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Club de los paraguas rotos

ʟᴜᴅᴍɪʟᴀ

Published: 2022
Source: https://www.wattpad.com
Sinopsis

No eran adolescentes felices, pero tampoco del todo infelices. Se


asemejaban a una montaña rusa emocional atravesando una de las etapas
más duras de la vida.
Eran cuatro:
Gretha, la frágil.
Liv, la obsesiva.
Timmy, el miedoso.
Arlo, el maltratado.
En realidad, todos eran frágiles, obsesivos, miedosos y maltratados a su
manera. Sus secretos los habían unido una noche de verano y prometieron
ayudarse mutuamente a que estos no pesaran tanto.
Entonces, llegó Sawyer, no tan perfecto como el mundo creía.
Abrieron su paraguas para él, intentando en vano protegerlo de la lluvia,
sin saber si estaría dispuesto a hacer lo mismo por ellos.
«Llevaba una galaxia escondida en los ojos, pero ningún astronauta
estaba dispuesto a explorarla. Había demasiados agujeros negros en los
que caer.»

Hermosa portada hecha por:


beloftedesigns
Advertencia: En esta historia habrá comportamientos insanos y algunas
escenas muy violentas. No se incentiva de ninguna manera lo que hace
Gretha o se normaliza lo que sucede con Arlo. Si estás pasando por algo
similar, por favor, habla.
Son libres de imaginar a los personajes como quieran, pero les dejo una
aproximación a lo que son en mi cabeza por si les ayuda:
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
1. Salchichas de tortuga

El otoño huele a salchichas.


En realidad, la brisa arrastra el grasiento olor de la cocina de Lola.
La señora deja entreabierta la ventana al cocinar sin importar cuántos
grados haga afuera. Su extractor funciona bien, pero su pasatiempo favorito
es hechizar a los vecinos para que alaben su comida. Es una mujer a la que
no le gusta suplicar verbalmente por halagos aunque se esfuerza mucho por
conseguirlos, creyendo que nada —ni un gesto o buena palabra—, puede
nacer por sí solo de los demás, sino que hay que sacarlos con una fuerza
gentil, como tirar de la cabeza de un recién nacido atascado entre madre y
mundo.
Yo no podría hacer lo que ella. Cualquier cumplido me resulta incómodo
ya que nunca sé diferenciar si lo dicen por cortesía o porque realmente
piensan así. En consecuencia, nunca los acepto de verdad y doy las gracias
por lo que creo que es una mentira.
Los halagadores me hacen sentir mal porque doy vueltas a por qué
dijeron tal cosa. Preferiría que mantuvieran la boca cerrada.
Inhalo por la nariz y mi estómago rezonga. En general no noto que está
vacío, pero cuando vibra como un dildo averiado y protesta en ruidos
guturales es difícil ignorarlo. Luego llega el pinchazo, similar a que alguien
presione la punta de un lápiz contra un globo sin que se rompa.
Es muy incómodo y satisfactorio en partes iguales.
Sin embargo, no dejo de caminar. Comeré cuando termine. Hay tomates y
restos de pollo en la nevera. Un poco de sal y será un almuerzo espectacular
para solo una persona a pesar de que a partir de hoy abrimos las puertas de
casa a dos seres humanos más.
Ya no llueve pero a la gravedad le gusta jugar con las plantas del jardín.
Las gotas quedan suspendidas en las puntas y cuando apuesto a que caerán,
se siguen aferrando. No quieren filtrarse en la tierra y volver al infinito
proceso de condensación, haciendo una y otra vez lo mismo.
A veces me siento como una de esas gotas.
Hojas nadan en el agua aceitunada y mohosa de la piscina que ni mamá
ni yo recordamos cubrir o nos molestamos en vaciar cuando el verano
acabó. Alrededor la tierra no es lodo, pero sí invita a resbalar. Muy
precavida me puse las botas de lluvia celestes de papá. Él no las precisa a
más de 1600 kilómetros en su bonita casa de playa.
Saco el móvil del bolsillo. 11:53 am. Trato de desbloquearlo para ver si
tengo un mensaje de Arlo, pero mis manos tiemblan tanto que cada vez que
intento escribir mis dedos marcan otras teclas. El frío es bonito vivirlo a
través de una ventana, no en contacto crudo y directo, pero no me quedó
otra opción. No podía caminar en la sala. Además, me obligo a tomar un
poco de aire libre todos los días.
Opto por guardar el aparato e inhalar y exhalar por la boca, evitando que
las salchichas seduzcan mi tripa con su encanto oleaginoso cuando todavía
faltan siete minutos para el mediodía.
—¡Cuidado con la lámpara de tortuga, Sawyer! —grita Cora.
Cierro los ojos y acelero el paso. No necesito ver el camino porque lo sé
de memoria. No es difícil memorizar un óvalo.
—¡Como la rompas, rompo contigo! —amenaza.
No conozco a Sawyer, pero supongo que es el chico con el que sale.
Dudo que ella sepa el nombre de los trabajadores de la empresa de
mudanza. Ni siquiera recuerda cómo me llamo yo a veces y soy su
hermanastra.
En cuestión, me apena el desventurado ser al que le tocó vivir bajo la
mirada de La Carnívora, como la llaman en la preparatoria.
No es que me caiga mal. Ni siquiera me dio la oportunidad de decidir si
me agradaba o no al principio. Solo apareció y lo consumió todo. Me robó
las palabras de la boca, las papas fritas del plato y cada pensamiento por las
primeras dos horas que estuvimos sentadas en el restaurante donde nos
presentaron hace unas semanas atrás. Su padre y mi madre habían decidido
mudarse juntos después de meses de relación en secreto.
No nos reunieron para consultarnos qué nos parecía compartir techo, sino
para que nos acostumbráramos a la idea.
—Tomen esto como una oportunidad de preparación mental —dijo en ese
entonces la mujer que me trajo a la vida dieciséis años atrás.
Con Cora compartimos dos clases, pero jamás habíamos cruzado palabra
antes. Había oído de ella y ella de mí, pero las dos actuamos como si no
estuviéramos al tanto de nuestra mutua existencia hasta esa noche.
Es incómodo saber quién es alguien y que el otro sepa que sabes quién
es. Aún más fingir que nadie sabe... Mucho verbo saber a veces es malo.
Echo otro vistazo al teléfono. 11:56.
Cora fue como un regalo de Navidad, pero ya lo había abierto antes y no
era Navidad, sino día de Brujas.
Ahora, al otro lado de la casa y la cerca que separa el jardín trasero del
delantero, hay un camión de mudanza, un Sawyer con una lámpara de
tortuga y La Carnívora dando órdenes tal generala. Hace rato escuché que
se hizo trizas un jarrón, pero ella no dijo ni pío. Deduzco que fue de mi
madre y no de Gavin, el cirujano.
El caso es que Cora no es mala, pero tampoco buena. Es una bala perdida
que la mayor parte del tiempo se la pasa lastimando gente, pero como nadie
sangra en abundancia porque solo se trata de roces, no se hace problema.
Me gustaría decirle que a veces lo pequeño puede doler como si fuera
increíblemente grande.
Podría estar ayudando en lugar de estar caminando aquí, pero sería un
estorbo. A su vez, una parte de mí quiere retrasarlo tanto como sea posible.
En cuanto entre a mi casa ya no será solo mía nunca más. Si pudiera le diría
a mamá que lo único que quiero tener en común con esta chica es la
inhalación de oxígeno terrestre, pero sé que la lastimaría.
Anteponer la comodidad y felicidad de otros antes que la mía no es cosa
nueva.
—¿Necesitas que te ayude a buscar algo? —pregunta el posible Sawyer a
Cora.
Seguro ella revuelve con locura una caja creyendo haber olvidado
empacar otra lámpara —¿quién rayos necesita tantas de todas formas?—.
Tal vez tiene una de serpiente, más acorde a su actitud.
Siento un toque. Dedos rozan la manga de mi abrigo y un poco de mi
piel. Mi corazón, que va a 100 latidos por minuto, pasa de golpe a 130.
Trastabillo hacia el borde de la piscina y pierdo el equilibrio. Aunque una
mano se extiende por la mía, ni por instinto trato de aferrarme a ella.
Parece que de forma inconsciente prefiero ahogarme, porque estoy bajo
el agua en un segundo. Hay algo perturbador y a la vez tranquilizante en la
manera en que me engulle, como caer dentro de una burbuja insonora tras
vivir la vida entera en un parque de diversiones sin horarios.
Me siento un astronauta, sin peso y flotando a la deriva, pero entonces
comienzo a alejarme de la superficie cada vez más y recuerdo que no sentir
el peso de algo no implica no llevarlo contigo.
Las formas de las hojas entrelazadas en la superficie recortan la luz,
oscureciendo una parte e iluminando otra del fondo de la piscina. Es una
linda imagen, aunque mortal ya que me falta el aire. Al tiempo que me
impulso hacia arriba, la red de hojas se rompe en cámara lenta.
Lo primero que veo son sus manos con aspecto de tener vitiligo por el
juego de luces. Viene tal misil hacia mí, por lo que retrocedo y él avanza.
Sus manos se hacen puños en la tela de mi abrigo. Cada hebra de su cabello
ondea como un coral al que las puntas del mío tratan de tocar.
El mundo se reduce a un baile bajo el agua.
Nos impulsa y rompemos el cascarón acuático. El sonido reemplaza al
silencio. El cambio es demasiado brusco porque en la burbuja solo había
mutismo y aquí arriba existen cientos de ruidos que tratan de caber en solo
dos oídos.
—Nunca había nadado en otoño antes —dice mi pareja de baile con la
respiración acelerada—, ¿qué tan bien te encuentras de América del Sur a
América del Norte?
Me desconcierta tanto que no noto que me está arrastrando a la orilla
hasta que me suelta para trepar por el borde. Hago memoria de un mapa y
las enseñanzas de geografía. Traduzco en mi cabeza lo que sería un seis,
tomando el Sur como el cero y el Norte como diez.
—Me siento como Nicaragua.
Al reír un hoyuelo aparece en una de sus mejillas. Su rostro tiene un
destello asimétrico tal obra cubista. Se aparta la mata de pelo mojado del
rostro y confirmo que de verdad tiene vitiligo. Sus manos son un mapa
topográfico de color crudo, crema y tostado.
Uso las mías para impulsarme en la tierra fresca y volver a estar en
posición vertical. La verja del otro extremo del jardín está abierta y me
avergüenza no haberlo notado antes que me notara a mí, caminando en
círculos alrededor de la piscina como una loca de botas celes...
Me falta una bota.
Está flotando entre las hojas que decidieron quedarse en el agua y no
adherirse a nuestra ropa.
—Tranquila, yo la pesco.
Toma una rama y se estira desde borde. No entiendo cómo no está
temblando cuando al bajar la vista me veo a mí misma convertida en un
terremoto corporal. La brisa sopla arrastrando el olor a salchichas y mi
estómago no niega la oportunidad de quejarse.
—No quise asustarte, es que te vi merodeando y creí que se te había
caído un pendiente o algo. —Me pasa la bota ya erguido en toda su altura.
Desde que dejé el escuadrón de porristas no estoy cerca de muchos chicos,
por lo que su presencia se siente demasiado—. ¿Qué buscabas?
No sé cómo explicar mi conducta y no se me ocurre ninguna excusa. Por
suerte, Cora me salva de mentir siendo la heroína menos esperada.
—¡Sawyer, ¿dónde pusiste la puta lámpara de tortuga?! —grita desde el
frente de la casa.
El chico deja de ser inmune al frío y se abraza a sí mismo. Me encargo de
abrazar la bota contra mi pecho, donde habitan 150 latidos por minutos
mientras me mira con ese par de ojos que combinan con la estación. Es
como si sus padres los hubieran confeccionado con pequeños trozos de cada
hoja y color del otoño.
—Mi novia trajo demasiadas plantas y lámparas. Dijo que sería más fácil
si venía a buscar una carretilla —explica aunque no le pedí que lo hiciera
—. Como oíste, soy Sawyer, y te estás poniendo azul. Deberías entrar a la
casa.
Él también debería, pero presiento que irá por la carretilla antes. Cora es
exigente y no perdona.
—La traigo por ti, está en el cobertizo.
Hago equilibrio en un pie y me calzo la bota antes de emprender el
camino.
—No es necesario, presunta hermanastra de Cora.
Reprimo una sonrisa al oírlo seguirme haciendo crujir la hojarasca.
—Puedes dejar de decir presunta. Confirmo que lo soy.
—De acuerdo, hermanastra de Cora. Puedo encontrar la carretilla solo.
Ahora ve adentro y quítate la ropa.
Mis cejas rozan mi flequillo, que debe lucir como tiras colgantes de
espagueti crudo a este punto.
—Es decir... Estás mojada, por eso.
—Solo lo estás empeorando.
—Lo siento, hermanastra de Cora. —Ríe tiritando.
Le propino un puntapié a la desgastada puerta del color de las botas y la
empujo con la cadera. Tiene sus manías para darle acceso a la gente, tal
como las personas.
—No toques nada, por favor —advierto al encender la luz—. Sino se
dará cuenta.
—¿Quién?
Me muevo a través de los asientos individuales —reposera de playa, silla
de camping, sillón reclinable rescatado del basural y mecedora—, y me
mantengo lejos de las pilas de libros procurando no chorrear cerca de ellos.
Ya al mando de la carretilla que guardamos bajo el escritorio, la empujo de
regreso y pillo al chico contemplando el espacio con una curiosidad serena.
—Este no es solo un cobertizo, ¿verdad, hermanastra de Cora?
—No es solo un cobertizo, y puedes decirme Gretha.
Toma la herramienta de jardín viendo una foto enmarcada sobre una pila
de clásicos que hace de mesa. Es la única fotografía que tenemos juntos y
eso la hace tan personal que me siento desnuda. También tengo la sensación
de que desnuda a mis amigos, por lo que doy un paso para bloquear su
vista.
Hago un ademán con el mentón hacia el patio. Maniobra la carretilla para
salir y cierro la puerta sin despegar la espalda de ella.
—Dile a Cora que te preste algo de ropa de su papá luego, a menos que
sea conveniente resfriarte para faltar a algún sitio. No te ofendas, pero
tienes cara de ser alguien que usa muchas excusas.
Me dedica la sonrisa más divertida que vi en los últimos meses. No me
había sentido graciosa en mucho tiempo, así que debo batallar para que la
mía no se materialice en mi rostro. Odio ser obvia y fácil de encantar con
las personas, sobre todo con los chicos.
—No sabes lo acertada que estás.
Asiento y da media vuelta.
—Adiós.
—Adiós, hermanastra de Cora.
No insisto en que es Gretha porque él sabe que sé que sabe mi nombre...
Eso sonó muy Friends. Además de excusas, Sawyer parece propenso al
fastidio ajeno.
Me echa una mirada sobre el hombro antes de desaparecer y que Cora
suelte un «¡Hallelujah!» al verlo, seguido de: «¿Por qué estás moja...? No
importa, te estaba preguntando dónde pusiste la lámpara de tortuga».
Exhalo un continente entero. Con rapidez doy otro puntapié y empujón
de cadera, más fuerte que el anterior. Mis ojos caen en el reloj con forma de
taza que está sobre Nenrrieta, sabiendo que mi teléfono ya está muerto.
12:03, y yo dejé de caminar a las 11:56.
Cuatro minutos más y hubiera completado las dos horas. Siento que
habrá muchas interrupciones en mi rutina a partir de hoy.
Algunas con nombre y apellido.

del Norte? (F en geografía si no saben qué decir). 😂


¡Hola, paragüitas! ¿Cómo se sienten de América del Sur a América

1. ¿Primera impresión de Gretha, Sawyer y Cora? ¿Qué olfatean esas


narices lectoras suyas acerca de los personajes?
2. ¿Alguna vez sintieron que tenían un crush solo por tener? Sea para
distraerse de algo más importante, otra persona o por simple aburrimiento.
3. ¡Hagan sus apuestas sobre quién o qué chinches es Nenrrieta!
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
2. Pollo a los besos

Una de las plantas más tóxicas del mundo es la adelfa, pero es tan bonita
y sencilla que a simple vista parece inofensiva. Sin embargo, al tocarla la
piel puede reaccionar negativamente, y si se ingiere hasta es capaz detener
el corazón.
Grethalyn Fisher parece tener esencia de adelfa.
No pasó más de un día desde que me mudé a su casa y ya sé que será una
pesadilla. Mientras le decía a Sawyer en qué ángulo debíamos poner el
escritorio para que la luz llegara a mis plantas, ella salió de su cuarto —que
está frente al mío—, tres veces para ir al baño.
Tres. Raíz cuadrada de nueve. ¿Tenía floja la uretra o qué?
Nadie había sido tan obvia en echarle el ojo a mi novio antes. Se merece
una medalla por indiscreción y otra por desconsideración ya que en ningún
momento se ofreció a ayudarnos con la mudanza.
Me hubiera gustado que mi padre estuviera aquí para ver la terrible idea
en que nos había metido. Suficiente malo es que salga con Marion, la
anestesista de su equipo. Las enfermeras van por el hospital diciendo que es
una mujerzuela, lo que me parece una estupidez. La libertad sexual no
debería venir con etiquetas.
Lo que me preocupa es que se la conoce por no mantener a los hombres a
su lado por más de unas semanas y mi padre no necesita que le rompan el
corazón —yo no necesito que le pase eso y se descargue conmigo—,
incluso si tal cosa significa darse cuenta del error que cometió al dejar a mi
madre.
Me gustaría tener la certeza de que su nueva relación va a funcionar, pero
si arrojó 25 años de matrimonio por la borda sin haber intentado hacerlo
funcionar, no espero lo mejor. No sé qué cree que es el amor, pero para mí
uno de sus principales engranajes y sin el que cualquier relación se
desvanece, es la voluntad.
Tener voluntad para dialogar.
Tener voluntad para empatizar.
Tener voluntad para quedarse y seguir queriendo cuando las cosas
marchan mal.
Se piensa por lógica que si los problemas llueven y sepultan a una de las
partes, la otra puede sacarla de los escombros. Gran error. Las heridas de
una pareja no deben caer en una sola persona, ya que sino las cicatrices
siempre las llevará y sentirá uno por más que el otro haga su mejor esfuerzo
por sanarlas desde el exterior.
Hay que caer y levantarse juntos, porque para hacerlo en solitario ya cada
quien tiene su vida individual.
Ni las adelfas merecen dos sepultamientos.
Cuando bajamos a comer con Sawyer después de la exhaustiva jornada
laboral impaga, encontramos a Grethalyn frente a un bol de tomates y una
fuente de pollo. Se limita señalar la comida con el cuchillo en una
invitación primitiva.
Mi novio acepta y se adueña de una pata del ave. Duda un segundo y
luego toma otra porque razona con la oferta 2x1 ante cualquier situación.
No pido ayuda para encontrar encontrar los platos ni cubiertos y ella no
la ofrece. Cuando doy con el objetivo, nos ponemos a cortar tomates a la
par. Sawyer se sienta sobre la mesada para contemplar la competencia.
Tiene piel de pollo entre los dientes mientras me sonríe. Es desagradable.
Gretha posee el pulso de un cirujano y sé que en cuanto papá lo note la
alabará, lo que me molesta por adelantado. Él hace cumplidos a todo el
mundo y se guarda las críticas para mí, y con ella alrededor será inevitable
que lo oiga humillarme.
Antes mamá lo mantenía a raya, y cuando fuimos solo nosotros dos al
menos no había público mientras me atacaba con sus expectativas de hija
ideal.
Estoy por ofrecerle una regla a la chica dado que se esfuerza en cortar los
trozos exactamente del mismo tamaño.
—¿Eres obsesiva compulsiva o qué? —espeto cuando acomoda el tomate
y el pollo en extremos opuestos del plato, como si fueran enemigos
mortales.
Me mira por un largo instante sin contestar. Sus ojos son de un verde
muy pálido. Es inquietante.
—¿Autista quizás? —adivino—. No me mires así que das miedo.
Voy a dormir bajo el mismo techo que una potencial psicópata esta
noche, quien saca una botella de agua del refrigerador y sube a cenar a su
cuarto murmurando algo extraño.
Intercambio una mirada con Sawyer.
—¿Dijo «tienes vello»?
Me llevo la mano al rostro, verificando si algún desgraciado se escapó de
la cera y quiere formar un bigote en mi cara a modo de protesta por el
doloroso procedimiento de belleza.
—Dijo «provecho» —corrige con aceite chorreando de su mentón.
Tomo un repasador y me acomodo entre sus piernas. Lo agarro por las
mejillas y hago lo que toda madre se harta de hacer: limpiar enchastres
ajenos.
Es como si todos los días alguien arrojara café a una pintura de Van
Gogh; Sawyer se vive golpeando y ensuciando, y no puedo contener mi
necesidad de conservación artística. Es una obra de arte que hay que cuidar
si se desea apreciar y que sea apreciada por otros.
—¿Te agrada tu hermanastra?
Resoplo y tiro el trapo al fregadero, lo que es una contestación más que
suficiente.
—¿Sabes con quién se junta en la escuela? —añade.
Recojo el plato y voy a la sala. Me siento en el sofá para que Marion y
Grethalyn me sonrían desde una fotografía en la mesa ratona. Doy vuelta el
cuadro cuando él se sienta a mi lado.
—No me interesa con quién se junta.
—No te pregunté si te interesaba, solo si sabías con quién.
Le lanzo una mirada de desaprobación. Hablar de hermanastras
indeseadas y sus pandillas no es mi forma de pasar un sábado por la noche,
pero entiendo de dónde provienen las preguntas. La curiosidad está
impregnada a su existencia.
No hay motivos para estar celosa.
—¿Algo más que quieras saber sobre ella? Puedo ponerlo en el informe
que entregaré sin falta mañana a primera hora. El archivo se llamará
«Grethalyn, el ser que menos me importa, Fisher». —Alzo las manos y las
voy separando en el aire imitando un cartel.
—¿Grethalyn? —repite conteniendo la risa.
Roba el tenedor de mi plato y pincha un trozo de pollo para darme de
comer en la boca —pues sí, ¿sino por dónde me daría de comer? Qué
pensamiento imbécil—. El caos es que siempre tienes gestos dulces e
infantiles. Lo que más me gusta es que parece hacerlo de forma
inconsciente.
Me quita la mochila a la salida de clases para que no deba cargarla, me
detiene en medio de cualquier vereda para atar mis cordones, y cuando ve la
batería de mi teléfono baja se levanta a buscar el cargador sin decir nada.
Son cosas que puedo hacer por mí misma, pero lo dejo consentirme.
Sin darse cuenta, cuando me ayuda o se encarga de las cosas más chicas
siento que tengo un respiro. Nada pesa tanto, y de hacerlo sé que me
ayudará a detener los problemas antes de que me aplasten.
—¿Estás cómodo con la ropa de papá? —cambio de tema.
—En realidad es algo perturbador. Te ves sexy comiendo pollo y tengo
ganas de darte un beso, pero me sentiría sucio si lo hiciera usando ropa del
Doctor Brown. —Hace un ademán a los jeans que le quedan a media
pantorrilla.
Mi padre y su metro sesenta no son compatibles con la altura de Sawyer.
Nadie lo es a excepción de los tipos de la NBA.
—¿Y si te los quitas se iría el remordimiento de conciencia?
Me mira con una sonrisa que conozco bien. Es la misma que me regaló
cuando lo empujé contra su coche en el estacionamiento a la salida del cine,
en nuestra primera cita.
Después de eso ninguno recordaba sobre qué trataba la película.
—Está Gretha arriba, Cora —señala prudente.
—¿Quieres que la invite? A que los tríos son divertidos.
Nos echamos a reír y por un segundo olvido dónde estoy. Sawyer tiene
un talento natural para reducir el mundo a él sin ser egoísta en el proceso.
Nos conocimos el año pasado cuando me cambié de escuela después de
que mis padres se separaran y papá vendiera la casa que le había dejado la
abuela. Mi madre pasó a quedarse en el ático de un sucio bar mientras
nosotros rentamos un apartamento con vista panorámica a la ciudad de
Sweet Wind.
Sawyer también era nuevo en ese entonces, por lo que nos dieron el tour
de bienvenida juntos. Nuestra guía, Liv, era un dolor de cabeza. Mientras se
emocionó relatando la aburrida inauguración de la preparatoria en 1979, nos
escapamos para explorar por nuestra cuenta y dejarla hablando sola.
Coqueteamos durante semanas y el último día de clases mandé todo a la
mierda y le pedí una cita.
Fue lo mejor que me pasó desde el divorcio y se lo agradezco otra vez
con un beso sabor a ave rostizada. Podría sumergirme en su humor y
ahogarme en risas con gusto, hasta que los pulmones me duelan.
—¿Te gustaría profanar mi nueva habitación? —invito.
—¿Estará la tortuga de tu lámpara viéndonos mientras lo hacemos?
Porque resulta un poco perturbador. Incluso me desconcentra.
Se ríe y lo callo arrebatándole el tenedor para alimentarlo con más pollo.
—Rápido que el postre se tiene que servir antes de que lleguen papá y
Marion, campeón.
Hay demasiada actividad física para digerir adecuadamente la cena luego
de eso.
Barheev! ¡Hola! Salut! ¿Qué tan bien se sienten los paragüitas del 1
al 19?
1. ¿Son de los que se enchastran o limpian a los otros al comer?
2. ¿Algún presentimiento sobre Cora, su perspectiva o relación con
Sawyer?
3. ¿Tienen tatuajes? ¿Se harían uno?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
3. Tierra del chantaje

—¿Alguien que no seas tú estuvo aquí?


Sabía que iba a darse cuenta.
—Tal vez.
Liv endereza el tapete de la entrada, donde se lee: «No se aceptan
paraguas ni camellos».
—Timmy, baja los pies de la mesa —reprocha.
Liv Ágatha Judith Archer es una esponja. Absorbe detalles y limpia
desastres. Nunca viste más de un color a la vez y sus cejas forman un
ángulo que aprendimos en matemáticas. De tener un lema, sería: «Si no son
mitades exactamente iguales, las modificas hasta que lo sean».
—Hazle caso, no creo que esté teniendo un buen día y si quieres
empeorarlo te recuerdo que va a pasar toda la tarde encerrada con nosotros
—susurro al chico.
Si Liv es una esponja, Timmy es un charco de agua sucia producto de
una alcantarilla.
Dejó de ser amigo de los colores hace tiempo. Siempre viste de negro, no
se quita la capucha de la sudadera casi bajo ninguna circunstancia, y sus
manos tienen complejo de avestruz. Es tan pálido que ni aunque lo atara a
una estaca en medio del patio y se duplicara el sol obtendría algo color.
De no estar en la situación que se encuentra, estoy segura que sería el
tipo de persona que disfruta de cualquier tarde soleada, pero ahora no siente
el sabor de la vida ni en las cosas pequeñas.
Mi problema con el sol es distinto al suyo. Me gusta gozarlo sola, pero
no puedo estar bajo él si hay alguien cerca a menos que lleve encima una
capa de ropa lo suficiente larga y gruesa.
A la luz las imperfecciones no hay cómo cubrirlas.
Le suplico con los ojos al chico y baja los pies para acurrucarse en su
desgastado sillón reclinable, abrazando sus rodillas y apoyando el mentón
sobre ellas.
—Hey, ¿esos son tus nuevos hermanastros? —Liv aparta las cortinas
navideñas para que veamos lo mismo que ella.
Cora y Sawyer están discutiendo en el patio.
—Solo la chica. ¿De qué creen que pelean?
—De algo. —Timmy se encoge de hombros y aparta la mirada,
encontrando más interesante contar las línea del piso.
—Lo está acusando de verle los pechos sin disimulo y como un baboso a
otra chica —asegura Liv.
Antes de que pueda preguntar si puede leerles los labios, Cora pone las
manos sobre sus senos y las aleja en un gesto que muestra el talle de
sujetador que distrajo a Sawyer.
Era uno muy grande.
—Y ahora va a abofetearlo —añade.
—¿Qué?
Me sobresalto cuando la cabeza del castaño gira cincuenta grados de
golpe. Ninguna otra parte de él se mueve. Cora está colorada del enojo y él
inmóvil, sin levantar el rostro para devolverle la mirada. Ella espera,
queriendo que su interlocutor la mire mientras se descarga verbalmente,
pero eso no ocurre.
Al final, él abre la boca pero La Carnívora se exaspera con lo que oye y
lo empuja.
El agua de la piscina se desborda cuando cae de espaldas y Cora da un
portazo regresando a la casa.
—Eres una bruja, Liv —declaro, a lo que sonríe con autosuficiencia—.
Arlo todavía no llega, así que iré a echarle una mano a Sawyer.
—Así que tiene nombre —observa entre la burla y el interés.
Estrecha los ojos como si estuviera tratando de recordar algo.
—Todos tenemos nombre.
—A todos nos dieron un nombre —murmura Timmy—. ¿Es extraño que
la mayoría de las personas lleven durante toda su vida algo que les
impusieron?
Liv rueda los ojos, aunque por la arruga que se forma entre sus cejas sé
que está pensando al respecto. A veces pretende que las personas dicen
tonterías cuando en realidad no existe algo así. Todo es importante desde
alguna perspectiva. Es nuestro problema no saber verlo desde esos ángulos.
Cuando me pongo el abrigo y salgo al jardín, Sawyer emerge de las
mohosas profundidades.
—¿Tienes complejo de tortuga? —pregunto—. Porque estuviste más
tiempo en mi piscina en dos días del que yo estuve en los dieciséis años que
he vivido aquí.
Trepa por el borde y rueda por el césped hasta quedar sobre su espalda.
Con los brazos extendidos hacia el cielo me sonríe del mismo modo que los
perros mueven la cola con alegría al ver a alguien familiar. Dudo que la
discusión con Cora no lo haya afectado, pero no sé establecer en qué
medida.
No lo conozco lo suficiente para decir qué tanta actuación hay en su
accionar.
Por un momento me olvido que ellos se rieron a mi costa anoche.
«¿Quieres que la invite? A que los tríos son divertidos». Tal vez no lo dijo
con la intencionalidad que capté, pero así lo sentí: «¿Te imaginas a nosotros
dos rebajándonos a estar con alguien así? ¿La visualizas desnuda?
Desagradable. Asqueroso. Una pesadilla de carne y huesos amorfos».
Recargué la botella de agua en la canilla del baño y cuando volví a mi
cuarto eché el pestillo. Comí seis pedacitos de pollo y seis trozos de tomate
porque los números impares me ponen nerviosa. Esperé media hora
organizando esas fotos, y luego con música alta para disimular el ruido,
corrí la cama para armar un circuito en mi pequeña habitación.
Dos horas bastaron para sentirme bien, e hice los seis minutos que me
faltaron ese mediodía. El resto de la comida la devolví a la nevera a
medianoche luego de darme una ducha, cuando todos estaban dormidos.
Nunca tiro nada. Sé que cuesta dinero que no es mío y hay gente que ni
siquiera tiene un trozo de pan para cenar.
—Cora ama las tortugas. Yo debo tener complejo de la clase de animal
que se las come ya que parece odiarme justo ahora.
—¿Existen motivos suficientes para odiar a alguien? —replico.
Me cuesta creer que una persona pueda sentir algo así de intenso.
Le tiendo la mano y acepta, aunque por un momento su sonrisa titubea.
—Existen motivos de sobra.
No me suelta enseguida y le quito con la mano libre una hoja enredada en
el lío de pelo mojado. Es manía mía tocar el cabello de la gente sin permiso.
Mamá me la pegó a pesar de que ella ya no tiene esos gestos dulces
conmigo.
—Nunca he odiado a nadie —admito.
—Puedo ser tu sujeto de prueba. —Sus labios ya no se curvan, pero da
un apretón a mi mano como si estuviéramos cerrando un trato.
Mi piel siempre está fría por la mala circulación, y por primera vez el
tacto de alguien más es hielo y el mío sol. Eso me lleva a pensar que lo
podría derretir, una idea muy ridícula, así que cuando lo suelto escondo las
manos en los bolsillos.
—¿Te gustaría asistir a nuestra reunión?
No le tendría que haber preguntado, pero está empapado y ha sido
humillado. Es uno de nosotros en este momento.
Duda y reprimo una sonrisa, deduciendo su pensamiento: «¿Es buena
idea pasar el rato con los raros de la escuela? Claro que no».
—Serás un invitado anónimo —aseguro.
Asiente y lo guío adentro, donde la calefacción le arrebata un suspiro de
placer. Liv ya tararea una de las canciones de su iglesia mientras busca ropa
dentro del armario sin puertas que también usamos como cocina. De un
lado se encuentran las perchas y del otro la cafetera eléctrica y una pila de
tazas que Timmy se ocupa de llenar en silencio.
Hago un ademán hacia la puerta corrediza al final del cobertizo
remodelado, donde hay un baño tan pequeño debemos meternos de lado.
—Quítate todo ahí —indico.
Sus espesas cejas se arquean como un gato ante una caricia.
—¿Todo? Tú no pierdes el tiempo.
Creo que ambos recordamos al mismo tiempo la conversación tan similar
que tuvimos ayer, donde los papeles estaban invertidos. Sawyer está por
hacer otro comentario al respecto cuando Liv le estrella la ropa contra el
pecho.
—Nos estás retrasando para la reunión, así que hazle caso y ve a
cambiarte en privado antes de que te obliguemos a quitarte todo lo que
llevas puesto aquí. A que tu pene se encogió en sí mismo y tus testículos
tienen el tamaño de dos dedales por el frío, o tal vez por naturaleza, pero
estoy segura que no quieres que lo averigüemos. —Le da un empujoncito
en dirección al tocador.
Él la señala con el pulgar mientras me mira.
—Me cae bien tu amiga, hermanastra de Cora.
—Me llamo Gretha —insisto, y es mi turno de darle un empujón.
—Te pusieron Gretha, tal vez en el fondo no te llamas así —murmura un
distraído Timmy distribuyendo cinco tazas en la mesa.
Liv vuelve a levantarlas para poner un portavasos debajo de cada una y
alinear las manijas.
Mientras Sawyer usa el baño, llega Arlo. Toma asiento en su silla de
camping militar sin saludar. Ni siquiera tenemos que mirarle el rostro para
saber que su padre volvió a hacer de las suyas.
Su mutismo habla más que los moretones alrededor de su ojo izquierdo,
tan enrojecido que entre el verde de su iris forma un semáforo que
demuestra a la perfección cómo funciona su familia: Todo va bien o marcha
mal, no existe luz amarilla que advirtiera que el semáforo cambiará de
color.
—¿Ya sacaron el papel del frasco? —pregunta sin mirar a nadie en
particular.
Sawyer tira la cadena. Todo lo que ocurre en el baño se oye, por eso Liv
estableció que si alguien tiene aire en el intestino debe lanzar su gas en el
baño dentro de la casa.
El recién llegado nos mira uno por uno esta vez, contándonos. Se
endereza al instante. Liv y Timmy no son desconfiados, pero Arlo reúne el
recelo que a los dos les falta en solo una célula de su cuerpo.
Me lanza una mirada de advertencia. Sabe que soy la más propensa a
rescatar gente triste de las calles.
—No comentará una palabra —tranquilizo—. Tía Nenrrieta se asegurará
de eso.
Cuando Sawyer sale no vuela ni una mosca.
Siempre guardamos ropa en el cobertizo en caso de inconvenientes con
café, lluvia y por pijamadas improvisadas. Son viejas prendas de mi padre
que mamá echó en bolsas de basura y dejó en la vereda. Me había levantado
a media noche para recogerlas sin que me viera, y como ella no entra aquí
porque este lugar le pertenecía a él, todo lo que quiero esconder está a salvo
dentro de estas paredes.
Estamos a salvo aquí adentro.
—¿Qué tal? —saluda el novio de Cora a Arlo, quien aparta disgustado la
mirada para que no pueda seguir viendo su moretón—. Gracias por la ropa
—añade con los ojos en mí a pesar de que fue Liv quien se la dio.
El suéter navideño que trae le queda grande. Las narices de los dos renos
están sobre los pezones y son pompones que sobresalen. Los pantalones de
deporte son tan largos que esconden sus pies por completo.
—Estás invitado a quedarte a la sesión del día si aceptas darnos algo para
usar en tu contra en caso de que comentes lo hablado aquí con alguien del
exterior —explico.
—¿Darles qué? ¿Un secreto?
—Una fotografía de tu trasero —dice Timmy revolviendo el café con el
dedo índice, sin interés en la conversación.
Sawyer ríe.
—¿Ves la cabina fotográfica junto al armario? Aún funciona. Entras, te
bajas los pantalones, Nenrrieta toma una foto y la guardamos como
respaldo de chantaje —prosigo.
Deja de reír.
—¿Estás hablando en serio?
—¿A ti qué te parece? —espeta Arlo con brusquedad—. Si no estás
cómodo con eso, ahí tienes la puerta, pero no nos retrases. Algunos tenemos
que estar en casa pronto si no queremos que un ojo nos combine con el otro.
La expresión de Sawyer está a medio camino entre una preocupada
comprensión y una incredulidad que lo invita a huir por la extrañeza del
asunto. Los cuatro lo miramos en silencio y él nos mira de regreso. Arlo
hace un ademán a la puerta al tiempo que el chico atraviesa la sala con
decisión y se mete en la cabina.
A Timmy no le importa su presencia y Liv esconde una sonrisa
entretenida tras el borde de la taza. Arlo se hunde en su asiento y niega
exhausto con la cabeza. Para él, ante la duda todo es una mala idea.
—Tengo el trasero muy blanco —advierte doblando la foto y
tendiéndomela cuando termina.
Mi amiga se la quita de un manotazo antes de que pueda tomarla.
—Eso lo decidiremos nosotros —dice echando un vistazo a la imagen
antes de guardarla en su escote.
No tenemos más asientos, así que voy por la carretilla que descansa bajo
el escritorio. Le arrojo unos almohadones para crear una especie de sofá
mientras Timmy busca el frasco y lo deja al borde de la mesa. La bruja se
estira, abre la tapa y lo reubica en el centro.
—Saca un papel, Sawyer —pido.
Duda al principio, pero al final obedece y me lo tiende cuando todos
estamos en posición.
—Léelo tú —animo.
Liv retuerce las manos en su regazo y cuadra los hombros, ansiosa. Arlo
cierra los ojos y Timmy mordisquea nervioso uno de los cordones de su
sudadera.
En el fondo cada uno teme que sea su confesión.
Sawyer acomoda los mechones húmedos tras sus orejas y se relame los
labios. Por un segundo dejo de pensar que podría ser mi papel. Nunca una
lengua me había parecido interesante hasta el momento.
—Cuando saltes de alegría, cuida de que nadie te quite la tierra debajo
de los pies, de Stanislaw Lec. —Lo dobla por la mitad y me señala con él
—. ¿Es la lección del día? ¿Qué hacen con estas frases?
—Las analizamos —expongo—. Ese tarro tiene fragmentos de diversos
escritores, palabras y sus definiciones, titulares de noticias y confesiones.
Hablamos de lo que sea que salga. El objetivo es ver una situación desde
muchos puntos de vista. A veces escuchar lo que otro tiene para decir o
animarte a hablar en voz alta ayuda.
—¿Ayuda a qué exactamente?
En lugar de contestar, le cedo la palabra a Liv. Siempre empieza porque
su opinión es automática, mientras el resto de nosotros mide lo que va a
decir antes, en mayor o menor medida.
—El año pasado estaba en una cena familiar y una de mis tías me
preguntó si ya sabía a qué universidad quería aplicar llegado el momento.
Todos alrededor de la mesa sabían la respuesta. Estaba usando la sudadera
de Yale, así que la señalé con mi tenedor y nos reímos, pero vi la mirada
que compartieron mis padres. Cuando las visitas se fueron me dijeron que
gran parte de mi fondo universitario debieron usarlo para pagar la hipoteca
de la casa y no creían que en un año y medio pudieran ahorrar lo suficiente
para enviarme a estudiar.
Existen sueños que uno no sabe cuándo se originaron, es como si no
existieras sin ellos. Liv siempre ha querido ser la primera persona de su
familia en asistir a la universidad. Su padre es conserje y su madre cocinera
en la escuela. Son de los pocos aliados que tengo dentro de esa cárcel y a
veces los siento como unos segundos papás.
Me duelen sus problemas económicos y genera impotencia no poder
ayudarlos.
—No me enojé con ellos, estaban atados de pies y manos. El banco no
les daba más préstamos e íbamos a quedarnos sin casa. El asunto es... —
Inhala como si sus pulmones necesitaran mucho más oxígeno del habitual
—, que desde niña saltaba de alegría por cada día que pasaba y faltaba
menos para la universidad, pero redujeron mi tierra hasta el punto donde
solo puedo saltar bajo si no quiero caer, y es triste porque tenía expectativas
muy altas. Mis sueños eran grandes.
—Para mí no hay tierra —interviene Arlo con la vista fija en sus manos
—, no existe nada sólido en esta mierda de vida, ni la más mínima
pequeñez. Volamos alto cuando estamos bien y bajo cuando no, y lo que
llamas tierra es flotar en el mismo lugar. Somos aviones con combustible
limitado que hacen piruetas, van en línea recta o caen en picada.
—Tu avión acaba de ser bombardeado por uno de guerra. —Sawyer
señala sus moretones sin mucho tacto.
En el bosque que Arlo tiene en los ojos se inicia un pequeño incendio del
tipo juguetón. Le gusta que no tomen con pinzas el asunto de la violencia
doméstica.
—¿Qué piensas tú sobre saltos y tierra, chico piscina? —indago cuando
agarra su taza y mira alrededor en busca de una cuchara—. Usamos el dedo.
Timmy perdió todas las cucharas.
El responsable se encoge de hombros.
—¿No es algo insalubre? —El entrecejo de Sawyer se arruga y hunde su
meñique en el café con lentitud, probando la temperatura.
—Si cuestionas nuestro estilo de vida te invitamos a marcharte. Nadie
debe abrazar bacterias contra su voluntad —digo.
La bruja chasquea los dedos festejando mi respuesta y Timmy esconde su
rostro con timidez, tirando de los cordones de la sudadera hasta que solo
vemos sus globos oculares.
—Mis defensas podrán con los microbios, hermanastra de Cora. ¿Y no
creen que si te quitan la tierra puedes recuperarla o encontrar otra?
—No puedes pelear por ella si no tienes un lugar de apoyo, y tampoco
robar la tierra de alguien más porque te haría igual a quienes te la quitaron.
Encontrar tierra virgen es imposible. Todo ya ha sido pisado por alguien
más antes que ti —argumento.
—Por eso me quito la tierra solo —reflexiona Timmy con voz monótona
—. Tal vez así se explica por qué soy tan negativo. Prefiero caer por mi
cuenta al vacío antes que esperar a que alguien me empuje. Saltar de alegría
no lo vale si al final no tienes dónde aterrizar para volver a tomar impulso.
Al menos caer en picada sería mi decisión y no la de otro.
—Qué perspectiva más depresiva —espeta Arlo, crudo como solo él sabe
serlo—. ¿Seguimos teniendo la petaca de whisky escondida por aquí? A
que le vendría bien ponerle algo a su bebida, así nos contagia las ganas de
suicidio a todos.
—¡Déjalo en paz! —Liv mete los dedos en su café y lo salpica a modo de
reproche—. Y creo que todo concordamos que cuidar la tierra no impide
que te la quiten. Nada está asegurado, ¿verdad, Gretha?
Bebo y noto que sabe distinto a como lo hace usualmente. Echo una
mirada al armario y solo distingo el frasco del azúcar. Nos quedamos sin
edulcorante y Timmy endulzó con lo que teníamos.
—Tal vez sí puedas evitar que te quiten la tierra de debajo de los pies. —
Alejo la taza pero me la quedo viendo un momento. «¿Dos cucharas
pequeñas ? ¿30 calorías?»—. Puedes romperla y dividirla. Así, si te quitan
un porción caes en la otra.
—¿Y si te las quitan todas? —rebate Liv.
—Caes, pero saltaste más veces que aquellos que solo tenían solo una
porción. Son matemáticas.
—La única solución que se me ocurre es que la gente que te quiere
comparta su tierra contigo, así tienes un punto de apoyo para luchar y
recuperar tu propia estabilidad —añade Sawyer, pensativo—. Si fragmentas
demasiado puede que no quepas en las porciones de tierra. Caerías de todas
formas, ¿no?
Puede que no quepas.
Puede que no quepas.
Puede que no quepas.
Envuelvo los brazos a mi alrededor, apretando disimuladamente los
dedos contra las costillas.
—Entonces me haría más pequeña.
—¿Más pequeña en sueños? —cuestiona bebiendo de su taza.
Sabía que algo estaba mal. No son 30, son 32 calorías. Son matemáticas.
—Más pequeña en todo.
¡Hola, paragüitas! ¿Cómo están? Yo a punto de escuchar el nuevo álbum
de Taylor Swift y explotar (no sé si en amor, lágrimas o ambos). Admito
que le tengo miedo de esos lyrics porque pegan directo en el Cora...
1. ¿En qué estación del año cumplen años? ¿Cuál es su favorita?

😂
2. Si alguien tuviera una foto de sus traseros, ¿los podrían chantajear o
les daría igual?
3. ¿Primeras impresiones de Liv, Arlo y Timmy? ¿A cuál quieren más de
momento?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
4. Puente humano

—Fue un placer conocerlos, chicos. —Se despide Sawyer cuando


sostengo la puerta para él—. Prometo no decir ni una palabra de lo dicho
dentro de estas cuatro paredes.
—Sabemos que no lo harás. —Liv saca la fotografía de su escote y la
hace bailar en el aire con una sonrisa amenazante.
Arlo, todavía desconfiado pero no tanto como en un principio, se limita a
asentir. Timmy evita hacer contacto visual y traza las líneas de su palma con
la punta de su nariz.
La temperatura en el patio desciende como el amor de alguien que fue
infiel, y una bufanda colorida se teje en el cielo. El atardecer tiene los
minutos contados mientras me encojo de frío dentro de mi abrigo y espero a
que el chico se marche. Sin embargo, no muestra intención de aquello al
esconder las manos dentro de los pantalones extra largos de papá y apoyar
la espalda contra el cobertizo.
Sus ojos otoñales caen en mi casa por un segundo. Debe estar pensando
en la discusión con Cora. Asumo que pasar el rato con nosotros fue una
estrategia para ganar tiempo o coraje para saber qué decirle. Odio la
sensación que me provoca saber que se aproxima una confrontación, así que
me esfuerzo por encontrar las palabras correctas para hacerle saber que es
un problema de sencilla solución:
—Ella también mira senos, todos lo hacemos —suelto.
Gira la cabeza de golpe. Frunce el ceño y ríe a la vez, confundido.
«Evidentemente no fueron las palabras correctas, Grethalyn.»
—Lo que quiero decir es que tenemos la suerte de tener vista. Miramos
cualquier cosa que esté frente a nosotros, y no de forma sexual la mayor
parte del tiempo. Es solo que... —Me estoy enredando, como siempre—.
No tenemos los ojos a los lados de la cabeza como los caballos. ¿Entiendes
lo que digo? Y si estabas viendo a la otra chica de forma inapropiada, la
próxima intenta disimular como lo haría cualquiera. Mejor aún, desvía la
mirada. Tanto por la desconocida como por Cora. Es incómodo que te...
—La chica tenía un collar, eso fue lo que me llamó la atención, no su
talla de sujetador —interrumpe.
Algunos no le creerían. Otros se enojarían conmigo por meterme donde
no me llaman. Sin embargo, por algún motivo le creo y por otro él no se
molesta por el comentario.
—¿Tu interés por la artesanía y gemología son un secreto tan grande
como para aguantar una bofetada? —digo a pesar de que tengo la sospecha
de que el collar le recordó a una persona.
Nunca me atrevo a preguntar las cosas de forma directa. Tengo miedo de
invadir el espacio personal de las personas, así que al escoger interrogantes
que invitan a contestar tanto de forma superficial y segura como profunda e
insegura, uno les permite abrirse o escapar de la situación sin que se vuelva
incómodo.
Sus ojos caen en los míos y por primera vez deja que el silencio se
asiente por un tiempo en lugar de espantarlo con palabras. Sonríe de lado de
forma burlona y eso me hace creer que se ha dado cuenta de lo que estoy
haciendo.
—¿Hay algo que no puedas decir en voz alta, hermanastra de Cora?
—¿Algo como qué?
—Cualquier cosa. —Se encoge de hombros—. Me refiero a algún
secreto, o tal vez algo evidente que aunque abras la boca no te salen las
palabras porque no sabes por dónde comenzar o cómo explicarlo para...
—¿Para que el otro lo entienda y sienta de la misma forma que tú?
Exhala lo equivalente a Canadá y asiente. Luce frustrado mientras pisa la
punta de una de sus botas con el talón de la otra.
Por un lado, mi curiosidad palpita en la punta de mi lengua e imagino
escenarios que expliquen su nostalgia por ese collar aunque ni siquiera sepa
cuál es su apellido para empezar. Por otro, siento la incomodidad de un
posible acorralamiento. Me aterra que cualquier persona pregunte acerca de
mí, porque no sabría mentirles si abren el signo de interrogación en el lugar
correcto.
De momento nadie fue lo suficientemente directo conmigo, y aquello me
hace creer que lo estoy ocultando bien.
—Es que nadie puede entender y sentir con la profundidad e intensidad
de uno por más que lo intente, Sawyer. —Junto las inquietas manos tras la
espalda—. Sin embargo, las personas pueden estar ahí para ti mientras
encuentras la forma de expresarte. No es necesario que le cuentes a Cora
qué te sucedió, pero puedes asegurarle que algo pasó y que las cosas no son
como ella las percibe.Lo medita mientras la brisa le aparta el cabello de la
frente.
—¿Y si no me cree?
Su atisbo de inseguridad me sorprende. Hace aflorar en mí el coraje y la
certeza que tengo para el resto pero nunca para mí.
—¿Y si lo hace, se disculpa, promete esperar a que estés listo, y termino
oyendo cómo le pides que voltee su lámpara de tortuga porque te
imposibilita aca...?
—¡Está bien, lo entiendo! —Levanta las manos en señal de rendición,
riendo y con las mejillas coloradas tanto por el frío como por la vergüenza
—. Lamento que hayas tenido que oír esas cosas. Creí que estábamos
siendo silenciosos.
—Ella sí, tú no.
Abre la boca pero no tiene forma de salir de esta conversación airoso.
Compartimos una mirada divertida hasta que la luz sobre la puerta celeste
se enciende. No es automática. Sé que fue Liv y lo confirmo cuando la veo
asomando la cabeza detrás de la cortinas de Navidad, en la ventana junto a
Sawyer. Es su forma de decirme que necesitamos hablar con urgencia.
Me aclaro la garganta:
—No conozco mucho a Cora, pero las únicas veces que la oigo reír o ser
dulce es cuando está contigo. Tú sabrás si te quiere, pero desde afuera
puedo decir que te aprecia. Entenderá lo poco o mucho que le digas, y si no
lo hace al menos sabemos que tendrás un buen arreglo floral en tu funeral
con lo muchísimo que le gustan las plantas.
Cuando ríe, reprimo mi sonrisa y espero con todos los relojes del país
que pueda quitarse ese desconocido peso que tiene sobre los hombros.
Deseo que ella y él se abracen hasta que los temores sean engullidos por su
cariño y la nostalgia brille en su dulzura más que en su amargura.
Despega la espalda del cobertizo y me enfrenta un segundo.
—Gracias por todo, Gretha. En serio.
No me pasa desapercibido que es la primera vez que me llama por mi
nombre.
—No es nada, novio de Cora —respondo cuando empieza a caminar en
reversa hacia la casa.
—¿Siempre que uno llame al otro como propiedad de Cora el restante lo
llamará por su nombre? ¿Esa será nuestra tradición?
Aún con las manos a la espalda, busco el picaporte de la puerta.
—¿No lo era tirarse a la piscina en pleno otoño? Abre los brazos mientras
atraviesa el patio, aceptando lo que sea que esté dispuesta a darle.
—¡Podemos tener varias!
Espero a que suba los escalones corriendo y desaparezca por la puerta
trasera antes de volver a la antigua oficina multiuso de papá.
Liv me espera de brazos cruzados junto a la ventana, tal madre a su hijo
luego de escaparse para salir de fiesta. Arlo y Timmy intercambian una
mirada familiar. Sin decir nada, cruzan el cobertizo y se meten de a uno en
el baño hasta que la puerta corrediza se cierra con un chasquido.
Todavía pueden oírnos, pero prefieren estar fuera de vista cuando la bruja
está por regañarme, ya que si se enoja termina soltándole sermones a quien
esté frente a ella.
—Gretha Fisher...
Empiezo a juntar las tazas de la mesa. La mía es la única que todavía
tiene café.
—No empieces a hacer eso —advierte pisándome los talones mientras
rodeo las pilas de libros hasta el precario fregadero junto a Tía Nenrrieta.
—¿Qué cosa?
—Intentar con todas tus fuerzas que la relación de dos personas funcione
a la perfección para verte obligada a pasar la página que por ti misma sabes
que no tendrás fuerza para pasar llegado el momento.
Dejo las tazas y estoy por arremangarme para lavarlas, pero me detengo
en cuanto rozo las mangas de mi abrigo. Disimulo el movimiento cruzando
los brazos mientras Liv apoya la cadera contra la diminuta mesada y pone
un brazo en posición de jarra.
—Estás siendo precipitada y paranoica. En primer lugar, porque lo
conozco hace como cuarenta y ocho horas. En segundo, porque sale con mi
hermanastra. En tercero...
—Porque te conozco a ti, y eso es todo lo que importa —finaliza con un
suspiro—. Cada vez que te gusta alguien haces lo mismo. Te conviertes en
Cupido y vas por ahí asegurándote que se enamore profundamente de otro
para reprimir tus sentimientos y no enamorarte tú. Eres una precavida
sentimental desde el momento en que te dicen «Hola», y mientras Sawyer
siga merodeando por aquí gracias a Cora, hay una alta probabilidad de que
caigas en el mismo patrón en el futuro con él.
Me gustaría decir que está siendo ridícula, pero no soy buena con las
mentiras.
—¿Quieres ayudarlos por las razones correctas y desinteresadas, por un
motivo egoísta y miedoso, o por ambas a la vez? —indaga.
—¿Eso qué importa? Al final lo que cuenta es hacer lo correcto, que las
personas sean felices.
—Tú también eres una persona. Hacer cosas que te hacen medio feliz no
es bueno, te acostumbras a que te den la mitad cuando tú lo das todo. No es
justo.
No se lo digo, pero a veces me siento más objeto que persona.
Soy un puente. La gente se aferra a mí para llegar de un lugar a otro y ya
lo tengo asumido. Sea una situación que dure horas, meses o años, terminan
avanzando y me quedo donde estoy porque siempre aparece alguien más
que necesita el apoyo para atravesar algo y llegar a otra persona. Me
enorgullece verlos progresar y construir su felicidad —saber que fui parte
de los cimientos de dicha construcción, sea que ellos lo recuerden o no, me
hace sentir bien—, pero Liv habla de algo que me asusta mucho.
De tanto creerme objeto, empecé a intentar imitar sus características. Lo
inanimado no siente, y aunque yo sí, trato de no hacerlo por cierta gente,
tanto por su bien como por el mío.
No sé cómo dejar de ser puente y convertirme en destino, y el cambio es
lo suficiente atemorizante para conformarme con lo que soy ahora.
Así que... «Soy tu puente a Cora, Sawyer. Úsame, pero no por demasiado
tiempo. Otra persona también me necesitará y me gusta sostener a todos de
la misma forma, con ambos brazos y dando todo lo que me gustaría den por
mí si algún día soy persona».
—¿Me prometes que te mantendrás al margen de la relación de esos dos
por tu propio bien? —insiste preocupada—. Solo quiero que pongas
distancia con Sawyer si te empieza a gustar y ronda por tu cabeza con una
frecuencia indebida. Deja que se las arregle solo para solucionar sus
problemas amorosos.
Eso no depende de mí en absoluto y lo sabe. Si veo mal a una persona mi
conciencia se niega a que la ignore. Ayudaré siempre y cuando me lo
permitan, y eso último está en manos del otro.
Le sostengo la mirada con una disculpa en los ojos.
Me gustaría ser de otra forma, pero no puedo.
—Esta empatía masoquista me hace querer golpearte. Al menos podrías
darme el placer de verte llorar y dejar que te abrace cuando lo agridulce de
la situación te sobrepase.
Le sonrío a modo de agradecimiento aunque eso no sucederá.
Los puentes no lloran. Están ocupados sosteniendo. Abajo se acumulan
las lágrimas del resto y es nuestro trabajo no dejarlos caer en esa tristeza
otra vez.
¡Hola, paragüitas! ¿Qué películas y series están ansiando que salgan?
(Acá los saluda el ser que se va a maratonear The Umbrella Academy 2)
¿Son de los que esperan los estrenos con cuenta regresiva o del tipo que se
olvida y se entera medio año después que salió algo que quería ver?
1. ¿Con sus amigos son más del equipo Gretha-Liv (que discute), o Arlo-
Timmy (que les da espacio a sus compañeros pero pega la oreja en al
puerta)?
2. ¿Alguna vez se sintieron como un puente?
3. ¿Creen que Sawyer sigue el consejo de Gretha y Cora lo perdona? ¿Sí
a las dos cosas o solo a una? ¿A cuál?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
5. Cascada artística

A veces siento que nadie me entenderá, y todas las veces que creí ser
entendida, el resto me leyó como querían ellos y no como lo necesitaba yo.
Me hace sentir muy sola pensarlo, pero puede que esté bien naturalizar
esa incomprensión. Una vez que se acepta que uno solo se tiene a sí mismo
en el nivel más íntimo de los sentimientos, deja de buscar llaves para abrir
puertas y aprecia la vista que tiene desde la ventana.
Con Sawyer es así. Es una de mis ventanas, no la llave de la puerta.
—¿Necesitas dinero?
Dejo de pensar en mi novio para encontrar a mi padre recargado en el
umbral de mi cuarto. Su turno terminó esta tarde, pero cuando bajé a
saludarlo estaba al teléfono. Sin decir nada o siquiera mirarme, levantó un
dedo para que le diera un segundo al escuchar que me acercaba.
Pasaron tres horas y veinte minutos, y sé que no estuvo esa cantidad de
tiempo pendiente de la línea telefónica porque lo escuché reír con Marion
mientras veían una película en la sala. Sabía que volvería a levantar su dedo
si intentaba saludarlo, así que opté por cubrir el piso de mi nueva habitación
con periódicos y decorar mis macetas.
Mi madre asegura que de los sentimientos reprimidos nacen las mejores
piezas de arte. Al acabarlas, cuando uno ya vació su cabeza de las ideas y
drenó la impotencia a través de sus manos, permite que los pensamientos
tengan el espacio suficiente para tomar distancia unos de otros. Por
separado resulta más fácil lidiar con ellos que cuando están enmarañados.
Además, tenemos la pieza artística como instructivo con el cual
analizarlos.
—Hola. —Sonrío, dejando el pincel.
Me pongo de pie para saludarlo, pero levanta una mano y las cejas al
mismo tiempo.
—No quiero que me manchas la ropa, cariño.
Bajo la mirada a mi delantal y veo que tiene razón. Soy un enchastre,
aunque estaba vez entiendo la justificación. De otra forma siempre soy un
desastre ante sus ojos, sea como luzca o lo que esté haciendo.
—Definitivamente te dejaré dinero arriba de la mesa. —Ríe mientras
lucho para desatar el moño a mi espalda—. No desperdicies tu tiempo
pintando. Pide que lo haga tu madre o alguien que sepa. Quedará mucho
mejor.
Mis dedos quedan inmóviles sobre el lazo ya flojo. Intento que mi rostro
no muestre cuánto dolió el comentario. «Alguien que sepa. Alguien que lo
hará mejor».
—No me molesta, es divertido —aseguro.
Aunque no es divertido, es un forma de lidiar con los problemas. No se lo
digo porque no lo entendería.
—Lo divertido no le interesa a la universidad de Medicina —recuerda
paseando los ojos por el cuarto—. Deberías pasar más tiempo estudiando y
menos confeccionando una jungla dentro de la casa. Ni que Tarzán te
hubiera encargado una remodelación.
Nos reímos, pero su risa es distinta a la mía. El nudo que tengo en la
garganta es uno que no sé cómo desatar a diferencia de aquel que logré
deshacer del delantal. Me quito este último con cuidado, pero en cuanto doy
un paso hacia papá, alguien aparece en el corredor.
—¿Cómo le va al Derek Shepherd de Sweet Wind?
Mi progenitor sonríe complacido por ser comparado con el apuesto e
inteligente doctor de Grey's Anatomy. Ruedo los ojos cuando estrellan
puños.
—Mi hija no sabrá elegir pasatiempos útiles, pero sí novios lameculos.
—Le da una palmada en el hombro antes de volverse hacia mí—. Te dejo
dinero para que ordenen algo de cenar, aunque Marion dijo que a Gretha le
gusta cocinar. Tal vez puedas aprender algo de ella.
Ignoro lo que dice nuevamente y opto por caminar hacia él para saludarlo
de una vez, pero se marcha dejándome con el delantal en la mano.
—¡Adiós, Sawyer! Si encuentras a Cora en la jungla, tráela de regreso a
la civilización —bromea.
Freno junto al umbral, viendo su sombra proyectada en la pared alejarse
mientras baja las escaleras. Sé que regresará tarde de su cita y cuando me
levante por la mañana se habrá ido al club de golf. Es probable no lo vea
hasta dentro de otras veinticuatro horas, y cuando estas se acaben llegará
otra excusa y me seguiré guardando el abrazo que quería darle hasta alguna
ocasión donde no pueda escapar de mí, como Año Nuevo o mi cumpleaños.
Sawyer esconde las manos en los bolsillos. No me muestro entusiasmada
por su aparición. Toda mi fuerza para cualquier interacción humana se la
lleva mi padre aunque no la corresponda.
—Creí que te habías ido a tu casa —miento.
En cuanto entré luego de empujarlo a la piscina, me di cuenta de mi error.
Fui a buscar toallas y ropa seca, pero cuando regresé lo vi desde la ventana
de la cocina siguiendo a Gretha al cobertizo.
Me dio vergüenza irlo a buscar y mi orgullo no cooperó con la situación,
así que esperé. Pasaron 15 minutos. Luego, 30. A la hora me di por vencida.
Después de la terrible actitud que tuve no lo culpo por querer pasar el rato
con alguien que lo trate decentemente, y aunque la idea de él con mi
hermanastra no me agrada, sabía que no estarían solos. Vi a un muchacho
escuálido y a Liv, una chica que detesto, llegar antes.
Papá me avisó que Gretha y sus amigos hacen reuniones. También que el
cobertizo es el único lugar de la propiedad que no puedo pisar a menos que
sea invitada.
—Que se instalen dos extraños en tu casa puede ser muy agobiante.
Respeta su espacio. Esa era la antigua oficina de su padre y Marion dijo que
lo extraña mucho. No quiero que Gretha piense que venimos a adueñarnos y
borrar su antigua vida —dijo el doctor Brown.
A veces por cuidar con tanto esfuerzo a las nuevas personas que entran
en nuestra vida, descuidamos a las que ya están en ella hace tiempo. No
queremos que los recién llegados tengan una mala impresión, pero
tendríamos que recordar que si hay algo peor que un desconocido
marchándose sin darte la oportunidad de mostrarle quién eres, es una
persona que ya te conoce y se va porque siente que dejó de hacerlo.
La gente cambia de forma constante y está bien. No pueden controlar que
sus perspectivas, sentimientos, opiniones y prioridades varíen según lo que
van aprendiendo y les va sucediendo, pero está en su poder dejar a las
personas ser parte de sus transformaciones.
Él a mí no me incluyó en las suyas.
En el fondo pulula este pensamiento sobre que, si sigue dando por
sentado mi presencia, notará mi ausencia. Le quiero decir que cada día le
regalo una nueva oportunidad para no perderme, pero la realidad es que me
estoy aferrando a él porque guardo la esperanza de que volvamos a ser lo
que una vez fuimos.
Tengo que aceptar que no es el padre que conocía, pero cuesta mucho
cuando a ese lo amé tanto.
—No me fui. Estuve con Gretha.
Su respuesta me obliga a dejar de pensar en papá, aunque las lágrimas de
impotencia que me cristalizan los ojos se quedan conmigo. Le doy la
espalda a Sawyer para que no lo note y vuelvo a ponerme el delantal
manchado con pintura.
—Y sus amigos —añade cauteloso.
Odio que sienta que debe darme explicaciones, pero prefiero que crea
que estoy enojada con él por ver a otra chica antes que contarle con 17 años
mendigo tiempo y amor a mi padre como si tuviera 5. Es cobarde de mi
parte, pero no puedo abrirme tanto con él. Además, el Doctor Brown dice
que todos, especialmente las mujeres, deben tener confianza en sí mismas
luego de que la sociedad se las arrebatara por tanto tiempo. Según él, las
personas inseguras están destinadas a fracasar a menos que cambien. Ante
Sawyer siempre me presenté como una de estas muchachas confiadas,
fuertes y que saben lo que quieren.
Si supiera que con mi progenitor soy todo lo contrario, podría sentirse
engañado.
—¿Puedes mirarme, Cora?
Inhalo hondo. Papadeo con fuerza para alejar las lágrimas. Tomo asiento
y vuelvo a pintar. Lo bueno de construirse una reputación es que llega un
punto donde nadie la pone en duda. Sé que lo frustra mi actitud distante.
Debe pensar que estoy haciéndome la difícil para que me suplique perdón.
Parte de mí quiere explicarle la verdad:
1. Solo intento que me veas con los mismos ojos de siempre, y no con
otros si te cuento que estoy llena de problemas.
2. Aunque no me gustó que te le quedaras viendo a esa chica, me
sobrepasé. No tendría que haberte abofeteado o empujado, pero mientras
discutíamos recordé la forma en que ella cerró su chaqueta y cruzó los
brazos. La incomodaste. La hiciste hacer algo que no quería (por más que
hablemos de subir un estúpido cierre), porque vaya a saber uno si se sintió
avergonzada en su propio cuerpo o amenazada e impotente, queriendo
protegerlo de tus ojos al cubrirse. Conozco esa sensación demasiado bien y
la reviví, pero no puedo explicártela porque eres un chico. Jamás
entenderás lo que es que un hombre te mire y sientas, por más de ser
consciente que no es así, que lo estás provocando. No puedes imaginar lo
que es querer encogerte hasta desaparecer.
—Al menos ten la cortesía de abrir la boca y pedirme que me vaya. —
Suspira.
Da media vuelta. Está por marcharse y no pienso detenerlo. Prefiero que
hablemos otro día, pero regresa e incluso entra en la habitación. Me cuesta
sostener la paleta de colores sin que note que mi mano está temblando.
«Gretha tiene el pulso de un cirujano. Ella simularía mejor».
—Yo... —Se pasa una mano por el cabello enmarañado—. Siento mucho
que malinterpretaras la situación, yo también lo hubiera hecho, pero no es
lo que piensas. La próxima vez me gustaría que no me arrastres en público
como si fuera un perro, a quienes por cierto tampoco deberían arrastrar
porque son animales geniales, y habláramos como dos personas civilizadas
que están en una relación. Sin bofetadas y empujones de por medio.
Termina con la respiración levemente agitada y aunque no es el
momento, me rio.
Una de las cosas que más me gusta y exaspera de Sawyer, es que sabe
hacerte reír cuando no quieres. Puedes estar demasiado enojado, triste o
frustrado que aún así su humor cavará en tu tierra mental hasta encontrar
agua. Hará aflorar y fluir los sentimientos. Te convertirá en una cascada, y
la gente no se enamora de ellas por ser estables. Les atraen porque caen con
fuerza y hacen mucho ruido antes de serenarse; muestran que golpearse
contra las rocas es un espectáculo necesario si queremos un gran final.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta desde el desconcierto.
Niego con la cabeza. Que trajera en medio de una discusión su amor por
los animales y los defendiera cuando estábamos hablando de una cosa que
no tenía nada que ver, resulta tierno. Lo mejor es que me dio el tiempo
suficiente para drenar las lágrimas de mi rostro.
Ya confiada con que mi cuerpo no me delatará, lo miro.
—¿Por qué hay narices de renos en tus tetillas?
Baja la vista a su suéter. Una sonrisa tira de las comisuras de sus labios
con suavidad, y así establecemos una paz momentánea. Sigo pintando y él
toma asiento en mi cama. Se queda mirando la lámpara de tortuga y dicha
sonrisa empequeñece pero no desaparece, pensando en quién sabe qué.
Tal vez en nosotros.
—No soy un mal chico, es solo que no puedo contarte todo de mí.
Detengo el pincel antes de que su punta acaricie la cerámica. Busco qué
decir, pero sus palabras explican muy bien lo que siento, así que las
reutilizo:
—No soy una mala chica, es solo que no puedo contarte todo de mí.
No estamos de ánimo para discutir o tener una charla profunda.
Decidimos dejar la conversación ahí mediante un acuerdo tácito. Sin
embargo, no se me escapa que ninguno de los dos añadió un «por ahora»,
«de momento» o «aún» a la oración.
Me pregunto si hay cosas que jamás podremos decir en voz alta o es
cuestión de hallar a la persona adecuada para hacerlo.
¡Hola, paragüitas! ¿Qué tanta energía tienen hoy del 1 al 27?
1. ¿Quieren dedicarse a algo relacionado con el arte? Tanto si la respuesta
es positiva como negativa, ¿a qué?
2. ¿Tienen personas que los hagan sentirse una cascada?
3. Tres películas que podrían ver una y otra vez.
Con amor cibernético y demas, S. ♥️
6. Pudín internacional

—¡Viena, Valencia, Venecia! —llama mamá a mis hermanas.


