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El Club de Los Paraguas Rotos - Ludmila Ramis
El Club de Los Paraguas Rotos - Ludmila Ramis
ʟᴜᴅᴍɪʟᴀ
Published: 2022
Source: https://www.wattpad.com
Sinopsis
Una de las plantas más tóxicas del mundo es la adelfa, pero es tan bonita
y sencilla que a simple vista parece inofensiva. Sin embargo, al tocarla la
piel puede reaccionar negativamente, y si se ingiere hasta es capaz detener
el corazón.
Grethalyn Fisher parece tener esencia de adelfa.
No pasó más de un día desde que me mudé a su casa y ya sé que será una
pesadilla. Mientras le decía a Sawyer en qué ángulo debíamos poner el
escritorio para que la luz llegara a mis plantas, ella salió de su cuarto —que
está frente al mío—, tres veces para ir al baño.
Tres. Raíz cuadrada de nueve. ¿Tenía floja la uretra o qué?
Nadie había sido tan obvia en echarle el ojo a mi novio antes. Se merece
una medalla por indiscreción y otra por desconsideración ya que en ningún
momento se ofreció a ayudarnos con la mudanza.
Me hubiera gustado que mi padre estuviera aquí para ver la terrible idea
en que nos había metido. Suficiente malo es que salga con Marion, la
anestesista de su equipo. Las enfermeras van por el hospital diciendo que es
una mujerzuela, lo que me parece una estupidez. La libertad sexual no
debería venir con etiquetas.
Lo que me preocupa es que se la conoce por no mantener a los hombres a
su lado por más de unas semanas y mi padre no necesita que le rompan el
corazón —yo no necesito que le pase eso y se descargue conmigo—,
incluso si tal cosa significa darse cuenta del error que cometió al dejar a mi
madre.
Me gustaría tener la certeza de que su nueva relación va a funcionar, pero
si arrojó 25 años de matrimonio por la borda sin haber intentado hacerlo
funcionar, no espero lo mejor. No sé qué cree que es el amor, pero para mí
uno de sus principales engranajes y sin el que cualquier relación se
desvanece, es la voluntad.
Tener voluntad para dialogar.
Tener voluntad para empatizar.
Tener voluntad para quedarse y seguir queriendo cuando las cosas
marchan mal.
Se piensa por lógica que si los problemas llueven y sepultan a una de las
partes, la otra puede sacarla de los escombros. Gran error. Las heridas de
una pareja no deben caer en una sola persona, ya que sino las cicatrices
siempre las llevará y sentirá uno por más que el otro haga su mejor esfuerzo
por sanarlas desde el exterior.
Hay que caer y levantarse juntos, porque para hacerlo en solitario ya cada
quien tiene su vida individual.
Ni las adelfas merecen dos sepultamientos.
Cuando bajamos a comer con Sawyer después de la exhaustiva jornada
laboral impaga, encontramos a Grethalyn frente a un bol de tomates y una
fuente de pollo. Se limita señalar la comida con el cuchillo en una
invitación primitiva.
Mi novio acepta y se adueña de una pata del ave. Duda un segundo y
luego toma otra porque razona con la oferta 2x1 ante cualquier situación.
No pido ayuda para encontrar encontrar los platos ni cubiertos y ella no
la ofrece. Cuando doy con el objetivo, nos ponemos a cortar tomates a la
par. Sawyer se sienta sobre la mesada para contemplar la competencia.
Tiene piel de pollo entre los dientes mientras me sonríe. Es desagradable.
Gretha posee el pulso de un cirujano y sé que en cuanto papá lo note la
alabará, lo que me molesta por adelantado. Él hace cumplidos a todo el
mundo y se guarda las críticas para mí, y con ella alrededor será inevitable
que lo oiga humillarme.
Antes mamá lo mantenía a raya, y cuando fuimos solo nosotros dos al
menos no había público mientras me atacaba con sus expectativas de hija
ideal.
Estoy por ofrecerle una regla a la chica dado que se esfuerza en cortar los
trozos exactamente del mismo tamaño.
—¿Eres obsesiva compulsiva o qué? —espeto cuando acomoda el tomate
y el pollo en extremos opuestos del plato, como si fueran enemigos
mortales.
Me mira por un largo instante sin contestar. Sus ojos son de un verde
muy pálido. Es inquietante.
—¿Autista quizás? —adivino—. No me mires así que das miedo.
Voy a dormir bajo el mismo techo que una potencial psicópata esta
noche, quien saca una botella de agua del refrigerador y sube a cenar a su
cuarto murmurando algo extraño.
Intercambio una mirada con Sawyer.
—¿Dijo «tienes vello»?
Me llevo la mano al rostro, verificando si algún desgraciado se escapó de
la cera y quiere formar un bigote en mi cara a modo de protesta por el
doloroso procedimiento de belleza.
—Dijo «provecho» —corrige con aceite chorreando de su mentón.
Tomo un repasador y me acomodo entre sus piernas. Lo agarro por las
mejillas y hago lo que toda madre se harta de hacer: limpiar enchastres
ajenos.
Es como si todos los días alguien arrojara café a una pintura de Van
Gogh; Sawyer se vive golpeando y ensuciando, y no puedo contener mi
necesidad de conservación artística. Es una obra de arte que hay que cuidar
si se desea apreciar y que sea apreciada por otros.
—¿Te agrada tu hermanastra?
Resoplo y tiro el trapo al fregadero, lo que es una contestación más que
suficiente.
—¿Sabes con quién se junta en la escuela? —añade.
Recojo el plato y voy a la sala. Me siento en el sofá para que Marion y
Grethalyn me sonrían desde una fotografía en la mesa ratona. Doy vuelta el
cuadro cuando él se sienta a mi lado.
—No me interesa con quién se junta.
—No te pregunté si te interesaba, solo si sabías con quién.
Le lanzo una mirada de desaprobación. Hablar de hermanastras
indeseadas y sus pandillas no es mi forma de pasar un sábado por la noche,
pero entiendo de dónde provienen las preguntas. La curiosidad está
impregnada a su existencia.
No hay motivos para estar celosa.
—¿Algo más que quieras saber sobre ella? Puedo ponerlo en el informe
que entregaré sin falta mañana a primera hora. El archivo se llamará
«Grethalyn, el ser que menos me importa, Fisher». —Alzo las manos y las
voy separando en el aire imitando un cartel.
—¿Grethalyn? —repite conteniendo la risa.
Roba el tenedor de mi plato y pincha un trozo de pollo para darme de
comer en la boca —pues sí, ¿sino por dónde me daría de comer? Qué
pensamiento imbécil—. El caos es que siempre tienes gestos dulces e
infantiles. Lo que más me gusta es que parece hacerlo de forma
inconsciente.
Me quita la mochila a la salida de clases para que no deba cargarla, me
detiene en medio de cualquier vereda para atar mis cordones, y cuando ve la
batería de mi teléfono baja se levanta a buscar el cargador sin decir nada.
Son cosas que puedo hacer por mí misma, pero lo dejo consentirme.
Sin darse cuenta, cuando me ayuda o se encarga de las cosas más chicas
siento que tengo un respiro. Nada pesa tanto, y de hacerlo sé que me
ayudará a detener los problemas antes de que me aplasten.
—¿Estás cómodo con la ropa de papá? —cambio de tema.
—En realidad es algo perturbador. Te ves sexy comiendo pollo y tengo
ganas de darte un beso, pero me sentiría sucio si lo hiciera usando ropa del
Doctor Brown. —Hace un ademán a los jeans que le quedan a media
pantorrilla.
Mi padre y su metro sesenta no son compatibles con la altura de Sawyer.
Nadie lo es a excepción de los tipos de la NBA.
—¿Y si te los quitas se iría el remordimiento de conciencia?
Me mira con una sonrisa que conozco bien. Es la misma que me regaló
cuando lo empujé contra su coche en el estacionamiento a la salida del cine,
en nuestra primera cita.
Después de eso ninguno recordaba sobre qué trataba la película.
—Está Gretha arriba, Cora —señala prudente.
—¿Quieres que la invite? A que los tríos son divertidos.
Nos echamos a reír y por un segundo olvido dónde estoy. Sawyer tiene
un talento natural para reducir el mundo a él sin ser egoísta en el proceso.
Nos conocimos el año pasado cuando me cambié de escuela después de
que mis padres se separaran y papá vendiera la casa que le había dejado la
abuela. Mi madre pasó a quedarse en el ático de un sucio bar mientras
nosotros rentamos un apartamento con vista panorámica a la ciudad de
Sweet Wind.
Sawyer también era nuevo en ese entonces, por lo que nos dieron el tour
de bienvenida juntos. Nuestra guía, Liv, era un dolor de cabeza. Mientras se
emocionó relatando la aburrida inauguración de la preparatoria en 1979, nos
escapamos para explorar por nuestra cuenta y dejarla hablando sola.
Coqueteamos durante semanas y el último día de clases mandé todo a la
mierda y le pedí una cita.
Fue lo mejor que me pasó desde el divorcio y se lo agradezco otra vez
con un beso sabor a ave rostizada. Podría sumergirme en su humor y
ahogarme en risas con gusto, hasta que los pulmones me duelan.
—¿Te gustaría profanar mi nueva habitación? —invito.
—¿Estará la tortuga de tu lámpara viéndonos mientras lo hacemos?
Porque resulta un poco perturbador. Incluso me desconcentra.
Se ríe y lo callo arrebatándole el tenedor para alimentarlo con más pollo.
—Rápido que el postre se tiene que servir antes de que lleguen papá y
Marion, campeón.
Hay demasiada actividad física para digerir adecuadamente la cena luego
de eso.
Barheev! ¡Hola! Salut! ¿Qué tan bien se sienten los paragüitas del 1
al 19?
1. ¿Son de los que se enchastran o limpian a los otros al comer?
2. ¿Algún presentimiento sobre Cora, su perspectiva o relación con
Sawyer?
3. ¿Tienen tatuajes? ¿Se harían uno?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
3. Tierra del chantaje
😂
2. Si alguien tuviera una foto de sus traseros, ¿los podrían chantajear o
les daría igual?
3. ¿Primeras impresiones de Liv, Arlo y Timmy? ¿A cuál quieren más de
momento?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
4. Puente humano
A veces siento que nadie me entenderá, y todas las veces que creí ser
entendida, el resto me leyó como querían ellos y no como lo necesitaba yo.
Me hace sentir muy sola pensarlo, pero puede que esté bien naturalizar
esa incomprensión. Una vez que se acepta que uno solo se tiene a sí mismo
en el nivel más íntimo de los sentimientos, deja de buscar llaves para abrir
puertas y aprecia la vista que tiene desde la ventana.
Con Sawyer es así. Es una de mis ventanas, no la llave de la puerta.
—¿Necesitas dinero?
Dejo de pensar en mi novio para encontrar a mi padre recargado en el
umbral de mi cuarto. Su turno terminó esta tarde, pero cuando bajé a
saludarlo estaba al teléfono. Sin decir nada o siquiera mirarme, levantó un
dedo para que le diera un segundo al escuchar que me acercaba.
Pasaron tres horas y veinte minutos, y sé que no estuvo esa cantidad de
tiempo pendiente de la línea telefónica porque lo escuché reír con Marion
mientras veían una película en la sala. Sabía que volvería a levantar su dedo
si intentaba saludarlo, así que opté por cubrir el piso de mi nueva habitación
con periódicos y decorar mis macetas.
Mi madre asegura que de los sentimientos reprimidos nacen las mejores
piezas de arte. Al acabarlas, cuando uno ya vació su cabeza de las ideas y
drenó la impotencia a través de sus manos, permite que los pensamientos
tengan el espacio suficiente para tomar distancia unos de otros. Por
separado resulta más fácil lidiar con ellos que cuando están enmarañados.
Además, tenemos la pieza artística como instructivo con el cual
analizarlos.
—Hola. —Sonrío, dejando el pincel.
Me pongo de pie para saludarlo, pero levanta una mano y las cejas al
mismo tiempo.
—No quiero que me manchas la ropa, cariño.
Bajo la mirada a mi delantal y veo que tiene razón. Soy un enchastre,
aunque estaba vez entiendo la justificación. De otra forma siempre soy un
desastre ante sus ojos, sea como luzca o lo que esté haciendo.
—Definitivamente te dejaré dinero arriba de la mesa. —Ríe mientras
lucho para desatar el moño a mi espalda—. No desperdicies tu tiempo
pintando. Pide que lo haga tu madre o alguien que sepa. Quedará mucho
mejor.
Mis dedos quedan inmóviles sobre el lazo ya flojo. Intento que mi rostro
no muestre cuánto dolió el comentario. «Alguien que sepa. Alguien que lo
hará mejor».
—No me molesta, es divertido —aseguro.
Aunque no es divertido, es un forma de lidiar con los problemas. No se lo
digo porque no lo entendería.
—Lo divertido no le interesa a la universidad de Medicina —recuerda
paseando los ojos por el cuarto—. Deberías pasar más tiempo estudiando y
menos confeccionando una jungla dentro de la casa. Ni que Tarzán te
hubiera encargado una remodelación.
Nos reímos, pero su risa es distinta a la mía. El nudo que tengo en la
garganta es uno que no sé cómo desatar a diferencia de aquel que logré
deshacer del delantal. Me quito este último con cuidado, pero en cuanto doy
un paso hacia papá, alguien aparece en el corredor.
—¿Cómo le va al Derek Shepherd de Sweet Wind?
Mi progenitor sonríe complacido por ser comparado con el apuesto e
inteligente doctor de Grey's Anatomy. Ruedo los ojos cuando estrellan
puños.
—Mi hija no sabrá elegir pasatiempos útiles, pero sí novios lameculos.
—Le da una palmada en el hombro antes de volverse hacia mí—. Te dejo
dinero para que ordenen algo de cenar, aunque Marion dijo que a Gretha le
gusta cocinar. Tal vez puedas aprender algo de ella.
Ignoro lo que dice nuevamente y opto por caminar hacia él para saludarlo
de una vez, pero se marcha dejándome con el delantal en la mano.
—¡Adiós, Sawyer! Si encuentras a Cora en la jungla, tráela de regreso a
la civilización —bromea.
Freno junto al umbral, viendo su sombra proyectada en la pared alejarse
mientras baja las escaleras. Sé que regresará tarde de su cita y cuando me
levante por la mañana se habrá ido al club de golf. Es probable no lo vea
hasta dentro de otras veinticuatro horas, y cuando estas se acaben llegará
otra excusa y me seguiré guardando el abrazo que quería darle hasta alguna
ocasión donde no pueda escapar de mí, como Año Nuevo o mi cumpleaños.
Sawyer esconde las manos en los bolsillos. No me muestro entusiasmada
por su aparición. Toda mi fuerza para cualquier interacción humana se la
lleva mi padre aunque no la corresponda.
—Creí que te habías ido a tu casa —miento.
En cuanto entré luego de empujarlo a la piscina, me di cuenta de mi error.
Fui a buscar toallas y ropa seca, pero cuando regresé lo vi desde la ventana
de la cocina siguiendo a Gretha al cobertizo.
Me dio vergüenza irlo a buscar y mi orgullo no cooperó con la situación,
así que esperé. Pasaron 15 minutos. Luego, 30. A la hora me di por vencida.
Después de la terrible actitud que tuve no lo culpo por querer pasar el rato
con alguien que lo trate decentemente, y aunque la idea de él con mi
hermanastra no me agrada, sabía que no estarían solos. Vi a un muchacho
escuálido y a Liv, una chica que detesto, llegar antes.
Papá me avisó que Gretha y sus amigos hacen reuniones. También que el
cobertizo es el único lugar de la propiedad que no puedo pisar a menos que
sea invitada.
—Que se instalen dos extraños en tu casa puede ser muy agobiante.
Respeta su espacio. Esa era la antigua oficina de su padre y Marion dijo que
lo extraña mucho. No quiero que Gretha piense que venimos a adueñarnos y
borrar su antigua vida —dijo el doctor Brown.
A veces por cuidar con tanto esfuerzo a las nuevas personas que entran
en nuestra vida, descuidamos a las que ya están en ella hace tiempo. No
queremos que los recién llegados tengan una mala impresión, pero
tendríamos que recordar que si hay algo peor que un desconocido
marchándose sin darte la oportunidad de mostrarle quién eres, es una
persona que ya te conoce y se va porque siente que dejó de hacerlo.
La gente cambia de forma constante y está bien. No pueden controlar que
sus perspectivas, sentimientos, opiniones y prioridades varíen según lo que
van aprendiendo y les va sucediendo, pero está en su poder dejar a las
personas ser parte de sus transformaciones.
Él a mí no me incluyó en las suyas.
En el fondo pulula este pensamiento sobre que, si sigue dando por
sentado mi presencia, notará mi ausencia. Le quiero decir que cada día le
regalo una nueva oportunidad para no perderme, pero la realidad es que me
estoy aferrando a él porque guardo la esperanza de que volvamos a ser lo
que una vez fuimos.
Tengo que aceptar que no es el padre que conocía, pero cuesta mucho
cuando a ese lo amé tanto.
—No me fui. Estuve con Gretha.
Su respuesta me obliga a dejar de pensar en papá, aunque las lágrimas de
impotencia que me cristalizan los ojos se quedan conmigo. Le doy la
espalda a Sawyer para que no lo note y vuelvo a ponerme el delantal
manchado con pintura.
—Y sus amigos —añade cauteloso.
Odio que sienta que debe darme explicaciones, pero prefiero que crea
que estoy enojada con él por ver a otra chica antes que contarle con 17 años
mendigo tiempo y amor a mi padre como si tuviera 5. Es cobarde de mi
parte, pero no puedo abrirme tanto con él. Además, el Doctor Brown dice
que todos, especialmente las mujeres, deben tener confianza en sí mismas
luego de que la sociedad se las arrebatara por tanto tiempo. Según él, las
personas inseguras están destinadas a fracasar a menos que cambien. Ante
Sawyer siempre me presenté como una de estas muchachas confiadas,
fuertes y que saben lo que quieren.
Si supiera que con mi progenitor soy todo lo contrario, podría sentirse
engañado.
—¿Puedes mirarme, Cora?
Inhalo hondo. Papadeo con fuerza para alejar las lágrimas. Tomo asiento
y vuelvo a pintar. Lo bueno de construirse una reputación es que llega un
punto donde nadie la pone en duda. Sé que lo frustra mi actitud distante.
Debe pensar que estoy haciéndome la difícil para que me suplique perdón.
Parte de mí quiere explicarle la verdad:
1. Solo intento que me veas con los mismos ojos de siempre, y no con
otros si te cuento que estoy llena de problemas.
2. Aunque no me gustó que te le quedaras viendo a esa chica, me
sobrepasé. No tendría que haberte abofeteado o empujado, pero mientras
discutíamos recordé la forma en que ella cerró su chaqueta y cruzó los
brazos. La incomodaste. La hiciste hacer algo que no quería (por más que
hablemos de subir un estúpido cierre), porque vaya a saber uno si se sintió
avergonzada en su propio cuerpo o amenazada e impotente, queriendo
protegerlo de tus ojos al cubrirse. Conozco esa sensación demasiado bien y
la reviví, pero no puedo explicártela porque eres un chico. Jamás
entenderás lo que es que un hombre te mire y sientas, por más de ser
consciente que no es así, que lo estás provocando. No puedes imaginar lo
que es querer encogerte hasta desaparecer.
—Al menos ten la cortesía de abrir la boca y pedirme que me vaya. —
Suspira.
Da media vuelta. Está por marcharse y no pienso detenerlo. Prefiero que
hablemos otro día, pero regresa e incluso entra en la habitación. Me cuesta
sostener la paleta de colores sin que note que mi mano está temblando.
«Gretha tiene el pulso de un cirujano. Ella simularía mejor».
—Yo... —Se pasa una mano por el cabello enmarañado—. Siento mucho
que malinterpretaras la situación, yo también lo hubiera hecho, pero no es
lo que piensas. La próxima vez me gustaría que no me arrastres en público
como si fuera un perro, a quienes por cierto tampoco deberían arrastrar
porque son animales geniales, y habláramos como dos personas civilizadas
que están en una relación. Sin bofetadas y empujones de por medio.
Termina con la respiración levemente agitada y aunque no es el
momento, me rio.
Una de las cosas que más me gusta y exaspera de Sawyer, es que sabe
hacerte reír cuando no quieres. Puedes estar demasiado enojado, triste o
frustrado que aún así su humor cavará en tu tierra mental hasta encontrar
agua. Hará aflorar y fluir los sentimientos. Te convertirá en una cascada, y
la gente no se enamora de ellas por ser estables. Les atraen porque caen con
fuerza y hacen mucho ruido antes de serenarse; muestran que golpearse
contra las rocas es un espectáculo necesario si queremos un gran final.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta desde el desconcierto.
Niego con la cabeza. Que trajera en medio de una discusión su amor por
los animales y los defendiera cuando estábamos hablando de una cosa que
no tenía nada que ver, resulta tierno. Lo mejor es que me dio el tiempo
suficiente para drenar las lágrimas de mi rostro.
Ya confiada con que mi cuerpo no me delatará, lo miro.
—¿Por qué hay narices de renos en tus tetillas?
Baja la vista a su suéter. Una sonrisa tira de las comisuras de sus labios
con suavidad, y así establecemos una paz momentánea. Sigo pintando y él
toma asiento en mi cama. Se queda mirando la lámpara de tortuga y dicha
sonrisa empequeñece pero no desaparece, pensando en quién sabe qué.
Tal vez en nosotros.
—No soy un mal chico, es solo que no puedo contarte todo de mí.
Detengo el pincel antes de que su punta acaricie la cerámica. Busco qué
decir, pero sus palabras explican muy bien lo que siento, así que las
reutilizo:
—No soy una mala chica, es solo que no puedo contarte todo de mí.
No estamos de ánimo para discutir o tener una charla profunda.
Decidimos dejar la conversación ahí mediante un acuerdo tácito. Sin
embargo, no se me escapa que ninguno de los dos añadió un «por ahora»,
«de momento» o «aún» a la oración.
Me pregunto si hay cosas que jamás podremos decir en voz alta o es
cuestión de hallar a la persona adecuada para hacerlo.
¡Hola, paragüitas! ¿Qué tanta energía tienen hoy del 1 al 27?
1. ¿Quieren dedicarse a algo relacionado con el arte? Tanto si la respuesta
es positiva como negativa, ¿a qué?
2. ¿Tienen personas que los hagan sentirse una cascada?
3. Tres películas que podrían ver una y otra vez.
Con amor cibernético y demas, S. ♥️
6. Pudín internacional
☔🎶
para actualizar la historia. Déjenme saber cómo se sienten comentando una
canción con la que se sienten identificados hoy.
1. ¿Tienen alguien a quien con solo mirarlo/a ya saben lo que está
pensando y viceversa? (Es de las mejores cosas del mundo, soy muy fan )
2. Opiniones, sospechas o predicciones sobre la amistad entre Arlo y
💕
Gretha. También qué les pareció el padre de Arlo.
3. ¿Creen que ustedes se deberían haber esforzado más por alguna
persona? ¿Se arrepienten?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
9. Ticket de mentira
Timmy
¿Sabían que los plátanos son curvos porque buscan el sol? Quiero ser un
plátano. Me gustaría buscar la luz en lugar de la oscuridad.
Liv
Si un estúpido plátano puede hacerlo, tú también puedes.
Gretha
Retwitteo lo que dijo Liv (sin el adjetivo ofensivo y aunque ninguno de
nosotros use Twitter). @ArloWashington, dinos que estás bien.
Timmy
Igual no me gustan los plátanos. Son amarillos. Como Los Simpson y Bob
Esponja, y no me gustan Los Simpson ni Bob Esponja.
Liv
Gran argumento, Timmy... @ArloWashington, son las 22:00hs, repórtate o
sabes que comenzaremos a llamarte.
Timmy
@ArloWashingnton, aparece y dime si te gustaría ser un plátano.
Me queda viendo la pantalla unos minutos, hasta que responde:
Arlo
Sí, es mi sueño de toda la vida.
Cierro la pestaña de chat grupal cuando da señales de vida con su
característico sarcasmo. Como no nos permite interferir en su situación de
violencia doméstica, lo obligamos a enviar un mensaje a primera y última
hora del día. Si no cumple nos aparecemos en su casa con la policía, ese es
el trato.
Ya aliviada, abro una carpeta de un falso trabajo práctico, titulado
Segunda Guerra Mundial. Tarda en cargar porque hay miles de imágenes,
todas ordenadas de las que más me gustan a las que menos. No importa
cuántas veces las vea, son hipnotizantes y me animan a no quedarme quieta.
Llego a poner música para amortiguar el sonido que hace la cama cuando la
corro al centro de la habitación, pero cuando estoy por echar el pestillo a la
puerta, alguien estrella sus nudillos del otro lado.
Voy hacia la computadora y cierro el archivo, pero no tengo tiempo para
poner la cama en su lugar.
-¿Estás ocupada, hermanastra de Cora? -pregunta Sawyer.
Su cabeza parece flotar en el aire mientras espera una respuesta. Es un
poco invasivo que no haya esperado a que le contestara o le abriera la
puerta. Mi corazón va muy rápido porque no me gusta ser sorprendida. Sin
embargo, no es la primera vez que pasa. Aprendí que por más que intente
prevenir este tipo de situaciones, seguirá ocurriendo de forma diferente y de
la manera menos esperada, así que me obligo adaptarme.
-Hola -saludo al hacer un ademán al colchón-. Se me cayó un anillo
detrás de la cama. Es de mamá y todavía no lo encuentro, puede que me
mate -miento.
Al instante siento un punzada de culpa. Solo dije lo del anillo porque hice
memoria de nuestra última conversación, cuando dijo que el collar de una
chica le había recordado a alguien. Tienes asegurado que casi cualquiera
creerá una mentira si puedes establecer un sentimiento de empatía e
identificación entre esta y la otra persona.
Es manipulador de mi parte, sobre todo al saber el efecto que provoca
esto en él, pero a veces preservar un secreto nos obliga a hacer cosas que no
queremos. Sé que me lamentaré la mentira por tanto tiempo como lo
conozca, aunque sea pequeña.
-Te ayudo a buscar. -Entra y se tira al piso como si le hubiera pedido una
repetición de lagartijas-. Cora está en la bañera y tardará como media hora
porque dijo que iba a exfoliarse con piedras de no sé dónde. Me estaba
aburriendo.
