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ÍNDICE

1. ¿Qué es el bautismo?
2. ¿Quién debería ser bautizado?
3. ¿Cuál es el problema con el bautismo de infantes?
4. ¿Por qué el bautismo es un requisito para la membresía de la iglesia?
5. ¿Cuándo el «bautismo» no es un bautismo verdadero?
6. ¿Cómo deberían las iglesias administrar el bautismo?

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CAPÍTULO 1

¿QUÉ ES EL BAUTISMO?

¿Qué harías si estuvieses remojándote en una piscina y llegase un amigo por detrás y te hundiese en el
agua? Podrías sencillamente perdonar a tu amigo —una acción claramente cristiana— o podrías vengarte
haciendo lo mismo. Hasta podrías llevar el conflicto acuático a otro nivel, esperando a que tu amigo —o
amiga— saliera de la piscina y se secara, para luego empujarlo de vuelta al agua. ¿Cuál escoges, pues?

Segunda escena: ¿qué harías si tu amigo llegase a hurtadillas por detrás tuyo, te hundiese y luego te dijera:
«¡Has sido bautizado!». Aunque no sepas mucho acerca del bautismo, mi impresión es que tendrás la fuerte
sospecha de que —además de ser un poco raro— tu amigo está equivocado. No has sido bautizado; tan solo
has sido remojado.

¿Pero qué se requiere para que ese remojo se convierta en bautismo? Es obvio que se debe quitar el
elemento sorpresa y participar de manera consciente y voluntaria. Sin embargo, ¿no hay iglesias que
bautizan infantes? Los bebés no consienten en ser bautizados. ¿Y qué decir de la persona que te sumerge?
¿Tu amigo debería ser pastor? ¿Debería hacerse en el local de la iglesia, en vez de hacerlo en la piscina?

EL BAUTISMO ES…

Este capítulo responde la pregunta: «¿qué es el bautismo?». Lo primero que voy a hacer es explicar y
defender una comprensión bíblica del bautismo, y luego voy a ofrecer algunos comentarios breves acerca
de lo que no es el bautismo. Si has estado evitando ser bautizado por no estar seguro de qué se trata, espero
que este capítulo elimine la confusión y despeje el camino hacia la obediencia del mandato de Jesús de ser
bautizado.

Aquí tienes mi definición: el bautismo es el acto de la iglesia de confirmar y simbolizar la unión del creyente
con Cristo sumergiéndolo en agua, y es el acto del creyente de consagrarse públicamente a sí mismo a Cristo y
a su pueblo, uniendo de ese modo al creyente con la iglesia y manifestándolo ante el mundo. Analicemos esta
definición frase a frase y veamos cómo cada una de sus partes proviene de la Escritura.

Es el acto de la iglesia

El bautismo es el acto de la iglesia1. En primer lugar, ten en cuenta que el bautismo es algo que una persona
le hace a otra. Nadie se bautiza a sí mismo; siempre hay dos partes involucradas. Y ambas partes se dicen
algo una a la otra y le dicen algo al mundo.

En la actualidad, la gente tiene la tendencia a pensar que el bautismo es simplemente un símbolo que las
personas pueden escoger colocarse a sí mismas, como cuando deciden comprar una camisa en una tienda
y llevarla puesta en público. No tiene mucha importancia quién te bautiza, así como tampoco importa
mucho quién es el empleado de la tienda que te vendió la camisa. Cualquier cristiano puede bautizar a otro
en cualquier lugar porque el centro de atención no está en el que bautiza; está en el bautizado. Eres tú el
que decide bautizarse, porque eres tú el que quiere declarar públicamente que «estas con Jesús». Piensa en
Felipe y el etíope eunuco en Hechos 8. El eunuco se quiere bautizar y le pide a Felipe que lo bautice, lo cual
hace. Todo es bastante sencillo, ¿verdad?

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De hecho, el Nuevo Testamento presenta una imagen más completa del bautismo y lo que vemos en un
pasaje como el de Hechos 8 es en realidad la excepción a la regla, no la regla en sí. No tienes que empezar
en Hechos, sino en Mateo 16 y 18, donde Jesús les da las llaves del Reino primero a los apóstoles y luego a
las iglesias locales. Las llaves del Reino sirven para atar en la tierra lo que está atado en el cielo y para
desatar en la tierra lo que está desatado en el cielo. Esto quiere decir que tanto los apóstoles como las
iglesias congregadas tienen la autoridad de hacer una declaración pública —o dictar un veredicto— en
nombre de Jesús. Piensa en lo que hace un juez cuando golpea su mazo. No escribe la ley. No hace al acusado
inocente o culpable. En lugar de eso, medita en la ley, considera la evidencia y, entonces, dicta un veredicto
que es público y obligatorio.

Esta autoridad —semejante a la de un juez— para hacer declaraciones oficiales en nombre del cielo es algo
que Jesús confiere a las iglesias congregadas, no a los cristianos de forma individual. Escucha lo que dice
Mateo 18:20: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
Jesús no está hablando aquí a grupos pequeños y su presencia entre ellos no es una experiencia mística o
una condición atmosférica. Si lees cuidadosamente el contexto, verás que Jesús está diciendo que su
autoridad celestial pertenece a las iglesias congregadas (cf. especialmente los vv. 18 y 19). Una iglesia es
una reunión periódica de por lo menos dos o tres personas que testifican juntos del nombre de Cristo. Y
Cristo se hace presente en tales reuniones para autorizarlos a hablar en su nombre.

Necesitamos saber todo esto para comprender lo que está sucediendo en la Gran Comisión de Mateo 28. En
primer lugar, Jesús nos recuerda que es él quien tiene toda la potestad en el cielo y en la tierra (v. 18). A
continuación, autoriza a sus discípulos a bautizar y a hacer discípulos en el nombre del Padre, de sí mismo
y del Espíritu Santo (v. 19). Entonces, les ordena que enseñen todas las cosas que ha mandado, lo cual se
cumple en el continuo ministerio de enseñanza de la iglesia local (v. 20a). Finalmente, les reafirma que su
presencia autoritativa se encuentra allí en esa iglesia: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo» (v. 20b). En buena parte, Mateo 28 se basa en el contexto de las promesas y la autoridad
concedidas en Mateo 16 y 18. Jesús no olvidó lo que había dicho anteriormente y nosotros tampoco
deberíamos hacerlo.

Así que la pregunta es: ¿quién tiene autoridad para bautizar? ¿Cualquier cristiano? Bueno, si desempeñas
una labor misionera en lugares donde no existen otros cristianos, entonces no tienes opción: sí, puedes
bautizar. Puesto que allí no existe todavía ninguna iglesia local, tú eres la iglesia en ese lugar. Y Hechos 8
sienta un precedente que puedes usar si alguna vez te encuentras en una situación semejante. Al mismo
tiempo, recuerda que Jesús conecta explícitamente su presencia autoritativa con las iglesias; dos o tres
personas —o dos o tres mil— reunidas en su nombre. Por tanto, las iglesias locales son las que
normalmente tienen la autoridad para bautizar. La iglesia actúa por medio de un representante ya que el
bautismo es llevado a cabo por una persona. Pero el bautismo sigue siendo un acto de la iglesia.

Esto no significa que la iglesia tiene la autoridad de negar el bautismo a alguien que evidencia estar
convertido (cf. Hch. 11:17-18). Pero sí quiere decir que, la iglesia debería dar generalmente su
consentimiento porque no solo hace una declaración pública el que va a ser bautizado. Los que lo bautizan
también hacen una declaración pública (o dictan un veredicto). Hacen constar a los bautizados «en las actas
de la tierra» en nombre del Reino de los cielos, lo cual nos lleva al siguiente punto.

¿Qué es exactamente lo que la iglesia declara por medio del bautismo? En el bautismo, la iglesia confirma
la profesión de fe del creyente en Cristo. Hasta donde le es posible discernir, ratifica que alguien que declara
estar unido a Cristo en su muerte y resurrección, en realidad lo está. La iglesia estampa un sello público y
visible sobre una realidad espiritual e invisible.

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La fe nos une a Cristo para que podemos experimentar todos los beneficios de su muerte y resurrección. Y
el bautismo simboliza dicha unión. Considera los siguientes pasajes:

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó
de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva (Ro. 6:3-4).

Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque
todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos (Gá. 3:25-27).

El bautismo es una señal de la efectividad del evangelio. Es una señal que indica que esta persona ha dado
la espalda al pecado y se ha unido a Cristo por medio de la fe. Pero el bautismo no solo confirma estas
realidades, también las simboliza visualmente. Piensa en Cristo muriendo, siendo sepultado y resucitando.
El bautismo simboliza públicamente la unión de una persona con esa muerte, sepultura y resurrección. La
persona es sumergida físicamente bajo el agua y luego es levantada de ella.

Y como el bautismo simboliza nuestra unión con Cristo, también simboliza los beneficios de dicha unión.
Por medio de Cristo, nuestros pecados son perdonados y purificados, y el bautismo simboliza ambas cosas.
Pedro le dijo a la multitud en Pentecostés: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados» (Hch. 2:38). Y Ananías le dijo al recién convertido apóstol Pablo:
«Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre» (Hch.
22:16). Aún más, a través de Cristo experimentamos una vida nueva en el poder del Espíritu y la
resurrección simbólica del bautismo expresa dicha vida (Ro. 6:4; Col. 2:11-12). En el bautismo, la iglesia
confirma que alguien que profesa fe en Cristo está verdaderamente unido a Cristo y también representa de
forma visual esa unión y todos sus beneficios.

Sumergiéndolo en agua

¿Cómo confirma y simboliza la iglesia la unión del creyente con Cristo? Sumergiéndolo en agua. La palabra
griega baptizˉo—en la que está basada nuestra palabra «bautizar»— quiere decir sumergir o hundir algo
en agua, teniendo como resultado típico una sumersión completa. De forma consistente, el Nuevo
Testamento describe el bautismo como una sumersión. Juan el Bautista bautizaba «también en Enón, junto
a Salim, porque había allí muchas aguas» (Jn. 3:23), y no existe indicio alguno de que los bautismos llevados
a cabo por los discípulos de Jesús requiriesen menos cantidad de agua.

Asimismo, cuando el etíope eunuco llegó a la fe en Cristo mientras iba sentado en su carro con Felipe, dijo:
«Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?» (Hch. 8:36). Y seguimos leyendo: «Y mandó parar el
carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu
del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino» (Hch. 8:38-39).
Aparentemente, el bautismo requirió más agua que la que tenían en el carruaje, por lo que descendieron a
las aguas para llevarlo a cabo.

Finalmente, la descripción que hace el apóstol Pablo del bautismo como señal de la muerte, sepultura y
resurrección del creyente con Cristo parece dar por sentado la sumersión (Ro. 6:1-4). La sumersión física
imita el proceso de sepultura y resurrección, simbolizando en él nuestra unión con Cristo. Así que la iglesia
confirma y simboliza la unión del creyente con Cristo sumergiéndolo en agua.

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Pero, por supuesto, el bautismo no es simplemente un acto de la iglesia; también es el acto del creyente. La
iglesia bautiza; el cristiano es bautizado. Considera cómo respondieron al mensaje de Pedro aquellos que
lo oyeron predicar en Pentecostés:

Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: “Varones hermanos, ¿qué
haremos?”. Pedro les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” […]. Así que,
los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas (Hch.
2:37-39, 41).

Aquellos que se arrepintieron de sus pecados y confiaron en Jesús fueron bautizados. El bautismo es el
primer acto público de la fe que recibe a Cristo como Señor y Salvador. Si eres cristiano, Jesús te ordena
bautizarte. Es algo que debes hacer y nadie más lo puede hacer en tu lugar.

Y, por descontado, el bautismo no es algo que deban hacer los que no son cristianos. El bautismo confirma
y simboliza la unión del creyente con Cristo, de modo que solo deben bautizarse aquellos unidos a Cristo
mediante la fe.

De consagrarse públicamente a sí mismo a Cristo

¿Qué está haciendo el creyente al bautizarse? Consagrarse a sí mismo a Cristo. El bautismo es la manera en
la que el cristiano queda oficialmente registrado en el acta. Es la forma en la que profesa públicamente su
fe y sumisión al Señor Jesucristo.

Como respuesta al evangelio, se nos ordena volvernos a Jesús tanto interna como externamente; y lo
externo manifiesta lo interno. El bautismo se realiza públicamente, delante de testigos. Piensa en los que
se arrepintieron y fueron bautizados en Pentecostés. Todos aquellos que salieron de entre la multitud
dando un paso al frente para ser bautizados estaban etiquetándose a sí mismos como seguidores de Jesús.

Y eso es exactamente lo que Jesús quiere, seguidores que todos puedan ver: «A cualquiera, pues, que me
confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a
cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en
los cielos» (Mt. 10:32-33). No existen discípulos secretos de Jesús. La única forma de seguir a Jesús es
haciéndolo abiertamente, a plena vista, donde todos puedan verte. Y el bautismo es la manera en que
declaramos ante la iglesia y el mundo que pertenecemos a Jesús. Cristo quiere un reflector apuntando hacia
sus discípulos a fin de que el mundo lo pueda ver a él reflejado en nosotros. El bautismo es la forma en que
nos colocamos bajo ese haz de luz.

Si te incomoda hacer pública tu fe, piensa en el bautismo como una ayuda en lugar de un obstáculo. Jesús
no ha dejado en manos de tu valentía o creatividad la manera de encontrar cómo proclamas que eres
cristiano; él te ha mostrado cómo hacerlo. Te lo ha puesto fácil. Lo único que tienes que hacer es confesar
tu fe en Cristo y luego reclinarte hacia atrás aguantando la respiración.

Pero el bautismo no es solo la demostración de un compromiso anterior; en sí mismo es la creación de un


compromiso. Pedro describe cómo Noé y su familia fueron salvos mediante las aguas del juicio, y luego
establece una comparación: «El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las
inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección
de Jesucristo» (1 P. 3:21). Cuando Pedro dice que el bautismo «nos salva», aclara que lo que salva no es el

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lavamiento físico con agua, sino la fe expresada mediante el bautismo. Y la resurrección de Cristo es lo que
le da poder a la fe. No es que haya poder o virtud alguna en nuestra fe misma, sino que por ella nos
apropiamos del Cristo resucitado.

La frase: «aspiración de una buena conciencia» podría ser considerada como una petición, una promesa o
ambas cosas. Creo que las dos están presentes en el bautismo, independientemente de si este versículo
resalta una cosa o la otra. El bautismo es una petición, una oración que le da voz a la súplica de la fe:
«¡Sálvame, Señor Jesús!». Al identificarse por medio del bautismo con la muerte y resurrección de Cristo, el
creyente proclama públicamente a Cristo como su Salvador, rogándole a Dios que cumpla con su promesa
de salvarlo.

El bautismo es una promesa porque promete públicamente sumisión a Cristo como Señor. Bautizarse en el
nombre de Cristo es someterse a su autoridad (Mt. 28:19). El bautismo es un juramento de lealtad al Rey
Jesús. Es la forma en que juras públicamente serle fiel. En ese sentido, el bautismo es la promesa de
obedecer todo lo que Cristo ordena. Bautizarse es firmar en la línea punteada debajo de: «guardad todas
las cosas que os he mandado» (Mt. 28:20). No puedes recibir a Jesús como Salvador sin adorarlo como
Señor. En el bautismo ponemos el yugo fácil sobre nuestros hombros — que también es una cruz— y
andamos tras los pasos de Jesús.

El bautismo es donde la fe se hace pública. Es el lugar en que nos ponemos la camiseta del equipo de
Jesucristo. El bautismo es la forma en que el creyente se apropia de Cristo como Salvador y se somete a él
como Señor, comprometiéndose con él delante de todo el mundo.

Y a su pueblo

En el bautismo el creyente se compromete a sí mismo no solo con Cristo, sino también con el pueblo de
Cristo. Haz memoria de nuevo de lo que sucedió en Pentecostés: «Así que, los que recibieron su palabra
fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas» (Hch. 2:41). ¿A quién fueron añadidos
esas 3.000 personas? A la Iglesia en Jerusalén, cuya congregación anterior era tan solo de 120 (Hch. 1:15).
Aquellos que se bautizaron en Pentecostés salieron del mundo y entraron en la iglesia. Y asimismo sucede
—o debería suceder— con todo aquel que se bautiza en la actualidad.

