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Editorial Aurora
Caracas, 2024

Se autoriza la libre reproducción y/o distribución total o parcial de esta obra por cual-
quier medio y en cualquier formato, con la única condición de dar crédito de atribución
a la fuente. Adicionalmente, el autor otorga los derechos de adaptación y/o modifica-
ción del texto para cualquier fin o propósito legítimo y razonable, con la condición de
indicar los cambios que se le hayan hecho. El autor sólo es responsable por el texto en
su forma original; su uso en obras derivadas no compromete de ninguna manera la res-
ponsabilidad de aquél.

Revisión general
Carlos Aquino G. y Francisco Guacarán V.

Revisión técnica
Prof. Carlos Aquino Zavala

Diagramación
Alejandro Díaz M.

Diseño
Carolina Sandoval Q.

https://EditorialAurora.home.blog

Scribd: Flipbook:

2
Nota editorial

E l lector tiene ante sí un texto inédito de Fernando


Arribas García (Caracas, 1962), adaptado espe-
cialmente para esta publicación, producto de sus lar-
gos años de experiencia política y de estudio, análisis
e investigación en diversos campos de las ciencias
–tanto formales como fácticas– y sobre las vicisitu-
des de numerosos conceptos marxistas –unos origi-
nales y otros asumidos como tales–.
Esta obra no dejará indiferente a quien acierte en
leerla con la atención que amerita, porque segura-
mente le resultará provocativa en una, en la otra o en
ambas de sus acepciones.
Escrito con un sobrio «plural de autor» –errónea-
mente confundido con el «mayestático»–, el texto,
sin alharaca ni fingidas inflexiones discursivas –tan
comunes en ámbitos políticos venezolanos durante
los últimos cinco lustros–, plantea enfoques y temas
que ameritan un debate profundo, de altura y, sobre
todo, con fundamentación.
En nuestro criterio, esta obra contiene aspectos
de gran valor para el proceso de reagrupamiento y
reconstrucción del movimiento comunista y para el
rescate del carácter científico que debe caracterizar
todos los aspectos de su vida.
Finalmente, llamamos la atención del lector
acerca de que todas las notas a pie de página son del
autor, así como las traducciones al castellano de los
fragmentos de obras en inglés, francés e italiano.

Editorial Aurora
Abril de 2024
3
Tabla de contenido

4
5
Nota preliminar

E ste pequeño libro es el extracto de algunos de los


frutos (esperamos que suficientemente madu-
ros) de cuatro décadas de reflexiones e investigacio-
nes acerca de los orígenes, la naturaleza, los avatares
y los límites de eso que en la historia se ha dado en
llamar «marxismo», rótulo que, para no dificultar las
cosas innecesariamente, aceptaremos, aunque bajo
protesta, porque desprende un fuerte efluvio a esa
forma de idolatría denominada «culto de la persona-
lidad», que nos resulta particularmente urticante in-
cluso cuando la personalidad en cuestión es tan me-
ritoria como la de Karl Heinrich Marx.
Aunque por su tono, estilo y forma tiene preten-
siones «académicas» (razón por la que este proemio
va firmado con las siglas que identifican nuestro
grado y rango como scholar), este libro obedece en su
génesis a una preocupación contingente, más polí-
tica que catedrática, más militante que intelectual:
si, como opinamos, los postulados fundamentales
del marxismo continúan siendo hoy tan válidos y vi-
gentes como lo eran en la década de 1860, entonces
¿cómo explicar que los partidos políticos que más
enérgicamente declaran aferrarse a esos postulados
estén tan devaluados en todo el mundo? Si las herra-
mientas del análisis materialista dialéctico, salvo
por algo de óxido aquí y allá, siguen siendo útiles y
adecuadas para el estudio de una diversidad de he-
chos, procesos y fenómenos de la realidad, entonces
¿a qué se debe la seguidilla casi ininterrumpida de
errores garrafales que han cometido década tras dé-
cada esos partidos, supuestos depositarios privile-
6
giados de tales herramientas?
Las páginas que siguen aspiran a dar algunos pa-
sos hacia la respuesta a esas cuestiones que nos han
venido atribulando desde hace tantos años. Tal vez
sea adecuado advertir al lector que estas reflexiones
de toda una vida han ocurrido y continúan ocu-
rriendo dentro del contexto de nuestra colaboración
con diversas organizaciones de la izquierda marxista
en distintos países, principalmente como militante
del Partido Comunista de Venezuela (PCV) al que per-
tenecemos desde nuestra juventud; hemos sido, por
lo tanto, testigos de primera mano de algunas de esas
equivocaciones, a menudo de dimensiones épicas,
que han venido debilitando y desprestigiando al mo-
vimiento comunista mundial y, por extensión, al
propio marxismo sobre el que éste se apoya, o al me-
nos dice apoyarse.
Para dar un ejemplo de alcance global, en 1985,
cuando faltaban apenas cuatro años para el colapso
en cadena de los regímenes socialistas de Europa
central y oriental, y sólo seis para la desintegración
de la propia Unión Soviética, el Comité Central del
PCV rindió ante el 7º Congreso partidista un informe
que todavía hablaba con extravío casi inaudito del
«fortalecimiento del campo socialista» y de los éxitos
del «poder soviético». Pero es un hecho que muchos
observadores de todo el mundo ya venían notando
desde tiempo antes señales de una posible grave cri-
sis en los países de lo que para la época se denomi-
naba «el socialismo real», señales que un análisis ri-
guroso y genuinamente materialista dialéctico de la
situación hubiera podido identificar (y efectiva-
mente identificó, aunque desde fuera de las organi-
zaciones comunistas «oficiales»). Entonces, si un
examen científico de los hechos hubiera permitido
7
avizorar la posibilidad cierta y más o menos inmi-
nente del colapso de los regímenes socialistas de Eu-
ropa central y oriental, ¿cómo es posible que los par-
tidos comunistas de todo el mundo, incluyendo a los
involucrados directamente en esos hechos, no advir-
tieran nada de ello hasta el penúltimo instante?
Peor todavía, más de treinta años después de ese
histórico desmoronamiento, muchos en el movi-
miento comunista internacional aún continúan sin
entender las causas internas que lo provocaron, sin
comprender por ejemplo las graves deformaciones
de la economía que década tras década fueron dre-
nando las energías del país soviético, distorsionando
su dinámica social general y desorientando su brú-
jula; y aún se devanan los sesos discurriendo toda
suerte de inverosímiles conspiraciones internacio-
nales, como carambolas a varias bandas de un maes-
tro del billar, para achacarles la responsabilidad del
lamentable fin de ese inicialmente hermoso experi-
mento.
Un segundo ejemplo, este de carácter nacional y
que nos tocó mucho más de cerca. En 2011, cuando
se preparaba la última reelección del presidente
Hugo Chávez, y Venezuela ya tenía algún tiempo su-
friendo las convulsiones iniciales de la más prolon-
gada y profunda catástrofe económica que el mundo
moderno haya visto en un país que no ha padecido
los embates de la guerra, el 14º Congreso del PCV
aprobó una resolución que ratificaba una vez más el
apoyo comunista a la candidatura presidencial de
Chávez, y hasta lo encomiaba, pese a las objeciones
de una minoría de la que formábamos parte, por su
«determinante papel […] en el proceso de transforma-
ciones progresistas que avanzan en la sociedad vene-
zolana». Y esto se hacía y decía tras más de un lustro
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de disparates y desaciertos in crescendo del Gobierno
«chavista»: el más masivo endeudamiento externo
de la historia venezolana, seis años consecutivos de
cada vez más grave déficit fiscal, el virtual desguaza-
miento de la industria petrolera nacional para finan-
ciar los dispendiosos y peregrinos proyectos especia-
les del presidente, el desangramiento de la reserva
internacional de la República, el desmantelamiento
de las atribuciones del Banco Central de Venezuela,
la pulverización del valor del bolívar, el desquicia-
miento general de las finanzas públicas, la destruc-
ción de cualquier semblanza de institucionalidad u
orden en el funcionamiento del Estado, y mejor pa-
remos de contar. ¿Cómo es posible que semejantes
cosas hayan ocurrido ante las narices de los comu-
nistas venezolanos y éstos, pese a tener en sus manos
los poderosísimos instrumentos de análisis y refle-
xión del materialismo dialéctico, no hayan sido ca-
paces de detectarlas?
Y aún más: nueve años después y con el país toda-
vía sumido en el cataclismo, cuando el Comité Cen-
tral del PCV por fin resolvió alejarse definitivamente
del presidente Nicolás Maduro, sucesor elegido a
dedo por Chávez, lo hizo no en rechazo de las desas-
trosas políticas de este último, que condicionaron y
hasta predeterminaron las que luego adoptaría su
heredero, sino por el contrario, por estimar que Ma-
duro había roto con «el proyecto histórico bolivariano
y emancipador iniciado por el presidente Hugo Chá-
vez». Incluso tras década y media de padecer en
carne propia los nefarios efectos de ese supuesto
«proyecto histórico», el partido de los comunistas ve-
nezolanos todavía seguía sin entender lo que había
ocurrido.
Cabe legítimamente que algunos se pregunten si
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la causa de semejantes desatinos radica en el propio
marxismo, si éste tiene efectivamente validez y vi-
gencia en el mundo actual, o incluso si alguna vez la
tuvo. Pero por nuestra parte, no nos cabe duda de
que, al menos en cuanto a muchos de sus conceptos
centrales, el cuerpo doctrinario marxista sigue
siendo válido. Aunque algunos de sus asertos y pos-
tulados hoy lucen francamente dépassés y otros no
resisten y tal vez jamás resistieron la prueba de
fuego de la confrontación con la evidencia empírica,
las piedras fundamentales del análisis materialista
dialéctico de la economía capitalista, las teorías del
valor-trabajo y de la plusvalía, continúan teniendo
plena vigencia; como la tiene también la idea semi-
nal, tan acertada que ya es asumida universalmente
por marxistas y antimarxistas como verdad axiomá-
tica, de que la base económica de una sociedad incide
decisivamente en todos los aspectos de la vida de
ésta; y como la siguen teniendo en mayor o menor
medida diversos otros conceptos del marxismo. Y
más importante todavía, el propio método del mate-
rialismo dialéctico, el cual, como veremos más ade-
lante, no es en esencia más que el método general de
todas las ciencias, continúa demostrando a diario
sus poderes, como lo hizo al detectar oportunamente
tanto la declinación soviética como los desatinos de
la administración chavista.
Pero, y aquí llegamos al meollo del asunto, si el
método materialista dialéctico demostró ser eficaz
para diagnosticar aquellos males, ello ocurrió, para-
dójicamente, al margen de los debates oficiales de los
partidos que con más énfasis se hacen llamar mar-
xistas: el materialismo dialéctico, cuando fue apli-
cado con consistencia y rigor al estudio de los casos
soviético y venezolano, efectivamente funcionó para
10
detectar y comprender los síntomas de ambas crisis,
pero los resultados de tales diagnósticos no tuvieron
incidencia alguna en la determinación de la línea
oficial comunista al respecto, y hasta fueron recha-
zados por ésta como «desviaciones». Pues bien, este
libro procura investigar los orígenes de ese descon-
certante fenómeno, con un tono general que aspira
a ser académico y conceptual, y por lo tanto con omi-
sión total, a partir de este momento, de referencias a
los detalles anecdóticos particulares de los procesos
internos del PCV en los que hemos tomado parte a lo
largo de los años.
No tenemos ninguna intención, lo aclaramos
para tranquilidad de los copartidarios que acaso lle-
guen a leernos, de violar los principios disciplinarios
de nuestra organización o de revelar los secretos de
su vida interna, ni estamos dando a conocer estas re-
flexiones, como otros lo han hecho a lo largo de la
historia, a manera de preámbulo para una inmi-
nente ruptura con el partido. Insistimos: a la edad
que ya vamos alcanzando, y tras haber sobrellevado
tanto tiempo «de pie sobre la tierra como un árbol» el
ingrato predicamento de formar casi invariable-
mente parte de la minoría en las decisiones claves
sobre la política partidista, la proyección de la curva
de nuestra vida nos permite pronosticar, con un
margen razonablemente alto de confianza, que si
nuestra vinculación con el partido acaba antes de
que fenezca nuestro cuerpo, ello no será por decisión
propia.
Este empecinamiento, aparentemente irracional,
en permanecer pese a todo dentro de las filas parti-
distas, responde en realidad a una lógica que nos pa-
rece a la vez bastante simple e implacablemente
coherente: puesto que seguimos considerando que
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es una obligación cívica ineludible participar activa
y organizadamente en la vida política de la nación o
naciones en que nos toque vivir; puesto que estamos
cada vez más convencidos de la necesidad de que el
mundo entero abrace la ciencia y eche a un lado toda
forma de ideología, entendido este término en el
más puramente marxista de sus sentidos; y puesto
que el partido comunista sigue siendo la única orga-
nización política que proclama abierta y orgullosa-
mente su vocación científica, aunque casi nunca ac-
túe en consonancia, no nos queda otro camino. En el
campo comunista seguiremos, haciendo, con el me-
nor ruido posible, todo lo que esté a nuestro alcance
para contribuir a corregir la grotesca deformación
que en su seno ha sufrido el materialismo dialéctico,
lo que, para nosotros, equivale a contribuir a que,
tanto en sus filas como en la sociedad toda, la «cien-
cia real y positiva», como le gustaba decir a Marx, al
fin se imponga sobre toda ideología.

Fernando Arribas García, PhD


Caracas, abril de 2024

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A demás de la poesía y la novela, Marx tenía otra
forma notable de descansar su cerebro: el estu-
dio de la matemática, por la que sentía especial predi-
lección. El álgebra incluso le traía consuelo moral, y
se refugiaba en ella en los momentos más dolorosos
de su accidentada vida. Le era imposible concentrarse
en su trabajo científico usual durante la última enfer-
medad de su esposa, y la única manera que tenía de
aliviar el dolor que oprimía su mente por el sufri-
miento de ella era sumergiéndose en la matemática.
En esos días de agonía moral escribió un tratado de
cálculo infinitesimal el cual, de acuerdo con la opi-
nión de expertos en el campo, tiene inmenso valor
científico. Vio en las matemáticas superiores la ex-
presión más consistente y a la vez más simple del mo-
vimiento dialéctico. Era de la opinión de que la cien-
cia no puede desarrollarse realmente mientras no
haya aprendido a hacer uso de la matemática.

Paul Lafargue*, «Reminiscences of Karl Marx».

*
Lafargue fue un destacado activista político, miembro de la «Primera Interna-
cional», fundador de un partido revolucionario en Francia, su país adoptivo (ha-
bía nacido en Cuba en 1842), y autor de importantes obras sobre la historia del
marxismo y el movimiento obrero. A mediados de la década de 1860, durante la
fase crítica de preparación de El capital, se convirtió en visitante asiduo y com-
pañero de pláticas de Karl Marx. Casado en 1868 con Laura, la segunda hija de
Marx y Jenny von Westphalen, Lafargue convivió por temporadas con su suegro
y hasta le sirvió como secretario ocasional en sus años finales. Pocas personas,
además de su esposa e hijas y por supuesto del inefable Friedrich Engels, cono-
cieron y trataron a Marx en su última etapa tanto como lo hizo Lafargue. En no-
viembre de 1911, dando vivas al comunismo y a la Internacional, Paul Lafargue
y Laura Marx se suicidaron juntos, «antes de que la edad avanzada […] paralice
nuestra energía y nuestra voluntad […] y nos convierta en cargas para nosotros
mismos y para otros».
13
Introducción

E l título de este libro propone una yuxtaposición


de términos que sin duda resultará desconcer-
tante para muchos lectores, incluso para algunos
con conocimientos más que elementales sobre los
campos denotados por los términos en cuestión:
«cálculo infinitesimal», denominación que cubre la
principal de las ramas de la matemática superior y
sus aplicaciones en diversos ámbitos científicos y
tecnológicos; y «materialismo dialéctico», expresión
que en sentido estricto remite a la perspectiva sobre
el universo adoptada por Karl Marx a partir de su
ruptura con la filosofía hegeliana y posthegeliana, y
por extensión, al conjunto de conceptos doctrinarios,
comúnmente denominado «marxismo», que fue
desarrollado por Marx y sus seguidores de conformi-
dad con la orientación general de esa perspectiva. La
perplejidad que seguramente despierta en buena
parte de los lectores semejante yuxtaposición no de-
bería ser tal, a la luz de los antecedentes que expon-
dremos más adelante y que establecen una conexión
intrínseca y connatural entre ambos términos; pero
los hechos de la historia, y en particular las vicisitu-
des experimentadas por el llamado marxismo, con-
dujeron a un lamentable divorcio entre los dos cam-
pos.
Afortunadamente, la segunda parte del mismo tí-
tulo introduce una pista clave que orienta y simpli-
fica estas explicaciones previas que debemos a los
lectores, y que de otra manera hubieran resultado
excesivamente complejas y engorrosas para una in-
troducción: la frase «método del marxismo». En
14
efecto, de esto último se ocupan estas páginas, de
precisar los rasgos fundamentales del método de in-
vestigación propuesto y adoptado por Marx en el
desarrollo de sus investigaciones. Como se verá, la
tesis central de este libro se desarrolla a partir de dos
diferenciaciones epistemológicas paralelas e inter-
conectadas, ambas con raíz en los textos de los pro-
pios Marx y Friedrich Engels, y ambas con extensa
trayectoria en la historia de las polémicas y debates
que a partir de éstos se han desarrollado a lo largo de
cerca de 180 años: las distinciones, por un lado, entre
«ciencia» e «ideología», y por el otro lado, entre «doc-
trina» y «método».
Del primer par de conceptos algo diremos en el
primer capítulo, a partir de la revisión de ciertos
fragmentos decisivos extraídos de La ideología ale-
mana, libro en que Marx y Engels los diferencian y
contraponen, y acaban pronunciándose enfática-
mente a favor de la adopción de la ciencia como
única vía posible para el verdadero conocimiento de
los entes y fenómenos del universo y en particular de
las sociedades, y como condición imprescindible
para la construcción de una conciencia genuina y li-
beradora, lo que, al mismo tiempo, implica el re-
chazo de todas las formas de ideología, incluyendo
toda filosofía, moral o religión, como expresiones de
falsa conciencia.
Pero del segundo par de conceptos contrapuestos,
método y doctrina, tenemos que ocuparnos de inme-
diato, pues resultan de importancia crítica para la
exposición que desarrollaremos en el resto de este li-
bro, y hasta para desentrañar el aparente enigma de
su título. Entremos, pues, en materia, con una dife-
renciación básica: una cosa es el método, esto es, el
cuerpo de procedimientos, criterios, estipulaciones,
15
instrumentos que se utilicen para el desarrollo de
cierta investigación, y otra muy distinta el conjunto
de asertos, afirmaciones, hallazgos, conclusiones, a
que se arribe por medio del uso de aquel método.
Cualquiera que haya tenido alguna experiencia
escolar con los métodos de razonamiento lógico for-
mal, debe poseer cierta noción de esta diferencia. Si
construimos un silogismo1 a partir de premisas
apropiadas, es decir datos iniciales válidos, y si-
guiendo el método correcto para ello, esto es según
los procedimientos establecidos desde tiempos de
Aristóteles, arribaremos siempre, sin excepción al-
guna, a conclusiones correctas, es decir tanto for-
malmente válidas como empíricamente verdaderas:
«Si todos los caninos son carnívoros, y todos los vul-
pinos son caninos, entonces todos los vulpinos son
carnívoros». Pero si violamos las reglas del método,
arribaremos a un non sequitur, esto es a una conclu-
sión errada, aunque hayamos partido de premisas
empíricamente verdaderas: «Si todos los caninos son
carnívoros, y todos los felinos son carnívoros, enton-
ces todos los felinos son caninos». Y viceversa, si par-
timos de premisas empíricamente falsas, el resul-
tado generalmente tampoco será satisfactorio fren-
te a la realidad del mundo fáctico, aunque hayamos
seguido correctamente el método: «Si todos los cani-
nos son plumíferos, y todos los felinos son caninos,
entonces todos los felinos son plumíferos».
En los tres ejemplos hemos seguido la estructura
del modo silogístico denominado «barbara» por los

1
Una de las formas más generales y más elementales de razonamiento deductivo.
Un silogismo está formado por tres proposiciones, llamadas respectivamente
«premisa primera o mayor», «premisa segunda o menor» y «conclusión», y ex-
presa una relación transitiva entre tres términos, llamados «sujeto», «medio» y
«predicado», cada uno de los cuales aparece dos veces en total: el sujeto en una
de las premisas y en la conclusión, el predicado en la otra premisa y en la conclu-
sión, y el medio en ambas premisas.
16
escolásticos2; en el segundo con premisas válidas
pero de manera equivocada (hay dos términos sujeto
que comparten el mismo término predicado, pero no
hay un término medio que los vincule legítima-
mente), y de forma correcta en el tercero aunque a
partir de premisas que aportan datos obviamente
falsos, y hemos obtenido en ambos casos conclusio-
nes que no se compadecen con nuestras experien-
cias en el mundo de los hechos. Pero podríamos in-
cluso construir un silogismo formalmente correcto
con premisas falsas, y obtener, si bien sólo en algu-
nos casos y enteramente por casualidad o accidente,
una conclusión correcta tanto en lo formal como en
lo empírico: «Si todos los caninos son carnívoros, y
todos los felinos son caninos, entonces todos los feli-
nos son carnívoros»; o peor todavía: «Si todos los ca-
ninos son herbívoros, y todos los equinos son cani-
nos, entonces todos los equinos son herbívoros».
Esto ejemplifica que una cosa son los métodos,
que pueden ser acertados o no, y otra las conclusio-
nes a que se llegue con su uso, las cuales, en depen-
dencia tanto de la corrección de los métodos como de
la veracidad de los datos utilizados, pueden ser for-
malmente válidas o no, y empíricamente verdaderas
o falsas3. Tal distinción entre el método y sus resulta-
dos puede resultar obvia cuando la enunciamos de
esta manera, pero todo indica que en la práctica or-
dinaria no lo es tanto: cuando en el habla cotidiana

2
Desde Aristóteles, se ha mantenido la tradición de clasificar los silogismos por
«figuras», en dependencia de la manera como se distribuyen en sus premisas los
tres términos. Aunque para el propio Aristóteles hay sólo tres figuras diferentes,
algunos escolásticos medievales identificaron cuatro, cada una con seis «mo-
dos» válidos. El modo «barbara», caracterizado por el hecho de que la relación
entre los términos es «universal afirmativa» tanto en las premisas como en la
conclusión, es el primero de la primera figura.
3
Esta diferenciación entre validez formal y verdad empírica es de importancia
decisiva para comprender las razones que restringen la aplicación del método
axiomático deductivo en las ciencias empíricas. Volveremos sobre esto en el pri-
mer capítulo.
17
usamos el término «ciencia» o alguno de sus deriva-
dos o conexos, generalmente lo hacemos sin estar
plenamente conscientes de si nos estamos refi-
riendo al método científico, o a los «descubrimien-
tos» obtenidos con su uso, o a alguna combinación de
ambas cosas. Así, ante el advenimiento de alguna no-
vedad científica que deroga o modifica lo hasta en-
tonces tenido por cierto, solemos afirmar que «la
ciencia estaba equivocada», pasando por alto que ese
nuevo descubrimiento es, por sí mismo, prueba de la
plena vigencia y validez de la ciencia en tanto que
método, puesto que fue la propia ciencia, con sus
procedimientos, criterios y exigencias, la que obtuvo
la novedad en cuestión y se autocorrigió. De manera
que la ciencia no estaba equivocada, aunque algunas
de sus conclusiones provisionales puedan haber sido
erróneas4.
Pues bien, es esta distinción entre el método y sus
resultados lo que nos interesa poner de relieve en re-
lación con los temas anunciados por el título de este
libro: también en el campo del marxismo se ha pre-
sentado el mismo problema, y se ha tendido a con-
fundir y revolver lo uno con lo otro. Por ello, nos pa-
rece necesario diferenciar al materialismo dialéctico
como método, esto es como conjunto de procedi-
mientos, criterios, estipulaciones e instrumentos
para la investigación de la realidad empírica, del
marxismo en tanto que cuerpo o sistema doctrina-
rio, esto es como conjunto organizado de asertos,
afirmaciones, hallazgos y conclusiones, obtenidos

4
En este sentido, la ciencia en tanto que método jamás se equivoca: tiene plena
conciencia de que sus hallazgos siempre son provisionales y perfectibles, y está
siempre en un proceso continuo de autocorrección. Esta es tal vez la diferencia
clave que hace a la ciencia tan vastamente superior a las religiones: mientras la
ciencia construye y corrige continuamente sus verdades, las religiones parten
de «verdades» absolutas, eternas e inmutables, supuestamente reveladas a los
humanos por algún ente o fuerza de carácter sobrenatural.
18
con la aplicación correcta o no de aquel método, al-
gunos de los cuales siguen teniendo validez mientras
otros ya la han perdido o incluso nunca la tuvieron.
Así pues, en lo sucesivo a todo lo largo de este li-
bro, cada vez que mencionemos el «materialismo
dialéctico» deberá entenderse que nos referimos a
éste en tanto que «método de investigación» y no en
tanto que «cuerpo doctrinario», distinción de impor-
tancia crítica en vista de los equívocos a que ha con-
ducido el uso por la tradición soviética-leninista del
término en este último sentido, que nos parece ente-
ramente errado5. Y por otra parte, cuando mencione-
mos el «marxismo», lo haremos para referirnos al
«cuerpo doctrinario» que ha resultado de la aplica-
ción del primero, y al conjunto de prácticas intelec-
tuales, políticas y organizativas construidas sobre
ese cuerpo doctrinario.
Hecha esta aclaración, volvamos ahora al título
del libro. La frase «método del marxismo» allí in-
cluida hace referencia, de conformidad con lo que
acabamos de establecer, al método de investigación

5
Dice al respecto Ludovico Silva: «Para Marx, como él mismo lo confiesa, la dialéc-
tica era un método. Pero nada más que un método; en forma alguna se trataba de
un sistema. Lo malo es que los marxistas, entre ellos el mismísimo Engels, han que-
rido convertir lo que era un método en un sistema completo, una concepción filosó-
fica del mundo en la que caben todas las cosas que ha querido parir nuestro uni-
verso. Engels, en su Dialéctica de la naturaleza, construyó una dialéctica ‘marxista’
que poco tiene que ver con Marx. Lo mismo, siguiendo sus pasos, hizo Lenin» (Silva:
Alienación, p. 24; énfasis del original), lo que contradice y anula la intención
científica y antiideológica predominante en el genuino materialismo dialéctico,
al convertirlo apenas en una nueva filosofía. Es de interés observar que Engels
en particular, aunque efectivamente cometió tal error en su última obra incon-
clusa, unos años antes había rechazado abierta y explícitamente los sistemas fi-
losóficos exhaustivos como formas de «seudociencia engreída», y hasta se había
mofado crudamente de la tendencia de sus coterráneos a hacer tales cosas:
«Desde hace algún tiempo, en Alemania han brotado por docenas de la noche a la
mañana, como hongos, los sistemas de cosmogonía, de filosofía de la naturaleza en
general, de política, de economía, etc. Ni el más insignificante doctor pilosophiae,
ni un simple estudiante, se conformará con nada menos que un ‘sistema’ completo
[…] y así como en economía se asume que cada consumidor debe ser un conocedor
de todas las mercancías que tiene ocasión de adquirir para su manutención, así se
deben hacer ahora asunciones similares en el campo de la ciencia. Se acepta que la
libertad de ciencia significa que la gente puede escribir sobre cualquier materia que
no ha estudiado, y esto es presentado como el único método estrictamente cientí-
fico» (Engels: «Anti-Dühring», pp. 6-7).
19
del que se ha derivado el marxismo en tanto que
cuerpo doctrinario y conjunto de prácticas. En otras
palabras, esa frase hace referencia al materialismo
dialéctico, método de investigación que pretende es-
tudiar, describir y comprender los entes y fenóme-
nos de la naturaleza y de la historia partiendo de dos
estipulaciones fundamentales, la primera de las cua-
les lo hace «materialista» en tanto que la segunda lo
hace «dialéctico»: a) esos entes y fenómenos tienen,
en última instancia, una base material, y son expre-
siones de la materia en sus diversas manifestacio-
nes; y b) esos entes y fenómenos responden a proce-
sos fluidos y continuos de movimiento, conflicto,
cambio y transformación. En consecuencia, el mé-
todo materialista dialéctico debe contraponerse, por
un lado, a las metafísicas, materialistas o no, que
abordan los entes y fenómenos del universo como
objetos de investigación fijos, rígidos, estáticos o ais-
lados; y por el otro lado a los idealismos, dialécticos o
no6, que pretenden interpretarlos como expresiones
de entidades inmateriales.
Ahora bien, como argumentaremos más adelante
en el primer capítulo, tales estipulaciones del mé-
todo materialista dialéctico son consistentes con las
del método general de la ciencia. En otras palabras,
afirmamos que ambos métodos son, en cuanto a sus
supuestos fundamentales, sustancialmente el mis-
mo. Pero, caveat lector, la validez de esta última afir-
mación, que no debería sorprender ni alarmar a na-

6
Hay en efecto a lo largo de la historia de la filosofía numerosos ejemplos tanto de
materialismo metafísico como de dialéctica idealista. Entre los primeros, pode-
mos incluir las doctrinas de los filósofos atomistas de la antigua Grecia, en espe-
cial Demócrito y Epicuro, a cuyo estudio, muy significativamente, se dedicó
Marx en su tesis doctoral. Y entre los segundos, el principal y más destacado caso
es el de Georg Wilhelm Hegel, a cuyas doctrinas, no menos significativamente,
estuvo afiliado el joven Marx hasta que las volteó y las puso «sobre sus pies»
(Marx: «Capital I», p. 25) para adoptar definitivamente el punto de vista materia-
lista y dialéctico.
20
die aunque probablemente lo haga, depende por en-
tero de que pongamos decididamente el énfasis en
aquellas dos estipulaciones fundamentales que
identificamos en el anterior párrafo, y en conse-
cuencia, dejemos de lado cualquier pretensión de
que el materialismo dialéctico sea o pueda llegar a
ser un «sistema filosófico» omnímodo y omnipo-
tente, y sometamos a las llamadas «tres leyes de la
dialéctica», en particular, a un riguroso escrutinio7.
En cuanto a estas últimas, nos parece más que
evidente que no se trata de «leyes» en el sentido que
este término tiene por ejemplo en las ciencias físico-
naturales, es decir como regularidades universales
de estricto y obligatorio cumplimiento; y más aún,
que en numerosas ciencias, particularmente en las
sociales, no hay lugar para ley alguna entendida en
ese sentido. Y sin embargo, nos parece igualmente
indiscutible que las tres supuestas leyes dialécticas
son no sólo aplicables sino apropiadas y utilísimas
como herramientas para la investigación e interpre-
tación en general de toda clase de fenómenos. En
este sentido, las llamadas leyes dialécticas son com-
parables a sus similares positivistas: el error en am-
bos casos consiste en haber hipostasiado y conver-
tido en predicciones absolutas y universales, enun-
ciados que en realidad apenas describen, con un ni-
vel aceptablemente satisfactorio de aproximación,
ciertas tendencias efectivamente observables en el

7
La versión estándar de las «tres leyes» tiene su fuente en las obras tardías de En-
gels, y especialmente en el voluminoso conjunto de anotaciones dispersas y frag-
mentos inconclusos conocido como Dialéctica de la naturaleza, preparado entre
1876 y 1882: «Es por lo tanto de la historia de la naturaleza y las sociedades huma-
nas que son abstraídas las leyes de la dialéctica. Pues no son otra cosa que las leyes
más generales de estos dos escenarios del desarrollo histórico, y del propio pensa-
miento. Y de hecho pueden ser reducidas en general a tres: la ley de la transforma-
ción de la cantidad en cualidad y viceversa, la ley de la interpenetración de los
opuestos, la ley de la negación de la negación. Las tres fueron desarrolladas por
Hegel a su manera idealista sólo como leyes del pensamiento» (Engels: «Dialec-
tics», p. 356).
21
mundo empírico. Numerosos fenómenos de las más
diversas clases tienden de hecho a seguir el patrón
de comportamiento descrito por los enunciados de
las supuestas leyes dialécticas, y es por lo tanto más
que razonable que los investigadores mantengan
siempre esos enunciados a la vista para orientar su
trabajo, pero es por completo equivocado que los uti-
licen como respuestas prefabricadas o fórmulas pro-
féticas aplicables a todos y cada uno de los fenóme-
nos del universo, lo que, al dar prioridad a las ideas
sobre los hechos y al abordar la investigación con
preconceptos fijos y estáticos, entra en contradic-
ción flagrante con las dos estipulaciones fundamen-
tales del método establecidas más arriba8.
Proponemos, en suma, que el método materia-
lista dialéctico es la forma particular que adoptó el
método científico en las apenas emergentes ciencias
sociales durante su infancia, entre el segundo tercio
del siglo XIX y mediados del siglo XX. En consecuen-
cia, con el transcurrir de las décadas probablemente
habría tendido a disolverse dentro del método gene-
ral de la ciencia, desde luego respetando las restric-
ciones y particularidades impuestas a cada una de

8
En las páginas de Dialéctica es posible encontrar diversas muestras del empeci-
namiento de su autor en absolutizar las supuestas leyes incluso llevando la con-
traria a los hallazgos y conclusiones de las ciencias físico-naturales. Un notable
ejemplo es la negativa de Engels a contemplar siquiera la posibilidad de que el
segundo principio de la termodinámica, inicialmente enunciado a lo largo de las
décadas de 1850 y 1860 por el físico Rudolf Clausius, sea válido. Puesto que ese
segundo principio postula que la entropía de todo sistema aislado tiende a un
máximo, y que por lo tanto el universo puede llegar a alcanzar el estado irrever-
sible de «muerte térmica», lo que supone la detención definitiva de todo proceso
y contradice la vigencia absoluta y universal de las supuestas leyes dialécticas,
Engels lo declara «absurdo». El error principal de Engels en este caso no consiste
en su comprensión incompleta y defectuosa de un postulado que para la época
era todavía relativamente novedoso y controversial, sino en haber invertido los
términos de la verificación científica y haber declarado a priori su confianza ab-
soluta en que esta contradicción sería solucionada en el futuro de conformidad
con las leyes dialécticas: «será resuelta, tan seguramente como que es cierto que
no hay milagros en la naturaleza» (Engels: «Dialectics», pp. 562-563). El desarrollo
de la ciencia a lo largo de los más de 140 años transcurridos desde que Engels
escribió esas palabras, apunta, por el contrario, hacia la confirmación de la vali-
dez del segundo principio de la termodinámica de Clausius, hoy universalmente
reconocido como «ley».
22
las ciencias particulares por la naturaleza de sus res-
pectivos objetos de estudio, al mismo tiempo que su
producto principal, la doctrina marxista, probable-
mente habría sido universalmente asimilada dentro
del conjunto de las ciencias sociales y luego actuali-
zada, corregida y superada una y otra vez (como ocu-
rrió, por ejemplo, con el «newtonismo» o el «darwi-
nismo» en los campos respectivos de las ciencias fí-
sicas y las ciencias biológicas), de no haber sido de-
bido a causas por completo ajenas y externas a la di-
námica de la propia ciencia: por una parte, la resis-
tencia de los defensores del statu quo económico, so-
cial y político, quienes comprendieron la amenaza
que las incipientes ciencias sociales representaban
para el orden establecido y por lo tanto las rechaza-
ron y distorsionaron; y por la otra parte, la obceca-
ción fanática de quienes, creyendo exaltarlos, redu-
jeron al materialismo dialéctico y sus productos a la
condición de nueva ideología y acabaron desdibu-
jando y hasta anulando su legítima condición cientí-
fica.
La oposición de los unos y el empecinamiento de
los otros desde el siglo XIX, ambos agravados luego a
lo largo del siglo XX en el contexto de la llamada
«guerra fría», contribuyeron a endurecer y ensan-
char el hiato inicial entre el mainstream de la cien-
cia, de un lado, y el materialismo dialéctico y el mar-
xismo, del otro; y así, excluidos de las corrientes
científicas de avanzada y privados de sus aires vivi-
ficadores, estos dos últimos se atrincheraron en sus
posiciones, se fueron asfixiando en la incesante re-
petición de frases hechas y lugares comunes, se en-
quistaron y detuvieron su avance genuino, y hasta se
empeñaron en promover y defender a capa y espada
postulados, conceptos y procedimientos que ya ha-
23
bían quedado anticuados o incluso que estaban cla-
ramente divorciados de la ciencia genuina. Nació así
el mito de la supuesta «ciencia proletaria» en oposi-
ción a la «ciencia burguesa», mito cuyos efectos fue-
ron desde luego devastadores en el ámbito de las
ciencias sociales y la política, pero alcanzaron in-
cluso a extenderse hasta el de las ciencias físicas y
naturales9.
Desde el punto de vista de la ciencia, su dinámica
interna y su desarrollo, carece por completo de sen-
tido hoy, como siempre, insistir en la supuesta espe-
cificidad del marxismo y su método: no poseen éstos
nada radicalmente excepcional o diferente que jus-
tifique el exabrupto de mantenerlos dentro de un es-
tanco separados del resto de la ciencia. Esa obstina-
ción sólo se puede comprender como efecto directo
del contexto de agudas confrontaciones políticas que
se desarrollaron en el mundo a lo largo del último si-
glo y medio, y de las que el materialismo dialéctico y
sus productos fueron uno de los focos centrales.
Pero, más allá de cualquier intento de explicación
histórica de semejante disparate, lo que queda claro
es que su balance objetivo ha sido indiscutiblemente
negativo, tanto para la ciencia en general como, es-
pecialmente, para el marxismo, que acabó por ser
desnaturalizado y casi aniquilado. Aquí llegamos

9
Viene a la mente, entre otros, el caso del llamado «lysenkoísmo», doctrina seu-
docientífica fundada por el agrónomo soviético Trofim Lysenko, quien recha-
zaba los fundamentos de la moderna genética científica porque parecían con-
tradecir los postulados del llamado «marxismo-leninismo». Tal doctrina fue
adoptada a partir de la década de 1930 por las autoridades de la antigua Unión
Soviética como versión oficial de la biología, con exclusión (a menudo violenta)
de cualquier otra posibilidad, lo que causó un gravísimo retraso en el desarrollo
científico del país y, de paso, contribuyó al debilitamiento de su agricultura y su
economía en general. Fue sólo en 1965, 12 años después del establecimiento de-
finitivo de las bases moleculares de la herencia genética por James Watson y
Francis Crick, y con la biología soviética hecha añicos, cuando Lysenko fue re-
movido de su alto cargo en la Academia de Ciencias de la Unión Soviética y su
doctrina fue por fin denunciada por las autoridades de ese país como falsa cien-
cia. Para más detalles de este vergonzoso caso, y también para una crítica de la
teoría de las «dos ciencias», vid. Lecourt.
24
justamente al tema central de este libro: la necesidad
de rescatar el carácter científico del método mate-
rialista dialéctico e insuflar desde allí a la doctrina
marxista toda un nuevo aire que la salve de la irrele-
vancia a que ha sido reducida, tanto por las acciones
de sus oponentes como, trágica paradoja, por las ter-
giversaciones de quienes deberían ser sus más fer-
vientes defensores. Haremos incluso algunas suge-
rencias al respecto, particularmente en los capítulos
tercero y cuarto.
Y cerramos ahora esta introducción por donde la
empezamos: con unas pocas palabras acerca del
cálculo infinitesimal y las matemáticas en general.
Como se verá en el segundo capítulo, el estudio de las
matemáticas superiores, y especialmente del cálculo
infinitesimal, acabó por convertirse en una autén-
tica pasión para Marx durante las décadas finales de
su vida. Tómese en cuenta que, en la segunda mitad
del siglo XIX, el marxismo estaba a la vanguardia del
proceso de formación de las apenas nacientes cien-
cias sociales: los conceptos que Marx había venido
elaborando desde aproximadamente 1848 eran para
el momento, efectivamente, el state-of-the-art de la
ciencia en su campo particular. Y como científico de
punta, Marx asumió la tarea de mantenerse al día
con los más recientes desarrollos y logros en la inves-
tigación en todos y cada uno de los campos de la cien-
cia. Está ampliamente documentada, tanto por vía
de sus propias confesiones como por los testimonios
de diversos contemporáneos, la dedicación con que
tanto Marx como Engels se ocupaban de esta tarea,
estudiando toda clase de libros y artículos sobre las
más diversas ciencias10. Pues bien, para la época, el

10
«El profundo interés mostrado por Marx y Engels en las ciencias naturales y el desa-
rrollo de la tecnología no era ni ocasional ni temporal, y se hizo evidente desde muy
25
cálculo infinitesimal estaba siendo utilizado de ma-
nera cada vez más general y cada vez más productiva
en todas esas ciencias a las que dedicaban su aten-
ción; no debería sorprendernos por lo tanto que ha-
yan intentado mantenerse al día también en cuanto
al desarrollo de los conceptos y herramientas de la
matemática, y hasta hayan procurado incorporarlos
a sus propios empeños científicos.
En el proceso de esos empeños, Marx comprendió
que, a fin de distanciarse definitivamente de las
ideologías, necesitaba dar expresión sistemática, es-
tricta y precisa a sus enunciados, y desarrollar herra-
mientas apropiadas para el abordaje riguroso y obje-
tivo de los hechos de la realidad empírica; es decir,
adquirió conciencia de la necesidad de contar con
instrumentos de base matemática. Así, Marx llegó en
su etapa madura a la convicción de que sin las mate-
máticas no hay posible crecimiento en las ciencias;
como veremos, en no pocos de sus escritos de madu-
rez es posible hallar indicaciones de que, como con-
secuencia de esa convicción, Marx aspiraba a desa-
rrollar un aparato conceptual, analítico y expresivo
de base matemática, capaz de servirle para la forma-
lización rigurosa y la validación de sus hipótesis
acerca de la naturaleza de los sistemas económicos y
sociales.
Desafortunadamente, los estudios de Marx sobre
el cálculo infinitesimal y otras materias matemáti-
cas permanecieron inéditos y desconocidos por mu-
chas décadas, y compartieron en este sentido el

temprano. Su rango de intereses en las ciencias naturales era muy amplio; seguían
con atención todos los descubrimientos notables en biología, anatomía, fisiología,
astronomía, física, química y otras ciencias. Además, cada uno tenía sus intereses
especiales. Marx estaba muy ocupado con las matemáticas y las ciencias naturales
aplicadas, así como con la historia de la ingeniería y la agroquímica […] Engels es-
taba más familiarizado con los logros de la física y la biología, y dedicaba mucha
atención a los problemas teóricos de las ciencias naturales.» (Smirnova, p. XXVI).
26
mismo destino de sus reflexiones acerca de las ideo-
logías, circunstancias ambas que contribuyeron a al-
terar profundamente el devenir posterior de la doc-
trina que se originó a partir de sus obras e ideas. En
efecto, tanto los Manuscritos matemáticos de Marx
como La ideología alemana sólo fueron publicados
mucho después de la muerte de sus autores, cuando
ya se había entronizado dentro del llamado mar-
xismo una perspectiva dominante caracterizada por
una pesadísima carga ideológica y una gran laxitud
en materia de los rigores metódicos de la ciencia en
general, rasgos ambos que contrarían abiertamente
las preferencias y opiniones del propio Marx, y que
sentaron las bases para la progresiva deformación
del marxismo y su conversión en una ideología más,
en muchos sentidos en las antípodas de la ciencia a
que él aspiraba.