Las niñas ni siquiera giran la cabeza hacia las escaleras, por donde ella
está bajando a toda velocidad. Continúan viendo su episodio matutino de
Bob Esponja mientra devoran su desayuno.
—Val, cómete también la fruta —susurro arrimando el plato hacia ella.
—¿Por qué los papás no se fijan primero si sus hijos están despiertos
antes de gritar que se levanten? —opta por preguntar, tomando un cubo de
manzana.
A ninguna de las tres les gustan las rodajas, así que me acostumbré a
cortar todo en cuadrados. O triángulos. O rombos.
—Sí, ¿y por qué gritan muchas veces tu nombre cuando la comida está
en la mesa? ¿No escuchan que les contestamos «¡Ya va!» a la primera? —
indaga Vi antes de llevarse una cucharada con demasiado cereal a la boca.
Me pongo de pie y limpio con una servilleta la leche que chorrea por su
mentón.
—¿Y por qué siempre corren como si no tuvieran tiempo? Hay muchas
horas en el día, y en la semana, y en el mes, y en el año. —Vene intenta
pescar con su cuchara un cubo de manzana que cayó dentro de su tazón.
No llego a contestar sus preguntas —aunque tampoco creo tener
respuesta para ellas— porque nuestra madre avanza tal tornado mientras se
pone los pendientes. Papá igual, solo que se está abotonando el saco. Ella
va hacia la cafetera y rellena dos tazas térmicas, él cierra los maletines que
quedaron abiertos la noche anterior sobre la desordenada mesa del living;
ella besa con rapidez las cabezas de las trillizas y él roba unos cubos de la
manzana y los mastica sin saborearlos de verdad mientras busca las llaves
del coche entre los cojines del sofá.
Ya las tengo en la mano, como todas las mañanas. Las levanto y sonríe.
Me da una sola palmada en el hombro antes de apresurarse a la puerta.
Gina le pasa una taza Harold. Harold a Gina un maletín.
—¡Los amamos! —se despiden dando un portazo.
Tan rápido como llegan, se van. Hace años que es así.
Antes de que tuvieran a las chicas éramos muy unidos. Gestionaban una
pequeña empresa de turismo y vivíamos viajando de un país a otro. Mi
habitación está repleta de fotografías de los tres en lugares hermosos. Sin
embargo, mamá tuvo náuseas en un vuelo a Birmania, y ella jamás las había
tenido en los cientos de aviones que pisamos. Se sentía tan mal que
debimos quedarnos atrapados en el hotel durante cuatro días, y al quinto
regresamos a casa con una ecografía bajo el brazo cortesía de una médica
birmana.
Viajar con un hijo no es lo mismo que viajar con cuatro.
Económicamente hace agujeros en los bolsillos de la clase media. Mental y
físicamente te deja exhausto cuando tres de esos niños tienen la misma
edad, necesitan los mismos cuidados por igual y no se sincronizan ni para
dormir.
Desde ese día hace 6 años, no volvimos a viajar. Ni siquiera salimos de
Sweet Wind.
Mis padres ampliaron la agencia de turismo. Contrataron personal.
Dejaron de ser guías para conformarse detrás del escritorio que, según ellos,
nos da de comer.
Es extraño que lo que pone comida en la mesa sea lo mismo que te quita
a las personas que quieres de tu lado. ¿Vale la pena comer solo todos los
días? Porque sería capaz de no probar bocado con tal de tener una charla de
cinco minutos con papá. Renunciaría al agua con tal de un abrazo de mamá
que dure más de tres segundos, o para que mis hermanas dejen de buscar
entre el mar de padres a los nuestros en sus obras escolares.
Sin embargo, lamentablemente ya se acostumbraron. Por eso ni siquiera
despegaron la vista del televisor cuando ellos aparecieron. Viven en el ojo
del huracán de forma permanente. Ni siquiera demandan atención. Solo
hacen lo que uno les dice, y aunque ese puede ser el sueño de muchos
porque no causan problemas, a mí me preocupa.
Vivir en piloto automático no es algo que deberían hacer las niñas de 6
años. En realidad, ningún ser humano.
Me siento culpable porque sé que lo aprendieron de mí, pero no tengo la
fuerza para cambiar y ser un mejor ejemplo.
Ayudé a cuidarlas desde el primer vómito de mamá, donde me quedé
sosteniendo su cabello. Al cumplir 12 estaba más acostumbrado a los
pañales que a los videojuegos. Mis padres jamás me pidieron que ayudara
tanto como lo estaba haciendo, pero con cada «Eres un gran hermano
mayor», «Te miran como si fueras el sol» y «Estamos orgullosos de ti,
Timmy», me alentaron a hacerlo. El problema es que la línea entre hijo y
niñero se desvaneció en algún punto.
De a poco dejaron de preguntar acerca de cómo me iba en la escuela. Ya
no recordaban los nombres de mis amigos e incluso olvidaron tres veces mi
cumpleaños. Que alguien olvide tu aniversario de existencia teniendo
Facebook instalado en sus teléfonos dice mucho.
De persona a recurso, así me sentí.
Así me quedé.
Intenté hablar con ellos en el pasado, pero siempre había una
interrupción. Era el trabajo o las niñas, y sino se habían quedado dormidos
en el sofá a causa de las infinitas jornadas laborales.
Cuando uno pierde el vínculo con una persona, la nostalgia ataca sin
horario, pero no se puede reestablecer una conexión si del otro lado no
cooperan. No importa que tus ganas rocen la locura, anhelar de más no
compensará el anhelo que le falta al otro.
Lo peor es no saber de dónde viene la falta de interés. ¿Por un trabajo
que los consume? ¿Por priorizar y dar más atención a otros? ¿Es porque
cambiaron o tú cambiaste? ¿Ambos? ¿Les duele estar atados a ti o creen
que te hieren de alguna forma? ¿Es porque...?
¿Por qué?
—Es hora —digo.
Las trillizas se ponen de pie en fila y dejan una por una los trastes en el
fregadero antes de arrastrar y subirse a sus banquillos. Liv me ayudó a
construirlos en el taller de carpintería, y Arlo y Gretha los pintaron.
Cuando tenía siete, papá construyó uno para mí. Era una tradición
familiar limpiar juntos. Ahora Viena lava, Valencia seca y Venecia guarda la
vajilla mientras empaco sus almuerzos y luego las ayudo a ponerse los
abrigos y las mochilas.
Tomo de la mano a una y las otras dos se enganchan como si fuéramos
una cadena.
Solo tenemos que caminar tres cuadras para llegar a la escuela. Nos
enfrentamos al gélido aire de la mañana y hago una nota mental para
terminar de tejer sus nuevas bufandas, porque las que tienen puestas fueron
atacadas por polillas durante el tiempo que quedaron abandonadas al fondo
del armario.
—¡Ahí está Patricio! —dice la niña al final de la hilera, frenando de
golpe y provocando que todos lo hagamos.
No hay muchas cosas que las emocionen, pero una de ellas es él.
Patricio es uno de los personajes de Bob Esponja. La estrella de mar
rosada para ser exactos, y el hijo de nuestros vecinos se llama igual. Incluso
se le parece. Su piel siempre está sonrojada, como si la vergüenza habitara
en sus poros. Además, tiene una barriga ovalada y mantiene su pelo
pelirrojo tan corto como lo es un abrazo de mis padres. Su vestimenta es
ochentera a pesar de que es solo unos años mayor que yo, con estampados
que para mí se asemejan más a un virus visto a través de un microscopio
que a flores de colores.
—¡Hey, chicos! —Agita una mano desde el jardín de enfrente, mientras
sus cuatro histéricos caniches corretean entre sus piernas—. ¿Qué le dijo un
semáforo a otro?
Saca a pasear a sus perros todos los días a la misma hora desde que se
mudó hace tres meses, y tiene un chiste preparado para las chicas todas las
mañanas.
—¡¿Qué le dijo?! —chilla mi coro.
—No me mires que me estoy cambiando.
Es malo. Malísimo. Todos sus chistes son terribles, pero mis hermanas se
ríen con él por un motivo inexplicable, así que no me importa parar un
minuto en nuestro trayecto para esto. Sin embargo, Patricio tiene sus ojos en
mí. No me ha hecho reír nunca pero lo sigue intentando como si fuera el día
uno.
—La próxima tal vez —lo consuelo y me encojo de hombros.
Me regala una sonrisa suave y hace un ademán de «No te preocupes».
Los caniches demandan su atención a ladridos y alza a uno. Toma la pata
del can y la mueve para despedirse de nosotros.
En las películas, en los vestuarios siempre molestan a un chico.
En la vida real creí que no sucedería. Hasta el año pasado jamás vi
siquiera a dos personas empujarse contra los casilleros, y más allá de las
bromas tontas, nunca armaron una escena en las duchas.
Sin embargo, para que exista la ficción debe existir la realidad. Ambas
tienen una parte de la otra.
Mi problema fue estar en el momento y lugar equivocado.
Siempre me gustaron los chicos. No es algo que me avergüence a pesar
de que jamás lo dije en voz alta frente a nadie. Los heterosexuales no andan
diciendo que son heteros, y aunque entiendo por qué algunos gays quieren
expresar su preferencia sexual, a mí me gusta la privacidad.
Me gustaba, mejor dicho.
Solía hacer atletismo. Nunca quise poner incómodos a mis compañeros
en caso de tener una erección al compartir duchas, por lo que hacía tiempo
dando unas vueltas más en la pista hasta que ellos terminaban de asearse.
Así tenía el vestuario solo para mí.
El año pasado fue uno de esos en que mis padres olvidaron mi
cumpleaños. No soporté tenerlos frente a mí en la mesa, pasándose la
ensalada y debatiendo sobre si llovería o no como si fuera un día más. Les
dije que iría al partido que cerraba la temporada de fútbol americano como
última oportunidad para ver si se acordaban.
—Día muy especial, ¿eh? —dijo papá chequeando su teléfono.
—Llévate una campera —añadió mamá, distraída.
Ya tenía una puesta, pero ni siquiera se dio cuenta.
Mientras todos estaban en el juego, corrí en la pista a modo de terapia.
Me sentía tan mal que antes de darme cuenta el partido había terminado y
los muchachos se estaban desnudando en el mismo sitio donde yo me
estaba duchando una hora más tarde.
Tres cosas pasaron en ese momento, y desde entonces la escuela es una
pesadilla.
Si no fuera por Gretha, Arlo y Liv... No sé.
Si mis hermanas no dependieran de mí, tal vez...
Alguien cierra mi casillero de golpe. Apenas tengo tiempo para quitar
mis manos antes de que el metal las comprima. El chasquido es tan fuerte
que llama la atención de casi todo el corredor.
Al levantar la vista, me encuentro con Karim. Es el quarterback del
equipo. A pesar de lo que pasó en las duchas, jamás se me acercó. Nunca
me dijo nada. Me evitó aunque sus compañeros no dejaron de molestarme
desde ese día.
—Tú y yo tenemos que hablar, Cuevas.
En otra época tendría miedo, pero no es como si me importara recibir una
paliza. Al menos eso me haría sentir algo, aunque fuera solo dolor.
De esa forma puede que mis papás me vean.
Estoy por encogerme de hombros y dejarlo hablar o darme un puñetazo.
Es más, me sorprende que no haya venido a golpearme meses atrás, cuando
lo arrastré conmigo a la humillación.
—Sí, eso no sucederá, Timmy y yo tenemos planes —dice una tranquila
voz a mis espaldas.
Siento el peso de un brazo alrededor de mis hombros encorvados. Es
Sawyer.
Me sorprende reconocer a alguien que no sean mis amigos. Los rostros
que me rodean ya no me interesan y los olvido con facilidad.
El recién llegado sostiene la mirada de Karim de forma muy personal, así
que asumo que se conocen. La tensión podría cortarse con una tijera y el
alumnado lo nota. Los murmullos se hacen oír y la tensión corporal de estos
dos es visible.
—Será en otro momento entonces —dice el de ojos negros, dando un
paso atrás.
Lo vemos marcharse y espero que de inmediato Sawyer deje de tocarme.
No lo hace. Intento moverme para salvarlo de los rumores, pero se mantiene
firme. Comienza a caminar conmigo como si fuéramos amigos de la
infancia; él el extrovertido y yo el introvertido.
—No me importa lo que la gente diga —contesta a la pregunta que flota
en mi mente.
No sé si agradecerle. No sé por qué hace esto. Tal vez se quiere sentir
buena persona. Tal vez es bueno de verdad. Tal vez cree que es su deber
porque soy amigo de la hermanastra de su novia.
—Hoy sirven pudín en la cafetería —susurro.
Cuando digo cosas sin contexto las personas me miran raro, así que
espero eso. Le estoy dando un empujoncito para que se aleje sin sentir
culpa.
—Esperemos que sea de chocolate.
Mis labios se sienten tirantes. Estoy haciendo una mueca, pero es lo más
cercano que he estado de sonreír en un tiempo.
—¿Puedo pedirte algo, Timmy?
Ah.
Ya sabía que había gato encerrado. La gente es una decepción infinita.
—¿Me acompañarías por ese pudín a la hora del almuerzo? —pregunta
en su lugar.
¡Hola, paragüitas! ¿Qué tal los trata agosto entre? Pueden responder

pudín marmolado (a veces bien, a veces mal).☕💕


comentando pudín de chocolate (excelente), pudín de vainilla (muy mal) o

1. ¿Opiniones sobre las Viena, Valencia y Venecia?


2. ¿Alguna vez dejaron de insistir en una relación (del tipo que sea)
porque no veían que del otro lado se esforzaban en mantenerla intacta?
3. ¿Creen que Sawyer será más cercano con Timmy, Liv o Arlo en el
futuro? ¿Con cuál creen que chocará más?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
7. A través del telescopio

—Sabes que el objetivo de salir de compras es comprar, ¿no? —espeta


Cora.
Levanto la vista pero no contesto. He estado paseando entre las hileras de
ropa desde que entramos hace veinte minutos. Ella y mamá no pararon de
hablar durante todo el trayecto hasta el centro comercial. Tampoco se
contuvieron de hacerlo cuando ingresamos a la tienda. Están en su
elemento.
Se pasan conjuntos y recomiendan colores según su tono de piel. Halagan
el cuerpo de la otra. El ritual me resulta incómodo, por eso me ofrecí a ser
su perchero personal y sostengo sus bolsos y abrigos.
—A Gretha no le gustan las compras. Ropa, maquillaje, manicura,
masajes... Nada de esas cosas le interesa —explica mi madre por mí, en
tono amable y sin ánimo de ofender, porque solo expone la realidad—.
Aunque siempre me acompaña a todos lados, claro. De todas formas es
lindo tener a una adolescente normal en la excursión del día. —Le guiña un
ojo a Cora.
Marion Fisher es una mujer encantadora. Independiente, sociable,
trabajadora y de mente abierta. Es una gran mamá, y aunque no tenemos
mucho en común, respeta mi forma de ser.
Me ama, pero no conecta conmigo.
La amo, pero no conecto con ella.
Me alegra que Cora esté aquí. Mamá puede hacer con ella las cosas que a
mí no me gustan y sé que eso no quiere decir que me está reemplazando.
Pasar tiempo conmigo para los extrovertidos como mi progenitora debe ser
aburrido, y no me gusta aburrir a las personas porque siento que malgasto
su tiempo, así que intento conseguir a alguien que los divierta y acompañe
en sus aventuras de la forma en que yo no puedo.
La Carnívora es una bendición en este caso.
—¿En serio no te probarás nada? —Estrecha los ojos sobre la pila de
ropa que tiene entre las manos para llevarse al probador.
A pesar del tono despectivo, me mira con una curiosidad que jamás había
mostrado hacia mí. Una lejana alerta se dispara en mi cabeza y niego con la
cabeza.
—En realidad, tengo que ir al baño.
Dejo sus pertenencias en una silla con esa mentira.
—Te dije que fueras antes de salir. Sabes que no me gusta que uses los
públicos. —Suspira mamá—. Recuerda hacer una sentadilla. No te apoyes
en el retrete, y si lo haces debes tirar la cadena primero y poner doble capa
de papel higiénico al...
La saludo con la mano mientras salgo por la puerta. Ya sé las
instrucciones de memoria.
Voy muchas veces al baño por día. Como mínimo veinte. Ella dice que
tomo mucha agua y tiene razón, pero el 90% de las escapadas al tocador no
tienen nada que ver con el H20.
El caso es que tengo una relación contradictoria con los espejos, los odio
pero los necesito.
Sin embargo, no es lo mismo mirar mi reflejo en casa que en una tienda.
Tuve miedo de que Cora sospechara, así que por eso la mentira. No puedo
arriesgarme a entrar en un probador con un pantalón que me parece lindo y
este deje de hacerlo en el segundo en que me lo pruebe. No puedo
desvestirme en un lugar del cual no puedo salir inmediatamente y caminar
una hora ininterrumpida si mi reflejo no muestra lo que quiero. No puedo
permitirme correr el riesgo de que algo me quede grande y mamá se de
cuenta que necesito un talle muchísimo más pequeño cuando se lo pida a la
empleada.
No compro ropa desde ese juego que cerró la temporada de fútbol el año
pasado. Le pedí a Timmy que me enseñara a coser para ajustar mi ropa sin
recurrir a alguien más o tener que venir al shopping. Además, papá dejó
muchas prendas cuando se fue. Son holgadas, pero nadie hace ningún
comentario porque estamos en otoño.
Por eso me gusta el frío. Nadie te mira si te cubres. Es fácil pasar
desapercibido y no tengo que dar explicaciones acerca de por qué estoy
usando una remera de mangas largas cuando hace el calor suficiente para
derretir todos los icebergs del mundo tal cual se derrite a un lector de
romance con la escena de un dulce primer beso.
Me alejo de la tienda sin rumbo fijo. Los baños están bastante alejados de
donde estamos, así que tengo 10 minutos de recreo antes de volver con
mamá y Cora. Podría esperar sentada, pero ya estuve un cuarto de hora así
en el auto, y tendré que estarlo otra vez a la vuelta. Opto por caminar. Mi
reflejo me persigue vidriera tras vidriera y me alejo hacia la zona de
productos de hogar para evitar esos extra delgados maniquíes.
Siento una abeja atrapada en el bolsillo de mi cárdigan.
El Doctor Brown tenía un móvil de más y me lo prestó de forma
temporal. Una de las razones por las que acepté venir a la excursión es
porque tengo que comprar un teléfono, pero hasta que mamá y Cora se
terminen de probar cada suéter de la tienda, me entretengo leyendo el email
de papá.
De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 11
Sus sonrisas eran estrellas fugaces. Si conseguías pillar una, era
obligatorio pedir un deseo, fuera o no a cumplirse. Marte coloreó sus
labios de rojo y el Sol le depositó chispas en los ojos para que cualquiera
que le sostuviera la mirada sintiera su alma arder, porque eso hacía ella; te
miraba y quemaba tus capas hasta dejarte al desnudo. Entonces, a
medianoche una lluvia de meteoritos en forma de pensamientos caía sobre
su cabeza. A veces salía lastimada, pero nunca se extinguía. Se opacaba
pero sabía volver a brillar. Lo mejor es que lo hacía sin quitarle
protagonismo a nadie, y jamás temía caer en agujeros negros para rescatar
astronautas en peligro. Por eso los anillos de Júpiter envidiaban al mortal
que planeaba decorar su dedo anular con uno.
—No te entregues —suplicaban—. No aceptes estar con alguien que te
mira a través de la seguridad de un telescopio en lugar de subir a una nave
y viajar para perderse en ti.
¿Qué opina mi lectora Beta de esto?
Con galaxias de amor, Fisher 1.
Sonrío sin dejar de caminar. Aprendí a ser multiuso para no quedarme
quieta, así que tipeo con una mano mientras esquivo a la gente y saco un
chicle de menta del bolsillo con la otra. Mi estómago está gruñendo y
todavía no es hora de almorzar.
Hoy comeremos hamburguesas. Se me hace agua la boca desde ya.
De: GrethalynFisher@gmail.com
Para: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Re. Asunto: Fragmento del capítulo 11
¿Recuerdas cuando explotó ese volcán hace unos años? Lo vimos juntos
en la tele. Se te llenaron los ojos de lágrimas y mamá te dijo que no te
sintieras mal por las personas, que todos habían sido evacuados a tiempo y
que el gobierno seguro los ayudaría a reconstruir sus hogares. Tú dijiste que
no llorabas por eso.
—Mira ese caos tan naturalmente ordenado. ¿No te pone la piel de
gallina?
Bueno, la opinión de tu lectora Beta es esa.
Con galaxias de amor, Fisher 3.
Seré Fisher 2 el día que mamá firme los papeles de divorcio y...
—Tú eres la novia de Arlo, ¿verdad?
Me quedo de piedra al oír a su padre, el golpeador. Cuando levanto la
vista deseo haberme quedado en la tienda con Cora y mamá.
Mi padre me envió a buscar su billetera. Se la olvidó en el auto, y para
llegar a él debo pasar junto a dos muchachas que se están besando sin pudor
contra la puerta de un coche. En cualquier minuto se atragantarán con la
lengua de la otra.
Odio el amor.
Odio este maldito centro comercial.
Odio los recuerdos.
Una vez conocí a una chica mediante un juego en línea.
BellaInW0nderland07. Nos emparejamos virtualmente y ganamos una
partida. Luego, ella me envió un mensaje. Todavía tengo la conversación
guardada para releerla y atormentarme en la madrugada.
BellaInW0nderland07: ¡En tu cara, @SantísimoLokiInfernal y
@ColaDePerro23!
BellaInW0nderland07: Comeré pastelitos de limón para celebrar que
les pateamos el trasero a esos creídos, ¿y tú?
UnDinosaurioOscuro: Cenaré una golpiza por parte de mi papá cuando
llegue a casa del bar. Super divertido.
No era algo que podía decir en voz alta, por lo que liberé mi impotencia a
través del anonimato. No era la primera vez que lo hacía. Cuando no quería
hablar con alguien traía el tema a colación y se quedaban sin saber qué
responder. Por obligación moral me proponían soluciones que ya había oído
mil veces y que, en mi situación, no eran viables. De ese modo podía
finalizar la conversación diciendo que no tenía ganas de charlar, y más tarde
ellos se olvidarían de mí porque eso hace la mayoría de los humanos: si el
problema no los afecta de forma directa, no actúan.
BellaInW0nderland07: ¿A qué hora será eso?
Su respuesta fue atípica. Me enderecé en la silla y bajé el volumen de la
música.
UnDinosaurioOscuro: Cerca de las 10.
Su «escribiendo...» alteró muchas cosas en mí.
BellaInW0nderland07: Entonces conéctate a las 11.
UnDinosaurioOscuro: ¿Para qué?
BellaInW0nderland07: Para saber que sigues aquí.
En ese momento supe que era diferente. No dijo lo que esperaba, sino lo
que necesitaba. Las personas tienden a hacer preguntas para saciar su propia
curiosidad, pero ella las hacía para que no me sintiera solo.
No había morbo. No existían segundas intenciones. Era empatía cruda a
sabiendas que endulzar la situación no cambiaría nada.
Dos horas después, cuando cada parte del cuerpo me dolía, la piel de mis
costillas ardía ante el contacto con la bolsa de hielo y el rastro de lágrimas
se había secado en mi rostro, me senté con dificultad frente al monitor, a
oscuras en la habitación. Al encenderlo se me cristalizaron los ojos.
Un punto verde aparecía junto a su usuario.
UnDinosaurioOscuro: Estás conectada.
BellaInW0nderland07: Sigues aquí.
BellaInW0nderland07: ¿Quieres hablar de lo que pasó?
Quería. No podía. No en ese instante.
Revelar un secreto es como poner título a un libro. Puedes deducir de qué
tratará la historia al saberlo, pero nada más. Para eso es necesario que te
cuenten los detalles; leer de principio a fin.
Al ver que tardaba en responder a causa de mi indecisión, escribió:
BellaInW0nderland07: Quiero que sepas que me estoy comiendo un
pastelito de limón por ti, aunque no ayude mucho.
UnDinosaurioOscuro: Créeme, ayuda más de lo que puedes imaginar.
BellaInW0nderland07: Me comeré todos entonces.
Me hizo reír y me sequé las lágrimas con el dobladillo de la camiseta.
Esa noche mis heridas no se sintieron con la misma intensidad.
A veces una persona es todo lo que se necesita para que el mundo deje de
doler tanto. Me aferré a ella, a la conversación que habíamos tenido y a
todas las que podríamos tener, a las preguntas sin respuesta y a escenarios
demasiado lejanos acerca de un encuentro. Todo luego de una charla, pero
no fue una común. Tuvo significado y fue una promesa atrapada entre las
pantallas de nuestros computadores.
Se sintió tan extraño que no respondiera como el resto. Sentí que me
entendía sin necesidad de explicaciones, que era lo suficiente buena
analizando mis palabras como para decir lo que necesitaba oír en ese
momento.
Bella sabía que no siempre podemos aportar para cambiar una realidad
dolorosa, pero sí que somos capaces de ayudar a sobrellevarla.
Desde ese día lo hizo con los putos pastelitos de limón. Luego de un mes,
arreglamos conocernos en el centro comercial.
BellaInW0nderland07: ¿Estás listo?
UnDinosaurioOscuro: Desde que pateaste el trasero de
@ColaDePerro23.
Fuimos inseparables.
Dicen que en internet las personas se esconden y muestran solo una parte
de sí. Creo que tienen razón. En la seguridad de las cuatro paredes que más
me conocen y sin ojos que me juzguen, puedo ser yo. A veces mi mejor
versión, otras la peor. A diferencia de lo que denominan la vida real, aquí
no me avergüenzo de ninguna de ellas porque siempre encuentro a alguien
que dice «Me siento igual», y sabrá explicar incluso mejor que yo lo que me
ocurre.
En la calle la gente tarda en desnudarse con el resto. Hay reglas que
seguir y tiempos que respetar. No puedes ir a las preguntas íntimas en los
primeros cinco minutos. En cambio, a través de la seguridad de una pantalla
uno desnuda sus partes con más facilidad y libertad. La gente que no te
conoce, no tiene imágenes, expectativas ni conceptos preestablecidos de ti.
Hay casos y casos, pero a mí siempre me pareció que las personas que
me escriben a medianoche —hartas y vulnerables, preocupadas y
soñadoras, aterradas y escuchando la misma canción en repetición
escondidas bajo las mantas—, son más sinceras y abiertas que algunas que
me hablan cara a cara al mediodía.
Mi mamá, por ejemplo.
En la vida cotidiana te presentas como alguien entero y en internet como
una persona fragmentada; en el primer caso deben desarmarte y en el
segundo armarte. Ambos juegos llevan tiempo. Ambos valen lo mismo. Son
solo distintas formas de estudiar una imagen.
Bella me armó a través de la pantalla.
Yo la desarmé en el cara a cara.
Juntos armamos un rompecabezas distinto, hasta que alguien decidió
guardar las piezas en sus respectivas cajas y separarlas para siempre.
Ese alguien fue ella.
BellaInW0nderland07: Creo que solo estábamos desesperados por
conexión.
UnDinosaurioOscuro: ¿No lo está todo el mundo?
Jamás respondió. Si no fuera porque la vi y toqué con mis propios ojos,
creería que nada fue real. Sin embargo, no tengo tiempo para seguir
revolcándome en mi porquería sentimental porque veo a mi padre con su
mano puesta en la espalda baja de una chica.
La está empujando dentro de la tienda de caza y pesca.
Conozco todos los cárdigans de su guardarropa. No tengo que verla de
frente para saber que es Gretha.
—Mierda —espeto, acelerando el paso.
¡Hola, paragüitas! ¿Cómo están esos ánimos? Descríbanlos en términos
meteorológicos como soleadísimo, con posibles tormentas a causa de la
facultad, nublado y con ganas de llorar tal catarata, etc.
🖤
Por cierto, la playlist de CDLPR está disponible en Spotify.
1. ¿Qué creen que quiere el papá de Arlo con Gretha?
2. ¿Tienes amigos de internet?
3. ¿Por qué creen que Bella dejó a Arlo? ¿Opiniones sobre él?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
8. Somos conejos retroalimentados

—Hey, Greth, ¿qué haces aquí? —Espero encubrir la cautela de mi voz


con ligereza.
La tomo de la muñeca y arrastro hacia mí para darle un abrazo que finge
ser un saludo a los ojos de papá.
Con ella ni siquiera nos decimos «Hola» cuando nos vemos. No es
necesario, pero en este momento es la única forma que se me ocurre para
que mi padre deje de tocar su cintura. No quiero levantar sospechas obvias.
Me daría una paliza duplicada si insinuara que se está comportando de
forma inapropiada con una menor, por más que sea verdad.
Así de hipócrita es.
—¿Estás bien? —susurro contra su cabello.
Asiente contra mi hombro sin decir nada. Cuando nos separamos busco
que sus ojos confirmen el gesto.
—El señor Washington me contó que hay un conejo en su jardín e
intentan cazarlo.
«¿Tú estás bien?», es su verdadera pregunta.
—Sí, ha sido un grano en el trasero desde la semana pasada. Vuelve loco
al perro y debemos dejar que se queda adentro de la casa —contesto—. El
sofá está lleno de pelo. Nos cansamos de pasar la aspiradora.
«Sí, estoy tan bien como puedo estarlo, no te preocupes».
Por unos segundos no dejo de sostener sus antebrazos y ella no deja ir los
míos. No sé cómo terminó aquí, pero ambos queremos salir corriendo.
Ojalá pudiéramos hacerlo. A veces me pregunto qué sucedería si decidiera
sobrevivir por lo cuenta. Tal vez, si tengo suerte, pudiera comenzar a vivir
de verdad.
—Esta me gusta, ¿qué dicen, tortolitos?
Nos giramos para encontrar que Wes Washington sostiene una trampa
mediana entre las manos, con delicadeza. La luz de la tienda se refleja en
los picos de acero, que brillan como el diente de un actor en los comerciales
de pasta dental.
Me tenso. Por un momento pienso que podría usar la trampa conmigo, lo
que es estúpido. Mi padre es muy cuidadoso con su forma de descargarse.
Todos mis hematomas se hacen pasar fácilmente como golpes consecuentes
de jugar al fútbol americano o pelear con otros chicos. Él jamás usaría algo
así en mí, aunque me pregunto si les gustaría.
—Es innecesario ser tan agresivo —dice Gretha—. Es solo un conejo.
Hay un fuego controlado en su forma de mirarlo. Ambos sabemos que no
solo habla del maldito conejo, y que tenga esta reacción es mi culpa. Por
más que me esforcé en mirar la trampa sin interés, ella me conoce. Sabe
hacia qué lugares va mi mente cuando me quedo callado.
Cuando mi padre la mira, sonríe como si estuviera frente a una niña que
por aprender el abecedario cree conocer todas las palabras del mundo.
—Sin dolor no hay supervivencia.
—Creí que siempre se trató de vivir, no de supervivir —le contesta,
acorde con mis pensamientos.
La sonrisa de papá vacila. Gretha jamás sube la voz. A veces debemos
pedirle que repita lo que dice porque no la oímos. Sobre todas las cosas,
habla con dulzura. Podría decirle a mi progenitor que lo odia y que cree que
es el ser más repulsivo del mundo y él no sabría diferenciar si lo dice en
serio o en broma por la amabilidad de su tono.
—Creíste mal, corazón. En Historia no les enseñan nada estos días, ¿eh?
—Ríe y aparto la vista, incómodo por la crítica hacia mamá, quien es
profesora de la materia en la escuela—. En fin, un hombre es más hombre
cuando mata a las criaturas, ya sea porque lo molesten o porque tiene
hambre.
—¿Ser más hombre es tener demasiado orgullo como para llamar a
control animal, quienes preservan la fauna, y que ellos se encarguen de la
situación? Además, es un animal pequeño. Por más escurridizo que sea, lo
podrían atrapar de forma casera con algo de paciencia en caso de no querer
llamar a ningún experto.
—¿Quién necesita un experto? —Bufa entretenido.
—La misma persona que necesita una trampa para osos para atrapar un
conejo —susurro.
Ni siquiera miro la expresión de mi padre. Sé que el comentario no le
gustó, pero no puedo resistirlo. Cuando estamos en público no puede
explotar, así que tengo libertad para hablar. En casa ni siquiera abro la boca
por miedo.
—Como sea. —Wes se endereza—. Cuando cacemos al conejo estás
invitada a degustarlo, Gretha. Eres mi nuera y jamás cenamos juntos. Ya es
hora, ¿no te parece? —En cierta parte el comentario es una burla al tener en
cuenta que ella le dio todas las alternativas para no matar al animal—.
Estoy seguro que cocinas de maravilla.
—Sí, cocino muy bien. Le puedo enseñar cuando quiera. Es lo que usted
llamaría una habilidad de supervivencia. La cocina no pertenece solo al
género femenino.
Papá camufla su masculinidad frágil con una risa. Luego, hace un
ademán para que le entregue la billetera y va hacia el mostrador a pagar por
la trampa. Cuando vuelvo a mirar a Gretha, sus cejas se acercan una a la
otra en una expresión preocupada.
Sabe que estamos por volver a tomar caminos separados, y siempre que
lo hacemos suelo salir lastimado. La culpa la lleva a hablar con
desesperación:
—Lo siento, Arlo, no era mi intención provocarlo y que...
Niego con la cabeza.
—No es tu culpa.
Sus ojos no dejan de seguir al hombre a mi espalda.
—¿Por qué no vienes conmigo a casa? Así me salvas de ser devorada por
La Carnívora en el almuerzo —ofrece.
Como es costumbre, te hace creer que la estás ayudando cuando es al
revés y no quiere que te sientas una carga.
Gretha y yo no somos novios, pero le hicimos creer a mi padre que sí
para que pudiera escapar de mi calvario cuando lo necesitara. Por algún
motivo que desconozco pero sospecho, Wes no me deja pasar el rato en casa
de ningún amigo varón —y se asegura de que no lo haga al exigir que le
envíe mi ubicación exacta cada vez que salgo— . Desde que se separó de
mi madre, odia a todas las personas con pene de mi edad, y eso me incluye.
—No hace falta. Pasará toda la tarde intentando atrapar al conejo. Antes
de que se de cuenta, ya será hora de ir al bar con sus amigos. Hoy celebran
que ayer ganó no sé qué equipo. Estará de buen humor.
Buen humor es igual a cero ojos morados.
La chica no insiste con palabras, pero sí con los ojos. Antes de que se
decida a abrir la boca otra vez, su madre aparece cerca de la puerta.
—Cariño, hay una emergencia en el hospital y el papá de Cora viene a
recogerme. Ella tiene las llaves de mi coche. Te está esperando en el
estacionamiento para volver a casa. Compramos el teléfono otro día, ¿sí?
Gretha asiente y la señora Fisher lanza dos besos al aire, uno para su hija
y otro para mí a modo tanto de saludo como de despedida.
—Estaré bien —insisto cuando ella vuelve a mirarme.
Oigo a papá darle las gracias al vendedor y hago a Gretha un ademán con
la cabeza hacia la salida. No quiero que pase tiempo con él y no me gusta la
persona que soy bajo ese ojo familiar, así que tampoco quiero que vea esta
versión medio aterrada y sumisa de mí.
—Antes de importarme si estás bien o no, me importa saber dónde estás
y si ahí hay alguien bueno para ayudarte en caso negativo. Si te quedas con
las personas equivocadas demasiado lejos de mí, no puedo llegar a tiempo
cuando las cosas empiecen a marchar mal, Arlo.
Me da un apretón en la mano y se va viendo de reojo a mi papá acercarse,
quien me rodea los hombros con un brazo.
—¿Listo para exterminar a ese puto conejo, amigo?
En realidad, me quedo con él porque planeo salvar al conejo.
Estoy sentado en el porche trasero mientras Wes almuerza adentro,
viendo la tele. Encargamos comida en la sección del centro comercial donde
trabaja Bella, pero para mi suerte —o mala suerte— ella no estaba de turno.
En realidad, ni siquiera sé si sigue trabajando ahí. Calculo que sí.
Después de todo, siempre le hizo falta el dinero.
Selecciono las rodajas de zanahoria de mi ensalada y las junto en mi
mano antes de trazar un camino con ellas por el costado de la casa, donde se
apilan trozos de cerámica. Papá rompió todas las macetas de mamá cuando
regresó de firmar los papeles de divorcio. No se atreve ni a asomarse por
aquí. Además, cree que el conejo se esconde al fondo del jardín por la
cantidad de arbustos y yuyos que hay ahí.
Cuando estoy junto a la ventana de mi habitación, saco a través de ella
una caja de zapatos y un trozo de hilo dejé preparados. Quiebro la delgada
bifurcación de una rama del árbol que me da sombra en verano. Con una Y
de madera, hago una trampa casera. Dejo el hilo atado a la lámpara de mi
mesa de luz y regreso al porche a terminar de almorzar.
No me gusta estar en el patio porque me trae buenos recuerdos de mamá.
Ella amaba la jardinería. Es más, me enseñaba al respecto a escondidas de
papá. Él sigue creyendo que esas son cosas de chicas.
El problema con los lindos recuerdos es que cuando tu co-protagonista en
ellos ya no está, dejan de ser tan bonitos. Es agridulce recordar lo que en su
momento se tuvo y se supo apreciar pero ahora jamás se podrá recuperar.
Una mierda todo.
De todas formas, cuando mamá se mudó nuestra relación cambió. Ella lo
hizo.
—No lo intentas, no me das una oportunidad —dijo la última vez que
hablamos por más de dos minutos.
Tenía razón. No lo estaba intentando porque ya lo había intentado un
millón de veces en los últimos meses. Con el paso del tiempo, en cada
oportunidad demostró que permanecer a su lado valía menos el esfuerzo. El
problema es que la mayoría de las personas tiene miopía mental. No ve los
errores con claridad hasta que son demasiado grandes y están frente a sus
narices.
Al principio se los marqué porque no puedes pretender que el otro sepa
qué te molesta o duele, sobre todo si son cosas pequeñas. El punto es que
me cansé de los abrazos de dos segundos, las charlas donde solo
hablábamos de ella y que ignorara seis de cada siete mensajes que le
enviaba. Me harté de hacerle favores y que siempre pidiera más, sin
agradecer estos con más que un seco y repetitivo «gracias» cuando todo lo
que yo hacía me llevaba horas, días y un paseo en ese parque emocional
cuya entrada salía cada vez más cara.
Me agoté mentalmente de pensar en todas las formas en que podía hacer
de nuestro vínculo uno inolvidable, y darme cuenta de eso fue el punto de
quiebre.
Si intentaba hacerlo inolvidable con tanta desesperación, era porque sabía
que no iba a durar. No podía esperar una mínima cuota de reconocimiento y
cariño cuando trabajaba en nosotros los siete días de la semana. No era
justo.
Que pregunten por tu día una vez al mes cuando te ven de lunes a sábado
no es aceptable. Que debas repetir todo porque el otro no presta la
suficiente atención no es aceptable. Que te den las buenas noches sin
mirarte a los ojos, mientras están absortos en su celular, no es aceptable.
Que te hagan sentir un recurso no es aceptable.
Que siempre estés y ellos no, no es aceptable.
Gretha estaría en desacuerdo conmigo. Ella diría que amar al otro dice
más de nosotros que de esa persona y siempre debemos demostrar que
nuestro corazón es mejor. Tiene razón, pero lo que también dice aquello es
que no sabemos lo que es el amor propio.
No podemos siempre dar. Sin la retroalimentación adecuada, eres infeliz.
Lo sabes. Lo sientes. Lo tienes que admitir y marcharte en caso de que no
se pueda arreglar, y jamás aceptar pequeñas cantidades de lo que tú entregas
de a montones. No me importa si suena egoísta para algunos, es lo sano y
nadie debería pasarse la vida enfermo por los demás.
Sé que no soy quién para hablar sobre relaciones saludables cuando mi
padre me muele a golpes y se lo permito, pero es distinto.
Todo tiene un motivo, incluso esto.
¡Hola, paragüitas! En Buenos Aires está lloviendo, así que es un buen día

☔🎶
para actualizar la historia. Déjenme saber cómo se sienten comentando una
canción con la que se sienten identificados hoy.
1. ¿Tienen alguien a quien con solo mirarlo/a ya saben lo que está
pensando y viceversa? (Es de las mejores cosas del mundo, soy muy fan )
2. Opiniones, sospechas o predicciones sobre la amistad entre Arlo y
💕
Gretha. También qué les pareció el padre de Arlo.
3. ¿Creen que ustedes se deberían haber esforzado más por alguna
persona? ¿Se arrepienten?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
9. Ticket de mentira

Timmy
¿Sabían que los plátanos son curvos porque buscan el sol? Quiero ser un
plátano. Me gustaría buscar la luz en lugar de la oscuridad.
Liv
Si un estúpido plátano puede hacerlo, tú también puedes.
Gretha
Retwitteo lo que dijo Liv (sin el adjetivo ofensivo y aunque ninguno de
nosotros use Twitter). @ArloWashington, dinos que estás bien.
Timmy
Igual no me gustan los plátanos. Son amarillos. Como Los Simpson y Bob
Esponja, y no me gustan Los Simpson ni Bob Esponja.
Liv
Gran argumento, Timmy... @ArloWashington, son las 22:00hs, repórtate o
sabes que comenzaremos a llamarte.
Timmy
@ArloWashingnton, aparece y dime si te gustaría ser un plátano.
Me queda viendo la pantalla unos minutos, hasta que responde:
Arlo
Sí, es mi sueño de toda la vida.
Cierro la pestaña de chat grupal cuando da señales de vida con su
característico sarcasmo. Como no nos permite interferir en su situación de
violencia doméstica, lo obligamos a enviar un mensaje a primera y última
hora del día. Si no cumple nos aparecemos en su casa con la policía, ese es
el trato.
Ya aliviada, abro una carpeta de un falso trabajo práctico, titulado
Segunda Guerra Mundial. Tarda en cargar porque hay miles de imágenes,
todas ordenadas de las que más me gustan a las que menos. No importa
cuántas veces las vea, son hipnotizantes y me animan a no quedarme quieta.
Llego a poner música para amortiguar el sonido que hace la cama cuando la
corro al centro de la habitación, pero cuando estoy por echar el pestillo a la
puerta, alguien estrella sus nudillos del otro lado.
Voy hacia la computadora y cierro el archivo, pero no tengo tiempo para
poner la cama en su lugar.
-¿Estás ocupada, hermanastra de Cora? -pregunta Sawyer.
Su cabeza parece flotar en el aire mientras espera una respuesta. Es un
poco invasivo que no haya esperado a que le contestara o le abriera la
puerta. Mi corazón va muy rápido porque no me gusta ser sorprendida. Sin
embargo, no es la primera vez que pasa. Aprendí que por más que intente
prevenir este tipo de situaciones, seguirá ocurriendo de forma diferente y de
la manera menos esperada, así que me obligo adaptarme.
-Hola -saludo al hacer un ademán al colchón-. Se me cayó un anillo
detrás de la cama. Es de mamá y todavía no lo encuentro, puede que me
mate -miento.
Al instante siento un punzada de culpa. Solo dije lo del anillo porque hice
memoria de nuestra última conversación, cuando dijo que el collar de una
chica le había recordado a alguien. Tienes asegurado que casi cualquiera
creerá una mentira si puedes establecer un sentimiento de empatía e
identificación entre esta y la otra persona.
Es manipulador de mi parte, sobre todo al saber el efecto que provoca
esto en él, pero a veces preservar un secreto nos obliga a hacer cosas que no
queremos. Sé que me lamentaré la mentira por tanto tiempo como lo
conozca, aunque sea pequeña.
-Te ayudo a buscar. -Entra y se tira al piso como si le hubiera pedido una
repetición de lagartijas-. Cora está en la bañera y tardará como media hora
porque dijo que iba a exfoliarse con piedras de no sé dónde. Me estaba
aburriendo.
Me arrodillo del otro lado de la cama y nos sostenemos la mirada a
centímetros del piso. Por la emergencia en el hospital, el doctor Brown y
mamá no regresarán hasta mañana. Asumo que La Carnívora lo invitó a
pasar la noche a escondidas, porque su papá fue claro al decir que no quería
pijamas Sawyerianas.
-¿Por qué no las vas a ayudar?
-Lo intenté. Ya sabes, todo ese rollo romántico de lavarle el cabello a tu
pareja. Le metí shampoo en el ojo sin querer y me echó. Ahora salgo con un
cyborg porque tiene un globo ocular rojo. Vine a esperar mi exterminio
aquí.
Buscamos -yo finjo buscar- el anillo por unos minutos. Incluso le pido su
teléfono para alumbrar con la linterna. Lo desliza a través del piso y se toma
un descanso; deja apiladas sus manos sobre el suelo y sobre estas su
mentón. Me acuesto sobre mi estómago y muevo el móvil en diferentes
direcciones.
No sé por qué, pero se siente muy íntimo para mí estar tendidos en el
piso mientras nos miramos por debajo de la cama, con todos estos pequeños
ácaros flotando en los 90 centímetros que los separan.
-Lo buscaré mañana. -Suspiro.
Le deslizo el teléfono de regreso como si fuera una cantinera experta que
reparte cervezas tras una barra todos los fines de semana. Me pongo de pie
y corro la cama con una chispa de frustración que pincha mis entrañas, o tal
vez es solo el hambre. Miro mi despertador en la mesa de luz. Son las
22:15. Con la interrupción de Sawyer se atrasa mi rutina nocturna. Tendré
que hacer ejercicio, ducharme e ir a dormir más tarde. Con suerte estaré a
medianoche en la cama.
-Entre los libros que hay aquí y los del cobertizo, podrías quedarte sin
papel higiénico durante una pandemia mundial y no tendrías problema.
Me giro para verlo alumbrar con la linterna mis estantes.
-Haré como si no hubiera escuchado esa nefasta sugerencia. Los libros
cambian vidas, nadie debería limpiarse el trasero con ellos.
Me siento contra la cabecera de la cama y tomo un almohadón para
abrazarlo contra mi muslos y estómago mientras pasa el dedo por los lomos.
Me recuerda a las personas que se topan con un piano y recorren todas las
teclas de un solo movimiento. Siento que Sawyer está esperando que los
libros hagan un sonido por el detenimiento con el que los mira y toca.
-A mí no me gusta leer -comenta.
-No es que no te guste, es que todavía no encontraste un libro que sea
para ti.
-¿Los libros están destinados para uno como las personas?
-No sabría decirte. No creo en el destino, pero sí en las coincidencias.
Me echa una mirada sobre su hombro y eso basta para saber que
pensamos distinto. Sin embargo, ninguno ahonda en el tema por motivos
diferentes.
-Hay muchos títulos de romance aquí. ¿Eres de las que se enamora cada
día por medio y sueña con un príncipe azul?
Eso me hace sonreír. No sé por qué las personas asumen cosas de ti por
leer un género determinado. Los príncipes no están en mi lista de
prioridades. Nunca estuvieron en los primeros puestos siquiera, solo
pulularon por los del medio, y deberían dejar de idealizar a los chicos al
llamarlos así. Lo mismo con las aclamadas princesas.
-Me gusta la idea de estar enamorada. Es distinto. Una idea no es una
realización. No tiene consecuencias.
-Diste a entender que estas cosas te cambian la vida. -Señala los libros y
apaga la linterna-. Creo que sí hay consecuencias después de todo.
Me ha hecho un jaque-mate espectacular.
—¿Es suficiente? —insiste.
—¿Qué cosa?
—Amar la idea del amor pero no su realización en el mundo físico, con
otra persona.
—Por ahora, sí.
—¿Y piensas vivir toda tu vida de fantasías?
—Dicen que la ficción a veces es mejor que la realidad.
—También dicen que la realidad supera la ficción.
Me encojo de hombros. ¿Estaría mal soñar para siempre? No todas mis
experiencias fueron malas, pero las buenas ni siquiera fueron tan buenas
como para querer invertirme a mí misma en una relación.
Dicen que cada persona es más que suficiente. Sin embargo, nos
encontramos siendo mucho, poco, o lo justo y necesario para alguien más.
Nunca me gustó hablar de suficiencia perpetua. Creo que, como seres
inestables, lo que somos fluctúa de forma constante. Es como si se tratara
decibeles. A veces subimos el volumen, otras lo bajamos, y en algunos
casos lo anulamos para diferentes personas e incluso para nosotros mismos
según la situación. Cada quien escucha de forma distinta.
En mi caso, jamás oí música romántica. Si lo hice, ninguna canción valió
la pena como para subir el volumen o terminarla. Decidí que alguien más
las apreciaría como era debido si las dejaba ir, ya que cualquier
composición musical hecha con amor merece un buen oyente.
Mientras tanto, nadie me dio ganas de bailar y está bien.
Tal vez algunos nacimos para ser espectadores en lugar de bailarines. Se
necesita quien aplauda el show después de todo.
-¿Puedo preguntarte algo, Sawyer?
-Cualquier cosa.
No me gusta esa respuesta. Es muy amplia, y exactamente por eso es de
mis favoritas.
El chico es como una casa que quieres comprar. Te abre la puerta y entras
al recibidor, recorres la sala y también la cocina. Entonces, dicha puerta se
cierra de golpe. Quedas atrapado y cuando intentas explorar el resto de las
habitaciones, te das cuenta que están bajo llave. Es una trampa porque
ninguna persona se abre del todo tan pronto, pero con que nos invite a
conocer una parte de su interior, es suficiente para que no queramos o
incluso podamos salir.
La frustración llega al saber que la inmobiliaria te vendió un tour
incompleto pero no puedes quejarte porque tú recurriste a ellos en primer
lugar.
-¿Cómo sabes quién es el o la indicada?
-Cualquier persona con la que conectes te parecerá la indicada.
Tira su móvil a la cama antes de sentarse y echarse hacia atrás, hasta que
está sobre sus codos.
-¿Y cómo sé cuál es la de verdad?
-Cada una lo es, aunque no con todas podrás ser todas tus versiones,
desde las mejores hasta las peores.
-Lleva tiempo conocer tantas versiones de alguien, por no decir que el
otro tiene que estar dispuesto a correr el riesgo de encontrarse con cosas...
Sus cejas se arquean mientras espera, pero no sé cómo terminar.
-¿No tan bonitas? -ofrece para finalizar-. Esa es la gracia. Quien sea
adecuado para ti querrá conocerte de mil formas posibles y en mil
circunstancias distintas. Si quiere eso, deberá quedarse por mucho tiempo.
Los no indicados abandonan el viaje, o puede que tú ni siquiera les hayas
dado el ticket para subir al tren en primer lugar.
Asiento. No porque esté de acuerdo, sino porque agradezco que comparta
su punto de vista. Me ayuda a pensar.
Sawyer parece cómodo en su propia piel y se adueña del espacio como
un artista del reflector; no de forma egocéntrica, sino respetable, como si
dijera «Tengo algo que decir que te será útil». Sin embargo, por más que
me guste este espectáculo, siempre preferí trabajar tras bambalinas. Me
gusta la luz tenue y la escasez de gente que hay ahí. Quiero ver el proceso,
no el resultado, por eso me pregunto cómo llegó a esa conclusión, qué y
quiénes lo guiaron, cuánto tardó...
-Por cierto, gracias por el consejo de la otra vez. Cora y yo estamos bien.
Eso me hace sonreír. Una mala comunicación puede hacer mucho daño,
incluso llevar a que dos personas decidan colgar el teléfono y borrar sus
números.
Sería triste que Sawyer y Cora se borren el uno al otro cuando los he
visto juntos y parecen tener una conexión que podría fácilmente convertirse
en un nuevo libro para mi estante.
-En ese caso puedes agradecerme yéndote de mi habitación. Tienes que
enfrentar un cyborg y yo debo dormir. Mañana madrugo.
«Tengo cosas que no puedo hacer contigo sentado en mi cama».
Me sobresalto cuando Cora abre la puerta de golpe, a pesar de que no
estaba cerrada del todo. Enderezo y pego la espalda a la cabecera de la
cama y aprieto el almohadón contra mí. A Sawyer no se le mueve ni un
músculo. Solo gira la cabeza para mirarla de pie bajo el umbral. Está
envuelta en una toalla y con el cabello que chorrea agua en el piso. Salió
como loca de la ducha por lo visto.
Ni siquiera pienso en la posibilidad que cualquier otra chica en mi lugar
pensaría. La idea no cabe en mi cabeza y es absurda por muchas razones.
Además, ella ni siquiera se molesta en mirarme.
-Rex llamó. Su nuevo novio, Bug, la dejó plantada y necesita que la
recoja, ¿te vas a tu casa o me esperas aquí? -pregunta al chico-. No tardaré
mucho.
¿La Carnívora sale al rescate de sus amigos? Cada vez me agrada más
aunque yo a ella no. De a poco parece más humana y aproximable, a
excepción de que ahora genera algo de miedo por ese ojo rojo consecuencia
de las nulas habilidades de peluquería de su novio.
-Me quedo. Grethalyn me hará compañía hasta que regreses, ¿verdad?
Miro de reojo el despertador. Marca las 22:54 hs.
Decirle que sí tendrá consecuencias. Además, quiero decir que no.
Debería decir que no. Ya interrumpió mi rutina cuando lo conocí y siento
que dar luz verde a esto llevará a que lo siga haciendo en el futuro. Eso
desencadenará que tenga que recompensar el tiempo perdido en cada sesión
de ejercicio. Significa reprogramar mi horario entero porque mis
responsabilidades caen como piezas de dominó, y todo sería para entretener
a alguien que apenas conozco.
Lástima que el monosílabo negativo, la culpa y yo nos llevemos tan mal.
Entonces, me trago mi frustración y deshago mis planes.
-Verdad -susurro.
¡Hola, paragüitas! ☔ ¿Septiembre los agasaja con manjares (buenas
noticias y ánimo) o los hace lavar los platos (crisis existenciales y estrés)?
1. ¿Ordenan/ordenarían sus libros por autor, color, tamaño o editorial?
2. ¿Le subieron el volumen a una canción y se pusieron a bailar?
¿Terminó bien o mal? ¿Creen en el destino, las coincidencias o ambas?
3. ¿Creen que Cora y Gretha puedan ser amigas? ¿Habrá algo que se los
impida?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
10. Quémate el corazón

De tanto planear el futuro, a veces siento que destruyo el presente.


En mi cuarto no hay polvo. No hay arrugas en la cama. No hay nada
fuera de lugar. En el escritorio los cuadernos están alineados de la misma
forma que los resaltadores y que mis zapatos junto al armario. La lámpara
se inclina en un ángulo exacto de 80 grados, iluminando mis prolijos
apuntes.
Por fuera todo está perfecto, pero por dentro no se siente así.
Apoyo los codos en el escritorio. Mi vista arde por mirar las hojas las
últimas cuatro horas, y me encorvo por primera vez en el día. Cierro los
ojos y siento el temblor nacer en mi pecho, sacudir mis hombros y
extenderse por mis brazos, hasta que debo cubrirme el rostro con ambas
manos para ahogar las lágrimas y que no me oigan.
Estoy cansada. De todo.
Hay distintos tipos de llantos, pero el llanto por estrés académico es un
bastardo especial.
Estoy tan exhausta que tuve que leer el último párrafo tres veces hasta
darme por vencida, porque no le estaba prestando atención. Tenía el cerebro
tan sobrecargado con información que mi almacenamiento mental explotó y
terminé drenada de cualquier dato. Al intentar recordar un concepto, me
quedo en blanco a pesar de que es todo lo que estuve leyendo, escribiendo y
repitiendo en voz alta hasta hace cinco minutos.
Lo único que quiero es dormir. No quiero sentir esta inutilidad, angustia e
incertidumbre, ni imaginar todos los escenarios en que podría arruinar mi
promedio. No quiero pensar que si arruino este trabajo, por más pequeño
que sea y aunque se trate de solo una materia, repercutirá en el futuro y
podría hacerme quedar fuera de la universidad por un pelo.
Si lloro por esto, ¿qué me espera con la carrera de Medicina? ¿Seré el
Océano Índico en persona?
Sé que soy capaz de muchas cosas, pero me preocupa no ser suficiente
para la única que decida elegir.
Las expectativas son un arma de doble filo. Funcionan como propulsor
hacia adelante pero también como pared contra la cual estrellarse; te animan
con lo que podría ser y te desaniman con lo que jamás será. Lo peor es que
nadie puede controlarlas y hallar un balance es muy difícil. Incluso el que
dice no tener ninguna, inconscientemente sabe que se miente a sí mismo al
menos un poquito.
Todo ser humano espera algo.
Me gustaría ser como esas personas que se equivocan sin miedo; intentan
algo y si no les gusta, saltan a lo siguiente. Sin embargo, no puedo. Siento
que tengo una única flecha. Si no doy en el blanco al primer intento, pierdo
de forma definitiva porque también era el último.
Pueden existir muchas oportunidades luego de esta, pero ninguna será así
de buena hasta donde puedo ver. Eso me aterra.
No puedo fallar. El dinero destinado a la universidad tuvo que usarse para
pagar la hipoteca de la casa. Mi única posibilidad de estudiar es conseguir
una beca completa, por no decir también un trabajo.
Así que lloro.
Lloro por miedo a no conseguir el futuro que quiero. En realidad, por
temor a no alcanzar el futuro que necesito: uno con un trabajo estable que
me permita comer dos veces al día y dormir bajo mi propio techo; ayudar
económicamente a mis padres y darme el lujo de tener al menos una
bicicleta o dinero para pagar el transporte.
Es mucha presión para un adolescente elegir qué quiere hacer por el resto
de su vida cuando todavía ni siquiera pudo vivir el 20% de ella. Algunos
tienen suerte y en ese pequeño porcentaje encuentran su vocación. Con
suerte pueden permitirse estudiarla sin presión familiar, social y económica.
Algunos pueden abandonar y retomar, probar otra cosa, iniciar un
emprendimiento... Pero, ¿y los que no?
Mamá es cocinera y papá es conserje en la escuela. Los abuelos
abandonaron todo lo que conocían —costumbres, idioma, familia, amigos y
su propio hogar— para traernos a este país y que tuviéramos el futuro que
ellos no pudieron tener. Mis padres están mejor de lo que estuvieron sus
padres, y ahora yo debo estar mejor que ellos.
Así funciona el progreso, aunque progresar a veces se siente como
retroceder.
Temo avanzar con mi vida en la espera de ser feliz algún día, y que al
final no pueda serlo.
Sé que nadie es 100% feliz o infeliz. La felicidad e infelicidad son un tira
y afloja constante, y sin cualquiera de los dos la vida sería un vacío
sentimental. Sin embargo, a veces no siento el tironeo en mi interior. Es
como si eligiera el vacío porque estoy demasiado distraída haciendo cosas
en piloto automático como para recordar que tengo que llenarme de alguna
especie de emoción.
¿Desaprovecho el presente por vivir de cara al futuro? ¿Desaprovecharé
el futuro por vivir de cara al futuro que le sigue? ¿Se puede romper esa
cadena?
Entonces, escucho algo:
La risa de mamá.
Nuestra casa es pequeña. Las paredes son delgadas, lo cual no juega a mi
favor en San Valentín o en su aniversario, pero oír a papá hacer reír a mamá
calma mi ansiedad. Dejo de temblar y me seco las lágrimas con el
dobladillo de la camiseta del pijama.
Recuerdo que debo tomar la vida día a día porque esa es la única forma
de vivirla, y si es posible, sentarme en el lado positivo del autobús antes que
en el negativo.
Dejo los útiles preparados, pongo una alarma en el teléfono para
levantarme a repasar, y me meto a la cama. Si me sigo presionando, me
quebraré. No puedo permitirme tal cosa porque sanar una fractura requeriría
del tiempo que no tengo, así que debo cuidarme.
En este momento ser considerada conmigo misma significa darme un
descanso. Ya envuelta como un burrito entre las mantas, la risa de mamá me
da las buenas noches tal canción de cuna.
—Buscar la luz, como los plátanos —susurro—. Buscar la luz, como los
plátanos. Buscar la luz, como los plátanos... Buscar la luz, Liv.
De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 7
Él quería conocer cada uno de tus secretos pero retenía los suyos con
inteligencia. Le gustaba hablar sobre sí mismo y que inflaras su ego; que le
dijeras que no era malo en nada, perfecto en todo, y una estrella
prometedora cualquiera fuera el cielo en el que quisiera brillar.
Era terco y materialista, hijo de un egoísmo que ocultaba bien y
vendedor de la mentira que quisieras. Cuando sonreía, le creías. Parecía
cálido, aunque nadie sabe si fingía serlo para acercarse. Exigía a todos
excelencia aunque él dejaba mucho que desear. Cuando se enojaba
convertía los veranos en inviernos. Te asustaba con la bruma de sus
pensamientos más profundos y temías iluminarlo, porque cuando
ahuyentaras las sombras y lo vieras de verdad, tendrías que echar a correr.
Era cuestión de supervivencia.
Estaba casi del todo roto y solo te permitía aproximarte lo suficiente
cuando estaba seguro que de cortarte, no tendrías fuerzas para marchar.
Era invasor. Insistente. Absorbente en el peor de los sentidos, como un
jarrón de vidrio al borde de una mesa alrededor de la cual los niños no
dejaban de correr.
Claro que se rompería tarde o temprano, cariño.
Hay bombas que no se pueden desactivar.
El hombre era impredecible. Una día estaba, al otro desaparecía; una
hora sonreía, a la otra estrellaba su máquina de escribir contra la pared;
una semana te juraba amor, y la otra fingía jamás haber hecho semejante
declaración.
¿Los poemas que te dedicaba? Robados. Él no sabía escribir desde el
corazón porque no tenía uno. Ahí reside el peligro de las letras. Cada quien
las interpreta de una forma distinta, según su realidad. Tú creías estar
enamorada, así que no veías más allá de las fantasías que fabricabas en tu
cabeza y opacaban la vida real.
Vivías de posibilidades, no de hechos.
¡Tu madre te advirtió que te mantuvieras alejada de los poetas! Sin
embargo, construiste un patrón. Siempre fuiste por el mismo tipo de joven,
hasta que llegó él, quien parecía encajar, pero no del todo.
Debiste prever que si no se parecía a los otros, era porque no
funcionaría.
Solemos decir que «diferente» es bueno, pero a veces es malo. Muy malo.
Solo mira cómo estás ahora, temblando sin control.
Creíste que los momentos en que era (o fingía ser) bueno contigo —
dulce, comunicativo, predispuesto, comprensivo y curioso— valían lo
suficiente como para aguantar las veces en que era lo contrario. Sin
embargo, no puedes vivir de destellos.
Te deslumbraron sus chispas, pero ahí afuera hay hombres que son una
fogata entera. ¿Por qué elegirías pasar frío?
Incluso si alguien se encuentra mal, no tiene motivos para tratarte como
Cristoff lo hizo. ¿Por qué crees que su esposa lo dejó? Cualquier cosa que
te dijo sobre ella probablemente sea mentira. Esa mujer sufrió las mismas
cosas que tú.
Él nunca fue la víctima, Lizzie.
Te quería opacar. Te quería atar. Te quería para sí sin quererte en
absoluto. Era malo y tú una tonta por defenderlo, ¿cómo es que no viste las
señales? ¿Por qué las minimizaste?
Te lo advertimos, pero hiciste oídos sordos. Así te fue.

Bajo el teléfono al terminar de leer en voz alta, aún apoyada contra la


cabecera. Sawyer está sobre su costado, cruzado en medio de la cama. Sin
embargo, ya no hay rastro de su expresión juguetona. Mira sus manos con
el ceño ligeramente fruncido.
—¿No te gustó? —pregunto insegura.
Soy una pésima anfitriona de planes improvisados. Detesto recibir gente
en casa porque su entretenimiento y comodidad depende de mí, y si no
tengo nada planeado, temo aburrirlos. Eso me estresa.
En cuanto Cora se vistió, el silencio se instaló en mi cuarto. La
escuchamos descender con rapidez por las escaleras, gritar un saludo a
modo de despedida, y arrancar el coche de mi madre sin permiso. La oímos
desaparecer cuando el motor se perdió en las calles. En todo ese tiempo,
Sawyer no dijo ni una palabra a pesar de que abrió la boca como si quisiera
hacerlo.
Fue extraño. Parece el tipo que siempre tiene ganas de hablar, pero se me
quedó mirando como si fuera yo la que le hubiera pedido a él que me
hiciera compañía y no al revés.
Suelo manejar las situaciones sociales bastante bien por más que me
sienta incómoda. Desde que nos conocimos, dicha incomodidad apenas la
había sentido hasta este momento.
Casi le pregunto qué estaba pensando, pero decidí no hacerlo, y en su
lugar le mostré un poco del trabajo de papá. Por ahí, en un golpe de suerte
encontraríamos un libro que pudiera hacerlo interesarse en la lectura.
Hasta ahora el intento parece haber fracasado.
—Claro que me gustó. Solo me preguntó por qué hay tanta gente que
escribe sobre chicos malos.
—Porque la realidad les enseñó que existen. Mujeres malas también, de a
montones.
—¿No es peligroso romantizar caer en ese tipo de relaciones?
—«Te lo advertimos, pero hiciste oídos sordos. Así te fue» —releo la
última oración antes de bajar el móvil otra vez—. El escritor no lo
romantiza. Dice que tuvo consecuencias y estoy segura que no quedarán
juntos al final. No sería sano, aunque en la vida real creo que hay más
relaciones de este tipo que de las saludables. Al escribir este romance, si es
que podemos llamarlo como tal, solo visibiliza el mundo.
Asiente pensativo y vuelve a mirar sus manos.
—¿Crees que esta afamada gente tóxica debería estar sola? No solo
románticamente, sino sin amigos ni familia.
Es una pregunta tramposa. La conozco porque las hago seguido. Cuando
tú o alguien más tiene una actitud que no sabes cómo clasificar, camuflas la
individualidad con generalización para obtener una opinión sin ser juzgado
o sin que juzguen a esa persona de la que hablas.
Por ese motivo escojo con cuidado mis palabras:
—Si afecta de forma negativa la vida de otras personas, rechaza la ayuda
y no muestra voluntad para cambiar, sí. Al menos hasta que cambie de
mentalidad.
Nos miramos por un rato. Nuestros ojos no tienen una conversación, es
más como si cada uno planteara una adivinanza y el otro intentara encontrar
la respuesta en silencio.
«¿Eres como un Cristoff rehabilitado que intenta saber si merece el
perdón de alguien? ¿O eres como Lizzie, intentando darle sentido a lo que
hizo una persona que te hirió? ¿Ambos?».

