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DEVOCIONALES

desafios
COMO ENFRENTAR LOS

DE LA VIDA CON DIOS

Reflexiones de R. C. Sproul
01 EVITAR LA FALSA TEOLOGÍA
DEL SUFRIMIENTO

La estadía de Martín Lutero en el monasterio fue un período de


desesperación espiritual. Vivía atormentado por una culpa que no se
aliviaba y un terrible temor a la ira de Dios. ¿Por qué un hombre
educado se retiraría a una celda inhóspita y se maltrataría infligiendo
castigo físico sobre sí mismo? ¿Qué razón tendría un creyente para
procurar sufrimiento personal?

Parte de la respuesta podría ser hallada en un concepto que surgió


en la historia de la Iglesia que equiparó el sufrimiento con el mérito.
Los monjes huyeron al desierto para buscar formas rigurosas de
ascetismo y abnegación, no solo como una forma de disciplina
espiritual para mantener una saludable dependencia de la gracia de
Dios, sino también en busca de un mérito santificador.

Un texto bíblico que a menudo se citaba como respaldo bíblico para


tal actividad era Colosenses 1:24. Pablo escribe: «Ahora me alegro de
mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que
falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es
la iglesia». Las palabras claves de este versículo son «completando lo
que falta de las aflicciones de Cristo».

Se construyó una falsa teología del sufrimiento sobre la hipótesis de


que el sufrimiento meritorio de Jesús, aunque era necesario para la
redención del pueblo de Dios, no estaba completo; es decir, hay
mérito adicional que puede ser agregado por medio del sufrimiento
de los santos.

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Reflexiona en esta verdad: el sufrimiento de Cristo no puede ser
incrementado por tus méritos. Ya está completo.

Para estudiar más a fondo:


Colosenses 1:24; 1 Pedro 2:21; 1 Pedro 3:18

POR R. C. SPROUL
02 SUFRIR POR LA JUSTICIA

La enseñanza de Martín Lutero acerca de la «justificación por la fe


sola» fue un grito de batalla por la suficiencia de los méritos de Cristo
y por la gracia de la redención. Su lema sola fide («por la fe sola») era
simplemente una extensión del antiguo credo de Agustín sola gratia
(«por la gracia sola»).

Lo que falta en las aflicciones de Cristo no es mérito. Nadie puede


restar ni añadir al mérito de Cristo. Su mérito no puede disminuir ni
aumentar. Nuestras mejores obras siempre están manchadas de
nuestra pecaminosidad. Somos deudores que no podemos pagar
nuestras deudas, y mucho menos acumular un excedente de mérito.
Interpretar Colosenses 1:24 de la manera que mencioné en la lectura
anterior es proyectar una sombra grotesca sobre la perfección y
plenitud absoluta del sufrimiento meritorio de Cristo.

Entonces ¿qué quiere decir Pablo con completar lo que falta? Si lo


que falta no es mérito, ¿qué es? Pablo enfatiza insistentemente la
idea de que la Iglesia, el cuerpo de Cristo, está llamada a participar
voluntariamente en la humillación y el sufrimiento de Jesús. Para
Pablo, como para cualquier cristiano, fue un honor excepcional ser
perseguido por causa de la justicia.
Pero una cosa es sufrir por causa de la justicia y otra muy distinta es
sufrir para recibir algún mérito.

Si estás sufriendo, reflexiona en estas preguntas:


¿Es por tus propias malas decisiones? ¿Es por tus circunstancias?
¿Estás sufriendo por causa de la justicia o es un sufrimiento
autoinfligido?

Para estudiar más a fondo:


1 Pedro 4:13; Filipenses 3:10; Hebreos 13:2

POR R. C. SPROUL
03 CONFIAR
EN LA GRACIA DE DIOS

La ironía de la teología del sufrimiento meritorio es que tiende a


producir el efecto totalmente contrario a su intención original.
Lo que comenzó como un llamado a la humilde disposición a sufrir
se convirtió en una herramienta insidiosa para la justicia propia.
Quizás la tarea más difícil para nosotros es confiar en la gracia de
Dios y solo en la gracia de Dios para nuestra salvación.
Es difícil para nuestro orgullo descansar en la gracia. Creemos que la
gracia es para otras personas, para mendigos. No queremos vivir bajo
un sistema de bienestar celestial. Queremos esforzarnos para expiar
nuestros propios pecados. Nos gusta pensar que iremos al cielo
porque merecemos estar allí.