27
E n 1921, durante su primera visita a Estados Uni-
dos, Albert Einstein dictó una serie de conferen-
cias acerca de las teorías especial y general de la re-
latividad, cuyo texto llegaría a ser considerado como
uno de los documentos fundamentales sobre el te-
ma. Apenas iniciada la primera de esas conferencias,
cuando recién comenzaba a establecer las bases pre-
liminares para su exposición acerca de los conceptos
de tiempo y espacio, Einstein creyó necesario dejar
sentada su evaluación del papel que la filosofía ha ju-
gado a lo largo de la historia de las ciencias físicas:
Estoy convencido de que los filósofos han tenido un
efecto pernicioso sobre el progreso del pensamiento
científico, por haber trasladado del dominio del em-
piricismo, donde habrían quedado bajo nuestro con-
trol, a las alturas intangibles de lo a priori, ciertos con-
ceptos fundamentales. Pues, aunque pudiera parecer
que el universo de las ideas no es deducible de la ex-
periencia por medio de la lógica, sino que es en cierto
sentido una creación de la mente humana sin la cual
no hay ciencia posible, en realidad este universo de
las ideas es tan poco independiente de la naturaleza
de nuestras experiencias como la ropa lo es de la
forma del cuerpo humano. Esto es particularmente
verdadero acerca de los conceptos de tiempo y espa-
cio, a los cuales los físicos, forzados por los hechos,
han debido hacer descender del Olimpo de lo a priori
a fin de adecuarlos y ponerlos en condición de ser uti-
lizados. (Einstein: Meaning, pp. 3-4)
28
Claramente, puesto que en lo sucesivo habría de
confrontar y cuestionar las concepciones de tiempo
y espacio desarrolladas y generalmente aceptadas
desde los tiempos de la antigüedad clásica griega y a
lo largo de los siglos bajo la influencia del pensa-
miento de base filosófica, Einstein juzgó conve-
niente marcar desde el principio su distancia frente
a las especulaciones y reivindicar la prioridad del
reino de lo empírico sobre el de las ideas. En ciencia,
dice Einstein, los hechos mandan y las abstracciones
deben obedecer.
Por ello, incluso la noble geometría euclidiana,
construida sobre la base de un sistema de pensa-
miento axiomático autorreferencial y recursivo1,
esencialmente desconectado de la experiencia obje-
tiva, debía ser sometida a juicio. En efecto, la geome-
tría euclidiana, paradigma de sistema axiomático, se
dedica a la formulación de conexiones internamente
consistentes entre sus propios enunciados o propo-
siciones, sin tomar en cuenta en general si existe o
no algún grado de correspondencia entre esos enun-
ciados y los entes y fenómenos del mundo empírico2.
Esta es una característica no sólo de la geometría
euclidiana, sino también de la silogística aristotélica
y, en general, de todos los sistemas lógico-formales

1
Es decir que cada nuevo enunciado formal es construido y validado sobre la base
de enunciados de la misma clase que ya fueron previamente establecidos y acep-
tados, cada uno de los cuales a su vez fue construido y validado sobre enunciados
similares todavía anteriores, y así sucesivamente hasta alcanzar los axiomas,
enunciados primarios considerados evidentes e indiscutibles, a partir de los cua-
les se inicia la cadena de construcciones.
2
Unos años antes, en otro de sus textos más conocidos, Einstein ya había expuesto
sus observaciones críticas acerca de lo inadecuado que resulta para las ciencias
físicas el método deductivo axiomático de la geometría euclidiana: «Una propo-
sición geométrica es por lo tanto correcta (‘verdadera’) cuando ha sido derivada de
los axiomas por el procedimiento reconocido […] El concepto ‘verdad’ no se compa-
dece con las proposiciones de la geometría pura, pues con esa palabra designamos
siempre por costumbre la correspondencia entre una afirmación y un objeto ‘real’;
la geometría, sin embargo, no se preocupa por la relación entre las ideas que sos-
tiene y los objetos de la experiencia, sino sólo por la conexión lógica de esas ideas
entre ellas.» (Einstein: Relativity, p. 2).
29
deductivos, más preocupados por la correcta cons-
trucción y concatenación de sus proposiciones o
enunciados de conformidad con ciertas reglas, que
por la comprobación de la veracidad empírica de
esas proposiciones. En todos ellos queda garantizado
que, si se siguen con el rigor requerido las reglas del
caso, la conclusión a que se arribe siempre será for-
malmente válida; pero sólo se podrá garantizar que
sea también empíricamente verdadera si las propo-
siciones iniciales o premisas, lo son. Y esto último, a
su vez, sólo puede ser asegurado por medio de la pre-
via confrontación directa con el mundo real, acto ex-
traño por definición a todas las formas del método
deductivo clásico.
Así, la práctica geométrica clásica, y la de la ma-
temática en general, procura construir, en estricta
concordancia con las reglas internas de su propio
sistema, demostraciones formales, esto es, secuen-
cias ordenadas de ideas de creciente complejidad y
especificidad, desde los axiomas, o postulados ele-
mentales generales que siempre se asumen a priori
como válidos sin necesidad de demostración, hasta
los teoremas y corolarios, o enunciados particulares.
El hecho de que sus resultados correspondan con fre-
cuencia a verdades objetivas, esto es a afirmaciones
efectivamente aplicables al mundo empírico, puede
ser considerado como un accidente afortunado3,
3
Efectivamente, buena parte del trabajo de los matemáticos carece de relevancia
directa en el mundo empírico. Por ejemplo, no hay aplicación extramatemática
alguna para la prueba formal de la llamada «última conjetura de [Pierre de] Fer-
mat», problema fascinante cuya solución ocupó los esfuerzos de generaciones
enteras de matemáticos por más de 350 años. Tal vez se podría argumentar que
la propia conjetura –la expresión 𝑐 𝑛 = 𝑎𝑛 + 𝑏 𝑛 , con 𝑎, 𝑏, 𝑐, 𝑛 enteros y positivos, ca-
rece de validez para todo 𝑛 > 2– tiene en cierto sentido aplicación objetiva cada
vez que no hacemos uso de una espuria versión n-dimensional del teorema de
Pitágoras; pero en cambio, es enteramente inimaginable que la complejísima
prueba de la conjetura (ahora teorema) resulte alguna vez relevante por sí
misma en el mundo extramatemático. Debe observarse, no obstante, que, a lo
largo del proceso colectivo y acumulativo de construcción de la prueba formal
de cualquiera de los numerosísimos problemas y enunciados matemáticos del
mismo género, se obtienen en general resultados parciales que, aunque casi
30
ajeno en principio al sistema de pensamiento axio-
mático, cuya preocupación central, lo repetimos, es
la validación y preservación de su propia consisten-
cia interna4.
Para los intelectuales griegos, y para quienes si-
guieron sus huellas a lo largo de los siglos, resultaba
natural el extender semejante método, que demos-
tró ser altamente exitoso dentro de los confines del
reino de la geometría, a cualquier otro campo de es-
tudio, y así lo hicieron efectivamente. No se olvide
que en Grecia no había distinción alguna entre las
dos formas de pensamiento que hoy en día diferen-
ciamos con los términos contrapuestos «ciencia» y
«filosofía», y que los padres de la geometría y la ma-
temática en general, desde los propios Euclides y Pi-
tágoras en adelante, se reconocían como «filósofos»,
descripción que, en esa época y hasta muchos siglos
más tarde, solía abarcar a todo aquel que se dedicara
a cualquier labor del intelecto5.

No se olvide tampoco que tal amalgama difusa de


modos de pensamiento, que persistió a lo largo de la
historia de la cultura occidental bajo la doble protec-
ción de la academia escolástica y el dogmatismo re-

nunca directamente, sí guardan alguna relación con la realidad objetivamente


perceptible, y pueden por lo tanto llegar a tener aplicación efectiva en el mundo
material.
4
Afirma al respecto el eminente historiador de la matemática Carl Boyer que «la
matemática no es más que pensamiento postulacional, en el que, a partir de pre-
misas arbitrarias, se extraen conclusiones válidas. Si los postulados iniciales son o
no verdaderos en el sentido científico, es irrelevante; de hecho, las propias palabras
en que se expresan esos postulados son términos no definidos […] la característica
esencial de la matemática es su estructura lógica, y no alguna afirmación categó-
rica que pueda hacer acerca del mundo perceptible» (Boyer: Mathematics, pp. 649-
650).
5
Una muestra residual superviviente de ese antiguo estado de borrosidad concep-
tual, es el título de Philosophiae Doctor (PhD) con que, desde la Edad Media y to-
davía hasta hoy, se distingue a todos quienes alcanzan los máximos grados de
estudio académico, independientemente del campo particular del conocimiento
a que cada uno se haya dedicado.
31
ligioso, sólo comenzó a ser disuelta bajo el influjo
modernizador de la llamada «revolución científica»,
cuyas primeras clarinadas correspondieron a Nico-
laus Copernicus, Giordano Bruno y sus pares a lo
largo del siglo XVI, y cuyas batallas decisivas serían
comandadas en la primera mitad del siguiente siglo
por Galileo Galilei, Johannes Kepler y especialmente
Isaac Newton.
Hasta entonces, se asumía que ningún nuevo co-
nocimiento verdadero podía ser adquirido a partir
de la experiencia sensible, la cual sólo podía servir
para confirmar aquello que de antemano se daba
como cierto en virtud de principios preexistentes de
naturaleza axiomática, establecidos por la autoridad
intelectual tradicional y defendidos con el mayor
celo por los poderes religiosos y seculares. La apela-
ción a la autoridad de los maestros de la antigüedad
clásica griega, particularmente Aristóteles, era en
general censura suficiente para acallar y liquidar
cualquier esfuerzo de elaboración de nuevas concep-
ciones e interpretaciones del universo; pero cuando
la admonición de «magister dixit» no bastaba para
garantizar la preservación del orden intelectual tra-
dicional, siempre se podía recurrir en última instan-
cia al poder terrorífico del castigo eclesiástico6.
Tal estado de cosas resultó severamente lesio-
nado con la insurgencia de las nuevas dinámicas

6
La figura de Galileo resulta particularmente apropiada para ilustrar el funcio-
namiento de semejante dupla de mecanismos de represión, pues el astrónomo
italiano debió enfrentarse a ambos a lo largo de su vida. Así, en numerosas opor-
tunidades se vio obligado a confrontar a quienes pretendían acallarlo con el re-
curso de apelación a la autoridad aristoteliana: «en verdad aplaudo la lectura y
estudio cuidadoso de los escritos de Aristóteles, pero reprocho a aquellos que se le
entregan como esclavos hasta tal punto que suscriben ciegamente todo lo que dice,
y lo aceptan como decreto inviolable sin buscar otras razones» (Galileo, p. 112). Y
en última instancia, tras sus reiteradas reincidencias en opiniones consideradas
heréticas, Galileo debió padecer también los efectos del poder represivo directo
de la iglesia: fue juzgado por el tribunal de la Inquisición y condenado a prisión
de por vida.
32
académicas e intelectuales derivadas de la revolu-
ción científica. Más allá de las implicaciones políti-
cas contingentes derivadas de su reto a los poderes
seglares y religiosos establecidos, el contenido esen-
cial de ese movimiento fue el cuestionamiento pro-
fundo y radical del modo de pensamiento deductivo
y apriorístico que había dominado desde la antigüe-
dad clásica, y que había dificultado tremendamente
el desarrollo de las actividades de producción de co-
nocimientos acerca de los entes, fenómenos y proce-
sos del universo objetivo. El advenimiento de las
ciencias tal como hoy las conocemos, es consecuen-
cia de la primacía que obtuvieron a partir de enton-
ces el razonamiento inductivo y la perspectiva empi-
ricista.
El propio Newton asentó, de modo explícito e
inequívoco, esta primacía en su famosa sentencia
«hypotheses non fingo»7, con que rechazó la formula-
ción de enunciados explicativos o interpretativos no
emanados directamente de la consideración de los
hechos empíricos. En la «filosofía experimental»,
como Newton dio en llamar a las ciencias físicas y
naturales, no hay lugar para las abstracciones que no
hayan sido construidas a la luz de los propios fenó-
menos en estudio: «en esta clase de filosofía, las pro-
posiciones particulares deben ser inferidas de los fenó-

7
«Hasta ahora, hemos explicado los fenómenos de los cielos y los mares por el poder
de la gravedad, pero no hemos identificado todavía la causa de este poder […] Pero
hasta ahora no he sido capaz de descubrir la causa de esas propiedades de la gra-
vedad a partir de los fenómenos, y no forjo hipótesis; pues cualquier cosa que no
sea inferida de los propios fenómenos debe ser llamada hipótesis; y las hipótesis, ya
sean metafísicas o físicas, de naturaleza oculta o mecánica, no tienen cabida en la
filosofía experimental» (Newton, pp. 546-547; énfasis agregado). Debe observarse
que el uso de la palabra «hipótesis» por Newton no se corresponde exactamente
con el significado que hoy en día damos a ese término en el contexto del método
científico; de la misma manera que por «filosofía experimental» debemos en-
tender en este texto «ciencias físicas y naturales», por «hipótesis» debemos en-
tender más bien «conjetura» o «suposición».
33
menos, y después generalizadas por inducción.» (New-
ton, p. 547)

Desde luego, esto no significa en modo alguno


que el razonamiento deductivo haya quedado ex-
cluido del campo del pensamiento científico; de he-
cho, toda ciencia, tras haber recopilado los datos em-
píricos y haber extraído de ellos por vía inductiva el
germen de una teoría, es decir una construcción abs-
tracta y generalizadora, necesariamente debe recu-
rrir a la deducción para regresar del plano de lo abs-
tracto general al de lo concreto particular, y confir-
mar y enriquecer así la construcción en desarrollo.
Se establece de esta forma un vaivén dialéctico entre
ambos modos de pensamiento: del plano de lo fáctico
al de lo teórico por la vía inductiva, y de regreso por
la vía deductiva8. En el primer movimiento, se debe
partir de los datos empíricos; procesarlos a fin de
identificar posibles patrones de regularidad en los
fenómenos en estudio; y construir a partir de tales
patrones una formulación general que describa, ex-
plique e interprete esos fenómenos. Y en el segundo
movimiento, se debe confrontar esa formulación ge-
neral, que tiene por ahora el carácter de hipótesis de
trabajo, tanto contra los datos empíricos originales
como contra otros nuevos a fin de verificar su ajuste;

8
Dice al respecto Einstein: «Desde un punto de vista teórico sistemático, podemos
imaginar la evolución de una ciencia empírica como un proceso continuo de induc-
ción. Las teorías surgen de un gran número de observaciones individuales, y son
expresadas en el corto plazo como afirmaciones acerca de éstas en la forma de leyes
empíricas, de las cuales las leyes generales pueden ser extraídas por comparación.
Visto de este modo, el desarrollo de una ciencia se parece en algo a la compilación
de un catálogo clasificado. Es, en cierta manera, una empresa puramente empírica.
Pero este punto de vista de ninguna manera abarca la totalidad del proceso, pues
ignora el importante rol jugado por la intuición y el pensamiento deductivo en
el desarrollo de la ciencia. En cuanto una ciencia emerge de sus etapas iniciales,
los avances teóricos ya no son obtenidos puramente por un proceso de clasifica-
ción.» (Einstein: Relativity, p. 148; énfasis agregado)
34
en caso de concordancia, se puede dar por probada la
hipótesis y cabe elevarla a la condición de teoría o ley
según el caso, y en caso de discordancia, se hace ne-
cesario modificarla sustancialmente o incluso dese-
charla por completo y recomenzar.
Y por supuesto, la matemática hoy sigue siendo
tan impensable sin el método deductivo axiomático
como lo era antes del siglo XVII. Sus afirmaciones y
desarrollos se refieren, al fin y al cabo, a entes abs-
tractos e imaginarios creados por ella misma, y su
validación depende por entero de su estricto apego a
sus propias reglas de composición interna y del man-
tenimiento de la consistencia de la estructura con-
ceptual y semiológica que ella misma se ha cons-
truido. Tal vez sea prudente aclarar que, al afirmar la
autonomía de la matemática frente al mundo de lo
empírico, de ninguna manera ponemos en duda que
también ésta, como toda ciencia y en general toda
idea, tuvo indiscutiblemente su inspiración primera
en los hechos objetivos y las realidades del mundo
material9. Sin embargo, en algún momento particu-
lar de su desarrollo, que la mayoría de los historiado-
res ubican en la Grecia clásica, la matemática dio un
giro crucial hacia la abstracción y el pensamiento ló-
gico-deductivo10 y se distanció decisiva y permanen-
temente de la consideración de aquellas realidades

9
Con las miras siempre puestas en ratificar la primacía del punto de vista mate-
rialista, Engels afirma al respecto que «No es verdad que en la matemática pura
la mente se ocupa únicamente de sus propias creaciones e imaginaciones […] Como
todas las otras ciencias, las matemáticas también surgieron de las necesidades del
hombre: de la medida de las tierras y el contenido de los recipientes al cálculo del
tiempo y de la mecánica.» (Engels: «Anti-Dühring», pp. 35-36; énfasis del origi-
nal).
10
«La ciencia griega tenía sus raíces en una curiosidad altamente intelectual que con-
trastaba con la inmediatez utilitaria del pensamiento prehelénico […] Aquí vemos
una matemática francamente distinta de la de los egipcios y babilonios. Ya no se
trataba de la aplicación práctica de una ciencia de los números a alguna faceta de
la experiencia vital, sino de una investigación teórica relacionada con la diferen-
ciación fina entre la precisión de una aproximación y la exactitud del pensamiento
[…] En el mundo griego la matemática estaba más relacionada con la filosofía que
con los asuntos prácticos» (Boyer: Mathematics, pp. 70-71; énfasis agregado).
35
empíricas de las que se había nutrido en sus prime-
ras fases.
Esto diferencia a la matemática y la lógica del
resto de las ciencias; de hecho, es posible establecer
una gran clasificación del conjunto de las ciencias
precisamente sobre la base de este criterio: de un
lado las «ciencias formales», cuyos enunciados, con-
sistentes en relaciones entre signos definidos por
ellas mismas, son construidos siguiendo un método
que parte de un conjunto de axiomas y trabaja de
arriba hacia abajo, es decir de lo general a lo particu-
lar, y son validados por medio de demostraciones
formales de naturaleza lógico-simbólica; y de otro
lado las «ciencias fácticas», cuyos enunciados, con-
sistentes en afirmaciones referidas principalmente
a objetos y sucesos extracientíficos, es decir empíri-
cos, son inicialmente construidos de abajo hacia
arriba, es decir de los datos a las generalizaciones, y
son validados por medio de la experimentación o la
confrontación con la realidad observable (Bunge, pp.
11-12)11.
Cabe agregar aquí una breve precisión acerca de
la relación entre las unas y las otras: las ciencias for-
males investigan las condiciones y reglas generales
para la construcción, sistematización rigurosa, vali-
dación y formalización de cualquier teoría, y ocupan

11
Abundan los esfuerzos de clasificación de las ciencias que coinciden en líneas
generales con el que aquí presentamos. Uno de los más antiguos y destacados
ejemplos de esto es el del clásico historiador de la ciencia William Whewell,
quien distinguía las «ciencias deductivas» de las «ciencias inductivas». Entre las
primeras, Whewell, incluye a todas las ramas de la matemática y a la lógica; y
entre las segundas a las diversas ramas de la física («mecánica», «óptica»), la quí-
mica, la biología («fisiología») y la astronomía. Whewell incluye también entre
las inductivas a las hoy llamadas ciencias sociales, aunque se excusa de cubrirlas
en su libro (Whewell, pp. 15-16). Resulta interesante señalar que, entre los diver-
sos desaciertos de Dialéctica de la naturaleza, se cuenta un breve y confuso frag-
mento en que Engels parece atribuir a Whewell la opinión de que las «ciencias
puramente matemáticas» pertenecen al campo de las ciencias inductivas, aun-
que lo que éste efectivamente sostiene es precisamente lo contrario (Engels:
«Dialectics», p. 507).
36
por lo tanto el lugar central en el sistema de las cien-
cias; las segundas, en cambio, investigan de modo
particular los entes y hechos de cada parcela especí-
fica del mundo de lo empírico, utilizando para ello
los recursos conceptuales, instrumentales y expresi-
vos desarrollados por las primeras.
No se trata, pues, de negar al modelo de pensa-
miento deductivo top-down su legítimo lugar en la
actividad científica. Pero de lo que sí se trata es de
dejar firmemente sentado el criterio de que en las
ciencias fácticas –es decir las que se ocupan de des-
cribir, interpretar y explicar los entes, eventos y pro-
cesos del mundo objetivo, tanto naturales como cau-
sados por la actividad humana– la prioridad corres-
ponde al modelo de pensamiento inductivo bottom-
up: de los datos empíricos hacia las ideas acerca de
aquellos. El problema que intentamos identificar, y
que dio lugar a las demoledoras sentencias de Eins-
tein y Newton citadas más arriba, no nace, insisti-
mos, de la propia naturaleza del método deductivo,
que es no sólo perfectamente útil sino incluso im-
prescindible para el desarrollo de la ciencia, sino de
su aplicación ilegítima fuera del campo en el que le
corresponde efectivamente la primacía12.
Y en cuanto a la filosofía, lo que de ella conserva
interés y vigencia son, por un lado, los ámbitos de es-
tudio que se le fueron desprendiendo, progresaron
por su propia cuenta, y se convirtieron en los campos
de la matemática y las varias ciencias fácticas; y por
otro lado, los procedimientos y herramientas de aná-

12
Así describió el problema en cuestión Boyer: «Una vez que la deducción pitagórica
a priori obtuvo un éxito notable en su propio campo, se intentó (en forma indebida,
como ahora sabemos) aplicarla a la descripción del mundo de los eventos […]. Este
enfrentamiento del problema, aunque altamente racional y no completamente fa-
llido, representaba sin embargo una inversión del procedimiento correcto en las
ciencias, pues relegaba a la inducción al segundo plano frente a la deducción.» (Bo-
yer: Calculus, p. 18; énfasis agregado).
37
lisis e inferencia que ella forjó y que luego también
se le desgajaron, se transformaron en las diversas ra-
mas de lo que conocemos como lógica, y pasaron
junto con la matemática a formar parte del conjunto
de las ciencias formales. Esto es, mantiene vigencia
todo aquello que dejó de ser filosofía en sentido es-
tricto y fue reclamado, transformado y reutilizado
por las ciencias según hoy las conocemos. Pero de la
filosofía propiamente tal, entendida como reflexión
acerca de las cuestiones fundamentales y transcen-
dentales de la vida y el universo, poco queda que con-
serve todavía algún interés para el pensamiento mo-
derno.
Es cierto que en los últimos siglos, a medida que
la revolución científica iba despojando a la filosofía
de sus dominios tradicionales, se han venido desa-
rrollando con cierto dinamismo nuevos campos de
estudio y reflexión bajo el rótulo genérico de «filoso-
fía», en particular el denominado «filosofía de la
ciencia», estrechamente asociado con el de la «epis-
temología»13. Pero debe notarse que, en lugar de una
posible revitalización de la filosofía, el auge relativa-
mente reciente de estos campos señala precisa-
mente lo contrario: el progresivo sometimiento de la
filosofía al rol de disciplina ancilar de la ciencia. En
efecto, el desarrollo de la filosofía de la ciencia y la
epistemología, ocupadas en el esclarecimiento de los
fundamentos, métodos e implicaciones de la ciencia,
y en particular en el estudio de los criterios de vali-

13
Aunque la epistemología, entendida en su sentido original como «estudio del co-
nocimiento», tiene antecedentes a lo largo de la historia de la filosofía desde la
antigüedad clásica (Platón, Aristóteles), pasando por la Edad Media (Tomasso de
Aquino, Duns Scotus), hasta las disputas en los siglos XVII y XVIII entre raciona-
listas (René Descartes, Gottfried Leibnitz, Baruch Spinoza, Immanuel Kant) y
empiricistas (John Locke, David Hume, George Berkeley), su aparición plena, así
como la de la filosofía de la ciencia, sólo ocurre en la segunda mitad del siglo XIX.
Se puede considerar que ambas, entendidas en su sentido moderno, pertenecen
al campo de las ciencias formales.
38
dación del conocimiento producido por ésta, es un
claro indicio de que la filosofía como conjunto ha ce-
dido la primacía en la búsqueda de la verdad, y ha
aceptado su nueva condición subalterna y subsidia-
ria: ya no persigue por sí misma las respuestas a las
grandes preguntas del universo, sino que ayuda a la
ciencia a ser más eficaz y confiable en esa búsqueda.
En este sentido, en el marco de la historia general
de la humanidad y su inextinguible afán de saber
cada vez más y entender cada vez mejor, el pensa-
miento científico eventualmente llegó a sustituir al
filosófico, tal como mucho antes éste había despla-
zado a su vez al pensamiento mágico-religioso14. Esto
desde luego no significa de ninguna manera que los
dos últimos hayan desaparecido, lo que evidente-
mente no ha ocurrido, ni que vayan necesariamente
a extinguirse en algún momento futuro; pero sí que,
aunque sobrevivan, continúen cumpliendo ciertas
funciones sociales y culturales, y hasta recuperen
circunstancialmente algo de su antiguo esplendor e
influjo, ambos han sido decisivamente reemplaza-
dos por la ciencia como principal avenida hacia el co-
nocimiento de la verdad15.

14
Auguste Comte, considerado uno de los primeros filósofos modernos de la cien-
cia, proponía un modelo de la evolución de las sociedades humanas y sus formas
de búsqueda del conocimiento, compuesto de tres etapas en buena medida
análogas a las que hemos enumerado: la primera «teológica», durante la cual el
modo principal del pensamiento era el mítico o mágico-religioso; la segunda
«metafísica», caracterizada por la primacía de las abstracciones filosóficas; y la
tercera y última «positiva», en que emergen las ciencias propiamente tales con
su rigor, su racionalidad y su método empiricista inductivo (Comte, pp. 1-3). Lo
que nos parece criticable de este modelo, y de buena parte de las propuestas y
conceptos comtianos y positivistas en general, es que Comte lo presentaba como
una ley, es decir, como el enunciado de una regularidad universal, absoluta, es-
tricta e inevitable, y no como lo que en realidad es: la descripción, resultante de
la observación de hechos efectivamente acaecidos, de una tendencia muy fuerte
y clara, pero no mecánica, unilineal o inescapable, a lo largo de la historia de la
humanidad.
15
Acerca de la coexistencia entre los modos de pensamiento científico y precientí-
fico, el paleontólogo, historiador de la ciencia y activista político Stephen Jay
Gould propuso el criterio de los «magisterios no superpuestos», según el cual es
correcto y hasta deseable respetar a las diversas religiones y filosofías como
«magisterios» legítimos y válidos, cada una en su respectivo campo específico,
39
El proceso de constitución de las «ciencias socia-
les», rama de las ciencias fácticas dedicada al estudio
de los entes, fenómenos y procesos relativos a los se-
res humanos y sus sociedades, fue mucho más lento
y tardío que el de las a veces llamadas «ciencias exac-
tas», y sólo comenzó a alcanzar impulso decisivo a
partir de mediados del siglo XIX, cerca de trescientos
años después del inicio de la llamada revolución
científica. Por ello, la amalgama precientífica de for-
mas de pensamiento heredada desde la antigüedad
griega persistió en este campo hasta fechas relativa-
mente recientes, y no era extraño hasta bien entrado
el siglo XX tropezarse con grandes construcciones
teóricas acerca de la historia o las sociedades huma-
nas en que se confundían la filosofía y la especula-
ción metafísica con los primeros avances del pensa-
miento propiamente científico. Un ejemplo desta-
cado de ello fue el conjunto de corrientes del llamado
«positivismo», escuela de pensamiento fundada
desde la filosofía, la cual, aunque proclamando su
apego al conocimiento basado en la observación, la
experiencia y el razonamiento a posteriori, sirvió no
obstante de matriz para la gestación de las más biza-
rras y hasta peligrosas especulaciones acerca de la
naturaleza de los seres humanos y su comporta-
miento en sociedad, frecuentemente con visos de re-
ligiosidad o de doctrina moralizante16, y en no pocos

siempre que éstas por su parte respeten a la ciencia su lugar como árbitro su-
premo en las materias de su competencia, es decir, en la determinación de con-
clusiones fácticas acerca de los entes, procesos y fenómenos del universo empí-
rico (Vid. Gould).
16
Recuérdese que el propio Comte, figura central del surgimiento del positivismo,
proponía el establecimiento de una nueva «religión humanista» con sus propios
dogmas, ritos y artículos de fe, aunque secular y no teísta. Tal institución serviría
para ayudar a los hombres y mujeres a soportar las tristezas de la vida, para man-
tener unido y saludable el tejido social, y para promover la rectitud y el compor-
tamiento moral.
40
casos con resonancias claramente racistas17.
Pero, aunque con demoras y vacilaciones, tam-
bién las ciencias de lo humano acabaron por hacer su
declaración de independencia frente a la filosofía, y
fueron adoptando el modo de pensamiento cientí-
fico. La economía primero, seguida en rápida suce-
sión, entre mediados del siglo XIX y las primeras dé-
cadas del XX, por la sociología, la lingüística, la an-
tropología, la historia, se plantearon la reflexión
acerca de sus propias bases epistemológicas, acerca
de los fundamentos de su existencia y actividad es-
pecífica. Las consideraciones y debates en este sen-
tido ocupan un espacio central en las tareas de las
generaciones fundadoras de estas disciplinas, las de
Émile Durkheim, Ferdinand de Saussure, Max Weber
o Alfred Radcliffe-Brown entre otros, quienes se
cuestionaron una y otra vez las condiciones, reglas y
procedimientos que debían seguir a fin de garanti-
zar la legitimidad y validez de sus investigaciones18;
y arribaron a la conclusión de que les correspondía,
en la medida de lo posible dentro de los términos y
particularidades impuestos por la naturaleza de sus
objetos de estudio respectivos, seguir el ejemplo sen-
tado siglos atrás por las ciencias llamadas exactas:

17
Considérense, como muestra, los casos de la frenología, cuya medición de las for-
mas y volúmenes del cráneo humano ofrecía legitimación pseudocientífica a los
prejuicios de superioridad europea sobre los pueblos africanos y aborígenes, y
del llamado «darwinismo social», según el cual la posición dominante de ciertos
pueblos o ciertos grupos sociales se debía a su superioridad objetiva en la lucha
por la supervivencia de los más aptos. Dicho sea de paso, el cuerpo ideológico que
sirvió de base al surgimiento del nazi-fascismo en la década de 1930, incluía di-
versas variaciones de semejantes concepciones.
18
Es muy representativo de esa preocupación por las cuestiones epistemológicas
el que la obra principal de Durkheim, fundador de la sociología y de la antropo-
logía, se titule precisamente Les règles de la méthode sociologique (1895). Otro
caso típico es el de Saussure, fundador de la lingüística moderna, quien dedicó
los primeros tres capítulos de su seminal Cours de linguistique générale (1915) a
reflexionar sobre los alcances, la metodología y el objeto de la nueva ciencia del
lenguaje, y a diferenciarla de sus antecesoras. Entre las tareas pendientes que
Saussure enumeró para la lingüística, se encuentra justamente la de «delimi-
tarse y definirse ella misma» (Saussure, p. 31), esto es, la de abordar la considera-
ción de sus bases epistemológicas.
41
procurar independizarse de la amalgama indiferen-
ciada de las filosofías, dotarse de un método de tra-
bajo riguroso y sistemático de base inductiva y em-
piricista, adoptar un estilo de expresión más forma-
lizado y unívoco, constituirse en ciencias modernas.
Observemos aquí, incidentalmente y sólo a modo
de sugerencia o hipótesis informal, que esos retrasos
y debilidades en el desarrollo de las ciencias de lo hu-
mano pueden no haber sido del todo gratuitos.
Puesto que las ciencias sociales develan y desmistifi-
can ante los humanos las verdades sociales, políticas
y culturales que ellos mismos padecen y que han per-
manecido ocultas bajo el manto de las ideas precon-
cebidas, lo que es a todas luces inconveniente para la
preservación y consolidación del statu quo, no pa-
rece demasiado aventurado sugerir que su desarro-
llo puede haber sido ralentizado por acciones u omi-
siones más o menos deliberadas de los dolientes del
orden establecido. En el caso de las ciencias físicas y
naturales, que, junto con ocasionales verdades irri-
tantes, producen principalmente resultados prácti-
cos aprovechables por la industria y el consumo, es
tarea relativamente fácil separar las primeras de los
últimos, y obtener todavía una ganancia neta favo-
rable al establishment; pero en el caso de las ciencias
sociales, que, si son genuinas, producen principal-
mente conciencia crítica frente a la realidad, tal se-
paración es mucho más difícil, por lo que estas disci-
plinas resultan bastante más incómodas y proble-
máticas para el orden establecido.
Tal vez a ello se deba el desestímulo que ha pade-
cido el desarrollo de estas últimas, a las que se ha pre-
tendido y todavía se pretende negar incluso la posi-
bilidad de convertirse en ciencias de pleno derecho,

42
relegándolas a la condición de disciplinas especula-
tivas19. Y tal vez a ello se deba también el hecho de
que la primera, y por décadas única, ciencia social
que alcanzó pese a todo algún grado de desarrollo ri-
guroso, haya sido la economía, la cual si bien puede
exponer las crudas verdades de la explotación, tam-
bién produce conocimientos técnicos que ayudan a
administrar eficientemente y maximizar las ganan-
cias de la industria y el comercio.