Me arrodillo del otro lado de la cama y nos sostenemos la mirada a
centímetros del piso. Por la emergencia en el hospital, el doctor Brown y
mamá no regresarán hasta mañana. Asumo que La Carnívora lo invitó a
pasar la noche a escondidas, porque su papá fue claro al decir que no quería
pijamas Sawyerianas.
-¿Por qué no las vas a ayudar?
-Lo intenté. Ya sabes, todo ese rollo romántico de lavarle el cabello a tu
pareja. Le metí shampoo en el ojo sin querer y me echó. Ahora salgo con un
cyborg porque tiene un globo ocular rojo. Vine a esperar mi exterminio
aquí.
Buscamos -yo finjo buscar- el anillo por unos minutos. Incluso le pido su
teléfono para alumbrar con la linterna. Lo desliza a través del piso y se toma
un descanso; deja apiladas sus manos sobre el suelo y sobre estas su
mentón. Me acuesto sobre mi estómago y muevo el móvil en diferentes
direcciones.
No sé por qué, pero se siente muy íntimo para mí estar tendidos en el
piso mientras nos miramos por debajo de la cama, con todos estos pequeños
ácaros flotando en los 90 centímetros que los separan.
-Lo buscaré mañana. -Suspiro.
Le deslizo el teléfono de regreso como si fuera una cantinera experta que
reparte cervezas tras una barra todos los fines de semana. Me pongo de pie
y corro la cama con una chispa de frustración que pincha mis entrañas, o tal
vez es solo el hambre. Miro mi despertador en la mesa de luz. Son las
22:15. Con la interrupción de Sawyer se atrasa mi rutina nocturna. Tendré
que hacer ejercicio, ducharme e ir a dormir más tarde. Con suerte estaré a
medianoche en la cama.
-Entre los libros que hay aquí y los del cobertizo, podrías quedarte sin
papel higiénico durante una pandemia mundial y no tendrías problema.
Me giro para verlo alumbrar con la linterna mis estantes.
-Haré como si no hubiera escuchado esa nefasta sugerencia. Los libros
cambian vidas, nadie debería limpiarse el trasero con ellos.
Me siento contra la cabecera de la cama y tomo un almohadón para
abrazarlo contra mi muslos y estómago mientras pasa el dedo por los lomos.
Me recuerda a las personas que se topan con un piano y recorren todas las
teclas de un solo movimiento. Siento que Sawyer está esperando que los
libros hagan un sonido por el detenimiento con el que los mira y toca.
-A mí no me gusta leer -comenta.
-No es que no te guste, es que todavía no encontraste un libro que sea
para ti.
-¿Los libros están destinados para uno como las personas?
-No sabría decirte. No creo en el destino, pero sí en las coincidencias.
Me echa una mirada sobre su hombro y eso basta para saber que
pensamos distinto. Sin embargo, ninguno ahonda en el tema por motivos
diferentes.
-Hay muchos títulos de romance aquí. ¿Eres de las que se enamora cada
día por medio y sueña con un príncipe azul?
Eso me hace sonreír. No sé por qué las personas asumen cosas de ti por
leer un género determinado. Los príncipes no están en mi lista de
prioridades. Nunca estuvieron en los primeros puestos siquiera, solo
pulularon por los del medio, y deberían dejar de idealizar a los chicos al
llamarlos así. Lo mismo con las aclamadas princesas.
-Me gusta la idea de estar enamorada. Es distinto. Una idea no es una
realización. No tiene consecuencias.
-Diste a entender que estas cosas te cambian la vida. -Señala los libros y
apaga la linterna-. Creo que sí hay consecuencias después de todo.
Me ha hecho un jaque-mate espectacular.
—¿Es suficiente? —insiste.
—¿Qué cosa?
—Amar la idea del amor pero no su realización en el mundo físico, con
otra persona.
—Por ahora, sí.
—¿Y piensas vivir toda tu vida de fantasías?
—Dicen que la ficción a veces es mejor que la realidad.
—También dicen que la realidad supera la ficción.
Me encojo de hombros. ¿Estaría mal soñar para siempre? No todas mis
experiencias fueron malas, pero las buenas ni siquiera fueron tan buenas
como para querer invertirme a mí misma en una relación.
Dicen que cada persona es más que suficiente. Sin embargo, nos
encontramos siendo mucho, poco, o lo justo y necesario para alguien más.
Nunca me gustó hablar de suficiencia perpetua. Creo que, como seres
inestables, lo que somos fluctúa de forma constante. Es como si se tratara
decibeles. A veces subimos el volumen, otras lo bajamos, y en algunos
casos lo anulamos para diferentes personas e incluso para nosotros mismos
según la situación. Cada quien escucha de forma distinta.
En mi caso, jamás oí música romántica. Si lo hice, ninguna canción valió
la pena como para subir el volumen o terminarla. Decidí que alguien más
las apreciaría como era debido si las dejaba ir, ya que cualquier
composición musical hecha con amor merece un buen oyente.
Mientras tanto, nadie me dio ganas de bailar y está bien.
Tal vez algunos nacimos para ser espectadores en lugar de bailarines. Se
necesita quien aplauda el show después de todo.
-¿Puedo preguntarte algo, Sawyer?
-Cualquier cosa.
No me gusta esa respuesta. Es muy amplia, y exactamente por eso es de
mis favoritas.
El chico es como una casa que quieres comprar. Te abre la puerta y entras
al recibidor, recorres la sala y también la cocina. Entonces, dicha puerta se
cierra de golpe. Quedas atrapado y cuando intentas explorar el resto de las
habitaciones, te das cuenta que están bajo llave. Es una trampa porque
ninguna persona se abre del todo tan pronto, pero con que nos invite a
conocer una parte de su interior, es suficiente para que no queramos o
incluso podamos salir.
La frustración llega al saber que la inmobiliaria te vendió un tour
incompleto pero no puedes quejarte porque tú recurriste a ellos en primer
lugar.
-¿Cómo sabes quién es el o la indicada?
-Cualquier persona con la que conectes te parecerá la indicada.
Tira su móvil a la cama antes de sentarse y echarse hacia atrás, hasta que
está sobre sus codos.
-¿Y cómo sé cuál es la de verdad?
-Cada una lo es, aunque no con todas podrás ser todas tus versiones,
desde las mejores hasta las peores.
-Lleva tiempo conocer tantas versiones de alguien, por no decir que el
otro tiene que estar dispuesto a correr el riesgo de encontrarse con cosas...
Sus cejas se arquean mientras espera, pero no sé cómo terminar.
-¿No tan bonitas? -ofrece para finalizar-. Esa es la gracia. Quien sea
adecuado para ti querrá conocerte de mil formas posibles y en mil
circunstancias distintas. Si quiere eso, deberá quedarse por mucho tiempo.
Los no indicados abandonan el viaje, o puede que tú ni siquiera les hayas
dado el ticket para subir al tren en primer lugar.
Asiento. No porque esté de acuerdo, sino porque agradezco que comparta
su punto de vista. Me ayuda a pensar.
Sawyer parece cómodo en su propia piel y se adueña del espacio como
un artista del reflector; no de forma egocéntrica, sino respetable, como si
dijera «Tengo algo que decir que te será útil». Sin embargo, por más que
me guste este espectáculo, siempre preferí trabajar tras bambalinas. Me
gusta la luz tenue y la escasez de gente que hay ahí. Quiero ver el proceso,
no el resultado, por eso me pregunto cómo llegó a esa conclusión, qué y
quiénes lo guiaron, cuánto tardó...
-Por cierto, gracias por el consejo de la otra vez. Cora y yo estamos bien.
Eso me hace sonreír. Una mala comunicación puede hacer mucho daño,
incluso llevar a que dos personas decidan colgar el teléfono y borrar sus
números.
Sería triste que Sawyer y Cora se borren el uno al otro cuando los he
visto juntos y parecen tener una conexión que podría fácilmente convertirse
en un nuevo libro para mi estante.
-En ese caso puedes agradecerme yéndote de mi habitación. Tienes que
enfrentar un cyborg y yo debo dormir. Mañana madrugo.
«Tengo cosas que no puedo hacer contigo sentado en mi cama».
Me sobresalto cuando Cora abre la puerta de golpe, a pesar de que no
estaba cerrada del todo. Enderezo y pego la espalda a la cabecera de la
cama y aprieto el almohadón contra mí. A Sawyer no se le mueve ni un
músculo. Solo gira la cabeza para mirarla de pie bajo el umbral. Está
envuelta en una toalla y con el cabello que chorrea agua en el piso. Salió
como loca de la ducha por lo visto.
Ni siquiera pienso en la posibilidad que cualquier otra chica en mi lugar
pensaría. La idea no cabe en mi cabeza y es absurda por muchas razones.
Además, ella ni siquiera se molesta en mirarme.
-Rex llamó. Su nuevo novio, Bug, la dejó plantada y necesita que la
recoja, ¿te vas a tu casa o me esperas aquí? -pregunta al chico-. No tardaré
mucho.
¿La Carnívora sale al rescate de sus amigos? Cada vez me agrada más
aunque yo a ella no. De a poco parece más humana y aproximable, a
excepción de que ahora genera algo de miedo por ese ojo rojo consecuencia
de las nulas habilidades de peluquería de su novio.
-Me quedo. Grethalyn me hará compañía hasta que regreses, ¿verdad?
Miro de reojo el despertador. Marca las 22:54 hs.
Decirle que sí tendrá consecuencias. Además, quiero decir que no.
Debería decir que no. Ya interrumpió mi rutina cuando lo conocí y siento
que dar luz verde a esto llevará a que lo siga haciendo en el futuro. Eso
desencadenará que tenga que recompensar el tiempo perdido en cada sesión
de ejercicio. Significa reprogramar mi horario entero porque mis
responsabilidades caen como piezas de dominó, y todo sería para entretener
a alguien que apenas conozco.
Lástima que el monosílabo negativo, la culpa y yo nos llevemos tan mal.
Entonces, me trago mi frustración y deshago mis planes.
-Verdad -susurro.
¡Hola, paragüitas! ☔ ¿Septiembre los agasaja con manjares (buenas
noticias y ánimo) o los hace lavar los platos (crisis existenciales y estrés)?
1. ¿Ordenan/ordenarían sus libros por autor, color, tamaño o editorial?
2. ¿Le subieron el volumen a una canción y se pusieron a bailar?
¿Terminó bien o mal? ¿Creen en el destino, las coincidencias o ambas?
3. ¿Creen que Cora y Gretha puedan ser amigas? ¿Habrá algo que se los
impida?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
10. Quémate el corazón
☂️
¿Cómo están los paragüitas? ¿Descansando en casa? 🌂 ¿Siendo
humor? ☔
llevados por el viento? ¿Abiertos y recibiendo una lluvia de buen
Pueden decirme cómo se sienten eligiendo un número del 1
(mal) al 109 (mega bien).
1. Díganme el nombre de dos #goodboys y dos #badboys literarios
2. ¿Alguna vez sintieron el estrés que siente Liv? ¿Saben qué quieren
hacer con sus vidas en este momento?
3. ¿Creen que Sawyer es un Cristoff, una Lizzie o ambos?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
11. Bufandas que bailan
🎃2. ¿Alguna vez se alejaron de alguien porque vieron que tenía problemas
1. Si tuvieran que disfrazarse para Halloween, ¿de qué se disfrazarían?
que iban a repercutir en ustedes, como hizo Charlie? ¿Qué opinan sobre él?
3. ¿Les gusta ser Cupido o prefieren ser víctima del Sawyerpido? ¿Tienen
a alguien especial pululando por sus vidas?
4. ¿Son más de saltar al vacío o ni siquiera asomarse?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
12. Elegir lo que duele
Trato.
Bloqueo el móvil, pero al instante vuelvo a desbloquearlo y escribir:
Espera, ¿le pusiste Camello porque Timmy le teme a esos animales?
Pues claro.
Sonrío, pero dicha sonrisa se borra de mi rostro al levantar la vista y
encontrar a la profesora de pie frente a mi banco.
—Conoce las reglas, señorita Fisher. ¿Con quién hablaba?
Los profesores saben que la mayoría de las veces, los alumnos textean a
otros alumnos. Una forma eficaz para que nadie use el móvil es esta:
exponer a tu amigo y que también lo saquen de clase. A nadie le agradan
los bocones, así que se puede decir que el método, sea ético o no, funciona.
Sin embargo, hay dos problemas. En primer lugar, no me gusta meter en
problemas a la gente. Suficiente ya tienen con los de la vida diaria, por más
que se busquen más. En segundo lugar, Bianca es la madre de Arlo y su
relación apenas subsiste de un hilo.
—Déjame adivinar, estabas hablando con la señorita Archer, ¿verdad? —
dice molesta.
Mi amiga, que está en la primera fila, se gira en su silla para mirar a la
mujer.
—Mi teléfono está en mi bolsillo, no lo saqué en ningún momento —se
defiende entre dientes—. Usted lo hubiera visto de hacerlo.
Casi olvido mencionar que Bianca odia a Liv y Liv a Bianca.
—¿Como vi a Gretha usarlo por quién sabe cuánto tiempo antes de
decirle algo? —Enarca una ceja—. No me tomes por tonta, Liv. Ninguno de
ustedes, en realidad. —Barre el aula con la mirada—. No es ninguna noticia
que los seres humanos, especialmente los adolescentes, saben ocultar cosas
a simple vista.
No soy la única que quiere hacer un comentario al respecto. Es muy
hipócrita de su parte decir aquello.
El año pasado, al finalizar el último juego, se rumorea que Bianca esperó
a un alumno en el estacionamiento y tuvo relaciones con él. Más que un
rumor, creo que es un hecho más allá de que no existan pruebas concretas.
El padre de Arlo la echó de casa y empezó a ser violento a partir de ese
momento. El muchacho con el que estuvo la profesora era de último año y
ya está muy lejos, en alguna universidad, por lo que la ira de Wes
Washington recae en su hijo.
En realidad, no tendría que recaer en nadie, pero así lo veo yo: no puede
desquitarse con el chico cuyo nombre desconoce y tampoco con su esposa,
así que lo hace con la única persona que puede controlar y no lo meterá en
problemas.
Mientras tanto, Arlo intenta restarle importancia al asunto al asegurar que
en cuanto cumpla 18, se largará.
Me preocupa que pinte de rosa situaciones que son de color rojo. Algunas
personas minimizan lo que les ocurre y cómo los afecta, y por más que
sepas que un libro es de terror, no puedes adivinar todos los sustos que el
lector podría llevarse si no lo lees. Arlo tiende a escribir con una letra
pequeña, y temo que empequeñezca lo que le pasa hasta el punto en que no
seamos capaces de leer nada.
Me da pánico levantarme un día y ver que ha dejado de escribir.
Arlo no te protege con su escudo; te lo cede y a la hora de hacer frente al
dragón, no lo pide de regreso. Se expone en toda su vulnerabilidad. Le
arrojan fuego y se deja quemar. No corre porque es sabido que los dragones
pueden volar, así que sería alcanzado de todas formas.
Siempre creí que si Liv, Timmy y yo uníamos fuerzas, podríamos
salvarlo, pero a los héroes les lleva tiempo darse cuenta que a veces el
enemigo es mucho más grande de lo que parece y que la pelea uno-a-uno no
siempre es justa.
Por él, declararíamos la guerra en una tierra donde la paz ya no es una
opción, pero es difícil entrar a una batalla a la que no te dan acceso. La idea
de irrumpir en ella es tentadora, pero podría terminar mal.
Atacar sin plan es peligroso. Le puede costar la vida al héroe.
—No estaba hablando con ella —aseguro.
Para Liv la escuela es importante. Es su futuro. Ante la mínima
equivocación, pierde la cabeza, y la Liv sin cabeza no es una que le haga
bien a sí misma ni al resto.
—Entonces muéstrame la conversa... —Bianca extiende la mano para
que le entregue el móvil, pero el chirrido de una silla siendo arrastrada la
interrumpe.
Sawyer está de pie, con su teléfono levantado a la altura de su rostro.
Aparece mi nombre en la pantalla.
—Hablaba conmigo. Lo siento.
La profesora se cruza de brazos y echa una prolongada mirada a Liv
antes de suspirar.
—Su padre no estará contento, señor Wallace.
Sawyer Wallace. No sabía su apellido, mucho menos que era hijo del
nuevo director. Sin embargo, la relación de parentesco no nos salva de estar
en detención, por lo que emprendemos el viaje al aula asignada para los
castigados.
Él silba una canción mientras busco las palabras:
—Gracias por eso —digo antes de llegar a destino—. No deberías
haberlo hecho, pero estoy segura que Bianca hubiera retirado a Liv de clase,
y si hubiera visto que hablaba con Arlo habría sido peor.
Se encoge de hombros con las manos en los bolsillos como si no fuera
gran cosa. Tal vez no lo es para él, pero para nosotros significa galaxias
enteras.
—¿Por qué detesta a Liv y dices eso de Ar...? —su pregunta es
interrumpida cuando el susodicho aparece doblando el corredor, con la
mochila colgando de un hombro y una nota arrugada en la mano.
—El vejestorio de Ruggles no estaba tan dormido hoy —explica.
La culpa deja caer su peso en mi estómago.
—Lo siento, no debería...
Menea la cabeza para que no me preocupe, pero en cuanto la puerta del
aula se abre, se congela.
De todos los profesores, es su padre el que cuida a los castigados hoy.
—¿Pero qué mierda? —dice el hombre entre dientes, en voz baja al ver a
su hijo.
Arlo se tensa. El único movimiento que hace es retorcer la correa de la
mochila, pero es suficiente para saber que está nervioso por lo que puede
pasar al llegar a casa.
Estoy por decir que fue mi culpa cuando Sawyer se nos adelanta dando
un paso al frente:
—Hey, coach, ¿vio el juego anoche? Bendito sea ese Travis Kelce. —
Torna los ojos hacia el techo como si de verdad le estuviera agradeciendo al
cielo—. Y lamento meter en problemas a Arlo, es que no podía aguantar
hasta el receso para hablar de...
—¿De cómo le dimos una paliza a los Broncos, Wallace? —adivina el
hombre, con una pequeña torciendo sus labios
Sawyer hace un ademán con la palma abierta hacia el adulto, mientras
mira a Arlo.
—¿Cuánto tiempo ibas a esperar para presentármelo fuera del campo,
amigo?
Arlo, quien odia el fútbol, le sigue la corriente por instinto de
supervivencia, pero a mí me cuesta no quedarme boquiabierta. ¿Desde hace
cuánto el novio de Cora está en el equipo?
Wes, mucho más tranquilo, apenas parece enfadado porque estamos en
detención cuando Sawyer lo guía dentro del aula con un parloteo exhaustivo
y una mano en su hombro como si fueran viejos amigos. Cuando el coach
se distrae, le dice un par de cosas a Arlo para que las repita, y así logra lo
impensable: entablar una conversación, aunque sea media falsa, entre padre
e hijo. Eso basta para saber que Arlo estará seguro al llegar a casa, al menos
por hoy.
—Mientes muy bien —susurro al chico cuando se sienta a mi lado.
No es un cumplido, es una observación.
—Para hacer el bien, a veces hay que hacer un poco de mal. —Se encoge
de hombros.
Entiendo el punto, pero tengo la necesidad de aclarar algo para el futuro,
porque su facilidad para mentir me asusta un poco:
—Gracias, de nuevo, pero... Sabes que a nosotros no debes mentirnos,
¿no? Estamos acostumbrados al mal.
—Tal vez exactamente por eso debería. Merecen algo de bien al final del
día.
—No puedo hablar por todos, pero preferiría algo que lastime a una cosa
que no merezca.
Frunce el ceño y se cruza de brazos. Yo no quito el ojo de Arlo y Wes.
—¿Crees que no mereces cosas buenas?
—Creo que no merezco mentiras.
—Tampoco mereces que algo duela, Gretha —responde con más fuerza
de la usual, como si estuviera a la defensiva.
Le sostengo la mirada. Lo evalúo. Busco el error, la trampa, el desliz.
No encuentro nada.
—Prefiero elegir lo que me duele, no que lo elijan por mí —aseguro
¡Hola, paragüitas!💕
serena a pesar de que por dentro no lo estoy.
🔋
¿Qué tal la semana? ¿Se les hizo eterna? ¿Deben
seguir sin descanso? ¿Cuál es su forma ideal para recargar energía?
1. ¿Alguna vez le mintieron a alguien porque no querían lastimarlo? ¿Le
dijeron la verdad luego?
2. ¿Usan el teléfono estando en clase?
3. ¿Usualmente tienden a sentir que la vida se les escurre entre las manos
o que los rebalsa?
4. Dejen un piropo para su crush (así nos reímos un rato)
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
😂
13. Hamaca del destino
¡Hola, paragüitas!
(mega bien)?
💕
—Necesito un favor. —Se cruza de brazos—. ¿Podrías mentir por mí?
¿Cómo están entre el 27 (maso), 19 (mal) y 31
¡Hola, paragüitas!🥰
Puedo ayudar a los demás.
¿Cómo están entre Groenlandia (increíble), Tokio
(más o menos) y Canadá (mal)?
1. ¿Qué fue lo último dulce que comieron? Si tuvieran que cocinarlo por
sí mismos, ¿podrían?
2. ¿Creen que la relación de Cora y Gretha va a mejorar luego de esto?
¿Qué sentían mientras leían cada perspectiva?
3. ¿Sus amigos suelen llamarlos cuando están teniendo una crisis
nerviosa? O, mejor dicho, cuando están eclipsados..
4. ¿Se esfuerzan en ser muy buenos en algo porque creen que es la única
virtud que tienen?
5. ¿Qué hacen para calmarse?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
15. Regálame un silencio gris
De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 24
Cuando eras pequeña, me preguntaste qué era el amor. Como tu padre,
era mi deber enseñarte el significado de las palabras, pero no supe qué
decir en esa ocasión.
—¿Eso es el amor? ¿Silencio? —insististe al ver que no respondía,
porque la paciencia nunca fue tu fuerte y lo sacaste de mí—. A veces mamá
y tú hacen esa cosa...
—¿Qué cosa?
—Lo de no hablar.
Supongo que es eso en parte: sostener la mirada de una persona y
sonreír en silencio. Ambos son conscientes de que hay mucho que se podría
decir, pero que nada logrará describir con exactitud lo que les está
sucediendo por dentro.
No soy un hombre de paz. Sin embargo, la encuentro en los ojos de la
persona que amo aunque sea por unos segundos, y esos son más que
suficientes. Soy partidario de las cataratas de emociones y todo lo que te
acelere el corazón, pero cuando uno se va a dormir, debe estar tranquilo.
Es en el silencio donde guardamos los recuerdos que hicieron ruido a
través de las risas, porque cuando reímos podemos detenernos un momento
y apreciar el entorno, pero es cuando apoyamos la cabeza en la almohada
el segundo en que archivamos ese recuerdo cerca del corazón.
Hay una tranquilidad muy dulce en saber que alguien te abraza con la
mirada. Sientes que nunca estarás solo otra vez. Tu recuerdo ya no es solo
tuyo porque están sincronizados. Lo estás compartiendo, y eso es mágico.
—¿Qué piensan cuando no hablan, papá?
—Creo que no lo hacemos. A veces sientes tanto, que no puedes pensar.
—Si no piensas es porque eres tonto... —Miraste el cono de helado
pensativa—. ¿Por eso dicen que los enamorados se ponen tontos?
—Tal vez, amor. —Reí.
Con galaxias de amor, Fisher 1.
Camello se balancea en la hamaca paraguaya de Sawyer mientras me
acurruco en el sofá de Timmy con las mantas que guardamos en caso de
pijamada. La lluvia golpea con amabilidad las ventanas, pidiendo un
permiso para entrar que le es denegado. El rechazo la enoja y se cuela por
las goteras del techo. Bajo ellas, hay tazas dispersas por el piso, un florero
sobre una pila de libros y dos cacerolas cerca de la puerta, que debo
descargar en el baño a cada rato. Papá solía ocuparse de eso.
Lo extraño. Ojalá estuviera aquí. Tal vez por eso he estado leyendo el
último correo que me envió por alrededor de una hora.
Nunca se lo dije, pero cuando escribe, a veces siento que me habla a mí
aunque no sea así.
Que me sienta identificada —no por la vida que llevan los personajes,
sino por lo humano en ellos tanto en su lado bueno como malo— solo
muestra lo buen escritor que es. Sé que llegará lejos, y no lo digo porque
sea mi padre, sino debido a que es un hombre que sabe abrazar tus
pensamientos de muchas formas distintas: con fuerza para que no se
escapen, así los enfrentas, pero también con suavidad, para que no te
abrumen.
Ser escritor es un arte sencillo y complejo a la vez. Puedes escribir una
oración que reabra una herida, pero con solo cambiar las letras de lugar —
porque al final del día no eres más que una persona jugando con el
abecedario más veces que el promedio—, puedes escribir algo que saque de
la profundidad de esa herida, una esperanza que ayude al lector a querer
coserse y sanar.
Sin embargo, hay un problema con los escritores, sobre todo con los más
obsesionados como mi padre: están tanto tiempo en el mundo ficticio, que
olvidan el real.
Se olvida de mí.
Hace más de un año que no lo veo. Él dice que tiene mucho trabajo y
quiere terminar el libro, y yo solo uso la excusa de la escuela para no ir. La
realidad es que estoy aterrada de que me vea porque sabrá al instante lo que
sucede.
Cuando los cambios son graduales, las personas que están en el día a día
a tu alrededor no suelen notarlos. Los que no nos vean hace tiempo lo hacen
de inmediato, y es cuando lo señalan que la realidad golpea al resto.
Papá se sentiría muy culpable si supiera la verdad.
Sé que mis pensamientos están por marchar en una mala dirección
cuando se me cristaliza la vista y siento un nudo en la garganta. Desde lo
que dijo Cora estoy sensible aunque intente evitarlo. Entonces, me llega un
mensaje que hace que Camello levante la cabeza con curiosidad. A través
de la vista humedecida, leo:
Por favor, ven a mi casa, es urgente
Me subo la capucha de la sudadera y abro la puerta. Asomo al cabeza en
la espera de ver a Gretha. Sigue sin aparecer
—¿Mamá y papá dormirán en casa esta noche? ¿Por eso los esperas? —
pregunta Viena.
—Es que duermen mucho en el sofá-cama de su oficina —respalda
Valencia, jugando con los botones del control remoto.
—Recuerdo que cuando éramos pequeñas, nos arropaban —dice Venecia.
La oración me atraviesa. Cuando me giro, la veo abrazada a un
almohadón. Todas están frente a la televisión, donde se reproduce un
episodio de Bob Espoja que ya saben de memoria porque no le están
prestando atención a pesar de que terminan los diálogos en murmullos
distraídos.
