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Pintura barroca de Italia

Caravaggio: La vocación de San Mateo (1601)

La pintura barroca italiana se desarrolló desde finales del siglo xvi y a lo largo de todo el xvii y
buena parte del xviii. Precisamente el Barroco, como estilo artístico diferenciado
del clasicismo y su epígono el manierismo, nació en Italia, concretamente en Roma. No
obstante, luego se desarrollaron escuelas nacionales como la española o la holandesa. Dos son
los principales movimientos artísticos, el tenebrista Caravaggismo y el clasicismo romano-
boloñés. La pintura barroca italiana se convirtió, como el resto del arte barroco, en un
instrumento de la Iglesia católica al servicio de la Contrarreforma, de manera que los pintores
se convirtieron, gracias a sus obras, en un intermediario necesario para alcanzar con eficacia el
ánimo de los fieles.

Características[editar]

Caravaggio: El pequeño Baco enfermo, h. 1591-1593,


ejemplo de naturalismo, muy alejado de la idealizada belleza del Alto Renacimiento.

El arte era el medio a través del cual la Iglesia católica triunfante persuadía a los herejes, los
dudosos, y conseguía mantener la presión protestante más allá de las fronteras italianas. Para
lograr este ambicioso objetivo, el arte debía tener capacidad para seducir, conmover,
conquistar el gusto, no ya a través de la armonía del Renacimiento sino mediante la expresión
de emociones fuertes. Ciertamente, el Barroco es el estilo de la Contrarreforma en el sentido
de que este movimiento católico lo usó para propagar sus ideas, pero no puede ignorarse que
se cultivó igualmente en países protestantes (las Provincias Unidas, destacadamente).

La fascinación visceral del estilo barroco deriva de una implicación directa de los sentidos. En la
pintura barroca no se apelaba al intelecto ni a la sutileza refinada del manierismo. El nuevo
lenguaje apuntaba directamente al estómago, a las vísceras, a los sentimientos del observador,
o dicho con mayor exactitud, del espectador. Se empleaba una iconografía lo más directa
posible, simple, obvia, pero al mismo tiempo teatral.

La pintura italiana de la época trata de romper con las formas del manierismo, ya mal vistas. Y
lo hace con dos tendencias a su vez opuestas entre sí, el naturalismo y el clasicismo.

Evolución del estilo[editar]

Caravaggismo[editar]

Véanse también: Caravaggio y Caravaggismo.

Artemisia Gentileschi: Judit decapitando a


Holofernes (versión de Florencia) (1620), un ejemplo de la escuela caravagista.

El naturalismo, del que Caravaggio es el mejor representante, trata temas de la vida cotidiana,
con imágenes tétricas usando efectos de luz. Frente a la luz suave y clara del Renacimiento,
Caravaggio usa fuertes contrastes de luz y sombra o luces violentas que podían verse en
los venecianos Bassano y Tintoretto. Partes de la escena se iluminan con intensidad, mientras
que otras quedan sumidas en la oscuridad, predominando la representación de la figura
humana, sus gestos y actitudes, y despreciando los fondos y paisajes. De esta manera,
mediante el uso del claroscuro se dota al lienzo de intensidad y viveza. Por otro lado, lo que esa
luz intensa muestra ya no son figuras de belleza ideal, sino la realidad tal como es, sin artificios,
de manera viva y dramática. Un ejemplo de esta forma de trabajar es La muerte de la
Virgen (1606), cuadro del que se dice que Caravaggio tomó como modelo a una
mujer ahogada en el Tíber, y que se rechazó por su naturalismo, tan alejado de los modelos
renacentistas como el Tránsito de la Virgen de Mantegna. Caravaggio toma, pues, modelos de
la realidad, niños de la calle, mujeres vulgares, mendigos, encarnan a sus santos y vírgenes. Por
un lado, se lograba así una mayor identificación del creyente con las historias religiosas que se
narraban, pero por otro era inevitable que se considerara a veces demasiado vulgar y con ello,
poco respetuoso hacia las figuras sacras, motivo por el cual en más de una ocasión el
comitente rechazó sus obras. Caravaggio, despreciando la jerarquía de los géneros imperante
en su época, afirma que «el mismo grado de elaboración exigía hacer un buen cuadro de flores,
que hacerlo de figuras».1 A él se debe uno de los primeros bodegones puros, su famosa Cesto
con frutas (h. 1596).

