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Tema 3.

Semanticismo, estructuralismo, representacionalismo

1. Introducción

Después del giro historicista, la filosofía de la ciencia tradicional pierde en buena


medida su identidad: surgen nuevos temas, nuevos enfoques y nuevas áreas de estudio
interesadas en la actividad científica.

No obstante, el giro historicista no fue el único desencadenante de esta “crisis de


identidad”: la propia actividad científica cambió considerablemente durante la segunda
mitad del siglo XX. Tanto es así que son muchos los que prefieren hablar de
tecnociencia (en lugar de ciencia a secas) para referirse a buena parte de las disciplinas
científicas contemporáneas (La revolución tecnocientífica, de Javier Echeverría, 2003).

Este profundo cambio en la actividad científica trajo consigo una reorientación de la


reflexión acerca de la ciencia y la actividad científica, una reorientación que queda bien
recogida en la etiqueta “estudios sobre la ciencia y la tecnología”, en los que la filosofía
de la ciencia no es la única disciplina implicada.

Como hemos visto en el tema anterior, durante los setenta surgen enfoques y disciplinas
como la nueva sociología de la ciencia, cuyos temas se solapan con los tradicionales de
la filosofía de la ciencia.

Durante este periodo se crean también diferentes programas de investigación sobre la


intersección entre política, ciencia y tecnología, y muchos países crean agencias de
evaluación de la ciencia y la tecnología en las que convergen especialistas con
diferentes formaciones (en sociología, economía, antropología, ciencias políticas, etc.).

También durante este periodo van a surgir otras áreas de estudio, como la economía de
la ciencia y la tecnología, o los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (CTS).

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Así, en definitiva, coincidiendo con el giro historicista, diversas transformaciones
tecnológicas y sociales hicieron que no fueran ya sólo los filósofos e historiadores de la
ciencia los que se encargaran de los temas tradicionales de la filosofía de la ciencia:
tanto los propios temas como los especialistas encargados de ellos cambiarían
considerablemente durante la segunda mitad del siglo XX.

Junto con otros muchos especialistas que estudian la ciencia y la tecnología desde
diferentes perspectivas, los filósofos de la ciencia han seguido con su trabajo después
del giro historicista, pero el trabajo era ya en muchos sentidos nuevo a causa de los
señalados desarrollos.

No obstante, siguen existiendo corrientes en filosofía de la ciencia que discuten los


mismos temas de los que se ocuparan los filósofos de la ciencia de la primera mitad del
siglo XX, y de un modo muy similar. La corriente estructuralista, de la que nos
ocuparemos en el segundo punto de este tema, es la más importante en esta línea de
continuidad con la filosofía de la ciencia que se desarrollara a partir del positivismo
lógico.

A pesar de que los estructuralistas dan por superadas la práctica totalidad de las tesis de
los positivistas lógicos, e incluso aunque tratan de incorporar algunas de las
aportaciones del giro historicista, su intención principal es la de mantener el rigor en el
análisis lógico de las teorías científicas y prolongar la defensa de la racionalidad
científica que caracterizó a la filosofía de la ciencia previa al giro historicista.

Aunque a ellos les case peor que a los estructuralistas la descripción en términos de
continuidad con la concepción heredada, también los semanticistas y los
representacionalistas pueden concebirse como continuadores del trabajo tradicional en
filosofía de la ciencia.

En resumen, y frente a las diferentes líneas heterodoxas que vimos en el tema anterior,
en éste volvemos a centrarnos en escuelas que responderían al desafío del giro
historicista manteniéndose dentro de la línea de la filosofía de la ciencia inaugurada por
los positivistas lógicos.

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La clave esencial de esta línea de continuidad la encontramos no en tesis o doctrinas
específicas, sino en que, para los autores y escuelas de los que nos ocuparemos en este
tema, la naturaleza y la justificación de las teorías científicas siguen siendo el objeto de
la filosofía de la ciencia.