De cualquier manera, la declaración de indepen-


dencia de las ciencias sociales frente a la filosofía
acabó por consumarse. Y al igual que ocurrió, según
ya vimos, con las ciencias físicas y naturales, esa de-
claración frecuentemente incluyó feroces críticas a
los efectos perniciosos del modo de pensamiento de
base filosófica. Alrededor de 1845, se produjo una de
las primeras y más enérgicas acusaciones en este
sentido contra la filosofía desde el campo de las na-
cientes ciencias sociales:
Se debe «dejar de lado la filosofía» […] hay que saltar
fuera de ella para dedicarse por entero […] al estudio
de la realidad, tarea para la cual también existe una
enorme cantidad de material, que por supuesto es
desconocido por los filósofos […] La filosofía es al ver-
dadero estudio del mundo real como el onanismo al
verdadero amor sexual. (Marx y Engels: «Ideology», p.
236)

19
Dice al respecto el científico de la cultura Nelson Osorio: «La burguesía no puede
desarrollar una real Ciencia de los fenómenos sociales, ya que sus resultados entra-
rían necesariamente en contradicción con su Ideología, que enmascara, mistifica y
mitifica las verdaderas condiciones en que se basa una sociedad de clases. Y como
no puede, no quiere aceptar que exista tal ciencia. Y si ningún estudio de la vida y
producción social puede pretender resultados científicos, si todo se mueve en el te-
rreno de las especulaciones hipotéticas, si no cabe en este terreno la ciencia ni se
pueden aplicar los criterios de verdad científica, no hay tampoco razón para dar
más crédito a una u otra ‘interpretación’» (Osorio, p. 18; énfasis del original).
43
Fueron Karl Marx y Friedrich Engels quienes hi-
cieron esta cruda e impactante afirmación: la filoso-
fía no es otra cosa que masturbación intelectual, en-
tretenida y placentera, pero en última instancia tan
poco productiva para el conocimiento de la realidad
como su análoga anatómica para la multiplicación y
perpetuación de la especie.
Para comprender a cabalidad el valor de seme-
jante aserto, es necesario tomar en cuenta el con-
texto en que ocurrió. A mediados de la década de
1840, mientras su faceta científica madura iba des-
plazando a su faceta especulativa juvenil, Marx fue
«liquidando cuentas con [… su] antigua conciencia fi-
losófica» (Engels: «Feuerbach», p. 519) en libros como
La sagrada familia, el recién citado La ideología ale-
mana (ambos de 1845-46, y ambos escritos a cuatro
manos con Engels), o La miseria de la filosofía (1847),
en todos los cuales, más que a desarrollar su propio
discurso filosófico, se dedicó a demoler los supuestos
de todas las filosofías en boga, a menudo con encar-
nizada ferocidad.
Lamentablemente, el importantísimo texto de La
ideología fue dejado por sus propios autores a mer-
ced de los roedores,20 y permaneció ignorado e iné-
dito hasta bien entrado el siglo XX. El retraso en la
publicación de esta obra es una de las causas de la
grave distorsión que el término «ideología» sufrió
particularmente en las primeras décadas del siglo
XX, cuando, bajo el influjo soviético-leninista, se di-
fundió su uso entre los partidarios de Marx con un
significado no sólo distinto sino hasta contrario al

20
«El manuscrito, dos gruesos volúmenes en octavo, había estado un largo tiempo
con el editor en Westphalia, cuando se nos informó de que no podía ser impreso
debido a nuevas circunstancias. Abandonamos el manuscrito a la crítica incisiva
de los ratones y de muy buen grado, pues ya habíamos logrado nuestro objetivo
principal: esclarecer nuestras propias ideas» (Marx: «Contribution», p. 264).
44
que le daba el fundador. Para Marx, todas las formas
de ideología, incluyendo toda filosofía, moral o reli-
gión, son en realidad formas de falsa conciencia:
«fantasmas formados por la mente humana» que de-
ben ser desplazados y sustituidos por la «ciencia real
y positiva» (Marx y Engels: «Ideology», p. 37) como
condición imprescindible para la construcción de
una conciencia genuina y liberadora, y por lo tanto
necesariamente no ideológica.
En cambio, la mayor parte de los practicantes del
marxismo aspiran a la formación de una supuesta
«ideología revolucionaria», que debería servir de
base para la transformación de la sociedad y sus es-
tructuras, y que incluye una «moral comunista» y
hasta va acompañada en algunos casos de ciertos ri-
tos, prácticas y ceremonias con un definido tinte re-
ligioso. Esto, desde una lectura estrictamente ape-
gada a los textos originales de Marx, es un disparate:
toda ideología es, por definición, una imagen defor-
mada e «invertida» de la realidad, que oculta o en-
mascara las verdaderas circunstancias del mundo,
que dificulta por lo tanto su transformación, y que
sirve en consecuencia, deliberadamente o no, al
mantenimiento del orden establecido. Por lo tanto,
no existe ni puede existir jamás ideología revolucio-
naria alguna21. Y por el contrario, toda ciencia ge-
nuina, y sólo la ciencia genuina, es necesaria e in-
trínsecamente revolucionaria: puesto que su razón
de ser es precisamente la investigación y develación
de la realidad habitualmente oculta o mistificada

21
Se pregunta al respecto Ludovico Silva: «Si toda ideología es ‘engañosa’ […]; si, en
suma, no se puede acudir a lo que los hombres piensan de sí mismos para explicar
la historia, y no se debe confiar en esas ‘representaciones’ para intentar romper el
statu quo capitalista, entonces ¿para qué recomendar como el mejor de los caminos
la ‘toma de conciencia ideológica’ del proletariado? ¿Para qué predicar una ‘ideolo-
gía revolucionaria’, si toda ideología es por definición reaccionaria?» (Silva: Plus-
valía, p. 52).
45
por las ideas preconcebidas, su acción resulta siem-
pre transformadora en alguna medida, y hasta
abiertamente subversiva en ciertos casos.
Para el momento en que el manuscrito de La ideo-
logía fue finalmente rescatado de las dentelladas de
los ratones y publicado en 193222, cerca de noventa
años después de su escritura, ya se había consagrado
entre los estudiosos y practicantes del marxismo en
todo el mundo el uso del término «ideología» con un
significado que, como vemos, no se corresponde con
el propiamente marxista, lo que dio lugar a un grave
malentendido. Aunque desde entonces el libro ha
sido traducido a numerosas lenguas, reeditado una y
otra vez y estudiado con ahínco, y pese a que en algu-
nos círculos académicos tal malentendido ha sido
abordado con rigor a partir de la década de 1970 y ha
quedado al menos parcialmente esclarecido, los
efectos de este imbroglio perduran hasta el día de
hoy en ciertos ambientes políticos militantes, en los
que suelen abordarse los asuntos de la investigación
y de la formación como problemas «ideológicos», y
no como lo que son, cuestiones fundamentalmente
científicas, lo que genera inevitables extravíos con-
ceptuales y de método.
Es muy significativo que, desde aproximada-
mente 1847 en adelante, Marx nunca volvió a escribir
ninguna obra importante de carácter filosófico;
desde entonces, el foco principal de su atención inte-
lectual se orientó hacia el estudio de la historia, la po-

22
La primera edición de La ideología alemana apareció en 1932 en las obras com-
pletas de Marx y Engels preparadas por el para la época llamado Instituto Marx–
Engels–Lenin del Comité Central del entonces denominado Partido Comunista
(bolchevique) de la Unión Soviética, el cual, desde su fundación en 1919, se había
dedicado por instrucciones expresas de Vladimir Lenin a adquirir todos los ma-
nuscritos de Marx y Engels que aparecieran en el mercado mundial. Entre los
cerca de 55.000 documentos, originales o en reproducción fotográfica, así obte-
nidos, se encontraban los Grundrisse, La ideología alemana y los Manuscritos ma-
temáticos.
46
lítica, y especialmente la economía23. A partir de en-
tonces, toda filosofía, junto con toda moral o reli-
gión, entre otras modalidades de discurso, pasaron a
ser consideradas por Marx como formas de falsa con-
ciencia, es decir de ideología.
Es también significativo que, al mismo tiempo en
que se alejaba de la filosofía y se concentraba con
creciente ahínco en el estudio riguroso de diversas
formas de ciencia, Marx desarrolló una auténtica pa-
sión por la matemática, a la que habría de dedicarse
hasta el final de sus días, asunto sobre el que volve-
remos luego. En nuestra opinión, como argumenta-
remos más adelante, este fervor matemático del
Marx maduro está estrechamente relacionado con
su convicción de que, a fin de distanciarse definiti-
vamente del modo de pensamiento especulativo, de-
ductivo y apriorístico propio de la filosofía que ahora
rechazaba, necesitaba dar expresión sistemática, es-
tricta y precisa a sus conceptos, y desarrollar instru-
mentos apropiados para el abordaje riguroso y obje-
tivo de los hechos de la realidad empírica.

Hace falta poca reflexión para comprender que


esta posición es perfectamente consistente con la
orientación general del método materialista dialéc-
tico que adoptaron Marx y sus colaboradores y segui-
dores en el desarrollo de sus trabajos, y que se con-
virtió en la característica definitoria de todo el
cuerpo doctrinario comúnmente denominado «mar-
xismo»: si efectivamente la vida material condiciona

23
Esta ruptura de Marx con el pensamiento especulativo en general y con la filoso-
fía en particular, fue formalmente proclamada en sus famosísimas Tesis sobre
Feuerbach (1845), y especialmente en la XI y última: «Los filósofos apenas han in-
terpretado el mundo de variadas maneras; de lo que se trata es de transformarlo.»
(Marx: «Theses», p. 5).
47
la vida social, política e intelectual, y si «el ser social
determina la conciencia social» (Marx: «Contribu-
tion», p. 263), es decir, si es verdad que lo objetivo
tiene prelación sobre lo subjetivo, lo existencial so-
bre lo esencial, y lo material sobre lo ideal, entonces
los hechos empíricos concretos también deben te-
nerla sobre los pensamientos abstractos acerca de
esos hechos.
Precisamente así lo afirmó Engels, amigo vitali-
cio y colaborador principal de Marx, cuando, en su
demoledora crítica al filósofo idealista Eugen Düh-
ring, cuestionó en 1877 el uso indebido en las cien-
cias fácticas del método deductivo apriorístico:
Los esquemas lógicos sólo pueden relacionarse con
formas de pensamiento; pero lo que nos ocupa ahora
son exclusivamente las formas del ser, del mundo ex-
terno, y estas formas no pueden jamás ser creadas ni
derivadas por el pensamiento de su propio seno, sino
a partir del mundo externo. Pero [en la concepción de
Dühring] esta relación aparece completamente in-
vertida, pues los principios no son el punto de partida
de la investigación sino su resultado final; no son
aplicados a la naturaleza y la historia humana, sino
abstraídos de éstas. No son la naturaleza y el reino hu-
mano los que se deben adecuar a estos principios,
sino que los principios sólo son válidos en la medida
en que se ajusten a la naturaleza y la historia. Esta es
la única concepción materialista sobre el asunto, y la
concepción contraria […] es idealista, pone las cosas
completamente de cabeza, e imagina el mundo real a
partir de ideas, estructuras, esquemas o categorías
existentes en algún sitio desde siempre (Engels:
«Anti-Dühring», pp. 33-34; énfasis del original)
Como regla, en la producción del conocimiento
científico siempre se debe comenzar desde lo parti-
cular y simple, para avanzar de abajo hacia arriba,
hacia lo general y complejo; esto es, se debe partir de
48
los hechos empíricos para avanzar hacia las catego-
rías, los modelos, las doctrinas, las teorías. Y nunca
se debe hacer lo contrario, es decir nunca se deben
imponer a la realidad fáctica desde arriba las gran-
des construcciones prefabricadas de nuestra elec-
ción, por correctas y convincentes que parezcan.
Esto significa comenzar desde el procesamiento de
los datos puntuales que dan cuenta del comporta-
miento de las variables relevantes para el fenómeno
en estudio, e ir elaborando, en concordancia con los
hallazgos que se vayan obteniendo, construcciones
cada vez más generales y complejas que conduzcan
finalmente a un modelo interpretativo abarcante y
exhaustivo del fenómeno.
Este es el método por antonomasia de las ciencias
fácticas, empleado por todas ellas con éxito indiscu-
tible a lo largo de más de cuatro siglos; y, no por coin-
cidencia, es también precisamente el método pro-
movido por Marx para el desarrollo de sus propios
trabajos. Puesto que el materialismo dialéctico as-
pira a examinar e investigar los fenómenos de la na-
turaleza y de la historia24 como procesos fluidos y
continuos de movimiento, conflicto, cambio y trans-
formación de la materia, sus estados y sus manifes-
taciones –de la cantidad a la calidad, de una forma de
materia a otra, de la materia a la energía, de un tipo
de energía a otro, de lo continuo a lo discreto, por

24
Diferimos aquí de la opinión de Silva, quien rechaza de plano la posibilidad de la
aplicación del materialismo dialéctico a la investigación de los fenómenos en ge-
neral del universo, y restringe el uso del método exclusivamente a «la compren-
sión de la evolución histórica de las sociedades» (Silva: Alienación, p. 26), es decir
a lo que la tradición soviética-leninista ha denominado «materialismo histó-
rico». Por nuestra parte, no vemos objeción alguna a extender la aplicación del
método materialista dialéctico a cualesquiera entes, procesos o fenómenos de
cualquier naturaleza, siempre que se tenga claro que se trata de un método de
investigación científica, y no de un sistema filosófico que pretende reducir todo
el universo a una concepción abstracta particular, esto es, que se trata de una
manera de formular y procesar preguntas, y no de un conjunto de respuestas
prefabricadas aplicables a cualquier interrogante de cualquier clase.
49
ejemplo, y viceversa en todos los casos–, debe con-
frontar por igual a los idealismos que pretenden in-
terpretar esos fenómenos como expresiones de
agentes inmateriales –ideas, espíritus, esencias, dio-
ses, por ejemplo–, y a las metafísicas que los abordan
como objetos de investigación fijos, rígidos, en aisla-
miento estático.
Tal cosa implica que el método materialista dia-
léctico, para ser efectivamente dialéctico, debe cons-
truir y reconstruir constantemente sus conceptos,
categorías, modelos y abstracciones; y, para ser efec-
tivamente materialista, debe hacerlo a la luz de los
hechos concretos, de los datos empíricos. Es decir,
debe mantenerse en un ejercicio continuo de ese
procedimiento indagatorio que acabamos de descri-
bir párrafos atrás. Y el hecho de que, como vemos, los
fundamentos del método materialista dialéctico se
correspondan puntualmente con el método probado
y comprobado de las ciencias en general, es una de
las mayores fortalezas de aquél: cada nuevo triunfo
en cualquier campo de la ciencia es una nueva de-
mostración de la superioridad de la perspectiva ma-
terialista dialéctica del universo y la historia hu-
mana25.

En diversas oportunidades, tanto Marx como En-


gels hicieron patente su convicción en cuanto a la
pertinencia de este método como vía correcta hacia
la producción de conocimientos acerca de la realidad

25
«La historia de la ciencia confirma la validez de las conclusiones del materialismo
dialéctico», afirmaba un grupo de miembros de la Academia de Ciencias de la ex-
tinta Unión Soviética, y agregaban que ello se debe a que «Las premisas de una
teoría realmente científica y del método científico de investigación, tanto en las
ciencias fundamentales como en otros tipos de ciencias, son los principios básicos
del materialismo dialéctico» (Ursul: pp. 77-79).
50
objetiva26. La más clara y explícita de esas expresio-
nes se produjo alrededor de 1858, precisamente en el
momento en que Marx reflexionaba sobre las bases
metódicas de sus investigaciones económicas, en
preparación para el período más importante de toda
su obra:
Parece correcto comenzar con lo real y concreto, con
la precondición real; por lo tanto, en economía, co-
menzar por ejemplo con la población, que es la base y
el sujeto del acto social de producción. Sin embargo,
al estudiar el asunto más de cerca, esto resulta falso,
pues la población es una abstracción si no considero,
por ejemplo, las clases que la componen. Pero tam-
bién estas clases son una frase hueca si no estoy fami-
liarizado con los elementos sobre los que se asientan,
por ejemplo trabajo asalariado, capital, etc. Y estos úl-
timos presuponen a su vez comercio, división del tra-
bajo, precios, etc. Por ejemplo, capital no significa
nada sin salario, valor, dinero, precios, etc. Así que co-
menzar por la población nos daría una concepción
caótica del todo, y tendríamos entonces que mover-
nos, por medio de determinaciones sucesivas, hacia
conceptos más simples, de lo concreto imaginado ha-
cia abstracciones cada vez más someras hasta llegar a
las determinaciones más simples. A partir de allí, ha-
bría que recorrer el camino de regreso a la población,
entendida ahora no como un todo caótico, sino como
una rica totalidad de muchas determinaciones y rela-
ciones. […] En cuanto esos momentos individuales
han sido más o menos firmemente establecidos y abs-
traídos […] se puede ascender a las relaciones simples,
como trabajo, división del trabajo, valor de cambio,

26
Marx se refirió a las cuestiones de método en los términos que aquí presentamos,
además de en la declaración que transcribimos a continuación, en al menos
otras dos oportunidades, aunque más sucintamente y con menor nivel de deta-
lle: en el prefacio de la Contribución (p. 261) y en el prólogo a la segunda edición
del primer volumen de El capital (pp. 17-19). Y Engels por su parte, además de en
Anti-Dühring, como ya vimos, insistió en los mismos conceptos al hacer un re-
cuento de las bases del método materialista dialéctico de investigación en su re-
seña de la Contribución (pp. 475-477) de Marx.
51
etc., hasta el nivel del Estado, el comercio entre nacio-
nes y el mercado mundial. Este es obviamente el mé-
todo científicamente correcto. Lo concreto es con-
creto porque es la concentración de muchas determi-
naciones más simples, y por lo tanto una unidad de lo
diverso. Aparece en el pensamiento, por lo tanto,
como producto de un proceso de concentración, como
un resultado, y no como un punto de partida (Marx:
«Grundrisse», pp. 37-38)
De manera que la caracterización de una socie-
dad debe ser resultado y no punto de partida, pro-
ducto y no premisa inicial, del proceso de investiga-
ción marxista. Es el estudio de las «determinaciones
más simples» como «salario, valor, dinero, precio»,
esto es, de los hechos económicos fundamentales, lo
que nos debe llevar por la vía inductiva a la construc-
ción de categorías de complejidad intermedia, como
«trabajo asalariado, capital»; luego, por concentra-
ción de éstas y sólo en la medida en que el avance de
la propia construcción lo legitime, a categorías más
complejas y abarcantes, como «clase»; y finalmente,
a las más generales de todas que corresponden al
«nivel del Estado, el comercio entre naciones», tales
como capitalismo e imperialismo.
Carece de sentido hacer lo contrario, imponer au-
tomáticamente a la realidad específica, de manera
deductiva, una cierta construcción abstracta prefa-
bricada, incluso aunque ésta parezca correcta en ge-
neral. Tal cosa sería no sólo contraria al método cien-
tífico, sino, como vemos, diametralmente opuesta a
los fundamentos de la perspectiva marxista del uni-
verso. Y sin embargo, esto último se hace con cierta
frecuencia precisamente en nombre del marxismo:
suele dejarse de lado el tratamiento riguroso de los
datos empíricos como un tecnicismo sin relevancia
política; se exige que la investigación parta en cam-
52
bio de «principios» establecidos previamente (los
cuales, según el decir explícito tanto de Marx como
de Engels, deben ser el final del proceso investigativo
y no su «principio», valga el calembour27); y hasta se
llega a condenar, con una actitud análoga a la de la
censura escolástico-religiosa de la Edad Media, a
quien pretenda hacer lo que el propio Marx indicaba
como correcto: «comenzar con lo real y concreto», y no
partir de lo que «aparece en el pensamiento»28.
Por esa vía, se puede llegar a reducir al marxismo
a un juego metafísico, y por lo tanto en última ins-
tancia antimarxista, de categorías idealizadas y va-
cías de contenido concreto, por ejemplo de «contra-
dicciones de clase» o de «conflictos interimperialis-
tas» que siempre se suponen presentes y actuantes,
pero casi nunca se demuestran, valoran o cuantifi-
can con alguna rigurosidad: se acepta de antemano,
como axioma, una cierta caracterización estándar
de las contradicciones de clase en una sociedad dada
o de las relaciones internacionales en el contexto de
la fase llamada «imperialista» del capitalismo, y se
da el gran salto de atribuir automáticamente los fe-
nómenos específicos de las esferas social, cultural,
económica o política a tales grandes abstracciones (a
menudo recurriendo a asumir, sin aportar evidencia
razonable, la existencia de enrevesadas y rocambo-

27
El juego de palabras es en realidad original de Engels: «Los resultados generales
de la investigación del mundo son obtenidos al final de la investigación, y no son
por lo tanto principios, puntos de partida, sino resultados, conclusiones. Construir
estos últimos en nuestra cabeza, tomarlos como base de inicio, y entonces recons-
truir el mundo en nuestra cabeza a partir de ellos, es ideología» (Engels: «Wri-
tings», p. 597; énfasis del original).
28
Afirma al respecto Silva que «en el plano de la ciencia social, el error especulativo
de los economistas consiste en abstraer categorías de las relaciones sociales reales,
para luego hacer derivar estas relaciones de aquellas categorías, que es más o me-
nos lo mismo que aquello que Marx ironizaba en Szeliga cuando éste convertía ‘a la
hija en la madre de su propio padre’» (Silva: Alienación, p. 144). La referencia final
proviene de la obra de Marx y Engels La sagrada familia, que incluye un extenso
pasaje de feroz réplica a los comentarios del crítico literario Szeliga sobre la no-
vela Los misterios de París, de Eugenio Sue (Cf. Marx y Engels: «Holy», p. 167).
53
lescas conspiraciones supuestamente tramadas por
la burguesía, la Central Intelligence Agency o el «sio-
nismo internacional»29), y sin considerar siquiera,
como recomendaba Marx, la posibilidad de que esos
fenómenos específicos respondan en primer lugar a
concatenaciones más simples y directas de ideas.
Obsérvese en este sentido, por cierto, que el mé-
todo propuesto por Marx es consistente con el crite-
rio de parsimonia epistemológica comúnmente co-
nocido como «navaja de Occam»30, hoy considerado
como el estándar de oro en el razonamiento cientí-
fico: si hay dos o más posibles explicaciones igual-
mente eficaces para un mismo fenómeno, debe
darse preferencia a la más simple de ellas, por ser la
que implica un menor número de suposiciones, infe-
rencias y conjeturas no validadas, esto es, un menor
número total de posibles fuentes de error31.

Debido a las violaciones de método que venimos


comentando, las fisuras e insuficiencias tanto en el
29
Tal vez habría que recordar a quienes invocan semejantes conspiraciones, que
en el razonamiento científico se reconoce generalmente la necesidad de que
haya cierta proporcionalidad entre la audacia de las aseveraciones que se hacen
y el peso de la evidencia que se ofrece en soporte de aquellas. Esta norma es co-
múnmente denominada «estándar Sagan», por haber sido presentada en su
forma más conocida («Las afirmaciones extraordinarias exigen evidencia extraor-
dinaria») por el astrofísico Carl Sagan en referencia a reportes sobre supuestos
encuentros con formas de vida extraterrestres.
30
La «navaja» recibe tal nombre porque rasura y suprime del razonamiento cien-
tífico todo lo superfluo. William of Ockham, cuyo apellido es frecuentemente ci-
tado en su versión latinizada, fue un fraile y teólogo medieval, quien puede ser
considerado como precursor temprano de la revolución científica y de la episte-
mología moderna, por haberse opuesto al criterio escolástico-religioso de auto-
ridad y por haber insistido en la necesidad de establecer una separación nítida
entre los campos respectivos de la teología y la filosofía, dando así uno de los
primeros pasos hacia la disolución de la amalgama indiferenciada de modos de
pensamiento vigente en la época. Nada sorprendentemente, fue juzgado y con-
denado por herejía.
31
También Newton era un promotor entusiasta de tal norma de simplicidad como
condición fundamental para el sano y genuino razonamiento científico. En la
primera de sus «Reglas para el razonamiento», afirma que «No debemos admitir
más causas para los fenómenos que aquellas que se hayan demostrado verdaderas
y suficientes para explicar su aparición. […] lo más es vano cuando lo menos basta»
(Newton, p. 398).
54
sistema conceptual general de la doctrina marxista
como en sus aplicaciones particulares, frecuente-
mente son «remediadas» no con nueva y superior
ciencia, sino, en el mejor de los casos, con la aplica-
ción dogmática de categorías prefabricadas de apa-
riencia marxista pero desprovistas de su contenido
materialista dialéctico concreto, y, en el peor, por
enunciados vacuos y gesticulación retórica. Se hace,
pues, evidente que hay en buena parte de las prácti-
cas de investigación, razonamiento y discurso que
corren por el mundo bajo el rótulo de «marxismo»,
un grave problema de raíz epistemológica, que re-
sulta en la desnaturalización de tales prácticas en
tanto que ciencia, y por lo tanto en su anulación en
tanto que marxismo propiamente dicho.
Insistimos, la clave del problema, en este caso
como en el de la ciencia en general hasta el adveni-
miento de la llamada revolución científica de los si-
glos XVI y XVII, es de método: no se puede ser ge-
nuina y coherentemente marxista, como no se puede
ser genuina y coherentemente científico, si no se
respeta estrictamente el método de trabajo que, se-
gún ha quedado demostrado por la historia, resulta
imprescindible para la producción rigurosa y siste-
mática de conocimientos acerca del mundo empí-
rico.
Lo trágicamente paradójico es que, habiendo el
marxismo ocupado un lugar de vanguardia en la for-
mulación, desarrollo y exposición de los fundamen-
tos de ese método, haya ahora quien se proclame
marxista y lo viole. Porque fue efectivamente Marx
quien reconoció y articuló de la manera más integral
y coherente esos fundamentos: materialismo, o sea
reconocimiento de la prioridad de los hechos mate-
riales sobre las ideas acerca de esos hechos, lo que
55
implica comenzar por el procesamiento de los datos,
siguiendo la ruta de la inducción, y terminar en la
validación frente a los datos, es decir en la confron-
tación con ellos por la experimentación o la observa-
ción32; y dialéctica, es decir reconocimiento de la na-
turaleza fluida, cambiante e internamente contra-
dictoria de todo en el universo, incluyendo el propio
conocimiento acerca de cualquier cosa dentro de
éste, lo que implica aceptar la provisionalidad de
toda conclusión y su sometimiento a revisión per-
manente.
Así que ser auténticamente marxista no significa
aferrarse a una u otra de las conclusiones a que ha-
yan arribado en algún momento investigadores
marxistas previos, sino atenerse al método de tra-
bajo por el que se alcanzaron tales conclusiones. Esto
es lo propio y característico del materialismo dialéc-
tico y de toda la ciencia: de haberse aferrado la física
a las conclusiones de la mecánica de Newton, por for-
midables que éstas hayan sido, no se habría produ-
cido la relatividad de Einstein, que incorporó y su-
peró a aquélla, y demostró ser todavía más formida-
ble. Las conclusiones de la ciencia, insistimos, son
por definición siempre provisionales, puesto que es-
tán siempre sujetas a nuevas confrontaciones con la
evidencia empírica, tanto la original como la que
pueda aparecer posteriormente, que desencadenan
nuevas revisiones de los modelos, conceptos y cate-

32
Afirmaba Marx acerca del problema de la validación del conocimiento: «El pro-
blema de si al pensamiento humano se le puede atribuir verdad objetiva, no es una
cuestión teórica, sino práctica. El hombre debe comprobar la verdad, es decir la
realidad y el poder, la terrenalidad, de su pensamiento en la práctica. La disputa
acerca de la realidad o irrealidad del pensamiento aislado de la práctica es un
asunto puramente escolástico.» (Marx: «Theses», p. 2). Y en el mismo sentido, En-
gels proponía la máxima tradicional inglesa «La prueba del pudín se hace al co-
merlo» (Engels: «Socialism», p. 101), es decir, toda elaboración «cocinada» por la
mente humana debe ser sometida a la comprobación fáctica.
56
gorías, y los hacen cada vez más poderosos, más ge-
nerales, más exactos33.
De manera que el proceso científico de procura de
la verdad es, por usar un término propio de la mate-
mática, asintótico: una serie convergente, con un
número teóricamente infinito de términos sucesi-
vos, cada uno de los cuales representa una aproxima-
ción cada vez más cercana al valor buscado. Preten-
der lo contrario sería dogmatismo, es decir idea-
lismo metafísico, anticientífico y antimarxista.

Una función asintótica: A medida que el valor de 𝑥 tiende a infinito, el de


1 𝑥
la función 𝑓(𝑥) = (1 + ) forma una asíntota al aproximarse cada vez más
𝑥
a un cierto valor fijo, el de la importantísima constante matemática
𝑒 = 2,7182818 …, sin jamás alcanzarlo por completo.

* *

33
Este criterio de provisionalidad del conocimiento científico fue enunciado y de-
fendido en su momento por el propio Newton: «En la filosofía experimental, de-
bemos considerar como exactamente o casi exactamente verdaderas las proposi-
ciones inferidas por inducción general a partir de los hechos, ignorando cualquier
hipótesis contraria que pueda ser imaginada, hasta el momento en que aparezcan
nuevos fenómenos, que nos permitan hacerlas bien más exactas o bien suscepti-
bles de excepciones» (Newton, p. 400; énfasis agregado).
57
E l desconocimiento casi absoluto del vivo interés
que Marx desarrolló por el cálculo infinitesimal
o el álgebra, entre otros temas matemáticos –desco-
nocimiento al que sin duda ha contribuido la escasa
y tardía difusión de sus notables Manuscritos mate-
máticos34–, ha fomentado, en nuestra opinión, la per-
petuación de una imagen de Marx con su faceta filo-
sófico-especulativa hipertrofiada, y con una escasa o
nula valoración de la extrema severidad con que el
autor encaraba el estudio de eso que él mismo llamó
la «ciencia real y positiva», lo que indujo a que se di-
luyera o subestimara entre sus seguidores el rigor
metódico a que el propio Marx aspiraba. El problema
que de esto se deriva es que la doctrina marxista, al
ser alienada de la disciplina propia de la ciencia,
queda abierta al ejercicio de interpretaciones que,
aunque estén más o menos inspiradas en los funda-

34
Las porciones principales de los Manuscritos matemáticos de Marx fueron escri-
tas en los años finales de su vida, entre fines de la década de 1870 y poco antes
de su muerte en 1883. Sin embargo, la primera edición completa sólo fue publi-
cada en fecha tan tardía como 1968 por el Instituto de Marxismo-Leninismo del
Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Aparte de esa pri-
mera edición, hay en total apenas otras ocho: una reproducción facsimilar de las
porciones en alemán de la edición soviética; dos traducciones al inglés, una bri-
tánica e india la otra; una traducción al italiano; una al francés; una al gallego; y
dos traducciones al chino. Todas ellas están basadas en el texto de la soviética,
todas, salvo la india, incluyen sólo su primera parte, y todas han tenido circula-
ción relativamente limitada. Por nuestra cuenta, hicimos una edición en caste-
llano de casi toda la primera parte, basada en la traducción comparada de las dos
ediciones en inglés, que fue publicada sólo en formato digital (2018). Está en pre-
paración una segunda edición, completada, revisada y corregida, de esta traduc-
ción, la cual aparecerá próximamente en esta misma editorial.
58
mentos del genuino materialismo dialéctico, resul-
tan degradadas y hasta desnaturalizadas debido a su
violación del método científico, y en particular por
su falta de validación por la vía de la confrontación
con los hechos empíricos.
Semejante divorcio resulta particularmente gra-
ve en el caso de los estudios económicos, en los que
la propia naturaleza de la materia en cuestión exige
un enfoque matemático en metodología y lenguaje,
un tratamiento riguroso de los datos empíricos, que
en este caso son cuantificables por excelencia, y una
permanente confrontación de todo enunciado expli-
cativo o interpretativo contra esos mismos datos. Si
no nos parece legítimo en ningún caso convertir el
materialismo dialéctico en un sistema filosófico, es
decir en un conjunto de postulados genéricos a priori
de los que se debe deducir todo caso particular, o en
un juego de casillas conceptuales dentro de las que
debe ser encajada a la fuerza la realidad al modo del
mítico «lecho de Procusto»35, mucho menos acepta-
ble nos parece el hacer afirmación alguna en el te-
rreno de la economía, base del abordaje materialista
dialéctico de la historia, sin que haya detrás de ella
una estructura conceptual de base y forma matemá-
tica, que le sirva de soporte y validación a la luz de la
evidencia empírica.
Con su progreso hacia la perspectiva científica,
Marx fue adquiriendo conciencia de la necesidad de
contar con herramientas de análisis riguroso y mo-

35
Procusto, hijo de Poseidón, ofrecía alojamiento gratuito a los viajeros, pero, una
vez en su hogar, los emborrachaba y los ataba a su lecho. Si los cuerpos de los
desafortunados viajeros eran más largos que la cama, Procusto les amputaba las
partes sobresalientes; si eran demasiado cortos, les descoyuntaba las articula-
ciones y los estiraba hasta hacerlos coincidir con el largo exacto de la cama. Por
analogía, se suele llamar «lecho de Procusto» a cualquier operación intelectual
que busque forzar el ajuste entre un ente dado y un estándar arbitrario, por
ejemplo deformando, suprimiendo o ignorando deliberadamente los datos em-
píricos en todo o en parte, para confirmar a la fuerza una hipótesis.
59
dos de expresión formal apropiados, es decir con ins-
trumentos de naturaleza matemática, a fin de avan-
zar eficazmente en la producción de conocimientos
acerca de la realidad. Su inquietud en este sentido
queda revelada en la cita que nos sirve de epígrafe,
proveniente de Paul Lafargue, quien conoció muy de
cerca los intereses e investigaciones del Marx ma-
duro: sin matemática no hay ciencia verdadera36.
Y sin embargo, no hay evidencia alguna de que
Marx hubiera sentido tal interés en sus años juveni-
les, ni de que tuviera una disposición natural parti-
cularmente favorable para el estudio matemático o
para las ciencias en general37. De hecho, por su pro-
pia confesión en carta a Engels de 1858, era bastante
inepto con los números, y es precisamente por esto
que se obligó a dominar el álgebra, a fin de subsanar
su torpeza aritmética con el auxilio de ésta:
Estoy tan condenadamente retrasado en la elabora-
ción de los principios de la economía debido a mis
errores en las cuentas, que por desesperación me he
propuesto dominar el álgebra de inmediato. Siempre
me he sentido fuera de lugar con la aritmética. Pero
ya voy avanzando rápidamente de nuevo haciendo un
desvío por la ruta algebraica. (Marx: «Letter, 1858», p.
244)38

36
Como Kepler o Newton antes que él, o como Einstein algo más tarde, Marx parece
haber llegado al convencimiento de que «es por medio de construcciones pura-
mente matemáticas que podemos formular los conceptos fundamentales y descu-
brir las leyes que los conectan, lo que proporciona la clave para comprender los fe-
nómenos» (Einstein: «Method», p. 167).
37
En la escuela media (Gymnasium) de Trier, Marx fue calificado a los 17 años como
«muy bueno» en alemán y «muy satisfactorio» en latín y griego, mientras que su
desempeño fue considerado como apenas «bueno» en matemáticas y como «mo-
derado» en ciencias físicas y naturales, según consta en su certificado de evalua-
ción (Cf. Marx–Engels Collected Works (vol. 1). London: Lawrence & Wishart, 1992,
p. 643).
38
Muchos años más tarde, cuando trabajaba en la revisión y preparación para la
imprenta de los manuscritos dejados por Marx para el segundo tomo de El capi-
tal, el propio Engels tuvo oportunidad de confirmar directamente la gravedad de
la impericia aritmética de su amigo: «La preparación de este capítulo para su pu-
blicación presentó un número no pequeño de dificultades. Aunque sólidamente
asentado en el álgebra, Marx sin embargo carecía de la habilidad para manejar
cifras, particularmente las de la aritmética comercial, pese a que dejó un grueso
60
Todo indica que el empeño de Marx en las mate-
máticas se fue agudizando a partir de mediados de la
década de 1840, a medida que su faceta científica
madura iba desplazando a su faceta filosófico-espe-
culativa juvenil. Desde entonces, junto con su cada
vez mayor interés por la economía, fue creciendo su
tardía pero vehemente pasión matemática.
En sus primeros cuadernos de apuntes sobre teo-
ría económica de 1846, dispersos entre sus notas ya
hay algunos estudios matemáticos y cálculos alge-
braicos relativos a la generalización del concepto de
potencia para exponentes fraccionales y negativos, a
las funciones exponenciales y logarítmicas, y, muy
significativamente, al desarrollo del teorema bino-
mial de Newton, el cual años más tarde tendría
enorme importancia en sus investigaciones sobre
cálculo diferencial. Para 1858, mientras preparaba la
Contribución, Marx ya estaba profundamente absor-
bido por su fervor matemático, como lo demuestran
los cada vez más frecuentes y completos apuntes de
geometría, álgebra, series y logaritmos que aparecen
en sus cuadernos de esa época.
Sus cuadernos correspondientes al período 1863-
1865 contienen página tras página de fórmulas y
cálculos trigonométricos, así como una sección com-
pleta dedicada al problema del cálculo de la tangente
a la parábola, ejemplo clásico de introducción al
cálculo diferencial (aparentemente era el borrador
de una carta a Engels cuyo texto definitivo no se ha
preservado). Y en sus cuadernos de 1869, en relación
con sus estudios sobre la circulación del capital y las

fajo de sus cuadernos con numerosos ejemplos de todas clases de cómputos comer-
ciales resueltos por él mismo. Pero el conocimiento de los diversos métodos de
cálculo de ninguna manera equivale al ejercicio en la práctica diaria, y en conse-
cuencia Marx se enredó tanto en sus cálculos sobre los ciclos de circulación que,
además de haber dejado cosas incompletas, otras resultaron incorrectas y hasta
contradictorias.» (Marx: «Capital II», p. 283).
61
notas de crédito en el comercio internacional, para
la preparación de los volúmenes segundo y tercero
de El capital, aparecen abundantes apuntes sobre
matemáticas comerciales y financieras. A principios
de la década de 1870, la atención de Marx vuelve al
problema de la parábola y de las secciones cónicas en
general; y, a partir de 1872, sus cuadernos de notas
contienen cada vez más apuntes sobre el cálculo di-
ferencial39.

Al revisar diversas obras de Marx, encontramos


evidencia de que el autor abrigaba el proyecto a largo
plazo de desarrollar un aparato conceptual y meto-
dológico de base matemática, capaz de servirle para
la formalización rigurosa y la validación de sus hipó-
tesis acerca de la naturaleza de los sistemas econó-
micos y sociales. En sus obras de carácter económico
escritas a partir de 1857, hay una relativa abundan-
cia de construcciones algebraicas y otros dispositi-
vos matemáticos, muy al contrario de lo que se esti-
laba hasta entonces en el terreno de los estudios eco-
nómicos.
Ni quienes antecedieron a Marx en la fundación
de la economía política, como Adam Smith, David Ri-
cardo o Jean Baptiste Say, ni su contemporáneo John
Stuart Mill, hicieron mayor esfuerzo por reexpresar
con formulaciones algebraicas los conceptos, algu-
nos de ellos de naturaleza intrínsecamente matemá-
tica, que intentaban exponer en sus textos. De hecho,
salvo por el uso ocasional de tablas estadísticas con

39
Estas observaciones sobre el contenido de los cuadernos de apuntes de Marx pro-
vienen de Sofía Yanovskaya, la especialista soviética en historia de las matemá-
ticas quien tuvo bajo su custodia las reproducciones de esos cuadernos mientras
dirigía la preparación de la primera edición completa de los Manuscritos (Yano-
vskaya, pp. VIII-IX).
62
propósitos puramente ilustrativos, estos autores ra-
ramente se aventuraron dentro del terreno de la ma-
temática más allá de alguna operación aritmética
trivial40. Curiosamente, ni siquiera Thomas Malthus,
cuyo postulado acerca de la divergencia de las tasas
del crecimiento demográfico y el crecimiento econó-
mico se prestaba espléndidamente para un trata-
miento matemático en términos de series exponen-
ciales o geométricas versus series aritméticas, hizo
intento alguno en tal sentido, y esto muchos años
después de que los conceptos matemáticos relevan-
tes hubieran sido firmemente establecidos y amplia-
mente difundidos, como el del logaritmo por John
Napier y Henry Briggs41.
En cambio, tanto los Grundrisse (1857-58) como El
capital. Crítica de la economía política (1867-94), esa
obra maestra de Marx nombrada por casi todos pero
leída por muy pocos, están repletos de esfuerzos de
algebraización y ejercicios matemáticos varios,
como las famosas fórmulas de la circulación simple
y ampliada del dinero y las mercancías, y de la repro-
ducción simple y ampliada del capital, o las ecuacio-
nes de la composición orgánica del capital, las tasas
absoluta y relativa de plusvalía, y la tasa de ganancia.
Veamos un ejemplo:
El capital total, 𝐶, se compone del capital constante, 𝑐,
más el capital variable, 𝑣, y produce una plusvalía, 𝑠.

