Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ALMA
(y su casita de muñecOs)
www.concepcionhernandez.com
mjvsrojo@hotmail.com
ISBN 978-84-948934-5-2
ALMA
(y su casita de muñecOs)
A
À
Ǥ Ǥ Ǥ Ǥ ͕͕
Ǥ Ǥ Ǥ͖͛͘
A Ǥ Ǥ Ǥ Ǥ͖͙͝
Ǥ Ǥ͖͚͝
El mundo es imaginal.
curso de tu historia”
Neville Goddard
Alma
ůŵĂ
Esta es la historia de Pandora, y también la mía.
Me presentaré, soy Alma y ostento el honor de ser el
subconsciente de mi dulce y atormentada Pandora.
Para ella soy algo abstracto que desconoce. No me habla,
no me mira ni me considera. Yo en cambio, soy su sierva
más leal.
Conservo cada instante que ha vivido, cada pensamiento
que ha tenido, cada emoción que ha sentido; y además, de
una manera absolutamente literal.
Sus recuerdos en mí, no adoptan formas amables, ni
consisten en versiones edulcoradas o inventadas. Sé, que
los hechos tal y como ocurrieron y su posterior recuerdo
rara vez concuerdan; y puedo afirmarlo porque en esto,
soy una experta.
Atesoro con amor y resignación cada una de sus creencias.
Las útiles y las que no lo son. Todas y cada una de ellas
suponen para mí materia prima, nada más. No las puedo
juzgar, ni seleccionar, tan solo puedo utilizarlas como
material con el que dar forma a su vida porque transformar
creencias en experiencias es mi labor.
Soy complaciente y obediente; nada me satisface más que
cumplir con mi propósito. Pertenezco a un nivel profundo,
completo, certero e inaccesible que adolece de algo
esencial, la libertad. No puedo elegir las creencias con las
que crear. Ella es libre para creer mientras yo estoy
obligada a crear –tejiendo casualidades y organizando
ϭϯ
ůŵĂ
encuentros−, experiencias que pueda percibir a través de
sus sentidos.
En esto, Pandora no tiene nada de especial, tú también
dispones de una parte de ti que es atenta y solicita,
omnipresente y omnipotente, que obedece y responde a tus
creencias.
Si pudieras descubrir todos tus secretos, ¿lo harías?
Si pudieras explorar los rincones de tu mente, ¿te
atreverías?, ¿traerías a la luz cada uno de tus recuerdos sin
importar cuán dolorosos resultasen, cuán profundos los
hubieras sepultado, cuán lejanos permanecieran?, y de
hacerlo, ¿te juzgarías o te aceptarías?
Anoche, Pandora sucumbió a la desesperación e intentó lo
que tantas veces y desde hacía tanto tiempo planeaba.
Tomó somníferos. Muchos. Demasiados. No suficientes.
Y ahora, todos los fantasmas de su pasado han regresado,
pero no como si fueran recuerdos deshilachados, sino
como certeros fragmentos de realidad que conservan
intactos cada gesto, cada aroma, palabra y silencio, y ya
no persiguen martirizarla sino ser liberados.
Ha llegado el momento, necesita conocer su verdad,
desvelar su secreto; abrazar el dolor para después dejarlo
ir. Y yo, por encima de todo, deseo ayudarla.
Como te decía, esta es la historia de Pandora, aunque
también podría ser la tuya.
ϭϰ
ůŵĂ
¿Guardas secretos?
Pandora sí, y a lo largo de su vida se ha visto abocada a la
invención de explicaciones extravagantes, y en muchas
ocasiones absurdas, con el fin de poder entender aquello
que experimentaba: abandonos y desprecios. Ha
concebido, gestado y parido un robusto y deforme cuerpo
de creencias, de conclusiones, de mecanismos de defensa.
Muchas de estas creencias, la mayoría, ni siquiera le
corresponden. Fueron escuchadas a otros cuando tan solo
era una niña.
Los niños no filtran la información que reciben, ¿lo
sabías? Lo aceptan todo como válido, y además lo guardan
con mimo en un lugar como yo. Ella, como cualquier otra
niña, asimiló como verdad las palabras que escuchó de sus
mayores, palabras que estos ya habían acogido con
anterioridad de los suyos, y estos a su vez de otros en un
ciclo interminable que acaba por convertir las palabras, los
pensamientos, los motivos y las razones en algo heredado
que predestina vidas enteras castrando libertades
generación tras generación.
No entiendo por qué os resulta tan complicado, si no
imposible, discriminar qué creencias os pertenecen y
cuáles habéis aceptado de los demás al darles vuestro
beneplácito sin cuestionarlas. Estas son las más dañinas y
peligrosas. Porque son unas intrusas, parásitos que se
aferran a vuestras mentes para perdurar sin importarles el
daño que puedan ocasionar. No, no entiendo esa tendencia
ϭϱ
ůŵĂ
a considerar como propios los pensamientos de otros; a
aceptar, como si se tratara de una verdad absoluta, aquello
en lo que creéis ciegamente sin deteneros ni un instante a
cuestionar su origen. Es más, es que ¡ni siquiera os importa
si esa creencia os hace bien o mal! Sois tan necios que
hasta podéis llegar a entregar vuestra vida en su defensa.
Una de esas intrusas que Pandora aceptó como suya tiene
su origen muy pronto, durante su temprana infancia y en
la escucha indiscreta de una conversación de adultos que
derivó en una afirmación que se repitió a sí misma lo
suficiente como para que quedase grabada en mí. La
recuerdo perfectamente, la conservo eternamente… “he
venido al mundo por error, a molestar, a estorbar…”
alguien le hizo saber, en más de una ocasión, que su
llegada al mundo fue inesperada, sorpresiva y mal
recibida; y aunque insistieron en que pronto pasó el susto
y su nacimiento resultó ser una enorme alegría, era tarde,
el daño estaba hecho.
Eran muchas las emociones que giraban en torno a esa
creencia… no encontrar su lugar, tener la sensación de
ser un incordio, de estorbar y de que los demás, hiciera lo
que hiciera, la abandonarían porque no era más que
alguien molesto, la sensación de no merecer ni el aire que
respiraba porque de no haber sido por un error, un fallo,
una fatalidad, ella no debería estar respirando, no
merecer la felicidad, no merecer amor… en definitiva, “no
merecer”.
ϭϲ
ůŵĂ
No tuvo que transcurrir mucho tiempo para que a esta
creencia se le uniera una demoledora experiencia, una
dramática vivencia que, a pesar de no recordarla, se ha ido
manifestando en su vida de manera nefasta porque yo, la
conservo en mí intacta. Sus consecuencias más directas…
desconfianza, miedo, sentimiento de traición,
inseguridad… la lista es larga, los términos todos
negativos. Y ella, que no recuerda la experiencia, vive en
un estado continuo de desconcierto porque esas
emociones, tan dañinas y castrantes, parecen proceder de
la nada y no tener sentido en su vida.
Pandora es matrona, no te lo había dicho. Está soltera,
tiene 40 años y vive sola. Tanto en ella como en mí, bulle
una imperiosa inclinación hacia la vida, los comienzos, los
despertares, los nacimientos. Ella desde hace muchos años
ayuda y acompaña a parejas en el hermoso trance de
alumbrar; de igual manera, yo quiero acompañarla, −si me
lo permites, también a ti− en el mágico proceso de parir
una nueva creencia. Una que sustituya a la anterior, que le
grite desde lo más profundo de sí misma, desde mí, que
ella “merece” y lo merece todo por razón de Quien Es y
que le grite también que puede decir “no” y seguir siendo
amada. En definitiva, una creencia de abundancia y
libertad, de vida y amor.
Este es mi propósito, esta es la aventura que ahora
emprendo y quiero compartir contigo.
ϭϳ
ůŵĂ
Recuerda, soy su parte sabia, eterna, su parte más profunda
e íntima, me llamo Alma y, en definitiva, soy su mente
subconsciente. Y a pesar de ser tan poderosa, no puedo
revelarle sus secretos si ella no decide conocerlos porque
el cambio, el aprendizaje, no se produce si no es desde el
interior.
Lo sé todo de ella, lo que fue, es y será; pero fingiré que
no, le plantearé mil y un interrogantes con la esperanza de
que sus respuestas arrojen luz sobre su vida.
Hasta ahora Pandora ha creado tres explicaciones ilusorias
con las que pretende, burdamente, justificar su tendencia
suicida. Más adelante será ella misma la que te hablará (me
hablará) de ellas, pero quiero adelantarte algunas
pinceladas de sus argumentos… cree que no encontrará el
amor en esta vida porque su alma gemela no se ha
encarnado. Tan rotunda y contundente es su afirmación.
Tan dolorosa y desesperante su renuncia a amar y ser
amada. Está convencida de que su desencarnado amor la
añora desde algún lugar indeterminado y trata de
comunicarse con ella en cuanto se le presenta la
oportunidad; y lo hace apoderándose durante breves
instantes de los cuerpos de otros hombres. Y ella, al
reconocer el amor en una mirada, un aroma, el vibrato de
una voz, un roce, una caricia… cae rendida ante él para al
poco, sentir un inmenso vacío cuando el cuerpo vuelve a
convertirse en carne sin más y su amor se desvanece entre
las nubes.
ϭϴ
ůŵĂ
Esto, no es algo que comparta con nadie. No es algo que
se pueda compartir. Pandora es un tanto excéntrica en su
manera de interpretar la realidad, pero sabe perfectamente
camuflarse y aparentar que su vida es una vida como otra
cualquiera.
De mí no puede ocultarse. Ni siquiera disfrazarse, por eso
sé que todas sus fantasías, todas sus originales ideas no
responden más que a un instinto, el de supervivencia.
Siente una atracción inusitada hacia la muerte. No es una
mujer depresiva, en absoluto, no es eso. Sencillamente
piensa que, aunque le gusta mucho vivir, en la muerte se
debe estar mucho mejor. Ha tomado la decisión de elegir
el momento en el que se marchará porque lo quiere hacer
con dignidad, sonriendo. Dice que la vida podrá jugar con
ella, y ella con la vida, pero en lo tocante a la despedida,
tendrá la última palabra.
He aquí otra de sus descabelladas ideas.
Ella achaca tal preferencia al hecho de que, siendo muy
pequeña, tanto que no guarda recuerdo de ello, estuvo a
punto de morir. Y la experiencia debió resultar tan
maravillosa que en algún lugar de sí misma ha quedado
para siempre la inquietante sensación de que morir es lo
mejor que le puede pasar.
Pero ya te digo yo que no guarda dicho recuerdo porque
sencillamente, nunca ocurrió tal cosa. No obstante, no
faltan los que en reuniones familiares se empeñan en
ϭϵ
ůŵĂ
contar el episodio de la piscina una y otra vez, con todo
lujo de detalle y vitoreando las agallas de uno de sus
primos que sin pensárselo se lanzó a por ella consiguiendo
rescatarla a tiempo de aquellas aguas.
Falso, falso, falso.
Pandora apenas se atragantó en la piscina, punto. Su
madre, amiga íntima de los dramas y los lamentos, adornó
cuatro toses tanto, que las transformó en un casi
ahogamiento que Pandora asimiló en su mente como una
experiencia cercana a la muerte. Maravillosa, eso sí.
La típica bola de nieve, una malintencionada interferencia
en el canal que distorsiona el mensaje. Mensaje erróneo.
Mensaje mentiroso.
Pero no puedo culparos, deformar la realidad para
acomodarla a vuestros intereses es algo común e incluso
necesario. Una realidad exagerada, una conversación en la
que tenéis que ser el más –sea lo que sea− y nace un pasado
inventado. Uno que no recordáis porque no existió y que
alguien ha creado a su imagen y semejanza a pesar de ser
tú el protagonista, un pasado hecho a medida de otro que
llega hasta ti para molestarte el resto de tu vida.
Esa es la importancia de las creencias. Su descuido. Sus
consecuencias.
Las mismas consecuencias nefastas que ha tenido para
Pandora crecer escuchando la historia de su familia, de las
mujeres de su familia. Saber que procede de un linaje de
ϮϬ
ůŵĂ
fuertes mujeres que nunca han necesitado varones en su
vida, apenas lo justo para perpetuarse; mujeres sometidas
al escarnio público, humilladas y vejadas, supervivientes
a la vergüenza de vivir al margen de estrictas normas
morales que reinaban en otros tiempos, oscuros y
sombríos. Amantes, anarquistas, prostitutas, madres
solteras, luchadoras, perdedoras; mujeres que tuvieron que
huir a otras tierras abandonando todo lo que habían sido,
dejando como estela apenas unas huellas, difusas huellas
que las generaciones venideras se han esforzado en
mantener presentes recordándolas con una amarga mezcla
de orgullo y repulsión. Y Pandora, como parte de este clan
arrastra la maldición de sus antepasadas, su asco; y como
ellas, sangra a través de heridas que no le pertenecen.
Todas comparten el estigma de un apellido tanto como la
marca de su familia: un retorcido dedo meñique en la mano
derecha.
Ella además, arrastra su nombre.
¿Conoces el mito de “La caja de Pandora”?
Ella sí.
La grabó muy pronto en mí, porque se le clavó en el alma
identificarse con la protagonista, porque creía tener
nombre de princesa y se equivocaba; creía que su historia
tendría un final feliz y se equivocaba; creía, todavía creía
en el amor y, de nuevo, se equivocó.
Ϯϭ
ůŵĂ
Mil veces escuchó que Pandora, la primera mujer, había
sido creada por el dios de los dioses y encarnaba todas y
cada una de las cualidades más elevadas conocidas… y
esta historia le encantaba y ser el centro de ella, más; pero
también supo que la habían dotado con el don de la
mentira, que le habían entregado una caja que encerraba
todos los males del mundo y que no la podía abrir bajo
ninguna circunstancia.
Pero Pandora no puedo evitar la tentación, fue débil, abrió
la caja desatando impensables calamidades y desgracias
que desde ese momento asolaron a toda la humanidad.
“¿Sería ella como la protagonista de ese cuento? ¿Sería
también culpable de todos los males del mundo? ¿Habría
sido el mundo mejor sin ella?”, se preguntaba.
Alguien debió contarle un final diferente, decirle que
Pandora, al darse cuenta de lo que había hecho se sintió
muy arrepentida y quiso enmendar el mal cometido. Y
que, para ello, se dedicó a ofrecer, hombre a hombre y sin
descanso, lo único que había quedado en la caja: la
esperanza.
No lo hicieron.
Arrastraba la culpa y el sentimiento de ser la causante de
toda desgracia. Un aplastante sentido de la
responsabilidad, no por su propia vida −que desdeñaba sin
recato− sino por la de los demás, a los que deseaba la
felicidad que se negaba a sí misma.
ϮϮ
ůŵĂ
Pero tan solo se trata de creencias, no hay de qué
preocuparse. Pueden cambiarse. A ella le sirven para
sobrevivir a duras penas, para entender su vida, sus idas y
venidas.
Pero anoche fue demasiado lejos. Sus creencias, ya no le
sirven. Duelen. Queman. Sangran. Matan.
Es el momento de actuar.
Voy a presentarme en su vida.
Y hablaremos, mucho.
Y llorará, ella.
Y reiremos, las dos.
La historia de Pandora, su principio o su final está a punto
de comenzar.
¿Cómo termina todo?
Yo, lo sé. Pero no te lo diré. Tendrás que acompañarnos.
El gozo está en el camino, en cada paso, en cada sorpresa,
en cada traba y conquista.
A partir de este momento y dado que la vida de Pandora
se ha desbocado, yo, Alma, tomo las riendas.
Ϯϯ
La
casita
de
muñecOs
omnisciente, es insomne”
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϯϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Levantó las sábanas un poco, lo justo para poder adentrar
su mirada bajo lo que ocultaban y descubrió que vestía un
camisón blanco. Debía ser largo, de esos que llegan hasta
los tobillos, pero durante el sueño, los faldones, indiscretos
y juguetones se le habían quedado enredados entre los
muslos.
Su sorpresa comenzaba a ganarle la partida a cualquier
otra emoción. No tenía tubos por ninguna parte de su
cuerpo, ni estaba atada a la cama, ni le parecía estar
sometida a vigilancia, ni siquiera se sentía somnolienta.
Ya había decidido levantarse e ir a por respuestas cuando
un golpe seco captó toda su atención. Sentada en la cama
y con su negra melenita totalmente alborotada observó
cómo la puerta que tenía frente a ella se abría de par en
par.
Instintivamente se mesó el cabello con la intención de
domar lo indomable y seguidamente, en apenas un
segundo, se protegió tras las sábanas sujetándolas con
fuerza a la altura de la nariz.
Así, más asustada que sorprendida, fue como vio por
primera vez a Alma.
Para Pandora no era más que una señora de mediana edad
que acababa de irrumpir en su vida dándole un susto de
muerte. A la escasa luz de la habitación se sumaron los
rayos procedentes de la estancia contigua permitiéndole
poder examinar a la recién llegada.
ϯϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Debía tener su misma edad, un corte de pelo divertido,
estilo bob, más corto por la parte de la nuca y con un negro
y espeso flequillo. Sus ojos rasgados, mucho. Era esbelta
y de cintura estrecha.
No le dio tiempo a más.
La figura de la misteriosa mujer se desplazó con ligereza
en busca de luz. Fue directa hacia las cortinas al tiempo
que enérgicamente exclamaba… ¡arriba, arriba!
Pandora seguía sentada en la cama con toda ella, o casi
toda, protegida tras una sábana. Estupefacta y por qué no
decirlo un poco asustada se preguntaba si sería ese algún
tipo nuevo de terapia. Daba por hecho que aquella
descarada era su psiquiatra.
Mientras, Alma seguía a lo suyo.
Descorrió las cortinas con ímpetu dejando a la vista un
enorme balcón con dos amplias tumbonas y un prometedor
paisaje.
En el instante en el que la luz penetró con rabia en la
habitación, Pandora parpadeó en repetidas ocasiones
apretando mucho los ojos hasta conseguir hacer los ajustes
necesarios. Y así, con el sentido de la vista a pleno
rendimiento comprobó que su habitación era muy
espaciosa y que la recién llegada había dejado la puerta de
la suya abierta permitiéndole husmear en lo ajeno: ambas
habitaciones eran idénticas, y la puerta que las comunicaba
parecía ser la única posibilidad de escapar hacia cualquier
ϯϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
otro lugar. Este hecho no le importó, no se sintió prisionera
ni supuso traba alguna porque cuando decidiera salir de
allí, lo haría por la ventana.
Sonrió ante estos pensamientos. Formaban parte de ella
desde siempre. Bromeaba con la muerte, pero la muy zorra
se le resistía. Fijó su mirada en el balcón, la que suponía
su terapeuta se había acomodado plácidamente en una de
las tumbonas y con los pies sobre una mesa parecía estar
absorta en el horizonte.