2. La concepción semántica

Interesa subrayar desde el principio que las otras dos corrientes que veremos en este
tema (el estructuralismo y el representacionalismo) suelen concebirse como desarrollos
de la concepción semántica (o catalogarse, de hecho, como subclases del semanticismo).

La concepción semántica se remonta a los años ’60, en la así llamada Escuela de


Stanford, con Patrick Suppes como principal figura.

En lugar de tratar de realizar una axiomatización formal de las teorías científicas (como
los positivistas lógicos), la concepción semántica buscó elaborar una axiomatización
informal basada en teoría de conjuntos.

Las teorías científicas son concebidas como estructuras conceptuales abstractas


definibles mediante axiomas que pueden ser satisfechos o no por los sistemas empíricos.
Cuando un sistema empírico satisface cada uno de los ítems del predicado conjuntista
que define a una teoría, ese sistema es interpretado como un modelo de la teoría.

Lo que tenemos aquí es por tanto un nuevo análisis lógico semi-formal basado en las
nociones de modelo y en la teoría de conjuntos (similar al análisis lógico-formal de los
positivistas lógicos, pero con diferencias significativas en el aparato descriptivo con el
cual tratan de capturar la naturaleza de las teorías científicas).

El proyecto ya no es, como en el positivismo lógico, el de reducir las teorías científicas


a sistemas formales ni a cálculos lógicos. En lugar de ello, se procede a una
axiomatización semi-formal recurriendo a los métodos semánticos de Alfred Tarski y
asimismo la teoría de modelos en la que desembocaran esos métodos (cuya idea central
reside en la sustitución de los símbolos de una teoría por expresiones de otra de tal
forma que los axiomas de la primera se traducen en teoremas de la segunda, pudiendo

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estudiarse las propiedades formales que se heredan de teoría a teoría en estas
traducciones).

Sea como fuere, en esta escuela permanece el espíritu epistemológico original del
análisis lógico de las teorías científicas –y sobre todo la idea tradicional de que las
teorías son la esencia del conocimiento científico y deben ser por tanto el objeto de
estudio de la filosofía de la ciencia: estamos de vuelta en lo que Popper denominó
“metateoría” (filosofía de la ciencia como teoría acerca de las teorías científicas).

La concepción semántica se diferencia no obstante de la “concepción heredada” (del


positivismo lógico) en que, mientras los positivistas lógicos se centraban en los aspectos
lógico-sintácticos de las teorías y teorizaban acerca de la relación entre el vocabulario
teórico y observacional, la concepción semántica no se centra en el aspecto lógico o
lingüístico de las teorías científicas.

“La interpretación sintáctica de una teoría la identifica con un cuerpo de teoremas,


formulados en un lenguaje particular que ha sido elegido para expresar dicha teoría.
Esto podría contraponerse con la alternativa de presentar una teoría identificando una
clase de estructuras como sus modelos. En esta segunda perspectiva (semántica) el
lenguaje usado para expresar la teoría no es básico ni único” (Bas van Fraassen, The
Scientific Image, 1980; Trad.: Paidós, 1996)

En contraposición a la concepción lógico-sintáctica de los positivistas lógicos, la


concepción semántica considera las teorías como clases de modelos, no como conjuntos
de enunciados referidos a hechos.

Aunque los semanticistas conceden que los lenguajes formales y naturales juegan un
papel importante en la ciencia, entienden que el lenguaje no debe ser considerado el
elemento esencial y principal del análisis de las teorías científicas. En lugar de ello, lo
que proponen es que la construcción de modelos y representaciones es esencial para la
elaboración del conocimiento científico, y que la filosofía de la ciencia ha de centrarse
en el análisis de los modelos y representaciones científicas, renunciando a atribuir un
significado único o atómico a los términos científicos.

