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Los Golpes de Estado no eran nuevos para los habitantes de nuestro país; desde
aquel 1930, cuando el General Uriburu destituyó del poder a H. Irigoyen, se
convirtieron en una triste costumbre argentina. La inestabilidad política fue
moneda corriente durante 50 años. Esto queda confirmado tomando nota de
los diferentes levantamientos militares de 1943, 1955 y 1966.
Pero este nuevo ataque a la democracia fue diferente, muy diferente a los
anteriores. Durante los siete años de dictadura militar se violaron
absolutamente todos los derechos de los argentinos. Ni uno sólo quedó vigente.
Derechos que hoy en día damos por sentados, aquellos derechos inherentes a
cualquier ser humano. El derecho a la vida, a expresar libremente nuestras
ideas, a poder elegir nuestros gobernantes, el derecho a no ser arbitrariamente
detenido, el derecho a no recibir torturas o tratos crueles, entre muchos.
Podríamos decir que un golpe, es una cachetada a las instituciones públicas que
conocemos y, que como de esto se deduce, a la gente que está dentro de dichas
instituciones.
¿Para qué un Golpe de Estado? Para imponer un nuevo modelo de sociedad. ¿Qué
tipo de sociedad? Una en la que la gente no se formule preguntas, no reflexione,
que acepte las reglas del juego de manera sumisa, que tome como “naturales”
las desigualdades sociales y la injusticia.
¿Cómo llevaron a cabo ese plan siniestro, al que irónicamente llamaron “Proceso
de Reorganización Nacional” dejaron como saldo decenas de miles de
desaparecidos?
Recordar significa volver a pasar por el corazón las cosas buenas y malas que
hemos vivido, aunque sea por medio de las voces de otros.
Voy a cerrar con una frase que no me pertenece, sino a Graciela Montes:
“Algunas personas piensan que de las cosas malas y tristes es mejor olvidarse.
Otras personas creemos que recordar es bueno; que hay cosas malas y tristes
que no van a volver a suceder precisamente por eso; porque nos acordamos de
ellas, porque no las echamos fuera de nuestra memoria”.
Es difícil, a tan poco tiempo mirar fríamente lo sucedido entonces. Es casi como
querer ver claramente el camino recién recorrido, cuando aún el polvo
levantado sigue en suspensión. Según quien mire, a través de esa polvareda,
será el paisaje descripto.
En nuestro país todavía hay polvo en el aire, hay dolor por los seres queridos
que no están, hay posturas enfrentadas. No hay claridad.
Lo cierto es que el tiempo nos ha enseñado, que ante todo la Democracia, con
sus errores y aciertos, sigue siendo la forma de gobierno a cuidar, que siempre
es perfectible y que da un espacio para ejercer el derecho al disenso. No es poca
cosa saber que se puede opinar en contra, diferente y no por ello estar marcado.
Nadie pregunta de qué lado estás, solo disparan, o estalla. A nadie entonces le
preocupó la vida de aquellos que no estaban inmersos en esa disputa de ideas. Y
fue así como vimos diluirse nuestros derechos humanos, el respeto por nuestra
vida y la de nuestros compatriotas. No importaba quienes quedaban en el
medio.
Este hecho histórico es el que nos convoca a reunirnos hoy, para recordar
nuestra historia y así podamos crecer, para que ejercitemos nuestra memoria,
para conocer la verdad y para seguir defendiendo como forma de gobierno a la
democracia.
La historia de un pueblo vive en la memoria del pueblo y, para que esto sea
posible, se debe incluir a las nuevas generaciones en este “recuerdo colectivo”.
Porque la verdad debe ser el fin último deseable de todo país que merezca ser
vivido. Porque la memoria es la facultad por medio de la cual se retiene y se
recuerda el pasado. Y porque la justicia es una de las cuatro virtudes cardinales,
que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece, recordamos hoy
que un 24 de marzo de 1976 se instaló en el país una dictadura militar que hirió
de muerte a las instituciones republicanas y sesgó la vida de decenas de miles
de argentinos, pero que fue echada, para nunca más volver.
¿Resulta necesario recordarlos una y otra vez? Por supuesto que sí. Necesitamos
oírnos y contar las historias vividas, necesitamos hablar del pasado para
cambiar nuestro futuro. Es necesario entonces que los jóvenes conecten la
violencia del ayer con la violencia del hoy para lograr un compromiso personal
con la lucha por la vigencia plena de los derechos humanos.
La memoria
Despierta para herir
A los pueblos dormidos
Que no la dejan vivir
Libre como el viento
La memoria
Pincha hasta sangrar,
A los pueblos
Que la amarran
Y no la dejan andar
Libre como el viento
La memoria
Estalla hasta vencer
A los pueblos
Que la aplastan
Y que no la dejan ser
Libre como el viento
La memoria
Apunta hasta matar
A los pueblos que la callan
Y no la dejan volar
Libre como el viento
Libre como el viento”