A Pandora no le pareció muy profesional, pero los
psiquiatras tienen fama de ser excéntricos y ella ya había
conocido a unos cuantos. Pensó que sería conveniente
hacer las presentaciones y el teatrillo pertinente para
quitarse a la visita de en medio cuanto antes.
No lo pensó demasiado, descalza y despeinada se dirigió
hacia ella, pero antes de adentrarse en el balcón se detuvo
a contemplar lo que el ventanal le ofrecía. El paisaje era
increíble, el cielo estaba salpicado de nubes blancas y la
luz lo inundaba todo llenándolo de una suave calidez.
Cuanto más se perdía en el horizonte, más belleza
abrazaban sus ojos. Allí estaban, justo frente a ella, tres
cisnes blancos que se deslizaban con majestuosidad sobre
las aguas de un lago, tan grande, que se perdía en la
lejanía… parece el mar, pensó. Y más allá, montañas,
grises montañas con cumbres nevadas. Y un aroma a
campo tan idéntico al que recordaba de su infancia que un
escalofrío le recorrió la espalda.
ϯϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
No reconocía aquel lugar… ¿dónde estoy? ¿cómo he
llegado hasta aquí?
En tierra firme, a su derecha se extendía una pradera de
amapolas que, a pesar de no soplar ni un ápice de brisa,
bailaban dulcemente marcando el compás. Y a su
izquierda, oliveras dispuestas en 4 hileras. 16 oliveras que,
como ella, contemplaban el lago, los cisnes y las
montañas.
Y silencio. Un hermoso y sereno silencio que Alma
rompió con una voz dulce y suave que captó de inmediato
la atención de Pandora; tomó asiento en la tumbona que
quedaba libre y lentamente se giró hacia la recién llegada
deseando volver a escuchar su voz. Y pudo comprobar que
sus ojos, además de muy rasgados eran grises, de pobladas
pestañas, largas y rizadas. Que su nariz era pequeñita y sus
labios, rojos y carnosos, parecían tener forma de corazón.
Era una mujer muy atractiva, misteriosa, de generosos
pechos y cintura estrecha que vestía de gasa y tul, de rosa
y hasta los tobillos, culminando en unos zapatitos de
bailarina blancos que ahora seguían un rítmico y suave
balanceo, hacia delante y hacia atrás.
Su gesto era amable y sonriente pero su presencia
resultaba inquietante.
Ambas se mantuvieron la mirada durante un rato y en
cuanto Pandora comenzó a contagiarse de la sonrisa de
Alma, comenzaron a conversar.
ϯϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ Bienvenida – Alma dio el primer paso y rompió el
hielo de una manera más que formal.
ϯϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ No me hace falta leer ningún historial. Ya te he
dicho que lo sé todo sobre ti – Pandora no podía
ocultarle nada, ¿cómo podría esconderse de sí
misma, de su parte más sabia y completa?
ϯϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Alma sabía que Pandora estaba asustada y no era
conveniente prolongar su puesta en escena. No quería
atosigarla, al contrario, quería proporcionarle el tiempo
necesario para que pudiera procesar todo lo que acababa
de presenciar, sabía que terminaría concluyendo que ella
no era su terapeuta sino una enferma mental, una psicótica
que tenía alucinaciones y estaba allí, en algún lugar en
ninguna parte, compartiendo con ella una experiencia.
No quiso aumentar su temor por lo que calladamente cerró
los ojos y fingió dormir plácidamente hasta que el
atardecer dejó paso a la oscuridad. Alma, como cualquier
mente subconsciente que se precie, además de ser
omnipresente, omnipotente y omnisciente, es insomne.
Y tenía a Pandora justo donde la quería tener; había
captado su atención y ahora, en lugar de estar planeando
cuándo saltar al vacío su mente intentaba dar respuesta a
un sinfín de interrogantes … ¿es una psicótica?, ¿me está
tomando el pelo?, ¿será peligrosa?, ¿por qué nuestras
habitaciones se comunican?, ¿qué es lo que ve?... en
cuanto pueda pido un cambio de habitación… ¿despertaré
en ella el mismo temor que ella ha despertado en mí?...
¡madre mía!, pero ¿qué verá?... en cuanto se despierte se
lo pregunto… pero, ¿cómo puede estar durmiendo
tanto?... será la medicación… pero, ¿por qué no viene
nadie?, ¿por qué no veo a nadie en la calle, ni en el lago?,
¿por qué el silencio es tan intenso?...
ϯϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Transcurridas unas horas decidió que era momento de
despertar a la bella durmiente. Carraspeó, pero no obtuvo
respuesta alguna. Carraspeó más fuerte, pero nada. Alma
seguía haciéndose la dormida, jugaba de nuevo con ella.
Conocía el vaivén de pensamientos que se estaba
produciendo en la mente de Pandora y se lo estaba pasando
en grande. Esperó a que diera un tremendo portazo y
cuando todo se llenó de estruendo, fingió despertarse
sobresaltada.
Pandora la observaba desde el interior de la habitación
sentada al borde de la cama. Prefería mantener la distancia.
ϯϵ
percibir?”
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
II
ϰϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Si aquella mujer era feliz en su mundo, no sería ella quien
truncara su felicidad.
Pandora no creía en todo lo que veía y pasaba mucho
tiempo entre nubes soñando con un mundo más amable,
escapando del baile de sus “partículas” que se empeñaban
en mostrarle humillación y abandono. No se fiaba de sus
sentidos, no quería fiarse de ellos, prefería creer que más
allá de lo que se puede percibir existe algo inmenso, un
lugar repleto de abundancia y libertad, la morada de las
soluciones. Estaba convencida de que tan solo su
incapacidad debido al hecho de ser humana le impedía
bucear en un lugar tan maravilloso, pero en cuanto se
desprendiera de su cuerpo, iría derechita hasta allí.
Sonrió contemplando el lago; la noche y su oscuridad no
mostraban su lado tétrico, al contrario, la atmósfera era
mágica e hipnótica. Volvió su mirada hacia Alma, le posó
la mano derecha en uno de sus hombros y le dio las gracias
por el relato que acababa de regalarle. Le emocionaba la
inocente manera en la que le había desnudado su interior.
Y es que, apenas unos minutos antes y con los ojos y la
voz repletos de ilusión Alma le había desvelado cuál era
su auténtica naturaleza.
Le había confesado que ella, tenía el inmenso honor de ser
su mente subconsciente, y que debido a ello era
omnipresente, omnisciente, omnipotente y además, nunca
descansaba. Que su función consistía en emplear sus
creencias para conformar la realidad que poco más tarde
ϰϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
tendría que experimentar. Y era maravilloso, porque nada
le hacía más feliz que complacerla; aunque en ocasiones
también suponía una condena porque solo podía utilizar
las creencias que Pandora tenía sobre sí misma y el mundo,
y muchas de ellas, aunque no todas, eran desastrosas.
En este punto, Pandora se emocionó al reconocer que
efectivamente, de alguna manera tenía razón, algo debía
existir en su interior que la empujaba a terminar con todo.
Pero cuando casi se le saltan las lágrimas fue al escuchar
a Alma exclamar, con la voz convertida en pura
desesperación… “¡por favor!, dame algo con lo que
trabajar, algo nuevo, fresco, vital. Cambia tu discurso.
Deja atrás las historias que siempre cuentas, siempre te
cuentas, no son más que viejas experiencias. Ya no duelen,
no pueden hacerlo porque no existen, no están en ningún
lugar, eres tú quién les da vida al recordarlas y hablar de
ellas, ¿no te das cuenta? ¿cómo puedes vivir tan
confundida?, dime, ¿dónde está todo tu dolor si no es en
tu mente? ¡Basta! Dame luz, dame color, palabras frescas,
ilusiones renovadas, sueños imposibles de alcanzar… y
yo, te los entregaré en bandeja”.
Justo en este momento, Pandora pensó en lo que le gustaría
relajarse dándose un baño caliente, fue un instante, casi
inconsciente pero suficiente. Alma, desplegó todo su
poder para complacerla y en un rincón de la habitación
como por arte de magia apareció una bañera amplia y
blanca sobre cuatro patitas de bronce. Pandora no se
percató de su presencia porque estaba distraída, pero su
ϰϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
deseo se había convertido en realidad. Como siempre que
pedía y después lo dejaba ir. Como nunca si se empeñaba
en lidiar con el cómo, cuándo, dónde y por qué.
“Lo mismo de siempre te esclaviza, nos esclaviza. Los
mismos materiales, las mismas creencias me encadenan,
no puedo crear diferente con lo mismo. Hago cambios y
reordeno, intento combinar lo que me das de una manera
original y así, consigo que su aspecto exterior sea otro.
Pero no es más que un engaño, una apariencia pasajera,
lo mismo de siempre que ahora parece diferente pero
terminará mostrando su auténtica cara, más temprano
que tarde. Por favor, recuerda que lo que es igual, no
puede ser diferente”. Pandora había hecho ademán de
levantarse pero Alma se lo impidió frenándola con su
mano izquierda… espera, quiero presentarme ante ti tal y
como soy. Puesto que lo conozco todo de ti, me parece
justo que tú también lo conozcas todo de mí”.
Y le contó que estaba compuesta de sí misma, pero
también de Bella y de Pitusa. Y que las tres la amaban.
Llamaba Bella a una dragoncita, una pequeña filósofa,
traviesa y sabia, juguetona y dulce que retozaba a todas
horas como si fuera una cachorrilla. Tenía unas pestañas
inmensas, largas y rizadas que adornaban la misma mirada
grisácea que compartía con Alma. Le gustaba pintarse las
uñas con esmalte blanco porque era muy coqueta. Todos
los días se acicalaba, se ponía un collar de perlitas blancas
que combinaba perfectamente con el malva de su piel y un
ϰϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
perfume dulzón que inundaba cualquier estancia durante
horas.
Le contó que Bella tenía un carácter amable y a pesar de
su fuerza rara vez se enfadaba; era más de reflexiones
profundas que de asustar con sus garras; más de tomar
distancia, ser objetiva y contemplar las circunstancias
como si fueran una representación teatral y ella un
espectador más, que de arrasarlo todo a su paso. Las
emociones la turbaban, no se manejaba bien con ellas;
cuando se ponían las cosas feas, levantaba el vuelo,
extendía sus alas tanto como podía, movía su cola
dibujando círculos en el cielo y exhalaba fuego por su boca
dentada intentando descargar toda la rabia que su mente
no podía procesar. Era fuerte y poderosa. La parte de
Pandora más temible. Cuando se le desataba la rabia, no
tenía piedad. Con nadie. Y con ella, menos. Al poco,
regresaba sintiéndose derrotada, buscando consuelo y
comprensión porque saberse vencida por las emociones le
resultaba humillante. Entonces Alma y Pitusa la acogían
con compresión y la acariciaban y la mimaban e intentaban
calmar su necesidad de perdón mientras ella se tumbaba
en un rincón y no quería compartir cama, ni probar bocado,
ni mirarlas a los ojos porque sentía que no merecía el calor
y el abrazo. Solo Pitusa, con su alegría infantil, su
inocencia y espontaneidad conseguía convencerla de lo
contrario y finalmente las tres, acurrucadas muy juntitas
fingían dormir a la espera de las nuevas peticiones de
Pandora.
ϰϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Pitusa era encantadora, una niña flacucha, rubia, de pelo
ondulado y algo despeinado que siempre llevaba una
diadema de flores blancas, rosas y amarillas. Sus ojos eran
idénticos a los de Alma y Bella y es que las tres compartían
la misma mirada; de nariz respingona y salpicada con
pequitas, las mejillas sonrosadas y los labios también.
Correteaba descalza y portando un camisón blanco de
tirantes que llegaba casi hasta el suelo, repleto de brocados
y puntillas. Era de pocas palabras y muchas risitas, durante
las cuales cubría su boca con las palmas de las manos
esforzándose en mantenerlas bien abiertas.
Las tres, Alma, Bella y Pitusa conformaban el
subconsciente de Pandora. Las tres eran necesarias. Las
tres cumplían su función. Las tres, en realidad eran lo
mismo, eran Pandora. Y las tres la amaban.
Alma se encontraba más cerca de su parte humana, de su
aspecto emocional. Era capaz de comprenderla y por tanto
de adecuar mucho mejor las experiencias terrenales que
creaba para ella a sus deseos; Bella era su parte sabia,
serena, le encantaba sentenciar con frases que Pandora
había leído aquí y allá y que ni siquiera recordaba. Pero
cuando estaba junto a Pitusa, se convertía en un ser más
parecido a una mascota que a un maestro, y es que Pitusa
era la parte más inocente, tierna y alegre de Pandora que
arrastraba a todo el mundo a su terreno sin apenas
proponérselo. Era la que reía, bailaba, saltaba, disfrutaba
con las travesuras, no se preocupaba y confiaba
ϰϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
plenamente en que cada momento tan solo era un instante
más en el que disfrutar.
Pandora escuchaba el relato embelesada, mirando al cielo,
perdiéndose entre las estrellas… soñando. Hacía tanto que
no soñaba…
Alma interrumpió su narración, se acercó a ella y bajando
la voz hasta convertirla en casi un susurro, preguntó:
Ϋ ¿Hechizada?
ϱϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ Eso puede arreglarse.
ϱϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
III
ϲϯ
“Caminaba despacio, saboreando cada acorde,
sintiéndose libre entre tanto desconcierto.
Y era una sensación nueva, porque hasta entonces, ante
el desconcierto, solo había sentido limitación y
esclavitud”
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
IV
ϲϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Pandora no podía creerlo. Debía estar muerta. Una caída
desde una altura de 5 pisos bien deja alguna que otra
secuela, pero ella estaba intacta. En esa habitación, en
cualquier lugar. En esa cama de sábanas impolutas de hilo
blanco y aroma a vainilla. En ese camisón blanco que no
llevaba puesto la noche anterior.
¿Estaba compartiendo el delirio de Alma?
No, eso no podía ser.
Sin duda, ella era la psicótica y todo aquello una mera
alucinación.
Saltó de la cama ante la mirada impasible de Bella y
Pitusa, corrió hacia el balcón y se lanzó al vacío. En pleno
salto comprobó que no había rastro del lago, ni los cisnes,
ni las montañas. El paisaje de aquella mañana era el de un
inmenso mar de aguas cristalinas con el cielo brotando en
tonos anaranjados y gaviotas sobrevolando la playa.
Cuando volvió a despertar, contempló a los pies de su
cama la figura de Alma y a su derecha Pitusa a lomos de
Bella. Las tres sonreían.
Ϋ ¿Estoy loca?
ϲϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ No más que antes – respondió sin dejar de sonreír.
Niña y dragona jugueteaban al pilla-pilla por toda
la habitación. – Déjate llevar, ganaremos tiempo.
Es una magnífica noticia que puedas percibirlas –
no cabía duda de que se refería a Bella y Pitusa
ϲϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Alma lo sabía. Le proporcionaría tantos caprichos y
placeres como pudiera mientras durara aquella situación.
Poco a poco, Pandora abandonaría sus temores y
resistencias y, creyéndose víctima de una demencial
locura, disfrutaría de ese paréntesis en su existencia siendo
ella misma.
Pandora entró en el baño y se contempló con admiración.
Aquel vestido le quedaba como un guante. Resaltaba su
silueta marcando unas curvas que siempre se esforzaba en
ocultar y ahora le parecían de lo más atractivas. Un
cinturón rojo apretaba su cintura, y el escote resaltaba sus
pechos. El vestido terminaba justo por debajo de las
rodillas dejando entrever una puntilla blanca.
Pandora giró sobre sí misma en varias ocasiones. Se sentía
feliz. Se gustaba. El vestido era perfecto, los zapatos eran
perfectos y… ¡Dios mío!, su peinado y su maquillaje
también.
ϳϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ De nada. Ya sabes que existimos para complacerte.
No tienes más que pedir. No, no. No tienes ni que
pedir, con desear, es suficiente.
Alma la había peinado dando forma de media onda a su
flequillo negro, y recogiendo su pelo en una coleta alta
anudada con un pañuelo rojo. En cuanto a su maquillaje,
el trabajo le parecía excelente y eso que ella, normalmente
ponía pegas a casi todo… que si los ojos rasgados me
hacen cara de fulana, que si el carmín rojo no está hecho
para mí… pues allí estaba frente al espejo, con los ojos
más rasgados que había contemplado en su vida, negros,
profundos, y los labios más rojos y carnosos del mundo…
y ¡le encantaba! Se sentía sexy, incluso le hizo gracia el
lunar que Alma le había dibujado junto a la comisura de
los labios.
Sonreía y jugueteaba con su vestido, no quería despedirse
de la imagen que el espejo le devolvía por si no volvía a
verla jamás. Estaba claro que estaba teniendo un brote
psicótico, no entendía cómo podía tener conciencia de que
estuviera ocurriendo, pero como nunca había padecido
uno tampoco podía hacer comparaciones. Tan solo le
preocupaba cómo podría estar siendo vista desde el mundo
de los cuerdos. ¿Y si en ese momento estuviera encerrada
en una habitación hablándole al viento, riendo al aire, con
aspecto de estúpida y gesticulando ante la nada?
“Pregúntate,
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
ϳϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
sentimiento de protección que no se parecía a
ningún otro.
ϳϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
respondió con su risita cantarina y palmoteando sobre la
espalda de la dragona. Siempre se regalaban carantoñas.
Una estaba pendiente de la otra y la otra de la una.
Y las tres parecían esperar algún acontecimiento que
Pandora desconocía. Y sonrían. Y no tenían prisa.
Pandora, sí. Se sentía estúpida de pie, frente a aquella casa
de dimensiones descomunales, azul celeste y con un
montón de puertas, rectangulares todas, de proporciones
desiguales y con un pomo redondo y blanco en su margen
superior derecho.
Ϋ ¿Redecorar mi mente?
Ϋ ¿Redecorar mi vida?
ϳϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
En este punto y para sorpresa de Pandora se escuchó la
hipnótica y profunda voz de Bella… todo se reduce a la
repuesta que des a la siguiente pregunta, ¿qué sucede
antes, la experiencia o la creencia?
Dicho lo cual Pitusa saltó sobre su espalda y ambas
emprendieron el vuelo.
Pandora fijó su mirada en la de Alma, abrió muchos los
ojos y también la boca… ¡había escuchado la voz de
Bella! ¡Y era preciosa! ¡Dios mío!... sí, escucharla le
encantó, su voz le pareció serena y sensual, no entendió a
qué se refería pero no le importaba, ¡la había escuchado!
Y eso además de increíble solo podía suponer que su
delirio estaba empeorando.
ϳϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ La conciencia es todo aquello que aceptas como
verdadero, lo sea o no. Es el concepto que tienes
de ti mismo. Así crees que eres, así es tu realidad.
Conviene un examen objetivo y acrítico de tu vida,
de tus emociones, de tus pensamientos, tus
reacciones e interpretaciones; es decir, de ti
mismo.
