Está en la página 1de 28

LECTURAS DEL LUNES 1 DE ABRIL DE 2024

(1ª Semana. Tiempo Pascual)


+ Mateo 28, 8-15
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los
discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se
postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.»
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había
sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta
consigna: «Digan así: Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos. Si el asunto llega a
oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo.»
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
Reflexión
En este lunes de la Octava de Pascua, y cuando todavía está muy fresca la alegría de la Celebración del día de ayer de la
Resurrección del Señor, el Evangelio nos relata la aparición de Jesús a las Santas mujeres, a quienes le indica que anuncien la
buena noticia a los apóstoles
Las mujeres salen del sepulcro llenas de temor por los hechos extraordinarios que han presenciado, pero a la vez, llenas de
gozo por la noticia que han oído, y van corriendo para dar la noticia a los apóstoles.
Esta primera manifestación de Jesús a los suyos sucede a un grupo de mujeres que le han sido fieles.
Jesús resucitado, quiere manifestarse primero a ellas, antes que a sus discípulos, que en ese momento representaban a la
Iglesia jerárquica.
Jesús ha elegido a esas mujeres para anunciar la Buena Noticia; pero antes les da su Paz, la alegría de hombre nuevo, un
destello de su gloria. Y ellas salen gozosas a cumplir con su misión.
Este evangelio nos deja a nosotros, dos mensajes para reflexionar:
Primero, que cuando el Señor nos llama a una misión, tenemos que realizarla con prontitud. Ellas al oír que el Señor ha
resucitado, salen a anunciarlo, con temor, pero van a anunciarlo. Y entonces el Señor sale a su encuentro.
Nosotros también muchas veces tenemos una misión, anunciar a Cristo, y también como esas mujeres podemos tener temor.
Pero el Señor no se va a dejar ganar en generosidad.
Si nos ponemos a su disposición Él va a salir a nuestro encuentro, con su Paz, para darnos la fuerza y el ánimo para
continuar.
La otra enseñanza es que el evangelio nos dice que salieron con una alegría inmensa a anunciar la Buena Noticia ¨QUE
JESÚS NO ESTÁ ENTRE LOS MUERTOS, QUE JESÚS HA RESUCITADO¨
Nosotros muchas veces nos encontramos con que tenemos que anunciar el evangelio en un ambiente de abatimiento y de
tristeza. Sin embargo, el proclamar que Jesús ha resucitado, debe movernos a manifestar alegría. Porque con su resurrección,
Jesús nos dió la seguridad de que nosotros también estamos llamados a resucitar con él.
La vida de un cristiano tiene que estar impregnada de esta alegría pascual
Y nuestra misión es transmitir esta alegría cristiana en todos los ambientes que actuamos.
En este comienzo del tiempo de Pascua, gocemos con la noticia que Jesús no está muerto, que Jesús vive y anunciemos con
alegría que nosotros resucitaremos con él.
...Nuestras vidas...... deben acompañar esto que creemos con fe

LECTURAS DEL MARTES 2 DE ABRIL DE 2024


(1ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 20, 11-18
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles
vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le
dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?»
María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?»
Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré
a buscarlo.»
Jesús le dijo: «¡María!»
Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir, «¡Maestro!» Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he
subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes.»
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
Reflexión
Jesús ha resucitado, pero antes de volver al Padre, quiso aparecerse repetidamente a los suyos para reafirmarlos en la
seguridad de su Resurrección.
María Magdalena ha vuelto al sepulcro. Ella, que había sido fiel en los momentos durísimos del Calvario, continúa ahora
dando muestras de cariño y devoción hacia Jesús, después de su muerte.
Y se queda afuera llorando. Cuando unos ángeles le preguntan porque llora, contesta con angustia: se han llevado a mi Señor
y no sé dónde lo han puesto.
¡Eso es lo único que le interesa en el mundo!
Dicho esto, se dio vuelta y vio a Jesús allí, de pie, pero no sabía que era Jesús.
María no deja de llorar la ausencia del Señor. Y sus lágrimas no la dejan verlo, a pesar de tenerlo tan cerca.
Jesús solo pronunció entonces una palabra ¡María!. Era el acento inconfundible del Señor, con el que tantas veces la había
llamado. ¡Lo hubiera distinguido entre miles de voces! Junto al sonido de su nombre, le llegó la gracia que le abría su corazón.
La voz de Jesús no ha cambiado, y con esa voz nos llama a cada uno de nosotros. Cristo resucitado conserva los rasgos
humanos del Jesús que pasó en la tierra tres años con los suyos:
La cadencia de su voz es la misma, el modo de partir el pan es el mismo, y son los mismos los agujeros de los clavos en sus
manos y sus pies.
María se volvió al Maestro y se le escapó esta exclamación en hebreo, que lo decía todo ¡Raboní! que quiere decir maestro,
Maestro mío. Y se arrojó a sus pies, llena de una alegría sin límites.
Una sola palabra bastó para que cayera la venda de sus ojos.
María fue a los apóstoles a cumplir el encargo que le dio Jesús, y les dijo «He visto al Señor». En estas palabras se
transparenta una inmensa alegría ¡Que distinta se le presenta su vida, ahora que sabe que Cristo ha resucitado, ella que había ido
al sepulcro sólo a honrar el cuerpo muerto de Jesús.
Nuestra vida también sufre un cambio radical cuando nos decidimos a vivir según esta consoladora realidad: Jesucristo sigue
entre nosotros. El mismo Jesús a quien aquella mañana, María Magdalena confundió con el cuidador del huerto, está vivo entre
nosotros. Cristo vive. No es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue.
Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos.
Jesús nos llama muchas veces por nuestro nombre, con su acento inconfundible. Está muy cerca de cada uno de nosotros.
Que las circunstancias externas y las situaciones a veces dolorosas, no nos impidan ver a Jesús que nos llama y seguirlo con
la certeza y la alegría de saber que ha Resucitado y vive entre nosotros.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 3 DE ABRIL DE 2024


(1ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Lucas 24, 13-35
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo
reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en
Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y
de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas
cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al
no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era
necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con
todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate
con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás
que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Reflexión
El Evangelio de hoy, nos relata el encuentro de Jesús con dos de sus discípulos en el camino a Emaús.
Esos discípulos, ya se alejaban de Jerusalén..., se habían detenido en el viernes. Para ellos todo es desazón y tristeza. Y «el
caminante de la Pascua» se les une por el camino, les explica las Escrituras y comparte la cena. Y ellos, lo reconocen recién al
partir el pan.
Lucas describe con detalle la manifestación de Jesús Resucitado a sus discípulos.
Y nos muestra la actitud de los discípulos, «desconcertados» con la muerte de Jesús.
Están desilusionados con la muerte de su maestro y no son capaces de esperar más en Jerusalén y comienzan a dispersarse.
Es la actitud cobarde de quienes habían tenido una esperanza sólo terrena y entonces ante la cruz, se alejan, huyen.
¿Qué hace el Señor?
Se les presenta en su camino y comienza a caminar con ellos. Y ellos no lo reconocen.
El Señor, hoy también camina a nuestro lado, y nosotros muchas veces, tampoco lo reconocemos. Nos pasa lo mismo que a
los discípulos de Emaús.
Pero Jesús, cuando se le presenta a los discípulos, les habla, les interpreta las escrituras y se queda en su compañía por el
camino.
Y ellos se sienten bien en su compañía y le piden que se quede con ellos.
Son muchas las oportunidades en que nosotros también podemos estar sin esperanzas, abatidos, y que necesitamos decirle al
Señor, «Quédate con nosotros».
También nosotros experimentamos la calma y la seguridad de los discípulos de Emaús, cuando el Señor nos acompaña.
Y los discípulos reconocen a Jesús en la fracción del pan.
El Señor acompañó a los discípulos de Emaús y dejó que lo reconocieran al partir el pan.
Ellos lo reconocieron al partir el pan, así como nosotros reconocemos al Señor presente en la Eucaristía.
Pero, lo reconocieron porque se les abrieron los ojos. Al partir el pan vieron al Señor resucitado así como nosotros también
lo vemos en las especies sacramentales. Y el resultado, fue que volvieron a Jerusalén..., desanduvieron el camino.
Cuántas veces en la vida nos ha pasado estar abatidos por la desolación hasta que viene la consolación, tener fuerzas, como
estos dos, para desandar un camino largo como el de Emaús de vuelta hasta Jerusalén.
El hombre saca fuerzas de dónde no tiene cuando tiene fe y por el contrario, la falta de fe, nos hace todavía imaginar que
tenemos menos fuerzas de las que en realidad tenemos, para combatir la tentación que suele venir en la desolación.
Vamos a pedir hoy al Señor, la fe, para que sepamos reconocerlo a nuestro lado, dándonos la fuerza para vivir como
hombres y mujeres nuevas.

LECTURAS DEL JUEVES 4 DE ABRIL DE 2024


(1ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Lucas 24, 35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes.»
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas
dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo
tengo.»
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer.
Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió
delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de
mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.»
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía
sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las
naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.»
Reflexión
Jesús vive hoy presente en medio de nosotros.
Jesús quiere confirmar a los apóstoles para que ellos a su vez confirmen a los demás en la fe. Por eso los envía al mundo
como testigos de su resurrección.
Los apóstoles son testigos de la predicación de Cristo y de que en Él se cumplen todas las profecías. Los apóstoles recibieron
como testigos la misión de predicar y mantener la verdad de su doctrina y de su misión, y supieron ser testigos fieles, ya que
todos ellos dieron sus vidas en testimonio de la verdad que predicaron.
Nosotros también debemos de ser testigos de la verdad que predicamos, con nuestras obras de todos los días.
La primera realidad de la que tienen que ser testigos los apóstoles es el hecho histórico de la Resurrección de Jesús, de la
supervivencia de Jesús a través de los tiempos y de los lugares. Jesús vive en cada uno de los cristianos y por medio de ellos,
por medio de nosotros, actúa en el mundo, y lo salva
Los apóstoles dieron sus vidas por Jesús y eso fue su mejor testimonio. Seguramente que nosotros no estemos llamados al
martirio de sangre, como ellos. Pero sin duda, todos estamos llamados a entregar nuestras vidas por el Evangelio. A entregar
nuestros esfuerzos, nuestro tiempo, nuestro cansancio y nuestro descanso. Nuestras preocupaciones y acciones apostólicas, por
la difusión del Evangelio. En este sentido, la Madre Teresa de Calcuta nos proporciona una máxima valiente pero no por ello
menos realizable: «entrégate hasta que te duela, y sigue entregándote hasta que te deje de doler.
Como verdaderos apóstoles, estamos llamados a ser testigos de Jesús con nuestras vidas. Pidamos a María, a quien llamamos
Reina de los Apóstoles, que nos ayude siempre con esta misión que nos dejó su hijo Jesús.

