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Porque Invertir en Olas y no en Empresas

Manuel Landa (2012)


Revista: Capital Disruptivo

Según los surfistas experimentados, los dos factores más importantes en este deporte son la
habilidad que la persona desarrolla con la práctica y sobretodo, las olas que escoja para
impulsarlo.

El seleccionar la ola adecuada requiere del surfer una visión para detectar los primeros indicios
de su formación, una sincronía perfecta para abordarla en el momento correcto y una habilidad
para aprovechar al máximo el impulso y dirección que esta tome. El sueño de todo surfista es
montar la “gran ola” con las condiciones perfectas.

En el mundo de los negocios sucede algo similar. De manera cíclica llegan ciertas “olas” con
niveles de energía tales que cambian de manera estructural los mercados donde “pegan”, y los
emprendedores que las alcanzan a distinguir a tiempo, que se suben a ellas en el momento
exacto y que tienen la habilidad de montarlas sin caerse ante lo violento de la experiencia,
logran que sus empresas experimenten crecimientos inusuales que en condiciones normales
hubieran sido impensables.

Tuve la oportunidad de vivir dos de esas “grandes olas” en México y también tuve la
experiencia de “montarlas”.

En 1992 se aprobó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), el cual
constituyo una ola de tal magnitud que cambio el modelo económico proteccionista del
mercado interno mexicano, por uno que hoy está orientado fuertemente al externo y de los más
abiertos del globo. Muchas industrias fueron seriamente afectadas (juguetes, ropa), mientras
que otras emergieron con gran fuerza (autopartes, maquila, call centers). La empresa que yo
dirigía logro incrementar las ventas anuales de $1 millón de dólares a cerca de US$24 M en
tres años. Esto gracias a que en el mercado de conductores eléctricos donde competíamos
existían ineficiencias estructurales como precios muy altos por la nula competencia
internacional y productos con tecnologías atrasadas, lo que al traer a grandes competidores
americanos al país nos ponía en una gran ventaja contra los fabricantes locales. En menos de
un lustro habíamos logrado tomar más del 15-20% de un mercado altamente oligopólico que
durante más de 50 años había permanecido estático.

Otra gran ola fue la apertura en 1996 de la industria de telecomunicaciones en México, sector
estratégico que había estado monolíticamente cerrado por 80 años (y que de alguna manera se
podría argumentar que sigue “no completamente abierto”). De manera similar a la gran ola del
NAFTA, logramos detectar a tiempo la formación de esta ola y la dirección que estaba
tomando, subirnos a tiempo a ella y aprovechar su fuerza. La empresa experimento un
hipercrecimiento del 3700% en 5 años (pasando de ventas anuales de US$6M a US$230M),
levantando inversiones significativas en mercados de EUA para adquirir empresas y construir
una red de fibra óptica en México, la compañía cotizo en Nasdaq y se crearon 1400 empleos.
Esto no hubiera sido posible en condiciones normales: la gran ola de la apertura de las
telecomunicaciones no solo rompió con su fuerza las barreras estructurales, sino dio un

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poderoso impulso a nuestra empresa y muchas otras, para lograr esos crecimientos
espectaculares.

Actualmente estamos empezando a ver la formación de otra gran ola. Incluso se podría
argumentar que estamos presenciando la formación de un tsunami de tal magnitud que haría
palidecer a las olas anteriores y que tiene la capacidad de modificar radicalmente múltiples
industrias simultáneamente, provocando en el proceso una dolorosa “destrucción creativa” (ver
el post: Que es Capital Disruptivo, para una explicación del término).

Esta “mega ola” ha sido mejor explicada por Marc Andreessen, uno de los VC más reconocidos
en la actualidad y también co-fundador de Netscape, que coincidentalmente fue la empresa que
inicio la ola del “dotcom” en los 90s. Marc define este cambio de paradigma global con la frase
“El Software se está comiendo al mundo”.

La tesis central del Sr. Andreessen es que estamos en medio de uno de los más amplios y
dramáticos cambios tecnológicos y económicos de la historia, donde las empresas de software
están posicionadas para tomar grandes porciones de la economía. Marc argumenta que cada
vez más grandes empresas e industrias son operadas a partir de software y entregadas al
cliente como servicio online (desde películas, la agricultura o la defensa nacional). Muchos de
los nuevos ganadores en esta nueva ola son empresas de tecnología al estilo Silicon Valley,
que invaden y ponen de cabeza a estructuras de industrias muy establecidas.