Confiar en Jesús es unirse a la compañía de todos aquellos que confían en Jesús. Recibir a Cristo es recibir
a su pueblo. El evangelio no solo nos reconcilia con Dios (Ef. 2:1-10), sino que nos reconcilia el uno con el
otro (Ef. 2:11-22). Invocar a Dios como Padre es adoptar como hermanos y hermanas a todos aquellos que
hacen lo mismo. Estar unido a Cristo es convertirse en un miembro de su cuerpo (1 Co. 12:12-26; Ef. 1:23;
Col. 1:18; 1 P. 2:10).

Por tanto, en el bautismo el creyente se consagra a sí mismo tanto a Cristo como a su pueblo. Al ponerte la
camiseta del equipo, te comprometes a jugar con el equipo. Al bautizarte, sales del mundo y entras en la
iglesia. No existe una zona intermedia que te permita pasear por ahí con Jesús si aún no estás paseando con
su pueblo. Por eso, el bautismo es el compromiso de seguir a Cristo en compañía de su iglesia. En el
bautismo, el cristiano se compromete a amar, servir y someterse al pueblo de Cristo.

La iglesia asume un compromiso propio al formalizar el compromiso del bautizado. El acto del bautismo
transmite el compromiso del creyente: «Por la presente, me comprometo con Cristo y con vosotros, su
pueblo» y, a su vez, transmite el compromiso de la iglesia: «Por la presente, confirmamos tu confesión y

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nos comprometemos contigo, un miembro del cuerpo de Cristo». En el bautismo, el creyente le habla a Dios
y a la iglesia, y la iglesia le habla al creyente de parte de Dios.

Así pues, cuando la iglesia confirma y simboliza la unión del creyente con Cristo, y el creyente se
compromete con Cristo y su pueblo, ese creyente es unido a la iglesia y es diferenciado del mundo. Al
creyente se le inscribe en la plantilla del equipo y se le entrega una camiseta oficial para que se la ponga. El
bautismo identifica públicamente a alguien como cristiano. En el bautismo, la iglesia le dice al mundo:
«¡Mirad aquí! ¡Esta persona pertenece a Cristo!». Y debido a que el bautismo identifica a la persona como
cristiana, la incorporan a la congregación de la iglesia; el pueblo sobre la tierra del nuevo pacto de Cristo.

En el capítulo 4, examinaremos con más detalle la función del bautismo como un factor de unión con la
iglesia y de proclamación ante el mundo. Por el momento, es suficiente con entender que en el bautismo el
creyente se compromete no solo con Cristo, sino también con su pueblo.

EL BAUTISMO NO ES…

Vamos a considerar de forma breve dos observaciones respecto a lo que no es el bautismo. Primero, el
bautismo en sí mismo no te salva. Recuerda que cuando Pedro dice en 1 Pedro 3:21 que el bautismo salva,
no está diciendo que el mojarse físicamente tiene un poder inherente, sino que el bautismo expresa la fe en
la poderosa resurrección de Cristo. Somos salvos por medio de confiar en la muerte y resurrección de Jesús,
y el bautismo es donde dicha confianza se manifiesta públicamente.

La Escritura es clara en que es por la fe que nuestros pecados son perdonados, somos contados como justos
por Dios y somos reconciliados con él (Ro. 3:21-31; 4:1-8; 5:1-11). El bautismo describe todas estas
realidades, pero no las genera. A todos los creyentes se nos ordena ser bautizados y cuando obedecemos
los mandamientos de Cristo demostramos que nuestra fe es real (Jn. 14:21-24; Stg. 2:14-26; 1 Jn. 2:3-6).
Por tanto, ningún cristiano debería rechazar el bautismo sobre la base de que «no es necesario para
salvación». El bautismo es la prueba imprescindible de tu afirmación de ser salvo. Sin embargo, el bautismo
en sí mismo no garantiza la salvación. El malhechor en la cruz fue al cielo sin haber sido bautizado (Lc.
23:39-43), y Simón el mago se dirigía hacia el infierno aun siendo bautizado (Hch. 8:13-24).

Segundo, es importante reconocer que el bautismo no es una simple tradición humana. No es algo que la
iglesia ha inventado. No es algo que nos da por hacer a los cristianos y que de la misma manera podemos
elegir no hacer. Más bien, es un mandato de Cristo que es obligatorio para todos los creyentes en toda época
y lugar.

A CONTINUACIÓN

Volvamos al caso de nuestro amigo al que le gusta sumergir a la gente. ¿Si logra sumergirte en agua clorada,
a 25° C., te ha bautizado?

En absoluto. Pero si al empezar el capítulo tan solo tenías un conocimiento impreciso de este tema, espero
que ahora sí tengas una imagen bíblica clara de lo que es el bautismo. En el bautismo, Jesús ha entregado a
sus discípulos una manera de apropiarse públicamente de él y, al mismo tiempo, declararse a sí mismos
como suyos. Y Cristo le ha dado a la iglesia una forma pública y poderosa tanto para confirmar la unión del
creyente con él como para simbolizarla. Y en este doble acto, el creyente se compromete con la iglesia y la
iglesia se compromete con el creyente. El bautismo es una señal que refleja la unión del creyente con Cristo,
al mismo tiempo que efectúa una unión nueva y horizontal juntando el creyente y la iglesia.

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¿Qué es el bautismo? Repite conmigo: el bautismo es el acto de la iglesia de confirmar y simbolizar la unión
del creyente con Cristo sumergiéndolo en agua, y es el acto del creyente de consagrarse públicamente a sí
mismo a Cristo y a su pueblo, uniendo de ese modo al creyente con la iglesia y manifestándolo ante el mundo.
Lo cual nos lleva a nuestra siguiente pregunta y capítulo: ¿quién debería ser bautizado?

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CAPÍTULO 2

¿QUIÉN DEBERÍA SER BAUTIZADO?

¿Te consideras cristiano? Si no lo eres, me alegro de que estés leyendo este libro, pero déjame decirte que
el bautismo no es tu prioridad número uno. Lo que necesitas hacer en primer lugar es arrepentirte de tus
pecados y confiar en Cristo para salvación.

Pero si estás leyendo este libro, supongo que lo más probable es que hayas profesado fe en Cristo. Si es así,
¿has sido bautizado? ¿Por qué sí o por qué no?

Este capítulo plantea la pregunta: «¿quién debería ser bautizado?». Y la respuesta es: «todo cristiano». Sin
excepciones, sin casos especiales, sin peros de ningún tipo. En este capítulo expondré el mandato bíblico
de bautizarse, exploraré algunos beneficios del bautismo y responderé a las objeciones en contra del
mismo. Una de estas objeciones —que alguien ya ha sido «bautizado» como infante— merece un
tratamiento especial, por lo que contará con su propio capítulo.

EL MANDATO DEL BAUTISMO

Como vimos en el capítulo anterior, Jesús manda a sus discípulos hacer discípulos: «Toda potestad me es
dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado» (Mt. 28:18-20). ¿Cómo hacen discípulos los seguidores de Jesús? Primero, a través de la
predicación del evangelio del Reino, tal y como hizo Jesús (Mt. 4:17, 23), y tal y como previamente había
enviado a hacer a sus discípulos (Mt. 10:5-7). De modo que, es justo decir que el mandato de «hacer
discípulos» implica predicar el evangelio. Te conviertes en discípulo de Jesús cuando abrazas el mensaje de
Jesús.

Pero Cristo especifica dos pasos más en este proceso, dos medios a través de los cuales se debe llevar a
cabo el mandato de hacer discípulos: los discípulos de Jesús deben bautizar a estos nuevos seguidores y
enseñarles a obedecer todos los mandamientos de Jesús.

Paso 1: Predica el evangelio.


Paso 2: Cuando las personas respondan en fe, bautízalas. Paso 3: Enséñales a hacer todo lo que Jesús ha
mandado.

Todos aquellos que se convierten en discípulos se bautizan. No existe una categoría de discípulos no
bautizados.
El bautismo es algo que un discípulo debe hacer, ofreciéndose a sí mismo en el acto simbólico de su muerte
y resurrección. Y por el mandamiento contenido en la frase de Jesús, parece claro que el bautismo es
verdaderamente el primer asunto de la lista conocida como: «todas las cosas que os he mandado». Después
de arrepentirse y creer, el bautismo es el primer mandato que los discípulos de Jesús son llamados a
obedecer. En tu condición de nuevo seguidor de Jesús, lo primero que haces es bautizarte.
Siendo así, no nos sorprende que en una misma frase Pedro le diga a los que escucharon su sermón en
Pentecostés que se arrepientan y se bauticen: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre
de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch. 2:38). Y hemos visto
que muchos de ellos lo hicieron: «Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron

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aquel día como tres mil personas» (Hch. 2:41). Una vez más, recibir el evangelio y bautizarse van juntos de
la mano. Si llegas a confiar en Jesús, lo primero que necesitas hacer es proclamarlo públicamente mediante
el bautismo.
Esto también explica la razón por la que a lo largo de las epístolas del Nuevo Testamento los escritores
asumen que todos sus lectores cristianos están bautizados. Pablo sostiene que aquellos que han muerto al
pecado ya no pueden vivir más en él, y luego señala: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados
en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?» (Ro. 6:3). El apóstol les asegura a los Gálatas que
todos ellos son hijos de Dios mediante la fe en Cristo, y luego lo explica: «Porque todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos» (Gá. 3:27; cf. 1 Co. 1:13; Col. 2:12). Estos argumentos solo
son válidos si todos los lectores originales habían sido bautizados.

Si eres cristiano y no has sido bautizado, necesitas serlo. No se trata de algo meramente opcional, o
recomendable, o prudente, o la mejor opción. Es obligatorio. Y aunque ser discípulo de Jesús es más que
obedecer sus mandamientos, nunca es menos que eso. Nuestra obediencia a Jesús es la prueba decisiva de
nuestro amor por él. Aquellos que confían en Jesús hacen lo que él dice, y Jesús dice a aquellos que confían
en él que se bauticen.

DOS BENEFICIOS DEL BAUTISMO

Si proclamas creer en Jesús, pero no has sido bautizado, lo que acabamos de decir debería bastar. Jesús
manda el bautismo, así que ves y hazlo. Pero si aún tienes dudas, quiero estimularte a obedecer el mandato
de Cristo de ser bautizado destacando dos beneficios del bautismo.

El primero es que cuando confiesas la fe, la fortaleces. El bautismo es la declaración pública de que
perteneces a Jesús. Y si eres reacio a declararte abiertamente como seguidor del Señor, ¡entonces el
bautismo es lo que más necesitas hacer! La fe en Jesús está concebida para redefinirte: qué es verdad
respecto a tu pasado, presente y futuro, quién es tu familia y quién cuenta con tu mayor lealtad. El bautismo
es una manera de simbolizar y proclamar todas estas realidades.

Si intentas mantener tu fe en secreto, se marchitará y morirá. Al igual que nuestros cuerpos, la fe se fortalece
mediante el ejercicio y el bautismo es un ejercicio de la fe. El bautismo es una acción estimulada por la fe y
es una acción que marca la trayectoria para toda nuestra vida de fe. Ser cristiano es ser trasparente acerca
de quién eres. La vida cristiana se vive sobre el escenario, junto a la compañía de la iglesia, ante un mundo
que está observando. Y el bautismo es la forma en que nos colocamos bajo el foco de atención.

El segundo beneficio relacionado con el bautismo es que este ofrece una oportunidad ya preparada para
evangelizar. Muchos familiares y amigos —que de otra manera no irían a la iglesia— asistirían con gusto a
un bautismo. Si tus invitados no saben lo que significa el bautismo, usa el evangelio para explicarlo y si no
comprenden el evangelio, usa el bautismo para ilustrarlo. De la misma forma en que eres sumergido bajo
el agua y levantado de nuevo, así también Jesús se sumergió en la muerte y se levantó victorioso. Y todos
aquellos que están unidos a Cristo comparten su victoria, porque a través de su muerte y resurrección
nuestros pecados son perdonados, y somos reconciliados con Dios.

OBJECIONES CONTRA EL BAUTISMO

Si eres un cristiano profesante, pero no has sido bautizado aún, ¿por qué no? Consideremos algunas
posibles objeciones contra el bautismo.

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Ya hemos visto que Jesús no aceptará seguidores o discípulos secretos: «A cualquiera, pues, que me confiese
delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera
que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos»
(Mt. 10:32-33). Y repite: «Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el
Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles» (Lc. 9:26). Los
cristianos son aquellos que confiesan su fe en Cristo. Por definición, la confesión es un acto público en el
cual se habla frente a alguien que escucha. Si presentarte públicamente como cristiano te hace sentir
nervioso, considera el bautismo como una ayuda en lugar de un obstáculo. El bautismo te ayuda a hacer
con tu fe lo que se supone que debes hacer con ella; compartirla abiertamente.

Algunas palabras para los líderes de las iglesias. En general, creo que es una buena práctica pedir a aquellos
que se bautizan no solo que confiesen verbalmente su fe en Cristo y se comprometan a obedecerle, sino que
también compartan cómo llegaron a confiar personalmente en Jesús como Salvador. Esto da gloria a Dios
por lo que ha hecho en sus vidas e intensifica el poder evangelizador del bautismo. Pero si alguien tiene un
miedo paralizante a hablar en público, o por alguna otra razón es incapaz de narrar su testimonio, os
animaría simplemente a hacer que la persona confirme una confesión de fe y un compromiso de obedecer
a Jesús. Algo como esto:

—¿Confiesas tener fe en Jesucristo como tu Salvador y someterte a él como Señor?

—Sí, lo confieso.

—Con la ayuda de su gracia, ¿prometes obedecer a Jesús en comunión con su iglesia por el resto de tu vida?
—Sí, lo prometo.

Bueno, es cierto que habría sido mejor haberte bautizado tan pronto como llegaste a la fe en Cristo. Pero
cuando se trata de obedecer los mandatos de Dios, tarde es definitivamente mejor que nunca (Mt. 21:28-
32). Y el tiempo que ha transcurrido no hace que el mandamiento sea menos obligatorio. Sin duda alguna,
bautizarte ahora implicaría admitir que estabas equivocado al no bautizarte durante todos estos años. Pero
eso es sencillamente lo que significa seguir a Jesús. Cuando descubrimos el pecado en nuestras vidas, nos
arrepentimos y obedecemos. «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lc.
5:32).

En verdad, ¡eso sí que es un problema! Este es mi consejo: busca una iglesia que predique el evangelio y
que enseñe la Biblia. Busca una iglesia donde la gente se tome en serio seguir a Jesús y ayude a otros a hacer
lo mismo. Preséntate ante los líderes de la iglesia. Déjales saber que eres un creyente en Jesús y que deseas
ser bautizado. Y comprométete a unirte con esa iglesia, a servir en ella y a permitirle que te ayude a crecer
en semejanza a Cristo. Si necesitas ayuda para encontrar una iglesia así, el motor de búsqueda de iglesias
de 9Marks sería un buen lugar donde empezar 2.

El bautismo consiste en una sola presentación. Una vez bautizado, no necesitas —ni debes— bautizarte de
nuevo. ¿Pero deberían ser bautizados los infantes? ¿Es el bautismo de infantes un bautismo verdadero? Ese
es el tema de nuestro próximo capítulo.

EN DEFINITIVA

Si has estado posponiendo el bautismo por culpa de la ansiedad o del temor, ¡cobra ánimo! Jesús promete
que cuando seamos arrastrados a una corte por su causa, su propio Espíritu hablará a través nuestro,

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dándonos las palabras que habremos de decir (Mt. 10:19-20). ¿Y cuánto más el Espíritu que te concedió la
fe no te capacitará públicamente para confesar esa misma fe? (1 Co. 12:3).

En definitiva, a todo cristiano se le ordena bautizarse. Entonces, ¿a qué estás esperando?

pág. 12
CAPÍTULO 3

¿CUÁL ES EL PROBLEMA CON EL BAUTISMO DE INFANTES?

¿Cuál es el problema con el bautismo de infantes? Estoy seguro de que algunas de las personas que están
leyendo este libro fueron bautizadas siendo infantes y ahora tienen serias dudas de si eso fue un bautismo
verdadero. O quizá conoces algunas iglesias que practican el bautismo de infantes, pero nunca has
considerado el porqué, o has evaluado dicha práctica a la luz de la Escritura.

En este capítulo expondremos los argumentos teológicos más convincentes a favor del bautismo de
infantes, los evaluaremos bíblicamente y luego responderemos a las objeciones paidobautistas en contra
de la postura del bautismo de creyentes.

