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EL SACRAMENTO

DEL BAUTISMO
 
  NOCION
 
El bautismo es el sacramento por el cual el hombre nace a la vida
espiritual, mediante la ablución del agua y la invocación de la Santísima
Trinidad.
 
Entre los sacramentos, ocupa el primer lugar, porque es el
sacramento de la fe, puerta de todos los sacramentos, puerta
de la Iglesia: por él se nos comunica la vida sobrenatural de hijos de Dios,
se nos capacita para recibir los sacramentos restantes, y nos incorpora a la
Iglesia instituida por Jesucristo como sacramento universal de salvación.
EL BAUTISMO, SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY
 
Es dogma de fe que el bautismo es un verdadero sacramento de la Nueva Ley instituido por
Jesucristo. En la Sagrada Escritura también se prueba que el bautismo es uno de los
sacramentos instituidos por Jesucristo:
 
a). En el Nuevo testamento aparecen testimonios tanto de las notas esenciales de sacramento
como de la institución por Jesucristo:
 
- el mismo Señor explica a Nicodemo la esencia y la necesidad de recibir el bautismo: “En
verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los
cielos” (Jn. 3, 3-5);

- Jesucristo da a sus discípulos el encargo de administrar el bautismo (cfr. Jn. 4, 2);


 
- ordena a sus Apóstoles que bauticen a todas las gentes: “me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18-19). “Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a
toda criatura. El que creyere y se bautizare, se salvará” (Mc. 16, 15-16);
 
- los Apóstoles, después de haber recibido la fuerza del Espíritu Santo, comenzaron a bautizar:
ver Hechos 2, 38 y 41.
b). En el Antiguo Testamento
aparecen ya figuras del bautismo, es
decir, hechos o palabras que, de un
modo velado, anuncian aquella realidad
que de modo pleno se verificará en los
signos venideros.

Sobre el momento de institución, Santo


Tomás de Aquino explica que Jesucristo
instituyó el sacramento del bautismo
precisamente cuando fue bautizado por
Juan (Mt. 3, 13ss), al ser entonces
santificada el agua y haber recibido la
fuerza santificante. La obligación de
recibirlo la estableció después de su
muerte (Mc. 16, 15, citado arriba). Lo
mismo enseña el Catecismo Romano,
parte II, cap. 2, n. 20.
EL SIGNO EXTERNO DEL BAUTISMO
  
La materia
 
La materia del bautismo es el agua natural.
Las pruebas son:
 
La ablución del bautizado puede hacerse ya sea por infusión
(derramando agua sobre la cabeza) o por inmersión
(sumergiendo totalmente al bautizado en el agua):
 
Para que el bautismo sea válido:
A) debe derramarse el agua al mismo tiempo que se pronuncian las palabras de la forma;
 
B) el agua debe resbalar o correr sobre la cabeza, tal que se verifique un lavado efectivo (en caso de
necesidad-p. ej., bautismo de un feto- bastaría derramar el agua sobre cualquier parte del cuerpo).
 
La forma
 
La forma del bautismo son las palabras del que lo administra, las cuales acompañan
y determinan la ablución. Esas palabras son: “Yo de bautizo en el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
EFECTOS DEL BAUTISMO
 Los efectos del bautismo son cuatro: la justificación, la gracia sacramental, la
impresión del carácter en el alma y la remisión de las penas.
 
La justificación
 
Hemos dicho que la justificación consiste, según su faceta negativa, en la remisión de
los pecados y, según su faceta positiva, en la santificación y renovación interior del
hombre . Así pues, al recibirse con las debidas disposiciones, el bautismo consigue:
 
a) la remisión del pecado original y - en los adultos – la remisión de todos los pecados
personales, sean mortales o veniales;

b) la santificación interna, por la infusión de la gracia santificante, con la cual siempre


se reciben también las virtudes teologales – fe, esperanza y caridad -, los dones del
Espíritu Santo. Puede decirse que Dios toma posesión del alma y dirige el movimiento
de todo el organismo sobrenatural, que está ya en condiciones de obtener frutos de
vida eterna.
La gracia sacramental
  Esta gracia supo un derecho especial a recibir los auxilios espirituales que sean necesarios
para vivir cristianamente, como hijo de Dios en la Iglesia, hasta alcanzar la salvación.
 