—Aún son pequeñas —corrijo.
—No me siento pequeña —asegura Val, de una forma tan suave que
resulta pesada en mi pecho.
Quiero explicarles que no tienen que crecer de golpe, que ese siempre ha
sido mi trabajo, pero no puedo. Una parte egoísta de mí sabe que, si
crecieran, ya no tendría que dedicar mi vida entera a cuidarlas. Dejaría de
ser el padre que jamás debí ser.
—¡Timmy, ¿estás bien?!
Me giro para encontrar a Gretha corriendo hacia la puerta. No trae
paraguas. Está empapada de pies a cabeza, con el cabello adherido a unas
mejillas tan sonrosadas como su nariz. Tirita de forma violenta, sus dientes
castañean y chorrea agua por todas partes. Hay barro en sus jeans, por lo
que creo que se resbaló al menos una vez. Le cuesta respirar cuando frena
en la entrada. Hay un kilómetro y medio entre su casa y la mía, así que
también estaría tan agitado como ella.
—Sí, solo necesito que cuides a las niñas un rato. —Tiendo una mano
hacia el living, invitándola a pasar.
Me mira desconcertada, y como no se apura, paso por su lado.
—No, espera, ¿qué pasó? —Toma mi brazo y es como si me tocara un
terremoto por la forma en que tiembla—. Habla conmigo, por favor. ¿A
dónde vas? Está lloviendo, te vas a enfermar y...
—Solo cuídalas. —Me zafo de su agarre.
Da un paso atrás. No parece convencida, pero si hay algo que a Gretha no
se le da bien es presionar a la gente. Sé que está mal saberlo y
aprovecharme, pero necesito salir. Guardo las manos en los bolsillos y echo
a andar por la vereda.
A veces mis sentimientos son drenados y me siento como el color gris.
Lo único a lo que queda aferrarme es a las respuestas automáticas de mi
cuerpo ante el frío, el calor, el dolor corporal, el sueño y el hambre. Sentir la
lluvia no me devuelve las ganas de... De todo. Solo me recuerda que existo,
y eso es todo lo que necesito cuando paso demasiado tiempo con un vacío
en la cabeza y en el corazón lo suficientemente grande como para que mis
hermanas caigan en él conmigo.
Eso me aterra. No quiero que terminen como yo, por eso no puedo estar
con ellas en este estado donde no me importa nada.
—¡¿Qué le dice un techo al otro?!
Me giro hacia la voz. Es el vecino de los chistes malos, Patricio.
Lleva un piloto amarillo, a juego con el del caniche que sostiene bajo el
brazo e idéntico al de los otros tres que chapotean en los charcos de lluvia a
su alrededor.
Dejo de caminar y nos enfrentamos con una calle entre nosotros. No
entiendo cómo hace para siempre estar de buen humor. Yo debo recordar
cuáles son los músculos que se usan para sonreír cuando estoy obligado a
hacerlo, porque de forma natural ya no me sale casi nunca.
—¡Techo de menos! —grita al ver que no contesto, usando una de sus
palmas como un megáfono para que pueda oírlo sobre la lluvia.
No me da gracia. Asiento y empiezo a caminar otra vez, pero algo me
detiene. Le echo una mirada sobre el hombro. Su sonrisa disminuyó,
aunque continúa ahí, como si estuviera repitiéndose «la próxima vez será».
No entiendo por qué, pero es la única persona en el mundo que se esfuerza
en hacerme reír.
Cruzo la calle hasta que estoy a tres pasos de distancia, con sus caniches
correteando a mi alrededor. Uno mordisquea el dobladillo de mis jeans.
—¿Quién crees que soy? —pregunto.
¿Cree que puedo ser un ligue casual? ¿Busca un novio? ¿Es solo una
buena persona intentando hacer a alguien feliz aunque sea durante dos
segundos? ¿Por qué? ¿Qué busca?
Frunce el ceño mientras ríe y se acomoda el cachorro bajo el brazo, como
si fuera una cartera.
Jamás habíamos estado tan cerca. A la luz de la farola, los ojos de Patrick
son grises, justo como me siento yo, aunque estos están llenos de vida.
Ni siquiera pensé que ese color podía asociarse con algo tan distante a la
tristeza hasta ahora.
—Creo que eres un fantasma. No todos pueden verte, pero quienes lo
hacen, no pueden dejar de pensar en ti.
—¿Y tú cazas fantasmas?
—No, me enamoro de ellos.
Niego con la cabeza. Nos hemos visto por los últimos meses todas las
mañanas, pero nunca le he dicho mucho más que un saludo o monosílabos.
Mi sentido común dice que no puedes sentir cosas por alguien con quien
jamás mantuviste una conversación.
A pesar de eso, las palabras no siempre son necesarias. Lo sé porque yo
no la uso mucho.
Gretha a veces nos lee fragmentos del libro que está escribiendo el señor
Fisher. Patrick yo somos como dos personajes secundarios.
Lyra, hermana de Lizzie, le escribió a Marleen:
No te mentiré. Cuando llegaste, no me deslumbraste. No fue amor a
primera vista. Te miré como miro a las personas del mercado, sin mucho
interés. Creí que serías pasajera; un «hola» y un «adiós», tal vez un
«¿cómo estás?». Sin embargo, te quedaste.
«Qué mujer más extraña», pensé.
Te quise preguntar muchas cosas. No porque quisiera oír respuestas
bonitas, sino porque no entendía qué veías en mí que fuera digno de tu
tiempo cuando el que tenemos en este mundo es tan limitado y podrías
pasarlo con personas más parecidas a ti.
—¿Qué me viste?
—No te vi. Te sentí.
—¿Y no te cansas de sentirme?
—A veces, cuando mis pensamientos caen en los lugares equivocados, sí.
No porque me canse de ti. Me cansa el mundo, y tú eres una de las cosas
que vive dentro de ese extraordinario pero tan difícil lugar. No es personal.
Una persona se cansa de vez en cuando y está bien. No quiere decir que
sienta menos por ti, solo que le ha dado pausa al sentimiento porque
necesitaba todo de sí para recuperarse.
Siento que estamos dentro del libro y soy Marleen, aunque también Lyra,
porque Patrick me cansa. Hay mañanas donde ni siquiera deseo
responderle, pero me doy cuenta que si un día me levantara y no lo
encontrara en su jardín, con uno de sus terribles chistes en la punta de la
lengua y el millón de cachorros histéricos que tiene corriendo a su alrededor
todo el tiempo, me preguntaría dónde está y esperaría que el día se
transforme en noche y la noche en día otra vez con la esperanza de verlo.
No tengo que darlo por sentado.
—Los fantasmas desaparecen, y a veces los sientes aunque no estén, lo
cual puede doler. Yo desaparezco a menudo. No me parece justo que te
quedes esperando que regrese de... —No sé a dónde va a mi mente, así que
no tengo una denominación—. De los lugares a los que voy.
Se encoge de hombros como si le estuviera diciendo cosas que ya sabe.
Deja el caniche que tiene bajo el brazo en el piso y este da dos pasos, pierde
el equilibrio, y cae de hocico en un charco.
—Tengo una vida, ¿sabes? —responde mientras el animal, anteriormente
blanco, se une a jugar con el resto de las bolas de lodo—. Haré cosas que
me hagan feliz mientras espero, y cuando vuelvas, te las mostraré, y tú me
mostrarás las que hiciste durante ese tiempo.
No sé de lo que estamos hablando, pero a la vez sí. Es extraño. Somos la
promesa de una relación que ni siquiera existe, aunque parece más que
probable.
Entre el «hola» y el «adiós», hay algo más.
Ese algo somos nosotros.
—¿Las querrías ver aunque no sean de las felices, Patrick?
—Las querré ver solo porque son tuyas, y tú eres mi fantasma favorito en
este momento.
Una débil sonrisa se forma en mi rostro. Nos sostenemos la mirada a
través de la lluvia, y aunque muchas cosas se ven borrosas, la forma en que
me sonríe no lo hace. Me hace sentir que, a futuro, todo estará bien; que es
cuestión de intentar, como él intenta cada día con un chiste distinto hasta
que algo cambie.
Despierta algo en mí. Me hace desear que salga el sol para contarle el
millón de pecas que sé que tiene.
—Vengo con mucho equipaje —advierto sonrojado.
—Compraré una grúa.
Seré tonto para algunas cosas y la persona más pesimista del mundo, pero
sé que así no funciona una relación. No puede sostener el mundo por mí.
Tengo que aprender a hacerlo solo, al menos en mayor parte. Puede
ayudarme, pero no hacer el trabajo por mí, y en este punto de mi vida soy
un desas...
Las pastillas.
No.
No.
No.
Camino en reversa. Los cachorros empiezan a ladrar y seguirme. Patrick
está por decir algo, pero echo a correr hacia casa otra vez y lo dejo
intentando recoger cuatro sucios caniches con solo dos brazos. Cuando abro
la puerta, mis hermanas están acurrucadas en el sofá. Hay un charco a los
pies, como si Gretha no hubiera querido sentarse empapada para no arruinar
la tela.
Apenas llego al pasillo que la encuentro con el tarro de pastillas que dejé
abierto en el baño. Soy un olvidadizo, todos lo saben. A veces no me
importa nada lo suficiente como para siquiera recordarlo.
—Me prometiste que jamás te automedicarías, Timmy —susurra.
Me quedo callado. Hay una parte que no dice, pero sé que la piensa por la
forma en que sus ojos se desvían con preocupación al living: ¿Y si alguna
de mis hermanas o las tres hubieran tomado una porque las dejé a su
alcance? ¿Y si tomaban dos? ¿El frasco entero?
Esto es grave.
—Empaca tus cosas y empacaré las de las niñas. Le prometí a Cora que
la cubriría, así que debo estar en el cobertizo, pero tú pasarás la noche
conmigo y mañana iremos a pescar.
Mierda.
Ir a pescar significa todo menos pescar.
—Lo siento, Gretha.
Otra persona se enojaría. Me delataría. Gritaría.
En su lugar, guarda el frasco en el bolsillo de su sudadera y me abraza.
No hay calidez entre nosotros porque estamos congelados, pero me hace
sentir algo más que frío, calor, dolor, sueño o hambre.
Siento que me quiere.
¡Hola, paragüitas!🤗💕
—No debes sentirlo por mí. Siéntelo por ti, Timmy.
¿Cómo arrancaron diciembre resumido en tres
🤗🤗
estén dando muchísimas vueltas últimamente? Pueden desahogarse, ¿sí? 🤗
1. ¿Alguna vez fueron a pescar? ¿Sacaron algo? Yo un cangrejo 🦀
2. ¿Cuántas horas de sueño tienen al día? ¿Suelen levantarse con energía
o les cuesta? ¿En qué les gusta pensar antes de dormir?
3. Hasta este punto de la historia, ¿con quién se sienten más identificados
y por qué? ¿Tienen un favorito?
4. ¿Qué interacciones entre cuáles personajes les gustan más o cuáles
esperaban leer?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
17. Botes de aire y magia
Mientras Arlo junto a Timmy enseñan a pescar a las niñas y Liv lee sus
apuntes de Historia bajo el sol, regreso a la camioneta con la excusa de
buscar el frasco para sacar la frase del día. En realidad, tengo tanto frío que
los dedos de mis manos han comenzado a ponerse morados bajo los guantes
y apenas puedo moverlos.
Ocupo el asiento del conductor y enciendo la radio. Una canción
popularizada en mi infancia cuyo nombre jamás recuerdo llega a mis oídos.
Me pregunto si todos los recuerdos que tenemos de cuando éramos
pequeños seguirán intactos cuando seamos tan grandes que estemos más
cerca del fin que del comienzo.
Crecer es bastante aterrador. Más que olvidar, temo no tener cosas que
recordar.
Eso hace que me pregunte si estoy viviendo mi vida como se supone que
debo, aunque no haya instructivo para hacerlo. En ocasiones me siento mal
cuando no hago algo significativo en el correr de un día. Temo que esas 24
horas hayan sido un desperdicio, pero a la vez soy consciente de que no se
puede tener aventuras con cada salida y puesta del sol.
Si viviéramos de magia, dejaríamos de percibirla como tal, ya que la
daríamos por sentado como todo aquello que tenemos.
Con ese pensamiento acepto que los días aburridos y de
responsabilidades son necesarios para tener los mágicos. Sin embargo, una
pequeña parte de mí teme no estar apreciando la construcción de los trucos
de magia, que son los días corrientes.
Lo intento, pero a veces me olvido.
Un leve golpe en la ventanilla del copiloto me hace girar la cabeza.
Sawyer sonríe con una dona entre los dientes y apunta al pestillo de la
puerta. Me estiro a través del asiento y le abro. La camioneta se sacude
cuando se deja caer contra el cuero como si fuera el sofá de su casa. Se
quita el gorro y lo lanza sobre el salpicadero.
—Vine a molestarte —dice antes de dar un mordisco.
—Es lo único que sabes hacer, era de esperarse —le sigo la corriente, a lo
que me mira falsamente ofendido.
—Me hieres, hermanastra de Cora. —Se toma un momento para tragar
—. Sin embargo, puedes compensármelo con algo. Te propongo un juego:
yo te pido que me digas algo y tú contestas lo primero que te viene a la
mente.
Le quiero preguntar por qué, pero me muerdo la lengua y asiento.
—Dime algo que te asuste.
—Las palabras vacías, ¿y a ti?
—Las palabras que significan algo.
Nos sostenemos la mirada con curiosidad. Las palabras vacías son la
definición de una mentira, y la idea de que alguien sienta la necesidad de
mentirme es aterradora porque hace que me cuestione qué tipo de persona
proyecto ser si el otro siente la necesidad de mentir. ¿Cree que no lo
aceptaré de otra forma? ¿Cree que lo juzgaré? ¿Cree que no lo entenderé?
Se supone que si alguien oculta algo, es porque esa persona no tiene la
confianza suficiente para ser ella misma, aunque eso no evita que piense
que no merezco dicha confianza.
La empatía es lo más importante en un ser humano. Que alguien crea que
carezco de ella duele de formas que no sé explicar.
Sin embargo, le doy la razón. Las palabras que significan algo son más
peligrosas que las vacías, por eso no me atrevo a decir la mayoría de las
cosas que pasan por mi cabeza en voz alta, y me asusta lo que dice el resto.
—Dime algo que te entristezca.
—Que me oculten cosas, ¿a ti?
Sus ojos son dos faros que deciden quedarse quietos. Parece que iluminar
una parte del océano haría visible a los monstruos marinos que han salido a
la superficie por una bocanada de aire fresco.
—Tener que ocultar cosas —susurra.
La música viaja sin tránsito alguno, pues los dos volvemos a quedarnos
callados.
Sé que hay algo que no me está diciendo, pero tarde o temprano, cuando
esté listo, lo dirá. Todas las personas que conocí lo hicieron. Mientras tanto,
no me atrevo a presionar porque eso no sirve. Suficiente es que admita en
voz alta que retiene secretos.
Yo jamás podría siquiera insinuar que guardo uno.
Hay cosas que no puedo contarle a los desconocidos porque no los
conozco —pueden inspirar confianza y comodidad, pero no las entenderían
como necesito que lo hagan—, y luego están las personas que quiero, a
quienes tampoco puedo decirles, precisamente porque me conocen. Así que
acuno esos pensamientos y sentimientos contra el pecho; a veces con tanta
fuerza que los siento clavarse en mi corazón. Otras veces, mis brazos se
cansan y los dejo caer. Sin embargo, a mis pies, en mis manos o incrustados
en mi pecho, no me dejan.
No quiero tenerlos conmigo para siempre. Pensar en eso me da ganas de
llorar y hace que me duelan todas las partes que intento sanar.
Se siente como vendar una herida y ver con impotencia cómo la sangre se
filtra. El blanco pasa a ser rojo, pones otra venda y esta sufre el mismo
destino que la anterior. Por un segundo, crees que nunca dejará de sangrar.
El problema es que ese segundo se convirtió en una eternidad.
—Dime algo que te resulte contradictorio —continúa.
—Que haya personas que estén juntas, pero no enamoradas, y otras
personas que estén enamoradas pero no juntas.
Sus cejas alcanzan su flequillo y no entiendo por qué me mira
sorprendido, hasta que recuerdo a Cora. Niego con la cabeza enseguida y
abro la boca. Estoy por decirle que no me refería a ellos, sino en general, y
también estoy por enumerar la cantidad de veces que dije algo lindo de la
pareja que forman para respaldar mi respuesta, pero se me adelanta:
—A mí me resulta contradictorio que transmitas tanta seguridad para el
resto y aún así tengas tan poca para ti misma.
La canción en la radio está por llegar a su fin cuando digo:
—Esa es una suposición.
—Si no fuera verdad, dirías que es una mentira. —Ríe.
Jaque mate. Cierro la boca.
Con una sonrisa de autosuficiencia, se termina la dona mientras
observamos a través del parabrisas a las niñas corretear por la orilla del lago
con Arlo y Timmy haciendo un pésimo trabajo para mantenerlas bajo
control. Las tres se quedan quietas cuando Liv pega un grito, imponiendo
orden y respeto.
—Dime el nombre de alguien que extrañes, Gretha.
—Charlie.
Me entrega una sonrisa ladeada mientras se limpia las migajas de las
comisuras de los labios con la manga de su abrigo. No debo decirle que es
el chico del que hablamos en mi habitación.
—Dime algo sobre Charlie.
—No puedo olvidarlo.
—¿Y por qué deberías hacerlo?
—Porque si no lo quito de mi cabeza, no habrá espacio para nadie más.
Ni siquiera para mí.
Pasó un año y aún me aferro a la idea de que volverá, como si fuera un
ave migratoria y su regreso dependiera de las estaciones.
—Tienes suerte. Que alguien esté en tu cabeza no significa que esté en tu
corazón, y es ahí donde van las personas que amamos en el presente. A
veces confundimos el amor de un recuerdo con lo que sentimos.
Recuerdos. Tengo cientos de esos, y en la mayoría de los que me hicieron
feliz, siempre aparece él.
Una noche hace unos años, estaba en una fiesta. No bebía alcohol, así
que fui a la cocina por agua. Ahí había un chico sentado en la encimera.
Bajó la mirada en cuanto entré, pero ya había visto que la gravedad estaba
luchando para hacer caer sus lágrimas de una vez.
Podría haber fingido que no lo vi. Podría haberlo ignorado porque no lo
conocía. Sin embargo, en cuanto a personas rotas y a mi corazón se trata, es
magnético: me acerqué y negó con la cabeza, advirtiendo que no quería
hablar.
Usualmente no se me ocurriría invadir el espacio personal de un
desconocido —de nadie, en realidad— mucho menos cuando no parece de
acuerdo con la idea, pero en ese momento no tomé una decisión. Fue algo
automático. Un instinto. No pensé, solo lo abracé despacio para que supiera
que me separaría si así lo decía.
Ni fuerzas para tensarse tuvo. Sentí su suspiro en mi cabello. Su aflicción
era tanta que cerré los ojos en el intento de no llorar a pesar de no saber su
nombre y mucho menos su historia.
—Me abrazas como si me quisieras y ni siquiera me conoces —
murmuró.
Cuando me aparté, no supe si había cambiado de opinión y quería tener
una conversación al respecto. Dudé porque siempre lo hago. Busqué
respuesta en sus ojos, pero hablaban en un idioma desconocido, así que
retrocedí. Cuando di media vuelta, añadió:
—Quédate. Quiero que me conozcas.
Analicé las oraciones.
—Eso implicaría que quieres que te quiera —bromeé para que su dolor
no fuera lo único que ocupara espacio entre nosotros.
—¿Tan malo sería querer algo así? —dijo entretenido, sorbiendo por la
nariz.
Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro tal amanecer por el Este.
—No me conoces.
—Si te quedas, lo haré —objetó.
Lo hice. Me tendió su mano y se presentó como Charlie. Luego, guardó
silencio. No le dije cómo me llamaba porque sabía lo que sucedería en
cuanto lo hiciera. Tenía el presentimiento de que no existiría boleto de
regreso, y mi parte lógica retuvo mi nombre:
«¿Segura?», preguntó. «Cuando no puedas hacer retroceder su dolor, te
quebrará verlo consumirse por él. Sentirás más impotencia que alegría.
Llorarás más de lo que reirás. ¿De qué sirve acompañar a alguien cuyo
destino, por elección, siempre será una ciudad mental rota y llena de filos
con los que cortarte aunque no tenga intención de hacerte sangrar?».
Pensé que las heridas se curan. Los filos se liman. Las personas deciden
ser felices cuando se hartan de la infelicidad, pero a veces necesitan
compañía. Sin nadie que les recuerde que existe más que tristeza, que
pueden más de lo que creen, que son más de lo que piensan... Sin nadie a su
lado, tal vez terminen por creer que merecen habitar en ciudades rotas.
Y su corazón, ese lugar al que llamaba ciudad, podía arreglarse. Solo
precisaba de las herramientas para hacerlo.
Como Sawyer, quien parece estar en plena reconstrucción.
—Si él regresara, ¿sería una opción? —pregunta el susodicho.
Lo miro con el ceño fruncido. No sé cómo explicarle lo que siento, pero
recuerdo algo que escribió papá. Saco el teléfono de mi abrigo y busco
entre los emails intentando que no note el temblor de mis manos.
Le paso el móvil y bajo el volumen de la radio, donde el locutor
promociona colchones en oferta.
De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 19
—Siempre serás mi primera opción.
Había esperado años para oírla decir aquello, pero en cuanto la
escuchó, la esperanza se terminó de romper. Se suponía que esas palabras
solucionarían cada problema, y así lo hicieron, aunque de una forma
distinta:
—¿Sabes cuál es el inconveniente? —Dejó ir sus manos—. En tu cabeza
hay más de una persona. En la mía solo estás tú. Si sintieras lo que yo por
ti, no me considerarías una opción.
Dolió. Había esperado la oportunidad de estar con ella por tanto tiempo,
que jamás se planteó que sería él mismo quien destruiría lo que más
anhelaba. Sin embargo, bajo los fragmentos del corazón roto que poseía, se
hallaba la tranquilidad de haber hecho lo correcto.
Las cosas eran opciones, no las personas. Alguien podía tener apego por
un objeto, pero no amarlo como se ama a una persona.
Y Cristoff merecía ser amado. Todos merecían sentirse como un destino,
fueran o no el final. Para sentirse una parada, mejor quedarse en casa. No
todas las aventuras lo valían.
Con galaxias de amor, Fisher 1.
—No lo sé, pero espero no toparme con opciones ni ser la opción de
alguien más —explico.
Sawyer me devuelve el teléfono y no dice nada más hasta que salimos de
la camioneta.
—Te vendría bien un descanso.
Ni siquiera despego la vista de mis apuntes cuando Arlo se sienta a mi
lado en el tronco y toma una dona de la canasta, aunque por la vista
periférica veo que tomó una del centro de la fila, no de los bordes. Eso
causa un efecto dominó y todas quedan ligeramente inclinadas hacia la
izquierda.
—Me vendría bien una beca completa en la universidad —replico
intentando releer un párrafo.
Escucho sus incisivos despedazar el bollo de panadería. Sus dientes
chocan y la saliva lo hace chasquear la lengua. Intento ignorarlo, pero no
puedo. Empieza a picarme el antebrazo y cambio las piernas de posición
dos veces.
—Tú no sabes quién eres sin tus sueños y yo no sé quién sería con ellos.
Estamos tan jodidos.
Suspiro y dejo caer los apuntes sobre mi regazo.
Arlo no piensa en el futuro lejano, solo en el inmediato. Su situación es
tan mala que a veces ese futuro no abarca más que sobrevivir al día
siguiente. Su meta es terminar la secundaria y en cuanto cumpla 18 irse de
casa. Fugarse en medio de la noche si hace falta, y no volver a hablar con
ninguno de sus progenitores.
Si se quedara, a pesar de su bajo promedio, sus padres podrían hacerlo
entrar a una buena universidad y no tendrían problema en pagarla completa.
Mientras él tiene los medios y no los padres que necesita, yo tengo los
padres pero no los medios que necesito.
Es curioso que lo que a uno le sobra, a otro le falte. A veces las personas
sostienen que damos por sentado lo que tenemos en abundancia y vivimos
quejándonos de lo que carecemos, pero a veces aquello que te falta es algo
vital: padres, en su caso, y educación, en el mío.
Hay que ser agradecidos, coincido, pero nadie debería hacerte sentir mal
por lamentar una circunstancia que te imposibilita vivir como quieres y
mereces.
Estancarse en el lamento es diferente.
Imponer una cultura positiva puede ser tan peligroso como imponer una
negativa. No podemos sonreír todo el tiempo. Es literalmente imposible. Se
te acalambrarían los músculos, estornudarías o algo rompería la expresión.
Tampoco podemos llorar sin parar. Nuestro cuerpo no lo permitiría. Por
algo no podemos hacer esas cosas de forma infinita.
Tiene que haber un equilibrio, aunque en muchas ocasiones no se sienta
como uno, entre lo que lastima y lo que sana; lo que nos hace tristes y lo
que nos trae felicidad. Sin opuestos, nada existe.
—Algún día no estaremos tan jodidos —prometo.
Cuando traga y se limpia las migajas del pantalón, mi exasperación
disminuye. Inhalo hondo y comienzo a acomodar las donas para que queden
de forma vertical y alineada.
—Ellos no parecen tan jodidos. —Hace un ademán a su camioneta,
donde están Gretha y Sawyer charlando.
Nos quedamos observándolos un rato.
No confío del todo en ese trasero blanco. Hay algo que no me gusta, pero
no sé identificar qué. Es como cuando olvidas empacar algo y sabes que te
falta una cosa, aunque no cuál. Me estresa no hallar el problema.
Por momentos me digo que tal vez no hay ningún problema y solo estoy
siendo paranoica.
—Siento que la lastimará, sea queriendo o sin querer —confieso—.
¿Crees que Timmy, tú y yo tenemos tantos problemas que impusimos una
moda y Gretha quiere tener uno ahora?
Arlo resopla y está por tomar otra dona del medio de la caja hasta mi
mirada lo intercepta y su mano queda suspendida en el aire. Dirijo mis ojos
al bollo del extremo y capta el mensaje. Cuando lo toma, la fila sigue
intacta y en perfecto estado. Mi antebrazo deja de picar y relajo las piernas.
—Gretha es la mejor persona que conozco para manejar problemas —
replica—. Por eso no tiene ninguno más que a su hermanastra gruñéndole
como un mapache rabioso y el hecho de que no sabe decir que no.
