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Diócesis de Cabimas

Secretariado de Pastoral de Liturgia

Subsidio para rezar en el hogar, (Iglesia Domestica)


Y en Familia este IV domingo de Cuaresma

Marzo del 2020


Considerando la actual situación sanitaria, en consonancia con las últimas actuaciones del
ejecutivo Nacional y de la Presidencia Episcopal Venezolana, con el fin de contribuir a la
lucha contra la expansión de la Pandemia Coronavirus Covid-19.

La pastoral Litúrgica propone un subsidio para que los fieles puedan compartir en familia
una celebración de la Palabra y así poder darle al hogar Iglesia domestica un espacio para
orar y pedirle a Dios por esta terrible situación que nos asedia. Se propone lo siguiente:

1.- Ambientación:

 Seleccionar un lugar especial en el hogar donde podrán reunirse todos en


familia.
 Preparar una mesa con mantel blanco, una vela, un crucifijo y la imagen de
la Santísima Virgen.

2. Rito de inicio:
El ministro o Familiar dice:

En el nombre del Padre, Y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

La paz esté con ustedes.

Y con tu espíritu.

El ministro o Familiar:
Con toda humildad y confianza pongámonos en la presencia de Dios
preparándonos para rezar juntos.

Te alabamos, Padre, con todas tus creaturas,


que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas, y están llenos de tu presencia y de tu
ternura.

Alabado seas, Señor.

Hijo de Dios, Jesús,


por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste a este mundo con ojos humanos.
Hoy estas vivo en cada criatura
con tu amor y misericordia.

Alabado seas, Señor.


Espíritu Santo, que con tu luz
orientas a este mundo hacia el amor del
Padre y acompañas el gemido de tu pueblo,
tu vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.

Alabado seas, Señor.

Señor Uno y Trino,


comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra
gratitud por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente
unidos con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumento de cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado
de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los
débiles, y cuiden de este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y
tu luz,
para toda la vida,
para preparar un mejor futuro,
para que venga tu Reino
de Justicia, de paz, de amor y de
hermosura.

Alabado seas, Señor


Amén.
Ministro o familiar:
Hermanos, Dios está presente también en su palabra.
Dios nos quiere hablar con su palabra antes de escuchar la palabra de dios tomemos unos
momentos para pensar en nuestras faltas y pecados y pedirle perdón a dios y así nuestro
corazón recibirá ésta palabra con alegría.
Ministro o familiar:
Tú que has sido enviado a sanar los
Corazones afligidos. Señor, ten piedad

TODOS: Señor, ten piedad

Ministro o familiar:
Tú que has venido a llamar a los
Pecadores. Cristo, ten piedad

TODOS: Cristo, ten piedad

Ministro o familiar:
Tú que estás sentado a la derecha del
Padre para interceder por nosotros.
Señor ten piedad
TODOS: Señor, ten piedad

Ministro o familiar:
Durante todos los siglos Dios ha hablado a su pueblo y su palabra nos descubre el
misterio de la redención y salvación. Es el mismo Cristo quien se hace presente en medio
de nosotros y nos anuncia su evangelio.
Nosotros estamos invitados a escuchar la palabra de Dios y ofrecer nuestra
respuesta.
Si el domingo pasado destacaba el símbolo bautismal del agua, ahora nos
encontramos con otros dos: el aceite y la luz. El primer libro de Samuel nos narra como el
profeta Samuel ungió a David como Rey de Israel. El evangelio de san Juan nos presenta a
Jesús como luz del mundo que ilumina los ojos de un ciego de nacimiento. Y San pablo nos
recuerda que siempre debemos comportarnos como hijos de la luz. Escuchemos

1. Lectura. (1Sam 16,1.6-7.10-13)

Lectura del primer libro de Samuel

En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: “Ve a la casa de Jesé, en Belén, porque
entre sus hijos me ha escogido como rey. Llena, pues, tu cuerno de aceite para ungirlo y
vete”.
Cuando llegó Samuel a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: “Éste es,
sin duda, el que voy a ungir como rey”. Pero el Señor le dijo: “No te dejes impresionar por
su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga
el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.
Así fueron pasando ante Samuel siete de los hijos de Jesé; pero Samuel dijo:
“Ninguno de éstos es el elegido del Señor”. Luego le preguntó a Jesé: “¿Son éstos todos sus
hijos?”. Él respondió: “Falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño”.
Samuel le dijo: “Hazlo venir, porque no nos sentaremos a comer hasta que llegue”.
Y Jesé lo mandó llamar.
El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a
Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es”. Tomó a Samuel el cuerno con aceite y lo
ungió delante de sus hermanos.
Palabra de Dios

A. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.
L. El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. R/.
L. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me
sosiegan. R/.
L. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con
perfume, y mi copa rebosa. R/.
L. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré
en la casa del Señor por los años sin término. R/.