El carácter bautismal
  El bautismo recibido válidamente imprime en el alma una marca espiritual indeleble,
indeleble el
carácter bautismal, y por eso este sacramento no se puede repetir. Como hemos dicho (cfr.
1.4.3), el carácter sacramental realiza una semejanza con Jesucristo que, en el caso del
bautismo, implica:
 
La incorporación del bautizado al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
 La participación en el sacerdocio de Cristo, esto es, el derecho y la obligación de continuar la
misión salvadora y sacerdotal del Redentor. Por el carácter, el cristiano es mediador entre
Dios y los hombres: eleva hasta Dios las cosas del mundo y da a los hombres las cosas de
Dios. Esta participación es doble:
1°. Activa: santificando las realidades temporales y ejerciendo el
apostolado.
2°. Pasiva: facultad para recibir los demás sacramentos.

Remisión de las penas debidas por los pecados


  Es verdad de fe , que el bautismo produce la remisión de todas las penas debidas por
el pecado. Por esto, San Agustín enseña que el bautizado que partiera de esta vida
inmediatamente después de recibir el sacramento, entraría directamente en el cielo.
NECESIDAD DE RECIBIR EL BAUTISMO
 
El bautismo es absolutamente necesario, para salvarse, de acuerdo a las palabras del Señor: “El que creyere y se
bautizare, se salvará” (Mc. 16, 16).
La razón teológica es clara: sin la incorporación a Cristo – la cual se produce en el bautismo – nadie puede
salvarse, ya que Cristo es el único camino de vida eterna, sólo El es Salvador de los hombres. Sin embargo, este
medio necesario para la salvación puede ser suplido en casos extraordinarios, cuando sin culpa propia no se
puede recibir el bautismo de agua, por el martirio (llamado también bautismo de sangre), y por la contrición o
caridad perfecta (llamada también bautismo de deseo) para quienes tienen uso de razón.
 
1°. El bautismo de deseo es el anhelo explícito (p.ej., catecúmeno) o implícito (p. ej., pagano o infiel) de
recibir el bautismo, deseo que debe ir unido a la contrición perfecta.
Para aquel que ha conocido la revelación cristiana, el deseo de recibirlo ha de ser explícito. Por el contrario, para
el que no tenga ninguna noticia del sacramento basta el deseo implícito. De esta forma, la misericordia infinita de
Dios ha puesto la salvación eterna al alcance real de todos los hombres.
Es, pues conforme al dogma, creer que los no cristianos que de buena fe invocan a Dios (sin fe es imposible
salvarse), están arrepentidos de sus pecados (no puede cohabitar el pecado con la gracia), tienen el deseo de
hacer todo lo necesario para salvarse (cumplen la ley natural e ignoran inculpablemente a la verdadera Iglesia),
quedan justificados por el bautismo de deseo
 
2°. El bautismo de sangre es el martirio de una persona que no ha recibido el bautismo, es decir, el
soportar pacientemente la muerte violenta por haber confesado la fe cristiana o practicado la virtud cristiana.
Jesús mismo dio testimonio de la virtud justificativa del martirio: “A todo aquel que me confesare delante
de los hombre yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10, 39); etc.
“El ministro ordinario del bautismo es el
Obispo, el presbítero y el diácono”.
En el caso de urgente necesidad, puede
administrarlo cualquier persona, aun hereje o
infiel, con tal que emplee la materia y la
forma prescrita y tenga intención – al menos
– de hacer lo que la Iglesia hace.