Todo el sufrimiento que posiblemente pudiera soportar no podría


ganarme un lugar en el cielo. Tampoco puedo merecer el mérito de
Cristo a través del sufrimiento. Soy un siervo inútil, por completo, que
debe confiar en el mérito de otra persona para ser salvo.

Podemos regocijarnos con Pablo en nuestros sufrimientos si estos


realzan la gloria de Cristo. Podemos regocijarnos en nuestras
persecuciones y esperar la bendición prometida de Cristo. Pero la
bendición que Cristo prometió, la bendición de una gran
recompensa, es una recompensa de gracia. No nos ganaremos esta
bendición, sino que la recibiremos porque Cristo la prometió.
Agustín lo dijo de la siguiente manera: «Nuestras recompensas en el
cielo son fruto de que Dios nos corona con Sus propios dones. Sola
gratia».

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Da gracias a Dios por tus recompensas celestiales, las cuales son fruto
de que Dios nos corona con Sus propios dones.

Para estudiar más a fondo:


Romanos 8:18; 2 Cor 4:16-18

POR R. C. SPROUL
04 ENFRENTAR LAS TINIEBLAS

Charles Colson habla de un actual «regreso a la Edad de las


Tinieblas». Cuando pienso en la Edad de las Tinieblas original, pienso
en un período en el que la cultura estaba en declive y el progreso del
conocimiento estuvo estático.

Pero hoy leemos sobre el problema de la explosión del


conocimiento. Es una época en la que la información y las
comunicaciones son un gran negocio. Escuchamos el clamor de las
universidades de que el conocimiento en todos los campos de
investigación está aumentando tan rápidamente que nadie puede
asimilarlo, ni siquiera en las especialidades más específicas. Se acabó
la era del «experto». Ahora la palabra experto debe definirse en
términos relativos.

Si el conocimiento es luz y la luz está explotando en magnitud,


¿cómo podemos hablar de una nueva Edad de las Tinieblas? Las
tinieblas están en el corazón. Son unas tinieblas producidas por un
velo que cubre el rostro de Dios.

Hace treinta años leí un libro escrito por el filósofo y teólogo judío
Martin Buber. El libro de Buber tenía un título ominoso: Eclipse de
Dios. Ese es el eclipse de nuestra era. Hay una sombra sobre la gloria
de Dios. Somos un pueblo que no tiene a Dios en su pensamiento.
Hemos regresado a la caverna de Platón, en la que preferimos las
sombras danzantes en la pared de las opiniones infundadas por
encima de la luz de la verdad.

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Pídele a Dios que disipe las tinieblas en tu mente, alma y espíritu a
través de Su luz admirable.

Para estudiar más a fondo:


Oseas 4:1; Lucas 11:52; Habacuc 2:14

POR R. C. SPROUL
05 ENFRENTAR NUESTROS
TEMORES

Somos mortales frágiles, proclives a miedos de todo tipo. Tenemos


una inseguridad incorporada que ninguna cantidad de silbidos en la
oscuridad puede apaciguar. Buscamos seguridad con respecto a las
cosas que más nos atemorizan.

El mandamiento «No temas» fue la prohibición que más repitió


nuestro Señor. Dijo esto con tanta frecuencia a Sus discípulos y a
otras personas que casi llegó a sonar como un saludo. Mientras que la
mayoría de la gente saluda a los demás diciendo «Hola», las primeras
palabras de Jesús a menudo fueron «No temas».

¿Por qué? Quizás la predilección de Jesús por esas palabras surgió de


Su aguda percepción del miedo que se apodera de todos los que se
acercan al Dios viviente. Tememos Su poder, tememos Su ira, y sobre
todo tememos Su rechazo final.

La seguridad que más necesitamos es la seguridad de la salvación.


Aunque somos reacios a pensar mucho en ello o a contemplarlo
profundamente, sabemos —aunque solo sea intuitivamente— que la
peor catástrofe que podría sobrevenirnos es la de ser visitados por la
ira punitiva y final de Dios. Nuestra inseguridad se ve agravada por la
certeza de que merecemos esa ira.