40
Nos referimos a An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations
(1776) de Smith, On the Principles of Political Economy and Taxation (1817) de Ri-
cardo, Traité d'Économie Politique (1803) de Say, y Principles of Political Economy
(1848) de Mill.
41
La obra de Napier Mirifici Logarithmorum Canonis Descriptio, en que se exponía
por primera vez de manera rigurosa y sistemática el concepto de los logaritmos,
fue publicada en 1614; en 1617, su colaborador Briggs perfeccionó el sistema de
éste y publicó la primera tabla de logaritmos decimales con enorme éxito, unos
ciento ochenta años antes de que apareciera la obra fundamental de Malthus, An
Essay on the Principle of Population (1798). Es por completo imposible que
Malthus desconociera la trascendental obra de Napier y Briggs, y por ello nos pa-
rece tan llamativo que no la tomara en cuenta al exponer su tesis.
63
La razón entre esta plusvalía y el capital variable in-
𝑠
vertido, , es lo que denominamos tasa de plusvalía, y
𝑣
𝑠
lo designamos 𝑠’. Por lo tanto, = 𝑠’, y en consecuen-
𝑣
cia, 𝑠 = 𝑠’ ⋅ 𝑣. Si la plusvalía es relacionada con el ca-
pital total en vez de con el capital variable, entonces
se llama ganancia, 𝑝, y la razón entre la plusvalía y el
𝑠
capital total, es decir , se llama tasa de ganancia, 𝑝’.
𝐶
𝑠 𝑠
De esta manera tenemos que 𝑝’ = = . Ahora sus-
𝐶 𝑐+𝑣
tituimos a 𝑠 por su equivalente 𝑠’𝑣, y obtenemos que
𝑣 𝑣
𝑝’ = 𝑠’ = 𝑠’ , ecuación que también puede ser ex-
𝐶 𝑐+𝑣
presada por la proporción 𝑝’: 𝑠’ = 𝑣: 𝐶; la tasa de ga-
nancia es a la tasa de plusvalía como el capital varia-
ble es al capital total. Esta proporción muestra que la
tasa de ganancia, 𝑝’, es siempre menor que la tasa de
plusvalía, 𝑠’, porque el capital variable, 𝑣, es siempre
menor que el capital total, 𝐶, que es la suma 𝑣 + 𝑐, es
decir el capital variable más el constante. (Marx: «Ca-
pital III», p. 53)
Obsérvese que la expresión algebraica de los con-
ceptos económicos, además de simplificar o acelerar
la escritura a la manera de un código de taquigrafía,
y de reducir la posibilidad de ambigüedades y confu-
siones en la interpretación42, es también parte de un
procedimiento heurístico de construcción de nuevos

42
Aunque efectivamente Marx logró algunos avances en cuanto a expresar sus
ideas económicas de manera unívoca y precisa por medio de la formalización
matemática, es evidente que todavía quedó en sus escritos amplio margen para
la interpretación ambigua y confusa. A lo largo de las décadas, ha habido diver-
sos esfuerzos para completar la matematización de los conceptos de El capital y
remediar así los problemas derivados de las imprecisiones de su texto. Uno de
los más antiguos de que tengamos conocimiento es «Modelo matemático de la
reproducción marxista» (1974) de Guillermo Rebolledo, quien, desde el marco
metodológico de la econometría, aspira a «refinar cuantitativamente […] los pa-
rámetros endógenos del modelo de la reproducción marxista» (Rebolledo, p. 31).
Otro esfuerzo más reciente y mucho más ambicioso es Capitalismo (2013) de Se-
bastián Hdez y Alan Deytha, quienes describen así el objetivo central de su tra-
bajo: «Al poner el pensamiento de Marx en el lenguaje matemático, los problemas
que han surgido por la lectura de El capital en distintos idiomas y sus respectivas
traducciones, así como las interpretaciones a las que dieron lugar, podrían homo-
logarse en un lenguaje universal que permita de una vez y para siempre dejar a un
lado las ambigüedades. […] si el debate se conduce en medio de la expresión mate-
mática […] el desarrollo disperso […], titubeante […] y recursivo […] podrá ser susti-
tuido por un desarrollo preciso y concreto.» (Hdez y Deytha, pp. 7-8).
64
conceptos y relaciones de creciente complejidad:
una vez algebraizada la expresión de las ideas inicia-
les, se hace posible, por medio de sucesivas operacio-
nes algebraicas simples, tales como sustituciones de
equivalentes, factorizaciones, despejes y transposi-
ciones de variables, avanzar de una fórmula a otra,
construir nuevas ecuaciones sobre las ya existentes,
y obtener concatenaciones innovadoras de variables
y categorías que parecían inicialmente remotas y
desconectadas43.
Desde este punto de vista, el estilo del trabajo de
Marx resulta relativamente moderno, diríamos casi
precoz para su época, en buena medida adecuado a
los estándares instrumentales y metodológicos que
sólo serían de esperar en un economista serio mucho
más tarde. De hecho, no fue sino hasta la década de
1930, unos 70 años después de la publicación del pri-
mer tomo de El capital, cuando, bajo la influencia de
John Maynard Keynes44, se consolidó definitiva-
mente el abordaje matemático de la economía y se
convirtió en estándar profesional universalmente
aceptado45.

43
En este mismo sentido, Ernest Kolman, uno de los especialistas soviéticos que
colaboraron en la preparación de la primera edición de los Manuscritos matemá-
ticos de Marx, afirma que: «En El capital, Marx empleó una forma matemática de
expresión para enunciar las leyes económicas, y no simplemente a modo de ejemplo
ilustrativo. El análisis de las formas del valor y el dinero, la composición del capital,
la tasa de plusvalía, la tasa de ganancia, el proceso de transformación del capital,
su circulación y retorno, su reproducción, su acumulación, el capital de préstamo y
crédito; Marx logró todo esto por medio del empleo de las matemáticas. Avanzando
por medio de transformaciones algebraicas simples de una fórmula a otra, las ana-
lizó, las interpretó económicamente y formuló nuevas leyes.» (Kolman: «Karl
Marx», pp. 218-219).
44
Nos referimos en especial a su obra fundamental The General Theory of Employ-
ment, Interest and Money (1936).
45
Es necesario reconocer no obstante, que la matematización de la ciencia econó-
mica había venido avanzando desde el último tercio del siglo XIX, especialmente
en el Reino Unido, aunque no sin demoras y dificultades, debidas entre otras
causas a la resistencia y la oposición de quienes consideraban inapropiado este
abordaje de la materia. Entre los hitos que marcaron ese proceso, destacan The
Theory of Political Economy (1871) de William Jevons y Principles of Economics
(1890) de Alfred Marshall.
65
No nos cabe duda de que ese afán por matemati-
zar los enunciados de la economía responde a la
preocupación de Marx por lograr una forma de ex-
presión y una metodología de análisis que, por su ri-
gor, disciplina, sistematicidad y precisión, se corres-
pondieran con la naturaleza científica del trabajo
que aspiraba a desarrollar. Pero más todavía, soste-
nemos que Marx se propuso incluso desarrollar pro-
cedimientos puramente matemáticos de estudio e
interpretación del comportamiento general de la
economía. En efecto, en 1873 Marx describió a En-
gels, aunque muy sucintamente, un proyecto de
gran audacia cuyo mero enunciado puede sorpren-
der a los modernos practicantes de las estadísticas y
la econometría:
… un problema con el que me he estado devanando el
seso por algún tiempo […] pero la cuestión parece in-
soluble al menos pro tempore debido a los muchos fac-
tores y datos que todavía están sin descubrir en rela-
ción con el tema. La cosa es como sigue: tú conoces
esas gráficas en que las variaciones de los precios,
descuentos, etc., etc., calculadas como porcentajes en
el curso de un año etc., son representadas por líneas
zigzagueantes que muestran sus incrementos y de-
crementos. He intentado en repetidas ocasiones, para
el estudio de las crisis económicas, analizar estas «al-
zas y bajas» calculándolas como curvas irregulares, y
pensé (y continúo pensando que esto es posible si se
dispone de suficiente material empírico), que podía
determinar matemáticamente las leyes principales
de las crisis. […] he decidido renunciar a ello por
ahora. (Marx: «Letter, 1873», p. 504)
Si nuestra interpretación de este pasaje es co-
rrecta, lo que Marx perseguía, expresado en térmi-
nos modernos, era nada menos que calcular las fun-

66
ciones de regresión no lineal de esas curvas que
tanto le interesaban, a fin de construir un modelo
matemático del comportamiento en el tiempo de las
variables económicas correspondientes. Hoy en día
este es uno de los procedimientos elementales de la
llamada econometría, campo de estudio que sólo co-
menzó a tener existencia propia en la década de
1950, cerca de 80 años después de que Marx escri-
biera esta sorprendente carta a su camarada.
En 1873 tampoco existía el campo de la estadística
paramétrica como la conocemos actualmente, ni se
habían desarrollado, en consecuencia, los procedi-
mientos de cálculo requeridos para el cómputo de re-
gresiones, ni las lineales ni mucho menos las no li-
neales; y más aún, ni siquiera el propio concepto de
«regresión» había sido establecido todavía: esto úl-
timo sólo ocurrió más de una década después, como
resultado de los trabajos biométricos que desarrolla-
ría Francis Galton46 dentro de sus investigaciones
acerca de la herencia biológica, la evolución de las es-
pecies y la «ley de selección natural» que había venido
proponiendo su primo Charles Darwin47.
Con semejantes limitaciones, de las que Marx es-
taba bastante consciente según consta en su carta,
no puede sorprendernos que haya decidido suspen-
der sine die tal proyecto, cuya mera enunciación de

46
El naturalista Galton documentó en 1886 por primera vez el efecto de regresión,
al estudiar la relación entre los tamaños de generaciones sucesivas de guisantes,
y luego entre la altura de un grupo de padres y la de su descendencia. No obs-
tante, Galton no supo reconocer las implicaciones de su descubrimiento más allá
de los estudios de la herencia biológica, y lo denominó «regresión filial». La apli-
cación general de este método a otros campos de las ciencias sólo comenzó a po-
pularizarse en las primeras décadas del siglo XX.
47
Darwin publicó en 1859 su extraordinariamente influyente On the Origin of Spe-
cies by Means of Natural Selection, en el que exponía por vez primera los concep-
tos de la evolución y la selección natural aplicados a las especies animales y ve-
getales. En 1871, mientras seguían en desarrollo los trabajos biométricos de su
primo Galton que aportaban evidencia en este sentido, Darwin extendió el con-
cepto de evolución por medio de la selección natural al caso de los seres huma-
nos, en su todavía más impactante The Descent of Man, en que argumentó los
orígenes animales de la especie homo sapiens.
67
todas maneras lo convierte por derecho propio en
precursor, casi diríamos que heroico, de ciertos as-
pectos de la estadística y la econometría actuales.
Pero independientemente de que Marx no haya lo-
grado avanzar mucho en este proyecto, queremos
destacar su objetivo: «determinar matemáticamente
las leyes» de las crisis del capitalismo, esto es, obte-
ner tales leyes por medio de operaciones puramente
matemáticas, a partir de los datos empíricos proce-
sados. No hay en todo el enunciado de su proyecto re-
ferencia alguna a consideraciones extraeconómicas,
a contradicciones de clase, a cuestiones políticas o
sociológicas, o a categorías filosóficas de ninguna es-
pecie. Y conste que no se trata de alguna extraviada
ofuscación juvenil, sino de un proyecto concebido
cuando ya se había publicado el primer volumen de
El capital y las ideas de Marx estaban en la plenitud
de su madurez. Esto demuestra la solidez de su con-
vicción en cuanto a que el funcionamiento de la eco-
nomía responde en general a regularidades objetivas
que pueden ser determinadas y estudiadas por pro-
cedimientos de base matemática, e incluso reduci-
das y formalizadas como expresiones puramente
analítico-algebraicas.
Sin embargo, no cabe ni la menor duda de que
Marx tenía siempre presentes la cuestión de la divi-
sión de la sociedad en clases, centro de toda su doc-
trina sobre la historia humana, y la perspectiva de la
revolución social. Lo que, en nuestra opinión, Marx
deja implícito aquí, y que explicitó en otras oportu-
nidades que ya hemos reseñado, es una lección
acerca del método general de trabajo que propug-
naba: partir de los datos empíricos, que en el caso de
la economía son de naturaleza cuantitativa; proce-
sarlos con el instrumental que ofrecen para ello las
68
matemáticas a fin de identificar posibles patrones
de regularidad en los fenómenos en estudio; y cons-
truir a partir de tales patrones de regularidad for-
mulaciones generales que describan, expliquen e in-
terpreten a esos fenómenos.
Desde luego, Marx seguramente confiaba en que
los descubrimientos económicos que haría por este
procedimiento encajarían en su concepción general
de la historia y la confirmarían, exponiendo con evi-
dencias incontestables las fuerzas de clase subya-
centes que gobiernan el funcionamiento de la econo-
mía y de la sociedad. Pero lo que queremos destacar
aquí es la cuestión de método, esto es, que Marx se
proponía partir de los datos para que éstos validaran
o descalificaran su doctrina, y no partir de la doc-
trina e imponérsela a los datos.

El principal de los intereses matemáticos de Marx


fue el cálculo infinitesimal, y en particular el cálculo
diferencial, único campo de estudio matemático en
que intentó generar desarrollos propios y originales.
A primera vista, puede parecer desconcertante que
el énfasis de Marx haya recaído en el cálculo infini-
tesimal y no en otro ámbito, las matemáticas finan-
cieras por ejemplo, cuya aplicación a los estudios de
economía hubiera sido más directa y obvia48. Pero si
nos detenemos a considerar las particularidades y la
naturaleza del campo de su elección, entenderemos
mejor este interés.

48
Marx sí hizo esfuerzos significativos en el estudio de las matemáticas financie-
ras, aunque no con el nivel de interés y dedicación con que abordó el cálculo in-
finitesimal, como lo demuestran sus cuadernos de apuntes correspondientes a
1869, en los que consta que «en conexión con sus estudios sobre cuestiones de la
circulación del capital y las notas de crédito en las relaciones comerciales entre Es-
tados, Marx se familiarizó con un extenso curso de aritmética comercial» (Yanovs-
kaya, p. IX).
69
El cálculo infinitesimal es la base del análisis ma-
temático de los procesos de transformación, cambio
y movimiento de todos los entes, empíricos o abs-
tractos, del universo. Fue desarrollado a mediados
del siglo XVII independiente y simultáneamente por
Newton y Gottfried Leibnitz49, justamente en el con-
texto de sus investigaciones acerca de entes en mo-
vimiento y transformación. En el caso de Newton,
este desarrollo ocurrió en conexión con sus trabajos
en física y astronomía acerca del movimiento de los
cuerpos, al tratar de resolver problemas tales como
la determinación de la velocidad instantánea, el tra-
bajo hecho por una fuerza en un punto dado, o el des-
plazamiento del centro de masa de un cuerpo bajo la
acción de una fuerza. Y Leibnitz, por su parte, traba-
jaba sobre ciertos problemas geométricos tales como
la determinación del área delimitada por una curva,
la longitud de un arco o la pendiente puntual de una
curva, y logró resolverlos al replantear las curvas en
cuestión como una sucesión de movimientos infini-
tesimalmente pequeños de puntos y líneas.
Ahora bien, todo aquel que tenga alguna noción
de la dialéctica, sabe que ésta procura precisamente
estudiar los fenómenos del universo como procesos
de permanente movimiento, cambio y transforma-
ción; y todo aquel que tenga alguna noción de mar-
xismo, sabe que la dialéctica es su base fundamental,

49
La feroz controversia en torno a cuál de los dos autores desarrolló primero los
fundamentos del cálculo infinitesimal perduró desde fines del siglo XVII hasta
al menos bien entrado el XIX. Newton habría utilizado su versión de las deriva-
das («el método de fluxiones») por primera vez alrededor de 1666, mientras que
Leibnitz haría lo propio a más tardar en 1674, cada uno sin haber tenido conoci-
miento de los trabajos del otro en esta materia. Sin embargo, en términos de pu-
blicación formal, la primicia correspondería a Leibnitz, cuyo artículo «Nova Met-
hodus pro Maximis et Minimis» apareció en 1684, mientras que la primera men-
ción del tema por Newton sólo apareció en letra impresa en su libro Philosophiæ
Naturalis Principia Mathematica, de 1687. Había por lo tanto argumentos favora-
bles a cada uno de los bandos. Para una sucinta reseña de esta polémica y sus
efectos perniciosos en el desarrollo ulterior del cálculo infinitesimal, vid. Boyer:
Calculus, pp. 187-223.
70
originalmente tomada de Hegel y adoptada por Marx
y Engels tras depurarla de su idealismo y ponerla
«sobre sus pies»50.
En otras palabras, las preocupaciones e intereses
que impulsan el desarrollo de los métodos y concep-
tos del cálculo infinitesimal son esencialmente los
mismos que dan lugar al método dialéctico de inves-
tigación del universo y sus fenómenos, y que sirven
por lo tanto de base en general a la doctrina mar-
xista. Así que, en un cierto sentido clave, el cálculo
infinitesimal, es decir la matemática de los movi-
mientos, los cambios y los procesos, es de hecho la
expresión matemática de la dialéctica, y por lo tanto
del marxismo. Al respecto, Engels afirma que:
El punto decisivo en matemáticas fue la introducción
de las magnitudes variables […]. Con ellas, hizo su en-
trada el movimiento, y por lo tanto la dialéctica, en la
matemática, y al mismo tiempo, por necesidad, tam-
bién el cálculo diferencial e integral, que comenzó de
inmediato y fue completado en general, no descu-
bierto, por Newton y Leibnitz. […] El cálculo diferen-
cial por primera vez hace posible que las ciencias […]
representen matemáticamente procesos y no sólo es-
tados: movimiento. (Engels: «Dialectics», pp. 537-550;
énfasis del original)51

50
Dice Marx: «Mi método dialéctico no es sólo diferente del hegeliano, sino su opuesto
directo. Para Hegel […] el mundo real es sólo la forma externa, fenoménica de ‘la
idea’. Para mí, por el contrario, la idea no es más que el mundo material reflejado
en la mente humana y traducido a formas de pensamiento. […] La mistificación que
la dialéctica sufre a manos de Hegel, no impide que sea él el primero en presentar
su forma general de funcionamiento de una manera comprensiva y consciente. Con
él, la dialéctica estaba de cabeza. Sólo es necesario voltearla y ponerla sobre sus
pies, para descubrir su nuez racional dentro de la cáscara mística». (Marx: «Capital
I», p. 25).
51
Engels consideraba este punto como extremadamente importante, por lo que in-
sistió en él en varios otros fragmentos tanto de Anti-Dühring como de Dialéctica,
así como en algunas cartas. Por ejemplo: «Si las matemáticas elementales, las ma-
temáticas de las cantidades constantes, se mueven dentro de los confines de la ló-
gica formal al menos en general, las matemáticas de las variables, cuya más im-
portante forma es el cálculo infinitesimal, no son otra cosa que la aplicación de la
dialéctica a las relaciones matemáticas.» (Engels: «Anti-Dühring», p. 125).
71
Por lo tanto, no debe sorprender que Marx haya
quedado fascinado por el cálculo diferencial una vez
que comenzó a estudiarlo con alguna dedicación al-
rededor de 1863: las funciones derivadas no sólo le
podían servir como herramientas para la investiga-
ción de los procesos económicos, sino que además le
proporcionaban un «puente de oro» comunicante
entre sus antiguos intereses filosóficos y sus nuevos
empeños científicos. Es justamente a esto que se re-
fería Lafargue en el fragmento que hemos usado
como epígrafe, cuando afirmaba que Marx «vio en la
matemática superior la más consistente y a la vez más
simple expresión de los movimientos dialécticos».
En vista de su ya comentado proyecto de estudiar
el comportamiento en el tiempo de las variables de la
economía reduciéndolas a curvas matemáticas, no
nos parece descabellado suponer, aunque hasta
ahora no hemos hallado evidencia directa alguna de
ello, que Marx haya considerado también la posibili-
dad de usar las funciones derivadas con el fin de cal-
cular la tasa de variación de esas mismas variables,
tasa cuya expresión matemática no es otra cosa que
la pendiente puntual de tales curvas, esto es, su deri-
vada evaluada en un punto particular de interés. El
uso de las derivadas con este fin es hoy cosa común
y cotidiana en diversas aplicaciones de las ciencias
económicas.
Pero es obvio que a Marx le incumbía el cálculo di-
ferencial también en conexión con el método y los
conceptos de la dialéctica; en él, vio una materia de
muchísimo interés y de muy significativas implica-
ciones potenciales para el combate contra las filoso-
fías idealistas52 y para el desarrollo de su propia doc-

52
Afirma el matemático y militante comunista Lucio Lombardo-Radice: «En gene-
ral, no cabe duda de que Marx dedicó tanta atención y tanto esfuerzo intelectual en
72
trina sobre bases sólidas y rigurosas. Esto se hace
evidente de manera particular en sus estudios sobre
el concepto e historia del cálculo de funciones deri-
vadas, que constituyen la sección más importante y
extensa de sus Manuscritos matemáticos.

Marx parte de la proposición de que el cálculo in-


finitesimal, a diferencia de las matemáticas elemen-
tales, no es simplemente un asunto cuantitativo,
pues contiene también elementos de análisis cuali-
tativo, o mejor dicho, porque es una representación
formal del tránsito dialéctico entre un momento
cuantitativo y otro cualitativo del mismo ente o fe-
nómeno. De manera que el propio proceso de cálculo
de una función derivada, al descomponer el cambio
cualitativo en una secuencia de cambios cuantitati-
vos y recomponerlo de inmediato en un nuevo todo
cualitativamente distinto, reúne, en sí mismo, los
momentos internos dialécticamente contradictorios
del fenómeno o ente bajo análisis.
Marx entendía así el proceso de cálculo diferen-
cial como un ejemplo concreto de la «transforma-
ción de lo cuantitativo en cualitativo» y de la «nega-
ción de la negación», dos de las herramientas de tra-
bajo (erróneamente denominadas «leyes») de la dia-
léctica. En el proceso por medio del cual una suce-
sión de cambios cuantitativos da pie a un salto cuali-
tativo que a su vez abre un nuevo ciclo de cambios
cuantitativos, la negación juega un papel clave,
puesto que la transformación o salto de un estado
cualitativo a otro sólo es posible como negación de la

los últimos años de su vida a los fundamentos del cálculo diferencial, porque en-
contró en él un argumento decisivo contra las interpretaciones metafísicas de la
dialéctica» (Lombardo-Radice, p. 275).
73
vieja cualidad. Es decir, la existencia misma de un
ente en un nuevo estado cualitativo implica la liqui-
dación del anterior estado cualitativo en que se en-
contraba el ente hasta el momento del salto. Pero esa
liquidación no es una simple eliminación, sino una
asimilación creadora cuyo resultado contiene en sí
tanto los restos de lo anterior como las premisas para
lo posterior, y sirve, por lo tanto, como nexo entre lo
pasado, lo actual y lo futuro. Esto es lo que en la lite-
ratura de estirpe soviética se ha dado en llamar, tal
vez siguiendo demasiado de cerca a Hegel, «supera-
ción dialéctica»53: lo precedente es al mismo tiempo
eliminado y preservado aunque en una nueva forma
y con nuevo contenido.
En rigor, fue el propio Hegel, padre de la dialéc-
tica idealista moderna, quien reconoció por primera
vez54 que el cálculo infinitesimal contiene aspectos
tanto cuantitativos como cualitativos, y es por lo
tanto un ejemplo de la dialéctica en acción. No obs-
tante, precisamente por el peso de la carga idealista
que arrastraba, Hegel fue incapaz de reconocer sus
posibilidades de desarrollo y sus implicaciones para
la matemática y la ciencia; al igual que lo hizo con la
dialéctica en general y todas sus otras manifestacio-
nes, separó el cálculo de la naturaleza, lo apartó del
mundo de lo empírico y por lo tanto de la ciencia, y
se limitó a considerarlo como un asunto puramente
filosófico, como un modo más de expresión de esa
entelequia que él denominaba «la Idea absoluta».

53
«El término ‘superación’ expresa bien el sentido y contenido de la negación dialéc-
tica: lo precedente se niega y se conserva a la vez. Se conserva en un sentido doble.
En primer lugar, sin el desarrollo precedente no habría base para las nuevas for-
mas. En segundo lugar, todo lo que se conserva del grado anterior de desarrollo
pasa al grado sucesivo bajo una forma sustancialmente modificada.» (Konstanti-
nov, p. 103).
54
En la segunda parte del primer volumen de su Science of Logic (1813), la cual in-
cluye una sección completa dedicada a «El propósito del cálculo diferencial dedu-
cido de su aplicación».
74
Su propósito al abordar el estudio del cálculo infi-
nitesimal, por lo tanto, no fue comprender su articu-
lación, y la de la dialéctica toda, dentro de una visión
integradora del avance del conocimiento humano,
como instrumento o herramienta capaz de contri-
buir a la construcción de nuevos saberes acerca de
los entes y fenómenos objetivos del universo, sino
… demostrar que lo infinitamente pequeño […] no
tiene simplemente el significado negativo y vacío de
una magnitud a la vez no finita y no determinada […]
sino que al contrario, tiene el significado específico
de la naturaleza cualitativa de lo que es cuantitativo
[… pues …] una diferencia cuantitativa, definida de tal
manera que no sólo puede sino que debe ser menor
que cualquier diferencia determinada, ya ha dejado
de ser una diferencia propiamente cuantitativa […] y
permanece sólo en cuanto a sus determinaciones
cualitativas (Hegel: Science, pp. 267-269; énfasis del
original)
Al hacer tal cosa, Hegel se negó a sí mismo la po-
sibilidad de abordar de manera consistente y rigu-
rosa el estudio del cálculo infinitesimal desde el
punto de vista de su conexión con las ciencias fácti-
cas, a las que de hecho despreciaba, como a la mate-
mática misma, y se restringió a considerarlo sólo en
atención a su interés dentro del contexto de los de-
bates filosóficos de la época, como un caso particu-
larmente llamativo de la dialéctica de lo finito y lo
infinito, lo cuantitativo y lo cualitativo, el ser y la
nada. Así, la tarea de apropiarse desde el campo dia-
léctico del cálculo como herramienta para el avance
general del conocimiento, y explorarlo con perspec-
tiva materialista, recayó por lo tanto en Marx y En-
gels, hegelianos insurrectos que abrazaron la dialéc-
tica del maestro pero repudiaron su idealismo55.

55
Dice al respecto Cyril Smith: «En sus trabajos matemáticos, Marx se hace eco del
75
Pues bien, para Marx sólo es posible comprender
la esencia del cálculo diferencial si se lo observa
como un caso de la llamada «superación dialéctica»56
en el contexto de la negación de la negación. Veamos
esto en sus propias palabras:
Hagamos que la variable independiente 𝑥 varíe hasta
𝑥’; entonces, la variable dependiente 𝑦 variará hasta
𝑦’ […] Ahora procedamos a la operación diferencial,
esto es, dejemos que 𝑥’ regrese hasta el valor de 𝑥. En-
tonces, 𝑥’ = 𝑥, y por lo tanto 𝑥’ − 𝑥 = 0 […]. Más todavía,
puesto que 𝑦 se había convertido en 𝑦’ sólo porque 𝑥
había aumentado hasta 𝑥’, entonces al hacer 𝑥’ = 𝑥
tendremos al mismo tiempo que 𝑦’ = 𝑦, de manera
que 𝑦’ − 𝑦 = 0. Por tanto, 𝑦’ − 𝑦 = 𝑎(𝑥’ − 𝑥) se conver-
tirá en 0 = 0. De manera que postular una diferencia
primero y luego eliminarla nos lleva literalmente a la
nada. La dificultad clave en la comprensión de la ope-
ración de la diferenciación (como, en general, en to-
dos los casos de negación de la negación), está precisa-
mente en entender de qué manera ésta se distingue
de una simple eliminación, gracias a lo cual nos con-

desprecio de Hegel por los vanos esfuerzos de los matemáticos de la época para eva-
dir las contradicciones inherentes al movimiento, la continuidad y el infinito. Pero
sus actitudes ante las matemáticas eran claramente opuestas. Para el idealista ob-
jetivo Hegel, las matemáticas, como las ciencias naturales, ocupaban un muy bajo
nivel en el desarrollo de la Idea, […] ‘pues el conocimiento matemático […] reduce lo
que tiene movimiento autónomo a asunto meramente material’ […]. Pero Marx en
cambio ve que las abstracciones matemáticas […] contienen en realidad conoci-
miento acerca de la materia en movimiento, conocimiento generalizado acerca de
las relaciones entre objetos materiales, que en última instancia ha sido abstraído
de la práctica, y que resulta indispensable para la práctica social.» (Smith, p. 264)
56
Queremos dejar constancia de que el término «superación dialéctica» no nos pa-
rece adecuado en absoluto, aunque, a fin de hacernos comprender con mayor
facilidad por quienes están familiarizados con la jerga habitual de la materia, lo
hayamos utilizado varias veces en unos pocos párrafos. El vocablo «superación»
supone e implica que el nuevo grado o estado que alcanza el ente tras el salto
cualitativo es siempre en algún sentido superior al precedente, esto es, que el
salto es siempre de ascenso o de avance. Este es desde luego el criterio tanto de
Hegel como de Engels: «cada repetición de este proceso, cada nueva negación de la
negación, eleva el avance hacia la perfección.» (Engels: «Anti-Dühring», p. 126).
Pero tal suposición es teleológica y asume en consecuencia, como las propias «le-
yes» de la dialéctica de las que se deriva, un punto de vista metafísico y anticien-
tífico del desarrollo de los procesos: excluye la posibilidad de los movimientos
opuestos, de descenso y de retroceso, que también deben ser considerados a fin
de que el juego dialéctico de contrarios quede completo. Preferimos por ello el
término «transcensión dialéctica», que también denota el tránsito a un estado
diferente del anterior, pero no connota indicación o sugerencia alguna en
cuanto al sentido de ese tránsito ni en cuanto al nivel del nuevo estado en rela-
ción con el anterior.
76
duce a resultados válidos. (Marx: Mathematical, pp. 3-
4; énfasis del original)
Es decir que, en el proceso de derivación de una
función, ocurre una primera negación de las varia-
bles 𝑥 e 𝑦 cuando se las hace variar hasta sus corres-
pondientes versiones incrementadas, 𝑥1 e 𝑦1 57; y una
segunda negación cuando se anulan, se llevan a cero,
las diferencias entre 𝑥1 − 𝑥 e 𝑦1 − 𝑦. Pero esta se-
gunda negación está condicionada por característi-
cas especiales, determinadas por la relación con-
creta que la función en cuestión establece entre las
variables, y en consecuencia su resultado tiene un
significado no nulo. Es sólo gracias a esto que el
cálculo diferencial es posible. Ese proceso de anula-
ción de la diferencia entre 𝑥1 − 𝑥 e 𝑦1 − 𝑦, corres-
ponde a un caso de la llamada superación dialéctica,
que preserva cierta información acerca de la rela-
ción establecida en la función original entre las dos
variables, y acerca del propio proceso de variación
progresiva de los valores sucesivos de las dos dife-
rencias planteadas en su aproximación al límite en
que llegan a la completa anulación. Por lo tanto, de
esa doble negación emerge una realidad cualitativa-
mente nueva, la función derivada, en la cual quedan
expresados tanto el proceso mismo de anulación
como, no obstante su novedad, ciertos vestigios de la
función original de la que nació58.

57
En la época de Marx era habitual la notación con marcas primas (𝑥ʼ, 𝑦ʼ) para de-
signar las variables incrementadas, en tanto que en la actualidad es más común
utilizar para este fin la notación con subíndices (𝑥1, 𝑦1 ). Hemos decidido respetar
la notación original de Marx en sus citas; sin embargo, en el resto del texto utili-
zamos la notación actual.
58
Seguimos en esto con relativa fidelidad la interpretación que hace Hubert Ken-
nedy del texto de Marx: «¿De qué manera entonces explica Marx la derivación como
un proceso dialéctico, precisamente como una negación de la negación? […] Esta es
la primera negación [que ocurre cuando] 𝑥 es negada para hacerse 𝑥1 […] Ahora,
0
al hacer 𝑥1 = 𝑥 […] obtenemos en el lado izquierdo de la igualdad. Esta es la se-
0
gunda negación, o negación de la negación. Pero con ella, llegamos, no de regreso a
nuestro punto de partida, sino a una nueva función.» (Kennedy, p. 311).
77
También Engels se refirió a esto, al utilizar una
explicación simplificada del proceso de derivación
como ejemplo para contrastar la insuficiencia de la
perspectiva metafísica, incapaz de solucionar las di-
ficultades inherentes en el cálculo diferencial, con
los poderes del método dialéctico:
La negación de la negación aparece de manera más
obvia en el análisis matemático superior, en esas «su-
mas de magnitudes infinitamente pequeñas» […] co-
nocidas comúnmente como cálculo diferencial e inte-
gral. […] tenemos dos variables, 𝑥 e 𝑦, ninguna de las
cuales puede variar sin que la otra también varíe en
una proporción determinada por los hechos del caso.
[…] debo llevarlas al punto en que llegan a ser tan in-
finitamente pequeñas que, por comparación con
cualquier cantidad real, por pequeña que sea, desapa-
recen hasta que nada queda de ellas salvo su relación
recíproca libre de, por así decirlo, cualquier base ma-
terial, como una razón cuantitativa en la que ya no
𝑑𝑦
hay cantidades. Por lo tanto, , el cociente entre los
𝑑𝑥
0 0
diferenciales de 𝑥 e 𝑦, es igual a , pero un que es ex-
0 0
𝑦
presión de […] lo que hemos hecho es negar tanto a
𝑥
𝑥 como a 𝑦, pero no de tal manera que nos desenten-
damos de ellos, no de la manera en que niega la meta-
física, sino en correspondencia con los hechos del
caso. (Engels: «Anti-Dühring», p. 127)

El problema lógico-conceptual que causa esa fu-


gaz desaparición de lo cuantitativo dentro de la ma-
temática, que es por antonomasia el reino de lo cuan-
titativo, quedó formalmente resuelto con la intro-
ducción en el primer tercio del siglo XIX59 de la figura

59
Para ser precisos, desde 1821, fecha de publicación del Cours dʼanalyse de lʼÊcole
Royale Polytechnique, de Augustin-Louis Cauchy, quien introdujo por primera
vez la definición formal de la derivada sobre la base del concepto de límite. Esta
definición fue a su vez revisada y modificada ya alrededor de 1870 por Karl
78
del «paso al límite». En la actual definición estándar
𝑑𝑦 𝑓(𝑥1 )−𝑓(𝑥)
de la derivada, = 𝑙𝑖𝑚 , ese paso dinámico
𝑑𝑥 𝑥1 →𝑥 𝑥1 −𝑥

y fluido de lo cuantitativo a lo cualitativo y viceversa,


aparece representado apenas por una pequeña fle-
cha casi escondida en el «sótano» de la expresión.
Pero ese minúsculo símbolo, que a primera vista po-
dría parecer como un mero formalismo, un detalle
de erudición pedante, es en realidad el centro y cora-
zón de todo el cálculo diferencial, pues cumple el rol
de indicación de movimiento, de cambio, de trans-
formación. Esa flecha representa, en forma conden-
sada y sintética, las preocupaciones e intereses que
impulsaron el desarrollo del cálculo infinitesimal,
los cuales, como ya queda dicho, son esencialmente
los mismos que dieron lugar al método dialéctico de
investigación del universo y sus fenómenos.
El foco principal de los estudios de Marx sobre la
derivación se concentra precisamente en este
asunto del paso al límite, que había quedado muy
mal resuelto por Newton y Leibnitz, los fundadores
del cálculo infinitesimal moderno60. Efectivamente,
como señala Marx, ambos incurrieron en graves in-
fracciones conceptuales, o más bien inconsistencias
axiomáticas, en sus versiones respectivas del pro-
ceso de derivación, a causa de su incapacidad para
interpretar adecuadamente el tránsito dialéctico
que se opera en el instante decisivo del proceso. Vea-
mos.

Weierstrass, quien le dio forma prácticamente definitiva.


60
Del «moderno», insistimos, y no del cálculo infinitesimal en general, pues, inde-
pendientemente de la polémica entre ellos y sus seguidores acerca de cuál de los
dos habría desarrollado primero su versión del procedimiento de derivación, lo
cierto es que mucho antes de que Newton y Leibnitz aparecieran en escena ya
había versiones precedentes tanto de la derivación como de la integración. El lla-
mado «método de exhaución» para calcular el área de figuras curvas, en parti-
cular, ya era conocido desde la época de Arquímedes.
79
El planteamiento conceptual del cálculo de la de-
rivada de una función 𝑓(𝑥) en un punto 𝑥, supone el
establecimiento de un punto 𝑥1 indefinidamente dis-
tinto del primero, la determinación del valor 𝑓(𝑥1 ) de
la función para este segundo punto, la formación del
𝑓(𝑥1 )−𝑓(𝑥)
cociente de diferencias , y por último el re-
𝑥1 −𝑥
torno desde 𝑥1 hacia 𝑥. La dificultad del proceso con-
siste en que en el momento final del retorno, al al-
canzar el paso al límite, es decir al hacerse 𝑥1 = 𝑥, el
𝑓(𝑥)−𝑓(𝑥) 0
cociente de diferencias se hace , esto es , ex-
𝑥−𝑥 0
presión sin significado propio que es técnicamente
descrita como una «indeterminación algebraica». Y
es obvio que, a fin de que el proceso de derivación sea
matemáticamente correcto, ese retorno tiene que
ser completo, es decir que la diferencia 𝑥1 − 𝑥 tiene
necesariamente que ser anulada, reducida exacta-
mente a cero, pues de lo contrario no estaríamos cal-
culando la derivada para el propio 𝑥, sino para otro
punto indefinido entre 𝑥1 y 𝑥. Esto plantea una ence-
rrona aparentemente sin salida: si el retorno es com-
pleto, el resultado del proceso es la nada; si no lo es,
el resultado es incorrecto.
La visión «mística» (Marx: Mathematical, pp. 91-
94), es decir metafísica, de Newton y Leibnitz fue in-
capaz de encontrar solución a este impasse, y por
ello, los fundadores del cálculo moderno se vieron
obligados a eludir, cada uno a su manera, esa ence-
rrona por medio de diversas maniobras evasivas.
Desde luego, hoy es aceptado de facto que el símbolo
𝑑𝑦
estándar , introducido por Leibnitz para denotar el
𝑑𝑥
proceso de derivación, no puede ser interpretado li-
teralmente como un cociente de dos números, sino
como una representación del proceso de variación
del valor de 𝑥1 en su movimiento de regreso hacia 𝑥
80
hasta alcanzar el límite 𝑥1 − 𝑥 = 0, y por lo tanto
también del valor de 𝑦1 hacia 𝑦 hasta también alcan-
zar el límite 𝑦1 − 𝑦 = 𝑓(𝑥1 ) − 𝑓(𝑥) = 0.

