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Págs. 553-572, ISSN: 0034-8341
POR
EUGENIA BRIDIKHINA
Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia)
Este artículo pretende demostrar que la ciudad de La Plata, sede de la Audiencia y Arzobis-
pado se definió como la Corte provincial, el centro de vida cortesana y el escenario ceremonial de
la monarquía. Las ceremonias públicas y etiquetas que se realizaban en este espacio del poder
servían como un instrumento de dominio real, representaban y reforzaban la jerarquía social,
marcando el lugar que sus protagonistas tenían en sociedad colonial. La aceptación por las clases
dirigentes de pautas de conducta y sociabilidad idénticas a los de la Corte Real, y de un modelo
similar de diferenciación jerárquica, con sus normas y reglas hacía que funcionara el mundo com-
petitivo y antagónico de la sociedad charqueña.
PALABRAS CLAVE: Corte provincial, dominio real, ceremonias públicas, pautas de conducta.
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1 Entre los volúmenes más representativos sobre el tema de la corte en España ver, por ejem-
plo, las obras ya clásicas de Elliott, 1977: 169-191; Elliott, Brown, 1981; Elliott, 1987: 5-25;
Elliott, 1989. Nieto Soria, 1993. Martínez Millán, 1994. Sabatier, Edouard, 2001. Sobre el tema de
las cortes europeas en general veáse Asch and Birke, 1991. Mozzarelli, 1991. Adamson,1999.
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narca absoluto precisaba de aquéllos a los que dominaba y, en razón de ello, de-
bía preservar las bases sociales de sus privilegios y fomentar los distintos grupos
que competían entre sí. Esa es la relación que se expresaba en el llamado pacto
constitucional entre la monarquía y la elite local.
Las cortes virreinales y provinciales de América, al igual que sus homólogas
europeas, estaban ligadas a la estructura administrativa de los Austrias y se con-
virtieron en capitales políticas, además de en un espacio social y de comunica-
ción privilegiado. Esos espacios cortesanos se consolidaron también como cen-
tros productores de una cultura específica y se transformaron en el escenario so-
bre el cual se desarrollaron los distintos estilos cortesanos, en cuanto a relaciones
del rey con la aristocracia. El modelo de comportamiento social cortesano hizo
posible agilizar los procesos de socialización en el conjunto de la comunidad y de
los reinos.
Al caracterizar una corte como un lugar donde se asienta una población nu-
méricamente importante, en la que existe una diferenciación y una jerarquización
con funciones curiales y, sobre todo, que responde a una cultura nobiliaria espe-
cífica, se puede afirmar que La Plata, como la sede de la Real Audiencia de
Charcas (1559) y del Arzobispado (1609), tuvo las características propias de una
corte moderna europea. Al igual que sus homólogas virreinales, La Plata no fue
una corte nuclear sino que correspondía al tipo llamado corte compuesta2. Tenía
una estructura compleja que se articulaba en varias esferas distintas de poder y
patronazgo cuyos ejes lo formaban la Audiencia de Charcas en cuanto corte civil
preeminente y la corte episcopal en cuanto sede de uno de los arzobispados con
rentas más altas de América.
Como corte burocrático-ritual de La Plata desempeñó numerosas funciones
administrativas y representativas sobre un vasto territorio al sur de Cuzco. Su
proximidad estratégica a las riquezas del Cerro Rico de Potosí, hicieron de ella
un importante centro político y económico. Aunque la Audiencia de La Plata,
como Audiencia subordinada, tenía que cumplir lo que los virreyes proveían en
materias de gobierno, guerra, hacienda y patronazgo; en la práctica poseía un
cierto grado de autonomía a causa de la distancia entre Lima y Charcas. Esa yux-
taposición de poderes entre ambas audiencias generó constantes tensiones y con-
flictos a lo largo de todo el período colonial. Por otro lado, las relaciones con la
vecina Potosí también estuvieron marcadas por una continua competencia. La
competencia con Lima y Potosí se expresaba sobre todo en el campo simbólico,
con la autodeterminación de La Plata como ciudad culta y refinada que demos-
traba una igual o mayor urbanidad, policía y cortesía que el capital del virreinato.