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Escucha la Palabra de Dios para ti hoy: ¡No temas!

Para estudiar más a fondo:


Isaias 41:10; Lucas 12:32; Hebreos 13:6

POR R. C. SPROUL
06 HACER LA PREGUNTA MÁS
IMPORTANTE

Muchos creen que la seguridad de la salvación eterna no es posible y


que ni siquiera se debe buscar. Reclamar tal seguridad se considera
una máscara de suprema arrogancia, el punto más bajo de la
vanidad.

No obstante, si Dios declara que es posible tener plena seguridad de


salvación e incluso nos ordena que la busquemos, sería sumamente
arrogante que alguien la negara o descuidara.

De hecho, Dios nos manda que procuremos tener certeza acerca de


nuestra salvación: «Por lo tanto, hermanos, esfuércense más todavía
por asegurarse del llamado de Dios, que fue quien los eligió. Si hacen
estas cosas, no caerán jamás» (2 Pe 1:10, NVI).

Este mandamiento no admite un incumplimiento justificable.


Aborda un asunto crucial. La pregunta «¿Soy salvo?» es una de las
preguntas más importantes que puedo hacerme. Necesito saber la
respuesta. Debo saber la respuesta. No es una trivialidad.

Sin la seguridad de salvación la vida cristiana es inestable. Es


vulnerable a los rigores debilitantes de los cambios de humor y
permite que el lobo de la herejía acampe en la puerta.

El progreso en la santificación requiere un fundamento firme en la fe.


Sin ella, el fundamento se desmorona.

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Pídele a Dios que cimente el fundamento de tu fe con la seguridad
divina de tu salvación.

Para estudiar más a fondo:


2 Pedro 1:10; Efesios 2: 4-5; 1 Pedro 1:5

POR R. C. SPROUL
07 RECIBIR LA SEGURIDAD DE
SALVACIÓN

¿Entonces cómo recibimos esta seguridad? La Escritura declara que


el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos
de Dios. Este testimonio interior del Espíritu Santo es tanto vital
como complejo. Puede ser sometido a severas distorsiones al ser
confundido con la subjetividad y el autoengaño. El Espíritu da Su
testimonio con la Palabra y a través de la Palabra, nunca contra la
Palabra o sin ella.

Dado que es posible tener una falsa seguridad de salvación, es aún


más urgente que busquemos el testimonio del Espíritu en la Palabra
y por medio de ella. La falsa seguridad suele proceder de una
comprensión defectuosa de la salvación. Si uno no comprende las
condiciones necesarias para la salvación, la seguridad sería —en el
mejor de los casos— una suposición afortunada.

Por tal motivo, insistimos en que la doctrina correcta es un elemento


crucial para adquirir una base sólida que conduzca a la seguridad.
Incluso puede que sea una condición necesaria, aunque de ninguna
manera una condición suficiente. Sin la sana doctrina tendremos una
comprensión inadecuada de la salvación. Sin embargo, tener una
comprensión sólida de la salvación no es garantía de que tengamos
la salvación que entendemos tan profundamente.

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Da gracias a Dios por el testimonio de Su Espíritu y Su Palabra, pues
ellos te brindan la seguridad de tu salvación.

Para estudiar más a fondo:


Filipenses 2: 12; Romanos 10: 10; Romanos 1:16

POR R. C. SPROUL
08 CONSTRUIR SOBRE UN
FUNDAMENTO FIRME

René Descartes dudó intencionalmente de todo lo que se pudiera


dudar, hasta que se dio cuenta de que había una cosa de la que no
podía dudar. No podía dudar de que dudaba. Dudar de que estaba
dudando era demostrar que dudaba. No hay duda de eso.

A partir de esa premisa de la duda indudable, Descartes apeló a la


certeza formal que brindan las leyes de la inferencia inmediata.
Mediante una deducción impecable, concluyó que para dudar se
requería pensar, ya que el pensamiento es una condición necesaria
para dudar. Desde allí solo faltaba un pequeño paso para llegar a su
famoso axioma: «Pienso; luego existo». Descartes llegó finalmente a
la certeza y a la seguridad de su propia existencia personal.