LECTURAS DEL VIERNES 5 DE ABRIL DE 2024


(1ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 21, 1-14
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo
y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.»
Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros.» Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo
para comer?»
Ellos respondieron: «No.»
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían
arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros
discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los
pescados que acaban de sacar.»
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser
tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el
pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Reflexión
Hemos visto éstos días, cómo Jesús resucitado se ha ido apareciendo a la comunidad. Ahora se presenta a sus discípulos en
medio de sus tareas, en medio de su misión.
Esos hombres habían hechos esfuerzos para conseguir pescar, pero fueron inútiles.
Pero llega el Señor. No lo reconocen, pero obedecen, y su trabajo se vuelve fecundo. Tiraron la red, conforme Jesús les dice
y pescaron tal cantidad de peces, que se les rompía la red.
Esa pesca excepcional es fruto de su docilidad a Jesús.
El Señor no había reunido a sus discípulos para que lo acompañaran sólo unos años en la proclamación del reino. El Señor
los eligió para que continuaran su labor, para que se pusieran en movimiento, produjeran fruto y ese fruto permaneciera.
A muchos de nosotros, discípulos hoy del Señor resucitado, nos falta esa docilidad a Jesús, y creemos que nuestras fuerzas
son suficientes para la labor del reino, sin apenas contar con él, sin estar anclados en Jesús.
Contamos demasiado con nosotros mismos, con nuestra propia fortaleza, con nuestras técnicas para trasmitir el evangelio...,
y poco con Jesús, y entonces la pesca es ridícula y mala.
Este hermoso relato de Juan nos enseña a contar menos con nosotros y más con nuestro Maestro.
Sigue diciendo el Evangelio:
Al ver la pesca abundante, el discípulo amado de Jesús, lo reconoce y se lo comunica a Pedro, el hermano mayor de entre los
apóstoles.
Y Pedro, que era más lento en entender pero más rápido en la acción se lanza al lago al encuentro de Jesús. Los demás
acompañan la barca hasta la orilla.
Cuando bajaron a tierra, encontraron un fuego prendido y sobre las brasas, pescados y pan. Jesús les dijo: Traigan de los
pescados que acaban de sacar. Jesús se acercó, tomó el pan y se los repartió. Lo mismo hizo con los pescados
Jesús había preparado el desayuno para todos: un pan y pescado sobre las brasas.
Jesús sigue siendo el amigo. Jesús quiere compartir con ellos el fruto de su trabajo y les manda traer del pescado que habían
sacado recién para compartirlo
En este pasaje, Jesús nos enseña, que cualquier misión cristiana debe concluir en eucaristía, comunión del cuerpo y sangre de
Cristo y comunión fraterna.
El almuerzo de pan y de pescado a que invita Jesús resucitado, aquel mezclar lo que Él ha preparado con lo que ellos aportan
de su pesca, nos enseña que la mejor eucaristía es la que nos lleva a compartir
El Señor resucitado comparte con los suyos. La eucaristía es un compartir con los hermanos.
Por eso hoy vamos a pedirle al Señor especialmente que nos abra el corazón para compartir. Vamos a pedirle a Él, ser fieles
en la misión que Dios nos encomendó a cada uno de nosotros, sabiendo que si sabemos compartir con los hermanos y actuamos
en el nombre del Señor, nuestra pesca será abundante.

LECTURAS DEL SÁBADO 6 DE ABRIL DE 2024


(1ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Marcos 16, 9-15
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de
quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y
lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los
demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no
habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a
toda la creación.»
Reflexión
Este pasaje, al igual que otros de la Octava de Pascua, nos presenta nuevamente las apariciones de Jesús resucitado a los
apóstoles.
Aquí es San Marcos quien, sin dar mayores detalles, relata las apariciones de Jesús, primero a María Magdalena, luego a los
dos que iban camino de Emaús y finalmente a los once discípulos sentados alrededor de la mesa.
La incredulidad de los apóstoles, y su dureza de entendimiento les hace en un principio dudar del milagro que presenciaban.
Posiblemente el Señor permitió esto para asegurar con mayor firmeza, que la aceptación de la resurrección de Jesús no era
causado por una autosugestión de sus discípulos, sino el fruto de un convencimiento real, probado con sucesivos hechos. La fe
de los apóstoles se basa en la experiencia y en una renovación de la convivencia con el Señor. Así quedan constituidos en
testigos para que reciban el mensaje del Resucitado, para llevarlo por todo el mundo
Y este es precisamente el mensaje final del pasaje del Evangelio. Jesús les dice a los apóstoles «Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación.» Este versículo contiene el llamado «mandato apostólico universal». Es un
mandato imperativo de Cristo a sus discípulos para que prediquen el Evangelio en todas las naciones. Esa misma misión
apostólica incumbe, de modo especial a los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos.
Pero no sólo a ellos, sino toda la Iglesia ha nacido con ese fin: propagar el Reino de Cristo en cualquier lugar de la tierra, y
así hacer que todos los hombres participen de la Redención. La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es vocación al
apostolado. Hay en la Iglesia diversidad de funciones, pero una única misión. A los Apóstoles y a sus sucesores, el Señor les
confirió el ministerio de enseñar, de santificar y de gobernar en su propio nombre. Pero los laicos, al participar de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo su función específica dentro de la misión de todo el
pueblo de Dios.
La Iglesia debe cumplir su misión de evangelizar a todos los pueblos, pero la cumplirá a través de todos los que formamos
parte de ella. Todos tenemos la responsabilidad de difundir en el mundo la Palabra de Dios, proclamando el Mensaje de
salvación.
San Pablo nos exhorta a proclamar la Palabra de Dios, a insistir con ocasión o sin ella, a argüir, reprender, exhortar, con
paciencia incansable y con afán de enseñar.
Pidamos hoy al Señor que tengamos una fe operativa en su Resurrección, que se manifieste en el anuncio de la Buena
Noticia a toda la creación, con nuestras obras y nuestra palabra.

LECTURAS DEL DOMINGO 7 DE ABRIL DE 2024


(2ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los
perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron:
«¡Hemos visto al Señor!»
Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en
su costado, no lo creeré.»
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús,
estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas
incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos
han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Reflexión
A solo siete días de haber celebrado la Resurrección del Señor, en la fiesta que alcanza la cumbre de nuestra fe de cristianos,
las tres lecturas de la misa de hoy nos presentan hechos y acontecimientos vividos por la primera comunidad de la Iglesia,
inmediatamente después de la Resurrección de Jesús de entre los muertos. Y esto es así, porque la celebración pascual no se
limita a las ceremonias del domingo pasado, sino que se extiende a estos 50 días del tiempo pascual, que comienzan el Domingo
de Pascua, y van hasta la solemnidad de Pentecostés en que celebramos la venida del Espíritu Santo.
Este es el tiempo fuerte del año litúrgico. Es un tiempo de alegría, de gozo, de regocijo y de exultación. Proclamamos que
Jesús ha resucitado, que Cristo vive, y necesitamos estos 50 días para hacerlo
Durante todos los domingos del tiempo Pascual, las lecturas de las misas corresponden al nuevo testamento. Por un tiempo,
la alegría de la Resurrección deja atrás a la Antigua Alianza, y la Iglesia nos propone concentrarnos en el misterio de un Dios
que vence a la muerte y nos redime del pecado.
En la primera lectura, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles se nos muestra la forma en que vivieron los primeros
cristianos, y ella debe ser una enseñanza para nosotros, cristianos de principios del siglo 21 que nos hemos olvidado la
solidaridad y el amor que debe existir entre nosotros. Dice San Lucas en este pasaje, que era la forma de alabar a Dios y de
tratar a sus hermanos, lo que les permitía a los primeros discípulos ganarse la simpatía de todo el pueblo.
En nuestras tareas de apostolado, lo primero que cuenta siempre es nuestra oración y nuestro comportamiento, que las hace
eficaces.
Y en la segunda lectura, en la Carta del Apóstol San Pedro el apóstol nos dice que la alegría de la Resurrección supera las
contrariedades y vence todas las pruebas, porque el Señor nos dió una vida nueva y una esperanza viva.
Y esta vida nueva y esta esperanza viva es la que tenemos que transmitir a nuestros hermanos especialmente durante este
tiempo pascual.
Y el Evangelio de San Juan nos presenta la Fé de Tomás que tantas enseñanzas nos deja, porque nuestra fe a veces se parece
a la de Tomás.
Jesús resucitado se reúne con sus apóstoles cuando estaban todavía reunidos. Pero Tomás no estaba con ellos y no creyó.
Tomás pensaba que el Señor estaba muerto. Los demás le aseguraban que vive, que ellos mismo lo han visto y oído, que han
estado con El. Y la actitud de los apóstoles, como testigos del Señor, es una enseñanza para nosotros. Nuestra fe en Cristo
resucitado nos impulsa a pregonar nosotros también que el Señor hoy vive. Para mucha gente es como si Cristo estuviera
muerto, porque apenas significa algo para ellos. Casi no cuenta en sus vidas. Y esta gente necesita recibir la buena noticia de la
resurrección del Señor. Nos toca a nosotros dar el mismo testimonio que le dieron los apóstoles a Tomás.
Cumpliendo con la exigencia de la fe, que es darla a conocer con el ejemplo y la palabra, estamos edificando la Iglesia,
como lo hicieron aquellos cristianos a los que se refiere la primera lectura, que Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de
todo el pueblo.
Las primeras dudas de Tomás desaparecen cuando el Señor lo invita a «Poner su dedo y meter su mano en el costado del
Señor. La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites, cuando exclama: ¡Señor mío y Dios mío!.
Estas dudas originales de Tomás sirvieron para confirmar en la fé a muchos que creyeron en el Señor. San Gregorio se
pregunta si es que acaso puede considerarse una casualidad de que Tomas estuviese ausente, y que al volver oyese el relato de la
aparición, y al oír ... dudase, y dudando .... palpase, y palpando .... creyese.
Si nuestra fe es firme, también, esta fe servirá para que la fe de muchos otros se apoyen en ella. Es preciso que nuestra fe en
Jesucristo vaya creciendo día tras día.
Pero, a veces, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza
en el Señor ante las dificultades y ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde el punto de vista de la fe, en
momentos de oscuridad que Dios permite.
La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente
todas las cosas.
Reflexionemos sobre el evangelio de la misa de hoy. Pongamos de nuevo los ojos en Jesús que de a ratos tiene la necesidad
de decirnos como a Tomás, mete aquí tu dedo y pon tu mano en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.
Y como el apóstol, saldrá de nosotros la misma oración: Señor mío y Dios mío.