☂️
¿Cómo están los paragüitas? ¿Descansando en casa? 🌂 ¿Siendo

humor? ☔
llevados por el viento? ¿Abiertos y recibiendo una lluvia de buen
Pueden decirme cómo se sienten eligiendo un número del 1
(mal) al 109 (mega bien).
1. Díganme el nombre de dos #goodboys y dos #badboys literarios
2. ¿Alguna vez sintieron el estrés que siente Liv? ¿Saben qué quieren
hacer con sus vidas en este momento?
3. ¿Creen que Sawyer es un Cristoff, una Lizzie o ambos?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
11. Bufandas que bailan

—De todas formas puede que no existan malas o buenas personas —


insiste incorporándose para gatear hasta donde estoy, con más confianza en
la voz—. Es una categorización muy amplia que no admite grises. Todos
somos un poco de ambas. A veces muy malos y solo un poco buenos, y
otras veces muy buenos y solo un poco malos.
Luego de una pregunta tramposa, siempre —a menos que la persona haya
abierto los ojos— llega la justificación al mal comportamiento en un intento
de no pensar más en él o autoconvencerse de que no es tan malo.
Se deja caer en perpendicular a mi cuerpo. Descansa la cabeza sobre el
almohadón que hay sobre mis piernas como si lo hubiera hecho un centenar
de veces antes. Esto parece más propio del Sawyer normal y no del Sawyer
silencioso de hace un rato.
—Y si son las dos cosas, ¿cómo los categorizamos? —indago.
—Como humanos, ¿no?
Hay algo de verdad en su justificación. Me encantaría analizarlo como se
debe, pero tenerlo tan cerca me distrae. Me gustaría pedirle que vuelva a
donde estaba hace cinco minutos, el problema es que ya se acomodó.
Tapo sus ojos con la palma de mi mano y ríe. El sonido es lindo, me
agrada la forma en que se desvanece porque me recuerda a esas brisas de
verano que arremolinan tu vestido alrededor de tus rodillas con tanta
gentileza.
—Me pone nerviosa que me miren tan de cerca, así que es esto o nada —
explico.
—Prefiero esto antes que nada, y no podremos conseguirte un novio si
hasta la cercanía entre amigos te pone nerviosa, Gretha. Debes trabajar en
eso.
Levanto mi mano solo un segundo para verlo a los ojos.
—¿Ves? Por eso me gustan los libros. No tengo que afilar mis
habilidades sociales para estar con ellos.
Vuelvo a cubrir sus párpados. Sus pestañas me hacen cosquillas y su piel
calienta la mía. Cuando sonríe siento las pequeñas arrugas formarse
alrededor de sus ojos, contra mis yemas.
—Tengo amigos. Puedo hallar un buen pretendiente para ti.
—No sirvo para eso. Todas las veces que me presentaron personas,
derivaron en fracasos.
—Imagino que fue porque eligieron gente con poco potencial de
compatibilidad. Soy un mejor Cupido, lo prometo —dice al llevar una mano
a su pecho, como si lo ofendiera la casi comparación con el resto de los
mortales que intentan esparcir el amor.
—Lo contrario. Todos fueron buenos chicos, uno en especial.
Su otra mano cubre la mía y la levanta. Sus ojos otoñales brillan con
curiosidad cuando ladea la cabeza.
—¿Ese "uno" te gustó?
Asiento.
—¿Fue correspondido? —insiste.
Trago en silencio y retrocedo al año pasado, al día del juego que cerró la
temporada.
—Quiero esto, pero no podemos —dijo Charlie esa última vez.
—Lo sé —respondí.
Me miró como se miran los finales de las películas que te hacen llorar,
con todas las posibilidades de lo que podría haber sido hechas trizas a
nuestros pies. Me sonrió como si todo ese tiempo hubiera sido consciente
del desenlace, y luego me abrazó tan fuerte que me podría haber roto por
segunda vez en la noche.
No estábamos enamorados. No nos queríamos. Ni siquiera sabíamos
nuestros apellidos. Sin embargo, conocíamos las partes más tristes del otro.
Éramos dos piezas rotas de diferentes objetos que encajaban a la perfección.
Y sí encajábamos tan bien en lo malo hasta el punto en que dejaba de
serlo, ¿qué pasaría cuando ambos nos encontráramos felices? No lo sabía o
podía describir con hipotéticos sentimientos, pero sí con sensaciones y
objetos. Imaginaba que un Charlie y una Gretha feliz serían como hojas
bailando en otoño y chapuzones en tardes de verano, como las sábanas que
quedan tibias al levantarte por la mañana y el sonido de las páginas de un
libro al deslizarlas despacio. Nos sentiríamos como el color amarillo y las
bufandas, y también como el reflejo de los charcos de lluvia, el glaseado de
limón y el sol sobre la piel en invierno. Seríamos como el temblor de un
cuerpo sorprendido por un ataque de risa y como un rastro de lágrimas a
medio camino de secarse.
No estoy segura de si existen personas que te hagan sentir así. Puede que
exagere, pero no pude averiguarlo con Charlie, aunque sé que nadie más —
antes o después de él— me hizo pensar que sentir cosas tan bonitas podía
ser posible.
Miro a Sawyer y me pregunto si él y Cora sienten ese tipo de cosas.
¿Alguna vez se sintieron como las cosquillas que la brisa le hace a las
hojas? ¿Se sintió ella como un beso de los que te dan cuando te duermes,
sin que te enteres? ¿Se sintió él como la canción favorita de una persona?
¿Estoy loca?
—Será duro, pero tú siempre sales de los agujeros en los que caes —me
susurró Char.
—Tú también. —Le aparté el cabello azabache de la frente cuando nos
separamos—. No te des por vencido, por favor. A pesar de que no podamos
hacer esto, iré a tu casa cuando lo necesites, y contestaré siempre que
llames, y...
Negó con la cabeza en una súplica para que no siguiera, pero yo sí quería
seguir; quería que me cediera cada uno de sus problemas para
solucionarlos, que me pasara sus responsabilidades para que pudiera
respirar, que me dejara entrar a su cabeza y limpiar cada pensamiento
negativo que tenía de sí mismo. Quería ayudar y no podía, y eso me estaba
matando.
Sin embargo, yo también necesitaba ayuda. Charlie lo sabía. Lo vio en la
forma en que me miré en el reflejo de la puerta esa noche. Supo al instante
lo que pasó por mi cabeza a pesar de que me conocía hacía apenas un mes.
A veces me pregunto qué habría sucedido si hubiera decidido seguir
siendo lo que sea que fue para mí. ¿Habría superado su problema? ¿Hubiera
yo no caído en el mío? ¿Habríamos sido la historia que Sawyer espera
escuchar?
No me gusta pensar en las personas como salvavidas. Creo que cada
quien debe salvarse a sí mismo, pero reconozco que a veces necesitamos
que alguien nos mantenga a flote un rato, hasta que recuperemos fuerzas.
Otras veces, precisamos de un valiente que nos vaya a buscar al fondo del
mar para animarnos a nadar hacia la superficie otra vez.
Nunca culparé a Charlie por no saber ser un salvavidas o no saber nadar.
Lo que menos me importaba era lo que sucedería conmigo, pero él era muy
consciente de mi forma de pensar.
—Mientras esté aquí con todos mis problemas rebalsándome, no serás
capaz de ocuparte como se debe de los tuyos, y no puedo lidiar con tu carga
y también la mía, Gretha. Te conozco poco, pero lo suficiente. Lograrás
encontrar la forma de hacer girar el mundo a mi alrededor, y no sabes lo
fácil que es caer en tu trampa y lo difícil que es dejar por propia voluntad de
ser el centro de tu sistema solar. Estoy intentando no ser egoísta, como me
enseñaste —aseguró.
Eso fue lo último que dijo antes de marchar. Sin embargo, me pregunto si
de solo haber dicho «Lo que te dijeron no es verdad, ignóralos», habría
bastado para trepar a tiempo por el borde del abismo en el que estaba
colgando y en el que al final caí.
¿Pueden un par de palabras salvar a alguien, por más pequeñas que
parezcan? Creo que sí. Sé de primera mano que pueden destruir, así que
poder no les falta.
Desde ese día no volví a mencionar su nombre en voz alta. No le conté ni
siquiera a Liv sobre él, y tampoco puedo contarle a Sawyer, porque hablar
de Charlie es hablar de lo único que no puedo decir sin exponer un secreto.
Hay personas que es mejor dejarlas en el pasado.
—Entonces fue correspondido —afirma el novio de Cora.
Su mano da un ligero apretón a la mía, que ahora descansa sobre su
frente y parte de su flequillo. Su pulgar se arrastra en una caricia
contenedora sobre mi piel. La expresión en mi rostro debe indicar que no
tuvimos un final feliz.
Asiento otra vez.
—Es complicado. No éramos nada, ni siquiera amigos, y nos conocíamos
hacía poco tiempo —añado—. De igual manera mi cabeza se hubiera
interpuesto tarde o temprano, como pasó con el resto.
No pide más explicaciones. Parece familiarizado con el problema de
sobreanalizar.
—Tienes suerte. Las cuestiones de amor están bajo la jurisdicción del
corazón, así que solo es cuestión de que este retome el poder sobre tu
cabeza —argumenta, a lo que sonrío solo porque no estoy de acuerdo.
—En realidad, no. La cabeza controla el resto del cuerpo. Es la que hace
que tus dedos escriban un «No creo que esto vaya a funcionar», y también
la que controla tus pies para alejarte de alguien. Puede que no tengamos
control de lo que sentimos, pero sí de lo que hacemos con cualquier
sentimiento, y sin acciones no hay historia de amor.
Frunce el ceño y la mano que sigue contra su pecho empieza a masajear
su esternón.
—Todo lo que dices me recuerda a una prisión. ¿No te sientes contenida
en un celda cada vez que te retienes de hacer algo?
«¿Y qué si retenerte es la única manera de no saltar a un precipicio?».
—Me gusta mi celda porque está decorada a mi gusto. Es mi hogar.
Cuando te acostumbras a un lugar no es fácil dejarlo.
—¿Y si abres la puerta? No hace falta que salgas al principio, solo que
dejes entrar.
Lo intenté. Charlie estuvo bajo el umbral de esa puerta y se asustó ante el
primer problema, lo que hizo que yo me asustara.
La vida pone un peso determinado en los hombros de cada persona, y la
idea de ser pesada me revuelve el estómago con culpa. A veces solo
necesitas un gramo de más para llegar al punto donde el peso es demasiado
y terminas por romperte. No quiero ser un factor en la ruptura mental de
ninguna persona, y para eso debo asegurarme de sostenerme por mí misma.
Charlie tenía mucho peso sobre él. Aprendió a compartirlo conmigo, pero
cuando percibió la amenaza de tener que cargar con un poco de mi
problema, retrocedió.
Y está bien. Estaba débil y se priorizó.
Quiero creer que lo hizo exclusivamente porque lo necesitaba. Sin
embargo, negar que en el fondo dolió sería mentir. No quiero volver a
sentirme como esa vez.
—Que yo viva en una celda no quiere decir que otro también deba
hacerlo. Además, hay reclusos violentos por ahí. Pueden destruir las
instalaciones que me encargué de mantener durante años, y aunque uno de
ellos sea bueno y le guste la idea, no se lo permitiría. Libre la gente es más
bonita, en todos los sentidos.
En libertad se sana, o eso espero que haya hecho Charlie. Lo sé porque
estar encerrada lastima, pero desarrollas tolerancia al dolor.
—¿No te gustaría ser más bonita? —Arquea ambas cejas.
No me tenso. Quiero hacerlo, pero se daría cuenta, así que ordeno a mi
cuerpo no tener reacción. Sé que no habla en el sentido literal de la palabra
porque yo no hablaba en ese tampoco. La conversación es clara y no hay
nada que malinterpretar.
Pero...
Me deshago de su agarre en mi mano y me cubro la boca para fingir un
bostezo.
—Demasiada charla filosófica por hoy. Estoy cansada y te apuesto el
desayuno de mañana que Cora no tarda en llegar. Ya pasó una hora.
Como si fuera contagioso, él también bosteza, aunque su gesto es real.
Cruza los brazos sobre el pecho y no hace ademán de moverse cuando
cierra los ojos.
—Estoy tan cómodo, ¿no podemos quedarnos un rato más así?
Le quito el almohadón y su cabeza cae en mis piernas. Luego, le doy con
él en la cara. Ahoga su risa contra la tela.
—Buenas noches, novio de Cora.
Con un bufido se incorpora y se arrastra lejos, dejando la cama cálida y
su perfume adherido al edredón y mis almohadas. Se detiene al abrir la
puerta.
—¿Me avisas cuando estés lista para volver a intentar lo de las citas?
Seré un buen cuñado. Haré que se hagan tests para descartar enfermedades
de transmisión sexual y deberán pasar los toxicológicos, psicológicos y
también un examen de cultura general. A ti te gustan los curiosos, es medio
obvio.
—Aprecio la oferta, pero de todas formas no estoy en un buen momento
para lidiar con un romance que no sea ficticio.
—¿Por qué?
«Porque no estoy en un buen momento conmigo misma».
Me encojo de hombros y vuelvo a apretar el almohadón contra mi pecho.
—Decisiones universitarias que marcarán el rumbo de mi vida, una
nueva hermanastra y un padrastro entre otras cosas.
—Dale tiempo a Cora. No es tan mala como crees.
—No creo que sea mala. Es difícil, eso no la hace una mala persona.
Sus labios se tuercen con diversión, como si entendiera a la perfección.
—No quiero que te ofendas, pero aunque estoy seguro de que no es así,
tengo la necesidad de preguntar si siempre le das el beneficio de la duda a
las personas, defiendes a la gente para quedar bien, o porque te sientes
culpable de algo. Pareces demasiado buena. En exceso.
—Créeme, no soy tan buena. No con todo el mundo ni a toda hora.
Las buenas personas no deben sentirse tan mal como me siento la mayor
parte del tiempo.
Por unos segundos solo nos miramos. Cada quien ahogado en
pensamientos que no pueden salir.
—Yo tampoco soy tan bueno —asegura al final.
Así que es un Cristoff.
Tengo la necesidad de borrar esta conversación de mi cabeza. Quiero
imaginar que nunca pasó, porque ahora me pregunto qué cosas hizo para
considerarse a sí mismo de esa forma y temo saber si lastimó a alguien.
—Buenas noches, hermanastra de Cora.
¡Hola, paragüitas de mi oscuro corazón! 🖤 No puedo creer que ya
estemos a mediados de octubre, ¿se les pasó rápido o lento el año estando
en cuarentena? ¿Qué tanta cordura mental les queda del 1 al 43?

🎃2. ¿Alguna vez se alejaron de alguien porque vieron que tenía problemas
1. Si tuvieran que disfrazarse para Halloween, ¿de qué se disfrazarían?

que iban a repercutir en ustedes, como hizo Charlie? ¿Qué opinan sobre él?
3. ¿Les gusta ser Cupido o prefieren ser víctima del Sawyerpido? ¿Tienen
a alguien especial pululando por sus vidas?
4. ¿Son más de saltar al vacío o ni siquiera asomarse?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
12. Elegir lo que duele

Hace un tiempo era feliz.


Desde pequeña me han gustado los deportes, así que cuando se presentó
la oportunidad para ser animadora hace tres años, la tomé. Sabía que las
chicas y los chicos del escuadrón no eran malos, y me recibieron con los
brazos abiertos. Por supuesto que había una que otra persona que no tenía la
mejor actitud, pero de esas hay en todas partes.
No se reduce a un estereotipo la mayor parte del tiempo, aunque la
sociedad nos diga lo contrario.
El caso es que, hasta el año pasado, consideraba que tenía una buena
vida. Amigos, promedio excelente, buena relación familiar y, lo más
importante, me sentía bien conmigo misma. Me gustaba quien era. Me
agradaba lo que veía en el espejo.
No estaba exenta de problemas, pero no me consideraba uno.
Entonces, llegó el juego de cierre de temporada.
No solemos darnos cuenta en el día a día, pero la vida es como una
catarata bajo la cual ahuecas las manos. Según qué tan firmemente juntas
estén, el agua no se deslizará entre tus dedos, pero en tal caso rebalsará tus
palmas en algún momento. Sea cual sea la forma —fluyendo entre grietas o
con un gran splash al desbordarse—, la vida que tenemos es modificada
hora tras hora. Todas las gotas, es decir las situaciones y personas, cuentan.
Muchas son reemplazadas por otras.
No me di cuenta de lo fuerte que sostenía las manos —de lo linda que era
mi vida— hasta que la catarata se enfureció y rompió mi agarre. Splash.
Ahora es muy difícil alcanzar y reconciliar esas dos partes de mí misma,
sobre todo bajo una cascada en la que todo lo que veo son calorías a pesar
de que el agua no tiene ninguna.
El caso es que, después de aquel partido, no veo la escuela con los
mismos ojos. Los que creía que eran mis amigos se alejaron... ¿O me alejé?
¿O ambos lo hicimos? Ya no disfruto su compañía ni puedo hacer ejercicio
frente a otras personas, porque todo me hace revivir ese momento en el
campo de fútbol. Desde hace un año solo tengo ojos y oídos para Liv, Arlo
y Timmy cuando estoy en este lugar. El resto de las personas no existe, o
eso pretendo.
Si les diera importancia sé que terminaría por romperme, porque eso
sucedió esa noche.
También intento concentrarme en las clases, pero a veces no funciona.
Por eso estoy mirando el mensaje de Arlo bajo el pupitre cuando me llega
uno nuevo, de un remitente desconocido:
Señorita Fisher, ¿no sabe que usar el móvil durante está prohibido?
Levanto la vista. Casi todos mis compañeros están sumidos en la
explicación de Bianca, la profesora de historia. Yo también debería. Es muy
estricta, así que no me sorprende que el único valiente —o idiota— que esté
dispuesto a arriesgarse y enfrentar su ira, sea Sawyer.
Está tres bancos a la derecha, inclinado hacia atrás en su silla cuando
cruzamos miradas y reprime una sonrisa. Respondo:
¿Me guardas el secreto?
Guardo lo que gustes, sobre todo si es comestible.
Advertencia: eso último no tiene devolución.
Lo tendré en mente. ¿Cómo conseguiste mi número? Estoy segura
que Cora no lo tiene.
Ante cualquier emergencia, mi madre y su padre insistieron en que
debíamos tenernos agendadas. Escribí mi número en una nota y la dejé
pegada en su puerta antes de irme a dormir hace unos días. Cuando me
desperté al otro día, la nota no estaba hecha un bollo en el piso, pero seguía
doblada y aferrada a la madera, como si ni siquiera la hubiera abierto.
Todavía sigue ahí.
Se lo pedí a Timmy cuando lo crucé en el corredor. Le pregunté si
podía ir a la reunión de esta tarde y dijo que lo hablaría con ustedes,
¿ya tienen los jueces un veredicto?
Aún no. Y no le pidas cosas a Timmy. Siempre las olvida y esta no
fue la excepción. Consultaré a mis colegas y te haré llegar la resolución.
La espero con ansias, hermanastra de Cora.
Echo un vistazo a la profesora antes de volver a bajar la vista para textear
a Arlo. Está en clase de Arte y el profesor Ruggles tiende a dormirse
mientras espera que sus alumnos terminen de pintar. Esa es la única razón
por la que le hablo. Sé que no se meterá en problemas.
¿Tu padre utilizó la trampa al final?
Sí, pero no atrapó nada porque rescaté el conejo a tiempo. Lo traigo
en la mochila.

¡¿Qué?! Arlo, no permiten animales en la escuela.


Tampoco hablar por teléfono en clase, pero míranos.
Resisto el impulso de poner los ojos en blanco:
Suenas como Sawyer. Hablando de él, me preguntó si puede venir a
la próxima reunión.
¿Cora lo dejó que tiene tantas ganas de deprimirse en grupo?

No, y no seas tan malo. Todos necesitamos hablar. No importa la


magnitud de los problemas si estos te afectan.
Aceptaré solo si dejas que Camello se quede contigo. Como siga
ocultándolo en una caja de zapatos y mi padre se entere, me succiona el
alma con la aspiradora.

Trato.
Bloqueo el móvil, pero al instante vuelvo a desbloquearlo y escribir:
Espera, ¿le pusiste Camello porque Timmy le teme a esos animales?
Pues claro.
Sonrío, pero dicha sonrisa se borra de mi rostro al levantar la vista y
encontrar a la profesora de pie frente a mi banco.
—Conoce las reglas, señorita Fisher. ¿Con quién hablaba?
Los profesores saben que la mayoría de las veces, los alumnos textean a
otros alumnos. Una forma eficaz para que nadie use el móvil es esta:
exponer a tu amigo y que también lo saquen de clase. A nadie le agradan
los bocones, así que se puede decir que el método, sea ético o no, funciona.
Sin embargo, hay dos problemas. En primer lugar, no me gusta meter en
problemas a la gente. Suficiente ya tienen con los de la vida diaria, por más
que se busquen más. En segundo lugar, Bianca es la madre de Arlo y su
relación apenas subsiste de un hilo.
—Déjame adivinar, estabas hablando con la señorita Archer, ¿verdad? —
dice molesta.
Mi amiga, que está en la primera fila, se gira en su silla para mirar a la
mujer.
—Mi teléfono está en mi bolsillo, no lo saqué en ningún momento —se
defiende entre dientes—. Usted lo hubiera visto de hacerlo.
Casi olvido mencionar que Bianca odia a Liv y Liv a Bianca.
—¿Como vi a Gretha usarlo por quién sabe cuánto tiempo antes de
decirle algo? —Enarca una ceja—. No me tomes por tonta, Liv. Ninguno de
ustedes, en realidad. —Barre el aula con la mirada—. No es ninguna noticia
que los seres humanos, especialmente los adolescentes, saben ocultar cosas
a simple vista.
No soy la única que quiere hacer un comentario al respecto. Es muy
hipócrita de su parte decir aquello.
El año pasado, al finalizar el último juego, se rumorea que Bianca esperó
a un alumno en el estacionamiento y tuvo relaciones con él. Más que un
rumor, creo que es un hecho más allá de que no existan pruebas concretas.
El padre de Arlo la echó de casa y empezó a ser violento a partir de ese
momento. El muchacho con el que estuvo la profesora era de último año y
ya está muy lejos, en alguna universidad, por lo que la ira de Wes
Washington recae en su hijo.
En realidad, no tendría que recaer en nadie, pero así lo veo yo: no puede
desquitarse con el chico cuyo nombre desconoce y tampoco con su esposa,
así que lo hace con la única persona que puede controlar y no lo meterá en
problemas.
Mientras tanto, Arlo intenta restarle importancia al asunto al asegurar que
en cuanto cumpla 18, se largará.
Me preocupa que pinte de rosa situaciones que son de color rojo. Algunas
personas minimizan lo que les ocurre y cómo los afecta, y por más que
sepas que un libro es de terror, no puedes adivinar todos los sustos que el
lector podría llevarse si no lo lees. Arlo tiende a escribir con una letra
pequeña, y temo que empequeñezca lo que le pasa hasta el punto en que no
seamos capaces de leer nada.
Me da pánico levantarme un día y ver que ha dejado de escribir.
Arlo no te protege con su escudo; te lo cede y a la hora de hacer frente al
dragón, no lo pide de regreso. Se expone en toda su vulnerabilidad. Le
arrojan fuego y se deja quemar. No corre porque es sabido que los dragones
pueden volar, así que sería alcanzado de todas formas.
Siempre creí que si Liv, Timmy y yo uníamos fuerzas, podríamos
salvarlo, pero a los héroes les lleva tiempo darse cuenta que a veces el
enemigo es mucho más grande de lo que parece y que la pelea uno-a-uno no
siempre es justa.
Por él, declararíamos la guerra en una tierra donde la paz ya no es una
opción, pero es difícil entrar a una batalla a la que no te dan acceso. La idea
de irrumpir en ella es tentadora, pero podría terminar mal.
Atacar sin plan es peligroso. Le puede costar la vida al héroe.
—No estaba hablando con ella —aseguro.
Para Liv la escuela es importante. Es su futuro. Ante la mínima
equivocación, pierde la cabeza, y la Liv sin cabeza no es una que le haga
bien a sí misma ni al resto.
—Entonces muéstrame la conversa... —Bianca extiende la mano para
que le entregue el móvil, pero el chirrido de una silla siendo arrastrada la
interrumpe.
Sawyer está de pie, con su teléfono levantado a la altura de su rostro.
Aparece mi nombre en la pantalla.
—Hablaba conmigo. Lo siento.
La profesora se cruza de brazos y echa una prolongada mirada a Liv
antes de suspirar.
—Su padre no estará contento, señor Wallace.
Sawyer Wallace. No sabía su apellido, mucho menos que era hijo del
nuevo director. Sin embargo, la relación de parentesco no nos salva de estar
en detención, por lo que emprendemos el viaje al aula asignada para los
castigados.
Él silba una canción mientras busco las palabras:
—Gracias por eso —digo antes de llegar a destino—. No deberías
haberlo hecho, pero estoy segura que Bianca hubiera retirado a Liv de clase,
y si hubiera visto que hablaba con Arlo habría sido peor.
Se encoge de hombros con las manos en los bolsillos como si no fuera
gran cosa. Tal vez no lo es para él, pero para nosotros significa galaxias
enteras.
—¿Por qué detesta a Liv y dices eso de Ar...? —su pregunta es
interrumpida cuando el susodicho aparece doblando el corredor, con la
mochila colgando de un hombro y una nota arrugada en la mano.
—El vejestorio de Ruggles no estaba tan dormido hoy —explica.
La culpa deja caer su peso en mi estómago.
—Lo siento, no debería...
Menea la cabeza para que no me preocupe, pero en cuanto la puerta del
aula se abre, se congela.
De todos los profesores, es su padre el que cuida a los castigados hoy.
—¿Pero qué mierda? —dice el hombre entre dientes, en voz baja al ver a
su hijo.
Arlo se tensa. El único movimiento que hace es retorcer la correa de la
mochila, pero es suficiente para saber que está nervioso por lo que puede
pasar al llegar a casa.
Estoy por decir que fue mi culpa cuando Sawyer se nos adelanta dando
un paso al frente:
—Hey, coach, ¿vio el juego anoche? Bendito sea ese Travis Kelce. —
Torna los ojos hacia el techo como si de verdad le estuviera agradeciendo al
cielo—. Y lamento meter en problemas a Arlo, es que no podía aguantar
hasta el receso para hablar de...
—¿De cómo le dimos una paliza a los Broncos, Wallace? —adivina el
hombre, con una pequeña torciendo sus labios
Sawyer hace un ademán con la palma abierta hacia el adulto, mientras
mira a Arlo.
—¿Cuánto tiempo ibas a esperar para presentármelo fuera del campo,
amigo?
Arlo, quien odia el fútbol, le sigue la corriente por instinto de
supervivencia, pero a mí me cuesta no quedarme boquiabierta. ¿Desde hace
cuánto el novio de Cora está en el equipo?
Wes, mucho más tranquilo, apenas parece enfadado porque estamos en
detención cuando Sawyer lo guía dentro del aula con un parloteo exhaustivo
y una mano en su hombro como si fueran viejos amigos. Cuando el coach
se distrae, le dice un par de cosas a Arlo para que las repita, y así logra lo
impensable: entablar una conversación, aunque sea media falsa, entre padre
e hijo. Eso basta para saber que Arlo estará seguro al llegar a casa, al menos
por hoy.
—Mientes muy bien —susurro al chico cuando se sienta a mi lado.
No es un cumplido, es una observación.
—Para hacer el bien, a veces hay que hacer un poco de mal. —Se encoge
de hombros.
Entiendo el punto, pero tengo la necesidad de aclarar algo para el futuro,
porque su facilidad para mentir me asusta un poco:
—Gracias, de nuevo, pero... Sabes que a nosotros no debes mentirnos,
¿no? Estamos acostumbrados al mal.
—Tal vez exactamente por eso debería. Merecen algo de bien al final del
día.
—No puedo hablar por todos, pero preferiría algo que lastime a una cosa
que no merezca.
Frunce el ceño y se cruza de brazos. Yo no quito el ojo de Arlo y Wes.
—¿Crees que no mereces cosas buenas?
—Creo que no merezco mentiras.
—Tampoco mereces que algo duela, Gretha —responde con más fuerza
de la usual, como si estuviera a la defensiva.
Le sostengo la mirada. Lo evalúo. Busco el error, la trampa, el desliz.
No encuentro nada.
—Prefiero elegir lo que me duele, no que lo elijan por mí —aseguro

¡Hola, paragüitas!💕
serena a pesar de que por dentro no lo estoy.

🔋
¿Qué tal la semana? ¿Se les hizo eterna? ¿Deben
seguir sin descanso? ¿Cuál es su forma ideal para recargar energía?
1. ¿Alguna vez le mintieron a alguien porque no querían lastimarlo? ¿Le
dijeron la verdad luego?
2. ¿Usan el teléfono estando en clase?
3. ¿Usualmente tienden a sentir que la vida se les escurre entre las manos
o que los rebalsa?
4. Dejen un piropo para su crush (así nos reímos un rato)
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
😂
13. Hamaca del destino

—No me gusta la forma en que me mira esa cosa —susurra Timmy al


hundirse con timidez en su sillón rescatado del basural.
Sigo su mirada hacia el conejo. Arlo lo sostiene contra su pecho y le
rasca detrás de las orejas. Una pequeña sonrisa maliciosa crispa los labios
del chico.
—¿Quieres saber cómo se llama? —lo provoca.
Le lanzo una mirada de advertencia que dice: «No es momento», a lo que
me mira de regreso: «Siempre es momento para fastidiar a Timmy».
—Tengo que estudiar, así que ahórrense los comentarios sobre el bicho
ese —dice Liv, alzando su taza hacia el animal antes de beber.
Tomo asiento en mi mecedora y estoy por beber el café —me aseguré de
comprar edulcorante— cuando la puerta se abre de golpe. Sawyer aparece
impulsado dentro del cobertizo por el viento, que sopla salvaje fuera.
—¡Siento la tardanza, Cora me retuvo! —Se quita el gorro de lana de un
tirón y comienza a desenroscar su bufanda mientras rodea las pilas de libros
con frenesí, como si hubiera llegado una hora y no dos minutos tarde.
—¿Te retuvo? ¿Quién es? ¿La policía? —Se mofa Arlo.
—La policía no te la mama. —Sonríe gustoso el recién llegado.
Liv escupe el café dentro de la taza otra vez y Timmy ajusta los cordones
de su capucha hasta que su rostro es tragado por ella, incómodo. Mientras
tanto, río y la pequeña sonrisa de Arlo permanece en su rostro. Es todo un
récord que siga ahí. Desde que Sawyer lo salvó de la furia del coach, han
estado compartiendo un par de chistes a costa del otro.
Casi parece que se agradan.
—Escuchar a la gente hablar así de la intimidad solo potencia mi
asexualidad. —Liv deja la taza sobre la mesa ratona y cierra los ojos con
disgusto—. ¿Podemos borrar esa imagen y sacar la frase del frasco de una
vez? El trabajo de Historia tiene trece páginas y una invitación para
exiliarme a Sudán, y son cosas que debo atender.
Un silencio se asienta en la habitación. Sé de inmediato que ella se
arrepiente de haber traído a colación el asunto de Bianca. Pocas veces
hablamos de la mamá de Arlo en voz alta.
Él deja de acariciar a Camello, pero lo mantiene junto a su pecho. Sus
facciones se suavizan y el remordimiento brilla en sus ojos. Abre la boca,
pero Liv sacude las manos y se adelanta:
—Aunque hablaras con ella no cambiaría nada… —Se encoge de
hombros, rendida—. Ambos sabemos quién tiene la culpa de que me odie,
así que deja de mirarme así. No es tu responsabilidad. —Destapa y empuja
el frasco a través de la mesa, animándolo a sacar el papel con gentileza pero
decisión.
Arlo cree que, si le pidiera a su madre que trate mejor a Liv, Bianca lo
haría. El problema es que si le pides una cosa a esa mujer, terminas
debiéndole dos.
Sin embargo, él no habla con su mamá. Ella quiere verlo a toda cosa,
pero él la evita. No entiendo muy bien qué sucede, aunque existe una gran
probabilidad de que Arlo esté resentido con ella ya que no se lo llevó
consigo cuando se fue de la casa, y lo dejó en manos de un padre violento
que la profesora misma invocó al meterse en la cama con un alumno y
engañar al coach. Sin embargo, hay más preguntas en medio: ¿Wes la
amenazó para que no lo hiciera? ¿Está ella arrepentida? ¿Por qué, si sabe
que su hijo es molido a golpes y es un adulto con recursos, no hace nada?
¿Qué más esconde?
—«El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que
jugamos», William Shakespeare —lee Arlo, acunando a Camello contra sus
costillas con la mano libre.
—Nunca recuerdo cómo se escribe Shakespeare... —murmura un
distraído Timmy, con la mirada fija en el techo—. Cuando pienso en él,
pienso en el amor y esa tontería de las almas gemelas.
Liv sonríe en concordancia, pero Arlo deja el conejo sobre la mesa ratona
con un resoplido indignado.
—¿Tontería? —repite señalando con el índice a Camello—. ¿Estás
buscando que le diga a mi mascota que te ataque?
—Arlo… —advierto.
Sawyer contiene la risa y Liv se cruza de brazos para hablar:
—Más de 7600 millones de personas, 190 países soberanos y 7000
idiomas. ¿Y tú crees que tuviste la suerte de empezar a salir con tu alma
gemela a los 16 años, cuando tu promedio de vida es el quíntuple de eso?
—Frunce el ceño, incrédula—. Espera, olvidé mencionar que hallaste a esa
persona entre las 7600 millones, de las cuales a lo largo de toda tu vida solo
conoces a unas miles. A su vez, habitan el mismo continente, hablan el
mismo idioma, viven en el mismo país y ciudad, en algunos casos van a la
misma escuela y tienen la misma edad. ¿Mi parte favorita? Los
sentimientos son correspondidos. —Sonríe como lo hace con los niños,
como si pensara: «Sé tantas cosas que tú no, cariño»—. ¿Me dirás que tu
alma gemela no podría estar en una de las millones de personas que no
conociste? ¿Cómo se explica que tanta gente proclame haber hallado a la
suya y luego termine en un ruptura y más tarde saliendo con otra persona?
A la que, nuevamente, declare el amor de su vida.
Sawyer se aclara la garganta y levanta su taza hacia ella, dedicándole
cada palabra:
—Como yo lo veo, tus datos son correctos. Entre más de 7600 millones
de personas, 190 países soberanos y 7000 idiomas alrededor del mundo,
conoció a alguien. ¿Por qué se habrá topado justo a esa persona entre las
millones con las que podría toparse? Y antes de que intentes justificarlo al
decir que es una cuestión demográfica, debo decir que los sentimientos y la
correspondencia no se guían por un mapa. —Bebe un sorbo corto y se
relame los labios, entretenido—. Son más de brújula. Además, te falta
responder a una pregunta: ¿por qué ahora? ¿Por qué la gente aparece
cuando aparece?
—Coincidencia —concluye Timmy.
—Destino —insiste Arlo.
—Puede que ambos. —Me encojo de hombros—. Como dijo
Shakespeare, no barajamos las cartas, pero jugamos con ellas.
Alguno podría preguntar cómo se sigue a partir de ahí, y argumentar que
si juegas una carta, debes seguir jugando. Ya no hay más destino, solo tú
tomando decisiones sobre tus decisiones anteriores.
Es lógico.
Sin embargo, usualmente se juega a las cartas de a dos. En ese caso, el
destino arroja algo y tú le respondes. Te vuelve a atacar y contraatacas. A
veces tú llevas la delantera y crees que has ganado, y él saca un as de su
manga. No creo que haya un porcentaje fijo de lo que te toca hacer a ti y lo
que le toca hacer al destino. Es algo que fluctúa.
—No niego que exista el amor —insiste Liv—. Mi punto es que puedes
amar a muchas personas. Se puede conectar con varias. Si tienes suerte,
amas y conectas con una por el resto de tu vida más que con las otras, pero
lo de las almas gemelas parece sacado de una película de Disney.
—¿Y en qué crees que se inspiró Disney? —replica Sawyer—. La
realidad.
Dejo mi taza vacía en posición horizontal sobre la mesa. El conejo se
acerca rodeando el resto de las tazas y se mete dentro de la mía hasta
desaparecer. Unas gotas de cafeína no le harán nada.
Creo.
No quiero matar un conejo. Por las dudas, lo saco de ahí y dejo la taza en
el piso.
—¿La realidad de lo que pasó o la realidad de lo que le gustaría que
hubiera sucedido? —duda Timmy, y Liv chasquea la lengua con aprobación
a su reflexión—. Todo el asunto del amor es muy complicado y nadie se
pone de acuerdo sobre qué es o cómo te hace sentir. De seguro, si algún día
me pasa, ni siquiera sabré decir si estoy o no enamorado.
—Tengo un truco para saber si estás enamorado de una persona —
asegura Arlo—. Cierra los ojos e imagina el futuro.
—¿Y si no veo ningún futuro? —indaga Sawyer.
—Ahí tienes tu respuesta. Te guste o no, cuando Cupido te mete una
flecha por el trasero, proyectas escenarios. ¿Sabes por qué? Pues el presente
no tiene suficiente espacio para abarcar todo ese amor y su potencial. Te
desborda, y como hacia el pasado no se puede volcar, lo hace hacia el
futuro.
—Wow, Arlo, pareces sacado de uno de los libros que lee Gretha. —
Silba Liv—. Chico malo con corazón de algodón de azúcar.
Él se aparta los mechones castaños del rostro y los asegura tras sus
orejas. Hay un leve rubor en sus mejillas.
—Ambos sabemos que no soy un chico malo. —Rueda los ojos—. Me
visto como el estereotipo de uno, pero eso es todo.
—Exactamente por eso te pareces a los chicos de los libros. —Río.
Camello aprovecha el momento para saltar de la mesa y caer dentro de
mi taza en un clavado perfecto. No lo tuve ni un día conmigo y ya hice que
desarrollara una dependencia al café.
—Hablando de Shakespeare. —Liv se aclara la garganta—. Mi madre
dijo que te vio en el estacionamiento del centro comercial el miércoles por
la noche, Arlo. ¿Estás acosando a tu ex? ¿Debemos entregarte a la policía?
—Bella ya no trabaja en el centro comercial, aunque sí nos vimos…
Estuvimos juntos.
Arlo no habla mucho de ella, pero sabemos que no la quiere. La ama. Es
la chica que lo hace hablar sobre la existencia de las almas gemelas al final.
A Liv no le agrada, dice que si lo dejó a sabiendas de la cruda realidad
que vive con su padre y siendo consciente de que ella era su mayor vía de
escape y propulsor de esperanza, no lo merece. Asegura que lo utilizó para
hacer más llevadera su propia vida por un rato.
Timmy no opina, y yo estoy dividida.
Bella me recuerda un poco a Charlie. Ambos se alejaron porque no
sentían que quedarse junto a nosotros fuera lo correcto en ese momento.
Priorizaron sus sentimientos y creo que eso es esencial y duro de hacer
muchas veces. Sin embargo, no es algo que yo hubiera hecho. Se puede
romper el romance pero que permanezca la amistad, sobre todo en
situaciones difíciles.
Si alguien que quiero es abusado como lo es Arlo, no desaparecía como
Bella, y si ese alguien cae en lo que caí, no desaparecía como Charlie.
Dejaría con ellos al menos una parte de mí. Irme del todo sería demasiado
cruel; otra más de las cosas a añadir en la lista de aquellas que duelen.
Siento contradicción porque entiendo los motivos aunque no comparto
las acciones, y por eso es tan difícil decir algo malo o bueno de cualquiera
de los dos.
La diferencia entre ambos es que Bella regresa de vez en cuando y Arlo
no sabe decirle que no. Es su debilidad. Vive de la ilusión de volver a verla
como yo vivo de fantasías.
Una persona o una cosa puede ser tu salida de escape, pero llegará un
punto donde deberás salir por la puerta principal, sea con la cabeza en alto o
arrastrándote. No podemos escabullirnos por el fondo de por vida.
Cuando la reunión termina, Liv echa a correr para terminar su trabajo y
Timmy arrastra a Arlo al centro, porque tiene que comprar lana para tejerle
nuevas bufandas a sus hermanas y necesita una persona que elija los colores
ya que su indecisión no le permite hacer tal cosa.
Antes de irse, el aparente chico malo levanta mi taza del suelo y besa la
cabeza de Camello antes de entregármela. Apenas cierro la puerta y me
giro, veo a Sawyer haciendo equilibrio sobre dos pilas de libros.
Sujeto la manija de la taza con fuerza, pero mis dedos se relajan al ver
que se quitó las zapatillas para pararse sobre ellos.
—Todos tienen un asiento personalizado aquí —dice dándome la espalda
—. Así que creí que podría tener uno también.
Los músculos de su espalda se tensan y destensan bajo la camiseta y
aparto la vista hasta que termina y, de un salto, está de nuevo en tierra firme
y no sobre la literaria.
Sostenida entre Henrietta y las astas del venado embalsamado que está
fijado en la pared, se extiende una hamaca paraguaya de tela con la cara de
Barbie en ella.
—Era de mi hermana —explica cuando enarco una ceja.
—¿Siempre robas las pertenencias de tu hermana?
—Solo cuando la extraño. —Llega a mi lado y descansa las manos en sus
caderas mientras aprecia la hamaca—. Se fue hace dos años. Cáncer.
Me gusta la expresión «se fue». Cuando alguien sale por una puerta, no
tienes garantizado que volverá a entrar. Es algo incierto por más que la
persona esté viva, pero siempre existirá la posibilidad de que regrese.
Cuando alguien muere, en cierto punto creo que también es incierto, solo
que por un tiempo más largo. Muchas creencias dicen que, de una u otra
forma, te reencuentras con tus seres queridos, así que decir que alguien «se
fue» me parece acorde.
Esperanzador, por más que yo no crea en esas cosas.
A veces, cuando no queda nada a lo aferrarte en el mundo, debes
aferrarte a algo que esté más allá de él. Eso hace Arlo.
A veces, cuando no queda nada a lo que aferrarte en el mundo, debes
inventarlo. Eso hace Timmy.
A veces, cuando no queda nada a lo que aferrarte en el mundo, te aferras
a ti mismo. Eso hace Liv.
A veces, cuando no queda nada a lo que aferrarte en el mundo, te caes.
Todas las opciones están bien.
Me pregunto cuál es la que escogió Sawyer. Sería más fácil hablar sobre
su hermana si supiera cómo manejó la desolación al perderla.
—¿Cómo era su collar? —opto por preguntar.
Cuando discutió con Cora la segunda vez que lo vi, fue porque se le
quedó mirando el pecho a una chica. Más tarde me dijo que era el collar de
esta la que había llamado su atención, y tenía la misma mirada de nostalgia
en el rostro que tiene ahora.
Me sonríe como si quisiera felicitarme por ser tan buena detective.
—Era una libélula. En realidad, media. La otra mitad la tenía yo, hasta el
día que… —Inhala hondo—. Diré algo estúpido, pero el día que la
enterramos, quise acompañarla. No es como si ella pudiera sentirse sola,
pues ya no sentía nada, pero… No lo sé. Creo que dejarla llevarse esa parte
de mí fue mi modo de prometerme que no la olvidaría. Sin embargo, a
veces me arrepiento y desearía seguir teniendo la mitad del collar para
cargarlo conmigo.
De niña siempre quise tener hermanos, pero la fábrica cerró antes de que
pudiera salir el segundo producto al mercado. Sin embargo, una parte de mí
se alegra que así haya sucedido. No sé si podría soportar que la persona
destinada a abrazarme cuando mis padres no estén, se vaya antes que ellos.
—Tal vez puedas puedas hacerlo.
Se ríe.
—Si me estás proponiendo ir al cementerio de noche, excavar y sacar a
mi hermana muerta de su tum...
—Me refería a que podrías hacerte un tatuaje, tonto —susurro.
Su mirada se suaviza.
No veo a un chico con los minutos contados para transformarse en un
hombre. En este momento parece un niño que perdió su juguete favorito.
Quiero ayudar a encontrarlo, pero todos sabemos que hay juguetes que se
pierden para siempre. Un día están y al otro no los hallamos más. Podemos
intentar comprar otro. Incluso puede que consigamos uno idéntico, pero por
más que sea igual por fuera, jamás lo sentiremos así por dentro.
Sabremos que ese no era el juguete con el que creamos nuestros mejores
recuerdos.
La hermana de Sawyer es un juguete perdido, pero no por eso olvidado.
—A Cora le gusta el arte, ¿no? Tal vez pueda diseñar algo para ti —
sugiero.
No es que lo sepa porque ella me lo haya dicho. A veces la puerta de su
habitación queda entreabierta y mi curiosidad le gana a mi respeto, por lo
que estiro el cuello.
Tiene un jardín botánico y una sala de artesanías ahí adentro. Es uno de
los espacios más bonitos que vi. Parece el refugio perfecto, aunque no estoy
segura de qué podría querer esconderse Cora.
O quién.
Además, a veces sale de su cuarto con un delantal manchado con pintura
y brillantina que la delata. En la cena de anoche, el doctor Brown le dijo
que parecía Cruella De Vil porque llevaba un mechón del pelo pintado de
blanco sin querer, y todos nos reímos.
Fue un momento por 2,5 segundos.
Miro a Sawyer en la espera de una respuesta que no llega. Desvía la
mirada a la hamaca como si estuviera avergonzado, y es todo lo que
necesita hacer para decirme que Cora no sabe de su hermana.
Por eso no podía explicarle el malentendido del collar.
No le pregunto por qué no le dijo. Se siente demasiado personal.
—O podrías comprar un collar de libélula —añado en el intento de alejar
la incomodidad, pero él niega con la cabeza.
—En realidad, me gusta la idea del tatuaje. No lo perdería y es
permanente, como mi hermana en algún sentido. —Ladea la cabeza para
mirarme—. ¿Me acompañarías a hacérmelo?
—¿Le tienes miedo a las agujas? —opto por burlarme, pero solo lo digo
porque necesito tiempo para pensar.
—Un poco —admite sin vergüenza—. Voy a necesitar que sostengas la
mano de este gran bebé. —Se señala a sí mismo con el pulgar.
Hay algo en toda esta situación que me pone incómoda. Por más que sea
un favor entre amigos, acompañarlo a escondidas de La Carnívora no se
siente correcto, sobre todo cuando el tatuaje es algo tan significativo para
él. Sin embargo, no puedo forzarlo a que le cuente.
—Cora lo verá tarde o temprano. Tal vez puedes pedirle que te acompañe
y decirle que te lo haces por amor al arte. Más adelante, cuando estés listo,
le puedes decir lo que significa, ¿no? —propongo.
Abre la boca para argumentar. Nada sale de ella.
Parece decepcionado.
—¿Siempre haces eso?
—¿Qué cosa?
—Buscar reemplazos cuando no quieres hacer algo.
Miro al conejo dentro de la taza, que me devuelve la mirada con
curiosidad.
—No busco reemplazos. Busco a las personas correctas para cada
ocasión —argumento.
Deja caer los brazos a los lados y se gira para hacerme frente.
—¿Y qué te hace pensar que no eres correcta o que alguien lo es en
general, Gretha?
No es una conversación que quiera tener, pero le sostengo la mirada de
igual forma. Se parece a las olas, que empujan con fuerza y luego son
obligadas a retroceder.
Por suerte, alguien llama a la puerta del cobertizo. Le paso a Sawyer la
taza con Camello y abro para encontrarme con Cora y su cabello siendo
arrastrado en todas direcciones por el viento.

¡Hola, paragüitas!
(mega bien)?
💕
—Necesito un favor. —Se cruza de brazos—. ¿Podrías mentir por mí?
¿Cómo están entre el 27 (maso), 19 (mal) y 31

1. ¿Cuál era su juego favorito de niños? ¿Lo siguen jugando?


2. ¿Creen en las almas gemelas? ¿Con quién/quiénes concordaron más en
argumentos entre Timmy, Liv, Arlo, Sawyer y Gretha?
3. ¿Alguna vez perdieron a alguien? ¿Hace cuánto tiempo? ¿Pueden dejar
algo bonito que solía decirles? ♥️
4. ¿Creen que Sawyer le dirá a Cora sobre su hermana? ¿Por qué no lo
hizo hasta ahora?
5. ¿Gretha mentirá por Cora?
14. Eclipses

—Hola, Cora —susurra Grethalyn, confundida tanto por verme en la


puerta de su cobertizo como por mis palabras—. ¿Estás bien?
No es una pregunta que viera venir de su parte o la de alguien en general.
No estoy segura de quién fue la última persona que me preguntó si estaba
bien. Probablemente mi mamá, pero a las madres se les miente. No puedo
decirle que, en el fondo, no estoy bien. Se le partiría el corazón, y como ya
lo tiene roto porque papá la dejó, no voy a dejar caer el peso de mi
infelicidad sobre ella.
—Claro que estoy bien. —Me encojo de hombros—. Solo necesito un
favor. Sawyer y yo pasaremos la noche fuera, pero ya sabes cómo es mi
padre. Para ser doctor, a veces es tonto. Cree que la gente solo tiene sexo de
noche.
—¿Pasaremos la noche fuera? —repite mi novio, apareciendo tras Gretha
—. No lo sabía.
Asiento. Yo tampoco lo sabía, pero no soporto estar dentro de esa casa.
Me siento como un globo al que inflan sin descanso. Estoy por llegar al
límite, así que intentaré desinflarme antes de estallar.
En la cena de anoche mi padre hizo uno de esos chistes que tanto odio.
Me llamó Cruella De Vil por la pintura blanca que tenía en el cabello. Me
reí, como siempre hago, porque llorar en una mesa frente a dos extrañas no
es una opción.
Hasta Gretha abrió la boca para reír a costa de mí.
Sé que bajo cada broma hay una crítica. Él detesta que haga arte. Lo ve
como un desperdicio de tiempo y no le faltó repetirlo anoche. A Gretha la
elogió por la cena y le preguntó qué quería hacer al terminar la escuela.
Cuando ella respondió que no estaba segura, la tranquilizó al decir que tenía
tiempo para decidir y que, eligiera lo que eligiera, le iría muy bien.
«Y si estudias cocina, ¡seré tu primer cliente cuando abras un
restaurante! Esta cena es una delicia». Luego, a Marion: «Me encanta la
forma en que te queda ese vestido, estás preciosa».
Fue un bucle infinito de halagos para todo el mundo, menos para mí.
¿A mí no me iría bien en lo que quisiera elegir? ¿No me veía linda con el
maldito vestido que llevaba puesto? Que era, para que conste, el mismo que
el de Marion pero en diferente color.
—¿Estudiaste lo suficiente, Cruella De Vil? —preguntó con una sonrisa
mientras cortaba esa carne malditamente tierna—. En la facultad de
Medicina no tendrás tiempo para experimentar con tu cabello, vete
acostumbrando... —Dio el mordisco y frunció el ceño—. ¿Y una B+ en
biología? Hasta donde sé, una A es la nota más alta. Deberías apuntar a
eso... No, espera, mejor a una A+. Vamos, Cora, esfuérzate, cariño.
—¿Hay alguna forma en que pueda ayudarte sin tener que mentir? —La
voz de Gretha me trae de nuevo al presente.
Cuando Sawyer dijo que vendría a una reunión, tuve que resistir el
impulso de pedirle que se quedara conmigo. Estábamos bien entre las risas,
los besos, el sexo oral y las caricias, en un mundo que me distraía del real.
Entonces, salió por la puerta y al rato entró mi padre. Debí tragarme cada
comentario pasivo-agresivo que dijo mientras me dejaba una caja llena de
sus viejos libros de Medicina.
Siento que Gretha me robó el escudo que Sawyer representa esta tarde,
así que me debe un favor.
—Somos hermanastras ahora, se supone que debemos ayudarnos, ¿no?
—insisto.
—Cora... —advierte el chico, y me lanza una mirada en desacuerdo, pero
lo ignoro.
Gretha parece indecisa. Con un resoplido, la tomo del brazo y la arrastro
fuera. Cierro la puerta, la trabo con una pala que hay junto al cobertizo, y
dejo a mi novio del otro lado mientras exclama un «¡Hey, eso no es justo!».
—Mira, el asunto es... —empiezo antes de que su reacción me
interrumpa.
Tira de su brazo de regreso, pero mi agarre permanece firme. Tiene
puesto un suéter grueso, no se enfermará por estar un segundo aquí, así que
no hace falta que vaya por un abrigo. Yo llevo las mismas prendas que ella
y estoy bien.
Se tensa cuando no cedo. Tiene la mandíbula apretada con demasiada
fuerza, y cuando empieza a retorcer la muñeca y abrir y cerrar la mano con
nerviosismo, retorciéndose como un animal en una jaula, la suelto
extrañada. Deja los ojos clavados en el trozo de lana que rodeé con mis
dedos.
Reacciona ante mí como si fuera un chico que acaba de acorralarla en la
calle y del que quiere escapar.
Me recuerda a la mimosa sensitiva que tengo en mi habitación. Es una
planta a la que también denominan vergonzosa o como la simple no-me-
toques. Ante el mínimo roce, sus hojas se contraen en un mecanismo de
defensa.
Gretha se cierra de la misma forma.
La miro en la espera de que diga algo, pero se queda ahí como si fuera
una estatua. Se comporta tan extraño y es tan callada a mi alrededor que me
exaspera. Es imposible mantener una conversación con ella, y puede que el
resto encuentre adorable esa falsa timidez, pero para mí es pura actuación.
—Por Dios, Grethalyn, tienes que dejar de actuar raro para llamar la
atención de la gente.
Abro los brazos y enarco las cejas. Sigo sin obtener respuesta . Lo único
que hace es parpadear. Siento que hablo con una pared.
—La gente inmadura hace esto, ¿sabes? —espeto harta—. Actúa raro. Se
inventa problemas que no tiene, exagera para sentirse especial y que alguien
le diga cosas bonitas y le muestre un poco de afecto. —Señalo el cobertizo
—. ¿Crees que esta patética terapia grupal ayuda a alguien? Porque a mí me
parece un círculo vicioso de victimización que no lleva a ninguna
resolución de conflictos. Ser adulto es tragar la mierda y lidiar con ella por
tu cuenta, no hacer de tu problema el de alguien más.
El verde en sus ojos no deja ver ninguna emoción.
—¿Pedirme que mienta por ti es lo que haría un adulto maduro? —
replica con voz suave.
Todos los adultos dicen mentiras, así que en parte puede que sí. Sin
embargo, no soy capaz de decírselo porque se me adelanta cuando me da la
espalda:
—Te cubriré, puedes irte.
¿Tan fácil luego de lo que dije?
—No dije nada malo ni te grité —señalo cautelosa, porque tengo la
impresión de que algo anda mal.
La sigo a través del patio. Siento que huye de algo.
—Gretha... —insisto.
Destraba la puerta y Sawyer abre de inmediato. Ella le pasa por al lado
con rapidez, hacia la estufa eléctrica que hay junto a una pila de libros. Se
arrodilla frente a ella y levanta las manos hacia el calor.
—Abríguense, chicos —dice amable, con los dientes castañeando—. Y
pasen por la cocina para llevarse un poco del brownie que hice ayer.
Prometo que está bastante decente.
Oírla me asegura que todo está bien. Solo caminó rápido porque tenía
frío, me equivoqué al pensar que no hacía tanto, y en el fondo debe darme
la razón respecto a lo de la terapia grupal, porque sino no me ofrecería esos
brownies. Además, está siendo modesta. Tuve que aguantar a mi padre
emitir sonidos casi sexuales al probarlos. Incluso robó uno que tenía en mi
mano y dijo que, si alguno de los dos debía salir rodando, ese debía ser él.
—Amo el brownie —dice un emocionado Sawyer, enroscando con
rapidez su bufanda alrededor de mi cuello antes de ponerme su gorro como
si yo fuera una niña pequeña que no sabe vestirse—. ¿Podemos llevarnos el
brownie a la cita, Cora? Me lo debes por trabar la puerta con una pala, lo
cual no puede volver a repetirse, pero hablaremos más tarde de eso. —Me
toma por los hombros y me obliga a dar media vuelta—. Ni siquiera sé por
qué pregunto. Me lo robaría aunque dijeras que no. Es brownie después de
todo. —Me empuja fuera del cobertizo—. ¡Gracias, hermanastra de Cora!
Abro la boca, pero Sawyer cierra la puerta y me arrastra hacia la casa.
Vuelvo a mirar el cobertizo, pero me digo que todo está bien. Es, como le
dije, rara después de todo. Sin embargo, puede que no tanto. Me hizo un
favor, me recordó que me abrigue y también me ofreció comida.
Tal vez la juzgué mal y no busca llamar la atención. Otra persona se
hubiera tomado muy a pecho lo que dije y hecho una pataleta.
Puede que Grethalyn sea más madura de lo que creí.
Golpeo la pared con ambas palmas. Giro. Corro hacia la pared opuesta.
La golpeo.
Lo repito en el intento de no llorar. Si me concentro en contar, no habrá
lugar en mi cabeza para las palabras de Cora.
«Una, dos, diecinueve, veintisiete, treinta y un, cuarenta y cincuenta
veces. Una vez más. Otra vez. Cien, ciento tres, ciento noventa y nueve...».
Mi vista se nubla y reduzco la velocidad. Apenas puedo arrastrar los pies
unos pasos. Mis rodillas se debilitan y apoyo las manos contra la pared.
Dejo caer la cabeza hacia adelante y mi cabello se zafa del moño en que lo
recogí. Se desliza alrededor de mi rostro y se pega a mi nuca, mejillas y
cuello cubiertos de sudor. Mi presión sigue bajando y cierro los ojos. Me
cuesta respirar y me quiero recostar en el piso, pero ya no tengo fuerzas ni
para caer.
Lo último que comí fue una manzana hace unas horas. Por el tamaño,
tenía alrededor de 65 calorías. Ya las quemé hace rato.
Necesito comer otra vez.
Me agarro a la pared y a cada objeto hasta llegar al armario sin puertas
donde está la cafetera. Abro el segundo cajón, donde guardamos los snacks.
Saco una barra de granola. Todavía mi vista no enfoca, aunque no necesito
leer la etiqueta. Sé de memoria el valor calórico de cada cosa que hay en
ese cajón y fuera de él.
Después de masticar un poco, ya me siento mejor. Saboreo la barrita
hasta la mitad y hago una pausa para apartarme el cabello del rostro.
Cuando lo vuelvo a atar, mi mirada encuentra mi reflejo en la cafetera. Hay
medialunas grises en mi camiseta blanca. Se me pega al pecho, bajo las
axilas y a la espalda por más que a esta no pueda verla. El calor me abraza
por todos lados.
Termino la barrita y miro alrededor. Tuve que correr la mesa y los
asientos, y subir las pilas de libros a ellos para tener espacio para correr. No
tengo ganas de poner cada cosa en su lugar, pero hay muchas cosas que
hago aunque no quiera, así que esta es una más. El problema es que,
mientras ordeno, la voz de Cora regresa:
«La gente inmadura hace esto, ¿sabes? Actúa raro. Se inventa problemas
que no tiene, exagera para sentirse especial y que alguien le diga cosas
bonitas y le muestre un poco de afecto».
Me esfuerzo para actuar como el resto. La mayor parte del tiempo creo
que lo logro, pero si Cora dice que actúo raro, ¿será que no lo estoy
ocultando bien? Todo lo que no quiero es justo lo que nombró: no quiero
inventarme cosas cuando hay gente como Liv, Arlo y Timmy, quienes
tienen grandes problemas. No quiero exagerar, porque eso sería exponer
todo lo que hago. No quiero que digan cosas bonitas, sino que se queden
callados.
Quiero pasar desapercibida porque no podría sostenerle la mirada a nadie
que viera la forma en que soy cuando estoy sola, como ahora.
«¿Crees que esta patética terapia grupal ayuda a alguien? Porque a mí
me parece un círculo vicioso de victimización que no lleva a ninguna
resolución de conflictos».
Soy buena para una sola cosa: las personas. Sin eso, no hay nada lindo en
mí; no tengo algo a lo que aferrarme que contrarreste todos mis defectos. Si
no ayudo a la gente, no sé quién soy.
En realidad, puede que sí, pero la respuesta me asusta ya que está hecha
de todas estas palabras hirientes que evito decir en mi cabeza para no
creerlas y terminar haciendo algo de lo que pueda arrepentirme.
En el fondo, sé que están ahí, pero ver un vestido a través de una vidriera
no es lo mismo que entrar al probador y ver cómo te queda y hace sentir.
¿Pero si tiene razón? ¿Estoy ayudando a alguien? ¿Cambió algo en la
vida de mis amigos desde que aparecí en ellas? ¿Y si los estoy ayudando a
hundirse en lugar de nadar contra lo que los atormenta?
«Ser adulto es tragar la mierda y lidiar con ella por tu cuenta, no hacer
de tu problema el de alguien más».
Lo intento. Estoy tragando hace meses.
Y trago, y trago, y trago.
Y quemo, y quemo, y quemo.
No quiero que mi problema sea un peso para alguien más, ¿pero y si ya
lo es aunque no hable del tema? ¿Y si estoy tan enfocada en mí que no veo
los problemas del resto con la atención debida?
Se me cristaliza la vista.
¿Soy egoísta?
Me recuesto en la alfombra y miro las paletas del ventilador. Las
lágrimas se mezclan con el sudor y, tranquila, recorro cada una de mis
costillas con los dedos, sobre la camiseta térmica. Hundo las yemas,
marcándolas más, hasta que duele un poco.
¿Otro defecto más?
Siento que estoy al borde de un llanto que no podré parar mientras
contorneo los huesos de mis caderas, pero entonces el sonido de mi teléfono
me sobresalta. Estiro la mano hacia la mesa y veo que es Liv. Inhalo hondo
y digo unas palabras en voz alta para comprobar que mi voz no delata lo
mal que me siento.
—¿Hola?
Nadie responde.
Me incorporo sobre un codo.
—¿Liv? ¿Estás ahí?
Un llanto que no es mío rompe el silencio en la línea. Se me comprime el
corazón al instante.
—No puedo —dice con la respiración acelerada—. No puedo avanzar
con el trabajo. Bianca me reprobará y bajará mi promedio. Todavía no me
perdona lo que ocurrió el año pasado. No podré... —Tiene hipo—. Nada de
lo que escribo me convence, ¡y el maldito archivo no se alinea como debe!
¡Puto Microsoft Word y jodido Bill Gates! —Estalla y golpea algo—. No
podré con la universidad, Gretha. Soy tan... —El hilo de su voz se pierde en
un suspiro tembloroso—. Decepcionaré a mis padres porque no soy lo
suficientemente lista. Después de todo lo que sacrificaron, merecen más que
una hija como yo.
—Respira, Liv —pido—. Y espera un segundo, ¿sí?
Busco con la mirada la pila de libros más cercana. Gateo hasta ella y
tomo el que está arriba, sin saber cuál es. Abro una página al azar y
aparecen ilustraciones del cielo. Leo tan rápido como puedo, todavía con el
móvil pegado a la oreja. Del otro lado, la escucho batallar contra su propio
cuerpo colmado de frustración.
Levanto la mirada de la página un momento.
—La forma en que te sientes esas veces que todo en ti parece malo, no es
un reflejo de la persona que eres —aseguro—. Eres mucho más que el
puñado de pensamientos hirientes que te dices a ti misma.
No responde, pero tengo la sensación de que asiente y regreso la vista a
los dibujos.
—En un eclipse solar, el Sol, la Luna y la Tierra se alinean —explico,
esperando no haber entendido mal—. Cuando lo hacen, todo se oscurece...
¿Sabías que hay distintos tipos de eclipses? A veces, son totales; la Luna
oculta por completo el Sol. —Trazo el dibujo con los dedos de la misma
forma en que tracé mis costillas—. Otras veces, anulares; el satélite cubre la
estrella, pero aún así, queda una delgadísima franja de luz. El último eclipse
es el parcial, y solo una parte del Sol queda oculta.
Liv es la persona más inteligente que conozco. Sabe estas cosas de
memoria porque estudia como si se le fuera la vida en ello, y tal vez se le
va. Algo que la tranquiliza es tener toda la información posible, de lo que
sea. No le gustan las preguntas sin respuestas, y aunque no puedo darle una
solución a cómo se siente, puedo decirle que pronto la hallará:
—Las personas tenemos eclipses. Unos nos dejan a oscuras por
completo, otros casi del todo, y muchas veces solo se oscurece una parte de
nosotros. El caso es que necesitamos esas sombras. En ellas aprendemos a
alinear lo que importa para apreciar los momentos de luz. Así que no te
preocupes. Estás en proceso de volver a brillar, pero primero debes soportar
la oscuridad un poco más... —Vacilo—: ¿Dije la parte teórica bien?
Ríe entre lágrimas.
—Sí, lo hiciste.
Reprimo una sonrisa y nos quedamos un rato en silencio. La escucho
mover cosas en su escritorio.
—Eres el Sol, Liv. Este es solo un eclipse. Pasará.
El mutismo continúa y estoy a punto de levantarme e ir por mi abrigo. No
me importa si tengo que correr hasta su casa, montar a Camello o tomar el
auto de mamá aunque no sepa conducir.
—¿Me lo repites?
—Eres el Sol. Esto es un eclipse. Pasará. —Me recuesto en la alfombra
otra vez y cierro los ojos, con el libro abierto sobre el pecho—. Eres el Sol.
Esto es un eclipse. Pasará.
Lo repito hasta que termina de ordenar, lo que lleva tiempo porque es
perfeccionista con las medidas y los ángulos. En cada repetición me cuesta
más no echarme a llorar porque quema como la arena en verano no estar ahí
para abrazarla.
Quiero cambiar su realidad por una que no sea tan difícil.
—¿Qué hay más brillante que el sol, Gretha?
—No lo sé.
—Pues eres un «no lo sé».
La que se ríe esta vez soy yo, y aunque no lo sepa, es justo cuando más lo
necesito.
—Gracias —susurra—. ¿Te interrumpí? ¿Qué hacías?
Decido omitir las preguntas:
—Soy tu amiga. No me des las gracias, dame ese trabajo terminado para
restregarlo en tu cara cada vez que pienses que no puedes hacer algo, y así
recordarte que sí puedes.
Cuando cuelga, me quedo un rato más en el piso, hasta que siento algo
suave rozar mi mano. Al bajar la vista, encuentro a Camello. Me había
olvidado por completo de él.
—¿Tienes hambre? —le pregunto al recogerlo—. Lamento ser una niñera
imprudente y desinteresada por la seguridad de los animales.
Se supone que debo quedarme en el cobertizo hasta mañana. El doctor
Brown y mi madre entrarían a nuestros cuartos para chequearnos, pero
jamás a este lugar. Decirles que estoy aquí con Cora les hará creer que
estamos intentando llevarnos bien. Sin embargo, puedo entrar a la casa y
decir que tomaré algo de comida para la pijamada que al final tendré
conmigo misma y un conejo silvestre.
También debo recoger jabón, shampoo y más toallas para bañarme en las
dos baldosas de ducha que tiene el baño de este lugar.
Me seco el rostro y acomodo mi cabello antes de ponerme un suéter
sobre otro. Son los mismos tres que llevaba cuando Cora me arrastró al
patio. No solo los uso porque el frío que siento es uno que jamás sentí antes
del año pasado, sino porque me dan el aspecto de ser más carne que hueso.
Cuando me abrazan o se aferran a alguna parte de mí, tengo miedo de
que sientan las capas de ropa y se den cuenta. O, aún peor, que toquen la
piel de mis brazos. Creí que mi hermanastra se había dado cuenta y me
espanté. Fue difícil mantener las lágrimas a raya al pasar junto a Sawyer
luego, pero no quería que se diera cuenta.
Cuando estoy por salir con Camello dentro de mi bolsillo, miro una de
las paredes que estaba golpeando hace rato. Recuerdo que no llegué a
contar doscientas repeticiones y los números impares me ponen nerviosa,
así que corro una última vez.
—Soy buena con la gente —susurro al dar el último golpe.
Cora no tiene razón. Liv es la prueba.
Puedo ayudar a los demás.
Puedo ayudar a los demás.