Una buena parte de los pintores de la época cultivaron el caravaggismo, entre ellos los
Gentileschi (el padre Orazio, 1563-1639, y la hija Artemisia, 1597-1654), el veneciano Carlo
Saraceni (h. 1570-1620) o Bartolomeo Manfredi (1582–1622). Cabe destacar como centro
artístico del caravaggismo a Nápoles, por entonces virreinato español. Caravaggio pasó por esta
ciudad, dejando un sello indeleble y dando involuntariamente vida a una de las escuelas
pictóricas más importantes de la primera mitad del siglo. Destacaron Carracciolo (1578-1635) y
al español José de Ribera (1591-1652) y sus discípulos. Influyó igualmente en pintores
extranjeros que estudiaban o trabajaban en Roma, quienes reinterpretaron el tenebrismo en
clave nacional. Cabe citar a los «bambochantes» flamencos, o al alemán Adam
Elsheimer. Domenico Fetti (h. 1589–1623), que trabajó en Roma, Mantua y Venecia, es otro
pintor influido por el tenebrismo, si bien utiliza una luz un poco más difusa.

El Domenichino: La asunción de Santa María Magdalena,


h. 1617-1621, clasicista que pretende seguir los modelos de Rafael.

Clasicismo romano-boloñés[editar]

Véanse también: Pintura clasicista y Escuela Boloñesa.

Por su parte, los Carracci forman el llamado clasicismo. Los temas a plasmar se inspiran en
la cultura greco-latina, con seres mitológicos, y alegorías. Rechazan las figuras distorsionadas
del manierismo, pero también la crudeza naturalista de Caravaggio, y optan por pintar
una belleza ideal que recuerda a la del Alto Renacimiento, de manera que son un estilo
intermedio más realista que el manierismo, pero más idealizado a su vez que el caravaggismo.
Les influyen grandemente los maestros del siglo xvi, como Rafael y Miguel Ángel. El color y la
luz son suaves, marcando un ritmo alegre y dinámico. Junto a las figuras de belleza idealizada,
se representan paisajes clasicistas, equilibrados y serenos en los que suelen aparecer
ruinas romanas, recuperando así un paisaje clásico que los caravagistas habían ignorado.
Aunque sigue habiendo figuras humanas, lo importante en estos paisajes es la representación
de la naturaleza que el hombre no domina y que es algo más que el marco donde se
desarrollan los acontecimientos humanos. Se pintan frescos en techos y bóvedas, renovando
esta técnica; Aníbal Carraci inicia las grandes decoraciones barrocas con su decoración de la
bóveda del salón o Galería del palacio Farnesio (1597-1604). En ella divide idealmente el techo
en cuadros con arquitecturas fingidas, y dentro de cada uno de esos cuadros, pinta las
correspondientes escenas, que parecen así insertadas en un marco arquitectónico. Con la
pintura esencial, heroica y clásica de A. Carracci comenzó a delinearse el arte barroco; su
influencia posterior, en las grandes decoraciones del pleno barroco y más allá, en el Rococó, es
inmensa. Carracci se inspiró, a su vez, en un artista al que la crítica considera esencial y
auténtico precursor del Barroco, Antonio Allegri llamado Correggio. Otro importante
precedente que se señala como reacción antimanierista que intenta recuperar esa belleza ideal
del Alto Renacimiento es Federico Barocci de Urbino (h. 1535-1612). Se puede establecer un
paralelismo con el ámbito musical, donde el contrapunto toma pie sosteniendo la polifonía, y
el tono y la amalgama orquestal aparecía siempre con mayor insistencia.

Guercino, La Aurora (1621), Roma, Casino Ludovisi.