2. Lectura (Ef 5,8-14)

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los efesios

Hermanos: Antes erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos
de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz. Buscad lo que agrada al
Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas.
Pues da vergüenza decir las cosas que ellos hacen a ocultas. Pero, al denunciarlas, la
luz las pone al descubierto, descubierto es luz.
Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te
iluminará».

Palabra de Dios.

A Te alabamos, Señor.
Evangelio (Jn 9,1-41)
Lectura del santo Evangelio según san Juan
A Gloria a ti, Señor
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le
preguntaron: “Maestro, ¿Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?” Jesús
respondió; “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las
obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día,
porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la
luz del mundo”.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le
dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa Enviado). Él fue, se lavó y volvió
con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No
es éste el que se sentaba a pedir limosna” Unos decían: “Es el mismo”. Otros: “No es él,
sino que se le parece”. Pero él decía: “Yo soy”. Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te
abrieron los ojos?” Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso
en los ojos y me dijo; Ve a Siloé y lávate. Entonces fui, me lave y comencé a ver”. Le
preguntaron: “¿En dónde está él” Les contestó: “No lo sé”.
Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido siego. Era sábado el día en que Jesús
hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la
vista. Él les contestó; “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”.
Algunos de los fariseos comentaban: “¿Cómo puede un pecador hacer prodigios?” Y había
división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿Qué piensas del que
te abrió los ojos?” Él les contestó: “Que es un profeta”.
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la
vista.
Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “Es éste si hijo, del que ustedes dicen que
nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es
nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quien le haya dado la vista, no lo
sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”.
Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya
habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías.
Por eso sus padres dijeron: “Ya tiene edad; pregúntenle a él”.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros
sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que
yo era ciego y ahora veo”. Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los
ojos?”. Le contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren
oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”. Entonces ellos
lo llenaron de insultos y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos
de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero a ése, no sabemos de dónde
viene”.
Replico aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo,
me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y
hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos
a un ciego de nacimiento. Sí éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Le
replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?”. Y
lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo
del hombre?”. Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?”. Jesús le dijo: “Ya
lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo
adoró.
Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para
que los ciego vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto, algunos fariseos que estaban
con él le preguntaron: “¿Entonces, también nosotros estamos ciegos?”. Jesús les contestó:
“Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.

Palabra del Señor.


A Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión sobre el Evangelio:

La ceguera como incapacidad visual:


La ceguera biológica, si bien es una incapacidad para ver, mirar o contemplar, no es una
incapacidad para vivir, sentir o pensar.
Integrada positivamente en el marco de la propia existencia, la ceguera podría ayudar a
desarrollar los otros sentidos, a través de los cuales se podrían tender puentes hacia la vida
y hacia las personas. Al mismo tiempo, se puede decir que una incapacidad visual no
impide desarrollar el sentido moral, el juicio crítico o la búsqueda de Dios.
“Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento” (Jn 9,1), pero sus discípulos sólo pueden ver a
un pecador. Los vecinos del hombre ciego sólo ven a un mendigo que pide limosnas y los
fariseos “no ven” al ciego, sino que centran la mirada en aquel que le devuelve la vista
transgrediendo el sábado. Cada uno puede ver de acuerdo con las claves de lectura que
lleva en el corazón. Cada uno puede ver de acuerdo con la imagen de Dios que sostiene su
fe. Sólo Jesús reconoce en el ciego una persona. Sólo Jesús ve en el ciego a alguien en
quien se pueden manifestar “las obras de Dios” (cf. Jn 9, 3b). A través de la humanidad de
su mirada, Jesús revela la mirada de un Dios que “ve el corazón” (1Sam 16,7).

La ceguera como incredulidad:


La ceguera de fe o incredulidad nace de la propia libertad: se elige y se decide no querer
creer. Se elige y se decide cerrar el corazón y la inteligencia al misterio.
Creer exige animarse a desinstalar determinados esquemas, arquetipos o ideas que pueden
cerrar el corazón y la inteligencia convirtiendo a una persona buena en un fundamentalista.
Los fariseos eligen no creer en el signo realizado por Jesús, porque eso los llevaría a creer
en la persona y en la palabra de Jesús. En consecuencia, se cierran en un juicio superficial
que los hace desviar la mirada de lo que Jesús hace en el ciego de nacimiento para centrar
la mirada en la transgresión a la Ley. Un agravante a esta situación será buscar justificar su
posición religiosa y moral en el testimonio de la familia del hombre ciego.
La cerrazón libre y consciente (del corazón y de la inteligencia) a la fe constituye un pecado
grave que revela una obstinación narcisista y un hermetismo espiritual, teologal y moral, ya
que cerrarse a la fe implica cerrarse a la misericordia y a la comunión.