En cuanto lo suelta, se arrepiente. Se le nota en la forma en que vacila
para volver a hablar:
—Oye, eso no...
—Lo sé —susurro para calmarlo.
Con otra persona y en otra circunstancia, hubiera protestado y defendido
a Gretha. Ella nos enseña a no minimizar nuestros problemas y sería
hipócrita minimizar los suyos. Sin embargo, Timmy cayó en el pozo de la
depresión porque sus padres pretenden que no existe, por lo cual se estaba
automedicando a escondidas; el padre de Arlo saca la mierda de él a los
golpes mientras su madre no hace nada al respecto, y la presión académica
de la mano de una injusticia de la que no me gusta hablar me llevaron a
desarrollar un trastorno obsesivo compulsivo.
O al menos eso creo que es, pero temo ir con un profesional porque eso
conllevaría que mis papás se enteren.
Si se enteran, querrán que lo trate.
Si lo trato, debo quitar presión de mis hombros, y no puedo hacerlo. No
ahora. Tengo que conseguir una buena beca. Luego, lo trataré.
Gretha no tiene esos problemas. Tampoco uno como Sawyer, quien
perdió a su hermana.
—¿Qué crees que puso en el papel? —pregunta Arlo.
El día que llegó con un frasco vacío, además de pedir que dejáramos
frases, titulares de diarios y palabras sueltas, nos pidió una confesión.
«Escriban sobre aquello que los rompió», dijo.
Hasta ahora, ninguno de nuestros papeles salió a la luz.
—El día que lo saquemos, lo averiguaremos. —Me encojo de hombros
—. Pero si fuera tan grave nos lo hubiera dicho o lo notaríamos.
No afirma ni niega lo que digo. Miramos en dirección a la camioneta en
un silencio cargado de preguntas. Recuerdo la última crisis que tuve, a la
que llamó eclipse y me dijo que yo era el sol.
—La conozco hace mucho tiempo y jamás se quebró —reconozco.
—Es porque somos un bote y ella es el viento.
—Pero tiene que quebrarse en algún momento. Por algo. Por alguien. Por
sí misma.
Arlo me regala una sonrisa muy pequeña.
—No puedes pedirle al aire que se quiebre. Solo que cambie de dirección
y sople con más o menos fuerza. Tal vez, que se quede quieto. Pero el aire
no deja de ser aire, Liv. Ella empujará el bote para alejarlo de cualquier
tormenta, la suya incluida.
¿El viento se cansa de ser viento? ¿Debería hacer algo o hablar con...?
—¡Maldita sea! —chillo cuando mis apuntes salen volando de mi regazo
¡Hola, paragüitas!🥰
ante una ráfaga de aire.
Díganme qué fue lo mejor de su 2020 y qué cosas
esperan con ansias del 2021. Además, ¿les gusta el café? ¿Dulce o amargo?
¿Con o sin leche?
Si ven errores, mis disculpas. Apenas tuve tiempo de revisar el capítulo,
pero la historia significa mucho para mí y no quería que pasara mi
2. ¿Creen que dos personas de edades muy distintas pueden entablar una
amistad verdadera?
3. ¿Alguna vez sintieron que solo los quieren por lo que dan o por cómo
hacen sentir al resto, como Timmy?
4. ¿Creen en ustedes mismos? ¿Qué tanto del 1 al 100 en este momento
(sabemos que varía según lo que nos sucede)?
vida.🥺💕
Hola a mis pequeños humanos que enfrentan esta (difícil, pero bonita)
¿Están bien, mal, más o menos, no saben, excelente...? ¿Les
🤗
gustaría un abrazo? Porque a mí sí. Creo que deberíamos hacer un apapacho
grupal.
1. Ya que la mayoría son lectoras, ¿a qué edad les vino? ¿Suelen tener
síntomas premenstruales? ¿Sufren mucho los días que están en modo
😂😭
volcán? *Inserte un estornudo y la cara de pánico por no saber qué
destrozos hay ahí abajo* /
2. ¿Sienten que en este momento de sus vidas son los pintores principales
del lienzo? ¿Quieren más independencia? ¿Les gustaría no tener tanta ya
que implica muchas responsabilidades? ¿Están haciendo lo que les gusta?
3. Cora es BellaInW0nderland07... Sawyer, Arlo, posible bebé, Gretha,
engaños, mentiras. ¿Cuál fue su reacción? ¿Qué piensan que sucederá?
📑
4. Parte favorita del capítulo o alguna observación de los personajes
5. ¿Les gusta el pescado?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
20. Girasoles secretos
mañana, resiste. 😂
Seguro que las quejas sobre tu hermanastra pueden esperar hasta
¡Hola, paragüitas!🥰
—Tampoco es exactamente decir la verdad, ¿o sí?
Muchísimas gracias por ser tan pacientes con los
capítulos. ¿Qué los mantiene ocupados/estresados estos días? ¿Sienten que
necesitan un respiro? ¿Pueden dárselo?
1. ¿Están o alguna vez estuvieron enamorados? ¿Cómo se dieron cuenta?
2. Opinión de la escena de Cora y Gretha, ¿cómo crees que va a
afectarlas? ¿Te enojaste con alguna, las dos o ninguna?
¡Hola, paragüitas!🥰
Entonces, cometemos un error.
¿Cómo están del 1 al 44? ¿Les gusta la rutina o
prefieren improvisar? ¿Qué es algo que no pueden estar un día sin hacer?
1. ¿Alguna vez conectaron con una persona y jamás la volvieron a ver?
¿Les resulta fácil abrirse con extraños?
2. Opiniones, teorías y primeras impresiones sobre Charlie. ¿Creen que
es bueno? ¿Cómo ven su relación con Gretha? ¿Lo prefieren a él o a
Sawyer?
3. ¿Tienen algún lema o frase que les guste mucho y los ayude en malos
momentos? ¿Algún consejo que les hayan dado y lo tengan grabado en la
memoria?
4. Recomienden una serie o película
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
☕
22. Un té frágil
🙈🔫
¿Alguna buena noticia para compartir?
¿Qué tan estresados están el día de hoy del 1 al 395?
1. Hoy las preguntas las hacen ustedes, ¡dispárenme!
¡Hola, paragüitas! 🥰😭
—Y siempre lo estaré.
👀
ambas cosas? ¿Qué opinan sobre él hasta ahora? ¿Lo prefieren sobre
Sawyer?
ganas de leer.🤩
3. Su parte/frase favorita del capítulo + qué personaje tienen muchas
Sawyer no aparece.
Reacomodo las servilletas. En los últimos cincuenta minutos las doblé
tantas veces por las mismas líneas que podrían cortarse solas. Siento los
ojos de mi padre seguir cada uno de mis movimientos. Hizo chistes los
primeros quince minutos de retraso, se quejó en los otros quince que
siguieron y está en silencio desde los últimos veinte, mientras bebe.
—Seguro tuvo un problema con el coche. ¿Recuerdas cuando se nos
pinchó un neumático de camino a mi primer partido de fútbol, cuando tenía
ocho? —pregunto con una sonrisa nostálgica y divertida, pero más que nada
forzada. Solo lo digo en el patético intento de invocar el amor que me tenía,
como si fuera suficiente para llenar la falta del mismo en el presente—. Me
llevaste a caballito por seis kilóme...
—Te dejaron en la banca —interrumpe al tamborilear los dedos sobre el
borde de la mesa, con una expresión tan serena que me inquieta—. Menudo
fracasado fuiste. Transpiré mi mejor camisa por nada. Si hubieras corrido
más a menudo hubieras desarrollado más músculo en lugar de haber tenido
el cuerpo de una puta niña desnutrida a la que dejan en la banca porque
podría quebrarse una uña.
Bajo la mirada a los cubiertos y los alineo otra vez porque no quiero
encontrarme con la dureza de sus ojos, aunque la oiga en su voz y la sienta
en cada inhalación que doy. En momentos como estos siento que la casa se
hace cada vez más pequeña; las paredes se acercan y me arriman a él
cuando estoy desesperado por alejarme.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo.
—Debe ser él —digo esperanzado.
Papá ríe con aspereza y aprieta con el puño la lata de cerveza que tiene en
la mano. Luego la lanza hacia el cesto de la basura. El sonido metálico que
el bollo hace al golpear la lata anterior me da un escalofrío.
—Más le vale, quiero creer que mi muchacho no es tan repugnante como
para que el único amigo que tiene lo evite.
No contesto dado que empeoraría la situación.
No puede saber que me junto con Timmy porque comenzaría a tratarme
de homosexual, lo cual es estúpido. Estar con chicos que no comparten mi
orientación sexual no cambiará la mía, y si lo hiciera o yo fuera gay sería la
misma mierda. No entiendo qué tan difícil es aceptar que una persona es
una persona, no importa cualquier cosa más allá de eso para amarla.
Sin embargo, este hombre tiene una mente muy retrógrada aunque la
oculte para el resto del mundo. Tampoco cree que los hombres y las mujeres
pueden ser amigos. No tiene idea que me junto con Liv porque sé que me
diría que me aparte de ella ya que no le agradan las chicas que piensan por
sí mismas, y sería la primera en ponerlo en su lugar. Con Gretha es
diferente. Ella suele tragarse las opiniones, así que le agrada, pero la ve
como un objeto sexual pasajero de un adolescente con hormonas
alborotadas y sin sentimientos.
Le doy la espalda para revisar el teléfono. No hay mensajes nuevos. Era
la notificación de un juego donde conseguí una vida extra y debo tragarme
la risa. Ya quisiera tener una segunda oportunidad fuera de la pantalla.
Cualquier cosa sería mejor que esto.
Releo los mensajes que le dejé a Sawyer:
Se enfría la cena y apuesto la camellofobia de Timmy que está muy
buena. Greth me pasó la receta. Tardé 3 horas, ¡apura tu trasero! 21:06
pm.
Oye, ¿estás en camino? 21:15 pm.
¿Estás bien? ¿Ocurrió algo? 21:28 pm.
Hey, por favor, dime si no vendrás. Tengo que darle una respuesta a
mi padre. 21:39 pm.
En serio, tengo que dársela. Por favor. 21:47 pm.
Subo más en el chat, hasta encontrar los mensajes que intercambiamos la
mañana luego de que mi padre me golpeara el rostro contra el gabinete de la
cocina. Al despertar me desenredé de los brazos de Gretha, cerré con llave
la puerta de mi habitación —la imagen de mi padre encontrándola tan
vulnerable me revolvió el estómago por algún motivo— y me escondí en el
baño. Bajé la tapa del retrete e inhalé toda la verguenza del planeta para
escribir:
Me verás llegar con un hematoma en la cara, aunque creo que ya te
acostumbraste luego de asistir a tantas reuniones.
Para evitar que me siguiera golpeando le dije que vendrías a cenar el
domingo. Fue estúpido. Siento mucho haberte metido, pero tiene una
puta fascinación contigo desde que te convertiste en su estrella en el
campo de fútbol y tu padre asumió director. Sé que es mucho pedir,
pero ¿podrías darme una mano?
Si pudiera evitar pedirte que fingieras ser mi amigo, lo haría. Lo
siento, Sullivan.
Mientras intentaba lavar mi rostro adolorido e hinchado, contestó:
No puedes fingir ser algo que ya eres, y soy tu amigo.
Prometo que puedes contar conmigo para cualquier cosa, ¿de
acuerdo? Estaré ahí.
Se me cristalizaron los ojos y debí enjuagarlos otra vez.
Por más que estuviera hecho mierda, una parte de mí no se sentía así.
Al regresar a mi habitación con un vaso de agua para Greth —jamás
conocí a alguien que consumiera tanta agua—, la encontré despierta. Sonrió
por el detalle y bebió en silencio mientras acariciaba mi cabello cuando
volví a recostarme contra ella y envolver mis brazos a su alrededor.
Cerré los ojos y agradecí a Dios por los amigos que tenía.
Ahora, al escuchar el chirrido de la silla de papá advirtiendo que se puso
de pie, aprieto los párpados y susurro mentalmente un «por favor» en la
espera de que puedan escucharlo en el cielo o de donde sea que provenga la
ayuda si no es de ahí.
—No vendrá, ¿verdad, Arlito? —dice en voz baja.
Niego con la cabeza. Su sombra se hace cada vez más grande en la pared
de la cocina, hasta que engulle la mía al pararse a mi espalda. Su mano
aparece en mi visión periférica. Me quita el teléfono con una suavidad que
me encoge el corazón del miedo. Esta es la calma que anticipa la clase de
tormentas que arrasan con todo.
Escondo las manos en los bolsillos de mi sudadera para que no note el
temblor de mis dedos.
—Todavía podemos cenar tú y yo —comienzo a darme la vuelta—.
Recalentaré el pollo y....
El teléfono vuela a toda velocidad. Pasa junto a mi cabeza antes de
estrellarse contra la pared de las sombras.
—¡Me importa una mierda el pollo!
Su mano se posa en mi rostro como una bolsa de plástico que te
imposibilita respirar y en la que sabes que te quedarás sin aire pronto a no
ser que la rompas. Sus dedos son ásperos y se presionan sin cuidado contra
los golpes que no terminaron de curarse.
Me obliga a mirarlo. Su mandíbula está desencajada, sus labios
entreabiertos con un insulto que espera en la punta de su lengua, sus fosas
nasales se expanden y la piel de su frente se encuentra lisa. Es una mala
señal, eso quiere decir que su enojo es diferente al normal. Cuando se
enfada la mayoría del tiempo, el ceño fruncido y las arrugas sobre él
expresan que está en desacuerdo, pero cuando su expresión es más tranquila
es probable que haya consecuencias.
La peor parte son sus ojos.
Recuerdo que en una de las primeras reuniones en el cobertizo hablamos
de lo que podíamos ver en ellos.
Para Liv las miradas no saben sobre mentiras, contradicen las palabras
porque son delatoras innatas. Con solo mirar a alguien puedes saber si algo
le duele, lo entusiasma o lo enfurece, incluso si intenta ocultarlo con otra
emoción.
Según Gretha, los ojos de cualquier persona son un reflejo de lo que
sentimos. Si estás triste, verás la tristeza en el otro; si estás feliz, hallarás
todas las cosas que a esa persona hacen feliz; si estás dudando, también
creerás que el otro lo está en alguna parte. Dice que es un egoísmo natural y
que por esa misma razón la gente no suele darse cuenta de los problemas
ajenos, pues solo es capaz de ver los suyos. Está segura que la frase de «ver
más allá» nació a partir de esa teoría.
Luego está Timmy. Él sostiene que los ojos son ojos y no pueden
expresar nada por sí mismos. Lo importante es si hay lágrimas, si se aparta
la mirada o si se cierran los párpados con fuerza; únicamente las reacciones
involuntarias pueden decirnos algo sobre las personas que tenemos frente a
nosotros, como también pueden mentirnos. Es fácil entrenarse a sí mismo
para retener las lágrimas, no apartar la vista o mantener los ojos abiertos
aunque quieras cerrarlos y dejar de ver el mundo.
En cuanto a mí, creo que todos tienen un poco de razón. A veces un par
de ojos no pueden evitar decir la verdad, otras veces vemos en ellos lo que
nos gustaría que vieran en nosotros y hay casos donde no son más que un
par de lindos globos oculares.
Lo que me asusta es que la mirada de papá está vacía. Ese no es un
escenario para el que estuviera preparado.
Me toma por el frente de la sudadera y me obliga a caminar en reversa,
hasta que mi espalda choca contra la nevera. Su aliento apesta a cerveza
cuando acerca su rostro al mío.
—Siempre arruinas todo, eres igual que la puta infiel de tu madre.
Su puño se estrella contra mi mejilla.
—¡Todo, Arlo! ¡¿Cómo alguien puede ser tan idiota como para arruinarlo
todo?!
Su rodilla se estrella contra mi estómago.
—¡Eres un asco de hijo! —Me sacude y mi cabeza golpea una y otra vez
la puerta del refrigerador—. Ojalá no hubieras nacido. Tal vez si no
existieras ella y yo podríamos haber sido felices. ¡Se hartó de criar a una
niña inútil como tú, por eso fue a follarse a ese universitario de mierda!
¡Quería algo de emoción porque la aburrías y la abrumabas siendo un
mocoso de mamá, incapaz de dejarla respirar!
Su rodilla vuelve a subir. Esta vez golpea mi entrepierna.
Me doblo antes de perder el equilibrio y colapsar contra el piso. Siento
dolor en tantos lugares que no puedo apretarlos ni protegerlos todos cuando
se cierne sobre mí y sus puños caen tal lluvia de meteoritos. Ni siquiera sé
describir cómo luzco, pero soy consciente de la sangre que resbala sobre mi
piel y la calidez de las lágrimas que se mezclan con ellas.
—Pa… papá, por favor —suplico sin aire—. Papá…
Me escupe en el rostro. Sus labios se mueven pero el zumbido en mis
oídos me imposibilita oír lo que dice. Tal vez sea mejor así. De esa forma al
menos hay una manera de las miles que existen en que no puede
lastimarme.
—¡No llores, no te atrevas a llorar! ¡Tienes que ser un maldito hombre,
Arlo!
Mi rostro golpea la loza. Mis brazos son apartados cuando intento
bloquear su ataque de ira. Mi pecho tiembla al crear sollozos que trepan por
las paredes de mi garganta y parecen desgarrarla. Mi visión se hace cada
vez más borrosa, pero no creo que sea por las lágrimas.
Los alrededores empiezan a oscurecerse.
El amor puede ser tóxico por el mismo motivo en que es sano: resiste. No
importa cuánto te hiera un persona, no puedes dejar de amarla de un
segundo a otro. Esa resistencia a no dejar ir lo que nos destroza porque
guardamos la esperanza de que deje de hacerlo nos lanza en un bucle
infinito de dolor.
Odio a mi papá porque se para y patea mi cabeza en este momento, pero
también lo amo.
Este es el mismo hombre que me llevó a caballito por kilómetros cuando
la camioneta nos dejó varados, y gracias a él pude asistir a mi primer
partido de fútbol. Es la misma persona con la que corría a las palomas para
que alzaran vuelo y convirtieran el cielo en un espectáculo de alas. Es el
mismo tipo que me llevaba a la gasolinera cuando estaba nervioso antes de
los partidos porque sabía que el olor a combustible me calmaba, y es el
padre que me enseñó a lavar mi bicicleta mientras él lavaba el coche los
domingos de primavera.
Bella dijo que me había enamorado de su mejor versión y que esa solo
existe en mi cabeza. Creo que estoy enamorado de la mejor versión de papá,
la cual en una época existió, pero que ahora solo habita en mi caja de
recuerdos mentales.
Extraño algo que ya no existe.
¿Cómo te desenamoras de tus recuerdos cuando al traerlos al presente te
llenan tanto ese corazón que ahora tienes vacío? ¿Cómo dejas ir el mejor
momento de tu vida sin la certeza de que podrás tener otro igual de bueno
en el futuro? ¿Cómo odias a una persona de la que estás hecho?
Estoy tan cansado.
Mi vista se oscurece un poco más. Estoy harto de proteger un cuerpo, una
mente y un corazón que ya están rotos. ¿Por qué me molesto en hacerlo?
¿No es lo mismo ser un millón de pedazos que dos millones?
Mis músculos se aflojan con cada golpe, hasta que dejo de estar en
posición fetal. Estoy tendido en el suelo de la forma más vulnerable en que
lo he estado en años. Ya no aguanto ser un ovillo de lana que se vuelve más
pequeño con cada tirón de hilo que le dan. Quiero dejar de ser un nudo tan
pesado. Quiero ser liviano y fluir, o al menos eso siento que deseo ser
cuando ya no tengo fuerzas para ser mi propio escudo.
Así que mi sangre fluye.
Y fluye.
Y fluye.
Solo papá puede detener el sangrado.
Espero que lo haga. Es mi último atisbo de esperanza.
«¿Puedes hacer que me ame lo suficiente como para detenerse, Dios?».
merece amor. 😭
1. Déjenle unas palabras lindas a Arlo aquí, por favor. Nuestro bebé
🤩❤️
idea... ¿Creen que él y Cora se ayudaron mutuamente?
4. Parte/frase favorita del capítulo
Con amor cibernético y demás, S.
30. Alma sin hogar
Arlo? 😶
resto de los paraguas? ¿Creen que Cora se enterará de lo que pasó con
3. ¿Cuáles son las cosas que más les aterran que pasen en la novela?
¿Creen que alguien terminará extremadamente roto al final? ¿Quién podría
llevarse la peor parte?
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
32. Alce con taquicardia
☔🥰
Sawyer vendrá a la fiesta aunque deba arrastrarlo.
¡Hola, reyes y reinas de la lluvia! ¿Leen con música? Les recuerdo
que tienen la playlist de la historia en Spotify (sí, 17 horas de música para
que les estalle el corazón en una montaña rusa emocional):
1. ¿Con qué tanto de miedo viven 1 al 40? ¿Cuáles son las cosas que más
los asustan?
2. ¿Alguna vez mintieron porque sabían que la verdad le dolería mucho a
alguien?
3. ¿Qué tan a la mierda o qué tan al paraíso creen que se irán las cosas en
la fiesta? ¿Más, menos o los mismos problemas? ¿Qué paragüitas creen que
👁️👄👁️
evolucionaron más y para mejor hasta ahora?
Un día leí que no gustarle a alguien no tiene nada que ver con nosotros
como personas. Es una simple cuestión de compatibilidad. Eso me abrió los
ojos.
Dejé de preguntarme si era lo suficientemente atractivo, inteligente e
interesante. Me di cuenta de que solía tomar los sentimientos no
correspondidos como un mensaje de pesimismo, uno que me recordaba que
había alguien mejor que yo, ahora y siempre. Sin embargo, es mentira. No
hay una persona mejor que otra. La comparación superficial que podemos
hacer no deja ver ni un cuarto —de lo bueno, lo malo, lo que sufrió, todo a
través de lo que pasó— que hay detrás de nuestra supuesta competencia,
que no es más que otro ser humano que padece las misma emociones que
nosotros.
Todo se reduce a ser compatible, lo cual no significa que se deba pensar,
sentir, soñar y querer lo mismo de forma sincronizada, sino que debe existir
una armonía entre lo que es el otro y lo que es uno. A veces, aunque
deseemos más que nada estar con alguien, esa persona puede estar tocando
una canción diferente para la cual necesita un compañero que sepa la letra.
Otras veces, puede querer hacer un solo, y eso está bien.
Es verdad que para ser compatibles tenemos que, en primer lugar,
aprender a sintonizar nuestra cabeza y nuestro corazón con la vida que
llevamos.
Gretha dijo que no está en la misma sintonía que yo. Debo respetarlo
aunque duela, ya que saber que las relaciones se basan en la compatibilidad
no nos ahorra la decepción, pero la aligera porque somos conscientes de que
no es nuestra culpa.
El problema es que creí que estábamos bien. Iba a alejarme y desearle lo
mejor, pero cuando regresé a la escuela para preguntarle si todavía quería
que le enviara su regalo de cumpleaños —pues no estaba seguro de si lo
querría luego de eso, sobre todo porque es muy personal—, encontré la
maceta hecha trizas. La tierra desparramada. El «eres especial» roto en diez
pedazos. Las flores aplastadas con rabia junto a las constelaciones pintadas
a mano.
¿Me odiaba?
Me sorprendió. No creí que fuera capaz de algo así. Aunque reconozco
que fui un idiota, mi disculpa fue sincera, pero que fingiera aceptarla me
hizo sentir horrible, peor de lo que estaba. La quería y, saber que la había
lastimado tanto como crear rencor donde antes no lo había, me carcomía la
conciencia.
Lo sigue haciendo cuando una chica entra a la librería. Es Liv, a la que
Levi le echó un ojo.
O los dos, mejor dicho.
—No soy buena aceptando obsequios —desliza un billete sobre el
mostrador para pagar lo que le faltaba el otro día.
Niego con la cabeza pero lo vuelve a empujar. Al ver que no lo acepto ni
digo nada más, se acomoda la correa del bolso al hombro antes de imitarme
y apoyar los codos sobre el mueble.
—¿Estás bien?
—No lo creo. ¿Recuerdas a la chica que no podía sacarme de la cabeza?
—Asiente y suspiro—. Bueno, creí que estábamos en la misma página. Nos
despedimos y le di un regalo de agradecimiento, pero lo… lo destrozó. No
sé si debo volver a disculparme porque hice algo mal. No entiendo qué
sucedió.
Endereza y alisa el billete.
—Tal vez estaba enojada o triste con algo más. Solemos desquitarnos con
la persona equivocada.
Eso me hace pensar en Sawyer. ¿Y si le hizo algo? ¿Si la lastimó como sé
que puede hacerlo?
Le advertí que debía mantenerse lejos de él. Si lo viera, le daría un
puñetazo.
—Oye, mírame —pide—. No es nuestro problema lo que las personas
hagan con nuestras disculpas. Si tus palabras fueron honestas, no debes
sentir culpa. Hiciste tu parte de la sanación. Ella debe hacer la suya,
¿entendido?
Abro la máquina registradora y dejo el billete. Siento que es capaz de
enrollarlo y meterlo en mi nariz si insisto en que se lo quede. Me regala una
sonrisa de autosuficiencia y se da la vuelta, pero se detiene a medio camino
de la puerta.
—¿A qué hora cierras?
—En una hora, ¿por qué?
Deja su bolso en el perchero y comienza a arremangarse el suéter hasta
los codos.
—¿Qué te parece si te ayudo a reordenar los libros hasta entonces? Noté
que hay algunos de romance en la sección de geografía. Me generó un tic
nervioso.
Me hace reír.
—Aprecio que camufles con una obsesión tus ganas de hacerme
compañía —digo y sonríe con los labios apretados, como si escondiera algo
—. Pero, ¿no tienes nada mejor que hacer?
—En realidad, sí. Hoy hacemos una fiesta para una amiga, esa que creo
que te caería bien. —Se pierde entre los estantes y veo sus ojos sobre los
lomos de las novelas publicadas de Wattpad—. Te vendría bien salir de
aquí, así que esperaremos hasta el horario de cierre y luego iremos a
divertirnos con personas reales en lugar de personajes ficticios, ¿de
acuerdo? No importa si llegamos un poco tarde.
Rodeo el mostrador, me cruzo de brazos y apoyo el hombro contra el
estante que inspecciona.
—Eras la clase de persona que no acepta un no como respuesta, ¿verdad?
Me señala con un libro.
—Soy el tipo de persona que salvará tu noche. De nada.
Aprieto la botella de vodka contra mi pecho mientras el auto desacelera.
