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HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

En Smith su teoría se basa en los costos de producción particularmente el trabajo contenido en


las mercancías lo que dota de valor a las mismas. Ricardo lo que hace es añadir que no sólo es
importante el valor presente sino también el pasado (el trabajo previo a su elaboración). Marx
toma esta teoría basada en el valor para explicar el origen de la plusvalía, al ser el valor objetivo
entonces los precios serían una expresión de los costos de producción (costo de la mano de
obra) y entonces el precio debería ser igual al valor trabajo, pero para Marx a los obreros le
pagan una cuantía menor al precio esa diferencia entre valor de trabajo y precio constituye el
origen de la plusvalía, usando el arquetipo smithiano Marx concluye que hay explotación.

El término revolución marginalista se utiliza comúnmente para indicar un cambio repentino de


dirección en la ciencia económica, con el abandono del enfoque clásico —y, dicho con mayor
precisión, ricardiano— y el desplazamiento a un nuevo enfoque basado en una teoría subjetiva
del valor y la noción analítica de la utilidad marginal. , dentro del enfoque clásico el problema
económico se concebía como un análisis de aquellas condiciones que garantizaban el
funcionamiento continuo de un sistema económico basado en la división del trabajo, y, por lo
tanto, un análisis de la producción, distribución, acumulación y circulación del producto. En el
caso del enfoque marginalista, en cambio, el problema económico se refería a la utilización
óptima de recursos escasos para satisfacer las necesidades y el deseo de los agentes
económicos.

En segundo lugar, la visión objetiva del valor que tenían los economistas clásicos, basada en la
dificultad de producción, contrasta con la visión subjetiva del enfoque marginalista, basada en la
valoración de la utilidad de las mercancías por parte de los consumidores.

La distribución de la renta no era más que un caso específico de la teoría de los precios en el
contexto del enfoque marginalista (en el que se refería a los precios de los «factores de
producción»), mientras que para el enfoque clásico era un problema con características
autónomas, que se refería al papel de las diferentes clases sociales y sus relaciones de poder.

A diferencia de Jevons o Walras, como se mencionó antes, Menger no supuso funciones de


utilidad que debieran maximizarse bajo restricciones presupuestarias; el valor no dependía de
elementos objetivos o de las preferencias sistemáticas y suficientemente estables de los
agentes económicos: más bien dependía de las valoraciones subjetivas que efectúa la gente
acerca de sus necesidades y de la manera de satisfacerlas, y tales valoraciones pueden
modificarse de forma inesperada. Aunque desarrolló una visión subjetiva del valor, Menger
parecía más interesado en los aspectos «dinámicos» (en el sentido genérico de cambio, y no en
el de la moderna teoría del crecimiento), como el estudio de cómo se convierten los bienes tout
court en bienes económicos, el tema relacionado del desarrollo original de la propiedad privada
y, sobre todo, el modo activo con el que los agentes económicos se disponen a aumentar su
conocimiento y en consecuencia a modificar sus preferencias. En este contexto, Menger destacó
los elementos de desigualdad, irreversibilidad y ganancias del intercambio.

Podríamos decir, de hecho, que, mientras aplicó la noción de equilibrio a las elecciones de los
agentes económicos individuales, el ámbito en el que tenía lugar la actividad económica
(conocimiento limitado, aprendizaje) hacía de la coordinación de tales elecciones un proceso
ciertamente muy complejo, de manera que la noción de equilibrio se mostraba difícil de aplicar
al sistema económico en su conjunto.

Keynes

El «punto de demanda efectiva» es definido por Keynes como el punto de encuentro de dos
curvas: una función de oferta agregada y una función de demanda agregada. Un punto a
destacar aquí es que estas dos curvas son conceptualmente diferentes de las curvas de oferta y
demanda tradicionales. A primera vista, todavía son dos funciones que relacionan precio y
cantidad; de hecho, sin embargo, estas dos funciones relacionan el número de trabajadores
empleados con las valoraciones de los empresarios con respecto a los costes, por una parte, y a
los ingresos, por otra. Dicho con más precisión, la función de oferta agregada relaciona N, el
número de trabajadores empleados, representado en el eje horizontal, con una variable Z,
representada en el eje vertical, y definida como «el precio de oferta agregada del output que
procede de emplear N hombres», mientras que la función de oferta agregada relaciona N con
una variable D (representada como Z en el eje vertical), y definida como «los ingresos que los
empresarios esperan obtener por el empleo de N hombres».

En otros términos, Z indica los ingresos mínimos esperados necesarios para convencer a los
empresarios de que empleen N trabajadores. Para cada valor dado de N, Z es, pues, igual al
coste total que los empresarios esperan tener que soportar si emplean a N trabajadores.
Evidentemente, el coste total no incluye sólo los salarios, sino también los costes de las
materias primas, y los gastos generales que comprenden la amortización del capital fijo, más un
beneficio suficiente para inducir a los empresarios a proseguir su actividad. A la inversa, D indica
cuánto esperan ganar los empresarios por la venta en el mercado del producto que esperan
obtener empleando a N trabajadores. Por lo tanto, ambas curvas expresan el punto de vista —
las valoraciones— de la misma categoría de agentes, los empresarios, no el de dos grupos
diferentes y opuestos de compradores y vendedores (consumidores y productores

El «punto de demanda efectiva» es aquel en el que D=Z. Así pues, nos dice cuál es el nivel de
ocupación esperado, y, por lo tanto, de producción, dadas las expectativas a corto plazo de los
empresarios respecto a costes e ingresos.

Multiplicador

El multiplicador keynesiano de la inversión indica que un aumento del gasto en inversión


termina provocando un aumento multiplicado de la producción y de la renta. En principio, la
idea base del multiplicador es que la inversión puede aumentar sin que el ahorro lo haga
previamente: la inversión multiplica la renta lo suficiente como para aumentar el ahorro que
autofinancie la inversión.

Monetaristas y teóricos de las expectativas racionales

Dentro de la tradición marginalista desde los años cincuenta se ha producido un animado


debate sobre la plausibilidad de los supuestos necesarios para asegurar el resultado keynesiano
de una desocupación permanente. Este debate afecta a la mayor o menor confianza atribuida,
por una parte, a la capacidad del mercado para asegurar el equilibrio entre la demanda y la
oferta de trabajo, y, por otra, a la eficacia de las políticas fiscales y monetarias.

Entre aquellos que muestran fe en los poderes equilibradores del mercado y hostilidad ante la
intervención del Estado en la economía, destaca la escuela de Chicago. Milton Friedman (n.
1912, premio Nobel en 1976) es el líder reconocido de dicha escuela. Este autor desarrolló una
teoría del dinero distinta de la de Keynes, adoptando y desarrollando las tesis de la vieja teoría
cuantitativa. En particular, a largo plazo, si no a corto, el nivel de equilibrio de la renta depende
de factores «reales» como la dotación de recursos, la tecnología y las preferencias de los
agentes económicos; la velocidad de circulación del dinero se considera una función estable de
las tasas de rendimiento de las diversas clases de activos (dinero, bonos, bienes, capital
humano). Por lo tanto, Friedman sostenía que los acontecimientos monetarios, en particular la
oferta de dinero (que se supone exógena, esto es, suficientemente independiente de la
demanda de dinero), sólo pueden influir en la renta y el empleo a corto plazo; a largo plazo las
variaciones de la oferta de dinero influyen en el nivel general de precios. En otras palabras, la
curva de Phillips adopta una pendiente negativa sólo a corto plazo, pero se convierte en vertical
a largo plazo.

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