La lección que aprendemos de Descartes es la siguiente: cuando nos


asalta la duda, es momento de buscar diligentemente los primeros
principios que sean ciertos. Debemos construir sobre la base de lo
seguro. Esto afecta toda la estructura de la apologética. Es una
cuestión de orden.

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Reflexiona sobre lo que Pablo llama los principios fundamentales de
Hebreos 6:1-3. ¿Tienes una buena comprensión básica de estos
principios?

Para estudiar más a fondo:


1 Corintios 3: 10-11; 1 Timoteo 6: 18-19; 2 Timoteo 2: 19

POR R. C. SPROUL
09 DESCANSAR EN LAS
PROMESAS

Al profano le parece asombroso que alguien llegara a los extremos a


los que llegó René Descartes simplemente para descubrir que él
existía. ¿Qué podría ser más evidente para un ser consciente que su
autoconsciencia?

Pero Descartes no estaba perdiendo el tiempo. En un mundo de


escepticismo sofisticado, buscó la certeza de algo que pudiera servir
como base para mucho, mucho más. Pasó de la certeza de la
autoconsciencia a la certeza de la existencia de Dios, un asunto no
menor para el creyente abrumado por las dudas. Descartes y otros
como él entendieron que probar la existencia de Dios va antes de
afirmar la confiabilidad de las Escrituras y el nacimiento y obra de la
persona de Cristo.

La certeza más importante que podemos tener es la certeza


fundamental de la existencia de Dios. Fue este asunto el que llevó a
Jonathan Edwards a declarar: «Nada es más seguro como que debe
haber un Ser ilimitado e increado».

Sobre este cimiento de certeza descansan las promesas de ese Ser


ilimitado e increado. Sobre estas promesas descansa nuestra fe.
Dudar le sirvió a Descartes, pero Edwards sabía que, a la larga, es
dudoso dudar de lo indudable.

Si tu proposito es vivir delante del rostro de Dios:


Únete al clamor del centurión: «Creo; ayúdame en mi incredulidad».

Para estudiar más a fondo:


2 Pedro 1:4; 2 Corintios 1: 20; 2 Corintios 7: 1

POR R. C. SPROUL
10 ADMIRAR HÉROES

Cuando era niño pensaba como niño. Me comportaba como niño.


Entendía como niño. Los héroes me impresionaban profundamente.
Eran en su mayoría figuras del mundo del deporte. Allí estaban Doak
Walker, Charlie «Choo Choo» Justice, Sammy Baugh, Bob Waterfield,
Felix «Doc» Blanchard, Johnny Lujack. Coleccionaba montones de
tarjetas de béisbol y las intercambiaba.

A medida que envejecemos, nuestros héroes cambian, pero no


dejamos de tenerlos. Entra hoy a mi casa y no tardarás en ver quiénes
son mis héroes ahora. No puedes evitar ver los retratos de Martín
Lutero, Stonewall Jackson y Robert E. Lee. Verás las fotografías
descoloridas de mi padre y mi abuelo. Verás las obras de Agustín,
Tomás de Aquino y Jonathan Edwards. Me escucharás hablar de
John Gerstner. Estos nombres son evidentes en mi oficina, aunque
quizás un poco incongruentes al lado del retrato enmarcado de
Arnold Palmer.

Es extraño, ¿no es verdad? Necesitamos modelos. Necesitamos


líderes que nos inspiren, personas reales de carne y hueso que
encarnen los rasgos de carácter que admiramos, porque de esa
admiración e inspiración viene la emulación. Sé que nunca seré
Martín Lutero. Dios y todos mis instructores de golf saben que nunca
seré Arnold Palmer. No puedo ser estos hombres. Pero puedo
intentar ser como ellos. Puedo imitar su valentía al enfrentar los
desafíos de la vida y puedo ser fortalecido por sus ejemplos.

Aunque la «nube de testigos» citada en Hebreos 11 es una lista de


héroes y heroínas, ellos son —sin lugar a dudas— personas de carne y
hueso reales, cuyas vidas se exponen para nosotros en las Sagradas
Escrituras. Sus retratos están pintados allí para nosotros, con arrugas
y todo. Incluso encontramos algo digno de elogio, algo que vale la
pena imitar, en la vida de la ramera Rahab.

Que nunca crezcamos tanto que dejemos de admirar.