LECTURAS DEL LUNES 8 DE ABRIL DE 2024


(2ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Lucas 1, 26-38
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con
un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre
la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el
niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era
considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»
Y el Ángel se alejó.
Reflexión
Este relato de la anunciación es la crónica de la vocación de María.
Dios, llegado el momento de culminar su programa de salvación, busca una persona obediente para entrar en el mundo de
los hombres.
María conoció que Dios contaba con ella, que tenía un plan sobre ella y que le pedía su consentimiento para realizarlo; el
hijo que podía nacer de una virgen, -si ella aceptaba- era la salvación del pueblo de Dios.
María no pudo entender mucho más de cuanto nosotros entendemos respecto a esta decisión de Dios,... pero la asumió, como
una esclava acepta las órdenes de su Señor. Y la «sierva de Dios», se convirtió en «su madre»; la obediencia que le prestó a
Dios la convirtió en su madre.
Ese es el poder del obediente sobre su Dios: así como el desobediente labra su ruina y la de su descendencia, el obediente
concede a Dios la libertad de intervención y a sus descendientes la oportunidad de ser salvados por Dios.
Si nos prestáramos a realizar cuanto Dios quiere de nosotros, nos daríamos cuenta, como María, de cuánto somos queridos
por Dios. El Dios de María empieza por pedir un servicio y acaba convirtiéndose en familiar: nos hace siervos suyos y se nos
hace familia.
Y Dios, sigue necesitando de creyentes que, como María, le sirvan de puente para entrar en un mundo como el nuestro, que
parece haber desterrado a Dios. No le faltan a Dios ganas de salvar; escasean, más bien, fieles que estén dispuestos a ser, como
María, siervos suyos, cueste lo que cueste.
La Virgen se daba perfecta cuenta de que le era imposible ser Madre; pero se rindió a la voluntad de Dios, y fue posible lo
imposible: la «creatura» concibió a su «Creador»; la esclava de Dios se hizo su madre.
En esta fiesta de la Anunciación del Señor, pensemos que Dios hoy nos pide como a María que le ayudemos a salvar al
hombre.
Dios necesita de creyentes que se le confíen, como María, en cuerpo y alma, que pongan en Dios su vida entera.
Él conoce nuestras debilidades y limitaciones, pero puede hacer con nosotros y a través de nosotros milagros, si confiamos
en Él y nos ponemos a su disposición.
Que el Señor y la Virgen, unidos en esta fiesta de un modo particular nos ayuden a confiar plenamente en Dios para
colaborar con él en la salvación del mundo.

LECTURAS DEL MARTES 9 DE ABRIL DE 2024


(2ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 3, 7-15
Jesús dijo a Nicodemo: «Ustedes tienen que renacer de lo alto.»
«El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que
ha nacido del Espíritu.»
«¿Cómo es posible todo esto?», le volvió a preguntar Nicodemo.
Jesús le respondió: «¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros hablamos de lo que
sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.»
Reflexión
Este evangelio, continuación del de ayer, tenemos que leerlo despacio.
Nicodemo debía ser uno de los que creyeron en Jesús.
Se ve que era un hombre importante, muy religioso, y como buen fariseo, adepto a la Ley. Probablemente creía que el
Mesías arreglaría las cosas si se reforzaba el cumplimiento fiel de la Ley. Para ellos el Mesías, más que un rey, sería un maestro.
Y Jesús le dice, de buenas a primeras que tiene que nacer de nuevo y de arriba para entrar en el reino de los cielos.
El maestro judío no entendió, y le parecía imposible volver a nacer de nuevo.
Jesús le aclara que se refería al renacer por la fuerza del Espíritu. Tal vez, le recordara Jesús en la larga conversación que
mantuvieron, las profecías de Isaías, Jeremías, Ezequiel, sobre el nuevo nacimiento, el corazón nuevo.
La comunidad cristiana a la que se dirige Juan sabe que ese renacer del agua y del Espíritu se refiere al Bautismo y a la fe
viva en Cristo Jesús.
Nosotros hemos renacido un día por el agua y el Espíritu, pero no vivimos muchas veces la vida de ese Espíritu. Somos más
legalistas que Nicodemo.
Ponemos nuestra fuerza en algunos ritos
Nos da miedo abrirnos al Espíritu Santo.
Tal vez nosotros necesitemos también renacer.
Tal vez estemos obrando con los criterios y valores del mundo en lugar de obrar inspirados por el Espíritu
Tal vez nos hemos acostumbrado a vivir solos, a ser unos solitarios sin ningún tipo de solidaridad.
Este tiempo de Pascua, en que durante sus 50 días celebramos la Resurrección del Señor, es tiempo propicio para que cada
uno de nosotros volvamos a nacer por el agua y el Espíritu, y nuestra vida y nuestros comportamientos, sean fiel reflejo de ello.
Y el Señor, en el pasaje del Evangelio, también habla a Nicodemo de la fe. La fe consiste en recibir a Jesús, en conocerlo y
en él conocer al Padre, en reconocer en él al enviado del Padre.
Y esa fe, se ejercita en el amor. Por amor, se guarda la palabra y se cumplen los mandamientos. Jesús juzga a los hombres
con arreglo a esta actitud fundamental para con él
Por eso nuestra fe, no puede ser sólo un fe teórica, nuestra fe debe ser acompañada con nuestra vida, con nuestras obras.
Vamos a pedir hoy a María que guíe nuestros pasos para que siempre vivamos conforme a lo que creemos.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 10 DE ABRIL DE 2024


(2ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 3, 16-21
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es
condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra
conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Reflexión
Después de la conversación con Nicodemo, Jesús revela el plan que Dios tiene para la salvación del mundo
Pero primero dice: Tanto amó Dios al mundo.
Es una frase después de la cual no es posible pensar en Dios si no es a través del amor.
Y con Jesús, ese corazón de Dios que tanto ama a este mundo, ha sido trasplantado al mundo.
Dios es un Padre bueno, y Jesús que lo sabe, lo afirma. Y Dios ama al mundo y quiere salvarlo por medio de Jesús, muerto y
resucitado.
El que crea en Jesús tiene ya la vida eterna, la definitiva: no así el que lo rechaza.
Así como los israelitas que miraban la serpiente que Moisés alzó en el desierto, quedaban curados y alcanzaban la vida por el
momento, quien mira con fe a Jesús tiene ya la vida definitiva. Jesús es la luz y quien abre sus ojos a esa luz y camina e ella,
recibe la salvación.
No basta abrir los ojos y ver la luz, hay que caminar en la luz.
Y caminar en la luz es caminar en la verdad de Jesús.
El nacer de nuevo para pertenecer al Reino, lleva siempre la necesidad de no cerrar los ojos a la luz, creer en el Hijo Único
de Dios y caminar en la verdad.
Este plan de salvación que Dios pensó para el mundo es también el que pensó para cada uno de nosotros.
Dios nos ama en su Hijo.
Y Dios ama al mundo. Por eso el cristiano tiene que amar a este mundo que Dios ama. Y tiene que ser ¨alma¨ de este mundo
en el que vive.
A veces creemos que hemos nacido de nuevo, y sin embargo, no caminamos en la verdad, descuidamos ser luz del mundo.
No luchamos por ese hombre, que está muy cerca nuestro y sin embargo tan lejos de Dios.
Por eso hoy, nos vamos a proponer tratar de ser Luz. Esa luz que ilumine el camino de quienes están a nuestro lado. Para
hacerlo, es necesario primero que nos decidamos nosotros a caminar junto a la luz de Cristo.
Que este espíritu pascual que inunda nuestras vidas en este tiempo, este espíritu de alegría, sea el modo de comenzar a ser
luz en el mundo. Aunque a veces parezca ser muy débil, esa luz va a permanecer si vivimos junto a Cristo.
LECTURAS DEL JUEVES 11 DE ABRIL DE 2024
(2ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 3, 31-36
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra. El que vino
del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio certifica que Dios
es veraz.
El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo
en sus manos. El que cree en el Hijo tiene Vida eterna. El que se niega a creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de Dios
pesa sobre él.
Reflexión
Dice la escritura que de la abundancia del corazón habla la boca. Por eso cuando se tiene a Dios en el corazón se hablará de
Dios.
Cuando a nosotros nos preocupan las cosas del Señor, entonces es habitual que hablemos de ellas.
En cambio cuando somos demasiado terrenales, cuando nuestra vida está lejos de Dios, no podemos hablar de las cosas de
Dios porque no nos sale, hablamos de las cosas de la tierra.
Este Evangelio dice que aquel a quien Dios ha enviado, habla las palabras de Dios.
Tal vez alguno de nosotros ha sido enviado por Dios como discípulo, a enseñar, a trasmitir su palabra.
A todos, en una ocasión u otra, se nos presentan situaciones en que debemos dar testimonio de nuestra fe. Pero para poder
hacerlo, nuestro corazón tiene que estar previamente lleno de Dios.
En caso contrario trasmitiremos palabras sin contenido, palabras que no convencerán a nadie.
Cada vez que necesitamos trasmitir la Palabra de Dios tenemos que prepararnos. Y prepararnos es pedir a Dios su auxilio.
Sólo cuando es el Espíritu de Dios el que inspira las palabras que salen de nuestra boca, pueden llegar a los demás como Palabra
de Dios y penetrar el corazón de quienes nos escuchan.
Y no caigamos en el error de pensar que para trasmitir la Palabra de Dios hace falta saber mucho, ser muy preparado. Lo que
sí hace falta es contar con el auxilio del Espíritu de Dios. Y ese auxilio nos es dado siempre que nosotros lo pedimos lo pedimos
con humildad.
Por eso, no trasformemos el mensaje de Jesús o su Palabra en una mera transmisión de información, la Palabra de Dios es
mucho más que eso.
Finalmente debemos entender también a la luz de este evangelio, que en nuestra vida, no puede haber una forma de hablar y
de comportarnos cuando estamos trasmitiendo el mensaje de Jesús o cuando estamos en una reunión, o en un ambiente donde
Dios no tiene cabida.
La forma en que debemos hablar es conforme a lo que tenemos adentro. Por tanto, es importante que hagamos el esfuerzo de
usar en toda circunstancia un lenguaje adecuado. Debemos poner freno a nuestra lengua porque en caso contrario como dice el
Apóstol Santiago en su carta estamos engañando nuestro propio corazón y nuestra religión es vana.
Hoy vamos a pedirle a María que ore con nosotros, para que en todo momento el Espíritu Santo sea el que inspire lo que sale
de nuestra boca.
El esfuerzo y la tenacidad de nuestra parte y la ayuda de la gracia harán que lo que decimos los discípulos de Jesús, sea
digno de Dios.