Echo una mirada sobre mi hombro y observo a mamá levantar ambos
pulgares en un gesto de aliento.
—Hola, papá —digo cuando abro la puerta y me subo en el asiento del
copiloto.
—Cinturón, por favor —canturrea a modo de saludo antes de detener los
ojos sobre la botella—. Veo que planeas inhibir tus neuronas hoy.
Comenzamos el trayecto en dirección a la fiesta. No iba a regresar porque
el amigo de Grethalyn sigue hospedándose ahí. Papá me contó que entraron
a la casa del chico y le dieron una paliza antes de llevarse todo, por lo que
se sentía inseguro. Tal vez a causa del trauma no quiso volver a estar entre
las cuatro paredes de su hogar. Siento pena por él y por sus padres. Deben
sentirse muy impotentes.
La situación me recordó a Arlo. Él también luchaba cada vez que debía
atravesar la puerta de su casa, pero por razones diferentes.
Por ese motivo, además de que necesitaba pasar tiempo con mamá para
reunir valentía respecto a esta conversación, me quedé toda la semana con
ella. Sin embargo, ayer me llegó un mensaje de Gretha. Sus amigos le
organizarían una pequeña reunión y quería que fuera. En una ocasión me
había invitado a pasar el rato con ellos, pero no me sentía preparada.
Ahora lo estoy.
Y si no lo estoy tanto como creo, tengo una botella conmigo. El vodka
me ayudará a socializar.
—En realidad, necesitaba una bebida alcohólica para decirte algo.
Papá frunce el ceño y me mira de reojo. En cuanto destapo la botella y le
doy un trago que me obliga a cerrar los ojos con disgusto, abre los suyos
con asombro. Jamás me vio hacer algo parecido. Siempre intento actuar de
una forma recatada frente a él, pero se acabó.
—No quiero las mismas cosas que tú —digo con la garganta al borde de
las llamas.
Bueno, llamas o lágrimas, no estoy segura.
Intercala la mirada entre la calle y yo, pero antes de que pueda preguntar,
llevo a cabo la regurgitación verbal:
—Quiero estudiar algo relacionado con las plantas o el arte, tal vez
ambas. Me gustan las flores y pintar, y que te burles de eso me duele tanto
como que hagas comentarios sobre mi cuerpo o sobre las personas que
frecuento. —Doy otro trago rápido—. Y odio que me compares con Gretha,
deja de hacerlo. —Me limpio la boca con la manga del abrigo—. Estoy
cansada de intentar ser la hija que deseas. Prefiero intentar ser la persona
que quiero a partir de ahora.
Frena lentamente ante un semáforo en rojo. Voltea a verme y contengo la
respiración.
—Yo… —Parpadea aturdido—. Yo… te pediría un trago si no tuviera
que conducir. Esa es mucha información, Cora.
Contra todo pronóstico, se me escapa una risa. Jamás vi a papá tan
desconcertado con algo en la vida.
—No compartimos muchas cosas en común, por eso insistí tanto en que
estudies Medicina. —Pasa las manos por el volante, pensativo—. Creí que
era lo único que nos conectaba y no quise soltarlo porque no sé llegar a ti de
otra manera. Sé que es mi culpa y…
—Nuestra culpa —corrijo al abrazar la botella con más fuerza, a modo de
consuelo—. Siento haber fingido que todo estaba bien.
Los extremos de sus espesas cejas se acercan hasta casi tocarse en su
glabela. Así se llama el espacio entre ellas. Lo aprendí en los libros que me
dio.
—Lamento mucho haberte presionado. Quiero lo mejor para ti, nunca
quise herirte. Yo… —Resopla como si fuera una idiotez lo que está
pensando—. Quería hacerte reír. Siempre quiero hacerte reír, aunque ahora
sé que mis bromas son de mal gusto. Es solo que desde hace mucho tiempo
pareces infeliz y creí que era mi culpa por obligarte a mudarte con Marion y
Gretha. No sabía que estaba alimentando ese sentimiento de infelicidad. En
mi ignorancia, intentaba hacerlo desaparecer de la forma incorrecta.
De nuestras mejores intenciones pueden salir los peores resultados. Es un
error humano intentar ayudar a alguien como te gustaría que te ayuden a ti.
Sin embargo, antes de actuar debemos preguntar. Es algo en lo que todos
debemos trabajar.
—Lo único que necesitamos en común para sentirnos conectados ya lo
tenemos. Se llama papá-ama-a-Cora y Cora-ama-a-papá.
—También se llama papá-te-advierte-que-tendrás-una-resaca-mañana.
Echo la cabeza contra el asiento, aún acunando la botella. Le sonrío
mientras pisa el acelerador cuando el semáforo pasa de rojo a verde.
—Supongo que es algo bueno que seas doctor en ese caso.
Bufa.
—No estudié diez años para llevarle a mi hija con resaca pastillas y vasos
de agua a la cama.
—No, tienes razón. Te convertiste en padre para eso.
Su risa es contagiosa. Es la primera vez que el sonido sale natural de mí
en su compañía y se siente como salpicaduras de témpera fresca sobre la
piel en verano.
—Hablaremos de esto a profundidad cuando te encuentres sobria —
asegura—, pero debes saber que eres mi persona favorita en el mundo,
Cora. También la de tu madre. Eso jamás cambiará, no importa quién
quieras ser.
Doy otro trago al vodka para celebrar que soy su flor favorita.
—Buenas noches, ¿cuánto cuesta el bus? —pregunta Patricio cuando
Karim abre la puerta.
—Un euro —respondo, como lo ensayamos.
—¡Pues que se bajen todos, me lo quedo! —termina el pelirrojo.
Al chico frente a nosotros no le hace gracia. Casi me siento mal por Pat,
pero sus chistes sí que son malos.
—¿Qué haces aquí? —pregunta el dueño del hogar, echando un vistazo
sobre su hombro hacia el interior de la vivienda.
El cazafantasmas y yo intercambiamos miradas. No hace falta que nos
diga que no salió del clóset con su familia.
—Venimos a llevarte a la fiesta de mi amiga —explico.
Karim abre la boca, pero nada sale de ella. Desde que me besó y huyó me
he sentido mal. Cuando le conté a Patricio, siendo una persona empática,
dijo que debíamos ayudarlo. No se sintió celoso, inseguro o enojado por el
beso robado. En realidad, lo entristeció: «Solo es un adolescente asustado
que quiere lo que tenemos: libertad para ser quienes somos y tomar la mano
de un chico en público. Si le enseñamos que hay gente que nos acepta, que
todos deberían, tal vez sienta menos miedo».
—Lo… —Mira al pelirrojo con culpa—. Lo siento, no sabía que estaba
contigo antes de…
Sacude ambas manos para restarle importancia.
—Ahora lo sabes, no te preocupes. ¿Y conoces qué otra cosa sabrás
luego de esta noche?
Karim parece cada vez más perdido. Necesita un mapa, pero el atisbo de
una sonrisa conmovida le tuerce las comisuras de los labios.
—Que tienes nuevos amigos si necesitas hablar de estas cosas —termino
por él.
—Y que uno de ellos cuenta excelentes chistes —añade el cabeza de
calabaza.
Tiro de los cordones de mi sudadera hasta que mi rostro desaparece en la
vergüenza, pero oigo a ambos reír.
Alguien toca la puerta.
—¡Ya va! —grito, pero otro golpe me asegura que no me han escuchado
sobre la música.
Liv avisó que demoraría porque vendrá con alguien, aunque ya deben
haber llegado. Hasta donde sabía, solos nos teníamos los unos a los otros
como amigos, pero me alegra que esté expandiendo su círculo social. Será
más fácil celebrar este cumpleaños si hay adolescentes presentes que nos
ayuden a actuar como tales.
Los puños contra la madera se vuelven cada vez más violentos mientras
me seco las manos. El brazo enyesado me entorpece, así que tardo el doble.
Si algo no me gusta de estos desconocidos es su impaciencia.
—Dije que ya… —Abro la puerta y soy incapaz de terminar la frase
porque alguien cae contra mí.
Rodeo la cintura de la chica con mi mano sana y la atraigo porque no
tengo la fuerza para sostenerla en el aire.
—¿Te estabas masturbando que tardabas tanto, nutria sucia? —Se
sobresalta cuando le agarra hipo.
—¿Bella? —pregunto confundido.
Como si su cuerpo fuera el de una muñeca de trapo, permanece con el
mentón clavado en mi pectoral y el único movimiento que hace es fruncir el
ceño.
—Tú no eres una nutria sucia. Eres Arlo.
Jamás la vi ebria. Para ser honesto, tampoco creí que volveríamos a
vernos. Por primera vez en una semana soy capaz de reír entre una mezcla
de alegría y desconcierto. Esto tiene que ser obra de los chicos. Ahora
entiendo por qué Liv dijo que tardaría.
Fue a buscarla.
No me sorprende que haya dado con ella, pues inteligencia y acceso a
Google le sobran.
Ni siquiera es mi cumpleaños y siento que me han dado uno de los
mejores regalos. Los últimos días han intentado hacerme sentir mejor.
Aunque no les nombré a Bella ni una vez, me conocen lo suficiente como
para saber que esto es justo lo que necesito.
Sin embargo, creo que se les fue la mano con el alcohol, pero Bel lo
habrá querido así. Después de nuestra abrupta despedida no debió ser fácil
pensar en un reencuentro, más allá de que no me enojé con ella porque
estuviera con otro.
Sé que no siente por él lo que siente por mí. Fue autosabotaje.
Con una reacción tardía, apoya las manos en mi pecho y se impulsa hacia
atrás. Trastabilla porque no hay una pared tras ella y se aferra a mi brazo
bueno para no caer. Alcanzo el pomo de la puerta y la cierro para que pueda
apoyarse contra ella. Siempre odie que este baño fuera tan pequeño, pero en
este momento estoy agradecido. Nunca quise sentirme tan cerca de una
persona como ahora.
Podríamos vivir en un dedal juntos y sería feliz.
Entonces, sigo sus ojos mientras me recorre. La felicidad que siento se
opaca al ver que se lleva una mano a los labios, que apenas toca con las
yemas de sus dedos.
—Me están ayudando —aseguro para que no se preocupe más de lo que
lo hará—, pero no quiero hablar de eso. No ahora.
Ni el alcohol es tan fuerte como para mantener alejado a mi padre de mi
vida. Me pregunto hasta cuándo seguiré recibiendo miradas de lástima.
Como si me leyera el pensamiento, y tal vez lo hace porque me conoce,
baja la mano y se aferra al lavamanos que tengo detrás.
—¿Y de qué quieres hablar?
Reprimo una sonrisa.
—De ti.
«Siempre quiero hablar de ti».
Me sostiene la mirada. Lo que sea que tomó, dilató sus pupilas. La cálida
luz del baño parpadea, la canilla gotea y nuestros pies son tragados por el
juego de luces que se filtran bajo la puerta. Su respiración es cada vez más
fuerte o siempre fue así y solo la oigo mejor porque se inclina hacia mí con
los labios entreabiertos. Inhalo hondo y su perfume me embriaga.
Deseo tenerla al alcance de un abrazo desde la última vez que la vi.
—Soy plenamente consciente de lo que hago —murmura cuando tomo su
brazo en señal de que voy a detenerla porque no quiero aprovecharme.
—De todas formas tengo el labio partido. Por más que quiera darte un
beso, no podría. —Trazo círculos con el pulgar sobre su hombro—. Tal vez
me desmaye del dolor, quién sabe.
Aunque bromeo, su expresión permanece seria.
—Si caes, te atraparé —promete con voz firme y ojos brillantes—.
Quiero atraparte, nutria limpia. Tendría que haberlo hecho.
Resoplo para no reír y niego con la cabeza. Quiero que mi vida deje de
hacer sentir mal a otros.
—Estoy cansado de que la gente que quiero asuma una culpa que no les
pertenece.
Mi frustración le habla y ella contesta con otro ataque de hipo que me
obliga a empujar las preocupaciones al fondo de mi cabeza. Es adorable.
—Distracción, entiendo. —Asiente despacio.
Sus manos se arrastran hasta mi espalda baja y se pone de puntillas de
pie. Su aliento acaricia mis labios y cierro los ojos. Sé que el dolor que
pueda sentir valdría la pena, pero no sé si estoy preparado para besarla sin
saber si se quedará cuando salga el sol o vuelva a desaparecer.
—Dije que nada de besos.
—Dijiste que nada de besos en la boca. Para tu suerte y la mía, el cuerpo
tiene muchas otras partes.
Sus dedos se deslizan bajo mi camiseta y mi piel se estremece ante el
tacto suave y travieso. Dejo caer la cabeza hasta apoyar mi frente contra la
suya.
—Bella… —advierto.
Aprieta sus caderas contra las mías. Trago saliva.
—Déjame hacerte sentir bien —susurra y levanta un poco el mentón,
hasta depositar un beso en la punta de mi nariz—. Por favor.
Mis botas se hunden ligeramente en la tierra y en las hojas mojadas que
cubren el patio. La música que proviene del cobertizo se oye como el
murmullo de un amigo extrovertido y charlatán hacia el introvertido más
callado: la noche. A través de las ventanas veo el juego de luces. Creo que
desempolvaron la bola de cristal que teníamos guardada en la canasta de
una bicicleta.
Me pidieron que me presentara a las once, una hora antes de mi
cumpleaños. También me prohibieron ayudar bajo cualquier punto de vista.
Dijeron que se encargarían de todo y no me quedó hacer otra cosa más que
sentarme a pensar.
Tengo una licenciatura en bucles de pensamiento obsesivo, así que no fue
tan difícil.
Es extraño cumplir años. Nunca sé cómo sentirme; si nostálgica porque
crezco o, por el mismo motivo, feliz. Antes no podía esperar a terminar la
preparatoria y hacerme mayor. Quería irme, ser independiente y vivir
aventuras. Sin embargo, cuanto más se acerca el momento, más miedo me
da porque no hay una etapa de transición. ¿Cómo puede saber un
adolescente de diecisiete años lo que quiere hacer “por el resto de su vida”?
¿No debería existir algo entre la preparatoria y la universidad? Porque se
siente como un salto muy grande, uno para el cual muchos no estamos
preparados.
Sacudo la cabeza para dejar de pensar en eso. Me detengo frente a la
puerta. Mi padre dice que los cumpleaños son para celebrar que estamos
vivos; mamá, que son un recordatorio de que nos queda un año menos de
vida. Solo por hoy, estaré de acuerdo con mi progenitor.
Al entrar, reprimo una sonrisa al pensar que todas las personas que quiero
están aquí.
Sin embargo, no hay nadie.
El lugar está vacío. Al principio creo que es una broma y que saltarán de
sus escondites para asustarme, pero los segundos pasan y no se oye ningún
sonido sobre la música electrónica. Cierro la puerta y me esfuerzo en no
sentirme decepcionada. No me importa lo material. No me cambia la vida
que no haya decoraciones, comida o regalos, pero sí que no haya gente.
Me obligo a repetir que tuvieron un gran gesto y debería sentirme
agradecida con que hayan recordado que cumpliré dieciocho en una hora.
—Supongo que de momento solo somos tú y yo —digo al alce
embalsado que me mira desde la pared, el que esconde las pastillas de
Timmy—. Y Camello —añado al ver el conejo corretear frente a mis pies.
Observo los alrededores sin saber qué hacer. Opto por apartar la cortina
de Nenrrieta y sentarme en la cabina de fotos a esperar. Chequeo el móvil
porque tal vez tuvieron una emergencia, pero no hay nuevos mensajes.
Subo en la conversación hasta encontrar una notificación de la madrugada
en que Arlo fue ingresado al hospital:
Sawyer ha abandonado el grupo.
Desde que los chicos han insistido en que le hablara para que regrese, he
estado nerviosa. Jamás tuve la intención de marginarlo. Sé lo que se siente y
no leo deseo para él ni para nadie. Solo quería que se junte con mis amigos
sin mí y que yo me juntara con ellos sin él.
La culpa de haber pasado la noche juntos mientras Arlo recibía una
paliza disminuyó, pero sigue ahí.
Sé que tengo que aprender a no tomar responsabilidades que no me
pertenecen, pero es difícil cuando ser responsable con otros me ayuda a
sobrellevar que no lo soy conmigo misma: no me hago cargo del daño que
me hago y, en consecuencia, sigo haciéndomelo. Protegemos al resto de lo
que nos gustaría ser capaces de protegernos.
El problema es que cuando tomas el papel de escudo por tanto tiempo, no
sabes cómo volver a ser un guerrero.
Y no tengo idea, o tal vez no quiero tenerla, de cómo enfrentar mis
problemas. También me asusta la idea de usar a otros como escudo y que se
olviden de sus propias batallas.
—Oh, lo siento, no te vi —dice alguien y levanto la vista para encontrar a
Sawyer cerrando la puerta—. Disculpa por pisarte, fue sin querer —sigue
pidiendo perdón a personas invisibles mientras avanza hacia mí—. Lo
siento, lo siento. Hay demasiados seres humanos en este lugar. Casi que ni
se respira. —Le dice a alguien de la multitud.
No creí que lo primero que haría al verlo sería reír, pero tiene ese efecto
en mí.
—¡Aquí estoy! —Agito los brazos para seguirle la corriente.
Simula atascarse entre la muchedumbre inexistente. Otros lo tomarían
como una burla a que no hay nadie donde deberían estar todos, pero yo le
extiendo una mano con diversión. La toma y forcejeamos un poco, hasta
que logramos sacarlo de la estampida adolescente que hay en mi fiesta.
—Creí que me tomaría horas llegar hasta aquí. —Se deja caer con alivio
en el asiento de Nenrrieta, a mi lado—. Fue una casualidad encontrarte en
este mar de personas, Gretha.
Una parte de mí, por la forma en que baja la voz, piensa que sus palabras
van más allá. «Fue una casualidad encontrarte en todo el mundo y...».
Ambos miramos nuestras manos todavía enlazadas. El contacto de su piel
caliente contra la mía me ablanda el cuerpo y los pensamientos. «Y estoy
feliz por eso».
—Tienes razón. —Tengo un nudo en la garganta—. Fue una de las
mejores casualidades encontrarte y una terrible causalidad perderte. Siento
mucho haber sido injusta y haberte pedido que dejaras de venir al club.
Su pulgar acaricia el dorso de mi mano cuando se encoge de hombros.
—Sentía que merecía el castigo de no verte luego de olvidarme de Arlo.
No es tu culpa.
Le doy un apretón.
—Tampoco es tuya.
Deberíamos pensar que fue una casualidad que así se desarrollaran los
hechos esa noche, no una causalidad de nuestras decisiones. El padre de
Arlo podría haber desatado a la bestia que esconde en cualquier momento.
Si no dejaba a su hijo en el hospital hace una semana lo haría hoy o el mes
que viene.
No se puede escapar de algunos males. Solo nos queda atravesarlos.
Me sonríe y le devuelvo la sonrisa. Así ponemos fin a una conversación
que no tiene motivo para extenderse. Las palabras sobran cuando dos
personas sienten lo mismo porque un buen silencio lo dice todo.
Me suelta y se gira en busca de cerrar la cortina de la máquina de fotos.
—Para tener privacidad de la salvaje multitud que vino a celebrar tu
cumpleaños —explica.
No espera que mi risa cese. Sus manos se deslizan por mis mejillas de la
misma forma en que las personas las deslizan bajo el agua; ahueca y atrae
mi rostro para saciar la sed de conexión. Me sostiene la mirada y sus ojos
me transmiten una sola palabra: aquí.
A veces un rostro no dice nada, solo confirma lo que ocurre. Él está aquí
porque quiere. Yo estoy aquí porque quiero. Nosotros estamos aquí
anhelando lo mismo, que no es más que embriagarnos con la cercanía hasta
el punto donde los sentimientos no puedan ser expresados más que a través
de la piel.
Me parece curioso que describan el amor como algo mágico. Para mí, no
tiene nada que ver con la magia. Es real, no algo imposible sacado de una
novela de fantasía o una ilusión bien practicada, y eso lo hace especial. No
debemos abrir un libro e imaginar una cosa que dejará de existir en cuanto
lo cerremos. Tampoco es un truco. Amar y ser amados está a nuestro
alcance, aquí, en el mundo de verdad.
Si algo tenemos en común con los magos ficticios y con los ilusionistas,
es que debemos practicar para mejorar esta habilidad llamada ser mejores
amándonos a nosotros mismos y al resto.
El pulgar de Sawyer toca la comisura de mi boca y se desliza en una lenta
caricia por el labio inferior. Sus ojos siguen el movimiento como creíamos
en la inocente infancia que la luna nos seguía al andar en auto. Miro el
tranquilo aleteo de sus pestañas, el sutil arco de sus cejas y el flequillo que
se despliega despeinado sobre su frente. Apoyo una mano en su muslo y
aprieto.
Tiemblo cuando me toca. No por miedo, sino porque lo extrañé hasta el
punto donde mi sistema nervioso pierde el control ante su cercanía. Me
gusta tanto que siento electricidad en cada parte que mira y roza.
—Entiendo que tengamos problemas que resolver por separado y que no
estés lista para explorar por completo esto, pero… —Hace una pausa que ni
la música puede llenar—. ¿Puedo besarte una vez?
—¿Puedes besarme más de una vez? —pido en su lugar.
Ladea la cabeza y traga saliva. Luce como la combinación de la empatía
y la frustración.
—Antes de eso quiero decirte algo.
—Cualquier cosa. Siempre —digo atrapada en un dejá vú.
—Sé que te duele. Sé que te cuesta. Sé que incluso cuando lloras sientes
que todavía queda algo que no puedes dejar salir. —Inhala y mi mano sube
hasta detenerse sobre su corazón, que parece querer salirse de su cara
torácica—. Tu pecho no termina de bajar o subir porque está reteniendo
algo y te asusta estallar y llegar a tocar ese pensamiento autodestructivo
otra vez. —Sus ojos se conectan con los míos, pero su pulgar permanece
contra mi boca, ahora entreabierta—. Te veo temblar e intentar no hacer
ruido. Te veo encogiéndote como si no pertenecieras a la tierra donde pisas.
Te veo. Te veo de verdad, más allá de lo que crees que no te hace agradable,
y me parte el alma que no veas lo mismo porque no hay una sola parte de ti
que no sea extraordinaria. A partir de ahora debes esforzarte y dejar que te
ayuden, ¿sí?
Asiento porque tiene razón. Hay que dejar de teorizar sobre lo que nos
haría bien y empezar a practicarlo. Debemos darnos cuenta por nosotros
mismos que merecemos más de lo ni siquiera nos atrevemos a pedir.
Tenemos que dejar de mirar lo que nos destruye y parar de invisibilizar lo
que nos puede sanar.
Mirarnos.
Mirarnos más allá de la piel, ver que somos suficiente en todos los
sentidos que existen cuando dejamos de observar el reflejo del espejo como
un enemigo.
—Eres tantas cosas que no encuentro una palabra que las englobe todas,
a excepción de tu nombre —añade.
Me acerco porque no aguanto la distancia. La semana se sintió un para
siempre.
—Dilo. —Mi mano se hace un puño sobre su camiseta, despacio—. Di
mi nombre.
—Gretha.
Cierro los ojos. Nuestros labios se rozan.
—Dilo otra vez.
—Gre… —Su aliento hace cosquillas contra mi boca, debe hacer una
pausa porque lo abruma el mismo sentimiento de anticipación que a mí—.
Gretha.
Como si fuéramos dos agujeros negros en el espacio, nos absorbemos el
uno al otro, hasta que no somos capaces de diferenciar dónde empieza él y
dónde empiezo yo.
¡Hola, mis paragüitas preciosos! 🥰 Un capítulo mega cargado (nunca
¡Resistan!🥺
habían narrado tantos personajes en un solo cap) para acortar su semana.
¿Están muy estresados? ¿Se lavan primero el cabello o el
cuerpo? ¿Cantan en la ducha?
1. Estoy nerviosa y desesperada porque Arlo y Corabella están en el baño
mientras Sawyer y Gretha están en la cabina de fotos y... Ay, todos bajo el
mismo techo. Charlie, Liv, Timmy, Patricio y Karim en camino. ¿Qué tan
👁️👄👁️
2. ¿Parte, escena o frase favorita del capítulo?
3. ¿A quiénes shippean y por qué?
Con amor cibernético y demás, S.
A Malcom y a Cora les gusta esto.
❤️
34. Salvarse a sí mismo
1.😶 😶
cabello con dulzura o los está tratando como en el gif?
Digan lo que piensan/cómo se sienten con la revelación de Sawyer,
descárguense
2. ¿Alguna vez los traicionó alguien que querían mucho?
3. ¿Están listos para leer el paraguas roto de Gretha? ¿Sienten que esta
historia los está ayudando en algún aspecto? ¿Necesitan compartir algún
❤️
pensamiento? Porque acá estamos para leerlos todos.
Con amor cibernético y demás, S.
❤️🥺
35. Quinto paraguas roto: Gretha
Un año atrás...
Me miro en el espejo y reprimo las ganas de sonreír, pero es imposible.
Me veo bonita con el uniforme, la media coleta y el maquillaje. Esta es
una de mis partes favoritas de estar en el escuadrón.
Cuando estoy feliz me siento como el mejor lugar del universo. En sus
peores momentos algunas personas dicen que quieren ser otras, yo quiero
ser la misma, pero en esta versión.
—¿Te gusta? —Sindy se para detrás de mí.
—Con ese pulso deberías ser cirujana. —Ladeo la cabeza para apreciar el
delineado.
Apoya el mentón sobre mi hombro y me corresponde la sonrisa.
—Me conformo con que seamos porristas hormonales esta noche.
—Hablando de hormonas… —Paloma, la capitana, se acerca para
retocarse el labial—. ¿Conocieron a la nueva adquisición del equipo de
fútbol? Es lindo, aunque parece retardado y da un poco de miedo. Estoy
segura de que podría ser como uno de esos psicópatas que tienen un club de
fans solo porque son físicamente agraciados y…
Mi teléfono vibra. Es Charlie.
¿Me bajas una estrella?
Le contesto:
Haré todo lo posible.
—¡¿Listas para animar este juego, señoritas?! —grita la entrenadora y
lanzo el teléfono dentro de mi bolso, emocionada.
Hay chicos que lo encuentran en una comunidad de videojuegos en línea
y otros en una de libros, algunos lo hacen al formar parte de un equipo
deportivo y varios se sienten así con el grupo con el que almuerza, pero
todos tienen en común que quieren sentirse parte de algo. De algún lugar.