Ϋ Y en eso estamos.
Ϋ ¿En qué?
ϳϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ Por supuesto, y también a Pitusa – se sentó junto a
ella − Lo que no sé es si te gustará tanto cuando
empiece a hablar por boca de Séneca.
Ϋ ¿Séneca?
Ϋ Pues no me acuerdo.
ϴϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ Bueno, lo que tú digas, pero ¿se sabe cuándo habla
por boca propia y cuándo lo hace por boca ajena?
– echó un vistazo al cielo y sonrió al verla ejecutar
piruetas increíbles; ascensos y descensos, círculos
y tirabuzones adornados con pequeñas y
controladas nubes de humo que Pitusa celebraba
palmoteando sin parar.
Ϋ ¿Siempre?
Ϋ Siempre
Ϋ ¡Qué graciosa!
Ϋ Jajaja.
ϴϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ Pero cuando es ella la que habla… – amplió su
sonrisa, bajó el tono y se aproximó a Pandora para
decirle casi en susurro – a veces es un poco mal
hablada. Dice palabrotas.
Ϋ Me sobran 10 kg.
ϴϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
Ϋ A ti siempre te sobran 10 kg, peses lo que peses –
Alma indicó a Bella y Pitusa que se acercaran.
Bella aterrizó sobre sus patas traseras y Pitusa se
deslizó a lo largo de su espalda hasta quedar
sentada sobre su cola.
Ϋ Es obvio.
ϴϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐKƐ
blanco de la ventana sin atreverse a dar el tirón
definitivo.
Tras ella, Alma y Pitusa afirmaban con la cabeza
redundando su… sí.
Bella, en cambio, respiró profundamente exhalando una
leve llamarada antes de pronunciar…
“Busquemos algo bueno, no en apariencia, sino sólido y
duradero, y más hermoso por sus partes más escondidas;
descubrámoslo. No está lejos: se encontrará, solo hace
falta saber hacia dónde extender la mano; mas pasamos,
como en tinieblas, al lado de las cosas, tropezando con las
mismas que deseamos”, dijo el maestro.
Pandora cerró los ojos, aguantó la respiración y tiró del
puño hacia sí misma… descubrámoslo, pensó.
Cedió sin resistencia.
ϴϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
VI
ϴϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Hace mucho tiempo…
ϴϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Cuando entenderás que no importa lo que ocurrió,
sino cómo lo interpretaste, cómo lo grabaste en mí.
– Alma se dirigió con fuerza la mano derecha al
pecho enfatizando su mí – lo que ocurrió, no está
en ninguna parte salvo en tu mente. Cambia lo que
hay en tu mente – señaló la cabeza de Pandora con
su dedo índice – y confía en mí.
Ϋ No sé cómo hacerlo.
ϴϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Sr. Voz era un muñequito de 15 cm de altura y se parecía
mucho al original, un chico de unos 20 años, de figura
esbelta y espigada, con la piel muy morena. Tenía una
característica nariz aguileña y una manía que Pandora
detestaba, raparse la cabeza. Era calvo por convicción y
precaución. Decía que así, no tenía que preocuparse por si
el pelo se le caía alguna vez. Tenía unos labios muy finos,
casi como sus ojos, pequeños y oblicuos, oscuros y con
escasas pestañas.
No era muy guapo, casi nada, y todavía menos en una
época en la vida de Pandora en la que el chico de sus
sueños tenía que cumplir con al menos dos requisitos: ser
rubio y tener los ojos azules. Pero era simpático. Muy
simpático. Y tenía una voz que conseguía transportarla a
otros mundos, serena, tranquila y profunda.
“Bueno, ¡quién nos lo iba a decir!, después de tanto tiempo
y aquí estamos, juntos otra vez y entre nubes, como a ti te
gustaba.
Te han puesto muy guapo, creo que llevas el traje de la
boda de tu prima, parecías un hombre hecho y derecho con
un pantalón de tela, tu camisa blanca, ese cinturón negro
que te había regalado por tu cumpleaños y unos horrorosos
zapatos de colegial. Sin corbata, claro. Eras un rebelde. Un
rebelde y un cobarde. Y un mentiroso.
Creo que no hemos empezado bien. Alma, que dice ser mi
subconsciente, también dice que tengo que inventarme un
ϵϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
final diferente del que tuvimos. Que así podré dejarte ir,
pero yo creía que ya te había borrado de mi vida…”
Pandora se levantó, echó una ojeada dentro de la
habitación para asegurarse de que todo su subconsciente la
había dejado a solas con él, corrió las cortinas y se sentó
en el suelo colocando a Sr. Voz sobre su regazo.
Se acercó a él y casi susurrante comenzó su perorata…
“Fuiste el primero. Y dudaste de mí. Eso no te lo perdoné.
Siempre imaginé que sería especial, pero contigo no lo fue.
Eras todo un experto en eso de matar mis ilusiones, te
molestaba verme feliz. A cualquier idea mía le seguían tus
peros. Jamás escuché de tus labios un “fantástico, mi
amor, yo estaré contigo, verás qué divertido. Seguro que
lo consigues”. Bueno, nunca escuché, “mi amor” y nunca
estuviste conmigo. Estabas cerca de mí, en ocasiones
dentro de mí, pero nunca conmigo.
Se supone que debo haber aprendido algo a tu lado. Me
cuesta saberlo, no resulta evidente, aunque supongo que
aprendí a reservar mis sueños y mis secretos para mí
misma. Y que a pesar de lo nefasta que fue nuestra
relación y lo dañina para mi vida, me sigue resultando
complicado silenciar a la ilusión. Soy una soñadora. Y tú
no pudiste matar lo que soy.
Yo aprendí a callar, y tú ¿aprendiste algo?
ϵϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
¿Qué puedes decirme de ti?; tan valiente, tan macho, con
esa voz tan hermosa y grave que me atrajo hacia ti
embrujándome y que antes de darme cuenta se había
convertido en fuente de frustración. Esa voz, la tuya,
inconfundible y serena cuando querías algo de mí; irritante
y agresiva cuando te sentías cuestionado. Entérate, el
diálogo no se hace a gritos, eso es otra cosa; las soluciones
no se encuentran entre el ruido.
Las carencias, los complejos, no se pueden enmascarar por
mucho que levantes la voz porque gritan más que tú.
No sé qué hacías a mi lado, no teníamos necesidad; ni tú,
ni yo. Apenas comenzábamos a vivir… determinaste todas
y cada una de mis relaciones posteriores; cada vez que
conocía a un chico y mostraba interés por mí, tu sombra
acechaba desde algún lugar de mí misma… fuiste el
primero, y ahora, han pasado todos estos años y todavía
perduras en mí. Tu desprecio, tu humillación. Mi
desconcierto, mi vergüenza.
La toxicidad nos nubló el sentido y el miedo mató mi
valentía. Hoy en día y a pesar de saber lo que en realidad
ocurría, la pérdida de mi autoestima parece irrecuperable.
Las explicaciones que arrojaron luz sobre los hechos que
no comprendía no fueron capaces de sanar mis cicatrices.
Porque las cicatrices son marcas, no sanan, no va en su
naturaleza, persisten y perduran para recordarme
machaconamente que fui herida.
ϵϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
He de reconocer que de todas las relaciones de mierda que
he tenido, esta no solo fue la primera, sino la peor. Yo era
más vulnerable. Todavía caminaba sin coraza, amaba o lo
intentaba, a pecho descubierto, a muerte. Creía en el amor,
sí. Ahora ya no.
Debió resultarte tan sencillo…
Hicimos el amor cinco veces, las tengo contadas y es que
desde el principio aquello olía mal, muy mal. Tu falta de
interés en mí, la necesidad de tomar copas, muchas, antes
de tocarme, tus continuas negativas ante mis
insinuaciones. Era demoledor. Es demoledor. Eras mi
príncipe, te creía perfecto… así de engañados estaban mis
ojos. Si tú eras perfecto, el problema no podía residir sino
en mí. Yo era la responsable de tus continuos, y cada vez
más ásperos, desagradables y sangrantes rechazos.
Mi autoestima tocó fondo y desde entonces, con
frecuencia, ante un comentario sin importancia, vuelve a
caer. Susceptibilidad lo llaman. Yo en cambio, lo llamo
humillación temprana.
Sencillamente me hiciste creer que no era suficiente para
ti, suficiente mujer para nadie. Sentía que no estaba a la
altura, que no era lo bastante guapa, inteligente, delgada,
simpática, interesante, o cualquier otra bobería por la que
tú pudieras sentirte atraído hacia mí.
Y ahora que te tengo delante, tieso como un pasmarote, me
doy cuenta de que no te temo y de que tu opinión no me
ϵϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
importa. A lo largo de los dos años que compartimos,
jamás, y quiero enfatizar este jamás, imaginé que lo que
no despertaba en ti ningún interés no eran mis carencias
como mujer, sino precisamente el hecho de que yo, era una
mujer, y que no importaba el grado de perfección que
pudiera alcanzar. Tú no estabas, ni estarías, interesado en
mí. Punto.
Fuiste un cobarde por no aceptarte y un egoísta por
arrastrarme en tu mentira.
¿Por qué?
Nadie podía ganar.
No calibraste el daño que me hacías para evitar ser dañado.
O quizá lo sabías y no te importaba.
Recomponerme fue duro, largo y doloroso. Llegué a
sentirme tan despreciable al ser tantas veces despreciada,
que odié y temí enfrentarme de nuevo a la intimidad. Hoy
en día, 20 años después, ese temor perdura. Pocos han sido
capaces de despertar en mí el deseo que tú mancillaste.
Conseguí dejar de buscarte, de mendigar tu atención, tus
caricias, tus besos, tus miradas, tu presencia. Pero de
alguna manera continuabas a mi lado, presente en mi
recuerdo, convertido en una maldita huella, en un eco que
me lo negaba todo sin dejar espacio para que otro ocupara
tu lugar.
ϵϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Nunca aceptaste lo que ocurría. Nunca lo reconociste. Eras
un cobarde y tu miedo me castró. Me sacrificaste para
salvarte tú. Y yo, que sabía que lo nuestro no funcionaba,
fui más cobarde que tú, nunca me lo perdonaré. Decidí
confiar en que el tiempo lo mejoraría todo, y el tiempo solo
terminó por hacerlo pedazos.
La inseguridad se apoderó de mí. En mí sigue.
Todos estos años… me asustan las luces tenues, los
susurros, el contacto con otra piel. Me aterra no dar de mí
lo que se espera. No estar a la altura. Me paraliza
decepcionar, decepcionarme. No soportaría sentirme
rechazada de nuevo. Dolió. Todavía duele. Por eso mis
entregas nunca han sido completas. Protejo lo mejor de mí,
mi verdad.
Resulta paradójico, me protejo para no ser dañada y
termino dañándome a mí misma.”
Pandora se sintió acompañada. Alma estaba junto a ella.
Le acarició el cabello con ternura, sabía que le gustaba
mucho, que esas caricias calmaban su dolor.
ϵϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Me subestimó creyendo que no podría comprender
su situación; me utilizó para mostrar al mundo la
cara que más le convenía sin pensar en mí.
Ahora fue Bella la que se unió a ellas, se tumbó junto a
Pandora y esta, instintivamente, comenzó a acariciar las
púas que recorrían su espalda. Eran fuertes, sólidas y
suaves como la propia dragona, como ella. Bella la amaba,
cuando sentía que la rabia se apoderaba de Pandora, como
ahora, apenas podía reprimir su furia y el fuego pugnaba
por escaparse convertido en pura llamarada.
ϵϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
frente al espejo, trenzando y destrenzado su pelo
sin descanso.
Ϋ Eso es…
ϵϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
culparme por nada. Sí, ahora me siento libre junto
a él, y no humillada.
ϵϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
“Y me solté el cabello,
Me vestí de reina,
Me puse tacones,
Me pinté y era bella…”
Llegados a este punto, las tres caminaban de un extremo a
otro del balcón como si fueran unas auténticas divas
mientras Bella resoplaba sobre ellas haciendo que sus
vestidos flotaran.
Y la música continuaba…
“Caminé hacia la puerta y te escuché gritarme
Pero tus cadenas ya no pueden pararme.
Y miré la noche y ya no era oscura,
Era de lentejuela”
La música era ensordecedora y a esas alturas todas estaban
contagiadas por la emoción; las cuatro cantaban a voz en
grito como si estuvieran poseídas por algún extraño ente.
De repente, Bella se lanzó a por Pandora, se coló por entre
sus piernas y alzó el vuelo con ella.
Pandora reía a carcajadas, dispuso sus brazos en cruz y
sintió el viento golpeándole con fuerza en el rostro.
La escena podía describirse con tan solo una palabra:
libertad.
ϵϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Y continuó cantando tan alto como pudo sin preocuparse
de si las notas estaban afinadas o no…
“Y todos me miran, me miran, me miran
Porque sé que soy linda y todos me admiran.
Y todos me miran, me miran, me miran,
Porque hago lo que pocos se atreverán.
Y todos me miran, me miran, me miran,
Algunos con envidia pero al final, al final, al final,
Todos me amarán”.
El cielo explotó en luz enmarcando entre palmeras de
colores el alegre vuelo de Bella y Pandora.
ϭϬϬ
nada”
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
VII
Ϋ Lo sé.
ϭϬϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Es muy pronto para desenterrar aquello – Alma se
aproximó a Pitusa con la intención de tomarla en
sus brazos y darle consuelo – ven cariño, vamos a
contemplar la puesta de sol. ¿Quieres ver nevar? –
A Pitusa le encantaba la nieve.
Y con un sencillo arqueo de su ceja derecha Alma
consiguió que la noche se ocultara y el Sol surgiera de la
nada. Todo se convirtió en cielo, nubes y una montaña
preciosa y brillante tras la que el sol se escondía una y otra
vez mientras todo se llenaba de los copos de nieve más
hermosos que jamás hubieran sido creados.
ϭϬϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
VIII
ϭϬϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Y bajo el agua pensó en lo buena que era Alma en lo suyo.
Todo estaba a su gusto. La temperatura del agua, el aroma
a melocotón del jabón, la luminosidad de la habitación, el
silencio salpicado del trino de los pájaros… la sensación
del agua recorriéndole el cuerpo siempre le parecía
sensual, y esa mañana, a esa refrescante sensación se le
unía la suya, la de que algo en su interior se había
reconciliado consigo misma.
Todavía disfrutaba de la ducha cuando escuchó la voz de
Alma que desde algún lugar le advirtió… ¡no te asustes!
ϭϭϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
ocurrido esto?, ¿para qué he pensado o sentido
esto otro?...
ϭϭϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Eso es lo normal, desear la felicidad – le sirvió otra
taza de chocolate – pero la mayoría de las personas
creen que solo la conseguirán cuando cambien sus
circunstancias, por lo que al final la búsqueda de la
felicidad se convierte en una terrible fuente de
impotencia y frustración.
Pandora la escuchaba con atención mientras la examinaba
detenidamente. Alma le parecía perfecta. Todo estaba en
su lugar y desprendía armonía y equilibrio. Su cabello, el
color rosado de su piel, su tersura, su aroma a azahar, sus
labios con forma de corazón, esa mirada de gata, gris y
profunda. Sus delicados movimientos, su voz de miel.
Pensar que formaba parte de sí misma, que era ella misma,
le resultaba inconcebible. No se sentía así, no se reconocía
así, tan… exquisita.
Ϋ No entiendo…
ϭϭϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ No es tan obvio saber lo que uno quiere. Es muy
frecuente confundir los medios con el fin. Lo
habitual es pedir dinero y posesiones cuando el
deseo real es la libertad… libres de trabas, de
límites, de enfermedades, de preocupaciones…
libertad. Punto.
Ϋ ¿Y amor?
ϭϭϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
he dicho que soy omnisciente, omnipotente y
omnipresente… ¡tus asuntos no pueden estar en
mejores manos que las mías! Y además, te amo. Te
amamos.
Pandora miró hacia la pradera de girasoles. Pitusa
besuqueaba a Bella tatuándole en la piel, en cada una de
sus púas y en rojo chillón, la forma de sus labios.
ϭϭϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Me dijeron que tenía que aceptar las razones y las
imposiciones de los mayores porque el respeto por
la autoridad estaba por encima del respeto a mí
misma – aceptó la mano que Alma le brindó y se
fundió en su mirada antes de continuar – nadie me
dijo que podía decir “no” y seguir siendo amada.
Ϋ ¿Hay un origen?
Ϋ ¿Tú lo conoces?
Ϋ No, no lo estabas.
ϭϭϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Pero yo me sentía así. No sé si era una sensación o
una realidad, pero en mis recuerdos, que no son
más que sensaciones, así es – sus ojos vidriosos
delataban emoción − conservo mi vida como si se
hubiera tratado tan solo de sensaciones, apenas
consigo evocar alguna escena, poco nítida, en la
que se repiten los mismos fotogramas una y otra
vez; los mismos escenarios, los mismos
personajes… toda mi vida condensada en un
reducidísimo archivo de viejas y repetitivas
imágenes en movimiento – hablar con Alma era
hablar consigo misma, las palabras fluían sin
esfuerzo – sin embargo, las emociones, las
sensaciones de cada momento perviven en mí
como si acabaran de suceder. Duelen igual. Arden
y me laceran como el primer día. Y mis recuerdos,
tal y como soy capaz de albergarlos siempre me
dicen que mi infancia fue solitaria.
ϭϭϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
me he escondido. No sé por qué me he escondido.
¿Crees que tras alguna de esas ventanas me
encontraré?
Ciertamente Pandora tenía necesidad de sí misma. De
contarse secretos. De soñar sueños increíbles. De amarse,
de aceptarse. De volver a escuchar su propia voz. Solo su
voz.
Un tenue tintineo de campanas comenzó a sonar.
ϭϭϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
IX
ϭϮϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
había tomado entre sus manos y le estaba dando
vueltas en todas direcciones a fin de examinarlo
más detenidamente – además, recuerdo que justo
así era como iba vestido aquel fin de semana, el de
la primera -y última- nochevieja que pasamos
juntos. Con él estuve apenas un año, ¿sabes? Lo
nuestro se rompió cuando, contra su voluntad, me
marché de nuevo a la Universidad, lo dejé todo y
fui a por lo que quería hacer desde niña,
convertirme en matrona. – Volvió a dejarlo sobre
la mesa junto a su taza de chocolate y admirando
el campo de girasoles que tenía frente a ella guardó
silencio.
Sr. Sonrisa era un chico que aparentaba más edad de la que
tenía. Cuando comenzó su relación con Pandora, ella
rondaba los 25 y él los 30. Ella tenía sueños por cumplir;
él, el único sueño que conocía era el que sentía pasadas las
12 de la noche. Trabajaba en una tienda de artículos de
deportes y se sentía satisfecho con su vida, ese tipo de
aventura era todo a lo que él aspiraba.