LOS ARGUMENTOS A FAVOR DEL BAUTISMO DE INFANTES

Durante la mayor parte de la historia de la iglesia, al menos una parte de la misma ha «bautizado» infantes.
Esta postura se denomina paidobautismo. Las iglesias han hecho esto por distintas razones. Los católicos
romanos —y algunos otros— creen que el bautismo en sí imparte gracia salvadora al que lo recibe y
también lo une al Cuerpo espiritual de Cristo. El acto funciona por sí solo, de modo que el infante que lo
recibe no necesita ejercer la fe o expresar su consentimiento para que el bautismo pueda tener efecto. Pero
este entendimiento del bautismo está reñido con el evangelio mismo. Lo que nos salva es estar unidos a
Cristo mediante la fe. Las ordenanzas del bautismo y la Santa Cena

simbolizan y confirman esa unión; no la hacen efectiva.

Siguiendo la línea de Lutero, algunos luteranos mantienen que los infantes que son bautizados en realidad
tienen fe. Pero si eso es así, ¿por qué un número tan grande de aquellos que son bautizados como infantes
jamás dan evidencia alguna de tener fe? ¿Adónde se ha ido su fe?

Entre los evangélicos, los cristianos dentro de la tradición reformada son los que ofrecen el argumento más
sólido a favor del bautismo infantil. Dicho argumento se centra en la relación entre los pactos de Dios y las
señales de dicho pacto3. Un pacto es una relación con seres humanos en la que Dios entra libremente y el
cual confirma mediante un juramento. A menudo, los pactos vienen acompañados de señales que
simbolizan de forma visual algo de las condiciones y los beneficios del pacto. Por ejemplo, el pacto de Dios
con Abraham vino acompañado de la circuncisión como señal y esta se mantuvo bajo el pacto mosaico (Gn.
17:1-14; Lv. 12:3). Dios hizo un pacto con Abraham y le ordenó circuncidar a todos sus descendientes
masculinos. El pacto de Dios incluía a toda la descendencia de Abraham y esta descendencia también estaba
incluida en la señal del pacto.

Los cristianos reformados recalcan que hay una línea de continuidad a lo largo del desarrollo histórico del
plan redentor de Dios. Ellos afirman —correctamente—que Dios tiene un plan de salvación que ejecuta a
través del tiempo, y que todos aquellos que experimentan esta salvación pertenecen a su único y verdadero
pueblo. También sostienen que existe un «pacto de la gracia» en el cual participan todos los creyentes a lo
largo de la historia. Este pacto se manifiesta por primera vez en la promesa de Dios a Adán y Eva en el
huerto del Edén (Gn. 3:15), y tiene su cumplimiento en Cristo. Y, en general, ellos alegan que cada uno de
los pactos de Dios con su pueblo es una manifestación —o administración— del pacto de la gracia.

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Es por esto por lo que los paidobautistas reformados consideran que un texto como el de Hechos 2:38-39
expresa un principio común tanto al pacto abrahámico como al nuevo pacto. Después de exhortar a sus
oyentes a arrepentirse y ser bautizados, Pedro dice: «Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros
hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare». Los paidobautistas
reformados afirman que de la misma manera que Dios incluyó en la promesa de su pacto con Abraham —
y, por consiguiente, en la señal del pacto— a su gente y a sus hijos infantes, así también incluye en la
promesa de su nuevo pacto —y, por consiguiente, en el bautismo como señal del nuevo pacto— tanto a los
creyentes como a sus hijos. B. B. Warfield resumió el argumento a favor del bautismo de infantes de la
siguiente forma: «Dios estableció su Iglesia en los tiempos de Abraham e incluyó a los niños en ella. Allí
deben permanecer hasta que sea él mismo quien los saque y no aparece en ninguna parte que Dios lo haya
hecho. Por tanto, siguen siendo miembros de su Iglesia y, como tales, tienen derecho a participar de sus
ordenanzas»4.

LOS ARGUMENTOS EN CONTRA DEL BAUTISMO DE INFANTES

Tengo un gran respeto y afecto por los cristianos paidobautistas que razonan de esta manera. Algunos de
ellos son íntimos amigos míos o héroes históricos. Y los razonamientos que he

bosquejado en la última sección revelan una cuidadosa consideración por la Escritura y reverencia hacia la
misma. Aun así, no me parece que estos argumentos sean convincentes. Aquí tienes seis razones que
explican por qué no.

El bautismo es la señal de la unión del creyente con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección (Ro. 6:1-
4; Col. 2:11-12). Pero los infantes no están unidos a Cristo. Todo el mundo —aun aquellos nacidos de padres
cristianos— debe recibir a Cristo por fe a fin de ser unido con él mediante el Espíritu.

Algunos de los niños que han crecido en hogares cristianos no pueden recordar un momento en el que no
hayan creído en Jesús, pero eso no significa que hayan nacido creyendo en él. El Espíritu santo tuvo que
concederles fe y producir arrepentimiento en ellos. Tuvieron que ser transferidos del dominio de Satanás
al dominio del Hijo (Col. 1:13). Tuvieron que ser levantados de muerte a vida, rescatados del príncipe de
este mundo y salvados de la ira de Dios (Ef. 2:1-3).

Sin embargo, el paidobautismo aplica la señal de la unión con Cristo a aquellos que no están unidos a Cristo
y eso divorcia la señal de la realidad que esta expresa. Haciendo esto, el paidobautismo convierte el
bautismo en una contradicción. El bautismo es una señal de que el evangelio ha hecho efecto en la vida de
alguien, trayendo perdón, purificación, reconciliación, renacimiento y una vida nueva. Pero el
paidobautismo aplica esta señal donde no están presentes ninguna de estas realidades. Los hijos infantes
de creyentes no están unidos a Cristo por fe y, por consiguiente, la iglesia no debería bautizarles.

Ser nacido de nuevo por el Espíritu

Otra manera de decir esto es que el paidobautismo confunde el ser nacido de padres cristianos con ser
nacido de nuevo por el Espíritu Santo. No estoy diciendo que todos los cristianos paidobautistas confunden
en su mente estas dos cosas; estoy diciendo que lo confunde en su práctica. Un cristiano paidobautista
puede saber perfectamente que su hijo infante necesita venir a la fe en Cristo para poder nacer de nuevo
por el Espíritu Santo, pero al bautizarlo, el acto en sí atestigua que ya ha nacido de nuevo.

La Confesión de Fe de Westminster dice que la eficacia del bautismo no está ligada al momento de su
administración. En otras palabras, el bautismo de un infante sigue siendo válido aún si el que lo recibe viene

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a la fe en Cristo años después. Pero el problema es que la señal habla por sí misma. La señal dice en esencia:
«Esta persona está unida a Cristo. Ha sido sepultada y levantada con Cristo. Ha pasado de muerte a vida
nueva en Cristo». Si los paidobautistas quieren una señal que simbolice la posibilidad futura de unión con
Jesús, van a tener que buscarse otra que no sea el bautismo. El bautismo habla en tiempo presente.

Como resultado, el paidobautismo en realidad proclama que el nuevo nacimiento es algo que se hereda por
nacimiento natural. Proclama que los hijos infantes de personas creyentes se encuentran en una condición
espiritual básicamente diferente a la de otros infantes. Es cierto que los hijos de creyentes se encuentran
en un entorno espiritual diferente al de los no creyentes (consultar esa sección más adelante). Pero el
bautismo de infantes afirma que no solo hay una diferencia en su entorno, sino en ellos mismos. Sea cual sea
la distinción teológica que los paidobautistas quieran hacer acerca de este punto, la verdad es que su
práctica confunde el ser nacido de padres cristianos con ser nacido de nuevo mediante el Espíritu Santo.

Más aún, el paidobautismo supone incorrectamente —y aquí, de forma especial— que Dios está formando
a su pueblo bajo el nuevo pacto de la misma manera en que formó a su pueblo bajo el antiguo pacto. Dios
formó a su pueblo bajo el viejo pacto mediante descendencia familiar constituyendo un grupo étnico
diferente. Dios forma a su pueblo bajo el nuevo pacto mediante su Palabra y Espíritu, constituyendo un
pueblo reunido de entre todas las naciones que invoca su nombre.

Recuerda que el argumento paidobautista descansa sobre una fuerte analogía entre el bautismo y la
circuncisión. En parte, Dios ordenó a Abraham circuncidar su progenie para que sus descendientes fuesen
un pueblo étnico identificable, distintos del mundo que los rodeaba. Este propósito de crear una nación se
cristalizó con el éxodo y con la entrega del pacto mosaico en el Sinaí (lo que la Escritura denomina en otro
lugar «el antiguo pacto»; 2 Co. 3:14). Cuando Dios llamó a Israel fuera de Egipto, lo trajo a sí mismo y le dio
un papel especial. Debían obedecer su ley a fin de ser «su especial tesoro sobre todos los pueblos» y servirle
como un «reino de sacerdotes y gente santa» (Éx. 19:4-6).

Dios colocó a Israel en el escenario mundial para mostrar su carácter a las naciones. Quería que Israel
anduviese en sus caminos para que todas las naciones que le rodeaban se sentasen derechas y tomasen
nota (Dt. 4:1-8). Y, antes que nada, distinguió a Israel de esas naciones mediante la circuncisión. Todos los
niños varones en Israel debían ser circuncidados (Gn. 17:12), y todos los extranjeros que quisiesen unirse
con el pueblo de Israel también tenían que ser circuncidados (Éx. 12:48). Desde el llamado de Abraham
hasta la venida de Cristo, el pueblo de Dios fue diferenciado del resto del mundo mediante la circuncisión.
A lo largo de todo ese tiempo, un varón israelita circuncidado era miembro del pueblo de Dios sin importar
que su condición espiritual concordase con su estatus de circuncidado. La circuncisión significaba
consagración a Dios y exigía que aquellos apartados para Dios vivieran vidas apartadas para él. Por ese
motivo, Dios mandó a su pueblo: «Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más
vuestra cerviz» (Dt. 10:16; cf. Jer. 4:4). Pero, obviamente, no todo aquel que era circuncidado en la carne
estaba circuncidado en el corazón. De hecho, tal y como demuestra la historia completa de Israel, la mayoría
del pueblo de Dios bajo el antiguo pacto lo desobedeció. Adoraron ídolos y cometieron injusticias e
inmoralidad. Sus reyes, príncipes, profetas, sacerdotes y el pueblo como grupo se apartaron del Señor y lo
provocaron a ira (Jer. 32:30-33). La perversidad del pueblo llegó a ser tan grande que finalmente Dios lo
expulsó de su tierra, invocando las maldiciones del pacto sobre él; primeramente, a Israel en el norte y
luego, a Judá en el sur (Dt. 28:15-68; 2 R. 17:6-23; 25:1-21).

De modo que Dios tenía un plan para Israel, un plan para manifestar su gloria a todas las naciones a través
de su pueblo. Les dio el antiguo pacto para que obedecieran y pudieran florecer y ser distintos de las
naciones, testificando de la incomparable sabiduría de su Dios. Pero los corazones del pueblo estaban

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corrompidos. Su pecado estaba más profundamente arraigado que cualquier solución que la ley pudiese
ofrecer. Tenían todas las ventajas —la ley, la adoración en el templo, la gloria de Dios morando en medio
de ellos (Ro. 9:4)— y, aun así, ninguna de esas ventajas fue de provecho a la larga. Un gran número de los
que estaban bajo el pacto fracasaron en cumplirlo; desobedecieron y fueron juzgados.

Lo que el pueblo de Dios necesitaba era un trasplante de corazón. Y eso es precisamente lo que Dios
prometió que haría en el nuevo pacto:

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de
Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto;
porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto
que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré
en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su
prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más
pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré
más de su pecado (Jer. 31:31-34).

El Señor declara categóricamente que este pacto no iba a ser como el pacto que hizo con Israel en el Monte
Sinaí después de sacarlos de Egipto. ¿En qué se diferenciará? En que ellos no podrían invalidar este pacto
(v. 32).

¿Y por qué no invalidarán este pacto? Porque Dios pondrá sus enseñanzas —su Torá— dentro de ellos y la
escribirá en sus corazones (v. 33). La ley de Dios ya no será algo que estará en el exterior de las personas,
vigilándolas de cerca con sus frías demandas. En lugar de eso, ahora vivirá dentro de ellas, brotando desde
adentro y guiándolas para que anden en los caminos de Dios.

Un capítulo después, el Señor les hace la misma promesa con palabras diferentes cuando dice: «Y les daré
un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después
de ellos. Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el
corazón de ellos, para que no se aparten de mí» (Jer. 32:39-40). Este nuevo pacto será eterno porque Dios
mismo capacitará a su pueblo para que lo tema, de modo que lo obedezca, se aferre a él y nunca más se
aleje de él. Esta es otra manera de decir que Dios circuncidará los corazones del pueblo, haciendo por ellos
lo que ellos nunca podrían hacer por sí mismos (Dt. 30:6).

Dios hace la misma promesa de manera distinta cuando declara en Ezequiel: «Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis
mis preceptos, y los pongáis por obra» (Ez. 36:26-27). Dios dará a su pueblo corazones nuevos e incluso
hará que su Espíritu more dentro de ellos y, como resultado, obedecerán su voluntad de una manera como
nunca antes lo había hecho. La ley en sus corazones; un corazón y un camino; corazones circuncidados; un
corazón de carne y no de piedra; el Espíritu de Dios en ellos: todas estas expresiones son maneras de decir
que, en el nuevo pacto el pueblo de Dios conocerá a Dios y le obedecerá porque él mismo lo transformará
completa y totalmente.

Además, fíjate que en la promesa del nuevo pacto de Jeremías 31 un hermano no tendrá que decirle a su
prójimo: «Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más
grande» (v. 34). Todo el pueblo de Dios conocerá a Dios. Lo que está implícito en todas las promesas que
hemos considerado, Dios lo afirma explícitamente aquí; todo su pueblo será transformado. Todos aquellos

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que estén dentro del pacto cumplirán el pacto. Todos aquellos que hayan sido apartados como pueblo de
Dios vivirán verdaderamente como pueblo de Dios. Este nuevo pacto cerrará por fin la brecha entre la
pertenencia al pacto y el cumplimiento del pacto. Esa es la razón misma por la que este pacto existe.

El pueblo menospreció el pacto que Dios hizo con ellos en el Sinaí y sufrió la devastación del exilio como la
justa retribución por su pecado. Pero en el nuevo pacto, todo el pueblo de Dios —no solo algunos—
conocerá y servirá a Dios. Todo el pueblo de Dios recibirá el perdón de sus pecados (v. 34). Todo el pueblo
de Dios será en verdad el pueblo de Dios no solo externamente, sino también internamente. En realidad,
esto es lo que hace que el nuevo pacto sea nuevo, lo que lo convierte en algo definitivamente diferente de
la forma en que Dios se relacionaba con su pueblo a través del pacto mosaico (v. 31).

Y ahora, Dios ha inaugurado este nuevo pacto en la muerte y resurrección de Cristo (Lc. 22:20; Heb. 9:15).
En Pentecostés, Dios derramó su Espíritu sobre su pueblo, según lo prometió por medio de los profetas
(Hch. 2:1-41). Desde entonces, ha estado llamando a su pueblo del nuevo pacto hacia sí mismo por medio
de su Palabra y Espíritu.

En el antiguo pacto, Dios constituyó su pueblo apartando los descendientes de Abraham como una etnia
diferente. Les dio la circuncisión y toda su ley para que fuesen diferentes del mundo. Pero no todos los que
fueron circuncidados en la carne fueron circuncidados en el corazón. No todos los estaban bajo el pacto
cumplieron el pacto. El pueblo de Dios podía ser identificado mediante la circuncisión, independientemente
de su estado espiritual.

Pero en el nuevo pacto, Dios está formando su pueblo de manera radicalmente diferente. Dios ya no está
propagando una comunidad étnica por descendencia familiar. En lugar de eso, Dios está llamando a su
pueblo del nuevo pacto de entre todas las naciones mediante su Espíritu, el cual aplica la palabra del
evangelio al corazón del pueblo. Dios está formando su pueblo del nuevo pacto a través del nuevo
nacimiento. La manera de entrar en el pueblo del nuevo pacto con Dios —la única manera— es volviendo
a nacer por el Espíritu Santo.