Incluso el más solitario anhela compañía, no importa si se trata de una
persona o de diez. No hay nada que un adolescente, que un ser humano,
necesite más que socializar de forma sana. Al menos, un rato cada tanto.
Salimos al campo gritando, corriendo y haciendo volteretas en el aire. La
diversión es potenciada por el grupo y hecha explotar cuando los
espectadores vitorean. La brisa nocturna me enfría la piel caliente por los
minutos que estuvimos calentando en el gimnasio. Los cánticos acompañan
la música de la orquesta y me envuelve una sensación de entusiasmo y
salvajismo.
—No mires, pero… —Sindy oculta su sonrisa detrás de sus pompones—.
Creo que le gustas al receptor del enemigo.
El 21 tiene el casco debajo del brazo cuando me hace un ademán con el
mentón a modo de saludo. Se lo devuelvo al agitar un poco un pompón. Si
no me gustara Charlie, tal vez podríamos salir. De momento disfruto la
atención porque es bonito sentirse deseada.
—Muévele un poco el trasero cuando te subamos. —Paloma lo mira
sobre su hombro—. Tal vez lo distraigas lo suficiente como para que
pierdan.
Reímos y volvemos a estar pendientes del juego, hasta que en el medio
tiempo nos toca animar a la multitud, aunque ya está lo suficientemente
animada porque vamos ganando. Iniciamos la rutina y mi ritmo cardíaco
aumenta al bailar. Mi garganta arde cuando nos sincronizamos para entonar
y mis músculos queman con cada salto. No puedo evitar que se me escape
una sonrisa al ver a Charlie entre el mar de gente.
Llega la hora de la pirámide. La practicamos tantas veces que no hay
nada que temer mientras escalo y me suben hasta la cima. Los reflectores se
sienten como soles que me miran fijo y, más allá de ellos, el cielo se
extiende como una alfombra estrellada por la que siento que puedo caminar.
La brisa, los aplausos, el equilibrio de mi cuerpo, la seguridad de que mis
amigas me sostienen y los ojos hipnotizados que siguen mis movimientos
crean una escena perfecta.
Entonces, un ruido agudo acapara la atención. Alguien encendió el
megáfono:
—¡Bajen a la gorda que no veo el tablero!
El primer segundo no tengo reacción porque no comprendo el
comentario. No puede ser para mí. Sin embargo, las manos que sostienen
mis piernas tiemblan. Aunque no debería, bajo la mirada por instinto. Sindy
y Paloma intentan no reír, pero el equipo de fútbol lo hace por ellas. Al
levantar la vista, encuentro que el público también ríe. Siento un nudo en la
garganta e intento disimular que se me cristalizan los ojos al forzar una risa
también.
«Esto es estúpido, no debería afectarte. Concéntrate», me digo.
Sin embargo, los reflectores que hace un minuto no me molestaban,
ahora me ciegan. Me tambaleo. Mis compañeras aprietan mis pantorrillas
para estabilizarme, como lo hicieron cientos de veces, pero ya no siento que
me tocan para cuidarme... Sus dedos estrujando mi piel son como una burla
y tengo la desesperada necesidad de que se alejen. No quiero que me
toquen. No quiero que me vean, que nadie lo haga. Quiero que apaguen las
malditas luces y el cielo si hace falta.
Con el eco de las risas en mis oídos, logro volver a tierra firme. Mi
cuerpo se mueve en piloto automático para terminar la rutina y luego le
digo a la entrenadora que necesito ir al baño. Nadie vuelve a mirarme
porque los jugadores retoman el partido.
Se olvidan de lo que acaba de pasar.
Pero ¿cómo lo olvido yo?
El sendero está desierto, pero por algún motivo camino cada vez más
rápido, como si alguien me persiguiera. Me doy cuenta de que solo me
apresuro porque tengo muchas ganas de romper a llorar pero quiero estar
segura de que nadie me vea. A pesar de eso, cuanto más próxima estoy al
vestuario, más siento que no puedo aguantar.
Estoy tan avergonzada, triste e impotente.
Sobre todas las cosas, confundida.
Abro la puerta de un tirón y apoyo las palmas en el lavamanos. Me
acerco tanto como puedo al espejo: mismo uniforme, misma media coleta y
mismo maquillaje que hace una hora atrás.
¿Cómo puedo verme igual pero sentirme tan distinta?
Doy un paso atrás. Luego, otro. Repito la acción hasta que veo mi reflejo
entero. ¿Mis tobillos son anchos? ¿Mis gemelos y mis cuádriceps deben ser
más pequeños? Porque me gustan mis músculos, me ayudan a llegar a lo
alto de la pirámide, aunque… Ya no estoy segura de querer subir a la
pasarela de estrellas, no después de lo que pasó. Deslizo una mano por mi
abdomen, ¿de esto se reían? ¿O era por mis pechos? No sé si son
consideramos grandes, medianos o pequeños. ¿Y por qué mis brazos lucen
como los de un chico? Estiro el cuello y ladeo la cabeza. Demasiadas
mejillas.
Tal vez hay demasiado de mí, en general.
El reflejo de Charlie aparece cuando entra al vestidor. Luce como si
pudiera escuchar todas las dudas de mi cabeza. Lo que no entiendo es por
qué no contradice ninguna, es como si con solo ver mi expresión supiera
que nada de lo que diga servirá.
Pero ¿qué pasa si no dice nada porque no quiere mentirme? ¿Y si el resto
tiene razón?
Cuando intenta abrazarme me alejo porque todavía siento el manosea
burlesco de Sindy y Paloma al apretar mi carne. Le pido que me deje sin
mediar palabras.
Entonces me miro en el espejo y reprimo las ganas de llorar, pero es
imposible.
Actualidad...
Me detengo frente a la piscina. Mi reflejo luce frágil, capaz de romperse
ante la caída de cualquier hoja o la más pequeña ondulación del agua. Me
siento identificada con él. Por dentro soy así de inestable en este momento.
—¿Sabían quién era el día que nos conocimos? —pregunto.
Recuerdo cuando se lanzó a la pileta luego de que me caí. Rompió la red
de hojas y dejó entrar el sol. Las puntas de su cabello buscaron las mías,
moviéndose como un coral. Todavía, si cierro los ojos, puedo sentir la
firmeza de su agarre en mi abrigo antes de que rompiéramos el cascarón
acuático.
—Empezaste a salir con Cora solo para acercarte, ¿verdad? —añado con
amargura.
No fue una coincidencia. Fue un plan.
Giro para enfrentarlo. Luce como un soldado al que acaban de dispararle,
pero, milagrosamente, continúa de pie.
El amor es una guerra. Dos personas se enfrentan a un ejército de
problemas dirigidos por el azar de la vida o el destino de algo más grande.
Creí que nosotros éramos un equipo; cuando él sangraba, yo curaba sus
heridas, y cuando yo era atacada, él me defendía. Sin embargo, ¿qué haces
cuando tu compañero te traiciona? ¿Y si te das cuenta de que parte de la
guerra la desató la persona que te prometió la paz?
Me clavó un puñal por la espalda y, ahora, me clava otro directo en el
pecho:
—Lo siento —susurra.
Estoy tan enojada.
—Usaste a Cora.
—Lo siento.
Sus ojos se asemejan a lo que sería que cubrieran el océano con cristal y
las olas, en un arrebato salvaje, comenzaran a romperlo de a poco.
—Hiciste que Liv perdiera su beca.
—Lo siento —repite.
—Te acostaste con la madre de Arlo.
El nudo en mi garganta se aprieta.
—Lo siento.
—Hiciste que le dieran una paliza a Timmy.
Niega con la cabeza, decepcionado de sí mismo, al borde del llanto.
—Lo sien…
—¡¿Y por qué demonios no lo dijiste antes?! —estallo.
Camino hasta que solo nos separa un paso y sus mentiras. El frío le
enrojece las mejillas y la punta de la nariz. Sus labios siguen hinchados por
lo que hicimos en la cabina de fotos. Su vista cristalizada me hace preguntar
si el cristal sobre el océano se quebrará por primera vez. Escucho un
«crack» en cada una de sus agitadas respiraciones, o tal vez soy yo.
—Tuviste un año y cientos de oportunidades para decir que lo sentías,
Sawyer.
Algunas personas dicen que, tarde o temprano, todo llega. Lo que no
dicen es que hay una gran diferencia entre una disculpa que aparece cuando
la necesitas y otra que lo hace cuando comienzas a pasar de página. Un «lo
siento» dicho en tu peor momento puede ayudarte a salir de ahí; tiene la
capacidad de ahorrarte una cantidad de sufrimiento innecesario, pero uno
dicho cuando ya te resignaste a que nadie se disculpará contigo, ese que se
presenta cuando estás saliendo del pozo en el caíste, puede desestabilizarte
y hacerte tocar fondo otra vez.
Es verdad, tarde o temprano todo llega, pero que llegue en un momento o
en otro puede cambiar el rumbo de tu sanación.
Incluso si la disculpa no cambia las circunstancias, es distinta.
—No es tan fácil, Gretha. —Se lamenta.
No puedo evitar reír.
—Pero fue fácil aceptar el lugar que hicimos en nuestro grupo para ti,
¿no? —cuestiono—. Fue fácil dejarnos vivir en la fantasía de que no sabías
de antemano los secretos que te confiábamos. Fue fácil tener gente que se
interesara, te escuchara y se preocupara. Fue fácil aceptar cada palabra y
abrazo que se te dio. Fue… —Tiro de las mangas de mi camiseta hasta
agarrarlas entre los puños—. Fue fácil dejarnos creer que eras nuestro
amigo.
—Pude pretender que no los conocía, pero juro que jamás fingí lo que
sentí por cada uno de ustedes. —Da un paso al frente para cerrar la
distancia entre nosotros. Estamos tan cerca que veo el reflejo de la luna en
sus pupilas—. No fingí lo que sentía por ti.
Quiero creerle, pero el problema es que siempre le creí y acaba de
demostrarme que no debí hacerlo. Recuerdo haberle dicho que no tenía por
qué mentirnos, que ya estábamos acostumbrados al dolor.
—Tal vez exactamente por eso debería. Merecen algo de bien al final del
día.
—No puedo hablar por todos, pero preferiría algo que lastime a una
cosa que no merezca.
—¿Crees que no mereces cosas buenas?
—Creo que no merezco mentiras.
—Tampoco mereces que algo duela, Gretha —responde con más fuerza
de la usual, como si estuviera a la defensiva.
Le sostengo la mirada. Lo evalúo. Busco el error, la trampa, el desliz.
No encuentro nada.
—Prefiero elegir lo que me duele, no que lo elijan por mí.
No entiendo cómo una persona puede hacerte tanto bien y tanto mal. No
soporto que el poder que tengamos sobre alguien sea una moneda de doble
cara; tenemos la capacidad de hacerlo sentir como la creación de un
universo y también como la destrucción de uno.
—¿Siquiera tenías planeado contarnos en algún momento o creíste que
nunca saldría a la luz?
—Quería, pero… —Se pasa una mano a través del cabello, frustrado—.
No pude. Si les decía, iban a alejarme. Y después de conocerlos quería
ayudarlos como fuera. Necesitaba saber que estarían bien y solo podía
hacerlo si me quedaba, sé que no era mi decisión para tomar...
—Solo querías limpiar tu conciencia —entiendo.
Niega con la cabeza y me alejo. Le doy la espalda porque necesito un
segundo para no estallar otra vez. Inhalo y cada parte de mi cuerpo tiembla
con rabia.
—Quería enmendar mis errores —insiste en un hilo de voz.
—No fueron errores cometidos sin querer, fueron decisiones.
—¿No pueden ser lo mismo? A veces lamentas lo que decides.
Me limpio la nariz con el antebrazo y observo el cielo. Siento incluso
más furia. Los que creen que el destino está escrito en las estrellas, ¿no se
enojan con ellas por saber cuánto dolerá algo y no advertirles?
—Tienes razón. Lamento haberte invitado al club.
Me rodea hasta quedar frente a mí otra vez.
—Mis amigos no merecían nada de lo que les hiciste —insisto—. ¿Cómo
pudiste sentarte a escuchar todas las desgracias que les causaste mirándolos
a los ojos? Porque si te arrepintieras de verdad, no habrías soportado tanto.
Habrías hablado.
Baja la mirada a sus zapatos y esconde las manos en los bolsillos de su
chaqueta.
—Tú tampoco lo merecías —dice en su lugar.
No quiero hablarlo, pero presiona con una chispa de triste diversión:
—¿Incluso ahora te dejarás en segundo plano? ¿No puedes priorizar tus
sentimientos con los de ellos?
—No empieces —advierto con impotencia—, los lastimaste tanto que…
—¡También te lastimé! —explota—. ¡Háblame, grítame, dime que me
odias, pero reconoce tu dolor, Gretha! ¡Permítete quebrarte como ellos!
Retrocedo.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
¿Cómo es posible que con la misma boca que me besó en el intento de
repararme haya dicho lo que me rompió en primer lugar?
Soy tan ingenua. Siempre fui cuidadosa con las personas hacia las que
me sentí atraída. Tenía una lista mental de todas las formas en que podían
lastimarme y la leía cada vez que la ilusión amenazaba con arrancarme los
pies de la tierra. Con él no fue diferente, pero la vida me demuestra
nuevamente que lo impensado está listo para tocar tu puerta en el momento
donde estás por irte a dormir: ningún sueño se salva de convertirse en una
pesadilla.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
—¿Qué quieres que te diga? —espeto con amargura—. ¿Que nunca me
he sentido tan mal conmigo misma como lo he hecho desde tu estúpido
comentario? ¿Quieres que te diga lo obsesionada que estoy con las calorías
hasta el punto en que se convirtieron en el centro de mi vida? ¿Que por cada
una que ingiero lo único que puedo pensar es en cómo quemarla? ¿Que no
puedo dejar de compararme con cada chica que veo en la vida real y en
internet? ¿Que paso hambre desde esa noche y en todo lo que puedo pensar
es en comer aunque apenas lo haga? ¿Que anímicamente estoy hecha un
desastre y que no me llega mi período hace meses, lo cual me aterra? ¿Que
intento estar siempre cubierta y huyo del sol por miedo a que vean el mal
estado en que está mi piel? Seca, descamándose y llena de… —Me muerdo
el interior de la mejilla, humillada—. ¿Quieres saber que me faltan tantos
nutrientes que desarrollé hirsutismo y ahora tengo vello excesivo en todas
partes porque esa es la forma en que mi cuerpo intenta protegerme del frío
constante que siento? ¿Quieres saber que hago ejercicio hasta desmayarme?
¿Que tengo la constante necesidad de que nadie me vea porque me siento
avergonzada, asqueada, menospreciada y frustrada por cómo me veo?
¿Hace falta que te diga que en mi cabeza soy la persona más repugnante y
fea del planeta? ¡¿Es necesario que sepas que me miro veinte veces al día
en un espejo y me peso otras veinte porque temo haber subido de peso?!
¡¿Quieres saber que en cada oportunidad siento miedo de lo que ocurrirá si
continúo así pero no puedo parar?! —Estoy tan agitada que me cuesta
respirar—. ¡Porque no puedo! ¡Odio esta mente y este cuerpo y estoy
encerrada entre ambos! ¡Y siento que…! —Cierro los ojos e inhalo hondo
—. Y siento que me estoy muriendo hace un año, Sawyer.
Se desatan desgarros múltiples: mi mente se abre y muestra los peores
pensamientos e imágenes que guardo, mi garganta se rasga con un llanto
impotente, mi pecho es perforado para dejar a la vista un corazón que late
cada vez más débil por la falta de fuerza y mi estómago se rompe para que
el mundo vea lo vacío que está y que, aunque la carencia parezca sinónimo
de algo que no duele, lo hace.
Lo hace un montón.
No sé en qué momento terminé de rodillas sobre el césped, pero él se
arrodilla frente a mí. Tiene las mejillas húmedas y las lágrimas caen como
el tipo de lluvia que me gusta: suave. Fragmenta lo que queda de mí porque
veo cuánto se arrepiente.
—Y no es tu culpa, pero al mismo tiempo lo es —murmuro.
Fue el detonante. Sin ese comentario, tal vez no habría terminado donde
terminé. Sin embargo, no tengo certeza de eso. Puede que al día, mes o año
siguiente alguien hubiera dicho algo o yo misma me hubiera dirigido hacia
la obsesión por mi cuenta.
Si la sociedad no te señala, te señalas tú mismo antes de que esta lo haga;
intentas arreglar la imperfección porque sabes que, si alguien más fue
objetivo de críticas, tarde o temprano tú también lo serás.
Podría haber sucedido dentro de veinte años. O nunca. No lo sé.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
Pero pasó. Todavía está pasando.
Desliza sus manos para ahuecar mi rostro. El tacto es frío, terso en sus
palmas y áspero en las yemas de sus dedos.
—Gretha, mírame —suplica, porque aunque mis ojos están en él, mi
mente está en todas las palabras bonitas que me dijo y en lo tonta que fui
por creerle—. No lo sabía —dice triste, amargado, afligido, herido,
consternado y hecho un desastre—. Siento mucho lo que les hice. No sabía
el impacto que tendría. Fui estúpido. Fui insensible. Fui...
Rodeo con mis manos sus muñecas.
—Sabías. —Asiento con la cabeza—. Puede que no supieras todas las
cosas que pasarían en medio, pero tenías la primera y la última página de la
novela. Siempre supiste cómo terminaría. Creí que ambos éramos lectores,
pero tú eras el escritor. —Trago con dificultad y le sonrío al apartar sus
manos. No puede excusarse de esto. Puede haberse salido con la suya antes,
pero no ahora—. Sentenciaste nuestro final con ese principio, así que
quédate aquí. Disfruta tu maldito libro. —Me pongo de pie—. Ojalá que
cada vez que releas la historia, te duela tanto como le duele a Liv, a Timmy
y a Arlo.
Cuando lo veo desde lo alto del pedestal donde lo tenía, me doy cuenta
de algo: no lo conozco. No de verdad. Miro al chico arrodillado en el
colchón de hojas, con la brisa nocturna peinándole el flequillo bajo el cual
están los ojos que desde el primer momento quise explorar… Y no pude. Él
no me dejó. No permitió que nadie lo hiciera. Solo conozco la mejor parte
de Sawyer, pero para conocer a alguien de verdad necesitas también la peor.
Tienes que entender ambas y yo a él no lo entiendo en absoluto, lo cual
duele. Creí que lo hacía, que teníamos una conexión especial.
Me genera escalofríos pensar que, hace media hora atrás, le hubiera
entregado todo. Me podría haber desnudado frente a la persona que me
generó inseguridad en primer lugar. La que despreció cómo me veía. Me da
asco imaginar cómo se siente que me toque ahora que sé que, en el pasado,
jamás lo hubiera hecho.
—¿De verdad pensabas eso de mí? —Sé que es masoquista preguntarlo,
pero no puedo evitarlo—. ¿Me habrías dejado…? —Observo el botón de
sus jeans, todavía desabotonado—. ¿Te habrías acostado conmigo sin
decirme lo que pasó?
Niega con la cabeza y se pone de pie tan rápido que su desesperación es
tangible en la forma en que el viento cambia de rumbo.
Cuando nos lastimamos, el sangrado solo se detiene cuando la sangre
comienza a coagularse. Los coágulos se secan y forman una pequeña costra
que protegerá de los microbios el tejido vulnerable que hay debajo. Siento
que Sawyer era parte de mí y la mentira fue el golpe que me abrió. Ahora
que él se deslizó fuera de mí, debe formarse la costra. Soy consciente de
que él tiene que quedarse del otro lado porque corro el riesgo de infectarme
otra vez —de querer ayudarlo y priorizarlo, de creer que el amor todo lo
salva—. Sin embargo, tengo el impulso de rascar esa cascarita y abrir la
herida una sola vez más:
—Cuéntame por qué —pido.
Me niego a creer que todo lo que hizo fue por pura maldad e inmadurez.
Quiero creer que me enamoré de alguien que es más que el daño que le
infringió a otros.
¿Por qué no habla? Es su oportunidad.
—No sé si… —Suspira y observa el cielo con los ojos hinchados—. Si te
cuento, la noche podría empeorar. No quiero que recuerdes tu cumpleaños
así, aunque sé que es demasiado tarde para arreglarlo.
¿Cómo puede esto volverse peor?
Debería presionar. Mis amigos merecen respuestas. Yo lo hago. Él lo
sabe y si no quiere contarme es por algo que está fuera de mi alcance.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
«Él siempre estuvo fuera de tu alcance», dice una voz en mi interior.
—Si no hablarás será mejor que te vayas —digo.
Y aquí estamos, de pie uno frente al otro. Mis ojos vuelven a
cristalizarse. Siento decepción, tristeza y rabia. Aunque sobre todas las
cosas, siento ganas de abrazarlo. Sé que él mismo se puso en esta posición,
pero ver la desesperanza y el miedo a la soledad en la forma en que su labio
inferior tiembla exprime toda la empatía de mi cuerpo.
Hago desaparecer la distancia al envolver mis brazos a su alrededor.
Cuando los suyos me atraen hacia sí, cierro los ojos. Creo que él también lo
hace. Alisa mi cabello contra mi espalda con una mano mientras con la otra
aprieta mi cintura como si así pudiera evitar que el momento termine.
Entierra el rostro en mi cuello y su respiración es cálida en un mundo
gélido. Sus labios me rozan el cuello y me muerdo los labios para evitar
dejar salir un sollozo.
—Te quería —susurro y debo corregirme porque los sentimientos no
cambian tan rápido—: Te quiero mucho. ¿Por qué, Sawyer?
¿Por qué les hiciste esto?
¿Por qué te hiciste esto?
¿Por qué me hiciste esto?
¿Por qué nos hiciste esto?
Se separa un poco de mí para mirarme. Así lucen las personas que
pierden todo.
—Jamás sabrás cuánto lo siento, Gretha.
Deposita un suave beso en mi frente.
—Vete —pido.
❤️
Siento tardar en subir el cap, entre la
❤️
P.D.: EN EL PRÓXIMO CAPI NARRA SAWYER
Con amor cibernético y demás, S.
😶😶😶
36. Castor de brillantina
❤️
3. ¿Helado de chocolate o vainilla?
Con amor cibernético y demás, S.
Un año atrás...
Ya no queda nadie en la escuela. El partido terminó hace cuatro horas, los
estudiantes están celebrando con alcohol y música en alguna parte. Aquí lo
único líquido que te roza los labios son las lágrimas y lo único que oyes son
los grillos que juegan a las escondidas en el césped del campo de fútbol.
Camino a lo largo de las yardas y me pregunto cómo podré sobrevivir el
año escolar que me falta luego de lo que pasó.
¿Cómo vuelvo todos los días a este lugar sin revivir lo malo?
Lo impotente de un mal recuerdo es que a veces opaca todos los buenos
que tuviste, y no estoy segura de si podré volver a querer bailar, cantar y
sonreír en este lugar, incluso si lo hice una cantidad de veces tan
incontables como para que no debiera tener importancia un mal día.
Observo mis zapatillas y tiro del dobladillo de mi buzo para que cubra
tanto como pueda mis muslos. No los quiero ver. Guardo las manos en los
bolsillos y me encamino a casa por fin. Sé lo que sucederá cuando llegue.
Por eso estoy postergando el momento. No quiero hacerme un ovillo en mi
cama y llorar. No quiero toparme con los espejos de la sala, el corredor, el
baño y mi habitación. No quiero despertar por la mañana y, por un segundo,
olvidar lo que pasó para que luego la realidad amargue mi día.
No quiero estar sola.
—Podemos echarle la culpa a Mercurio retrógrado.
Levanto la vista para encontrar a una chica sentada en las gradas, con una
pila de libros sobre su regazo, sobre los que apoya los codos con cansancio.
Tiene una expresión compasiva y un cabello salvaje, con rizos que parecen
resortes.
—¿Disculpa? —Me acomodo el bolso deportivo al hombro.
Señala el cielo.
—Científicamente hablando, es una ilusión óptica que hace que desde
nuestra perspectiva terrestre parezca que Mercurio está retrocediendo. —Su
voz es triste e irónica a la vez—. Astrológicamente hablando… bueno, los
astrólogos creen que es la razón por la que podríamos estar así hoy.
—¿Y cómo estamos?
Sonríe de lado.
—Sintiendo que se nos viene el mundo abajo, ¿no?
Es mi turno de sonreírle.
—Echarle la culpa a Mercurio retrógrado suena como una gran idea.
Prefiero creer eso, aunque lo considere una mentira, antes de seguir
pensando que cada ser humano que me vio hoy se rió de mí con el fin de
herirme.
La chica se pone de pie y se acerca para extender el brazo libre hacia mí,
en una invitación.
La miro a los ojos y tengo flashbacks de haberla visto en los corredores:
siempre perfecta, siempre impoluta, siempre inalcanzable. Creo que es una
estudiante ejemplar, la que se queda hablando con los profesores cuando
acaba la clase y la que de verdad se interesa en su futuro. Contrastando con
la imagen que tenía de ella, aquí no es perfecta, impoluta o inalcanzable. No
es fría. Tal vez lo que le pasó, sea lo que sea, derribó la fachada distante que
suele cargar.
Entrelazo su brazo con el mío y de forma instantánea mi cuerpo se relaja
con un sentimiento de alivio. Caminamos en silencio hacia la entrada de la
escuela. Agradezco que no me pregunte qué sucedió. Creo que ella tampoco
quiere hablar de lo suyo, así que no abro la boca.
Al doblar la esquina del edificio, nos sobresaltamos al toparnos con un
muchacho. Él también se asusta al vernos.
—Lo-lo siento —tartamudea.
Tiene puesta una capucha que no impide que veamos su rostro, el cual
está algo hinchado. Su labio inferior está partido. Parece que recibió una
paliza hace poco. Al notar que lo miramos, agacha la cabeza. Sus manos
permanecen escondidas en los bolsillos de su sudadera, como si estuviera
avergonzado.
Intenta pasarnos, pero por instinto extiendo los dedos y toco su codo con
suavidad. Vuelve a sobresaltarse y siento la tensión de sus músculos bajo
mis yemas.
—Es Mercurio retrógrado —explico para darle confort, tan bajo que
suena como un secreto.
Podría preguntarle si está bien, pero tanto la chica a mi lado como yo
sabemos que no lo está. Él también.
—¿Esa es la traducción para es un día de mierda? —indaga alguien más.