El proceso de diferenciación: El valor de 𝛥𝑥 resulta de la diferencia


𝑥1 − 𝑥, y el de 𝛥𝑦, de la diferencia 𝑦1 − 𝑦. Ambos tienden a cero cuando 𝑥1
tiende a 𝑥, y en consecuencia también 𝑦1 tiende a 𝑦. Así, al alcanzarse el paso
𝛥𝑦 0
al límite, el cociente adquiere la forma de la indeterminación .
𝛥𝑥 0

Pero es históricamente cierto que el propio Leib-


nitz sí lo interpretaba como un cociente real entre
dos números indefinidamente pequeños, con 𝑑𝑦
como representación del cambio infinitesimal expe-
rimentado por la variable dependiente 𝑦 a conse-
cuencia de haber ocurrido un cambio igualmente in-
finitesimal, 𝑑𝑥, en la variable independiente 𝑥 61. Y al

61
Afirma Thomas Apostol en un manual universitario moderno de cálculo que:
«No sólo era distinta la notación de Leibnitz, sino que su manera de pensar acerca
𝑑𝑦
de las derivadas también era diferente. Consideraba el límite como un cociente
𝑑𝑥
de las cantidades ‘infinitesimales’ 𝑑𝑦 y 𝑑𝑥, a las que llamaba ‘diferenciales’, y des-
𝑑𝑦
cribía la derivada como un ‘cociente diferencial’. […] Aunque Leibnitz no fue ca-
𝑑𝑥
paz de presentar una definición satisfactoria de los infinitesimales, él y sus segui-
dores los usaron sin restricciones en su desarrollo del cálculo. En consecuencia, mu-
chos criticaron el cálculo como algo misterioso y dudaron de la validez de sus mé-
todos» (Apostol, p. 172).
81
hacer tal cosa, se obligaba por lo tanto a una doble
maniobra ilegítima, para evitar tropezar con la inde-
0
terminación : en primer lugar, a fin de iniciar el
0
desarrollo del procedimiento de diferenciación, in-
sertaba a priori, sin justificación matemática alguna,
«infinitesimales», esto es, magnitudes arbitrarias
indefinidamente pequeñas en sus cálculos; y luego,
de nuevo sin justificación matemática alguna, se de-
sentendía de esos infinitesimales una vez que éstos
habían cumplido su rol en el procedimiento y se con-
vertían en un obstáculo.
Por ejemplo, para derivar la función 𝑦 = 𝑥 3 , Leib-
nitz comenzaba introduciendo injustificadamente
los infinitesimales 𝑑𝑥 y 𝑑𝑦, y planteaba la ecuación
inicial 𝑦 + 𝑑𝑦 = (𝑥 + 𝑑𝑥)3 . A continuación, desa-
rrollaba la expansión algebraica del cubo del bino-
mio en el lado derecho de la ecuación, lo cual obvia-
mente generaba los llamados «infinitesimales de
grado superior», es decir con exponente superior a la
unidad, así: 𝑦 + 𝑑𝑦 = 𝑥 3 + 3𝑥 2 𝑑𝑥 + 3𝑥 𝑑𝑥 2 + 𝑑𝑥 3 ;
después sustituía en el lado izquierdo de la ecuación
el valor de 𝑦 por su equivalente de acuerdo con la
función original, lo transponía, y hacía la simplifica-
ción algebraica correspondiente, con lo cual llegaba
a: 𝑑𝑦 = 3𝑥 2 𝑑𝑥 + 3𝑥 𝑑𝑥 2 + 𝑑𝑥 3 . Seguidamente, a fin
de que esos infinitesimales de grado superior no obs-
taculizaran los pasos finales del proceso, los «esca-
moteaba» (Marx: Mathematical, p. 92), estipulando
que si los propios infinitesimales originales ya eran
indefinidamente pequeños, al elevarlos a potencias
superiores a la unidad se hacían todavía más mi-
núsculos y podían ser aproximados a cero, y así ob-
tenía: 𝑑𝑦 ≈ 3𝑥 2 𝑑𝑥 + 3𝑥0 + 0, es decir: 𝑑𝑦 ≈ 3𝑥 2 𝑑𝑥;
y por último, transponía el infinitesimal del lado de-

82
recho, lo que le daba la función derivada aproxi-
𝑑𝑦
mada: ≈ 3𝑥 2 .
𝑑𝑥
También Newton, aunque por otros métodos y
con más recelos que su competidor62, recurrió en sus
primeros experimentos con derivadas a diversos
subterfugios para evadir el problema, y más ade-
lante, en su versión definitiva del cálculo diferencial,
que él denominaba «método fluxional», introdujo los
fantasmales «momentos», representados por la letra
griega tau (𝜏), y «fluxiones», representadas por le-
tras punteadas (𝑥˚, 𝑦˚), sin ofrecer nunca una defini-
ción formal satisfactoria de ninguno de ellos. Pero,
no obstante los esfuerzos de su creador por raciona-
lizarlos en términos físico-mecánicos, los momentos
y fluxiones nunca dejaron de ser injertos forzados,
funcionalmente equivalentes a los infinitesimales
leibnitzianos tanto en su aparición metafísica al
principio de los cálculos como en su escamoteo y eli-
minación gratuita hacia el final del procedimiento.

Obsérvese que, tanto en la versión newtoniana


como en la leibnitziana, la derivación quedaba plan-
teada a partir de la adición o suma de magnitudes ar-
bitrarias a las originales, esto es a partir de 𝑥 + 𝑑𝑥 e
𝑦 + 𝑑𝑦 según la notación de Leibnitz, o 𝑥 + 𝑥˚ e 𝑦 + 𝑦˚
en la notación de Newton, y no a partir de la varia-
ción propia de esas magnitudes originales. Es decir

62
Citando al propio Newton, el historiador de la filosofía de la ciencia Paul Vickers
comenta que: «En sus dos primeros trabajos publicados que usan el cálculo […]
Newton nos advierte que no debemos tomarnos sus palabras sobre los infinitesi-
males demasiado en serio», pues su exposición en términos de infinitesimales «es
apenas una abreviatura conveniente» por falta de una explicación matemática
rigurosa de sus procedimientos. Queda, pues, asentado que Newton tenía con-
ciencia de las debilidades y contradicciones internas de su método de fluxiones,
pero también que, pese a tal conciencia, nunca alcanzó a resolver esta ausencia
de definiciones formales (Vickers, p. 12).
83
que las «variables» eran tratadas no como tales va-
riables, sino como constantes a las que se sumaban
los infinitesimales o fluxiones, según el caso, que no
son más que otras constantes. Y de aquí, del propio
momento inicial del procedimiento, parte la supe-
rioridad del planteamiento dialéctico. Para Marx, las
variables deben ser tratadas efectivamente según lo
que su nombre indica, y en consecuencia debe respe-
tarse su variación orgánica de conformidad con las
condiciones y términos establecidos por la función
de que se trate. Engels comprendió de inmediato la
importancia capital de este contraste, y lo subrayó
con entusiasmo tras estudiar las conclusiones a que
había llegado su camarada:
… la diferencia básica entre tu método y el viejo es que
tú haces que 𝑥 cambie a 𝑥’, haciéndola una variable
verdadera, mientras que la otra forma empieza con
𝑥 + ℎ, que es simplemente la suma de dos magnitu-
des, y nunca la variación de una magnitud. Esta es la
razón por la que tu 𝑥, incluso tras haber pasado por 𝑥’
y haber regresado a ser la primera 𝑥, sigue siendo sin
embargo diferente de lo que era originalmente; en
cambio si uno simplemente suma la cantidad ℎ a 𝑥 y
luego vuelve a restarla, 𝑥 siempre sigue siendo una
constante. (Engels: «Letter», p. 379; énfasis del origi-
nal)
En otras palabras, los fundadores del cálculo, por
0
temor al dilema del al que deberían enfrentarse en
0
caso contrario, plantearon la operación diferencial
como un evento estático de sumas y restas entre
magnitudes constantes, aceptaron la validez de usar
una aproximación como si fuera una igualdad es-
tricta, y se consolaron de sus propias inconsistencias
con la racionalización de que el error que cometían
al hacer tales cosas era minúsculo y por lo tanto sin

84
consecuencias prácticas63. Pero, en cambio, desde la
visión dialéctica, la operación diferencial es com-
prendida desde el principio como un proceso diná-
mico de transformación, a lo largo del cual el valor de
𝑥, y en consecuencia también el de 𝑦, varían natural-
mente y llegan a ser 𝑥1 e 𝑦1 , respectivamente. En lu-
gar de a partir de una suma de infinitesimales «mís-
ticos», la operación de diferenciación queda plan-
teada a partir de la resta entre los valores reales que
alcanzan las variables durante su proceso de varia-
ción orgánica.
Más aún, para Marx es intolerable que se acepte
una aproximación como si fuera un valor exacto:
A fin de obtener la «derivada», es completamente
esencial llegar a 𝑥ʼ = 𝑥; por lo tanto, en el sentido ma-
temático estricto, 𝑥ʼ − 𝑥 tiene que ser exactamente
igual a cero, sin subterfugio alguno acerca de que se
trata simplemente de una aproximación infinita-
mente cercana. (Marx: Mathematical, p. 7; énfasis del
original)
Es cierto que en general, para todo efecto utilita-
rio, bastaría con aceptar como valedera la suposición
de que, si 𝑥1 − 𝑥, y por lo tanto también 𝑓(𝑥1 ) − 𝑓(𝑥),
llegan a ser virtualmente iguales a cero, entonces
cualquier error resultante debería carecer en la
práctica de consecuencias indeseables significati-
vas. Y así sucede efectivamente: la función derivada
aproximada que obtuvimos hace algunos párrafos

63
Muchos estudiosos de la matemática reclamaron tanto a Leibnitz como a New-
ton, casi desde el primer momento, las inconsistencias de sus versiones respec-
tivas del cálculo diferencial; para una revisión sumaria de estas críticas, vid. Bo-
yer: Calculus, pp. 224-266. Especialmente agudo en este sentido fue el filósofo
George Berkeley, quien atacó duramente a Newton y sus seguidores por su falta
de claridad en la definición de los momentos y fluxiones, y señaló además las
contradicciones internas del método newtoniano, observando que si éste lo-
graba obtener resultados acertados, era sólo «en virtud de una equivocación do-
ble», es decir, porque compensaba y anulaba el error cometido al inicio del pro-
cedimiento con otro de signo contrario hacia el final (Boyer: Calculus, pp. 224-
229).
85
por el ilegítimo procedimiento de Leibnitz, en reali-
dad resulta ser idéntica a la que obtendríamos por
procedimientos matemáticamente correctos, es de-
𝑑𝑦
cir: = 3𝑥 2 .
𝑑𝑥
Pero, insiste Marx, desde el punto de vista del ri-
gor matemático tal suposición resulta inaceptable, y
debe ser desechada sin miramientos:
… las cantidades infinitamente pequeñas también
son cantidades, tal como las infinitamente grandes
[…] por lo tanto también forman parte del cálculo,
exactamente como las cantidades ordinarias […] Pero
si [alguna de las cantidades involucradas] es supri-
mida supuestamente porque es infinitamente pe-
queña por comparación […], entonces estaríamos
obligados a admitir que [el resultado] es apenas un
valor aproximado, concebiblemente tan cercano al
correcto como se desee, pero siempre matemática-
mente inexacto. (Marx: Mathematical, p. 83)
La solución a esta dificultad sólo emerge con la in-
troducción del punto de vista dialéctico: la operación
diferencial, y en particular el retorno de 𝑥1 a 𝑥 y de
𝑓(𝑥1 ) a 𝑓(𝑥), es un proceso de negación de la negación
que concluye con el paso al límite, esto es, con una
transición de lo cuantitativo a lo cualitativo orgáni-
camente determinada de conformidad con los tér-
minos y condiciones establecidos por la función de-
rivable original («en correspondencia con los hechos
del caso», decía Engels).
Veamos. Para calcular la derivada de la misma
función 𝑦 = 𝑥 3 que ya usamos antes en el ejemplo de
derivación mística, Marx comienza planteando la
resta o diferencia entre los valores aumentados y los
iniciales de la función dada: 𝑦1 − 𝑦 = 𝑥1 3 − 𝑥 3 ; a
continuación factoriza el lado derecho, con lo que ob-
tiene 𝑦1 − 𝑦 = (𝑥1 − 𝑥) (𝑥1 2 + 𝑥1 𝑥 + 𝑥 2 ), y trans-
pone a la izquierda el factor (𝑥1 − 𝑥), de tal forma
86
que queda planteado el cociente de diferencias
𝑦1 − 𝑦
= 𝑥1 2 + 𝑥1 𝑥 + 𝑥 2 . Se da entonces el paso al lí-
𝑥1 − 𝑥
mite, cuando las variables aumentadas regresan a
sus valores originales, lo que replantea el cociente de
𝑦−𝑦
diferencias así: = 𝑥 2 + 𝑥 𝑥 + 𝑥 2 , o en otras pa-
𝑥−𝑥
0
labras: = 3𝑥 2 . Por último, basta sustituir la forma
0
indeterminada del lado izquierdo por un símbolo ar-
bitrario que representa el proceso dialéctico que
acaba de ocurrir, y obtenemos una vez más la deri-
𝑑𝑦
vada = 3𝑥 2 , pero esta vez por procedimientos co-
𝑑𝑥
rrectos y sin escamoteos ni aproximaciones capri-
chosas (Marx: Mathematical, p. 127).
No hacía falta, por lo tanto, evadir el encuentro
0
con el temido por medio de subterfugios ni ape-
0
lando a fantasma64 alguno, como lo hicieron los
«místicos» Newton y Leibnitz; bastaba con compren-
derlo como expresión de un proceso de tránsito dia-
léctico en curso, y no como el planteamiento fatal de
una operación que, de ser puramente numérica, se-
ría imposible de resolver.

* *

64
«¿Y qué son estas fluxiones? […] ¿Y qué son estas variaciones evanescentes? Ni can-
tidades finitas, ni cantidades infinitamente pequeñas, ni ninguna otra cosa. ¿No
podemos acaso llamarlas los fantasmas de magnitudes fallecidas?» (Berkeley, p.
59).
87
E l cálculo infinitesimal es tal vez, al menos en
cuanto a sus aplicaciones posibles, la más pode-
rosa invención de la historia de la matemática.
Puesto que su razón de ser es el análisis matemático
del movimiento y el cambio, y puesto que todo ente
del universo cambia y se mueve constantemente, las
oportunidades para el uso del cálculo en la investiga-
ción científica son literalmente infinitas. No es exa-
gerado afirmar que el espectacular avance cientí-
fico-tecnológico de la humanidad a lo largo de los úl-
timos siglos se debe, en buena medida, al desarrollo
de aplicaciones específicas de las operaciones del
cálculo, a saber la derivación y la integración, en par-
ticular bajo la forma de las llamadas ecuaciones di-
ferenciales65. Con su uso, se nos hace posible evaluar
el comportamiento de un fenómeno específico a lo
largo del tiempo y en cualquier momento arbitrario,
de manera que obtenemos una imagen integral del
proceso en su evolución continua, con profusión de
detalles.
La posibilidad de reducir un fenómeno dado,
cualquiera que sea su naturaleza, a una función de-
rivable66, permite construir modelos matemáticos
65
Las ecuaciones diferenciales ordinarias son aquellas que contienen uno o más
términos con una variable independiente, una variable dependiente, y una o
más derivadas sucesivas de la función que relaciona a dichas variables. Las ecua-
ciones diferenciales parciales contienen términos con una variable depen-
diente, dos o más variables independientes, y dos o más derivadas parciales.
66
Una función es una relación entre una o más variables independientes y una de-
pendiente, tal que a cada valor de las primeras corresponda sólo un valor de la
88
razonablemente exactos y realistas de ese fenó-
meno, y, a partir de éstos, analizar el proceso de su
evolución, comprender su dinámica específica a lo
largo del tiempo, identificar y describir con rigor sus
fases y particularidades, y, al menos en ciertos casos,
incluso predecir su desarrollo ulterior y su desen-
lace. Incluso en el escenario más sencillo, el de un fe-
nómeno reducido a una función de una única varia-
ble independiente, el simple cálculo de sus derivadas
sucesivas de orden creciente nos ofrece una gran ri-
queza de información acerca del comportamiento
del fenómeno, y nos permite, con cada derivada su-
cesiva, precisar nuevos detalles y particularidades.
El ejemplo más conocido de esto proviene de las
ciencias físicas, y en ello no hay sorpresa alguna, en
vista del origen e historia del cálculo. Se trata de la
variación en el tiempo (𝑡) de la distancia entre una
masa móvil de magnitud conocida y el punto de
inicio de su movimiento: una vez hallada la función
matemática 𝑦 = 𝑓(𝑡) que representa la posición de la
masa en cada instante del movimiento, podemos de
𝑑𝑦
inmediato calcular su primera derivada 𝑓’(𝑡) = ,
𝑑𝑡
que nos informa de la velocidad a que se mueve el
cuerpo en cada instante y nos permite conocer su
𝑑²𝑦
momentum; y su segunda derivada 𝑓’’(𝑡) = , que
𝑑𝑡²
nos informa de la aceleración que experimenta la
masa en cada fase del movimiento y nos permite co-
nocer la fuerza que se aplica sobre ésta y hace variar
su velocidad; y más aún, al multiplicar la función ori-

segunda. Una función derivable, en particular, tiene las propiedades de estar de-
finida para todo valor dentro de cierto intervalo relevante, y ser continua, sin
saltos abruptos o irregularidades dentro de dicho intervalo. La inmensa mayoría
de los fenómenos del mundo empírico pueden ser representados con razonable
exactitud por modelos matemáticos construidos con alguna función lineal, poli-
nómica, logarítmica, exponencial, trigonométrica o hiperbólica, o con alguna
combinación de dos o más de ellas, todas las cuales cumplen en general con las
condiciones de derivabilidad enunciadas.
89
ginal por su segunda derivada, podemos conocer
también el trabajo realizado durante el movimiento.
Velocidad, aceleración, momentum, fuerza, trabajo:
hemos cubierto cinco de las magnitudes fundamen-
tales de la mecánica clásica con apenas un par de
operaciones de derivación.
En economía, por su parte, es cosa relativamente
frecuente el uso de la derivación y la integración,
pues estas herramientas del cálculo infinitesimal
son fundamentales para la conceptualización en ge-
neral y la evaluación concreta de una variedad de
importantes indicadores económicos. La derivación
se usa, por ejemplo, en el estudio y determinación de
las llamadas tasas marginales de ganancia, ingreso o
costo, entre otras, que no son más que las primeras
derivadas de las funciones de ganancia total, ingreso
total y costo total, respectivamente. Consideremos el
caso del costo marginal (𝑀𝐶), el cual puede ser defi-
nido como la variación en los costos totales (𝑇𝐶) de-
bida a cada aumento o disminución de una unidad
adicional en la cantidad (𝑞) de bienes o servicios pro-
ducidos o vendidos; o más precisamente como la tasa
de variación de los costos totales asociada con la va-
𝑑𝑇𝐶
riación de la producción o venta. Así que: 𝑀𝐶 = .
𝑑𝑞
Otro uso común de las derivadas en economía es
el estudio de los llamados puntos críticos de una fun-
ción 𝑦 = 𝑓(𝑥), particularmente sus máximos y míni-
mos, es decir aquellos valores de 𝑥 para los que la
función alcanza sus valores extremos, y cuya deter-
minación es imprescindible en problemas de optimi-
zación de procesos, maximización de eficiencia, y ca-
sos similares. Para este fin se puede utilizar el cálculo
de la primera y segunda derivadas de la función en
cuestión: los puntos en que el valor de la primera de-

90
𝑑𝑦
rivada se anula, es decir que = 0, corresponden a
𝑑𝑥
puntos críticos de la función; aquellos en que ade-
más el valor de la segunda derivada se hace negativo,
𝑑²𝑦
o sea < 0, corresponden generalmente a máxi-
𝑑𝑥²
mos locales de la función original; mientras que
aquellos puntos críticos en que el valor de la segunda
𝑑²𝑦
derivada se hace positivo, es decir que > 0, co-
𝑑𝑥²
rresponden generalmente a mínimos locales67.
Por su parte, la integración, aunque algo menos
usada en economía que la derivación, tiene no obs-
tante algunas aplicaciones comunes, tales como el
estudio y la determinación de los ingresos totales, los
costos totales o las ganancias totales. Puesto que, por
definición, la integración es el reverso de la deriva-
ción, si al derivar las funciones de ingresos, costos o
ganancias totales podemos obtener, como ya quedó
dicho hace un par de párrafos, las funciones de in-
gresos, costos o ganancias marginales, entonces al
integrar estas últimas funciones podremos obtener
aquellas primeras68. Consideremos por ejemplo el
caso de los costos totales (𝑇𝐶) de una empresa, los
cuales generalmente pueden ser divididos en costos
variables (𝑉𝐶), cuyo monto oscila en dependencia del
nivel de actividad (𝑞) de la empresa, y costos fijos
(𝐹𝐶), los cuales por definición son constantes inde-
pendientemente del nivel de actividad en cada mo-
mento particular; de manera que: 𝑇𝐶 = 𝑉𝐶 + 𝐹𝐶.
Pues bien, la integral indefinida de la función de cos-

67
Los puntos en que tanto la primera como la segunda derivada se anulan, es decir
𝑑𝑦 𝑑²𝑦
que = 0 y además = 0, generalmente corresponden a puntos de inflexión,
𝑑𝑥 𝑑𝑥²
que también tienen importancia crítica en la determinación de las particulari-
dades y características de la función en estudio.
68
Esta relación entre una función original 𝑓(𝑥) y su función derivada 𝑓’(𝑥) es la
base del llamado «teorema fundamental del cálculo». Debido a tal relación, la
función integral de 𝑓’(𝑥), es decir 𝑓(𝑥), recibe en algunos contextos la denomina-
ción de función «antiderivada» o función «primitiva» de 𝑓’(𝑥).
91
tos marginales (𝑀𝐶) de la que hablamos más arriba,
nos da la sumatoria de los costos variables más la
constante genérica de integración (𝑘), la cual en este
caso resulta ser igual a los costos fijos69. Así que:
∫ 𝑀𝐶 𝑑𝑞 = 𝑉𝐶 + 𝑘 = 𝑉𝐶 + 𝐹𝐶 = 𝑇𝐶.
Y si todo eso se puede hacer con funciones senci-
llas de una sola variable independiente, las posibili-
dades en el caso de las funciones de múltiples varia-
bles son verdaderamente ilimitadas. Obviamente,
una representación matemática razonablemente
realista y exacta de cualquier fenómeno de cierta
complejidad requiere considerar dos o más variables
independientes, es decir, requiere considerar al fe-
nómeno en estudio como resultado de dos o más fac-
tores que actúan simultáneamente; cada uno de
ellos explica o describe el fenómeno sólo parcial-
mente, y es de la composición de todos ellos que
emerge la explicación o descripción total. Por ejem-
plo, un modelo razonablemente realista del compor-
tamiento de la demanda de una mercancía dada, po-
dría considerar, además del precio de la mercancía
en cuestión, los precios de las mercancías compara-
bles o sustitutas, el nivel de ingresos de la población,
las tendencias al consumo y al ahorro de esa pobla-
ción, y el nivel general de precios, entre otros facto-
res.

Ahora bien, las potenciales aplicaciones del cál-

69
Al obtener una función primitiva por integración, siempre es necesario incluir
una constante genérica, en previsión de que dicha primitiva pueda contener un
término constante cuyo valor específico, en general, es imposible de determinar.
Es por esto que a tal clase de funciones se las denomina «integrales indefinidas».
No obstante, puesto que en el caso del presente ejemplo esa constante corres-
ponde a los costos fijos, los cuales normalmente pueden ser determinados por
procedimientos contables ordinarios, la integral deja de ser indefinida al susti-
tuir 𝑘 por 𝐹𝐶.
92
culo infinitesimal específicamente a la economía po-
lítica marxista no son menos ricas y poderosas, y ya
han sido exploradas en diversas oportunidades70.
Como queda dicho en capítulos anteriores, el cálculo
comparte con el método materialista dialéctico sus
preocupaciones e intereses fundacionales: ambos
nacen de la necesidad de analizar y comprender los
procesos de transformación, cambio y movimiento
de los entes y fenómenos del universo. Esto los her-
mana y alía como dos frentes complementarios del
mismo esfuerzo conjunto: el cálculo infinitesimal
ofrece recursos para procesar sistemáticamente los
datos de la realidad empírica, y para formalizar y ex-
presar rigurosamente tanto el planteamiento del
problema a ser investigado como los resultados obte-
nidos; y por su parte, el materialismo dialéctico
construye, sobre la base de esos resultados y con el
uso de esos recursos, enunciados integradores inter-
pretativos y explicativos de los entes y fenómenos en
estudio. En otras palabras, cada uno de ellos se enri-
quece con la contribución del otro, y cada uno resulta
insuficiente sin esa contribución.
Obsérvese no obstante, que, si nos atenemos al
método que hemos descrito en capítulos anteriores a
la luz de la historia y los fundamentos de las ciencias
fácticas y del propio materialismo dialéctico, la prio-
ridad en esta dupla corresponde al cálculo: la cons-
trucción de los enunciados interpretativos y explica-
tivos sólo debe ocurrir una vez que ya ha habido
avances sustanciales en el procesamiento de los da-

70
Creemos oportuno referirnos de nuevo a Capitalismo de Hdez y Deytha, obra que
explícitamente se propone reexpresar matemáticamente los conceptos centra-
les del primer tomo de El capital de Marx. En el curso de su esfuerzo por desarro-
llar y dar forma matemática a conceptos tales como la teoría marxista del valor,
el tiempo de trabajo socialmente necesario o la composición orgánica del capital,
entre otros, los autores debieron hacer uso en distintos momentos de la deriva-
ción de funciones tanto de una como de múltiples variables independientes.
93
tos empíricos. De lo contrario, esos enunciados,
construidos en el vacío, serán meras especulaciones
de escaso valor científico y dudosa aplicación prác-
tica en la realidad.
El propio Marx dejó implícitamente sugerida la
posibilidad de utilizar el cálculo diferencial en la de-
finición y desarrollo de los conceptos y categorías
económicas que propuso tanto en los Grundrisse y la
Contribución como especialmente en El capital. Por
ejemplo, cuando Marx enuncia en el cuarto capítulo
del primer volumen de El capital su famosa fórmula
general del capital, que describe el ciclo de conver-
sión de dinero en mercancías y de nuevo en dinero,
lo hace no sólo con un lenguaje que claramente su-
giere una conexión con los conceptos fundamentales
de la derivación, sino usando un modo de expresión
simbólica idéntico al utilizado por la mayoría de los
tratados clásicos de cálculo diferencial y adoptado
por el propio Marx en sus estudios sobre la materia:
El carácter y tendencia del proceso 𝑀 − 𝐶 − 𝑀, por lo
tanto, no se debe a alguna diferencia cualitativa entre
sus extremos, puesto que ambos son dinero, sino ex-
clusivamente a su diferencia cuantitativa. Más di-
nero sale de circulación al final del proceso que la que
entró al principio. […] La forma exacta de este proceso
es por lo tanto 𝑀 − 𝐶 − 𝑀’, donde 𝑀’ = 𝑀 + 𝛥𝑀, es de-
cir la suma originalmente invertida más un incre-
mento. A este incremento o exceso sobre el valor ori-
ginal lo denomino «plusvalía». El valor avanzado ori-
ginalmente, por lo tanto, no sólo permanece intacto
mientras circula, sino que se agrega a sí mismo una
plusvalía, es decir se expande. Este movimiento lo
convierte en capital. (Marx: «Capital I», p. 161)
Detengámonos a considerar brevemente esta fór-
mula general del capital. El proceso 𝑀 − 𝐶 − 𝑀’ se ini-
cia con el adelanto de dinero (𝑀), o capital «semilla»,

94
que invierte el capitalista en la compra de determi-
nada cantidad de mercancías (𝐶), incluyendo una
cierta porción de esa mercancía particular llamada
«fuerza de trabajo», y termina con la conversión de
esas mercancías de nuevo en dinero, pero esta vez en
una cantidad incrementada de éste (𝑀’). Así que, en
el curso del proceso, ha habido una variación neta
(𝛥𝑀) sobre el valor original de la inversión. Esa va-
riación, llamada por Marx «plusvalía», es de hecho
una ampliación del dinero inicial, que permite a su
vez una ampliación de la compra de mercancías, que
se traducirá en una subsiguiente ampliación, previ-
siblemente también mayor, de la masa total resul-
tante de dinero.
Se hace evidente que el propósito de todo el pro-
ceso es la obtención de cada vez más dinero, a dife-
rencia del comercio no capitalista, cuyo objeto es la
obtención de mercancías para satisfacer necesida-
des o deseos, y cuyo ciclo de circulación tiene la
forma 𝐶 − 𝑀 − 𝐶. Bajo esta «circulación mercantil
simple», el dinero representa apenas un paso inter-
mediario para facilitar el intercambio de una mer-
cancía inicial, de la que se dispone en exceso, por
otra que se desea o necesita; pero en la «circulación
mercantil capitalista» los términos se invierten: la
mercancía es ahora el paso intermediario, y el dinero
se convierte en el principio y el fin del proceso. Así,
el dinero llega a ser propiamente capital (Marx: «Ca-
pital I», pp. 165-166).71

71
Marx dedicará buena parte del segundo tomo de su libro a estudiar con mayor
detenimiento las diferencias entre la circulación simple y la ampliada, y sus
efectos respectivos, la acumulación y reproducción simples y las ampliadas, con
atención a las diferentes formas (capital dinero, capital productivo y capital
mercancía) que adopta el capital en el contexto de su circuito general de circula-
ción: «El movimiento circular del capital ocurre en tres etapas las cuales, de
acuerdo con lo presentado en el volumen I, forman una serie […]. Las etapas pri-
mera y tercera fueron discutidas en el primer libro sólo en la medida en que era
necesario para comprender la segunda etapa, el proceso de producción de capital.
Por esta razón, las varias formas que el capital adopta en sus diferentes etapas, de
95
Ahora bien, nótese en el enunciado de Marx, en
particular, el uso de la letra griega delta mayúscula
para identificar el «incremento» de la variable dinero
(𝛥𝑀), y de la marca prima para identificar a esa
misma variable ya incrementada (𝑀’); estos recursos
simbólicos, habituales en los tratados de cálculo, son
exactamente los mismos que utiliza Marx en sus Ma-
nuscritos matemáticos para referirse a lo que él llama
la «derivada preliminar», es decir la forma inicial del
𝛥𝑦 𝑦’−𝑦
«cociente de diferencias» = (Marx: Mathemati-
𝛥𝑥 𝑥’−𝑥
cal, pp. 4-6). No nos cabe duda, pues, de que Marx,
quien para el momento de escritura de El capital ya
llevaba varios años dedicado al estudio de diferentes
aspectos del cálculo infinitesimal72, había adoptado
tanto los conceptos fundamentales como los modos
de expresión propios de éste, por encontrarlos con-
venientes y propicios para sus fines particulares.
A partir del enunciado de Marx, hacen falta muy
pocos pasos adicionales para proponer la construc-
ción por medio del cálculo diferencial de una nueva
tasa relacionada con la plusvalía que acaba de que-
dar definida, llamémosla «tasa de variación de la
masa total de dinero»: si, manteniendo los términos
y designaciones de Marx, especificamos una función
𝑦 = 𝑓(𝑡) que represente las magnitudes cambiantes

las que se reviste o se deshace a lo largo de la reiteración de su circuito, no fueron


consideradas. Estas formas serán ahora el objeto directo de nuestro estudio.»
(Marx: «Capital II», p. 31).
72
En 1863, cuatro años antes de que diera finalmente a la imprenta el primer vo-
lumen de El capital, Marx escribió a Engels que «Ahora dedico mi escaso tiempo
libre al cálculo diferencial e integral. Por cierto, tengo un exceso de obras sobre esto
y te enviaré una, en caso de que desees atacar el tema. Lo considero casi esencial
para tus estudios militares. Y además, es una rama de las matemáticas más fácil
de dominar (al menos en cuanto a los tecnicismos) que los aspectos más avanzados
del álgebra, por ejemplo» (Marx: «Letter, 1863», p. 483). Por otra parte, como ya
quedó dicho en el capítulo anterior, los cuadernos de apuntes matemáticos de
Marx correspondientes a esa misma época incluyen referencias a diversos as-
pectos del cálculo, según reporta Yanovskaya, la especialista soviética quien di-
rigió la preparación de la primera edición completa de los Manuscritos matemá-
ticos (Yanovskaya, p. VIII).
96
de la masa total de dinero en el tiempo73, podríamos
calcular su tasa de variación, que no es otra cosa que
la tasa de variación de la masa de plusvalía acumu-
lada a medida que avanza el ciclo 𝑀 − 𝐶 − 𝑀’, usando
𝑑𝑀 𝛥𝑀 𝑀’−𝑀
para ello la función derivada = = .
𝑑𝑡 𝛥𝑡 𝑡’−𝑡

Más adelante, en el capítulo 11 del primer volu-


men de El capital, Marx se dedicó al estudio de las re-
laciones entre la tasa de plusvalía y la masa de plus-
valía, es decir entre la cantidad de plusvalía obtenida
por unidad de capital variable, o capital invertido en
la compra de fuerza de trabajo, y la suma total de
plusvalía obtenida por la masa de capital variable
empleado. Dice Marx que, dado que la masa de plus-
valía es resultado de la composición de dos factores,
la masa de capital variable y la tasa de plusvalía, es
factible obtener una determinada masa total de
plusvalía con cualquiera entre múltiples (en teoría
infinitas) posibles combinaciones de esos factores:
En la producción de una masa definida de plusvalía,
por lo tanto, la disminución de un factor puede ser
compensada por el aumento del otro. Si el capital va-
riable disminuye, y al mismo tiempo la tasa de plus-
valía se incrementa en la misma proporción, la masa
de plusvalía permanece inalterada. […] La disminu-
ción del capital variable puede por lo tanto ser com-
pensada con un aumento proporcional en el grado de
explotación de la fuerza de trabajo, o una disminu-
ción en el número de trabajadores empleados por me-
dio de una extensión proporcional del día laboral. […]
Por el contrario, una caída en la tasa de plusvalía
puede dejar inalterada la masa de plusvalía produ-

73
Desde luego, en este caso será necesario medir el tamaño real de la masa de di-
nero en unidades constantes, o bien hacer a su tamaño nominal los ajustes co-
rrespondientes, a fin de eliminar las distorsiones causadas por la inflación.
97
cida, si la cantidad de capital variable, o número de
trabajadores empleados, crece en la misma propor-
ción. (Marx: «Capital I», pp. 308-309)
Obsérvese que en este caso nos estamos refi-
riendo a una función de dos variables independien-
tes. La magnitud de la masa total de plusvalía, varia-
ble dependiente a la que, respetando los términos y
denominaciones establecidos por Marx, identificare-
mos como 𝑠, resulta de la composición de dos facto-
res o variables independientes: la masa de capital va-
riable, 𝑣, y la tasa de plusvalía, 𝑠’. Tenemos además
que, según se desprende de las palabras de Marx, la
variación de 𝑠 es directamente proporcional a la va-
riación de cada uno de los dos factores. Así que la
función en cuestión es: 𝑠 = 𝑠’ ⋅ 𝑣.
El capitalista puede hacer variar tanto la tasa de
plusvalía, modificando los términos y condiciones
bajo los cuales contrata y usa a cada trabajador,
como la masa de capital variable empleado, modifi-
cando el número total de trabajadores contratados.
Si los dos factores varían simultáneamente en senti-
dos opuestos pero en la misma proporción, las varia-
ciones se anularán y el total de plusvalía obtenida
permanecerá más o menos inalterado; si uno varía
mientras el otro permanece constante, la masa de
plusvalía se modificará en el mismo sentido y pro-
porción de esa única variación; si ambos varían en
igual sentido, la masa de plusvalía cambiará en pro-
porción al conjunto de esas variaciones. Así, por
ejemplo, si se intensifica o prolonga la jornada de
trabajo, lo que se traduce en un aumento del nivel de
explotación de cada trabajador, y al mismo tiempo se
aumenta el número total de trabajadores, lo que am-
plía el capital variable invertido, la masa total de
plusvalía crecerá en virtud de ambas variables.
98
Ahora bien, esa dinámica resultante de las múlti-
ples combinaciones posibles entre los dos factores
componentes, y sus efectos individuales y conjuntos
sobre la masa de plusvalía, puede ser adecuada-
mente descrita y estudiada con el uso de las herra-
mientas de la derivación parcial y el diferencial total.
Si en primera instancia se mantiene constante 𝑣 y se
hace variar 𝑠’, y a continuación se hace lo contrario,
es decir se deja 𝑠’ constante y se hace variar 𝑣, las va-
riaciones de 𝑠 resultantes en cada caso serán, respec-
tivamente, las derivadas parciales de 𝑠 con respecto
𝜕𝑠
a 𝑠’, es decir: 𝑓’𝑠’ (𝑠’, 𝑣) = ; y con respecto a 𝑣, es de-
𝜕𝑠’
𝜕𝑠
cir: 𝑓’𝑣 (𝑠’, 𝑣) = . Y por último, en caso de que varíen
𝜕𝑣
ambos factores simultáneamente, la variación de la
masa de plusvalía corresponderá al diferencial total:
𝜕𝑠 𝜕𝑠
𝑑𝑠 = 𝑑𝑠’ + 𝑑𝑣.
𝜕𝑠’ 𝜕𝑣

Derivación parcial con respecto a 𝒙: Manteniendo constante la variable 𝑦,


hacemos que el valor de 𝑥1 tienda al de 𝑥0 , con lo que el valor de 𝛥𝑥 tiende a cero;
al mismo tiempo, debido a las condiciones que impone la función, el punto 𝐵
se aproxima al punto 𝐶, con lo que el valor de 𝛥𝑧𝑥 también tiende a cero.