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“El trabajo esencial de una teoría científica es proporcionarnos una familia de modelos,
para ser utilizada en la representación de los fenómenos empíricos” (Van Fraassen, “A
formal approach to the philosophy of science”, 1972).

La modelos (no sólo los matemáticos, sino asimismo estructurales, mecánicos, etc.) han
jugado un papel esencial en la ciencia moderna. La modelización teórica implica el uso
de gran cantidad de representaciones, no sólo enunciados. Así pues, los conceptos
científicos se interpretan en el marco de modelos teóricos, y sólo dentro de ellos
adquieren significado empírico.

Otra diferencia con la concepción heredada (más allá del abandono de la concepción
lógico-enunciativa) reside en el rechazo de los semanticistas de la problemática
distinción de los positivistas lógicos entre términos teóricos y términos observacionales.

“Los términos o conceptos son teóricos (son introducidos o adaptados según los
propósitos de la construcción de una teoría). Las entidades son observables o
inobservables” (Ibíd.).

Los semanticistas aceptan la tesis de Hanson de la carga teórica de la evidencia empírica


(y con ella la imposibilidad de que exista algo así como un lenguaje científico
puramente observacional).

Por otra parte, entre los autores semanticistas se han empleado diferentes métodos
lógicos para el análisis de las teorías científicas: así, por ejemplo, mientras Suppes
recurre a la teoría de conjuntos, Van Fraassen emplea la noción de espacio de estados a
la hora de definir la estructura de las teorías.

Como veremos, los autores estructuralistas coinciden en buena medida con los
semanticistas en su intento de desarrollar un formalismo alternativo al de la concepción
heredada. No obstante, existen importantes diferencias entre ambas escuelas.

Una de las más importantes tiene que ver con el rechazo de los estructuralistas de las
nociones de verdad o falsedad: los estructuralistas no conciben el progreso científico

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como una aproximación a la verdad; en lugar de ello, se limitan a reconstruir las
evoluciones teóricas producidas en el ámbito de investigación que sea el caso.

Los semanticistas, en cambio, entienden que las teorías científicas incluyen (junto a los
modelos) referencias empíricas que efectivamente tienen que ver con lo verdadero o lo
falso:

“Aun cuando una teoría se exponga siempre presentando una clase de modelos
(estructuras) no podemos identificar aquélla con ésta, porque una clase no puede ser
verdadera o falsa. Así que la teoría tiene al menos que incluir algo más: por ejemplo,
una afirmación o aseveración acerca de esta clase” (Van Fraassen, “On the question of
identitication of a scientific theoty”, 1985).

Dado que las teorías dicen cosas sobre el mundo, deben guardar relación con el
problema clásico de la verdad y de la falsedad de sus afirmaciones.

Entra aquí en juego la discusión en torno al realismo.

Van Fraassen defiende un “empirismo constructivo” (cf. van Fraassen, The Scientific
Image, 1980) que es semánticamente realista (problema de la verdad), pero por lo que se
refiere a cualquier entidad teórica inobservable, Van Fraassen mantiene una actitud
agnóstica.

De acuerdo con este empirismo constructivo, el objetivo de la ciencia es la elaboración


de teorías empíricamente adecuadas, pero la aceptación de una teoría sólo incluye la
creencia de que es empíricamente adecuada. ¿Y qué significa esa adecuación empírica?
“Una teoría es empíricamente adecuada si lo que dice sobre las cosas y eventos
observables de este mundo es verdadero: si salva los fenómenos”.

Las teorías, en tanto se refieren a fenómenos, tienen que ver con la verdad, y ésta
depende de la existencia de isomorfismos entre fenómenos y modelos (como
señalábamos, las teorías incluirían desde este punto de vista, aparte de las clases de
modelos, aseveraciones expresadas en un determinado lenguaje y relativas a su carácter
semántico).

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3. La concepción estructural

La concepción estructural puede considerarse un desarrollo de las propuestas


semanticistas y, sobre todo, como la última gran síntesis de las tradiciones previas, por
cuanto integra y trata de superar los problemas tanto del positivismo lógico como de las
diversas versiones del historicismo.