¡Hola, paragüitas!🥰
Puedo ayudar a los demás.
¿Cómo están entre Groenlandia (increíble), Tokio
(más o menos) y Canadá (mal)?
1. ¿Qué fue lo último dulce que comieron? Si tuvieran que cocinarlo por
sí mismos, ¿podrían?
2. ¿Creen que la relación de Cora y Gretha va a mejorar luego de esto?
¿Qué sentían mientras leían cada perspectiva?
3. ¿Sus amigos suelen llamarlos cuando están teniendo una crisis
nerviosa? O, mejor dicho, cuando están eclipsados..
4. ¿Se esfuerzan en ser muy buenos en algo porque creen que es la única
virtud que tienen?
5. ¿Qué hacen para calmarse?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
15. Regálame un silencio gris

De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 24
Cuando eras pequeña, me preguntaste qué era el amor. Como tu padre,
era mi deber enseñarte el significado de las palabras, pero no supe qué
decir en esa ocasión.
—¿Eso es el amor? ¿Silencio? —insististe al ver que no respondía,
porque la paciencia nunca fue tu fuerte y lo sacaste de mí—. A veces mamá
y tú hacen esa cosa...
—¿Qué cosa?
—Lo de no hablar.
Supongo que es eso en parte: sostener la mirada de una persona y
sonreír en silencio. Ambos son conscientes de que hay mucho que se podría
decir, pero que nada logrará describir con exactitud lo que les está
sucediendo por dentro.
No soy un hombre de paz. Sin embargo, la encuentro en los ojos de la
persona que amo aunque sea por unos segundos, y esos son más que
suficientes. Soy partidario de las cataratas de emociones y todo lo que te
acelere el corazón, pero cuando uno se va a dormir, debe estar tranquilo.
Es en el silencio donde guardamos los recuerdos que hicieron ruido a
través de las risas, porque cuando reímos podemos detenernos un momento
y apreciar el entorno, pero es cuando apoyamos la cabeza en la almohada
el segundo en que archivamos ese recuerdo cerca del corazón.
Hay una tranquilidad muy dulce en saber que alguien te abraza con la
mirada. Sientes que nunca estarás solo otra vez. Tu recuerdo ya no es solo
tuyo porque están sincronizados. Lo estás compartiendo, y eso es mágico.
—¿Qué piensan cuando no hablan, papá?
—Creo que no lo hacemos. A veces sientes tanto, que no puedes pensar.
—Si no piensas es porque eres tonto... —Miraste el cono de helado
pensativa—. ¿Por eso dicen que los enamorados se ponen tontos?
—Tal vez, amor. —Reí.
Con galaxias de amor, Fisher 1.
Camello se balancea en la hamaca paraguaya de Sawyer mientras me
acurruco en el sofá de Timmy con las mantas que guardamos en caso de
pijamada. La lluvia golpea con amabilidad las ventanas, pidiendo un
permiso para entrar que le es denegado. El rechazo la enoja y se cuela por
las goteras del techo. Bajo ellas, hay tazas dispersas por el piso, un florero
sobre una pila de libros y dos cacerolas cerca de la puerta, que debo
descargar en el baño a cada rato. Papá solía ocuparse de eso.
Lo extraño. Ojalá estuviera aquí. Tal vez por eso he estado leyendo el
último correo que me envió por alrededor de una hora.
Nunca se lo dije, pero cuando escribe, a veces siento que me habla a mí
aunque no sea así.
Que me sienta identificada —no por la vida que llevan los personajes,
sino por lo humano en ellos tanto en su lado bueno como malo— solo
muestra lo buen escritor que es. Sé que llegará lejos, y no lo digo porque
sea mi padre, sino debido a que es un hombre que sabe abrazar tus
pensamientos de muchas formas distintas: con fuerza para que no se
escapen, así los enfrentas, pero también con suavidad, para que no te
abrumen.
Ser escritor es un arte sencillo y complejo a la vez. Puedes escribir una
oración que reabra una herida, pero con solo cambiar las letras de lugar —
porque al final del día no eres más que una persona jugando con el
abecedario más veces que el promedio—, puedes escribir algo que saque de
la profundidad de esa herida, una esperanza que ayude al lector a querer
coserse y sanar.
Sin embargo, hay un problema con los escritores, sobre todo con los más
obsesionados como mi padre: están tanto tiempo en el mundo ficticio, que
olvidan el real.
Se olvida de mí.
Hace más de un año que no lo veo. Él dice que tiene mucho trabajo y
quiere terminar el libro, y yo solo uso la excusa de la escuela para no ir. La
realidad es que estoy aterrada de que me vea porque sabrá al instante lo que
sucede.
Cuando los cambios son graduales, las personas que están en el día a día
a tu alrededor no suelen notarlos. Los que no nos vean hace tiempo lo hacen
de inmediato, y es cuando lo señalan que la realidad golpea al resto.
Papá se sentiría muy culpable si supiera la verdad.
Sé que mis pensamientos están por marchar en una mala dirección
cuando se me cristaliza la vista y siento un nudo en la garganta. Desde lo
que dijo Cora estoy sensible aunque intente evitarlo. Entonces, me llega un
mensaje que hace que Camello levante la cabeza con curiosidad. A través
de la vista humedecida, leo:
Por favor, ven a mi casa, es urgente
Me subo la capucha de la sudadera y abro la puerta. Asomo al cabeza en
la espera de ver a Gretha. Sigue sin aparecer
—¿Mamá y papá dormirán en casa esta noche? ¿Por eso los esperas? —
pregunta Viena.
—Es que duermen mucho en el sofá-cama de su oficina —respalda
Valencia, jugando con los botones del control remoto.
—Recuerdo que cuando éramos pequeñas, nos arropaban —dice Venecia.
La oración me atraviesa. Cuando me giro, la veo abrazada a un
almohadón. Todas están frente a la televisión, donde se reproduce un
episodio de Bob Espoja que ya saben de memoria porque no le están
prestando atención a pesar de que terminan los diálogos en murmullos
distraídos.
—Aún son pequeñas —corrijo.
—No me siento pequeña —asegura Val, de una forma tan suave que
resulta pesada en mi pecho.
Quiero explicarles que no tienen que crecer de golpe, que ese siempre ha
sido mi trabajo, pero no puedo. Una parte egoísta de mí sabe que, si
crecieran, ya no tendría que dedicar mi vida entera a cuidarlas. Dejaría de
ser el padre que jamás debí ser.
—¡Timmy, ¿estás bien?!
Me giro para encontrar a Gretha corriendo hacia la puerta. No trae
paraguas. Está empapada de pies a cabeza, con el cabello adherido a unas
mejillas tan sonrosadas como su nariz. Tirita de forma violenta, sus dientes
castañean y chorrea agua por todas partes. Hay barro en sus jeans, por lo
que creo que se resbaló al menos una vez. Le cuesta respirar cuando frena
en la entrada. Hay un kilómetro y medio entre su casa y la mía, así que
también estaría tan agitado como ella.
—Sí, solo necesito que cuides a las niñas un rato. —Tiendo una mano
hacia el living, invitándola a pasar.
Me mira desconcertada, y como no se apura, paso por su lado.
—No, espera, ¿qué pasó? —Toma mi brazo y es como si me tocara un
terremoto por la forma en que tiembla—. Habla conmigo, por favor. ¿A
dónde vas? Está lloviendo, te vas a enfermar y...
—Solo cuídalas. —Me zafo de su agarre.
Da un paso atrás. No parece convencida, pero si hay algo que a Gretha no
se le da bien es presionar a la gente. Sé que está mal saberlo y
aprovecharme, pero necesito salir. Guardo las manos en los bolsillos y echo
a andar por la vereda.
A veces mis sentimientos son drenados y me siento como el color gris.
Lo único a lo que queda aferrarme es a las respuestas automáticas de mi
cuerpo ante el frío, el calor, el dolor corporal, el sueño y el hambre. Sentir la
lluvia no me devuelve las ganas de... De todo. Solo me recuerda que existo,
y eso es todo lo que necesito cuando paso demasiado tiempo con un vacío
en la cabeza y en el corazón lo suficientemente grande como para que mis
hermanas caigan en él conmigo.
Eso me aterra. No quiero que terminen como yo, por eso no puedo estar
con ellas en este estado donde no me importa nada.
—¡¿Qué le dice un techo al otro?!
Me giro hacia la voz. Es el vecino de los chistes malos, Patricio.
Lleva un piloto amarillo, a juego con el del caniche que sostiene bajo el
brazo e idéntico al de los otros tres que chapotean en los charcos de lluvia a
su alrededor.
Dejo de caminar y nos enfrentamos con una calle entre nosotros. No
entiendo cómo hace para siempre estar de buen humor. Yo debo recordar
cuáles son los músculos que se usan para sonreír cuando estoy obligado a
hacerlo, porque de forma natural ya no me sale casi nunca.
—¡Techo de menos! —grita al ver que no contesto, usando una de sus
palmas como un megáfono para que pueda oírlo sobre la lluvia.
No me da gracia. Asiento y empiezo a caminar otra vez, pero algo me
detiene. Le echo una mirada sobre el hombro. Su sonrisa disminuyó,
aunque continúa ahí, como si estuviera repitiéndose «la próxima vez será».
No entiendo por qué, pero es la única persona en el mundo que se esfuerza
en hacerme reír.
Cruzo la calle hasta que estoy a tres pasos de distancia, con sus caniches
correteando a mi alrededor. Uno mordisquea el dobladillo de mis jeans.
—¿Quién crees que soy? —pregunto.
¿Cree que puedo ser un ligue casual? ¿Busca un novio? ¿Es solo una
buena persona intentando hacer a alguien feliz aunque sea durante dos
segundos? ¿Por qué? ¿Qué busca?
Frunce el ceño mientras ríe y se acomoda el cachorro bajo el brazo, como
si fuera una cartera.
Jamás habíamos estado tan cerca. A la luz de la farola, los ojos de Patrick
son grises, justo como me siento yo, aunque estos están llenos de vida.
Ni siquiera pensé que ese color podía asociarse con algo tan distante a la
tristeza hasta ahora.
—Creo que eres un fantasma. No todos pueden verte, pero quienes lo
hacen, no pueden dejar de pensar en ti.
—¿Y tú cazas fantasmas?
—No, me enamoro de ellos.
Niego con la cabeza. Nos hemos visto por los últimos meses todas las
mañanas, pero nunca le he dicho mucho más que un saludo o monosílabos.
Mi sentido común dice que no puedes sentir cosas por alguien con quien
jamás mantuviste una conversación.
A pesar de eso, las palabras no siempre son necesarias. Lo sé porque yo
no la uso mucho.
Gretha a veces nos lee fragmentos del libro que está escribiendo el señor
Fisher. Patrick yo somos como dos personajes secundarios.
Lyra, hermana de Lizzie, le escribió a Marleen:
No te mentiré. Cuando llegaste, no me deslumbraste. No fue amor a
primera vista. Te miré como miro a las personas del mercado, sin mucho
interés. Creí que serías pasajera; un «hola» y un «adiós», tal vez un
«¿cómo estás?». Sin embargo, te quedaste.
«Qué mujer más extraña», pensé.
Te quise preguntar muchas cosas. No porque quisiera oír respuestas
bonitas, sino porque no entendía qué veías en mí que fuera digno de tu
tiempo cuando el que tenemos en este mundo es tan limitado y podrías
pasarlo con personas más parecidas a ti.
—¿Qué me viste?
—No te vi. Te sentí.
—¿Y no te cansas de sentirme?
—A veces, cuando mis pensamientos caen en los lugares equivocados, sí.
No porque me canse de ti. Me cansa el mundo, y tú eres una de las cosas
que vive dentro de ese extraordinario pero tan difícil lugar. No es personal.
Una persona se cansa de vez en cuando y está bien. No quiere decir que
sienta menos por ti, solo que le ha dado pausa al sentimiento porque
necesitaba todo de sí para recuperarse.
Siento que estamos dentro del libro y soy Marleen, aunque también Lyra,
porque Patrick me cansa. Hay mañanas donde ni siquiera deseo
responderle, pero me doy cuenta que si un día me levantara y no lo
encontrara en su jardín, con uno de sus terribles chistes en la punta de la
lengua y el millón de cachorros histéricos que tiene corriendo a su alrededor
todo el tiempo, me preguntaría dónde está y esperaría que el día se
transforme en noche y la noche en día otra vez con la esperanza de verlo.
No tengo que darlo por sentado.
—Los fantasmas desaparecen, y a veces los sientes aunque no estén, lo
cual puede doler. Yo desaparezco a menudo. No me parece justo que te
quedes esperando que regrese de... —No sé a dónde va a mi mente, así que
no tengo una denominación—. De los lugares a los que voy.
Se encoge de hombros como si le estuviera diciendo cosas que ya sabe.
Deja el caniche que tiene bajo el brazo en el piso y este da dos pasos, pierde
el equilibrio, y cae de hocico en un charco.
—Tengo una vida, ¿sabes? —responde mientras el animal, anteriormente
blanco, se une a jugar con el resto de las bolas de lodo—. Haré cosas que
me hagan feliz mientras espero, y cuando vuelvas, te las mostraré, y tú me
mostrarás las que hiciste durante ese tiempo.
No sé de lo que estamos hablando, pero a la vez sí. Es extraño. Somos la
promesa de una relación que ni siquiera existe, aunque parece más que
probable.
Entre el «hola» y el «adiós», hay algo más.
Ese algo somos nosotros.
—¿Las querrías ver aunque no sean de las felices, Patrick?
—Las querré ver solo porque son tuyas, y tú eres mi fantasma favorito en
este momento.
Una débil sonrisa se forma en mi rostro. Nos sostenemos la mirada a
través de la lluvia, y aunque muchas cosas se ven borrosas, la forma en que
me sonríe no lo hace. Me hace sentir que, a futuro, todo estará bien; que es
cuestión de intentar, como él intenta cada día con un chiste distinto hasta
que algo cambie.
Despierta algo en mí. Me hace desear que salga el sol para contarle el
millón de pecas que sé que tiene.
—Vengo con mucho equipaje —advierto sonrojado.
—Compraré una grúa.
Seré tonto para algunas cosas y la persona más pesimista del mundo, pero
sé que así no funciona una relación. No puede sostener el mundo por mí.
Tengo que aprender a hacerlo solo, al menos en mayor parte. Puede
ayudarme, pero no hacer el trabajo por mí, y en este punto de mi vida soy
un desas...
Las pastillas.
No.
No.
No.
Camino en reversa. Los cachorros empiezan a ladrar y seguirme. Patrick
está por decir algo, pero echo a correr hacia casa otra vez y lo dejo
intentando recoger cuatro sucios caniches con solo dos brazos. Cuando abro
la puerta, mis hermanas están acurrucadas en el sofá. Hay un charco a los
pies, como si Gretha no hubiera querido sentarse empapada para no arruinar
la tela.
Apenas llego al pasillo que la encuentro con el tarro de pastillas que dejé
abierto en el baño. Soy un olvidadizo, todos lo saben. A veces no me
importa nada lo suficiente como para siquiera recordarlo.
—Me prometiste que jamás te automedicarías, Timmy —susurra.
Me quedo callado. Hay una parte que no dice, pero sé que la piensa por la
forma en que sus ojos se desvían con preocupación al living: ¿Y si alguna
de mis hermanas o las tres hubieran tomado una porque las dejé a su
alcance? ¿Y si tomaban dos? ¿El frasco entero?
Esto es grave.
—Empaca tus cosas y empacaré las de las niñas. Le prometí a Cora que
la cubriría, así que debo estar en el cobertizo, pero tú pasarás la noche
conmigo y mañana iremos a pescar.
Mierda.
Ir a pescar significa todo menos pescar.
—Lo siento, Gretha.
Otra persona se enojaría. Me delataría. Gritaría.
En su lugar, guarda el frasco en el bolsillo de su sudadera y me abraza.
No hay calidez entre nosotros porque estamos congelados, pero me hace
sentir algo más que frío, calor, dolor, sueño o hambre.
Siento que me quiere.

¡Hola, paragüitas!🤗💕
—No debes sentirlo por mí. Siéntelo por ti, Timmy.
¿Cómo arrancaron diciembre resumido en tres

enteraron que Santa Claus no existía?🎅🤶


adjetivos? ¿Los emociona la época navideña o les da igual? ¿Cómo se

1. ¿Alguna vez conocieron a alguien y al instante tuvieron el


presentimiento de que iba a tener un gran impacto en sus vidas?
2. ¿Creen que todos necesitamos un poco de ayuda con nuestro equipaje
o que tenemos que levantarlo todo por nuestra cuenta?

historia de ellos recomiendan?📚✨


3. ¿Cuál es el usuario de sus escritores favoritos de Wattpad? ¿Qué

4. ¿Coincidimos en que los silencios cómodos son de las mejores cosas


del mundo? Si me dicen que no, voy a tener que rastraerlos para que
Camello los ataque. Capisci?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
16. Pescar tu mejor reflejo

Apenas logré dormir anoche. No sé cuánto tiempo se supone que duerme


un humano promedio durante toda su vida, pero no creo alcanzar ese monto
de horas alguna vez porque mis pensamientos me desvelan con facilidad.
Vi dormir a las trillizas, desparramadas en los asientos de mis amigos, y a
su hermano, desde mi mecedora la mayor parte de la noche. También
acompañé a dos de ellas al baño, aunque no estoy segura de cuáles eran.
—A veces odio la vida —susurró una cuando se mojó el calcetín al pisar
una gotera, enfadada.
Sonreí. No había sensación más horrible que mojarse los calcetines. Sin
embargo, la preocupación por Timmy me persiguió y lo sigue haciendo.
Cuando escondí el bote de pastillas en la boca del alce embalsamado del
cobertizo, solo podía pensar en qué hubiera sucedido si se las hubiera
tragado todas.
Una parte de mí quiere decirle a sus padres y que alguien lo vigile
cuando no soy capaz. Me sentiría culpable si algo que pude prevenir le
sucediera, pero la parte que es fiel a él, quiere confiar en que fue cosa de
una vez y que no lo volverá a hacer si no es con un psiquiatra y recetas de
por medio.
En algunas ocasiones, cuando las personas no están mentalmente en el
lugar correcto para tomar decisiones, es necesario que alguien las tome por
ellas. El problema es que la línea entre lo objetivo y lo subjetivo es casi
inexistente. Al final uno no sabe si decidir por otro le corresponde. Más
tarde, si lo hace, debe lidiar con las consecuencias... ¿Y si estas son
catastróficas? ¿Y si no tomarlas también deriva en algo catastrófico?
La contradicción es constante. No hay más solución que decidir algo y
aceptar lo bueno o lo malo que conlleve dicha decisión.
—Piensas mucho.
Echo una mirada sobre mi hombro. Estoy como copiloto en la camioneta
del padre de Arlo. Sawyer se encuentra inclinado sobre sus rodillas en el
asiento trasero, hablando desde el hueco contra la puerta.
—Tú también, solo que sabes ocultarlo mejor —susurro.
Escucho su sonrisa en la carencia de palabras.
El lago al que llegamos es una solitaria lágrima que cayó tras una
discusión en un inmenso jardín, antes de que su dueño echara a correr. El
otoño desfila en las hojas que caen de los árboles y practican acrobacias en
la brisa, mientras el sol se empeña en secar la blanda tierra en la que
hundimos las botas de lluvia cuando se apaga el motor.
Venimos aquí de vez en cuando. Ayer envié un mensaje pasada
medianoche a Liv y Arlo. Pregunté si alguno quería venir a pescar en la
mañana porque Timmy no estaba bien. Ninguno contestó. En su lugar,
aparecieron en cuanto los pájaros empezaron a cantar a pesar de que es
sábado. Llegaron equipados para un día de camping y trajeron donas para
desayunar.
La amistad no tiene una definición aunque el diccionario insista en que
sí, pero si tuviera que darle una, diría el nombre de mis amigos.
—¡En fila, equipo Cuevas! —grita Arlo al abrir el maletero.
Las trillizas se chocan una contra la espalda de la otra. Nunca la vi tan
emocionadas por algo.
Hasta vuelven a parecer niñas y no fantasmas.
—Niña 1, tú te encargas de esto. —El chico deposita una caja de pesca en
los brazos de Viena, a quien Liv le endereza las coletas que hice apurada
más temprano, para que queden simétricas—. Niña 2, te tocan las cañas. —
Se las pasa a Valencia. Sawyer se echa hacia atrás y tira de la capucha de
Timmy para que retroceda, porque su hermana casi les quita un ojo al dar
media vuelta y echar correr con las cañas al hombro—. Niña 3, cuida con tu
vida la carnada.
Arlo se pone en cuclillas para estar a la altura de Venecia. Le entrega un
frasco con unos agujeros en la tapa. Las lombrices se retuercen dentro de él
y, en lugar de estar disgustada, la cría pega la nariz al vidrio.
—Me gustan. Son lindas.
Reprimo una sonrisa, pero me cuesta mantenerla cuando Liv saca la
canasta del maletero con una mueca:
—A mí me parecen bastantes horribles. Asquerosas, a decir verdad.
¿Cómo siquiera se les ocurre tocarlas?
Desvío la mirada cuando empiezo a retorcer las palabras en otro
contexto. Sé que está hablando de las lombrices. Sé que es Liv y que jamás
le diría eso a una persona. Sé que es mi amiga. Sé que nadie está pensando
o sacando las mismas conclusiones que yo. Sé que todo está en mi cabeza..
Horrible, asquerosa, intocable.
Horrible, asquerosa, intocable.
Horrible, asquerosa, intocable.
Empiezo a caminar hacia el lago. Cuento los pasos y eso acalla el
pensamiento.
Hay ciertos adjetivos que no puedo escuchar sin asociarlos a cosas que
duelen, así que evito decirlos. No me salvo de que los digan los demás, pero
tampoco puedo hablar al respecto. Es una exageración de mi parte
reaccionar así, lo sé. Nadie debería cambiar un modo de hablar que está
completamente bien y es lo más corriente del mundo solo porque mi cabeza
está hecha un lío de inseguridades.
—Hubiera sido gracioso ver a Cora intentar pescar algo más que mal
humor —dice Sawyer, alcanzándome.
Cuando la pareja regresó mientras Arlo iba a cargar gasolina, pasaron por
el cobertizo para anunciar que ya podía salir de ahí. Les comenté de la
pesca y ella se limitó a asentir. Él dijo que le pediría al doctor Brown unas
botas de lluvia prestadas para venir. Cuando echó a correr entusiasmado,
Cora me sostuvo la mirada: no me dio gracias por cubrirla, aunque tampoco
esperaba que lo hiciera.
Tenía la invitación en la punta de la lengua. Quería preguntarle si le
gustaría unirse, pero callé. Recordé que llamó a mis amigos inmaduros que
se victimizan y no tienen problemas reales. Sus palabras me dolieron, y la
idea de darle acceso a las personas que más me importan y que las haga
sentir como me hizo sentir a mí, me retuvo.
Ellos no necesitan más heridas de las que tienen. Aunque un comentario
de mi hermanastra podría no afectarlos, no puedo arriesgarme.
Cuando Sawyer regresó y le preguntó si vendría con nosotros —tan él
colarse sin consultar y colar a otros también— mi hermanastra dijo que las
pescaderías existían para algo y que no cazaría su propia cena como en la
prehistoria.
—Yo me encargo de la pesca, tú cuida a los niños —respondió el chico
con voz exageradamente grave, depositando un beso en su frente—. Pero la
próxima te toca a ti. Recrearemos la historia con igualdad de género.
Me costó no sonreírles, sobre todo cuando ella puso los ojos en blanco y
rió. Eran tan dulces que podrían endulzar todos los tés del continente.
—Me gusta eso de ti. —Escondo las manos en los bolsillos del abrigo.
Se me adelanta y comienza a caminar en reversa, así nos vemos a los
ojos.
—¿De qué hablas? Porque tengo mil cosas que podrían gustarte.
—Me gusta que hagas sonreír a Cora como si no fuera complicado.
Yo jamás podría lograr que me mostrara ni medio diente incisivo.
—Sonreír no es complicado, Gretha.
Hace una demostración y toca con sus índices las comisuras de sus
labios. La brisa le alborota el flequillo que sobresale del gorro de lana gris.
También le abre la chaqueta de jean que lleva sobre el abrigo de cuadrillé
escocés. El estilo de leñador se interrumpe por las botas de lluvia amarillas,
pero se ve adorable.
—Para algunas personas, en ciertas circunstancias, lo es. Además, hay
gente que sonríe sin sonreír de verdad —argumento.
Cora no sonríe mucho. Al menos, no cuando estoy cerca. Sería lindo que
lo hiciera. Tiene una de las sonrisas más bonitas que vi, y siempre estoy
más cómoda cuando me sonríen. No siento que me juzgan tanto.
Sawyer deja de caminar y saca su teléfono. Su expresión es seria, como si
yo hubiera cometido un delito.
—En ese caso, más vale que sonrías de verdad para mí, hermanastra de
Cora.
Me hace reír y aparto el móvil. No me gustan las fotos. Cuando alguien
saca una e intenta mostrármela, busco una excusa para no verla.
Me gusta pretender que no existen.
—No vinimos aquí para que juegues al fotógrafo —regaña Liv, pasando
junto a nosotros.
La seguimos hacia la orilla del lago, donde Arlo intenta poner orden: las
trillizas le robaron los coloridos señuelos y fingen que son aretes mientras
improvisan un desfile sobre un tronco caído, en cuya punta se sienta su
hermano con la mirada perdida en el agua.
—¿A qué vinimos exactamente? Es decir, fue un viaje demasiado
improvisado y no es el clima más agradable para pescar —comenta Sawyer.
Hago un ademán con el mentón a los chicos.
—En el grupo hay reglas para cada uno de ellos, y consecuencias —
explico.
Asiente despacio. Sus ojos caen en Timmy con cautela, como lo hicieron
esta mañana mientras el chico se desperezaba en el sofá. No pregunta qué
hizo ni qué haremos a continuación. En su lugar, ladea la cabeza y examina
al resto.
Arlo debe enviar un mensaje antes de dormir todos los días para hacernos
saber que está bien. Liv tiene que llamar cuando está teniendo un ataque de
ansiedad. Timmy no puede automedicarse y de tener pensamientos de
autolesión, tiene que presentarse en mi casa.
Si no siguen las reglas, están o estamos obligados a hablar. No solo entre
nosotros, sino también con un adulto que ayude desde afuera.
—Dijiste que hay una para cada uno de ellos. Eso te excluye, ¿por qué?
Me encojo de hombros como si fuera pura casualidad. Siempre puse
reglas porque son mi red de seguridad. Creo que los protejo con ellas, y
aunque ellos no tengan ninguna para mí, no quedo libre de regulaciones
porque tengo mis propias reglas. Lo que las diferencia es que son
autoimpuestas.
—¿Y cuál será mi regla? —indaga en otra dirección al ver que no
respondo.
Sawyer es complicado de leer a veces. Se invita solo en ocasiones, pero
en otras pide permiso; otorga espacio, pero presiona cuando menos lo
esperas; es abierto y parlanchín, pero sabe cerrarse y desviar los temas de
conversación con facilidad, lo que es igual a hacer silencio pero con ruido.
—¿Me dirías qué está roto?
Frunce el ceño.
—¿Roto en dónde?
—En ti. Necesito saber qué sucede en tu cabeza para protegerte un poco
de ella.
Su sonrisa es lenta y rápida a la vez, como los amaneceres.
—No estoy roto, Gretha.
Miro el lago. Mis amigos tampoco parecen rotos por fuera.
—No por completo, pero tiene que existir alguna parte de ti que lo esté.
Cuando vuelvo a mirarlo, su sonrisa empequeñece. Ambos pensamos en
la hamaca paraguaya que es mecida por la brisa que se cuela por la puerta
del cobertizo al ser abierta.
—Gracias por estar ahí mientras ensayaba. Es fácil tenerte solo a ti como
espectadora porque siempre haces que todo parezca menos pesado y
complicado, pero creo que estoy listo para un escenario con más audiencia,
¿no crees?
Ni siquiera me permite responder. Me arrastra hacia su público. El suave
contacto de su piel me pone nerviosa. Que me tome de la mano se siente
como si una bombilla de luz cálida le pidiera bailar a una de luz fría. El
gesto puede iluminar, pero lo hace de una forma para él y de otra muy
diferente para mí.
Me zafo de su agarre antes de que alguien lo note. Me acomodo las
solapas del abrigo para que no piense que lo dejé ir a propósito.
No se siente bien que esté cerca, precisamente porque sí lo hace y eso me
lleva a pensar en Cora.
—¿Dará un anuncio, su majestad? —pregunta Liv sin una pizca de
interés o gracia cuando él se sube al tronco con elegancia.
—¿O nos contarás un cuento? Porque amamos los cuentos —asegura
Valencia.
—¿O será un chiste? Porque también amamos los chistes —sigue Viena.
—Aunque sean malos, como los de Patri... —Venecia, con el frasco de
lombrices abrazado al pecho, es silenciada por Timmy de inmediato, que
sale de su trance mental al oír un casi nombre.
Liv, que usa de asiento la caja de pesca, arquea una ceja e intercambia
una mirada conmigo. Patri será algo en lo que indagar más tarde.
Las trillizas, sentadas sobre un par de rocas, elevan la barbilla en la
espera de que Sawyer les regale un espectáculo de entretenimiento gratuito.
Arlo se sienta contra un árbol y voy a su lado. Me recibe sacándose el gorro
de pesca y ajustándolo en mi cabeza.
La estrella del show inspira hondo:
—La primera vez que fui a una de sus reuniones, me pidieron una foto de
mi tra... —Echa un vistazo de reojo a las niñas y se aclara la garganta—: De
mis colinas. Querían asegurarse que no revelaría ningún secreto fuera de las
paredes del cobertizo, lo cual estuvo bien porque no confiaban en mí. Y,
aunque es evidente que no gané la confianza de todos... —Liv deja de sacar
comida de la canasta con un suspiro, prestándole atención por fin —.
Ustedes se ganaron la mía. Me gustaría contarles sobre Barbie, mi hermana
menor.
Apoyo la cabeza en el hombro de Arlo.
—Se fue al cielo hace casi dos años porque estaba muy enferma —
explica a las niñas, y me gusta la forma en que suaviza su voz para
hablarles, como si las invitara a hacer preguntas sin miedo—. En lugar de
usar señuelos como aretes, usaba el trapeador como peluca. —Ríe.
Siempre admiraré a quienes hacen de la situación más triste, la menos —
pero aún así— triste. Sawyer parece ese tipo. Si su hermana compartía eso
con él, debió tener el corazón hecho de estrellas como para brillar cuando
su vida se estaba apagando.
—Me quedé con un «te amo» que no pudo oír y del que no puedo
deshacerme, porque la única persona que podía recibirlo era ella y ya no
está. Siento el peso de las palabras cuando me levanto y cuando me voy a
dormir. Desde que falleció me prometí que jamás volvería a tratar mis
sentimientos como si fueran un secreto. —Mira sobre su hombro a Timmy,
luego a Liv y por último a Arlo—. Decírselo a ustedes no es lo mismo, pero
es algo.
—Debes sentirte muy expuesto ahora —reflexiono.
Asiente. A pesar de la distancia, sus ojos queman cualquiera sea el lugar
en que se posan en mi rostro.
—Sí, pero también me siento más real. Cuando digo las cosas en voz
alta, sé que no serán olvidadas. Si mantienes todo para ti, en algún
momento desaparecerás, y esas cosas se convertirán en nada. —Se encoge
de hombros con dulzura—. Y no estamos vivos para ser nada, Gretha. La
vida se trata de dejar algo al final para la cantidad de personas que sea. —
Baja los ojos a las niñas y levanta el índice—. Aunque solo sea una.
Caigo en cuenta de lo que está haciendo cuando a Timmy se le cristaliza
la vista.
Abrirse sobre su hermana era matar dos pájaros de un tiro: mostrar que
confía en nosotros, y ayudar a que Timmy hable. Debió atar cabos y
sospechar que si sus hermanas estaban en el cobertizo esta mañana, no era
pura casualidad.
—Creo que olvidé el conejo de Arlo en el coche, ¿pueden ir a revisar por
mí, señoritas? —pregunta Sawyer, y las trillizas marchan sin chistar.
Incluso se llevan las lombrices, como si fueran de ayuda para encontrar a
Camello, que está dentro de la cesta que trajo Liv.
El silencio se asienta y todos los pares de ojos caen en Timmy, que niega
con la cabeza una y otra vez.
—Mis padres toman a menudo pastillas para el dolor de cabeza, porque
se la pasan trabajando y sin descansar —susurra—. El año pasado le dijeron
a las niñas que eran confites para adultos cuando ellas preguntaron si las
tomaban porque estaban enfermos. ¿Qué...? —Una lágrima cae por su
mejilla. Liv atraviesa la distancia y se sienta a su lado, para acariciar su
espalda—. ¿Qué hubiera sucedido si encontraban mis pastillas y las
tragaban creyendo que eran esos tontos confites?
Sawyer baja del tronco y se pone en cuclillas frente a él. Una de las
rodillas de Timmy tiembla con nerviosismo a causa de ese temor recién
engendrado, así que el nuevo integrante posa una mano sobre ella para que
deje de moverla.
—Podría haberme quedado con tres «te amo» sin oír —añade.
No dice nada más, aunque eso no quiere decir que no lo esté pensando.
La enfermedad de Barbie no era algo que se pudiera prevenir, pero el casi
accidente con las trillizas, sí. La culpa es agua en las mejillas de Timmy.
Dicen que las lágrimas tienen el propósito de limpiar y ayudarnos a ver con
claridad, aunque duela; y a él le duele lo suficiente como mirar al cielo
porque ya no puede soportar mirar a ninguno de nosotros.
Siento una mano sobre la mía. Arlo me da un apretón que acarrea
emoción porque Timmy está abriéndose.
Se lo devuelvo.
Nos asemejamos a un espejo destinado a quebrarse ya que nunca somos
la misma persona todos los días. Algo, aunque sea minúsculo, cambia con
el paso de las horas; aprendemos y desaprendemos. Vivimos
reconstruyéndonos de una o varias piezas a la vez, por lo que es necesario
rompernos para unir los trozos de forma distinta y obtener un espejo que
refleje los cambios que hacemos por dentro.
A veces esos cambios no son lindos. Parecen no tener forma o propósito,
y nos frustra ver caos en lugar de orden. La falta de claridad puede hacernos
perder la cabeza, pero poco a poco, nos acostumbramos a ser un
rompecabezas inacabado, y encontramos belleza en el proceso. Llega un
punto donde la comprensión nos asegura que no hace falta tener todo
resuelto de inmediato.
De eso se trata ser una mejor y más sana versión de nosotros mismos:
constante trabajo.
—Soy el encargado de cuidarlas, pero a veces siento que estar conmigo
las pone en riesgo porque me paso la mayor parte del tiempo en mi cabeza.
—Sus ojos se cristalizan tanto que parecen una capa de vidrio sobre otra—.
Es solo que... Estar presente en la vida real a veces es demasiado difícil. No
veo el punto en sentir cosas que no quiero.
No lo dice, pero sentir cosas que no quiere se traduce a no querer odiar a
sus padres por olvidarse de él, sus hermanas, y obligarlos a crecer por su
cuenta.
—Necesitamos lo que no queremos para alcanzar lo que sí —asegura
Sawyer, con el ceño fruncido en señal de concentración y la voz todavía
hecha terciopelo—. No puedes vivir en vacíos por miedo a experimentar
sentimientos negativos. Tienes que permitirte sentirlos, debes estudiarlos,
exteriorizarlos y transformarlos, porque no hay forma de llegar a lo bueno si
no es a través de lo malo, amigo. Así que lidia con la lechuga para obtener
el helado, pero come que la vida sin comida no tiene mucho de vida, si es
que eso tiene algo de sentido...
Come.
Come.
Come.
El chico cuyas manos son un complejo de avestruz toma una inhalación
temblorosa.
—Creo que puedo intentar con la lechuga —accede Timmy—. Una hoja
a la vez.
«Intentar» no es un verbo que estuviera en su vocabulario hasta este
momento.
—Greth, no empieces a llorar —susurra Arlo con una diversión tranquila,
inclinado hacia mi oreja.
—No voy a llorar.
Intercambiamos una mirada y luego regresamos a ver a Timmy. Puede
ser un paso estúpido y pequeño para la mayoría, pero hoy se siente como un
triunfo para los que lo hemos visto vivir en piloto automático hace meses.
Estoy orgullosa.
—De acuerdo, puede que llore solo un poco —acepto.
Arlo ríe por lo bajo y se lleva nuestras manos a los labios. Deposita un
beso en mi dorso antes de ponerse de pie y llevarse dos dedos a la boca.
Silba para llamar la atención de las trillizas.
—Ya pescamos suficientes sentimientos por hoy, es hora de pescar cosas
tangibles y que pueda cocinar—dice con una sonrisa diminuta dedicada a
Timmy—. ¡Niña 1, niña 2, niña 3, repórtense! —grita usando sus manos
como megáfono—. ¡Sacaremos el pescado más apestoso del lago en honor
a su hermano!
¡Hola, paragüitas míos! ☔💜 ¿Están tapados como un burrito por el frío
o suplicando que llueva helado por el calor? ¿Hay algún problema al que le

🤗🤗
estén dando muchísimas vueltas últimamente? Pueden desahogarse, ¿sí? 🤗
1. ¿Alguna vez fueron a pescar? ¿Sacaron algo? Yo un cangrejo 🦀
2. ¿Cuántas horas de sueño tienen al día? ¿Suelen levantarse con energía
o les cuesta? ¿En qué les gusta pensar antes de dormir?
3. Hasta este punto de la historia, ¿con quién se sienten más identificados
y por qué? ¿Tienen un favorito?
4. ¿Qué interacciones entre cuáles personajes les gustan más o cuáles
esperaban leer?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
17. Botes de aire y magia

Mientras Arlo junto a Timmy enseñan a pescar a las niñas y Liv lee sus
apuntes de Historia bajo el sol, regreso a la camioneta con la excusa de
buscar el frasco para sacar la frase del día. En realidad, tengo tanto frío que
los dedos de mis manos han comenzado a ponerse morados bajo los guantes
y apenas puedo moverlos.
Ocupo el asiento del conductor y enciendo la radio. Una canción
popularizada en mi infancia cuyo nombre jamás recuerdo llega a mis oídos.
Me pregunto si todos los recuerdos que tenemos de cuando éramos
pequeños seguirán intactos cuando seamos tan grandes que estemos más
cerca del fin que del comienzo.
Crecer es bastante aterrador. Más que olvidar, temo no tener cosas que
recordar.
Eso hace que me pregunte si estoy viviendo mi vida como se supone que
debo, aunque no haya instructivo para hacerlo. En ocasiones me siento mal
cuando no hago algo significativo en el correr de un día. Temo que esas 24
horas hayan sido un desperdicio, pero a la vez soy consciente de que no se
puede tener aventuras con cada salida y puesta del sol.
Si viviéramos de magia, dejaríamos de percibirla como tal, ya que la
daríamos por sentado como todo aquello que tenemos.
Con ese pensamiento acepto que los días aburridos y de
responsabilidades son necesarios para tener los mágicos. Sin embargo, una
pequeña parte de mí teme no estar apreciando la construcción de los trucos
de magia, que son los días corrientes.
Lo intento, pero a veces me olvido.
Un leve golpe en la ventanilla del copiloto me hace girar la cabeza.
Sawyer sonríe con una dona entre los dientes y apunta al pestillo de la
puerta. Me estiro a través del asiento y le abro. La camioneta se sacude
cuando se deja caer contra el cuero como si fuera el sofá de su casa. Se
quita el gorro y lo lanza sobre el salpicadero.
—Vine a molestarte —dice antes de dar un mordisco.
—Es lo único que sabes hacer, era de esperarse —le sigo la corriente, a lo
que me mira falsamente ofendido.
—Me hieres, hermanastra de Cora. —Se toma un momento para tragar
—. Sin embargo, puedes compensármelo con algo. Te propongo un juego:
yo te pido que me digas algo y tú contestas lo primero que te viene a la
mente.
Le quiero preguntar por qué, pero me muerdo la lengua y asiento.
—Dime algo que te asuste.
—Las palabras vacías, ¿y a ti?
—Las palabras que significan algo.
Nos sostenemos la mirada con curiosidad. Las palabras vacías son la
definición de una mentira, y la idea de que alguien sienta la necesidad de
mentirme es aterradora porque hace que me cuestione qué tipo de persona
proyecto ser si el otro siente la necesidad de mentir. ¿Cree que no lo
aceptaré de otra forma? ¿Cree que lo juzgaré? ¿Cree que no lo entenderé?
Se supone que si alguien oculta algo, es porque esa persona no tiene la
confianza suficiente para ser ella misma, aunque eso no evita que piense
que no merezco dicha confianza.
La empatía es lo más importante en un ser humano. Que alguien crea que
carezco de ella duele de formas que no sé explicar.
Sin embargo, le doy la razón. Las palabras que significan algo son más
peligrosas que las vacías, por eso no me atrevo a decir la mayoría de las
cosas que pasan por mi cabeza en voz alta, y me asusta lo que dice el resto.
—Dime algo que te entristezca.
—Que me oculten cosas, ¿a ti?
Sus ojos son dos faros que deciden quedarse quietos. Parece que iluminar
una parte del océano haría visible a los monstruos marinos que han salido a
la superficie por una bocanada de aire fresco.
—Tener que ocultar cosas —susurra.
La música viaja sin tránsito alguno, pues los dos volvemos a quedarnos
callados.
Sé que hay algo que no me está diciendo, pero tarde o temprano, cuando
esté listo, lo dirá. Todas las personas que conocí lo hicieron. Mientras tanto,
no me atrevo a presionar porque eso no sirve. Suficiente es que admita en
voz alta que retiene secretos.
Yo jamás podría siquiera insinuar que guardo uno.
Hay cosas que no puedo contarle a los desconocidos porque no los
conozco —pueden inspirar confianza y comodidad, pero no las entenderían
como necesito que lo hagan—, y luego están las personas que quiero, a
quienes tampoco puedo decirles, precisamente porque me conocen. Así que
acuno esos pensamientos y sentimientos contra el pecho; a veces con tanta
fuerza que los siento clavarse en mi corazón. Otras veces, mis brazos se
cansan y los dejo caer. Sin embargo, a mis pies, en mis manos o incrustados
en mi pecho, no me dejan.
No quiero tenerlos conmigo para siempre. Pensar en eso me da ganas de
llorar y hace que me duelan todas las partes que intento sanar.
Se siente como vendar una herida y ver con impotencia cómo la sangre se
filtra. El blanco pasa a ser rojo, pones otra venda y esta sufre el mismo
destino que la anterior. Por un segundo, crees que nunca dejará de sangrar.
El problema es que ese segundo se convirtió en una eternidad.
—Dime algo que te resulte contradictorio —continúa.
—Que haya personas que estén juntas, pero no enamoradas, y otras
personas que estén enamoradas pero no juntas.
Sus cejas alcanzan su flequillo y no entiendo por qué me mira
sorprendido, hasta que recuerdo a Cora. Niego con la cabeza enseguida y
abro la boca. Estoy por decirle que no me refería a ellos, sino en general, y
también estoy por enumerar la cantidad de veces que dije algo lindo de la
pareja que forman para respaldar mi respuesta, pero se me adelanta:
—A mí me resulta contradictorio que transmitas tanta seguridad para el
resto y aún así tengas tan poca para ti misma.
La canción en la radio está por llegar a su fin cuando digo:
—Esa es una suposición.
—Si no fuera verdad, dirías que es una mentira. —Ríe.
Jaque mate. Cierro la boca.
Con una sonrisa de autosuficiencia, se termina la dona mientras
observamos a través del parabrisas a las niñas corretear por la orilla del lago
con Arlo y Timmy haciendo un pésimo trabajo para mantenerlas bajo
control. Las tres se quedan quietas cuando Liv pega un grito, imponiendo
orden y respeto.
—Dime el nombre de alguien que extrañes, Gretha.
—Charlie.
Me entrega una sonrisa ladeada mientras se limpia las migajas de las
comisuras de los labios con la manga de su abrigo. No debo decirle que es
el chico del que hablamos en mi habitación.
—Dime algo sobre Charlie.
—No puedo olvidarlo.
—¿Y por qué deberías hacerlo?
—Porque si no lo quito de mi cabeza, no habrá espacio para nadie más.
Ni siquiera para mí.
Pasó un año y aún me aferro a la idea de que volverá, como si fuera un
ave migratoria y su regreso dependiera de las estaciones.
—Tienes suerte. Que alguien esté en tu cabeza no significa que esté en tu
corazón, y es ahí donde van las personas que amamos en el presente. A
veces confundimos el amor de un recuerdo con lo que sentimos.
Recuerdos. Tengo cientos de esos, y en la mayoría de los que me hicieron
feliz, siempre aparece él.
Una noche hace unos años, estaba en una fiesta. No bebía alcohol, así
que fui a la cocina por agua. Ahí había un chico sentado en la encimera.
Bajó la mirada en cuanto entré, pero ya había visto que la gravedad estaba
luchando para hacer caer sus lágrimas de una vez.
Podría haber fingido que no lo vi. Podría haberlo ignorado porque no lo
conocía. Sin embargo, en cuanto a personas rotas y a mi corazón se trata, es
magnético: me acerqué y negó con la cabeza, advirtiendo que no quería
hablar.
Usualmente no se me ocurriría invadir el espacio personal de un
desconocido —de nadie, en realidad— mucho menos cuando no parece de
acuerdo con la idea, pero en ese momento no tomé una decisión. Fue algo
automático. Un instinto. No pensé, solo lo abracé despacio para que supiera
que me separaría si así lo decía.
Ni fuerzas para tensarse tuvo. Sentí su suspiro en mi cabello. Su aflicción
era tanta que cerré los ojos en el intento de no llorar a pesar de no saber su
nombre y mucho menos su historia.
—Me abrazas como si me quisieras y ni siquiera me conoces —
murmuró.
Cuando me aparté, no supe si había cambiado de opinión y quería tener
una conversación al respecto. Dudé porque siempre lo hago. Busqué
respuesta en sus ojos, pero hablaban en un idioma desconocido, así que
retrocedí. Cuando di media vuelta, añadió:
—Quédate. Quiero que me conozcas.
Analicé las oraciones.
—Eso implicaría que quieres que te quiera —bromeé para que su dolor
no fuera lo único que ocupara espacio entre nosotros.
—¿Tan malo sería querer algo así? —dijo entretenido, sorbiendo por la
nariz.
Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro tal amanecer por el Este.
—No me conoces.
—Si te quedas, lo haré —objetó.
Lo hice. Me tendió su mano y se presentó como Charlie. Luego, guardó
silencio. No le dije cómo me llamaba porque sabía lo que sucedería en
cuanto lo hiciera. Tenía el presentimiento de que no existiría boleto de
regreso, y mi parte lógica retuvo mi nombre:
«¿Segura?», preguntó. «Cuando no puedas hacer retroceder su dolor, te
quebrará verlo consumirse por él. Sentirás más impotencia que alegría.
Llorarás más de lo que reirás. ¿De qué sirve acompañar a alguien cuyo
destino, por elección, siempre será una ciudad mental rota y llena de filos
con los que cortarte aunque no tenga intención de hacerte sangrar?».
Pensé que las heridas se curan. Los filos se liman. Las personas deciden
ser felices cuando se hartan de la infelicidad, pero a veces necesitan
compañía. Sin nadie que les recuerde que existe más que tristeza, que
pueden más de lo que creen, que son más de lo que piensan... Sin nadie a su
lado, tal vez terminen por creer que merecen habitar en ciudades rotas.
Y su corazón, ese lugar al que llamaba ciudad, podía arreglarse. Solo
precisaba de las herramientas para hacerlo.
Como Sawyer, quien parece estar en plena reconstrucción.
—Si él regresara, ¿sería una opción? —pregunta el susodicho.
Lo miro con el ceño fruncido. No sé cómo explicarle lo que siento, pero
recuerdo algo que escribió papá. Saco el teléfono de mi abrigo y busco
entre los emails intentando que no note el temblor de mis manos.
Le paso el móvil y bajo el volumen de la radio, donde el locutor
promociona colchones en oferta.
De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 19
—Siempre serás mi primera opción.
Había esperado años para oírla decir aquello, pero en cuanto la
escuchó, la esperanza se terminó de romper. Se suponía que esas palabras
solucionarían cada problema, y así lo hicieron, aunque de una forma
distinta:
—¿Sabes cuál es el inconveniente? —Dejó ir sus manos—. En tu cabeza
hay más de una persona. En la mía solo estás tú. Si sintieras lo que yo por
ti, no me considerarías una opción.
Dolió. Había esperado la oportunidad de estar con ella por tanto tiempo,
que jamás se planteó que sería él mismo quien destruiría lo que más
anhelaba. Sin embargo, bajo los fragmentos del corazón roto que poseía, se
hallaba la tranquilidad de haber hecho lo correcto.
Las cosas eran opciones, no las personas. Alguien podía tener apego por
un objeto, pero no amarlo como se ama a una persona.
Y Cristoff merecía ser amado. Todos merecían sentirse como un destino,
fueran o no el final. Para sentirse una parada, mejor quedarse en casa. No
todas las aventuras lo valían.
Con galaxias de amor, Fisher 1.
—No lo sé, pero espero no toparme con opciones ni ser la opción de
alguien más —explico.
Sawyer me devuelve el teléfono y no dice nada más hasta que salimos de
la camioneta.
—Te vendría bien un descanso.
Ni siquiera despego la vista de mis apuntes cuando Arlo se sienta a mi
lado en el tronco y toma una dona de la canasta, aunque por la vista
periférica veo que tomó una del centro de la fila, no de los bordes. Eso
causa un efecto dominó y todas quedan ligeramente inclinadas hacia la
izquierda.
—Me vendría bien una beca completa en la universidad —replico
intentando releer un párrafo.
Escucho sus incisivos despedazar el bollo de panadería. Sus dientes
chocan y la saliva lo hace chasquear la lengua. Intento ignorarlo, pero no
puedo. Empieza a picarme el antebrazo y cambio las piernas de posición
dos veces.
—Tú no sabes quién eres sin tus sueños y yo no sé quién sería con ellos.
Estamos tan jodidos.
Suspiro y dejo caer los apuntes sobre mi regazo.
Arlo no piensa en el futuro lejano, solo en el inmediato. Su situación es
tan mala que a veces ese futuro no abarca más que sobrevivir al día
siguiente. Su meta es terminar la secundaria y en cuanto cumpla 18 irse de
casa. Fugarse en medio de la noche si hace falta, y no volver a hablar con
ninguno de sus progenitores.
Si se quedara, a pesar de su bajo promedio, sus padres podrían hacerlo
entrar a una buena universidad y no tendrían problema en pagarla completa.
Mientras él tiene los medios y no los padres que necesita, yo tengo los
padres pero no los medios que necesito.
Es curioso que lo que a uno le sobra, a otro le falte. A veces las personas
sostienen que damos por sentado lo que tenemos en abundancia y vivimos
quejándonos de lo que carecemos, pero a veces aquello que te falta es algo
vital: padres, en su caso, y educación, en el mío.
Hay que ser agradecidos, coincido, pero nadie debería hacerte sentir mal
por lamentar una circunstancia que te imposibilita vivir como quieres y
mereces.
Estancarse en el lamento es diferente.
Imponer una cultura positiva puede ser tan peligroso como imponer una
negativa. No podemos sonreír todo el tiempo. Es literalmente imposible. Se
te acalambrarían los músculos, estornudarías o algo rompería la expresión.
Tampoco podemos llorar sin parar. Nuestro cuerpo no lo permitiría. Por
algo no podemos hacer esas cosas de forma infinita.
Tiene que haber un equilibrio, aunque en muchas ocasiones no se sienta
como uno, entre lo que lastima y lo que sana; lo que nos hace tristes y lo
que nos trae felicidad. Sin opuestos, nada existe.
—Algún día no estaremos tan jodidos —prometo.
Cuando traga y se limpia las migajas del pantalón, mi exasperación
disminuye. Inhalo hondo y comienzo a acomodar las donas para que queden
de forma vertical y alineada.
—Ellos no parecen tan jodidos. —Hace un ademán a su camioneta,
donde están Gretha y Sawyer charlando.
Nos quedamos observándolos un rato.
No confío del todo en ese trasero blanco. Hay algo que no me gusta, pero
no sé identificar qué. Es como cuando olvidas empacar algo y sabes que te
falta una cosa, aunque no cuál. Me estresa no hallar el problema.
Por momentos me digo que tal vez no hay ningún problema y solo estoy
siendo paranoica.
—Siento que la lastimará, sea queriendo o sin querer —confieso—.
¿Crees que Timmy, tú y yo tenemos tantos problemas que impusimos una
moda y Gretha quiere tener uno ahora?
Arlo resopla y está por tomar otra dona del medio de la caja hasta mi
mirada lo intercepta y su mano queda suspendida en el aire. Dirijo mis ojos
al bollo del extremo y capta el mensaje. Cuando lo toma, la fila sigue
intacta y en perfecto estado. Mi antebrazo deja de picar y relajo las piernas.
—Gretha es la mejor persona que conozco para manejar problemas —
replica—. Por eso no tiene ninguno más que a su hermanastra gruñéndole
como un mapache rabioso y el hecho de que no sabe decir que no.
En cuanto lo suelta, se arrepiente. Se le nota en la forma en que vacila
para volver a hablar:
—Oye, eso no...
—Lo sé —susurro para calmarlo.
Con otra persona y en otra circunstancia, hubiera protestado y defendido
a Gretha. Ella nos enseña a no minimizar nuestros problemas y sería
hipócrita minimizar los suyos. Sin embargo, Timmy cayó en el pozo de la
depresión porque sus padres pretenden que no existe, por lo cual se estaba
automedicando a escondidas; el padre de Arlo saca la mierda de él a los
golpes mientras su madre no hace nada al respecto, y la presión académica
de la mano de una injusticia de la que no me gusta hablar me llevaron a
desarrollar un trastorno obsesivo compulsivo.
O al menos eso creo que es, pero temo ir con un profesional porque eso
conllevaría que mis papás se enteren.
Si se enteran, querrán que lo trate.
Si lo trato, debo quitar presión de mis hombros, y no puedo hacerlo. No
ahora. Tengo que conseguir una buena beca. Luego, lo trataré.
Gretha no tiene esos problemas. Tampoco uno como Sawyer, quien
perdió a su hermana.
—¿Qué crees que puso en el papel? —pregunta Arlo.
El día que llegó con un frasco vacío, además de pedir que dejáramos
frases, titulares de diarios y palabras sueltas, nos pidió una confesión.
«Escriban sobre aquello que los rompió», dijo.
Hasta ahora, ninguno de nuestros papeles salió a la luz.
—El día que lo saquemos, lo averiguaremos. —Me encojo de hombros
—. Pero si fuera tan grave nos lo hubiera dicho o lo notaríamos.
No afirma ni niega lo que digo. Miramos en dirección a la camioneta en
un silencio cargado de preguntas. Recuerdo la última crisis que tuve, a la
que llamó eclipse y me dijo que yo era el sol.
—La conozco hace mucho tiempo y jamás se quebró —reconozco.
—Es porque somos un bote y ella es el viento.
—Pero tiene que quebrarse en algún momento. Por algo. Por alguien. Por
sí misma.
Arlo me regala una sonrisa muy pequeña.
—No puedes pedirle al aire que se quiebre. Solo que cambie de dirección
y sople con más o menos fuerza. Tal vez, que se quede quieto. Pero el aire
no deja de ser aire, Liv. Ella empujará el bote para alejarlo de cualquier
tormenta, la suya incluida.
¿El viento se cansa de ser viento? ¿Debería hacer algo o hablar con...?
—¡Maldita sea! —chillo cuando mis apuntes salen volando de mi regazo

¡Hola, paragüitas!🥰
ante una ráfaga de aire.
Díganme qué fue lo mejor de su 2020 y qué cosas
esperan con ansias del 2021. Además, ¿les gusta el café? ¿Dulce o amargo?
¿Con o sin leche?
Si ven errores, mis disculpas. Apenas tuve tiempo de revisar el capítulo,
pero la historia significa mucho para mí y no quería que pasara mi

creen que tengo? 😂


cumpleaños sin actualizarla. ♥️ ¿Ustedes cuántos años tienen? ¿Cuántos

1. ¿Hay alguien que estén intentando superar pero no puedan? (Sea de


forma amistosa, familiar o romántica)
2. Díganme algo que los asuste mucho
3. ¿Crees que Liv y Arlo están minimizando problemas o siendo
realistas? ¿Cuál fue tu parte favorita del capítulo?
4. Díganme algo que los haga feliz, aunque sea mega chiquito
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
18. Primer paraguas roto: Liv

El conejo de Arlo se metió en el bolsillo de su chaleco. Le veo mover la


cola cuando tomo asiento en la ronda.
No es mi ser vivo favorito.
Liv y Sawyer tienen las manos suspendidas en el aire ya que sostienen la
lana con la que Gretha y Arlo tejen las nuevas bufandas para mis hermanas.
Las niñas están sentadas en los troncos junto al agua. Discuten la teoría de
si Bob Esponja podría vacacionar en este lago.
No pescamos nada de momento, así que es muy verosímil para ellas: el
buen Bob advirtió a sus amigos peces sobre nuestra llegada, así que todos
están escondidos. No arruino sus ilusiones y les confieso que el verdadero
motivo por el que no pescamos nada es debido a que Venecia no se despegó
del frasco de lombrices y se niega a entregarlas porque se encariñó con
ellas, así que no hay carnada con la que pescar.
Intento seguir el hilo de lo que hablan los chicos, pero mis pensamientos
no me permiten concentrarme. Cuando lo hago y digo media sílaba, Liv
alza la voz para continuar hablando.
Me lleva mucho tiempo reunir el coraje para dejar de lado el miedo a
sonar tonto al abrir la boca. A veces, horas y decenas de temas de
conversación enteros. Cuando logro hablar y alguien me interrumpe, siento
que lo que tenía para decir no era importante. Mucho menos interesante.
Era olvidable y vacío porque soy una persona aburrida a la que no vale la
pena escuchar.
No objeto cuando hablan sobre mí y me quitan el micrófono invisible ya
que se hizo costumbre y los hábitos son difíciles de romper. En las
ocasiones donde alguien nota que me interrumpió, pide que termine el
comentario. Suelo negar con la cabeza y asegurar que no era nada relevante.
Le sonrío para hacerle saber que no tenía importancia. Luego, le hago
una pregunta para que no insista en que continúe hablando, porque por más
consideración que haya tenido, siento que es pura cortesía y no hay
verdadero interés en querer saber qué pensaba.
Me da vergüenza porque parece que se trata de una oportunidad por pena,
y generar eso en alguien es humillante, por lo que prefiero el silencio o
hacer un millón de interrogantes y que hablen de sí mismos o escuchen su
propia voz, porque al menos sé que eso les interesa, lo cual no está mal...
Generalmente.
Tal vez me equivoco. Es muy probable. ¿Pero qué se puede esperar que
piense de mí mismo si cada vez que abro la boca, otro también lo hace?
Cada ocasión. Casi sin excepción.
Lo peor es cuando intento hablar de algo que es importante para mí o que
me cuesta mucho, y aún así continúan interrumpiendo una y otra vez.
Cuando lo hacen con asuntos triviales el dolor no es tan grande, pero con
cosas que importan, sí.
Mis amigos no suelen interrumpirme, aunque a veces sucede porque es
normal. Los que lo hacen constantemente son mis padres. Pensar en ellos
me hace lanzar una pregunta cuando el grupo queda en silencio:
—¿Alguna vez sintieron que los quieren solo por lo que pueden dar?
La cola del conejo de Arlo desaparece y asoma la cabeza en su lugar. Sus
orejas se levantan como si estuviera interesado en el tema. Mientras tanto,
siento los ojos del resto sobre mí.
—Porque siento que me aman por lo que puedo ofrecer, por la forma en
que los hago sentir, porque siempre estoy ahí para apoyarlos y facilitar sus
vidas... Y sé que eso es en parte lo que soy, pero no lo es todo. —Subo y
bajo el cierre de mi sudadera mientras estudio el lago y las ondas que se
expanden cuando las niñas intentan hacer rebotar las rocas en el agua—. La
otra mitad de las cosas que me hacen yo, las que no tienen nada que ver con
ellos, ni siquiera las notan. Y duele, porque yo amo las dos partes de ellos,
no solo una. O las amaba, no lo sé. Solo estoy cansado y no estoy seguro si
dejé de verlas o han desaparecido porque cambiaron.
Las orejas del conejo decaen como si sintiera mi tristeza.
No me cae tan mal. Creo que me escucha y es más empático que mis
padres.
Dicen que querer a las personas es gratis y no conlleva sacrificio, pero en
realidad hay un precio a pagar y mucho que sacrificar.
Creo que los sentimientos son como una tabla de puntos. El amor suele
estar en primer lugar, aunque a veces hay sucesos que hacen escalar a la
desesperanza, a la tristeza, a el pesimismo, al enojo, a la decepción…
Intentamos que el amor continúe primero, pero puede bajar de lugar en la
tabla según las circunstancias ya que todo campeón debe sufrir una derrota.
Usualmente, recupera su puesto con rapidez. Sin embargo, si las personas
alimentan con puntos a los sentimientos equivocados, podemos cansarnos
de luchar y dejar que el amor baje y baje. No que desaparezca, sino que se
empequeñezca en comparación al dolor que sentimos.
—La forma en que tiras de los cordones de tu sudadera para ocultar tu
rostro cuando algo te avergüenza me parece asquerosamente adorable —
suelta Arlo sin apartar los ojos de la bufanda.
—A veces me pregunto de dónde sacas todos esos datos curiosos. Me
sorprende que puedes recordarlos todos y aún así que haya espacio para
más aquí adentro. —Liv da dos toquecitos a mi sien y deposita la lana
enrollada alrededor de mi cuello, como un collar—. Creo que eres más listo
que yo, y eso es decir mucho.
Bufo. No existe persona más inteligente que Liv.
—Y a pesar de ser un poco olvidadizo y desastroso, siempre le alcanzas
las cosas a las personas antes de que puedan siquiera pensar en pedirlas. —
Sawyer sonríe y rodea sus rodillas con los brazos, sin soltar la lana—. Y
estás lleno de lunares, eso vuelve locos a los chicos.
Escondo el rostro entre las manos al sentir las mejillas y el cuello
enrojecido. Gretha se pone de pie y toma asiento a mi lado para estar más
cerca de la lana. Se inclina hacia mi oreja para susurrar:
—Creo que tienes un universo de cosas preciosas atesoradas en el pecho,
y cada vez que tu corazón late, saltan a la superficie.
Separo los dedos para verla entre ellos y choca muy despacio su hombro
contra el mío
—No podemos cambiar cómo te ven o se comportan tus padres, mucho
menos cómo te hacen sentir —lamenta—. Eso es algo que deben arreglar
los tres, pero mientras tanto, te recordaremos las veces que sean necesarias
cuánto te queremos por ser simplemente tú, Timmy.
Tal vez Gretha tiene razón. Puede que no me quieran solo por lo que
puedo ofrecer. Si lo pienso bien, a ella nunca ofrecí nada y aún así está a mi
lado diciendo que estoy hecho de universos hermosas a pesar de que no
puedo verlos.
Dejo caer las manos en mi regazo cuando me sonríe con los labios
apretados.
—Me haces creer en cosas que no creía.
—¿Dios? —adivina.
—Nada tan importante, pero me haces creer en mí.
—Para mí, tú eres así de importante.
Es la única persona que conozco que puede compararte con dioses y de
verdad creer que eres así de asombroso.
—Yo sí me creo un Dios —se entromete Sawyer, a lo que Liv pone los
ojos en blanco y Arlo resopla. El novio de Cora mira entre ellos falsamente
ofendido—. Vamos, chicos, al menos admitan que luzco como uno.
Nadie le responde, aunque Gretha reprime una risa. El chico deja la lana
que sostiene para Arlo y gatea hasta dar con el frasco de frases. Ya se
familiarizó con el ritual, por lo que lo abre con confianza.
—De acuerdo, en el fondo estoy seguro que admiran mi belleza, pero
podemos hablar de lo que hay aquí… —Revuelve los papeles antes de sacar
uno y leer—: «Lo que me rompió fue ver mi futuro destruido en mi presente
y mi presente cayéndose a pedazos. Mi pasado lloró porque se había
esforzado para construir ambos y no quedó más que una pila de sueños
rotos que no estaba segura de cómo reconstruir.»
Sawyer frunce el ceño. Si fuera un papel cualquiera, diría el autor o la
fuente sin hacer esa expresión.
Pero no es un papel cualquiera.
«Lo que me rompió».
—No dice quién lo escribió. —Da vuelta el papel, extrañado.
Mis ojos se trasladan a Liv, donde ya están puestos los de Gretha y Arlo.
—Es porque yo lo escribí. —Extiende la mano para que le entregue la
nota.
Liv apoya el papel sobre su pierna y lo estira, molesta por las arrugas.
Inhala hondo en el silencio comprensivo que le otorgamos, y exhala tan
despacio que es como si quisiera asegurarse de expulsar hasta la última
molécula de oxígeno de su cuerpo.
Como si no quisiera recordar.
Como si no quisiera respirar.
El año pasado...
Bianca, la profesora de Historia, es mi favorita.
Siempre me llevé mejor con los adultos que con la gente de mi edad, pero
jamás había conectado con uno como si los años que nos separan ni siquiera
existieran.
Bianca no me subestima por tener 16. No usa esas frases que suelen
dedicarme el resto de los profesores, con bufidos de por medio:
«Estás aquí para aprender, no para enseñarme cómo hacer mi trabajo».
«Eso lo estudiarás más adelante, no te subiré la nota o me deslumbrarás
por saberlo ahora, lameculos».
Bueno la parte de ser lameculos no la dicen, pero viene implícita.
«¿Puedes dejar que el resto de tus compañeros responda, por favor?
Somos conscientes de que sabes la respuesta».
A mí tampoco me gustaría que me digan cómo hacer mi trabajo, pero si
tengo una falla y estoy transmitiendo conocimiento de forma equivocada, sí
quisiera saberlo. ¿Y por qué debo leer el mismo libro 5 veces cuando ya me
lo sé? Se supone que tienen que alimentar mi hambre de curiosidad, no
restringirla con la excusa del tiempo. Cada quien aprende a un ritmo
distinto. El mío es rápido y la escuela tiene que moverse conmigo, no yo
con ella. Lo mismo para los estudiantes que tienen dificultades: no pueden
apresurarlos, presionarlos y hacerlos sentir tontos por no entender algo.
Deben reducir la velocidad, es tan lógico que resulta estúpido tener que
explicarlo.
¿Estudiar para deslumbrar? No, estudiar para tener un futuro que me
haga sentir orgullosa. ¿Dejar de levantar la mano? ¡Pues nadie está
respondiendo y se debe a que enseñan de forma errónea! ¡Le tienen miedo a
los profesoras, y no le hablas a un oso polar hambriento! Sino, los
estudiantes se aburren y es porque no enseñan el contenido para aplicarlo o
entender la vida cotidiana.
Obligarlos a hablar puede funcionar para anotar un signo positivo o
negativo en un papel, pero para nada más. ¿No ven sus caras? Solo quieren
ir a sus casas, ¡y la mía dice que quiero quedarme aquí porque me da más
miedo no tener un futuro que enfrentar a un profesor malhumorado con cara
de papa!
Bianca es diferente.
Ella quiere escuchar nuestras opiniones y nos habla como iguales, no
como si fuera una diosa y nosotros sus súbditos. Nos da tips para la futura
época universitaria, y por la forma en que cuenta anécdotas, puedo decir
que ese fue uno de los mejores tiempos de su vida. Sin embargo, mantiene
nuestro pies en la tierra respecto a lo difícil que es.
Hace meses que estoy en su clase. Al finalizar la hora de Historia, suelo
quedarme con ella en el aula. Sabe que quiero ser abogada. Sabe de mis
miedos. Sabe de mis inconvenientes económicos.
Sabe tanto de mí, que cada libro que me recomienda parece perfecto para
el tipo de problema que estoy atravesando. Eso es un nivel de conexión
muy alto.
Mi madre trabaja en la cafetería, así que nos trae el almuerzo. Papá es
conserje y siempre que limpia los corredores asoma su cabeza por la puerta
y nos advierte que la comida se nos está enfriando por charlatanas.
Amo a mis padres y aprecio todo el esfuerzo que hacen por mí, sobre
todo por mi futuro. Sin embargo, hay cosas que no puedo hablar con ellos.
No es que sean tontos y no las comprendan, sé que podrían con esfuerzo,
pero su educación fue…
No fue suficiente.
Bianca dice que cada quien es listo de una forma única y creo lo mismo.
Con solo oler lo que hay dentro de una cacerola, mi madre sabe
exactamente qué contiene y puede escribirte la receta entera. Papá es un
profesional de las manchas, y no hay vecino del barrio que no toque nuestra
puerta desesperado al mancharse la ropa estando a punto de salir. Ambos
dominan a la perfección el arte de levantarte el ánimo, y esa es una cosa por
la que muchos matarían.
Mis padres son magos, pero de un elemento diferente al que yo poseo. En
cambio, Bianca puede ser mi tutora porque compartimos el mismo. Es
capaz de enseñarme a hacer sentir a mis padres orgullosos, como ella hizo
sentir a los suyos al ser la primera persona de su familia en asistir a la
universidad. ¡Incluso les compró una casa antes que comprarse una para sí
misma!
Quiero eso, y al fin y al cabo, mis progenitores también: no desean que
su hija sea agua.
Quieren que sea fuego.
Esta mañana tuve mi último examen del año, el más importante para mi
promedio en Historia. Fue emocionalmente difícil ya que antes me dijeron
que existe la posibilidad de que no puedan reunir el dinero necesario para la
universidad a tiempo, a pesar de que ya tienen bastante.
Sé que me fue bien, pero cuando la profesora envía un mensaje para que
nos encontremos antes del juego de fútbol americano —sé que no es ético
que un profesor y un estudiante intercambien textos de forma informal,
sucede que jamás una hora en la escuela nos alcanza para todo lo que
necesitamos— creo que me superé a mí misma o que quiere animarme por
el tema económico.
A través del cielo gris se cuelan los últimos rayos de sol por la ventana
del aula. Sonrío cuando escucho el característicos repiqueteo de sus
tacones.
Seguido de un golpe.
Me sobresalto cuando mi examen golpea el escritorio que hay entre
nosotras con un chasquido furioso.
—¿A qué mierda estás jugando?
Me quedo helada.
Tiene los ojos enrojecidos e hinchados, evidencia que estuvo llorando el
último par de horas. Su aspecto arreglado es más bien desgarbado ahora,
con la camisa parcialmente fuera de la falda y solo una manga arremangada
hasta el codo. Varios mechones se salieron de su cola de caballo.
—¿De qué estás…?
Se acerca hasta que me veo obligada a levantar el mentón para sostenerle
la mirada.
—No te permití conocer mi vida privada para que te burlaras de ella. —
Sus ojos se cristalizan pero su voz es firme—. ¿Cuándo empezaste a
descargar tus problemas de dinero en cosas infantiles y crueles? ¿Cuándo
demonios te desviaste del objetivo de llegar lejos para caer tan bajo, Liv?
Mi pulso se acelera. No sé qué está sucediendo, pero lo odio. Detesto que
mi única aliada en este lugar crea que soy su enemiga cuando no haría nada
para lastimarla.
—No sé de qué hablas, pero no hice nada, lo juro.
Toma el examen y me lo tiende.
—¿Nada? —repite incrédula—. Lee en voz alta la última página, por
favor. Refresquemos tu memoria.
Vacilo pero obedezco al final. Me aclaro la garganta mientras paso las
páginas con manos temblorosas. Entonces me encuentro con un texto sobre
el multiple choice.
—«Este día ha sido una mierda, más que el resto. Sin embargo, aquí
estoy: cumpliendo con mi deber y este estúpido examen lleno de contenido
básico. Mis ojos se cierran porque apenas dormí. No veo la hora de regresar
a casa. Diría que tú deseas lo mismo, pero no debes querer volver al lugar
donde tu esposo te fue infiel, lo cual te llevó a tener un humor de perros
hoy. Nunca te vi con esa cara, y eso que te he visto muchas veces. Supera a
ese imbécil que los hombres no lo valen. Hazte…»—Mis dedos están tan
tensos sobre el papel, lo estiro tanto que comienza a romperse.
—Termínalo —ordena.
Niego con la cabeza y me lo arrebata para hacerlo ella misma:
—«Hazte hacer un anal con un dildo y cambia la cara, Vilma».
Continúo negando y va a la primera página, donde se lee mi nombre.
—No fui yo. Jamás te diría algo así, lo sabes.
—¿En serio? —Su voz se apagó con una mezcla de pesar y enojo calmo
—. Porque parece tu letra, y todas las respuestas del examen están bien.
Ambas sabemos que ninguno de tus compañeros acertaría todas. Tú eres la
única que me tutea y conoce mi segundo nombre. Eres la que tuvo un día
terrible con la noticia de la universidad. Eres la que cree que el contenido de
la clase es básico, razón por la cual le doy libros extracurriculares. Eres la
que tiene problemas para dormir antes de los exámenes, la que sabía que las
cosas con mi esposo no marchaban bien y la que más veces me ha visto la
cara en toda la escuela. Eres la que dice que los chicos no lo valen y la que
hizo un proyecto en Educación Sexual para enseñarle a las jóvenes que no
deben avergonzarse sobre el autodescubrimiento corporal. —Hace una
pausa y mira el examen para negar con la cabeza, como si todavía no
terminara de creerlo—. No tengo idea de cómo supiste que mi marido me
engañó, pero esto… Esto es inaceptable. No hago que te expulsen solo
porque todavía te aprecio, pero de ahora en adelante, eres un número más
para mí.
Me mira tan decepcionada que me doy vergüenza a mí misma a pesar de
que no hice nada.
Parece sencillo tener amigos a mi edad, pero no lo es. En general es
difícil encontrar a alguien que te entienda y a quien entiendas a tal punto en
que todo, incluso lo incómodo, se sienta cómodo. Es muy difícil hallar a
una persona que con solo una mirada sepas qué piensa, pero aún así jamás
deje de sorprenderte con su forma de pensar.
En conclusión, es complicado contar con otro ser humano al 100%. No es
tan fácil como dicen.
—Ojalá pudieras entrar a la universidad antes de tiempo para no volver a
verte, Liv. —Retrocede todavía sosteniendo mi mirada—. Te irá bien
porque eres muy inteligente, ¿pero sabes qué? La inteligencia no es lo que
te hace una persona decente. Y sin decencia puedes llegar lejos, pero
llegarás sola.
Cuando me da la espalda, añade:
—Estás reprobada, por si no quedó claro.

¡Hola, mis paragüitas apapachables! 💟


Da un portazo que hace temblar todos mis sueños.
¿Cómo están? ¿Qué los trae
estresados? ¿Hamburguesa con o sin tomate? ¿Están comiendo y

😂1. Parte favorita del capítulo + emoji de tu reacción


descansando bien o eso es mucho pedir hoy en día? (Reímos para no llorar).

2. ¿Creen que dos personas de edades muy distintas pueden entablar una
amistad verdadera?
3. ¿Alguna vez sintieron que solo los quieren por lo que dan o por cómo
hacen sentir al resto, como Timmy?
4. ¿Creen en ustedes mismos? ¿Qué tanto del 1 al 100 en este momento
(sabemos que varía según lo que nos sucede)?

💐Con amor cibernético y demás, S. ♥️


Dedicado a caritaashamed
19. Vía Láctea de amor en odio

—Marion, ¿tienes una toallita?


