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A GEORGES IZAMBARD
¡Querido Señor!
Helo aquí, otra vez, Profesor. Usted me había dicho que nos debemos a la sociedad;
usted forma parte de los cuerpos docentes: retoma las buenas costumbres. − Yo también sigo
ese principio: cínicamente, me dejo mantener; exhumo antiguos imbéciles del colegio: les entrego
todo lo que yo pueda inventar de estúpido, de sucio, de malo, en acciones y en palabras: me
pagan con jarras de cerveza y con chicas. Stat mater dolorosa, dum pendet filius, − Me debo a la
Sociedad, es justo; − y tengo razón. − Usted también tiene razón, por hoy. En el fondo, no ve en
su principio otra cosa que poesía subjetiva: su obstinación en recuperar el pesebre universitario
—¡perdón!— lo prueba. Pero usted acabará por ser siempre un satisfecho que no hace nada y
que nada ha querido hacer. Sin contar que su poesía subjetiva siempre será horriblemente insulsa.
Un día, espero, —muchos otros esperan lo mismo— veré en su principio la poesía objetiva ¡la
veré con mucha más sinceridad que la que usted ponga en hacerla! − Seré un trabajador: es la
idea que me posee, cuando las enloquecidas cóleras me empujen hacia la batalla de París, −
¡donde tantos trabajadores mueren en este preciso momento, mientras le escribo! − Trabajar
ahora, nunca, nunca; estoy en huelga.
En estos momentos, me encrapulo lo más posible. ¿Por qué? Quiero ser poeta, y trabajo
para volverme Vidente: usted no lo comprenderá en absoluto, y yo apenas podría explicárselo. Se
trata de llegar a lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los sufrimientos son
enormes, pero es preciso ser fuerte, haber nacido poeta, y yo me reconozco poeta. No es mi
culpa en absoluto. Es falso decir: Yo pienso: sería mejor decir se me piensa. —Perdón por el
juego de palabras.
YO es otro. Tanto peor para la madera que se considera violín ¡y Befa a los
inconscientes, quienes argumentan sobre aquello que ignoran por completo!
Usted no es un Docente para mí. Le doy esto: ¿es una sátira, como diría usted? ¿Es poesía?
Es fantasía, siempre − Pero, se lo suplico, no lo subraye con el lápiz, ni demasiado con el
pensamiento:
El corazón martirizado
He resuelto darle una hora de literatura nueva; a continuación, comienzo con un salmo de
actualidad:
La primavera es evidente:
del centro verde de las Fincas
vuelos de Thiers y de Picard
abren sus grandes esplendores.
Mis noviecitas
o aquí
¡Cúbranse de festones dolorosos
esas feas tetitas!
Sujeto pasividi
despertándose en su tiempo, en el alma universal: él dará algo más que la fórmula de su
pensamiento, algo más que la notación de su marcha hacia el Progreso. Enormidad que se
transforma en norma, absorbida por todos, ¡él será, en verdad, un multiplicador del progreso!
Como lo ve, este futuro será materialista. —Siempre colmados por el Número y la
Armonía, estos poemas estarán escritos para perdurar. —En el fondo todavía será en algo la
Poesía griega.
El arte eterno tendrá sus funciones; como los poetas son ciudadanos. La poesía ya no
ritmará la acción: irá por delante de ella.
¡Estos poetas existirán! Y cuando se rompa la infinita servidumbre de la mujer, cuando
ella viva por ella y para ella, cuando el hombre—hasta aquí abominable—, le haya dado su
licencia, ¡ella también será poeta! ¡La mujer hallará lo desconocido! ¿Diferirán sus mundos de
ideas de los nuestros? —Hallará cosas extrañas, insondables, repulsivas, deliciosas; y nosotros las
tomaremos y las comprenderemos.
Mientras esperamos, exijamos a los poetas lo nuevo, —ideas y formas. Los habilidosos
creerán pronto haber satisfecho esta demanda, ¡pero no se trata de eso!