LECTURAS DEL VIERNES 12 DE ABRIL DE 2024


(2ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los
enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar
los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» Él decía
esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para
que cada uno pudiera comer un pedazo de pan.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y
dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar.»
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los
distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron
satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo.»
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Reflexión
Este texto de San Juan, tiene un marcado carácter litúrgico y eucarístico. Aunque Jesús pregunta a los discípulos, en concreto
a Felipe, cómo se podría dar de comer a la enorme multitud en el desierto, él sabe perfectamente lo que va a hacer.
El Señor toma la iniciativa.
Sin embargo, quiere servirse de la buena voluntad de aquel muchacho que tienen cinco panes de cebada y dos peces.
Y lo hace, para enseñarnos a nosotros que cuando compartimos, Él se hace presente multiplicando los panes.
En este texto, es Jesús mismo, que toma los panes y los pescados, da gracias al Padre y los reparte a los que estaban
sentados.
Todos quedaron satisfechos y entusiasmados.
Conviene detenerse en la actitud de Jesús. En el respeto con que Jesús toma los panes y da gracias al Padre.
El Señor sabe que siempre cuenta con su Padre. Pero precisamente por eso, es más agradecido con Él.
Esto nos enseña mucho a nosotros, que tantas veces, nos olvidamos de agradecer a Dios por todo lo que recibimos de sus
manos.
Cuántas veces pensamos que es mérito nuestro el tener en nuestras mesas el pan de cada día.
La actitud de Jesús, debe hacernos reflexionar,... Aprendamos a agradecer a Dios por los dones que recibimos de sus manos
amorosas.
Después de dar gracias, Jesús multiplica el pan.
Sólo Jesús puede dar el Pan de Vida.
Y después de repartirlo, pide a sus discípulos que recojan las sobras.
En este gesto, el Señor nos enseña a ser cuidadosos, a no desperdiciar los bienes de todos que recibimos de Dios.
Este pasaje del evangelio, es figura de la Eucaristía, donde el Señor da en alimento su cuerpo.
Por eso en este tiempo Pascual, no desaprovechemos el alimento que Jesús quiere darnos.
El Señor nos espera en el sacramento de la reconciliación y en la Eucaristía, para alimentar nuestros cuerpos fatigados y
devolvernos las fuerzas para seguirlo.

LECTURAS DEL SÁBADO 13 DE ABRIL DE 2024


(2ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 16-21
Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla.
Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento.
Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron
miedo. Él les dijo: «Soy yo, no teman.»
Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
Reflexión
Después del episodio de la multiplicación de los panes, sigue esta escena en la que Jesús impulsa a sus discípulos a
embarcarse para Betsaida, al otro lado del lago y les pide que allí lo esperen; mientras el Señor se retira solo a orar.
Y los discípulos, suben a la barca y se desata una tormenta en el lago. La barca era zarandeada por las olas mientras el viento
les era contrario.
Este Evangelio nos muestra como Jesús actúa enérgicamente ante sus discípulos que al igual que la multitud, no habían
entendido el signo de la multiplicación de los panes y que querían proclamarlo rey.
Más que creer en Jesús, esa gente, en parte también sus discípulos, querían aprovecharse de él.
Nosotros también a veces, disfrazamos nuestros afanes de poder, de ambición, de gloria y aún de riquezas, con pretextos
religiosos.
En este Evangelio, el Señor nos muestra, que cuando nos dominan esas aspiraciones, no nos va a tener a su lado. A Jesús, no
le importa quedarse solo, -Él está siempre con su Padre y aspira sólo a ser fiel a los designios del Padre- , y entonces, embarca a
sus discípulos y se retira a orar.
Dios nos obliga por decirlo así, muchas veces a entrar en la barca e ir a la otra orilla, solos, entre los vientos y las olas; nos
obliga a entrar en la prueba, para que nosotros mismos veamos hasta dónde llegan nuestras fuerzas y hasta dónde las fuerzas de
Dios y desterremos todo aquello que nos aleja del verdadero proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Los discípulos están, abandonados a sus propias fuerzas en medio del lago. Tal vez se hubieran sentido más seguros en tierra
comentando el suceso de la multiplicación de los panes y gozando de la admiración por el Señor; en cambio el Señor, los obligó
a remar y en una circunstancia difícil.
Sin embargo, en el silencio de la oración, el Señor está junto a sus discípulos en la lucha con las olas y no quiso dejarlos
solos, no quiso que sintieran desilusión y soledad y entonces fue hacia ellos caminando sobre el mar.
Jesús con este gesto, se muestra a sus discípulos como Dios, como Señor del mar.
¿Qué pasó?
Los discípulos sintieron miedo.
Sintieron miedo porque estaban con sus corazones lejos de Dios.
A lo largo del Evangelio, son muchas las veces que se manifiesta la escasa credulidad de los apóstoles y discípulos fieles del
Señor.
Si hay un defecto que no manifestaron es precisamente la «credulidad», y eso es bueno para nosotros, porque esa
incredulidad de los discípulos ayuda a nuestra fe, porque si ellos creyeron, ¿por qué no creer nosotros también?
Es Jesús el que sale en ayuda de la poca fé de sus discípulos y les dice: «Soy yo, no teman».
Les está diciendo, no le tengan miedo a Dios, no tengan miedo a la consolación de estar ante Él. Y eso calma a sus
discípulos y calma también la tempestad que agita la barca.
Hoy también se repite en nosotros y en la Iglesia el episodio de la barca. El Señor muchas veces cuando no entendemos lo
que quiere de nosotros, nos embarca en el lago y nos deja luchar solos con la agitación de la tormenta. Sin embargo, sigue aún
en esos momentos a nuestro lado y aprovecha algún momento para venir hacia nosotros y calmar el mar y darnos tranquilidad.
Pidamos hoy al Señor que si en algún momento de nuestra vida no seguimos su proyecto y tiene que impulsarnos a subir a
nuestra barca y luchar, no nos deje solos, que venga en nuestra ayuda, que contamos con Él.

LECTURAS DEL DOMINGO 14 DE ABRIL DE 2024


(3ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Lucas 24, 35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes.»
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas
dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo
tengo.»
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer.
Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió
delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de
mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.»
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía
sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las
naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.»
Reflexión
Jesús vive hoy presente en medio de nosotros.
Jesús quiere confirmar a los apóstoles para que ellos a su vez confirmen a los demás en la fe. Por eso los envía al mundo
como testigos de su resurrección.
Los apóstoles son testigos de la predicación de Cristo y de que en Él se cumplen todas las profecías. Los apóstoles recibieron
como testigos la misión de predicar y mantener la verdad de su doctrina y de su misión, y supieron ser testigos fieles, ya que
todos ellos dieron sus vidas en testimonio de la verdad que predicaron.
Nosotros también debemos de ser testigos de la verdad que predicamos, con nuestras obras de todos los días.
La primera realidad de la que tienen que ser testigos los apóstoles es el hecho histórico de la Resurrección de Jesús, de la
supervivencia de Jesús a través de los tiempos y de los lugares. Jesús vive en cada uno de los cristianos y por medio de ellos,
por medio de nosotros, actúa en el mundo, y lo salva
Los apóstoles dieron sus vidas por Jesús y eso fue su mejor testimonio. Seguramente que nosotros no estemos llamados al
martirio de sangre, como ellos. Pero sin duda, todos estamos llamados a entregar nuestras vidas por el Evangelio. A entregar
nuestros esfuerzos, nuestro tiempo, nuestro cansancio y nuestro descanso. Nuestras preocupaciones y acciones apostólicas, por
la difusión del Evangelio. En este sentido, la Madre Teresa de Calcuta nos proporciona una máxima valiente pero no por ello
menos realizable: «entrégate hasta que te duela, y sigue entregándote hasta que te deje de doler.
Como verdaderos apóstoles, estamos llamados a ser testigos de Jesús con nuestras vidas. Pidamos a María, a quien llamamos
Reina de los Apóstoles, que nos ayude siempre con esta misión que nos dejó su hijo Jesús.

LECTURAS DEL LUNES 15 DE ABRIL DE 2024


(3ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 22-29
Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente,
la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había
allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor
pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las
barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta
saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del
hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.»
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado.»
Reflexión
Como la gente no vió ni a Jesús ni a sus discípulos, volvieron a Cafarnaún y preguntaron: Maestro, ¿cuándo has llegado
aquí?
Esta pregunta, da ocasión a un largo discurso, que se hace por momentos un diálogo entre Jesús, la gente y los mismos
discípulos.
Jesús les dice: En verdad les digo que ustedes no me buscan por haber visto señales, sino por el pan que comieron hasta
saciarse.
San Juan nos señala acá que la gente buscaba a Jesús porque intuía en Él algo grande. Pero el motivo por el que lo buscaban
era todavía mezquino, ya que iban detrás de un interés material. Por eso el Señor comienza su discurso con un suave reproche
destinado a purificar la intención de los oyentes.
Esas personas, que vieron a Jesús hacer el milagro de la multiplicación de los panes y que quisieron hacerlo rey por la
fuerza, necesitaban que Jesús les aclarara la verdadera finalidad de ese milagro obrado entre ellos.
Si el Señor multiplicó los panes fue para hacerlos crecer en la fe, y no por ninguna motivación humana y menos aún la de
hacerse rey como ellos querían.
Estas palabras del Señor, son también para nosotros, que contemplamos señales de Dios para aumentar nuestra fe, y que
también como esos judíos, necesitamos purificar nuestra intención para ver, lo que Dios quiere realmente que veamos y no lo
que a nosotros se nos ocurre.
Les dice Jesús luego: Afánense no por la comida de un día, sino por otra comida que permanece y con la cual uno tiene vida
eterna.
Poco a poco, Jesús va introduciendo a sus oyentes en una nueva revelación, la de la Eucaristía. El verdadero Pan de Vida que
el Hijo nos da.
Jesús presente en la Eucaristía, se nos da como verdadero Pan de Vida, como el alimento que permanece.
La fe nos hace aptos para creer en el increíble regalo de amor de Jesús. Cristo quiso quedarse con nosotros para alimentarnos
todos los días de nuestra vida. Se quedó en la Eucaristía, se quedó bajo la apariencia de pan, para que nosotros comamos y
tengamos Vida.
Durante este tiempo pascual, vamos a pedirle al Señor que cada vez que acudamos a recibirlo lo hagamos con fe. Que nunca
nos sea indiferente recibirlo.
Y vamos a pedirle a María, que nos ayude en este tiempo a acudir a una buena confesión, para poder recibir a Jesús con un
corazón puro.