99
Marx dedicó los capítulos 16 al 18 del primer vo-
lumen de El capital precisamente a profundizar el es-
tudio de los mecanismos por medio de los cuales el
capitalista puede modificar el valor de 𝑠, es decir la
masa total de plusvalía que obtiene de cada trabaja-
dor. Puesto que la plusvalía es función directa del
plustrabajo, o trabajo realizado por los asalariados
más allá y por encima del que es estrictamente nece-
sario para producir una cantidad de bienes equiva-
lente al valor de su propio salario (el cual se asume
como exactamente igual a los requerimientos para la
satisfacción de sus necesidades), resulta obvio que
para aumentar la primera es indispensable hacer
crecer el segundo. La cantidad de plusvalía (𝑠) obte-
nida de cada trabajador es igual al valor monetario
del plustrabajo (𝑆𝐿) realizado por éste, que a su vez es
igual a la totalidad de lo que ha producido en una jor-
nada, es decir el trabajo total (𝑇𝐿), menos aquella
parte equivalente a su propio salario, es decir el tra-
bajo necesario (𝑁𝐿). Así que 𝑠 = 𝑆𝐿 = 𝑇𝐿 − 𝑁𝐿.
La cuestión para el capitalista, entonces, es cómo
incrementar la cantidad de plustrabajo obtenido de
cada trabajador:
La prolongación de la jornada laboral más allá del
punto en que el trabajador ya habría producido el
equivalente justo del valor de su fuerza de trabajo, y
la apropiación por el capitalista de ese plustrabajo, es
la producción de plusvalía absoluta, la cual forma la
base general del sistema capitalista y el punto de par-
tida para la producción de plusvalía relativa. Esta úl-
tima presupone que la jornada laboral ya está divi-
dida en dos partes, el trabajo necesario y el plustra-
bajo. A fin de prolongar el plustrabajo, el trabajo ne-
cesario debe ser acortado por métodos gracias a los
cuales se produzca en menos tiempo el equivalente al
100
salario. La producción de plusvalía absoluta depende
exclusivamente de la duración de la jornada laboral;
la producción de plusvalía relativa, en cambio, revo-
luciona completamente los procesos técnicos del tra-
bajo (Marx: «Capital I», pp. 510-511)
La primera y más obvia respuesta al problema de
cómo incrementar el plustrabajo es aumentar en tér-
minos absolutos el tiempo total de trabajo de la jor-
nada laboral, de manera que cada trabajador, tras
haber realizado durante la primera parte de la jor-
nada su trabajo necesario, es decir el imprescindible
para producir suficientes bienes para cubrir el valor
de su propio salario, dedique una cantidad mayor de
tiempo a la producción de valor adicional, más allá y
por encima del salario que ha sido convenido. En
otras palabras, haciendo que el trabajador trabaje en
total más horas. A esto llama Marx aumento absoluto
de la plusvalía o «producción de plusvalía absoluta».
La segunda respuesta es aumentando en térmi-
nos relativos la porción adicional de la jornada sin
alargar la duración total absoluta de ésta; en otras
palabras, acortando el tiempo que el trabajador re-
quiere para hacer el trabajo necesario, lo que libera
una porción mayor de jornada para dedicarla al plus-
trabajo, o trabajo no remunerado. Esto implica un
aumento de la producción por unidad de tiempo, lo
que, además de alargar en términos relativos el
tiempo de plustrabajo, lo hace también más rendi-
dor. Ahora bien, este aumento del rendimiento, a su
vez, puede lograrse bien aumentando la intensidad
del trabajo, es decir haciendo que cada trabajador
trabaje más y más rápido, o bien aumentando la tasa
de productividad del trabajo, es decir haciendo que
la misma cantidad de trabajo ejercida en el mismo
tiempo resulte en una mayor cantidad de producto,

101
lo cual implica una mejoría general de los procesos
técnicos del trabajo, haciéndolos más eficientes. A
esto llama Marx aumento relativo de la plusvalía o
«producción de plusvalía relativa».
La clave, en todos los casos, es la relación propor-
cional entre el trabajo necesario (𝑁𝐿) y la cantidad de
trabajo total (𝑇𝐿) realizado por el trabajador en una
jornada. Y esta última depende a su vez de tres gran-
des variables, a saber: la longitud de la jornada labo-
ral o «magnitud extensiva del trabajo» (𝐸𝑀), es decir
la extensión del tiempo total empleado en el trabajo;
la intensidad media del trabajo o su «magnitud inten-
siva» (𝐼𝑀), es decir la cantidad de trabajo efectuado
por unidad de tiempo; y la productividad del trabajo
(𝑃), es decir la producción obtenida en una unidad
de tiempo por cada unidad de trabajo. Estamos pues
ante la función matemática 𝑇𝐿 = 𝐸𝑀 ⋅ 𝐼𝑀 ⋅ 𝑃, con
tres variables independientes que pueden combi-
narse entre ellas de muy diversas maneras. Marx de-
dica el capítulo 17 completo a revisar sistemática-
mente las combinaciones generales más importan-
tes de esas tres variables: a) con 𝐸𝑀 e 𝐼𝑀 constantes
y 𝑃 variable; b) con 𝐸𝑀 y 𝑃 constantes e 𝐼𝑀 variable;
c) con 𝑃 e 𝐼𝑀 constantes y 𝐸𝑀 variable; d) con varia-
ciones simultáneas de 𝐸𝑀, 𝐼𝑀 y 𝑃 (Marx: «Capital I»,
pp. 519-530).
Tal procedimiento de aislar los factores intervi-
nientes y hacerlos variar uno a uno mientras los de-
más se mantienen inalterados, es imprescindible en
el cálculo de derivadas parciales; ya lo vimos en uso
en el ejemplo anterior, aunque en ese caso se trataba
de una función de sólo dos variables independientes,
y esta vez lidiamos con tres. Pero, más allá del cálculo
diferencial, se trata en realidad de una metodología
de uso común en todas las ciencias, que procura
102
identificar y estudiar de manera individualizada los
distintos factores intervinientes en un proceso o fe-
nómeno, antes de pasar a combinarlos en procura de
la «fórmula general» del proceso o fenómeno bajo in-
vestigación. Esta es la conocida estipulación de con-
diciones cæteris paribus74, ampliamente usada en to-
das las ciencias, por ejemplo en diversos aspectos de
teoría económica.
Aunque nunca lo diga explícitamente, el orden y
formato de su exposición sugieren sin dudas que
Marx tenía en mente el cálculo de derivadas parcia-
les de la función 𝑇𝐿 = 𝐸𝑀 ⋅ 𝐼𝑀 ⋅ 𝑃. Podemos com-
pletar ahora por nuestra cuenta el planteamiento de
derivación parcial que Marx dejó insinuado. Las de-
rivadas parciales de 𝑇𝐿 con respecto a 𝑃, 𝐼𝑀 y 𝐸𝑀, es
decir, las correspondientes a los casos «a», «b» y «c»
enunciados poco más arriba, son, respectivamente:
𝜕𝑇𝐿
𝑓’𝑃 (𝑃, 𝐼𝑀, 𝐸𝑀) = para el caso «a»; para el caso «b»
𝜕𝑃
𝜕𝑇𝐿 𝜕𝑇𝐿
𝑓’𝐼𝑀 (𝑃, 𝐼𝑀, 𝐸𝑀) = ; y 𝑓’𝐸𝑀 (𝑃, 𝐼𝑀, 𝐸𝑀) = para el
𝜕𝐼𝑀 𝜕𝐸𝑀
caso «c». Y en el caso «d», en que las tres variables es-
tán sometidas a cambios simultáneos, corresponde
calcular el diferencial total de la función original, es
𝜕𝑇𝐿 𝜕𝑇𝐿 𝜕𝑇𝐿
decir: 𝑑𝑇𝐿 = 𝑑𝑃 + 𝑑𝐼𝑀 + 𝑑𝐸𝑀.
𝜕𝑃 𝜕𝐼𝑀 𝜕𝐸𝑀

En los primeros cuatro capítulos del tercer volu-


men de su obra fundamental, Marx estudia las rela-
ciones entre la tasa de plusvalía y la de ganancia, y
explica la diferencia entre ambas: puesto que la plus-
valía se obtiene exclusivamente de la explotación de

74
Textualmente, «con todo lo demás a la par», es decir, dejando que uno de los fac-
tores en estudio varíe libremente, mientras se restringen o eliminan los cambios
habidos en todos los demás. En un diseño de investigación experimental, se
llama «variable experimental» el factor liberado, y se dice que se «controlan» los
demás factores o variables.
103
la fuerza de trabajo, tanto en el cálculo de su magni-
tud (𝑠) como en el de su tasa (𝑠’) debe tomarse en
cuenta únicamente la parte variable del capital
avanzado (𝑣), es decir la parte del capital que se ha
invertido en la adquisición de esa fuerza de trabajo a
explotar bajo la figura de remuneraciones a las y los
𝑠
trabajadores empleados: 𝑠’ = . En cambio, para el
𝑣
cálculo de la tasa de ganancia (𝑝’), debe considerarse
el total del capital avanzado (𝐶), esto es, la suma del
capital constante (𝑐) invertido en maquinarias, he-
rramientas, materias primas y todos los otros ele-
mentos que hacen posible el trabajo productivo, más
el capital variable invertido en fuerza de trabajo
𝑠 𝑠
(𝐶 = 𝑐 + 𝑣). Obtenemos así: 𝑝’ = = (Marx:
𝐶 𝑐+𝑣
«Capital III», pp. 45-52).
En esta parte de su libro, Marx dedica especial
atención a un fenómeno ideológico que distorsiona
la correcta percepción de la esencia del concepto de
plusvalía. Se trata de la ilusión o imagen falsificada
que oculta la naturaleza explotadora de toda ganan-
cia al pasar por alto la diferenciación entre las partes
constitutivas del capital agrupándolas en un todo in-
diferenciado, y revolviendo y confundiendo en con-
secuencia la ganancia con la plusvalía, o más exacta-
mente ocultando esta última dentro de la primera:
… es evidente que al capitalista individual sólo le in-
teresa la relación entre la plusvalía, o el valor exce-
dente al que vende sus mercancías, y el capital total
que avanzó para la producción de éstas, mientras que
la relación específica y la conexión interna entre esa
plusvalía y las distintas partes del capital no le con-
cierne, y, más todavía, le resulta favorable a sus intere-
ses correr un velo sobre esta relación específica y esta
conexión intrínseca. (Marx: «Capital III», p. 47; énfa-
sis agregado)

104
Hecha tal operación ideológica de enmascara-
miento, la ganancia puede ser presentada como el le-
gítimo producto de una legítima inversión multipli-
cada gracias a las supuestas «fuerzas productivas del
capital», y no como lo que en realidad es, el resultado
de la venta por el capitalista de «algo que éste se apro-
pió sin haber pagado nada por ello» (Marx: «Capital
III», p. 46): el plustrabajo del trabajador que ha sido
incorporado en la mercancía durante el proceso pro-
ductivo. Y presentada la ganancia de esta última
forma gracias a la ciencia que expone la verdad y
destruye la ideología, su legitimidad resulta bas-
tante más discutible: al fin y al cabo, apropiarse de
algo ajeno sin pagarlo ¿no es acaso un acto de robo?
𝑠
Ahora bien, si en la igualdad 𝑝’ = sustituimos 𝑠
𝐶
por su equivalente 𝑠’ ⋅ 𝑣, como indica el propio Marx
(«Capital III», p. 53), obtendremos la nueva ecuación
𝑣
𝑝’ = 𝑠’ , la cual muestra la relación entre ambas ta-
𝐶
sas, la de plusvalía y la de ganancia, o, más precisa-
mente, expresa a esta última como función de la pri-
mera. Este no es simplemente un detalle de interés
erudito, sino un hecho de importancia fundamental,
pues, al mostrar la tasa de ganancia como variable
dependiente de la tasa de plusvalía, la nueva ecua-
ción pone de relieve la verdadera relación entre am-
bas, y enfatiza que la ganancia no es en realidad más
que plusvalía reexpresada en otros términos: la ga-
nancia es resultado directo de la explotación del tra-
bajo asalariado.
Marx deja constancia de que, en rigor, para la co-
rrecta determinación de la tasa de ganancia sería ne-
cesario tomar en cuenta también otras variables, ta-
les como la rotación del capital, la productividad del
trabajo, la extensión de la jornada laboral, la intensi-
105
dad del trabajo, o el tamaño de los salarios. No obs-
tante, a fin de simplificar su exposición, y en vista de
que tales variables son «exhaustivamente cubiertas»
en otras partes de El capital, Marx decide asumirlas
como constantes y dejarlas por ahora de lado (Marx:
«Capital III», pp. 53-55), a fin de dedicarse a investi-
gar en detalle los varios casos posibles que se des-
prenden de la función considerada.
Como en los ejemplos anteriores, se trata de una
función de múltiples variables independientes. Para
𝑣
efectos didácticos, Marx separa el producto 𝑠’ en
𝐶
sus dos factores multiplicandos, e identifica así dos
𝑣
casos principales: 1) con 𝑠’ constante y variable, y 2)
𝐶
𝑣
con 𝑠’ variable y constante. Asimismo, identifica un
𝐶
número de casos subalternos para cada caso princi-
pal, haciendo variar sucesiva y separadamente a las
dos partes componentes de 𝐶, es decir a 𝑐 y 𝑣, y por
último haciéndolas variar simultáneamente.
Por medio de relativamente sencillas pero inge-
niosas manipulaciones algebraicas de la función
𝑣
𝑝’ = 𝑠’ , Marx desarrolla fórmulas específicas para
𝐶
determinar la tasa de ganancia en cada uno de los ca-
sos principales y sus casos subordinados, y las aplica
a ejemplos numéricos concretos. Una vez más, la me-
todología con que aborda el asunto, es decir aislando
los factores intervinientes en la función y haciéndo-
los variar uno a uno mientras los demás se mantie-
nen inalterados; el orden y estructura de su exposi-
ción; y el uso que hace de algunos recursos simbóli-
cos y expresivos característicos, sugieren que Marx
podría haber tenido en mente el cálculo diferencial,
aunque, al igual que en ejemplos anteriores, no se
encuentre tampoco aquí indicación explícita alguna
de que haya considerado el uso de la derivación par-
106
cial para investigar las variaciones de 𝑝’ resultantes
en cada uno de los casos.
No obstante, puesto que Marx apuntó hacia el
cálculo diferencial y dejó preparado todo el contexto
para ello, parece perfectamente legítimo dar el úl-
timo paso en esa dirección e introducir por nuestra
cuenta, como alternativa a su solución algebraica,
una solución por la vía de la derivación al menos
para algunos de los casos planteados. Se trata de cal-
cular las derivadas parciales de 𝑝’ con respecto a 𝑠’,
con respecto a 𝐶, y con respecto a cada uno de los dos
componentes de este último, es decir 𝑣 y 𝑐. Por ejem-
plo, con 𝑣 variable y 𝑠’ y 𝐶 constantes, el resultado se-
𝜕𝑝’
ría 𝑓’𝑣 (𝑠’, 𝑣, 𝐶) = ; con 𝑠’ y 𝑣 constantes y 𝑐 y por lo
𝜕𝑣
𝜕𝑝’
tanto 𝐶 variables, tendríamos 𝑓’𝐶 (𝑠’, 𝑣, 𝐶) = ; en el
𝜕𝐶
caso con 𝑠’ variable y 𝑣 y 𝑐 constantes, llegaríamos a
𝜕𝑝’
𝑓’𝑠’ (𝑠’, 𝑣, 𝐶) = ; y en el último caso, en el que varían
𝜕𝑠’
simultáneamente todos los factores involucrados, el
resultado sería el diferencial total de la función ori-
𝜕𝑝’ 𝜕𝑝’ 𝜕𝑝’
ginal, que es: 𝑑𝑝’ = 𝑑𝑣 + 𝑑𝐶 + 𝑑𝑠’.
𝜕𝑣 𝜕𝐶 𝜕𝑠’

En los capítulos 13 al 15 del tercer volumen, se ex-


pone y desarrolla uno de los conceptos más impor-
tantes y más frecuentemente mal entendidos de
toda la obra económica de Marx, a saber el de la «ten-
dencia a la caída de la tasa de ganancia», o, en el de-
cir de quienes citan el texto marxista sin haber leído
los pasajes relevantes y de quienes sí los han leído y
los distorsionan con o sin intención, la supuesta «ley
de la caída de la tasa de ganancia»75.

75
Es necesario reconocer la posibilidad de que a esa distorsión hayan contribuido,
al menos en alguna medida, las confusiones derivadas de la diversidad de tra-
ducciones y retraducciones que se han hecho del texto original marxista: «ley de
107
Recordemos que para el cálculo de la tasa de ga-
𝑠
nancia, Marx ya nos ha propuesto la función 𝑝’ = ,
𝐶
la misma del ejemplo anterior pero en su forma ori-
ginal, es decir, antes de haber hecho la sustitución de
𝑠 por su equivalente 𝑠’ ⋅ 𝑣. Se trata de una función de
múltiples variables independientes, dos si conside-
ramos el capital total como una unidad indivisa, o
tres si tomamos en cuenta su desdoblamiento en ca-
pital variable más capital constante (𝐶 = 𝑐 + 𝑣). En
este caso, se hace estrictamente necesario asumir la
segunda posibilidad y considerar obligatoriamente
la composición orgánica del capital total, es decir su
división interna, no sólo para efectos de mayor ex-
haustividad, sino porque la diferenciación entre ca-
pital variable y capital constante, y especialmente la
relación proporcional entre uno y otro, son precisa-
mente los puntos claves que causan y explican la ten-
dencia a la caída de la tasa de ganancia:
… una misma tasa de plusvalía puede expresarse, bajo
el mismo grado de explotación del trabajo, en una
caída de la tasa de ganancia, porque el crecimiento
material del capital constante implica también un
crecimiento –aunque no en la misma proporción– en
su valor, y consecuentemente en el valor del capital
total. Si […] este cambio gradual en la composición del
capital no se limita sólo a esferas individuales de pro-
ducción, sino que ocurre […] de manera que resulta en
cambios en la composición orgánica promedio del ca-
pital total de una cierta sociedad, entonces el creci-
miento gradual del capital constante en relación con
el capital variable necesariamente debe llevar a una
caída gradual de la tasa general de ganancia, siempre
que la tasa de plusvalía, o la intensidad de la explota-
ción del trabajo, se mantenga igual. (Marx: «Capital

la caída de la tasa (o cuota)», «ley de la tendencia a la caída de la tasa (o cuota)»,


«ley de la caída tendencial de la tasa (o cuota)», «ley de la tendencia decreciente
de la tasa (o cuota)», entre otras.
108
III», pp. 209-210; énfasis del original)
Buscamos una función que permita relacionar la
variación de la tasa de ganancia con las variaciones
respectivas de la masa de plusvalía, la masa de capi-
tal constante y la masa de capital variable, con la es-
pecificación de que la variación de 𝑝’ es directa-
mente proporcional a la de 𝑠, e inversamente propor-
cional a la de los otros dos factores, ya sumados o ya
considerados individualmente. La función que nos
𝑠
ocupará es, por lo tanto, 𝑝’ = .
𝑐+𝑣
También en esta oportunidad, el uso de la deriva-
ción parcial y el diferencial total nos permite descri-
bir y estudiar las múltiples combinaciones posibles
entre los tres factores y sus efectos individuales y
conjuntos sobre la tasa de ganancia. En primera ins-
tancia, mantendremos constante a 𝑠 y a 𝑐 y haremos
variar a 𝑣; luego mantendremos constante a 𝑠 y a 𝑣 y
haremos variar a 𝑐; en tercer lugar mantendremos
constante a 𝑐 y a 𝑣 y haremos variar a 𝑠. Las variacio-
nes de 𝑝’ resultantes en cada uno de los tres casos se-
rán, respectivamente, sus derivadas parciales con
𝜕𝑝’
respecto a 𝑣, o sea: 𝑓’𝑣 (𝑠, 𝑐, 𝑣) = ; con respecto a 𝑐,
𝜕𝑣
𝜕𝑝’
es decir: 𝑓’𝑐 (𝑠, 𝑐, 𝑣) = ; y con respecto a 𝑠, a saber:
𝜕𝑐
𝜕𝑝’
𝑓’𝑠 (𝑠, 𝑐, 𝑣) = . Y por último, en caso de que varíen
𝜕𝑠
los tres factores simultáneamente, la variación de la
tasa de ganancia será el diferencial total de la fun-
𝜕𝑝’ 𝜕𝑝’ 𝜕𝑝’
ción original, es decir: 𝑑𝑝’ = 𝑑𝑣 + 𝑑𝑐 + 𝑑𝑠.
𝜕𝑣 𝜕𝑐 𝜕𝑠
Ahora bien, es claro que Marx tenía en mente la
evolución en el tiempo de la variación de 𝑝’, como lo
indica el hecho de que se refiera a una «tendencia
histórica» de esta tasa a medida que ocurre «el desa-
rrollo progresivo de las fuerzas productivas de la socie-
dad» (Marx: «Capital III», pp. 210-211), se incorporan
109
al proceso productivo nuevas tecnologías y más ma-
quinaria, y mejora en general la productividad del
trabajo. Es por lo tanto legítimo que modifiquemos
por nuestra cuenta la función que hemos venido tra-
bajando, que es del tipo 𝑝’ = 𝑓(𝑠, 𝑐, 𝑣), considerando
ahora a sus tres variables independientes como de-
pendientes de una cuarta, el tiempo 𝑡, con lo que ob-
tendríamos una función compuesta, o función de
funciones de la variable 𝑡, así: 𝑝’ = 𝑓(𝑠[𝑡], 𝑐[𝑡], 𝑣[𝑡]).
De esta manera, si se dispone de la serie histórica de
datos correspondientes a 𝑠, 𝑐 y 𝑣, resulta posible
construir la derivada total de la función original:
𝑑𝑝’ 𝜕𝑝’ 𝑑𝑠 𝜕𝑝’ 𝑑𝑐 𝜕𝑝’ 𝑑𝑣
= + + , la cual nos permitiría
𝑑𝑡 𝜕𝑠 𝑑𝑡 𝜕𝑐 𝑑𝑡 𝜕𝑣 𝑑𝑡
evaluar efectivamente el desarrollo en el tiempo de
la tendencia de 𝑝’.
Parece apropiado concluir esta sección mencio-
nando que al poner en práctica nuestra última suge-
rencia, es decir, al calcular la derivada total de 𝑝’ con
inclusión de la variable tiempo, se hace evidente que,
tal como preveía el propio Marx, en realidad no se ha
producido históricamente una caída sostenida de la
tasa de ganancia. Por el contrario, salvo caídas mo-
mentáneas inmediatamente antes de y durante las
crisis cíclicas de la economía mundial, en las socie-
dades capitalistas más avanzadas tanto la masa de
ganancias generales como las tasas generales de ga-
nancia han venido creciendo, y, a mediano y largo
plazo, han logrado acumular un importante avance
neto76.

76
Nuestras propias investigaciones acerca del comportamiento de la tasa general
de ganancia de las llamadas corporaciones «Fortune 500», es decir, el conjunto
de las 500 mayores empresas de Estados Unidos, indican que ésta podría haber
crecido cerca de 50% en términos netos entre 1994 y 2017, pese a severas caídas
temporales que coinciden con las dos grandes recesiones del período conside-
rado, en 2001-2002 y 2007-2008, y que fueron revertidas con creces una vez su-
peradas las condiciones recesivas.
110
Efectivamente, si por un lado Marx dedicó un ca-
pítulo entero, el 13 del tercer tomo de El capital, a ex-
plicar el concepto de la tendencia a la caída de la tasa
de ganancia, por otro lado consagró el capítulo si-
guiente, también completo, a hacer la advertencia
explícita de que no necesariamente debería ocurrir
una caída real ni de la masa de ganancias ni de la
tasa de ganancia. En cuanto a la masa de ganancias,
indicó que «existe la posibilidad de que la masa de ga-
nancias crezca incluso si cayera al mismo tiempo la
tasa de ganancia» (Marx: «Capital III», p. 222); y en
cuanto a esta última, advirtió que «esta caída [de la
tasa de ganancia] no se manifiesta de manera abso-
luta, sino como una tendencia a la caída progresiva»
(p. 211), y más adelante explicó que «Tiene que haber
influencias contrarias que se oponen y anulan el efecto
de la ley general [de caída de la tasa], y le dan apenas
el carácter de una tendencia» (p. 230), es decir que la
supuesta «ley» no es tal en la práctica77.
Entre esas «influencias contrarias», Marx indicó el
aumento de la intensidad de la explotación, el abara-
tamiento de los elementos del capital constante, el
crecimiento del comercio internacional, y el creci-
miento del capital accionario, indicaciones todas
que nos parecen altamente relevantes a la luz de los
fenómenos y desarrollos habidos dentro del capita-
lismo ya desde mediados del siglo XIX, pero todavía
más en la época contemporánea. De hecho, como ve-
remos al comenzar el próximo capítulo, todos ellos

77
Obsérvese, por cierto, que Marx demuestra en este caso tener conciencia al me-
nos parcial de lo problemático que resulta hablar de «leyes» en las ciencias so-
ciales. Como ya comentamos en la introducción (véase pp. 21-22), no hay lugar
en éstas para ley alguna, entendida según se hace en las llamadas ciencias exac-
tas, esto es como proposición que establece una relación universal, constante y
necesaria entre dos o más factores. Este hecho nos parece relevante para el de-
bate acerca de si el materialismo dialéctico, con sus supuestas leyes, puede ser
considerado como un sistema filosófico universal y no, según opinamos, como
un método de trabajo científico.
111
son consistentes con el desarrollo de la nueva fase
del capitalismo: el llamado imperialismo.
Así que el sentido principal de la argumentación
marxista no es, como algunos pretenden, hacer una
profecía acerca del inevitable derrumbe del modo de
producción capitalista a consecuencia de la supues-
tamente forzosa caída de la tasa de ganancia, sino
mostrar que el capital, por razones que se despren-
den de su propio carácter y naturaleza, lleva en su
seno una inclinación o tendencia al desequilibrio, in-
clinación que, aunque susceptible de ser moderada
indefinidamente por efecto de diversos mecanismos
que resultan del propio desarrollo orgánico del sis-
tema, siempre condiciona y determina la evolución
ulterior del modo de producción, imprimiéndole in-
eludiblemente a su dinámica general ciertos rasgos
problemáticos, e incluso potencialmente catastrófi-
cos.
Esto desmiente las argumentaciones pseudomar-
xistas que, sin tomar en cuenta los hechos empíricos
ni atender a las indicaciones del propio Marx, pre-
tenden explicar de manera simplista determinados
fenómenos políticos y económicos en las sociedades
capitalistas como efectos de supuestas maniobras
más o menos truculentas de las grandes corporacio-
nes para contrarrestar o evitar la caída de la tasa de
ganancia, caída que en la realidad no ha ocurrido de
manera sostenida ni necesariamente ocurrirá. Y, por
otra parte, las propias advertencias de Marx acerca
de que esa caída no necesariamente ocurriría, des-
mienten también a quienes, obviando los matices y
sutilezas de la doctrina marxista, desearían acha-
carle toda clase de desaciertos en sus predicciones,
predicciones que nunca ha hecho y errores que en la
realidad no ha cometido. Es que la verdad es mucho
112
más compleja que la repetición trivial de un enun-
ciado simplificado y desprovisto de la riqueza de sus
detalles, ya sea para santificarlo y convertirlo en
consigna milagrosa, o ya para demonizarlo y negarle
toda validez.

Presentemos un último ejemplo, entre los mu-


chos que podríamos entresacar de las páginas de El
capital. Se trata en este caso del concepto de las crisis
cíclicas del capitalismo, estrechamente vinculado
con el que acabamos de revisar. En efecto, tales crisis
tienen como causa última el desequilibrio entre las
dos partes constituyentes del capital, la constante y
la variable, o más exactamente, se deben al desarro-
llo desproporcionado de las fuerzas productivas con
la incorporación de nuevas tecnologías y más ma-
quinaria, que resulta en la paradoja de que fomenta
una mayor productividad general del trabajo y, si-
multáneamente, promueve la reducción de la masa
de trabajadores empleados, lo que crea las condicio-
nes para la caída relativa del consumo y, de paso, de
la tasa general de ganancia. El resultado es una crisis
de sobreproducción:
… la capacidad de consumo de los trabajadores está li-
mitada en parte por la ley de los salarios y en parte
por el hecho de que los trabajadores son empleados
sólo en la medida en que la clase capitalista pueda ob-
tener ganancias con su uso. La razón última de todas
las crisis reales es siempre la pobreza y el consumo
restringido de las masas, en contraposición al im-
pulso de la producción capitalista de desarrollar las
fuerzas productivas como si la capacidad absoluta de
consumo de la sociedad constituyera su única limita-
ción. (Marx: «Capital III», pp. 482-483)

113
Es de importancia capital distinguir la «capacidad
absoluta de consumo» de la «capacidad relativa»: una
cosa es la capacidad digamos «natural» de consumir
cierta mercancía, limitada sólo por los factores físi-
cos, biológicos, psicológicos o culturales que deter-
minan el nivel de saciedad, y otra enteramente dis-
tinta es la capacidad de obtener esa mercancía en las
cantidades necesarias para alcanzar dicho nivel, ca-
pacidad que en las sociedades de mercado está limi-
tada por el poder adquisitivo de quienes requieren la
mercancía en cuestión. Y cuando el poder adquisi-
tivo de la clase trabajadora se ve restringido, es decir,
cuando el salario no resulta suficiente para cubrir la
adquisición de las mercancías que requieren los tra-
bajadores y sus familias, entonces esa diferencia se
hace crítica. Alcanzado este punto, ya no importa
que haya todavía capacidad natural insatisfecha de
consumir una mercancía, ni que la sociedad dis-
ponga de cantidades más que suficientes de esa mer-
cancía para satisfacer aquella capacidad natural: si
quienes la requieren carecen de la solvencia econó-
mica para adquirirla, la mercancía en cuestión que-
dará sin comprador y se convertirá en excedentaria,
mientras que la capacidad natural de consumo, en
otras palabras la necesidad, permanecerá insatisfe-
cha.
Es a esto que se refiere Marx cuando menciona «la
pobreza y el consumo restringido de las masas»: po-
breza y consumo restringido en términos relativos,
es decir medidos en relación con la brecha entre la
capacidad absoluta de consumo de esas masas y su
capacidad adquisitiva. De la misma manera, el ex-
ceso de mercancías sin comprador debe entenderse
como un exceso relativo, esto es, no como exceso ab-
soluto de mercancías producidas por la sociedad
114
como conjunto más allá y por encima de su nivel de
saciedad, sino como exceso en relación con el poder
adquisitivo solvente de los potenciales compradores.
Y así, resulta que la «sobreproducción» es también
relativa, no absoluta, y se origina en el hecho de que
la producción de mercancías se expande a mayor ve-
locidad que la capacidad solvente de consumo, lo que
impide la realización, es decir la venta, de una parte
de esas mercancías, lo que a su vez interrumpe el ci-
clo 𝑀 − 𝐶 − 𝑀’ (dinero–mercancía–dinero ampliado),
y crea una situación en que «la cadena de obligacio-
nes de pago […] se rompe en un centenar de lugares.»
(Marx: «Capital III», p. 253).
En el capítulo 15 del tercer tomo de El capital,
Marx explora con mayor detalle, a partir de la ten-
dencia a la caída de la tasa de ganancia, el proceso
por medio del cual se llega a esa situación de sobre-
producción relativa. Recuérdese que la tasa de ga-
nancia (𝑝’) depende de la masa total de plusvalía (𝑠)
y la masa de capital total (𝐶) según la función mate-
𝑠
mática 𝑝’ = ; y que 𝑠 a su vez resulta del producto
𝐶
de la tasa de plusvalía (𝑠’) por la masa de capital em-
pleada en adquisición de trabajo, es decir el capital
variable (𝑣), según la función matemática 𝑠 = 𝑠’ ⋅ 𝑣.
Pues bien, a medida que se expanden las fuerzas
productivas de la sociedad, se eleva la productividad
del trabajo como resultado de las mejoras tecnológi-
cas y la acumulación creciente de capital constante
en la forma de nueva maquinaria más potente, lo
que tiene dos efectos simultáneos y contradictorios:
la reducción del tiempo de trabajo necesario para la
producción del volumen de mercancías equivalente
al salario de los trabajadores, y al mismo tiempo la
disminución de la cantidad de trabajadores emplea-
dos para hacer funcionar la producción:
115
Los dos movimientos van de la mano, […] pero afectan
la tasa de ganancia en direcciones opuestas. […] La
plusvalía como total […] es determinada primero por
su tasa, y segundo por la masa de trabajo simultánea-
mente empleada a esa tasa, es decir, por la magnitud
del capital variable. Uno de estos factores, la tasa de
plusvalía, crece, y el otro, el número de trabajadores,
cae, sea en términos relativos o absolutos. En la me-
dida en que el desarrollo de las fuerzas productivas
reduce la porción pagada del trabajo empleado, au-
menta la masa de plusvalía, porque aumenta su tasa;
pero en la medida en que reduce la masa total de tra-
bajadores empleados por un cierto capital, reduce el
factor por el que debe multiplicarse la tasa de plusva-
lía para obtener su masa. (Marx: «Capital III», p. 246)
De manera que nos interesa explorar la variación
de la masa total de plusvalía como resultado de las
variaciones de sus factores componentes, tanto indi-
vidualmente como en conjunto; es decir, volvemos a
plantearnos, como en un ejemplo anterior, la deriva-
ción parcial de la función 𝑠 = 𝑠’ ⋅ 𝑣 con respecto a
cada una de sus dos variables independientes. Ya an-
tes habíamos establecido las derivadas parciales de 𝑠
con respecto a 𝑠’ y con respecto a 𝑣 , que son:
𝜕𝑠 𝜕𝑠
𝑓’𝑠’ (𝑠’, 𝑣) = en el primer caso y 𝑓’𝑣 (𝑠’, 𝑣) = en el
𝜕𝑠’ 𝜕𝑣
segundo; y habíamos establecido también que su di-
𝜕𝑠 𝜕𝑠
ferencial total es: 𝑑𝑠 = 𝑑𝑠’ + 𝑑𝑣. Todo lo que
𝜕𝑠’ 𝜕𝑣
nos queda por hacer ahora es interpretar estos con-
ceptos en conexión con las tendencias históricas de
la tasa de ganancia.
𝜕𝑠
Cuando el valor negativo del término 𝑑𝑣 no al-
𝜕𝑣
cance a ser plenamente compensado por el valor po-
𝜕𝑠
sitivo del término 𝑑𝑠’, y en consecuencia el valor
𝜕𝑠’
de la suma algebraica de ambos, es decir el valor del
diferencial total 𝑑𝑠, se haga negativo, la masa total
116
de plusvalía experimentará una disminución. En
otras palabras, la masa de plusvalía, 𝑠, comenzará a
caer en el momento en que los efectos del creci-
miento de la tasa de plusvalía, 𝑠’, sean menores que
los efectos del decrecimiento del capital variable em-
pleado en la compra de fuerza de trabajo, 𝑣. Y en ese
mismo momento, comenzará a caer también la tasa
de ganancia 𝑝’, cuyo valor, como ya vimos, es función
del de 𝑠, con lo que habrán quedado sentadas las con-
diciones para el inicio de una crisis sistémica. Como
la razón de ser de la producción capitalista es preci-
samente la obtención de ganancia y su acumulación
ampliada, carece de sentido sostener la producción
en condiciones que no garantizan tasas satisfacto-
rias de ganancia acumulable, y por lo tanto, la vida
económica se ralentiza y hasta llega a casi detenerse
temporalmente en los casos extremos.
Ahora bien, es necesario tener en cuenta que, en
general, la llegada de una de tales crisis no repre-
senta necesariamente una catástrofe que amenace
demasiado gravemente la persistencia del orden de
cosas. De hecho, el metabolismo orgánico del sis-
tema está en capacidad de absorber y corregir de di-
versas maneras sus propios excesos y restaurar las
condiciones de la «‘sana’ operación de la producción
capitalista». Una de las principales maneras de hacer
tal cosa «implica el retiro e incluso la destrucción par-
cial del capital» que resulte excesivo para el manteni-
miento de una tasa de ganancia aceptable. Esto ob-
viamente resulta traumático en diferente medida y
de diferente forma para cada capital individual, y,
desde luego, algunos de los capitales más débiles y
menos competitivos podrán no sobrevivir a tal pre-
dicamento; pero más allá del destino individual de
cada capitalista, esa paralización o destrucción de
117
capital efectivamente logra restablecer al cabo de un
período relativamente corto las condiciones propi-
cias para el funcionamiento del sistema como con-
junto. «Y así el ciclo podría volver a correr su curso de
nuevo» (Marx: «Capital III», pp. 251-253).
Concluyamos esta sección con una breve men-
ción a otro de los mitos más extendidos entre los
practicantes del pseudomarxismo. Nos referimos a
la noción, demostrablemente falsa, de que, a lo largo
de las décadas, estas crisis cíclicas del capitalismo se
van haciendo cada vez más frecuentes e intensas78.
Obviamente, esta noción es funcional a la concep-
ción simplista y teleológica de la historia que sos-
tiene el falso marxismo: si aceptamos que el proceso
histórico de la humanidad conduce necesaria e inde-
fectiblemente a la autodestrucción del capitalismo
debido a sus propias contradicciones irrefrenables
internas, resulta natural asumir que, una vez alcan-
zado cierto nivel relativamente alto de desarrollo ca-
pitalista, esas contradicciones comenzarán a mani-
festarse en convulsiones cada vez más frecuentes y
violentas hasta que el sistema todo entre en un es-
tado de conmoción permanente del que ya no podrá
recuperarse.
Pero tal idea, además de carecer de fundamento
claro y sólido en los textos maduros de Marx o En-
gels79, implica una concepción de la historia metafí-

78
Una de las versiones más comunes de este mito tiene su origen en el conocido
manual de economía política de Nikitin, uno de los libros de cabecera de la tra-
dición soviética-leninista: «En el período de la crisis general del capitalismo, ocu-
rren cambios también en el ciclo capitalista: la duración del ciclo se hace más corta,
de manera que las crisis se hacen más frecuentes. […] Al mismo tiempo, las fases de
crisis y depresión se alargan, y las fases de expansión se hacen menos estables. […]
Finalmente, en el período de la crisis general del capitalismo las crisis se hacen más
profundas y agudas» (Nikitin, p. 182).
79
Aunque en algunos textos relativamente tempranos, como en el Manifiesto, Marx
y Engels efectivamente afirmaban que las crisis en el futuro tenderían a hacerse
progresivamente más graves y frecuentes (cf. Marx y Engels: «Manifesto», pp.
118
sica y antidialéctica, es decir anticientífica y anti-
marxista, según la cual los procesos siguen inevita-
blemente una línea más o menos recta hacia su final
predecible. Ya en el capítulo anterior mencionamos
en una nota este mismo problema80, en relación con
el concepto del «salto cualitativo» y la «superación
dialéctica», que no es nada dialéctica precisamente
porque supone que todo salto es siempre un movi-
miento de avance o ascenso, y no considera el carác-
ter internamente complejo y contradictorio de los
procesos, ni contempla la posibilidad de los descen-
sos y los retrocesos.
Pues bien, el capitalismo ha demostrado ser más
que capaz de evolucionar orgánicamente y adap-
tarse a nuevas circunstancias, incluso a las provoca-
das por sus propias tendencias inherentes. Se trata
de un sistema y un modo de producción que, según
palabras de Marx y Engels en la más conocida de sus
obras, «revoluciona constantemente los instrumentos
de producción, y por consiguiente las relaciones de pro-
ducción, y con ellas las relaciones generales de toda la
sociedad», tumulto sostenido por medio del cual re-
construye una y otra vez el mundo «a la medida de su
propia imagen» (Marx y Engels: «Manifesto», pp. 487-

489-490), en obras posteriores esta idea reaparece muy raramente, y en general


de forma mucho menos enfática y definida. De hecho, en una de sus notas edi-
toriales en el tercer tomo de El capital, Engels aporta evidencia contraria a esa
idea, señalando que la duración de los ciclos más bien había tendido a alargarse
y que sus fases se habían atenuado. No obstante, en la misma nota Engels tam-
bién aventura la posibilidad hipotética de que este cambio en la duración de los
ciclos tal vez sea en realidad el preludio de una crisis mucho más grave que las
anteriores: «La forma aguda del proceso periódico […] parece haber dado paso a
una alternancia más crónica y prolongada entre una mejoría de los negocios rela-
tivamente corta y leve, y una depresión relativamente larga y poco definida […].
Pero tal vez sólo se trate de la prolongación de la duración del ciclo. En los años
tempranos del comercio mundial, 1815-1847, puede verse que estos ciclos duraban
alrededor de cinco años; de 1847 a 1867 el ciclo es claramente de diez años; ¿será
posible que nos encontremos en la fase preparatoria de un nuevo colapso mundial
de vehemencia sin precedentes?» (Marx: «Capital III», p. 488).
80
Véase nota 56 (p. 76).
119
488), y logra evadirse de sus dificultades e interrum-
pir o al menos demorar indefinidamente su singla-
dura hacia la autodestrucción.
Y eso es exactamente lo que ha hecho histórica-
mente y continúa haciendo, tanto en el caso de la
tendencia a la caída de la tasa de ganancia como en
el de su consecuencia, la tendencia a las crisis cícli-
cas: adaptarse, modificarse, revolucionarse, sobrevi-
vir, como lo confirman los datos empíricos acumula-
dos a lo largo de los últimos 170 años, que muestran
que las crisis, en lugar de hacerse más frecuentes,
han tendido a espaciarse cada vez más81. Valga esto
último, a riesgo de parecer repetitivo, como adver-
tencia de los peligros a que se expone quien se aven-
ture a hacer proclamas y lanzar consignas sobre la
base de ideas o conceptos preexistentes y sin ate-
nerse a los hechos, según lo ordena el método de la
ciencia.