Como ocurre con Caravaggio, los Carracci crearon escuela y sirvieron para renovar los
escenarios pictóricos. Crearon una academia de pintores llamada primero «de los Deseosos»
(de Desiderosi, Deseosos de fama y aprender), luego «de los Encaminados» o «Progresistas»
(de los Incamminati) y al final Escuela de los Eclécticos. En ella, los alumnos aprendían técnicas
y también una cultura clásica que les permitiera componer complejos temas históricos,
mitológicos y alegóricos. Los académicos discípulos de Carracci, perfectos, nobilísimos y
clasicistas, reelaboraron los estilos históricos dando una lectura nueva y ecléctica. Entre ellos
cabe mencionar a sus discípulos Domenichino (1581-1641), Guido Reni (1575-1642)
y Guercino (1591-1666), que realizaron grandes decoraciones en Roma, señalándose otro
importante centro en Bolonia. También Francesco Albani (1578-1660) es clasicista, aunque
prefigura ya el rococó. No obstante, existe una clara evolución entre estos autores. Mientras
que Domenichino y Guido Reni (Casino Rospigliosi) siguen siendo estrictamente clasicistas en
sus decoraciones a través del método manierista de los «cuadros seriados», en Guercino se da
un paso más hacia el pleno barroco como puede verse en La aurora en el techo del casino
Ludovisi (1621), que aunque sigue siendo «cuadro seriado», introduce
la perspectiva ilusionista, «abriendo» hacia al cielo los elementos arquitectónicos. Guercino,
aunque clasicista, adopta algunos rasgos de los caravagistas y anticipa también el estilo del
pleno barroco. Ejemplos tardíos de supervivencia del clasicismo de la Escuela Boloñesa, ya en
pleno barroco y rococó, son Carlo Maratta (1625-1713) y Giuseppe Maria Crespi llamado Lo
Spagnuolo (1665–1747).

El pleno Barroco[editar]

Tras las muertes precoces de Aníbal Carracci (1609) y de Caravaggio (1610) el mundo artístico
pareció dividirse en dos, entre caravaggistas y clasicistas. Pero será una tercera vía la que
sobrevivió: es el estilo que Pedro Pablo Rubens elaboró en sus viajes por la Península Italiana,
culminado en Roma en torno al año 1608 con La adoración de la Virgen en la Santa Maria in
Vallicella. Aunque la pintura barroca hunde sus raíces en la tradición anterior (el
colorido veneciano de Giorgione y Tiziano, la gracia de Rafael, la potencia física de las figuras
de Miguel Ángel y los trucos ilusionistas de Correggio), fue realmente Rubens quien unificó
todos esos precedentes para producir un estilo único que se difundió por todas las cortes
europeas, dotándolos de una nueva energía. El arte de Rubens se vio exasperado
por Guercino en el segundo decenio del siglo: y Guercino, con su lenguaje apasionado y
emotivo derivado de Ludovico Carracci, con su luz mórbida, el color mismo en manchas,
aventajaba al clásico, intelectual y melancólico Guido Reni. Guercino y Rubens son pues las dos
figuras que abrieron la nueva estación que habría una definitiva consagración en el tercer
decenio, en la obra de Gian Lorenzo Bernini.

Pietro da Cortona: Bóveda del gran Salón del Palacio


Barberini, de Roma, representando la Glorificación del reinado de Urbano VIII, también
conocido como El triunfo de la Divina Providencia (1633-1639), ejemplo de amplia decoración
propia del pleno barroco.

El pleno barroco produjo grandes decoraciones que ya no estaban compartimentadas como en


la escuela clasicista, sino que se rompía con esas divisiones, creando perspectivas ilusionistas al
modo de Correggio. Esta técnica del fresco implicaba también la aparición derivada de un
género autónomo, el bozzeto (boceto) en el que se representaba, en dimensiones reducidas, lo
que luego se iba a plasmar en las enormes techumbres, y que poco a poco va siendo
reconocido como una obra de valor propio, que los interesados por el arte van coleccionando.
Entre los grandes decoradores hay que citar, en primer lugar, a Giovanni Lanfranco y su cúpula
de San Andrés della Valle (1621-1625) y, sobre todo, las gigantescas empresas decorativas
de Pietro da Cortona, como la bóveda de los salones del palacio Barberini (1633-39), a la que
se ha llamado «acta de nacimiento de la pintura de techos del Alto Barroco»2 del palacio
Pamphili en Roma y en el palacio Pitti de Florencia. Pinta enormes escenas, no
compartimentadas, que parecen surgir de arquitecturas y esculturas que son sólo aparentes;
en ellas fluyen los diversos géneros, la alegoría, la mitología y la historia además del paisaje y
detalles de bodegón. Se trata de una pintura llena de ritmo y movimiento, con un color cálido
de clara influencia veneciana. Pietro da Cortona escribió un Tratado en el que expresaba su
teoría pictórica, comparando la pintura con el poema épico, en el que aparte del tema principal
hay una serie de episodios y múltiples personajes, lo cual ciertamente hace que la obra sea
más complicada de entender. Su prodigiosa técnica pronto fue seguida por un gran número de
adeptos, el cortonismo se convierte así en el lenguaje de la pintura monumental, un perfecto
medio de propaganda para los clientes laicos y religiosos en cuyas apoteosis grandiosas se ven
empujadas una contra otra por efectos luminosos y de perspectiva gracias también al uso de la
«cuadratura». De hecho, para crear estas arquitecturas se empleaban especialistas,
llamados quadraturisti. Entre los seguidores de esta pintura decorativa e ilusionista
estuvieron Battista Gaulli (1639-1709), llamado el Baciccio (el Gesú, 1674-1679) y el
padre Andrea Pozzo (bóveda de San Ignacio, 1691). Este tipo de pinturas que representan una
apoteosis, de santos o gobernantes, es tema nuevo del barroco aunque en realidad va más allá
de las concretas personas representadas; así la Apoteosis de San Ignacio que pinta el Baciccio
no pretende tanto glorificar al santo como a la orden jesuita que él creó. Este tipo de pintura se
difundió por toda Italia y otros lugares de Europa. Mitelli y Colonna trabajaron en Bolonia y
luego España; el padre Pozzo influyó en la pintura austriaca y bávara; el napolitano Luca
Giordano pasó muchos años en España. La influencia de la pintura decorativa barroca italiana
se prolonga en el centro de Europa más allá del siglo xvii, ya en pleno Rococó: será un
artista italiano, Bartolomeo Altomonte (1702-1783) quien, por ejemplo, pinta el fresco del
techo de la biblioteca en el monasterio de San Florián, cerca de Linz, en el año 1747.