La Plata como metrópoli provincial, sede de la Audiencia y el Arzobispado, se
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2 Se considera que las cortes compuestas de la Monarquía Católica son una sugerente metáfo-
ra de la configuración del poder y de la jurisdicción en la sociedad del Antiguo Régimen. Véase
ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO, 1998: 297-367.
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Incluso el buen cristiano que poseía las calidades áulicas podía convertirse en El
Cortesano del Cielo (Juan de Páramo, Madrid, 1675). El arquetipo del cortesano
discreto se proyectó sobre el ejercicio de oficios, artes y ocupaciones muy distin-
tos, desde el perfecto príncipe cristiano, al ministro, el magistrado, el secretario,
el virrey, el corregidor y, en definitiva, el perfecto vasallo4. Así se promovió una
cultura cortesana provincial que hizo posible que la corte, ya que no el rey en
persona, estuviese presente en todos sus reinos y provincias.
La Audiencia de La Plata, el Arzobispado y el Cabildo formaron un núcleo
cortesano-urbano desde el que se propagó la unión entre la monarquía y la socie-
dad local. Esto determinó la condición doble que tenía como corte provincial: por
un lado, era el canal por donde se expresaba el poder de un monarca lejano; y por
otro, era el espacio de presentación pública para un poder local. Con tal fin sim-
bólico y propagandístico se realizaban muy diversos rituales y ceremonias que,
en cada acto oficial y sobre todo a través de las fiestas, escenificaban y reprodu-
cían la deificación del rey. El despliegue de la imagen real y la presentación pú-
blica del poder se evidenciaban por medio de las actuaciones que tenían lugar
durante las entradas de los magistrados reales, las juras al nuevo rey, las exequias
y las fiestas religiosas.
La corte de La Plata era así un pequeño universo tan solidario como competi-
tivo y antagónico, cuya esencia podía captarse en las ceremonias públicas civiles
y religiosas. En aquel territorio americano, la representación pública evidenciaba
el estatus social de la persona, manifestaba y vislumbraba su posición en la so-
ciedad colonial. En un mundo regido por apariencias, los espacios públicos urba-
nos se constituyeron un escenario conflictivo en el cuál se competía por la pre-
eminencia visual. Esta competitividad se acentuaba durante las fiestas y las ce-
remonias que permitían a las elites hacer ostentación de su riqueza y, por lo tanto,
de su importancia social. Se configuró un difícil equilibrio dinámico entre espa-
cio, jerarquía, rango y apreciación personal mantenido a través del ceremonial
como instrumento de dominio del rey. En todas las ocasiones, ya fueran fiestas
cívicas o religiosas, la entrada del nuevo Presidente de la Audiencia o del nuevo
Arzobispo, la representación del rey jugaba el papel preponderante. Y como re-
presentar significaba también «tomar el lugar del otro», los magistrados de la
Audiencia de los Charcas que lo encarnaban, practicaban el ceremonial y la eti-
queta como el instrumento de dominio real y la más patente expresión del des-
plazamiento del poder hacia la persona del rey y su glorificación5.
La etiqueta y los ceremoniales entendidos como instrumentos de jerarquía y de
mantenimiento de distancia frente al favor real se empleaban como indicadores de
poder que permitían definir quiénes disfrutan de las situaciones más estratégicas
dentro de la sociedad. Cada uno de los participantes era portador de un capital
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4 Álvarez-Ossorio Alvariño, 1998: 337.
5 Sobre representaciones del poder véase en Chartier, 1999.
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6 Sobre el tema véase en: Leal Curier, 1991. Valenzuela Márquéz, 2001. Büschges 1997:
113-131.