Con graves consecuencias, el paidobautismo supone incorrectamente que Dios está formando a su pueblo
del nuevo pacto de la misma manera en que formó a su pueblo del antiguo pacto; mediante la descendencia
familiar. Los paidobautistas aplican el bautismo como señal del pacto a los hijos infantes de los creyentes
porque creen que esos infantes están incluidos en el nuevo pacto. Pero una persona no entra en el nuevo
pacto mediante el nacimiento natural, sino mediante el nacimiento espiritual. Todos aquellos que están en
el nuevo pacto han recibido perdón por sus pecados y conocen al Señor. Todos aquellos que están en el
nuevo pacto tienen la ley de Dios escrita en sus corazones. Todos aquellos que están en el nuevo pacto
tienen el Espíritu Santo viviendo en ellos, renovándolos y capacitándolos para que anden en los caminos
de Dios. Haber nacido de padres cristianos no es garantía de que estas realidades del nuevo pacto sean
válidas para alguien.

El nuevo pacto no opera mediante el nacimiento, sino mediante el nuevo nacimiento. Por ello, la señal del
nuevo pacto solo debería aplicarse a quien haya dado evidencia de ese nuevo nacimiento mediante su
confesión de fe en Cristo.

Por designio divino, el pueblo de Dios bajo el antiguo pacto era un grupo mezclado (espiritualmente
hablando). La señal física de la circuncisión precedió a la realidad espiritual de un corazón circuncidado y
no garantizaba que este fuese renovado. Pero eso es precisamente lo que Dios cambia en el nuevo pacto.

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Por designio divino, en el pueblo del nuevo pacto están todos renovados, todos perdonados y en todos mora
el Espíritu Santo.

Y sí, es cierto que algunos que no son cristianos se unen a la iglesia sin que podamos evitarlo. ¡Pero eso no
es culpa de la forma en que está diseñado el nuevo pacto! Eso sería como decir que algunas personas
casadas son lujuriosas y cometen adulterio. Sí, lo hacen, ¡aunque no deberían! Esta es precisamente la razón
Sí, lo hacen, ¡aunque no deberían! Esta es precisamente la razón 20). Aquellos cuyas vidas impenitentes
demuestran que no son miembros del nuevo pacto deben ser excluidos de la comunidad del nuevo pacto.

El hecho mismo de que Jesús lo ordena es una indicación de que la iglesia —a diferencia de Israel bajo el
antiguo pacto— está concebida para ser una comunidad donde todos conocen al Señor.

El paidobautismo introduce en la comunidad del nuevo pacto a aquellos que no participan de las realidades
del nuevo pacto. Añade a ciertas personas a la iglesia antes de que estén en Cristo. Convierte en miembros
de la iglesia a aquellos que no son cristianos. Inevitablemente, esto debilita el testimonio de la iglesia
respecto a Jesús. Es mucho más traumático retirar la membresía a un joven de diecinueve años que fue
bautizado en la infancia y ahora está pecando sin arrepentirse, que simplemente esperar a bautizar a un
joven hasta que profese una fe verosímil en Cristo.

Por tanto, a pesar de las nobles intenciones de los cristianos que practican el paidobautismo, bautizar
infantes hará que la sal de la iglesia se vuelva más insípida y su luz menos resplandeciente (Mt. 5:13-16,
LBLA). Con el paso del tiempo, el paidobautismo consigue que la iglesia se parezca cada vez más al mundo
porque lo está metiendo dentro de ella.
El paidobautismo también disuelve dos diferencias importantísimas entre el bautismo y la circuncisión.

Primero, parte de la función de la circuncisión era el de apartar al pueblo de Dios como una entidad étnica
diferente. La circuncisión lograba este cometido tanto si la persona estaba circuncidada o no en el corazón.
La circuncisión era parte de los medios mediante los cuales Dios formó a su pueblo del antiguo pacto a lo
largo de líneas étnicas y familiares. A veces, los defensores del paidobautismo tienden a enfatizar el aspecto
espiritual de la circuncisión hasta el punto de pasar por alto completamente su función étnica y política. En
contraste, el bautismo manifiesta otra línea de descendencia completamente diferente: la de aquellos
nacidos de nuevo mediante el Espíritu Santo.

Segundo, la circuncisión marcaba a un israelita como perteneciente a Dios. Consagraba una persona a Dios,
inaugurando su pertenencia a la «santa» nación de Dios (es decir, nación «apartada»). Como tal, la
circuncisión apuntaba hacia la necesidad de los miembros del pueblo de Dios de consagrar sus corazones
y vidas a él, para poder vivir de acuerdo con su estatus de pueblo bajo el pacto. El pueblo de Israel ya estaba
circuncidado, pero Dios les ordenó circuncidarse a sí mismos internamente, que circuncidasen sus
corazones (Dt. 10:16; Jer. 4:4). Y el acto mismo de cortar una parte del cuerpo de un hombre era una
amenaza del destino que ese hombre sufriría —ser cortado de la presencia de Dios y de su pueblo— si
desobedecía el pacto (Gn. 17:11-14). Dicho de otra forma, la circuncisión conllevaba la exigencia de ser
santos. Señalaba la necesidad que tenían los israelitas de una nueva naturaleza.

Por otro lado, el bautismo testifica que la persona ya ha nacido de nuevo, ya ha recibido un nuevo ser y ya
ha sido renovada internamente por el Espíritu santo. El bautismo testifica que la persona está unida a Cristo
y tiene una vida nueva en él. El Nuevo Testamento no dice a los creyentes: «Así pues, bautizad vuestros
corazones, y no endurezcáis más vuestra cerviz» (cf. Dt. 10:16). En su lugar, dice a los creyentes: «Recordad
que habéis sido bautizados. No sigáis viviendo en el pecado, ¡al cual ya habéis muerto! Vivid la nueva vida

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resucitada, que es vuestra en Cristo» (cf. Ro. 6:1-4). El bautismo señala a la promesa de la vida nueva
cumplida a través de Cristo en el creyente. La circuncisión consagraba el estatus de una persona y exigía la
consagración del corazón; el bautismo dice que la consagración del corazón ya ha tenido lugar en Cristo.

Los paidobautistas trazan una línea directa desde la circuncisión hasta el bautismo. La circuncisión física
encuentra bajo el nuevo pacto su culminación en el bautismo. Pero esa no es la línea que traza el apóstol
Pablo. Mira lo que dice Colosenses 2:11-12 (LBLA):

En Él también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por manos, al quitar el cuerpo de la
carne mediante la circuncisión de Cristo; habiendo sido sepultados con Él en el bautismo, en el cual también
habéis resucitado con Él por la fe en la acción del poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos.

Pablo dice que los cristianos han sido circuncidados. ¿Cómo? Pues mediante una circuncisión «no hecha
por manos», es decir, no realizada por ningún ser humano. Y, entonces, ¿quién nos circuncidó? Eso sucedió
«al quitar el cuerpo de la carne», cuando nos despojamos de nuestra antigua naturaleza pecaminosa. ¿Quién
tiene el poder de hacer eso? Solamente Dios, por supuesto. De modo que los cristianos fuimos
«circuncidados» cuando Dios mismo «cortó» nuestro antiguo ser, hizo morir nuestra naturaleza
pecaminosa, y nos dio un nuevo corazón, un nuevo espíritu y un nuevo ser en Jesús. En otras palabras, Pablo
está diciendo que todos los cristianos han experimentado la circuncisión del corazón que Dios exigió a
Israel y que prometió a través de los profetas.

¿Qué tiene esto que ver con el bautismo? El apóstol Pablo dice aquí que en el bautismo fuimos sepultados
y resucitados con Cristo mediante la fe. Dado que el bautismo es donde la fe se hace pública, Pablo utiliza
el bautismo como un breve resumen de toda nuestra experiencia de la conversión. ¿Cuándo nos
despojamos de nuestro viejo hombre? Cuando fuimos sepultados y resucitados con Cristo mediante la fe. Y
el bautismo simboliza esta muerte y resurrección que hacemos nuestros por la fe.

Entonces, ¿cómo se relaciona la circuncisión con el bautismo? El bautismo es una señal en el nuevo pacto
de la circuncisión del corazón, no de la carne. El bautismo indica que las realidades que exigía la
circuncisión —pero que no garantizaba— ahora se han cumplido en la vida del creyente. El bautismo dice
que aquello hacia lo que apuntaba la circuncisión —pero que no poseía— ahora se ha vuelto realidad.
¿Cómo se cumple la circuncisión en el nuevo pacto? No bautizando bebés, los cuales aún no experimentan
—y puede ser que nunca lo hagan— las realidades del nuevo pacto. Al contrario, la circuncisión se cumple
en el nuevo pacto en la misma manera que el bautismo simboliza la circuncisión del corazón. La
circuncisión decía a Israel: «¡Renovaos vosotros mismos!». El bautismo dice a los cristianos: «¡Esta persona
ha sido hecha nueva!».

En algo menos que una promesa

Finalmente, el paidobautismo convierte la promesa del nuevo pacto de Dios en algo menos que una
promesa. A los paidobautistas les encanta citar Hechos 2:38-39: «Porque para vosotros es la promesa, y
para vuestros hijos». ¿Pero de qué promesa estamos hablando aquí? Los paidobautistas dicen que Dios
hace su promesa del nuevo pacto tanto a los creyentes como a sus hijos. Pero, aun así, también admiten que
muchos que son bautizados siendo infantes nunca vienen a Cristo. Muchos de los que reciben la señal del
nuevo pacto durante su infancia nunca llegan a experimentar las realidades de este nuevo pacto. Entonces,
¿en qué sentido la promesa del nuevo pacto de Dios es en realidad una promesa?

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A mi entender y de acuerdo con la práctica paidobautista, no pueden decir que lo sea. Para reducir esta
tensión, la mayoría de los paidobautistas reformados afirman — de una manera u otra —que hay dos
maneras de pertenecer al nuevo pacto: una externa y otra interna. Es decir, puedes ser un miembro del
nuevo pacto sin que tus pecados hayan sido perdonados, sin tener la ley de Dios escrita en tu corazón y sin
conocer al Señor. Pero, tal y como hemos visto, esta división entre la pertenencia al pacto y el cumplimiento
del pacto es exactamente aquello que el nuevo pacto de Dios elimina. En el nuevo pacto, Dios promete que
todos los que están en el pacto lo cumplirán y experimentarán sus bendiciones, precisamente porque él
garantizará que así sea.

Dios mismo escribirá su ley en sus corazones, les concederá un verdadero conocimiento de él y perdonará
sus pecados (Jer. 31:31-34). La esencia del nuevo pacto consiste en que estar dentro del mismo significa
cumplirlo, porque pertenecer al pueblo del nuevo pacto es tener un nuevo corazón, un nuevo ser.

Al incluir en el nuevo pacto a los hijos infantes de los creyentes, el paidobautismo convierte la promesa del
nuevo pacto de Dios en algo menos que una promesa. El paidobautismo revierte el progreso de la historia
redentora e inserta en el nuevo pacto la división misma que Dios destruyó: el abismo entre pertenecer al
pacto y cumplir el pacto, ser parte del pueblo de Dios y en verdad conocer a Dios.

El paidobautismo inventa la categoría: «en el nuevo pacto, pero no del nuevo pacto». Hace que la promesa
de Dios sea menos que una promesa. El bautismo de infantes no es garantía de que un niño llegará a conocer
al Señor, tal y como los paidobautistas admiten sin reservas. Entonces, ¿qué «promesa» está Dios haciendo
a los hijos de los creyentes? No la promesa del nuevo pacto. No es una promesa de Dios si puede que no se
haga realidad.

RESPUESTAS A LAS OBJECIONES DE LOS PAIDOBAUTISTAS

Obviamente, los paidobautistas presentan refutaciones a los puntos que acabo de exponer. Con el propósito
de ser riguroso y equitativo, vamos a considerar cinco de ellos 5.

Con frecuencia, los paidobautistas usan los llamados «bautismos familiares» en Hechos como demostración
de que en el nuevo pacto Dios continúa tratando a las familias como tales (p. ej.: Hch. 16:15, 31-34; cf. 1 Co.
1:16). Si toda la casa fuese bautizada cuando la cabeza de la casa viniese a la fe, eso sin duda incluiría a los
infantes. E incluso si no lo hiciese, esto demostraría que la salvación de Dios opera a través de familias —
no aparte de ellas—, de modo que el bautismo debería ser administrado a los hijos de los creyentes.

Así funciona el argumento. ¿Pero qué dice en verdad el texto? Este es el relato de Pablo, Silas y el carcelero
de Filipos:

Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella
misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. Y llevándolos a
su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios (Hch. 16:32-34).

Primero, observa que Pablo y Silas «le hablaron la palabra del Señor» a todos los que estaban en la casa.
Quienquiera que estuviera en la casa tenía edad suficiente como para que se le pudiera predicar el
evangelio. Ya esto en sí mismo habla en contra de la presencia de infantes o niños muy pequeños.

Segundo, el carcelero se regocijó «con toda su casa» por haber creído en Dios. El adverbio en griego con el
significado de: «con toda su casa», podría estar describiendo o bien el regocijo o el haber creído, pero el

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sentido de la frase probablemente requiere ambos. Toda la casa del carcelero se regocijó con él porque
ellos —al igual que él— habían escuchado el evangelio, creído y sido bautizados.

Estos versículos no separan de modo alguno el bautismo de creer en el evangelio. No proveen ninguna
justificación para aplicar la señal del evangelio a aquellos que no han creído todavía en el evangelio. Y el
relato más resumido de Hechos 16:15 debería leerse a la luz de esta porción más detallada. Además, si estos
pasajes nos enseñan a bautizar a los miembros de la casa que no han confiado en Cristo, ¿por qué la mayoría
de los paidobautistas no bautizan a los cónyuges de los nuevos creyentes, hayan llegado o no a la fe? ¿Y qué
decir de sus hijos adolescentes o adultos?
En Efesios 6:1 Pablo pide a los hijos que obedezcan a sus padres «en el Señor», y en 1 Corintios 7:14 dice
que los hijos de un progenitor creyente son «santos», aun si uno de los progenitores no es cristiano. ¿No
indica esto que el apóstol considera a los niños como miembros del nuevo pacto?

Comencemos con Efesios 6:1. ¿Qué significa que Pablo se refiera a estos hijos como estando «en el Señor»?
Creo que el erudito presbiteriano del Nuevo Testamento Frank Thielman ofrece una buena respuesta. A lo
largo de Efesios, esta frase se refiere a creyentes siendo unidos a Cristo. Los creyentes van creciendo para
ser un templo santo «en el Señor» (2:21); en otro tiempo los cristianos en Éfeso eran tinieblas, pero ahora
son luz «en el Señor» (5:8), y así sucesivamente (cf. 4:1, 17). Entonces, ¿por qué el apóstol Pablo les habla
aquí de esta manera a los niños? «Puesto que han sido incorporados a Cristo mediante la fe (1:13), deben
obedecer a sus padres»6.

En otras palabras, Pablo no se está dirigiendo a los niños como miembros del nuevo pacto que puede que
estén o no estén unidos a Cristo por la fe. En vez de eso, se dirige a los hijos en calidad de creyentes y les
pide obedecer a sus padres como creyentes que son. Sencillamente, no está lidiando con la pregunta de si
los niños aún incrédulos de padres creyentes tienen un estatus especial bajo el pacto.

En 1 Corintios 7:14, el apóstol está contrarrestando la idea errónea de que, si una persona ya casada se
convierte después en cristiana, debería separarse de su pareja incrédula. Su razonamiento es: «Porque el
marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera
vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos». Los paidobautistas a menudo infieren de
este razonamiento que Pablo considera «santos» a los hijos de un padre o madre creyente porque son
miembros del nuevo pacto, a pesar de que no experimentan necesariamente el cumplimiento de las
promesas del nuevo pacto.

Lo primero que hay que notar aquí es que el texto no dice nada de manera explícita acerca del bautismo.
Lo segundo, que Pablo describe el cónyuge incrédulo como «santificado», de la misma manera en que
describe a los hijos. De nuevo, ¡entonces cualquier argumento aquí en pro del bautismo de infantes también
debe ser un argumento en pro del bautismo de adultos incrédulos! Muy pocos paidobautistas dan ese paso,
así que, su argumento basado en este versículo es completamente inconsistente.

En Romanos 4:11 (LBLA) Pablo dice que Abraham: «[…] recibió la señal de la circuncisión como sello de la
justicia de la fe que tenía mientras aún era incircunciso, para que fuera padre de todos los que creen sin ser
circuncidados, a fin de que la justicia también a ellos les fuera imputada».