* *

81
En un ejercicio estadístico relativamente sencillo aunque algo laborioso, hemos
tomado los 35 ciclos completos que ha experimentado la economía de EEUU
desde la fecha de publicación del Manifiesto de Marx y Engels (1848) hasta 2020,
los hemos agrupado por orden cronológico en siete períodos de cinco ciclos cada
uno, y hemos calculado la duración media de los ciclos y sus fases para cada uno
de los siete períodos. Los resultados de este experimento indican que, aunque
ciertamente la duración media de los ciclos se fue acortando desde 53 meses en
el período 1848-1870 a 38 meses en 1912-1927, a partir de esta última fecha y
hasta la actualidad esa tendencia se ha revertido por completo, y para el período
1980-2020 la duración media de los ciclos alcanzó los 95 meses. Y más todavía, si
la duración media de las fases de recesión, es decir las crisis, representaba el 51%
de la duración media total de los ciclos para 1870-1894, para 1980-2020 las fases
recesivas sólo representaban como media el 11% de la duración media de los ci-
clos completos. Conclusión: a todo lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, espe-
cialmente a partir de la llamada «gran depresión» (1933), se puede observar una
muy clara tendencia a que los ciclos sean cada vez más prolongados, y al mismo
tiempo sus fases de crisis lo sean cada vez menos.
120
C onsideraremos ahora uno de los más influyen-
tes, y en nuestra opinión problemáticos, concep-
tos y categorías asumidos como parte del cuerpo
doctrinario del marxismo. Se trata de la definición
de ese fenómeno característico del capitalismo con-
temporáneo que se ha dado en denominar «imperia-
lismo», cuya enunciación canónica fue hecha por
Vladimir Lenin en su libro El imperialismo, fase supe-
rior del capitalismo (1916)82. Pero en este caso, al re-
flexionar acerca de los postulados del líder de la re-
volución bolchevique, buscaremos no tanto demos-
trar de nuevo la factibilidad y la conveniencia de la

82
Hemos comprobado con asombro que en ciertos círculos militantes autodeno-
minados «marxistas-leninistas», está extensamente difundida la falsa noción de
que fue Lenin quien acuñó tanto el término como el concepto de «imperialismo»,
por lo que nos parece absolutamente relevante hacer notar que el propio Lenin
dejó constancia de todo lo contrario en repetidas oportunidades, como queda in-
mediatamente en evidencia para cualquiera que realmente haya leído su libro.
En efecto, El imperialismo de Lenin incluye numerosas citas debidamente anota-
das de Das Finanzkapital. Eine Studie über die jüngste Entwicklung des Kapita-
lismus (El capital financiero. Estudio sobre el desarrollo reciente del capita-
lismo), obra publicada por Rudolf Hilferding en 1910 que contiene una defini-
ción de imperialismo prácticamente idéntica en muchos aspectos a la de Lenin.
Por otra parte, en 1915 Nikolai Bukharin escribió un artículo sobre el mismo
tema cuya publicación fue obstaculizada entre otras razones por el desacuerdo
de Lenin con ciertos elementos de su contenido; no obstante, apenas unos meses
más tarde, el líder bolchevique cambió de opinión y hasta accedió a escribir el
prólogo para Mirovoye khozyaystvo i imperializm (La economía mundial y el im-
perialismo), libro en que Bukharin desarrolló y expandió sus tesis sobre el impe-
rialismo, coincidentes en buena medida con las de Hilferding y con las que adop-
taría Lenin al año siguiente en su propia obra. A estos dos precedentes habría
que agregar el libro Die Akkumulation des Kapitals: Ein Beitrag zur ökonomischen
Erklärung des Imperialismus (La acumulación del capital: contribución a la expli-
cación económica del imperialismo) de Rosa Luxemburg, publicado en 1913, y los
varios artículos de Karl Kautsky sobre el mismo asunto publicados entre 1913 y
1915, que Lenin conoció y criticó largamente. Hay asimismo numerosos otros an-
tecedentes, tanto en el campo marxista como en el no marxista, a cuyo estudio
dedicó Lenin sus extensísimos «Cuadernos sobre el imperialismo», escritos en
1915.
121
aplicación del cálculo diferencial al marxismo, sino
más bien ejemplificar y poner de relieve dos proble-
mas centrales en cuanto, por un lado, al método y las
formas de trabajo de las ciencias fácticas, y por otro
lado, a la calidad del lenguaje propio de éstas.
Empecemos por recordar la definición precisa se-
gún la enuncia Lenin:
… cinco rasgos fundamentales, a saber: 1) la concen-
tración de la producción y del capital llega hasta un
grado tan elevado de desarrollo que crea los monopo-
lios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la
vida económica; 2) la fusión del capital bancario con
el industrial y la creación, en el terreno de este «capi-
tal financiero», de la oligarquía financiera; 3) la ex-
portación de capitales, a diferencia de la exportación
de mercancías, adquiere una importancia particular-
mente grande; 4) se forman asociaciones internacio-
nales monopolistas de capitalistas, las cuales se re-
parten el mundo; y 5) culmina el reparto territorial
del mundo entre las potencias capitalistas más im-
portantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase
de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación
de los monopolios y del capital financiero, ha adqui-
rido señalada importancia la exportación de capita-
les, comienza el reparto del mundo por los trusts in-
ternacionales y culmina el reparto de toda la tierra
entre los países capitalistas más importantes. (Lenin,
pp. 405-406)
Esta definición, que hace una especie de balance
del desarrollo del capitalismo desde los últimos años
de la vida de Marx, es considerada por muchos como
la más importante contribución de Lenin a la econo-
mía política y, tal vez, como su aporte teórico princi-
pal a toda la doctrina del marxismo. En esas líneas,
se hace la correcta identificación de los cuatro ras-
gos principales del capitalismo mundial a lo largo del
siglo XX y en lo que va del XXI, rasgos que caracteri-
122
zan y hasta definen su nueva fase, y se deja clara-
mente establecido que el llamado imperialismo es
por naturaleza un fenómeno fundamentalmente
económico. Se trata, pues, de una definición de in-
discutible valor e importancia, aun cuando parece
estar errada en cuanto al quinto de los rasgos que
identifica, el relativo al «reparto territorial del mundo
entre las potencias capitalistas», tanto en la estruc-
tura conceptual del propio planteamiento como en la
validez de éste frente a los desarrollos reales habidos
en el mundo empírico a lo largo de las últimas siete
u ocho décadas.
Tras haber explicado con acierto el proceso por
medio del cual (1) la tendencia intrínseca del capita-
lismo hacia la monopolización de la producción y el
capital conduce a (2) la aparición y fortalecimiento
del capital financiero, que a su vez favorece (3) la ex-
portación de capitales, sobre la cual se construyen
(4) las corporaciones transnacionales que acaban
controlando el mundo, Lenin concluye afirmando
que, en la época del imperialismo, se acentúa la pro-
pensión de las grandes potencias a (5) la expansión
territorial y el reparto del planeta. Es decir que, como
resultado de los procesos económicos habidos en el
capitalismo desde el último tercio del siglo XIX, la
humanidad en opinión de Lenin estaba entrando en
una nueva época en la que debe ocurrir un «auge in-
menso de las conquistas coloniales y se exacerba hasta
un grado extraordinario la lucha por el reparto territo-
rial del mundo. Es indudable […] que el paso del capi-
talismo a la fase del capitalismo monopolista, al capi-
tal financiero, se halla relacionado con la exacerbación
de la lucha por el reparto del mundo.» (Lenin, p. 393).
Por nuestra parte sostenemos que, en cuanto a la
quinta sección de su exposición, es decir, en cuanto
123
a su conclusión acerca de la tendencia del llamado
imperialismo a la guerra y el reparto militar del pla-
neta, Lenin se equivocó.
Nos parece un error que el líder bolchevique haya
mezclado y confundido los cuatro primeros elemen-
tos, que son de naturaleza puramente económica
como el propio fenómeno que se describe, con el
quinto, que es más bien una consecuencia geopolí-
tica transitoria de los anteriores. Aunque es indiscu-
tiblemente cierto que durante las primeras décadas
de la nueva fase del capitalismo hubo un marcado
fortalecimiento de los propósitos de conquista, ocu-
pación y anexión de nuevos territorios por las poten-
cias principales de la época, este hecho parece haber
sido no uno de los rasgos fundamentales y perma-
nentes de esta nueva fase, sino más bien una tenden-
cia episódica, un efecto transitorio circunscrito a un
momento en que no se habían establecido todavía los
mecanismos de dominación y control global propios
de la etapa monopolista transnacional financiera
corporativa del capitalismo, y por lo tanto aún per-
sistían temporalmente las formas de dominación
político-militar características de épocas anterio-
res83.
Nos parece imprescindible distinguir, en este
sentido, el carácter y naturaleza de los imperios his-
tóricos de los del llamado imperialismo contemporá-
neo: los primeros efectivamente ponían el acento en
la conquista y control por medios militares de por-

83
La literatura de filiación soviética sobre el tema, y en general las caracterizacio-
nes del «imperialismo» emitidas por los partidos comunistas desarrollados bajo
el influjo leninista, insisten, en nuestra opinión equivocadamente, en afirmacio-
nes tales como: «Es característico del imperialismo el reforzamiento del milita-
rismo, lo que está relacionado con las guerras que sostienen las potencias imperia-
listas por el reparto reiterado del mundo.» (Rumiantsev, p. 199); o como: «La lucha
de los imperialistas por el nuevo reparto del mundo desemboca, en fin de cuentas,
en la lucha por la dominación mundial. Dicha lucha da lugar a sangrientas y de-
vastadoras guerras.» (Leontiev, p. 146).
124
ciones cada vez mayores del mundo, mientras el se-
gundo se caracteriza por el dominio principalmente
a través de mecanismos de naturaleza económica. La
confusión entre «imperio» e «imperialismo», ade-
más de grave en lo conceptual y teórico, resulta muy
peligrosa en la práctica política, pues puede condu-
cir a abordar al segundo con las herramientas, tácti-
cas y armas históricamente probadas para lidiar con
el primero, pero no necesariamente aptas para la ac-
tualidad.
El llamado imperialismo moderno es un sistema
difuso y global de relaciones económicas al servicio
de las grandes corporaciones, que hace énfasis prin-
cipalmente en el control por procedimientos econó-
micos de los mercados y circuitos financieros inter-
nacionales, y no en el sometimiento por la fuerza mi-
litar de países y territorios84. Los actores principales
de la dominación contemporánea ya no son los Esta-
dos nacionales, como lo eran en el caso de los impe-
rios históricos, sino las corporaciones transnaciona-
les y sus representantes, las cuales, como correcta-
mente señala el propio Lenin, han alcanzado tal nivel
de desarrollo que están en condiciones de efectuar el
«reparto directo del mundo» entre ellas (Lenin, p.
382).
De tal forma, la dominación contemporánea
tiende a ser ejercida no a través de aparatos militares

84
Una tesis similar en cierto sentido, denominada «ultraimperialismo», fue pre-
sentada por Karl Kautsky en los albores de la primera guerra mundial. Kautsky
afirmaba que «El imperialismo entra en otra fase. […] No hay necesidad económica
para la continuación de la gran competencia en producción de armamentos tras el
fin de esta guerra. En el mejor de los casos, esa continuación serviría sólo a los in-
tereses de unos pocos grupos capitalistas. Por el contrario, la industria capitalista
es amenazada por los conflictos entre los diferentes gobiernos. Todo capitalista de
largas miras hará un llamado a sus asociados: ¡Capitalistas de todos los países,
uníos!» (Kautsky, p. 285). Las disputas entre Lenin y Kautsky por este y otros mo-
tivos ya se habían extendido por varios años, y continuaron intensificándose
hasta llevarlos a la ruptura definitiva, con la famosa acusación leninista de que
Kautsky era un «renegado» de la revolución socialista.
125
asociados con un Estado particular, sino a través del
control de la economía del planeta, ya directamente
por las propias corporaciones, o ya a través de instru-
mentos supranacionales como el Fondo Monetario
Internacional (FMI), la Organización Mundial de Co-
mercio (OMC) o el Banco Mundial (BM), que represen-
tan y promueven los intereses de esas mismas corpo-
raciones. En general, estos mecanismos de control
económico hacen innecesaria la conquista y ocupa-
ción político-militar de territorios85. Pero, por el con-
trario, Lenin, siguiendo a la mayoría de los autores
tanto marxistas como no marxistas que lo precedie-
ron, suponía que, en las siguientes décadas, las prin-
cipales potencias iban a enfrentarse con cada vez
mayor ferocidad y frecuencia en las llamadas «gue-
rras interimperialistas» en procura de expandir sus
esferas de dominación colonial y semicolonial, lo que
acarrearía una creciente militarización de todos los
aspectos de las sociedades.
Tal sería en criterio de Lenin el rasgo más desta-
cado de la vida internacional bajo el yugo del capita-
lismo en su nueva fase, y es precisamente por esto
que, como sus antecesores, adoptó el término «impe-
rialismo» para referirse a esa fase, enfatizando con
el propio vocablo el carácter expansionista, guerre-
rista y conquistador que suponía que adquiriría el
sistema. Es también para demostrar este punto que

85
Esto no significa de ninguna manera que se haya prescindido por completo del
uso de la fuerza militar, sino que la tendencia histórica es a usarla con frecuencia
relativa cada vez menor, puesto que, para asegurar las condiciones para la per-
sistencia de la dominación, basta habitualmente con el ejercicio de los mecanis-
mos de control de los mercados globales y los circuitos financieros internacio-
nales. De allí el uso cada vez más frecuente de las llamadas «sanciones económi-
cas» en lugar de las acciones militares abiertas contra determinados países de
interés especial. No obstante, el uso de la fuerza militar continúa siendo una po-
sibilidad cierta en circunstancias excepcionales, como cuando un acto de «rebe-
lión» de alguno de los países dominados amenaza con romper el statu quo, y los
mecanismos coercitivos económicos habituales resultan insuficientes para res-
tablecer el orden.
126
incluyó en su obra tablas estadísticas que comparan
la extensión de los territorios que controlaban las
seis mayores potencias del planeta en la época, a sa-
ber Alemania, EEUU, Francia, Japón, Reino Unido y
Rusia, en 1876 y en 1914. Según los datos de esas ta-
blas, desde el inicio de la fase llamada imperialista
esas grandes potencias habían aumentado los terri-
torios bajo su dominio político-militar directo en
más de 50%, lo que en opinión de Lenin era evidencia
de la tendencia expansionista que él atribuía a esta
nueva fase del capitalismo.

Pero al confrontar, como lo ordena el método de


las ciencias, el planteamiento leninista contra la evi-
dencia empírica acumulada a lo largo de las últimas
siete u ocho décadas, se hace claro y palpable que la
tendencia al reparto territorial del mundo entre los
Estados potencias, que efectivamente fue muy
fuerte entre 1880 y 1945 y condujo a varias guerras
de gran magnitud incluyendo las dos llamadas mun-
diales, no sólo ha cesado casi por completo, sino que
se ha revertido en muy buena medida. Los procesos
de descolonización y establecimiento de nuevos Es-
tados nacionales, que se iniciaron tras la segunda
guerra mundial y tomaron auge a partir de la década
de 1950, acabaron por desarticular casi completa-
mente los imperios que todavía sobrevivían, e hicie-
ron retroceder los efectos de la tendencia a la expan-
sión territorial de las potencias. No nos parece sim-
ple casualidad que esos procesos de descolonización
y establecimiento de nuevos Estados comenzaron a
ocurrir muy poco tiempo después de que se sentaran
las bases institucionales del orden económico mun-
dial dominado por las corporaciones, tras la confe-
127
rencia de Bretton Woods (1944) que creó el FMI, el BM
y el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio
(GATT), antecesor directo de la actual OMC: los anti-
guos mecanismos coloniales de dominación político-
militar, ya obsoletos, comenzaron a ser sustituidos
casi de inmediato una vez que quedaron instalados
los modernos mecanismos de control de mercados y
circuitos financieros.
Hoy hay en el mundo el triple de Estados indepen-
dientes que en la época de Lenin86; por primera vez
en varios siglos han transcurrido más de siete déca-
das sin grandes confrontaciones militares directas
entre potencias de primer orden87; han desaparecido
casi por completo los enclaves coloniales en Amé-
rica, Asia, África y Oceanía; y hasta en la propia Eu-
ropa los grandes bloques territoriales se han frag-
mentado una y otra vez dando lugar a nuevos Esta-
dos88. Y sin embargo, pese a esa tendencia decre-
ciente del guerrerismo y la conquista territorial, es
indiscutible que el dominio del capital monopolista
financiero transnacional corporativo no sólo ha so-
brevivido, sino que ha seguido prosperando y forta-
leciéndose hasta nuestros días sin necesidad del con-
trol político-militar directo de territorios.

86
Para el momento de la declaración de la primera guerra mundial en 1914, había
en el planeta entre 60 y 70 Estados generalmente reconocidos como soberanos e
independientes; en 2020, en cambio, había 195 de ellos.
87
En efecto, desde al menos 1568, cuando se inició la serie de conflictos conjunta-
mente conocidos como la «guerra de los ochenta años», hasta el final de la se-
gunda guerra mundial en 1945, cada generación debió vivir y sufrir como mí-
nimo una gran guerra entre dos o más de las principales potencias de cada
época.
88
Según cifras aportadas por el propio Lenin (p. 396), en aquel momento las seis
principales potencias del planeta tenían bajo su dominio directo 81,5 millones de
kilómetros cuadrados (km2), el 60% del total de la superficie terrestre mundial
excluida la Antártida. Hoy, en cambio, esas mismas seis potencias sólo dominan
unos 28,4 millones de km2, apenas el 21% de las tierras emergidas, de nuevo ex-
cluyendo el continente antártico; y más todavía, las veinte mayores economías
de la actualidad, es decir aquellos seis países más Arabia Saudí, Australia, Brasil,
Canadá, Corea del Sur, China, España, India, Indonesia, Italia, México, Países Ba-
jos, Suiza y Turquía, sólo controlan entre todos unos 75,2 millones de km 2, alre-
dedor de 55% del total de la superficie emergida no antártica.
128
Es un hecho que los cuatro procesos económicos
que Lenin describió como rasgos característicos y de-
finitorios de la nueva fase del sistema efectivamente
han ocurrido y continúan en desarrollo. Pero, pese a
haber identificado y planteado correctamente, si-
guiendo muy de cerca a Hilferding, las premisas eco-
nómicas de la situación contemporánea del capita-
lismo, Lenin extrajo de éstas, también como Hilfer-
ding y la mayoría de sus contemporáneos, una con-
clusión equivocada acerca de las supuestas tenden-
cias belicistas inherentes del llamado imperialismo.
Este error puede ser parcialmente excusado si se
toma en cuenta que en la época en que Lenin escribió
su libro, en medio del fragor de la llamada primera
guerra mundial, que había arrasado Europa desde
1914 y se había extendido a todos los continentes, al
autor probablemente le resultó imposible sustraerse
de la percepción de que, en efecto, estaba producién-
dose una notable intensificación de la beligerancia
entre las grandes potencias por el reparto territorial
del planeta. Y así, confundió el epifenómeno, la apa-
riencia transitoria del momento, con la esencia per-
durable del sistema.
Pero luego, la equivocación inicial del líder bol-
chevique se agravó al combinarse con las de sus par-
tidarios y continuadores, quienes a lo largo de las dé-
cadas siguieron y todavía siguen incondicional-
mente la definición leninista89 sin someterla a la ve-
rificación contra la realidad empírica que exige el
89
Obsérvese por ejemplo cómo los partidos comunistas tienden en general a asu-
mir automáticamente que todas las nuevas guerras de cualquier tipo o propor-
ción que se produzcan en cualquier lugar del planeta son expresiones del su-
puesto belicismo imperialista, sin considerar siquiera la posibilidad de que al
menos algunos de esos conflictos se deban en primera instancia a otros factores.
Al fin y al cabo, las guerras han existido desde los inicios de la humanidad, y el
llamado imperialismo sólo lo ha hecho desde el último tercio del siglo XIX; ¿no
es acaso posible que algunos de los factores (religiosos, étnicos, territoriales, na-
cional-chovinistas, económicos) que desataban guerras antes de que hubiera im-
perialismo sigan existiendo y atizando conflictos hoy?
129
método de las ciencias. De haberlo hecho con rigor y
honestidad científica, no nos cabe duda de que la
errata original habría sido identificada, y la defini-
ción toda revisada y enmendada oportunamente90,
tal vez incluso sustituyendo el equívoco término
«imperialismo» por otro que represente más adecua-
damente la esencia verdadera de la etapa monopo-
lista financiera transnacional corporativa del capi-
talismo.
Pese a tal acumulación de errores, nos parece in-
discutible que la definición leninista tiene gran im-
portancia y mantiene, en buena medida, su vigencia.
Podría incluso argumentarse legítimamente que lo
que ha ocurrido es que, en virtud del desarrollo de los
primeros cuatro rasgos correctamente enumerados
por Lenin, las corporaciones han llegado a cooptar a
los Estados nacionales con sus aparatos político-mi-
litares incluidos, los han convertido en un instru-
mento más de su sistema de dominación, y ahora los
utilizan a discreción en cada caso particular para lo-
grar por diversos medios, generalmente no milita-
res, los objetivos que en el pasado hubieran reque-

90
Es de interés apuntar que la línea oficial soviética sí hizo algún esfuerzo por tra-
tar de reconciliar la tesis leninista con los eventos del mundo real, pero no mo-
dificando o actualizando la primera a la luz de los segundos como ordena el mé-
todo científico, sino tratando de dar a éstos una explicación que no colisionara
abiertamente con aquella. Así fue acuñada la tesis de que la disminución del gue-
rrerismo, el desmantelamiento del sistema colonial y el aumento del número de
Estados independientes eran síntomas de la intensificación de la «crisis general
del capitalismo», desatada por el cambio en la correlación de fuerzas en el
mundo a favor del socialismo. Según esta tesis, el fortalecimiento del sistema
socialista mundial causó una modificación sustancial en el comportamiento del
imperialismo, y lo obligó a reprimir sus tendencias belicistas. Hay muchísimas
versiones de esta tesis, todas coincidentes en lo fundamental, en toda clase de
documentos soviéticos (vid., por ejemplo, Nikitin, pp. 174-191). Pero aunque
aceptemos sin objeción que la existencia de un nutrido y poderoso bloque de paí-
ses socialistas efectivamente pudo tener incidencia en la atenuación de los im-
pulsos belicistas y expansionistas de las grandes potencias, todavía habría que
explicar por qué, en las ya más de tres décadas transcurridas desde la desapari-
ción de ese bloque, no se han restaurado esas supuestas tendencias inherentes
del llamado imperialismo, es decir que no se han producido guerras interimpe-
rialistas ni anexiones territoriales generalizadas por las grandes potencias, y,
por el contrario, se han continuado fortaleciendo en general la cooperación en-
tre las principales economías y los mecanismos no militares de dominación.
130
rido necesariamente la acción militar y la ocupación
y anexión territorial.

Ahora bien, a causa de las debilidades del len-


guaje utilizado para exponerla, y en particular de-
bido a su falta de formalidad y rigor, nos resulta di-
fícil darle utilidad concreta a esta definición. A dife-
rencia de las de Marx en El capital, la de Lenin no está
estructurada y expresada de manera que pueda ser
fácilmente convertible en una fórmula matemática
que nos permita evaluar con certeza numérica los
avances o retrocesos del fenómeno en estudio, es de-
cir, el fortalecimiento o debilitamiento relativo del
llamado imperialismo. Se nos dice cuáles son los cua-
tro indicadores en juego, a saber la concentración de
la producción y el capital, la financierización general
de la economía, el crecimiento de la exportación de
capitales, y el fortalecimiento de las corporaciones
transnacionales; pero no se nos indica con claridad
de qué manera debemos relacionarlos unos con
otros, no se nos dice si se trata de variables indepen-
dientes de cuya composición se obtiene la «ecuación
general del imperialismo», o de variables dependien-
tes unas de otras o de alguna adicional. No es fácil en
consecuencia plantear, sólo a partir de esa defini-
ción, operaciones que permitan determinar con al-
guna precisión conceptual, y mucho menos numé-
rica, la dinámica y estado actuales del fenómeno.
Pero sí podemos utilizar de todas maneras algu-
nos recursos de la matemática para ayudarnos a vi-
sualizar la veracidad esencial de al menos algunas
partes de la definición leninista. Aunque ésta no nos
dice clara y directamente si debemos sumar, multi-
plicar o potenciar algunos o todos los indicadores
131
identificados en alguna secuencia o composición
particular, sí nos da suficiente información para
concluir que los cuatro, tanto individualmente como
en conjunto, son proporcionales al avance y robuste-
cimiento del llamado imperialismo: cuanto más
fuerte sea cada uno de aquellos, más vigoroso será
este último. De manera que, si no podemos construir
una ecuación general del llamado imperialismo, po-
demos de todas maneras conectar, aunque sin un
alto grado de rigor, el comportamiento de cada uno
de aquellos cuatro factores con el del fenómeno en
estudio.
Si se dispone de los datos de las series históricas
correspondientes a los cuatro indicadores, podemos
construir para cada uno de ellos una función de re-
gresión no lineal 𝑦 = 𝑓(𝑡), y determinar a continua-
𝑑𝑦
ción sus funciones derivadas respectivas 𝑓’(𝑡) = .
𝑑𝑡
Esto nos ofrecerá una imagen general del comporta-
miento del fenómeno llamado imperialista razona-
blemente realista y efectivamente fundada sobre los
hechos empíricos, y nos permitirá visualizar con al-
gún grado de precisión sus tendencias objetivas a lo
largo del tiempo. La conclusión a que llegamos al
aplicar este procedimiento: el llamado imperialismo
está más vivo y vigoroso que en cualquier otro mo-
mento reciente, aunque no sabemos exactamente
cuánto más91.

91
Nuestras investigaciones en este sentido arrojan que la suma de los ingresos bru-
tos combinados de las 500 mayores empresas del mundo (las llamadas «Global
500»), creció entre 1994 y 2018 de menos de 36% a casi 40% del producto interno
bruto (PIB) total del planeta, lo que obviamente sugiere que ha habido un au-
mento de la concentración de la economía. Asimismo, la suma de la capitaliza-
ción de mercado de todas las empresas en todas las bolsas del mundo como por-
centaje del PIB global, aumentó de 52% a cerca de 80% en el mismo período, lo
que indica un incremento en la financierización general de la economía plane-
taria. Por último, la exportación neta de capitales, medida según el total de in-
versiones directas extranjeras (FDI) emitidas por todos los países del mundo, au-
mentó en esos mismos 25 años de 1% a cerca de 1,5% del PIB global. No podemos
calcular con rigor a partir de estos indicadores qué tan fuerte era el llamado im-
perialismo al cierre del período en estudio, pero podemos afirmar sin mayores
132
Así que cuatro de los «cinco rasgos fundamenta-
les» que enumeraba Lenin han avanzado durante las
últimas décadas relativamente juntos, en la misma
dirección y a tasas similares, mientras que el quinto
de ellos ha evolucionado en la dirección opuesta, es
decir ha retrocedido. El hecho de que no se haya
cumplido la «exacerba[ción] hasta un grado extraor-
dinario [de] la lucha por el reparto territorial del
mundo» que pronosticaba Lenin, sino que haya ha-
bido más bien un retroceso de la conflictividad mili-
tar, y que este retroceso no haya afectado ni debili-
tado al llamado imperialismo en tanto que hecho
económico, confirma definitivamente que ésta no es
y tal vez nunca fue uno de sus rasgos fundamentales,
y que no debió ser incluida por el líder bolchevique
junto a los otros cuatro elementos que identificó
acertadamente.
De este ejemplo se desprenden dos lecciones muy
relevantes para nuestros propósitos. En primer lu-
gar, se demuestra cómo un enunciado, en este caso
el relativo a la expansión territorial de las grandes
potencias, puede conducirnos a equívocos si no lo
confrontamos permanentemente con la evidencia
empírica, tanto la original como toda la que surja
desde su formulación inicial. No podemos aceptar
como válida, como axioma, ninguna conclusión pre-
via, incluso aunque haya parecido claramente co-
rrecta en algún momento, sin verificarla frente a los
hechos objetivos. En este caso, esa verificación deja
en claro que nunca ha sido cierto, o al menos que ha
dejado de serlo si es que alguna vez lo fue, que la exis-
tencia del llamado imperialismo implica necesaria-
mente la intensificación de la tendencia al uso de la

dudas que la tendencia general fue decididamente hacia su robustecimiento.


133
fuerza militar y la procura de expansión territorial
por los Estados potencias dentro del contexto de los
llamados conflictos interimperialistas; por el contra-
rio, todo indica que esa tendencia va debilitándose,
al mismo tiempo que se está produciendo un fortale-
cimiento general del llamado imperialismo en tanto
que fenómeno puramente económico.
En segundo lugar, y esto es lo que más nos im-
porta enfatizar en este punto, las dificultades que se
derivan de la falta de rigor en la enunciación de la
definición de imperialismo que acabamos de comen-
tar, ilustran la importancia de la calidad del lenguaje
y las formas expresivas para el desarrollo de las cien-
cias. Debido a esta falta de rigor, nos fue imposible
deducir una fórmula matemática directamente de la
definición leninista, como era nuestra intención ini-
cial y como logramos sin demasiadas dificultades en
el capítulo anterior con varios ejemplos tomados de
Marx. Se necesita por lo tanto trabajar para reexpre-
sar con mayor rigurosidad esa definición, conser-
vando su esencia, que es fundamentalmente co-
rrecta una vez enmendado el error ya señalado, pero
precisando y formalizando las conexiones internas
entre sus partes componentes, a fin de hacer posible
su uso concreto en la evaluación específica del fenó-
meno bajo estudio, en este caso el llamado imperia-
lismo. En su forma actual, esa definición resulta ape-
nas un enunciado general, de difícil aplicación di-
recta y por lo tanto de utilidad limitada.

Esto último subraya a su vez la importancia de la


formalización del lenguaje en la construcción rigu-
rosa y la consolidación de cualquier desarrollo cien-

134
tífico y del propio proceso de producción de conoci-
mientos; esto es, la necesidad de adoptar los recursos
expresivos desarrollados por las ciencias formales,
como la matemática, para describir con propiedad,
rigor y precisión las características y cualidades de
los entes y fenómenos bajo estudio, para construir y
enunciar clara y estrictamente el planteamiento de
los problemas o aspectos que se pretende investigar,
y para comunicar los resultados y conclusiones al-
canzados de manera unívoca y libre de ambigüeda-
des. A diferencia de los lenguajes naturales, como el
inglés o el castellano, que se fueron formando espon-
tánea y libremente a medida que los miembros de un
grupo humano determinado iban alcanzando cierto
grado de consenso informal acerca de la manera de
referirse a cierto objeto o fenómeno, los lenguajes ar-
tificiales formalizados92, como los de la matemática,
la lógica o la programación de computadoras, han
sido diseñados deliberada y planificadamente, con
reglas expresas y precisas, y con el propósito explí-
cito de evitar cualquier ambigüedad, confusión o in-
certidumbre en la interpretación.
Por esta razón, mientras el sistema morfológico y
sintáctico de los lenguajes naturales está general-
mente plagado de irregularidades y excepciones (los
abundantísimos verbos de conjugación irregular,
por ejemplo), el de los lenguajes artificiales formali-
zados tiende a ser perfectamente regular y consis-
tente. No hay tampoco en general en los lenguajes
92
Distinguimos aquí entre los lenguajes propiamente formalizados y ciertos len-
guajes artificiales como el esperanto o el volapük, que fueron construidos con el
propósito de ser usados en la comunicación general a modo de alternativa o com-
plemento de los naturales. Los segundos comparten con los naturales muchas de
sus características, aunque suelen tener una estructura morfosintáctica más re-
gular y eficiente, un vocabulario más racional, y una fonética y una escritura
más simples y consistentes. Los primeros, en cambio, tienen un uso mucho más
restringido y de ninguna manera aspiran a emular a los naturales; su rasgo prin-
cipal es su rigurosidad sintáctica, lo que los hace particularmente apropiados
para operaciones algebraicas y lógico-simbólicas.
135
artificiales formalizados los problemas asociados
con fenómenos tales como la homonimia y la homo-
grafía (palabras o expresiones que parecen iguales o
se escriben igual pero tienen significados diferen-
tes), la polisemia (palabras o expresiones con múlti-
ples significados), la disnomia (ausencia de una pa-
labra o expresión precisa para un significado parti-
cular) o la sinonimia imperfecta (palabras o expre-
siones diferentes que parecen significar lo mismo
pero no lo hacen del todo); ni existe la dicotomía en-
tre denotación (el significado lato y directo de una
palabra o expresión) y connotación (el o los significa-
dos colaterales asociados, insinuados o sugeridos
por una palabra o expresión). Tómese en cuenta, ade-
más, que la forma e intensidad particular de cada
uno de estos fenómenos propios de los lenguajes na-
turales puede variar, y generalmente lo hace, de un
grupo humano a otro, e incluso de un individuo a
otro, por razones históricas, culturales o hasta emo-
cionales.
En los lenguajes artificiales formalizados, en
suma, la estructura sintáctica es regular y consis-
tente, el vocabulario es explícito, estandarizado y efi-
ciente, y cada expresión tiene en general un signifi-
cado único, directo y preciso93, sin resonancias, su-
gerencias o dobles sentidos implícitos, que puede por
lo tanto ser comprendido de la misma manera por
cualquiera. Y no hemos entrado a considerar si-
quiera las nuevas capas de problemas que se generan
93
Esto no siempre es enteramente cierto: algunos signos de la notación matemá-
tica pueden tener más de un significado, y algunos conceptos pueden ser expre-
sados con más de un signo. Un ejemplo son los dos puntos (:), que pueden indicar
bien una operación de división, o bien una relación de proporcionalidad, o bien
la introducción de un predicado de definición o pertenencia. Sin embargo, esta
posible ambigüedad generalmente desaparece al considerar el contexto, pues en
cada rama o campo de la matemática cada elemento de notación suele tener uno
y sólo un significado. Así, en este ejemplo, el primer caso sólo tiene sentido, y por
lo tanto sólo ocurre, dentro de una operación aritmética, el segundo en una pro-
posición lógico-matemática, y el tercero, en un contexto de teoría de conjuntos.
136
debido a la correspondencia imperfecta entre distin-
tos lenguajes naturales, cuando un cierto significado
originalmente expresado en un idioma es traducido
y retraducido a otro u otros.
A todo ello hay que agregar la cuestión de la eco-
nomía en el uso de recursos: hágase la prueba de ex-
presar con palabras ordinarias las características del
objeto que en lenguaje matemático se expresa sim-
𝑦2 𝑥2
plemente como 𝑓(𝑥, 𝑦) = − . Se trata de un
3 4
ejemplar de paraboloide hiperbólico, una clase de su-
perficie tridimensional comúnmente descrita como
«silla de montar».

Paraboloide hiperbólico: Esta superficie tridimensional queda descrita


con absoluta precisión por la función con dos variables independientes
𝑦2 𝑥2
𝑓(𝑥, 𝑦) = − ; sobre dicha superficie, el punto 𝐴 = (𝑥1 , 𝑦1 , 𝑧1 ) queda
3 4
perfectamente identificado por sus coordenadas.

Pero el uso de esta analogía entre un objeto co-


mún y la curva en cuestión, aunque útil y eficaz para
transmitir alguna noción vaga de su forma general,
137
no resuelve de ninguna manera el problema de cómo
describir con rigor las proporciones exactas y la ubi-
cación precisa de esta particular «silla» en el espacio,
o identificar con certeza absoluta algún punto espe-
cífico sobre su superficie. Si acaso llegara a ser posi-
ble hacer tales cosas usando un código no formali-
zado, como el de los lenguajes naturales, ello reque-
riría complejísimas y muy engorrosas construccio-
nes semiológicas.
Por último, debe tomarse también en cuenta el
hecho de que al reexpresar los conceptos y proble-
mas de una ciencia cualquiera usando los signos y
convenciones propios de un lenguaje artificial for-
malizado, se abre la posibilidad de dar un trata-
miento algebraico a esos conceptos y problemas, es
decir, se facilita la realización de operaciones y
cálculos, tanto numéricos como no numéricos, para
profundizar las investigaciones desde nuevos ángu-
los y hallar soluciones innovadoras a los problemas
investigados. Así, debido a que los signos de los len-
guajes artificiales formalizados, y especialmente los
de la matemática, están sometidos a estrictas reglas
de constitución, interrelación y transformación, su
uso pone a nuestra disposición muy poderosos me-
canismos heurísticos y cognitivos, alternativos a los
habituales en el reino de los lenguajes naturales,
para las labores de investigación de problemas y
construcción de soluciones en las ciencias fácticas94.
Ya hemos mostrado en otra parte un ejemplo par-
ticularmente dramático de esto último95. Permítase-
nos un segundo ejemplo, tomado también del tercer
volumen de El capital de Marx:

94
«… el lenguaje formalizado permite efectuar un razonamiento riguroso y obtener
nuevas conclusiones inferibles […] Así, el lenguaje formalizado constituye un medio
de inferencia y demostración en las disciplinas científicas» (Rosental, pp. 346-347).
95
Véase pp. 63-64.
138
Tomemos dos capitales 𝐶 y 𝐶1 , con sus respectivos
componentes variables 𝑣 y 𝑣1 , con una misma tasa de
plusvalía 𝑠’, y con tasas de ganancia 𝑝’ y 𝑝’1 . Entonces,
𝑣 𝑣
𝑝’ = 𝑠’ y 𝑝’1 = 𝑠’ 1 . Ahora formemos fracciones con
𝐶 𝐶1
𝐶1
𝐶 y 𝐶1 , y con 𝑣 y 𝑣1 . Por ejemplo, hagamos = 𝐸, y
𝐶
𝑣1
= 𝑒. Así que 𝐶1 = 𝐸 ⋅ 𝐶 y 𝑣1 = 𝑒 ⋅ 𝑣. Al sustituir en
𝑣
la ecuación original de 𝑝’1 estos valores equivalentes
𝑒𝑣
de 𝐶1 y 𝑣1 , obtenemos 𝑝’1 = 𝑠’ . Por otra parte, pode-
𝐸𝐶
mos derivar una segunda fórmula de las dos ecuacio-
nes originales, transformándolas ahora en la propor-
𝑣 𝑣1 𝑣 𝑣1
ción 𝑝’ ∶ 𝑝’1 = 𝑠’ ∶ 𝑠’ = ∶ . Puesto que el valor
𝐶 𝐶1 𝐶 𝐶1
de una fracción no se altera si multiplicamos o dividi-
mos su numerador y su denominador por el mismo
𝑣 𝑣1
número96, podemos reducir y a porcentajes, es de-
𝐶 𝐶1
cir, podemos hacer 𝐶 = 𝐶1 = 100. Entonces obten-
𝑣 𝑣 𝑣1 𝑣1
dremos = y = , y podremos cancelar los
𝐶 100 𝐶1 100
denominadores en la anterior proporción, obte-
niendo finalmente 𝑝’ ∶ 𝑝’1 = 𝑣 ∶ 𝑣1 . Es decir que, da-
dos dos capitales cualesquiera que operen con la
misma tasa de plusvalía, sus tasas de ganancia esta-
rán en la misma proporción que sus partes variables
calculadas como porcentajes de los capitales totales
respectivos. (Marx: «Capital III», pp. 57-58)
Como vemos otra vez, a partir de la reexpresión
de ciertos conceptos iniciales en un código formali-
zado, Marx realiza determinadas operaciones de
cálculo que le permiten obtener fórmulas novedosas

96
Siempre que el número en cuestión sea ≠ 0, pues, de lo contrario, obtendríamos
0
la indeterminación , cuyo valor, como su nombre indica, es indeterminado y por
0
lo tanto no (necesariamente) igual al valor perfectamente definido que tiene la
fracción ordinaria en su forma original. El propio Marx, en el curso de sus inves-
tigaciones sobre el cálculo diferencial, demuestra en varios pasajes de sus for-
midables Manuscritos matemáticos tener plena conciencia de las implicaciones
de la nulificación del numerador y el denominador de una fracción, e indica es-
0
pecíficamente que «En el álgebra ordinaria, puede aparecer como la forma de
0
expresiones que tienen un cierto valor real, porque puede ser el símbolo de cualquier
cantidad» (Marx: Mathematical, p. 46). De manera que la imprecisión técnica que
señalamos en esta cita de El capital podría deberse a un descuido del autor y no
a una deficiencia conceptual.
139
para abordar y resolver problemas específicos de
manera sencilla y eficiente. Esto, obviamente, sólo es
posible gracias a que el código formal utilizado está
dotado de una estructura sintáctica que es inheren-
temente propicia para tal cosa, lo que no ocurre con
los lenguajes naturales. En este caso, el código en
cuestión es el álgebra común, y las operaciones de
cálculo correspondientes son la sustitución de equi-
valentes, la transposición y despeje de variables, y la
simplificación de expresiones. Por esta vía, Marx lo-
gra hallar fórmulas sencillas para el cálculo riguroso
y preciso de la incidencia en la tasa de ganancia de
las variaciones en la masa total del capital o en su
composición orgánica.
En vista de tales propiedades de los lenguajes ar-
tificiales formalizados, que claramente favorecen y
estimulan el pensamiento riguroso y propician en
consecuencia la formulación precisa y ordenada de
los problemas, la investigación exhaustiva de solu-
ciones, y la enunciación clara y unívoca de los resul-
tados obtenidos, no puede caber duda: la formaliza-
ción expresiva, y en particular la matematización del
lenguaje, es esencial para el avance de las ciencias.
Sin ella, los conceptos resultan vagos e imprecisos,
las descripciones son inconsistentes y quedan suje-
tas a la interpretación subjetiva, la enunciación de
los problemas carece de orden y rigor, y los hallazgos
resultan ambiguos e inconclusivos, lo que dificulta
su aplicación concreta y su validación frente a los he-
chos empíricos. Parece por lo tanto oportuno insistir
de nuevo en la idea final del texto que nos sirve de
epígrafe, atribuida por Lafargue a Marx: «la ciencia
no puede desarrollarse realmente mientras no haya
aprendido a hacer uso de las matemáticas».

