Está en la página 1de 3

El inicio de un final

La devastadora noticia de que su inicio había llegado al final se había acabado


apenas dando un paso. A pesar de que desde su niñez era privilegiado y
sumamente adorado por rastros de oro y plata, nada pudo impedir que una simple
enfermedad detuviera su tan anhelado deseo de ser una verdadera persona de oro.
Su respiración se había cortado tan pronto la boca de aquel doctor le había dictado
una sentencia imposible de eludir con su brillo dorado.
-Señor Alexander, espero que comprenda que debe recibir un tratamiento cuanto
antes. Me imagino que teniendo en cuenta su presupuesto monetario eso no será
problema... Le sugiero que su familia lo acompañe en estos últimos días.- El doctor
Barba Roja me miraba con una lástima que le hacía hervir la sangre.
Un solo asentimiento fue suficiente y se marchó, a su jardín, a su habitación, a
aquella mansión que no era más que un simple recordatorio de que estaba solo y
que las monedas no podían hacerle compañia como el deseaba. Tanto que le
quedaba por recibir a sus apenas 20 años, le fue arrebatado igual que el hecho de
vivir. Ahora podría decir mirando hacia el cielo que lo tenía todo pero en el futuro él
ya no sería nada.
-Desperdicie mi vida, por ganar algo que no me puede salvar- Y entonces cuando el
cielo estaba a punto de apagarse y caer en penumbra, todas las oportunidades que
tuvo de ser feliz y eludió por evitar convertirse en lo mísero de ser una persona de
plata le llegaron a lo más profundo de su ser. Entonces se empezó a cuestionar,
sabiendo que así encontraría la calma a su desdicha o por lo menos ser menos
como el sol huyendo de la Luna. Solo quería saber si era felíz, si de verdad conocía
lo que lo hacía sentir así.
Se acomodó en su fina silla de su alcoba con la vista puesta en los jardines
inmensos, envidiaba esa vista. Todo lo que veía desde su alcoba de privilegios era
mucho más feliz y vivo, nada era dorado pero estaba bien porque un simple jardín
no necesita brillar como él para ser perfecto.
Y si el significado de la vida no era tener lo que cualquiera no tiene, entonces no
sabía nada de la vida. Una pregunta surgió de la nada, en una mente estrellada de
omisiones y una esperanza muerta.
¿Mk vida sería felíz si....
… no fuera una persona de oro?

Su menta ilustraba los miles de escenarios, su visita se cegó y de la nada ya no


estaba en su castillo si no que se encontraba en nuevo Mundo, totalmente abierto
para que lo visitará.
Tan pronto como llegó se dió cuenta de el techo de madera que lo cubría y la mesa
desgastada en la que yacía un plato frío de comida; las manecillas del reloj
interrumpían el silencio de la habitación mientras Alexander se tomaba su tiempo
para observar lo más que pudiera. Una mujer se acerco hacia el para darle un casto
beso y con caminando a pasos apresurados hacia la puerta le gritó. -¡Volveré pronto
a casa! No te olvides de tu maletín de trabajo, esta en el sofá-
Alexander estaba tan sorprendido, la sola idea de casarse le había aterrado tanto en
el pasado, no sabía si las bellas mujeres, elegantes como garza se le acercaban por
verdadero interés o porque su dinero era mucho más atractivo que él. Aunque, él
también consideraba que lo dorado era lo más atractivo del planeta, sus
pensamientos nunca dudaron respecto a eso excepto ahora.
Levantándose limpiamente, camino a explorar su hogar. Las habitaciones eran tan
sencillas que apenas se atrevió a tocar un solo mueble, la mujer de hacía un rato le
había indicado que se preparará para ir al trabajo, pero no sabía hacer otra cosa
que no fuera sentarse en su antiguo asiento de seda roja, aquella que lo levantaba
en lo alto y por un momento lo hacía ser el rey del mundo. Decidió que si ese tal
maletín era tan importante como una silla que te elevaba en lo alto entonces estaba
dispuesto a darle una oportunidad, asi como se la dió a todo esta vida que no tenía
ni una pizca de brillo dorado.
Al salir de casa todo era tan gris, caminaba yendo hacia el trabajo como si hubiera
hecho esa rutina mil veces. Demasiadas personas se acumulaban en el ancho
camino de la calle, ocupadas en sus propios pensamientos tanto como él. Vislumbro
a lo lejos lo que era su trabajo, una fábrica. Entonces se rehuso a entrar, la sola
imágen de él, una persona tan importante y reconocida entrando a tan vulgar
establecimiento lo estremeció.
Una persona con un corazón de oro

Su mente se detuvo y de nuevo fue consciente, si para ser feliz tenía que volver a
sumergirse en un ambiente tan opaco como era su falso trabajo, en su falsa vida
entonces prefería seguir viendo aquella alcoba. Recordando solo la voz de la que
era su esposa se preguntó cómo era su rostro, qué clase de persona era y si lo
quería como tantas veces había deseado que lo quisieran. Entonces dejo de pensar
y regreso a su desdichada realidad.
Después de aquella gran experiencia, que lo dejó con ganas de experimentar más
de su vida, decidió que nada lo detendría en el corto lapso que le quedaba para
sentir. Empezó su viaje de nuevo, pero ya no era una persona de oro ni brillaba a
tales rasgos. Solo era Alexander. Todo le quedo claro, vendió su enorme mansión y
compró una pequeña y barata casa de campo, donde poder imaginar con las hierva
y el sonido de la aves fuera más
fácil y verdadero.
Nada lo detuvo de caminar sobre el mundo, de preguntarse acerca del hubiera.
Caminó hasta que sus pies se agotaron y no hubo algún rincón sin recorrer, porque
su alma todavía no estaba satisfecha. El dinero lo compró todo, pero sus
experiencias fueron la última cosa que vio y se llevó al partir de aquel mundo de
gala que lo atrofió por tanto tiempo.
Fue en ese momento que el significado de la vida para él, fue lo que nunca pudo
tener.

También podría gustarte