Así pues, el apóstol enseña que la señal de la circuncisión fue para Abraham un sello de la justicia de la fe
que tuvo antes de ser circuncidado. Los paidobautistas señalan que los descendientes de Abraham —que
eran circuncidados a los ocho días de edad— recibieron este «sello» de la justicia por la fe antes de que
alguna vez llegaran a compartir la fe de Abraham y la justicia que es por la fe. Dicho de otra manera, Dios

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mandó a Abraham que aplicara la señal «objetiva» de la circuncisión independientemente de si la realidad
subjetiva de la justicia por la fe estaba presente o no. Aún más, los paidobautistas argumentan que el
bautismo y la circuncisión representan esencialmente la misma realidad: la circuncisión representaba la
justicia por la fe, y el bautismo representa la unión con Cristo, en el cual somos justos por la fe. Por tanto,
al igual que la circuncisión, el bautismo debería ser aplicado a los niños de los miembros del pacto como
una señal «objetiva» de la unión con Cristo, sin importar que la realidad subjetiva de la fe esté —o alguna
vez vaya a estar— presente.

Pero en pocas palabras, ese no es el tema que Pablo está recalcando en dicho pasaje. El tema que el apóstol
pone de relieve es el orden de la justicia y la circuncisión: Abraham fue justificado por la fe antes de ser
circuncidado. ¡Génesis 15 viene antes de Génesis 17! Pablo establece este punto para subrayar la realidad
de que Abraham es el «padre de todos los creyentes no circuncidados» (Ro. 4:11). Dicho de otro modo, los
gentiles incircuncisos que vienen a la fe en Cristo son declarados justos por la fe tal y como lo fue Abraham.
No necesitan ser circuncidados a fin de recibir las bendiciones del pacto de Dios porque Abraham mismo
era incircunciso cuando su fe le fue contada por justicia.

En resumen, el apóstol Pablo está hablando de la circuncisión de Abraham, no de la de todas las personas.
Está hablando de lo que significó para Dios declarar a Abraham como justo antes de darle el pacto de la
circuncisión. Pablo no está enseñando que la circuncisión implica recibir justificación por la fe de forma
inherente; en lugar de eso, está enseñando que la señal de la circuncisión era el sello de la justicia por fe de
Abraham. Él recibió la circuncisión como confirmación de la posición de aceptación que ya tenía ante Dios.
El acento del apóstol no está en lo que la circuncisión significa para todos aquellos que la reciben, sino en
lo que Dios le estaba diciendo a Abraham al darle la circuncisión.

Finalmente, el pasaje no hace mención en ninguna parte al bautismo o lo conecta a la circuncisión. Tampoco
afirma ni da por sentado que el bautismo y la circuncisión significan las mismas realidades y que deberían
ser administrados de igual manera.

Los paidobautistas dicen que Dios incluyó en su pueblo a los niños de los creyentes bajo el antiguo pacto,
por lo que el rechazo a bautizar infantes significa expulsar a los niños de la iglesia. Pero este razonamiento
evita responder qué es la iglesia y cómo Dios la constituye. Si Dios forma su iglesia haciendo efectivas las
promesas del nuevo pacto en la vida de la gente, los hijos incrédulos —estén o no estén bautizados— no
están entonces «en» la Iglesia (el Cuerpo universal de Cristo, aquellos que están unidos a él por la fe). Los
paidobautistas dicen que aquellos que no bautizan infantes han tomado a los niños que deberían estar
dentro y los han puesto afuera y, al mismo tiempo, han tomado a aquellos que aún están afuera y los han
puesto dentro.

Y por supuesto que los niños deben ser incluidos en la vida de la iglesia en el sentido de adorar con la iglesia,
recibir la enseñanza de la iglesia y crecer en experiencias cada vez más profundas de la comunión con la
iglesia. Los bautistas creemos —tanto como los paidobautistas— que somos llamados a criar nuestros hijos
«en la disciplina e instrucción del Señor» (Ef. 6:4, LBLA). Ser disciplinados e instruidos en el Señor implica
participar profundamente en la vida de la iglesia, de formas apropiadas para la edad del niño, su madurez
y su condición espiritual.

A los paidobautistas les encanta destacar la unidad y continuidad del plan de salvación de Dios. Les encanta
resaltar los hilos que así forman el tapiz completo de la Biblia. Y, en respuesta, todos los cristianos deberían
decir al unísono: «¡Amén!». Solo hay un Dios y solo tiene un plan de salvación. Dios está reuniendo a un

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pueblo de entre todas las naciones, un pueblo que es salvado mediante la única y para siempre ofrenda de
Jesucristo, un pueblo que hereda todas las promesas de Dios en él.

Pero los cristianos también tienen que tener en cuenta la discontinuidad en el plan de salvación de Dios. Ya
no ofrecemos sacrificios en un templo en Jerusalén, ya no estamos sujetos por la ley de Dios a mantener
una pureza ritual, ya no nos abstenemos de alimentos prohibidos por la ley mosaica, etc. Todo cristiano
debe armonizar la continuidad y discontinuidad entre el antiguo y el nuevo pacto. Si algunos cristianos
insistiesen en que los creyentes deben circuncidar a sus hijos en obediencia a la ley mosaica, ¿qué
responderían los cristianos paidobautistas? Junto con el apóstol Pablo, insistirían en que tales creyentes
están invirtiendo el reloj de la historia de la redención y eliminando la discontinuidad entre la manera como
Dios operó en el antiguo pacto y cómo lo hizo en el nuevo.

Todo el mundo ve tanto la continuidad como la discontinuidad entre el antiguo y el nuevo pacto. El truco
está en conseguir el equilibrio correcto. Y sostengo —y he sostenido en este capítulo— que bautizar
infantes es revindicar continuidad en donde el nuevo pacto mismo insiste que hay discontinuidad. Bautizar
infantes significa imponer al nuevo pacto la misma estructura del antiguo pacto cuando esta ya ha sido
abolida en el nuevo pacto.

SIMPLEMENTE NO ENCAJA

¿En qué se resume todo esto? Sencillamente, en que el bautismo de infantes no es lo que la Biblia llama
bautismo. La Biblia ni manda ni autoriza implícitamente a las iglesias bautizar a los infantes. A pesar de lo
verosímil que pueda parecer el argumento paidobautista del pacto, simplemente no encaja con lo que la
Escritura enseña acerca del bautismo y el nuevo pacto. El bautismo de infantes no es bautismo.

Por eso, si fuiste «bautizado» siendo infante, espero que hayas visto en la Biblia la razón por la que ese
«bautismo» no fue un bautismo en absoluto. No se trata de que el bautismo de infantes sea defectuoso en
cierta forma, como un automóvil que aún se las ingenia para funcionar con el alternador roto. La verdad es
que el bautismo de infantes simplemente no es bautismo. Aquellos que han sido «bautizados» de infantes
no han sido bautizados para nada, de modo que aún necesitan serlo.

Sin embargo, algunos que han llegado a entender esto aún dudan respecto a ser bautizados porque
consideran que hacerlo ahora se vería como una crítica hacia sus padres (o, por lo menos, temen que sus
padres lo consideren como tal). Es cierto que debemos honrar a nuestros padres y debemos expresar
cualquier desacuerdo teológico con ellos con delicadeza y humildad. Pero solo a Cristo le debemos nuestra
obediencia suprema. Si Jesús entiende el bautismo de forma diferente a nuestros propios padres, entonces
es a Jesús a quien debemos obedecer en vez de a ellos (Lc. 14:26).

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CAPÍTULO 4

¿POR QUÉ EL BAUTISMO ES UN REQUISITO PARA LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA?

Puede que algunos de vosotros estéis leyendo este libro porque deseáis uniros a una iglesia y necesitáis
estar bautizamos para poder hacerlo. ¿Pero por qué las iglesias exigen el bautismo como requisito para la
membresía? ¿Es realmente una práctica bíblica? Puesto que no todos los cristianos están de acuerdo en lo
que cuenta como bautismo, ¿no es verdad que esta práctica excluye a algunos verdaderos cristianos de la
membresía?

Este capítulo examina todas estas preguntas presentando los argumentos bíblicos de por qué el bautismo
es un requisito para ser miembro de la iglesia. Para que esté claro, por «bautismo» me refiero al bautismo
del creyente, no al del infante. Según lo visto en el capítulo anterior, el «bautismo» de infantes simplemente
no es bautismo.

Este capítulo también está dirigido a los líderes de las iglesias, a aquellos que tienen la influencia más
directa en la decisión de si sus iglesias deben exigir el bautismo para obtener la membresía. Mi meta es
persuadirlos de que deben hacerlo. Presentaré mi argumento bajo siete razones y luego abordaré las
objeciones más fuertes en contra de ellas7.

SIETE RAZONES POR LAS QUE EL BAUTISMO ES UN REQUISITO PARA LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA

No existe un texto que demuestre directa y definitivamente que el bautismo es un requisito para la
membresía. Así que, para poder discernir la razón por la que el bautismo es necesario para obtener la
membresía de la iglesia, necesitamos evaluar y agrupar una gran cantidad de material bíblico. En ocasiones,
este capítulo se volverá un poco técnico, pero el argumento en esta sección simplemente profundiza y
expande la definición de bautismo que exploramos en el capítulo 1. Así pues, aquí tenemos siete factores
que —tomados en conjunto— demuestran que la Biblia hace del bautismo un requisito para ser miembro
de la iglesia.

Recordemos la definición de bautismo que establecimos en el capítulo 1: el bautismo es el acto de la iglesia


de confirmar y simbolizar la unión del creyente con Cristo sumergiéndolo en agua, y es el acto del creyente de
consagrarse públicamente a sí mismo a Cristo y a su pueblo, uniendo de ese modo al creyente con la iglesia y
manifestándolo ante el mundo.

En otras palabras, el bautismo es donde la fe se hace pública. La vida cristiana es una vida que testifica
públicamente de Cristo (Mt. 10:32-33), y dicho testimonio comienza con el bautismo. Aquellos que se
convirtieron en Pentecostés por la predicación de Pedro, salieron de entre la multitud declarando su lealtad
a Jesús como Señor y Salvador cuando se sometieron al bautismo (Hch. 2:38-41). En el bautismo nos
«apartamos» de los demás declarándonos cristianos. Nos identificamos públicamente con el Cristo
crucificado y resucitado, y con su pueblo.

Tal y como hemos visto, Jesús ordenó a sus discípulos que hiciesen discípulos predicándoles el evangelio,
bautizándoles y enseñándoles a obedecer todo lo que él había mandado (Mt. 28:19, NVI). De modo que no
nos sorprende que Pedro ordenara a los que le estaban escuchando: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados» (Hch. 2:38). Si afirmas seguir a Cristo,
debes obedecer el primero de sus mandamientos. Después de confiar en Cristo, el bautismo es la primera
cosa que hace un nuevo creyente. Si no has sido bautizado, aún no has tachado el primer punto en la lista
de cosas por hacer del discipulado de Jesús.

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¿Por qué el bautismo es un requisito para la membresía de la iglesia? Porque el bautismo es donde la fe se
hace pública. Es donde la fe invisible se hace visible. Es la forma en que el nuevo cristiano aparece en el
radar de la iglesia y del mundo. Es la semilla desde la cual crecen las razones detalladas a continuación.

Dado que el bautismo es la forma en que el creyente se compromete a sí mismo con Cristo y su pueblo, el
bautismo es también la señal-juramento de iniciación en el nuevo pacto. Es el acto que representa
públicamente la promesa que uno hace de confiar en Cristo y vivir de acuerdo al nuevo pacto.

Tal y como hemos explicado en el último capítulo, Jesús inauguró a través de su muerte el nuevo pacto
prometido (Jer. 31:31-34; Lc. 22:19-20; Heb. 8:1-13). Todos los pactos son ratificados mediante un
juramento; una solemne promesa de obligado cumplimiento. Sin embargo, un juramento no es solo una
promesa declarada verbalmente, esta también puede ser materializada o ejecutada. Cuando Dios hizo el
pacto con Abraham, pasó entre las mitades de animales sacrificados (Gn. 15:1-21). Esta señal-juramento
ratificaba la promesa de Dios a Abraham e implicaba que si Dios llegaba a ser infiel a su pacto el juicio caería
sobre él mismo. En la muerte de Jesús, el juicio cayó sobre Dios el Hijo; no por su infidelidad, sino por la
nuestra. El nuevo pacto fue ratificado cuando Jesús mismo pagó el precio supremo por nuestros pecados
(Heb. 9:15).

El antiguo pacto tenía la circuncisión, una señal-juramento que ratificaba la entrada de la persona en el
pacto. De igual forma, el nuevo pacto también viene con una señal-juramento; de hecho, dos de ellas. La
primera —el bautismo— es una señal-juramento para la iniciación. Es un voto solemne y simbólico que
ratifica la entrada de uno en el nuevo pacto. En el bautismo rogamos a Dios que nos acepte bajo los términos
de su nuevo pacto (1 P. 3:21) y, por gracia, nos comprometemos a cumplir todo aquello que su nuevo pacto
exige de nosotros (Mt. 28:19). En el bautismo nos apropiamos de Dios como nuestro Dios, tal y como él se
apropia de nosotros como su pueblo. En el bautismo juramos el voto de tomar a Jesús como Señor y
Salvador y decimos: «Sí, lo tomo».

Por tanto, cuando la iglesia hace la pregunta: «¿Quién pertenece al nuevo pacto?», una parte de la respuesta
es: «¿Quién ha hecho el juramento?». Es decir, ¿quién ha sido bautizado? Del mismo modo en que un
soldado no puede tomar las armas hasta que haya jurado lealtad a su patria, tú no puedes entrar en la
comunión del nuevo pacto hasta que hayas hecho el juramento del pacto. La iglesia es el lugar donde se
revela el nuevo pacto en la tierra y el bautismo es la manera como una persona se revela como miembro
del nuevo pacto. El bautismo es necesario para la membresía de la iglesia porque el bautismo es la señal-
juramento de iniciación en el nuevo pacto.

Investidura de su ciudadano

Tercero, el bautismo es el pasaporte del Reino y la ceremonia de investidura de su ciudadano. Tal y como
vimos en el capítulo 1, cuando Jesús inauguró el Reino de los cielos sobre la tierra, estableció la iglesia como
una embajada de ese Reino. Dio a la iglesia las «llaves del reino» a fin de identificar a sus ciudadanos ante
el mundo confirmando los testimonios de aquellos que confiesan su fe en él de manera verosímil (Mt. 16:19;
18:18-19). Y el medio inicial —e iniciador— por el cual la iglesia identifica a las personas como ciudadanas
del Reino es el bautismo (Mt. 28:19). El bautismo es la forma en que la iglesia declara: «Esta persona
pertenece a Jesús».

El bautismo es el pasaporte del Reino. Nos convertimos en ciudadanos del Reino por la fe en el Rey, y en el
bautismo la iglesia reconoce nuestra ciudadanía y la confirma. Además, el bautismo capacita a que otras
embajadas del Reino —otras iglesias locales— nos reconozcan como ciudadanos del mismo.

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Visto desde otro ángulo, el bautismo es la ceremonia de investidura del ciudadano del Reino. Es la manera
como formalmente tomamos posesión de nuestro nuevo cargo de representar a Cristo y su Reino sobre la
tierra. Por consiguiente, para que la iglesia pueda reconocer a alguien como ciudadano del Reino, ese
ciudadano debe presentar su pasaporte. El bautismo es el requisito para la membresía de la iglesia porque
es el pasaporte del Reino y la ceremonia de investidura de su ciudadano.

La cuarta razón por la que el bautismo es necesario para la membresía de la iglesia es una consecuencia
derivada de los tres primeros puntos. Debido a que el bautismo es la forma en que la iglesia identifica
públicamente a alguien como cristiano, también es un requisito imprescindible para que la iglesia pueda
reconocer quién es cristiano. La identificación es por reconocimiento. El equipo de los Louisville Cardinals
[los Cardenales de Louisville] visten de rojo para poder reconocerse entre sí en el campo cuando dan una
paliza a los Kentucky Wildcats [los Gatos Monteses de Kentucky], que visten con camiseta azul. Y el bautismo
es la camiseta oficial del «equipo de los cristianos».

