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De rodillas. Canto: Nos has llamado al desierto. El ministro expone el Santísimo Sacramento
en el altar.
MINISTRO: «Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos
los días espléndidas fiestas». Aquel hombre sin nombre no es descrito como un
derrochador, ni como un explotador de sus siervos. Es alguien como los demás y se
comporta igual que los de su clase: disfruta de su riqueza de manera confiada y ni
siquiera ve a aquel pobre llamado Lázaro que, a su puerta y «cubierto de llagas,
deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico».
Tras la muerte de los dos protagonistas, se abre un escenario totalmente distinto.
Pero esta vez se ve claro cuál es el pensamiento de Dios y su juicio. Tanto el rico
como Lázaro son hijos de Abrahán. Lázaro se sienta con este en el banquete
celestial; el rico, en cambio, no es aceptado en los tabernáculos eternos y cae al lugar
de tormento.
El rico y el pobre mueren. Y el mundo se invierte. Como en las bienaventuranzas.
Jesús no asusta, sino que tranquiliza a los hombres. Pero el Señor intenta explicar la
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vida tal como realmente es. Revela al rico que la alegría y el futuro no están en la
riqueza. Y que sin el otro, uno se queda solo y construye un infierno.
¿Qué se puede hacer? ¿Hay esperanza para el rico? ¿Puede cambiar el rico? Esta
pregunta angustia enormemente a Jesús. «Es más fácil que un camello pase por el
ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de los cielos», dirá. Amó a aquel
hombre rico, pero no fue amado. ¿Qué se puede hacer? Debemos colmar muchos
abismos de ignorancia, de distancia, de ausencia de palabras, de manos que no se
tienden, de consuelo que es negado.
Colmemos estos abismos, como hizo el administrador deshonesto, invirtiendo en
misericordia; como el samaritano, que con la compasión ama a un desconocido y lo
convierte en su prójimo. Describiendo la respuesta de Abrahán al rico, Jesús parece
insistir en la idea de que no necesitamos hechos milagrosos para convertir nuestro
corazón, para colmar estos abismos. Basta con el Evangelio, que abre el corazón de
los hombres y lo convierte en humano y cercano a los demás. Por eso hoy damos
gracias por el don de la Palabra de Dios que nos permite reconocer a Lázaro como
nuestro hermano y tener con él un nombre y una historia que nos lleva a la Salvación.
- Momento de silencio y de oración personal. Canto
MINISTRO: Cielo. Tal vez me quieres recordar en este Evangelio esta palabra tan
olvidada hoy. A veces vivo mi vida sin pensar que me llamas al cielo, a la felicidad
eterna, a estar para siempre a tu lado.
Me puede pasar como el rico de esta parábola que vive sumergido en las cosas de
este mundo. Vivía para banquetear, vestir a la moda, salir de fiestas todos los fines de
semana, comprar en exceso, desperdiciar lo que se tiene, olvidando otras prioridades
y no compartiendo con el necesitado. Estaba tan metido y ocupado en sus asuntos y
descansos, que nunca se detuvo a mirar al que estaba a su lado y que parecía menos
afortunado que él.
Quizá, yo también sólo tengo mi mirada en este plano horizontal. ¿Cuántas veces
miro el cielo? ¿Qué pienso cuando lo veo? ¿Me lleva a imaginarme allí, contigo, en la
eternidad, feliz para siempre?
Alzar la vista de las cosas de este mundo es la idea que tal vez me quieras mostrar.
No todo es vestir, comer, disfrutar, comprar, gastar, descansar… hay un más allá que
me espera, al que me invitas. No estoy creado sólo para este mundo.
A veces cuando leo este pasaje, más que pensar en el cielo, pienso en el infierno.
Pero es que tampoco para el infierno he sido creado. Ese sí que menos. El más allá
no es sólo el infierno. Tú no me intimidas, me amas. No me amenazas, me orientas.
Ayúdame a descubrir que me pensaste feliz, en tu casa celestial, y me enseñaste
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cómo llegar allá desde este mundo. Las pistas son claras: el amor a Ti, el amor a los
demás, y el amor correcto a mí mismo.
Ayúdame en este tiempo de Cuaresma a levantar la mirada, a creer que sí existe el
más allá donde me esperas, donde te veré tal cual eres. Ayúdame a seguir tus pistas
para que, recorriendo el camino de este mundo, me oriente hacia mi patria, hacia la
casa celestial donde seré feliz por la eternidad.
Sintonizar con Dios, para ver lo que él ve: Él no se queda en las apariencias, sino que
pone sus ojos "en el humilde y abatido", en tantos pobres Lázaros de hoy. Cuánto mal
nos hace fingir que no nos damos cuenta de Lázaro que es excluido y rechazado. Es
darle la espalda a Dios. ¡Es darle la espalda a Dios! Cuando el interés se centra en
las cosas que hay que producir, en lugar de las personas que hay que amar, estamos
ante un síntoma de esclerosis espiritual. (Homilía de S.S. Francisco, 13 de noviembre
de 2016).
- Momento de silencio y oración personal. Canto
PRECES
MINISTRO: Ahora hermanos elevemos nuestras súplicas confiadas a Dios para pedir
por su Iglesia y por las necesidades de todos los hombres.
TODOS: En ti Jesús está nuestra esperanza.
1. Por la Iglesia; para que fortalecida con el pan de la palabra de Dios, no caiga en la
tentación de confiar en poderes y medios extraños a su misión en el mundo. Oremos.
2. Por todos los creyentes que toman en serio su fe para que crezcan y maduren en la
ella. Oremos.
3. Por los pueblos subdesarrollados, incapaces, por carencias de medios, de
solucionar sus graves problemas; para que encuentren la ayuda fraterna de los
países más desarrollados. Oremos.
4. Por nosotros, aquí reunidos, que hemos escuchado en este retiro que “no sólo de
pan vive el hombre”; para que se nos despierte el hambre por la Palabra de Dios.
Oremos.
5. Por nuestra Diócesis para que en su caminar no se deje seducir por las tentaciones
del camino y reafirme su convicción de que “sólo se debe adorar al Señor y sólo a él
se debe servir”. Oremos.
MINISTRO: Acude en ayuda de nuestra debilidad durante esta cuaresma que apenas
iniciamos, Dios Salvador nuestro, como hiciste con los israelitas en el desierto y con
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Jesús en aquel tiempo que te consagró de ayuno, por el mismo Jesucristo nuestro
Señor. Amén
- De rodillas. Canto
MINISTRO: Les diste el pan del cielo.
TODOS: Que en sí tiene toda delicia.
MINISTRO: Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramento admirable nos dejaste el
memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo
y de tu Sangre que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Si el ministro es sacerdote o diácono da la bendición. Si es acólito presenta el Santísimo. Si
es un ministro extraordinario de la comunión reserva el Santísimo. Luego se repiten las
siguientes aclamaciones.
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su preciosísima sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su santa e inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.
MINISTRO: Alaben al Señor todas las naciones, aclámenlo todos los pueblos.
TODOS: Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.
MINISTRO: Gloria el Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
TODOS: Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
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MINISTRO: Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
TODOS: Ruega por nosotros.