Mi madrastra alza la vista de su lectura y me guiña un ojo. Sin decir
nada, se pone de pie y sube las escaleras. La sigo de cerca.
—Tú eres de las mías. Gretha está metida en ese movimiento ecológico
de la copa menstrual. —Veo rodar sus ojos en el reflejo del espejo al entrar
al baño privado de la habitación matrimonial—. No entiendo cómo le
resulta cómodo tener esa cosa metida entre las piernas. Yo no podría.
Bueno, no se queja de que mi padre se la meta. Es más, parece feliz al
respecto.
No vi a mi madre sonreír así por tal tema desde que soy pequeña. Es un
pensamiento desagradable, pero necesario. Dicen que cuando tu vida sexual
se apaga con alguien, es muy difícil encenderla otra vez y que siga teniendo
el mismo tipo de llama o uno mejor, sobre todo cuando hay viento de
problemas.
—Hablando de Grethalyn, ¿siempre hace viajes improvisados?
Si le dijera a mi padre que me voy de pesca con mis amigos, se reiría en
mi cara. Me preguntaría si es una broma ya que sostiene que las actividades
que requieren ensuciarse no son adecuadas para una chica. La pesca y hacer
arte entran en esa categoría. Incluso la medicina. No quiere que esté en un
quirófano cubierta en sangre y tripas como él, sino que sea pediatra en un
consultorio o anestesióloga, como Marion.
Ni quiera me quiere dejar elegir en qué especializarme aunque haya
elegido una carrera por mí cuando ni empecé la universidad.
Recuerdo oírlo quejarse de que mi madre estaba desaliñada, con pintura
en el cabello y la ropa todo el tiempo. Es irónico ya que fue una de las
razones por las que se enamoró de ella hace 17 años. En algún punto se
habrá cansado de tener a una mujer creativa a su lado, y la reemplazó por la
madre de Gretha: siempre arreglada, en forma y elegante hasta para meter la
cabeza dentro de un armario bajo el lavamanos.
—De vez en cuando. Lo sacó de su padre, Collin. —Levanta las manos
con un paquete de toallitas y lo tomo—. A veces él despertaba y saltaba
fuera de la cama. Corría hacia el cuarto de Gretha como un niño en la
mañana de Navidad. «Astronauta mía, despierta, ¡hoy llevaremos ovejas a
pastar!». —Imita con fingida emoción al incorporarse con una pincita de
depilar—. Eran cosas raras, como una lección de cocina alemana en casa de
la vecina Rosa, quien es mexicana; seguir en bicicleta al cartero para
hacerle compañía o ir a la fábrica de velas a las afueras de la ciudad. —Ríe
con cariño hacia su ex esposo—. Ese hombre es raro, querida. Según él, sus
rarezas eran mera investigación para los libros que un día escribiría, y
arrastraba a Gretha con él.
No tiene que añadir que Gretha amaba ese tipo de salidas. Se nota en la
forma en que Marion sonríe y en la advertencia de mi padre al decir que no
debía entrar al cobertizo del patio.
Ojalá a mi papá le hubiera gustado hacer ese tipo de cosas divertidas
conmigo. Aunque desde mi punto de vista, mi mamá sería Collin. Grethalyn
y yo tenemos algo en común: nunca pudimos tener un lazo igual de fuerte
con ambos de nuestros padres.
¿A todo el mundo le sucede?
Observo a Marion acercarse al espejo y comenzar a remover los únicos
dos vellos casi invisibles que hacen que sus cejas no sean simétricas y
pienso que de igual manera no es lo mismo. Esta mujer es buena. No hace
sentir mal a Gretha por ser como es o las cosas que le gusta hacer. Jamás se
enoja con ella, la presiona o la critica como mi padre hace conmigo. No se
ríe de su hija, le escoge las amistades, la pareja o habla mal de la otra
persona que ayudó a crearla.
—¿No te molesta que ande vagando por ahí con esos chicos?
Uno de esos chicos es tu novio, por cierto.
Frunce el ceño y baja la pincita. Me mira con cautela. No sé si soné como
si juzgara a su descendencia. A veces mi forma de hablar me mete en
problemas cuando en realidad solo me sorprende que no tenga nada
negativo que decir de Gretha.
—Confío en mi hija, Cora. Es la persona más responsable que conozco.
—La piel de su frente se alisa cuando asiento y suspira—. Además, no
sabes el alivio que me da que haya vuelto a tener vida social. Era tan
extrovertida, alegre y parlanchina cuando estaba en el escuadrón de
porristas. Este último año cambió, pero creo que se está reencontrando de a
poco otra vez.
Guarda la pincita de nuevo en su lugar y le da un apretón a mi hombro al
pasar.
Qué suerte. Gretha sabía quién era, experimentó ser diferente y ahora está
regresando a su antigua versión porque le gusta más. Yo ni siquiera me
encontré una vez o pude experimentar ser alguien fuera de las expectativas
de mi padre.
A veces me gustaría dejar de intentar vivir como otros esperan que lo
haga, porque sé que eso no es vivir en absoluto. Es sobrevivir a la sociedad
y a que no te ataque en el camino. En realidad, es una bestia que puede
saltar sobre ti en cualquier momento. Para seguir de pie, no puedes bajar tu
escudo.
Sin embargo, con o sin escudo sientes el golpe de las expectativas. Puede
que no te arrojen al suelo de inmediato, pero en algún momento lo harán.
Hay personas que tienen alas, ya que eso ganas cuando dejas de intentar
ser lo que otros quieren. El peso del escudo queda a tus pies y te alejas de la
bestia con la tranquilidad de que las estrellas —tus sueños— te darán una
batalla para alcanzarlos que valga la pena, en lugar de luchar contra ti
mismo para cumplir una idealización ajena y seguir sobreviviendo hasta la
próxima expectativa, en un ciclo autodestructivo.
El problema es que mi padre me hace sentir que debo ser esta persona
solo porque me trajo al mundo y me mantuvo segura, al menos físicamente,
dentro de cuatro paredes y con todos los lujos incluidos. Con mi madre es
distinto. Ella antepone mi felicidad a las expectativas, pero mi padre solo es
feliz si cumplo con su ideal de hija perfecta.
Sin importar lo imperfecto que sea papá, lo amo. Quiero hacerlo sentir
orgulloso, pero en su mente hay una única forma de lograrlo y es a su
manera.
Mi madre entendió que un hijo es un lienzo en blanco. Al principio, son
los padres los pintores. Sin embargo, es su deber enseñarle al niño cómo
sostener un pincel. En un punto deben ceder el control, porque nunca fue
del todo suyo; fueron como el caballete, un soporte.
Deben permitir que el niño pinte con las manos, salpique pintura, rompa
el lienzo, lo arregle y mezcle los colores que quiera porque es su obra de
arte, su vida, no la de ellos.
A mi padre no le gusta esa clase de creatividad. Quiere que pinte una
réplica de él sin salirme sin siquiera un centímetro del borde.
Miro a Marion desaparecer por el corredor y entro al baño, que es el
único en la casa que tiene pestillo debido a que el del baño que comparto
con Gretha está roto. Lo de las toallitas fue una excusa para meterme en su
habitación, aunque también un plan de escape si sospechan algo.
Saco el test de embarazo que se clava entre la costura de mis jeans y mi
estómago.
Según el instructivo, debo esperar cinco minutos para tener un resultado
claro. Tiene que dar negativo. Incluso si da positivo, no tendré al bebé. No
puedo. Sin embargo, en el segundo caso sé que debo decirle al padre.
Y no sé si es de Sawyer o de Arlo.
Mientras espero una respuesta del maldito palo plástico, entro a la
aplicación del juego por el que nos conocimos y abro el chat:
BellaInW0nderland07: ¿Podemos vernos?
UnDinosaurioOscuro: Una amiga me necesita ahora, ¿estás bien?
Avísame si estás despierta a medianoche y pasaré por tu casa.
—Pero… —Sawyer niega con la cabeza, todavía procesando la
información—. ¿Bianca no te dejó defenderte?
A pesar de las lágrimas que se acumulan en sus ojos, Liv no deja caer
ninguna y le sostiene la mirada al novio de Cora con el mentón en alto.
—Todo indicaba que yo lo había hecho y no hay forma de probar que fue
alguien más a menos que esa persona confiese. —Se encoge de hombros—.
Siempre soy la primera en llegar al aula los días de examen. Recuerdo cada
rostro que pasó bajo el umbral de la puerta, quién se sentó a mi lado, frente
y detrás de mí. Intenté por meses hallar al culpable y hablé con todos, pero
no sé quién tendría motivos para hacerme eso cuando en la escuela jamás
me relacioné con nadie antes de ellos. —Nos señala con un ademán—.
Alguien cambió los exámenes. Asumo que al mío le borraron un par de
respuestas para que tuviera una calificación promedio, porque nadie sacó
una nota así de perfecta.
Alguien lo suficientemente inteligente, una persona que Bianca y Liv
subestimaron, fue capaz de sacar la mayor puntuación. Solo una persona a
quien no le importa la escuela, pero es muy capaz y cruel, estudiaría tanto
con el propósito de meter a Liv en problemas.
Si ella jamás tuvo una discusión con nadie, si siempre fue un fantasma,
¿qué podrían tener en su contra? ¿Quién la estudió a ella y a Bianca en
silencio, vio que compartían algo que era importante para ambas, y decidió
arruinarlo por envidia o lo que sea?
Liv nos contó que alguien había cambiado los exámenes, aunque omitió
lo que habían escrito en el que llevaba su nombre. Jamás dijo que perdió a
la única amiga que tuvo en 16 años. Creímos que solo se llevaba bien con la
profesora, no que la quería tanto.
Siento que me miran. Al levantar la mirada, me encuentro con los ojos de
Sawyer. Se desvían despacio para que los siga y terminan sobre Arlo, quien
escribe algo con rapidez en su móvil antes de guardarlo.
Con sutileza para que el resto no lo note, niego con la cabeza. No es
posible.
Sin embargo, fue el mismo día que Bianca y Liv pelearon que Arlo se
enemistó con su madre y su padre le dio la primera paliza. Me digo que es
una coincidencia. Muchas cosas malas pasaron ese día, por eso nos
conocimos. Además, Arlo nunca estuvo en clase de historia con nosotros
porque los profesores no pueden enseñar a sus hijos.
Aunque los hijos viven bajo el mismo techo donde los profesores
corrigen los exámenes...
Niego con la cabeza otra vez. Él no conocía a Liv. A menos que su madre
le haya contado sobre ella y su relación y él sintiera celos. Aunque conozco
al Arlo posterior al maltrato, no creo que el anterior, ese que tenía buena
relación con sus padres, fuera capaz de eso.
Confirmo que estoy creyendo en la persona correcta cuando el
mencionado aparta la bufanda que estaba tejiendo de su regazo, extiende la
pierna y golpea suavemente su bota contra la rodilla de Liv.
—No podré arreglar la relación que tenías con ella ni atrapar a quien sea
que les hizo esto. —Inclina la cabeza hacia su bolsillo, del cual el conejo
sale para acercarse a la caja de donas como si no hubiera cinco pares de
ojos sobre él—. Aunque me encantaría que Camello le diera un mordisco en
el trasero al responsable, estoy aquí para escuchar y creo que mi madre
tendría que haberte dado el beneficio de la duda. Yo te lo habría dado. —
Vuelve a darle un toque con la bota en otro gesto de acompañamiento—.
Demonios, te daría un riñón sin pestañear, Liv. Y sé que me darías uno a mí.
Siento mucho que las personas sean una mierda injusta contigo.
No hay nada que añadir. Liv exhala como si se quitara la armadura tras la
guerra. No necesita decir que estaba nerviosa de sentirse incómoda
alrededor de Arlo por hablar de Bianca.
Lo toma del tobillo y le da un ligero apretón. Las lágrimas siguen
acumuladas y su sonrisa dice: «La perdí, pero gracias a eso te encontré a
ti». Luego, mira alrededor y se corrige al morderse el labio inferior: «Los
encontré a todos».
El conejo, que rodeaba la caja de la panadería Claire’s Place en el intento
de encontrar una abertura, se cansa y da un salto. Una vez dentro de la caja,
le da un mordisco a una dona.
—Esperen… —Timmy señala con el índice al animal—. ¿Camello? ¿Se
llama Camello? —Sus ojos se agrandan y se pone de pie con una maldición,
tropezando al alejarse—. ¡Niñas, nos vamos! ¡Le pusieron Camello al
conejo!
—¡¿Por qué le ponen Camello si es un conejo?! —grita Venecia con el
frasco de lombrices todavía contra el pecho, a la lejanía.
—¡Es una buena maldita pregunta que Arlo deberá responder! —chilla
Timmy, enojado como nunca.
El dueño del animal se echa a reír. Se incorpora y extiende las manos
hacia Liv para ayudarla a ponerse de pie. No la suelta por unos segundos,
para asegurarle que están bien y que saber lo de Bianca no cambia su
amistad.
Sawyer imita el gesto conmigo, pero niego con la cabeza porque cada
centímetro de mi piel es un copo de nieve y sé que él lleva el sol en las
palmas de las manos.
No sería una sensación linda para él. Se la ahorro y mientras juntamos
nuestras cosas, sigo a Liv hacia el baúl de la camioneta, donde ordena la
caja de pesca, la canasta, las cañas y las mantas como si estuviera jugando
al Tetris.
Cuando quiero saber cuánto significa una persona para mí, pienso en
cómo sería un día sin ella; una semana, un mes, un año, una década.
Imagino cómo habría sido mi vida sin ella para acompañarme en todos los
momentos que estuvo ahí. Pienso en lo que querría contarle y no podría, en
la complicidad que perdería y en el vacío que me dejaría no poder estar a su
alrededor.
Liv se convirtió en lo más cercano a una mejor amiga que tuve. Si ese
dolor imaginario pero tangible que sentí al pensarla fuera de mi vida fue al
menos una pequeña parte de lo que sintió al perder a Bianca, no sé cómo
sigue de pie.
Aunque es Liv Ágatha Judith Archer. Por supuesto que al final siempre
estará de pie.
Me acerco para que solo ella pueda oírme.
—No pretendo reemplazar a Bianca, pero sabes que soy tu amiga y si
quieres hablar más seguido sobre ella podemos...
—Aunque pretendieras, jamás podrías.
Parpadeo y cierra el baúl. Ni siquiera me mira antes de rodear el coche
para volver al lago.
«No lo dijo en mal tono ni con mala intención, Gretha».
«No está diciendo que no eres una amiga lo suficientemente buena,
Gretha».
«No te está comparando con alguien más, Gretha».
Aún así, las palabras se sienten como una herida hecha en casa; crees que
estás seguro ahí, pero rozas el borde afilado de un mueble y comienzas a
sangrar. Intentas no darle importancia, pero puede doler mucho.
Hay heridas caseras que derivan en el hospital.
Incluso creo que las heridas que te haces o hacen en casa son las peores,
se vea el sangrado o no.
A veces siento que por las personas voy al aeropuerto sin importar qué
tan lejos esté. Les doy la bienvenida a quienes llegan. Recojo su equipaje
emocional y conduzco a través de la autopista de su historia, sin perderme
una palabra. Los llevo al teatro, hacia el reflector que tanto lucharon por
alcanzar. Les aseguro que lo harán bien, y sino que ahí estaré con un plan de
escape. No me pierdo ni un chispa de su forma de brillar en el escenario.
Soy la primera en aplaudir y la última en marchar, luego de limpiar. Me
aseguro que lleguen a casa y sean arropados en sus camas para que puedan
soñar con su próximo obstáculo a enfrentar y premio a ganar.
«Brillas como una Vía Láctea de amor en un universo de odio», le
susurro a cada uno.
No espero un agradecimiento. No espero nada a excepción de que no me
hagan sentir mal, y aún así, a veces lo hacen.
Sin embargo, creo que malinterpreto las palabras. Siempre tiendo a
pensar lo peor en mi interior, así que me trago cualquier reclamo o
explicación de lo que me hacen sentir porque existe la posibilidad de que
esté exagerando, y la culpa de ser más sensible que el resto es mía en ese
caso, no de ellos.
A pesar de eso, mi autoconvencimiento se tambalea cuando me subo a la
camioneta y la cabeza de Sawyer se asoma entre los asientos. Ni siquiera lo
vi subirse.
—Escuché lo que te dijo.
Me encojo de hombros.
—Solo está dolida.
—Lo sé, pero, ¿no lo estás tú también?
Apoya el mentón en el borde de mi asiento. Examina mi reacción como
un rompecabezas de cuatro piezas; sencillo de armar, pero para el que aún
así debes pensar antes de tocar.
—Desquitarse con las personas que intentan ayudar solo te hace un idiota
—insiste.
—Los humanos somos idiotas a veces, entra en nuestro top de adjetivos.
Su boca se tuerce en una sonrisa ladeada, en dirección contraria hacia
donde cae el flequillo sobre su frente.
Aprieto las manos en mi regazo. Tengo muchas ganas de apartar su
cabello.
—Tú no eres una idiota con ellos. No deberían serlo contigo. Punto.
¿Sabes qué? —Se echa hacia atrás con decisión—. Si no se lo dices tú, lo
haré yo. El dolor que siente no le da derecho a…
En un movimiento desesperado para que no le diga nada a Liv, quien ya
está lidiando con mucho, me estiro hacia atrás con un chillido muy
impropio de mí. Cazo el frente de su chaleco y tiro de él hacia mí cuando
está por tocar la manija trasera.
Nuestras narices casi se rozan. El silencio inunda el vehículo. Afuera,
Timmy discute con Arlo por ponerle Camello al conejo, Liv toma el rol de
mediadora de paz y las niñas intentan atrapar a la mascota que corretea por
el césped. Sin embargo, sus voces se reducen hasta perderse, o tal vez yo
me acabo de perder en este momento.
Suelto la prenda de Sawyer avergonzada y regreso a mi asiento
repitiendo que lo siento más veces de las que puedo contar. Vuelve a
asomarse entre los asientos, despacio. Su expresión es suave, como un
arcoíris de colores tenues pero aún así brillantes.
—Solo callaré esta vez, hermanastra de Cora —advierte en voz baja.
Asiento y cierro los ojos un segundo. No sé qué hubiera hecho si le decía
algo a Liv.
—Eres tan Vía Láctea, novio de Cora. —Río cuando el pánico abandona
mi cuerpo.
Al mirarlo de reojo, lo veo sonreír a pesar de que no sabe lo que
significa.
—¿Tienes un retraso?
Me quedo helada, con las llaves todavía en la mano y la puerta abierta.
Junto al serio padre de Cora, mi madre tiene un test de embarazo en la
mano y me mira como si una madre pudiera odiar a su hijo.
Sé que no lo hace, pero así me hace sentir.
Mi mirada se desvía a las escaleras a sus espaldas, donde Cora observa la
escena cruzada de brazos. Asiente con la cabeza muy discretamente, como
si tuviera un plan.
En otras palabras: «Di que estás embarazada por mí, Grethalyn».

vida.🥺💕
Hola a mis pequeños humanos que enfrentan esta (difícil, pero bonita)
¿Están bien, mal, más o menos, no saben, excelente...? ¿Les

🤗
gustaría un abrazo? Porque a mí sí. Creo que deberíamos hacer un apapacho
grupal.
1. Ya que la mayoría son lectoras, ¿a qué edad les vino? ¿Suelen tener
síntomas premenstruales? ¿Sufren mucho los días que están en modo

😂😭
volcán? *Inserte un estornudo y la cara de pánico por no saber qué
destrozos hay ahí abajo* /
2. ¿Sienten que en este momento de sus vidas son los pintores principales
del lienzo? ¿Quieren más independencia? ¿Les gustaría no tener tanta ya
que implica muchas responsabilidades? ¿Están haciendo lo que les gusta?
3. Cora es BellaInW0nderland07... Sawyer, Arlo, posible bebé, Gretha,
engaños, mentiras. ¿Cuál fue su reacción? ¿Qué piensan que sucederá?
📑
4. Parte favorita del capítulo o alguna observación de los personajes
5. ¿Les gusta el pescado?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
20. Girasoles secretos

Jamás pensé que le daría la espalda a mi madre mientras estamos en


medio de una conversación seria, mucho menos que la ignoraría. Es lo que
me educaron para que jamás hiciera y me siento terrible por llevarlo a cabo
al correr frente a ella, tomar a la mano Cora, y arrastrarla a mi habitación.
—¡Gretha, vuelve aquí! —grita.
Escucho el repiqueteo de sus zapatos cuando nos sigue por la escalera.
Me apresuro a cerrar con pestillo la puerta de mi cuarto. A pesar de que
quiero salir y pedirle perdón en más idiomas de los que conozco, sé que si
me paro frente a esa mujer y siento la respiración de Cora en mi nuca,
mentiré por ella.
Si me acorralan, no me muevo. Nunca lo hago.
—Por favor —suplico al enfrentarla—. Por favor, no me hagas mentirle.
No hay muchas cosas que comparta con mamá, pero una de ellas es la
confianza en que soy una adolescente responsable. Con todo. «Mi hija es un
ángel» suele decir a quien sea que se cruza en su camino. «Es educada y tan
buena... Jamás me ha traído un problema». No compartiremos pasatiempos
y hablaremos poco, pero está orgullosa de mí, y esa es una de las pocas
cosas hermosas que tengo a la que puedo aferrarme.
Me gusta hacerla feliz en ese aspecto porque no sé cómo hacerla feliz en
los otros, y la idea de romper lo poco que nos une hace que me cueste
respirar. No puedo exhalar. El aire queda atascado dentro de mí y siento que
voy a implosionar porque no logro soltarlo.
—¿Gretha? —Los ojos Cora se deslizan de un lado al otro en mi rostro y
por primera vez un atisbo de preocupación brilla en sus ojos al ver el pánico
silencioso que me abraza—. Lo siento...
Toma mi mano de una forma distinta a como me tocó en el cobertizo,
cuando me arrastró al patio. Hay gentileza en este gesto y eso me reconforta
lo suficiente para exhalar hasta que añade:
—Te tendría que haber enviado un mensaje, pero pasará esto: cuando te
lleven al médico se darán cuenta que no hay embarazo y dirán que es un
atraso normal de tu período, que eres irregular. Solo te advertirán que seas
más cuidadosa. Ni siquiera te castigarán. Confía en mí.
Aprieta mi mano.
¿Pidió perdón por no darme el plan por adelantado? ¿Por eso? ¿No por
ponerme en esta posición?
Siento algo extraño. Estoy tan desacostumbrada al sentimiento que me
toma unos segundos identificarlo: enojo.
Es como si pensara que soy una marioneta para manejar a su antojo.
Creyó que diría que sí solo porque es un favor, pero los favores se piden y
ella ni siquiera preguntó. No se puso a pensar cómo podría afectarme el
hecho de mentir una vez más en su nombre. Esto no es como cubrirla una
noche mientras duerme en otro lugar. Es tan serio que podría involucrar a
un bebé dentro de unos meses.
«Un bebé».
Con ese pensamiento, la chispa de enojo que nació en mi interior se
apaga como la llama de una vela al ser soplada. Intento dejar de lado mis
sentimientos y mis miedo para ver los de ella, y por más que se esfuerce, su
cuerpo la delata: su agarre sobre mí es fuerte, como si fuera lo único a lo
que puede sostenerse.
—¿Dio negativo o positivo?
Mi madre preguntó si tenía un retraso, no me acusó de estar embarazada.
—Eso no impor…
Le devuelvo el apretón. Mi sonrisa es agridulce.
—Si me usarás, al menos deja que sea bajo mis pobres pero aún
existentes términos esta vez, por favor —susurro.
Parpadea como si las palabras le hubieran dado una bofetada. Se zafa de
mi agarre y sus ojos se cristalizan. La máscara de imperturbabilidad cae y
veo a una chica aterrada que traga con dificultad para que al hablar no haya
temblor en su voz.
—Inconcluso. Pero quiero enterarme a solas primero, no puedo... No
estoy lista para que lo sepa el resto, Gretha. No dejé el test a la vista a
propósito ni planeé culparte. Estaba nerviosa y fui a buscar el teléfono para
llamar al… —Niega con la cabeza, como si la simple idea de decir «padre»
le revolviera el estómago—. Para llamarlo a él, y perdí la noción del
tiempo, y luego Marion lo encontró. Entré en pánico.
Mi madre golpea la puerta de mi habitación mientras grita mi nombre,
para que abra. Cora me toma por los brazos. Hay desesperación en su
mirada.
No puedo soportar ver tanto miedo y dolor en alguien. Mi necesidad de
aliviarlo nubla mi juicio aunque sé que el soplo de aire fresco que puedo
darle no será permanente.
—Si es positivo, deberás decirles pronto. Tienen que cuidar de ti, decidas
lo que decidasla voz. —Bajo aún más la voz—. Prométemelo. No harás esto
sola.
No parece querer acceder, pero asiente al final y decido confiar en que
hará lo correcto luego aunque no lo esté haciendo ahora.
Doy un paso atrás y quito el pestillo a sabiendas que sacarla del aprieto
puedo ponerme a mí en uno muy grande.
Una de las consecuencias de bajar tanto de peso, es que mi período no me
viene hace meses. Leí en internet que se llama amenorrea secundaria. Es
como si tu sistema reproductor se apagara a causa de la malnutrición y
todos los desequilibrios corporales. No sé mucho al respecto porque tuve
que cerrar la pestaña del navegador antes de leer todas las consecuencias
que tiene.
Son demasiadas. Son peligrosas.
Si lo leía, iba a asustarme y dejaría de hacer lo que hago.
Sé que mi madre pedirá análisis de sangre en el hospital porque los
resultados para saber si hay embarazo por ese medio son infalibles. Aunque
le aseguren que no estoy embarazada, le mostrarán que hay otros problemas
porque el cuerpo nunca miente y tiene mil formas de manifestar lo que nos
pasa.
De casa al hospital hay 15 minutos en coche.
Ese es todo el tiempo que tengo para intentar salvar dos secretos en lugar
de uno.
22:03
Hey, sé que es tarde (lo siento mucho, mucho, mucho) y que
acabamos de pasar todo el día juntos, pero ¿alguno podría tomar un
café conmigo en la gasolinera a una cuadra del hospital? Paso algo con
Cora.
Empiezo a escribir un segundo mensaje: «No me siento bien. Siento que
voy a...», pero uno de Liv deja mis dedos inmóviles sobre el teclado.
Liv

mañana, resiste. 😂
Seguro que las quejas sobre tu hermanastra pueden esperar hasta

Y maldita sea, apesto a pescado por su culpa, chicos...


Borro lo que estaba a punto de enviar.
Timmy
Nunca estuve muy cerca de una, pero dicen que las vaginas huelen
igual que el pescado. ¿Es verdad?
Venecia dejó el frasco de lombrices en la mesa de luz. Dice que
dormirá con ellas.
Envía una foto de la carnada junto a un despertador de Bob Esponja,
sobre una mesa de luz.
Arlo
Bella dijo que necesitaba hablar conmigo. Es importante. Hablamos
mañana, ¿trato, @Gretha?
Tomen este como mi mensaje de buenas noches.
PD: Sueña con Camello, @Timmy
Observo a mi madre de reojo e inhalo tan disimuladamente como puedo.
Mis dedos vacilan sobre la pantalla, pero me digo que puedo pedir un favor,
e incluso si me siento culpable, puedo compensárselos en el futuro.
«Necesito que me recojan porque si debo continuar en el mismo coche
con mi mamá, me echaré a llorar, por favor. Es serio, no lo pediría si no lo
necesi...»
Timmy
@Arlo, vete a Egipto a pasear a tu Camello
Gracias a todos por estar conmigo y mis hermanas hoy. Se siente un poco
más fácil respirar por ahora.
Liv
Buenas noches, idiotas.
Todos se desconectan. Borro el mensaje. Bloqueo el teléfono. Lo dejo en
el salpicadero, junto a la billetera de mamá.
¿Qué hago? ¿Cómo salgo de aquí?
Me llevo la mano a la clavícula, como si apretar con los dedos el nudo de
temor que reside en la base de garganta pudiera deshacerlo. Siento mi
corazón desbocado. Va tan rápido que temo que pueda deternerse y muera
sin poder pedirle perdón a mamá por mentirle.
Si alguno accedía, al bajarme del coche le pediría que me siga la
corriente. Le haría creer mamá que alguno me necesitaba. Ella sabe que
cada quien tiene sus problemas y por eso pasan más tiempo en nuestra casa
que en la suya. Aunque sería aprovecharme de una de las pocas cosas que
mamá admira de mí —el ser buena con la gente—, era la única salida
temporal que se me ocurrió. Podría haberle dicho que haríamos los análisis
mañana, aparecer en casa con muchos tests de embarazo que dieran
negativos, y así escapar de esa visita alhospital.
El simple hecho de tejer tal mentira en mi cabeza aprieta el nudo en mi
garganta. Una parte de mí se alivia de no haber involucrado a mis amigos
en la mentira, pero otra está desesperada.
«No puedo dejar que se entere».
«No puedo dejar que se entere».
«No puedo dejar que se entere».
No tengo a nadie más a quien acudir. Solo me tengo a mí, y me
demuestro que no soy suficiente otra vez.
—Lo hablamos. —Es lo primero que me ha dicho desde que subimos al
auto—. Lo hablamos cientos de veces. Cuando decidieras hacerlo, serías
cuidadosa. —Está furiosa y decepcionada, se nota en su rígida postura y en
cómo agarra el volante con la fuerza necesaria para que sus nudillos estén
blancos—. No tenías que decirme nada que no quisieras, solo pedirme que
sacara turno con una ginecóloga y hablar con ella. Solo eso, por no decir
usar un condón. —Ríe con amargura—. No te eduqué para que fueras tan
estúpida, Gretha.
De todas las cosas que me han dicho, esta es la segunda que más me
duele.
Mi mano se desliza de mi clavícula a mi cuello, oculto por mi cabello
suelto. Hago más presión, hasta que siento todos los músculos que uso para
tragar moverse bajo mi palma y mis uñas se clavan en mi piel. Quisiera
abrirme la carne y sacarme este nudo.
No aguanto.
Quiero llorar.
Necesito llorar.
Nunca tuve tantas ganas de contarle a alguien que no tuve sexo. Quiero
decirle que confíe en mí, pero no hay forma que pueda decir tal cosa sin ser
hipócrita o revelar la situación de Cora. Conozco a mamá, ella le dirá al
doctor Brown porque aunque son pareja, no llevan tanto tiempo como para
opinar tanto sobre la hija del otro.
Mientras las luces de la ciudad son manchas en movimiento a medida
que avanzamos por las calles desoladas de Sweet Wind, cierro los ojos un
segundo. Intento serenarme para pensar, pero no es hasta que llegamos a la
gasolinera a una cuadra del hospital que se me ocurre algo. Mi cuerpo, que
tembló con ansiedad todo el camino, siente el subidón de adrenalina cuando
dejo caer la mano.
—Detén el auto, por favor.
Niega con la cabeza. Tengo el impulso de abrir la puerta, pero sé que de
hacerlo me llevaría con un psicólogo. O un psiquiatra.
Son profesionales de la salud también, se darían cuenta que algo anda
mal conmigo.
—No te bajarás de este coche hasta que lleguemos y te hagan un análisis
de sangre, ¿me oís…?
—Quiero vomitar —miento.
Frena de golpe. Me mira conmocionada y odio dejarla creer por un
segundo que de verdad estoy embarazada.
Tomo su billetera y bajo del coche. La oigo gritar mi nombre mientras
camino a paso ligero hacia la tienda. Saco un billete de los grandes y se lo
entrego a la empleada en cuanto entro. Sin detenerme, voy hasta la sección
de farmacia y tomo tres tests distintos.
—¿Podrías decirme dónde está el baño? —pregunto apurada a la chica
tras el mostrador—. Y quédate con el cambio.
Me mira confundida. Debe pensar que estoy loca mientras señala con el
índice hacia el exterior.
Le doy las gracias y al salir, veo a mamá viniendo hacia mí. Me apresuro
en atravesar una puerta y luego meterme en uno de los cubículos. Con su
billetera bajo el brazo, echo el pestillo justo cuando intenta abrir la puerta.
—¡Dios mío, Gretha, ¿qué demonios está mal contigo?! —Da un golpe a
la puerta y me sobresalto mientras dejo caer las cajas al piso y me
desprendo los pantalones con dedos temblorosos.
Ninguna dice nada, pero ambas sabemos lo que estoy haciendo.
Escuchamos la respiración de la otra y el incómodo sonido del líquido
saliendo de mi cuerpo. Sus pasos advierten que se aleja, probablemente para
apoyarse contra el lavamanos.
La dejé sin fuerzas hasta para gritarme. Las lágrimas se deslizan por mis
mejillas mientras vuelvo a subirme la ropa interior.
Son los cinco minutos más largos de toda mi vida, pero cuando cada test
da negativo, me limpio las mejillas y salgo, siento que la posibilidad de
salvarme está al alcance.
—No estoy embarazada.
Les muestro los tres, sosteniéndolos en un abanico. Se acerca con los
brazos cruzados. Sus ojos repasan los resultados una y otra vez. Cuando me
mira, prefiero el fuego de ira con el que me quemó el corazón en el coche
que este invierno que deja caer sobre mí.
Niega con la cabeza, exhausta. No puedo soportarlo y le doy la espalda
para desechar los tests y luego ir por las cajas que dejé dentro del cubículo y
depararles el mismo destino.
—No escaparás del ginecólogo. Sacaré un turno para mañana. No puedes
ni puedo llevarme otro susto como este.
—No es necesario. No volveré a hacerlo.
Se ríe en mi rostro y abre el grifo del agua para mí. Tengo miedo que no
crea nada que vuelva a salir de mi boca, y que siempre que diga la verdad,
crea que miento.
—El sexo es un viaje de ida, no de vuelta. Tarde o temprano lo harás otra
vez y necesito que estés tomando la píldora.
Mis manos tiemblan mientras las meto bajo el agua, sin arremangar mis
mangas por precaución. No levanto la mirada porque me avergüenza verme
en el espejo y no quiero que note las lágrimas que siguen acumuladas en
mis ojos por la siguiente mentira que voy a decir:
—No volveré hacerlo porque me dejó.
Es la única forma en que no insista con el tema hoy, pero prefiero mentir
a que me lleve el doctor.
—Lo hicimos y me dejó. No volvió a enviar un mensaje ni a llamar. No
quiero… —Tal vez no es verdad, pero mis ganas de llorar sí son sinceras—.
No puedo hablar de esto ahora. Prometo no volver a ponernos en esta
posición. Aprendí la lección, en serio, por favor.
Eso la calma pero también la hunde en tristeza.
Su mano aparece en mi campo de visión. Cierra la canilla y dejo mis
manos sobre el borde de la porcelana mientras el silencio acaricia los
bordes rotos de nuestra confianza.
—Lo siento por eso, amor —susurra.
«Me odio. Ella no merece esto».
«Me odio. Ella no merece esto».
«Me odio. Ella no merece esto».
Toma unas toallas de papel y luego intenta tomar mis manos, pero niego
suavemente con la cabeza. Las tomo y me seco sola.
—Siento haberte gritado y dicho que no eras… —Suspira arrepentida y
sin poder repetir la palabra—. No lo eres. No te culparía si no quieres
acudir a mí la próxima vez debido a mi reacción. Dios, soy una madre
terrible, pero estaba asustada de...
—Asustarse es lo que hacen las mamás. No lo sientas.
Le sonrío de lado y sus ojos cristalizados no pueden contener dos
lágrimas que ruedan por sus mejillas como un par de bailarines
sincronizados.
Se aclara la garganta.
—¿Cómo se llama el bastardo?
—Charlie.
«¿Por qué dije su nombre?»
—Me gustaría tener una conversación con ese tal Charlie —dice con
rabia contenida.
Tiro las toallas al cesto de basura.
—A mí también —susurro, aunque no son por los mismos motivos que
ella.
Se acerca y acuna mi nuca. Me atrae para depositar un beso en mi frente
y, como es una de las pocas zonas de mi cuerpo que no me incomoda que
toquen, cierro los ojos y disfruto el gesto con culpa.
—Hablaremos de esto mañana. Suficiente locura por hoy. Vámonos a
casa, ¿sí?
Sin embargo, al salir del baño, mientras caminamos de regreso bajo las
luces artificiales de la gasolinera hacia el auto, alguien habla:
—¡Señora Fisher, un placer verla otra vez! Está tan linda como siempre.
Mi suegro es muy afortunado.
Sawyer está sentado sobre el capó de un coche, con una mano enterrada
en el bolsillo de su campera de jean mientras balancea los pies y nos saluda
animadamente con la otra.
Su sonrisa empuja el nudo en mi garganta hasta la boca de mi estómago.
Siento que respiro después de media hora privada de oxígeno.
Me vuelvo hacía mamá, que sostiene la puerta del conductor un tanto
confundida.
—Le envié un mensaje mientras estábamos en el auto. Quería hablar con
alguien —miento, y de todas las mentiras que he dicho esta noche, esta es la
que menos pesa.
Mi madre no refuta. A veces no entendemos el comportamiento de una
persona y no queda otra alternativa que hacerle saber que estaremos para
ella cuando quiera hablar, y si no quiere, seguiremos ahí solo para quererla
sin palabras de por medio.
Al asentir despacio, hace eso: me da espacio. Siente empatía porque en
algún punto ella fue una adolescente y tuvo que lidiar con un supuesto
primer corazón roto. Siento que me estoy aprovechando de la situación,
pero no me veo capaz de subirme con ella al coche después de todas las
falsedades que le solté. Además, confía en Sawyer. Sabe que es bueno con
Cora y lo ha visto asistir a mis reuniones.
—No llegues tarde, ¿sí? —Suspira.
Resisto las ganas de disculparme. Siento que un «lo siento» no es
suficiente. Mañana, y probablemente por un largo tiempo, buscaré mil
formas de recompensarle cada segundo de esta noche, pero ahora apenas
puedo sostener mi propio cuerpo en posición vertical.
Las luces del coche se pierden en la lejanía. El ruido del motor se
convierte en un zumbido, como el de la luz fluorescente sobre mi cabeza
cuando vuelvo a mirar a Sawyer, que se desliza por el capó hasta caer sobre
sus pies y sacar de su bolsillo su teléfono.
—Puede que haya tomado el celular de Timmy y me haya añadido a su
grupo de chat mientras estábamos en nuestro viaje de pesca, y también
puede que haya visto tu mensaje —explica sin que deba preguntar, mientras
caminamos hacia un encuentro en el estacionamiento desierto—. No eres el
tipo de persona que suele pedir cosas, así que pensé que era importante.
Sobre todo cuando aparecieron esos malditos tres puntos para indicar que
estabas escribiendo, aunque nunca enviaste nada más por lo que creo, en mi
corta existencia como tu amigo, que fue arrepentimiento.
Nos detenemos a tres pasos. Somos dos girasoles que, a falta de un sol
hacia el cual mirar, se miran el uno al otro.
Me gusta el cuento de la chica que se salva a sí misma. Lo llevo a la
realidad la mayor parte del tiempo, pero es lindo que por una vez alguien
intente salvarme a mí en lugar de yo salvarlos a ellos.
Sin embargo, no sé qué hacer ahora. No estoy acostumbrada a ser la
persona a la que hay que escuchar. Dicho arrepentimiento por haberlo
convertido en lo que suelo ser para el resto se filtra en mis huesos y los
debilita. Lo rodeo y me apoyo en el coche, absorbiendo la gravedad del
asunto.
—Dios, de verdad te hice venir…
Sus cejas se disparan con diversión y me apresuro a corregir:
—De verdad te hice venir hasta aquí en medio de la noche. —Lo miro en
la espera de que sea mi imaginación y su imagen desaparezca antes de que
la vergüenza me consuma—. Lo sien…
—No acepto disculpas de gente que no ha hecho nada malo, hermanastra
de Cora. —Abre los brazos como si pudiera volar y luego los deja caer a los
lados, como si dijera con burla: «Una lástima, querida».
Su sonrisa no abandona su rostro cuando se apoya a mi lado y
observamos la gasolinera. Está esperando que le cuente qué ocurrió, y una
parte de mí siente que se lo debe por aparecerse aquí a hacerme compañía,
pero decirle lo que sucedió es exponer a Cora y un secreto que no es mío
para divulgar, mucho menos cuando Sawyer está involucrado.
Además, estoy cansada. Si intento explicar cómo me siento, jamás podré
terminar. Me tendría que escuchar hasta la eternidad, porque en este
momento no encuentro fin a las cosas horribles que pienso y siento.
Puedo amar las palabras, pero a veces no quiero leerlas, escribirlas,
escucharlas, pensarlas ni decirlas.
—No quiero hablar —susurro, y me contengo para no pedirle perdón otra
vez mientras miro mis zapatos.
—¿Quieres que hable yo por los dos?
La risa y las lágrimas que todavía estoy luchando por retener hacen que
emita un sonido muy frágil. Su sonrisa disminuye al oírlo, pero no
desaparece.
—Me gustaría quedarme un ratito en silencio.
Se acerca un poco más. Su brazo roza el mío en un consuelo casi
imperceptible.
—Quedarme en silencio contigo suena como el mejor plan del mundo.
Cuando levanto la mirada, su sonrisa se ha ido. Por unos segundos
ninguno se mueve. Estamos tensos, pero cuanto más tiempo pasa, nos
relajamos. Exhalamos al mismo tiempo. Parpadeamos con lentitud.
Apretamos los labios hasta no dejar pasar el aire entre ellos.
Nos damos cuenta que hay algo insoportable en esta situación y nos
giramos hasta que estamos frente a frente. Nuestros brazos se deslizan
alrededor del otro como si ya conocieran el camino.
Es imposible romper el cielo, pero cuando me abraza, así se siente; como
si lo que jamás me hubiera planteado se presentara frente a mi puerta y
tocara el timbre por pura cortesía, porque no tiene pensado marchar incluso
si me niego a invitarlo a entrar.
Esto está mal por cien motivos diferentes aunque se siente bien por otros
mil y sea peligroso por un millón.
Cuando lo miro suceden cosas que no quiero que me sucedan y cuando
me mira suceden cosas que no quiere que le sucedan. El problema es
cuando nuestras miradas coinciden por accidente o tal vez por voluntad. Es
como las olas que regresan al mar; no puedes detener a tu corazón de volver
al lugar que llama hogar. Puedes correr hacia la playa y luchar con la
perseverancia de un ejército para quedarte ahí, pero el agua —este
sentimiento— siempre tendrá más fuerza. Te succionará hasta el fondo de
un océano donde dicho corazón pueda latir con la tranquilidad de quien cree
que nunca le faltará un abrazo.
«Deja de hacer eso, por favor», quiero decir. «Deja de arrastrarme a un
lugar del que no podré escapar si no es liberándome al romperme como
una caracola que al llegar a la costa alguien más deberá querer armar».
«Deja de mirarme como si existiera una oportunidad. Deja de mirarme
como si mereciéramos esa oportunidad. Deja de mirarme porque no tengo
la fuerza suficiente para dejar de mirarte yo a ti».
«Deja de mirarme ahora, porque dolerá más si continúas y dejas de
mirarme después, cuando mis ojos hayan descifrado los tuyos y este
sentimiento se manifieste hasta en el ritmo de mi respiración».
«No quiero que me duela respirar cuando me dejes».
Entierro el rostro en su pecho. Su corazón me habla en latidos que no sé
desentrañar y su calidez me hace sentir como un pedacito de verano en una
estación que invita a arroparse. Apoya la mejilla en mi sien y, por un
momento, sus labios rozan mi piel. Nuestros brazos continúan entrelazados
y apretados, tal agujetas de un zapato bien atado.
Sin embargo, tengo que desatarnos. No podemos seguir caminando
juntos.
—No puedo hacer esto.
Doy un paso atrás. Soltarlo es como sumergirse bajo el agua sin dar una
gran bocanada de aire antes. Sabes que resistirás poco.
—No estamos haciendo nada.
—Tienes razón, pero estamos sintiendo. Eso a veces es peor.
—Sentir no es mentir.

¡Hola, paragüitas!🥰
—Tampoco es exactamente decir la verdad, ¿o sí?
Muchísimas gracias por ser tan pacientes con los
capítulos. ¿Qué los mantiene ocupados/estresados estos días? ¿Sienten que
necesitan un respiro? ¿Pueden dárselo?
1. ¿Están o alguna vez estuvieron enamorados? ¿Cómo se dieron cuenta?
2. Opinión de la escena de Cora y Gretha, ¿cómo crees que va a
afectarlas? ¿Te enojaste con alguna, las dos o ninguna?

4. ¿Qué sienten respecto a Gretha y Sawyer?


Con amor cibernético y demás, S. ♥️
👀
3. ¿Creen que la mamá de Greta reaccionó mal?
21. Extrañar tu voz

Si cualquiera de mis amigos hubiera aparecido, podría hablar sobre Cora,


pero no puedo hacer eso con Sawyer y me siento culpable de que haya
acudido a mi auxilio para no obtener respuestas acerca de por qué
necesitaba ayuda en primer lugar. Sin embargo, respeta mi decisión y no
insiste.
—¿Me acompañarías a un lugar?
Frunzo el ceño y, con la mano en el bolsillo del abrigo, señalo hacia su
auto.
—Creí que me llevarías a casa.
Es peligroso que compartamos tiempo, mucho más ahora que expusimos
la existencia de una fuerza desconocida que nos empuja el uno hacia el otro.
Pienso en Cora. Ella está asustada y Sawyer debería acompañarla. A pesar
de eso, sé que él tiene su teléfono consigo y que no recibió ningún llamado
—es el tipo de persona que jamás silencia el móvil—. No puedo contarle
que mi hermanastra lo necesita sin revelar un secreto que no me pertenece.
Todo lo que puedo hacer es esperar.
¿Me odiará cuando se entere y sepa que no le dije?
—¿A…? ¿A dónde?
A pesar de que fui clara al decir que no podía estar tan cerca, no quiero ir
a casa. Deseo dejar de pensar en mis problemas y, aunque luche contra el
sentimiento, siento una punzada en el estómago que no es por hambre. Es
por emoción.
Hace mucho que no sentía eso.
—A ver volar libélulas de tinta.
Recuerdo nuestra conversación sobre su hermana. Dijo que le gustaba la
idea de un tatuaje y lo animé para que fuera con Cora porque creí que era lo
correcto; son nuestros seres más cercanos quienes deberían estar con
nosotros en los momentos importantes.
Sin embargo, hoy necesité a alguien y él apareció. Aunque me gustaría
atribuir mi asentimiento a que solo me siento en deuda, no es así. Quiero ir,
y eso es algo nuevo. No suelo querer cosas, al menos no para mí misma.
Me concedo permiso. Siempre le digo a las personas que merecen
descansar y este puede ser mi descanso antes de volver a la carga con la
vorágine emocional que me espera en casa.
Subimos al coche y serpenteamos por las calles de Sweet Wind en el
silencio que me prometió. Me relajo en el asiento cuando la calefacción nos
abraza y la adrenalina por la situación con mamá se drena de mi cuerpo. No
sé muy bien cómo funciona el mundo de los tatuajes, pero los locales suelen
tener horarios. Por la hora y porque no parece llevar una autorización de sus
padres consigo teniendo en cuenta que es menor de edad, asumo que se lo
hará un amigo. Al menos así es como suelen obtener tatuajes los chicos y
las chicas de la escuela.
Si quiere hacer esto en honor a su hermana, no entiendo por qué no se lo
dice a sus papás. Creo que ellos lo apoyarían. No es un capricho.
Me sorprende que estacione frente a una librería e intercalo la mirada
entre él y la ventanilla del coche.
—Si por libélulas de tinta te referías a recortar las páginas de libros en
forma de libélulas y hacerlas volar como avioncitos de papel, llamaré a la
policía —advierto.
Ríe y se desabrocha el cinturón.
—Sin ofender, no creo que la policía se tome tanta molestia por los
libros.
Tiene razón. En la capital de Irak, Bagdad, los libreros dejan los libros
apilados en las calles porque saben que a los ladrones no les interesan y los
lectores no roban.
Al salir del coche, me acerco al escaparate para espiar los títulos. Veo a
Sawyer en el reflejo del vidrio, con las manos en los bolsillos. Me sonríe y
le devuelvo la sonrisa antes de que haga un ademán con la cabeza en
dirección al callejón que hay adjunto. En otra circunstancia tendría miedo
de estar a solas con un chico en medio de un lugar desértico, por entrar a
quién sabe dónde y encontrarme con más desconocidos, pero no me siento
insegura con él.
Un muchacho con expansores, piercings y el cabello multicolor oculto
bajo un gorro de lana negro nos abre la puerta al cabo de un minuto. Le da
un abrazo muy sentido a Sawyer que me lleva a crear hipótesis de cómo se
conocen y, mientras creo escenarios mentales, escudriño los brazos
completamente tatuados del chico. A pesar del frío, lleva puesta una
musculosa del mismo color que el gorro. Me saluda con un beso en la
mejilla y se presenta como Levi antes de invitarnos a pasar y ofrecerme té.
Mientras hablan acerca del diseño del tatuaje, recorro el lugar
empapelado con dibujos, fotos de los clientes, pósters de películas, vinilos y
frases de canciones. La habitación es una caja de zapatos. La silla y la
máquina para tatuar ocupan la mayor parte del espacio. Hay un viejo sofá
de cuero junto a una puerta que lleva a la pequeña cocina donde hierve el
agua para el té y cuya ventana da al callejón. Hay otra puerta entreabierta
hacia otro cuarto, pero antes de que me pueda acercar, Levi me hace una
pregunta.
—¿Tú también te tatuarás, Gretha?
—Solo estoy aquí como apoyo moral.
—Eres un maldito bebé —le dice a Sawyer—. Ahora, descámbiate.
Tenemos que cambiarte el pañal.
El novio de Cora empieza a desprender los botones de su chaqueta
mientras bromea con el tatuador. No sé muy bien qué hacer conmigo
misma. Me siento torpe de pie en medio de la sala, mientras Levi va y viene
preparando los materiales y Sawyer no para de hablar. Cuando tira del
dobladillo de su camiseta manga larga, me doy la vuelta para darle
privacidad y me concentro en las frases escritas en las paredes.
Entonces noto que no son frases de canciones. Son de libros. Leo unas
cuantas y las reconozco, hasta que llego a una que comienza con «En un
beso...»
—Estoy listo. Que venga el apoyo moral, alias Gretha.
Me sobresalto. Cuando lo miro, está acostado de lado en la silla, que
reclinaron para convertir en una camilla. Me acerco cuando me indica con
la mano que lo haga mientras Levi prepara la piel de las costillas.
—¿Estás bien, apoyo moral? —indaga con diversión, antes de añadir con
más seriedad—: ¿Quieres irte? Porque puedo regresar otro día si…
Niego con la cabeza.
—Apoyo moral se queda aquí. Sino, sería un terrible apoyo moral.
Sonríe de lado. Tengo el impulso de apartar el cabello que cae sobre su
frente, pero me limito a dejar mis manos a mis lados. Cuando llega el
momento donde la aguja debe perforar su piel, el dolor se refleja en su
expresión. Aprieta la mandíbula y quiero ayudar, pero no hay cómo.
Entonces, roza su antebrazo con el mío. Es un roce tan ligero que me
recuerda a un fantasma porque uno debe preguntarse si está allí o es
producto de su imaginación. Las yemas de sus dedos se deslizan por mi
muñeca y luego presiona su palma contra mi piel. Sin detener el
movimiento en espiral, cuyo bucle anhelo en silencio que no acabe, encaja
su mano con la mía. Transforma cada centímetro que toca en algo precioso,
aunque solo sea ante sus ojos y no los de todo el mundo, incluidos los míos.
Cuando nuestros dedos se entrelazan en una unión firme, su mirada está
hecha de miel y sol.
Me trajo para que lo ayude y al final parece que me está ayudando a mí.
Creo que este es uno de mis momentos favoritos.
Él podría ser una de mis personas favoritas.
Me gusta que me trate con cuidado. Le da un respiro a las partes de mí
que no conocen más que maltratos.
—¿Por qué no cierras los ojos si duele? —susurro entre divertida y
conmovida.
—Porque duele menos si te veo sonreír.
Mi corazón se comprime un poco.
Le advertiría, tal como lo hice en la gasolinera, que no debería decir esas
cosas. Sin embargo, tiene una aguja perforando una y otra vez su piel, así
que aprieto su mano y prolongamos el silencio que venimos practicando
durante el tiempo que a Levi le lleva hacer el tatuaje. O, al menos, hasta que
hierve el agua.
—¿Podrías quitar la pava del fuego, Gretha? Sírvete como si estuvieras
en tu casa y toma un descanso que seguro este idiota te acalambró la mano,
por favor. Sawyer puede aguantar diez minutos sin ti.
Obedezco. Al llegar a la cocina, encuentro una taza lista. La lleno y noto
que solo hay azúcar. Preguntar si tiene edulcorante me parece descortés,
además que podría molestar a Levi, que está ocupado. Me llevo conmigo el
té sin endulzar porque soy buena en conformarme incluso con lo que no me
gusta.
Mientras el tatuador y el cliente charlan, vuelvo a acercarme a la frase
que no pude terminar de leer, pero la puerta entreabierta capta mi atención
en el trayecto. Veo estantes y me percato que esta en la parte trasera de la
librería, lo cual es extraño. Es bastante inusual que no usen esta habitación
como depósito.
Mi curiosidad le gana a mis modales solo porque siento el aroma a
madera. Me deslizo a través de la puerta, en la penumbra. Mi padre rentó
una librería así de pequeña por una noche cuando era niña, en una de sus
impulsivas ideas. Hicimos una pijamada y, como no podíamos leer todos los
libros en lo que duraba la noche, abrimos todos y leímos una frase de cada
uno.
Dejo el té junto a la caja registradora y voy hacia los escaparates
cálidamente iluminados por luces pequeñitaa. Apenas llego a leer un par de
títulos cuando escucho pasos que no provienen de la sala de tatuajes.
Cuando me doy la vuelta avergonzada para buscar a quién le pertenecen,
hallo a un chico con un par de libros bajo el brazo, helado a cuatro pasos de
distancia.
—¿Gretha?
No sé de quién es este cuarto. Ni siquiera sé a quién le pertenece esta
casa. Suelo confiar en que mis amigos —¿son mis amigos o solo las chicos
con las que me junto?— no me llevarán a lugares peligrosos. Al menos, los
sitios donde termino lo son. ¿Las personas? Quizás, pero sé que no estoy
con alguien que representa una amenaza.
La cocina se convirtió en una pista de baile para los borrachos. Apenas
podíamos entender lo que decía el otro sobre la popular y repetitiva
canción que sonaba. Vinimos aquí para charlar con tranquilidad, pero
cuando oigo la puerta cerrarse, me inquieto.
—¿Quieres que la deje abierta? —ofrece.
Que lo pregunte hace que me relaje. Es un buen chico. Todavía tiene los
ojos enrojecidos tras el llanto. Me contó que las lágrimas nacieron a partir
de una acumulación de cosas: murió su abuela, quien lo crió, y debió
volver a vivir con su padrastro y su madre. El hombre no lo quiere a pesar
de que Charlie intenta tener un vínculo con él. Dice que lo ve como basura
porque tiene una adicción a las drogas en la que se rehabilita y cae, una y
otra vez.
Niego con la cabeza y me acerco a la ventana. Aparto las cortinas y
observo el patio. Hay una pareja besándose al borde de la piscina. La
imagen es dulce y permito que me llene ese amor ajeno para compensar la
amargura del propio.
Charlie llega a mi lado para mirar a través de la ventana.
—«En un beso sabrás todo lo que he callado» —dice y cuando ladeo la
cabeza con curiosidad, añade con un sonrojo—: Pablo Neruda. Lo siento, a
veces el mundo real me recuerda a cosas que leo en el ficticio.
Dejo caer la cortina.
—¿Memorizas las frases?
—Tengo un frasco lleno de mis favoritas en mi habitación. Cuando me
siento mal, las releo. Me hacen sentir esperanzado o me ayudan a sacar el
llanto.
Recuerdo cuando papá vivía conmigo. De niña, una vez, alquiló una
librería y nos pasamos la noche leyendo.
Me gustan las ideas de Charlie.
Sonrío y me devuelve el gesto, hasta que su sonrisa decrece a medida que
sus ojos abandonan los míos y se posan en mi boca.
La mayoría de las personas de mi edad están acostumbradas a besar a
gente que no conocen. No tiene nada de malo, pero a mí siempre me
pareció algo frívolo. Creía que, más allá de un placer momentáneo, no
podías sentir algo por un chico o una chica cuya existencia en el mundo
desconocías hace un par de horas.
Estaba equivocada.
No sé cómo será para el resto, pero lo primero que vi, escuché y toqué de
Charlie fueron sus tristezas. Aunque suene retorcido, me gustó; no que
sufriera, sino que sintiera y no me lo escondiera. La vulnerabilidad muestra
un corazón que siente y un corazón que siente despierta empatía en otro. Es
la reacción en cadena más importante para el ser humano.
—Si piensas tanto, vives poco —dice cuando mis ojos viajan de sus
pupilas a sus labios con indecisión.
—¿Crees que esta es la forma en que se cura el amor no correspondido,
las adicciones y la muerte, Charlie?
—No. Creo que es una manera para convertir el dolor que esas cosas
provocan en algo mejor.
Busco una señal que me diga que no debería hacer esto con un extraño.
Tomo el móvil del bolsillo de mi falda pero no hay notificaciones. Mis
amigos no notaron que me fui, lo cual no es ninguna sorpresa, y me
pregunto qué mensaje estoy esperando si para lo único que me escriben es
cuando quieren hablar de sí mismos o tienen un problema.
Me quita el teléfono con suavidad y lo deja en el marco de la ventana,
acercándose. No dice nada porque sus silencios lo dicen todo. Espera a que
me decida sin apartar la mirada.
—No le puedes decir a nadie —advierto con nerviosismo.
—¿A quién le voy a contar? Ni siquiera sé tu apellido, y tampoco es algo
que haría. Lo que pasa entre dos personas, se queda entre dos personas.
—Lo que pasa entre dos personas, se queda entre dos personas —repito
más para mí que para él.
Charlie es una supernova, una estrella que prefieren arder en una
explosión estelar antes que desvanecerse en la oscuridad. Opta por sentir,
aunque duela, antes que ignorar la realidad. En cierta parte, soy igual, a
excepción de que no elijo ser una supernova; acumulo tantas cosas que me
terminan por quemar y me obligan a explotar.
—¿Charlie? —Temo pestañear y que desaparezca.
Es él.
Es él.
Es él.
Le di mi primer beso y, si me lo hubiera pedido, también le habría dado
el último. Más que por querer, fue una necesidad mutua de sentir caricias
sobre las heridas y liberación tras la opresión. No le importó que nos
conociéramos hace un par de horas y a mí tampoco. Al final, todos
comenzamos como extraños. Para el momento donde levantó mi falda, ya
no se sentía como un desconocido.
Creí que sería el tipo de extraño con el que te cruzas una vez en la vida.
Seríamos líneas perpendiculares que se encuentran por un beso y algo más
en la noche y se dicen adiós por la mañana. En mi cabeza, no volveríamos a
vernos ni a hablar. Nadie sabría lo que habíamos hecho e incluso él se
olvidaría con el tiempo.
Pero no olvidó. Eso fue lo que hizo que yo no me olvidara de él tampoco.
Creo que es lo que queremos todos: ser recordados. No solo a gran escala
como que nuestro nombre no desaparezca de la faz de la tierra cuando la
muerte toque la puerta, sino también en el día a día. Anhelamos que
pregunten y quieran quedarse a oír la respuesta porque se preocupan.
Deseamos que nos piensen y nos vayan a buscar para hacer de la
imaginación una realidad. Queremos significar algo importante para alguien
y sentirnos especiales todos los días.
Nos endulza la idea de ser dos personas contra cualquier adversidad,
como un equipo de superhéroes, porque el mal es más fácil de vencer con
ayuda. Incluso si debemos enfrentarnos a las cosas por nosotros mismos y
sin esa ayuda, la compañía lo es todo.
Solía tener el cabello azabache hasta el mentón, atado sin cuidado con
una media cola de caballo, pero se ha rapado. Ya no viste con sudaderas
desteñidas y jeans agujereados, y tampoco tiene ojeras o camina encorvado.
Parece más maduro. Más sano.
—Te extrañé.
Recuerdo que fue él quién no quiso más compañía, aunque, ahora que lo
veo, creo que fue una gran decisión.
—No hiciste nada para dejar de extrañarme —susurro con una débil
sonrisa.
Contesta con el suspiro de quien ha llegado a casa tras un largo viaje.
—Dios, extrañé tu voz.
—También te extrañé —aseguro—. Todo de ti.

¡Hola, paragüitas!🥰
Entonces, cometemos un error.
¿Cómo están del 1 al 44? ¿Les gusta la rutina o
prefieren improvisar? ¿Qué es algo que no pueden estar un día sin hacer?
1. ¿Alguna vez conectaron con una persona y jamás la volvieron a ver?
¿Les resulta fácil abrirse con extraños?
2. Opiniones, teorías y primeras impresiones sobre Charlie. ¿Creen que
es bueno? ¿Cómo ven su relación con Gretha? ¿Lo prefieren a él o a
Sawyer?
3. ¿Tienen algún lema o frase que les guste mucho y los ayude en malos
momentos? ¿Algún consejo que les hayan dado y lo tengan grabado en la
memoria?
4. Recomienden una serie o película
Con amor cibernético y demás, S. ♥️

22. Un té frágil

Nos abrazamos como si soltarnos hace un año hubiera sido un error.


Siento los libros que sostiene presionados contra mi espalda, como si
quisiera atraparme entre las páginas y no volver a perderme en una
biblioteca de miles de títulos; como si extrañara leerme. Apretamos el
agarre en el otro y cierro los ojos contra su pecho. Extrañaba su aroma a
papel, la calidez de su toque, la serenidad de su respiración y, por sobre
todas las cosas, el latido de su corazón.
Entonces, se tensa. Su mano deja de arrastrarse por mi espalda. Se aleja y
su toque asciende hasta ahuecar mi mejilla. La dulzura del presente se
transforma en la vieja amargura del pasado.
Cuando me mira, ve otra vez a Ana.
Me separo de él, avergonzada. Regreso al mostrador para simular que
quiero el té, cuando en realidad solo uso el mueble para ocultarme un poco.
No soporto los ojos de nadie sobre mí cuando me observan de esa forma.
—¿Cómo estuviste todo este tiempo? —Rodeo la taza con ambas manos
y le sonrío con suavidad—. ¿Cómo estás?
Resopla.
—Sigues siendo una experta, ¿verdad? Haces preguntas porque te
preocupas por el otro, pero también para desviar la atención de ti. Te adoro
pero quiero darte una nalgada con uno de estos por ser así. —Levanta uno
de los libros.
Se acerca hasta que el mostrador es lo único que nos separa. Deja los
ejemplares a un lado y se cruza de brazos sobre la superficie de madera,
inclinado hacia adelante. Lo imito. Desde afuera debemos parecer el póster
de una película romántica que involucra apuestas, ser socios o fingir una
relación. Cualquiera sea el cliché, me obligo a reprimir una sonrisa.
—Estoy bien —prosigue.
Niego con la cabeza.
—Especificidad, Charlie.
—Estoy bien porque estoy contigo.
—Eso huele a dependencia emocional. Creí que la idea de poner
distancia era para que aprendieras a estar bien contigo mismo sin que yo
interviniera.
A pesar de nuestro tono ligero, el tema es pesado.
—Y lo aprendí. —Ladea la cabeza—. En cada oportunidad te fui sincero
cuando me preguntaste cómo estaba. La mayoría de las veces respondía que
mal y, luego de estar contigo un rato, te aseguraba que ya estaba bien
porque así era. Ahora de verdad estoy muy bien, pero… Bueno, tú mejoras
el «muy bien».
Hay personas que te hacen sentir que eres una certeza, jamás una duda.
Todos somos inseguros en mayor o menor medida y necesitamos que la
gente exprese lo que siente por nosotros con claridad. Paradójicamente, por
esa misma inseguridad muchos no se atreven a hablar y el silencio
consecuente pone inseguro al otro. Así, quedan dos personas llenas de
dudas sobre sí mismas y repletas de certezas sobre la otra. Si pudiéramos
pensarnos desde otra cabeza y vernos desde otros ojos, veríamos que no hay
nada que temer.
Sin embargo, la humanidad no funciona así. Al final, todo es cuestión de
valentía, y a Charlie eso nunca le faltó.
Creo que él y yo pudimos ser tan cercanos en poco tiempo porque no
callamos nada. Ambos somos inseguros y, en otras circunstancias, jamás
habríamos cruzado palabra. Lo que ocurrió es que conocimos las
inseguridades del otro antes que cualquier otra cosa, y desde entonces
supimos cómo desenvolvernos para no herirnos ni causarnos confusión. Es
algo que no experimenté con nadie más.
—Tú no lo estás, ¿verdad?
Frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres?
Rodea con sus manos las mías, que siguen alrededor de la taza. La
arrastra hasta dejarla en medio del mostrador y luego la levanta. Bebe de
ella, con mis manos acompañando sus movimientos.
—No estás bien, el tiempo no te ayudó a ti. —Se relame los labios con
tranquilidad al bajarla—. El té está amargo, Gretha.
No hace falta que señale lo obvio: el edulcorante no tiene calorías y,
como Levi solo tenía azúcar, no lo endulcé.
Me sostiene la mirada y no hay prejuicio, pena o tristeza allí. No cree que
estoy loca. No me mira como si estuviera enferma a pesar que, en el fondo,
ambos sabemos cuál es la respuesta a eso. Recibiría de cualquiera persona
que me conoce todas esas cosas que no quiero, pero él sabe lo que me
provoca que el resto muestre esos sentimientos por mí y, si los siente, los
esconde bien.
—Sé que está amargo —susurro.
Sus manos aprietan las mías en señal de acompañamiento y el calor de la
taza me quema un poco, pero lo soporto. Con esa contestación, le hago
saber que no es momento para hablar, pero que soy consciente de que hay
algo que marcha mal conmigo.
Asiente y está por decir algo, pero una risa lo interrumpe. A través de la
puerta entreabierta podemos ver a Sawyer aún sentado, con la aguja
perforando su piel. El sonido me trae de vuelta a una realidad que abarca
más que esta librería y me pregunto qué hace Charlie en este lugar, si Levi
es su amigo o un familiar, si todo este tiempo vivió aquí y si lo sigue
haciendo.
Sin embargo, no soy capaz de preguntar nada porque deja de rodear mis
manos sin apartar la mirada de Sawyer.
—Es el novio de mi hermanastra. Lo vine a acompañar. —Recuerdo que
se supone que soy su apoyo moral, por lo que debería regresar. No es muy
considerado de mi parte desaparecer como lo hice, incluso si Levi insistió
—: Quisiera quedarme aquí, pero ¿crees que podamos vernos luego?
No responde.
—¿Charlie? —Toco su brazo—. ¿Estás bien?
Traslada sus ojos de regreso a mí. No sé qué busca, pero lo que sea que
encuentra, no le gusta. Cubre con su mano otra vez la mía y me da un
apretón antes de asentir.
—Lo estoy, solo… —Vuelve a mirar en dirección a Sawyer—. Ten
cuidado con quién te juntas, ¿sí?
Quiero indagar qué se supone que significa eso, pero el novio de Cora me
llama desde la sala de tatuajes. Charlie me deja ir y toma los libros otra vez.
Confundida, tomo la taza de té y regreso al salón, no sin antes echar un
vistazo sobre mi hombro al cerrar la puerta que da a la librería. Ni el
tatuador ni el cliente prestaron la suficiente atención para ver dónde estaba
o, tal vez, a Levi no le importa o no me quiere hacer sentir mal por ser una
entrometida.
Cuando me acerco, el chico de cabello multicolor ayuda a ponerse de pie
a Sawyer, que camina hasta la puerta de la cocina, de la que cuelga un
espejo, y la cierra para ver el resultado.
Su sonrisa se duplica gracias al reflejo.
Me acerco y veo una pequeña libélula de tinta en sus costillas. Sin decir
nada, se gira para que pueda apreciarla mejor. Por instinto mis dedos
intentan tocarla, pero me detengo a media acción. Tal vez le duele. Tal vez
no se puede tocar. Tal vez no quiere que lo toque.
Bajo la libélula, hay una frase que parece escrita a mano; algo torcida y
de curvas irregulares. Me pregunta si le dio a Levi un trozo de papel que
escribió Barbie en vida y él lo calcó.
—«Aprende a amar el quiebre» —lee, o más bien recita de memoria,
para mí—. ¿Qué crees que significa, apoyo moral?
Observo los bordes de las letras y su leve relieve. Me tomo un tiempo
para pensar. De fondo, oímos a Levi ir y venir por la sala, higienizado,
guardando y acomodando cosas. Parece una súper mamá cuando tiene que
preparar el desayuno para todo su escuadrón de hijos, o Timmy con sus
hermanas. A pesar de tener dos brazos, por el ruido que hace parece tener
ocho, como los pulpos.
—Nada entra donde no hay puerta, hueco o fisura que le permita el
acceso. Todo lo que sentimos nace de la vulnerabilidad. Para sentir
cualquier cosa, hay que rompernos desde algún sitio. —Cuadro los hombros
y vuelvo a estar erguida porque me siento muy cerca de él y sigue sin la
camiseta—. ¿Estoy muy lejos o bastante cerca de la interpretación correcta?
Pienso en las flores que nacen entre las fisuras del concreto. A eso me
recuerda la frase, a amapolas.
No contesta a mi pregunta.
—Hermosa —dice en su lugar.
La taza de té tiembla un poco en una de mis manos aunque intento
disimularlo. Temo que escuche lo fuerte que late mi corazón.
—Tu interpretación. —Aclara cuando el silencio se extiende—. Hermosa
la interpretación.
Tomo la taza con ambas manos porque el agua comienza a agitarse con
un poco de violencia. Fuerzo una sonrisa y me la devuelve, creído que
estamos bien.
Sé que estábamos hablando del tatuaje. Sé que al señalar que mis
palabras eran lindas no señaló que otra cosa de mí no lo fuera. Sé que hizo
la aclaración porque parecía incómoda.
Sé todas esas cosas y también que mi cabeza retuerce lo que escucho,
pero no puedo evitar sentir un golpe a mi autoestima que me deja sin aire.
¿Y si piensa que no soy…?
—¿Lista para ir a casa, Gretha? —pregunta cuando Levi le lanza su
camiseta.
Doy un trago al té. Sabe justo como me siento, como algo amargo.
—Hermanastra de Cora —sugiero en tono ligero, como si estuviéramos
jugando, aunque en el fondo no es así.
Pasa una mano por el brazo de la prenda y hace una pausa.
—Puedes ser la hermanastra de Cora, pero también eres Gretha. No lo
olvides.
Espero a mis padres en el porche de mi casa. Acosté a las niñas hace
cuatro horas y he estado perdiendo la cordura desde entonces porque hoy
les diré cómo me siento.
Reproduzco todos los escenarios posibles en mi cabeza. Aunque tengo la
certeza de que, al final, lo que imaginamos nunca puede prepararnos para lo
que sucederá, no puedo dejar de pensar. La mente es como un tobogán
infinito ya que no puedes dejar de caer cada vez más profundo en ella. Hay
personas que intentan trepar por la resbaladilla, desesperados por ver qué
tan lejos pueden huir de sus miedos y preocupaciones. Algunos usan drogas
o alcohol, otros buscan la distracción que una pantalla o una fiesta puede
ofrecerles; hay quienes se sumergen en el sexo, hacen ejercicio o se meten
en peleas —consigo mismos y con otros— para que el placer o el dolor
físico calle el mental. Sin embargo, nadie puede ir cuesta arriba para
siempre.
Todos caemos.
Mi peor caída, sería que mis padres hicieran oídos sordos a mis
inquietudes. Ya suficiente tiempo pasó en que yo no le presté atención a lo
que estaba mal porque me daba igual o, tal vez, porque temía reconocer que
me importaba y no había nada que pudiera hacer para cambiar mi realidad.
Hay personas que aseguran que la felicidad viene de adentro. En parte,
tienen razón. Sentirse feliz es en muchas ocasiones una cuestión de
perspectiva, pero ignorar la otra parte, aquella de la que dependemos todos,
es ser un idiota.
Esa parte son las personas que nos importan.
No podemos ser felices sin su ayuda y, por ayuda, me refiero a que ellos
busquen y compartan su propia felicidad. Dependemos los unos de los
otros. Nadie que te quiera de verdad puede sentirse un rayo de luz, en
ningún momento, si es consciente de que algo en ti está sumido en la
tristeza. Puede brillar, pero no con la misma intensidad en que brilla quien
sabe que las personas que quiere están bien.
Lo mismo se aplica a ti.
A mí.
Mis padres no son felices. Están demasiado ocupados trabajando como
para serlo o siquiera pensarlo. Eso me afecta. Está en el fondo de mi mente,
pero presente todos los días. Aunque tenga mis pequeños momentos de
alegría con mis hermanas y amigos, no podré tener grandes hasta saber que
ellos también pueden y quieren.
Si no hay con quién compartir y entenderse, la vida es en mayor parte
triste. Por eso las personas como yo nos sentimos solas.
—¿Qué le dice un espagueti a otro?
Levanto la mirada para encontrar a un alegre Patricio cruzar la calle.
—El cuerpo me pide salsa —termina.
Escondo el rostro entre mis rodillas.
—Cada día son peores. —Río un poco.
Escucho sus pasos cada vez más cerca. En lugar de sentarse junto a mí,
se siente enfrente. Sus dedos se ajustan alrededor de mis tobillos y se
inclina hasta que parte de su curioso rostro aparece debajo de mi codo. En
la oscura intimidad que creo al bloquear la luz de las farolas.
—Hola —dice.
—Hola.
—Tendré tortícolis si continuamos en esta posición. Aunque vales cada
dolor muscular, agradecería que no estés en modo tortuga.
Dejo de esconder, al menos mis ojos, y lo miro sobre mis antebrazos. Se
enderaza y algunos de sus huesos truenan.
—Hola —repite.
—Hola.
No deja ir mis tobillos. Siento cosquillas cuando las yemas de sus dedos
rozan la piel que el pantalón no llega a cubrir.
—¿Qué te pasa hoy? —indaga.
—Al decir eso, asumes que todos los días me pasa algo.
Se encoge de hombros.
—Somos humanos. Está bien que te pasen cosas.
—¿Lo está?
—Bueno, no está bien, pero tampoco mal. Ser humano implica que te
pasen esas cosas y que ellas te golpeen a través de tus sentimientos.
—Pues a veces te golpean muchas cosas malas.
Sus cejas se acercan al centro de su pecosa frente y sonríe de forma
torcida, con empatía. Sube las manos por mis piernas hasta que alcanza las
mías sobre mis rodillas. Les toma con cuidado, como si fueran cuadros de
arte todavía húmedos por la pintura.
—Timmy, dime que no lo haga.
Frunzo el ceño, confundido.
—No lo hagas.
—Tenías que preguntar «¿Hacer qué?» primero. Intentémoslo una vez
más: Timmy, dime que no lo haga.
—¿Hacer qué?
—Darte un beso.
—No quiero que me des un beso…
Ríe y el sonido es como si decenas de mariposas estuvieran aleteando en
el jardín a medianoche.
—Se supone que debías decir «adelante, bésame» o algo así.
—No me dejaste terminar. —Aprieto sus manos con diversión cuando se
intercambian las líneas del guion—. Vamos otra vez, desde el inicio.
—Timmy, dime que no lo haga.
—¿Hacer qué?
—Darte un beso.
—No quiero que me des un beso porque uno no bastaría.
—Entonces, te prometo muchos.
Me sostiene la mirada y sus ojos grises prometen ser una de las tormentas
que esperas para acurrucarte y soñar.
—¿Qué tantos? Dame un número —pido.
—No puedo hacer todo el trabajo. Te los doy y tú los cuentas, ¿de
acuerdo?
Sus labios apenas rozan los míos, y por un momento creo que se
convirtió en el fantasma que me aseguró ser. Luego, presiona su boca contra
la mía. Es un beso suave, como sábanas que se deslizan por la piel. Cuando
su lengua empuja la mía, es como si la sangre en mi cuerpo se convirtiera
en algo brillante y cálido. Siento millones de soles diminutoa recorrer cada
centímetro de mí, aunque se concentran en mi pecho.
Mi corazón jamás se sintió como fuego.
Por instinto, abro las piernas. Estoy quemándome cuando ahueca mi nuca
y me empuja contra sí, hasta que encajamos en todos los sitios correctos. La
presión de su entrepierna contra la mía es placentera e insoportable en
partes iguales, y el roce de nuestras camisetas me acelera el corazón porque
este sabe que está más cerca del suyo.
Apenas puedo pensar.
Patricio me absorbe y, como soy una persona que está hecha de cosas
tristes, siento que me vacía de lo malo y me deja con lo bueno.
Lo bueno es él.
Espero algún día sentirme así de bueno por mi cuenta.
—¿Por qué me diste un beso? —pregunto cuando nos separamos.
—Para recordarte que, entre todas las cosas malas que puedes sentir, las
buenas siempre encuentran la forma de hacerse un lugar.
Le doy la razón al tiempo que escucho un familiar motor acercarse.
—Acabas de darme una dosis de valentía para decirle algo a mis padres.
Los faros iluminan parte de la calle y nos ponemos de pie. Cuando el
auto se detiene en la entrada, nos ilumina a ambos. Mis padres se quedan
dentro del coche al ver que tengo compañía, sin saber si quiero que bajen a
saludar.
A pesar de sus defectos, tienen virtudes. Cuando solíamos hablar más,
me contaban que de adolescentes había ciertas cosas que odiaban que sus
padres les hicieran. Algunas de ellas eran hacerlos pasar vergüenza e
interrumpirlos cuando estaban con el otro.
Patricio levanta una mano y la sacude con energía hacia ellos, quienes
tras compartir una mirada, le devuelven el gesto dubitativos; no porque esté
con un chico, sino porque es el vecino y, evidentemente, no tenían idea de
que teníamos algo.
Porque no están lo suficiente.
—La valentía viene de adentro, no de afuera —dice Patricio al mirarme
otra vez—. Es solo que, a veces, está medio sorda y necesitas ayuda para
gritar su nombre y que lo escuche. Gritaré contigo cuando me lo pidas.
Me da un último apretón en la mano antes de marchar. Sin moverme y en
silencio, mientras mis padres salen del auto, sigo sus pasos hasta que entra a
su casa.