LECTURAS DEL MARTES 16 DE ABRIL DE 2024


(3ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 30-35
La gente dijo a Jesús: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron
el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo.»
Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo.»
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás
tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.»
Reflexión
Nosotros tenemos hambre y sed. Es Cristo el que llena nuestras aspiraciones de verdad.
Sólo en Cristo podremos saciar esa nuestra hambre y nuestra sed.
Jesús se quedó como alimento en el Pan de la Eucaristía, para que el mundo uno sufra más hambre.
Los judíos rechazaban que Jesús fuese el pan bajado del cielo. No podían ni querían aceptar en aquel hombre pobre y
sencillo, al enviado del Padre, del que había recibido el poder de dar la vida eterna. Eran incapaces de ver en Jesús, al Hijo de
Dios.
¿Por qué? Porque no querían escuchar al Padre, cuyo designio era ¨que todo hombre que ve al Hijo y cree en él, tenga la vida
definitiva, y pueda ser resucitado en el último día¨.
Nadie puede creer en Jesús, si el Padre no lo empuja hacia él, sin la gracia del Espíritu Santo.
La clara voluntad del padre es darnos la vida y la resurrección, la salvación definitiva por medio de nuestra adhesión a
Cristo.
Si creemos de verdad en él, ya tenemos desde ahora la vida eterna. Nuestra respuesta debe ser abrirnos al Espíritu Santo,
para que nos enseñe a ser dóciles al Padre, que nos quiere dar la vida por Jesús.
Por eso, al creer, en Jesús y adherirnos a él, tenemos ya desde ahora la vida eterna.
Nos han enseñado a esperar la vida eterna después de la muerte.
Y por cierto que será entonces cuando podamos alcanzarla en plenitud. Cuando el Señor nos resucite.
Pero lo fe en Cristo, nos permite tener aquí también la vida verdadera.
No podemos llegar al Padre, sino por Cristo. Es Jesús quien nos hace visible al Padre. Él nos da a conocer el designio
amoroso del Padre. Y nos dice que nada de lo que el Padre le ha confiado puede perderse. Jesús nunca nos rechaza
Por eso hoy, vamos a darle gracias a Jesús, por ser el pan de Vida que nos alimenta en cada Eucaristía para fortalecernos en
nuestro camino hacia el Padre, y vamos a decirle a nuestro Padre, que regale el don de la fé, de una fe incondicional en Cristo,
que murió y resucitó para conseguir la Vida Verdadera a cada uno de nosotros.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 17 DE ABRIL DE 2024


(3ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 35-40
Jesús dijo a la gente:
«Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Pero ya les he dicho:
ustedes me han visto y sin embargo no creen. Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día.»
Reflexión
Con esta referencia a él mismo, Jesús aclara el sentido de todo lo que les había dicho antes y de la señal de la multiplicación
de los panes.
Les ha sido revelado a todos que el pan de vida es Jesús mismo.
Estas palabras, las recibimos también nosotros con fe. Y esa fe, en el Señor, en su presencia real en la Eucaristía, que nos
alimenta, nos hacer saciar el hambre y la sed de este mundo.
La Eucaristía es el alimento que no perece y alimenta nuestra esperanza, ya que es un anticipo de la Resurrección final y de
la inmortalidad de Dios.
¿Nos imaginamos el impacto de esta primera declaración que hizo a esa gente, Jesús: «Yo Soy el Pan de Vida»?
Ellos podrían haberse imaginado lo que sería el Pan de Vida, pero no pueden jamás haber pensado que era Cristo mismo.
Sólo la fe que nacía en algunos les dejó ver la verdad, otros reaccionaron humanamente y simplemente se alejaron de Jesús.
A nosotros nos ha llegado esta revelación de la Eucaristía después de muchos siglos de fe de la Iglesia, y nosotros también
reconocemos al Señor en ese pan y en ese vino consagrado.
El Sacramento de la Eucaristía es sin duda el acto de amor mayor que realizó Jesús, al entregarse no ya a la humanidad
entera, sino a cada uno de nosotros en particular. La Comunión es siempre única e irrepetible. Cada una es un prodigio del amor
de Dios.
Toda vida, para desarrollarse, necesita de alimento. Y nuestra vida interior, que recibimos en el Bautismo, también tiene esta
necesidad. Para la vida interior del hombre, el verdadero alimento es el Cuerpo de Cristo, que se nos entrega en la Santa
Comunión.
El Señor lo dice en este pasaje del Evangelio: Yo soy el Pan de Vida. Y en otra parte agrega: El que come mi carne y bebe
mi Sangre, tiene vida eterna.
Jesús nos quiere decir: Para vivir me necesitas con tanta urgencia como el pan de cada día. La Eucaristía es una verdadera
comida. Toda comida sirve pare estrechar los vínculos de hermandad entre los participantes.
Con mayor razón, la eucaristía es un signo de unidad. Al recibir la Comunión entramos en común unión con Jesucristo y
todos los hermanos.
Comulgamos no solamente el Cuerpo de Jesús, sino también a su Espíritu, su estilo de vida, sus ideales, y su ideal de
fraternidad.
Las faltas cotidianas, que nos resultan imposibles de evitar, no son obstáculo para recibir la comunión. No por reconocernos
pecadores vamos a dejar de comulgar. Por el contrario, eso nos debe llevar más a acercarnos a la Comunión, para remedio del
alma. Solo los pecados graves impiden recibir dignamente al Señor, y requieren del Sacramento de la confesión
Vamos a proponernos en este tiempo Pascual, acudir con más frecuencia, con más fe y mejor preparados, a recibir el Pan de
Vida donde es el mismo Jesús que se nos ofrece en cada Eucaristía.

LECTURAS DEL JUEVES 18 DE ABRIL DE 2024


(3ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 44-51
Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está
escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios.
Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él
ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo,
para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la
Vida del mundo.»
Reflexión
En la primera parte del discurso del Pan de Vida que leímos desde el martes, Jesús ha declarado que Él es el pan vivo bajado
del cielo y que quien cree en Él, tiene ya la vida definitiva. Él es el pan que nos da su Padre.
Ahora Jesús promete que nos va a dar de comer su carne y de beber su sangre, para la vida del mundo.
Dar de comer su carne es darse él mismo en comida; dar de beber su sangre es darse en bebida de salvación por el mundo.
No basta creer en Jesús. Hay que vivir unido a Él, hay que permanecer en él con una comunión de vida.
En la época en que el apóstol San Juan escribe este evangelio, ya la Eucaristía era en la Iglesia, el centro de culto y de vida.
Cada vez que nosotros comemos el cuerpo y bebemos la sangre de Cristo, nos identificamos con Él, hacemos nuestros su
vida y sus sentimientos.
Esta parte del discurso es bastante cruda, Jesús dice textualmente que comeremos su carne y beberemos su sangre.
Y el Señor, lejos de retirar estas palabras por el horror que causaron en algunos de sus seguidores, en vez de eso, las reitera y
las confirma.
Por eso es bueno que nos preguntemos hoy nosotros, si realmente le creemos a Jesús. Si realmente creemos que en la hostia
consagrada y en el vino consagrado está Jesús realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad.
El Señor quiso dejarnos como alimento su cuerpo y su sangre, pero quiso hacerlo de una forma que nos resultara natural. Por
eso se quedó escondido en un pedazo de pan y en el vino, y quiere que lo veamos a través de la fe.
Por eso hoy, creyendo firmemente que en cada comunión recibimos a Cristo, Pan vivo, Pan de Vida, deberíamos
preguntarnos, si el efecto de su presencia se nota en nuestras vidas.
En nuestro ambiente, muchas veces se asiste frecuentemente a recibir al Señor, y sin embargo, esa presencia de Cristo no se
nota en la vida de la comunidad.
La eficacia de la Eucaristía, depende no sólo de ella que siempre es fuente de agua viva, sino también de nosotros. Para que
realmente la Eucaristía dé frutos en nosotros, debemos esforzarnos por hacer vida la vida de Cristo. Si no lo hacemos, el efecto
transformador de la Eucaristía no será todo el esperado, porque en nosotros no habrá encontrado el terreno que necesita.
Vamos a pedirle hoy al Señor que nos ayude a preparar nuestro corazón para recibirlo dignamente en cada Eucaristía.
Queremos que en nosotros, se vea los frutos.