Por tanto, el bautismo es un requisito imprescindible —aunque no suficiente— por medio del cual la iglesia
reconoce a los cristianos. No basta con que alguien proclame ser cristiano, o que todos en la iglesia piensen
que alguien es cristiano; Jesús ha vinculado el veredicto de la iglesia al bautismo. En parte, Cristo nos dio el
bautismo para que podamos diferenciarnos mutuamente del resto del mundo. Al identificar públicamente
a las personas como cristianos, el bautismo dibuja una línea de separación entre la iglesia y el mundo. El
bautismo manifiesta públicamente a los cristianos como cristianos, lo cual significa que el bautismo es
necesario para la membresía de la iglesia. Simplemente, la iglesia no está autorizada a reconocer a alguien
como miembro del equipo de Jesús hasta que no se haya puesto la camiseta oficial del equipo.

Quinto, el bautismo es una muestra evidente de la membresía de la iglesia. Este punto también es una
conclusión derivada de los tres primeros puntos de esta sección. Si el bautismo es donde la fe se hace
pública, la señal-juramento de iniciación en el nuevo pacto, el pasaporte del Reino y la ceremonia de
investidura de su ciudadano, entonces el bautismo es una muestra evidente de la membresía de la iglesia.
Origina la realidad eclesial a la que apunta; que el cristiano pertenece a la iglesia local, y que la iglesia local
confirma la confesión de fe del cristiano y lo une a sí misma.

Si la membresía es una casa, el bautismo es la puerta de entrada. Al entrar por la puerta principal, entras
en la casa. Por eso, en circunstancias normales, el bautismo no es simplemente lo que precede a la
membresía de la iglesia, sino lo que la confiere. El bautismo da inicio a la membresía de la iglesia. Para un
nuevo converso, el bautismo es la forma neotestamentaria de unirse a la iglesia. Como el bautismo es una
muestra evidente de la membresía, el bautismo es un requisito para la membresía de la iglesia.

De la iglesia

En el punto 2 vimos que el nuevo pacto va acompañado de dos señales. La primera es el bautismo; su señal-
juramento de iniciación. La segunda es la Santa Cena; la cual es su señal-juramento de renovación. Cuando
participamos juntos del pan y de la copa, nos comprometemos nuevamente con Cristo y su nuevo pacto.

Con todo, esto no es un acto que hacemos individualmente, sino como iglesia (1 Co. 11:17-18, 20, 33-34). Y
participar en la Cena del Señor conlleva tomar responsabilidad por la iglesia. Comer y beber de manera que
menosprecie al cuerpo niega la Santa Cena e incurre en el juicio del Señor (1 Co. 11:27, 29). Por tanto, así
como nos comprometemos con Cristo en la Santa Cena, también nos comprometemos los unos con los
otros. En el acto mismo en el cual nos apropiamos nuevamente de Cristo como nuestro señor, nos
apropiamos los unos de los otros como hermanos y hermanas.

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Esto significa que la Cena del Señor es la otra muestra evidente de la membresía de la iglesia. Como dice
Pablo: «Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de
aquel mismo pan» (1 Co. 10:17). La Santa Cena no solo representa nuestra unidad; la ratifica y la sella. Dado
que proclama nuestra comunión mutua, la Cena del Señor convierte a los muchos en uno. Es por ello por lo
que la membresía de la iglesia es principalmente la inclusión en la Santa Cena y la disciplina de la iglesia es
principalmente la exclusión de la misma.

El bautismo es un requisito para la membresía de la iglesia porque no puedes participar en la señal-


juramento de renovación del pacto hasta que no hayas cumplido con la señal-juramento de iniciación. No
puedes participar en la comida familiar de la Cena del Señor hasta que no hayas entrado por la puerta
principal del bautismo.

¿En qué se resume todo esto? Simplemente, en lo siguiente: no podemos eliminar el bautismo de entre los
requisitos para la membresía de la iglesia porque realmente no existe la membresía sin bautismo.
«Membresía» es un término teológico para explicar la relación entre el cristiano y la iglesia, la cual se crea
y se hace implícita normalmente por las ordenanzas. Esta relación entre la membresía y la iglesia es
evidente en el Nuevo Testamento por el hecho de que algunas personas están «dentro» de la iglesia y otras
están «fuera» de ella (1 Co. 5:12).

El bautismo y la Santa Cena ratifican la relación del pacto que es la membresía de la iglesia. Por tanto, no
existe tal cosa como la membresía sin bautismo. Hablar de membresía sin bautismo es como hablar de un
matrimonio sin votos. El matrimonio es una relación bajo pacto constituida mediante votos; la membresía
es una relación bajo pacto constituida mediante las señales juramentadas del bautismo y la Cena del Señor.
No puedes tener la relación sin el juramento que la constituye. Por ello, no puedes obtener la membresía
sin ser bautizado.

El hecho de que las ordenanzas son muestras evidentes de la membresía de la iglesia nos recuerda que
debemos mantener firmemente unificada nuestra comprensión de la membresía de la iglesia y las
ordenanzas. Si nuestro concepto de la membresía de la iglesia no se halla estrechamente integrado con las
ordenanzas, nuestras ideas acerca de la membresía de la iglesia dejan de ser bíblicas. En la Escritura, la
membresía de la iglesia describe la relación creada por las ordenanzas.

¿PERO ESTO NO EXCLUIRÍA DE LA MEMBRESÍA A CRISTIANOS VERDADEROS?

Esto significa que las iglesias deben exigir a todos aquellos que deseen unirse a su membresía que sean
bautizados (esto es, bautizados como creyentes). ¿Pero no implica esto que algunos cristianos genuinos
serán excluidos de la membresía, concretamente aquellos que consideran sus «bautismos» de infante como
un bautismo bíblico?

Muchos cristianos dan por sentado que la iglesia nunca debería negar la membresía a alguien del que está
segura de que es cristiano (y creo que hay mucha verdad en ello). Pero el problema es que el bautismo
encaja perfectamente en la casilla de: «Cómo sabe la iglesia que alguien es cristiano». El bautismo no es un
requisito aparte para la membresía de la iglesia en adición a una confesión de fe verosímil; es más bien
cómo alguien profesa públicamente su fe.

Por consiguiente, el bautismo es el factor necesario —aunque no suficiente en sí mismo— por el que la
iglesia ha de saber desde el principio quién es cristiano. Todos los miembros de la iglesia podrían estar
convencidos de que una persona en particular que no está bautizada es cristiana, pero Jesús ha vinculado

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el discernimiento de la iglesia —y la afirmación pública y formal de la membresía— al bautismo. Jesús no
le ha dado autoridad a la iglesia para confirmar la fe de nadie hasta que esa fe no sea manifestada
públicamente en el bautismo.

Por todo lo que el bautismo es y hace, la iglesia simplemente no está autorizada para ofrecer la relación de
membresía a aquellos que no hayan cumplido con la señal efectiva de la misma. La iglesia no puede admitir
a la señal-juramento de renovación del nuevo pacto a aquel que no ha realizado la señal-juramento de
iniciación. Hacer tal cosa sería desviarse de los medios designados por Jesús mismo para diferenciar a su
pueblo del mundo y para unir a sus hijos los unos con los otros. El bautismo traza la línea que separa la
iglesia del mundo. No tenemos la libertad de trazarla en ningún otro lugar.

Imagínate que vas a subir a un avión, pero en lugar de llevar tu tarjeta de embarque a la puerta de acceso,
lo dejas en el control de seguridad. Cuando la azafata te pida tu pase de abordaje, ¿qué ocurrirá? Si le dices
que tenías tu tarjeta de embarque pero que ya la has entregado, eso no solucionará nada. La azafata en la
puerta de acceso necesita ver la tarjeta a fin de permitirte la entrada en el avión. En caso contrario, la azafata
sencillamente no está autorizada a dejarte pasar. La tarjeta de embarque es lo que te identifica como
pasajero de ese vuelo; el bautismo es lo que te identifica como cristiano y, por añadidura, lo que te cualifica
para unirse a la iglesia.

Tal y como señaló John Dagg, teólogo bautista del siglo diecinueve: «Así como es necesaria la profesión de
fe para ser miembro de la iglesia, así también es necesario el bautismo, que es la ceremonia establecida
para dicha profesión. La profesión de fe es la substancia y el bautismo la forma; pero el mandato de Cristo
requiere tanto la substancia como la forma»8. A los paidobautistas no se les niega la membresía porque
carecen de la sustancia de una confesión de fe creíble, sino porque carecen de la forma. Creer que has sido
bautizado, aunque haya sido sobre la base de una interpretación sofisticada —y ampliamente difundida—
de la Escritura, no quiere decir que has sido bautizado. Y la iglesia no tiene más libertad de admitir a la
membresía a la persona que no ha sido bautizada, que la que tiene la azafata en la puerta de embarque de
admitir a alguien en el avión si no posee la tarjeta de embarque.

Es preocupante excluir de la membresía al cristiano paidobautista que es fiel y piadoso. Pero debería ser
aún más preocupante modificar la función que Cristo le ha asignado al bautismo, hacer que uno de sus
mandamientos sea opcional y menoscabar su autoridad en la iglesia. Debería ser aún más preocupante
permitir al cristiano —sin importar cuán sincero sea su error— continuar en desobediencia a Cristo y
agregar la aprobación de la iglesia a dicha desobediencia. Debería ser aún más preocupante permitir que
la confesión pública del evangelio se convierta en una ceremonia privada. Y debería ser aún más
preocupante intentar juntar a los que son parte de la iglesia dejando de lado justamente aquella ordenanza
que Jesús ha designado para ese propósito.

UNA LÍNEA ENTRE LA IGLESIA Y EL MUNDO

En un sentido, Jesús designó al bautismo para manifestar a su pueblo ante el mundo. El bautismo y la Santa
Cena simbolizan, promueven y preservan el evangelio identificando públicamente al pueblo de Cristo.

El bautismo refleja nuestra muerte al pecado y nuestra resurrección a una nueva vida en Cristo. Sella
nuestro compromiso con Cristo y con su pueblo. Traza una línea entre la iglesia y el mundo, extendiendo la
invitación: «mundo: ¡mira cómo es el pueblo del evangelio!».

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Y como el bautismo traza una línea divisoria entre la iglesia y el mundo, también traza una línea alrededor
de la iglesia. El bautismo une al uno con los muchos. Incorpora el creyente a la compañía pública del pueblo
de Dios sobre la tierra. Por tanto, el bautismo es la señal eficaz de la membresía de la iglesia. El bautismo
no solo marca el camino hacia la iglesia, sino que el bautismo es en sí mismo la puerta de entrada hacia ella.
Por norma general, el bautismo confiere la membresía de la iglesia.

Por todas estas razones, el bautismo es un requisito para la membresía de la iglesia. Quizá estés interesado
en unirte a la iglesia, pero te ha desanimado el requisito previo de ser bautizado. Si esto es así, espero que
por fin entiendas que Jesús no solo demanda que seas bautizado, sino que también demanda que su iglesia
demande que tú seas bautizado. Y si eres un líder de la iglesia, espero que hayas entendido que tu iglesia
debe requerir el bautismo —tal y como Jesús lo hace— a aquellos que proclaman a Cristo como su Salvador.

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CAPÍTULO 5

¿NO ES UN BAUTISMO VERDADERO?

Mi hija menor está absoluta y adorablemente obsesionada con los dinosaurios. Con frecuencia, la primera
cosa que dice en la mañana es: «¿Juegamo a lo dinosaudios?». A la hora de dormir, a veces lleva consigo un
gran Triceratops de plástico a la cama, encima de la cual hay un póster repleto de imágenes y nombres de
dinosaurios. Solo tiene dos años y medio de edad, pero ya puede reconocer docenas de especies
distinguiéndolas por sus crestas, placas óseas o colas. Si le preguntaras: «¿Es ese un Brachiosaurus?», te
podría responder: «¡No, e un Apatosauro! Lo Baquiosauro tenen e cuello mad lago».

Para poder afirmar lo que algo es, debes tener la capacidad de decir lo que no es. Los tres capítulos
anteriores se han concentrado principalmente en lo que es el bautismo; ahora nos concentraremos en lo
que no es. La razón para ello tiene un doble propósito. Primero, por la manera como hemos definido el
bautismo, algunos lectores que piensan que han sido bautizados podrían estar ahora preguntándose si en
verdad lo han sido. Segundo, los líderes de la iglesia en particular tendrán que decidir en más de una ocasión
si el «bautismo» de alguien que pide la membresía fue un verdadero bautismo o no. Por consiguiente, vamos
a estudiar cuatro de los casos más comunes donde el «bautismo» no es un bautismo verdadero.

SI HAS SIDO BAUTIZADO SIENDO INFANTE Vimos en un capítulo 3 que el «bautismo» de infantes no es un
bautismo verdadero. Sin importar todo lo bienintencionados que sean aquellos cristianos que practican el
bautismo de infantes, y sin importar lo sofisticada que sea su argumentación bíblica para hacerlo, la Biblia
simplemente no nos autoriza a bautizar a los hijos infantes de los creyentes. El bautismo es la señal de que
el evangelio ha tenido efecto en la vida de alguien y de que ese alguien está unido a Cristo. El bautismo
confirma el cumplimiento de una promesa.

Por eso, si has sido «bautizado» como infante, todavía tienes que bautizarte (por primera vez). A pesar de
las nobles intenciones de la iglesia que te «bautizó», todavía estás en la misma situación que cualquier otro
que haya venido a Cristo y que no haya sido bautizado aún.

Y NO ERAS CREYENTE

Algunas personas se bautizan por voluntad propia reconociendo que su acción es una confesión de fe en
Cristo, pero luego se dan cuenta que no eran cristianos en absoluto en el momento de su bautismo.
Considera el siguiente caso:

Fui bautizado a los 13 años, antes de estar verdaderamente en los caminos del Señor. Sucedió como
resultado de haber tratado el tema del bautismo en una clase bíblica juvenil, después de la cual se nos
preguntó si nos gustaría ser bautizados y, considerando que la mayoría de la clase iba a hacerlo, yo también
lo hice. Recuerdo que en aquella época yo estaba demasiado avergonzado como para contárselo ni siquiera
a mis amigos en la escuela, y mucho menos para invitarlos a asistir. En realidad, el Señor trabajó en mi vida
cuando tenía 20 años y fue entonces cuando diría que abrió mis ojos para entender lo que en verdad
significaba seguir a Jesús. En teoría, ese era el momento cuando me debería haber bautizado, pero era obvio
que ya lo había hecho. Me gustaría escuchar tu opinión acerca de bautizarse por segunda vez y si crees que
es necesario9.

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Esta persona —digamos por comodidad que se trata de un hombre— no cree que era cristiano cuando se
bautizó. Su bautismo sucedió: «antes de estar verdaderamente en los caminos del Señor». Su motivación
para ser bautizado fue seguir al grupo: «la mayoría de la clase iba a hacerlo». Lejos de considerar el
bautismo como una oportunidad para consagrarse públicamente a sí mismo a Cristo —ante cualquiera y
ante todo aquel que quisiera saber más de ello— trató de mantenerlo lo más secreto posible, no diciendo
nada a sus compañeros de clase. Y según su propio testimonio, parece que hasta varios años más tarde no
llegó a un verdadero entendimiento de lo que significa ser discípulo de Jesús y confiar verdaderamente en
él.

De modo que, ¿debería ser bautizada de nuevo esta persona, por segunda vez? No, por supuesto que no. En
realidad, debería ser bautizado por primera vez. Una vez que has sido bautizado, has sido bautizado. Pero
si no eras cristiano cuando fuiste «bautizado» (si hasta donde puedes entender, tu «bautismo» no fue una
profesión genuina de confianza en Cristo y un sincero compromiso de someterse a él), tu «bautismo»
entonces no fue un verdadero bautismo. Si esto describe tu experiencia, necesitas bautizarte.

Pero existe otro caso que debemos discutir. Consideremos la historia —imaginaria, aunque bastante
común— de esta joven mujer:

Crecí en un hogar cristiano. Mis padres me enseñaron el evangelio y cuando tenía seis años hice una oración
con mi papá para recibir a Cristo. Recuerdo como me sentí culpable de mi pecado y supe que Jesús murió
en la cruz para salvarme. Fui bautizada pocos meses después. A partir de ese momento, siempre me
consideré cristiana, y sabía que eso implicaba confiar en Jesús y vivir según su Palabra. Pero durante mi
adolescencia pasé por un período de dudas.