Para estudiar más a fondo:
Hebreos 12: 1-2; Salmos 123: 1-2
POR R. C. SPROUL
11 RESPONDER ANTE LOS
DESASTRES
¿Cómo respondemos ante la violencia de los desastres naturales?
¿Cómo lidia nuestra teología con tal destrucción desenfrenada que
no muestra respeto por las personas? Los ancianos, los niños y los
enfermos indefensos no experimentan piedad frente a desastres
naturales como inundaciones y tormentas que arrasan con todo a su
paso. Luego de tales eventos, la pregunta en boca de muchas
personas es: «¿Cómo pudo un Dios bueno permitir que sucediera
algo así?».
Las airadas diatribas de la naturaleza han producido interminables
especulaciones de filósofos y teólogos. ¿Cómo respondemos
nosotros, como cristianos, al problema del dolor y el sufrimiento en el
mundo? La Escritura no proporciona una respuesta final al problema
del mal y el sufrimiento, pero nos ofrece algunas pautas útiles.
En primer lugar, la Biblia nos enseña que el mal es real. La Biblia
nunca trata de minimizar la realidad del sufrimiento y de la miseria.
Nunca intenta presentar estas realidades como meras ilusiones.
Tampoco hay ningún llamado a asumir una actitud estoica de
imperturbabilidad o indiferencia a dicha realidad. Los personajes
bíblicos hablan abiertamente de calamidades, lloran lágrimas de
verdad, rasgan sus vestiduras y escriben sus lamentaciones. El Cristo
de la Escritura es un varón de dolores familiarizado con la aflicción.
Su camino es la Vía Dolorosa.
En segundo lugar, la Biblia enseña que el mal no es definitivo.
Aunque el cristianismo reconoce la fuerza total del mal, nunca lo
considera en las categorías finales del dualismo. El mal es
dependiente y derivado. No tiene poder independiente por encima
de Dios ni sobre Él. Es redimible. Aunque las Escrituras toman el mal
en serio, su mensaje es uno de triunfo. Aunque toda la creación gime
con dolores de parto esperando su redención, ese gemido no es en
vano. Sobre toda la creación está el Cristo cósmico que al mismo
tiempo es el Cristo victorioso.

Para estudiar más a fondo:


Salmos 135: 3; Salmos 100: 5; Salmos 86: 5

POR R. C. SPROUL
12 ANCLA TU ALMA

El Dios del cristianismo no es un Dios frívolo. No es dado al capricho


ni a actos arbitrarios de violencia. Sus acciones no son impulsos ni
expresiones irracionales. No sabemos por qué en un lugar o
momento determinado ocurren catástrofes naturales. Las ecuaciones
fáciles de culpa y desastre son descartadas por las declaraciones que
vemos en el libro de Job y el noveno capítulo del Evangelio de Juan.
Cuando ocurren desastres inexplicables, debemos decir con Lutero:
«Deja que Dios sea Dios».
Cuando Job clamó: «El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el
nombre del Señor» (Job 1:21b), no estaba tratando de parecer piadoso
ni de dar una alabanza superficial a Dios. Se estaba mordiendo los
labios y agarrando su estómago mientras buscaba permanecer fiel a
Dios en medio de una angustia absoluta. Pero Job sabía quién era
Dios y no lo maldijo.
Independientemente de lo que sea este mundo, es un mundo caído.
El sufrimiento está indisolublemente relacionado con el pecado. Eso
no quiere decir que todo el sufrimiento sea un resultado directo del
pecado o que exista una relación mensurable entre el sufrimiento de
un individuo y su pecado (Job y Juan 9 militan en contra de tal
pensamiento). Sin embargo, el sufrimiento pertenece al complejo del
pecado. Mientras este mundo sufra la violencia de los hombres, el
mundo devolverá esa violencia del mismo modo. Las Escrituras a
menudo personifican a la naturaleza como enojada con su amo y
explotador humano. En lugar de vestir, mantener y reabastecer la
tierra, la explotamos y la contaminamos.
El mundo aún no está redimido. Esperamos un cielo nuevo y una
tierra nueva. Anhelamos una tierra sin tempestades, inundaciones ni
terremotos. Tal anhelo proporciona una esperanza que es un ancla
para el alma.

Para estudiar más a fondo:


Juan 9: 1-3

POR R. C. SPROUL

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