LECTURAS DEL VIERNES 19 DE ABRIL DE 2024


(3ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 52-59
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en
ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece
en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá
por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá
eternamente.»
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Reflexión
Al pronunciar Jesús la palabra ¨carne¨, se suscita la discusión y el equívoco entre los oyentes. La pregunta que hacen los
judíos indica que entendieron todo literalmente, y rechazaban las palabras de Jesús.
La Eucaristía es verdadero sacrificio del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero esto es para los creyentes,... porque para el
que no cree, como era el caso de muchos de los que oían a Jesús en Cafarnaún, toda esta doctrina adquiere un sentido
abismalmente distinto.
Cada vez que recibimos la Eucaristía, recibimos a una persona viva bajo las especies sacramentales. Y en el sagrario, está
real y verdaderamente presente la persona del Señor.
Jesús no se detiene a aclararles nada a los que no creen ni a los que no entienden. No impide incluso que algunos de sus
discípulos se vayan. El Señor sigue diciendo: el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el
último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
Llama la atención en este Evangelio cómo el Señor reitera varias veces «Que su cuerpo es verdadera comida y su sangre
verdadera bebida».
Jesús quería que comprendieran, sin falsas interpretaciones, aun cuando el lenguaje fuera duro.
San Agustín nos recuerda que al comer la carne de Cristo y beber su sangre, nos transformamos en su sustancia.
Cada vez que recibimos al Señor en la Eucaristía, cada uno de nosotros nos transformamos,... tenemos por unos momentos
más de Cristo... que de nosotros.
En la Eucaristía, Jesús se nos da. Todo Jesús, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, está presente en cada partícula de hostia
consagrada y en cada gota de vino consagrado.
Y nosotros por fé creemos que es así. Sin embargo, muchas veces, no mostramos el debido respeto y cariño ante el Señor. Lo
vemos como pan y vino, no vemos a Cristo detrás de ellos.
Por eso hoy, vamos a pedirle a María nuestra Madre, que nunca comulguemos por rutina, que siempre demos gracias al
Señor por ese regalo que nos hace y por sobre todo, que nunca nos acerquemos a recibirlo sin estar debidamente preparados
para hacerlo... por amor a Él .
LECTURAS DEL SÁBADO 20 DE ABRIL DE 2024
(3ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 6, 60-69
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al
Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son
Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos
que eres el Santo de Dios.»
Reflexión
La promesa que Jesús hace en la sinagoga de Cafarnaún de dejarnos su Cuerpo y Sangre como alimento en la Eucaristía
causó discusiones y escándalos entre muchos de los que lo escuchaban. Frente a un don tan preciado, una gran parte de los
seguidores de Jesús lo abandonan: «Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo»,
nos dice San Juan en el Evangelio.
Frente a la maravilla de su entrega en la Eucaristía, muchos responden volviendo la espalda al Señor. Y no es la
muchedumbre, sino sus discípulos los que lo abandonan. Como contrapartida, en los doce apóstoles crece la fidelidad a su
Maestro y Señor. Acaso ellos tampoco comprendieron del todo lo que Jesús les promete, pero permanecieron junto a Él.
¿Por qué se quedaron? ¿Por qué fueron leales en el momento de las deslealtades?
Porque les unía a Jesús una honda amistad, porque le trataban diariamente y habían comprendido que sólo Él tiene palabras
de vida eterna. Porque le amaban profundamente.
«Señor, ¿a quién iremos?» le dice Pedro cuando Jesús les pregunta si ellos también se van.
«Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.»
Hoy nosotros tenemos la gran oportunidad de dar testimonio de una virtud tan poco valorada en nuestros tiempos, como lo
es la «fidelidad». Vemos con alarmante frecuencia como se quiebra la lealtad en los matrimonios. Como se rompe la palabra
empeñada. Como se abandona la fidelidad a la doctrina y a la persona de Cristo.
Los apóstoles nos enseñan con su ejemplo, que esta virtud se fundamenta en el amor: ellos son fieles porque aman a Cristo.
Es el amor el que les induce a permanecer mientras que muchos desertan.
El Papa Juan Pablo II nos alienta: «busquen a Jesús esforzándose en conseguir una fe personal profunda que informe y
oriente sus vidas; pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa amar a Jesús, con un amor sincero, auténtico
y personal. Él debe ser vuestro amigo y vuestro apoyo en el camino de la vida. Sólo Él tiene palabras de vida eterna».
La fe no es ante todo una «enseñanza». Casi podría decirse que es un «compromiso», un «requerimiento»: nos desafía a
elegir. Muchos discípulos se van, pero en los apóstoles, crece la fidelidad.
Vamos a proponernos hoy luchar en todo momento, con espíritu alegre, para acercarnos cada día un poco más a Dios. De
amar cada vez más a Jesús.

LECTURAS DEL DOMINGO 21 DE ABRIL DE 2024


(4ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no
pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no
se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al
Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir:
ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder
de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.»
Reflexión
El Evangelio de hoy nos trae la imagen del Buen Pastor. Es Jesús mismo que se presenta de este modo a sus discípulos.
La comparación del buen pastor era ya conocida en el Antiguo Testamento y fue muy querida por los Profetas y el pueblo,
ya que resultaba muy propia al ambiente pastoril en que vivían muchos de ellos. El pueblo elegido es llamado el rebaño, y Dios
es su pastor. Los reyes y los sacerdotes también recibían el nombre de pastores. El profeta Jeremías dirige una dura amenaza a
estos pastores que dejan que se pierdan las ovejas, y promete en nombre de Dios nuevos pastores que de verdad apacienten las
ovejas, de modo que nunca más sean angustiadas ni afligidas.
Ezequiel reprocha a los pastores sus delitos y pereza, su egoísmo y el olvido de sus deberes: Dios les quitará el rebaño y Él
mismo cuidará de sus ovejas. Más aún: suscitará un Pastor único, descendiente de David, que las apacentará y estarán seguras.
Jesús también repetidas veces había hecho comparaciones de pastores y ovejas. Pero en este pasaje propone con claridad y
amplitud la parábola del Buen Pastor. Y el Buen Pastor es aquel que cuida de sus ovejas, que busca a la extraviada, que cura a la
herida y carga sobre sus hombros a la extenuada. Después de la solemne afirmación de que Él es el Buen Pastor, afirma Jesús
que «el buen pastor de su vida por las ovejas». Habla aquí el Señor de su Pasión, y muestra que iba a ocurrir para salvación del
mundo, y que la sufriría voluntaria y libremente. Jesús dio su vida por los suyos, por amor a los suyos, en obediencia a la misión
encomendada por el Padre, para que se forme un solo rebaño.
Los primeros cristianos tuvieron una especial predilección en representar a Jesucristo bajo la figura del pastor que lleva en
sus hombros a la oveja, a la que ha ido a buscar lejos del redil. En los restos de las Catacumbas Romanas se han encontrado
decenas de imágenes con estas figuras. Es la imagen más popular y simpática y una de las más antiguas del primitivo arte
cristiano.
Y a la imagen del Buen Pastor, que conforme a la traducción del griego debería decirse el Pastor bueno, bravo, honrado,
hermoso, perfecto en todos sus aspectos, Jesús contrapone la imagen del pastor mercenario que ve venir al lobo y huye. El falso
pastor sólo piensa en él. No tiene interés alguno por sus ovejas. Es incapaz de arriesgar su vida ante el peligro. Las ovejas «no
cuentan con él». Si en la historia de Israel aparecen algunos buenos pastores, abundan los malos, los descuidados, los que
manipulan al pueblo y utilizan al rebaño de Israel para su propio provecho. En contraste con ellos, y con los maestros de la ley,
Jesús se declara el buen Pastor, el Pastor modelo. Jesús entregó su vida por cada uno de nosotros. Pedro nos lo dice con estas
palabras: «¡es un hermano por quién Cristo ha muerto!». Todos nosotros, cada uno de nosotros, somos alguien para Jesús.
Somos importantes para Él. El Buen Pastor, nos lo dice Jesús, conoce a cada una de sus ovejas. Las llama a cada una por su
nombre.
El Señor se contrapone él mismo a los pastores asalariados, a los que no les importan las ovejas. No sólo lleva a sus ovejas a
pastos abundantes, sino que les da su propia vida. Así como hay profundas relaciones de amor entre Él y el Padre, las hay
también entre Él y sus ovejas. Él cumple la misión salvadora que el Padre le ha confiado, y conforme a su voluntad, da su vida
por sus ovejas. Y lo va a hacer libremente.
Además, él, el Buen Pastor, tiene otras ovejas en otros corrales, y las va a llamar para hacer con todas ellas un solo rebaño.
Cuando Jesús dice esto, se produce una fuerte división entre los judíos: unos los rechazan y otros lo escuchan.
Esta página, nos debe llevar a una honda Reflexión, porque nosotros también, tenemos responsabilidad pastoral. Somos
pastores al mismo tiempo que ovejas.
Y no podremos ser buenos pastores, como lo es el Señor, sin una profunda relación con el Padre de Jesús. Ese Padre es
también, nuestro Padre.
Y no podremos tampoco ser buenos pastores, sin cultivar una profunda relación también con Jesús.
No se puede dar lo que no tenemos.
Si estamos desnutridos, si estamos alejados de la Vida, no podremos dar vida.
Además tenemos que cuidar de nuestras ovejas; esas personas de las que somos responsables. Con respeto, con comprensión
y por sobre todo con verdadero amor.
Si tratamos a los demás como números, objetos o fichas, seremos malos pastores.
Podría parecer que este texto está referido sólo a los sacerdotes que guían al pueblo de Dios. Sin embargo, todos en mayor o
menor grado, debemos ser pastores. Tal vez en nuestra familia, tal vez en nuestro ambiente. Y el Señor nos dio a nosotros a
través del Bautismo y de la Confirmación la misión de ser sus testigos, de darlo a conocer, de comprometernos con Él y con su
Reino.
Por eso, cuando en nuestra Iglesia parece que hay algo que no está bien, lo primero que tenemos que pensar es qué hacemos
personalmente para mejorarlo. Para ser lo que Jesús espera de nosotros.
Hoy vamos a pedirle especialmente al Señor, por los principales pastores de su pueblo, los obispos y sacerdotes para que les
conceda ser fieles reflejos de Cristo Buen Pastor. Y vamos a pedirle también por cada uno de nosotros, para que sepamos cuidar
con amor, una pequeña parte de ese rebaño del Señor.

LECTURAS DEL LUNES 22 DE ABRIL DE 2024


(4ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 10, 1-10
Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un
asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada
una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su
voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz».
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son
ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para
robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.»
Reflexión
Este pasaje del evangelio nos lleva a imaginarnos uno de esos corrales en que se juntan los rebaños de varios pastores bajo la
vigilancia de un cuidador para pasar la noche. Al amanecer, cada pastor llama a sus ovejas y parte al frente de ellas.
La Biblia anunciaba el día que Dios, el Pastor, vendría a reunir las ovejas dispersas de su pueblo, para que vivieran seguras
en su tierra. Jesús es el Pastor, y ha venido para cumplir lo anunciado; pero no lo hará en la forma esperada. Los judíos
pensaban que el Pastor les devolvería su antigua prosperidad y serían una nación privilegiada en medio de las demás naciones.
Jesús, en cambio, dice claramente que su pueblo no se confunde con la nación judía. Suyos son los que creen, y solamente
ellos. Va a sacar de entre los judíos a los que son suyos; de igual modo sacará a sus ovejas de otros corrales
En aquellos tiempos era costumbre reunir durante la noche a varios rebaños de distintos pastores en un mismo recinto. Allí
permanecían las ovejas hasta el día siguiente custodiadas por un guardián. Al amanecer, cada pastor entraba y llamaba a sus
ovejas, que se levantaban y salían con él. El pastor les hacía oír con frecuencia su voz para que no se perdieran y caminaba
delante para conducirlas a los pastos tiernos y abundantes.
Jesús utiliza esta imagen, que era tan conocida para sus oyentes, para mostrarles una enseñanza divina: ante voces extrañas
es necesario reconocer la voz de Cristo, que nos llega en forma actual a través del Magisterio de su Iglesia, y seguirle para
encontrar el alimento abundante en nuestras almas.
Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina en los Evangelios, nos ha dejado sus Sacramentos, y ha dispuesto que
haya personas para orientar para conducir, para recordarnos constantemente el camino que nos conduce a Él.
Disponemos de un tesoro infinito de ciencia:
La Palabra de Dios, custodiada en la Iglesia; la gracia de Cristo, que se administra en los sacramentos; el testimonio y el
ejemplo de todos los que viven rectamente junto a nosotros.
En este tiempo Pascual, que es tiempo de alegría para los cristianos por la Resurrección del Señor, pidamos a María que nos
ayude a reconocer siempre su voz, que es la voz de nuestro Buen Pastor, y que sigamos siempre por el camino en que Él nos
guía.