Les presentó una amiga, una amiga bienintencionada que
antes de presentarle al amigo de un amigo advirtió a la
dulce Pandora que fuera amable con él, que acababa de
dejar a su novia, su única novia tras siete años de idílica
relación y que, al parecer, una tercera persona por parte de
ella era la culpable. Y allá fue Pandora, a darle lo mejor de
ϭϮϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
sí a aquel chico que necesitaba momentos en su vida que
le ayudasen a olvidar un terrible fracaso emocional.
Y ella, que esperaba entrar en la vida de aquel chico por la
puerta grande, se topó con un recibimiento más que seco,
desagradable. Y fue recibir ese desplante lo que captó su
atención, esa sensación de humillación era tan… familiar,
tan… lo que se merecía, que Sr. Sonrisa pasó a formar
parte de su pensamiento primero y de su vida después.
Tras ese chico frío y cortante se escondía otro amable, de
suaves maneras y una sonrisa tan hermosa y amplia como
contagiosa.
ϭϮϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ No lo recuerdo así – se removió en la silla
incómoda. ¿Quién se había creído que era para
cuestionar sus recuerdos?
ϭϮϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Cuando lo conseguí, me dio la espalda. Me había
estado mintiendo. Me sentí otra vez humillada,
engañada. Y todo terminó.
ϭϯϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
ϭϯϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
ϭϯϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
limitado no es creativo – negó también con la
cabeza.
ϭϯϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
darle la oportunidad de plasmarlo donde y como quisiera.
Y en poco tiempo, las cuatro estaban embriagadas
coloreando la vida de Pandora, riendo, sintiéndose libres,
¿acaso no es crear una manifestación de la libertad?
ϭϯϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
de altruismo entrega a los demás; y valientes, mucho,
porque se arriesgan a la incomprensión y la burla al
exponer ante el mundo lo que antes habitaba en un lugar
íntimo, sagrado e impenetrable, su propia mente.
¿Qué limita lo que se puede percibir?... las creencias,
siempre tus creencias”
ϭϯϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
sonrisas, los abrazos… todo lo bello que puedes
contemplar, también eres tú; todo lo bello que
puedes sentir, eres tú.
ϭϯϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
y Pitusa parecían dos pequeños puntitos mientras ella, allá
en lo alto, a lomos de Bella se divertía coloreando aquel
lugar que no era otro que su mente, se divertía
arrancándose el gris de sus creencias.
ϭϯϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ ¿Crees que he hecho bien al renunciar al amor? –
preguntó en un susurro a Bella. La dragona
planeaba con suavidad, la luz se volvió tenue y una
sensual música de saxofón comenzó a sonar. Bella
y Pandora se quedaron a solas − ¿Crees que él me
espera al otro lado de una de esas ventanas? – se
refería al único hombre del que creía haber estado
enamorada, al causante de su delirante idea de no
poder encontrar el amor en esta vida, al mismo con
el que hacía unos días se había vuelto a encontrar
y cuyo reencuentro había propiciado su deseo
definitivo de muerte.
ϭϰϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ ¿Amarme? – sonrió con desgana − ¿en serio?
Ϋ Sí.
ϭϰϭ
pasos”
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
XI
ϭϰϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Disfrutaba de un té bien fresquito con yerbabuena y
degustaba una enorme porción de pastel de zanahoria
frente a las vistas que Alma le había preparado para dar,
por fin, sus primeros pasos más allá de la seguridad del
balcón.
Cada cucharada de pastel le sabía mejor que la anterior,
tres capas que alternaban la crema y el bizcocho y
culminaban en caramelo salpicado con trocitos de
almendra y nueces suponían un delicioso manjar.
Se mecía junto a Alma en un confortable balancín de dos
plazas. Pitusa tan pronto la vio sentarse en él, le trepó por
las piernas y alcanzó su regazo para descansar
apaciblemente compartiendo el horizonte.
En la lejanía se divisaban tres molinos de viento bajo un
hermoso cielo azul con nubes rosadas. Y hasta ellos, un
sinfín de sinuosos senderos compuestos de flores
perfectamente delimitados entre sí por su colorido, de
izquierda a derecha: rosa, amarillo, rojo, azul y verde.
En un instante una fina lluvia hizo acto de presencia con
la única intención de refrescar el ambiente e intensificar el
aroma de aquellas flores… eran rosas.
ϭϰϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
abandonar la comodidad de su balancín y el
refrescante té que estaba disfrutando a cambio de
un paseo repleto de riesgos.
ϭϰϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
brisa que conseguía que los molinos de viento giraran sus
aspas con elegancia y las rosas danzaran rociando una
dulce fragancia sobre las endiabladas creencias de
Pandora.
“He renunciado a ser madre porque me considero indigna.
Ni con él, con ese al que tanto temo, habría accedido a
tener un hijo. Me conozco y sé que no puedo, ni podré
encarnar la figura de una madre; no al menos lo que para
mí representa ser madre, de lo que mi madre fue para mí.
Supondría una experiencia frustrante, una más. Me
conozco bien y sé que jamás estaría a la altura. Sentirme
responsable de otra persona, decidir por otro y saber que
tendrán que asumir las consecuencias de mis errores, sin
rechistar, sin voz ni voto. Me asusta. Me parece injusto,
terrible.
Mi madre nunca conoció a la suya, a mi abuela. Virtudes
se llamaba. Era una joven todavía en la veintena y vivía en
un país que se precipitaba sin remedio hacia el estallido de
una vergonzante y penosa guerra civil. Me contaron que,
por culpa de una infección puerperal, murió tres días
después de haber parido a mi madre. La madrugada en la
que murió preguntó la hora y tras exclamar en un susurro
para sí misma, ¡qué lástima!, se marchó para siempre.
Dejaba otros dos hijos de corta edad.
Supo que iba a morir y que dejaría a sus hijos huérfanos
de madre, pero no imaginaba que también dejaría tras de
sí una estela de culpa tan inmensa y dolorosa que sería
ϭϰϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
capaz de atravesar el alma de varias generaciones asolando
con la rabia, la impotencia, el dolor y la tristeza a sus
descendientes. Pero en mí termina. No tendré hijos. Lo
juro.
Y mi madre, mi pobre madre huérfana fue alimentada por
una vecina que hacía poco tiempo que había perdido a su
hijo recién nacido y también a su marido, que tras ser
llamado a filas jamás regresó. En mi madre halló su
consuelo, la acogió en sus brazos y la alimentó con sus
pechos. En tiempos de penuria y escasez aflora el
altruismo y la generosidad se abre paso sin esfuerzo entre
las gentes de bien.
Mi madre tuvo suerte. Pudo crecer. El destino le ofreció
una oportunidad casi en forma de milagro, pero su madre,
su difunta madre era todo lo que le quedaba de su familia
materna y su ausencia fue sustituida por una culpa tan
grande que el tiempo no consiguió borrar jamás.
…”no sabes lo que se siente al pensar que, si yo no
hubiera nacido, mi madre seguiría viva”
…” de alguna manera, yo la maté”
Ella creció con el sentimiento de ser la causante de la
mayor de sus desgracias, del crimen más atroz; y yo, con
esos lamentos, esas palabras repletas de dolor que hacían
crecer en mí el sentimiento de impotencia y frustración
porque no había nada que hacer; no podía cambiar el
ϭϰϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
pasado, no podía devolverle a su madre, no podía sustituir
la ausencia.
Mi madre se repudiaba por sentirse responsable del trágico
fin de mi abuela; y yo, nunca pude ayudarla. No pude, o
no supe. Pero no importa. La impotencia, duele igual.
Conforme crecía, las circunstancias de su vida, de su
tiempo, afianzaron en lo más profundo de su ser ese
sentimiento con tanta rabia, que yo nací con la culpa
tatuada; me parió junto a ese dolor en el alma; con este
vacío que nada llena y la tristeza que me golpea sin aviso
ni motivo.
Yo no sé qué se puede sentir al pensar en una madre de la
que no se tienen recuerdos. No sé cómo se puede hacer.
Mi madre, sí. Apenas conserva de la suya dos fotografías
antiguas en las que le cuesta reconocer la figura de su
madre en una muchacha desconocida y sonriente.
Yo descubrí este pedacito de historia familiar con apenas
doce años, y fue tanto el dolor que sentí cuando escuché el
relato que esa misma noche tomé una decisión, me dije:
“Ningún niño crecerá sin su madre. Yo lo evitaré”. Y ese
afán inocente e infantil me condujo a través de la vida a
convertirme en matrona… porque creía que podría salvar
a todas las madres del mundo. Pero no he podido. No he
podido.
Soy matrona por mi abuela, por la muerte de mi abuela,
por su ausencia, por seguir ausente a pesar del paso del
ϭϱϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
tiempo, por no haber sido llorada como se merecía, por las
generaciones que le hemos seguido con la pena, la culpa y
el dolor a cuestas.
Por mi madre, por mi abuela, por mí y por las hijas que
nunca tendré. Porque ser matrona era mi particular
homenaje, una manera de rendirle mis respetos, de
recordarla y mantenerla presente, de darle sentido a su
muerte, porque yo, con doce años, me juré que ningún niño
sufriría una pérdida como la que sufrió mi madre. Pero no
he podido cumplir mi promesa. Ni podré. Ahora lo sé.
Mis antepasados, mis ancestros, mi bisabuela y su díscolo
comportamiento, mi abuela y su muerte prematura, mi
madre con su dolor, su culpa… todas han marcado mi vida
de un modo u otro.
¿Cómo puede alguien influir tanto en la vida de un
desconocido?
No tengo recuerdos de mi abuela porque no la conocí,
porque nadie me ha hablado de ella, nunca. O casi nunca.
No sé dónde la enterraron. No tengo ningún recuerdo
físico de ella, sin embargo, toda mi vida se ha orquestado
para rendirle sentido a su existencia, para hacerla pervivir,
trascender, porque ella existió y su huella se ha marcado
para siempre en mí.
De no haber conocido esta historia, ¿qué hubiera sido de
mi vida? ¿hacia dónde habría encaminado mis pasos?
ϭϱϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Mi bisabuela se llamaba Pandora, me pusieron su nombre.
Era una revolucionaria, una anarquista que vivió a su
manera sin dar explicaciones ni ceñirse a normas
preestablecidas, normas de unos tiempos de moralidad
estricta en los que ser la amante de un hombre casado y
parir tres hijos bastardos resultaba inadmisible. Pero ella
vivió así, a su manera. No sé si sus hijos, entre ellos mi
abuela Virtudes sufrieron las consecuencias de sus
decisiones; si se sintieron excluidos, señalados,
humillados… si mi sentimiento de vergüenza también es
un sentimiento que procede de otros tiempos.
Tuvo que huir, se subió a un barco con los hijos solteros
que le quedaban y se marchó a comenzar una nueva vida
en otro continente. Sola. Bueno, con los hijos que le
quedaban. Allí se enteró de la muerte de mi abuela, de su
hija que, dando vida a mi madre, perdió la suya. Me
contaron que al conocer la noticia escribió a mi abuelo una
carta llena de dolor. No la tengo. No la he leído. No me
hace falta leerla. Todavía puedo sentir su dolor.
Y poco más. Todos los recuerdos de mis antepasadas
mueren aquí, pero son suficientes para conocer que
provengo de un linaje de mujeres fuertes sometidas a
experiencias trágicas, auténticas supervivientes, rebeldes
y apasionadas sufridoras de atroces momentos. Y yo, aquí
encerrada, encerrada en mí misma, no soy la excepción.
En otros tiempos y con otros pesares, sigo su senda.”
ϭϱϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Pitusa parecía dormitar en el abrazo de Pandora y Alma la
escuchaba en silencio. Para Pandora, su explicación era
lógica, era cierta; su mente la aceptaba y su corazón la
sentía. Creía que estaba predestinada al drama, al fracaso,
a la humillación y la vergüenza. No era cierto. No existe
tal predestinación. Ella creaba de instante en instante las
experiencias que después vivía… “¿qué ocurre primero,
la experiencia o la creencia?... la creencia, por supuesto”.
En lo referente a las mujeres de su familia, Pandora tenía
poca información y demasiada emoción. Por eso se veía
abocada a inventar, idear, fantasear los motivos, las
razones, los porqués y para qués de otras vidas a partir de
la suya.
Y eso está condenado al fracaso. No se puede evaluar,
juzgar e interpretar una vida a partir de otra. Es un
tremendo error que te puede conducir al sufrimiento, y no
merece la pena sangrar por el dolor ajeno. En ningún caso.
Nunca.
Estas creencias no eran el origen de sus circunstancias, tan
solo suponían creencias aberrantes, pensamientos de otros
que la parasitaban. Creencias oportunistas que se adherían
con fuerza a su constante sensación de miedo, de no
entender, de no poder decir no, de recibir daño y castigo
de quien en cambio, tendría que ofrecerle cobijo y
protección.
ϭϱϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Creencias que en su vida se han aprovechado de aquello
que ocurrió, que experimentó, que sufrió y que no
recuerda. De aquello que siempre pugna por abrirse paso
y ahora que Pandora desea vivir, lo hace todavía con más
empeño.
Quiere aprender a vivir de un modo nuevo, con
naturalidad, en libertad, sin lastres.
Y vivir con naturalidad parece sencillo, pero cuando has
usado tantos trajes y te has enfrentado a numerosas
situaciones, evaluaciones, rechazos, juicios, opiniones y
críticas de otros -y también propios-, lo natural se esfuma,
bueno, no desaparece exactamente, pero sí se oculta bajo
una capa más o menos gruesa de necesidad de aceptación.
Pandora siempre ha querido pertenecer a algún lugar o a
algún grupo, formar parte de algo. Ella, en su demente
manera de interpretar el mundo cree que ese deseo se debe
a la cobardía, a poder regirse por las reglas concretas que
otros imponen a fin de tener un marco de referencia bien
establecido ante la incapacidad -por incompetencia o
temor- de crear las suyas propias.
“¿Y si mis normas no son aceptadas? ¿Y si mi manera de
ser no encaja? ¿Y si me rechazan?”
Sí, ella cree que por cobardía ha vivido según las normas
de otros y está harta. Quiere establecer las suyas. Salir al
mundo y vivir con naturalidad.
ϭϱϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Quedan cuatro ventanas, ¿quién se esconde tras
ellas? – preguntó Pandora.
ϭϱϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
completar dos palabras: Sr. Piel… y Pandora se
estremeció.
Sabía quién se encontraba al otro lado. Sus temores
estaban a punto de hacerse realidad.
Solo él conseguía hacerla sentir así.
ϭϱϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
XII
ϭϱϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Pandora tomó a Sr. Piel entre sus manos y lentamente se
aproximó a Alma que se entretenía contemplando una
hermosa noche adornada con el cri-cri de los grillos.
Tomó asiento a su lado y se perdió unos instantes en el
bosque que, frente a ella, había surgido de la nada para
llenar ese encuentro de magia y nostalgia.
Sin apartar la mirada del muñequito de ojos verdes que
sostenía entre sus manos, comenzó su relato.
“Sin duda, ha sido, es, el amor de mi vida. El amor terrenal
de mi vida. El causante de mi situación, de mi paso
adelante hacia el encuentro con la muerte. El que me dio
el empujón definitivo.
Tras terminar nuestra relación supe que jamás encontraría
a otro hombre que me hiciera sentir como él. Aquí, en esta
vida, no existe.
Si algo he aprendido de mi ruinosa vida amorosa es que
con independencia de su edad, color de piel, estatura,
estado civil, profesión, estatus social, idioma materno,
valentía, arrojo o cobardía, si un hombre ama a una mujer,
no hay obstáculo que se interponga entre ambos, va a por
ella, da el primer paso sin cuestionarse las consecuencias.
Y él, no vino a por mí. Me dejó ir sin más.
Siempre me han gustado los hombres que despiertan mi
imaginación y suponen un reto intelectual. Me gusta que
me sorprendan y me dejen con ganas de más. Es a partir
de la admiración que siento por su mente desde donde se
ϭϲϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
despierta mi deseo. Un mente original, fresca, rápida,
sobre todo rápida, me resulta irresistible.
El camino siempre es el mismo, del intelecto al cuerpo, y
no a la inversa. Pero con el Sr. Piel no sé qué me ocurrió.
No es que no fuera inteligente o no tuviera una mente
interesante, es que me traía sin cuidado cómo era su mente.
Con él, todo eran sensaciones. Me estremecía con tan solo
pensarlo. Su presencia me resultaba excitante.
Era un círculo vicioso en el que no era capaz de identificar
qué me gustaba exactamente de él. Y esa incógnita, ese
misterio por resolver, mantenía vivo mi interés.
Cuando lo conocí, yo pasaba de los 30 y él apenas había
entrado en la veintena. Nuestros mundos no tenían nada en
común, pero era el hermano pequeño del novio de una
amiga y para sorpresa de todos comenzó a formar parte de
nuestro grupo sin que nadie lo hubiera invitado a quedarse.
Yo le gustaba. Mucho. Él a mí, también”.
Pandora detuvo su relato y sonrió al divisar en la lejanía la
silueta de Pitusa encaramada a la espalda de Bella. Su
mente se perdió entre recuerdos que no quería, o no tenía
fuerzas para compartir con nadie, ni siquiera con Alma.
Aquella historia le dolía como no le había dolido ninguna
otra. Había matado su esperanza, lo único que hasta
entonces, aun sin saberlo, conservaba.
ϭϲϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Cuando lo conoció, Pandora ya había conseguido alcanzar
su sueño, era matrona. No salvaba vidas, pero compartía
la alegría de cada alumbramiento y disfrutaba del gozo de
dar bienvenidas. No todo era un camino de flores. O sí,
pero con espinas, como las rosas entre las que se había
negado a pasear.
Cuando tan solo era una estudiante llena de ilusión le
gustaba recrearse observando las manos de sus
compañeras. Le fascinaban esas manos que habían
ayudado a nacer a otros seres. Se miraba las suyas y no
sentía nada especial hasta que un buen día, tras estar
luchando interminables años contra viento y marea se
convirtió en una mujer con manos llenas de vida. Una
matrona. Una privilegiada que recibía cada día vida a
borbotones, que ante el primer contacto con otro ser le
preguntaba bajito y con ternura… ¿de dónde vienes?, ¿te
han dado algún mensaje para mí?, ¿alguien me envía
recuerdos?
Los turnos eran interminables, el cansancio se apoderaba
con frecuencia de ella mermándole las facultades, el
exceso de café le provocaba temblores en las manos y la
falta de descanso le agriaba el carácter convirtiendo su
sonrisa en apenas una mueca de compromiso.
Las relaciones con sus compañeros la obligaban a manejar
situaciones con tal destreza que incluso ella se sorprendía.
No, no era fácil.
ϭϲϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Y ese peso, la responsabilidad, saber que como humana el
error estaba permitido pero como profesional, no. Un error
podía resultar fatal, un error podía tener consecuencias
devastadoras en la vida de otros. Un error era algo que no
podía permitirse… pero, ¡era humana!, ¡estaba cansada!,
¡no dormía!
Había cumplido su sueño, era matrona, cada día cuando se
vestía con el verde uniforme de hospital le rendía
homenaje a la memoria de su abuela, pero… su vida estaba
vacía.
Esa sensación que no se sacia nunca.
Esa carencia que lo llena todo.
Necesitaba evadirse de su sueño cumplido y divertirse sin
más, era todo lo que buscaba.
Durante algunos años la vida de Pandora transcurrió en la
alternancia de la responsabilidad como profesional y el
desmadre de su vida personal.
Trabajaba mucho, casi todo el tiempo y en todos los
lugares donde era requerida, y lo hacía bien. Muy bien.
Mostraba su carácter más amable, diligente, serio,
responsable y disciplinado. Y no fingía. Ella, era así.
Pero cuando cruzaba la puerta del paritorio solo quería
dejarse llevar. No pensar. No tomar decisiones. No asumir
consecuencias que afectaran a otros, no tener sobre sus
hombros el peso de vidas ajenas, tampoco de sus muertes.
ϭϲϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Quería fluir, quería vivir. Pero no sabía cómo hacerlo y
torpemente enajenaba su mente colmándola de licores al
tiempo que maltrataba su cuerpo privándole de descanso y
entregándose a cualquier caricia… debo haber salido un
poco puta, como la bisabuela, sin moral… se repetía a sí
misma.
Pero entre ellas no había parecido alguno por mucho que
Pandora se empeñara en culpar a su pobre bisabuela de sus
desmanes.
Aquella no fue amoral, su moral no coincidía con la que
imperaba en sus tiempos. Nada más. Fue libre y se sintió
con la suficiente fuerza como para decidir en favor del
amor sin importarle la opinión de otros, ni su rechazo. Ni
la vergüenza; Pandora en cambio, era esclava de un vacío
que tiraba de ella en una dirección cada vez más peligrosa.
Sus creencias, su sensación de constante carencia
suponían una amenaza hacia sí misma. Aquello la iba
desangrando lenta y profusamente sin que pudiera hacer
nada porque ni siquiera era consciente de lo que ocurría en
su interior.
Y en medio de ese caos, apareció él. Y creyó haber
encontrado el amor. Y la salvación, el remedio a su
necesidad.
Pero las cosas no salieron como esperaba.
ϭϲϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
“Él era todo lo contrario a lo que yo estaba acostumbrada.
Era mucho más joven que yo, o eso me parecía en esa
época. Ahora considero que 12 años no son tantos. Solía
vestir con ropa deportiva y gorrita. Era moreno, de
complexión atlética, con el pelo muy rizado, corto,
siempre despeinado y mantenía un gesto continuo de
asombro que me resultaba muy atractivo. Y sus ojos, esos
ojazos verdes repletos de pestañas, largas, espesas y
rizadas que me sonreían. Su mirada era limpia, clara,
transparente.
Él, no tanto.
En esos momentos de mi vida solía relacionarme con otro
tipo de hombres. Conocerlo supuso una bocanada de aire
fresco. Estaba cansada de señores entrados -algunos
incluso muy entrados- en la cuarentena, casados todos, de
traje y corbata la mayoría, conduciendo enormes coches y
con unos modales exquisitos de los que se olvidaban por
completo tan pronto como se metían en mi cama.
El principio de la relación fue muy morboso, nadie sabía
que estábamos juntos. Nos amábamos a escondidas, entre
rincones. Ocultábamos nuestro deseo dejándolo crecer
para más tarde, sin testigos, desatarnos. Nuestros amigos
no eran conocedores, ni tan siquiera sospechaban de
nuestras furtivas caricias, de los roces casuales repletos de
intención, de inocentes y castos besos que culminaban
después, a solas, en perversos y lujuriosos mordiscos.
ϭϲϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Recuerdo su mirada prolongada, prometedora, insinuante,
suplicante incluso, pidiéndome que me quedara un poco
más. Después un inocente “te acompaño a casa” para
rompernos de placer en cualquier lugar oscuro que
cobijara nuestras ganas. Era excitante. Era perverso. Era
una bendición que se tornó peligrosa. Sumé otro fracaso.
El fracaso con mayúsculas. Porque creo que a él, sí lo
amé”.
Sr. Piel confrontó a Pandora con dos emociones tan
opuestas como incompatibles: el Amor y el Miedo.
En ella, una exigua llama pugnaba por sobrevivir, quería
amar y sentirse amada, pero el miedo, que no descansa
nunca la atormentaba con ideas aberrantes que se habían
grabado en ella y ni siquiera recordaba poseerlas… si
confías, te dañan… el amor duele, asquea… no hay amor
sin sufrimiento ni humillación”.
El miedo es silente, endemoniadamente silencioso. Le
gusta ocultarse y no era Pandora quien se repetía estas
frases a sí misma, sino Aquello que desde lo más profundo
le gritaba en susurros. El horror que había vivido, aunque
parecía olvidado, siempre estaba presente.
El miedo, su presencia constante y cobarde que se ocultaba
tras excusas y dudas. También tras el miedo de él, porque
Sr. Piel, también temía lo que sentía.
Alma se adentró en el bosque mientras Pandora
continuaba aferrada con fuerza a aquel muñequito de
ϭϲϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
amplia sonrisa. Quería dejarla a solas. Era necesario que
sacara todo lo que le quemaba.
No tardó en hacerlo.
“Sí, te amé.
Tu miedo y mi miedo. Mala combinación.
Tú temías sentir algo más que un interés pasajero y
juguetón.
Yo temía no ser suficiente, volver a sentirme utilizada y
olvidada después.
Por primera vez sentía que amaba a alguien como solo el
miedo te hace saber que amas. Miedo a perderte ante la
certeza de haberme perdido.
Ambos fuimos víctimas del miedo que premonitoriamente
convirtió en realidad mis pesadillas. Me amaste. Durante
mucho tiempo, contra ti mismo, contra todos. Lo sé, a
pesar de que nunca fuiste capaz de verbalizarlo ni de
reconocer ante el mundo que tú y yo, estábamos juntos.
Pareciera que ocultarnos al mundo fuera tu fórmula para
asegurarte la victoria. Ocultarnos del mundo, hacer
desaparecer nuestro amor, negar lo evidente.
A pesar de todo me aportabas serenidad y una sensación
de continuidad en la vida, en el día a día, que no había
encontrado antes. No era tu voz, ni tu mirada lo que me
atrapaba, sino tu piel. Todo tú. Junto a ti no había rastro de
ϭϲϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
inseguridad, ni titubeos, ni tartamudeos, ni manos
temblorosas, ni inquietud.
Disculpaba tu indiferencia, tu cobardía al no querer
mostrar al mundo tus sentimientos hacia mí, tu necesidad
de mantenerme oculta. Necesitaba disculparte.
Me repetía “es su manera de amar”, “lo hace lo mejor
que puede”, “quizá todavía no ha aprendido a amar”.
Cada vez que te justificaba, mi voz se iba apagando un
poquito más.
¿Te avergonzabas de mí?
No sé, nunca lo sabré, pero esa sensación de humillación
caló en lo más profundo de mí misma. Otra vez.
Quise preguntártelo la última vez que nos vimos, pero no
tuve valor, los pocos arrestos que me quedaban los empleé
en tomarme un frasco de pastillas. No ha servido de nada.
Sigo aquí.
No quería ser especial, ni para ti, ni para nadie. Pero
necesitaba, necesito saber si nuestra relación fue verdad.
No entendiste que me aferraba a ti con desesperación
porque sabía que, en cualquier momento y sin previo
aviso, sin por qué, sin más, todo se podría esfumar.
Así fue.
ϭϲϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Nuestro amor, tu amor, se fue, se desvaneció de la noche
a la mañana”.
Pandora apartó su mirada de Sr. Piel. Bella acababa de
tomar tierra y Alma, con Pitusa en brazos, descendía por
su espalda como si de un tobogán se tratara.
Las tres se quedaron junto a ella. Las tres sentadas en el
suelo formando un semicírculo y con la actitud de escucha
y aceptación que necesitaba. Quizá así se borrara de su
alma la sensación de abandono, o de estupidez, o de
humillación o dolor. O alguna sensación, alguna maldita
sensación de esas que no deberían haber formado parte de
ella jamás.
“Los argumentos con los que pretendía justificarlo se
volvieron peligrosos, ¿sabéis?, se revolvieron contra mí.
Una trampa en la que caí, un pozo de lisas paredes
imposibles de escalar. Necesitaba una cuerda a la que
asirme, unos brazos fuertes que tiraran de mí y pudieran
sacarme de aquel lugar, de aquel estado sombrío y
decepcionante. Necesitaba los brazos de mi doctor. Tardé
años en encontrarlos. Sus brazos, su serenidad, su
experiencia, su madurez, su no pedirme nada y darme justo
lo que necesitaba, y como no, su espectacular presencia
que de golpe, aunque no para siempre, aunque no sin coste,
me hizo olvidar momentáneamente lo que se sentía al
sobrevivir entre la indiferencia.
ϭϲϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
En fin… cuando Sr. Piel desapareció, ir a por él no era una
opción. Ni si quiera mala.
El otro día lo volví a ver. Han transcurrido más de 6 años,
pero no han servido de nada, no han conseguido poner
distancia entre nosotros. No lo supe hasta que lo volví a
ver. Nuestra relación había seguido viva en mí. Había
imaginado finales felices. Había creído que todavía me
recordaba. Me sentí tan estúpida. Me dolió tanto la
sensación de tiempo perdido y la vergüenza por ser tan
ingenua, por creer (o querer creer) que él también me
pensaba.
Pero, no.
Él me hablaba como si me hubiera encontrado tras
haberme perdido. Había renunciado a mí mientras yo
luchaba por mantenerlo presente en la ausencia haciendo
inmensos esfuerzos por dejar al margen su huida para
poder seguir teniéndolo en mí.
Y de repente, estaba frente a mí, brillando, sonriendo,
devorándome por dentro, una vez más.
Yo, fingiendo indiferencia, recordando las palabras de una
vieja amiga que hace años se quedó por el camino y
siempre me decía que a los hombres no hay que mostrarles
interés alguno porque a ellos lo que les gusta es la
conquista; que se les tiene que dar y después quitar en un
juego agotador en el que si te descuidas terminas
ϭϳϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
perdiendo de vista que el objetivo es conseguir su amor,
no lograr una victoria sobre él”.
Apretó a Sr. Piel contra su pecho, y como si él pudiera
escucharla le susurró al oído…
“No quiero ser vencedora de ese juego, solo quiero tenerte
en mi vida, besarte y poder abrazarte; conversar contigo
en calma y reír como si una fuerza sobrenatural se hubiera
apoderado de mí… no quiero quedar por encima de ti y
demostrarte que en este juego de conquista soy una
experta, yo solo quiero que me susurres lo que te de la
gana, pero despacito, sintiendo tu proximidad, tu calor en
mi nuca; quiero que me mordisquees en el cuello, en los
hombros… no quiero estrategias de seducción ni
elucubraciones, no quiero adivinar tus intenciones, solo te
quiero a ti.
No he tenido el valor de decírtelo a la cara, nunca he sido
honesta en este sentido, ni contigo, ni conmigo.
Y es tan fácil.
¿Por qué no pude decirte lo importante que eras para mí,
que estuve pensándote durante años, que no pude estar con
ningún otro hombre en mucho tiempo porque me seguía
sintiendo unida a ti y que probablemente, a pesar de tu
indiferencia ya no pueda estar con ningún otro sin sentir
que te estoy traicionando?
ϭϳϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Estoy condenada a pertenecerte y no sé cómo salir de esta
celda asfixiante.
¿Merece la pena vivir sin amor?
¿Merece la pena vivir sabiendo que jamás te tendré?”
Besó sus labios. Lo apretó con fuerza contra su pecho. Se
puso en pie ante la mirada atenta de Alma, Bella y Pitusa.
Una melodía comenzó a sonar, era Pedro Guerra con un
pedacito de “El marido de la peluquera…”
“Y abrázame fuerte
Que no pueda respirar
Tengo miedo de que un día
Ya no quiera bailar conmigo nunca más”
Recordarlo había reavivado su dolor. Esa canción la
condujo hasta la barandilla que la separaba del bosque,
estaba convencida de que lo había perdido todo, incluso la
razón y deseando no volver a despertar en camisón blanco
adelantó su pie derecho y lo dejó suspendido en el aire, en
esta ocasión ni siquiera saltaría, se dejaría caer sin más.
Algo tibio la sujetó por la muñeca. Giró su cuerpo
instintivamente y se chocó con la dulce mirada de Pitusa
que intentaba detenerla tirando de ella con la fuerza de una
niña pequeña en su mano, pero toda la fuerza del amor en
sus ojos…
ϭϳϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
¡Dios mío!, ¿qué estoy haciendo?
Pandora se vio reflejada en Pitusa cuando tan solo era una
niña y le dolió haberse traicionado de esa manera… no te
lo mereces, le dijo a la niña que vivía en su interior y tan
pronto como escuchó a Bella decir: “Resuélvete a dejar de
ser como has sido. No te valgas de ninguna relación para
aferrarte al pasado, sino que vuelve a nacer cada día con
cada una de ellas. Página 292”, deseó volver a pisar tierra
firme y despertó abrazada a Pitusa, con su camisón blanco
y mucho más ligera.
Había dejado ir otros 2 kilos, se había desprendido de la
desesperanza.
ϭϳϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
XIII
ϭϳϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ ¿Crees en… algo? – realizó una pausa antes de su
“algo” que captó, como pretendía, la atención de
Pandora. Esta giró su cabeza hasta que sus miradas
se encontraron.
ϭϳϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Ya, ya… − no estaba convencida – pues ya te digo
yo, que no es eso lo que crees sino: “deseo la
muerte porque vivir me da miedo”.
ϭϴϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ No, no lo sé porque no lo tienes.
ϭϴϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
siento juzgada ni me importa lo que puedan estar
pensando de mí. Tampoco juzgo, ni opino, ni
critico. Solo estoy. Es una relación efímera en el
tiempo pero valiosa porque para mi alma, es
eterna. No me importa su nombre. No me importa
su pasado. Solo me importa perderme en su
mirada. Una mirada es más sincera. Una mirada es
más pura. Miras a los ojos de tu interlocutor y te
fundes con él. Las palabras, en cambio, engañan.
ϭϴϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
recovecos oscuros, que conservo resquicios de
dolor que me resultan inaccesibles porque habitan
en algún lugar de mí que no puedo alcanzar, pero
sangran y se abren paso a través de las experiencias
de mi vida y consiguen tomar las riendas para
hacerse notar.
Ϋ No sé.
Ϋ Supongo.
ϭϴϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Se refiere al poder creador. Eres creadora como Él.
Creas tu experiencia a partir de tus creencias.
ϭϴϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Pandora se percató de dos hechos: que la puerta que
comunicaba ambas habitaciones había desaparecido y que
Pitusa había dejado olvidado su cuento sobre su cama.
Al primero, no le dedicó ni dos segundos. Le traía sin
cuidado la puerta, el balcón, la habitación… su vida.
En cuanto al segundo, resultó que el título le pareció
atractivo, lo suficiente al menos como para meterse con él
en la cama y comenzar a leer. Antes de cubrir su cuerpo
con la sábana, el vaporoso vestido que había lucido hasta
ese momento se convirtió en su acostumbrado camisón
blanco. Pandora sonrió, se había acostumbrado a esos
golpes de efecto. Le gustaban. Mucho. Y con todo el
tiempo del mundo por delante y la única compañía de sí
misma se sumergió en una bonita historia que hablaba de
una isla fantástica en la que sus habitantes se relacionaban
tan solo de instante en instante tal y como a ella le gustaba,
la creatividad se expresaba sin límites -justo como merecía
ser expresada-, y unos a otros se ayudaban en el largo
proceso de despertar, porque en el cuento los humanos se
llamaban durmientes y todos compartían la característica
de percibir lo que les rodeaba tan solo a través de sus
sentidos. Pero en esa isla, poco a poco despertaban a la
realidad, conocían la verdad, y comenzaban a percibir de
la única manera en la que pueden percibirse las cosas tal y
como son: a través del corazón.
El proceso podía resultar más o menos largo, ellos oponer
más o menos resistencia, pero su resultado, tarde o
ϭϴϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
temprano y para todos sin excepción siempre era el
mismo: despertar.
ϭϴϳ
de esa experiencia.
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
XIV
ϭϵϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Otros, sus fantasmas del pasado -no, fantasmas no, sino
auténticos monstruos-, la convirtieron en algo diferente a
lo que podría ser, a lo que debía ser, a lo que en realidad
era.
Había llegado el momento de saber y dejar ir.
Un lejano tintineo comenzó a sonar, Pandora se revolvió
en la cama. Cuando abrió los ojos, la ventana de la casita
mostraba el color verde y las letras, en azul celeste
mostraban dos palabras… Dr. Mirada.
Ese nombre la llevó hasta su recuerdo, ningún hombre en
su vida había tenido una mirada así. No podía tratarse de
nadie más. El uniforme verde de hospital que llevaba
puesto terminó por confirmar sus sospechas.
Pandora comenzó a sollozar y la mirada suplicante que
dirigió a Alma no le sirvió de nada. Dr. Mirada estaba al
otro lado, esperándola. Quisiera o no, aquella ventana
tenía que abrirse.
ϭϵϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
XV
ϭϵϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
ojos. Así permaneció, sollozando de pura pena, durante
horas.
Pitusa se recostó junto a ella contagiándole su aroma a
vainilla y con ternura le acarició el cabello con su
manecita, su cercanía la consolaba aunque la tristeza que
ese reencuentro le había ocasionado fuera inconsolable.
Bella y Alma estaban presenciando la escena desde donde
siempre presenciaban la vida de Pandora, al margen de sus
sentidos, expectantes, solicitas. Amándola.
Todo lo llenaba su aroma, su perfume amaderado y algo
dulzón que siempre perduraba en la piel de Pandora
durante horas cual distintivo de pertenencia.
Y una canción, “Siempre me quedará” de Bebé, acompañó
a la tristeza que se respiraba, siempre el estribillo, una y
otra vez, sin cesar…
“Me cuesta abrir los ojos y lo hago poco a poco
No vaya a ser que aún te encuentre cerca
Me guardo tu recuerdo como el mejor secreto
Que dulce fue tenerte dentro
Hay un trozo de luz en esta oscuridad, para prestarme
calma
El tiempo todo lo calma, la tempestad y la calma…
Siempre me quedará,
ϭϵϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
La voz suave del mar
Volver a respirar
La lluvia que caerá y sobre este cuerpo mojará
La flor que crece en mí
Y volver a reír
Y cada día un instante volveré a pensar en ti”.