No obstante, siempre hubo quien defendió unas obras más sencillas y fáciles de comprender,
como el clasicista Andrea Sacchi (1599-1661) y sus discípulos.

Escuelas regionales[editar]

Un rasgo característico del rico barroco italiano es la coexistencia de escuelas regionales con
características propias que permitían diferenciarlas de las tendencias generales romanas. Así,
en Nápoles, la pintura se caracteriza por usar manchas (macchia) de color por lo que a los
pintores de esta tendencia se les llamaba macchiettista. Además de los ya
mencionados caravaggistas Carracciolo (1578-1635) y José de Ribera (1591-1652), destacó en
Nápoles Salvator Rosa (1615-1673). Rosa se especializó en cuadros de batallas y creó el
«capricho» (capriccio), rápidas pinturas realizadas en un momento, al socaire de la inspiración
repentina. Otros representantes del barroco napolitano fueron Mattia Preti (1613-1699) y Luca
Giordano (1634-1705).

Por su parte, en Milán se habla del Seicento lombardo, muy influido por las indicaciones
de Carlos y Federico Borromeo. Utiliza un lenguaje severo o dramático en escenas fuertemente
narrativas, en cuadros que son siempre una mezcla de realidad concreta, cotidiana, y una
visión mística y trascendental de la humanidad y de la fe. Pueden incluirse dentro de esta
tendencia a Pier Francesco Mazzucchelli, llamado el Morazzone (1573–1626), Giovan Battista
Crespi, llamado el Cerano (1573-1632), Giulio Cesare Procaccini (1574-1625) y Daniele
Crespi (1590-1630).
Evaristo Baschenis: Instrumentos musicales.

En Génova se desarrolló todo un estilo, el barroco genovés, a partir del contacto con la escuela
flamenca, ya que había una colonia de mercaderes de esta procedencia; son pintores
típicamente genoveses Bernardo Strozzi (1581-1644), Giovanni Benedetto Castiglione, llamado
el Grechetto (160-–1664), Gregorio de Ferrari (h. 1647 - 1726) y, ya en el rococó del
siglo xviii, Alessandro Magnasco llamado el Lissandrino (1667–1749).

Incluso Toscana tuvo una pintura propia, más bien clasicista.

Y, siempre aparte, hay que mencionar a los venecianos, en donde trabaja un


pintor alemán, Johann Liss (ca. 1595-ca. 1629) con gran nivel y calidad. A la escuela
veneciana pertenece también Evaristo Baschenis (1607-1677), especializado en
pintar bodegones de instrumentos musicales. En general, en la Venecia de esta época, lejos del
tenebrismo, se mantiene la tradición heredada de Tiziano y Veronés, realizando suntuosos
cuadros de paisajes urbanos inundados de luz y color, en un estilo continuo que llegará hasta el
siglo xviii (Guardi y Canaletto).

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