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Esther Roperti
Introducción
Tal como expresa Levy (2011) los medios técnicos (o tecnológicos) condicionan, lo
que significa que abren ciertas posibilidades y no todas serán escogidas. No son ni
intersubjetivo
Vamos a detenernos en tres de las características del nuevo tiempo que se paten-
tizan en el psicoanálisis a distancia:
Negar estas influencias nos haría incurrir en una fantasía omnipotente. Además si,
por un lado, ponemos límites a la demanda indiscriminada por parte de los pacien-
tes a través de las distintas vías de comunicación ahora disponibles, tendríamos
que revisar si nosotros no ampliamos la oferta de una manera excesiva alimentan-
do la fantasía de la disponibilidad absoluta.
Es importante tener en cuenta los efectos del trauma migratorio en los cambios de
residencia tanto del paciente como del analista. Si bien el análisis puede continuar
a través de otro método (a distancia), no sólo se deberá realizar el duelo por la
situación analítica presencial perdida sino atender a los efectos del trauma migra-
torio, con sus consecuencias de impacto por el cambio de contexto y su influencia
intersubjetivo
Tal como lo plantea Ricardo Rodulfo (2012), son generalmente los adolescentes
los que introducen lo digital en el ámbito del consultorio. Para las nuevas genera-
ciones los dispositivos forman un «suplemento» de su subjetividad con pleno dere-
cho. Así, una paciente adolescente cuando su ex la elimina de su Facebook y de
su Whatsapp expresa en sesión «no me puede hacer eso, es como si me amputara
un brazo o una pierna».
Una joven, que no había podido hablar de los abusos sufridos, puede hacerlo cuan-
do elige analizarse en una lengua que domina pero no es su lengua materna. Sin
embargo, como acto fallido, cuando se refería a determinados aspectos de su
sexualidad, utilizaba expresiones de su idioma natal.
de una atmósfera que estimula la hipertrofia del yo hasta el paroxismo, que enaltece
y premia el deseo de «ser distinto» y de «querer siempre más». Algo que viene a
denominarse como el «show del yo» y que concibe la intimidad como espectáculo
(Sibilia, 2008).
La persona del siglo XXI construye su subjetividad con una línea que adelgaza la
frontera entre los ámbitos público y privado y se vale de las nuevas tecnologías de
la información para apuntalar su identidad. Se habla de «sociabilidad líquida» del
hombre postmoderno que potencia un tipo de yo más superficial y dúctil, que busca
exhibirse en «la piel de las pantallas» (Sibilia, 2008).
Los que practicamos psicoterapia a distancia sabemos que hacer sesiones usando
el teléfono fijo o móvil, el skype con o sin videocámara, el chat, o el correo electró-
nico, etc. supone atravesar un espacio público para tener acceso a un encuentro
que busca profundizar en la intimidad y en la confidencialidad. Para el trabajo
elaborativo de las sesiones este asunto es de capital importancia. Es difícil mante-
ner un estado de atención flotante y asociación libre si en la comunicación que
establecemos con el paciente no hay suficiente garantía de privacidad. Si hay
desconfianza, si hay ruido ambiente y se sospecha que el paciente no está en un
lugar que permita la reflexión y el silencio propios de un clima de intimidad, no se
trabaja con calidad. Una de las garantías del encuadre analítico es que se consiga
crear un clima de intimidad y privacidad.
Una paciente, que estaba siendo tratada de modo presencial, por razones de salud,
continuó siendo atendida a distancia. Al inicio de esta nueva etapa la paciente
hablaba mucho de las dificultades que había tenido para construir dentro de su
casa un espacio lo suficientemente privado e íntimo que garantizara la intimidad y
la privacidad necesarias. La confianza, que en el contexto del consultorio se cons-
truye entre otros elementos, mediante la cercanía corporal, ha de conseguirse
mediante la pertinencia de lo señalado y lo interpretado al paciente. Es decir, hay
que buscar elementos de contención que suplan la falta de presencia física (Carlino,
2010).
contrato que no solo hable de la asociación libre y la modalidad de pago, sino que
se expliciten las mínimas condiciones de privacidad necesarias. Que el analista lo
aclare no significa que el paciente lo cumpla, con lo que ya entramos en el uso que
el paciente hace del contrato terapéutico, elementos que serán trabajados median-
te la transferencia.