Comencé a preguntarme si la Biblia era verdad y no siempre me gustaba lo que leía en ella. Cuando oraba,
no siempre sentía la presencia de Dios. No fui excesivamente rebelde, pero a veces mi vida se parecía más
a la de mis amigos incrédulos que a la manera en que se supone que una cristiana debería vivir. Algunas
veces, hice trampa en los exámenes escolares y otras veces mentí a mis padres acerca de adónde iba a salir
por la noche para que no se enterasen que saldría a beber con mis amigas. En estos momentos tengo veinte
años y no estoy realmente segura de cuándo me convertí. Durante los dos últimos años he sentido que mi
fe ha cobrado verdadera vida y he crecido espiritualmente más que durante los diez años anteriores. Puesto
que no sé si realmente era cristiana cuando fui bautizada, ¿no debería bautizarme ahora, para estar segura?

Esta situación es mucho más complicada que la anterior. Por un lado, esta joven fue bautizada como
respuesta a haber escuchado y —según parece— creído en el evangelio. Incluso parece que hubo cierto
fruto espiritual durante los primeros años. ¿Pero qué podemos deducir de esos diez años? No dejó de
considerarse a sí misma cristiana, ¿pero realmente estaba viviendo como tal? Y ahora que ha madurado, se
le hace difícil creer que realmente confiaba en Jesús cuando era más joven porque su vida era inconsistente.
¿Qué debería hacer entonces?

Yo diría que una persona que hubiese sido bautizada previamente como confesión de su fe en Cristo, solo
debería ser «rebautizada» si estuviera fuertemente convencida de no haber sido cristiana en aquel
momento. En el fondo, eso es algo que la persona debe juzgar por sí misma con la ayuda de líderes piadosos
de la iglesia. El bautismo está pensado para hacerse una sola vez y no debería repetirse debido a meras
dudas.

En este caso, suena como si la joven comprendiera y aceptara el evangelio de manera genuina a una edad
temprana. Ni siquiera durante esos diez años de inestabilida se entregó a un estilo de vida caracterizado

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por pecado impenitente y nunca renunció a su fe en Cristo. Cuando consideramos el pasado, es muy fácil
confundir una fe infantil con una completa falta de fe, e imponer a un niño un estándar adulto de madurez
espiritual (o incluso a un adolescente). Esta conversación habría sido diferente si en cierto punto ella
hubiese negado la fe o se hubiese entregado a un pecado grave, público e impenitente. Tal y como se
presenta, creo que esta joven probablemente debería considerar su anterior confesión de fe como sincera;
aunque repito que esa es una conclusión a la que ella debe llegar por sí misma. Pienso que esta joven
debería pedir el bautismo —y la iglesia debería bautizarle— solamente si ella está completamente
convencida de que no era cristiana cuando fue bautizada.

SI LA IGLESIA QUE TE BAUTIZÓ NIEGA EL EVANGELIO

El bautismo es un emblema del evangelio. Representa de forma visual las buenas nuevas de Jesucristo
hallando y liberando al pecador. Ser bautizado es ser identificado con Jesús y su obra salvífica. Por tanto, el
bautismo depende del evangelio; sin evangelio no hay bautismo.

Si todo cristiano estuviese autorizado para bautizar por el simple hecho de ser cristiano, la iglesia no
formaría parte de esta ecuación. Pero como Jesús ha autorizado a la iglesia a hacer declaraciones oficiales
sobre la tierra en representación del cielo, entonces bajo circunstancias normales solo la iglesia está
autorizada a bautizar. Y solo un cuerpo de creyentes que afirma el evangelio y lo proclama tiene el derecho
de llamarse a sí mismo iglesia.

En ocasiones, algunas asambleas de cristianos profesantes se denominan a sí mismas «iglesias», pero se


han alejado tanto de la verdad del evangelio que en la práctica lo niegan. Por ejemplo, si una iglesia enseña
que la muerte de Cristo fue simplemente una demostración del conmovedor amor de Dios por la
humanidad, y que su resurrección no fue un evento corporal sino una impresión espiritual en los corazones
de los discípulos, dicha iglesia ha reemplazado al evangelio con un falso evangelio. Y, como dice Pablo, todo
lo que sea diferente al verdadero y apostólico evangelio no es digno de ser llamado evangelio (Gá. 1:6-7).

Algunas iglesias niegan al evangelio en la práctica por sus creencias respecto al bautismo en sí. Por ejemplo,
si una iglesia trata el bautismo como algo salvífico, como aquello que concede perdón y vida nueva,
entonces dicha iglesia ha puesto realmente el bautismo en el lugar que le corresponde al evangelio. El
bautismo y el evangelio deberían ser inseparables porque a todo aquel que cree se le ordena ser bautizado,
y porque el bautismo confirma el evangelio y lo difunde. Pero el bautismo no debería ser identificado o
confundido con el evangelio.

Una iglesia que niega el evangelio en la práctica no es una iglesia en absoluto, lo que quiere decir que no
tiene autorización por parte de Jesús de bautizar a personas en su nombre. Por ello, el «bautismo» realizado
por una iglesia que niega el evangelio no es en realidad un bautismo.

Si esta situación te atañe, ¿cómo puedes determinar si la iglesia que te bautizó en realidad niega el
evangelio? Pues, es complicado. Si tienes la más ligera sospecha que este pudiese ser tu caso, te animaría a
que le pidieras a los líderes de la iglesia a la que asistes actualmente que te ayuden a aclarar este punto.

Me gustaría dejar claro que ninguna iglesia tiene una doctrina perfecta y que ningún predicador es infalible.
No estoy diciendo que el bautismo solo es válido si la iglesia tiene una doctrina cien por cien sólida. Y
tampoco estoy diciendo que, si un pastor resulta ser infiel al evangelio que predica, los bautismos que él
ofició quedan invalidados. Lo que sí estoy diciendo es que el mismo evangelio que crea a la iglesia es lo que
confiere autoridad para bautizar y ser bautizado. Estoy más interesado en la iglesia que autoriza el

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bautismo que en el hombre que lo lleva a cabo. Para que una iglesia pueda bautizar, debe afirmar el
evangelio bíblico y proclamarlo.

SI EL BAUTISMO NO TIENE CONEXIÓN ALGUNA CON LA IGLESIA

La última situación que vamos a considerar es la más difícil de identificar; el bautismo llevado a cabo sin
conexión alguna con la iglesia. Vamos a adentrarnos en el tema partiendo de dos lados diferentes. Por un
lado, tienes el bautismo realizado por un pastor en la asamblea de una iglesia que predica el evangelio. En
esto no hay problema. En el otro lado, vamos a actualizar nuestro ejemplo del capítulo 1 acerca de ser
sumergido en el agua. Estás en la piscina del patio trasero de un amigo tuyo durante unas vacaciones de
verano. Ambos sois creyentes. De hecho, tu amigo te guió a Cristo tan solo unas pocas semanas antes.

Él te dice:
—Oye, aún no has sido bautizado, ¿verdad?
—No. Aunque supongo que debería.
—¿Y por qué no lo hacemos ahora mismo? Yo podría bautizarte.
—Hum, déjame pensar… vale, ¡hagámoslo!
Si en ese momento tu amigo te hunde en el agua y dice las

palabras: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo», ¿has sido bautizado? A
diferencia del chapuzón del capítulo 1, esta vez estás actuando voluntariamente. De hecho, viniste
recientemente a la fe en Cristo y tu amigo lo sabe puesto que ha sido él quien te predicó el evangelio. ¿Pero
la suma de estos factores constituye lo que es un bautismo?

En la mayoría de las circunstancias, diría que la respuesta es no. Recordemos que, en el bautismo la persona
se compromete con Cristo y su pueblo, y la iglesia ratifica la confesión de fe del creyente. Pero en este
ejemplo, tu amigo no está actuando en representación de la iglesia de manera alguna. No hay forma de que
la iglesia te ratifique en representación de Jesús cuando tu amigo te sumerge bajo el agua. Ese es el
problema fundamental aquí, la pieza que falta para que este ejemplo reúna los requisitos para cualificar
como bautismo.

Sin embargo, dije: «en la mayoría de las circunstancias». Si te encuentras en un lugar donde no hay ninguna
iglesia porque no hay ningún cristiano, defendería que cualquiera que tenga el evangelio tiene la autoridad
para bautizar. Si aún no existe una iglesia local, entonces todo cristiano transporta —por así decirlo— la
semilla de la iglesia dentro de sí. Esta semilla es el evangelio mismo, el cual se siembra a través de la
proclamación. (Hablaremos más acerca de este tema en el próximo capítulo). De momento, mi argumento
es simplemente que donde aún no existe una iglesia, cualquiera que predique el evangelio podría —y
debería— bautizar a aquellos que respondan al evangelio.

Pero no es este el caso en la historia del chapuzón en la piscina. Hay una gran abundancia de iglesias
alrededor. Sin ir más lejos, tu amigo es miembro de una de ellas. Así que, en lugar de tomar la supervisión
de tu discipulado en sus propias manos, debería entregarte al cuidado de la iglesia. Nada más venir a Cristo,
debería decirte: «Excelente, permíteme presentarte al pueblo de Cristo. Existen otras iglesias fieles en
nuestra ciudad, pero este es el cuerpo al que pertenezco. Vamos a hablar con los pastores de la iglesia para
que te expliquen cómo sería el proceso de bautizarte y unirte a nuestra congregación».

De nuevo, en un área en donde exista la iglesia local, el bautismo sin conexión alguna con la iglesia no es
bautismo. Recuerda que el bautismo es una declaración hecha por dos partes, no una; el que bautiza y el

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que se bautiza. Y, como en este caso existe una iglesia, pero ella no ha hablado de ninguna de las maneras
en nombre de Jesús, esta sumersión simplemente no reúne las condiciones para ser considerado como
bautismo. Solo la iglesia está autorizada para tomar juramento a los ciudadanos del Reino. Solo la iglesia
está autorizada a administrar la señal-juramento de iniciación del nuevo pacto. Solo la iglesia tiene la
autoridad de decir: «Mirad todos aquí: ¡esta persona pertenece a Jesús!».

¿Qué significa que el bautismo está conectado con la iglesia local? Bien, esto lo examinaremos con más
detalle en el siguiente capítulo, pero puedo decir como anticipo que me parece que existe bastante
flexibilidad en este punto. No creo que la Escritura ordene que sea el pastor el que bautice, aunque creo
que normalmente es lo más sabio. No pienso que la Escritura ordene que el bautismo se lleve a cabo con
toda la iglesia reunida, aunque insisto de nuevo en que creo que eso es sabio, y que encaja mejor con la
función del bautismo como el compromiso con el cuerpo y como la aprobación del mismo. De modo que, si
el bautismo no tiene que ser realizado por el pastor, ni con la iglesia reunida, eso deja bastante flexibilidad
acerca de la manera como el bautismo puede ser legítimamente administrado.

Después de todo, sigo afirmando que donde existe una iglesia, hay una línea entre el bautismo que está
vinculado de algún modo a la iglesia y, que por tanto es válido, y el bautismo que en modo alguno está
vinculado con la iglesia y, que por tanto es inválido. Algunos casos son muy claros de una manera u otra.
Pero no todos. Por ejemplo, un íntimo amigo mío fue bautizado por un amigo suyo en una piscina. Ambos
se hallaban en un campamento cristiano y muchas personas estaban siendo bautizadas. ¿Es este bautismo
válido? No estoy seguro. Si recuerdo correctamente, el campamento contaba con algún tipo de supervisión
por parte de la iglesia local, aunque no sé cuán involucrada o no estaba la iglesia en esos bautismos del
campamento. Parece que este caso está rozando el límite. Ya que el contexto era público —no privado— y
ya que había alguna conexión —aunque distante— con la iglesia, me inclinaría a darle el beneficio de la
duda. Pero queda lejos de estar claro y puedo ver con facilidad cómo una iglesia podría llegar a la conclusión
opuesta.

En última instancia, estos son los tipos de decisiones que las iglesias locales deben tomar cuando evalúan
candidatos al bautismo. Por un lado, no queremos establecer modelos más estrictos que la propia Escritura.
Por otro lado, no queremos permitir que el bautismo se convierta en una ceremonia privada y amputada
de la iglesia, robando a la ordenanza su papel como hacedora de discípulos, delineante de límites y
educadora de la iglesia. Para hacerlo bien se necesita sabiduría y discernimiento bíblico.

Además, el cristiano de manera individual también necesita ser sensato. Si te has convertido recientemente
a Cristo, o si has guiado a alguien a Cristo hace poco, asegúrate que la iglesia sea tu primera parada en el
discipulado. La iglesia es el cuerpo que Jesús ha designado para actuar y hablar en su nombre,
representando en la tierra su Reino celestial. Y la iglesia es el lugar donde los discípulos crecen todos juntos
hacia la plenitud de Cristo (Ef. 4:11-16). ¿Adónde va el nuevo cristiano su primer día como creyente? A la
iglesia local.

PRÓXIMO Y ÚLTIMO

Este capítulo se ha centrado en lo que no es el bautismo a fin de proporcionar una imagen más clara de lo
que sí es. Si tu propia experiencia concuerda con cualquiera de los casos que hemos examinado en este
capítulo, espero que ahora tengas una idea más clara de si ya has cumplido el mandato de Jesús de ser
bautizado, o si no lo has hecho aún y debes hacerlo. Y si eres un líder de la iglesia, espero que hayas
adquirido algunas categorías claras para lo que tu iglesia reconocerá o no como bautismo.

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Pero, desde luego, las iglesias no solo ratifican bautismos, sino que bautizan a las personas. Es por ello por
lo que en nuestro próximo y último capítulo nos haremos la pregunta: «¿Cómo deberían las iglesias
administrar el bautismo?».

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CAPÍTULO 6

¿CÓMO DEBERÍAN LAS IGLESIAS ADMINISTRAR EL BAUTISMO?

Lo más importante que la mayoría de los cristianos debe hacer en cuanto al bautismo es bautizarse. Es
cierto que deberíamos meditar en nuestro bautismo para recordarnos que hemos sido unidos a Cristo y
que ahora hemos recibido el poder y el mandamiento de vivir una vida nueva (Ro. 6:1-4). Y, en la medida
que tengamos la oportunidad, deberíamos estimular a otros cristianos que aún no han sido bautizados y
exhortarlos para que lo sean. Pero en lo que se refiere a tu obediencia a este mandato de Jesús, una vez que
has sido bautizado ya has hecho todo lo que tenías que hacer.

El asunto es diferente para los líderes de las iglesias. La mayoría de las iglesias que predican el evangelio
con regularidad tienen la oportunidad de bautizar nuevos creyentes y típicamente son los líderes de la
iglesia los que administran el bautismo. Aunque, la práctica misma del bautismo plantea multitud de
preguntas: ¿cuánta agua debe ser utilizada? ¿El vertido de agua o la aspersión son igual de válidos que la
sumersión? ¿Quién debería llevar a cabo el bautismo? ¿Cómo se relaciona el bautismo con la membresía de
la iglesia? ¿Cuándo y dónde deberían bautizar las iglesias? ¿Cuán pronto debería ser bautizada la persona
después de venir a Cristo?

Este capítulo aborda todas estas preguntas en el mismo orden en el que las acabo de enumerar. En resumen,
vamos a considerar la forma, el administrador, el resultado, el contexto y el momento del bautismo.

Espero que incluso aquellos que no son líderes de la iglesia percibirán la relevancia de estas cuestiones. Si
no has sido bautizado, este capítulo te puede ayudar a resolver la cuestión de cómo y cuándo pedir el
bautismo. Si ya has sido bautizado, este capítulo te puede ayudar a animar a otros a bautizarse en una
manera acorde con la Escritura.

Finalmente, unas palabras para aquellos que son —o serán algún día— misioneros que predican el
evangelio en un contexto donde todavía no existe iglesia alguna. Ya que mi consejo en este capítulo
presupone la existencia de una iglesia, este no se aplica a los primeros bautismos que se administren en
una localidad que acaba de ser alcanzada por el evangelio. Pero si eres obediente a la Gran Comisión y
enseñas a los discípulos de Jesús a obedecer todo lo que él ha mandado, entonces enseñarás a todos tus
nuevos creyentes —desde el primero mismo y nada más empezar— que seguir a Jesús significa formar una
iglesia. Jesús dice: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos» (Mt. 18:20). Esto significa que tan pronto como tengas más de un nuevo creyente en Jesús, tendrás
los inicios de una iglesia y deberás guiar a esos creyentes hacia la formación de una congregación. Y casi al
mismo tiempo que estos nuevos creyentes vienen a Cristo, deberían involucrarse como iglesia en
supervisar el bautismo de nuevos creyentes. De modo que este capítulo es tan relevante para misioneros
como lo es para los líderes de iglesias establecidas.

