de la poesía argentina. Si bien es cierto que el idioma,
más allá de la famosa “tonada” y algún que otro localismo formal o de
contenido, ha permanecido más o menos invariable y solidario en sus
partículas elementales, también es verdad que hay una división histórica,
de carácter más geopolítico que lingüístico, entre porteños y provincianos;
entre la poesía ciudadana y la rural o “de tierra adentro”, como suele
llamarse a todo ese inmenso y olvidado ámbito que no se circunscribe a la
Ciudad de Buenos Aires.
Dicha segmentación histórica, aunque no llegó a afectar el diseño del
idioma, bastaría para especificar dos aspectos o “formas de la realidad
nacional”, como piensa el poeta Carlos Mastronardi. Elevado a rango
idiosincrásico, este dualismo de los argentinos –que es en verdad un
monstruo de doble cara, cabeza de Jano o Goliat rigiendo desde lo alto
sobre un montón de vidas anónimas– puede revestir todavía hoy cierto
interés psicológico, pero llevado al nivel de la escritura poética es poco
menos que un asunto de matices que hay que ponerse a rastrear bajo la
lupa y con el background de un especialista.
Sin embargo, no hay duda de que la temperatura verbal cambia al pasar
de un medio ambiente a otro, ya sea que nos encontremos en las áridas
montañas del Noroeste, en la llanura, en la selva misionera o aquí nomás,
en el populoso conurbano bonaerense, donde el “habla estándar” se
rarifica y descontractura rápidamente, fusionando en un mismo registro lo
masivo con lo popular, lo áureo con lo bajo, la pornografía con el
preciosismo, para dejarse oír tal como es o, mejor dicho, como en verdad
podría ser si no estuviera adulterada por los medios masivos de
comunicación o blanqueada por la brocha del funcionalismo
metropolitano. Del mismo modo que otros principios literarios, lo regional
suele dar obras no muy diversas y alentadoras cuando viene desprovisto
de un mínimo cuidado en el empleo de la función poética. Es el caso de
aquellos autores arraigados profundamente en una provincia, pero que
raras veces ameritan alguna lectura relevante, ya que no se salen de los
moldes del costumbrismo y las formas líricas consagradas por la tradición
oral que, por lo demás, acostumbra prescindir de ellos a la hora de
ratificar su prestigio.
Mucho más interesantes resultan aquellos autores que operan sobre el
imaginario regional con un criterio integrado a los rumbos cosmopolitas,
como lo hicieran por ejemplo Juan L. Ortiz y Francisco Madariaga en el
ámbito del Litoral, así como también lo hacen poetas incluidos en esta
antología como Libertad Demitrópulos y Leonardo Martínez, entre otros.
Sin tanta fidelidad a lo telúrico, ellos establecen un pacto más íntimo con
el paisaje natal; escriben desde los sucesivos mestizajes de nuestro pueblo,
pero no evitan plantearse las mismas preguntas que se han planteado y se
plantean los numerosos cultores de la poesía esparcidos a lo largo del
planeta. “La respuesta acerca de quiénes deben ser considerados poetas de
la región requiere un criterio amplio”, dice Santiago Sylvester, poeta nacido
en Salta en 1942, con una larga trayectoria que incluye títulos publicados
aquí y en España. “Desde luego, no son los aspectos formales o temáticos
de la poesía –prosigue el compilador–, ya que éstos suelen pertenecer, más
que a un lugar, a una época, sino los datos biográficos de cada poeta, que
tendrán que ser analizados en su variado desarrollo.” De este modo, el
criterio de Sylvester, si bien no resulta demasiado novedoso, ofrece en
contrapartida un panorama de gran alcance sobre las tendencias de la
poesía argentina escrita en el Noroeste durante las últimas siete u ocho
décadas, y también cumple con la delicada y encomiable tarea de reunir
un índice de casi noventa autores nacidos o que vivieron en la región,
siguiendo a pie juntillas las normas del empadronamiento municipal, al
punto de incluir, asombrosamente, a Homero Manzi –¡y con un texto
dedicado al Rosedal!–, poeta oriundo de Santiago del Estero pero, como
todo el mundo sabe, más porteño que la fiaca o la milonga.
Además de los criterios antes mencionados, esta antología –“la primera en
su género”, según palabras del autor (y esperamos que no sea la última)–
deja en claro que la poesía, como la lengua, es fundamentalmente la suma
del trabajo de varias generaciones a lo largo del tiempo. Por lo tanto, no es
posible conformarse una imagen unívoca de lo regional en el lenguaje,
porque ésta depende del recorte histórico que hagamos de ella en mayor
medida que de las peculiaridades del suelo, la meteorología o los hábitos
culinarios. De ahí que el ordenamiento cronológico de este libro deba ser
riguroso y vaya de pioneros como Ricardo Rojas, Luis L. Franco o Sixto
Pondal Ríos, pasando por una etapa intermedia o de relativa consolidación
territorial con destacados representantes como Jaime Dávalos, Manuel J.
Castilla o Raúl Aráoz Anzoátegui, hasta recalar en las producciones más
desconocidas y recientes de Pablo Narral, Leonor García Herrando y
Leopoldo Castilla, entre muchos otros. Queda flotando, sin embargo, el
interrogante acerca de si lo regional en tanto categoría poética no sería
otra cosa que un tráfico de hombres cultos, apegados a los códigos
ciudadanos, en lugar de un supuesto modo de expresión del hombre
rústico formado en un medio natural, como suelen explicar algunas teorías
románticas.

También podría gustarte