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Ita se sentía mal día con día.

Ita se sentía mal día con día, ella se veía como una niña normal, con muchas de ganas de aprender
cosas, jugar y divertirse. Pero nada le salía como quería: a su alrededor todos parecían no entender
lo que decía, por muy alto que gritara o por muchos gestos que intentara, ni siquiera su propio
cuerpo le obedecía: a veces trataba de hablar y sólo producía ruidos, o quería agarrar algo y sus
manos lo tiraban al suelo, incluso al abrazar a su mamá terminaba dándole un empujón. A veces,
incluso, ni siquiera podía pensar con claridad.

Aquello le hacía sentir mucha rabia e impotencia, muchos a su alrededor cómo Daniel pensaban
que era una chica peligrosa y agresiva, él la dejaba de lado, la miraba con indiferencia o incluso se
burlaba de ella. Cuando esto pasaba, Ita se sentía triste y pensaba: "habría que verlos a ellos en mi
lugar...".

Un día Ita conoció a un grupo de amigos que eran Fátima, Emilia y Ronaldo, unas personas
especiales y maravillosas que parecían ser los únicos que entendía su sufrimiento. Con muchísima
paciencia dedicaron horas y horas a enseñar a Ita a manejar sus descontroladas manos, a fabricar
sus propias palabras, e incluso a controlar sus salvajes pensamientos, tras mucho tiempo y con
mucho cariño, Ita estuvo preparada para confrontar sus debilidades y seguir adelante.

Entonces mucho mejor preparada para entender, el maestro les explica a todos que tanto Ita,
Fátima, Emilia y Ronaldo son sólo niños como todos los demás que a pesar de que sus cuerpos y
pensamientos son imperfectos no son motivos para ser discriminados.

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