Pandora lo había recibido como tantas veces lo recibiera:
con el uniforme verde del hospital, ese que indicaba a todo
el mundo que pertenecía a una clase de profesional que
frecuenta el quirófano y tiene mesa reservada en cafetería.
Era un atuendo más que apropiado teniendo en cuenta que
con el Dr. Mirada no había compartido demasiados paseos
-ninguno en realidad- y las opciones de poder ponerse
guapa para él se limitaban a planear con qué modelito de
lencería le enervaría la sangre en esa ocasión. Era fácil.
Muy sencillo. En cuanto se quedaban a solas le arrancaba
la ropa con rabia y se quedaba embelesado contemplando
su cuerpo. Gracias a esta incómoda pausa los
prolegómenos se prolongaban algo más allá de dos
gemidos y tres suspiros.
Le gustaba tomarse su tiempo y contemplarla desnuda. En
silencio. Con descaro.
A ella no le divertía tanto.
ϭϵϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Pero no sabía decir “no”.
Se mordía la lengua, a veces el labio inferior tratando de
tragarse la vergüenza hasta que él se lanzaba -literalmente-
a intentar poseer lo que nunca consiguió tener.
Aquellas embarazosas escenas desprovistas de todo
romanticismo la hacían sentir sucia… pero siempre
terminaba regresando a él, a por un poco más de
humillación, a completar un ultraje que nunca parecía
completarse.
Solo se sentía a salvo cuando se perdía en el azul de su
mirada. Si alguna vez fue suya debió ser allí, en su azul
donde la poseyó.
Porque no todo fue malo. No todo.
Cuando estuvo preparada para comenzar a hablar de él, del
Dr. Mirada, Alma apareció junto a ella, sentada en un
banco de un parque tan hermoso como silencioso. Allí, era
otoño. Las hojas de los enormes árboles yacían por todas
partes, amarillas, inertes… como él. Y el sol, brillaba sin
calentar. Iluminaba sin deslumbrar. La abrazaba sin que
pudiera resistirse a su abrazo.
Alma la tomó de la mano y le sonrió. A su sonrisa, Pandora
con su uniforme verde, despeinada y sin desayunar, le
abrió su corazón. Le habló de él.
“Era tímido y reservado. Así se mostraba con todo el
mundo menos conmigo. Me gustaba ser alguien especial
ϮϬϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
para él. Tenía 20 años más que yo. Él 55, yo 35. Era el
director del hospital donde yo trabajaba como jefa de
paritorio. Estaba casado, y todo el mundo lo sabía.
Me divertía ser la protectora y llevar las riendas de la
relación. Que estuviera casado suponía una gran ventaja
en realidad, así no me enamoraría de él, ni él me pediría
más de lo que yo estaba dispuesta a concederle.
Esa lejanía emocional unas veces me hacía sentir a salvo,
otras… despreciable. Nos conocimos en una reunión de
trabajo y no tardamos en compartir un café.
“Casualmente” apareció por el paritorio con la única
intención de “charlar”. Desapareció unos días y tras alguna
muestra aislada de interés por mi parte, regresó a mi vida.
Era tan callado, tan tímido… para todo el mundo
representaba la figura de autoridad que un señor de su talla
y responsabilidad tenía que ejercer, en ocasiones incluso
se mostraba rudo, pero yo lo miraba como se contempla a
un niño frágil y asustado.
Supongo que de tanto convivir con esas emociones de
debilidad en mi interior he desarrollado una sensibilidad
especial y las intuyo, las percibo aunque traten de
ocultarse bajo mil capas de falsa seguridad.
Al principio le resultaba dificultoso hablarme con fluidez,
las palabras se le trababan, los silencios se prolongaban, la
voz le temblaba y la mirada se le dispersaba en busca de
una salida airosa, pero a pesar del mal trago cada día
ϮϬϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
regresaba a mí con la intención de compartir un rato más
de su tiempo.
No tardó en hacerme una confesión: su mujer le había sido
infiel en el pasado. Ni sé, ni sabré si era cierto o tan solo
una excusa o disculpa con la que justificar su no
disimulado y creciente interés por mí. Planeaba serle
desleal, no me cabía duda. Yo no tenía tan claro que algo
así fuera a ocurrir, pero su amistad me reconfortaba.
Mes y medio después asistimos juntos a un congreso y
compartimos habitación y por supuesto, cama.
Fue en ese momento cuando corroboré, por su aplomo, que
yo no había sido la primera; más tarde, no mucho más
tarde, descubrí que ni tan siquiera estaba siendo la única.
¿Alguna vez te han hecho el amor sin besarte, ni mirarte,
ni acariciarte?
A mí, sí.
Él era capaz de hacerme el amor con tan solo pensarme.
Podía sentir cómo recorría mi cuerpo con su mirada,
lentamente, sin pudor, de arriba abajo deleitándose con
cada pedacito de mí. Me saboreaba sin prisa, despacio, sin
tocarme… después cerraba los ojos y yo sabía que, en su
mente, me hacía el amor.
¿Conoces algún lugar más íntimo y privado que la propia
mente?
ϮϬϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Me hubiera gustado permanecer en él eternamente,
convertirme en un pensamiento, en su pensamiento más
hermoso.
Aunque, dejando a un lado estos episodios, la realidad era
bien distinta; yo me sentía a salvo sin percatarme de que
con él, habían regresado a mi vida todo tipo de
humillaciones que creía haber dejado muy atrás… era un
segundo, tercer o cuarto plato continuo y consentido;
siempre dispuesta a ser un puro desahogo, dando sin
recibir, ser tan solo un capricho en manos de un señor que
descargaba sobre mí la frustración de su amargada vida.
Si en el plano mental era sensual, delicado y estaba lleno
de misterio, tanto que incluso me resultaba hipnótico,
cuando nos encontrábamos en el cuerpo a cuerpo se
transformaba en un ser obsceno muy amigo, demasiado
amigo, de las palabras grotescas y groseras. Palabras e
insultos que pronunciados en puro susurro resultaban
todavía más desagradables y humillantes si cabe.
En ese momento de mi vida, sufrir esa humillación era
todo lo que podía esperar.
¿Por qué sentirme así me resultaba tan familiar?
Él se convirtió en el castigo que yo merecía. Por qué
aceptaba semejante trato es algo que ahora no comprendo.
Al poco tiempo, murió.
De un infarto.
ϮϬϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Me enteré en el hospital, un domingo por la mañana
saliendo de guardia, lo escuché en una conversación en el
ascensor. Casi me desmayo. Lo lloré a solas, lo lloré con
desgarro, lo lloré durante mucho tiempo y todavía ahora,
que han pasado algunos años, me resulta difícil borrar la
imagen de su esposa abrazada a sus hijas el día de su
funeral. En ese instante me sentí como una intrusa, toda la
culpa que no había sentido hasta ese momento llegó de
golpe y todavía persiste”.
Ϋ Despídete ahora.
Pandora sonrió levemente, mirándolo con ternura,
acariciando su barbita mientras recordaba cuánto le
gustaba estirarle suavemente de ella y juguetear con su
pelo. Se giró tímidamente hacia Alma y temiendo la
respuesta le preguntó:
ϮϬϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ ¿Qué es eso? – puso cara de extrañeza.
ϮϬϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
una vez tras otra le procuraba unos excelentes resultados,
¿verdad?
Salir de caza, eso era para ti la seducción. Te resultaba
sencillo dado tu estatus y tu porte. Una sonrisa y tu mirada
única, profunda y cristalina te propiciaban encuentros
fortuitos y casuales aquí y allá. Siempre en lugares poco
transitados donde las miradas y los roces interesados
pudieran campar a sus anchas. En pocos días ponías en
marcha la segunda parte de tu plan: la indiferencia.
Te servía para medir el éxito o el fracaso de la etapa
anterior. Durante cinco días, exactamente, desaparecías
del mundo. Te esfumabas. Ni a trabajar ibas, o eso hacías
creer. ¿Te escondías en tu despacho? No importa. Cinco
días de silencio y ausencia durante los cuales, la pobre de
turno, rendida y asustada ante la posibilidad de perder tus
atenciones no dejaba de llamarte y buscarte.
Hablo por experiencia, yo también te busqué.
Y tú, ya sabías que era tuya. ¡Pobrecilla! ¡Otra estúpida a
la que humillar!
Ahora sé que compartí “tu amor” con una compañera de
urgencias, otra de la segunda izquierda y otra más de
trauma.
¡Madre mía!
¡Y yo creyendo que era especial!
ϮϬϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Tú, sí lo fuiste.
Fui completamente sincera, estuve tan solo contigo pero
no me di cuenta de que en tu vida no era más que una idiota
con necesidad de sentir que era diferente y que a través de
tu mirada podría brillar.
He pensado, pensé mucho en nosotros, en lo nuestro, y me
he preguntado con insistencia si en realidad tú eras
importante o tan solo un instrumento. No tengo una
respuesta clara, pero ahora que ha pasado el tiempo… y
tantas cosas… me atrevería a considerarte como un medio
y poco más.
Creo que hubiera sucumbido ante las atenciones de
cualquiera porque lo importante, lo esencial, lo crucial en
todo este asunto no eras tú, ni siquiera yo, sino una
necesidad de amor tan inmensa que lo devoraba todo. Que
me devoró. Que nos devoró.
Es una pena que toda nuestra relación se pueda resumir
con la palabra engaño. Si en lugar de estos ojos inertes
pudiera fundirme con la que fue tu mirada azul, te
formularía una pregunta, solo una: “¿hubo algo de
verdad?”
Esa es mi pregunta para ti, “¿lo hubo?”
Necesito creer que sí, que aunque tuviste muchas amantes,
yo no era una más porque en momentos de auténtica y
visceral necesidad era en mí en quien pensabas y a quien
ϮϬϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
recurrías para salvarte. Era en mis brazos donde sollozabas
como un niño en busca de consuelo.
Ya ves, entre tú y yo no se interpuso tu esposa, ni el resto
de tus amantes, ni tu ego, ni tu vanidad, ni mi culpa, sino
mi necesidad, el sentimiento de que algo me faltaba, de
que algo se había perdido, de que algo, hiciera lo que
hiciera, haga lo que haga, me mantiene incompleta”.
Pandora lloraba calladamente. Acarició de nuevo y con
más ternura si cabe la barbita del muñeco, lo tomó en sus
manos y sonriendo amargamente lo acercó a sus labios
antes de murmurar… “me gustabas mucho, ¿sabes? Sentí
mucho tu pérdida. Sentí mucho no poder llorarte como te
merecías. Sentí mucho no haber sabido salvarte de ti
mismo. Sentí mucho convertirme en tu amante. Tú y yo
debimos ser amigos y nada más. Pero buenos amigos, los
mejores. Los amigos no se mienten. Los amigos se
apoyan. Los amigos se aman y aceptan, no tienen que
ocultarse. Y tú y yo, necesitábamos Ser, sin más.
Nos vemos en la eternidad. Descanse en paz, mi querido
doctor”.
ϮϬϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
XVI
Ϋ Jajaja.
ϮϭϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
torpemente porque llevaba puestos unos zapatos
rojos de tacón – la película no es lo que importa,
sino tú. ¿Cómo te encuentras? – insistió.
Ϋ Lo sé, lo sabemos.
Ϯϭϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Le pido con urgencia que me ame, que ya estoy
cansada, que se me acaba el tiempo. Pero nadie al
otro lado responde. Estoy sola.
Ϯϭϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
cosechado muchos éxitos aunque tengas tendencia
a minimizarlos u olvidarlos.
Ϯϭϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
que tampoco tenga un comienzo, es muchísimo
más difícil de comprender. Y tú, eres eterna.
Ϋ ¿Preguntas retóricas?
Ϯϭϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ ¿Sencillo?
Ϋ ¿Tú, no?
Ϯϭϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
te sientes en ese momento, sueña y utiliza tu
imaginación.
Ϋ Soñar…
Ϋ No creo.
Ϯϭϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
lo único que tenía ganas era de relajarse, cerrar los ojos y
dejarse ir.
Alma la complació. Como siempre.
Estaba disfrutando muchísimo de su baño, espuma por
todas partes, aroma a cítricos y 3 velitas por toda
iluminación. Ni rastro de música. Ni trino de pájaros. De
nuevo ese silencio que la envolvía y transportaba hacia
lugares que no recordaba haber frecuentado pero le
resultaban familiares.
Cerró los ojos y perdió la noción del tiempo.
La temperatura del agua se mantenía constante, perfecta,
y sentir el agua en la piel le confería sensación de cobijo y
protección. No se asustó cuando Bella, desde Dios sabe
dónde, hizo retumbar su voz al decir: “El sabio está de
acuerdo con la naturaleza, y conforme con el destino, dijo
el maestro”.
Pensó que tenía razón, que mostrar conformidad con lo
que es y aceptarlo tenía que ser la llave maestra de algo, la
fórmula secreta, el santo grial. Y soltar las expectativas
parecía ser el principal obstáculo.
Sonrió al pensar en la palabra expectativa, su madre, a su
manera, la utilizaba con frecuencia. Para ella, que era una
mujer devastada por el destino, no tenía sentido esperar
nada de nadie, ni nada de nada… eso es lo que te ocasiona
la infelicidad, hija… y tiene la culpa de todos los chascos
Ϯϭϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
que te llevas. Vive, cariño, vive y deja vivir sin esperar
nada de nadie, solía repetir cuando la veía llorar por los
rincones, triste y compungida… ¡Cuánta razón tenía!, y
que haya tenido que darme cuenta de la sabiduría de mi
madre en pleno brote psicótico… en fin, la vida tiene estas
cosas.
Ϋ No entiendo.
Ϋ Entonces…
ϮϮϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
además lo utilizas para justificar tu pulsión hacia la
muerte. Retorcido, retorcido.
Ϋ ¿Cuándo regrese?
ϮϮϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
XVII
ϮϮϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
anteriores. No siempre se aprende a través del
sufrimiento, y creer que sí, es un pensamiento que
deberías vigilar.
Una música de saxofón, cálida, sensual y sugerente como
pocas la acompañaba en el trance del volverse a ver.
Además de la música, Alma había completado la escena
con un precioso paisaje que desprendía frescura, un
riachuelo que sin prisa y adornado por helechos verdes y
brillantes descendía a lo largo de su curso tropezando con
piedras y ramas que encontraba a su paso y lo convertían
de tanto en tanto en una pequeña y alegre catarata. Bella
sobrevolaba planeando al son de la melodía mientras
Pitusa, sentada a la vera del río sobre una enorme piedra
blanca, introducía sus piececitos descalzos en el agua y los
volvía a sacar rápidamente en un juguetón baile con las
frías aguas.
Pandora se alegraba muchísimo de que se tratase del Sr.
Aroma, era la última persona que esperaba encontrar tras
alguna de esas ventanas, pero allí estaba. Sonriendo. Como
siempre.
Alma obedeció la petición que mentalmente le hizo
Pandora y cubrió su cuerpo, y además lo hizo como la
ocasión requería, con un sugerente babydoll negro, cortito,
muy corito y transparente, muy transparente… le hubiera
encantado, pensó.
ϮϮϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Lo tomó en una mano y se dirigió hacia el río, se sentó en
la misma piedra en la que antes estuviera Pitusa mientras
Alma, con un leve movimiento de cabeza indicó a Bella
que se alejara de allí junto con la niña. La dragona
obedeció, aumentó su tamaño para poder cargar a Pitusa
sobre sus espaldas. Aterrizó sobre sus patas delanteras
justo en medio del río y la niña, que en ese momento
chapoteaba aquí y allá, fue corriendo a su encuentro y
trepó con gracia y facilidad por sus púas hasta sentarse
cómodamente. Solo entonces, Bella emprendió el vuelo y
se fueron haciendo cada vez más y más pequeñas, allá
arriba en el cielo, hasta perderse de vista.
Sr. Aroma no era apto para la razón y la ternura. Las
confesiones que iba a hacer Pandora, tampoco.
Era un chico rubio, con el pelo muy corto y un remolino
en el lado izquierdo de su flequillo que, junto a su nariz
chata y respingona le daba un aspecto infantil y travieso
muy atractivo. De complexión atlética, le gustaba ocupar
gran parte del tiempo en el cuidado de su cuerpo, cuerpo
que más tarde desarmaba de puro placer en cualquier brazo
que lo acogiera. Tenía unos ojos redondos, pequeños y
muy azules que estaban rodeados por escasas pestañas,
muy dispersas y despeinadas. Sus labios eran finos y
siempre sonreían; se caracterizaba por vestir con elegancia
fuera cual fuera la ocasión, y por cubrir su garganta con
una pequeña bufanda en tonos camel durante los inviernos.
Olía a mar.
ϮϮϳ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Y a Pandora, que había sufrido devastadores terremotos en
su vida pero prefería los maremotos, su aroma le resultaba
irresistible. Terremotos y maremotos remueven, ambos
destruyen con una fuerza imparable, pero el mar es bello.
Tiene sabor y olor. El mar siente. Responde y reacciona.
El mar está vivo. El mar le recordaba a él.
ϮϮϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
y hacerte feliz, liberarte de bloqueos. Pero tú
decides, yo tan solo obedezco.
Ϋ Será un placer.
“Era puro fuego. Sexual y juguetón. Como te decía,
consiguió conectarme con una parte de mí desconocida y
que tras marcharse de mi vida, no he vuelto a encontrar en
ninguna otra mirada, sabor, caricia o sonrisa. Pero sé que
esa “yo”, oculta y latente, forma parte de mí y además
reconozco sin pudor ni vergüenza que me fascina.
ϮϮϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Llegó a mi vida y sin despeinarse me alborotó el descaro
y la golfería convirtiéndolo todo en puro disfrute. El vicio,
también. Un poco la obsesión. Y me encantó esa versión
de mí misma… por lo sorpresiva que resultó y por lo
excitante que me parecía todo. Algo en mí había
permanecido dormido toda mi vida, pero un buen día, él
sin proponérselo y yo sin esperarlo, lo despertamos.
No te rías, ya sé que estoy redundante y he repetido
muchas veces cuánto me gustó, pero muchas siempre
serán pocas, te lo aseguro. Insisto, era un dios del sexo.
Y poco más. O nada más. Pero reconozco que en lo suyo,
era el mejor. De no ser por él, algo inmenso en mí habría
terminado en la tumba sin estrenar”.
Alma rio por lo bajo. Otra vez incidía en lo mismo.