¡Hola, dulces paragüitas! 💞


Es posible que me esté enamorando de él.

🙈🔫
¿Alguna buena noticia para compartir?
¿Qué tan estresados están el día de hoy del 1 al 395?
1. Hoy las preguntas las hacen ustedes, ¡dispárenme!

😭Con amor cibernético y demás, S. ♥️


PD: En el próximo capítulo leeremos quién es el segundo paraguas roto.
23. Segundo paraguas roto: Timmy

Nadie te enseña a ser padre.


Puedes leer una decena de libros y escuchar la experiencia y los consejos
de miles de personas, pero, como todo en la vida, no puedes comprender la
magnitud e intensidad de los desafíos o prever cómo van a presentarse hasta
que llegan.
Una de las cosas que más representa a los papás es que tienen miedo.
«¿Y si no puedo darle la vida que merece? ¿Y si ni siquiera soy capaz de
darle lo que necesita? ¿Y si le ocurre algo? ¿Y si lo lastiman? ¿Y si lo
lastimo sin percatarme? ¿Y si no puedo ayudarlo? ¿Y si ni siquiera sé lo
que le pasa? ¿Y si soy un papá terrible, me odia, se larga y no vuelve a
hablarme en la vida?».
Creo que el miedo de los padres jamás se marcha, aunque se entierra en
una parte de sus mentes y deja solo las migajas de la preocupación a la
vista. Ante ciertas situaciones, este miedo excava para salir a la superficie
porque los hijos son como el sol y ellos como una planta; puedes cortarla,
pero la lluvia —el peligro, sea del grado que sea— los obligará a crecer otra
vez hacia la luz.
Hay que tener en cuenta que cuando riegan en exceso una planta, muere.
Me parece que a mis padres les llovió tanto trabajo encima, cosa que no
creían peligrosa aunque sí lo era, que el lugar donde estaban esas raíces que
los dejaban crecer y llegar a nosotros se inundaron. Según la botánica, la
falta de oxígeno debilita a la planta de a poco, hasta su muerte.
Y siento que mi relación con ellos podría morir si no rompen la
superficie de boletas en la que se están ahogando.
—¿El vecino es tu novio? —Papá gira las llaves del coche en el índice
mientras sube las escaleras y me da una palmada en el hombro que casi me
tira al suelo—. Felicitaciones, hijo. Me gusta su cabello. Es del color del
kétchup.
Mamá deposita un rápido beso en mi mejilla al pasar.
—Usen protección.
Me quedo quieto en el porche. Gina se quita el abrigo y lo cuelga en el
perchero mientras se quita los tacones sin usar las manos. Harry se sirve
una copa de vino y se afloja la corbata. Hablan de una casa en venta en la
calle de Liv a pesar de que acaban de atravesar el umbral de la puerta. Traen
el trabajo consigo siempre. Ni siquiera me preguntan por las trillizas o van a
saludarlas luego de no haberlas visto desde ayer, porque se quedaron a
dormir en la oficina.
—¿Cómo se llama? —interrumpo.
El vino queda a medio camino de la boca de mi progenitor. Mi madre
frunce el ceño mientras se sirve su propia copa.
—¿Cómo se llama quién, cielo?
Inhalo hondo. Entro y cierro la puerta. Dejo los ojos clavados en el
picaporte porque no quiero verlos a los ojos cuando vuelvo a hablar.
—El vecino. ¿Cómo se llama?
La mínima esperanza que llevo conmigo respecto a que sepan su nombre
desaparece con su silencio. Estoy seguro que comparte una mirada a mis
espaldas antes que Gina deje salir una risita para disipar la tensión.
—Nosotros deberíamos preguntarte el nombre a ti. Es tu novio después
de tood, ¿no?
Echo la cabeza hacia atrás.
—No tendrían que preguntármelo si nos prestaran atención.
Más silencio.
Cuando los enfrento no me siento furioso. Creí que llegado el momento
les recriminaría con enojo su ausencia. Sin embargo, estoy exhausto. Hay
personas que acumulan cosas y explotan, pero otras invierten tanta energía
en no hacer «boom», que cuando llegan a su límite no hay explosión. La
decepción y el cansancio actúan como un sedante y sienten que ya nada les
importa.
—¿Saben cómo es la dinámica familiar en otras casas? Los padres les
preguntan a sus hijos adolescentes cómo están y ellos responden con
monosílabos. No quieren hablar. —Me agarro la nuca con ambas manos
cuando me giro—. Y yo siento que podría morir por una conversación de
cinco minutos con cualquiera de los dos.
Es injusto que el resto tenga y no valore lo que otros podríamos rezar
para tener.
Mamá deja la copa en la mesada con una mirada seria mientras papá la
rodea para acercarse. Me mira confundido. Su bigote se tuerce hacia un
lado cuando me regala una sonrisa inocente, lo que evidencia que no ve mi
punto.
—Pero tú eres tan callado... —recuerda con voz calmada.
Mis ojos se cristalizan.
—No soy callado porque me gusta —susurro con un hilo de voz—. Me
callo porque me hacen sentir invisible e inaudible cuando me paro frente a
ustedes e intento contarles algo.
Su sonrisa se deshace como un nudo flojo al darse cuenta que este es un
planteo más profundo de lo que esperaba. Pone una mano en mis costillas y
hace un ademán con la cabeza al sofá. Me siento con los codos sobre las
rodillas.
—En lugar de trabajar para vivir, viven para trabajar.
Con esa frase es suficiente. No tengo que dar más explicaciones para que
entiendan cuál es el problema. Sé que lo hacen por la forma en que ninguno
habla hasta que él suspira.
—Convertirse en adulto es como subir a la rueda de un hámster, hijo. No
puedes parar de correr porque si lo haces, no hay más ingresos. El dinero
tiene que mantenerse en movimiento para sobrevivir. Sobre todo cuando
tienes bocas que alimentar. Entiendes eso, ¿no?
—Hasta los hámster necesitan parar. ¿Por qué no pueden trabajar menos?
O al menos estar presentes cuando llegan aquí.
—Porque el sistema está diseñado así. —Mamá me observa desde la
cocina con empatía—. Entiendo que nos echen de menos, pero ¿cuál es la
alternativa? Necesitan comida y conservar el techo sobre sus cabezas.
Precisan útiles escolares, ropa y decenas de cosas que parecen gratis aunque
no lo sean. No queremos que su nivel de vida baje ni un poco. Ya se
acostumbraron a él. Aunque no lo creas, sentirás la caída de un nivel a otro.
Niego con la cabeza.
A veces estás tan enfocado en bajarle la luna a alguien —porque eso
desea la mayoría— que olvidas preguntarle a la persona si la quiere en
primer lugar. Algunos solo desean al astronauta para tener con quién
mirarla.
O a quién mirar.
¿Y qué importa si hay que comer arroz más de una vez a la semana?
¿Qué si hay que restringirse algunas cosas? ¿Qué importan esas cosas si lo
que necesitamos no son precisamente cosas, sino personas? Sé que trabajan
para darnos todo y cuando se bajan de la rueda están demasiado cansados
para algo más que dormir y recuperar fuerzas porque al día siguiente deben
seguir, pero es un círculo vicioso que los mata en vida aunque no lo sientan
así.
—Timmy… —intenta seguir, pero la interrumpo.
—Valencia me preguntó de qué color eran tus ojos el martes, mientras
hacía un dibujo, porque no los recordaba. —Aprieto mis manos—. Un
dibujo que te entregó a ti y luego encontré tirado en la basura cuando fui a
sacarla.
Mamá mira el gabinete tras el cual se encuentra el cesto como si intentara
recordarlo, porque evidentemente no lo hizo a propósito. Aprovecho para
volverme hacia el hombre.
—Viena le dice «papá» al cartero a veces, porque lo ve todos los días en
la calle y él se toma un minuto para preguntarle cómo está y qué hará en el
día, y Venecia escucha audiolibros antes de dormir y finge que son ustedes
quienes los narran; una noche cada uno, por turnos.
Las niñas adoran mirar Bob Esponja y tienen la teoría de que los padres
de Bob trabajan mucho, como los nuestros, porque nunca salen en el
programa. Necesitan tanta conexión que llegaron al punto de identificarse
con un dibujo animado.
Me restriego los ojos enrojecidos con las palmas y siento la mano de
papá subir y bajar por mi espalda en una caricia.
—Sé que no es fácil, pero intentar estar presentes tampoco puede ser tan
difícil...
Amar a las personas es más que sentir ese amor. Hay que demostrarlo,
sino, ¿de qué sirve?
Escucho los pasos de mi madre antes de que se ponga en cuclillas frente
a mí y me tome con cuidado por las mejillas.
—Nos esforzamos en darte todo lo que necesitas, cariño.
—Necesito a mis papás, y ni siquiera tienen que esforzarse para eso, solo
deben estar... Deben parar. Frenen un segundo el mundo, por favor. Háganlo
por Viena. Por Valencia. Por Venecia. Por mí.
Harry mira hacia otro lado para secarse una lágrima. A Gina parece que
le acaban de sacar el corazón del pecho y, por la forma en que su agarre se
refuerza, trata de recuperarlo con desesperación.
Todos creen que las personas que deben pedir ayuda no lo hacen porque
no son capaces de aceptar que necesitan una mano. En mi caso, siempre
estuve dispuesto a pedirla.
Si no lo hice fue porque temí que no me la dieran.
Damos por sentado que, si alzas la voz, te oirán. Por eso alentamos a la
gente a contar sus problemas, aunque en muchas ocasiones no pensamos
qué supondría que alguien hablara y fuera ignorado. Podemos creer que,
una vez que lo hizo, lo hará otra vez. Que le será más fácil. Sin embargo,
muchos no ven la existencia de múltiples puertas. Creen que si abrieron una
y se encontraron con una pared, con el resto sucederá lo mismo porque
todas son iguales por fuera.
A veces preferimos no gritar con tal de conservar la voz, porque para
algunos es preferible tener algo guardado e intacto que usarlo y estropearlo
o perderlo para siempre en vano.
Espero que este pedido de ayuda no sea olvidado, sino tratado.
—La mayoría del tiempo me ocupo por completo de ellas hasta el punto
donde me olvido de mí. Ya no hago las cosas que me gustaba hacer. Ya no
voy a los lugares a los que solía ir ni hablo con la gente que solía hablar. Ya
no aprendo lo que me interesaba aprender. Ya no sueño con el futuro ni
pienso en el pasado, pues apenas tolero el presente. Ya no siento lo que
solía sentir. Ya no sé qué quiero ni quién soy.… La mayor parte del tiempo
no veo una razón lo suficientemente buena como para creer que cualquiera
cosa valga la pena.
Es duro admitir que me siento vacío. Intento no sentirme egoísta. Mis
hermanas también los necesitan, pero en este momento solo puedo pensar
en mí.
A pesar que mi madre aún sostiene mi rostro, tengo los ojos clavados en
mi regazo. No quiero terminar de destruirla con la culpa al permitirle ver lo
mal que estoy.
—Lo único que me mantiene en una pieza es que las niñas dependen de
mi persona porque a su vez ustedes dependen de mí para que las cuide. Me
aferro al amor que les tengo a los cinco y, las veces que no puedo sentirlo
porque me desconecto de todo, me aferro al pensamiento de que los amo.
Creo que estoy mejorando, pero no sé si pueda sobrellevar este vacío sin
ustedes por mucho más tiempo.
¿Estoy loco por querer tener una conversación con personas que me vean
a los ojos en lugar de mirar su móvil? ¿Es mucho pedir que me dediquen
diez minutos ininterrumpidos de su tiempo cuando el día tiene 1440?
Porque me conformaría con cinco. Mierda, me conformaría con dos y un
abrazo que dure más de lo que puedo contener el aire.
Inhalo un respiro tembloroso y levanto la cabeza.
—Lo siento —susurro.
Papá se desliza del sofá hasta quedar acuclillado junto a mamá. Apoya su
mano en mi rodilla y abre la boca, pero no es capaz de articular palabra y se
limita a negar con la cabeza.
—¿Por qué te disculpas, cariño? —indaga mamá.
—Por ser inestable.
Sonríe con amargura y aparta el cabello de mi frente en una caricia.
—Somos los mayores responsables de esa inestabilidad. No te disculpes
por nuestros errores, Timmy. Déjanos pedirte perdón a ti.
Me abrazan y siento que sostengo el sol entre las manos. El vacío se llena
un poco. Una parte de mí quiere corregirla y decirle que la inestabilidad
proviene de otros lugares también. Por un momento pienso que podría
contarles lo que sucedió el año pasado: el momento catalizador.
Mis padres habían olvidado otra vez que era mi cumpleaños. Había ido a
correr a una de las pistas de la escuela porque no soportaba estar en casa,
sin que lo recordasen mientras me sentaba frente a ellos en la mesa. Luego
de hacer ejercicio, llegué a las duchas del vestuario y me perdí en mis
pensamientos.
Y entonces llegó el equipo de fútbol.
El crujido de la puerta giratoria me puso la piel de gallina aunque estaba
bajo un chorro de agua caliente. Me lavé el cabello más despacio e intenté
pretender que las voces que oía no me generaban un nudo en la boca del
estómago. El ruido de las chancletas contra la fina capa de agua que
inundaba el baño me obligó a cerrar los ojos.
Todos teníamos alguna erección en el vestuario de vez en cuando. No
siempre era por ver a otros chicos. A veces solo sucedía, y entre heteros
hacían bromas despreocupadas al respecto.
«¡Mira lo dura que te la puse, Henry! ¡Ay, ay, ay!».
«¡Tienes la trompa de un puto elefante entre las piernas, Carlos! ¡Aleja
esa cosa de mí!».
«¡Oye, mi amor, ven a darme un poco de eso!».
¿Cuando había un gay con ellos? Se acababan las bromas.
Que fuera gay no equivalía a que todo muchacho me provocara una
erección. Nada más fuera de la realidad, pero el asunto era que entre todo
este puñado de chicos que no me interesaban, estaba Karim. Ni siquiera lo
conocía. Me parecía lindo, pero eso era suficiente. Si llegaba a verlo temía
que mi cuerpo reaccionara con demasiada felicidad.
Ninguno de ellos sabía que era homosexual. No porque fuera un secreto,
sino porque no nos conocíamos y yo no andaba aula por aula anunciando mi
orientación sexual a los gritos. Pensar en eso me ayudó a restarle
importancia al miedo que ralentizaba mis movimientos. Me enfoqué en
terminar de drenar el shampoo de mi cabello y no miré ni de reojo a nadie.
Si llegaba a toparme con un Karim desnudo estaría en problemas.
El asunto es que por mucho que quieras alejarte de los problemas, ellos
insisten en perseguirte. Su nombre venía una y otra vez a mi cabeza.
Intentaba bloquearlo al invocar otra clase de pensamientos: osos
hormigueros, política holandesa, el bigote de la señora que repartía el
períodico. Hasta mi abuela.
Inútil.
La mente es como un coche sin frenos. Puedes intentar guiarla por las
calles menos frecuentadas, pero tarde o temprano atropellará lo que quería
evitar. O a quien quería evitar.
Cerré la llave de la ducha. Tenía que huir de ahí antes de que fuera tarde.
No podía quitarme la idea de que, a unos metros, se podría estar quitando la
camiseta. Podía imaginarme el sonido de la cremallera de sus pantalones.
Podía mirar una de las duchas y visualizarlo bajo ella, con los músculos de
la espalda tensos bajo el agua fría que sale apenas giras la perilla.
Podía ir mucho más allá de imágenes así de inocentes. Mi mente ya
estaba en marcha y mi cuerpo no se había quedado atrás, así que extendí la
mano hacia el gancho que sostenía la toalla.
Solo que la toalla no estaba.
Barrí el piso con la mirada. No me importaba si se había caído y estaba
empapada. Solo la necesitaba para cubrirme y atravesar las duchas hasta mi
casillero en el vestuario. La encontré en medio de la habitación. Nadie me
prestó atención mientras avancé, hasta que me incliné y lo vi venir.
Alguien dejó caer un jabón que resbaló por los azulejos hasta que chocó
contra mi pie.
La persona silbó.
Eso bastó para que todos los pares de ojos cayeran en mí. Ni siquiera
había llegado a cubrirme con la toalla. La consecuencia de pensar en Karim
estaba dura y a la vista. A su vez, estaba inclinado en las duchas de los
hombres. En las cárceles era algo típico que echaran un jabón al piso y
ordenaran al eslabón más débil que lo recogiera, lo que desembocaba en
que le partieran el maldito trasero. Aunque era un asunto serio, en la escuela
bromeaban seguido con eso. Solían lanzar el jabón por dos motivos: para
molestar a sus amigos y para fastidiar a los gays.
Y yo no era su amigo.
Me cubrí con la toalla. Muchos ni siquiera me miraron dos veces, pero
los más inmaduros no lo dejaron pasar.
—¿Se te fueron las ganas de recoger el jabón, bicho arcoiris? —se burló
uno desde algún lugar.
El primer silbido se convirtió en varios y las obscenidades me llenaron
los oídos hasta el punto donde creí que no podría oír nunca más. Tomé mi
neceser e intenté largarme, pero un idiota se interpuso en mi camino.
—¿Tienes las pelotas tan grandes como para mirarnos como si fuéramos
una página porno pero tan pequeñas como para cubrirlas por vergüenza? —
se burló y su compañero en la ducha continua se echó a reír.
Intenté rodearlo, pero dio un paso al costado y quedé a centímetros de su
cuello. Era más alto que yo y verlo a los ojos no era una opción. Me aferré a
la toalla y a mis cosas, cabizbajo.
—A que me tienes unas ganas tremendas —insistió divertido—.
¿Verdad?
Empujó sus caderas contras las mías y me sobresalté. Di un paso atrás,
asqueado. No sé qué tenía esta minoría de heteros con masculinidad frágil,
pero cerebro no era. Creían que si no molestaban al gay, se verían como
maricas ante el resto. Por esa misma razón ninguna persona interfirió
aunque sé que les parecían unos idiotas. Preferían ignorar la escena antes
que ser el próximo blanco. Por un lado los entendía y no podía culparlos
porque yo era igual, pero por otro moría porque alguien alzara la voz y me
ayudara a salir de ahí.
—No es gracioso, vamos, déjame pasar —dije.
—Capaz que tú no eres su tipo, déjame a mí. —El de la ducha se acercó
y le dio un empujón juguetón a su amigo.
Alcé la mirada al techo porque este no llevaba toalla. Quería darle un
puñetazo en la cara. Me hacía sentir incómodo y no porque me gustara, sino
porque nadie debería restregarse contra ti sin tu consentimiento. Intenté
rodearlo, pero el otro chico ya estaba ahí para obstruir mi paso.
—¿Cuál de los dos te parece más atractivo, hermano? —preguntó antes
de posar con boca de pato.
—Solo quiere irme, por favor.
Sonrió con socarronería.
—Dinos cuál te gusta más y te dejamos ir. ¡No seas malo, no puedes
dejarnos con la duda!
No sabía quién había lanzado el jabón, el primer silbido y el primer
comentario. Se suponía que ellos no sabían ni de mi existencia. Tal vez me
equivoqué. Tal vez toda la escuela sabía. Tal vez tenía cara de gay aunque
«tener cara de...» fuera algo estúpido de decir y pensar en general, pues no
puedes descifrar lo que una persona es si esta no se muestra, e incluso en
tales casos se pueden asumir cosas erróneas.
—Abre la boca como si me la fueras a chupar y contesta de una vez. —
Rio en mi oído el segundo, antes de presionarse contra mi espalda. Simuló
uan embestida como si se estuviera follando a su novia y el primero
aprevechó para hacer lo mismo desde el frente.
No aguanté más. Los empujé con rabia. Eran unos degenerados.
—¡¿Tan sexualemente reprimidos están que tienen que hacer este
numerito para mostrarse como los 100% heteros que no son?! —Mis ojos se
cristalizaron cuando estallé y nadie habló—. Si tanto les interesan las
pollas, tienen una entre las piernas para jugar y hay millones ahí afuera. ¡No
se meten con la mía, me cago en la puta!
Varias risas precedieron un silencio en el que solo se oyó el correr del
agua.
—¿Acabas de decirme marica? —Se le borró la sonrisa al más alto.
Claro que se metían contigo y luego fingían que tú te habías metido con
ellos en primer lugar. Su ego herido era más fuerte que su sentido común.
Podrían haberse reído sin prestarme importancia, pero teníamos audiencia.
Se sentía amenazado y quería defenderse como si hiciera falta; como si le
debiera explicaciones a alguien de lo que era o no era, lo que le gustaba y lo
que no.
Eché a correr cuando se abalanzó para golpearme.
De todas las personas con las que podría haber colapsado, fue con la que
menos indicada. Karim cayó de espaldas y yo sobre él. Se quejó del dolor y
su pecho se infló contra el mío en una inhalación. Por un breve segundo, en
esa cálida sensación nos miramos a los ojos y me olvidé que venían por mí.
Me sintió por completo. No sabía si me iría al infierno o al cielo por eso.
La burbuja explotó en cuento sentí una mano tirar de mi toalla. Cuando
me tuvieron de pie, me la quitaron. Me empujaron de regreso a las duchas
mientras Karin se incorporaba sobre sus manos y me observaba ser alejado
entre amenazas.
No dijo nada. Nadie lo hizo. Me llevé un puñetazo que me partió e hizo
sangrar el labio y un rodillazo que estaba destinado a mi entrepierna aunque
logré que me diera en el estómago. Me abracé a mí mismo en las duchas
mientras el resto seguía con su rutina de aseo como si nada hubiera
sucedido. El chico al que supuestamente ofendí me escupió en la frente
antes de irse con su amigo.
Acosado. Humillado. Abusado... Me lamentó haber abierto la boca.
Era callado, pero a partir de ese día lo fui más.
Me digo que no puedo contárselo a mis padres. Eso los destruiría un poco
más y ya suficiente daño en sus corazones hay por un día. Así que espero
que se vayan a dormir luego de otra larga ronda de abrazos. Alcanzo el
móvil y, protegido entre las mantas de mi cama, envío un mensaje al grupo.
¿Recuerdan que cada uno metió en el frasco una confesión? Lo
hicimos porque creíamos que nunca estaríamos listos para hablar
voluntariamente al respecto, aunque sabíamos que teníamos que
hacerlo.
Pues creo que estoy listo.
«Lo que me rompió fue que nadie pensara en cómo me afectarían sus
acciones; su crueldad, su desinterés, su falta de empatía. Entonces,
como a nadie le importé, me dejé de importar a mí mismo. Antes de
que pudiera evitarlo, dejó de importarme todo. ¿Es reversible?».
Estoy por apagar el móvil porque es tarde. Pienso que nadie estará
despierto, pero por razones extrañas, todos lo están:
Sawyer
Es reversible.
Liv
Claro que es reversible.
Arlo
Es malditamente reversible.
Gretha
Y si no lo es, harás que lo sea.
Con lágrimas en los ojos les cuento lo que ocurrió en el vestuario.
Esperan pacientemente a través de la línea. Ninguno se desconecta.
El dolor no desaparece o disminuye por compartirlo. Sin embargo,
hacerlo es el paso necesario para iniciar el camino que nos lleva a convivir
con él en lugar de sobrevivir a su presencia. Esa diferencia es la que

¡Hola, paragüitas preciosos! 🥰


permite, en el futuro, llegar a un destino llamado sanación.
¿Cómo viene mayo? ¿Muchas cosas
buenas, malas o todo normal? ¿Están cuidando de sí mismos?
1. ¿Alguna vez sintieron que no le importaban a nadie, como le pasó a
Timmy? ¿Qué les llevo a darse cuenta que no es así?
2. ¿Hablan más de cosas dolorosas con su familia o amigos? ¿Con
ninguno?
3. Algo random de ustedes mismos que les venga a la mente
Con amor cibernético y demás, S.
🙈
24. Desear(te)

Trepo sobre su regazo y hundo las manos en su cabello, tirando con


suavidad de las hebras para que eche la cabeza hacia atrás y me permita
entretenerme llenando de besos su cuello. Mis labios crean un camino que
asciende entre su pulso y la tibieza de su piel hasta llegar a su mandíbula.
Por cada beso que le regalo sus manos bajan un centímetro por mi espalda.
Cuando alcanza el dobladillo de mi camiseta aprieto mis muslos contra los
suyos y me abraza hasta que nuestras caderas encajan en la dulce presión de
algo que no podemos tener. Siento lo mucho que desea esto, de la misma
forma que yo.
—Por favor, no te vayas —suplica bajito—. No tengo a nadie.
Nos detenemos despacio, tal hilera de coches ante un semáforo que pasa
del amarillo al rojo; sus manos desisten de colarse bajo mi ropa y las mías
se desanudan de su pelo para arrastrarse en reversa sobre el trayecto que
emprendieron. Las suyas acomodan mi cabello tras mis hombros con cariño
mientras acuno el rostro que visita mi mente antes de dormir.
Le dije que debíamos dejar de vernos.
—Tenerme a mí es como no tener nada. No lo valgo, Arlo. Siempre
mereciste algo mejor.
Cuando pienso en el tipo de amor que merece, imagino a alguien como
Gretha. Ella no le sería infiel ni lo buscaría solo cuando necesitara escapar.
Lo miraría como si fuera magia y le hablaría como si las palabras fueran
caricias. No lo dejaría a la deriva cuando el océano se torne salvaje a manos
del hombre que le dio la vida ni le diría que sí un día y que no al siguiente.
No sé dar ese tipo de amor.
Nunca supe elegirlo. Me avergüenza lo que mi padre piense de él y la
forma en que podría mirarme si le digo que estamos juntos, porque los
chicos como Arlo son la peor pesadilla de los padres como el mío. Nadie
merece ser el secreto de una persona, mucho menos para siempre. Ahora no
parece importarle, pero en el futuro lo hará. Le dolerá que no quiera
tomarme una foto con él. Le dolerá que no se lo presente a mis amigos ni a
mi familia. Le dolerá que lo esconda como si me diera pena que me vean
con él.
Lo amo, pero no es la opción socialmente correcta, y como tengo miedo
y la opinión del resto es capaz de hacer sangrar cada inseguridad que
aparento no tener, me quedo con Sawyer.
—Las expectativas ajenas que intentas alcanzar siempre estarán más alto
de lo que puedes saltar. ¿Sabes lo que significa eso? Infelicidad. —Sus ojos
son como ver un otoño lluvioso a través de un cristal empañado—. Romper
conmigo es otra prueba de que no eres dueña de tu vida. La verdadera Bella
no haría esto. No dejaría que le dijeran a quién puede amar.
El nudo en mi garganta aprieta tanto que las palabras salen de a trozos.
—Tal vez no existe una verdadera Bella, sino solo la falsa.
Sonríe de lado. Es lo más triste que vi.
—Eso no es cierto. A mí me gustó la primera y no creo que me haya
enamorado de una persona imaginaria.
Traza el contorno de mi ceja como si la dibujara desde cero. Ojalá
pudiera borrarme de su vida, porque tal vez no puede existir una verdadera
yo sin la falsa y eso significaría que jamás fui digna de su cariño.
Miro el salpicadero donde yace el test de embarazo. Dio negativo, pero el
susto fue lo suficientemente grande como para tomar una decisión. No
puedo seguir jugando con dos corazones. En realidad, con tres, porque el
mío es una marioneta más aunque parezca que no.
Cuando le dije a Arlo que no me bajaba la regla, no se alteró. Me dio un
abrazo que contuvo tanta calma que desaceleró mis pensamientos. Es la
única persona capaz de frenar un cohete mental como si fuera un
superhéroe espacial. Contarle fue tan sencillo como respirar, incluso si su
situación, la mía y la de ambos en conjunto es la peor. En cambio, a Sawyer
ni siquiera me imaginé diciéndoselo más allá que, aunque todo embarazo
adolescente representa una situación complicada, estaríamos en una
posición mucho mejor.
Su familia es dulce, le agrada a mi papá porque tiene un futuro brillante,
posee el mismo nivel económico que nosotros y es el estereotipo de yerno
perfecto…
Arlo es… Arlo. Su padre podría matarlo si supiera de la existencia de un
bebé, por eso me pregunté si podría ocultarle la verdad por su simple
supervivencia. Por suerte no llegamos a ese punto. Fui débil y no pude
tomar el test sola, aunque ahora debo ser fuerte y confesarle la verdad.
Apoyo una mano en su pecho. Su corazón late con el ritmo de mi canción
favorita.
—Te enamoraste de mi mejor versión, pero esa solo existe en tu cabeza.
—No aguanto las lágrimas y tampoco sostenerle la mirada cuando sé el
daño que le estoy por causar—. Yo… He estado saliendo con alguien y por
momentos me olvido de ti. De a ratos, puedo disfrutarlo. Te engañé. Por eso
no te veo tanto como antes. La culpa es grande y me alejó, pero el egoísmo
es gigante y regreso aunque no merezca ni una partecita de ti.
La confesión no tiene una reacción física en él. No deja de tocarme.
—En ese caso no me engañas solo a mí. Te engañas a ti misma también.
«Sabes que tenemos algo más fuerte que los errores y las malas
decisiones. Sabes que no amas a nadie como me amas a mí. Sabes que
haces todo esto por tu padre e intentas encontrar placer en esa infelicidad
porque de otra forma perderías la cabeza».
Regreso al asiento del pasajero. El ruido del motor se asemeja al zumbido
de los tubos de luz que oyen los presos al caminar por el pasillo de la
muerte. El aire que se cuela por la ventanilla, que por estar rota no sube del
todo, corre los mechones de mi cabello y enfría mis orejas. El vaho que sale
de nuestras bocas es la nube de pensamiento que aparecería sobre nuestras
cabezas si fuéramos personajes de una ilustración.
Me da vergüenza decir que lo siento. Hice tantas cosas mal que parece un
insulto pronunciar esas palabras. Le debo una vida de disculpas por no
tratar su corazón como lo que es: un tesoro brillante perdido en las aguas de
un océano violento y oscuro.
Estaciona a tres cuadras de mi casa. Nunca le di mi dirección porque no
quería que papá lo viera merodear por ahí y mucho menos que nos atrapara
y me alejara de una de las pocas cosas que me mantenía a flote. A él le
ocurre lo mismo, por lo que tampoco sé dónde vive.
—Resiste unos meses —ruego al abrir la puerta—. Agacha la cabeza
ahora y levántala después. Saldrás de ahí, lo prometo.
Observa la calle desierta a través del parabrisas. Grabo en mi memoria su
perfil para dibujarlo con mis acuarelas los días que lo eche de menos.
—Y tú deja de agacharla. No resistas meses que podrían convertirse en
una vida entera, Bel. Encuentra la forma de hacerle frente a tu padre. —Se
relame los labios—. Cualquiera sea su reacción, jamás te hará lo mismo que
el mío. Tienes opciones.
Siempre adoré las plantas. Tiendo a comparar a las personas con ellas.
Cuando conocí a Arlo supe que era una planta que no necesitaba mucho
cuidado. Soportaba escasez de agua y falta de sol; negado de amor y carente
de una luz al final del túnel, aún se las arreglaba para mantenerse vivo y ser
hermoso en todos los sentidos que una persona debería serlo.
Nadie lo cuidaba, pero él cuidaba a quien lo necesitara. Al menos, me
cuidó cuando lo necesité. Por eso es tan duro dejarlo. Quiero cuidarlo de su
padre, pero no puedo proclamarme su salvadora cuando le estoy clavando
un puñal por la espalda con Sawyer.
Estoy por entrar a una casa que no se siente como una. Aunque corté las
alas que podrían habernos llevado al cielo, pienso que la caída a la que nos
arriesgábamos era peor. El amor no es egoísta y si he buscado mi propio
beneficio durante tanto tiempo tal vez no sepa cómo amar. Sin embargo,
mientras lo veo marchar arrastrando el sueño roto de volar juntos, saco la
esperanza que guardo en el bolsillo.
No alcanza para ambos, así que la deposito en él.
«Algún día te amarán tanto que borrarán todo el daño que te hice»,
pienso.
Le deseo lo mejor.
Desearía no tener que entrar a mi casa, lugar que debería sentirse el más
seguro del mundo, y que el miedo me obligue a encogerme de hombros.
Al estacionar la camioneta me tomé un segundo antes de bajar. Se
divisaba la luz de la lámpara del living desde la ventana, por lo que supe
que papá estaba despierto y no muy feliz con mi horario de llegada. Ahora
que hace una seña con el índice a la cocina para que lo siga, me pregunto si
debería haber ido caminando a encontrarme con ella. Así tal vez podría
haber simulado que estaba en mi habitación todo este tiempo.
Descarto el pensamiento casi de inmediato. Hace frío, jamás dejaría que
Bella se congelara. Ya me siento culpable porque los vidrios del vehículo no
suben del todo y me pregunto si pescará un resfrío por mi culpa.
—Párate aquí. —Con un ademán del mentón señala una baldosa
específica frente a la mesada.
Me aseguro de no mostrar vacilación. Eso lo enoja. Dice que los hombres
no deben dudar.
Apoya su mano en mi hombro y la desliza por mi cuello hasta ahuecar mi
nuca. Sus dedos se ciernen sobre mi piel con aquella tensión que anuncia un
arrebato de ira.
—¿Estabas con la zorra de tu madre?
Niego con la cabeza.
Con la mano libre abre la puerta de la alacena a toda velocidad. La
estrella contra mi rostro con un ruido seco. Apenas logro cerrar los ojos. Mi
nariz empieza a sangrar y el dolor se extiende por cada centímetro de mi
cara. Intento retroceder pero aprieta mi nuca para mantenerme inmóvil.
—¿Con quién estabas?
—Con…
Avienta la puerta otra vez. Por acto reflejo giro el rostro y quiero gritar
por el golpe que recibe mi pómulo. Oprimo los labios, no quiero que note el
temblor ocasionado gracias a mis ganas de llorar. Tengo tanta necesidad de
hacerlo que podría drenar toda el agua de mi cuerpo. La sangre de mi nariz
rodea y gotea sobre mi boca, dejando un gusto metálico a su paso. Su
textura viscosa contrasta con lo ligeras que se sienten las lágrimas que
acarician mi mejilla lastimada.
Apenas se me fueron los últimos moretones y ahora tendré otros nuevos.
Nada en mí termina de sanar por completo hasta que es herido nuevamente.
—Puedo estar todo el fin de semana así. Dime con quién mierda esta…
—Con Sawyer.
Iba a decir el nombre de Gretha, pero no siempre su mención me salva de
las palizas. En cambio, a papá le agrada Sawyer, o más bien lo que
representa: su nueva adquisición talentosa dentro del equipo de fútbol y un
pase para acercarse al director, ya que es su hijo.
La última vez que se enojó fue porque la factura de la luz había subido.
Se quejó de su sueldo mientras rompía un juego de té —de las pocas cosas
de mamá que quedaban aquí— y me hacía limpiarlo. Me piso la mano sobre
la porcelana rota por no tener un trabajo y aportar para los gastos de la casa.
Por un breve segundo me arrepentí de no aceptar el sucio dinero que mi
madre me ofrece cada vez que me ve.
—¿Sawyer Sullivan? —pregunta curioso al soltarme, como si no acabara
de tratar de desfigurarme.
Me trago la sangre con un desagrado familiar. Quiero escupirla sobre sus
zapatos con rabia y repulsión, pero eso no sería mantener la cabeza gacha
como Bella me aconsejó hacerlo. Aprieto las manos a mis lados e intento
reprimir los temblores que nacen desde el interior. Todavía no entiendo
cómo es capaz de ver a su hijo sangrar frente a él y que aún así no se le
genere ni una arruga de preocupación en el rostro.
—Al fin haces algo bien. Vuélvete uña y carne con ese chico y el futuro
nos sonreirá, Arlito.
Asiento. Mantengo el mentón lo suficientemente elevado para que las
gotas de sangre no caigan en el piso mientras le ruego a la gravedad que
esté de mi lado.
No le gusta que queden rastros de su bestialidad, la misma que creo que
volverá a usar cuando amaga a alcanzar la puerta de la alacena.
—Vendrá a cenar el domingo —me apresuro a decir demasiado tarde
como para ver que solo iba a cerrarla.
Me da una palmada en el hombro, orgulloso.
—Así me gusta. Cuando le hable maravillas de nosotros al puto del
director puede que reciba un aumento o me invite a jugar al golf.
«Al menos así golpearás una pelota en lugar de mi nariz».
Se sirve un vaso de agua y me da las buenas noches. Espero a escuchar la
puerta de su alcoba cerrarse para perder el equilibrio que tanto me costó
conservar. Me apoyo en la mesada y escupo la sangre en el fregadero
mientras tanteo por mi móvil en el bolsillo de mis jeans.
Atiende al primer timbrazo.
—¿Estás bien?
Cierro los ojos. Las lágrimas se escurren entre mis párpados.
—¿Puedes venir a verme?
—Llevaré el botiquín —susurra con el corazón roto a través de la línea,
antes de que le cuelgue.
Es fácil en teoría decirle a una persona que se aleje de aquello que lo
lastima, pero no en la práctica.
Me gradúo en dos meses, a dos días de mi cumpleaños número 18.
Apenas me entreguen mi diploma, me largaré de aquí. No puedo hacerlo
aún porque la policía me devolvería a casa —después de todo mi padre
tiene una reputación intachable en la ciudad y lo respaldarían de la escuela,
ya que se supone que ningún monstruo debe trabajar con niños—, por no
decir que la paliza que conllevaría escapar podría ser de las peores.
Tampoco puedo mudarme con mi madre o entrar a servicios infantiles por
tan poco tiempo; sería un desperdicio de recursos que podrían usar en los
pequeños más indefensos. Me alejaría de mis amigos y ese diploma.
Además, contar del abuso a las autoridades no es una opción.
Bella sabe por qué. Mis amigos no, pero les pedí que confiaran en mí y
no insistieran, solo que resistieran conmigo.
Gretha entra por la ventana de mi cuarto sin hacer ni el más mínimo
sonido. No es la primera vez que viene en estas circunstancias. Cuando los
golpes son graves o sé que serán muy notables si no los trato, no me queda
más opción que llamarla ya que su madre trabaja en el hospital y siempre
tiene un botiquín más completo que el hallable en un casa promedio.
Me siento en la cama y ella se arrodilla en el piso, entre mis piernas.
Limpia, desinfecta, pone hielo, esparce pomada y hasta dispersa pequeñas
banditas por mi rostro.
Una vez hasta debió coserme un tajo en el brazo. Quedé brevemente
inconsciente por el dolor.
—Cada vez es peor, Arlo —susurra con un hilo de voz, más horrorizada
que todas las veces anteriores que estuvo aquí—. Sé lo que pactamos, pero
esto...
Rodeo sus muñecas y la miro a los ojos.
—Prométeme que no harás nada.
Traga el mismo tipo de nudo que se instaló en mi garganta.
—Greth, por favor —suplico.
—Me dejarás curar cada golpe de ahora en más. No me ocultarás
ninguno, ni el más pequeño —negocia.
Asiento y cierro los ojos. Sus dedos llegan a mi nuca. A diferencia del
tacto de papá, el de ella es suave y cariñoso. Lleva el cielo en las manos y
hace, por un momento, que esta casa se sienta segura aunque haya una
bestia a una habitación de distancia. Pega despacio su frente a la mía,
cuidadosa de que nuestras narices no se toquen porque no quiere
lastimarme.
—Te traje algo —susurra.
Abro los ojos. Sonrío aunque duele un montón, tanto por dentro como
por fuera.
—Creo que sé lo que es.
Cuando termina de curarme nos metemos bajo las mantas. Acomoda las
almohadas para estar más alta que yo y apoyo la mejilla en su pecho
mientras la abrazo. Saca del bolsillo de su sudadera dos bombones de
chocolate. El señor Fisher le envía una caja todos los meses y aunque son
pocos los comparte solo conmigo. Pela el primero y me lo da en la boca
antes de comerse el suyo.
Es nuestra tradición. El chocolate no mejora nada, pero tampoco lo
empeora.
—Le dije a Bella que no me dejara porque no tenía a nadie —confieso
avergonzado—. Fue estúpido. Estaba equivocado. Siempre estás tú.
Acaricia mi cabello hasta que el sueño me gana.

¡Hola, paragüitas! 🥰😭
—Y siempre lo estaré.

piensan? ¿Qué necesitan?


Estuvo duro este capítulo... ¿Qué sienten? ¿Qué

1. ¿Tienen la misma impresión de Cora que tuvieron en los primeros


capítulos o cambió? ¿Para bien o para mal?
2. ¿Cuáles son las cosas/personajes/secretos que más los intrigan hasta el
momento de la historia? ¿Están esperando alguna confrontación o
revelación en específico?
3. ¿Alguna vez sintieron que amaban de forma incorrecta? ¿Creen que
hay una manera correcta?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
25. Tercer paraguas roto: Cora

—Buenos días —saludo al dejar el paquete sobre la mesada—. Traje


budín de mandarina, glaseado.
—No me gustan las mandarinas —murmura Cora sentada en uno de los
dos taburetes detrás de la barra, sin quitar los ojos de su té.
La taza del Doctor Brown queda a medio camino de su boca cuando se
aclara la garganta con desaprobación.
—Pues no te veo cocinando o yendo a comprar algo que te guste. No seas
malcriada, hija. Gretha tuvo un lindo gesto. —Da un sorbo a su café y se da
vuelta para ir por un cuchillo—. Siempre los tiene, a diferencia de ti.
Cora rodea su taza con fuerza. Sus dedos se ponen rojos por lo caliente
que está la porcelana y abro el paquete de la panadería. Deslizo el único
pastelito de limón a través del mármol, en su dirección.
Claro que sé que no le gustan las mandarinas. El otoño es la estación de
esa fruta. Se queja del olor que dejan cuando Sawyer las come alrededor de
toda la casa.
Intercala la mirada entre el cupcake y yo. Me obsequia una sonrisa tan
pequeña que debería verla a través de un microscopio para comprobar que
es una. Sin embargo, decae en cuanto su padre reaparece. El hombre desliza
una taza de café hacia mí y deja un plato sobre la mesada. Prosigue a
cortarme tres rodajas y pienso cómo devolveré una al paquete sin que lo
noten, porque solo puedo comer dos.
—Vi la nota que le dejaste a tu madre en el refrigerador, ¿tu amigo se
encuentra mejor? —pregunta.
—Sí, solo... —Agito una mano para restarle importancia aunque, para
mí, es lo más importante del mundo. Tomo asiento junto a Cora a pesar de
que quiero huir a mi habitación, pero sería descortés—. Problemas de
adolescente, ya sabes.
—Oh, querida, claro que sé. —Ríe y hace un ademán con la cabeza hacia
su descendencia.
Cora vuelve a mirar las ondas creadas por su respiración en la superficie
del té. Parece que quiere hacerse diminuta y zambullirse en el tilo hasta que
este llene sus oídos y así no pueda oír a su padre.
—Justo hablábamos de la universidad —comenta el doctor—. ¿Ya sabes
qué estudiarás, Gretha?
—En realidad, no. Papá quería que estudiara Literatura, pero no estoy
segura. Me tomaré un año sabático para pasar tiempo con él en Malibú,
ahorrar algo de dinero con algún trabajo temporal e investigar qué me gusta.
—El viejo Fisher debe estar muy feliz porque lo visites. —Termina su
café y deja la taza en el fregadero. Liv se espantaría si alguien no lavara
automáticamente lo que usó y se pondría a lavarlo ella misma—. Me alegra
que no te lances a derrochar dinero en algo que te haga infeliz. Muchos
chicos de tu edad lo hacen en lugar de informarse y probar distintas cosas
primero. Algunos no tienen la posibilidad de elegir, claro, pero tú sí. Está
bien que la aproveches.
Cora toma el cupcake y le da un mordisco por la mitad. Mastica con la
mandíbula está tensa.
—Solo recuerda que es tu vida, no la de tu padre. Si al final no quieres
estudiar literatura, no debes hacerlo —añade al ponerse la chaqueta que
descansa en el respaldo del taburete de su hija antes de inclinarse hacia ella
—. Ya te pagué la cuota del gimnasio donde va tu madre, cariño. Diviértete
con ella y quema las calorías de ese pastelito que nuestra familia no es
como la de Marion y Gretha, ¡engordamos fácil! —Ríe y deposita un beso
en su cabello.
Las últimas dos palabras me generan un escalofrío horrible.
Toma su maletín del sofá y se va. Cuando la puerta principal se cierra,
Cora cierra los ojos con fuerza, como si jamás quisiera abrirlos otra vez.
Inhala de forma temblorosa. Lágrimas caen de sus párpados cerrados y
estoy por tocar su hombros cuando su mano se hace un puño y lo estrella
contra la mesada. Aplasta la mitad del cupcake hasta que no es más que
trozos y migajas que desprenden olor a limón. Las patas del taburete arañan
el piso cuando se impulsa con furia hacia atrás y sale disparada hacia las
escaleras.
¿Cómo no me di cuenta antes?
—Cora, espera. —La sigo.
—Déjame sola, Grethalyn.
Acelera el ritmo con el que sube los escalones.
—No.
Llegamos al pasillo y repito su nombre.
—¡Déjame! —grita molesta.
La tomo de la muñeca y tiro de ella hasta que estamos cara a cara. Sus
ojos están enrojecidos como un atardecer desteñido.
—He dicho que no —digo con calma a pesar de que mi corazón va a la
velocidad de los aviones.
Sus facciones se tuercen cuando intenta no echarse a llorar, pero las
lágrimas son imparables.
—¡Eres...! —Un sollozo desgarra su garganta—. ¡Eres una maldita pu...!
La tomo por los hombros.
—No —susurro—. Se acabó insultarme como medio para desahogarte
por cosas que no te hice. No me hagas sentir como tu padre te hace sentir a
ti, por favor. Sé que eres mejor que él, así que demuéstralo. —Mis manos
suben hasta que acuno sus mejillas—. Y no me iré. Me quedaré aquí, te
daré un abrazo y tú lo aceptarás porque lo necesitas, ¿de acuerdo?
A pesar de que niega con la cabeza en un último intento para mantenerme
del otro lado de esa línea que no quiere que cruce, no tiene la fuerza
suficiente. La abrazo hasta que nuestros pechos suben y bajan
sincronizados. Acaricio su cabello con la suavidad que el viento hace bailar
las hojas en primavera.
Tendría que haberme dado cuenta que ella también estaba rota. Todas las
personas lo están, pero a veces lo ignoramos porque de otra forma la vida
sería una película triste que no se puede pausar.
La tendría que haber mirado con ojos más profundos. Debería haber
preguntado y haberme quedado a escuchar. Ojalá hubiera prestado atención
a los detalles. No entiendo cómo pude ignorarla, cómo fui capaz de pasar
una y otra vez por su lado y no percatarme de las microagresiones de su
padre. Debí llegar al punto de oírlo decir algo que me tocara una fibra
sensible para ver todo el daño anterior.
—Lo siento —murmura en mi oreja.
Sus lágrimas pasan de su mejilla a la mía.
—Lo siento mucho, fui horrible contigo —dice y retrocedo para tirar una
de las mangas de mi camiseta hasta que cubre mi puño. Le limpio la
humedad del rostro—. Te miré y te traté mal desde que te conocí. Te dije
cosas terribles y ninguna de ellas es cierta. Te usé porque soy una cobarde
que no se responsabiliza por sus acciones. Lo siento, lo sien... —Inhala
hondo, sin poder terminar, y se mete en su cuarto.
Bajo el umbral de la puerta la veo sentarse en la cama con las manos
sobre el regazo mientras observa la lámpara de tortuga sobre la mesita de
noche.
—Tomé dos tests más para estar segura. No estoy embarazada. Le diré a
mi padre y a tu madre que te obligué a cubrirme cuando regresen de
trabajar.
Creí que me alegraría oír eso, pero no lo hace. En el silencio que nos
acompaña no puedo dejar de invocar a mi memoria: ¿siempre que el Doctor
Brown me felicitó por algo se lo restregó en el rostro? ¿Esos comentarios
como llamarla Cruella De Vil no eran un chiste entre ellos como los que
tenemos mi papá y yo? ¿Cora se reía para que el resto de los presentes no le
tuvieran pena? ¿Para no sentir vergüenza? ¿Era porque quería satisfacer a
su progenitor?
A veces estamos tan cegados intentando solucionar los problemas de una
persona o los propios, que no vemos los de otra.
—Es frágil —digo.
Sorbe por la nariz y entro a su cuarto a pasos lentos, en caso de que
quiera pedirme que me vaya. Este es su santuario. Por más que quiera estar
con ella, tengo que respetar límites porque a mí me gusta que respeten los
míos.
—¿Qué cosa?
Señalo la lámpara y me siento en la alfombra, frente a sus pies.
—El caparazón de las tortugas. En biología dijeron que está fusionado a
su columna y es como si fuera nuestro propio pecho. Parece fuerte, pero no
lo es. Puede dolerles mucho que lastimen dicho caparazón. —Le sostengo
la mirada—. Y puede doler mucho que lastimen el nuestro, ¿no crees?
¿Cómo no reconocí que usamos el mismo mecanismo de defensa? La
única diferencia es que creí que Cora parecía y era fuerte, pero ambas
fingimos que las cosas no nos afectan.
—Yo... —Ríe con amargura—. Estoy tan cansada, Gretha. Harta de ser
una tortuga que nada contra corriente. Me llena de rencor, pero más de
tristeza, oír a mi padre decirte las cosas que me gustaría que me dijera a mí.
Quisiera que me apoyara respecto a lo que quiero hacer, al cuerpo que
quiero tener, a la persona que quiero amar, a quien soy... Y no lo hace.
No hay nada que pueda decirle que la haga feliz o arregle la relación que
intenta salvar a costa de su felicidad. Es fácil alentar a un adolescente a que
se enfrente a sus padres, pero al final del día siguen siendo sus padres:
quieren el amor de ellos y hacerlos sentir orgullosos, incluso si deben
sacrificar u ocultarles lo que sienten. No es tan fácil hacerles frente. Cora no
es cobarde, es solo una chica que ama mucho a quien le dio la vida y no
termina de entender la magnitud del dolor que este le causa ya que está
eclipsada porque «es papá».
—Siempre me gustaron las tortugas —cuenta al volver la mirada hacia la
mesa de noche, perdida—. Mi mamá hizo la lámpara para mí. Cuando está
oscuro, la luz atraviesa el caparazón y la habitación se llena de distintos
tonos verde. Bueno, más verdes de los que ya hay. —Resopla y sonrío—.
Parece que duermo en un bosque.
Esta habitación solía ser mía. Es la única que tiene un balcón, pero ella la
pidió y no supe decirle que no. Mamá tampoco ayudó porque dijo sería
como un regalo para que comenzáramos con el pie derecho. Lo que al final
pasó fue que empezamos con el izquierdo y para nuestra falta de suerte
ninguna de las dos es zurda.
Por el balcón lleno de macetas, trepa una enredadera con flores violetas
que tocan con amabilidad las puertas francesas de cristal. Dentro, el
escritorio repleto de latas usadas como lapiceros es bañado por la luz del
sol. Hay plantas que cuelgan del techo, que saludan desde las repisas y
miran hacia arriba desde la alfombra, atentas al caballete que hay en medio
de la habitación. El olor a témpera y tierra mojada nos arropa para apreciar
el espectáculo, pues Cora replicó obras de arte en las macetas. La noche
estrellada, El jardín de las delicias y El caminante sobre el mar son las
únicas que reconozco, pero alguien con sabiduría artística podría perderse
con gusto esta pequeña jungla.
—Es como si estuvieras dentro de un cuento de hadas —concuerdo.
Bufa como si no creyera en ese tipo de cuentos. No puedo culparla,
parece que su padre jamás se los leyó y siempre les dije que eran pura
ficción.
—Tendrías que ver dónde vive mi mamá. —Sonríe un poco—. Es una
especie de ático sobre un bar, a una cuadra de su florería. Me hubiera
gustado vivir con ella tras el divorcio, pero no tiene espacio. Además, papá
dijo que el lugar está muy lejos de la escuela y que no tiene las
comodidades que necesito. Tal vez si no la hubiera hecho firmar un contrato
pre-matrimonial ella tendría más dinero ahora... Pero es feliz, hace lo que le
gusta. Ojalá pudiera...
Niega con la cabeza como si fuera imposible.
—¿Tu madre sabe que no quieres ir a la facultad de Medicina?
—Decírselo no cambia nada. Papá quiere que vaya, punto. Él cree que las
plantas, el arte y las artesanías son tiempo malgastado, y tal vez tiene razón.
Cuando lo digo en voz alta suena tonto. —Se encoge de hombres—. Tal vez
vender flores es estúpido.
Nada que te haga feliz es tiempo malgastado.
—Entonces él es un enorme estúpido.
Abre los ojos y se echa a reír. El sonido es una gota de agua dulce en un
mar salado, que arde y duele.
—Wow, Grethalyn, es la primera vez que te escucho maldecir.
—Déjame explicarte por qué. —Mis mejillas se encienden porque tiene
razón. No suelo decir palabrotas porque creo que pueden herir los
sentimientos de los demás—. Él trabaja en un hospital donde las personas
llevan flores a sus parientes heridos, a los enfermos, a los que sueñan en
terapia intensiva y a los que acaban de tener un bebé. Llevamos flores a la
tumba de nuestros seres queridos, se las regalamos a las personas que
queremos y llenamos nuestro patio de ellas para que se sienta como un
hogar. Las novias llevan un ramo, se decoran salones enteros con decenas
de ellos y son esas mismas flores las que embellecen los paisajes. Tu padre
ha dado, recibido y disfrutado de las flores durante toda su vida. Todos lo
hemos hecho. Son importantes porque significan y expresan algo para el ser
humano. Por lo tanto, si cree que son estúpidas, él también lo es. Y tú. Y
yo. Y el mundo entero.
Me mira como si fuera la primera vez que lo hiciera. Aunque sus ojos
siguen enrojecidos, ya no hay más lágrimas que secar. Parece que su
respiración volvió a su ritmo habitual cuando apoya las manos en el
colchón y baja, sentándose en la alfombra para estar a mi altura. Apoya la
espalda contra la cama y junta las manos sobre su regazo.
—¿Por qué eres tan buena conmigo?
«Porque no lo han sido conmigo y no le deseo eso a nadie».
—Las personas somos como tus flores, Cora —opto por decir en su
lugar, porque esto se trata de ella, no de mí—. No hay dos iguales y cada
una florece de forma y a un ritmo distinto, según cómo las cuidan. Me
gustaría que dejaras de verme como una amenaza que, en realidad, no soy.
No tienes que competir contra mí para ganarte al doctor Brown, porque
¿adivina qué? Ya lo ganaste. Es tu papá y espero que le recuerdes, que le
recordemos, que eres la ganadora del puesto número uno en lo que sea que
quieras hacer, incluso si no es el tipo de carrera que él eligió... Y los
ganadores de cualquier tipo reciben flores, por cierto.
Su padre debería dejar de verla por las cosas que no es y enfocarse en
reconocer a su hija por las que sí es.
Cora es La noche estrellada de Van Gogh, las enredaderas a través de las
cuales se desliza la luz y el oxígeno que producen las plantas. Es arcilla y
témpera fresca, el sonido de las gotas deslizándose entre las hojas y una flor
preciosa; su silueta, sus colores, su olor, su largo, su ancho, su peso, sus
espinas, sus necesidades, su forma de marchitarse y también su manera de
florecer.
Su padre la regará incorrectamente de por vida, lo que podría matarla, si
no le dice que pare y busca el tipo de riego que precisa para abrirse hacia el
sol.
—Tiene sentido ahora —susurra.
—¿Qué cosa?
—Que la gente siempre te llama a ti. —Frunce el ceño, concentrada en
cosas de mí que no veo—. Eres buena con las personas, decirte que no lo
eras fue la mentira más grande del mundo. Lamento que mis celos me
nublaran de ver tus virtudes.
Siento calidez derramarse a través de mi cuerpo. Exhalo una bocanada de
aliento que no me percaté que retenía y doy dos toquecitos con el índice a
su rodilla.
—Oye, ¿te gustaría venir a la próxima reunión en el cobertizo?
—No estoy lista.
Asiento con compresión.
—Está bien, yo nunca lo estoy. —Me pongo de pie y retrocedo hasta la
puerta con las manos dentro de los bolsillos de mis pantalones—. Sé que no
somos amigas, pero podemos ser conocidas que se tratan bien. También
puedo ponerle un laxante a lo próximo que cocine. Tu padre quedaría
atascado en el inodoro.
Ríe. Todavía no me acostumbro a ser la causante de ese sonido
—Bueno, yo... —Señalo el corredor—. Iré a desayunar. Si quieres puedo
ir a comprar otro pastelito de limón.
Niega con la cabeza.
—Sawyer está de camino a recogerme. Tengo... —Aparta la mirada—.
Tengo que romper con él. También le hice cosas horribles.
Si quisiera contarme, lo habría hecho justo como me contó sobre su papá,
su madre y cómo se siente. Si no lo hace es por un motivo y debo
respetarlo. Al final del día, no me incumbe su relación. Sin embargo, decir
que la curiosidad no me hace cosquillear las puntas de los dedos sería
mentir.
—Llévate eso antes de irte. —Señala una planta que parece levitar sobre
una galaxia por los colores y puntos brillantes pintados en la maceta que la
contiene—. Es la flor de Cempasúchil.
—¿Cem-qué? —La tomo en brazos.
Ruedo los ojos.
—Es una flor importante en México. Se supone que, el Día de Muertos,
se encarga de guiar a los que ya no están hasta los altares que sus familias
hicieron para ellos.
La examino. Sus pétalos son tan naranjas como el budín de mandarina
antes de ser budín.
—¿Y por qué quieres deshacerte de ella?
—No me deshago de ella, te la estoy regalando. Solo prométeme que la
cuidarás. Es importante porque une a las personas, pero para unirlas
primero debe tener los cuidados necesarios para florecer.
Le sostengo la mirada a mi hermanastra. Al principio creo que es un
mensaje encriptado y que no dirá nada más, pero es Cora Brown: una bala
que, aunque a veces dispara hacia el lugar incorrecto, otras da en el blanco.
—Por si no entendiste la metáfora, te he estado observando. Cuidas de
todos con un amor que no creo que te des.
Me encojo de hombros.
—Tal vez me doy un tipo de amor distinto.
—Un amor distinto al bueno es uno malo, Grethalyn. Recuérdalo.
Sus palabras me acompañan escaleras abajo.
No como las dos rodajes de budín.
Me como las tres.
¡Hola, mis pequeños paragüitas! Extrañé mucho leerlos. 🥰 ¿Les
llegaron noticias buenas en el último mes? ¿Cómo está su salud mental del
1 al 25?
1. ¿Alguna vez sintieron que alguien los comparaba constantemente con
otra/s persona/s? ¿Hicieron algo al respecto?
2. ¿Alguna vez tuvieron un arranque de ira y rompieron algo? ¿Qué cosa?
3. Tu opinión, predicción o comentario sobre la relación Cora-Gretha a
partir de este capítulo. ¿Cuál fue su parte favorita? ¿Creen que la disculpa
de Cora estuvo a la altura?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
26. Caja de inseguridad