¿Y el cuerpo?
El siglo XXI está dominado por la imagen. Lo visual ha adquirido un peso nunca
antes conocido. Las distancias se acortan gracias a la tecnología. Ya no solo
podemos escuchar a nuestros otros sino que podemos verlos. Podemos entrar a
sus casas, ver sus vidas. Ese «mirar y ser mirado» tiene otra dimensión.
La comunicación parece hoy en día pasar preferentemente por lo visual antes que
por lo auditivo: más que llamar por teléfono, la gente se envía mails, o sms, o
Whatsapp. El lenguaje escrito se llena de «dibujos», las letras no pertenecen solo
al discurso verbal para construir palabras, sino que vienen a ser caracteres que se
convierten en un mensaje pictórico. Tal vez en este tiempo, mirar y ser mirado
tengan un peso diferente al de otras épocas. Y esa diferencia haya hecho espacio
para que la transferencia en un proceso psicoanalítico pueda asentarse cómoda-
mente en un discurso visual.
constante porque el ordenador ofrece una imagen fija en primer plano del otro, y un
espejo que nos refleja.
Sabemos que cuando Freud sostiene el uso del diván como un elemento intrínseco
a la práctica del psicoanálisis, cuyo uso facilitará la asociación libre de ideas y la
atención flotante, está incidiendo en la necesidad de pasar imágenes a palabras:
«como en tanto que escucho al sujeto me abandono también por mi parte, al curso
de mis ideas inconscientes, no quiero que mi gesto procure al paciente materia de
interpretaciones o influya sobre sus manifestaciones.» (1913/1981a: 1668).
Tal vez este punto pueda generar muchas dudas sobre cómo se puede dar un
proceso psicoanalítico si el analista no se sustrae.
Este es el caso de una paciente presencial que pasó a ser analizada por Skype
tras sufrir un accidente, la imagen fija de la pantalla del ordenador significó un
sostén para su primer sueño transferencial: en el material onírico, un hombre le
regala un pintalabios oscuro, de un color vivo. La paciente expresó: «Yo no uso
pintalabios, tú sí. Me fijo en eso, y es oscuro, de un rojo vivo y oscuro. Es el tuyo.»
Y es que para esta paciente en particular, en busca de su lugar, atrapada en el
duelo blanco de la madre muerta (Green, 1999), su lugar en el despacho queda
sustituido por un elemento visual que le significa lo vivo, como el vivo color del
pintalabios de la terapeuta, que ella mira en su pantalla en cada sesión.
Por ejemplo el caso de una paciente que le dijo a su analista que por favor, ese día
prefería no usar la cámara web porque tenía un brote de acné. Sin lugar a dudas
este material fue muy importante en el trabajo analítico de esa sesión.
Pero el cuestionamiento pasa también por ser mirados. Porque a través del dispo-
sitivo vemos y nos ven. Y nos vemos en espejo en la pantalla.
Freud reconocía una razón personal cuando explicaba el uso del diván: «por un
motivo personal que seguramente compartirá conmigo mucha gente. No resisto
Puede elegirse, y de hecho hay quien lo elige, hacer el análisis sin imagen, salva-
guardando la presencia de la persona del analista al ojo del paciente. Pero la situa-
ción del tratamiento a distancia tiene sus propias características distintivas que no
son equiparables a la visión impedida del paciente por su postura en el diván. Y de
nuevo las fantasías. ¿Hay alguien más escuchándonos tras la pantalla en negro?
¿El paciente está en actitud de trabajo o hace otra cosa de las muchas alternativas
que ofrece el dispositivo?
Bibliografía