“Todo era natural, divertido, morboso, no había
implicación emocional de ningún tipo, nuestra relación
fluía con su propio ritmo sin necesitar ataduras ni
compromiso. El deseo y las ganas del uno por el otro nos
mantenía unidos. El sexo era lo que tenía que ser, ni más
ni menos, y su absoluta falta de moralidad me contagió de
una gozosa falta de vergüenza. No me curó del mal de la
humillación, pero a su lado sentí alivio, crecí como mujer,
me sentí deseada como nunca antes me había sentido. Él
no me cuestionaba, no me examinaba, bromeaba con mis
dramas, no alimentaba mi desánimo. Yo le valía tal y
como era. Y eso resulta ¡tan liberador!
ϮϯϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ha sido el único de mis amantes que me ha conocido
realmente. A él me entregaba sin reservas, tal cual.
Supongo que el miedo y la vergüenza (seguramente ambos
y alguna que otra traba más), me impedían dejarme llevar
con los demás, pero él era diferente.
Lo conocí en una fiesta, no me gusta mucho trasnochar y
salir de copas, pero aquella noche de verano fui a pasar el
rato a una discoteca junto al mar, era el cumpleaños de una
amiga y yo no tenía nada mejor que hacer. Todo el mundo
me parecía tan idéntico entre sí, tan gris… hasta que
apareció él. No pude dejar de mirarlo, supongo que le
parecí demasiado obvia, pero ni me importó entonces, ni
me importa ahora. Apenas recuerdo cómo empezamos,
pero sí que se acercó hasta mí y con una habilidad que
podría tildarse de profesional, entabló una conversación
amena y agradable. No culparé al ron y asumiré toda la
responsabilidad. Apenas tres frases después del típico
“hola, ¿cómo estás?” le lancé descaradamente y sin venir
a cuento un sugerente y más que explícito… ¿te
apetezco?”
Ϯϯϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ Sí, ya te he dicho que despertaba algo en mí…−
metió su mano en el agua y salpicó a Alma – no
disimules… sé que lo sabes todo.
Ϋ ¿Y?
Ϋ ¿Y?
ϮϯϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
“Tuve que poner ciertos límites porque él jugaba en otra
liga, bueno en realidad solo le puse una objeción referente
al número de comensales invitados al banquete… ya me
entiendes. Tú y yo, y basta, le dije un buen día, y debí
resultar muy convincente porque con un escueto… bueno,
tú te lo pierdes. Pero sé que te gustaría, quedó el asunto
zanjado y no volvió a mencionarse a lo largo de los seis
meses que duró nuestra aventura.
Seis meses podría parecer poco tiempo, pero fueron
suficientes para devolverme un poco de la autoestima
perdida por el camino, yo creo que, solo por eso, se ha
ganado un puesto de honor en la casita”.
Pandora siguió las indicaciones de Alma y volvió a tomar
entre sus manos a Sr. Aroma. Poco a poco le fue
despojando de la ropa que llevaba puesta, de su bufanda,
su chaqueta de botones redondos, sus zapatos de última
moda, su camisa blanca, sus pantalones de pitillo… y
cuando lo hubo desnudado por completo le pellizcó
cariñosamente la nariz y le dio un largo y sentido beso en
los labios antes de mostrarle su agradecimiento…
pequeñín, te mando, estés donde estés, un enorme abrazo
lleno de agradecimiento. Estoy segura de que no te faltará
buena compañía, ni tampoco susurros y gemidos, aunque
si mal no recuerdo -y no recuerdo mal- contigo,
precisamente los susurros y los gemidos brillaban por su
ausencia, lo nuestro era pura lujuria, arañazos, gritos,
Ϯϯϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
palabras soeces. Siempre tan inoportuno. Siempre tan a
tiempo. ¡Gracias!
Y con suavidad lo dejó en el río y contempló con una
sonrisa en los labios y el alma rebosante de apreciación su
descenso… hay personas que pasan por nuestras vidas sin
saber que nos han salvado, tú eres una de esas personas.
Ϯϯϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Sin dejar de contemplar el paisaje y con el único sonido
del discurrir del río se dispuso a mostrar algo más de sí
misma. Quizá estaba siendo observada por muchos pares
de ojos en alguna celda de aislamiento en algún centro para
locos, pero no le importaba. Se sentía libre y quería
exprimir esa sensación al máximo. Si había alguna persona
escandalizada por su comportamiento, peor para ella.
“¿Sabes?, me gustan los hombres que me faltan al respeto.
Ya me entiendes. Me parece excitante una muestra de
rebeldía, incluso de arrojo. Me encantan los hombres
valientes, los que se atreven y saben lo que quieren.
Cuando un hombre así se fija en mí, me resulta irresistible,
me siento desvalida, me tiene a sus pies y sé que no tengo
nada que hacer. Soy suya.
¿Dar yo el primer paso? ¡No! Un hombre así no necesita
que le faciliten las cosas, al contrario, se crece ante la
adversidad. Además de innecesario es contraproducente
simplificarle las cosas, porque a ese tipo de hombres -al
tipo de hombre que a mí me gusta- les motivan los
desafíos, la conquista y poner en marcha todos sus
recursos a fin de comprobar que funcionan.
Pero no he tenido el placer de toparme con ninguno.
Los menos parecían serlo, algunos incluso lo fingían, pero
todos eran unos farsantes. Pronto quedaban al descubierto.
En fin…
Ϯϯϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Alma, que intentaba infructuosamente cubrir el cuerpo de
Pandora porque esta una y otra vez deseaba sentir su
desnudez, replicó:
“Y también te gustan los hombres que te susurran
groserías, que juguetean contigo, que disfrutan con
pasatiempos morbosos y preámbulos interminables. Los
que saben imponerse y consiguen despertar en ti una parte
salvaje que rara vez asoma, los que permiten que tus
instintos más profundos afloren sin complejos, los que te
hacen gritar, o desearlo, perdiendo cualquier rastro de
educación”.
Ϯϯϲ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
sensación, y luchar y resistirse les resultaba
familiar.
Pero de la experiencia con Sr. Aroma no solo se derivaron
consecuencias maravillosas para Pandora. Junto a él
descubrió algo que no le gustaba, que incluso odiaba
porque suponía estar atrapada en una perversa paradoja:
solo con un hombre con el que no se sintiera intimidada
era capaz de desinhibirse por completo, pero a ella solo le
gustaban, de verdad, los hombres que de alguna manera la
cohibían.
Se sentía condenaba a tener que disfrutar del placer más
íntimo y salvaje con señores que fuera de ese contexto no
le despertaban interés alguno.
El grado de admiración que sentía hacia un hombre era
directamente proporcional al nivel de recato que le
demostraba en la cama. Y no entendía el amor sin
admiración.
Tras el Sr. Aroma llegó a una de sus descabelladas
conclusiones: estaba sentenciada a vivir en una infidelidad
continua, a ser siempre la amante. Supo, tras probar el
sabor del clímax que sin remedio, se había convertido en
una amante empedernida. Quizá no compulsiva, pero eso
era algo que la vida todavía tendría que mostrarle.
Ϋ El de la infidelidad.
Ϋ ¿Y tú te acuerdas?
Ϯϯϴ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
“Este clan conserva uno de los pocos sistemas matriarcales
que todavía existen en el mundo, una tradición rural
milenaria que al parecer se produjo por la ausencia de
varones debido al nomadismo, las guerras y la castidad de
los monjes budistas y no se basa en jerarquías de
superioridad e inferioridad.
Para las mujeres de este clan, el concepto de matrimonio
no existe, definen sus relaciones románticas con un
término, azhu, y son relaciones liberadoras, en las que su
enamorado íntimo -así lo llaman- y ellas, realizan visitas
de amor. Suelen ser relaciones secretas -de esas que tanto
te gustan- que se mantienen en el tiempo tan solo por
afecto, de tal manera que cuando desaparece, se separan
sin más.
Al parecer los amantes no conviven bajo el mismo techo,
sino que él va a visitarla -previa invitación- y tras pasar la
noche juntos en un cuarto de flores, regresa a su casa de
madrugada.
El clan vive alrededor de un lago llamado Lugu Hu y existe
una hermosa leyenda local que narra su origen… dice así:
“Esta es una historia de amor libre.
Gemu, un espíritu femenino, fue una sabia y hermosa
joven que andaba ennoviada con varios espíritus
montañeses masculinos de la zona y otros más lejanos.
Normalmente lo tenía bien organizado, pero en una
ocasión coincidió que un espíritu de una montaña lejana
Ϯϯϵ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
venía a visitarla y ella tenía ya una cita con un espíritu
masculino de un monte local.
No se decidía: ¿qué hacer, constantes montañas locales o
esporádicas forasteras?
El espíritu lejano decidió retirarse de la carrera, así que
hizo virar su caballo con tal fuerza que este relinchó.
Gemu, oyó los relinchos del caballo y se lanzó con el suyo
tras el espíritu forastero. Lo tenía claro. Pero por mucho
que corriera ya no llegaría, cosas del espacio-tiempo y el
destino. Lo único que encontró fue la huella del casco del
caballo de su amado. Se detuvo y se puso a llorar
desconsoladamente y tantas lágrimas derramó que creó
las cristalinas aguas del lago Lugu.
El espíritu de la montaña oyó sus llantos y decidió
regresar al encuentro. Allí encontró el gran lago de
lágrimas y lanzó perlas y flores. Las perlas se
transformaron en islas y las flores navegaron hacia la
costa dando vida a enormes praderas donde cada año
florecen las mismas azaleas”.
ϮϰϬ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
cuestión, pero quería que Pandora siguiera
reflexionando en voz alta, sacando su interior,
dándose la vuelta a sí misma. El tiempo se les
terminaba.
“Quizá sea una cuestión de pura vanidad o de capricho.
Necesito sentirme admirada. Me atrae lo prohibido, lo que
se me niega. Necesito sentir en mi amante el miedo a
perderme, saberme imprescindible, necesaria para su vida,
tanto o más necesaria que el mismísimo aire que respira.
Eso realmente me excita, me desinhibe, despeja cualquier
obstáculo parecido al pudor y convierte el placer en algo
natural, incluso necesario. Y los hombres comprometidos
tienen más miedo a perder la conquista. Se aferran a mí
con más fuerza. Lo he comprobado a lo largo de mi vida
en innumerables ocasiones.
Pero tiendo a mostrar mi parte vulnerable y por tanto a
encontrarme con hombres que quieren protegerme. No
saben que yo soy la amenaza y que es tarde, ya nadie puede
salvarme de mí misma. Ven, o les muestro, mi “yo” más
débil, aquel que añora el abrazo, y no se dan cuenta de que
no pueden hacer nada por mí, que poseo algo oculto que
acecha y se mantiene siempre alerta ante la expectativa de
poder ser liberado. Es peligroso, pero no lo temen porque
lo desconocen. Una parte de mí hambrienta de placer. No,
de placer no. Hambrienta de poder.
Eso es lo que siento cuando en la mirada de mi amante
vislumbro la sumisión. Cuando sé que sería capaz de hacer
Ϯϰϭ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
cualquier cosa por mí con tal de poseerme una vez más, o
una vez tan solo. La expectativa les mantiene vivo el
interés sin que se percaten de lo lejos que en realidad me
encuentro de ellos. Creen tenerme sin darse cuenta de que
soy yo quien los poseo.
Poseerlos para despreciarlos… quizá sea un acto de
venganza.
Pronto asomaría la luna y esa sería la última luna que
Pandora contemplara junto a su mente subconsciente.
Alma se resistía a hacer llegar la oscuridad prolongando el
atardecer más allá de lo habitual, tenía esperanzas de que
el nuevo día le trajera la mejor de las noticias, pero
también temía un desenlace diferente. Pandora era libre.
Ella decidía.
ϮϰϮ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Pitusa, inseparables, imprescindibles la una para la
otra, todas para Pandora.
Ϋ La vida, o la muerte.
Ϋ ¿Y cómo elegir?
Ϋ Pero…
Ϯϰϯ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
nuevo día, corre… corre más allá de esta
habitación y no mires atrás.
Ϋ ¿Os perderé?
Ϯϰϰ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Ϋ ¿Qué quieres decir? – seguía abrazada a ella y
buscando con los ojos a Pitusa y Bella. No
aparecían. Y las necesitaba, también necesitaba su
abrazo.
Ϯϰϱ
>ĂĐĂƐŝƚĂĚĞŵƵŹĞĐŽƐ
Pandora había decidido vivir, quería compartir con el
mundo entero lo que había aprendido junto a sus nuevas
amigas y cuando la noche terminara, saldría corriendo más
allá de su ventana, hacia el horizonte, hacia nuevos
comienzos, hacia donde Dios quisiera llevarla.
Se sentó en la cama, se recogió el cabello detrás de las
orejas, tomó el lapicero y cuando abrió el cuaderno sintió
una punzada en su corazón tan profunda y lacerante que
de inmediato supo que se trataba de aquella maldita herida
que a lo largo de su vida la había ido desangrando poco a
poco. Y la reconoció como propia. Y la repugnancia y la
impotencia se sentaron a su lado con la intención de
acompañarla a lo largo de la noche. Aquello, acababa de
llegar.
Ϯϰϲ
Aquello
ƋƵĞůůŽ
“Hay muchas cosas que no recuerdo, pero sé que están
aquí, en mí. No las recuerdo pero puedo sentirlas
agazapadas tras una nebulosa llenando mi vida entera con
su presencia.
No soy capaz de recrear en mi mente una escena nítida de
lo que ocurrió, pero fue terrible, fue evitable, de eso no me
cabe ninguna duda.
No reconozco ningún rostro, ninguna voz. Cerré los ojos.
Mi mente me alejó de allí. Si me esfuerzo consigo evocar
el sonido de algún susurro lejano, y la sensación de
náusea… y el miedo. Eso sí, las sensaciones las recuerdo
perfectamente, perviven en mí, se han repetido a lo largo
de mi vida sin ton ni son y a destiempo; hablo de una
mezcla de terror, desconcierto y asco que me empuja a
querer desaparecer, huir… y la impotencia y la frustración
ante la imposibilidad de escapar.
No había salida. Ninguna. Tan solo me quedaba la opción
de permanecer inmóvil, en silencio, apretar los ojos con
fuerza y mantenerlos bien cerrados hasta que
desaparecieran los monstruos… y soportar las arcadas. Y
la vergüenza. Desear con todas mis fuerzas que pasara
pronto, que Aquello terminara… Al menos volé con mi
imaginación, Alma me llevó muy lejos de allí, a un lugar
seguro del que no quería regresar y que he estado buscando
y añorando toda mi vida. Mi nostalgia sin causa ya tiene
un por qué.
Ϯϰϵ
ƋƵĞůůŽ
Bendita imaginación, mi Dios real, que todo me lo da,
siempre me acompaña y me salva de los peligros.”
Dejó a un lado el cuaderno y se aproximó al balcón, afuera
en la noche, la luna crecía sin freno iluminando sus
pesares.
Sonrió al recordar las palabras de Alma… mis dos
palabras favoritas son eternidad e imaginación… y le
pareció natural, también para ella, la eternidad y la
imaginación jugaban un papel principal.
Pandora lloraba, acababa de recordar que sufrió un
episodio de abuso en su infancia. No era capaz de traer a
su mente la secuencia exacta de los hechos, ni siquiera de
quien o quienes fueron los responsables, pero había
descubierto que Aquello, ocurrió.
Aquello había condicionado su vida entera, sus relaciones
con los hombres, su familia, el mundo… había
determinado el concepto de sí misma, un deplorable
concepto que arrastraba con disimulo procurando que no
dejara rastro tras de sí con la esperanza de no ser vista por
los depredadores que ansiaban su dolor. Nadie debía
saber, y tanto se repitió esa frase que incluso ella misma
pasó a formar parte del nadie.
Alrededor de Aquello, que ni siquiera había sido capaz de
recordar hasta ese momento, había pivotado su existencia,
su nefasta vida amorosa, su atracción por la muerte, su
desconcierto ante la vida.
ϮϱϬ
ƋƵĞůůŽ
Giró sobre sus talones y dando la espalda a la luna se
quedó pensativa con la mirada perdida en el cuaderno, en
la habitación que la había acogido aquellos días con sus
noches y, dudó.
Quizá fuera mejor terminar ya.
Nunca lo había tenido tan fácil… acuéstate y duerme, era
todo lo que tenía que hacer para no volver a amanecer.
Y ellas estarían a su lado.
Alma se lo había prometido.
Un destello captó su atención, la habitación se iluminó de
repente por una hermosa luz procedente del exterior. Por
instinto miró hacia atrás y encontró un magnífico arcoíris
que brillaba en plena noche, todo para ella, justo a tiempo.
Supo que Alma, seguía junto a ella y supo también que
Bella y Pitusa estarían a su lado.
Agradeció el sobresalto, la había devuelto al presente, la
había reconciliado con su decisión de vida.
Volvió a la cama, tomó el cuaderno y cuando se dispuso a
seguir sacando todo lo que de las entrañas quisiera brotar,
miró al cielo de nuevo y allí estaba Bella, con unas alas
descomunales, seria, fiera, suspendida en el aire con
seguridad, y cuando sus ojos se encontraron, su mirada
gris se le clavó en el alma. La dragona exhaló una
gigantesca llama de fuego y Pandora sintió su fuerza. Su
poder. Su presencia.
Ϯϱϭ
ƋƵĞůůŽ
Su despedida.
Pudo continuar…
“Aquel que tenía que salvarme del abuso, cuidarme,
protegerme, no lo hizo.
¿Supo lo que estaba ocurriendo? ¿No quiso ver? ¿Supo y
consintió? ¿Supo y no le importó?
Supongo que aun sin saberlo, esa duda ha sobrevivido en
mí convertida en el germen de mi desconfianza.
Quiero arrancarla de mí, secar sus brotes, podar sus
ramas”.
Lloraba.
“No le importé. Me dejó sola cuando más falta me hacía.
¿En quién puedo confiar?
Aquello inoculó en mí la semilla del miedo y la
indefensión. Y echó raíces. Y ha ido creciendo
descontroladamente, aguijoneándome desde dentro con
sus ramas, martirizándome sin descanso.
Ha convertido mi vida en una secuencia de experiencias
incomprensibles que me empujan al fin.
Benditas fantasías que me elevaron por encima del dolor y
la vergüenza cuando no pude moverme porque tanto
miedo, en un Ser tan pequeño era incapaz de acomodarse.
ϮϱϮ
ƋƵĞůůŽ
Ahora sé que Aquello lo ocupó todo como todo lo
envuelve hoy, y lo envolverá mañana.
Paralizarme por el terror. Culparme por no defenderme.
Convertirme en mi propio verdugo. Martirizarme por no
ofrecer resistencia. No perdonarme, nunca, por lo que
otros me hicieron.
Y no recordarlo.
Llevarlo a cuestas, sobre mis espaldas todos estos años sin
conocer la naturaleza de mi carga.
Ahora comprendo por qué mi necesidad de evadirme, de
soñar, de crear mil historias, de anhelar un mundo
distinto… benditas invenciones que me ponen a salvo y
me llevan a un lugar amable, plácido, de luces y colores
que solo existen para mí y consiguen alejarme del terrible
Aquí y Ahora que tanto duele. Que permiten alejarme de
Aquello.