Andreessen explica por qué esta mega ola se empieza a manifestar ahora: Después de seis
décadas de iniciada la revolución del cómputo, cuatro décadas desde la invención del
microprocesador y dos décadas desde el surgimiento del Internet, toda esta revolución
tecnológica acumulada ha madurado al grado de estar lista para transformar todos los
mercados a través de un software que finalmente trabaja y que puede ser accesible en una
escala global. (Ver nuestro post sobre Inteligencia Artificial Subyacente, la Nueva Era
Económica Mundial del Siglo XXI, para más explicación del tema).

Muchos inversionistas aún recuerdan con pavor la “exuberancia irracional” de finales de los 90s
con las empresas de Internet (ahora llamadas peyorativamente “dotcom”), que sin fundamentos
financieros e incluso a veces sin ventas, tenían valuaciones especulativas exorbitantes que
finalmente se colapsaron estrepitosamente en el 2001, provocando pérdidas sustanciales de
patrimonios. Más allá de los fallidos e incluso a veces ridículos modelos de negocio que se
experimentaron en esa época, había también una razón estructural que realmente impedía que
esa ola se convirtiera en una mega ola: la poca profundidad y fuerza que tenía, ya que en esos
años había menos de 360 millones de usuarios de Internet en todo el mundo, los cuales
pasaban alrededor de 1 hora al día conectados a través de precarias conexiones telefónicas.
En otras palabras, el impacto real que podía llegar a tener el Internet en la economía mundial
era muy limitado. Hoy en día existen 5,000 millones de usuarios de Internet en el planeta
(incluyendo 2,000 millones con conexiones fijas y 3,000 millones a través de celulares), los
cuales prácticamente están conectados 24 horas al día a través de anchos de banda
crecientes. Esto representaría un incremento de la penetración del Internet del 33,000% en
una década.

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Si agregamos a esta gigantesca masa crítica de usuarios conectados, aceleradores como las
redes sociales que cambian de manera radical la comunicación de las personas y el acceso a
su información personal; sumamos el profundo impacto en la economía local cuando billones
de personas cargan una poderosa computadora (Smartphone) con geoposicionamiento y
sensores de todo tipo en su bolsillo; y lo montamos todo en una poderosa y omnipresente
plataforma virtualizada de computo en la nube que ha reducido su costo más de 50 veces en
10 años, tenemos los ingredientes para que las empresa de software “se coman” sectores tan
estratégicos como el financiero (Square poniendo en jaque a American Express, Visa o
Mastercard, con una App de iPhone), educación (Khan Academy y sus videos “amateurs” en
YouTube cuestionando la validez del modelo de educación primaria tradicional), retail (Amazon
quebrando a las librerías tradicionales y haciendo tambalear a Sears y Best Buy),
telecomunicaciones (Google comprando a Motorola como un dispositivo que posiblemente
acaben regalando para eficientar sus servicios de búsqueda) o medios de comunicación
masivos (Twitter, matando al New York Times y a CNN).

A diferencia de sus predecesoras dotcom, estas nuevas empresas disruptoras de software de


esta mega ola, tienen ahora modelos de negocio muy sólidos, crecimientos de ventas
espectaculares acompañados comúnmente de rentabilidades muy altas e irónicamente son
poco entendidas e incluso despreciadas por los inversionistas tradicionales en las pocas
ocasiones que han empezado a incursionar en los mercados públicos de capitales.

Consideramos que la magnitud de la oportunidad de inversión y creación de riqueza que se


está gestando es tal, que sería un error muy grande para los gobiernos de los países y los
inversionistas ignorar o minimizar a este tipo de startups disruptoras, a cambio de privilegiar
inversiones en empresas tradicionales y “más seguras”, con modelos de negocio que
posiblemente pudieran ser seriamente afectados por la revolución económica y tecnológica que
estamos viendo.

En resumen: viviremos en los próximos 10 años una época de oportunidades extraordinarias


que solo se presentan en disrupciones globales de este tamaño (similares a la Revolución
Industrial) que exigen invertir en la ola, no en empresas aisladas de un contexto global. En el
caso mexicano es muy factible que en esta década veamos el nacimiento de los nuevos
Telmex, Bimbo, Cemex, Tiendas Liverpool o Banamex, como sucedió hace más de 75 años.

Conviene aclarar que invertir en una ola de esta magnitud con un enfoque poco disciplinado
tipo “spray and pray”, podría ser un error garrafal. Estas mega olas levantan por igual a
empresas buenas, regulares y malas. Ahí es donde también juega en mucho la habilidad del
inversionista para determinar quiénes son los mejores “surfeadores” para montar la mega ola
que viene.

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