Patrick Suppes y la axiomatización por medio de predicados conjuntistas como


antecedente inmediato.

Texto seminal: The Logical Structure of Mathematical Physics (1971), de Joseph Sneed.

Reformulación y divulgación de la propuesta de Sneed: La concepción estructuralista


de las teorías (1979), de Wolfgang Stegmüller.

Síntesis del programa estructuralista (con relación de sus éxitos): An Architectonic for
Science (1987), de Joseph Sneed, Ulises Moulines y Wolfgang Balzer.

Al igual que en el caso del semanticismo original (porque el estructuralismo es de hecho


una forma de semanticismo), la perspectiva estructuralista no renuncia al recurso a la
lógica como instrumento para el análisis de las teorías científicas. Nuevamente, pues, el
mal uso de la lógica que hicieran los positivistas lógicos no se presenta como motivo
para tirar esta herramienta por la borda. En este sentido, cabe concebir al
estructuralismo como un desarrollo de la concepción heredada.

Por otra parte, del historicismo recuperarán la crítica de la distinción


teórico/observacional, la conciencia de la necesidad de prestar atención a la historia de
la ciencia y a las dificultades de la comparación inter-teórica.

Si bien Sneed y el resto de los estructuralistas proceden a una axiomatización


conjuntista de las teorías para definir qué sean éstas, entienden que los axiomas son algo
contingente: podríamos utilizar diferentes conjuntos de axiomas para definir la misma
teoría, porque lo característico de las teorías son los modelos que satisfacen esos

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axiomas (y las mismas clases de modelos pueden satisfacer diferentes conjuntos de
axiomas).

Así pues, tendríamos por una parte los axiomas que elegimos para representar la teoría y
por otra parte los modelos.

Entre esos axiomas, los más generales delimitan un marco conceptual que no depende
de términos propios de la teoría. Tomemos como ejemplo la mecánica clásica
newtoniana. Se trata de una colección amplia de teorías. Una de ellas, la mecánica
clásica de partículas, implica la segunda ley de newton, en cuya formulación a aparecen
los conceptos propios de la teoría: masa y fuerza. Pues bien, aquel marco conceptual
ajeno a los conceptos propios de la teoría está integrado por conceptos más básicos pero
necesarios para especificar la teoría (conceptos como tiempo o coordenadas espaciales).
Los axiomas que definen estos conceptos más generales sirven para delimitar la clase
más amplia y general de modelos: los así llamados “modelos potenciales parciales”.

Además de esos axiomas que ofrecen un marco conceptual básico con conceptos no
propios de la teoría, otros axiomas más específicos definen los conceptos propios de la
teoría (en el caso del ejemplo propuesto, los de masa y fuerza). Estos axiomas sirven
para delimitar los “modelos potenciales”.

Finalmente, al menos un axioma debe incluir la ley característica de la teoría, en el


ejemplo escogido, la segunda ley de la mecánica newtoniana (ΣF=m·a). Este axioma,
que define esa ley característica de la teoría, sirve para delimitar los “modelos
efectivos” de la teoría (los que cumplen con todos los axiomas, incluyendo,
decisivamente, el que define la ley característica de la teoría).

Hasta aquí nos moveríamos en el marco de modelos meramente abstractos. Pero las
teorías de las ciencias naturales se aplican a partes del mundo empírico. Cuando
seleccionamos una parte del mundo empírico para ver si se comporta como los modelos
efectivos, hacemos una aplicación de la teoría, comprobando si esa parte del mundo
empírico satisface los axiomas (si lo hace, es por tanto un modelo efectivo empírico de
la teoría: se comporta como la teoría predice).