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principios del siglo XVII hasta mediados del XVIII. Los privilegios reclamados e
incluso ganados por los eclesiásticos, les fueron arrebatados por la Audiencia, ya
que se los consideraba una amenaza para el prestigio simbólico del tribunal. Pa-
ralelamente se desató entre ambos poderes otra pugna que duró también mucho
tiempo y que tenía como meollo cuestiones de cortesía dentro de la iglesia, pues
los magistrados reales reclamaban que debían ser recibidos y acompañados por
los eclesiásticos en la entrada y salida.
Las tensiones por el poder que se producían en el campo simbólico se expre-
saban también a través de numerosos rituales de la iglesia como dar la paz con o
sin patena, el modo de recibir el agua bendita, besar el Evangelio, bajar el Evan-
gelio o la entrega de velas. Parte central del mensaje que transmitían todas estas
ceremonias litúrgicas era el reconocimiento de distintos poderes y exteriorizadas
por medio de gestos y actos rituales específicos7. Del mismo modo, la sala del
tribunal de la Real Audiencia era otro espacio simbólico importante donde se
respetaba el orden jerárquico establecido. El teatro judicial y diversas ceremonias
que representaban la justicia real, permitían marcar las relaciones jerárquicas e
interdependencias del poder, imperantes dentro del cuerpo de los magistrados de
la Audiencia y su relación con las otras corporaciones.
Todo ello permite comprender el funcionamiento de un mecanismo que regu-
laba las relaciones de poder entre y dentro de las corporaciones, un mecanismo
jerárquico basado en el estatus y el prestigio que era una parte esencial de la es-
trategia de dominio del Rey. El análisis de ese juego cortesano descarta calificar-
lo como un comportamiento mecánico y prescrito de los individuos en un escena-
rio elaborado de antemano. Bien al contrario, se trata de un despliegue continuo
de estrategias interpersonales, donde los actores eran los presidentes y oidores de
las audiencias, los arzobispos, los miembros de los cabildos eclesiásticos y secu-
lares, los familiares de todas esas autoridades y cualquier otra persona importante
de la ciudad: todos ellos estaban involucrados en el juego estratégico del poder.
Dentro de la sociedad provincial, en donde se yuxtaponían las nociones del honor
y prestigio, la etiqueta era una acción que permitía demostrar ese prestigio, lo que
implicaba un distanciamiento frente a los de rango inferior y un reconocimiento
de ese distanciamiento por parte del rango superior. De ese modo el equilibrio de
poderes a través de la etiqueta se hacia visible a todos8.
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7 El poder de las autoridades reales, como representantes del Rey encumbrados todos en las
más altas posiciones de la autoridad, se revelaba a través de sus humildes posturas corporales que
tenían delante ellos las demás corporaciones. Los movimientos del cuerpo, los gestos confirman el
poder de los representantes del Rey. Todo el repertorio sensorial de expresiones faciales, silencios,
inclinaciones y posturas de petición eran signos visibles de aceptación del poder, establecían y
mantenían las diferencias. Todos reconocían y obedecían ese lenguaje somático gestual, el vocabu-
lario y la gramática de signos, su expresividad y su significación. Véase en Muir, 2001:155. Le
Goff,1986: 58.
8 Lison Tolosana, 1990: 152.
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10 Goffman, 1987.
11 Los documentos de archivo muestran presencia de libros de cortesía en las tierras del Vi-
rreinato del Perú. Véase en Irving Hispanic Review/XXX (1962): 317. Morreale, 1958:5, 69. Torre
Revello, 1991. Hampe Martínez, 1996.
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This article demostrates how the City of La Plata, headquarters of the Audiencia and the
Archbishopric, became defined as the Provincial Court, the centre of courtesan life, and the cere-
monial centre of the monarchy. Public ceremonies and etiquette served as an instrument for royal
domination represented in the social hierarchy, which defined and limited the social mobility of
protagonists in colonial society. Ruling class acceptance of norms of conduct identical to Royal
Court, and a similar social hierarchy with similar norms allowed for the functioning of the compe-
titive and antagonistic worlds of Charca´s society.
KEY WORDS: Provincial Court, royal domination, public ceremonias, norms of conduct.
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