LECTURAS DEL MARTES 23 DE ABRIL DE 2024


(4ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 10, 22-30
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico
de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente.»
Jesús les respondió: «Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de
mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las
arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi
Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.»
Reflexión
Muchas veces les había dicho Jesús a los judíos, que Él era el Hijo de Dios.
Se lo había probado inclusive con numerosos milagros realizados y también les había demostrado que las profecías del
Antiguo Testamento se habían cumplido en Él.
Pero los judíos se resistían a creerle..., a aceptar sus palabras y no sabiendo y no pudiendo contradecirle, le vuelven a
preguntar para que les diga si realmente es el Cristo.
Le anticipan la pregunta que el Sumo Sacerdote le hará al Señor durante la Pasión.
Esa gente, a pesar de que Jesús, con meridiana claridad había dicho que era el enviado de Dios; no creyó.
Los llamados por el Señor, reciben el don de la fe. Pero para recibir ese regalo, debemos disponer nuestro espíritu por medio
de la oración y además debemos ser humildes. Nos dice san Pedro que «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los
humildes».
Ese espíritu de oración, esa humildad..., y por sobre todo el pedirle al Señor con perseverancia, con confianza de hijos «la
fe», nos va a poner en condición de que nos sea otorgada.
Los judíos no creyeron porque no eran «ovejas del rebaño del Señor». La «ovejas», escuchan al Pastor y lo siguen; pero
quien no sintoniza interiormente con Jesús, no le cree, no lo reconoce como su Pastor.
Este pasaje del Evangelio nos da consuelo a los que queremos ser ovejas del Señor, a quienes creemos en él, lo queremos y
nos hemos decidido a seguirlo. «Sabemos» que podemos confiar en Él; que nadie ni nada nos puede arrebatar de sus manos y de
su rebaño porque como dice Jesús: «Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las
manos de mi Padre».
Y delante de ellos, Jesús hace una declaración que les cayó muy dura a los judíos, cuando asegura «Mi Padre y Yo somos
una misma cosa».
Esa declaración de su divinidad fue tan clara, que quienes la escucharon, entendieron bien que Jesús se hacía y se decía Dios
como el Padre.
Y precisamente por eso, porque entendieron que se arrogaba la naturaleza y el poder divinos, tomaron sus palabras como una
blasfemia y quisieron apedrearle primero y luego hacerlo preso, pero él se les escapa de las manos.
Vamos a pedirle hoy al Señor que confiemos en su Palabra y que esa confianza nos ayude a vivir cerca suyo, seguros que si
lo hacemos, siempre nos tendrá el Padre en sus manos.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 24 DE ABRIL DE 2024


(4ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 12, 44-50
Jesús exclamó:
«El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió.
Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis
palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en
el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé
que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.»
Reflexión
Como en otras dos ocasiones solemnes, Jesús, alza su voz, grita y nos dice que creer en Él, verlo..., es creer y ver al que lo
ha enviado. Jesús se define como «el enviado», como el misionero del Padre. Es la humildad profunda del misionero, quien se
declara que no es nada por sí mismo, porque está allí en nombre de Otro.
Él refleja a Dios, comunica a Dios. Jesús es la única revelación completa del Padre, y, para que los hombres tengan
salvación y vida, ha venido a la tierra a salvar.
No podemos conocer a Dios y ver a Dios sin conocer y ver a Jesús. Pero ese ver a Jesús es estar con Él, vivir la vida que nos
da por medio de su Espíritu, ver reflejado en los hombres, en los más pequeños en particular, el rostro misericordioso del Padre
y del mismo Jesús.
La estrecha unión de Jesús con el Padre se nos repite incansablemente, pero eso se nos debe meter en lo profundo del alma,
que Jesús siempre responde al Padre, a la misión que el Padre le ha encomendado.
Jesús también nos dice: «Yo soy la luz y he venido al mundo para que quien crea en mí no permanezca en tinieblas». El
hombre odia las tinieblas y busca instintivamente la luz. Aquel que vive en el error y no vislumbra ningún resplandor de la luz
de la verdad, está condenado a la infelicidad. El cristiano, en cambio, es hijo de la luz y camina en la luz y con la seguridad que
da la luz.
En repetidas oportunidades en el Evangelio Jesús habla de sí mismo como «la Luz». En el Antiguo Testamento la imagen de
la luz se utiliza frecuentemente para designar al Mesías: el profeta Isaías predijo que una gran luz iluminaría a los pueblos que
estaban sumidos en tinieblas y que le Mesías habría de ser, no sólo Rey de Israel, sino luz de las gentes. El profeta David
hablaba de Dios como la luz que ilumina el alma y le da fortaleza. Zacarías y el anciano Simeón hacen referencia a la luz para
manifestar la alegría al ver que se estaban cumpliendo las antiguas profecías. El Señor se aplica a sí mismo la imagen de la luz
bajo un doble aspecto: es luz que ilumina por ser la plenitud de la Revelación divina; y es también luz que ilumina el interior del
hombre para que pueda aceptar esa Revelación y hacerla vida suya.
La afirmación que hace Jesús de que Él es la Luz y que ha venido al mundo para que el mundo no quede en tinieblas, se
aplica individualmente a cada uno de nosotros. Como cristianos estamos liberados de interrogantes que nos abruman, porque
hemos recibido la Luz y la Palabra del Señor que nos iluminan. Jesús nos pide que lo sigamos para ser hijos de la luz
Pidamos hoy al Señor, que sepamos recibir su luz y acoger su mensaje y nos esforcemos en transmitirlo a nuestros hermanos
con alegría. Que Él nos conceda ser verdaderos testigos suyos, que nuestras vidas lo reflejen para que su mensaje pueda llegar al
corazón de todos.

LECTURAS DEL JUEVES 25 DE ABRIL DE 2024


(4ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Marcos 16, 15-20
Jesús se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea,
se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán
tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los
enfermos y los curarán.»
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Reflexión
En la antífona de entrada de la misa de hoy leemos el mandato que el Señor les deja a los apóstoles: «Vayan por todo el
mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación». Estas palabras de Jesús las recoge San Marcos en el pasaje del evangelio
de hoy. Y más adelante, el evangelista, movido por el Espíritu Santo, da testimonio de que este testimonio ya se estaba
cumpliendo en el momento en que escribe su Evangelio, cuando nos dice que: «Ellos fueron a predicar por todas partes, y el
Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban». Estas son las palabras finales de su Evangelio.
San Marcos fue fiel al mandato apostólico que tantas veces oyó predicar a Pedro: Vayan al mundo entero... Él mismo,
personalmente y a través de su Evangelio, fue levadura eficaz en su tiempo, como debemos ser nosotros ahora. Si ante la
primera derrota no hubiera reaccionado con humildad y firmeza, quizá no tendríamos hoy sus palabras y los hechos de Jesús.
La misión de Marcos, como la de los Apóstoles, los evangelizadores de todos los tiempos, y la del cristiano que es
consecuente con su vocación, no debió resultar fácil, como lo prueba su muerte por martirio. Debió estar lleno de alegría y de
incomprensiones, cansancios y peligros, mientras seguía las huellas del Señor.
Gracias a Dios, y también gracias a esta generación que vivió junto a los Apóstoles, ha llegado hasta nosotros la fuerza y el
gozo de Cristo. Pero cada generación de cristianos, cada hombre, debe recibir esa predicación del Evangelio, y a su vez
transmitirlo a los demás. La gracia del Señor no ha de faltar nunca. El poder del Señor no ha disminuido.
El cristiano sabe que Dios hace milagros: que los realizó hace siglos, que los continuó haciendo después y que los sigue
haciendo ahora. Nosotros, cada cristiano, con la ayuda del Señor, haremos esos milagros en las almas de cuantos nos rodean, si
nos empeñamos en imitar a los apóstoles y nos mantenemos unidos a Cristo mediante la oración.
Vamos a pedirle hoy a María, a ella a quien invocamos como Reina de los Apóstoles, que interceda ante su Hijo para que
siempre seamos propagadores de su Palabra.

LECTURAS DEL VIERNES 26 DE ABRIL DE 2024


(4ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 14, 1-6
Jesús dijo a sus discípulos:
«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se
lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para
llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy.»
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»
Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»
Reflexión
Los apóstoles debían estar muy golpeados con la muerte que Jesús había anunciado, la traición de uno de ellos y la negación
de Pedro.
El Señor, con cariño, los consuela y alienta.
Así como confían en Dios, el Padre, deben también confiar en Él.
Jesús les anuncia que en el hogar del Padre, tienen ya preparado un sitio apacible, que Él va a ir a prepararles.
Jesús, vuelve al Padre, pero sigue presente en medio de los suyos por medio del Espíritu Santo, de la santa Eucaristía, y en
los hermanos.
Muchas veces, Jesús les repite que Él es el camino hacia el Padre, que quien ve a Él, ve al Padre.
Los discípulos, sin embargo, no acaban de entender, y cuando Tomás le dice que cómo van a conocer el camino, si ni saben
a dónde va, Jesús le responde: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Cristo es el camino, el único camino. El camino verdadero que nos conduce al Padre. Y en Cristo está la verdadera vida.
Jesús es la vida, porque es el único que la posee en su plenitud y la puede comunicar. Nadie va al Padre sino por Él. No hay
otro camino. Los discípulos, aunque entre sombras, ya conocen al Padre, porque lo han visto en Jesús y creen en el Hijo.
En la confusión de este mundo en que vivimos, en la inseguridad del presente y en la incertidumbre del porvenir, las
palabras del Señor son Luz para nuestro caminar.
* Porque sabemos que no tenemos aquí abajo morada definitiva;
* Porque podemos contar, apoyados en la palabra del Señor, que allí, en el hogar del Padre, tenemos preparado un sitio;
* Porque sabemos que Jesús resucitado nos lo está preparando, para que un día estemos donde él está y compartamos su
gloria.
Y mientras vivimos en «esta tienda de campaña», como dice San Pablo, sabemos cuál es nuestro camino, el que lleva a la
Vida; el que no se pierde, ni nos hace perdernos. Jesús es siempre nuestro camino; Él es el que vive en el reino del Padre, el
cordero resucitado, pero al mismo tiempo el que vive en la comunidad, en su Iglesia, al que seguimos escuchando en su Palabra
y en sus sacerdotes.
Jesús es el camino, pero también es caminante con nosotros, con su pueblo.
Si nos apartamos de su Iglesia, nuestro camino se pierde en la confusión de las sendas.
No es Jesús el término del camino. El término del camino es el Padre; pero con Jesús, vamos a ir descubriendo como los
apóstoles, poco a poco al Padre.
Caminando con Jesús y cargando nuestra cruz, y aliviando la de nuestros hermanos, llegaremos a la fuente de vida y verdad,
al Padre, lleno de amor y misericordia.
Pidámosle hoy a María, nuestra madre, que nuestro camino no se aparte nunca del de su Hijo.