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Una tesis fundamental de Sneed y el resto de los estructuralistas es la de que las teorías
tienen una parte conceptual (denominada “núcleo teórico”, formalizada como “K” e
integrada por la ley característica y los modelos potenciales y efectivos) y otra empírica,
integrada por las aplicaciones (“I”).

Las teorías científicas incluyen, por tanto, como un componente estructural básico, a sus
aplicaciones (los sistemas empíricos modelizados de acuerdo con el núcleo teórico).
T=<K, I>

Así pues, las teorías incluyen un elemento conceptual (el núcleo teórico) y otro
empírico, integrado por las “aplicaciones empíricas” (también llamadas “aplicaciones
intencionales”). Recogiendo las propuestas de Lakatos y Laudan, el núcleo se concibe
como no falsable empíricamente (sino sólo teóricamente: las anomalías empíricas no
refutan una teoría; sólo otra teoría puede hacerlo).

El resto de los supuestos básicos de la concepción estructural son:

1. Las teorías científicas incluyen leyes.

2. En toda teoría científica pueden distinguirse términos T-teóricos y T-no-teóricos. La


diferencia entre ambos estriba en que los primeros –pero no los segundos– se
encuentran explícitamente implicados en la formulación de las leyes características de la
teoría. Esta distinción viene a reemplazar a la distinción de la concepción heredada entre
términos teóricos y términos observacionales. Esta distinción propia de la concepción
heredada no era relativa a cada teoría, sino universal, y fue uno de los mayores
problemas irresueltos del positivismo lógico.

Sneed propone la distinción prescindiendo de la noción intensional de significado y


define el significado de cualquier concepto científico extensionalmente, es decir,
mediante los modelos de la teoría T en los que aparece ese concepto. Partiendo de esta
idea, un término es definido como T-teórico cuando su determinación (que usualmente
equivale a “medición”) en cualquiera de los modelos en los que aparece presupone una
ley característica de la teoría.

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3. Existen ligaduras intrateóricas entre diversos modelos de una misma teoría y vínculos
interteóricos entre modelos de diversas teorías. Ambos (ligaduras y vínculos) pueden
ser definidos en términos conjuntistas (sin recurrir a ontologías que presupongan
identidad de objetos, términos o teorías). Son estos vínculos y ligaduras los que
permiten analizar los procesos de cambio científico (en el contexto de lo que Kuhn
llamaría épocas de ciencia normal).

4. El análisis estructuralista no pretende sólo reconstruir la estructura sincrónica de una


teoría, sino que permite también reconstruir su evolución diacrónica.

5. El análisis estructuralista debiera poder aplicarse a todo tipo de ciencias. Aquí


encontramos un hilo de continuidad con el programa de unificación de la ciencia de los
positivistas lógicos (aunque ahora sin pretender esa unificación mediante reducción al
lenguaje fisicalista).

Como señalábamos, la tradición estructural parte del intento de Suppes de


axiomatización conjuntista.

No obstante, este intento condujo a una serie de problemas, por cuanto los predicados
conjuntistas de Suppes no permiten especificar criterios para determinar la aplicación de
los modelos –en otras palabras, para diferenciar “modelos potenciales” de “modelos
efectivos”; en términos intuitivos: los estructuralistas denunciaron que con la técnica de
Suppes no es posible hacer explícito el sentido en que las teorías son empíricamente
correctas o incorrectas.

La respuesta estructuralista a este impasse va a consistir en distinguir los señalados


elementos las teorías: el conceptual (núcleo teórico) y el empírico (las aplicaciones).

En cuanto a la referida distinción teórico/observacional, los estructuralistas la


sustituyen, como señalamos, por la noción de T-teoricidad de Sneed, de acuerdo con la
cual los términos teóricos propios de una teoría (T-teóricos) difieren de los términos
teóricos impropios (adoptados de otras teorías, preteóricos, etc.).