La razón de lo anterior es clara: siendo el


bautismo absolutamente necesario para la
salvación, quiso Jesucristo facilitar
extraordinariamente su administración
poniéndolo al alcance de todos. Es por eso
que la Iglesia indica que “los pastores de
almas, especialmente el párroco, han de
procurar que los fieles sepan bautizar
debidamente”.
EL SUJETO DEL BAUTISMO
 “Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano no bautizado, y sólo él”.
Para estudiar las condiciones que han de reunir los que se bautizan, distinguiremos al sujeto
adulto del que no ha llegado al uso de razón.
 
1°. Los adultos
Para quienes han llegado al uso de razón, es necesaria l
a intención de recibir el bautismo, de manera que “
el bautizado sin voluntad de recibir el sacramento,
ni lícita, ni válidamente es bautizado”.
 
Para recibirlo lícitamente, se requiere:
que el sujeto tenga fe (recuérdense las palabras de Mc. 16, 16: “El que creyere y fuere
bautizado, se salvará”: primero la fe, luego el bautismo). Las verdades de fe en las que – al menos
– debe creer, son: la existencia de Dios, que Dios es remunerador, la Encarnación del Verbo, y la
Santísima Trinidad. Ha de preceder al bautismo, por tanto, la instrucción suficiente sobre estas
verdades; ya que después de bautizado habría de ser instruido en las demás;
 
que esté arrepentido de sus pecados (Hechos 2, 38: “arrepentíos y bautícese
cada uno de vosotros”) pues, como hemos dicho, la gracia – en este caso, la que recibe el
bautizado – es incompatible con el pecado.
Los niños
 
Es válido y lícito el bautismo de los niños
que aún no llegan al uso de razón.
 
Según la doctrina católica, la fe actual del niño
puede faltar, pues no es ella la causante de la
eficacia sacramental – como afirman los
protestantes – sino sólo un acto dispositivo.
La fe en acto es sustituida por la fe de la Iglesia.
 
Santo Tomás de Aquino prueba que no sólo
Es lícito y válido bautizar a los niños, sino que
además:
 

es necesario bautizarlos, ya que nacen con la grave mácula del pecado original, que
sólo el bautismo puede curar (resultaría análogo el caso del niño que nace enfermo y no se
busca su alivio);
 

es conveniente porque, como la gracia se produce ex opere operato, ya desde esa


tierna edad son poseedores de los bienes sobrenaturales y reciben la constante actuación
benéfica del Espíritu Santo en sus almas.
En vista de la importancia que el bautismo tiene para la salvación, la legislación de la
Iglesia indica que “los padres tienen obligación de hacer que los hijos sean bautizados
en las primeras semanas” , y “si el niño se encuentra en peligro de muerte, debe ser
bautizado sin demora”.

Por la misma razón, también se indica que “el niño de padres católicos, e incluso no
católicos, en peligro de muerte, puede lícitamente ser bautizado, aun contra la
voluntad de sus padres”; aunque fuera del peligro de muerte, no se ha de bautizar al
niño cuyos padres se opongan, por no tener la esperanza de poder educarlo en la
religión católica.
Por último, se indica que:
 
“El niño expósito o que se halló abandonado, debe
ser bautizado, a no ser que conste su bautismo
después de una investigación diligente”.
 
“En la medida de lo posible se deben bautizar los fetos abortivos, si viven”.
Las mismas razones aducidas para el bautismo de los niños han de emplearse
cuando se trata de dementes que nunca han tenido uso de razón.
LOS PADRINOS DEL BAUTISMO
 
Padrinos son las personas designadas por los padres del niño – o por el bautizado, si es adulto -, para
hacer en su nombre la profesión de fe, y que “procuran que después lleve una vida cristiana
congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones del mismo”.
 
La legislación de la Iglesia en torno a los padrinos del bautismo estipula que:
 
“ha de tenerse un solo padrino o una madrina, o uno y una”.
 
para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que:
 

1.- tenga intención y capacidad de desempeñar esta misión;


2.- haya cumplido 16 años;
3.- sea católico, esté confirmado, haya recibido
el sacramento de la Eucaristía y lleve una vida
congruente con la fe y la misión que va a asumir.
4.- no este afectado por una pena canónica;
5.- no sea el padre o la madre de quien se bautiza.

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