LA FORMA

¿Qué cantidad de agua necesita una iglesia para bautizar a una persona? ¿Tendrían que construir un
bautisterio o pedir prestados espacios lo suficientemente grandes como para sumergir a la gente? ¿O
bastaría con una pila bautismal o una jarra?

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En el capítulo 1 vimos que la palabra griega para «bautizar» quiere decir hundir o sumergir bajo el agua.
Juan bautizaba gente en Enón porque allí había muchas aguas (Jn. 3:23), y el etíope eunuco pidió ser
bautizado cuando vio cierta agua junto al camino (Hch. 8:36). Y para este bautismo, el etíope eunuco y
Felipe «descendieron» a las aguas y después «subieron» de ellas (Hch. 8:38-39). Teóricamente, es posible
que ellos entraran en el agua y luego Felipe tomara agua en el cuenco de sus manos y la derramara sobre
su compañero, pero eso es altamente improbable. Eso no encaja con que el eunuco solicitara el bautismo
precisamente después de ver una gran masa de agua. ¿Y por qué habrían de tomarse la molestia ambos
hombres o bien en desvestirse o bien en mojar sus ropas si no era necesaria una sumersión total?

Además, la sumersión captura mucho mejor el simbolismo de ser sepultado y resucitado con Cristo. Tanto
en Romanos 6:1-4 como en Colosenses 2:11-12, Pablo da por sentado que el bautismo simboliza esa unión
con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección. La deducción más razonable es que sus lectores harían
memoria, no de la ocasión en que fueron rociados o mojados con agua, sino del día en que fueron
sumergidos y levantados de ella.

Así que, afirmo que la Biblia presenta la sumersión como la forma normativa del bautismo. Esto no es
solamente una ceremonia que los primeros cristianos hacían y que nosotros podemos abandonar sin
sentirnos culpables. En realidad, la forma del bautismo está unida al simbolismo y significado de la
ceremonia. Debido a ello, las iglesias deberían tomar todas las medidas necesarias para poder bautizar a
los creyentes por sumersión.

EL ADMINISTRADOR

Próximo punto: ¿quién debería llevar a cabo el bautismo? Si el bautismo es un acto de la iglesia, entonces
su administrador debería estar autorizado por la iglesia. Alguien que lleva a cabo un bautismo debería
actuar en representación de la iglesia, no por iniciativa o autoridad propia.

La iglesia como grupo hace uso de las llaves del Reino (Mt. 16:19; 18:19), pero solo una persona bautiza.
Aun y todo, bautizar es hacer uso de las llaves del Reino. Es la confirmación oficial de la iglesia respecto a
la afirmación que hace alguien de estar siguiendo a Cristo. Al bautizar, la iglesia habla en nombre de Jesús,
razón por la que el que bautiza debe hablar en nombre de la iglesia.

Los pastores —también llamados «ancianos» u «obispos» en la Escritura (p. ej.: 1 Ti. 3:1; 5:17)— son
designados por la iglesia para enseñarla y dirigirla. Tienen el reconocimiento de la iglesia para velar por la
misma. Enseñan la Palabra, exhortan la iglesia para que obedezca la Palabra, son modelos de fidelidad a la
Palabra y dirigen la vida de la iglesia de acuerdo con la Palabra. Y a pesar de que la Escritura no exige que
el bautismo sea realizado por el pastor, mi opinión es que así debería ser como norma general. Los pastores
y ancianos son aquellos que ya están obrando en representación de la iglesia al enseñar la Palabra, y el
bautismo es una ceremonia pública realizada en respuesta a la Palabra y que proclama la misma de forma
visible. No creo que esto signifique que solo debe bautizar el «pastor principal», más bien, creo que todo
pastor o anciano está autorizado a hacerlo.

Como he dicho, no creo que sea un requisito indispensable que sea el pastor el que bautice. Sin embargo, si
una iglesia tiene la tendencia a autorizar a otros a bautizar, pienso que deberían considerar
cuidadosamente a quién autorizan, por qué y cómo. Por ejemplo, si una iglesia permite normalmente que
los padres bauticen a sus propios hijos, eso enviaría de forma sutil el mensaje erróneo de que el bautismo
es una ordenanza de la familia, no de la iglesia.

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Pero el asunto más importante aquí es que el bautismo es un acto de la iglesia, no del cristiano como
individuo. Eso quiere decir que la persona que lo administra debe estar autorizada por la iglesia. Los
cristianos como individuos no tienen la autoridad para bautizar simplemente por el hecho de ser cristianos.

Y, como dije en el capítulo anterior, la situación es diferente donde no existe una iglesia. Si tú eres el único
cristiano en la ciudad, tú eres la iglesia en esa ciudad. Por tanto, no es que estés actuando realmente por
iniciativa propia sin la autorización de la iglesia. En lugar de eso, estás llevando —y esperamos que
sembrando— la semilla de la iglesia; el evangelio. Allí donde la semilla del evangelio produce fruto en fe y
arrepentimiento, deberías confirmar esa respuesta con el bautismo. Y tan pronto como tengas dos o tres
que puedan reunirse en el nombre de Jesús, deberías enseñar a la nueva iglesia que el bautismo es en
definitiva un acto que ella es responsable de llevar a cabo y supervisarlo. Y también sería bueno que
administraras los próximos bautismos en representación de ellos y bajo su supervisión.

EL RESULTADO

El bautismo es el acto de la iglesia de confirmar y simbolizar la unión del creyente con Cristo sumergiéndolo
en agua, y es el acto del creyente de consagrarse públicamente a sí mismo a Cristo y a su pueblo, uniendo
de ese modo al creyente con la iglesia y manifestándolo ante el mundo. En el bautismo, el creyente se
compromete con el pueblo de Dios y el pueblo de Dios se compromete con el creyente. Eso significa que,
allí donde exista una iglesia el bautismo debería conceder la membresía de la misma. Mediante ese acto, la
iglesia que formaliza el bautismo deber incluir a ese nuevo creyente en su congregación. El bautismo no es
tan solo un prerrequisito para la membresía eclesial, el bautismo es lo que normalmente inicia dicha
membresía. La membresía de la iglesia es la casa y el bautismo es la puerta de entrada.

La única excepción legítima que puedo encontrar es cuando un nuevo creyente se está trasladando de
forma inmediata a un área donde no se tiene conocimiento de que exista iglesia alguna. Por ejemplo, un
cristiano recién convertido que sirve en la Marina podría estar preparándose para pasar un año entero
viviendo en el barco. O alguien que trabaja para una empresa internacional podría estar trasladándose al
Cercano Oriente y no tener idea de si existe una iglesia en su futura ciudad. Tales situaciones no son ideales,
pero a veces son inevitables. Estos nuevos creyentes se encuentran en una situación parecida a la del etíope
eunuco. Esta es la razón por la que, en estas circunstancias verdaderamente excepcionales, la iglesia
debería bautizarles, orar por ellos, darles su bendición y animarlos a buscar toda la comunión cristiana que
sea posible durante su estancia en el extranjero. Y ya hemos hablado de la situación de los misioneros en
países extranjeros. La primera persona que se convierte en una región no se bautiza para pertenecer a la
iglesia, pero tan pronto como uno o dos más sean bautizados, deberían formar juntos una iglesia.

En cualquier otro caso, el bautismo y la membresía de la iglesia deberían ser inseparables. Solo debería ser
bautizado quien tenga la intención de estar bajo la autoridad de Jesús sometiéndose a su iglesia. La
confirmación que te otorga un pasaporte como cristiano viene acompañada de la responsabilidad y la
rendición de cuentas como ciudadano. Para un nuevo creyente, el bautismo debería ser el medio y el
momento en el cual se une a la iglesia. Si tenéis establecido un proceso para obtener la membresía que
consta de estudios bíblicos, una entrevista y una votación congregacional, la persona debería pasar por
dichos pasos antes de ser bautizada. Y la iglesia debería entender que la membresía se confiere en el
bautismo.
Asimismo, las iglesias no deberían añadir un tiempo de espera entre el bautismo y la membresía. Puede
que algunas de ellas hagan esto motivadas por el deseo de recalcar el bautismo. Separan el bautismo de la
membresía en un intento de destacar el propio bautismo. Pero la manera bíblica de llamar la atención sobre
el bautismo es convirtiéndolo en la puerta de acceso a la iglesia y, por consiguiente, en la bienvenida a la

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vida cristiana. Por otro lado, algunos podrían añadir un tiempo de espera entre el bautismo y la membresía
debido a que esta última conlleva responsabilidades importantes, y puede que un nuevo creyente no esté
del todo preparado para asumir dichas responsabilidades. El problema con eso es que, Dios exige y capacita
a todos los cristianos para que tomen su lugar en el cuerpo. Así que si estás dispuesto a ratificar a alguien
como cristiano no existe razón para mantenerlo fuera del cuerpo.

Ese es el único lugar en el que crecerá, asumirá responsabilidades y todas las demás cosas. Y si tienes dudas
respecto a la disposición o habilidad de una persona para incorporarse a la vida del cuerpo, quizá esas
dudas deberían hacer que te plantearas si en verdad estás listo para confirmar su confesión de fe mediante
el bautismo.

Bajo circunstancias normales, el bautismo y la membresía de la iglesia deberían ser inseparables.


Teológicamente hablando, el bautismo otorga la membresía de la iglesia. Por tanto, no deberías bautizar a
las personas sin incorporarlas a la iglesia y deberías otorgar la membresía a todos aquellos que bautices.
La membresía de un nuevo creyente debería estar supeditada al bautismo y debería hacerse efectiva en el
mismo.

EL CONTEXTO

¿En qué lugar deberían bautizar las iglesias a las personas? ¿Debería ser en un local de la iglesia, o por lo
menos durante un servicio de la iglesia? No necesariamente. Parece que la Escritura permite bautismos
dentro y fuera de un «servicio común» de la iglesia (y los únicos ejemplos neotestamentarios que tenemos
son del segundo tipo). ¿Pero podemos decir algo más al respecto?

El bautismo es una confesión pública de fe, y la iglesia es el primer y más importante público al cual se
dirige esa confesión. Aún más, como el bautismo es el acto de toda la iglesia de confirmar la confesión del
creyente y darle la bienvenida a la congregación, yo diría que las iglesias deberían normalmente bautizar a
las personas en el contexto de toda la iglesia reunida. No tiene mucha importancia si esa reunión se lleva a
cabo en el local de la iglesia o a la orilla de un río. El tema es que la práctica del bautismo por parte de la
iglesia no debería opacar —sino más bien resaltar— el hecho de que, en el bautismo la iglesia como
congregación habla de parte de Dios a la persona y, a su vez, la persona le habla tanto a Dios como a toda la
iglesia. Bautizar en una reunión de toda la iglesia permite que el acto sea proclamado; bautizar en una
reunión pequeña lo convierte en un acto silencioso.

Una vez más y pensando en el contexto de misioneros en el extranjero, sugeriría que tener un «público»
además del que realiza el bautismo no es absolutamente necesario para la ceremonia, porque el que bautiza
es un testigo público en sí mismo de la confesión de fe. Sin embargo, esos bautismos con «audiencias de
uno» son adecuados solo cuando no hay otros testigos disponibles. Normalmente, el bautismo debería ser
celebrado por toda la iglesia porque es un acto de toda la iglesia.

EL MOMENTO

Finalmente, ¿cuán pronto deberían bautizar las iglesias a los nuevos creyentes? ¿Deberían ser bautizados
de manera inmediata o debería haber un tiempo de espera?

Ciertamente, todos los ejemplos de bautismos que tenemos en el Nuevo Testamento tuvieron lugar tan
pronto como alguien vino a la fe. (p. ej.: Hch. 2:38-41; 10:47-48; 16:14-15, 30-34; 19:1-5). Y como el
bautismo es donde la fe se hace pública, debería asociarse con la conversión de la persona tan
estrechamente como sea posible. Por una parte, no creo que las iglesias deban añadir un tiempo de espera

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antes del bautismo, ya sea para probar el fruto de la fe de alguien o para enseñarle la base y la práctica de
la fe cristiana antes de bautizarle.

Pero si el bautismo otorga la membresía de la iglesia, ¿debería molestarnos el hecho de que el proceso de
la membresía demore el bautismo unas pocas semanas o incluso meses? ¿No es contrario al patrón bíblico
el acto de retrasar el bautismo? No exactamente. El proceso de la membresía de la iglesia no equivale a un
período de prueba. Lo que hace es simplemente asegurarse de que el candidato al bautismo entienda bien
el paso que está dando y que la iglesia conozca al candidato.

En Pentecostés estaba muy claro a qué te estabas apuntando: a la oposición por parte de los líderes judíos
y a una vida completamente diferente junto a la banda de los discípulos perseguidos del Mesías. En la
actualidad, las cosas no están siempre tan claras. Existen cristianos profesantes que piensan que ser
creyente no tiene nada que ver con someterse al señorío de Cristo ni tampoco a la iglesia local. La iglesia
debe asegurarse de que aquellos a los que bautizan sepan que la vida como cristiano tiene todo que ver con
someterse al señorío de Jesús y todo que ver con la iglesia local. La preparación y evaluación incluidos en
el proceso de la membresía básicamente aclaran lo que está en juego en el bautismo. Y este proceso se
asegura de que aquellos que están haciendo promesas en el bautismo —incluyendo la iglesia y el
creyente— sepan qué están prometiendo y a quién. Requerir que los candidatos al bautismo pasen por el
proceso de la membresía de la iglesia ayuda a asegurar que el bautismo realmente trace una línea divisoria
entre la iglesia y el mundo, que realmente proclame el compromiso del creyente con Cristo y su pueblo, y
que realmente cumpla con el propósito de Jesús de diferenciar a su pueblo identificándolo consigo mismo.

Entonces, para que quede claro, no creo que las iglesias en el occidente cristiano —y especialmente en lo
que queda del Cinturón bíblico10— deban celebrar servicios en los que cualquiera pueda pasar al frente y
ser bautizado en el acto, sin comprometerse con la membresía de la iglesia. Tales confesiones de fe son más
anónimas que públicas porque simplemente permiten a la persona bautizada seguir su camino,
desapareciendo de vuelta entre la multitud.

La situación es mucho más clara si vives en un país musulmán donde ser bautizado implica ser repudiado
por tu familia. Pero especialmente para aquellos que vivimos en los países occidentales, el camino más
sabio es asegurarse con anticipación de que el creyente entienda bien el paso que está dando. Y las iglesias
deben asegurarse de que aquellos a los que bautizan en la membresía de la iglesia y en una vida bajo el
señorío de Cristo sepan el paso que están dando.

¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE?

En este pequeño libro hemos comenzado con la visión bíblica del bautismo y hemos concluido con los
aspectos prácticos del mismo. A través de todo el libro hemos visto algo del quién, el qué, el cuándo, el
dónde y, especialmente, el porqué del bautismo. Si eres un creyente en Jesús y tus preguntas acerca del
bautismo te han hecho dudar si bautizarte o no, espero que este libro haya aclarado esas dudas y despejado
el camino para que obedezcas a Cristo comprometiéndote públicamente con él y con su pueblo en el
bautismo. Si eres un líder en la iglesia, espero que hayas encontrado algo de ayuda en este libro para
comprender el bautismo, enseñar acerca de él y dirigir a tu iglesia en la práctica del mismo.

¿Por qué es tan importante el bautismo? El bautismo marca al pueblo de Dios con la señal del evangelio. El
bautismo demanda el compromiso público del creyente con Cristo, colocándolo para el resto de su vida en
un camino donde dará testimonio público de la gracia de Dios en el evangelio. El bautismo sella el
compromiso del creyente con el pueblo de Cristo, añadiéndolo a la comunión del Cuerpo de Cristo. En el

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bautismo, la iglesia confirma y acepta oficialmente al creyente en nombre de Jesús. Estas son las razones
por las que Jesús manda a sus discípulos que bauticen y sean bautizados.

El bautismo simboliza y proclama de forma visible el evangelio. Además, el bautismo señala y traza una
línea alrededor del pueblo del evangelio; aquellos que se han arrepentido del pecado y confiado en Cristo.
El bautismo es tan importante porque el evangelio al que representa es gloriosamente importante.

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