140
Entramos ahora a considerar el empleo de la ma-
temática ya no sólo para la evaluación de variables o
indicadores inherentemente cuantitativos, y que se
prestan por lo tanto por su propia naturaleza para el
uso en su estudio de herramientas de procesamiento
numérico, sino incluso como marco para la concep-
tualización, enunciación y visualización en general
de entes o fenómenos de naturaleza no estricta-
mente cuantitativa, o de características o atributos
no cuantitativos de los entes o fenómenos en cues-
tión.
Como ya queda dicho en un capítulo anterior97, el
cálculo infinitesimal es una representación formali-
zada del tránsito entre un momento cuantitativo y
otro cualitativo del mismo ente o fenómeno, y por lo
tanto, a diferencia de la aritmética y otras formas de
las matemáticas elementales, no es un asunto mera-
mente cuantitativo. En efecto, en el tránsito, a través
de una doble negación dialéctica, de la función origi-
nal a su función derivada, la relación puramente
cuantitativa que existía inicialmente entre las varia-
bles 𝑥 e 𝑦 desaparece momentáneamente bajo la
0
forma del cociente , que carece de valor numérico
0
concreto, para reemerger de inmediato transfor-
mada en otra, que es cualitativamente nueva, y que
sin embargo conserva cierta relación de parentesco
con la original.
En suma, el cálculo infinitesimal, es decir la ma-
temática del movimiento y el cambio, es mucho más
que un asunto simplemente cuantitativo. Y de aquí
se desprende que su contribución potencial al análi-
sis de los entes y eventos del mundo puede ser más

97
Véase pp. 70-71.
141
amplia y abarcante que su uso como instrumento
para la mera cuantificación de datos, y no sólo puede
sino que debe incluir además, el aporte de conceptos,
imágenes y recursos expresivos rigurosos, unívocos,
consistentes y sistemáticos para la visualización y
enunciación de los problemas en estudio y de los ha-
llazgos logrados98.
Ejemplo de ello es el uso por Marx, que ya hemos
encontrado en varias ocasiones en el curso de sus ar-
gumentaciones y razonamientos en El capital, de al-
gunos de los conceptos y recursos expresivos propios
del cálculo diferencial, no necesariamente para con-
cluir con la postulación explícita de una operación
particular de derivación, sino como herramientas
para ordenar racionalmente y dar forma sistemática
a sus ideas. Tal es el caso de su utilización reiterada
de los conceptos de diferencial y de tasa de variación,
aplicados en distintos casos a las ganancias, la plus-
valía u otras magnitudes (una tasa de variación, en
esencia, no es otra cosa que la derivada de la función
que determina la magnitud en cuestión), o de la me-
todología de la derivación parcial en el caso de las
funciones con más de una variable independiente,
sin llegar en ningún caso a una operación concreta
de derivación. Podemos argumentar que en estos ca-
sos Marx estaba mucho más interesado en construir
una imagen coherente de ciertos procesos o fenóme-
nos, en facilitar la visualización de la forma y ten-
dencia general de éstos, que en obtener cálculos nu-
méricos precisos. Es decir, estaba concentrado prin-
cipalmente en dar cuenta de los aspectos cualitati-

98
«La aparición del análisis matemático, cuya más importante sección la forma el
cálculo diferencial e integral, constituyó una etapa cualitativamente nueva en la
historia de las matemáticas. Los nuevos métodos de análisis ampliaron inconmen-
surablemente las posibilidades de aplicar la matemática a otras ciencias» (Ursul,
pp. 182-183).
142
vos de aquellos procesos o fenómenos.
En general, la matematización de las ciencias
pone a disposición de éstas un arsenal de nuevos re-
cursos expresivos que pueden servirles para «objeti-
var», esto es, para dar forma inteligible, clara y pre-
cisa, a conceptos que, de otra manera, permanece-
rían como nociones vagas e indefinidas en una ne-
bulosa de subjetividades y abstracciones peligrosa-
mente cercana al reino de la metafísica. Entre los
rasgos más poderosos y atractivos pero también más
problemáticos de cualquier lenguaje natural, se
cuenta su maleabilidad o plasticidad, es decir su ca-
pacidad casi ilimitada de amoldarse a la subjetivi-
dad, lo que, por un lado, le permite ser medio propi-
cio para la expresión artístico-literaria y para el pro-
cesamiento de los contenidos de la psiquis individual
y colectiva, pero por otro lado, lo hace inevitable-
mente borroso, ambiguo e incierto, y le resta preci-
sión, objetividad y rigor conceptual99. Por ello, el uso
de recursos expresivos provenientes de la matemá-
tica en contextos en que el medio principal de expre-
sión es un lenguaje natural, puede favorecer y facili-
tar la formalización rigurosa de conceptos e ideas.

Un ejemplo extraordinario de esto último es el


desarrollo del concepto de «alienación», desde sus
antecedentes en la distinción kantiana entre el ente
«en sí» y el ente «para sí», pasando por su primera
enunciación explícita por Hegel y su elaboración
posterior por Ludwig Feuerbach, hasta su definición
y caracterización finales por Marx.

99
Al respecto, resulta interesante recordar la máxima del filósofo de la ciencia Karl
Popper: «Es imposible hablar de tal manera que no se pueda ser malinterpretado:
siempre habrá quien malinterprete lo que uno diga.» (Popper, p. 29).
143
A lo largo del proceso de avance desde el idea-
lismo filosófico al materialismo científico, esa no-
ción originalmente vaga e imprecisa de la alienación
como malestar o infelicidad producto de la separa-
ción entre la «esencia» y el «ser»100, es finalmente ob-
jetivada, precisada y fijada cuando el joven Marx pro-
pone, sobre la base de la economía científica y
usando recursos expresivos propios de la matemá-
tica, esta nueva definición:
Partimos de un hecho económico real. El trabajador
se hace más pobre cuanta más riqueza produce,
cuanto más aumentan la potencia y el tamaño de su
producción. Se convierte en una mercancía tanto
más barata cuanto más mercancías produce. La deva-
luación del mundo humano está en proporción di-
recta con la revaluación del mundo de las cosas. El tra-
bajo no sólo produce mercancías: también se produce
a sí mismo y al trabajador como mercancía, y a la
misma tasa a la que produce mercancías en general.
[…] Bajo tales condiciones económicas, la realización
del trabajo aparece como desrealización de los traba-
jadores, la concreción del objeto como pérdida de di-
cho objeto y esclavización a él, la apropiación de éste
como extrañamiento, como alienación. (Marx: «Econo-
mic», pp. 271-272; énfasis del original)
Es evidente que no estamos aquí todavía ante el
Marx maduro apasionado por la matemática, ni ha-
llamos por lo tanto en este fragmento los ejercicios
algebraicos que ya hemos señalado varias veces en
distintos pasajes de sus obras económicas posterio-
res. Sin embargo, de todas maneras es digno de notar
en este texto el uso de las figuras lógico-matemáticas

100
Dice Hegel, con la falta de anclaje material característica de la mayor parte de
su obra: «De esta manera, la sustancia es Espíritu, es decir, la unidad autocons-
ciente del ser y la esencia. Sin embargo, cada uno de ellos significa también alie-
nación frente al otro […] En consecuencia, el Espíritu construye para sí no simple-
mente un mundo, sino un mundo desdoblado, internamente dividido y opuesto a
sí mismo.» (Hegel: Phenomenology, p. 295).
144
de las proporciones directas e inversas y las tasas,
como recursos expresivos para transmitir una ima-
gen precisa y concreta de la forma general del pro-
ceso de trabajo alienado y sus consecuencias. Más
aún, la redacción del texto es tan clara en este sen-
tido, que sin demasiado esfuerzo podemos avanzar
un buen trecho hacia la formalización completa de
su contenido. Veamos:
Designemos al trabajador como 𝐿; a su valor en
tanto que mercancía, es decir a su salario, como 𝑊;
al conjunto de lo producido por su trabajo como 𝑃; y
al valor total de esta producción como 𝑉. Podemos
𝐿 𝑊
ahora plantear la proporción directa ∶ , esto es
𝑃 𝑉
que el trabajador es al fruto de su trabajo como el sa-
lario que obtiene es al valor de su producción; y las
1 1
proporciones inversas 𝐿 ∶ y 𝑊 ∶ , esto es que el tra-
𝑃 𝑉
bajador se empequeñece al crecer el fruto de su tra-
bajo, y en la misma medida en que su valor en tanto
que mercancía decrece al aumentar el valor de las
mercancías que produce.
Puesto que en el capitalismo el trabajador es des-
poseído del fruto de su trabajo, al aumentar su pro-
ducción crece la brecha entre el salario que recibe y
el valor de lo que produce, es decir que cuanto más
produzca el trabajador, tanto mayor será el tamaño
del despojo que padezca, y tanto mayor será también
su grado de alienación: ya que no trabaja «para sí»,
los intereses del trabajador «en sí» son contrarios al
éxito del trabajo que realiza, lo que obviamente lo
aliena progresivamente de su propia labor, y a la
misma tasa en que aquel despojo lo aliena de los fru-
tos de ésta. Bajo tales condiciones, el valor relativo
del trabajador tenderá en el límite a cero, a medida
que el valor de la producción lograda con su trabajo
145
alienado aumente sin cesar: 𝑙𝑖𝑚 (𝑊) = 0, es decir
𝑉→∞
que, dentro del horizonte histórico del capitalismo,
el trabajador está condenado a avanzar inexorable-
mente hacia la alienación absoluta.
Pero de no haber tal despojo, bajo condiciones no
capitalistas de trabajo, el valor del trabajador au-
mentaría en la misma proporción que el valor del
fruto de su trabajo, es decir que el trabajador se in-
corporaría el total del valor que ha producido, con lo
que se reconciliarían el «en sí» y el «para sí», desapa-
recería la alienación del trabajador ante su trabajo y
ante el fruto de éste, y aquel límite fatídico quedaría
replanteado ahora como 𝑙𝑖𝑚 (𝐿) = ∞: el ser humano
𝑃→∞
alcanzaría su «realización plena» en el libre acto pro-
ductivo, y el trabajo lo enriquecería incesantemente
y elevaría su valor hacia el infinito.
Pongamos ahora este fragmento de Marx en con-
texto. Se trata de un pasaje tomado de sus Manuscri-
tos económico-filosóficos, escritos en París en 1844
justo inmediatamente después de que el autor hu-
biera sido introducido por Engels al estudio de la mo-
derna ciencia de la economía política. Este es proba-
blemente el punto de inflexión en la vida y obra de
Marx, el momento preciso en que comienza a alejarse
de su original inclinación filosófica y empieza a acer-
carse a la perspectiva propiamente científica y ma-
terialista101. Como ya quedó dicho en otro capítulo102,
en los tres años que van entre este momento y la pu-

101
Afirma acertadamente Silva que los Manuscritos económico-filosóficos deben
ser vistos como una obra de transición, porque «A pesar de la genialidad de estos
manuscritos […] se trata de una obra que no ha rebasado aún ciertas posiciones
filosóficas y cierto vocabulario que poco tiempo después, en La ideología alemana,
serán completamente superados […] De igual modo, en el aspecto económico, se
trata de una obra inmadura [… porque …] No distinguía Marx aún, por ejemplo,
entre capital constante y capital variable [… y no …] había resuelto el problema
del valor-trabajo […] ni, por tanto, el de la plusvalía.» (Silva: Alienación, p. 73).
102
Véase pp. 43-47.
146
blicación de Miseria de la filosofía en 1847, Marx fue
liquidando sus cuentas pendientes con el modo de
pensamiento filosófico para no volver nunca más a
él, y dedicar la mayor parte de sus esfuerzos intelec-
tuales posteriores a la ciencia económica.
Es conveniente recordar que Marx acababa de ser
exiliado de su nativa Alemania, país que, en esos
años, mostraba un marcado atraso con respecto a
Francia e Inglaterra, las principales potencias de la
Europa occidental de la época. No sólo carecía toda-
vía la nación germana de un Estado nacional mo-
derno, unificado y definitivamente consolidado103,
como el que sí tenían desde mucho antes Francia e
Inglaterra, sino que, todavía más importante para
nuestro caso, su economía estaba francamente re-
trasada por comparación con esas dos principales
potencias del momento. En ese contexto, la intelec-
tualidad alemana mostraba en general desconoci-
miento y hasta desprecio por la ciencia económica,
lo que obviamente influyó en la formación del joven
Marx104. No debe sorprender, por lo tanto, que hasta
su primer viaje a París no hubiera dedicado esfuerzo
alguno al estudio sistemático de la moderna econo-
mía política, aunque ya hubiera demostrado en va-
rios momentos algún interés por ciertos temas eco-
nómicos.

103
Apenas en 1815 se había logrado el establecimiento de una débil Confederación
Alemana bajo la hegemonía de Prusia y Austria, con resultados poco satisfac-
torios. Para mediados del siglo XIX, todavía subsistían las tensiones y se man-
tenía en muchos sentidos la brecha entre Prusia y los casi 30 otros «estados
alemanes», lo que hizo fracasar el intento de unificación de 1848. Fue sólo en
1871 que se logró finalmente el establecimiento de un Estado unificado, bajo
hegemonía prusiana y con el nombre de Imperio Alemán.
104
Dice el propio Marx al respecto: «Hasta ahora, la economía política es, en Alema-
nia, una ciencia extranjera. […] las circunstancias históricas han impedido en Ale-
mania el desarrollo del modo capitalista de producción, y, en consecuencia, el
desarrollo de la moderna sociedad burguesa. No había por lo tanto tierra fértil
para que brotara la economía política. Esta ciencia tenía que ser importada de
Inglaterra y Francia como mercancía ya fabricada, y sus profesores alemanes se-
guían siendo en realidad niños de escuela.» (Marx: «Capital I», p. 13).
147
Con sus primeras lecturas de las obras de Jeremy
Bentham, Adam Smith, David Ricardo, Jean-Baptiste
Say y James Mill, entre otros fundadores de la econo-
mía política, Marx abrió los ojos a las posibilidades de
la ciencia, y comprendió, como ya señalamos antes,
la necesidad de «dejar de lado la filosofía» y «saltar
fuera de ella para dedicarse por entero […] al estudio
de la realidad» con el rigor y la disciplina del método
científico y de su modo expresivo característico.
Hasta entonces, el propio Marx, y el concepto de alie-
nación que había recibido del maestro Hegel junto
con el resto de los llamados «jóvenes hegelianos», te-
nían una orientación fundamentalmente filosófica,
es decir, abstracta y metafísica. Pero en el curso de
los siguientes tres años, Marx se dedicó junto con En-
gels a «aclararse la cabeza» (Engels: «Feuerbach», p.
519), darle la vuelta a Hegel, y aprender a pensar «so-
bre los pies».
Es sólo a partir de entonces que la definición de
alienación comenzó a adquirir corporalidad mate-
rial; y es sólo desde ese momento que Marx mismo
comenzó a ser genuinamente materialista y cientí-
fico, e inauguró en consecuencia su creciente preo-
cupación por la formalización del lenguaje. De ma-
nera que no es una simple coincidencia que, al
mismo tiempo en que desaparecen de la definición
las vaguedades metafísicas hegelianas, aparece en
ella la descripción concreta de un «hecho económico
real» objetivo y tangible, y en un lenguaje con una
clara impronta lógico-matemática que realza y per-
mite visualizar precisamente el carácter objetivo y
tangible de ese hecho.
En este sentido, nos parece altamente relevante
el criterio del propio Marx:

148
Donde termina la especulación y comienza la vida
real, allí comienza en consecuencia la ciencia real y
positiva, la explicación de la actividad práctica, del
proceso concreto de desarrollo humano. Las frases
vacías sobre la conciencia terminan, y son sustituidas
por el conocimiento real. […] cuando las cosas son vis-
tas de esta manera, como realmente son y ocurren,
todo profundo problema filosófico se reduce […] sim-
plemente a un hecho empírico. (Marx y Engels: «Ideo-
logy», pp. 37-39)
La «ciencia real y positiva» es, entonces, simple-
mente la manera de hacer que las cosas sean vistas
«como realmente son y ocurren». Por ello, tiene que
apartarse de las vaguedades especulativas y las abs-
tracciones filosóficas intangibles, y tiene que procu-
rar dotarse de un lenguaje que haga ver, haga perci-
bir, las ideas como representaciones concretas y tan-
gibles de los hechos empíricos que les dieron origen;
de allí la utilidad, o más precisamente la necesidad,
de su formalización, incluso cuando ésta no se re-
suelva ni pretenda resolverse en cálculos mera-
mente numéricos.

En suma, sostenemos que todas las ciencias fácti-


cas105, independientemente de la naturaleza de sus
respectivos objetos de estudio, necesitan avanzar ha-
cia la matematización de su lenguaje, como requisito
imprescindible para su definitiva consolidación
como ciencias rigurosas y cabales, es decir, para su
definitiva ruptura con las filosofías metafísicas de
las que emergieron. Más todavía, sostenemos que
una de las pruebas de la solidez de cualquier afirma-
ción sobre cualquier ente o fenómeno del universo,

105
Véase pp. 36-37.
149
es precisamente su susceptibilidad de ser formali-
zada: cualquier idea, independientemente de su na-
turaleza, que no pueda ser reducida a una formaliza-
ción rigurosa y consistente, resulta sospechosa, en el
mejor de los casos, de estar mal construida, y en el
peor, de no ser más que especulación filosófica. En
breve, si a una idea no es posible darle forma con-
creta y objetiva, probablemente se deba a que no
brotó de los hechos concretos y objetivos del mundo
real, y no sea, en palabras de Marx, más que «ona-
nismo».
Como mostramos más arriba, ni el concepto leni-
nista de imperialismo ni el hegeliano de alienación
aprobaron este examen. Pero desde luego, además de
tal prueba, todo concepto debe también ser sometido
al segundo y definitivo litmus test, el de la confronta-
ción con la evidencia empírica. Y aquí, el concepto le-
ninista obtuvo un resultado mixto: una de sus partes
quedó refutada mientras que la mayoría de sus aser-
tos lograron ser claramente verificados, lo que nos
indica que el concepto es probablemente correcto,
pero debe ser integralmente revisado y reformulado,
tanto en relación con sus componentes que no se sos-
tienen ante la prueba empírica, como en cuanto a sus
graves defectos de construcción. El concepto hege-
liano, por otra parte, sospechoso en virtud del primer
test de no ser más que verborrea metafísica de la
peor clase, resulta definitivamente refutado ante la
imposibilidad de verificar sus asertos contra los he-
chos objetivos de la realidad: en efecto, ¿cómo com-
probar si el «ser» y la «esencia» se unen o separan al
interior de «la sustancia que es el Espíritu»? Así, el
primero de estos conceptos languidece hasta hoy en
espera de ser rescatado y puesto en valor, y el se-
gundo fue completamente desechado y sustituido
150
por el que propuso a su vez Marx.
Ahora bien, insistimos, la matematización de las
ciencias fácticas se extiende mucho más allá de las
operaciones cuantitativas de medición y conteo, y es
aplicable a la descripción e investigación de toda
clase de objetos de estudio, sean estos cuantificables
o no. En general, una vez que las ciencias se matema-
tizan, es decir una vez que adoptan las herramientas
y recursos tanto simbólicos y expresivos como con-
ceptuales de la matemática, queda planteada en su
ámbito, además de la posibilidad de efectuar opera-
ciones puramente numéricas, la de construir mode-
los matemáticos «no métricos» (Ursul, p. 194) de los
entes, fenómenos o procesos bajo estudio. En este
contexto, entendemos por modelo no métrico una
representación formalizada razonablemente precisa
y rigurosa, aunque no cuantitativa, de entes, fenó-
menos o procesos no mensurables, o bien de las pro-
piedades y características no mensurables de éstos,
tales como sus atributos cualitativos y las relaciones
que se establezcan entre ellos.
No debe haber aquí motivo de sorpresa, pues en
realidad tal planteamiento está lejos de ser nove-
doso. La matemática contemporánea, al menos
desde mediados del siglo XIX, ha venido avanzando
hacia el desarrollo de conceptos y herramientas cuyo
foco principal no recae en problemas estrictamente
cuantitativos. En efecto, a partir aproximadamente
de 1830, diversos estudiosos comenzaron a vislum-
brar, sobre la base del gran desarrollo que había al-
canzado el álgebra como lenguaje artificial con una
estructura sintáctica rigurosa y un «vocabulario»
con funciones semiológicas especializadas, las posi-
bilidades de extender el alcance de la matemática
mucho más allá de sus tradicionales dominios nu-
151
méricos:
Boole […] objetaba la visión entonces en boga de la ma-
temática como ciencia de las magnitudes o los núme-
ros […]. Peacock había sugerido que los símbolos alge-
braicos de los objetos no necesariamente tenían que
representar números, y De Morgan afirmaba que la
interpretación de los símbolos de las operaciones
también podía ser arbitraria; Boole llevó este proceso
a su conclusión: la matemática ya no tenía que limi-
tarse a cuestiones de número y magnitud. […] Cual-
quier tópico que pueda ser presentado como un con-
junto de símbolos y reglas precisas de operación con
ellos […] puede ser considerado parte de la matemá-
tica. (Boyer: Mathematics, pp. 633-634; énfasis agre-
gado)
Ya en pleno siglo XX, esos conceptos y herramien-
tas desarrollados por la matemática para abordar
problemas de naturaleza cualitativa y no cuantita-
tiva, comenzaron a ser incorporados por diferentes
ciencias sociales, aunque lamentablemente no de
manera tan decidida y exhaustiva como sería de
desear, en sus respectivos procesos de formalización
y construcción de sus formas expresivas propias:
Precisamente, la particularidad más asombrosa de la
matematización actual del conocimiento científico es
la utilización, en forma creciente, de aquellos méto-
dos de la matemática en los cuales los problemas de
medición de magnitudes y de análisis numérico no
desempeñan un papel determinante […] los métodos
matemáticos comienzan a aplicarse no sólo a la ela-
boración de los resultados de mediciones y cuentas,
sino también a la búsqueda de nuevas leyes, en la
constitución de teorías más profundas y, en particu-
lar, en la creación del lenguaje formal especial de la
ciencia. (Ursul, p. 181; énfasis agregado)
Tal vez el ejemplo mejor conocido de los desarro-
llos que ha alcanzado la matemática en tiempos rela-
tivamente recientes para el tratamiento de entes,
152
procesos o fenómenos no estrictamente métricos, o
de los aspectos no métricos de éstos, es la «teoría de
conjuntos»106. Esta teoría, que estudia las reglas de
composición interna de ciertas colecciones de obje-
tos o «elementos», sus condiciones de pertenencia y
sus formas de relación con otras colecciones análo-
gas, ha dado lugar a la construcción de una nomen-
clatura especial y un sistema de notación eficiente,
sintético y riguroso para describir las propiedades
fundamentales de los conjuntos y sus elementos
constituyentes, y una forma particular de álgebra107
para efectuar operaciones no numéricas entre ellos.
Una de las virtudes de la teoría de conjuntos y su
álgebra, es su alto grado de generalidad y abstrac-
ción, lo que permite aplicarla a conjuntos arbitrarios
de cualquier clase, sin suposición previa alguna
acerca de la naturaleza de sus elementos constitu-
yentes. Esto último implica que, aunque fue original-
mente diseñada para lidiar con conjuntos de objetos
matemáticos (conjuntos de números, de funciones,
de objetos geométricos, entre otros), no hay restric-
ción intrínseca alguna para su aplicación en las ta-
reas de cualquier ciencia fáctica, en la investigación
de los entes y fenómenos no numéricos del mundo
empírico o las propiedades no métricas de éstos. Y
puesto que los principios generales del tratamiento
de los conjuntos y sus elementos, insistimos, son abs-

106
Desarrollada por Georg Cantor en el último tercio del siglo XIX. El inicio oficial
de la teoría de conjuntos es a menudo marcado por la publicación en 1874 del
artículo de Cantor «Ueber eine Eigenschaft des Inbegriffes aller reellen alge-
braischen Zahlen» (Acerca de las propiedades del conjunto de los números al-
gebraicos reales).
107
El álgebra de conjuntos, en la forma en que se usa y conoce en la actualidad,
tiene una gran deuda con el álgebra llamada booleana, creada por George Boole
a mediados del siglo XIX. La publicación del libro de Boole The Laws of Thought
(1854) es con frecuencia considerada como el momento fundacional de la ló-
gica matemática moderna, ampliamente utilizada en la actualidad en diversas
aplicaciones científicas y tecnológicas, por ejemplo en el diseño y programa-
ción de computadoras.
153
tractos y no específicos, podemos considerar con es-
tas mismas herramientas expresivas y operativas,
bajo ciertas condiciones, conjuntos de cualesquiera
entes no métricos. Es decir, podemos utilizarlas para
avanzar, también por esta vía, hacia la formalización
de aquellas ciencias cuyos objetos de estudio no se
prestan naturalmente para la cuantificación.

* *

154
Conclusión

A lo largo de este libro hemos procurado mostrar


no sólo la factibilidad de la adopción por el mar-
xismo de las herramientas y recursos tanto simbóli-
cos y expresivos como conceptuales y analíticos de la
matemática, sino, más todavía, la necesidad y las
ventajas de que esta adopción efectivamente ocurra
en todas las ciencias sociales, cuyo desarrollo conti-
núa mostrando un persistente retraso debido, entre
otras causas, precisamente a su escaso nivel de for-
malización. Nuestro foco principal para ello ha sido
el cálculo infinitesimal, en merecido homenaje a
este dominio, tal vez el más fecundo y poderoso de
toda la historia de la matemática, pero también, so-
bre todo, por su relación especial, casi diríamos fun-
damental, con el materialismo dialéctico.
Pero antes de concluir, creemos necesario indicar
que la del cálculo infinitesimal no es la única avenida
disponible para efectos de la matematización del lla-
mado marxismo. Ya hicimos una brevísima mención
a ello al final del último capítulo, en relación con la
teoría de conjuntos. Es posible, por ejemplo, utilizar
el álgebra de conjuntos para abordar con rigor la de-
finición e identificación de las clases sociales, y evi-
tar así los equívocos que con frecuencia ocurren de-
bido a la terminología vaga y difusa utilizada habi-
tualmente para este propósito: ¿son la «clase
obrera», el «proletariado», la «clase trabajadora», los
«trabajadores», los «asalariados» y los «explotados»
conjuntos idénticos entre sí? ¿son algunos o alguno
de ellos subconjuntos de alguno o algunos de los
otros? ¿se trata de conjuntos enteramente diferen-
155
tes? El hecho es que, en la realidad, no hay acuerdo
general acerca del uso estándar de tales términos, ni
siquiera entre los distintos grupos de practicantes de
orientación marxista, particularmente en cuanto a
«clase obrera» y «clase trabajadora»: en algunos ca-
sos se considera que estos términos son sinónimos
exactos e incluyen a todos quienes tienen su propio
trabajo como principal fuente de ingresos, indepen-
dientemente de cualquier otra consideración; pero
en otros casos se prefiere reservar el primero de esos
términos exclusivamente para quienes realizan cier-
tos trabajos particulares, con un nivel alto de partici-
pación directa y material en los procesos propia-
mente productivos de la sociedad industrial mo-
derna1.
Para abordar este problema, habría que comen-
zar por definir, a la luz de los hechos empíricos, los
atributos o propiedades distintivas relevantes para
cada caso, tales como la condición de «trabajador», la
de «miembro de una clase», y las de «asalariado»,
«explotado» u «obrero»2. Una vez hecho esto, se po-
dría avanzar hacia una definición exacta de cada
1
Esta diferenciación probablemente nace de que los textos clásicos marxistas pri-
vilegian los procesos materiales productivos, a los que se considera como la
única fuente de la plusvalía, y menosprecian los sectores de servicios (distribu-
ción, ventas, administración, información, etc.) como simples mecanismos de
circulación o redistribución del valor creado en los procesos productivos: «Sin
embargo, debemos distinguir [al trabajador comercial] de los obreros empleados
directamente por el capital industrial […] Puesto que el comerciante, como mero
agente de circulación, no produce ni valor ni plusvalía […], se deduce que los traba-
jadores comerciales empleados por él para estas mismas funciones tampoco pue-
den crear plusvalía para él.» (Marx: «Capital III», pp. 291-292). Nos parece que es-
tos conceptos deben ser revisados a la luz de la estructura económica de las so-
ciedades llamadas «post-industriales», pero no es nuestro propósito abrir aquí
tal discusión; sólo buscamos señalar que la lectura estricta de tales textos puede
haber conducido a que se enfatice hasta hoy la diferenciación entre «obrero» y
«trabajador», con los problemas políticos y conceptuales que tal distinción, pro-
bablemente espuria o al menos obsoleta, acarrea.
2
La definición de tales atributos debe tratar de resolver con rigor, a la luz de la
evidencia real, varios posibles nudos problemáticos, como la diferenciación en-
tre «asalariado» y «explotado»: si bien todo asalariado, al menos en el sistema
capitalista, es explotado, es decir que recibe sólo una fracción de los frutos de su
trabajo, no todo explotado es asalariado, ya que algunos reciben esa porción de
lo que debería corresponderles bajo la forma de conceptos distintos al del sueldo
o salario, tales como bonos o pagos en especie.
156
uno de los conjuntos correspondientes, formados
por aquellos individuos que cumplan con las condi-
ciones de pertenencia de cada uno; y por último, se
podrían establecer y verificar, con el uso de las ope-
raciones del álgebra de conjuntos, las relaciones de
inclusión, exclusión, unión, intersección o igualdad
que existan entre ellos, identificando así con preci-
sión las posibles irregularidades, contradicciones,
redundancias y vacíos en la terminología habitual,
con lo que se obtendría una imagen más clara y rigu-
rosa de la situación bajo estudio.
De manera similar, podríamos utilizar en otros
problemas las herramientas y recursos analíticos,
conceptuales y expresivos desarrollados por diversos
otros ámbitos de la matemática, como la teoría de
grafos, la teoría de juegos, el álgebra booleana o la
programación lineal, y no sólo con fines cuantitati-
vos, sino también, insistimos, en la construcción de
lo que hemos llamado modelos no métricos, tarea
para la que los cuatro campos matemáticos que aca-
bamos de mencionar pueden prestarse admirable-
mente. Por cierto, sin entrar por ahora en detalle al-
guno, queremos dejar constancia de la enorme utili-
dad que podrían tener en particular la teoría de jue-
gos3 y la programación lineal para abordar diversos
casos de eso que en la jerga del marxismo se llama
«las contradicciones». Tal vez debido a un énfasis ex-
cesivamente simplista en los conflictos de clase, que
los hipostasia como eje y centro de todas las argu-
mentaciones, muchos en los círculos marxistas tien-
den casi automáticamente a pensar siempre en tér-

3
La moderna teoría de juegos, inicialmente desarrollada en las décadas de 1940 y
1950 por John von Neumann, Oskar Morgenstern y John Nash, tiene hoy amplias
aplicaciones en campos tales como la economía o la ciencia de computación. El
libro Theory of Games and Economic Behavior, publicado por los dos primeros en
1944, puede ser considerado como su primer documento maduro.
157
minos de lo que en teoría de juegos se denomina
«suma cero» o «suma constante», es decir, en térmi-
nos de oposiciones diametrales irreconciliables en-
tre dos partes o «jugadores». Pero el caso de la suma
constante entre dos jugadores es apenas una de las
posibles situaciones, la más básica y simple, que la
teoría de juegos contempla: hay numerosos otros es-
cenarios de juego (cooperativos o no, simétricos o
asimétricos, simultáneos o secuenciales, discretos o
continuos) que pueden desarrollarse, y de hecho se
desarrollan, en la sociedad, y que complejizan y en-
turbian el esquema de contradicciones irreconcilia-
bles «en blanco y negro» planteado por el marxismo
ingenuo.
Algo parecido se puede decir de la programación
lineal4, metodología de optimización de funciones
que permite calcular y hasta visualizar la gama de las
soluciones objetivamente disponibles para una si-
tuación de conflicto en que se deben alcanzar unas
ciertas metas bajo determinadas restricciones. Al
igual que la teoría de juegos, la programación lineal
puede ofrecer herramientas, imágenes y conceptos
analíticos y expresivos para visualizar e interpretar
una situación en que chocan objetivos e intereses
inicialmente contrapuestos, como en la lucha de cla-
ses, y comprender mucho más integralmente sus
perfiles y desarrollos posteriores, los que, como la
historia ha demostrado repetidamente para perple-
jidad de los marxistas ingenuos, no conducen nece-
sariamente a la «agudización de las contradiccio-
nes» y el cataclismo social. La programación lineal

4
Originalmente desarrollados para optimizar la planificación de ciertas activida-
des de las fuerzas armadas de Estados Unidos, particularmente los despegues y
aterrizajes de aeronaves con las restricciones de recursos existentes a bordo de
un buque portaaviones, los métodos y conceptos básicos de la programación li-
neal fueron dados a conocer en 1951 por George B. Dantzig en su artículo «Maxi-
mization of a Linear Function with Variables Subject to Linear Inequalities».
158
puede ser usada para mostrar el rango de soluciones
materialmente posibles a una confrontación inicial
de intereses, y puede poner de relieve que, incluso en
muchos casos de contradicciones supuestamente
«irreconciliables», hay generalmente una solución
de compromiso que, respetando los mínimos y/o
máximos indeclinables de cada una de las partes, no
sólo satisface en la medida de lo factible a ambas,
sino que incluso resulta óptima desde el punto de
vista del sistema como conjunto.
Aclaremos un poco las cosas: no tenemos mayo-
res dudas de que es esencialmente correcto el es-
quema de confrontación entre clases con intereses
básicos incompatibles que propone la doctrina mar-
xista; ni dudamos tampoco de que mientras persista
esa contradicción fundamental e inherente del capi-
talismo, persistirán también la conflictividad social
y sus consecuencias nefastas, y continuarán vigen-
tes la posibilidad y la deseabilidad de una transfor-
mación radical del statu quo. Pero, como el propio
Marx advertía, el capitalismo tiene la capacidad de
desarrollar, bien deliberadamente o bien como re-
sultado orgánico de su propio crecimiento y su cons-
tante afán de revolucionarse y metamorfosearse,
«influencias contrarias que se oponen y anulan el
efecto» de sus rasgos fundamentales inherentes, y lo
atenúan hasta eludir, tal vez indefinidamente, el
desenlace que sería previsible si esas influencias
contrarias y esa capacidad de metamorfosis no exis-
tieran. Y herramientas como la teoría de juegos o la
programación lineal podrían servir para visualizar y
comprender mejor tal dinámica.
Desconocemos si estas herramientas son o han
sido efectivamente utilizadas por los capitalistas
para visualizar y planificar sus movimientos en el
159
curso de, por ejemplo, una negociación salarial o
conflicto sindical de algún otro tipo; no nos sorpren-
dería ni alarmaría en lo absoluto, y hasta nos parece-
ría natural, que así sea o haya sido al menos alguna
vez. Pero lo que sí nos alarma y nos resulta preocu-
pante es que, mientras en una de las trincheras de la
lucha de clases los capitalistas, quienes tienen desde
el inicio todo a su favor, disponen además de un am-
plio arsenal de herramientas de todo tipo, en la trin-
chera de enfrente los militantes del campo marxista
se niegan a sí mismos la oportunidad de apropiarse
a su vez de los instrumentos necesarios para al me-
nos procesar y comprender a cabalidad el hecho in-
eludible de que aquellas influencias contrarias efec-
tivamente existen, y de ser el caso, para prepararse
mejor con el fin de lidiar con ellas.
Así, los marxistas ingenuos siguen afirmando
con fe de carbonero, una y otra vez, que la «crisis ge-
neral del capitalismo»5 se agrava y agudiza; pero
inexplicablemente (para ellos) el sistema continúa
desarrollándose y obteniendo como conjunto cada
vez mayores ganancias, mientras la tan esperada y
anunciada revolución nunca acaba de llegar. Tal vez
si hubieran prestado más atención a los hechos
reales, es decir, si hubieran partido en sus análisis de
los datos y no de las consignas, y si hubieran mate-
matizado su pensamiento y su discurso, es decir, si

5
La «crisis general del capitalismo» es una construcción teórica enteramente
desarrollada por la tradición soviética-leninista, aunque con algún apoyo en
ideas originales de Marx y Engels. Según esta tesis, el inicio y desarrollo de la
crisis general están predicados sobre «la contracción de la esfera de dominación
del sistema capitalista expresada en la formación de los Estados socialistas» y «la
consolidación ulterior del sistema socialista mundial y el fortalecimiento de su in-
fluencia económica y política» (cf. Rosental, p. 125), circunstancias que en buena
medida han dejado de existir, por lo que, en rigor, este concepto es hoy inaplica-
ble al menos en su sentido original. Sin embargo, sigue siendo relativamente fre-
cuente que se emplee el término de manera vaga e inespecífica para hacer refe-
rencia a la intensificación percibida de las dificultades que enfrenta el sistema
capitalista, a menudo asumiendo equivocadamente los efectos de las crisis cícli-
cas ordinarias como síntomas de la «crisis general».
160
hubieran adoptado algunas de las herramientas de
análisis, visualización y expresión a que nos hemos
referido en estas páginas, tal vez entonces estarían
en mejores condiciones de entender lo que efectiva-
mente ocurre ante sus ojos, y dejarían de parecerse
tanto a esos profetas harapientos que deambulan
por las calles de las ciudades anunciando incansable-
mente que «el fin del mundo se acerca».
Lo que en nuestra opinión ha ocurrido a estos
marxistas y a sus organizaciones, expresado en los
términos de la diferenciación que hicimos en la in-
troducción, es que se quedaron con el «cuerpo doc-
trinario» del marxismo (al que, para complicar y con-
fundir todavía más las cosas han dado en denominar
oficialmente, para bien y para mal, «marxismo-leni-
nismo») y con todos sus aciertos y errores acumula-
dos a lo largo de las décadas, y han dejado a un lado
casi por completo el materialismo dialéctico en tanto
que «método», lo que los ha privado de los medios ne-
cesarios para estudiar y comprender rigurosa y sis-
temáticamente el mundo que los rodea, y los ha con-
denado a seguir vociferando una retórica en buena
medida vacía, construida a partir de conceptos no
siempre enteramente adecuados, y con frecuencia
completamente equivocados.
Esta es precisamente la idea con que queremos
concluir estas páginas. Sostenemos que, a fin de evi-
tar su desnaturalización y su reducción a una mera
ideología más como resultado de la aplicación dog-
mática y deductiva de enunciados prefabricados va-
cíos de contenido concreto, el llamado marxismo
tiene que volver al enfoque empiricista e inductivo
que Marx mismo describió y propuso, tiene que vol-
ver a empezar desde los hechos materiales y no
desde las ideas acerca de esos hechos, esto es, tiene
161
que volver a ser genuinamente materialista y dialéc-
tico. Y sostenemos además que, con el propósito de
contribuir a formalizarse y dotarse a sí mismo del ri-
gor científico del que nunca debería apartarse, tiene
que apropiarse a plenitud de los recursos analíticos,
conceptuales y expresivos desarrollados por el cál-
culo infinitesimal y otras ramas de la matemática
superior, y aprender a utilizarlos en sus reflexiones
e investigaciones, no sólo con el propósito específico
de evaluar alguna variable cuantitativa de interés,
sino también, y principalmente, como marco para la
visualización y conceptualización general de proble-
mas, y como medio de expresión sistemático y uní-
voco.
Tales son, en nuestra opinión, las más importan-
tes tareas pendientes del marxismo en procura de
rescatar su talante genuino y restablecer su credibi-
lidad y su prestigio, tareas que podemos resumir en
una sola: adoptar entusiasta y definitivamente el
método general de las ciencias, que es por naturaleza
el suyo propio.

* * *

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La Editorial Aurora valora altamente
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y diagramación de la presente publicación.
Igualmente, agradece cualquier otra sugerencia.

editorialaurora1917@gmail.com

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