Amaba a Gretha. La amaba tanto que decir que la amaba resulta


insuficiente, por eso me alejé.
Me estaba engañando a mí mismo. Creía que estaba superando mi
adicción a la cocaína cuando, en realidad, solo la estaba reemplazando por
otra droga: una persona. Me percaté de mi error a tiempo, antes de que se
transformara en una obsesión, pero eso no evitó que de todas formas nos
lastimara a ambos.
Dejarla siendo consciente de que estaba por enfrentarse a una batalla tan
larga y dura fue de las cosas más difíciles que hice. En muchas ocasiones
quise escribirle o aparecer en la puerta de su casa. Me carcome la
conciencia pensar que, si me hubiera quedado, tal vez no hubiera llegado al
punto donde está: un esqueleto fuera de la tumba.
Debería haberla chequeado o haber contactado a algún familiar para que
mantuviera un ojo en ella. Sin embargo, no fui tan fuerte. Si escuchaba su
nombre de mis propios labios o los de cualquiera, o si la oía decir el mío,
querría regresar. Hay personas que se sienten el lugar más seguro del
mundo. Incluso más que uno mismo. Es como si pudieras depositar en ellos
cada uno de tus miedos, secretos y deseos, y actuaran tal caja de seguridad
impenetrable, a la que solo tú tienes acceso.
Muy idiota de nuestra parte no preveer que a veces podemos olvidar la
contraseña y que al volver luego de un tiempo tendremos que luchar por
recuperarla.
Muy idiota de nuestra parte no ver que las personas no son solo una caja
fuerte, sino un sistema con muchas de ellas, incluida la propia.
Gretha jamás me dio la clave de la suya. Me confió cosas que sigo
cuidando, pero nunca tantas como yo le confié a ella. No porque no las
hubiera, sino porque estaba ocupada encargándose de las mías. Sé que fui
egoísta y me marché, lo cual puede parecer aún más egoísta si veo hacia
atrás y encuentro que ella siempre estuvo para mí y yo desaparecí cuando
más me necesitaba. Sin embargo, todo este tiempo esperé mejorar y
compensarle cada palabra que no dijo por estar escuchando las mías. Le
conté cosas que ni siquiera me atrevía a pensar en presencia de otros, como
si temiera que pudieran leer mi mente, y ella también merece que alguien
escuche los pensamientos que más la atormentan.
—Eres distraído.
Levanto la mirada para encontrar a una chica del otro lado del mostrador.
Tiene el cabello afro trenzado de forma tan simétrica que hasta parece que
contó las hebras de su pelo y las dividió con meticulosidad antes de
manipular los mechones.
—Sí, debería trabajar gratis. —Levi me da un empujón con la cadera
para que le haga lugar frente a la computadora de la librería.
—Lo siento, estoy pensando en alguien.
—Qué asco —dicen al unísono, lo que me hace reír.
—Pareces lista. Dime, ¿cómo puedes hacer sentir a salvo a una persona
insegura para que se anime a hablar sobre lo que le ocurre?
La extraña estrecha los ojos y me escanea como Levi al código de los
libros.
—Depende. ¿La persona es insegura y se muestra así o aparenta ser pura
seguridad aunque no lo sea?
Me inclino para tomar una bolsa con el logo de la librería y lo medito.
—Insegura conmigo, pura seguridad con el resto.
La chica suspira. Levi me pasa los libros y los embolso.
—No puedes hacer sentir a salvo a una persona insegura ni prometerle
que solucionarás sus problemas, pero puedes recordarle que enfrentarás lo
que sea con ella, hasta que tenga la suficiente confianza como para hacerlo
por sí misma. La gente no habla porque se sienta segura, sino porque nos
tiene confianza, y esa confianza es saber que alguien puede fallarte y aún
así arriesgarte a contarle lo que te sucede porque en tu corazón crees que no
te dejará solo. Como ves, no hay nada seguro en eso.
—¿Crees que nadie puede hacernos sentir 100% seguros?
Se encoge de hombros.
—Es igual que preguntar cómo puedes amar completamente a alguien
que no conoces por completo.
—Solo lo haces. No necesitas conocer todo de una persona para amarla.
—Puede que, tal vez, si la conocieras por completo no la amaras. Eso
explicaría por qué el ser humano trata de ocultar lo peor de sí. —Saca su
monedero, uno de tela como el que tenía mi abuela—. La incertidumbre de
lo que pasaría al dejar salir ciertas cosas restringe la totalidad de seguridad,
amor y cualquier otro sentimiento. ¿O jamás te preguntaste si tus padres
podrían quererte un poco menos si pudieran meterse en tu cabeza? ¿Tus
amigos confiarían en ti si supieran todo lo que has hecho, dicho, imaginado
o pensado? ¿Esa chica que te gusta no sería más precavida al conocer el
lugar más oscuro de tu mente? Lo cruel, lo malo, lo retorcido, lo egoísta, lo
asqueroso... —Deja de hablar cuando Levi desliza el ticket de compra a
través del mostrador.
Sus manos vacilan y sus ojos van del monedero al monto impreso en
papel. Sus mejillas se enrojecen porque no le alcanza el dinero, incluso
cuando estos son ejemplares viejos. Se aclara la garganta.
—Lo siento, tendré que dejar dos... —empieza.
—Invita la casa —asegura Levi.
Le paso la bolsa con los libros pero duda en aceptarla.
—Eres tan buena con el debate que te los ganaste —aseguro—. Además,
también eres la única persona que querría esos libros. Estamos intentando
deshacernos de ellos hace meses —miento para que no se sienta mal.
Enarca una ceja. No me cree, pero no me contradice. En cambio, da
vuelta el monedero sobre el frasco de propinas. Caen cuatro monedas.
—Mi amiga me entrenó —explica—. Practicamos bastante seguido en su
cobertizo. Le caerías bien, ¿sabes? Eres un signo de interrogación andante,
aunque un pésimo vendedor.
—Amén —susurra Levi al cerrar la caja registradora.
La chica nos da una mirada de agradecimiento antes de dirigirse a la
puerta. Al abrirla, la campanilla suena y me apresuro a preguntar:
—¿Nombre?
Se gira y frunce el ceño.
—¿De mi amiga? Se llama...
—No, el tuyo.
La bolsa con los libros rebota suavemente contra su rodilla y la brisa
otoñal se cuela desde la calle, agitando el cabello multicolor del tatuador a
mi lado.
—Liv.
—Ha sido un placer, Liv. Vuelve pronto, creo que le gustas a Levi.
El susodicho me pisa el pie detrás del mostrador y sonrío al intentar
disimular mi dolor.
—Muchas gracias, pero estoy más interesada en los libros que en los
chicos en este momento.
Se marcha y emito un «ouch».
—¿«Creo que le gustas a Levi»? ¿En serio? —espeta mi jefe.
La librería es de su papá, que está en el mismo centro de rehabilitación al
que fui, a dos pueblos de aquí. Su hijo y yo nos conocimos cuando fue a
visitarlo. A sabiendas que es difícil que los drogadictos obtengan empleo,
me ofreció encargarme de este lugar para tener tiempo libre y dedicarse a lo
que le gusta: el arte sobre la piel.
Podría haber vuelto a mi casa, pero no se siente como una. Mi abuela me
crió mientras mi madre perseguía hombres adinerados y fingía que su única
preocupación era broncearse correctamente en un yate. Cuando Nana
murió, intenté encajar en la vida de mamá, pero mi actual padrastro me
aborrece porque gracias a mí debió gastar una increíble cantidad de dinero
en un centro de rehabilitación que mi progenitora le rogó que pagara. Según
él, fue una porquería que no funcionaría. Todavía lo cree aunque llevo
meses limpio. Solo pagó porque era menor de edad y de esa forma podían
irse de vacaciones sin tener que dejarme en su casa cuando no confiaba en
que, al volver, sus pertenencias no hubieran sido vendidas por e-Bay. Cree
que soy un delincuente por haber caído en las drogas y le gusta pretender
que no soy el hijo de su pareja, así pueden irse de viaje solo los dos y
disfrutar de atardeceres, cócteles y una vida sin niños. De todas formas, ya
soy mayor de edad y no pienso volver a esa casa —bueno, puede que los de
seguridad ni me dejen entrar—.
Además de darme trabajo, Levi me deja vivir en su estudio. Es el único
amigo que tengo.
—Lo siento, tendría que haber dicho «Le gustas a Levi». Era obvio, no
una posibilidad.
Me da un empujón amigable.
—Ve a limpiar el polvo de los estantes antes de que te haga el tatuaje de
un pene en la frente, empleado bocón.
Gretha saluda con una mano enguantada a través de la vidriera. El vaho
que sale de su boca empaña el cristal y escribe en él.
Hola, extraño.
Rodeo el mostrador, doy vuelta el cartel para indicar que la librería está
cerrada a partir de este momento y le abro. Entra y siento que todos los
libros caen de los estantes y se abren para ella, deseosos por ser leídos.
Cualquier cosa o persona que pueda ser vista a través de sus ojos es
afortunada. Nadie intentará comprenderte de tal forma, como si fueras lo
más importante del mundo aunque no seas más que una persona del
montón.
No hablamos, pero compartimos una sonrisa. Levanto el índice y hago un
círculo en el aire, indicándole que gire. Mientras desprende su abrigo, mi
aliento mece las hebras de su cabello que la bufanda no logró atrapar. La
ayudo a quitarse el saco y lo dejo en el perchero donde algún que otro
cliente olvidó su sombrero o su paraguas.
Algo que siempre amé de nosotros es que no necesitamos hablar todo el
tiempo. Conocemos tan bien las expresiones, las miradas y las reacciones
del cuerpo ajeno que es innecesario abrir la boca para emitir sonidos, a
menos que sean de un tipo en específico...
Somos como los lectores, nos leemos el uno al otro en silencio.
Gira para quedar otra vez cara a cara. Le desato la bufanda y tomo su
mano. La guio a través de las estanterías hasta el estudio de Levi, mi hogar
temporal. Recorre los fragmentos de textos escritos en la pared mientras
pasamos, hasta detenernos en el sofá.
—¿Cómo...? —empieza.
Me dejo caer sobre el cojín desgastado donde duermo.
—No. Hoy se trata sobre ti.
Me lanza una mirada de advertencia, todavía de pie.
—No tienes que hacerlo. Sabes que me siento mal cuando haces girar el
mundo a mi alrededor.
—Nunca hago que el mundo gire a tu alrededor, ese es el asunto —digo y
suena más a una disculpa que a una afirmación—. No lo hice por un año
entero y antes de eso siempre se trataba sobre mí, así que intenta explicarme
cómo te sientes respecto a... —aprieto su mano para no tener que terminar
la oración—. Esta versión de ti.
«Esta versión tan aterradoramente delgada de ti».
La indecisión no la deja sentarse de inmediato, pero cede. No se deja caer
como una paciente frente a su psicólogo de confianza, lista para dejar salirlo
todo, sino que lo hace despacio. Sus piernas apretadas y sus botas que
apuntan hacia la puerta son señales de que está lista para salir corriendo en
cuanto esta conversación ponga en peligro alguna parte de ella que todavía
no está dispuesta a perder.
—¿Qué pasó el día de ese juego de fútbol americano? —pregunto.
Se zafa de mi agarre. Su mano derecha sube por su brazo izquierdo. Cada
tantos centímetros de su suéter, aprieta, suelta, sube y vuelve a apretar.
Luego lo hace hacia abajo. Hace eso cuando está nerviosa o su mente se
encuentra en un lugar oscuro, como si pellizcarse fuera una advertencia
para despertar de un mal sueño.
—Sabes lo que pasó. Estabas ahí. Me viste caer desde la punta de la
pirámide.
—Me refiero a qué pensamiento tan fuerte entró a tu cabeza y echó raíces
como para, un año después, no haber salido de ahí.
Se pone de pie, inquieta. Le doy su tiempo. Gretha es el tipo de persona
que sabe qué decir sobre otro pero no sobre sí misma. Necesita unos
segundos para procesar las preguntas y formular respuestas. De otra forma,
se frustra al no ser capaz de expresar bien lo que quiere decir y teme que no
la entiendan. Si se frustra, se calla.
Eso pasa a menudo.
Sigue apretando su brazos mientras camina y leer sin leer las frases de la
pared. Se detiene frente a una de Emily Dickinson, dándome la espalda:
«Hasta que amé nunca viví». Sus hombros suben cuando inhala despacio,
como si desconfiara que el mismo aire podría lastimarla.
—A veces me miro y...
Me pongo de pie hasta que estoy a su par, frente a una frase de Benito
Taibo: «Las palabras, dependiendo del tono y la intención, cobran
significados distintos. Si se dicen con mala fe, intentando herir, incluso las
palabras aparentemente más sencillas pueden volverse horrorosas. Pero en
el fondo no son más que palabras».
Quiero decirle que es verdad, que no son más que palabras las que oyó,
pero no lo entendería. No cuando la herida continúa abierta.
—¿Te miras y qué? —susurro para animarla.
No sé cómo pudieron hacerle esto. No tengo idea cómo fueron capaces
de tratar con tanta crueldad a alguien que siempre fue amable con ellos, e
incluso después de cada bala de oraciones horribles que recibió, no se
quejó. No sé qué demonios ocurre en la cabeza de la gente como para
disparar ese tipo de veneno superficial sobre el sol. ¿No se dan cuenta que
si apagan la luz quedarán a oscuras?
Solo un imbécil se desquitaría con algo tan brillante como ciertas
personas.
—No puedo decirlo en voz alta. Lo siento. —Cierra los ojos y niega con
la cabeza al cruzarse de brazos, en un autoabrazo que se parece a un eclipse:
vuelve a ser tragada por la oscuridad de callar lo que duele—. Tengo miedo
de que no lo entiendas como yo lo hago.
Exhala y parece una muñeca de gelatina, siempre temblando ante los
golpes que alguien da en la mesa, pero nunca derrumbándose.
—Jamás alguien va a entenderlo como tú, pero lo intentaré. La
aproximación es mejor que nada.
—No quiero que me juzgues.
Me paro frente a ella y la miro a los ojos.
—No lo haré.
—Temo gustarte menos.
—Imposible.
—O que te alejes.
—Solo lograrás que me acerque más.
Una vez leí que las personas somos como las palabras. Cuando miras por
mucho tiempo una y la pronuncias sin parar, comienza a parecerte extraña.
A veces pasa hasta con tu propio nombre. Creo que a Gretha le sucede eso,
se miró tanto en el espejo que ahora ve una persona que no es; un cuerpo
que debe cambiar para encajar otra vez en la supuesta normalidad.
—Somos nuestro juez más duro y la belleza es subjetiva, lo sé, pero ¿qué
haces cuando todos piensan que eres...? —Aparta la mirada, avergonzada
—. Siento que me miran con asco, Charlie. Entonces, quiero hacerme
pequeña. No quiero salir de casa, que me toquen, me tomen fotos, me
graben o me miren. Me dan ganas de desaparecer de todos los recuerdos
que tienen las personas sobre mí porque siento... —Hace una pausa para
tragar el nudo que las inseguridades formaron en su garganta, ese que se
niega a que exteriorice lo que le sucede porque sabe que le diré que todo lo
que piensa de sí misma está lejos de ser real—. Siento que debo pedirles
perdón por cruzarme en su camino y que tuvieran que mirarme aunque sea
por un segundo, cualquiera sea el ángulo. Es como si mi cuerpo fuera una
ofensa a las cosas bonitas y debiera disculparme por ocupar un lugar en el
planeta; no encaja en ningún lugar, ni siquiera conmigo misma. Así que...
—Se toma un segundo para arreglar el temblor en su voz y que esta no se
quiebre—. Perdón.
Vuelve a mirarme. Hay tantas cosas ahí que no dice. No estoy seguro si
me las dirá todas alguna vez, pero sé que le duelen hasta el punto donde
tienen el control suficiente como para obligarla a no pronunciarlas. El lado
dañado de Gretha es consciente de que si su lado racional oyera todo lo que
piensa, pararía de dañarse.
Por eso evita las palabras y ponerle nombre a su trastorno alimenticio, del
cual está lejos de hablar aún.
Mi abuela solía decir que las personas que se obsesionan con su peso se
ven a sí mismas como frascos de jalea casera, los que reutilizas. A
diferencia de los humanos, el cerebro sería el vidrio y el resto del cuerpo el
contenido. Pueden ser un frasco que rebosa de mermelada o uno que apenas
tiene unos gramos. Sin embargo, siempre estarán inconformes porque están
limitados por ser un determinado tipo de frasco que creen que deben llenar
con una cantidad específica y especial de mermelada, aquella que solo una
máquina industrial de esas que ves en la tele podría colmar con precisión
para que contente a la sociedad. No importa qué tan bueno o malo sea el
contenido o cuánto de él haya, pues seguiría en el mismo frasco.
Hasta que se caigan al piso y se rompa.
Entonces, sería reciclado en algo diferente: otra forma mezclada con
nuevos materiales y con otra clase de utilidad más importante que solo
contener mermelada. Los pensamientos, ese vidrio cerebral, cambiaría de
forma y la vida adquiriría otra perspectiva.
El problema es que Gretha evita romperse. Es como si hubiera dos
personas dentro de ella. Una sabe que lo que hace está mal y quiere pedir
ayuda, pero la otra la detiene en cada oportunidad.
—¿Me pides perdón porque puedo verte? —pregunto conmovido.
Sonó como si fuera un fantasma disculpándose por asustar a un humano.
Tal vez cree que lo es, dado los fantasmas no existen.
Pero para mí existe. Está justo frente a mí y quiero que note lo que yo.
Ojalá pudiera pensarse a sí misma desde mi cabeza.
—Pero si verte fue de las cosas más lindas que me pasó en toda la vida,
Gretha —aseguro al tirar de ella en un abrazo.
Mi corazón toca la puerta del suyo con cada latido. Quiero que me deje
entrar y me permita mostrarle la cantidad de admiración y amor que guardo
en mi pecho por ella.
—Ojalá te hubiera enviado un mensaje antes —lamento al besar su frente
—, aunque ya sabemos cómo hubiera terminado eso.
Afloja su agarre.
—¿A qué te refieres?
Nos mecemos despacio.
—A que me hubieras mentido como haces con el resto. Me hubieras
dicho que estabas bien porque eso haces, finges ser la fuerte cuando eres la
más débil de todos.
Apoya sus palmas sobre mi estómago para distanciarnos. Frunce el ceño.
—La más débil de todos se quedó contigo en el peor momento de tu vida
y te abrazó cuando nadie más lo hizo —replica en un hilo de voz.
—No pretendía que sonara como un insulto, lo siento. Me refiero a que
tendría que haber sido un mejor novio.
Si no tienes un pilar, te caes. Me hubiera caído más hondo de lo que caí si
no fuera porque Gretha sacó toda la fuerza que tenía y me agarró de la
mano con ella. Los humanos deberían turnarse para ser el pilar del otro. El
problema es que a ella nadie la relevó cuando estuvimos juntos.
Me fui, pero regresé y no pienso volver a marcharme.
—Nosotros no éramos...
—Nunca lo dijimos en voz alta, pero lo éramos. Era obvio... Bueno, eso
ya no importa. Volvemos a serlo, esta vez en voz bien, bien, bien alta. —
Río con suavidad e intento alcanzarla otra vez, pero da un paso hacia atrás
para despegarse totalmente de mí.
Un silencio al que no estamos acostumbrados se asienta entre nosotros.
Por primera vez hay tensión. Intento leer su expresión, pero no puedo. Eso
tampoco es común, lo cual me inquieta.
—Cuando dije que temía gustarte menos me refería a agradarte como
persona. No como... —empieza, pero la interrumpo.
—¿Qué sucede? ¿Te gusta alguien más? —Recuerdo al cliente de Levi.
Ella dijo que era el novio de su hermanastra, pero lo conozco. Le advertí
que tuviera cuidado con él porque sé el tipo de cosas de las que es capaz—.
Dios... —Paso las manos por mi cabello, frustrado—. ¿Sabes cuál es el
problema de alguien que no puede decidirse entre dos personas?
Luce perdida, como si oyera un idioma que no comprende, pero quiero
hacerle entender que esa clase de chico no le hará bien. Seguro el maldito
juega con ella y su pobre hermanastra.
—Al hacer malabares alguno de los corazones se le caerá, y si tiene que
salvar uno ambos sabemos que no será el tuyo.
El desconcierto de su rostro se transforma en otra cosa.
—¿Por qué dices eso? —susurra.
—Porque siempre fue así. —Abro los brazos y los dejo caer a mis lados,
rendido—. Echa una mirada al pasado y dime si alguna vez te eligieron.
Antes de mí, te enamorabas de personas que jamás, ni en un millón de años,
podrían sentir ni la más mínima parte de lo que sentías tú por ellas. Somos
los personajes secundarios, no los protagonistas. Cuanto antes lo metas en
tu cabeza, mejor.
El autor se olvida de contar nuestra historia; somos los que dejan de lado,
aquellos cuya presencia solo es requerida cuando alguien más los necesita y
los que tienen problemas que no se tratan a profundidad. Sin embargo, no
necesitamos protagonismo para solucionar esas cosas. Basta con tenernos el
uno al otro y ayudarnos mutuamente.
—No esperaba esto de ti —dice con la vista cristalizada.
Se da la vuelta y atraviesa la puerta. La sigo a través de las estanterías
hasta que toma su abrigo y su bufanda. Está desesperada por salir aquí, pero
me interponga en su camino. Sé que dije es algo duro, pero es la realidad.
Siempre fuimos sinceros el uno con el otro.
—No me refería a que las personas no pueden sentir cosas por ti debido
a... —Hago un ademán a su cuerpo, temiendo que malinterpretara mis
palabras—. Sino porque...
—Lo entendí bien, Charlie.
Su voz es calma, pero sus manos tiemblan. Me rodea y abre la puerta de
un tirón.
—Por favor, no te vayas.
Mierda. Mierda. Mierda.
—Te amo, solo intento ayudar —suelto.
Se queda de piedra. Sus ojos buscan los míos y tengo la esperanza de que
vuelva a entrar.
—Para amarme así, prefiero que dejes de hacerlo. No necesito ni puedo
tener un novio en el desastroso estado mental en el que estoy. Creí que eso
estaba claro, de la misma forma en que tú no podías tener una relación
amorosa cuando estabas mal —dice al borde de las lágrimas—. Necesito un
amigo. Supuse que lo entendías, pero si te lastima esa condición podemos
poner distancia.
Otra persona me echaría en cara que ya me alejé una vez y sé cómo
hacerlo de nuevo. Sin embargo, ella no lo hace porque es Gretha. Se
pregunta si las palabras podrían dolerme y decide no decirlas porque es
buena incluso cuando no lo soy con ella.
—Lo siento, lo que quiero decir es que si estuviera contigo podría
ayudarte a borrar lo que esos chicos te hicieron creer —explico.
—No puedes borrar la página de un libro impreso.
Ahueco su mejilla.
—Podemos arrancarla.
—Seríamos los peores lectores del mundo. No hace falta que borres ni
arranques nada por mí, Charlie. Necesito leer la página aunque duela, solo
así podré pasar a la siguiente.

¡Hola, dulces paragüitas! 🥰


Se la lleva el viento al poner un pie fuera de la librería.
¿Cuáles son sus metas para lo que resta del
año? ¿Están motivados o les cuesta ponerse a hacer las cosas con ganas?
1. ¿Qué fue o es lo que más inseguridad te dio o da sobre tu aspecto
físico?
1.1 Querido lector, ¿sabías que sos tan hermoso que te escribiría
para siempre con tal de recordártelo? Y me refiero a hermoso de
adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro, de izquierda a derecha,
de derecha a izquierda, de arriba abajo, de abajo arriba y cortado por
la mitad si te agarra un asesino en serie. Sos las galaxias que dije que
tenía Gretha en los ojos cuando escribí la sinopsis.
2. ¿Creen que Charlie dijo algo malo, que Gretha fue muy sensible o

👀
ambas cosas? ¿Qué opinan sobre él hasta ahora? ¿Lo prefieren sobre
Sawyer?

ganas de leer.🤩
3. Su parte/frase favorita del capítulo + qué personaje tienen muchas

Con amor cibernético y demás, S.


27. Ojos galácticos

Escondí las pastillas que le quité a Timmy en la boca del venado


embalsamado que hay en el cobertizo.
Mi primer instinto fue tirarlas a la basura, pero algo me detuvo. Me digo
a mí misma que lo hice porque sus padres gastaron dinero en ellas y sería
un desperdicio, o porque alguna persona que vive en las calles podría
encontrarlas y tener una sobredosis. Sin embargo, en ese caso podría
haberlas lanzado por el retrete.
Me asusta pensar que alguna parte de mí está tentada a probarlas y por
eso las conservé.
Niego con la cabeza para alejar el pensamiento y noto que perdí la
cuenta. Suspiro y me dejo caer otra vez en las pequeñas alfombras persas
apiladas que uso a modo de colchoneta. El sudor hace que se me pegue la
camiseta entre los omóplatos y la parte baja de la espalda. Al frente, tengo
empapado el borde inferior de mi sujetador —que apenas tiene algo que
sujetar luego de tantos meses— y siento la piel entre los pechos tan
resbaladiza como la nuca. Mi rostro está caliente.
Llevo tres horas y veintitrés minutos sin darle descanso a mi cuerpo.
Desde que volví de la librería donde trabaja Charlie no puedo parar. Repito
las mismas series de ejercicios en el intento de que no sean sus palabras las
que se repitan en mi cabeza.
Uno, dos, diez, veinte, treinta, cincuenta… «Nunca te eligieron, te eligen
o te van a elegir».
Los músculos de mi abdomen se tensan cuando vuelvo a subir, con la
mirada puesta en la boca del venado.
«Las personas jamás van a sentir lo que tú por ellas, no te pueden querer
por lo que eres. Mírate, mírate, mírate».
Estoy mareada.
«Eres un personaje secundario».
—¡Gretha, ¿estás aquí?! Vine por Camello.
Me sobresalto al oír que tocan la puerta e intentar entrar. Cerré con llave,
así que no pueden pasar, pero me apresuro empujar las alfombras apiladas
bajo el sofá y alcanzar mi sudadera. No dejo de observar las cortinas de
maíces. Aunque están cerradas, la tela desgastada podría dejar entrever lo
que ocurre si se asoma por la ventana.
—¿Quién tiene el placer de interrumpir mi tarde de limpieza? —digo al
abrir la puerta.
Desde que dejé el equipo de porristas me da vergüenza que alguien me
vea hacer ejercicio, pero también miedo. Sé que estoy enrojecida, sudorosa
y que mi respiración no volvió a la normalidad. Mover muebles pesados por
mi cuenta para limpiar de forma exhaustiva es una buena excusa.
—El mejor interruptor del mundo —contesta Sawyer.
Doy un paso fuera antes de que él quiera darlo hacia adentro y percatarse
de que todo sigue en su lugar y no hay ni una escoba a la vista. Cierro la
puerta.
—Acompáñame, debo ir por el trapeador —pido con el corazón
acelerado por la mentira. Odio esta parte—. Por cierto, no creo que la
palabra que buscas sea interruptor. ¿Eso no sería algo como una palanca,
que hace a otra cosa encenderse y apagarse según hacia dónde la muevas?
Me sigue a través del patio alumbrado por el farol de 1900 que papá
compró y restauró cuando era pequeña. De niña me gustaba dar vueltas a su
alrededor, cantando canciones —solo podía memorizar los estribillos— que
escuchaba en la radio por la mañana, cuando me llevaban a la escuela. El
hierro del farol estaba muy caliente en verano, así que mamá encendía los
aspersores para que no me quemara las manos y giraba conmigo. Al
marearnos, nos tumbábamos en el césped fresco y buscábamos formas de
animales en las nubes. Papá solía sonreírnos a través de la ventana del
cobertizo, mientras escribía y bebía té helado. Nos negaba el acceso a su
santuario porque decía que apestábamos a perro mojado.
Tenía razón.
—Suena como la descripción de un pene —dice Sawyer, y me trae de
regreso al presente—. Creo que es bastante parecido a un interruptor o una
palanca. Lo mueves hacia arriba o hacia abajo y solo necesitas un poco de
electricidad para que...
Mi risa lo interrumpe mientras subimos los escalones. Eso dispersa mis
nervios y le abro la puerta trasera de la cocina para invitarlo a pasar. Charlie
y el ejercicio se trasladan al fondo de mi mente al verlo apoyarse de
espaldas contra la mesada de la cocina, con los codos sobre el granito y la
cabeza ladeada con una sonrisa torcida. Me parece curioso que su presencia
encaje en todos lados. No sé si es algo innato o lo ha practicado. La
confianza, o la imagen de esta, es poderosa.
Hasta parece más cómodo en esta casa que yo, y he vivido aquí durante
casi toda mi vida. Es como si su alma le perteneciera al mundo, no a un solo
sitio. Me hace preguntarme a dónde pertenece la mía.
—No deberías hablar de ese amigo en particular con la hermanastra de tu
novia. —Cierro la puerta del patio.
—La hermanastra de mi ex novia —corrige.
Recuerdo a Cora decir que debía dejarlo. Puede que me haya ido a buscar
luego de eso, lo cual implicaría que acaban de romperle el corazón hace
menos de diez minutos.
Me acerco y entrelazo mis manos sobre mi abdomen. Busco dolor en sus
ojos porque creo que tiene que haberlo. Sin embargo, puede que me
equivoque, o al menos no lo veo.
No entiendo mucho sobre relaciones. Ni las familiares ni las amistosas y
mucho menos las románticas. Nunca lo hice, tal vez por eso me gusta
analizarlas tanto. Mi fascinación con las cosas que no comprendo deriva de
esta filosofía de vida que me mueve desde que tengo memoria: estamos
aquí para intentar. Solo eso. Intentar cosas. Intentar comprender a otros.
Intentar comprendernos. A veces lo logramos luego de un intento, otras
llegamos a hacerlo después de cien. En algunas anécdotas contamos que
nos quedamos a mitad de camino; en algunas ocasiones, ni siquiera nos
damos cuenta que hay algo por comprender. Sin embargo, la gracia, el arte,
el chiste y el propósito de estar vivo se reduce al proceso de intentarlo
siendo consciente de que, incluso si entendemos algo, habrá otra cosa más
para comprender tras esta. Son infinitas, como los números.
Así que lo intento con todos, incluido él.
—Lo siento mucho, ¿quieres hablar? —ofrezco—. O puedo cocinarte
algo, ¿quieres ahogar penas en pastel de manzana?
Niega con la cabeza, con gratitud en el gesto.
—Es tarde, no te haré cocinar, pero guardaré el cupón de pastel-de-penas-
y-manzanas para algún momento —asegura.
Asiento. Me gustaría saber qué necesita, pero no dice nada. Solo me mira
y comienzo a ponerme incómoda cuando recorre mi rostro. ¿Sigo sudando?
¿Está reflexionando sobre lo que pasó con Cora o ve a través de la mentira
de la limpieza?
Serpenteo entre los taburetes y alcanzó el pomo de la puerta del armario
de limpieza. Debo mover el equipo de golf del señor Brown para acceder al
trapeador, pero oigo los pasos de Sawyer y luego veo su sombra proyectarse
en la pared, tras las mía. Se recarga en el marco y siento el peso de sus ojos.
Tiro del dobladillo de mi sudadera hacia abajo para asegurarme que no hay
rastro de la piel de mi espalda a la vista.
—Aunque duela, a veces necesitas estar un tiempo con la persona
equivocada para reconocer y apreciar cuál es la indicada el día que tu
corazón abra otra vez esa puerta —dice.
Me agacho y recojo un par de pelotas para guardarlas dentro del bolso.
—Tal vez solo te topaste con la versión incorrecta. Puede que exista una
versión de esa persona con la que podrías sentirte en el espacio.
—¿Sentirme en el espacio?
Me giro y lo encuentro de brazos cruzados. Abro los míos y mis palmas
presionan las paredes de este dedal al que mamá le gusta llamar cuarto de
las porquerías por la cantidad de objetos que almacenamos aquí y deberían
estar en otro lugar, como mis juegos de mesa, los rollers de Cora y las
decoraciones de Halloween.
—Creo que todos tenemos una versión de nosotros mismos capaz de
hacernos sentir, y también a las personas indicadas, como si fuéramos
astronautas. Reales porque son de carne y hueso, pero mágicos porque
pueden flotar. —Bueno, en realidad, no flotan, pero es una linda palabra
para usar—. Privilegiados porque acceden a algo que casi nadie puede y,
por esa misma razón, especiales. —Muevo una pierna de atrás para
adelante, pensativa—. Creo que eso es el amor. Ser mortal pero sentirse
inmortal un rato, ser real pero sentirte ficticio a veces, como si fueras uno
de los protagonistas de un libro. Ser privilegiado y especial por poder
crearlo, aunque a veces lo olvides.
Me gusta cómo me mira. Es lindo saber que alguien te escucha y se
interesa incluso cuando hablas sobre tontas teorías. Es lo que quiero que
sienta la gente cuando habla conmigo.
Si pudiera, haría sentir a todos como astronautas.
—¿Crees que el amor se crea? —insiste.
—¿Hay algo que no lo haga?
Esta vez fui yo quien hizo un jaque-mate.
—Tal vez no te topaste con la versión correcta de Cora, pero puede que
en el futuro… —explico.
—Tal vez ella no se topó con mi mejor versión —sugiere—. O puede que
ninguna de nuestras versiones fuera la correcta para el otro.
Me encojo de hombros y alcanzo el trapeador.
—Bueno, tienes suerte. Todo se crea, así que podrían crearlas juntos
algún día.
Intento salir, pero se interpone en el camino.
—¿Y si creamos un pedido de pizza y cenamos en el cobertizo tú y yo?
Quiero decir que sí. Quiero hacerles preguntas extrañas y saber qué
piensa sobre mis teorías. Quiero comer. Quiero dejar de pensar en lo que
dijo Charlie. Quiero dejar de hacer ejercicio. Quiero estar con un amigo.
—Yo… —Lo rodeo para salir del dedal—. Debería ir a ver cómo está
Cora.
Dudo que quiera mi compañía, pero debería ofrecérsela. Siento que nos
acercamos un poco luego de nuestra última charla. Aunque quiero
asegurarme que Sawyer está bien, no quiero molestarla, que malinterprete
la situación o sienta que la dejo de lado.
—Me pidió que la llevara a casa de su madre y te lo dijera para que
transmitieras el mensaje a su papá. Sabe que estoy aquí y está bien con eso,
Gretha. Así que… —Levanta su teléfono, listo para marcar—. ¿Cena?
Parece bastante animado para alguien que acaba de terminar su novia.
Me pregunto si solo finge o de verdad no le importa tanto. Luego, se me
ocurre que tal vez es como yo: evita pensar en cosas que lo lastiman al
entretenerse con algo o alguien más.
—Y sé que no estabas limpiando.
De forma automática abro la boca para mentir, pero señala con el pulgar
el cuarto de las porquerías.
—Primero se pasa la escoba para sacar el polvo, luego el trapeador, y tu
escoba está aquí, no en el cobertizo —explica.
Cierro la boca. Espero que me pregunte qué estaba haciendo y por qué
me inventé que limpiaba, pero no dice nada. En su lugar, envuelve su mano
alrededor de la mía y con suavidad me quita el trapeador para devolverlo a
su lugar.
—Dúchate tranquila. La pizza llega en veinte minutos.
Adoro el queso derretido.
No solo porque es delicioso, sino porque se parece mucho a una persona:
se estira y se estira, hasta que se rompe.
Estamos en el cobertizo, meciéndonos suavemente en la hamaca
paraguaya de Sawyer, frente a la mesa ratona donde apenas quedan unas
porciones de pizza. Encendimos el televisor que está sobre Henrrieta. Es
viejo, de esos que parecen una caja. No tiene Netflix, así que hemos estado
mirando un documental sobre huracanes. Me recuerda a una frase de Mario
Benedetti, un escritor que le gusta a papá y que escribió: «Te va a destruir
de la manera más bella y, cuando se vaya, finalmente entenderás por qué los
huracanes tienen nombres de personas».
Observo su perfil mientras pasan los créditos. ¿Cora es el nombre de uno
de sus huracanes? No le pregunté al respecto porque no parece querer
hablar, pero la duda hace que apriete la lengua contra los dientes. ¿A qué se
refirió mi hermanastra al decir que le había hecho cosas malas a este chico?
Su muslo presionado contra el mío me distrae un poco. La calidez que
irradia su cuerpo me recuerda al verano y, aunque no me gusta la estación
porque el calor conlleva usar poca ropa, lo disfruto. Me siento mal por
hacerlo debido a las circunstancias, pero me gusta la idea de concentrarme
en una sensación linda en lugar de estar sumida en pensamientos hirientes.
Adoro saborear la comida sin culpa, no calcular cuántas calorías tiene
cada bocado que me llevo a la boca, cuánto ejercicio deberé hacer para
quemarlas o pensar en cómo se verá mi estómago si voy al baño y me
levanto la camiseta frente al espejo.
Hasta ahora, no pensé en nada de eso. En su lugar, reí cuando dijo que de
niño creía posible montar un huracán con una tabla de surf.
—¿Cómo eras de pequeño? —Me limpio las migajas de corteza de las
comisuras y arrojo la servilleta sobre el lado de la caja de cartón donde
apilamos las usadas.
Lo medita un segundo mientras recorre sus dientes con la lengua para
deshacerse de algún pedazo de pepperoni que quedó estancado.
—Solía parecerme mucho a ustedes. —Sonríe al aire, donde un recuerdo
se materializa para él—. Era introvertido, pero feliz. Barbie era la sociable y
aventurera de la relación. Aunque era más pequeña, solía ordenar comida
para los dos. —Hace un ademán con la cabeza hacia la cena—. Por su voz
de infantil algunos creían que era un broma, así que colgaban.
Me imagino a una niña tirando de la mano de su hermano en el parque.
El chico clava los talones porque le da vergüenza interactuar con los otros
niños, pero ella lo convence y logran hacer esos “amigos por un día” que las
crías crean entre ellas. Luego, se queman la parte trasera de las piernas o se
electrifican al deslizarse por el tobogán de metal.
—Cuando ella se marchó, dejé de sentir felicidad y supuse que
extroversión me la devolvería —confiesa.
Creo que se sentía solo y no quería lidiar con la pérdida, así que llenó el
silencio con ruido e intentó volver a ser parte de algo, de cualquier tipo de
conexión. A veces estamos con las personas porque las disfrutamos y otras
veces porque no nos disfrutamos a nosotros mismos. Hay una diferencia.
—Al principio no funcionó —continúa—. Durante el día podía mantener
mi mente ocupada, pero la mayoría de las noches regresaba a ese lugar
tan…
No puede terminar, pero imagino que dice: «Ese lugar lleno de preguntas
pero aún vacío, doloroso y triste pero insensible de a ratos. Era un ciclo de
emociones y otro de quietud, donde el cuerpo funcionaba en piloto
automático, sin motivo».
Tendemos evitar algunas cosas, sea romperle el corazón a una persona al
expresar lo que pensamos —a un familiar, a un amigo, a alguien que te
gusta— o rompérnoslo a nosotros mismos. Evitamos enfrentarnos a cosas
que nos generan confusión porque estamos cansados de sentirnos fuera de
control, y aparentamos tenerlo al ocupar nuestra mente con otras
actividades. Intentamos no llegar al dolor que conlleva estar cara a cara
frente a un trauma o una situación difícil porque sabemos que el resultado
no es algo momentáneo, sino que deberemos acarrear con el peso de una
respuesta o la falta de una en un proceso extenso. Así existe la posibilidad
de caer en la depresión, en la desmotivación, en un llanto incesante o en un
desinterés constante. Sin embargo, también podemos caer en el proceso de
sanación. La mayoría de las veces este trae consigo todo lo anterior, pero
mejora a largo plazo.
Es cuestión de abrir esa puerta y dejar salir todo lo que contiene en lugar
de hacer todo lo posible para mantenerla cerrada, aunque esté a punto de
explotar.
—Algún día podrás estar contigo mismo otra vez —aseguro.
Gira su torso hacia mí. Levanta una pierna y me agacho antes de que me
decapite. La pasa sobre mi cabeza y la presiona contra mi espalda baja. Se
echa hacia atrás para hundirse en la tela. Con la punta de su otra zapatilla
golpea la alfombra, sin dejar de mecernos. Estoy por hacer un chiste sobre
que está abierto de piernas para mí cuando extiende ambas manos hacia mí.
—¿Cómo estás tan segura de que no lo estoy ahora?
Las tomo y les doy un apretón.
—Porque siempre estás aquí o merodeando alrededor de otra gente.
Parece que todavía no puedes enfrentarte al Sawyer interior.
Ríe y tira de mí. Me recuesto contra él, con las manos apiladas en su
pecho y el mentón apoyado sobre ellas para mirarlo. La presión de los
cuerpos, sus brazos a mi alrededor y sus dedos jugando con las puntas de mi
cabello me genera un escalofrío.
—¿El Sawyer interior? Suena a algo que diría un buda o un instructor de
yoga.
Reímos los dos esta vez.
—Entonces, ¿qué crees que necesitas para estar bien con tu Sawyer
interior?
Todavía sonríe, pero tengo la corazonada de que sus labios no son los
únicos que se curvan. Hay algo dentro de él que se retuerce y podría
quebrarse. Es como un pescador que intenta sacar un tiburón con una caña
hecha de bambú; se partirá, es cuestión de tener paciencia y el que animal
de un tirón lo suficientemente fuerte.
—Pedir perdón —susurra—. Mi hermana me odia desde donde sea que
esté.
Frunzo el ceño y estoy por decirle que lo que sea que cree haberle hecho
es perdonable, pero una de sus manos asciende por mi brazo, recorre mi
hombro y acomoda un mechón de mi cabello tras mi oreja. La idea de que
mis orejas y mi cuello puedan verse me haría tensar en cualquier otra
situación, y me reacomodaría para volver a cubrirlos. Sin embargo, estoy
tan absorta en procesar que cree que alguien puede odiarlo que no me
importa.
Es absurdo. Sawyer siempre mira a las personas con suavidad. Gente
como él solo se puede amar.
—¿Puedo decirte algo? —pregunta antes de que sea capaz de hablar.
—Cualquier cosa. Siempre.
—De acuerdo, acércate un poco más.
Dejo de apoyar mi mentón sobre mis manos y escalo sobre él, hasta que
mis antebrazos se presionan contra su pecho, mis dedos le rozan el cuello y
estamos a la misma altura.
—Dispara —digo.
Y lo hace, como una bala:
—Jamás serás suficiente para la versión rota de ti misma, pero hay otra
versión para la que sí lo eres, y es la sana. No debes cambiar cómo luces,
sino a través de qué ojos te ves.
El aire que aspiro me quema y me deshace los pulmones. Mi vista se
empaña de forma automática y suspiro con un temblor. Sus brazos se
ajustan a mí alrededor, como si creyera posible mantener todas las piezas
juntas con solo abrazarlas.
Es raro y extraordinario poder hablar de algo sin hablarlo. A veces dos
personas saben cosas una de la otra por solo caminar juntos durante un
tramo de la vida. Dichas cosas no se pueden ocultar, pero tampoco te sientes
preparado para pronunciarlas, así que se convierten en secretos implícitos
entre quien te presta la suficiente atención y tú, hasta que alguno tiene la
suficiente valentía como para mencionarlas.
Creo que la mentira de la limpieza no es la primera que nota.
—Veo cosas en tus ojos —dice, y siento que quiere decir más que eso.
«Veo todo, Gretha».
Una lágrima se despide de mi mejilla y cae en la suya. No se inmuta.
—¿Qué clase de cosas?
—Cosas que me gustan.
No debo preguntar, no debo preguntar, no debo...
—¿Y qué cosas te gustan?
Mierda. Pregunté.
—Las brillantes, pero también las oscuras.
Nos quedamos un rato en silencio. Trazo su mandíbula con las yemas de
mis dedos.
—Si tuvieras que elegir, ¿te quedarías con mis cosas brillantes o las
oscuras?
—Todo existe por oposición. Sin oscuridad no hay nada que logre brillar,
así que no puedes intentar dividir en partes lo que es un todo. No… No te
puedes dividir, Gretha. —Su corazón late contra el mío y me percato de la
dulce fragilidad que eso representa. Ojalá no tuviera que romperse. Ojalá
ninguno de nosotros tuviera que romperse tantas veces antes de quebrarse
para siempre, como Barbie, pero así es la vida—. Eres tú o no es nada. Así
que… Te elegiría a ti, al todo.
Las palabras de Charlie sobre que nadie podría escogerme regresan como
una vieja canción que te hartaste de escuchar y que no ves la hora de
cambiar.
—Veo cosas en tus ojos —digo conmovida.
—¿Qué clase de cosas?
—Galaxias.
Su sonrisa es pequeña en el exterior e inmensa en el interior. Lo noto en
cómo rutilan sus pupilas, que me recuerdan a las joyas de ónix que mamá
usa para ir a lugares elegantes.
—¿Crees que llevo miles de millones de estrellas y planetas en los ojos?
Lo que dije es científicamente tonto y metafóricamente hermoso, pero se
queda con la segunda parte.
—Creo que llevas miles de millones de sentimientos y pensamientos
excepcionales en los ojos. Me dan ganas de explorarlos todos.
Silencio. Tensión. Calor.
—Pues explóralos —susurra al fin.

¡Hola, paragüitas preciosos! 🥰


Sus galaxias se cierran y sus labios crean estrellas cuando rozan los míos.
¿Cómo los trata la vida? ¿Se sienten
mejor, igual o peor desde la última vez que pregunté?
1. ¿Se esperaban ese final? ¿Qué sienten? ¿Qué piensan? ¿Qué creen que
pasará?
2. ¿Alguna vez fueron al psicólogo? ¿Les gustaría ir?
3. ¿Por qué creen que Sawyer se mostró tan tranquilo tras que Cora
rompió con él? ¿Fue lógica esa reacción? ¿Creen que ella le dijo que lo
engañaba o le mintió?
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
28. Cuarto paraguas roto: Arlo

Sawyer no aparece.
Reacomodo las servilletas. En los últimos cincuenta minutos las doblé
tantas veces por las mismas líneas que podrían cortarse solas. Siento los
ojos de mi padre seguir cada uno de mis movimientos. Hizo chistes los
primeros quince minutos de retraso, se quejó en los otros quince que
siguieron y está en silencio desde los últimos veinte, mientras bebe.
—Seguro tuvo un problema con el coche. ¿Recuerdas cuando se nos
pinchó un neumático de camino a mi primer partido de fútbol, cuando tenía
ocho? —pregunto con una sonrisa nostálgica y divertida, pero más que nada
forzada. Solo lo digo en el patético intento de invocar el amor que me tenía,
como si fuera suficiente para llenar la falta del mismo en el presente—. Me
llevaste a caballito por seis kilóme...
—Te dejaron en la banca —interrumpe al tamborilear los dedos sobre el
borde de la mesa, con una expresión tan serena que me inquieta—. Menudo
fracasado fuiste. Transpiré mi mejor camisa por nada. Si hubieras corrido
más a menudo hubieras desarrollado más músculo en lugar de haber tenido
el cuerpo de una puta niña desnutrida a la que dejan en la banca porque
podría quebrarse una uña.
Bajo la mirada a los cubiertos y los alineo otra vez porque no quiero
encontrarme con la dureza de sus ojos, aunque la oiga en su voz y la sienta
en cada inhalación que doy. En momentos como estos siento que la casa se
hace cada vez más pequeña; las paredes se acercan y me arriman a él
cuando estoy desesperado por alejarme.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo.
—Debe ser él —digo esperanzado.
Papá ríe con aspereza y aprieta con el puño la lata de cerveza que tiene en
la mano. Luego la lanza hacia el cesto de la basura. El sonido metálico que
el bollo hace al golpear la lata anterior me da un escalofrío.
—Más le vale, quiero creer que mi muchacho no es tan repugnante como
para que el único amigo que tiene lo evite.
No contesto dado que empeoraría la situación.
No puede saber que me junto con Timmy porque comenzaría a tratarme
de homosexual, lo cual es estúpido. Estar con chicos que no comparten mi
orientación sexual no cambiará la mía, y si lo hiciera o yo fuera gay sería la
misma mierda. No entiendo qué tan difícil es aceptar que una persona es
una persona, no importa cualquier cosa más allá de eso para amarla.
Sin embargo, este hombre tiene una mente muy retrógrada aunque la
oculte para el resto del mundo. Tampoco cree que los hombres y las mujeres
pueden ser amigos. No tiene idea que me junto con Liv porque sé que me
diría que me aparte de ella ya que no le agradan las chicas que piensan por
sí mismas, y sería la primera en ponerlo en su lugar. Con Gretha es
diferente. Ella suele tragarse las opiniones, así que le agrada, pero la ve
como un objeto sexual pasajero de un adolescente con hormonas
alborotadas y sin sentimientos.
Le doy la espalda para revisar el teléfono. No hay mensajes nuevos. Era
la notificación de un juego donde conseguí una vida extra y debo tragarme
la risa. Ya quisiera tener una segunda oportunidad fuera de la pantalla.
Cualquier cosa sería mejor que esto.
Releo los mensajes que le dejé a Sawyer:
Se enfría la cena y apuesto la camellofobia de Timmy que está muy
buena. Greth me pasó la receta. Tardé 3 horas, ¡apura tu trasero! 21:06
pm.
Oye, ¿estás en camino? 21:15 pm.
¿Estás bien? ¿Ocurrió algo? 21:28 pm.
Hey, por favor, dime si no vendrás. Tengo que darle una respuesta a
mi padre. 21:39 pm.
En serio, tengo que dársela. Por favor. 21:47 pm.
Subo más en el chat, hasta encontrar los mensajes que intercambiamos la
mañana luego de que mi padre me golpeara el rostro contra el gabinete de la
cocina. Al despertar me desenredé de los brazos de Gretha, cerré con llave
la puerta de mi habitación —la imagen de mi padre encontrándola tan
vulnerable me revolvió el estómago por algún motivo— y me escondí en el
baño. Bajé la tapa del retrete e inhalé toda la verguenza del planeta para
escribir:
Me verás llegar con un hematoma en la cara, aunque creo que ya te
acostumbraste luego de asistir a tantas reuniones.
Para evitar que me siguiera golpeando le dije que vendrías a cenar el
domingo. Fue estúpido. Siento mucho haberte metido, pero tiene una
puta fascinación contigo desde que te convertiste en su estrella en el
campo de fútbol y tu padre asumió director. Sé que es mucho pedir,
pero ¿podrías darme una mano?
Si pudiera evitar pedirte que fingieras ser mi amigo, lo haría. Lo
siento, Sullivan.
Mientras intentaba lavar mi rostro adolorido e hinchado, contestó:
No puedes fingir ser algo que ya eres, y soy tu amigo.
Prometo que puedes contar conmigo para cualquier cosa, ¿de
acuerdo? Estaré ahí.
Se me cristalizaron los ojos y debí enjuagarlos otra vez.
Por más que estuviera hecho mierda, una parte de mí no se sentía así.
Al regresar a mi habitación con un vaso de agua para Greth —jamás
conocí a alguien que consumiera tanta agua—, la encontré despierta. Sonrió
por el detalle y bebió en silencio mientras acariciaba mi cabello cuando
volví a recostarme contra ella y envolver mis brazos a su alrededor.
Cerré los ojos y agradecí a Dios por los amigos que tenía.
Ahora, al escuchar el chirrido de la silla de papá advirtiendo que se puso
de pie, aprieto los párpados y susurro mentalmente un «por favor» en la
espera de que puedan escucharlo en el cielo o de donde sea que provenga la
ayuda si no es de ahí.
—No vendrá, ¿verdad, Arlito? —dice en voz baja.
Niego con la cabeza. Su sombra se hace cada vez más grande en la pared
de la cocina, hasta que engulle la mía al pararse a mi espalda. Su mano
aparece en mi visión periférica. Me quita el teléfono con una suavidad que
me encoge el corazón del miedo. Esta es la calma que anticipa la clase de
tormentas que arrasan con todo.
Escondo las manos en los bolsillos de mi sudadera para que no note el
temblor de mis dedos.
—Todavía podemos cenar tú y yo —comienzo a darme la vuelta—.
Recalentaré el pollo y....
El teléfono vuela a toda velocidad. Pasa junto a mi cabeza antes de
estrellarse contra la pared de las sombras.
—¡Me importa una mierda el pollo!
Su mano se posa en mi rostro como una bolsa de plástico que te
imposibilita respirar y en la que sabes que te quedarás sin aire pronto a no
ser que la rompas. Sus dedos son ásperos y se presionan sin cuidado contra
los golpes que no terminaron de curarse.
Me obliga a mirarlo. Su mandíbula está desencajada, sus labios
entreabiertos con un insulto que espera en la punta de su lengua, sus fosas
nasales se expanden y la piel de su frente se encuentra lisa. Es una mala
señal, eso quiere decir que su enojo es diferente al normal. Cuando se
enfada la mayoría del tiempo, el ceño fruncido y las arrugas sobre él
expresan que está en desacuerdo, pero cuando su expresión es más tranquila
es probable que haya consecuencias.
La peor parte son sus ojos.
Recuerdo que en una de las primeras reuniones en el cobertizo hablamos
de lo que podíamos ver en ellos.
Para Liv las miradas no saben sobre mentiras, contradicen las palabras
porque son delatoras innatas. Con solo mirar a alguien puedes saber si algo
le duele, lo entusiasma o lo enfurece, incluso si intenta ocultarlo con otra
emoción.
Según Gretha, los ojos de cualquier persona son un reflejo de lo que
sentimos. Si estás triste, verás la tristeza en el otro; si estás feliz, hallarás
todas las cosas que a esa persona hacen feliz; si estás dudando, también
creerás que el otro lo está en alguna parte. Dice que es un egoísmo natural y
que por esa misma razón la gente no suele darse cuenta de los problemas
ajenos, pues solo es capaz de ver los suyos. Está segura que la frase de «ver
más allá» nació a partir de esa teoría.
Luego está Timmy. Él sostiene que los ojos son ojos y no pueden
expresar nada por sí mismos. Lo importante es si hay lágrimas, si se aparta
la mirada o si se cierran los párpados con fuerza; únicamente las reacciones
involuntarias pueden decirnos algo sobre las personas que tenemos frente a
nosotros, como también pueden mentirnos. Es fácil entrenarse a sí mismo
para retener las lágrimas, no apartar la vista o mantener los ojos abiertos
aunque quieras cerrarlos y dejar de ver el mundo.
En cuanto a mí, creo que todos tienen un poco de razón. A veces un par
de ojos no pueden evitar decir la verdad, otras veces vemos en ellos lo que
nos gustaría que vieran en nosotros y hay casos donde no son más que un
par de lindos globos oculares.
Lo que me asusta es que la mirada de papá está vacía. Ese no es un
escenario para el que estuviera preparado.
Me toma por el frente de la sudadera y me obliga a caminar en reversa,
hasta que mi espalda choca contra la nevera. Su aliento apesta a cerveza
cuando acerca su rostro al mío.
—Siempre arruinas todo, eres igual que la puta infiel de tu madre.
Su puño se estrella contra mi mejilla.
—¡Todo, Arlo! ¡¿Cómo alguien puede ser tan idiota como para arruinarlo
todo?!
Su rodilla se estrella contra mi estómago.
—¡Eres un asco de hijo! —Me sacude y mi cabeza golpea una y otra vez
la puerta del refrigerador—. Ojalá no hubieras nacido. Tal vez si no
existieras ella y yo podríamos haber sido felices. ¡Se hartó de criar a una
niña inútil como tú, por eso fue a follarse a ese universitario de mierda!
¡Quería algo de emoción porque la aburrías y la abrumabas siendo un
mocoso de mamá, incapaz de dejarla respirar!
Su rodilla vuelve a subir. Esta vez golpea mi entrepierna.
Me doblo antes de perder el equilibrio y colapsar contra el piso. Siento
dolor en tantos lugares que no puedo apretarlos ni protegerlos todos cuando
se cierne sobre mí y sus puños caen tal lluvia de meteoritos. Ni siquiera sé
describir cómo luzco, pero soy consciente de la sangre que resbala sobre mi
piel y la calidez de las lágrimas que se mezclan con ellas.
—Pa… papá, por favor —suplico sin aire—. Papá…
Me escupe en el rostro. Sus labios se mueven pero el zumbido en mis
oídos me imposibilita oír lo que dice. Tal vez sea mejor así. De esa forma al
menos hay una manera de las miles que existen en que no puede
lastimarme.
—¡No llores, no te atrevas a llorar! ¡Tienes que ser un maldito hombre,
Arlo!
Mi rostro golpea la loza. Mis brazos son apartados cuando intento
bloquear su ataque de ira. Mi pecho tiembla al crear sollozos que trepan por
las paredes de mi garganta y parecen desgarrarla. Mi visión se hace cada
vez más borrosa, pero no creo que sea por las lágrimas.
Los alrededores empiezan a oscurecerse.
El amor puede ser tóxico por el mismo motivo en que es sano: resiste. No
importa cuánto te hiera un persona, no puedes dejar de amarla de un
segundo a otro. Esa resistencia a no dejar ir lo que nos destroza porque
guardamos la esperanza de que deje de hacerlo nos lanza en un bucle
infinito de dolor.
Odio a mi papá porque se para y patea mi cabeza en este momento, pero
también lo amo.
Este es el mismo hombre que me llevó a caballito por kilómetros cuando
la camioneta nos dejó varados, y gracias a él pude asistir a mi primer
partido de fútbol. Es la misma persona con la que corría a las palomas para
que alzaran vuelo y convirtieran el cielo en un espectáculo de alas. Es el
mismo tipo que me llevaba a la gasolinera cuando estaba nervioso antes de
los partidos porque sabía que el olor a combustible me calmaba, y es el
padre que me enseñó a lavar mi bicicleta mientras él lavaba el coche los
domingos de primavera.
Bella dijo que me había enamorado de su mejor versión y que esa solo
existe en mi cabeza. Creo que estoy enamorado de la mejor versión de papá,
la cual en una época existió, pero que ahora solo habita en mi caja de
recuerdos mentales.
Extraño algo que ya no existe.
¿Cómo te desenamoras de tus recuerdos cuando al traerlos al presente te
llenan tanto ese corazón que ahora tienes vacío? ¿Cómo dejas ir el mejor
momento de tu vida sin la certeza de que podrás tener otro igual de bueno
en el futuro? ¿Cómo odias a una persona de la que estás hecho?
Estoy tan cansado.
Mi vista se oscurece un poco más. Estoy harto de proteger un cuerpo, una
mente y un corazón que ya están rotos. ¿Por qué me molesto en hacerlo?
¿No es lo mismo ser un millón de pedazos que dos millones?
Mis músculos se aflojan con cada golpe, hasta que dejo de estar en
posición fetal. Estoy tendido en el suelo de la forma más vulnerable en que
lo he estado en años. Ya no aguanto ser un ovillo de lana que se vuelve más
pequeño con cada tirón de hilo que le dan. Quiero dejar de ser un nudo tan
pesado. Quiero ser liviano y fluir, o al menos eso siento que deseo ser
cuando ya no tengo fuerzas para ser mi propio escudo.
Así que mi sangre fluye.
Y fluye.
Y fluye.
Solo papá puede detener el sangrado.
Espero que lo haga. Es mi último atisbo de esperanza.
«¿Puedes hacer que me ame lo suficiente como para detenerse, Dios?».

Hola, mis adorados paragüitas. 🐰


Si me voy, ¿quién protegerá a mamá?
¿Sienten que su corazón está hecho
mil pedazos o son inmunes al dolor? ¿Qué les puedo ofrecer? ¿Té,
pañuelos, una mantita, un abrazo, una sesión con un psicólogo, un capítulo
feliz?

merece amor. 😭
1. Déjenle unas palabras lindas a Arlo aquí, por favor. Nuestro bebé

2. ¿Alguna vez quisieron odiar a alguien pero como lo amaban no fueron


capaces de hacerlo? ¿O sí pudieron? ¿Sufrieron violencia física o conocen a
una persona que la haya experimentado?
3. Si pudieran tener una respuesta a cualquier pregunta, ¿a qué pregunta
sería?
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
29. Suenas a flores

En cuanto nuestros labios se tocan, se echa hacia atrás con suavidad.


Sonríe al ritmo de una caricia y exhalo con un temblor. Me quema la vista.
Espero que mis ojos no se cristalicen y me traicionen.
Odio ocultarle cosas.
No sabría cómo mentir esta vez.
Cuando alguien que te importa siente tanto dolor por dentro y no puede
hacer nada para cambiarlo, a veces te aferras a que puedes aliviarlo o
alejarlo un rato si te enfocas en lo que hay afuera.
Quiero besarla hasta robarle todas las confesiones que le cuesta dejar ir
de su boca, deseo tocarla hasta borrarle todas las inseguridades de la piel y
quiero abrazarla con fuerza, hasta que las piezas que se rompieron sean
capaces de unirse otra vez. Pero como no puedo hacer nada de eso, solo
espero que pueda perderse en mí luego de estar perdida en sí misma durante
tanto tiempo.
No sé cómo hacerla sentir mejor. No sé cómo ayudarla a que encuentre lo
que perdió. Todo está fuera de mi control y me genera tanta impotencia ni
siquiera ser capaz de poner un curita temporal sobre la herida que quiero
llorar. Me recuerda un poco a Barbie. Las últimas semanas me sonreía para
aparentar que el cáncer no la estaba consumiendo de forma tan dolorosa y
mi alma se deshacía de a trozos.
—Todavía no podemos —susurra.
Apoya su cabeza en mi hombro y siento sus labios rozar mi cuello. Nos
enredamos en la cálida pesadez de los cuerpos y creamos una burbuja
delimitada por manos que recorren senderos invisibles en caricias. El
tiempo deja de contarse en segundos y es reemplazado por los latidos de
nuestros corazones, que por un momento se sienten infinitos. ¿Cómo sería
posible romper algo tan perfecto como esto? Respiro una seguridad que no
conocía.
De todos los lugares del mundo, este abrazo es uno de mis favoritos.
—¿Crees que algún día podremos?
—No lo sé, pero te prometo que algún día, si todo sale bien, lo
intentaremos. ¿Eso basta por ahora?
—Que quieras intentarlo conmigo es más que suficiente. —Beso su
frente y nos quedamos dormidos.
Sueño con ese intento.
Si cuesta mucho salir de una cama sin despertar a quien tienes al lado,
escaparte de una hamaca paraguaya cuesta el doble. Sin embargo, Gretha
continúa profundamente dormida cuando me desenredo con pesar de su
cuerpo. El frío me golpea y tomo dos mantas del viejo cochecito para bebés
que hay junto a Nenrrieta. Con una envuelvo mis hombros antes de cubrirla
con la otra.
Me acuclillo mientras la hago mecerse despacio. La luz del televisor en
mudo arroja una tenue luz azul que delinea su figura hecha un ovillo. Su
respiración es una canción de cuna y su expresión tan serena me sorprende.
Estoy acostumbrado a verla alerta, con la guardia en alto aunque dicha
guardia desconfiada parezca elaborada con algodón de azúcar por la dulce
fragilidad que emana.
Sin embargo, un muro sigue siendo un muro, sin importar de qué esté
hecho y cuánto te cueste derrumbarlo.
Esta Gretha luce vulnerable de una forma que nunca había presenciado; a
diferencia de la vulnerabilidad impotente y triste que vi en nuestra
conversación sobre cosas bonitas y galaxias, esta es del tipo pacífico.
Cuando duerme luce como si hubiera hecho las paces consigo misma.
Le beso la mejilla y salgo del cobertizo con mi teléfono en mano. Me
aferro a la manta cuando el viento de las tres de la mañana sopla para
calarme los huesos. Subo los escalones del porche, atravieso la cocina, la
sala y asciendo por la escalera sin hacer ruido, con la linterna del móvil
activada. Entro a su habitación y cuando cierro la puerta la culpa por
invadir su privacidad intenta convencerme de abrirla y regresar a donde
debería estar.
Pero no puedo.
Tengo que saber por mi cuenta. Llegué a la conclusión de que no oiré las
palabras de su boca.
Así que reviso la habitación de la chica que me gusta para encontrar
todas las cosas de ella que no me gustan.
—¿Puedo ayudarte? —ofrezco al levantar la vista de la revista Flower
Station.
Desde que tengo memoria mi mamá está suscrita a ella. Solía correr en
pijama fuera de la casa los primeros domingos del mes, a las ocho y cinco
de la mañana sin falta. Nuestro ex cartero, Roel, se bajaba de su bicicleta
para hincarse en una rodilla y entregármela como si yo fuera una reina. Lo
proclamé Mensajero Floral Real cuando tenía siete, usando la revista
enrollada como espada para la ceremonia que tomó lugar en la vereda.
El chico que entró al local deja de jugar con la mimosa sensitiva, esa
planta que se cierra cada vez que alguien la toca y solía recordarme a
Gretha. Sus mejillas están sonrojadas cuando se gira, como si creyera que
voy a retarlo por molestar a mis plantas, lo cual claramente haré.
—Creo que necesito más ayuda de la que puedes ofrecer. —Esconde las
manos en sus bolsillos—. Lo arruiné con una chica.
—Lo super arruinó —corrige su amigo.
Un chico de cabello multicolor, lleno de perforaciones y tatuajes, estudia
las macetas que pinté y mi progenitora intenta vender.
Cuando la visito, aprovecha para quitarse de encima las entregas mientras
me encargo de la florería, así no debe hacerlas luego de cerrar y tenemos
más tiempo juntas para nuestra noche de películas.
—¿Puedo saber cómo lo arruinaste? Así podré ayudar con las flores
perfectas para una disculpa —explico.
Sonríe, pero no es una sonrisa feliz. Es el tipo de sonrisa resignada,
aquella que das cuando sabes que pudiste haber hecho las cosas mucho
mejor y ya no hay vuelta atrás por más arrepentimiento que sientas.
—Ella está pasando por… —Observa la pequeña cúpula de cristal sobre
el mostrador—. Por mucho. Le di a entender que era frágil y que dependía
solo de mí para ser amada, lo cual es la estupidez más grande del mundo.
—Del universo. —Su amigo interfiere a la distancia con una segunda
corrección.
El chico del cabello negro no lo contradice.
—No tiene flores favoritas, así que pensaba regalarle algo como
girasoles. —Se encoge de hombros—. Son lindos, ¿no?
Me limpio las manos en mi delantal y le hago un ademán con la cabeza
para que me siga a través del laberinto vegetal.
—Hay una leyenda sobre una ninfa llamada Clytie, quien se enamoró de
Apolo, dios de la luz y el sol. —Me detengo y corro una bolsa de
fertilizante para despejarnos el camino hacia el pequeño patio interior del
local—. Solía seguirlo desde el Este, donde aparecía en el cielo, hasta el
Oeste, donde se ocultaba. Su mundo se redujo a él y, al olvidar comer y
beber, comenzó a echar raíces hasta convertirse en un girasol. Dicha flor
continúa siguiendo el sol todos los días, crece y se mueve hacia él a pesar
que este jamás le dio una oportunidad.
Me gusta mucho la historia. Hay una profesora en mi preparatoria que
todo el mundo dice que es excelente. Su nombre es Bianca, la esposa del
entrenador de fútbol, pero mi padre recomendó que debería asistir a clases
avanzadas de biología o química en su lugar, y así lo hice.
Me paro junto a los girasoles y los miro. Él sigue mi mirada. Creo que
entendió el propósito de mi pequeña lección de mitología. Para cada flor
hay significados distintos, a veces buenos y otros no tanto. Claro que un
girasol puede ser asociado con cosas positivas. Después de todo, siempre
siguen la luz, algo que es muy difícil de hacer para el ser humano en sus
peores días.
No obstante, a veces siento que las flores que buscan los clientes para sus
seres queridos son las que les gustaría que les regalaran a ellos, cuando el
propósito de dicho o cualquier regalo jamás es homenajearse a sí mismo.
—Las violetas son llamadas lágrimas de los dioses —continúo al señalar
las macetas pintadas como ciudades sobre el alfeizar de una ventana; París
de noche, los barrios coloridos de Colombia de día, un desierto de Medio
Oriente al atardecer y la selva brasileña al amanecer—. Dicen que en la
antigua Roma, luego de la creación de las divinidades del invierno y un frío
crudo, la hierba y las flores comenzaron a brotar entre la helada. Las aguas
echaron a correr y el sol brilló con una intensidad que se creía perdida,
derritiendo la nieve. La primavera hizo llorar a los dioses de alegría, por eso
las flores se conocen por ese otro nombre. Son perseverancia, esperanza, la
idea de que podemos florecer hasta en las peores circunstancias… Y tu
chica suena como violetas, no como girasoles.
El muchacho se inclina hacia los pétalos para aspirar su aroma.
—Tienes razón. En todo caso, ella es el sol al que siguen los girasoles
como yo.
Reprimo una sonrisa y tomo la que quiere llevar. Me gusta que no pida
un ramo y quiera la planta entera. Una flor cortada te durará unos días y eso
no simboliza más que algo pasajero, destinado a terminar. Si quieres que
algo dure, debes cuidarlo, como a esta plantita.
—Oye, ¿tú pintaste todas las macetas? —indaga su amigo de cabello
arcoíris al recargarse contra el mostrador.
—La mitad. El resto son obra de mi madre.
—Me gusta tu estilo —elogia y siento un aleteo en el pecho, ¿me habré
tragado una mariposa sin querer?—. Soy tatuador, ¿tú eres florista y qué
más?
Enarco una ceja.
—¿Por qué crees que soy algo más?
—Porque suenas a que eres más —dice el girasol. Es gracioso que
interactúen como una sola persona en la conversación. Parece que
comparten el mismo cerebro—. Me arriesgaría a decir que estudias Historia
o cualquiera cosa derivada de biología, como botánica o algo con un
nombre difícil de pronunciar. —Estira el cuello para leer el artículo de
Flower Station sobre estudios para amantes de la naturaleza—. . Por
ejemplo… ¿Den… ? ¿Dendro… logía? —Ríe.
Parpadeo aturdida y bajo la vista a la revista. Hay más de 20 carreras ahí
y he estado leyendo el artículo hace quince minutos, sin darme cuenta que
era una respuesta a una pregunta que ni siquiera me había planteado, sea
por miedo o resignación.
—Bella, ¿no? —Lee el morocho en la placa de mi delantal mientras saca
su cartera. Veo un condón asomar de uno de los bolsillos de tela—. ¿Tú a
qué flor suenas?
—Todavía no lo sé.
—Tal vez suenas a todas —ofrece el arcoíris al encogerse de hombros.
20 carreras. Tal vez, después de todo, tiene razón y sueno a todas.
Cuando la transacción se acaba y el girasol abraza la planta contra su
pecho para marchar mientras su amigo le abre la puerta, añado:
—Los condones no deben guardarse en la billetera. Pueden romperse con
los cierres.
Espero que no deje embarazada a su violeta al tener sexo de
reconcicliación y un preservativo pinchado.
Me acurruco junto a mamá en el sofá cama de su ático-casa. Tiene las
piernas cruzadas y el bol de palomitas entre ellas mientras observa la
pantalla. El dulce olor del maíz tostado y azucarado se mezcla con el del
jabón blanco que emana su largo vestido hippie de tonalidades tierra —lava
las prendas a mano porque no tiene lavadora—. Del mismo material que el
vestido, hizo una bandana bajo la cual se oculta su cabello negro y rizado
con mechones blancos. En cuanto aparecieron las primeras canas, decidió
teñirse de forma creativa. Dice que hay que abrazar y divertirse con el paso
del tiempo en lugar de quejarse sobre él.
Me recuerda a cuando papá me llamó Cruella de Vil por tener pintura en
el pelo. Me dolió, pero ahora que veo a mamá, se siente como un halago.
—No quiero estudiar Medicina —suelto.
En lugar de pausar el viejo DVD que tenemos desde que soy niña,
acaricia mi cabello. No se altera y eso aprieta el nudo en mi garganta
porque verla reaccionar de tan buena manera me genera el tipo de alivio que
sientes como un terremoto luego de intentar no temblar durante tanto
tiempo.
—Ay, mi Bella, no llores… —Me besa la coronilla al sentir que mi
cuerpo no puede controlarse—. Los humanos somos una hoja en el bosque,
que solo atraviesa las estaciones una vez y cuando llega el otoño muere para
ser velada en invierno. A veces caemos, somos cortadas o arrancadas antes,
en una primavera joven o en un verano cálido que deberíamos haber sido
capaces de disfrutar. Nuestra vida es el suspiro de un planeta que existe
hace millones de años. En algunos casos, menos que eso. —Me besa una,
dos, tres y cuatro veces más antes de estrujarme contra sí—. No te sientas
mal por hacer lo que quieres. Estás en la primavera de tu vida, así que
florece e intenta llegar al otoño sin arrepentimientos.
—Lo siento —digo al alzar la vista hacia ella.
Alcanza el control remoto y pausa la película. Alicia en el País de las
Maravillas siempre fue mi favorita. Que la imagen quede helada en la
escena donde la niña está rodeada de flores me obliga a morderme el
interior de la mejilla con impotencia.
Deseé tantas veces ser ella.
Como algunos niños a sus juguetes luego de ver Toy Story, esperaba a
quedarme sola en el jardín y les aseguraba a las plantas que podían confiar
en mí. Prometía que no diría nada si me hablaban o me cantaban. Hasta el
dìa de hoy no sé si lo hacía porque me sentía sola o porque tenía demasiada
imaginación.
Tal vez ambas.
Un día, en el chat del videojuego donde nos conocimos, Arlo me
preguntó por qué mi usuario era BellaInW0nderland07. Cuando le conté
que fantaseaba desde los siete con ser la niña que ahora está frente a mis
ojos, respondió:
«Algún día podrás cambiar tu usuario a BellaEnElMundoReal porque tu
vida será la película con la que soñabas. Recuerda esto».
—Corabella Paula Brown, no acepto tu disculpa porque no hay nada por
lo que debas disculparte. —Frunce el ceño—. Tu padre y yo ni siquiera
pudimos ponernos de acuerdo para escoger tu nombre... Siempre exististe
en la división de dos mundos opuestos, pero no debes elegir uno. Puedes
tener los dos. Aún más importante, debes crear el tuyo y ser quien quieras
ser. Vendas flores como yo, salves vidas como tu padre, hagas ambas o
ninguna, nunca dejaremos de amarte, ¿entendido?
Siempre me siento rara cuando dice mi nombre completo. Como dijo,
suelo estar dividida entre lo que es y quiere ella (una Bella) y lo que es y
quiere papá (una Cora). La combinación de ambos es una persona que no
conozco.
Entiendo que no la conozco porque la debo crear primero.
—Puedes amar a alguien y tratarlo como si no lo hicieras —objeto—. No
quiero que papá haga eso. Sé que a veces puede ser malo.
Ríe con incredulidad, aparta las palomitas y se acomoda para estar
sentadas una frente a la otra. Sus manos se posan sobre mis rodillas y me da
un apretón.
—Tu padre no es malo.
Sorbo por la nariz.
—Hablas del hombre que no te dio un centavo del divorcio. Es más, te
hizo firmar un contrato prenupcial hace treinta años. Siempre fue igual,
tan…
—¿Por qué crees que te mudaste a casa de Gretha, cariño? —interrumpe.
Me desconcierta la pregunta.
—¿Porque papá es novio de Marion?
—Sí, y también porque vendió nuestra antigua casa para pagarme lo que
me correspondía del divorcio. —Toma el borde de su vestido y me limpia el
rostro—. Así compré el local, este ático donde vivo y también tengo
suficientes ahorros para trabajar de lo que quiero, lo cual a veces no me da
suficiente dinero... Él me ayudó a cumplir mis sueños y ni siquiera tuve que
pedírselo. Ese contrato prenupcial fue una idea anticuada de tus abuelos.
Era otra época y yo no era una muchacha de… —Hace comillas con los
dedos—. “Buena familia”. Tu padre se opuso a que lo firmara. Es más, el
primer contrato lo rompió frente a sus padres. Cedí para demostrarle a las
personas que no lo quería por lo que tenía, sino por lo que era y… —Ríe
otra vez, en esta ocasión con diversión—. Oh… ¡Ese hombre se enojó tanto
conmigo cuando se enteró! Dijo que yo no necesitaba demostrarle nada a
nadie.
Parece que habla de otra persona. Es tan extraño pensar en todo lo que
desconocemos de quienes nos dieron la vida. Tienen miles de recuerdos
más que nosotros, también una fila de versiones distintas de sí mismos que
se construyeron, derrumbaron y fueron modificadas a lo largo de los años.
Qué inmensidad entra en la finitud de la vida cuando miras a una persona
que conoces desde el primer segundo y te percatas de que solo sabes de ella
un porcentaje tan minúsculo.
¿No cuentan porque no preguntamos o porque quieren enterrar ciertas
memorias?
—Dime, ¿alguna vez le dijiste que no querías ir a la facultad de
Medicina? —insiste mamá.
Abro la boca porque el «sí» que tengo en la punta de la lengua es
automático. Sin embargo, la tranquilidad de sus ojos me obliga a
desacelerar. Busco en mi hipotálamo y no encuentro ni un solo recuerdo.
Jamás expresé de forma directa que no quería estudiar lo que él. Cavo
todavía más en mi memoria y hallo a la Cora del pasado aceptando
toneladas de libros de biología con un «gracias» en lugar de un «lo
agradezco pero no los quiero». La hallo sonriendo cuando su padre le
cuenta sobre sus cirugías y haciendo preguntas técnicas que buscaba
previamente en Google con un interés que no sentía, solo para conversar un
rato más con él. Hallo a esa versión de mí riendo con los chistes que hace
sobre mi arte, mis amigos y mi propia imagen.
Ningún reproche. Ninguna lágrima. Ningún «pero». Ningún estallido de
ira.
Fingí tan bien que lo convencí y aunque dolía no podía dejar de hacerlo,
porque la parte dulce de su atención contrarrestaba la amarga de su ceguera.
Ella tiene un punto. Para corregir los errores primero hay que ser lo
suficientemente valientes como para señalarnos, y yo he sido una cobarde.
A los ojos de mi padre nuestra relación es perfecta porque nunca nos ha
dado ningún problema.
En realidad, sí, pero los he callado.
Pienso en Gretha y la forma en que traga todo lo que siente. El mundo es
un teatro. Algunos actúan tan bien que el público ya no puede diferenciar el
actor del personaje, porque el primero nunca se baja del escenario y se quita
el disfraz. Aunque uno espera que los espectadores se percaten de que están
en una obra, a veces la ficción se convierte en su realidad, como cuando
lees un libro y estás tan metido en él que olvidas tu vida entera. Ahí es
cuando el único que puede ponerle fin es el actor, porque de él depende que
siga la función.
Es tan fácil decir que alguien debería notar que algo marcha mal, pero
¿cuántas veces nosotros hemos pasado por alto los problemas de otros sin
saberlo?
—Nadie es adivino, hija. —Tomo un puñado de palomitas y se las mete
en la boca—. Él no puede saber lo que quieres si no se lo dices. Ese es un
poder que va y viene, que no podemos llevar constantemente a todas
nuestras relaciones. —Me estiro hacia el piso por una de las tazas con
forma de calavera rosada que hizo a partir de porcelana fría. Tomamos en
ellas porque dice que los vasos son aburridos—. No justifico cómo te ha
hecho sentir con sus comentarios. He estado en tus zapatos y fue terrible de
su parte, pero ¿por qué nunca lo corriges?
Traga las palomitas y le paso la calavera. Bebe mientras reflexiono.
—Tal vez temo hablar y que no me escuche.
Me señala con el índice, sin soltar la taza.
—Te escuchará, e incluso si no lo hace o no lo comprende de inmediato,

¡Hola, dulces paragüitas!🤩


él tiene su primavera. Esta es la tuya, Bella.
¿Cómo se sienten del 1 al 401? ¿Qué es lo
que más desean para sí mismos en este momento de sus vidas?
1. ¡Narró Sawyer al fin! ¿Opiniones? ¿Miedos? ¿Qué creen que buscaba
en la alcoba de Gretha?
2. ¿Alguna vez sintieron que alguien estaba intentando decirles cómo
vivir su primavera? ¿Creen que ahora la viven de acuerdo a sus propios
términos o a los de alguien más?
3. Charlie está cada vez más dentro del grupo de los paraguas y no tiene

🤩❤️
idea... ¿Creen que él y Cora se ayudaron mutuamente?
4. Parte/frase favorita del capítulo
Con amor cibernético y demás, S.
30. Alma sin hogar

Cuando despierto, siento que lo hago con un chaleco de fuerza puesto.