¿Qué monstruo puede hacer algo así?
Yo era una niña, no entendía que ocurría. No sabía si era
bueno o malo, solo sentía arcadas, miedo y ganas de huir.
Ni si quiera sabía juzgar. No había aprendido a hacerlo,
después sí, después aprendí y me condené. Supongo que
me condené por no alzar la voz y esa pasividad nunca me
la he perdonado, he sido tan injusta y dura conmigo… lo
siento tanto, todo este dolor, todos estos años, culpándome
por todo, por estar viva, por desear la muerte, cuando en
Ϯϱϯ
ƋƵĞůůŽ
realidad estaba culpando a una niña pequeña por no
enfrentarse a él o ellos… no recuerdo bien, no quiero
recordar.
¿Habría servido de algo decir “no”? ¿Era mi voz tan fuerte
como para ser escuchada? ¿Se habría respetado mi
decisión en un escenario de brutal imposición?
Aquello me convirtió en lo que soy.
Pero, ¿qué soy? ¿quién soy? ¿En qué me convertí? ¿En
quién me hubiera podido convertir de no haber sufrido esta
mutilación?
¿Qué parte me arrebataron?
¿Dónde quedó?
Llevo buscándola, buscándome desde entonces. Sin
saberlo…
Odio no recordar cada palabra, cada gesto, cada rostro,
cada mano, cada cuerpo de aquella atrocidad porque odio
odiar al aire; odiar así te conduce a la lucha constante y
perpetua porque no quiero odiar a todo el mundo. A luchar
contra mí misma. A forzarme a amar sin sentirlo. A
negarme la posibilidad que otros me ofrecen de sentirme
amada, porque me hicieron creer que no lo merezco. Que
no me puedo fiar de nadie. Que ellos, tarde o temprano,
me lastimarán. Que ellos, no saben amar. Eso debí
aprender.
Ϯϱϰ
ƋƵĞůůŽ
Y a estar callada.
Y a aceptar con sumisión.
No, yo no decidí ser castrada emocionalmente. No decidí
perderme para siempre.
Estoy cansada de esta lucha. Estoy cansada de tantas cosas
que muchas veces solo deseo terminar. Poner fin y
conseguir el sosiego que nunca tuve.
¿Alguien podría culparme?
¿Alguien se atrevería a juzgarme?
¡Dejadme ser!
Pero dejadme ser entera, completa, con todas y cada una
de las partes que me componen, incluidas aquellas que me
arrebataron.
¿Qué parte me arrebataron? ¿Aquella que me permitía
amar? ¿mi capacidad de perdón?
Dime, ¿tú sabes que parte me robaron? ¿tú sabes si podré
recuperarla? ¿crees que estoy a tiempo?
¿Qué perdí?
Yo lo sé.
Fue mi infancia, mi inocencia, mi capacidad para confiar
en los que dicen amarme, en los demás, en todos y en todo
incluida yo misma. Mi capacidad de sentir amor, de amar.
Ϯϱϱ
ƋƵĞůůŽ
Mis ganas de vivir. Mi vida entera. Esta, la única que tengo
y conozco.
Me lo quitaron todo, para siempre.
¿Qué me dejaron?
Ganas de escapar. Desesperación por sentirme anclada a
este sentimiento de humillación constante del que no
puedo desprenderme y me abrasa por dentro desplegando
pestilencia en cada acto y sumergiendo en mierda cada uno
de mis pensamientos.
La convicción de que otra vida en otro lugar será mejor.
La certeza de que aquí, ya nada puedo esperar.
La necesidad, la imperiosa necesidad de soñar e idear
nuevos lugares, nuevas personas, nuevas oportunidades…
crear bonito, crear un mundo ideal, un mundo de fantasías
con finales felices rebosante de amor, color, luces, arcoíris
y abrazos.
La búsqueda enfermiza y compulsiva de seguridad y
protección. El miedo y la desconfianza hacia el protector.
Mi magnífica capacidad de disimulo y ocultación. A
veces, tan increíble que casi, casi, consigo ocultarme ante
mí misma.
¿Cómo no crear mi propio mundo?
¿Cómo habría podido seguir viviendo sin más?
Ϯϱϲ
ƋƵĞůůŽ
Dime, ¿tú, qué hubieras hecho?”
Los primeros rayos de luz entraron en la habitación,
Pandora lanzó el cuaderno sobre la cama y sin pensarlo
comenzó a correr, lloraba, pero se sentía más ligera. Y
corría tan rápido como era capaz sin mirar atrás con la
vista puesta en el horizonte. Y reía, por primera vez en su
vida sabía lo que era reír con el alma limpia, con la herida
sanada porque Aquello había quedado atrás y no volvería
a hacerle daño jamás.
Sobre ella, una dragona sobrevolaba muy alto lanzando
con rabia potentes llamaradas de fuego, reduciendo a
cenizas cada sentimiento de vergüenza, derritiendo cada
recuerdo de dolor e indefensión.
Llevaba a lomos una niña rubia, con melena ondulante y
flores en el pelo que se sentía fuerte porque Aquello había
sido derrotado, ella lo había vencido.
Pitusa sonreía con los ojos cerrados, erguida y con la
cabeza mirando al cielo mantenía sus brazos extendidos en
cruz con las palmas apuntando al cielo. Feliz, poderosa…
libre.
Mientras, a lo lejos, pequeña ya por la lejanía, Pandora
seguía corriendo tan deprisa como sus piernas le
permitían, más allá de su ventana, más allá del balcón.
Su vida le esperaba.
Ϯϱϳ
ƉşůŽŐŽ
EPÍLOGO
Ϯϱϵ
ƉşůŽŐŽ
Ante ese momento, Pandora sintió algo nuevo, limpio.
Gratitud sin desconfianza. Alegría sin dolor. Su herida no
sangraba y la vida le estaba dando otra oportunidad.
ϮϲϬ
ƉşůŽŐŽ
ofrece su madriguera; o te parezca alguien débil y
demasiado intensa que vive en una constante confusión y
tan desorientada que será cuestión de tiempo que vuelva a
las andadas y termine por poner fin a su vida.
Pues te diré algo… yo, Alma, que soy su subconsciente y
la conozco mejor que nadie -incluso mejor que ella misma-
y además la amo, no sería capaz de juzgarla ni emitir
opinión alguna. Tú, que seguro tienes una opinión bien
formada, has alcanzado tus conclusiones interpretando su
vida, su testimonio a partir de tus experiencias y por tanto,
seguro, has errado.
La única conclusión acertada sería la no conclusión, la
aceptación acrítica de lo que ha vivido, de lo que ha
sentido y de lo que ha interpretado, coincidan con tu
manera de entender el mundo y la vida, o no. Practicar este
modo de aceptación, con uno mismo y con los demás, es
sumamente liberador.
Supongo que a estas alturas te estarás preguntando cómo
terminó todo, qué fue de ella tras su encuentro conmigo,
con nosotras. Tras su reencuentro con Sr. Piel.
Como ya sabes, despertó en una cama de hospital junto a
Sr. Piel, su verdadero y único amor. El muchacho no se
separó de su lado en los dos días que duró su experiencia,
el miedo a perderla superaba al generado por sus
inseguridades y sin pensarlo -haciendo caso a su corazón-
Ϯϲϭ
ƉşůŽŐŽ
se sentó junto a ella, la tomó de la mano y rehusó comer
hasta que los ojos de Pandora volvieran a abrirse.
Y ella renació feliz, alegre, libre. Con ganas de vivir y
deseos de lanzarse a la aventura de compartir su futuro con
él. Y renació vital, sin la culpa que no le correspondía, sin
un dolor que no merecía, sanada desde dentro, desde el
único lugar desde donde se puede sanar.
Esta experiencia la desencarnó de creencias ajenas y
dañinas y la liberó del trauma sufrido en su infancia.
Pandora recordaba cada momento vivido junto a nosotras,
todo. Y no lo ha olvidado, ni lo olvidará. Nuestras
conversaciones, los paisajes, volar con Bella, las risitas de
Pitusa, su ternura, su aroma a vainilla. Los recordaba a
ellos, a los muñecos, a todos ellos y lo hacía con una
sonrisa. Sus recuerdos ya no dolían. Se mostraba ansiosa
por salir al mundo y gritar que “la creencia precede a la
experiencia” y que la muerte, como la vida, no es principio
ni fin, solo es un estado de conciencia. Que lo eterno no
termina, y tampoco empieza. Y que ella, como tú, es
eterna.
Seguro que has encontrado una etiqueta que se ajuste a la
experiencia que vivió Pandora junto a nosotras. Encajarían
términos como ensoñación, alucinación, alteración
neurológica, trastorno postraumático… pon el nombre que
más te guste, no importa, ninguno de ellos es cierto y
ϮϲϮ
ƉşůŽŐŽ
además da igual. Lo importante no es el nombre, sino sus
consecuencias y para ella, todo fue real.
Si hay evidencia de algo, ¿importa lo que piensen los
demás? Lo que no se ve, se reconoce por sus efectos.
¿Alguien podría arrebatarle a Pandora su experiencia?
No, nadie.
Había aprendido, para siempre, porque así se ha grabado
en mí, que “la creencia precede de la experiencia”.
Y no es esta una cuestión menor.
¿Qué creencia podría albergar en su mente una niña
pequeña que le propiciara sufrir una experiencia de abuso?
Yo te lo diré, una creencia que no le corresponde, que otros
inocularon en su mente y que contiene un núcleo principal:
los hombres no aman a las mujeres, las utilizan, siempre
buscan lo mismo, lo mejor es mantenerlos alejados porque
tarde o temprano te dañan.
Una creencia que desde luego no generó su mente infantil,
pero anidó en mí, que atesoro y conservo todo lo que ella
ha percibido -y percibirá- a lo largo de su vida. Una
creencia de otros, extraída de conversaciones ajenas, de las
mujeres de su familia que hastiadas por sus nefastas
relaciones personales se desahogaban de la peor manera
posible, hablando de lo que les dañaba -una y otra vez- con
la presencia de Pandora casi siempre. Solo conseguían
perpetuar el dolor. Transmitirlo de unas a otras, de una
Ϯϲϯ
ƉşůŽŐŽ
generación a la siguiente al sembrar creencias negativas en
las mentes de sus descendientes. Convertir el drama y las
experiencias dolorosas en maldiciones familiares que se
repiten, en estigmas que predestinan vidas enteras.
Seguro que a ti también te ocurre algo así. Ningún humano
está libre de ello. Experimentas acontecimientos que de
ninguna manera deseas, para ti y los demás. ¿Quién
querría enfermar? ¿Quién querría sentirse agredido?
¿Quién querría tener una vida miserable?
No eres culpable de manifestar lo que no deseas y te
perjudica. Culpable no. En tu subconsciente anidan
creencias que no generaste, que escuchaste sin ser
consciente de ello y echaron raíces para molestarte con su
manifestación después.
Pero eres responsable. Y ahora que te he revelado el
secreto, mucho más. Ya no hay excusas. Ya no puedes
culpar a otros, ni a las circunstancias de lo que te ocurre -
sea lo que sea-. Ponte manos a la obra y limpia tu mente.
Despréndete de las creencias que te dañan.
¿Cómo saber qué creencias has de eliminar?
No lo sabrás. Nunca. Desde un lado -tu mente consciente-
no se puede acceder al otro -tu mente subconsciente-.
No se trata este de un trabajo de precisión, no hay que
diseccionar una creencia concreta. No podrás hacerlo.
Ϯϲϰ
ƉşůŽŐŽ
Hay que ir a lo grande y confiar en que, del mismo modo
en que yo, Alma, la mente subconsciente de Pandora, la
ayudé a erradicar de sí misma lo que tanto la perjudicaba,
tú también dispones de tu propio subconsciente, un dios en
ti, que te ama y desea complacerte. Déjalo en sus manos.
Recuerda que es Omnisciente, Omnipotente y
Omnipresente.
Confiar y dejar ir son las claves.
¿Qué hacer con la mente consciente?
Mimarla, cuidarla, limpiarla, redecorarla. Esta es tu
función. Aquí sí puedes ser de utilidad.
Elige momento a momento qué piensas, qué escuchas, qué
hablas, cómo te hablas y elige a tu favor, inúndate de
pensamientos elevados y palabras hermosas. Solo se
puede sanar desde el interior.
¿Nosotras?
Felices, Pandora nos conoce, nos habla, nos ama, nos tiene
presente a cada momento -de día y de noche- sabe que
estamos en ella, desde siempre y para siempre,
eternamente.
Complaciéndola.
Amándola.
Ϯϲϱ
UN CURSO DE MILAGROS
NOTA DE LA AUTORA
Ϯϲϵ
novela, es omnisciente, omnipotente y omnipresente. En
él reside el único poder creativo.
La mente consciente y la mente subconsciente no son dos
mentes diferentes, sino dos esferas de actividad dentro de
una única mente.
La consciente percibe la realidad que le rodea a través de
los sentidos mientras la subconsciente lo hace a través de
la intuición. Es tierra fértil y los pensamientos, semillas.
No tiene capacidad para argumentar o discutir lo que en
ella se graba, sea cierto o no, sea bueno o malo, en cuanto
una idea o imagen anida en el subconsciente, este
despliega todo su poder -que es todo el poder que existe-
para crearlo -manifestarlo en tu experiencia- sin poder
hacer ningún tipo de modificación por su cuenta.
Una manera sencilla de grabar en tu subconsciente
imágenes o mensajes que te gustaría ver reflejados en tu
vida sería a través de la repetición de pensamientos o
frases constructivas. Y no desesperes si no lo tienes, ves o
sientes de inmediato; los períodos de gestación de nuestros
deseos tienen una duración variable que es imposible de
determinar a priori.
Si has aprendido algo a través de la lectura de este libro, te
insto a que te pongas manos a la obra y lo practiques.
Tomar conciencia de qué piensas, dices y sientes es el
primer paso. Nadie lo puede hacer por ti. Los resultados
superarán tus expectativas. No puedes fallar.
ϮϳϬ
¡Ánimo!
Gracias por haberme acompañado hasta aquí.
Mis mejores deseos son tuyos. Hay mucho amor para ti.
Concepción Hernández.
Villena, 12 julio 2020
Ϯϳϭ
Conociendo a la autora
Concepción Hernández (Alicante, 1971)
Matrona y psicóloga, declara sin tapujos un amor
enfermizo hacia la vida y no escatima esfuerzos en
proclamar el poder de la gratitud y el perdón a los cuatro
vientos.
“Al fin, he comprendido que cualquier idea nace con el
único propósito de ser compartida, de esta manera se
extiende y perpetúa hasta rozar la eternidad. Por tanto, más
allá de temores y reticencias, tengo la firme determinación
de compartirme a través de mis pensamientos.
Algo está cambiando, y me entusiasma sentirme parte del
cambio.
Sé que la abundancia es un derecho y la merecemos.
Saber, conocer con cada célula de mi Ser, es decir, Sentir,
que Soy más, mucho más que un cuerpo, ha sido el
aprendizaje más importante de mi vida y probablemente el
único que haya merecido la pena.
La vida es un continuo pasear, despacio disfrutando del
camino en algunas ocasiones, atolondradamente en otras,
pero siempre hacia delante, siempre creciendo; tus
pensamientos, emociones, acciones, por nimias que te
parezcan, ¡importan!
Eres valioso, eres inmenso y te doy las gracias por
permitirme compartir contigo aquello que Soy.
Espero que disfrutes con mi trabajo, que desconectes del
exterior y centres tu atención en aquello que habita en ti y
calladamente, pero sin descanso, te llama”.
Lágrimas de pan
SINOPSIS
Las Guardianas son hermosas mujeres que se encuentran
a medio camino entre los Ángeles y los humanos.
Provistas de fantásticos dones y fragancias singulares se
enfrentan al cumplimiento de su deber, aunque ello les
cueste la vida. Viven por y para la felicidad de los mortales
mientras se ven obligadas a guardar silencio. Llevan tanto
tiempo en este mundo, que la duda y el miedo las ha
atrapado y ahora son ellas las que se enfrentan a una
terrible maldición.
¿Se puede vivir sin un propósito? ¿Se puede vencer al
miedo, la culpa y el desamor?
Esta novela nos muestra una emotiva y original manera de
entender la vida, una maravillosa vida que transcurre en
La Ribera, a orillas del río Xuello.
Su lectura te sumergirá en un cálido abrazo en el que
disfrutar de encuentros, olvidos, deseos, inoportunas
pasiones, sueños, miedos y amor.
En palabras de la autora: “Un día pensé para crear y obtuve
un resultado inmensamente bello, casi sin darme cuenta
surgió ante mí un cántico de Amor y Perdón al que llamé
“Lágrimas de pan”. Amor a los demás y Perdón a mí
misma”
A una Sonrisa de tu Sueño
(Continuación de “Lágrimas de pan”)
SINOPSIS
La vida a orillas del río Xuello transcurre serena y
apacible. Linda Aurora, Guardiana de Almas, ha regresado
a La Ribera con la determinación de comenzar una nueva
vida.
Su Ángel la acompaña; una maldición, también.
No hay marcha atrás, las cuentas deben saldarse y así se
hará.
¿Existen atajos para alcanzar nuestros sueños?
¿Podemos desprendernos del miedo y la duda?
¿Anhelas claridad?
“A una Sonrisa de tu Sueño” te brinda la oportunidad de
responder a estos y otros interrogantes.
Sumérgete en el abrazo de las Guardianas y déjate llevar
por el encanto y la magia de Federico, un hechicero muy
particular.
Recuerda que no hay nada que no puedas ser, hacer o
tener.
¡Sueña sin límites!
Buscadora de abrazos
SINOPSIS
Berenguela es una mujer de mediana edad, que tras sufrir
un trágico revés en la vida debe emprender un penoso
camino de superación. Cree estar sola, pero la acompañan
maravillosos Seres procedentes de otros mundos que
persiguen como único propósito, conducirla de regreso
hacia sí misma.
Fabiola es uno de ellos, rebelde y caprichosa le atraen los
placeres mundanos y sucumbe sin remedio ante el
chocolate y los abrazos. Desea ser humana y en su
frustración, arrastra a Berenguela por caminos
equivocados. Sus continuos desatinos provocarán en la
protagonista una cruenta lucha interior, sufrirá porque una
incontrolable pasión que considera absurda e inadecuada,
le impide ser leal a su amor.
Cuando siente que todo está perdido toma una decisión
que cambiará el rumbo de su vida para siempre.
La autora, a través de esta inspiradora historia nos sugiere
una hermosa recomendación: “Elige cuidarte, escucharte,
regalarte momentos únicos y rodearte de personas
especiales. Ponte en primer lugar y con absoluto descaro,
¡ÁMATE!”
¡Confía y suelta!
SINOPSIS
info@concepcionhernandez.com
www.concepcionhernandez.com