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La estructura de una teoría queda definida, haciendo uso de esta noción de T-teoricidad,
por los siguientes elementos:

1. Términos no T-teóricos que delimitan modelos parcialmente potenciales.


2. Términos T-teóricos que restringen la clase de los modelos parcialmente potenciales
a modelos potenciales.
3. Leyes de la teoría, que restringen los modelos potenciales a modelos actuales o
efectivos.

“Llamaremos ‘modelos potenciales’ a aquellas estructuras a las que solo se imponen las
determinaciones conceptuales y que por lo tanto constituyen el marco conceptual de la
teoría; a su totalidad la simbolizaremos por ‘Mp’. A las estructuras que, por añadidura,
satisfacen las leyes genuinas de la teoría, las llamaremos ‘modelos actuales’; las
simbolizaremos simplemente por ‘M’. En caso de que la teoría en cuestión no sea
empíricamente trivial, siempre valdrá: M ⊆ Mp [M es un subconjunto de Mp].
Así pues, de acuerdo con el estructuralismo, la identificación de una teoría dada
cualquiera comienza por la fijación de sus clases Mp y M. La fijación de estas clases
normalmente se hará dando una lista de fórmulas de la teoría de conjuntos que
aceptamos como axiomas. No obstante, hay que tener presente siempre que estas
fórmulas (…) sólo son en realidad medios auxiliares para la identificación de las clases
de modelos en cuestión y no constituyen la ‘sustancia’ de la teoría. Podríamos tomar
otros axiomas para determinar las mismas clases de estructuras y por tanto la misma
teoría. Confundir los axiomas concretamente escogidos con la teoría en sí misma sería
un error parecido al de confundir el número de pasaporte de una persona con la
identidad misma de esta persona.
En principio, y mientras no se deban tomar en cuenta ulteriores complicaciones, el par
de estructuras constituye la identidad formal de una teoría dada. Llamaremos a este par
‘núcleo (estructural) formal’ o simplemente ‘núcleo’ de la teoría y lo simbolizaremos
por ‘K’ (…).
Ahora bien, una tesis fundamental de esta concepción radica precisamente en la idea de
que el núcleo formal (…) no representa el único componente de la identidad de una
teoría empírica. Esto es, no sabremos realmente de qué teoría se trata si sólo indicamos
el marco conceptual y las leyes fundamentales de una teoría. Al contrario de lo que
ocurre en las teorías de la matemática pura, en el caso de las disciplinas empíricas

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necesitamos la indicación del dominio de aplicaciones intencionales de estas teorías
para identificarlas de manera completa (…).
Una teoría empírica no viene dada solamente por un núcleo K, sino también por un
dominio de aplicaciones intencionales que es independiente del primero, y al cual
simbolizaremos por “I”: T = <K, I>. Es justamente cuando nos planteamos la cuestión
de una determinación ulterior de este dominio I que se ponen de manifiesto las
insuficiencias de una consideración puramente semántico-sincrónica de las teorías y que
nos vemos llevados directamente a la inclusión de elementos pragmático-diacrónicos en
nuestro concepto de teoría (…).
Hay que concebir las aplicaciones intencionales de una teoría dada como aquellos
sistemas empíricos a los que queremos aplicar las leyes fundamentales de la teoría en
cuestión, para posibilitar, por ejemplo, explicaciones, predicciones, etc. Para alcanzar
este objetivo, esos sistemas, sin embargo, deben estar ante todo concebidos en términos
de los conceptos de la teoría misma, de lo contrario, no obtendríamos ninguna
homogeneidad conceptual entre las leyes generales y los datos o hechos concretos. Ello
significa que los sistemas empíricos en cuestión deben ser representados ante todo como
modelos potenciales de la teoría. De acuerdo con esta presuposición, las aplicaciones
intencionales serán reconstruidas como determinados modelos potenciales de la teoría
que nos interesan para determinados fines empíricos (…).
El éxito de la teoría depende de que los sistemas propuestos como aplicaciones
intencionales resulten ser efectivamente modelos actuales de la teoría, lo cual a su vez
significa que satisfacen las leyes planteadas. A su vez, el fracaso [absoluto] de una
teoría consistiría en que no sea capaz de abarcar entre sus modelos actuales ni uno solo
de los sistemas a los que se pretendía aplicar (…).
La identificación de I presupone implícitamente una serie de parámetros socio-
históricos, que son irreducibles a conceptos puramente semántico-sincrónicos. Dado que
la identidad de la teoría incluye el concepto de aplicación intencional, y éste a su vez,
depende de dichos parámetros, resulta en consecuencia que la determinación de la teoría
en su totalidad deberá tomar en cuenta dichos parámetros.
Llegamos aquí a un punto en que la concepción estructural muestra claramente la
necesidad de una cooperación interdisciplinaria entre lógicos, sociólogos e historiadores
para resolver el problema conceptual, metatéorico, de la identidad de las teorías
científicas, pues la elucidación de los parámetros pragmático-diacrónicos que la