Observamos a un chico apoyado contra el cartel que muestra el nombre
de la escuela. Lo he visto un par de veces. Es hijo de una profesora. Posee
el look de un bad boy sacado de los libros que me gusta leer. Tiene los
tobillos y los brazos cruzados. Su mirada está perdida en las estrellas con
las que me enfadé, que ahora luchan por brillar entre nubes de tormenta y
un relámpago que rompe la oscuridad a lo lejos.
—Veo que entiendes nuestro idioma —contesta la estudiante modelo con
cierto humor.
Empieza a caminar para acercársele. Al tener un brazo alrededor del mío,
me lleva con ella. Engancho el brazo restante con el del muchacho
encapuchado, quien se deja arrastrar sin oponer resistencia.
Y ahí estamos. Cuatro extraños. Cuatro corazones rotos. Cuatro mentes
fragmentadas. Cuatro personas que parecen no tener nada en común más
que cómo se sienten. Entonces, me doy cuenta de que eso es suficiente.
Para conectar con alguien no precisas de nada más que sentimientos y la
capacidad para ponerte en su lugar.
—Soy Grethalyn, pero prefiero que me digan Gretha. —Al decirlo, me
siento como cuando estaba en preescolar y todo lo que necesitaba para
hacer amigos era decir mi nombre y preguntarle si querían jugar conmigo.
Empiezo a sentirme patética por recrear esa imagen, pero el bad boy
levanta el mentón a modo de saludo:
—Arlo.
—Liv —se presenta la chica a mi lado.
Esperamos por la respuesta del encapuchado, quien no nos mira a los
ojos.
—Timmy —susurra.
Una lluvia ligera pero helada comienza a caer. Hay suspiros colectivos
porque esta es la señal para marchar a casa.
—Será mejor que nos vayamos —dice Liv.
Todos levantamos los ojos hacia las nubes sobre nuestras cabezas. Tal
vez en la espera de que se marchen y dejen de ser una ejemplificación de
nuestro estado de ánimo. Sin embargo, el agua cae con más fuerza. Los tres
caminan por el sendero de piedra. Sé que, en cuanto pisen la calle, se
separarán. Me quedo en mi lugar, viéndolos avanzar cabizbajos. Es como si
arrastraran un mundo invisible con cada paso.
No quiero que esto sea un hola y un adiós. En el fondo, creo que ellos
tampoco lo quieren, solo que nadie se anima a dar el primer paso.
—¡Hay un cobertizo en mi casa! —grito a sus espaldas, sin pensar.
Se detienen y se giran hacia mí. La tormenta se desata con furia. Al hacer
contacto con la losa, cada gota explota como fuegos artificiales de cristal.
Los mechones de mi cabello se adhieren a mis mejillas, Timmy se encoge
dentro de su abrigo, Liv levanta sus libros y carpetas sobre su cabeza para
protegerse del agua y Arlo permanece inmutable.
«Digan que sí», suplico para mí.
—No tenemos que hablar de por qué este es el peor día del mundo,
¿verdad? —duda Timmy.
Niego con la cabeza.
Intercambian miradas entre ellos hasta que Arlo saca un par de llaves de
su bolsillo y las hace girar en su dedo índice:
—Yo conduzco.
Al subirnos a la camioneta, enciende la calefacción. El vaho sale de
nuestros labios mientras el motor cobra vida de a poco. Las luces del
vehículo iluminan un estacionamiento borroso. Encuentro los ojos de Liv y
Timmy a través del espejo retrovisor; luego, los de Arlo al ladear la cabeza.
—Tal vez deberíamos… —reflexiono—. Tal vez deberíamos hablar de lo
pasó, pero solo cuando estemos listos.
El mutismo se convierte en un pacto no dicho.
—¿Y mientras tanto? —indaga el conductor, apartándose el flequillo de
la frente.
Me encojo de hombros.
—Podemos hablar de todas las otras cosas. O de ninguna. —Me froto las
manos—. Y tomar un café.
—¿Tomar un café? ¿Cuántos años tienes, Greth? —Ríe.
Reprimo una sonrisa. ¿Acaba de darme un apodo?
—Búrlate todo lo que quieras, pero una vez que te acostumbras a juntarte
para beber café y charlar, te haces adicto. —Liv se asoma por el hueco que
hay entre los asientos—. No por nada es el plan predilecto de las señoras.
—Quiero ser una señora hoy. —Timmy apoya el mentón en el hombro de
la chica y debe soplar un rizo para que este no le entre en el ojo.
Hay una confianza automática en el ambiente. Algo cálido. Una cosa que
no sé explicar. Me siento protegida alrededor de estos extraños.
—Pues seamos señoras hoy —acuerda Arlo antes de conducir hacia
nuestro nuevo refugio.
A mitad de camino, mi teléfono vibra. Por un momento creo que se trata
de Paloma y Sindy, y que preguntarán dónde me metí y si estoy bien. Sin
embargo, es mi padre. No me sorprende que esté despierto a esta hora. Su
sueño de ser escritor lo convirtió en un búho.
De: GrethalynFisher@gmail.com
Para: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Re. Asunto: Fragmento del capítulo 1
¡Cariño, se me ocurrió un comienzo para mi nueva historia! Dime qué te
parece:
—Continúas bailando cuando la canción ya acabó, y crees que
comenzará otra, pero la banda se marchó y tu acompañante te dejó.
—En ese caso, es bueno que no necesite música ni a otra persona para
bailar.
Si el amor a primera conversación existiera, se habrían enamorado justo
ahí.
Con galaxias de amor, Fisher 1.
Inhalo hondo. A una parte de mí le hubiera gustado que preguntara cómo
me encuentro, aunque la otra parte sabe que le hubiera mentido para no
preocuparlo.
—¿Creen que existe el amor a primera conversación? —pregunto a mis
desconocidos, rompiendo el silencio.
Me olvido del mundo cuando debatimos. De papá. De mamá. De su
nuevo novio. De una posible hermanastra en el futuro. De las risas a mi
costa. Del comentario hiriente que hizo ese chico.
—¿Estás mejor? —Charlie presiona el paño que mojó con agua fría en el
baño contra mis nudillos.
Jamás había golpeado a alguien. Ojalá pudiera decir que valió la pena,
pero no lo hizo. Solo logró que el dolor también fuera físico. No me sentí
menos enojada o triste. Es más, me siento peor. Parezco el entrenador.
—No soy yo la que me preocupa en este momento. —Hago un ademán
hacia los chicos.
Arlo tiene la cabeza hundida entre las manos y Cora lo continúa
abrazando. Karim y Patricio están arrodillados a cada lado de Timmy, quien
apoya la cabeza en el hombro del pelirrojo, con la mirada perdida. Me
recuerda a su vieja versión, la que no sentía nada más que un vacío.
Gretha todavía está en el patio con Sawyer. Escuchamos murmullos,
aunque no se entiende lo que dicen.
—Podemos intentar categorizar el dolor y claro que las golpizas serán
más graves, pero eso no quiere decir que debas restarle importancia a tus
problemas. —Aprieta con suavidad—. Al final, el corazón siente el mismo
dolor.
Observo el paño ligeramente ensangrentado y debo reprimir la necesidad
de dirigirme al baño y limpiarlo hasta que vuelva a su color original.
—No puedo creer que nos hizo esto. —Me recuesto contra la pared,
exhausta—. No puedo creer que no me di cuenta.
Soy tan estúpida.
Sawyer era una cara nueva el año pasado. Tal vez por eso no lo
recordaba. Seguro llegó tarde al examen. Si hubiera sido otro alumno,
Bianca no lo habría dejado entrar al aula. Sin embargo, no era un estudiante
cualquiera. Lo más probable es que lo haya dejado ingresar cuando estaba
concentrada en la evaluación, por eso no lo noté.
Si lo hubiera hecho, habría podido advertirles a mis amigos la clase de
persona que era.
—Nadie lo hizo —responde Timmy—. Pero no todo pudo haber sido
actuación, ¿verdad?
Se me encoge el corazón porque todavía intenta ver lo bueno en las
personas.
—¿Acaso importa? —Arlo se limpia la nariz con la manga de su
camiseta—. Si no lo hubiéramos descubierto, no nos lo habría dicho.
Viviríamos en una mentira y no se puede sanar dentro de una puta mentira.
En algún momento la verdad hubiera deshecho todas las suturas y
estaríamos en esta misma posición.
Creo que Sawyer creyó que, si lograba que nuestras vidas se acomodaran,
su confesión no haría tanto desorden.
—Siento no haberte advertido antes. —Karim cepilla el cabello de
Timmy y Charlie me mira con una expresión que dice lo mismo.
—No son ustedes los que deben disculparse —respondo—. Él fue testigo
de la depresión de Timmy, el abuso hacia Arlo y mi trastorno obsesivo
compulsivo cada día que estuvo aquí. Escuchó las historias sobre Bianca y,
aún así, decidió quedarse y callar. Tal vez lo que hizo habría tenido perdón
si se hubiera arrepentido el primer día que lo dejamos entrar a este lugar,
pero ¿luego de tanto silencio? No sé cuál de las cosas es peor. —Aparto las
cortinas con maíces dibujados para encontrar a Sawyer y Gretha de rodillas,
abrazados. Se me revuelve el estómago—. ¿Hasta el último segundo se
aprovechará de lo buena que es?
Charlie sigue mi mirada con el ceño fruncido.
—¿Crees que solo se aprovechó de la empatía de Gretha?
Dejo caer la cortina. Timmy y Arlo levantan la cabeza al oírlo.
—¿A qué te refieres? —pregunta Cora, tensa.
El muchacho nos mira como si fuéramos un puñado de extraños que
acaban de entrar a la habitación. Siento la ansiedad de una persona a la que
acaban de decirle «debo contarte algo»; entonces, esta espera con la
sensación de que algo cambiará. Es parecido a cuando el viento se calma en
medio de una tormenta.
—¿Le hizo algo a Gretha? —Arlo se pone de pie y se acerca tanto al
pelinegro que este debe retroceder por la falta de espacio.
Cora rodea su brazo bueno. No parece enojado, sino alterado por no
saber esta parte de la historia.
—Chicos… —El bibliotecario traga saliva y hace un ademán a la puerta
—. Ella está mal desde hace tanto tiempo como ustedes. Tiene anorexia.
¿Anorexia?
—Pero… —Timmy niega con la cabeza—. Gretha come.
Las cejas de Charlie se juntan en una expresión lastimera por la inocencia
del chico.
—Alguien con depresión sonríe aún cuando está triste, ¿verdad? —
susurra para hacer ver su punto.
No se trata de que coma. Se trata de lo que piensa antes, durante y
después de comer. Lo que hace cuando las personas se van y se queda sola
con esos pensamientos. Esto es sobre lo que siente. Nuestros problemas se
crean dentro de nosotros y sus consecuencias se manifiestan por fuera.
Y a veces no notamos ninguna.
Charlie saca su teléfono. Abre la galería y desliza el dedo hasta dar con
una fotografía. Cuando gira el móvil hacia nosotros, vemos a una chica
distraída y feliz: usa el uniforme de porrista de la escuela y está hablando
animadamente con otras dos compañeras. Es la misma persona que vi desde
las gradas del campo, horas después que el juego acabó. Sin embargo, ahora
noto que la muchacha de la foto estaba…
Estaba sana.
—Es difícil notar los cambios físicos de una persona cuando la ves todos
los días —explica cuando ninguno de los tres dice nada, todavía
comparando la vieja Gretha con la actual—. Por eso los familiares o la
gente que no vemos durante un largo tiempo suele sorprenderse y entre las
primeras cosas que dice se encuentra la de «estás más alto, más flaco, con
kilos de más» o… o lo que sea que dicen y no deberían decir.
Intento recordar una palabra, un momento, una mirada o una expresión
que haya pasado por alto. Sin embargo, no encuentro nada. O puede que no
sepa dónde y cómo buscar las señales.
Me alejo de ellos. Hago un zig-zag hasta la mesa ratona donde yace el
frasco de frases. Me arrodillo en la alfombra, lo abro y echo todos los
papeles sobre el piso antes de empezar a abrirlos uno por uno.
—Liv… —empieza Charlie, a quien veo bajar el teléfono por el rabillo
del ojo.
Niego con la cabeza, casi con frenesí. Él no lo entiende.
Manos aparecen en mi campo de visión. Arlo y Timmy abren, hacen un
bollo y arrojan las frases a un lado. Nos sumimos en una actividad
desesperada por encontrar la confesión. Karim, Patricio y Charlie son
testigos inseguros, quienes no saben si intervenir es una buena idea. La
pena que nos tienen pesa en su carencia de palabra.
No sé cuánto tiempo pasa, pero los tres nos encontramos ante el último
papel. Está doblado por la mitad. Cuando lo tomo, mis manos tiemblan. Lo
abro. Timmy rodea mi muñeca con suavidad para que les muestre.
—Está en blanco —digo con la voz estrangulada, antes de reír con
amargura.
Claro que metería un papel en blanco.
No es que no pudiera creerle a Charlie, pero una pequeña parte de mí
anhelaba que solo se tratara del cambio de imagen que trae consigo el
tiempo, no de algo tan grave. El día que nos conocimos, Grethalyn dijo que
deberíamos hablar sobre nuestros problemas cuando estuviéramos listos.
Timmy lo hizo. Ella sabía que, tal vez, no pudiéramos tener el coraje para
hablar y que callar para siempre solo empeoraría el problema. Por eso
insistió en que escribiéramos lo que nos rompió en un papel.
Ese sería el empujoncito para hablarlo, justo como ocurrió conmigo.
Pero Gretha sigue siendo Gretha incluso en su peor estado. No escribió
nada para no preocuparnos, porque se hubiera sentido una carga que en
realidad no es. Porque odia ser el centro de atención desde ese día en
campo, el cual todos presenciamos pero ninguno supo darle importancia
dado que la vimos reír en la punta de la pirámide. Porque, a diferencia de lo
que nos ocurre a nosotros, una parte de sí misma quiso y quiere de forma
enfermiza no ser descubierta. Sabe que está mal y que exponerse es tener
que cambiar sus hábitos, sea por las buenas o por las malas.
—Soy una pésima amiga. —Recuerdo cada oportunidad donde estuvo
para mí y la cantidad de veces que me repitió que mi dolor era un eclipse,
que pasaría.
También hago memoria del día que quiso que nos encontráramos con ella
en la gasolinera. Hice una broma de que sobreviviría a Cora, pero ¿y si
quería hablar de esto? ¿Y si hubo decenas de ocasiones donde envió un
mensaje de auxilio y no le respondí?
—Somos —corrige Arlo en un intento por animarme, aunque la culpa
alisa con sorpresa las arrugas de su rostro—. Que tú seas una chica no te
hace más responsable por no haber visto lo que le pasaba con su cuerpo,
Liv. No se supone que las luchas tengan género.
—Y no fuiste la única que no la trató como debía por estar sumida en sus
problemas —añade Timmy al reconocer el sentimiento cuando las lágrimas
se acumulan en mis ojos—. El día que me quitó las pastillas...
Mi corazón quiere partir mis costillas y salir a buscarla al oírlo. Me
inunda el mismo miedo que me consumió al ver a Arlo tirado en el piso de
su cocina.
—¿Qué pastillas, Timmy?
—Las pastillas de… —empieza, pero calla al echar una mirada sobre su
hombro.
No hay más gritos. Sawyer tiene que haberse ido.
—Timmy, ¿Gretha aún tiene las pastillas? —Charlie atraviesa con
urgencia el cobertizo hasta la ventana, para comprobar si sigue fuera.
El muchacho está demasiado aterrado como para contestar.
—Siempre se queda mirando el alce —recuerda Arlo en voz baja.
Nos giramos hacia el animal embalsamado y ninguno lo dice, pero
llegamos a la misma conclusión: Timmy le teme a los camellos. El alce le
recuerda a uno. Si Gretha escondió algo, lo hizo ahí. De forma automática
nos amontonamos alrededor. Patricio entrelaza sus manos y Karim apoya un
pie en ellas para ser impulsado hasta la boca abierta del animal. Su brazo se
mueve con rapidez dentro de este.
—No hay nada aquí.
—¡Mierda! —escupe Cora antes de ir hacia la puerta.
Atravesamos el patio corriendo y entramos a la casa sin importarnos si
hay alguien durmiendo. Llamamos a Gretha a los gritos y nadie responde.
La buscamos en cada rincón y la intentamos contactar al móvil mientras
subimos de dos en dos las escaleras. Azotamos cada puerta y me paralizo en
medio del corredor cuando Arlo intenta abrir la puerta del baño.
Está cerrada con pestillo.
—¡Gretha, abre! —Me abro paso entre ellos y golpeo el puño contra la
madera.
Esperamos.
Apoyo la oreja, no oigo nada.
Intercambiamos miradas preocupadas. Timmy y Patricio se toman con
fuerza de la mano, expectantes.
—¡Grethalyn Fisher, abre la maldita puerta! —ordena Cora.
¿Qué le había dicho exactamente Sawyer la noche del partido? No lo
recuerdo. ¿Qué le acaba de decir antes de marchar? ¿Por qué no la seguí
para asegurarme de que estaba bien? ¿Por qué no me negué a dejarlo entrar
el primer día?
Él era un amigo para nosotros, pero para ella era mucho más.
No sabía que Gretha había sufrido así. No la conozco como creí que lo
hacía y es ese desconocimiento lo que me aterra.
¿Sería capaz de…?
—¡Atrás! —ordena Charlie antes de que él, Arlo y Karim unan fuerzas
para embestir la puerta y hacer ceder la cerradura.
😂
3. Diciembre con D de... (Completen la frase con lo primera que se les
venga a la mente ).
Faltan 4 capítulos y el epílogo para despedirnos de los paraguas,
❤️
pero todavía hay uno que no se rompió...
Con amor cibernético y demás, S.
38. Un cumpleaños sincero
juguito? 😂
suelen emocionarse con el comienzo de otro año? ¿Brindan con alcohol o
❤️
3. Den las gracias por algo bueno que les haya ocurrido en 2021
Con amor cibernético y demás, S.
🥺
39. Salvar una galaxia
1. ¿Qué fue lo más lindo de sus navidades? (Se vale decir la comida). 😂
😶
2. Comentarios/opiniones del cruce entre Sawyer y Bianca, Sawyer y
Cora y sobre la carta.
3. Oficialmente faltan 2 capítulos y el epílogo para decirle adiós a
CDLPR, ¿están listos? ¿Qué desean para el final? ¿Creen que todos
sanarán?
🥰
Empiecen el 2022 haciendo las paces consigo mismos, por favor. Lo
merecen.
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
40. Domar un dragón resentido
multifruta?🧃
va del 2022? ¿Fueron de alegría o de tristeza? ¿Jugo de naranja o
1. ¿Ustedes creen que todo, hasta lo más atroz, se puede perdonar? ¿Han
perdonado cada cosa que les hicieron a ustedes o a alguien que querían?
😻
2. Tu escena, frase o parte fav del cap
3. ¡Nos queda un capítulo y el epílogo! ¿Creen que lo que haga Sawyer
incluida Gretha?😰
será lo suficientemente significativo para ganarse el perdón de todos,
❤️ ☔
después de este partido, durante el cumpleaños número 1️⃣9️⃣
3. ¿Listos para el epílogo? Les doy un adelanto: transcurre un año
de Gretha.
Amor propio
No sabía cómo escapar,
pero poco tardó en descubrirlo.
Se abrazó y encontró la salida.
—Edisson Cajilima Márquez
Un año después...
—¿Hubo una alerta de tornado y no nos enteramos? —Charlie señala las
bragas que cuelgan del ventilador.
Me paro bajo ellas y salto para atraparlas.
—¡La odio tanto!
—Odiar es un verbo muy fuerte. —Levi, quien dejó atrás el cabello
multicolor, cepilla sus hebras castañas con los dedos mientras examina los
estantes de mi compañera, donde deberían estar sus libros—. Aunque no
tanto como el vodka que hay aquí.
El pelinegro se acerca y observa su reflejo distorsionado en las botellas
de colores. Me siento en mi cama con un gruñido.
—Es desordenada, huele a marihuana, llega todos los días a las ocho de
la mañana, me roba los snacks, pierde sus llaves cada dos días y, como si
fuera poco, compite conmigo para ser la mejor de la clase. —Lanzo la ropa
interior contra la pared, enojada—. ¡No entiendo en qué momento estudia!
Es ruidosa, no deja de llamarme rizos, se pasea desnuda como si no supiera
de la existencia del pijama, tiene la molesta risa de una jodida ardilla y… —
Cierro los ojos y me dejo caer de espaldas—. Y creo que me gusta.
Te odio, Penélope. No me importa que sea un verbo fuerte.
—Impactantes revelaciones de la chica que dijo que nunca se enamoraría.
—Charlie se sienta a mi derecha, entretenido.
—No estoy enamorada —corrijo.
Levi se acomoda a mi izquierda. Sé que están compartiendo una mirada
de complicidad antes de que cada uno me tome por un brazo y, en equipo,
me obliguen a incorporarme.
—No lo digan —suplico antes de que puedan volver a hablar—.
Suficiente me molestará el resto cuando llegue a Malibú y les cuente. Arlo
dirá «te lo dije», Timmy me mirará de reojo y se sonrojará como una
colegiala y es probable que Gretha empiece a planear una boda.
—¿Seremos tus damas de honor? —pregunta Char.
Le doy un almohadazo. Cuando Levi ríe, le doy uno a él también para ser
equitativa.
—Vámonos antes de que sean muertos de honor.
Aunque intento alcanzar mi maleta, uno se encarga de ella y otro de mi
bolso. Hoy es el cumpleaños de Gretha y organizó una pijamada que durará
todo el fin de semana. Como estoy corta de dinero —tengo suerte de haber
conseguido una beca completa— para adquirir el pasaje y mis padres
tuvieron que vender el coche para pagar las cuentas, los chicos se ofrecieron
a recogerme ya que estaban en Nueva York. Levi piensa trasladar su salón
de tatuajes allí, así que estaba visitando potenciales locales.
Y Charlie… Bueno, es su mejor amigo, claro que se le coló. Se disculpó
con todos, incluido Sawyer, por su comportamiento en el último
cumpleaños. Superó a Gretha y volvieron a intercambiarse libros, como
solían hacer.
Todavía no se los dije, pero me emociona tenerlos tan cerca. Aunque la
universidad me mantiene ocupada, a veces me siento sola. Tengo los
llamados “amigos de estudio”, pero no he podido entrar en confianza con
nadie. Extraño a mi grupo de la preparatoria porque ellos ya me conocen.
No necesito introducción.
Puede que para muchas personas la idea de empezar de cero sea un
sueño, pero a mí me cuesta porque significa que, para hacer conexiones
genuinas, debo ponerme otra vez en la posición de ser vulnerable. Y por
ahora estoy luchando para encontrar gente con la que serlo. Sin embargo,
tengo muchas ganas. Sé que lo lograré eventualmente, solo que en este
momento… Quiero un respiro. Dejar de intentar. Volver a lo familiar.
Mi alarma suena. Es mi señal para tomar la medicación para el TOC.
Cuando regreso a Sweet Wind, veo a un psiquiatra. La mamá de Gretha me
ayudó a conseguir un falso trato luego de que me negué a dejarla pagar por
el tratamiento tras haberle preguntado a quién podía ver: el doctor no me
cobra la consulta ni la medicación a cambio de que le dé tutoría online a sus
dos demonios. Sin embargo, digo que es falso porque sé que le paga y lo de
las clases es solo para hacerme sentir mejor.
A pesar de eso, aprendí que si otro está en la posición de ayudarte sin que
esto sea un peso para él, está bien aceptarlo.
Tal vez mi familia siga con problemas económicos, pero me gané la
posibilidad de estudiar lo que quiero donde quiero y mis padres están
orgullosos de mí. Lo más importante es que lo estarían incluso si no lo
hubiera logrado.
No hacerlo no habría sido el fin del mundo, sino el comienzo de uno
diferente y que ese podría haberme deparado cosas tan buenas como este.
Puede que todavía me quede un largo camino con la medicación, pero no
hay nada de malo o vergonzoso en necesitar ese tipo de ayuda. Ya puedo
dormir bien y disfrutar de un rato con mis amigos sin culpa, y los bucles de
pensamientos obsesivos son cada vez menos frecuentes.
Dejé la pastilla y la botella de agua preparadas, así que las tomo, cierro la
puerta y bajo las escaleras. Fuera, mientras intento tragarla —porque claro
que tengo dieciocho años y me lleva más de un intento tragar algo del
tamaño de una hormiga—, Charlie y Levi cargan mis cosas en el auto que
compraron a medias.
—¿Te vas, rizos? —preguntan a mi espalda.
Me limpio las gotas de agua que chorrean de mi mentón con la manga de
la camiseta, algo que la vieja Liv jamás haría.
—Te lo dije dos dos veces —recuerdo fastidiada—. Tienes el cuarto para
ti sola durante el fin de semana. Dejé una nota con el número de los
bomberos pegada en la puerta por si se te ocurre incendiarlo. También está
el de la ambulancia en caso de que te rompas un hueso o se lo rompas a
alguien más, porque para estudiar Derecho, no respetas mucho las reglas.
Se nota que acaba de llegar de una fiesta porque está destruida. El sol de
la mañana ilumina los grumos de maquillaje y el rimel corrido. Su cabello
rubio está más inflado que un globo aerostático, tiene el vestido rosa chicle
puesto al revés, trae los zapatos en la mano y sus hombros están cubiertos
con una chaqueta que no es suya ya que trae el logo del Zoológico y lo más
cercano que la he visto estar de un animal es cuando está consigo misma.
Se acerca hasta que estamos a solo un paso. Toma uno de mis rizos y lo
estira mientras me sostiene la mirada, sonriente. Apesta a cerveza y brillo
labial de cereza. Es desagradable.
—Algún día haré que las rompas conmigo, Liv Archer. —Ríe como la
ardilla que es y suelta mi cabello—. Te gustará.
Me quedo callada. Siento que, si abro la boca, mi corazón le dirá algo.
—La odio —expreso cuando me subo a la parte trasera del coche.
—Y te gusta. —Charlie se voltea en el asiento del acompañante con una
sonrisa ladeada, mientras Levi acomoda el espejo retrovisor para mirarme.
—La odio y me gusta.
Le escribo a Gretha en cuanto llegamos a la autopista:
Hola, mi no lo sé. Estoy en camino.
—La extraño un montón —confieso cuando me abre la puerta de la
tienda de su madre.
—Lo sé. —Examina sus cutículas—. Aunque, para serte sincera, no lo
entiendo. Su presencia es insoportable.
Coloco la última caja en la parte trasera de la camioneta y me seco el
sudor de la frente con el dorso de la mano.
