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“42 Cuando salieron ellos de la sinagoga de los judíos, los gentiles les rogaron que
el siguiente día de reposo[a] les hablasen de estas cosas. 43 Y despedida la
congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y
a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia
de Dios.
44 El siguiente día de reposo[b] se juntó casi toda la ciudad para oír la palabra
de Dios.”
En este pasaje vemos el efecto que produce la verdadera Palabra de Dios en quien la
escucha. Pablo y Bernabé habían sido encomendados por la Iglesia primitiva a
recorrer parte de Asia y el mar Mediterráneo en su primer viaje misionero. La Iglesia
oró por ellos, recibieron el Espíritu Santo y se dedicaron a la obra. Así es como llegan
a Antioquía de Pisidia, lugar donde transcurre este pasaje. Pablo da un discurso sobre
la Salvación en Cristo, El Evangelio, demostrando que en sólo en él es posible ser
salvos.
Este mensaje no es inspirado por hombres, Pablo o Bernabé, sino que ellos, al
disponerse en las manos del Espíritu Santo, son instruidos por Él y comparten la sana
doctrina. Y el efecto que esto produce es la conversión genuina, el interés genuino de
muchos de los asistentes a la sinagoga (templo judío) en esa ciudad.
Este interés se aprecia en que muchos siguieron a Pablo y Bernabé una vez finalizada
la reunión, y que en la semana siguiente casi toda la ciudad se juntó para oír la palabra
de Dios.
Por tanto, cualquiera vez que queramos predicar debemos estar seguros de que es el
Espíritu Santo el que nos guía. Y para esto, es necesario mantener una vida junto a él...
orando, estudiando la Palabra de Dios, intercediendo por otros, ayunando.
En estos tiempos difíciles, en los que de tantas cosas que pasan en el mundo, puede
resultar difícil saber cuál hacer caso y cual no.
Es el Espíritu Santo el que nos comunica lo que Dios espera de nosotros y nos guía a
tomar buenas decisiones, decisiones de Reino, es decir, para la eternidad.