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constituyen deberá tomar en cuenta los resultados de esas disciplinas diversas” (Ulises
Moulines, “La concepción estructuralista de la ciencia”, 2002).

4. El representacionalismo

Enfoque representacional como otro desarrollo del semanticismo: teorías concebidas,


pues, también aquí, como algo más que entidades lingüísticas.

Aquí nos centraremos en Ronald Giere (1938-2020), última gran figura de la historia de
la filosofía de la ciencia que veremos antes de entrar en el bloque sobre discusiones
particulares en sub-áreas de la filosofía de la ciencia. Se trata, por cierto, de un autor
que nos permite comenzar a trazar un puente hacia la primera de esas sub-áreas (la
filosofía de las ciencias cognitivas).

Texto fundamental: Explaining Science: A Cognitive Approach, de 1988. Giere aboga


en esta obra por un enfoque cognitivo en filosofía de la ciencia.

El enfoque cognitivo es un intento de naturalización de la filosofía de la ciencia, es


decir, un intento de presentar los problemas de los que se ocupa la filosofía de la ciencia
de tal manera que puedan ser abordados por las ciencias naturales (en particular, por las
ciencias cognitivas).

El naturalismo parte, en filosofía de la ciencia, del rechazo del programa


fundamentalista, de acuerdo con el cual se puede fundamentar y justificar el
conocimiento científico desde fuera de la ciencia (desde la filosofía), es decir, sin
recurrir a métodos y conocimientos científicos.

Según Giere, el programa fundamentalista lleva en práctica desde Descartes y ha tenido


muchos más fracasos que éxitos: ha conducido a una enorme cantidad de callejones sin
salida y su premisa de partida está por tanto en duda.

La filosofía naturalizada de la ciencia pretendería pues construir algo así como una
ciencia de la ciencia cuyo trabajo consistiría en explicar, recurriendo a las herramientas
de las ciencias naturales (no como en el caso de los sociólogos del conocimiento

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científico), cómo determinados animales dotados de determinadas capacidades fruto de
la evolución biológica logran representar científicamente la realidad.

La vieja tradición epistemológica ponía el acento en justificar: cómo sabemos que


nuestro conocimiento es cierto, cómo se justifica el conocimiento científico.

El programa naturalista pone el acento en la explicación: cómo surge el conocimiento


científico.

Estamos, pues, lejos de los intentos de carácter normativo de “reconstrucción racional”


de las teorías científicas.

Para Giere, las ciencias naturales pertinentes para el intento de naturalizar la filosofía de
la ciencia son las ciencias cognitivas, porque la propia ciencia es una actividad
cognitiva.

En este sentido, las teorías científicas son concebidas como un tipo de representaciones
de la realidad, de entre las diferentes clases de representaciones que construyen los seres
humanos y otros animales (la noción de representación es tal vez la más importante y
discutida en ciencias cognitivas).