La ceguera como camino a la sinodalidad que nos lleva a Jesús:


Para el ciego de nacimiento, la ceguera no fue un obstáculo. Tampoco fue una fuente de
resignación. Mucho menos fue un impedimento para creer. Su ceguera atrajo la mirada de
Jesús. Algo en su corazón lo hizo confiar en Aquel a quien no veía. “El ciego fue, se lavó y,
al regresar, ya veía” (Jn 9,7).
Jesús realiza un signo que cambiará radicalmente la vida del hombre ciego. Todo signo en
el contexto de San Juan tiene una función reveladora y pedagógica. Jesús se revela como
“luz del mundo” (cf. Jn 9,5), una luz que ayuda a ver, mirar y contemplar como lo hace
Dios: en clave esperanza y en clave de reconciliación. La pedagogía de la verdad implicará,
en términos paulinos, “vivir como hijos de la luz”, lo cual se traducirá en una búsqueda de
“la bondad, la justicia y la verdad”
La fe ayuda a ver más allá de lo evidente, de lo inmediato y de lo superficial. La fe ilumina
la inteligencia y los sentidos para descubrir y reconocer lo bueno, lo bello y lo verdadero
que hay en las personas y en los acontecimientos. La fe le permite al ciego de nacimiento
reconocer que Jesús viene de Dios y puede realizar sus obras. Pero también le permite,
junto con la capacidad biológica de ver, contemplar el rostro de Jesús y confesar: “Creo,
Señor” (cf. Jn 9,38).

ORACIÓN UNIVERSAL
Ministro o familiar:
Hemos escuchado la palabra de Dios.
Elevamos ahora, hermanos como familia, nuestras súplicas y Oraciones al padre quien
siempre nos escucha:

Ven, Señor Dios, a tú pueblo, la Santa Madree Iglesia, para que siempre sea fiel al
Evangelio de tú Hijo Jesucristo. Roguemos al señor.

Todos: Te rogamos, óyenos

Ven, Señor Dios, trae tú consuelo y tú amor a todos los enfermos, a los ancianos, y a los
afligidos para que ellos sean ayudados en su salud y robustecidos contra las tentaciones del
enemigo. Roguemos al señor

Todos: Te rogamos, óyenos

Ven, Señor Dios nuestro, con tú gracia a nuestros pueblos y en especial nuestro país
Venezuela para que una sus vidas con la de Cristo en su pasión, muerte y resurrección.
Roguemos al señor
Todos: Te rogamos, óyenos

Ven, Jesucristo, espiritualmente al corazón de nuestra familia quien no puede recibirte


sacramentalmente hoy, para que con tú presencia crezcamos en el amor a ti y a nuestros
hermanos. Roguemos al señor.

Todos: Te rogamos, óyenos

Ven, Señor Jesucristo, a todos los aquí presentes, y a nuestros familiares y amigos,, para
que Tú vivas con nosotros ahora y siempre. Roguemos al señor.

Todos: Te rogamos, óyenos

Luego el ministro o familiar prosigue diciendo:


Sabemos que nuestro dios es un Padre bondadoso y que está muy cerca de nosotros en la
salud y en la enfermedad. Por Eso le pedimos con confianza al padre con la Oración que su
mismo hijo nos enseñó:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
Ministro o familiar:
Llenos de la paz y el amor de Cristo, y llenos de su gracia hacemos nuestra
comunión espiritual diciendo:

Creo Señor mío


Que estás realmente presente en el
Santísimo Sacramento del altar.

Te amo sobre todas las cosas y


deseo ardientemente recibirte
Dentro de mi alma; pero,
no pudiendo hacerlo ahora
Sacramentalmente, ven al menos
espiritualmente a mi corazón.

Y como si te hubiese recibido;


me abrazo y me uno todo a Ti;
Oh Señor, no permitas que
me separe de Ti.

Amén.

Ministro o familiar:
Llenos de la presencia y el amor de Cristo, dirijamos nuestra última oración a Dios:

Señor JESUCRISTO, te damos gracias por tu presencia entre nosotros y por el gran amor
que nos tienes. Quédate con nosotros, señor, en este día y todos los días porque Tú eres el
Camino, la Verdad y la Vida. Ayúdanos a vivir más estrechamente contigo y ayúdanos,
Señor, en el camino hacia tu Padre. Tú, que vives y reinas con Él y el Espíritu Santo por los
siglos de los siglos.

Todos: AMÉN
Ministro o familiar:
Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida
eterna.

Todos: AMÉN

Pidamos a la Virgen Madre de la Iglesia, por nuestra patria y por


el mundo entero con la oración del Papa Francisco:

Oh María,
Tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de
esperanza.
Nosotros confiamos a ti, Salud de los enfermos, que bajo la cruz estuviste
asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación del pueblo, sabes que tenemos necesidad y estamos seguros que
proveerás, para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría u la
fiesta después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y
hacer lo que nos dirá Jesús, quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y
ha cargado nuestros dolores para conducirnos, a través de la cruz. A la alegría
de la resurrección.
Amén.

(Rezar el Ave María)

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