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I. Poder de dirección
a. Fundamento y contenido
El contrato de trabajo genera entre trabajador y empresario un vínculo de subordinación,
en virtud del cual el primero debe adecuar su prestación a las instrucciones del segundo.
El origen de este éste vínculo se encuentra en la propia obligación principal asumida por
el trabajador, que no es otra que la de poner a disposición del empresario su propia
actividad laboral.
El poder de dirección es el instrumento a través del cual el empresario hace efectivo ese
derecho de disposición sobre la actividad del trabajador. Este compone de un conjunto
de facultades jurídicas, todas ellas dirigidas a ordenar las prestaciones singulares de los
trabajadores en la empresa, así como a organizar en general el trabajo dentro de ella.
Como tal se trata de un poder, tanto de especificación del contenido de cada una, como
de coordinación de todas para el alcance de los fines de la empresa.
En principio, el poder de dirección se concreta en la posibilidad de dar órdenes a los
trabajadores sobre el modo, lugar y tiempo de ejecución del trabajo. Esas órdenes
pueden ser generales (directivas, reglamentos, etc.) o particulares, y tener un contenido
positivo o negativo (prohibiciones). Asimismo, pueden ser verbales o escritas, pero
siempre deben ser expresas y no tácitas.
La titularidad de este poder corresponde al empresario, aunque puede éste delegar su
ejercicio en otras personas, incluso trabajadores de la propia empresa (gerentes, jefes de
sección, capataces, etc.). Esto último ocurre necesariamente en el caso de las personas
jurídicas.
La otra cara del poder de dirección del empresario está representada, evidentemente, por
del deber de obediencia del trabajador a las órdenes del empresario.
Tanto el poder de dirección como el deber de obediencia se encuentran reconocidos por
diversos preceptos del ET:
· Art. 1.1: el trabajador presta sus servicios “dentro del ámbito de organización y
dirección” del empresario.
· Art. 5.c: Es deber básico del trab. “cumplir las órdenes e instrucciones del empresario
en el ejercicio regular de sus facs. directivas”.
· Art. 20.1: “el trab. estará obligado a realizar el trabajo convenido bajo la dirección
del empresario o la persona en quien delegue”.
· Art. 54.2.b: es causa de despido “la indisciplina o desobediencia en el trabajo”.
El poder disciplinario se encuentra reconocido por el art. 58 ET, con arreglo al cual “los
trabajadores podrán ser sancionados por la dirección de las empresas en virtud de
incumplimientos laborales, de acuerdo con la graduación de faltas y sanciones que se
establezcan en las disposiciones legales o en el convenio colectivo que sea aplicable”.
b. Límites
El empresario goza de gran discrecionalidad para el ejercicio de este poder, en la
medida en que le corresponde decidir si sanciona o no al trabajador y con qué sanción.
No obstante, en su ejercicio deberá respetar los siguientes principios:
· Tipicidad: sólo puede sancionarse a los trabajadores por la comisión de actos
tipificados antes como faltas, y con las sanciones previstas al efecto (art. 58.1). Esta
tipificación es llevada a cabo normalmente por los convenios colectivos, salvo para la
sanción de despido en la que las faltas se tipifican en el art. 54 ET.
· Proporcionalidad: la entidad de la sanción debe guardar relación con la gravedad de la
infracción (art. 58.1 ET). Los convenios suelen prever para ello una graduación de
faltas y sanciones de tres niveles: leves, graves y muy graves. El cuadro de sanciones
suele ser el siguiente: para las leves amonestación verbal o escrita, para las graves
suspensión breve de empleo y sueldo, y para las muy graves suspensiones de mayor
duración o el despido. En todo caso, el art. 58.3 prohíbe como sanciones la multa de
haber y la reducción de las vacaciones o los derechos al descanso.
· Culpabilidad: Son sancionables sólo las faltas imputables al trabajador, si han sido
cometidas voluntariamente o con negligencia grave.
· Non bis in idem: No puede imponerse más de una sanción por la misma falta.
· Igualdad de trato: No pueden imponerse sanciones más o menos graves en función del
sexo, la raza, la opinión, la afiliación sindical, etc.
c. Procedimiento sancionador
El procedimiento sancionador aplicable es el previsto en cada caso por el
correspondiente convenio colectivo.
El art. 58.2 ET exige solamente que las sanciones por faltas graves y muy graves se
lleve a cabo mediante comunicación escrita al trabajador, en la que consten la fecha y
los hechos que la motivan. Además, todas las sanciones por faltas muy graves deben ser
comunicadas a los representantes de los trabajadores (art. 64.1.7 ET).
La imposición de sanciones por faltas graves o muy graves a los representantes unitarios
o delegados sindicales requiere la apertura previa de expediente contradictorio (arts.
68.a ET y 10.3 LOLS). Los delegados sindicales deben ser oídos antes del despido o
sanción de los afiliados a su sindicato (art. 10.3.3 LOLS).
Cuando la sanción sea el despido deben tenerse las reglas especiales previstas por el art.
55 ET.
Todas las sanciones impuestas por el empresario son revisables ante los órganos de la
jurisdicción social dentro de un plazo de caducidad de veinte días (art. 58.2 ET). Es de
aplicación a estos efectos el Proceso de Impugnación de Sanciones regulado por los arts.
114 y 115 LRJS. La carga de la prueba sobre la comisión de la falta corre a cargo
entonces del empresario. La sentencia podrá confirmar la sanción, revocarla total o
parcialmente (autorizando al empresario a imponer al trabajador una sanción inferior
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dentro del plazo de diez días) o declararla nula (por defectos de forma, imposición de
una sanción no tipificada o vulneración de derechos fundamentales o de la prohibición
de discriminación).
Finalmente, conforme al art. 60.2 ET, las faltas tienen los siguientes plazos de
prescripción: 10 días para las leves, 20 para las graves y 60 para las muy graves. Estos
plazos se computan desde la fecha en que el empresario tuvo conocimiento de la
comisión de la falta. En cualquier caso, las todas las faltas prescriben a los 6 meses de
haberse cometido.