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La oración

contestada de Alfredo
Desde que Alfredo se entregó al Señor Jesús, fue un niño
extremadamente consciente y cuidadoso. Era muy meticu-
loso en todo. Sin embargo, una mañana se quedó dormido.
Eran casi las ocho cuando se despertó. Pero el profesor era
estricto en cuanto a llegar tarde a la escuela. El chico tam-
bién quería dar ejemplo de puntualidad; tras doblar las ro-
dillas un momento, cogió sus libros y se apresuró a salir de
casa. Nada más salir por la puerta, el reloj de la torre dio
las ocho. Alfredo comenzó a orar: "Señor Jesús, detén el
reloj, detén el reloj". El buen Salvador conocía la preocu-
pación del querido Alfredo y le escuchó. Él no detuvo el re-
loj, pero tiene muchas formas y medios para ayudar si sólo
confiamos en Él con sencillez.

Cuando Alfredo llegó sin aliento a la escuela, todos los ni-


ños estaban de pie frente a la puerta y el maestro estaba tra-
tando en vano de desbloquear la puerta. No pudo. Hubo
que llamar a un cerrajero para que abriera la cerradura.
Puedes imaginar lo agradecido que estaba Alfredo por esta
extraña respuesta a su oración.
¿Sabías, querida niña, querido niño que el Señor Jesús res-
ponde a las oraciones? Él ama a los suyos y les ayuda en
sus necesidades. ¿Conoces al Salvador? ¿Sabes que la pri-
mera oración a la que Él responde es el clamor por la mise-
ricordia y por el perdón de todos los pecados? Sólo los que
saben que el Salvador murió por mí en la cruz y perdonó
todos mis pecados pueden tener la experiencia mencionada
anteriormente. A ellos les responde a su oración. Ya sea que
le pidan que les dé sabiduría para sus tareas escolares o que
los proteja en el camino de todos los peligros, que bendiga
a sus padres, que proteja a sus hermanos y hermanas: todo
se lo podemos decir a Él, quien escucha las oraciones. Por
eso es tan importante que, incluso de niños, conozcamos a
este gran y poderoso Ayudador y podamos llamarlo nues-
tro.

Por eso Él nos anima y dice: "¡Invócame en tu angustia y te


salvaré! - ¿Ya lo has hecho? ¿Oras? Oh, querido niño, qué
pobre es tu vida sin este Salvador. No tienes a nadie a
quien contarle tus necesidades. Pero aún no es tarde. El Se-
ñor Jesús te está esperando para hacerte feliz y alegre.

Ora ahora mismo y dile: Querido Señor Jesús, vengo a ti


con los muchos pecados que he cometido. ¡Mira qué mal-
vado es mi corazón! Pero también me gustaría llegar a ser
de los tuyos e ir al cielo. Siento mucho haberte afligido tan-
to. Perdóname por todo lo que he hecho. Sé que Tú moriste
en la cruz por mis pecados y que Tu sangre me limpia de
todo pecado. - Ahora creeré y me aferraré al hecho de que
Tú me amas y has borrado todo pecado. Lo dices con tus
palabras: Tan lejos como el Oriente está del Occidente, Él
ha alejado de mí mis iniquidades. Misericordioso y cle-
mente es el Señor, lento para la ira y grande en bondad. No
me ha hecho según lo que hubiera merecido por mis peca-
dos (Salmo 103). Ahora alaba su misericordia y su bondad.

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