Esta ciencia de la ciencia deberá explicar por tanto el modo en que los científicos usan
las capacidades cognitivas propias de nuestra especie para construir representaciones
científicas de la realidad.

Además del naturalismo, otro de los temas fundamentales de la filosofía de la ciencia de


Giere es su perspectivismo, que entra en el debate en torno al realismo y el
instrumentalismo sugiriendo que las teorías seleccionan diferentes facetas de la realidad:
ni la reflejan plenamente ni son meros instrumentos de cálculo desprovistos de
significado.

En el contexto de su perspectivismo utiliza la analogía de los mapas: cada mapa de un


mismo territorio nos permite conocer diferentes facetas de la realidad que intenta
representar (ni carece de referencia real ni la expresa de forma acabada y completa: es

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obvio que existen diferentes tipos de mapas que recogen e incluso combinan de
diferentes modos y desde diferentes perspectivas diferentes clases de información
acerca de un mismo territorio, desde información física, orográfica o hidrológica a
información política, histórica o económica).

Vinculando su trabajo con el de un importante científico cognitivo (la teoría de


modelos mentales de Johnson Laird) Giere presenta en términos naturalistas su
concepción de la relación entre los modelos teóricos y los sistemas reales a los que los
mismos se refieren.

De acuerdo con esta concepción, los científicos desarrollan modelos mentales de la


realidad sobre la que versarán las hipótesis que luego formularán con la intención de
someterlas a pruebas experimentales (que surgirán asimismo de diversas clases de
modelos mentales).

Si para los positivistas lógicos las hipótesis son verdaderas o falsas, esta concepción
estructurada en torno a modelos mentales permite grados de similitud entre modelos y
sistemas reales, con lo que se muestra mucho más flexible y cercana al funcionamiento
real de las diferentes disciplinas científicas.

Esto es especialmente importante en disciplinas que tratan con modelos de sistemas


muy complejos, disciplinas de las que derivan formas de conocimiento científico que no
encajan bien en la disyuntiva de verdadero/falso.

En cualquier caso, la postura de Giere acerca de las representaciones científicas y las


relaciones entre modelos teóricos y sistemas reales se encuentra a medio camino entre el
realismo y el relativismo (que negaría que el conocimiento científico represente nada en
absoluto).

Giere tiene, ciertamente, inclinaciones realistas, y defiende de hecho la existencia de las


entidades inobservables denotadas por conceptos teóricos.

Estas inclinaciones realistas se plasman en su concepción de la representación, cuyo


elemento esencial se encuentra en la noción de modelo.

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Giere se deshace del énfasis en las teorías concebidas como en entidades lingüísticas
propio de la concepción heredada (cf. Science without Laws, 1999).

El problema no estriba pues en la relación entre entidades lingüísticas y los sistemas


reales en términos de referencia y verdad. En el lugar de esas entidades ubica Giere los
modelos.

Concibe los modelos como entidades representacionales, sistemas abstractos que tienen
cierto grado de semejanza con los sistemas reales que representan: no son entidades
lingüísticas y no puede por tanto decirse propiamente que sean verdaderos o falsos.

Los modelos pueden describirse parcialmente mediante recursos lingüísticos, pero


también mediante diagramas, representaciones pictóricas, programas computacionales,
etc. (Noción flexible, y por tanto en ocasiones no del todo definida).

La relación de representación es en cualquier caso una relación no entre enunciados y


mundo, sino entre modelos y mundo. La noción que captura esa relación no es la de
verdad, sino la de ajuste (Giere va hablar de grados de ajuste o similitud).

Giere llama “hipótesis teóricas” a las hipótesis mediante las cuales los científicos
avanzan en qué aspectos y en qué grados un modelo se ajusta o asemeja al sistema real
que representa (mientras los modelos serían esencialmente no lingüístico, las hipótesis
sí tienen carácter lingüístico). Una teoría científica sería así un conjunto de modelos
acompañados por un conjunto de “hipótesis teóricas”.

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