—Si es insoportable, ¿por qué le llevas cinco plantas distintas de regalo?
—Hago un ademán con el mentón al vehículo.
No deja de mirarse las uñas.
—Se las doy solo porque no tengo espacio para conservarlas.
—¿No tienes espacio? —repito incrédulo—. ¿En una florería de dos
pisos?
Pone los brazos en jarras.
—Me caes peor que ella a veces, Arlo.
Río y la tomo por las mejillas para darle un rápido beso. Envuelve sus
brazos alrededor de mi cintura y me sonríe, un poco con los labios y un
montón con los ojos.
—Las manos donde pueda verlas, por favor —dice el doctor Brown a
nuestras espaldas.
Bella rueda los ojos.
—No le hagas caso —me dice.
—No me estaba hablando a mí, eres tú la que tiene sus dedos
peligrosamente cerca de mis colinas, pervertida. —Tomo sus manos, que
han caído hasta mis caderas, y las subo.
Mira a su padre, falsamente ofendida, pero el hombre se encoge de
hombros con su nieto —así llama a Camello— entre los brazos:
—Debo cuidar al niño de posibles traumas, Cora.
—¿Y en qué momento ustedes dos se hicieron mejores amigos? —espeta
al soltarme.
—Si te descuidas un poco más, te lo robará —advierte su mamá al abrir
la puerta del coche estacionado tras mi camioneta. Lanza su bolso dentro
sin cuidado.
—Igual que se roba los brownies que manda Gretha desde Malibú. —La
madre de la susodicha rodea el vehículo y se acomoda en el asiento del
copiloto.
Mi suegra se inclina hacia el interior del coche.
—¿A ti también te roba la comida? Veo que eso no lo curará ni su tercera
esposa. —La madre de Cora resopla y el doctor Brown se sonroja antes de
que le pregunten—: ¿No subirás?
—Sí, pero creí que yo iba a conducir.
Marion Fisher saca la cabeza por la ventanilla.
—Creíste mal, cariño. Ahora, sube, no quiero llegar tarde al cumpleaños
de mi hija.
Eso me recuerda que debo enviarle un mensaje a mi mamá.
Estamos por partir a Malibú, te aviso cuando llegue, ¿sí?
Me gustaría decir que, ya que mi padre no está, nuestra relación es lo que
solía ser. Sin embargo, sería mentir. La perdoné por sus malas decisiones y
ella aún lucha por perdonarse a sí misma, pero todavía está descubriendo
quién es sin un marido maltratador de por medio.
Le cuesta definirse en un mundo que solían definir por ella con miedo.
Vamos a terapia familiar y la mayoría de las sesiones acaban en un llanto
impotente. Quise odiarla, sentir asco y rechazo porque se acostara con un
chico de dieciséis años. Quería llamar a la policía y que se la llevaran como
a papá, pero ¿cómo podía querer esas cosas para una mujer que fue
golpeada, violada, denigrada y controlada por años? ¿Después de vivir tanto
tiempo en ese estado, no es de esperarse que sea irracional y no vea la línea
que divide el bien del mal? Todo era demasiado complicado. Enredado.
Difuso. Todavía lo es cuando miro hacia atrás.
De vez en cuando, me pregunto si yo hubiera hecho lo mismo. Recuerdo
cómo me sentía luego de una paliza y entiendo por qué estaba tan
desesperada. Si yo no hubiera tenido a mis amigos, ¿me habría acostado
con alguien mayor o menor? ¿Habría acabado metido en las drogas? ¿Me
habría suicidado?
Tanto ella como yo coincidimos en que Sawyer y sus padres debían dictar
cómo castigarla, pero el castigo nunca llegó. Supongo que se dieron cuenta
que ya suficiente condena tenía nuestra ahora familia de dos.
De acuerdo, conduce con cuidado, cariño.
Por cierto, ¿podrías mandarle un saludo a Liv? Leí su artículo sobre
la Inmigración y me encantó.
Ella y mi amiga todavía no se hablan de forma directa, pero a veces me
usan como mensajero para pasarse cosas aburridas que les gustan a ambas.
Claro. Te quiero.
No vivo con ella. Apenas cumplí dieciocho, conseguí empleo. En
realidad, me lo dio la mamá de Cora en su florería el primer día que me
presentó como su novio. Mientras tanto, vivo en el cobertizo de Gretha, en
el cual pago un alquiler mínimo y solo porque insistí. Cuando nos
graduamos el lugar dejó de ser usado como una sala de reuniones.
Sin embargo, sigue justo como lo dejamos.
Es extraño ser empleado de tu suegra y vivir casi bajo el mismo techo
que tu suegro, pero agradezco la ayuda. Pude ahorrar bastante dinero. Mi
plan solía ser largarme de esta ciudad, aunque ya no quiero hacerlo. La
persona que me atormentaba ya no está aquí, por lo que me emociona la
idea de poder conseguir un pequeño apartamento. También me entusiasma
—nunca creí que algo me entusiasmaría— empezar a estudiar el próximo
semestre.
Me matriculé en Trabajo Social. Corabella estudia Botánica en una gran
universidad a cinco horas de distancia, así que estamos juntos los fines de
semana.
También te quiero, Arlo.
Guardo el móvil en mi bolsillo y subo a la camioneta mientras mi novia
cierra con llave el local y chequea que haya acomodado bien a las plantas,
para que ninguna se “lastime” o esté “incómoda” durante el viaje.
Sus palabras, no mías.
—Mierda —susurro.
Se sube los anteojos de sol hasta la frente.
—Te dije que hicieras una lista. —Suspira como si lleváramos veinte
años casados, lo cual es una de mis metas a largo plazo—. ¿Qué te
olvidaste?
—Nada, solo… —Niego con la cabeza y arranco el motor—. Te miro y
sigo sin poder creer que estamos juntos. Eres una puta maravilla.
Su mirada se suaviza.
—Y tú eres miles. Ahora, conduce. Si nos adelantamos y los dejamos
atrás, tal vez nos alcance el tiempo para hacer una parada y… —Mete la
mano dentro del bolsillo de mi pantalón y retengo el aliento, pero sonríe
con malicia y saca mi móvil—. Ya sabes.
Acelero un poco a propósito, para mostrarle que estoy más que de
acuerdo con su idea.
—¡No seremos tan amigos si no respetas el límite de velocidad, Arlo! —
chilla el doctor Brown al pasarnos en el coche.
Bueno, puede que no tan rápido entonces.
Cora teclea algo en mi móvil y me lo muestra antes de enviarlo, para que
lo apruebe. Greth nos pidió que le enviáramos un texto antes de partir.
Dime que allí me salvaré de tener que dormir con el conejo,
Grethalyn.
Le quito los anteojos de sol y me los pongo.
—Eso no sucederá, Bel.
—¿Qué idioma hablan las tortugas?
—Patricio, perderemos el bus —advierto.
Me ignora para terminar de contarle el chiste a mis hermanas, que se
aferran a sus piernas porque no quieren dejarlo ir. A su vez, los
insoportables caniches del chico tironean de los dobladillos de los
pantalones de ellas.
—Tortugués.
Las niñas estallan en carcajadas. Karim, recostado contra el pórtico de mi
casa mientras bebe una taza de té, niega con la cabeza cuando lo miro en
busca de ayuda.
—¡Otro, otro! —pide Valencia.
—Niñas, Patricio y yo debe… —intento intervenir.
—Tú te callas —ordena Viena.
—¡Hey, esos no son modales!
—Tú te callas, por favor —corrige Venecia por todas.
Echó la cabeza hacia atrás y suspiro.
—De acuerdo, les contaré uno más, pero este de verdad es el último —
asegura el pelirrojo.
Dijo lo mismo hace cinco minutos y ya contó suficientes chistes como
para grabar un stand up en Netflix.
—Me robaron las sillas de mi casa. No saben cómo me siento.
Las crías ríen. El bus que nos llevará al aeropuerto se detiene en la parada
de la esquina.
—¡Vamos, vamos, vamos! —Me echo el bolso al hombro.
Tomo a una niña, beso su cabeza y la despego de mi novio. Repito la
acción hasta que libero al chico de todas las garras infantiles e insaciables.
El comediante toma su maleta y echamos a correr, haciendo señas al chofer
para que nos espere.
—¡Mamá y papá llegan en una hora, no maten Karim! —suplico al echar
una mirada sobre mi hombro.
El niñero temporal —se ofreció a cuidarlas un rato, hasta que nuestros
padres salgan del trabajo— recoge a uno de los perros del piso. Las niñas lo
imitan. Mueven las patas de los cachorros para despedirse de nosotros.
Piden que traigamos caracoles de la playa y que le recordemos a Arlo que
les prometió llevarlas a pescar. Las consecuencias de que se niegue
involucran que corra sangre.
Agitados, subimos al bus. Pagamos y nos desplomamos en los primeros
asientos.
—Esa fue mi actividad física del mes —dice un agitado Patricio.
Apoyo la cabeza en su hombro. Él apila su mejilla contra mi frente y saco
mi teléfono para escribirle a Gretha:
¿Tienes combustible en formato de comida? Corrí media cuadra.
Si fuera mi cumpleaños, tendría un problema para pedir un deseo. Justo
ahora tengo todo lo que siempre quise e incluso más. Mis amigos están
mejorando; tengo un novio sacado de un cuento de hadas —o de un cuento
de chistes malos y mucha saliva canina—; mis padres están más presentes
que nunca y mis hermanas son niñas otra vez.
A veces recuerdo cómo me sentía hace un año y los lugares por los que
transitaba mi mente. No puedo creer que esa antigua versión de mí solía
existir cuando la actual es tan diferente. Es como haber tenido dos
inquilinos distintos habitando la misma casa.
—¿En qué piensas, fantasma? —Los labios de Patricio se presionan
contra mi sien mientras saluda a las niñas, a los caniches y a Karim a
medida que nos alejamos.
El niñero temporal es, en realidad, nuestro amigo. Uno creería que sería
difícil hacer grupo con tu pareja y el que te solía gustar, pero los
sentimientos evolucionan a todo o a nada, aumentan y desaceleran, se
convierten en algo más. La situación de Karim estaba por sobre cualquier
incomodidad. Aunque todavía no pudo salir del todo del clóset, ya le contó
a su mamá que le gustan los chicos. También está probando el terreno
sexual en la universidad.
—En lo que solíamos ser y lo que somos ahora.
—Siempre que estás por ver a tus amigos te pones filosófico, es una de
las cosas que más me encantan de ti, ¿sabías?
Escondo el rostro contra su hombro para que no me vea sonreír. Ya
pasaron más de 365 días y sigue sacándome sonrisas con el más mínimo
comentario, aunque no lo logró con los chistes.
Esos serán perpetuamente malos.
Hola, mi no lo sé. Estoy en camino.
Sonrío.
Dime que allí me salvaré de tener que dormir con el conejo,
Grethalyn.
Arlo está con Cora, ninguna sorpresa.
¿Tienes combustible en formato de comida? Corrí media cuadra.
Unas horas después, me estiro y robo algunos bombones de chocolate de
la mesa de aperitivos —es una torre de dos ruedas de camión con un panel
de vidrio arriba, del mismo estilo a todo lo que está en el cobertizo— que
está preparando papá. Son los que solía enviarme.
—Si veo una mancha de chocolate en una de las hojas, te desheredare. —
Hace un ademán con el mentón al manuscrito que tengo sobre el regazo.
Es suyo. La versión final. Me lo obsequió como regalo de cumpleaños
apenas me levanté y casi lo termino.
—¿Debería tener miedo de perder un cobertizo lleno de goteras, una
cabina de fotografías llamada Nenrrieta, un alce embalsamado y tantos
libros como para no tener que volver a comprar otro en mi vida entera? —
Me burlo, pero no estoy hablando en serio.
Ese es exactamente el tipo de herencia que quiero.
—Deberías tener miedo de que te avergüence frente a tus amigos. Tengo
ese poder y no temo usarlo.
Me lanzo un bombón a la boca para provocarlo, pero él sonríe, niega con
la cabeza y vuelve a la cocina. Me recuerda al día que aterricé en Malibú,
hace un año. El aeropuerto estaba vacío y lo vi antes de que él me viera.
Estaba observando a una pareja de ancianos que intentaba descifrar hacia
dónde ir. Me quedé quieta y esperé con las lágrimas agolpadas en los ojos.
Papá los miró durante dos minutos y veintisiete segundos.
Podía ver una nueva historia instalándose en su cabeza. Luego, sonrió,
negó con la cabeza y comenzó a caminar.
Él siempre vivió en mundos imaginarios, pero cuando me vio sola y
hecha un desastre, sacrificó su imaginación por mi realidad. Desde
entonces, ha estado más presente fuera de los libros que dentro de ellos.
Solo se permitía tocar su novela durante la madrugada, cuando creía que
estaba dormida. Con el paso de los meses empezó a trabajar en ella por las
tardes al ver que yo estaba progresando. A pesar de eso, no estoy lista para
dejar la terapia.
Cuanto más dolor contienes, más tiempo te cuesta sanar.
Y contuve mucho.
Sin embargo, los chequeos con el nutricionista son cada vez más
espaciados. Mi relación con la comida mejoró porque mejoré la que tenía
conmigo misma en primer lugar, pero nada fue más fácil que cuando estaba
por mi cuenta. Luego de pedir ayuda, fue tan difícil siquiera respirar —
porque ahora todos sabían y estaban pendientes, por no decir que me
encontraba en una constante lucha en mi cabeza entre lo que mis hábitos
querían hacer y lo que debía desaprender—... Entonces, poco a poco costó
un poco menos.
Hace medio año que no contengo la respiración cuando me desvisto
frente al espejo. Ni las lágrimas. Ni los insultos.
Solo respiro. A veces se me cierra la garganta, pero vuelve a abrirse.
De vez en cuando, me sonrío.
«Jamás serás suficiente para la versión rota de ti misma, pero hay otra
versión para la que sí lo eres, y es la sana. No debes cambiar cómo luces,
sino a través de qué ojos te ves»,
Sawyer cometió muchos errores, pero esas palabras fueron un acierto.
—¿Sabías que alrededor del 70 % del cacao que se necesita para hacer
chocolate proviene de África?
Casi me atraganto con el bombón. Me giro y encuentro a mi padre con
una mano en el picaporte. Bajo el umbral de la puerta, Timmy esconde sus
manos en los bolsillos de sus bermudas, en su usual modo avestruz.
—¿No la ves en persona hace un año y eso es lo primero que le dices? —
Liv, cruzada de brazos, le da un ligero empujón con el hombro. Lleva una
media sonrisa que extrañaba.
—Algunas cosas nunca cambian. —Arlo, en medio y un paso detrás,
ladea la cabeza con un brazo alrededor de los hombros del muchacho. Me
mira y le brillan los ojos—. ¿Verdad, Greth?
Trago. Río. Corro hacia ellos. Los abrazo. Chillo. No los suelto. Lloro.
Balbuceo. Les doy besos con chocolate en las mejillas, la nariz y la frente.
Nos sostenemos en un mundo que solía tambalearse y en el que aprendimos
a encontrar el equilibrio. O, al menos, eso estamos intentando.
Quedo atrapada entre Liv y Timmy. Arlo es lo suficientemente grande
como para que sus brazos nos arropen a los tres.
—Voy a vomitar a propósito si siguen con esa cursilada —dice la
indistinguible voz de mi hermanastra.
Me seco las mejillas con el dorso de la mano. Cora se escabulló hasta la
mesa de aperitivos. Se lanza un bombón a la boca mientras nos mira y me
acerco mientras mastica.
—Eso no sería muy considerado de tu parte siendo que hoy es mi
cumpleaños.
Enarca una ceja.
—¿Y quién dijo que debo ser considerada conti…?
No la dejo terminar y la traigo hacia mí. Me corresponde el abrazo con la
fuerza de alguien que no quiere dejarte ir.
—Aunque lo seré solo por hoy —susurra contra mi hombro, para que
nadie más nos oiga—. Feliz cumpleaños, Grethalyn.
Patricio me saluda con un chiste. La extrañeza de la madre de Cora se
pone a hablar con la extrañeza de mi papá. El doctor Brown deja una
bandeja de brownies sobre la mesa —son caseros, me pidió la receta porque
los que les enviaba no les alcanzaba— y mi madre ahueca mis mejillas.
Luce orgullosa.
Yo también lo estoy.
Incluso Camello, que me mira desde el piso, parece estarlo.
Las olas no rompen contra la costa. El mar está tan tranquilo que se
podría decir que acaricia la orilla. El cielo se destiñe sobre él con la caída
del sol, que crea nubes de oro y cuarzo rosado. La brisa es gentil, apenas me
eriza el vello de los brazos mientras los móviles de viento tintinean en
dulces canciones en los pórticos traseros de las casas de playa. Desde la de
papá se oyen risas amortiguadas por los paneles de vidrio que dan al balcón.
Observo a mi familia y a mis amigos bailar, beber y comer.
Hasta hace un minuto, yo hacía lo mismo, hasta que recibí un mensaje.
Estoy a cinco minutos. En la playa.
No he visto a Sawyer en un año entero. Tampoco he hablado con él. Sé
que intercambió un par de mensajes con los chicos, pero se distanció para
hacer el duelo que debía hacer —por su hermana, por sus acciones, por sí
mismo—.
Apenas se hicieron las 00:00, me escribió.
Feliz cumpleaños, hermanastra de Cora.
Al principio iba a agradecerle, nada más, pero me quedé viendo esas
cinco palabras y me di cuenta de cuánto lo echaba de menos. Quería saber
sobre él. Qué hacía. Qué sentía. Qué necesitaba. Qué había hecho con su
paraguas.
¿Te gustaría venir a mi cumpleaños, exnovio de Cora?
Dijo que sí, le pasé la dirección y no hablamos más porque ambos
sabíamos que, aunque tuviéramos ganas, debíamos esperar a estar cara a
cara.
Me acomodo los tirantes de la camiseta lisa. Tengo shorts y estoy
descalza porque es una ocasión informal, pero de repente siento como si
fuera a tener mi primera cita. Estoy nerviosa y quemada como una tostada
por el sol. Aunque no quiera, me pregunto qué pensará de mi aspecto. No
porque crea que hay algo de malo con él, sino porque…
Bueno, me da curiosidad si le seguiré gustando ahora estoy en un peso
saludable, lo cual es tonto. De todas las cosas que podría pensar sobre él,
pienso en eso, es paté…
Me detengo.
«Nada es tonto, patético o demasiado si te hace sentir algo», suele decir
mi psicóloga. «Si te provoca una reacción, préstale atención. No lo
minimices. Pregúntate por qué lo sientes y decide cuánto importancia
necesitas darle para estar en paz contigo misma».
De acuerdo, no es patético.
Soy una chica que conoció a un chico que tomó malas decisiones. Soy
una chica que lo perdonó, pero, por sobre todas las cosas, se perdonó y
empezó a cuidarse a sí misma. Soy una chica que tiene sentimientos por una
persona y solo quiere saber si esa persona sigue correspondiéndole. ¿Para
qué? No lo sé. Tal vez Sawyer esté en una mala posición todavía o ya no me
vea como solía hacerlo. Puede que, cuando lo conozca otra vez, dichos
sentimientos se desvanezcan. No tengo idea.
Lo que sí sé es que quiero abrazarlo y preguntarle cómo está. Lo
importante antes de saber sobre el amor compartido, es preguntar por el
amor propio.
—Estaba esperan… —dice una voz detrás de mí. Se me acelera el
corazón y volteo—. Wow.
Deja de caminar. Sus manos siguen en los bolsillos de sus pantalones
cuando hace una de las cosas que más me gustan de él: sonríe. Es igual y
completamente distinto a como lo recordaba.
No sé si a simple vista puedes notar que alguien está mejor, pero creo
hacerlo.
Me mira a los ojos como se mira a todo aquello que no puedes creer que
existe pero que, a pesar de eso, estás agradecido de que lo haga. La mirada
se le cristaliza.
No sé si es por mí, por él o por ambos. Si quiere llorar por el presente, el
pasado o el futuro. Si se emociona por la oportunidad perdida o la que
acaba de encontrar, pero yo también me siento así.
—Luces feliz —susurra—. Te queda precioso.
De todas las palabras que podría elegir una persona para describir a
alguien, esas son las mejores. Si algo aprendí desde que comencé con el
viaje de la recuperación, es que cuando sinceramente te sientes bien por
dentro, también lo haces por fuera. El problema es que siempre es más fácil
cambiar cómo te ves en lugar de cómo te sientes.
—Tú también pareces feliz. —La brisa le alborota el cabello como si
hubiera sido un buen chico este último año—. ¿Lo eres?
—Lo intento un montón. Muchas veces, incluso lo logro.
Es una respuesta honesta. De un muchacho que aprendió a ser honesto.
—Te eché de menos, Gretha —añade con la voz más suave y dulce que
escuché. Es algodón de azúcar—. Si tuviera que quejarme de algo acerca de
la distancia sería que ahora te debo como mil abrazos.
Estamos tan cerca que, si estuviéramos en el agua, una pequeña ola
bastaría para hacer desaparecer el aire que entre nosotros.
—No importa a cuántos kilómetros está una persona, importa a cuántos
la sientes. Y, cuando cerraba los ojos para pensar en ti, era como si pudieras
abrazarme. Sabía que estabas ahí.
Su mirada vuelve a empañarse y ríe.
—De verdad espero que ese haya sido yo y no un fantasma, porque me
pondré celoso.
También río. Es un clásico comentario de Sawyer.
Sin poder aguantarlo, nos envolvemos el uno al otro. Su corazón se
presiona contra el mío en un saludo de latidos tranquilos. Su calidez y su
perfume son embriagantes. Por un momento, creo que me mareo y me
aferro a su camiseta con más fuerza. Entierra su rostro en mi hombro y
siento sus labios rozar mi piel.
Podría vivir en este abrazo.
Podría conocerlo de verdad ahora.
—¿Te gustaría volver? —pregunto.
Se separa un poco y acomoda mi cabello detrás de mis orejas.
—¿A tu club sin nombre?
Ruedo los ojos.
—De acuerdo, como regalo de cumpleaños, te pediré que lo bautices. —
Apoyo las manos en su pecho y me doy cuenta de que hay algo debajo de
su camiseta. Un collar con forma de libélula, como el que compartía con su
hermana—. Dime lo primero que te venga a la cabeza.
Me alejo y hago un ademán a la casa de la playa. Arlo, Liv y Timmy
chismean desde el balcón, observándonos.
Sawyer entrelaza nuestros dedos y entrelaza su vida con la mía otra vez.
Me emociona que mi mejor versión conozca a su mejor versión. Me hace
feliz saber que tenemos decenas de mejores versiones esperando por
nosotros.
Puede que la suya coincida sanamente con la mía en esta ocasión.
—¿Club de los paraguas rotos? —ofrece.
Club de los paraguas rotos… Suena como un lugar del que me gustaría
ser parte.
FIN
☔ Paragüitas en físico ☔
No puedo creer que voy a escribir esto, pero... *Inhala hondo* aquí vamos:
Este es el final de Club de los paraguas rotos.
En digital...
💞 🥳
¡Porque saldrá en papel de la mano de Planeta en 2023!
Muchísimas gracias por unirse al club, lectores.
Siempre viajé lejos con los libros que escribí, pero con este viajé
profundo: directo a los lugares a los que no quería (pero necesitaba) ir. Creo
que les sucedió lo mismo, pero fueron valientes y continuaron leyendo. Se
acompañaron entre ustedes aunque no se conocían. Me tomaron de la mano
y me acompañaron a mí aunque tampoco nos conocíamos.
Tal vez estamos separados por miles de kilómetros, pero los sentí a un
abrazo de distancia cada vez que abrían su corazón en los comentarios. No
necesito estar en carne y hueso a su lado para saber que, como todo ser
No merecen menos que una vida llena del amor que buscan e intentan
dar(se).
Antes de empezar a escribir este libro me prometí algo y fue que iba a
escribir sin filtro. No iba a suavizar lo que dolía: iba a ser crudo, horrible y
un puñal directo en el estómago, como en la vida real. Usualmente no hago
eso. Saben que me gusta hacerlos reír o suspirar con discursos románticos
sacados de una película. Creo que por eso CDLPR los golpeó (y me golpeó)
tanto, porque saca a la luz las cosas que están en el lugar más oscuro de
nuestras mentes.
Pero era necesario. Todavía lo es. El libro puede tener muchos mensajes,
pero el principal ya saben cuál es:
Háblenlo. Grítenlo. Escríbanlo. Dibújenlo. Exprésenlo. Pídanlo.
Pidan ayuda cuando la necesiten y ofrézcala cuando puedan, paragüitas.
Aprendí un montón mientras escribía esta novela. Mucho de ese
aprendizaje vino de ustedes, de su forma de reflexionar y confiar en que
este era un espacio seguro para descargarse. Crecí mucho en el más de año
y medio que tomó concluir la historia. Espero que ustedes también lo hayan
hecho. ¿Qué se llevan de Club de los paraguas rotos? ¿En qué los ayudó?
¿Qué los hizo pensar y sentir? ¿Pudieron encontrar respuestas a los
Recuerden: existen los finales felices, pero también los que prometen
felicidad, como este.
Con amor cibernético y demás, S.
Índice
Titel
Sinopsis
1. Salchichas de tortuga
2. Pollo a los besos
3. Tierra del chantaje
4. Puente humano
5. Cascada artística
6. Pudín internacional
7. A través del telescopio
8. Somos conejos retroalimentados
9. Ticket de mentira
10. Quémate el corazón
11. Bufandas que bailan
12. Elegir lo que duele
13. Hamaca del destino
14. Eclipses
15. Regálame un silencio gris
16. Pescar tu mejor reflejo
17. Botes de aire y magia
18. Primer paraguas roto: Liv
19. Vía Láctea de amor en odio
20. Girasoles secretos
21. Extrañar tu voz
22. Un té frágil
23. Segundo paraguas roto: Timmy
24. Desear(te)
25. Tercer paraguas roto: Cora
26. Caja de inseguridad
27. Ojos galácticos
28. Cuarto paraguas roto: Arlo
29. Suenas a flores
30. Alma sin hogar
31. No eres parte del club
32. Alce con taquicardia
33. Labios de vodka
34. Salvarse a sí mismo
35. Quinto paraguas roto: Gretha
36. Castor de brillantina
37. Cobertizo de café
38. Un cumpleaños sincero
39. Salvar una galaxia
40. Domar un dragón resentido
41. Último paraguas roto: Sawyer
☔
Epílogo
☔
Paragüitas en físico