Los primeros románticos han sido videntes casi sin saberlo; la cultura de sus almas
comenzó por accidente: locomotoras abandonadas, aunque encendidas, que durante cierto
tiempo siguieron el camino de los rieles. Lamartine fue vidente algunas veces, pero ahogado por
la forma antigua. Hugo, demasiado terco, preservó la visión en sus primeros libros: Los miserables es
un verdadero poema. Tengo Los Castigos a mano; Stella se aproxima a lo que ofrece la visión de
Hugo. Demasiado Belmontet y Lamennais, demasiados Jehovás y columnas, viejas enormidades
muertas.
Musset es catorce veces execrable para nosotros, generaciones dolientes colmadas de
visiones, ¡a los que ha insultado su angélica pereza! ¡Oh, esos cuentos y proverbios desvaídos!
¡Oh, esas Noches! ¡Oh, Rolla, Namouna, La Copa! Todo es francés, es decir ¡aborrecible en grado
sumo! ¡Francés, no parisino! ¡Otra obra de ese odioso genio, que inspiró a Rabelais, Voltaire,
Jean La Fontaine, que comentó el señor Taine! ¡Primaveral, el espíritu de Musset! ¡Y encantador
su amor! ¡Miren esa pintura de blasones, esa poesía sólida! Por mucho tiempo se disfrutará de la
poesía francesa, pero sólo en Francia. Cualquier dependiente de almacén está en condiciones de
desarrollar dicterios al modo de Rolla; todo seminarista podrá apuntar sus quinientas rimas en su
diario secreto. A los quince años, estos transportes de la pasión excitan a los jóvenes; a los
dieciséis, ya se contentan con recitarlos con todo el sentimiento; y a los dieciocho, incluso a los
diecisiete, todo colegial que tenga condiciones, hace un Rolla, ¡escribe un Rolla! Incluso algunos
mueren por ello. Musset no supo hacer nada: las visiones se hallaban tras la gasa de los
cortinados y él cerraba los ojos. Aquel francés, de fatuos pavoneos, arrastrado del cabaret al
pupitre del colegio, aquel bello muerto está bien muerto, ¡y ni siquiera nos tomemos el trabajo de
despertarlo con nuestras abominaciones!
Los segundos románticos, en cambio, son muy videntes: Th. Gautier, Leconte de Lisle,
Th. de Banville. Pero como examinar lo invisible y escuchar lo inaudito es algo muy distinto de
retomar el espíritu de las cosas muertas, Baudelaire es el primer vidente, el rey de los poetas, un
verdadero Dios. Sin embargo, vivió en un medio demasiado artístico; y la forma que tanto le alaban
es mezquina.
Despedazados en las formas viejas, se hallan: entre los inocentes, A. Renaud —hizo su
Rolla— ; L. Grandet —hizo su Rolla—; los galos y los Musset, G. Lafenestre, Coran, Cl. Popelin,
Soulary, L. Salles; los escolares, Marc, Aicard, Theuriet; los muertos y los imbéciles, Autran,
Sujeto pasi
Barbier, :. Pichat, Lemoyne, los Deschamps, los Desessarts; los periodistas, L. Cladel, Robert
Luzarches, X. de Ricard; los fantasiosos, C. Mendès; los bohemios; las mujeres; los talentos,
Léon Dierx y Sully-Prudhomme, Copée, —la nueva escuela, llamada parnasiana, cuenta con dos
videntes, Albert Mérat y Paul Verlaine, un verdadero poeta. —Esto es todo. Así yo trabajo para
volverme vidente. Y finalicemos con un canto piadoso.
En cuclillas
Mi
Y por la noche, al rayo de la luna, que adorna
el perfil de su culo con máculas de luz,
se acuclilla una sombra, sobre un fondo de nieve
rosa, como una malva rósea... En el hondo cielo
persigue a Venus cierta quimérica nariz.
Si no me respondiese Usted sería execrable: rápido, pues en ocho días acaso ya esté en París.
Adiós. A. Rimbaud