LECTURAS DEL SÁBADO 27 DE ABRIL DE 2024


(4ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 14, 7-14
Jesús dijo a Tomás:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi
Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto
al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?
Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré
todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre,
yo lo haré.»
Reflexión
Este Evangelio, que la Iglesia elige para la fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago contiene revelaciones que nos llenan de
alegría y esperanza. Comienza el pasaje con las palabras de Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.- Nadie viene al
Padre sino por mí». Jesús es el camino hacia el Padre: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Ser la Verdad y la
Vida es lo propio del Hijo de Dios hecho hombre. Él es la Verdad porque con su venida al mundo se muestra la fidelidad de
Dios a sus promesas. Él es la Vida, por tener desde toda la eternidad la vida divina junto al Padre, y porque mediante la gracia
nos hace partícipes de esa vida divina.
Con su respuesta, Jesús está como diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el Camino. ¿Adónde quieres ir? Yo soy la
Verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la Vida.
Está al alcance del hombre comprender la Verdad y la Vida; pero no todos encuentran el Camino. Los sabios y los filósofos
comprenden que Dios es vida eterna y verdad que podemos conocer, pero Jesús, que es Verdad y vida junto al Padre, se ha
hecho Camino asumiendo la naturaleza humana.
Esta es la «buena nueva»: la historia adquiere un sentido, el hombre adquiere un sentido, todo hombre está destinado a vivir
cerca del Padre...
Y más adelante, el Señor le pregunta a Felipe: «¿no crees que Yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí?». Las palabras
del Señor siguen resultando misteriosas para los apóstoles, que no acaban de entender la unidad del Padre y del Hijo. Tenemos
que dejarnos impregnar por las palabras del Señor. Ha habido un hombre, Jesús de Nazaret, un hombre de carne y hueso, muy
real, un hombre que pisaba el suelo con sus dos pies. Un hombre que tenía amigos, relaciones humanas, un hombre que comía y
bebía con sus amigos,... y este hombre, al mismo tiempo, estaba en «comunicación con Dios»; «se identificaba a Dios», «no
hacía sino uno con Dios». Y era todo lo contrario de un loco. Un hombre equilibrado por excelencia. Un hombre humilde. Un
hombre sin ambición ni orgullo; un hombre que se arrodilló delante de sus amigos para lavarles los pies.
Termina el pasaje del Evangelio con las esperanzadoras palabras del Señor: «Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo
haré»
Vamos a pedir hoy al Señor que aumente nuestra fe. Que vivamos confiados en que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y
que si nos decidimos a recorrer ese Camino en la tierra, alcanzaremos también nosotros la vida eterna.

LECTURAS DEL DOMINGO 28 DE ABRIL DE 2024


(5ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 15, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda
para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco
en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada
pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego
y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Reflexión
En el Evangelio, de hoy el Señor se presenta como la Vid, el nuevo Israel; sus sarmientos o sus ramas, son sus discípulos, los
de entonces y los de siempre, también nosotros, y muy particularmente, las comunidades cristianas de todos los tiempos.
El Padre es el campesino, el dueño de la viña, él la cultiva. Y dice Jesús que si alguna rama no da fruto, no tiene racimos, la
limpia y la poda a ver si los da, o si da alguno, también la poda para que dé más..
Pero las ramas tienen que estar unidas al tronco de la vid para recibir el jugo, de ella. Esa savia que reciben es la vida del
Espíritu.
Cuánto más unidas estén las ramas a la cepa, más fruto darán. Si no están unidas a la cepa, se secan, entonces se cortan y se
tiran.
Jesús es la vid y para vivir unido a él hay que vivir su palabra y su vida.
En este pasaje del Evangelio San Juan habla de permanecer en él.
Y Jesús al instituir la Eucaristía dijo: «Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre permanece en Mí y yo en él.»
Este pasaje del Evangelio, que hoy leemos tiene mucha semejanza con la Eucaristía, por la Eucaristía, nosotros nos unimos a
Cristo, vivimos en Cristo y vivimos de Cristo, de su gracia, de su Vida, y Él puede vivir en nosotros, amando al Padre en
nosotros.
Muchas veces, no avanzamos en nuestra vida espiritual justamente por esa falta de unión con Cristo, sin él no podemos,
solos, no podemos
A veces nos quejamos de nuestra esterilidad, de nuestra escasa capacidad de amar. Nuestras comunidades apenas pueden
llamarse comunidades de Jesús, porque son pobres en el amor y escasas en frutos.
¿Dónde está la falla?
La falla está en nuestra falta de unión a Jesús, la ausencia de su Espíritu.
Confiamos demasiado en lo institucional, en las técnicas humanas y nos falta ¨la permanencia el seguimiento de Jesús.
Sólo si vivimos las exigencias del Señor, creceremos como discípulos, y el Padre escuchará nuestra oración y el fruto
abundará.
Hoy vamos a pedirle a Dios, que unidos a Jesús demos fruto abundante.
LECTURAS DEL LUNES 29 DE ABRIL DE 2024
(5ª Semana. Tiempo Pascual)
+ Juan 14, 21-26
Jesús dijo a sus discípulos:
«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo
amaré y me manifestaré a él.»
Judas -no el Iscariote- le dijo: «Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?»
Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no
me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi
Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»
Reflexión
Los discípulos de Jesús, con sus falsas ideas del Mesías triunfante, esperaban una manifestación gloriosa del Mesías, y Jesús
les habla de mostrarse a los suyos,... de una manifestación personal.
Eso es lo que Judas le plantea a Jesús. Le pregunta por qué no se iba a manifestar al mundo.
Y Jesús no le responde a su pregunta en forma directa, sino que les insiste en que su manifestación se dará a los que se
adhieran a él, a los que observan sus palabras.
Jesús se va a revelar a los que lo acogen.
Y aprovecha Jesús la ocasión para anunciarles a los discípulos su partida. Y les dice que el Espíritu Santo va a ser en
adelante su maestro vivo, y les va a enseñar todo.
El Espíritu Santo, no va a decir nada nuevo, pero va a mantener viva la memoria de Jesús, va a reavivar su mensaje y su
presencia.
El Espíritu Santo es como una corriente de agua viva permanente en la Iglesia, es el constante fermento que va a mantener
en la Iglesia el vínculo de amor y de servicio.
Este pasaje del evangelio nos tiene que llevar a nosotros a reflexionar si realmente nos damos cuenta que el Espíritu Santo
está acompañándonos a nosotros y a la Iglesia de Cristo en este tiempo de peregrinación.
Pensemos que Jesús vivió en la tierra hace 2000 años, que vivió en un lugar pequeño, y de poca importancia, sería imposible
que nosotros conociéramos hoy a Jesús sin la guía del Espíritu Santo.
En algunas traducciones del Evangelio se llama al Paráclito: Interprete. Este es un nombre muy adecuado para este Espíritu
que nos permite «entender» las enseñanzas de Jesús. Este Espíritu que nos deletrea el mensaje y nos lo va haciendo asimilar.
El centro siempre es Jesús,... el Espíritu Santo, encamina la comunidad hacia Jesús.
Por eso el Espíritu Santo nos es comunicado, no sólo para sentirnos bien,... para sentirnos llenos de Él,... sino para
encaminarnos a Jesús y ponernos en caminos con él para salvar el mundo.
Por eso siempre la presencia en nosotros del Espíritu Santo debe llevarnos al testimonio. Si tenemos el Espíritu Santo,
entonces debe notarse en nuestra actitud de servicio, en esa actitud de servicio del mismo Cristo, que se manifiesta
fundamentalmente con los más necesitados.
El Espíritu Santo también nos lleva a ser fieles a la comunidad de Jesús, que es su Iglesia.
En este año dedicado al Espíritu Santo, invoquémoslo con frecuencia para que se haga presente. Nunca se va a negar a
nuestro pedido porque esa es su misión hoy.

LECTURAS DEL MARTES 30 DE ABRIL DE 2024


(5ª Semana. Tiempo de Pascua)
+ Juan 14, 27-31
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: Me voy y
volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, pero
es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»
Reflexión
Jesús se va a despedir de sus discípulos. Ve que están tristes. Aun cuando no los va a dejar solos,... aun cuando les va a
enviar al Espíritu Santo,... ellos se sienten solos y desamparados.
Como despedida les deja la paz, les deja su paz, una paz distinta de la del mundo.
Jesús mismo es la paz.
En su ausencia, los discípulos igual los van a sentir cerca.
El Señor les pide que no estén tristes, porque van a recibir la recompensa, pues ir al Padre, aún a través de la muerte es
también victoria sobre la misma muerte.
La fidelidad de Cristo al Padre hasta la muerte en cruz, será el mejor testimonio para el mundo de que Él ama al Padre y
cumple su voluntad.
Jesús se enfrenta animoso con la muerte y arrastra con Él a los suyos. Pero para los discípulos, todavía no ha llegado la hora.
Pronto va a comenzar su misión en el mundo, y para que puedan cumplir esa misión, ni Jesús ni el Padre los van a
abandonar, van a recibir la nueva vida y la fuerza del Espíritu.
Éstas palabras de aliento y despedida de Jesús, son también para nosotros.
La paz que les deja Jesús es nuestra paz, y con ella nos deja su Espíritu.
Esa paz no es sólo la palabra y el deseo de prosperidad, sino «su Vida». Esa Vida que compartimos en la Eucaristía, esa
Vida que da el Espíritu Santo y que anima la comunidad cristiana.
Si creemos de verdad en Jesús y permanecemos en Él, no habrá ningún poder contra nosotros.
El Padre de Jesús es nuestro Padre y la gloria de Jesús al reunirse con el Padre, será también nuestra gloria, si le somos
fieles; si también nosotros llevamos su paz al mundo; si con la ayuda del Espíritu Santo llevamos también esa paz en nosotros y
hacia los demás para construir un mundo mejor.
Por eso en este tiempo Pascual, tiempo de alegría y de encuentro con Jesús resucitado, vamos a pedirle a Él que no deje que
nos sintamos solos, que nos envíe su Espíritu de Amor, de Alegría y de Paz, para que podamos anunciar gozosamente que Él
vive y que da su alegría y su paz a quienes lo aceptan y se le entregan.

También podría gustarte