No amaneció del todo. El cielo es de un azul claro a medida que el sol rota
con la luna para ocupar su lugar. El cobertizo es un puñado de sombras
cuando me giro entre los brazos de Sawyer para encontrarlo dormido.
No sé por qué sus brazos están tan ajustados a mi alrededor. Es como si
su cuerpo no se relajara al dormir, lo cual es extraño. Observo las gruesas
pestañas rozarle los pómulos y me pregunto si hubo una pesadilla
reproduciéndose tras sus párpados cerrados durante la noche. Mis manos,
atrapadas entre su pecho y el mío, sienten lo despierto que está su corazón.
—¿Estás bien? —susurro al sospechar que no está dormido.
Asiente y me aprieta todavía sin abrir los ojos.
—Solo quiero quedarme aquí.
También quiero eso. Se lo dejo saber al acercarme tanto como nuestros
cuerpo nos lo permiten. El semi silencio cómodo en el que encajamos y nos
mecemos, el calor que somos y queda atrapado bajo las mantas, el aroma
particular de cada ser humano que fusionamos y la intimidad que creamos
en este pequeño momento de nuestra existencia se siente como algo de lo
que no tengo fuerza de voluntad como para alejarme, aunque debo.
—Tenemos clase, hoy es la presentación del trabajo sobre migración —
recuerdo.
Su mano se arrastra de arriba abajo por mi espalda, aplastando la tela de
la sudadera. En otra ocasión me preocuparía que pueda sentir sobresalir los
huesos de mi columna, pero ahora solo me importa la mirada que abre los
ojos para darme.
—No me siento muy bien, ¿te molesta que me quede? Puedo esperar que
el doctor Brown llegue y me haga un certificado para justificar la falta.
Aunque el trabajo es grupal para toda la clase, la nota es individual.
Bianca no tiene un problema con él como lo tiene con Liv. Seguro que si
ella presentara un justificativo encontraría la forma de desestimarlo o le
daría un trabajo más difícil.
—Quédate lo que necesites. —Me incorporo en un codo y apoya el dorso
de mi mano en su frente para encontrar que no tiene fiebre. Eso es algo
bueno—. Puedo prepararte algo antes de irme. ¿Qué te apetece?
Cierra los ojos y tira de mí hasta que estamos abrazados otra vez.
—Que te quedes conmigo un ratito más.
Sonrío y le concedo un minuto aunque quiero darle todos los relojes del
mundo. Voy a casa a prepararme y, antes de marchar, le alcanzo un té
endulzado con miel. Le prepararía algo más, pero no sé si le duele el
estómago.
De camino a la escuela, mientras repaso en las notas de mi celular lo que
debo decir para Historia, no hago ninguna de las cosas que suelo hacer
apenas me levanto: no registro cuántas calorías consumí en la cena de pizza
improvisada, no calculo cuánto ejercicio debo hacer para quemarlas, no
chequeo en la aplicación del móvil cuántos pasos hice desde que me puse
en movimiento y tampoco abro Instagram o Pinterest para llenarme los ojos
con el tipo de comida que no me llenaría la boca, mucho menos para
apreciar cuerpos ajenos y usarlos como motivación para llevar a cabo todo
lo anterior.
Para mi sorpresa, no me siento culpable. Puede que lo haga más tarde,
pero en este momento disfruto la falta de ese peso sobre los hombros. Estoy
un poco contenta y fantaseo con que este podría ser el comienzo de una
flexibilización a mis propias reglas de juego.
Le envío un mensaje al ex novio de Cora mientras me dirijo a la entrada
de la escuela.
Gracias por estar conmigo anoche. Lamento si te has resfriado por
dormir en el cobertizo.
Estoy por guardar el móvil cuando se me ocurre algo más para decirle.
«Ya hay demasiada gente en el mundo que se traga los cumplidos como
para sumarme a su equipo», pienso cada vez que no estoy segura de decir
una cosa linda a alguien.
Creo que todos buscan personas especiales, de esas que te cambian la
vida, pero pocos se preocupan por ser una de ellas en primer lugar. Si
algún día te preguntas si tienes ese tipo de dulce autenticidad, la
respuesta empieza con S y termina con Í.
Tu corazón es especial, Saywer. Recuérdalo.
—¿Gretha?
Levanto la vista para encontrar a Charlie. Está apoyado en la pared de
ladrillos junto a la puerta, con una maceta de violetas entre las manos.
Navega contracorriente en el grupo de estudiantes somnolientos que van en
dirección a la aulas, hasta que estamos sobre el césped cubierto de rocío.
—Hola —digo sorprendida—, ¿estás bien? ¿Ocurrió algo con tu
padrastro o con…?
Al escuchar mi vacilación para mencionar las drogas, niega con la cabeza
y me interrumpe:
—Vine a disculparme. Fui un idiota insensible.
Verlo en la escuela despierta el recuerdo del año pasado, luego del juego
de fútbol. Es curioso que el paso del tiempo borre muchas cosas, como la
voz de alguien que quisiste o un recuerdo de la infancia que te hacía muy
feliz, pero aquellas que más lastimaron queden grabadas a fuego en la
memoria. Incluso si tu mente tiene la consideración de bloquearlas por unos
meses o años, tienes la certeza de que siguen ahí y un día te tomarán
desprevenido.
Miro la maceta. Tiene pintado un cielo nocturno donde las constelaciones
formas una frase:
«Eres especial».
Es extraño porque sobre personas especiales estaba escribiéndole a
Sawyer hace unos minutos atrás. No creo en el destino, pero si lo hiciera,
diría que esta puede ser una señal. Este chico solía repetirme todo el tiempo
esas palabras que ahora están frente a mí.
—Jamás tendría que haber creído eso. —Sonrío nostálgica.
—Decirte que eras una persona especial no fue una mentira.
—No... —Tomo una de sus manos y la aprieto antes de llevarlas a mi
boca. Deposito un beso en su piel y luego apoyo mi mentón sobre sus
nudillos—. El error fue creer que te necesitaba para ser especial cuando, en
realidad, no te necesito para ser yo misma.
Entonces, el miedo que me invadía cuando pensaba en él dejándome, por
fin me soltó.
Y se instaló en él, aunque no quisiera que eso sucediera.
—Un día me dijiste que no sabías dar marcha atrás —recuerda—. ¿Es
verdad? ¿No podemos retroceder a cuando éramos uno de los últimos
pensamientos del otro antes de dormir?
—No todas las cosas que pensamos antes de dormir son lindas, Char. Si
te imaginara hoy al apoyar la cabeza en la almohada, pensaría que me
lastimaste de la única forma que sabías que iba a dolerme.
Se zafa de mi agarre con suavidad y observa las violetas como un niño
cuya madre le prometió que lo recogería de la escuela y no lo hizo. En
cambio, el pequeño debió quedarse con los ojos lastimeros de la profesora
sobre él, mientras se miraba los zapatos.
El problema con los amigos que intentan ser algo más es este: si no
quieres avanzar, no puedes pedirle a alguien que siente fuego por ti que se
lo trague. Es egoísta dejar que se queme por dentro con tal de conservarlo a
tu lado. Debes convertirte en un baldazo de agua fría y extinguir sus
esperanzas. Tienes que ser valiente y decirle que nada sucederá. No importa
si deseas con todas tus fuerzas volver el tiempo atrás. Un corazón que se
abre no se cierra solo, necesita suturas. Incluso si hay posibilidad de
reconstruir esa amistad platónica, es necesario destruir los sentimientos
románticos primero.
Debes dejar que la persona haga el duelo por lo que no pudo ser en lugar
de mantenerla al borde de su silla, en la espera de una película que nadie le
asegura que verá. Suelta su corazón si no lo quieres, alguien más en el
mundo lo está esperando.
También hay que recordar que si estás en tu derecho de abandonar el
cine, el otro está en su derecho de no invitarte en el futuro otra vez.
—Acepto tu disculpa, pero eso no quiere decir que todavía no me duela
—explico con el vaho que sale de mi boca toparse con la lana de mi
bufanda—. Dejará de hacerlo, lo sé, pero creo que deberíamos tomar algo
de distancia. Pasamos de no vernos ni hablarnos en absoluto a desnudarnos
emocionalmente de golpe. Te adoro, pero si me enfoco en intentar hacerte
feliz y adorarte como quieres que lo haga, no me quedará nada para mí.
Todavía no sé cómo racionar las cosas buenas entre la gente que quiero y
yo. Usualmente les doy todo y me quedo sin nada. No estoy en posición de
iniciar ninguna relación con alguien si no es conmigo primero.
Hay más comprensión que decepción en sus ojos.
—Al menos aceptarás la planta, ¿verdad? Solo sé cuidar libros, no seres
vivos.
Reímos.
—Claro que sí. —Me la pasa y aprovecho para darle un abrazo donde las
flores se sienten entre una mamá y un papá que se divorcian en buenos
términos—. Es hermosa, como tú.
—Y como tú —añade cuando nos separamos—. Pronto lo verás.
Ojalá tenga razón.
Mi padre me levanta un pulgar desde el corredor para desearme suerte y
le sonrío antes de que vuelva a empujar el carro de limpieza entre la masa
adolescente.
Dicen que ninguna cantidad de ansiedad cambiará lo que tenga que
suceder, pero mientras aliso mis resúmenes en movimientos horizontales
como si el papel pudiera fundirse con el pupitre, pongo en duda esa
afirmación. El vómito me sube por la garganta y lo trago asqueada. Si
vomitara debido a esta ansiedad, pasaría vergüenza frente a toda la clase y
Bianca me odiaría un poco más, por no decir que papá tendría que limpiar.
Uno de los títulos subrayados frente a mí termina antes que la palabra
sobre él. Saco la regla y un marcador negro de trazo fino para arreglar mi
error. Busco más imperfecciones en el texto para que mi mente no se
entretenga creando todos los escenarios donde esta exposición podría salir
mal y que podrían afectar mi calificación.
Para algunos es solo una nota, pero para mí significa mucho más: es el
sacrificio de no haberme juntado con mis amigos y el de no haber cenado
con mis padres por estar memorizando lo que debo decir. Es el estrés de no
dormir bien y que todo lo que como me caiga mal. Es el cansancio de
repetir mil veces el mismo discurso hasta que mi cabeza duela y me enoje
conmigo misma cuando olvido una oración.
Es el miedo obsesivo de, por una sola calificación, no ser capaz de
acceder a una beca completa. Mis padres, las personas que deben pedir
dinero prestado todos los meses porque no les alcanza su sueldo para traer
comida a la mesa, no pueden pagarme la universidad.
Tengo que ser la mejor.
Es mi única opción.
Observo sobre mi hombro el asiento que tengo detrás. Gretha todavía no
llega y eso me pone nerviosa. Pincho las yemas de mis dedos con la punta
afilada de mis lápices mientras el aula se llena. «Si pudieras ser invisible
por un día, ¿en la casa de quién entrarías?» preguntaría ella en el intento de
distraerme.
Enciendo mi teléfono porque el día anterior a los exámenes y a las
presentaciones lo apago para mantenerme enfocada. Le estoy por enviar un
mensaje preguntándole si vendrá cuando noto que no hubo actividad en el
chat grupal.
El vómito vuelve a subir por mi esófago debido a un mal presentimiento
en este caso.
Gretha lo obliga a escribirnos todas las noches, pero no hay señal del
chico. Intento tranquilizarme al recordar que Sawyer iba a ir a cenar a su
casa y tal vez se les olvidó, pero cuando llamo a Arlo y el teléfono me
indica que el suyo está apagado, me inquieto.
Nunca lo apaga.
Escribo en el grupo: ¿Alguien sabe algo sobre Arlo?
—Buenos días, clase —saluda la profesora al entrar y cerrar la puerta.
Quiero que la deje abierta. Necesito que Gretha aparezca y me diga que
habló por privado con él.
—Comenzaremos con las presentaciones de inmediato porque solo
tenemos cuarenta minutos —indica Bianca mientras golpeteo con los dedos
la pantalla del móvil bajo la mesa, como si eso acelerara las respuestas que
nadie me da—. Señorita Archer, es la primera en el orden alfabético de la
lista. Presentará la reforma migratoria actual de Estados Unidos con Fisher
y Sullivan, ¿verdad?
¿Y si su padre le hizo algo?
¿Y si nadie contesta porque todos están con él y soy la única que no tiene
idea de lo que pasó por no encender su puto teléfono durante un día entero?
¿Mientras me preocupaba por no tartamudear mi amigo estaba recibiendo
una paliza?
—Entrégueme el móvil, sabe que no está permitido usarlo en clase. —La
madre de Arlo se para frente a mi pupitre con la mano extendida—. Debería
bajarle la nota por adelantado solo por esto.
Me aferro con más fuerza al aparato. Al mirarla a los ojos me remonto al
año pasado, cuando ni siquiera tenía que decirle lo que me pasaba. Me leía
tan bien como a un libro y me adoraba como los lectores a una historia con
la que se sienten identificados.
—Yo… —empiezo, pero el celular vibra y bajo la vista de inmediato.
Falsa alarma. Es una notificación de YouTube. Una estudiante les hace a
sus seguidores un tour por la universidad de Yale.
—Veo que tus compañeros no están presentes —observa y me sorprende
que me tutee—. Puedes exponer igual. En realidad, deberías. La nota es
individual.
Hay algo en su voz que no oigo hace tiempo: amabilidad. Está bien
disfrazada, pero sigue allí. Creo que me quiere animar. No desea que mi
promedio baje porque es consciente de lo que la escuela significa para mí.
Sin embargo, el momento que más esperé durante meses se vuelve
agridulce.
¿Debería decirle que su hijo no contesta los mensajes? Pero Arlo no
quiere tener nada que ver con su madre, ¿y si está bien y luego me odia por
contarle la verdad sobre su padre? ¿Si cree que lo hago para recuperar mi
vínculo con la profesora? ¿Y si le niega la verdad a Bianca y ella me llama
mentirosa otra vez?
Una clase entera espera por mi respuesta. Una parte de mí quiere ponerse
de pie, demostrarles la brillante investigación que hice y salvar mi
calificación. Incluso, tal vez, revertir el tiempo y volver a cuando era la
alumna favorita, al menos por diez minutos. Sé que puedo. Me estuve
preparando con esfuerzo, sudor y lágrimas para esto.
Es lo que más quiero: ser la mejor.
—Hagas la presentación o no, entrégame el teléfono antes de que te envíe
a deten... —empieza, pero la interrumpo al ponerme de pie.
—Lo siento, tengo que irme.
Tomo mi abrigo, dejo el resto de mis cosas y echo a correr sin pensar en
las consecuencias, mientras me enrosco la bufando alrededor del cuello y
paso las mangas por la campera. Las prioridades son claras e incluso si Arlo
está bien —por favor, que lo esté—, nunca me arrepentiría de elegirlo. La
culpa por no hacerlo sería gigante y ni siquiera es una opción.
Desaprobar es una tontería comparado a cómo me late el corazón por él.
—¿Liv? —pregunta Gretha cuando casi colapso contra ella al atravesar la
puerta de salida, mientras Bianca me llama desde el corredor.
La tomo por los antebrazos. No sé por qué sostiene una maceta con
flores, pero cualquier cosa que la traía tranquila se aleja como el único
muchacho que cruza la calle, alejándose de la escuela.
—No envió un mensaje anoche por el grupo, ¿te dijo que estaba bien por
privado?
Abre la boca para contestar pero no le sale ni una sílaba. El peso de la
incertidumbre cae sobre su pecho y no le permite inhalar oxígeno. Aprieta
la planta contra su pecho con un brazo y saca el móvil con el otro. Revisa
los mensajes y no encuentra ninguno. Llama a Arlo, pero el celular le salta
como apagado también.
Esta bestia inmensa llamada miedo se divide entre las dos y luego se
multiplica como las células.
—Vamos, Timmy, atiende —digo cuando intento localizarlo. No dejamos
de mirarnos la una a la otra con cada timbrazo que no contesta—. Prueba
con Sawyer —digo todavía con el móvil contra la oreja—. Sé que anoche
iba a cenar en la casa Arlo para calmar al maniático de su padre.
Gretha se pone pálida. Parece un fantasma al que, irónicamente, acaban
de asustar.
Desisto de contactar a Timmy y espero que diga algo. ¿Qué tiene? ¿De
qué se acordó? ¿De qué se dio cuenta?
—Sawyer pasó la noche conmigo, Liv.
La información me descoloca. Ni siquiera intento procesar lo que
significa porque cualquiera sea lo que haya sucedido entre ellos tiene el
mismo desenlace: no sabemos nada de Arlo.
Tomo su mano y tiro de ella para echar a correr. La maceta se le resbala y
se estrella contra el cemento. El estallido de cerámica y tierra es ahogado
por el sonido de nuestros zapatos cuando pisamos las violetas al pasar.
Uno, tres, cinco minutos. Las cuadras se hacen interminables. El aire no
me alcanza. Mi propia bufanda me ahorca. Cada crujido de las hojas bajo
mis pies me estremece porque pienso que así suenan los huesos de alguien
al partirse. Diez, doce, quince. El viento me seca los ojos antes de que se
inunden con lágrimas y sean secados otra vez, en un círculo vicioso e
hiriente. Suelto la mano de Gretha para acelerar y no me detengo hasta
estrellar los puños contra la puerta de la casa.
—¡Arlo! ¡Arlo, abre!
Hago silencio en el intento de oírlo, pero no contesta. Los jadeos de
Gretha llenan el mutismo cuando me alcanza. Apoya las manos en sus
rodillas para recuperar el aliento mientras vuelvo a golpear la madera.
—La ventana —dice antes de retomar la carrera.
Rodeo la casa pisándole los talones. Se mete en la habitación de Arlo y
no me espera, pero la encuentro paralizada al final del pasillo.
Es lo más aterrorizante que vi en mi vida.
—¡Llama a la ambulancia! —ordeno al arrodillarme junto a él—.
¡Gretha, la ambulancia! —apresuro cuando le echo una mirada desesperada
sobre el hombre y veo que no reacciona.
El tartamudeo en su voz es lejano cuando vuelvo a mirar a mi amigo. El
charco de sangre y vidrio sobre el que está me engulle las rodillas.
—No te atrevas a irte —espeto al buscar su pulso con dedos temblorosos
—. Te reviviré para matarte yo mismo si te vas, ¿me oíste?
Gretha aparece al otro lado. Le toma la mano y tiene ganas de acunarlo
contra su pecho para abrazarlo tanto como yo, pero no podemos. No
debemos moverlo. No sabemos cuál es la magnitud del daño que le hizo ese
hijo de puta. Un mal movimiento podría ser fatal.
—Lo siento —susurra hecha lágrimas, con miedo en cada aliento—. Lo
siento mucho. Te quiero, quédate. Te queremos, lo siento, quédate… —
Rompe en un llanto desgarrador y besa su mano una decena de veces—. Por
favor, te quiero.
Subo los dedos de su cuello a su mejilla lastimada. Lo acaricio y me odio
mientras lo hago. Podría haber evitado esto con solo encender el teléfono.
Solo tenía que tocar un botón.
Solo tenía que acordarme de él.
—Quédate, Arlo —pido con un nudo en la garganta.
Mi alma no se cae a mis pies. Se sale de mi cuerpo porque no soporta
este dolor.
¡Hola, corazoncitos! Los extrañé.
sabor que la lloradita diurna, ¿no? 😂🥰 La lloradita nocturna tiene otro
¿Prefieren leer de noche o de día?
¿Por qué?
1. ¿Son adictos a usar el móvil? ¿Creen que deberían usarlo menos? ¿Les
cuesta pasar un día entero sin él?
2. ¿Qué opinan de los términos en que quedaron Charlie y Gretha?
¿Creen que habrá más drama entre ellos o que alguno romperá la distancia?
3. ¿Creen que lo que le pasó a Arlo cambiará la dinámica del grupo?
¿Cómo?

los hace sentir?🥺


4. Hasta ahora, con estos 30 capítulos, ¿les va gustando la historia? ¿Qué

Con amor cibernético y demás, S. ❤️


31. No eres parte del club

Recuerdo el chiste que me contó Patricio anoche y se me escapa una


tonta sonrisa mientras me lavo las manos en el baño de la escuela, antes de
entrar a clase.
«¿Qué le dice una barra de pan a la otra? Te presento una miga».
—Cada vez son peores. —Suspiré.
—Tú eres el peor —respondió Viena.
—Sí, el peor de los peores —aclaró Valencia.
—El peor de los peores de los mega peores —apoyó Venecia.
El pelirrojo ocultó su sonrisa detrás de la taza antes de dar un sorbo. Ayer
fue la primera vez que entró a mi casa. Dijo que me haría compañía y me
ayudaría a cuidar a las crías. Nos sentamos en el sofá y su rodilla se
presionó contra la mía mientras tomábamos té. Las trillizas se acomodaron
una junto a la otra en la alfombra, hipnotizadas frente al televisor donde se
transmitía un capítulo de su programa favorito.
—Si te hace sentir mejor, no creo que apestes tanto —dijo el pésimo
comediante, y luego se inclinó para intentar darme un beso.
Le puse una mano en el pecho para frenarlo al sentir los ojos de mis
hermanas sobre nosotros. Todos se habían dado la vuelta.
—Yo… —Me aclaro la garganta—. Niñas, yo…
—Eres Bob Esponja —soltó Vene.
—¿Qué? —Fruncí el ceño, desconcertado—. No, esperen, no se
dispersen mentalmente. Quiero explicarles algo.
No tuve que salir del clóset con mis padres, pero sentí que debí hacerlo
con ellas. Tenía que hacerles saber que hay más que heterosexualidad en el
mundo.
—¿Crees que somos tontas? —Enarcó una ceja Val.
—¿Por qué creería…?
—Sabemos que te gustan los chicos —interrumpió Vi.
—¿Y eso qué tiene que ver con Bob Esponja?
Patricio se echó a reír al entender antes que yo. Mis mejillas se tornaron
un par de semáforos en rojo.
—Bob Esponja es gay —explicó para mí—. Lo dijo Nickelodeon.
Parpadeé y abrí la boca, pero nada salió.
—Por eso siempre nos encantó, es como tú —añadió una de las niñas, y
las otras dos murmuraron en acuerdo antes de girarse de nuevo hacia el
televisor y olvidarse de nosotros.
«¿Como yo?», me pregunté.
Mis hermanas aman ese programa desde que tienen cuatro años, época
donde mis padres comenzaron a trabajar de forma obsesiva. Adoran a Bob
como si fuera un superhéroe y su habitación está repleta de dibujos
amarillos. Hacen suficientes como para equiparar los volantes de las
elecciones y se los regalan a todos: a mis amigos —Arlo envió una foto
donde tenía pegado su dibujo en la puerta interior del ropero—, a nuestros
progenitores, al cartero e incluso a mí me dieron decenas. Tienen peluches,
pantuflas y mochilas de la caricatura y muchas veces me harté de
escucharlas hablar sobre él.
Es su ídolo.
Y todo este tiempo, incluso aquel donde me sentí en un agujero negro,
siempre fui yo la persona a la que admiraban.
A veces estamos tan enfocados en una lucha interna que dejamos de lado
a nuestros aliados externos, esos que podrían concedernos un descanso
antes de ayudarnos a ganar la batalla.
Patricio me apretó la rodilla para sacarme del shock. Luego, me sonrió.
Cuando le devolví el gesto fue con lágrimas en los ojos. No solo por mis
hermanas, sino por él e incluso por mis padres.
Luego del día que exploté y les dije cómo se sentía, no hubo cambios
drásticos, pero sí pequeños y notables. Se turnan para estar en casa los
sábados. Los domingos se toman el día libre. Siguen con su horario caótico
de lunes a viernes y necesitan que cuide a las niñas, pero al menos cenamos
tres noches a la semana juntos y cuando uno puede salir temprano, lo hace.
Mis hermanas se emocionan cada vez que los ven pasar por la puerta en un
horario que no están acostumbradas.
No podemos pretender solucionar un problema de un día al otro, pero
estamos encaminados. Nos sentimos menos como extraños y más como una
familia, tal como lo fuimos cuando yo era más pequeño.
—¿Timmy? —llama alguien.
Es Karim, el capitán del equipo de fútbol americano; el chico que me
gustaba el año pasado, por el cual tuve un erección en las duchas, con quien
tropecé al intentar alejarme de los bravucones de sus amigos y cuya
presencia evito desde entonces.
—Hola —murmuro al cerrar la canilla despacio y observar los puños a
cada lado de su cuerpo.
—He intentando hablar contigo hace un par de semanas —dice sin que se
le filtre emoción en la voz.
Sawyer me salvó de esa posible golpiza en el corredor. A diferencia de
mí, a él lo respetan.
—Gustar de alguien no es un delito, así que si vienes a exigir una
disculpa, no la tendrás; si vienes a burlarte, te diré que eres un idiota de
antemano. —Tomo unas toallas de papel y me seco sin quitarle el ojo de
encima.
Las personas creen que porque soy callado, camino con la vista fija en el
piso y luzco como su estereotipo de nerd, no voy a defenderme, pero lo hice
y lo seguiré haciendo, incluso si me tiembla la voz cuando lo hago. A pesar
de la paliza que recibí por alzar la voz el año pasado y las consecuencias
que tuvo, no me arrepiento de lo que dije.
—El que quiere disculparse soy yo.
Mi teléfono suena pero lo ignoro. Se pasa ambas manos por el rostro
antes de seguir:
—Lo que te hicieron mis compañeros fue una mierda injusta, retrógrada
y cruel. —Se acerca, relaja sus palmas al abrirlas y extiende sus brazos con
culpa—. No fui ni soy como ellos, pero lo vi todo y no te defendí. Apartar
la mirada y hacer de cuenta que nada sucede te hace parte del problema,
¿verdad?
No era lo que esperaba. Aunque me gustaría que los abusadores de sus
compañeros me pidieran perdón, sé que esto es todo a lo que puedo aspirar.
Esos chicos no cambiarán su mentalidad de la noche a la mañana, y que
Karim esté dando un paso en mi dirección no es poco.
El crecimiento de una persona marca la diferencia para ella, para quienes
la rodean y para aquellos que la rodearán.
Las cabezas se cambian una a una.
—Aprecio la disculpa. —Arrojo las toallas usadas al cesto, pero como mi
puntería es terrible, el bollo húmedo termina en el piso—. Pero si sabías que
estaba mal, ¿por qué tardaste tanto en venir?
Cuando me acuclillo, me imita. Me quita la pelota de papel y la encesta.
Ninguno hace el ademán de ponerse de pie y nos sostenemos la mirada en
el silencio que le toma abrir la boca y empujar por su lengua las palabras
que les cuesta decir.
—No quería que se dieran cuenta de que tú también me gustabas.
Me besa de golpe y pierdo el equilibrio. Caigo al piso y él cae sobre mí.
Al principio no tengo reacción. Es curioso que aquello que más quisimos
una vez se presente cuando lo superamos o comenzamos a querer otra cosa.
No siento lo que fantaseé que sentiría porque esta versión de mí es
diferente a la que estaba enamorada de él.
Rompo el beso para hablar con empatía:
—Aprendí que nunca serás suficiente para una persona que no tiene idea
de lo que busca y, cuando lo hace, no es lo suficientemente valiente para ir
por ello sin importar lo que diga el resto.
Se echa hacia atrás.
—¿Y tú sabes lo que buscas?
—No tengo necesidad de buscar. Ya lo encontré y se llama Patricio.
Se sienta mientras procesa las palabras y me incorporo.
—Dios, soy un idiota. —Ríe avergonzado y cierra los párpados—. Lo
siento, Timmy, yo… —Se pone de pie con torpeza—. Me iré. Lo lamento,
no quise… —Tropieza en su camino a la salida.
Quiero decirle que no se vaya. Quiero ayudarlo, pero mi teléfono vuelve
a sonar con una llamada entrante. Frunzo el ceño cuando el nombre de Liv
aparece en la pantalla.
Ella jamás me llama.
Al mirar la hora, noto que ella tendría que estar en la presentación de
Historia, lo cual me alarma. La escuela es su mundo, ¿qué podría ser más
importante?
—¡Al fin contestas! —dice una aliviada Gretha antes de que pueda
preguntarle qué sucede—. Ven al hospital, Arlo… —Un portazo la
interrumpe—. ¡Liv, regresa! ¡Liv…!
La llamada se corta.
—¡Lo voy a matar! —gruñe Liv, caminando con furia a través del
estacionamiento del hospital.
Dejo caer el móvil en el asiento del copiloto y salto fuera del vehículo.
Cuando llegó la ambulancia no nos permitieron subir con él porque no
somos familiares. Revolvimos la habitación del chico hasta dar con las
llaves de su camioneta. Aunque Liv no sacó su licencia porque no tiene
coche, sabe conducir. El mismo Arlo le enseñó.
Ni siquiera pensó que podrían multarla y llevarla a la cárcel por operar un
auto sin carnet. Estábamos tan desesperadas que tampoco lo pensé hasta
ahora.
Alcanzo el su codo y tiro de ella para que me mire, pero se zafa de mi
agarre con enojo.
—¡No! —grita con el rostro manchado con lágrimas—. ¡Se acabó! ¡No
volveré a callarme sobre ese pedazo de basura!
—Sé cómo te sientes, pero esta no es la for…
Me toma por los hombros con fuerza. Sus uñas se clavan en mi piel a
pesar de las capas de ropa que llevo. Nunca vi a Liv tan fuera de control.
Jamás la escuché gritarle a nadie, mucho menos a mí. Incluso en sus peores
momentos gracias al TOC, no llora como lo hace ahora.
Ella es la persona que siempre conserva la calma. Es que se mantiene
sensata. Es la que piensa las cosas no solo dos, sino diez veces.
—Casi lo mata —dice entre dientes, pero su voz amenaza con romperse
—. Tal vez ya lo hizo, Gretha. Así que voy a entrar ahí y le diré todo lo que
deberíamos haberle dicho. Una palabra por cada golpe, y sabes que fueron
muchos. ¡Voy a armar una puta escena y llamaremos a la policía!
Me suelta y trastabillo hacia atrás, pero echo a correr hacia ella cuando
avanza en dirección a las puertas por las que lo ingresaron. Colapso contra
su espalda y la rodeo con los brazos tan fuerte como puedo. Intenta
liberarse al retorcerse, luego trata de avanzar conmigo a rastras.
—¡Suéltame, lo voy a matar, no me importa una mierda lo demás!
Se revuelve con violencia y me da un codazo en las costillas sin querer. A
pesar del dolor y la falta de aire, la estrecho incluso más.
—Escúchame —ruego a su oído—. No te creerán. Todo el mundo ha
visto a Arlo con hematomas y no hay una sola persona que piense que se los
hace el ejemplar entrenador del equipo de fútbol. Creen que es un chico
problemático por el divorcio de sus padres. Creen que se mete en peleas
todo el tiempo. —Sus intentos por alejarse de mí se debilitan y escucho lo
acelerada que está su respiración mientras repiensa mis palabras—. El
coach tiene a sus estudiantes de su lado. Tiene a la escuela. Tendrá al
personal médico... Si entras ahí en este estado, él puede prohibirnos que lo
visitemos porque es su padre, y ¿qué hará él cuando despierte? Recibirá
amenazas para mantener la boca cerrada. No tendrá a nadie a quien abrazar.
Incluso si sospechan de su papá y llaman a la policía, no nos dejarán verlo
para convencerlo de hablar… —Rompe a llorar—. Y necesitamos verlo,
Liv. Lo necesitamos. Nos necesita.
Apoyo la mejilla contra su omóplato tembloroso. Rodea mis brazos con
los suyos, hasta que nuestras manos todavía ensangrentadas se presionan
contra el nudo que se formó en su estómago.
—Te prometo que esta será la última vez.
Haremos que lo denuncie o lo denunciaremos nosotras mismas, pero hay
que pensar cómo. No nos podemos arriesgar a que salga mal y vuelva a casa
con ese monstruo, que va a desquitarse con él otra vez.
Liv cae de rodillas en el pavimento y caigo con ella, sin soltarla.
—Casi lo mata —repite, incapaz de creerlo—. Casi lo mata, Gretha.
¿Qué haremos si se muere?
Hay dolor y temor en su voz, pero, sobre todo, una culpa que no sé cómo
quitarle porque también la siento. Me perfora el pecho y deja un vacío que
no sé cómo llenar.
—Dijiste que lo revivirías para matarlo tú misma si eso llegara a pasar —
recuerdo.
Ríe con el corazón roto mientras nos mecemos la una a la otra sin
importar los ojos curiosos que nos observan.
La culpa es parecida a lo que sientes cuando extrañas a una persona, pero
con el peso de haber sido tú quien la alejó; no porque no quisieras que
estuviera a tu lado, sino porque la lastimaste sin darte cuenta. O, tal vez, sí
te diste cuenta y decidiste ignorarlo porque tu egoísmo no te permitió soltar
su mano para que sanara con gente que jamás le haría lo que tú.
Algunos se resguardan en la justificación de que, si quieren a alguien de
verdad, deben aferrarse a ellos sin importar nada más, cuando en realidad
solo temen perder otro vínculo en este camino llamado vida.
Arlo no estaría entre la vida y la muerte si yo hubiera dado un paso atrás;
si hubiera pensado con lógica en lugar de amistad, su padre ya estaría
encerrado. Me aferré a él creyendo que me necesitaba, pero esa tiene que
haber sido una mentira. Siempre supe que necesitaba salir de su casa y no
hice nada.
Solo empeoré el problema al poner una y otra vez una curita sobre una
herida que precisaba suturas.
Me aterra la pregunta, pero debo hacérmela: ¿es posible que su deseo
sobre callar haya sido mi excusa perfecta para sentir que alguien me veía,
me quería y me necesitaba? Digo que lo único para lo que soy buena son las
personas, pero ¿y si eso no es verdad? Esta tiene que ser la primera prueba.
Y la segunda, que lleva nombre, acaba de entrar corriendo por las puertas
del hospital.
—¿Dónde está? ¿Cómo está? —pregunta un agitado Sawyer. Timmy
apoya una mano sobre su pecho para detenerlo cuando intenta avanzar hacia
el lugar donde las enfermeras se negaron a dejarnos pasar—. ¿Podemos
verlo?
Timmy niega con la cabeza, triste.
—No hay novedades.
Por un momento, soy un espectador. No me siento parte de la escena y
parece que estoy viendo un capítulo de alguna serie hecha un ovillo desde el
sofá. Me distancio de la Liv que está sentada con la espalda recta en uno de
los asientos de la sala de espera, con su pierna rebotando impaciente
mientras retuerce las manos e intenta controlar el impulso de alinear la pila
de revistas en las que tiene fija la mirada hace una hora. Me desconecto del
Timmy que, al llegar, se agachó contra una pared y apoyó la frente en ella
para que nadie lo viera llorar.
Salgo de mi cuerpo, que no he podido dejar quieto ni un segundo. No
deben ponernos castigos a los que lastimamos a quienes amamos, no porque
no los merezcamos, sino porque nada es suficiente. Aunque hay algo
inevitable que, tal vez, sí lo es, y son las posibilidades de lo que podría
haber sucedido si hacíamos algo diferente o de lo que sucederá ahora que
no lo hemos hecho.
La peor tortura siempre será la autoimpuesta. Varios de los más terribles
dolores son aquellos que creamos dentro de nosotros mismos.
Camino ida y vuelta por cuatro metros que separan una hilera de asientos
de la otra. En circunstancias diferentes no lo haría, pero la preocupación
que siento encubre el hábito. Sin embargo, me detengo cuando Sawyer me
ve.
Regreso a mi cuerpo y me acerco porque hay algo que debo hacer,
aunque no quiera.
—¿Podemos hablar afuera? —le pregunto.
Liv reacciona al oírme y sus ojos se despegan de la inclinada pila de
revistas por primera vez desde que la última enfermera habló con nosotros.
—Gretha, no tienes que hacerlo —advierte.
Sawyer intercala la mirada entre ambas.
—¿Hacer qué? —Timmy está confundido.
Vuelvo a mirar al ex novio de Cora, quien asiente dubitativo. Paso por su
lado y oigo el rítmico sonido de las suelas de sus zapatillas al seguirme.
Pasamos la recepción, a una señora cuya silla de ruedas es empujada por un
enfermero, y a una mujer embarazada. La fría temperatura del exterior me
obliga a abrazarme a mí misma por dejar el abrigo adentro.
—No es tu culpa —dice compasivo a mi espalda, pero no me giro para
verlo porque primero quiero deshacerme de las lágrimas que me escuecen
los ojos mientras observo las copas de los árboles moverse al compás de las
violentas ráfagas de viento.
Exhalo temblorosamente.
«Perdóname, por favor».
Aparece en mi campo de visión al rodearme, impaciente. Sabe lo que diré
y se relame los labios mientras niega con la cabeza, listo para discutir. Sin
embargo, este no es un texto donde hay un punto y aparte, sino un punto
final. No me hará cambiar de opinión.
«Lo siento, tú también sales lastimado por mi culpa, lo siento».
Me olvidé de Arlo por estar con él. Si no hubiera estado cegada por un
tipo de amor que soy consciente de que no puedo tener y, ahora más que
nunca, no merezco, habría recordado chequear mi teléfono. Si no hubiera
sido egoísta al querer ser el centro de atención de alguien, habría llegado a
tiempo para detener esa paliza.
La responsabilidad de un amigo es ayudarte cuando lo pides, y la falta de
ese mensaje fue un pedido de ayuda según mis propias reglas.
Liv me advirtió que esto saldría mal si intentaba ser un puente para
Sawyer. Lo que no sabíamos es que podría empeorar: quise convertirme en
persona y el resultado fue que, por anhelar esa transformación, me
derrumbé en el momento que Arlo más necesitaba cruzar dicho puente para
llegar a un lugar seguro.
Me doy cuenta de que, aunque lo desee, no puedo cuidar de todos. No
tengo más de dos brazos y un puente soporta cierto peso. No importa
cuántas calorías queme, siempre seré parte de la carga. Perder un kilo no le
dará lugar a otra persona para que pueda cederme uno suyo y así sea capaz
de respirar mejor.
Si cedo, cedo y cedo, no tendré fuerzas para levantar a quienes más me
importan.
Y si tengo que elegir a quién levantar, ellos estarán primero.
—Lo siento —susurro—, pero ya no puedes ser parte del club, Sawyer.

¡Hola, mis adorables paragüitas!🥺


Este puente se romperá y todos saldrán lastimados si él intenta cruzarlo.
¿Septiembre los sorprendió con un

mal que se comportó con ustedes? 🤬


buen inicio de mes o debemos mandarlo al rincón para que reflexione lo

1. ¿Alguna vez perdieron una oportunidad (como Karim con Timmy)


porque tenían miedo?
2. ¿Creen que la exclusión de Sawyer del club va a perjudicarlo? ¿Y al

Arlo? 😶
resto de los paraguas? ¿Creen que Cora se enterará de lo que pasó con

3. ¿Cuáles son las cosas que más les aterran que pasen en la novela?
¿Creen que alguien terminará extremadamente roto al final? ¿Quién podría
llevarse la peor parte?
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
32. Alce con taquicardia

A veces no quieres estar tirado en tu cama. Es más, lo odias, pero


tampoco tienes la motivación para salir de ahí. No quieres usar tu teléfono
todo el día, pero soltarlo no es una opción aunque estés harto de él, pues,
¿qué harías entonces? Entretener a la mente con la vida de otros a través de
fotos, tik toks, videos, stories y tweets es una forma de evitar ese vacío que
sientes: la carencia de emoción acerca de tu propia vida.
Te preguntas si hacer tu lista de pendientes vale la pena, porque en este
punto parece que no. Los sueños son tragados por los obstáculos y el mayor
de todos ellos lo ves cada mañana frente al espejo. Sabes que los días que
pasan mientras vives en piloto automático nunca podrán ser recuperados y
te sientes culpable. Te prometes que lo compensarás al día siguiente, pero
cuando despiertas no tienes ganas de hacer algo, aunque tampoco quieres
hacer nada; solo escoges la segunda opción porque es un poco más sencilla.
Cuando estás atrapado en el círculo vicioso de la cama, el teléfono, la
culpa y la promesa falsa, solo una persona puede sacarte de ahí.
Irónicamente, la que te puso en ese lugar en primera instancia, más allá de
que haya sido empujada por la vida o por otros.
Eres tú.
«Sácate de ahí, maldición», me digo.
Me incorporo en la cama de Gretha con un quejido. La luz del mediodía
se cuela por la pequeña franja vertical que hay entre las cortinas. Por un
segundo me pregunto si no es demasiado tarde para recuperar el día. Podría
acostarme otra vez y empezar mañana, temprano.
«No es tarde, Arlo. Nunca es tarde mientras sigas respirando», recuerdo.
El cuerpo ya no me duele. Pasó una semana desde que desperté en el
hospital y desde entonces he estado recibiendo medicación —madre e hija
se intercalan para dármela— con el objetivo de que baje la inflamación de
mi rostro, el cual se llevó la peor parte de los golpes. El padrastro de Gretha
vigila mi fractura nasal y mi brazo enyesado. Según los médicos, tuve
suerte. Me golpeé la cabeza muy fuerte contra el piso, pero cuando me
hicieron una resonancia magnética, todo estaba donde debía estar. No hubo
hemorragia ni daño irreversible.
Al menos, no del físico.
El emocional es otra historia.
Creí que iba a morir y que lo último que vería sería a mi padre
descargando su odio sobre mí. Por extraño que parezca, la última imagen
que vino a mi mente antes de cerrar los ojos fue la de un viaje en carretera.
Íbamos de camino a la playa para vacacionar. Papá escuchaba un partido en
la radio y ambos gritábamos cuando nuestro equipo preferido anotaba.
Mamá nos hacía callar intentando contener la risa antes de volver la mirada
al libro que tenía sobre el regazo. La mano de él estaba sobre la rodilla de
ella. Las ventanillas, bajas, dejaban que la brisa salada me pusiera la piel de
gallina mientras observaba el cielo fusionarse con el océano.
Cosas dispares que parecía que jamás se separarían se convirtieron en
personas parecidas, porque ambos se alejaron y me lastimaron.
Mi madre no se enteró de mi estado mediante mi padre. Fue Liv quien la
llamó. Cuando llegó, intentó verme, pero le pedí a la enfermera que no la
dejara pasar. Mi padre asintió desde el otro extremo de la habitación,
conforme con mi decisión. Para ser sincero, una parte de mí quería verla. Es
más, lo necesitaba. Nunca quise un abrazo suyo como en ese momento,
pero no podía arriesgarme.
Aunque odio que sea una mujer infiel, no debería juzgarla como esposa
cuando es mi mamá. A pesar de eso, no puedo quitarme de la cabeza la idea
de que su infidelidad fue el catalizador de la violencia paternal. Si no lo
hubiera hecho, tal vez seguiríamos siendo una familia.
O, tal vez, no.
Un violento sigue siéndolo aún cuando lo oculta.
Una parte de mí odia que no se haya esforzado más por quedarse
conmigo, pero la otra parte —la razonable—, sabe que eso hubiera sido
peor. Prefiero ignorarla y fingir, parcialmente, que ya no la quiero en mi
vida, antes de que sufra. Si no hablo con la policía es porque temo que
hacerlo sea su sentencia y que papá le haga lo mismo o algo peor de lo que
me hizo a mí.
Sé que es capaz.
Cuando abrí los ojos, recordé de inmediato lo que había sucedido. No
tuve que preguntar, aunque la enfermera que chequeaba mis signos vitales
me dio una respuesta. Creyó que observaba la habitación confundido,
cuando solo estaba esperando no ver a mi progenitor ahí.
—Estás en el hospital, cariño. Entraron a tu casa y te atacaron, fue un
robo —dijo.
Era obvio que él inventaría una mentira. Lo más probable es que hubiera
revuelto toda la casa, roto una ventana y escondido cualquier objeto de
valor antes de ir a un bar o salir a encontrarse con un amigo para tener una
coartada, todo mientras su hijo seguía tirado sobre un charco de sangre.
—Debo ir por el doctor, pero estás a salvo —aseguró antes de regalarme
una sonrisa amable y marcharse.
Tenía razón a medias. Estaba a salvo por el momento. Mientras estuviera
en el hospital, lo estaría. Por unas semanas, hasta que mi cuerpo sanara,
también. No se atrevería a tocarme, pero luego volvería a estar en peligro.
Sin embargo, mi cumpleaños estaba cerca. Podía evitar palizas hasta
llegar a él, y cuando lo hiciera, me iría.
Solo debía aguantar como Bella me lo había pedido.
Recordarla me estrujó el corazón. Luego de que me dejara al creer que
me hacía un favor, no volvimos a hablar. Tenía la certeza de que vendría
corriendo si le decía que estaba en el hospital, pero no quería preocuparla,
exponerla y arrastrarla a esta miserable vida que llevaba. Al final, era ella la
que merecía más. No hablarle era hacerle dicho favor y evitar que cayera en
el pozo de la culpa junto con mis amigos, quienes se estaban ahogando.
Aún así, quería sentirme cerca de Bel. Mientras buscaba mis pertenencias
alrededor —quería mi móvil, quería verla en línea y releer viejas
conversaciones en un patético intento para encontrar confort—, se oyeron
nudillos contra la puerta abierta.
La máquina que monitoreaba mi ritmo cardíaco empezó a emitir un
pitido cada vez más seguido. Mi padre observó el gráfico del ritmo de mi
corazón y dejó de avanzar.
—Respira, Arlito —ordenó para calmarme y así no llamar la atención del
personal.
Cerré los ojos e imaginé el día que cumpliera 18 años. No necesitaba el
pastel, sino la libertad.
El pitido disminuyó.
—Buen chico —susurró antes de que la enfermera y el médico entraran
—. Lo siento, esos bastardos se llevaron tu móvil también, hijo.
Compraremos otro, no te preocupes. Lo importante es que te mejores —
añadió para que escucharan los presentes.
Se cruzó de brazos y jugó al papá preocupado mientras me examinaban.
No pude quitarle los ojos de encima. La mentira del móvil fue como matar
dos pájaros de un tiro: le servía para hacer más realista su relato y también
para mantenerme incomunicado. Pude ver la duda en su forma de ladear la
cabeza. Era consciente de que había cruzado la línea y que, quizás, ese era
mi límite para explotar y hacerlo volar.
—¡Arlo! —Gretha rodeó a una enfermera y entró a la habitación sin
autorización.
Tenía la piel de la cara enrojecida por un llanto que había cesado hace
poco. Las ojeras me indicaron que no había dormido en toda la noche. Su
mano quedó a medio camino de mi rostro; al notar que podría lastimarme,
optó por descansar su palma sobre mi corazón. Era como si temiera que
fuera a dejar de latir.
Alguien tomó mi otra mano, la del brazo que no tenía enyesado. Timmy
apretó mis dedos y sonrió con los labios oprimidos en una línea, sin saber
qué decir.
Vi a Liv de pie bajo el umbral de la puerta. Miraba a mi padre con una
fijeza inexpresiva y él permanecía calladamente sorprendido, pues no
conocía a nadie que no fuera Gretha. Supe que estaba inquieto con la idea
de que tuviera gente en la cual confiar. Por un momento, creí que ella lo
acusaría, así que apreté la mano de Timmy, quien se aclaró la garganta al
entender la señal:
—Liv, alguien quiere verte.
Mi amiga no cedió de inmediato, pero al sentir nuestros ojos sobre ella,
se giró y sus hombros se relajaron. Se acercó y fue como sentir que el sol
ahuyentaba la noche. Con el índice, me apartó un mechón de la frente de
manera muy cuidadosa, antes de acariciar la piel sobre mi ceja sana.
—Iré por café —anunció el entrenador.
Asentí. El cuarto estaba cargado de tensión cuando cruzamos miradas.
Por primera vez, no sentí miedo. Sabía que era una sensación momentánea,
pero la disfruté; ellos eran mi escudo. Él no se atrevería a hacer nada
mientras estuvieran alrededor. Incluso cuando se fueran, sería más
cauteloso. Era consciente de que existía gente a la que le importaba, la cual
estaba pendiente de mí, y eso significaba que, ahora más que nunca, estaba
bajo el escrutinio de una lupa social.
—Pórtate bien, hijo. Volveré —añadió una amenaza disfrazada de
paternidad antes de marchar.
Los chicos me abrazaron y respiré por primera vez, aunque jamás hubiera
dejado de hacerlo.
Es verdad que el ser humano jamás aprende. Creemos que ningún abrazo
será el último, hasta que sucede algo que amenaza con convertir un «hasta
luego» en un «hasta nunca». Entonces, nos inunda el miedo. Por un período
de tiempo somos conscientes de la fragilidad y de las vueltas de la vida,
pero, poco a poco y sin notarlo, volvemos a empujar dicho miedo hacia el
fondo de nuestras mentes.
Algunos creen que, si temes, no vives. Para mí es distinto, creo que temer
es una de las cosas que te ayuda a vivir; te enseña a abrazar más fuerte y a
no callar.
No podemos vivir con miedo, pero vivir sin él, como si jamás fuera a
sucederle algo a las personas que nos rodean y a nosotros mismos, tampoco
es una forma de vivir: nos quita el recordatorio de que nada ni nadie es
infinito.
Está bien temer, pero no hay que el sentimiento nos controle.
—Es suficiente, Arlo —susurró con el ceño fruncido Liv, al pasar la
mano a través de mi cabello en una caricia.
Gretha y Timmy permanecieron callados para dejarme saber que la
apoyaban.
—No me voy a arriesgar. No puedo —susurré antes de suplicar—. Por
favor, no arriesguen a mi mamá. Si me quieren, ayúdenme a buscar otra
forma de salir de ahí.
Y lo hicieron.
Es temporal, pero hace una semana que me estoy quedando con las
Fisher. Le aseguré a mi padre que no debía preocuparse por faltar al trabajo
—ambos sabíamos que no lo haría para cuidarme de todas formas—. Dije
que no quería volver a estar solo luego del robo, y que la madre y el
padrastro de Gretha, profesionales de la salud, se iban a ocupar de mí hasta
que me sintiera mejor. La madre de Greth, quien vino a verme apenas se
enteró, le dijo a papá que era una gran idea y que lo mantendría informado
hasta que regresara a casa. La señora estaba afligida y horrorizada por lo
que le había sucedido a un hijo que no era suyo. Sentía más por mí que el
hombre que me había dado la vida.
El plan fue de mis amigos. Me pidieron que dijera estas cosas con ellos
presentes, para que mi padre se sintiera de una forma acorralado y, por otra,
aliviado, ya que sostenía su mentira sobre el asalto.
Fuera por precavido, porque se sentía culpable aunque no lo pareciera o
por cualquier otro motivo, no se opuso.
Eso nos dio una semana entera para pensar qué hacer conmigo, aunque
todavía no llegamos a un consenso. Discutimos cada vez que lo hacemos y
es una razón para evitarlos. Ellos quieren ir con la policía pero saben que,
por la seguridad de mi mamá, negaré todo si la desesperación por salvarme
los lleva a actuar a mis espaldas.
No los culpo, si la situación fuera a la inversa, yo también lo haría. Sin
embargo, imaginarse en los zapatos de alguien más no alcanza por acto más
empático que sea. Hay que pedir el calzado prestado, y nunca los haría
caminar por sobre lo que camino yo.
Bajo las escaleras. No hay nadie en la casa. Marion y el señor Brown, los
cuales fueron muy amables conmigo, están en el trabajo. Cora, la
hermanastra, extendió su estadía en la casa de su mamá cuando su papá le
dijo que un amigo de Greth se quedaría con ellos. Siento que estoy
usurpando su lugar y que soy una molestia aunque me digan y me
demuestren que no es así.
Tenemos que hallar una solución. Tal vez pueda vivir en el cobertizo
hasta el día de mi cumpleaños. No necesito mucho.
El olor a madera que desprenden los libros se mezcla con el del café que
emanan las humeantes tazas en la mesa ratona. Alrededor, Liv se sienta en
su reposera de playa, Timmy en su sillón reclinable rescatado del basural y
Gretha en su mecedora, mientras mete la mano en el frasco de las frases.
Ninguno dice nada cuando me hundo en mi silla militar de camping. Intento
no pensar en quien me la compró.
—Nos falta uno —digo al hacer un ademán con el mentón hacia la
hamaca paraguaya de Sawyer.
Los pálidos ojos verdes de Fisher me observan con culpa y estoy por
pedirle perdón cuando se me adelanta para leer:
—«Enseñemos a perdonar, pero enseñemos también a no ofender. Sería
más eficiente», de José Ingenieros. —Se aclara la voz—. ¿Quién quiere
empezar?
—Debías dejarlo volver —insisto.
El silencio nos acompaña. Ha evitado el tema desde que salí del hospital.
La conozco. No le dijo a Sawyer que se alejara de nosotros, solo que no
se acercara a ella. Como él no parece del tipo que respeta las reglas, decidió
ser la persona que diera el paso atrás al negarle el acceso al cobertizo. No
necesito que me reproduzca la conversación que tuvieron para saber que le
aseguró que dejar de ser parte del club no era sinónimo de dejar de ser
nuestro amigo. Sé que quiere que lo seamos. Pasó toda la semana y —
fracasó— inventando excusas para librarse del grupo y, así, darnos la
posibilidad de estar con él.
Intenta desmembrar una ecuación en dos distintas porque cree que
tendrán resultados positivos por separado, pero las matemáticas jamás le
prometieron tal cosa.
Dividir es perder.
Dividirnos es perdernos cuando unidos somos mucho más.
—Cuidar de ti significa pasar tiempo juntos —dijo hace unos días,
cuando le pregunté si no estaba aburrida de mí mientras mirábamos una
película que ella ya había visto pero de la que no se quejó—. Y no existe
nada en el mundo que sea tan lindo como consentirte hasta que te hartes de
mí.
—Es humanamente imposible que alguien se harte de tus abrazos. —
Cerré los ojos al apoyarme en su pecho. Me arañaba suavemente el
antebrazo en una caricia lenta y sentía su respiración agitar mi cabello—.
Aunque me gustaría ser egoísta y equipararte por completo, ¿sabes quién
necesita un poco de ti?
No respondió.
—Me refería a quién quiere empezar con el debate —corrige al traerme
de nuevo al presente mientras intenta huir de la conversación.
Me encojo de hombros.
—Este es un debate, ¿no crees?
Mientras me preparaba para venir a instalarme aquí hace una semana, Liv
se acercó con su móvil cuando Gretha y Timmy fueron por comida. Sawyer
le había enviado un mensaje para mí.
Lo siento muchísimo, Arlo. Fui el peor amigo del mundo. Lo que te
pasó fue mi culpa. Mía y suya. Prometo estar para lo que sea que
necesites, aunque entendería si no quisieras tenerme cerca. Quiero
verte, pero es mejor que tú decidas si lo merezco. Te dejaré un par de
flores (me ayudó a elegirlas Cora, ella tiene mejor gusto que yo) en la
recepción.
Te aprecio mucho, aunque no lo creas porque fui un idiota y no lo
demostré cuando debía.
Liv me contó que Sawyer y Gretha estaban juntos al momento de la
paliza. Ninguno de los dos dijo nada al respecto, pero están equivocados al
creer que los culpo. Imagino lo mal que deben sentirse y detesto a mi padre
cada vez más.
—Sawyer nos necesita, pero sobre todas las cosas, creo que tú lo
necesitas —confieso.
Greth no dice nada. Lo hace Timmy, con el ceño fruncido:
—¿Por qué crees que lo necesita?
—Porque la noche que pasó con él fue la única que no estuvo pendiente
de ninguno de nosotros. —Suspiro—. Chicos… Deben entender que esto no
pasó por algo que hicieron o no hicieron. Pasó porque mi padre es una mala
persona. Punto. —Miro a la morena que rodea su taza con fuerza—. No es
tu culpa estudiar para cumplir tus sueños, es lo que debes hacer. —Deslizo
los ojos al chico de la capucha—. No es tu culpa disfrutar de tu familia, tu
chico, y ser más feliz que nunca, es lo que debes hacer. —Regreso a Gretha
—. Y no es tu culpa por darte un respiro de los problemas ajenos y
enfocarte en ti.
La chica clava la vista en el papel que sacó mientras abraza el frasco
como si anhelara algo de cariño.
—Mis sentimientos por él lastiman a las personas que quiero —susurra.
Liv, Timmy y yo intercambiamos miradas. La primera apoya los codos en
las rodillas mientras el segundo se quita la capucha, compasivo. Con esos
gestos sé que me ayudarán.
—Las personas que te aprecian salen lastimadas cada vez que te niegas a
quererte, y no permitirte sentir cosas por él es una forma de hacerlo. —
Timmy inhala hondo, como si recordara algo—. ¿Por qué eliges el camino
más difícil cuando sentir es lo más fácil?
—Sabemos que también es lo más atemorizante —contesta Liv al ver que
ella no lo hace.
Los ojos primaverales se cristalizan mientras gira el trozo de papel entre
los dedos. Mira el alce embalsamado para evitar nuestros ojos.
No sé en qué piensa, pero no es bueno. Luce desesperanzada, algo muy
extraño en ella.
—Miedo debe darte no sentir cuando es lo único que nos mantiene
realmente vivos. —Me pongo de pie y camino hasta ponerme en acuclillas
frente a ella. Detengo la mecedora—. Sawyer está tan roto como nosotros
aunque no lo demuestre, y sé que decirle que se alejara hizo doler cada
parte de ti porque querías ayudarlo. Pero todavía puedes, Greth.
—Podemos —corrige Liv.
Es la más desconfiada, la primera en advertir que debemos alejarnos de
quien nos daña, y que esté de mi lado significa una cosa: sabe que Sawyer
es bueno para el grupo y para ella. Es uno de los nuestros.
No lo podemos echar de su propio hogar.
Gretha, obstinada, no deja de mirar al alce hasta que Timmy se pone de
pie para interferir en el trayecto de su visión.
—Su presencia no nos pone en peligro, nos hace sentir más seguros
porque quiere decir que estamos menos solos de lo que pensamos. —
Esconde las manos en los bolsillos de su sudadera—. Por eso deberíamos
invitarlo a la fiesta.
Eso capta la atención de la chica, que se muestra confundida:
—¿Qué fiesta?
Aprieto su rodilla. Uno pensaría que es un pésimo momento para tal
cosa, pero nos ganamos un motivo para olvidarnos de la tristeza, la ira, la
incertidumbre, el estrés y la impotencia que nos rodea. Queremos respirar.
—La de tu cumpleaños, ¿o creíste que lo olvidaríamos?
Reprime una sonrisa agridulce. Parece a punto de romper a llorar por el
simple hecho de que lo recordáramos.
—No necesito una fiesta, todo lo que necesito está justo aquí y son tres
personas.
«Cuatro», insisto para mis adentros.

☔🥰
Sawyer vendrá a la fiesta aunque deba arrastrarlo.
¡Hola, reyes y reinas de la lluvia! ¿Leen con música? Les recuerdo
que tienen la playlist de la historia en Spotify (sí, 17 horas de música para
que les estalle el corazón en una montaña rusa emocional):
1. ¿Con qué tanto de miedo viven 1 al 40? ¿Cuáles son las cosas que más
los asustan?
2. ¿Alguna vez mintieron porque sabían que la verdad le dolería mucho a
alguien?
3. ¿Qué tan a la mierda o qué tan al paraíso creen que se irán las cosas en
la fiesta? ¿Más, menos o los mismos problemas? ¿Qué paragüitas creen que

👁️👄👁️
evolucionaron más y para mejor hasta ahora?

Con amor cibernético y demás, S. ❤️


4. Faltan 8 capítulos y el epílogo para que se termine la novela...
33. Labios de vodka

Un día leí que no gustarle a alguien no tiene nada que ver con nosotros
como personas. Es una simple cuestión de compatibilidad. Eso me abrió los
ojos.
Dejé de preguntarme si era lo suficientemente atractivo, inteligente e
interesante. Me di cuenta de que solía tomar los sentimientos no
correspondidos como un mensaje de pesimismo, uno que me recordaba que
había alguien mejor que yo, ahora y siempre. Sin embargo, es mentira. No
hay una persona mejor que otra. La comparación superficial que podemos
hacer no deja ver ni un cuarto —de lo bueno, lo malo, lo que sufrió, todo a
través de lo que pasó— que hay detrás de nuestra supuesta competencia,
que no es más que otro ser humano que padece las misma emociones que
nosotros.
Todo se reduce a ser compatible, lo cual no significa que se deba pensar,
sentir, soñar y querer lo mismo de forma sincronizada, sino que debe existir
una armonía entre lo que es el otro y lo que es uno. A veces, aunque
deseemos más que nada estar con alguien, esa persona puede estar tocando
una canción diferente para la cual necesita un compañero que sepa la letra.
Otras veces, puede querer hacer un solo, y eso está bien.
Es verdad que para ser compatibles tenemos que, en primer lugar,
aprender a sintonizar nuestra cabeza y nuestro corazón con la vida que
llevamos.
Gretha dijo que no está en la misma sintonía que yo. Debo respetarlo
aunque duela, ya que saber que las relaciones se basan en la compatibilidad
no nos ahorra la decepción, pero la aligera porque somos conscientes de que
no es nuestra culpa.
El problema es que creí que estábamos bien. Iba a alejarme y desearle lo
mejor, pero cuando regresé a la escuela para preguntarle si todavía quería
que le enviara su regalo de cumpleaños —pues no estaba seguro de si lo
querría luego de eso, sobre todo porque es muy personal—, encontré la
maceta hecha trizas. La tierra desparramada. El «eres especial» roto en diez
pedazos. Las flores aplastadas con rabia junto a las constelaciones pintadas
a mano.
¿Me odiaba?
Me sorprendió. No creí que fuera capaz de algo así. Aunque reconozco
que fui un idiota, mi disculpa fue sincera, pero que fingiera aceptarla me
hizo sentir horrible, peor de lo que estaba. La quería y, saber que la había
lastimado tanto como crear rencor donde antes no lo había, me carcomía la
conciencia.
Lo sigue haciendo cuando una chica entra a la librería. Es Liv, a la que
Levi le echó un ojo.
O los dos, mejor dicho.
—No soy buena aceptando obsequios —desliza un billete sobre el
mostrador para pagar lo que le faltaba el otro día.
Niego con la cabeza pero lo vuelve a empujar. Al ver que no lo acepto ni
digo nada más, se acomoda la correa del bolso al hombro antes de imitarme
y apoyar los codos sobre el mueble.
—¿Estás bien?
—No lo creo. ¿Recuerdas a la chica que no podía sacarme de la cabeza?
—Asiente y suspiro—. Bueno, creí que estábamos en la misma página. Nos
despedimos y le di un regalo de agradecimiento, pero lo… lo destrozó. No
sé si debo volver a disculparme porque hice algo mal. No entiendo qué
sucedió.
Endereza y alisa el billete.
—Tal vez estaba enojada o triste con algo más. Solemos desquitarnos con
la persona equivocada.
Eso me hace pensar en Sawyer. ¿Y si le hizo algo? ¿Si la lastimó como sé
que puede hacerlo?
Le advertí que debía mantenerse lejos de él. Si lo viera, le daría un
puñetazo.
—Oye, mírame —pide—. No es nuestro problema lo que las personas
hagan con nuestras disculpas. Si tus palabras fueron honestas, no debes
sentir culpa. Hiciste tu parte de la sanación. Ella debe hacer la suya,
¿entendido?
Abro la máquina registradora y dejo el billete. Siento que es capaz de
enrollarlo y meterlo en mi nariz si insisto en que se lo quede. Me regala una
sonrisa de autosuficiencia y se da la vuelta, pero se detiene a medio camino
de la puerta.
—¿A qué hora cierras?
—En una hora, ¿por qué?
Deja su bolso en el perchero y comienza a arremangarse el suéter hasta
los codos.
—¿Qué te parece si te ayudo a reordenar los libros hasta entonces? Noté
que hay algunos de romance en la sección de geografía. Me generó un tic
nervioso.
Me hace reír.
—Aprecio que camufles con una obsesión tus ganas de hacerme
compañía —digo y sonríe con los labios apretados, como si escondiera algo
—. Pero, ¿no tienes nada mejor que hacer?
—En realidad, sí. Hoy hacemos una fiesta para una amiga, esa que creo
que te caería bien. —Se pierde entre los estantes y veo sus ojos sobre los
lomos de las novelas publicadas de Wattpad—. Te vendría bien salir de
aquí, así que esperaremos hasta el horario de cierre y luego iremos a
divertirnos con personas reales en lugar de personajes ficticios, ¿de
acuerdo? No importa si llegamos un poco tarde.
Rodeo el mostrador, me cruzo de brazos y apoyo el hombro contra el
estante que inspecciona.
—Eras la clase de persona que no acepta un no como respuesta, ¿verdad?
Me señala con un libro.
—Soy el tipo de persona que salvará tu noche. De nada.
Aprieto la botella de vodka contra mi pecho mientras el auto desacelera.
Echo una mirada sobre mi hombro y observo a mamá levantar ambos
pulgares en un gesto de aliento.
—Hola, papá —digo cuando abro la puerta y me subo en el asiento del
copiloto.
—Cinturón, por favor —canturrea a modo de saludo antes de detener los
ojos sobre la botella—. Veo que planeas inhibir tus neuronas hoy.
Comenzamos el trayecto en dirección a la fiesta. No iba a regresar porque
el amigo de Grethalyn sigue hospedándose ahí. Papá me contó que entraron
a la casa del chico y le dieron una paliza antes de llevarse todo, por lo que
se sentía inseguro. Tal vez a causa del trauma no quiso volver a estar entre
las cuatro paredes de su hogar. Siento pena por él y por sus padres. Deben
sentirse muy impotentes.
La situación me recordó a Arlo. Él también luchaba cada vez que debía
atravesar la puerta de su casa, pero por razones diferentes.
Por ese motivo, además de que necesitaba pasar tiempo con mamá para
reunir valentía respecto a esta conversación, me quedé toda la semana con
ella. Sin embargo, ayer me llegó un mensaje de Gretha. Sus amigos le
organizarían una pequeña reunión y quería que fuera. En una ocasión me
había invitado a pasar el rato con ellos, pero no me sentía preparada.
Ahora lo estoy.
Y si no lo estoy tanto como creo, tengo una botella conmigo. El vodka
me ayudará a socializar.
—En realidad, necesitaba una bebida alcohólica para decirte algo.
Papá frunce el ceño y me mira de reojo. En cuanto destapo la botella y le
doy un trago que me obliga a cerrar los ojos con disgusto, abre los suyos
con asombro. Jamás me vio hacer algo parecido. Siempre intento actuar de
una forma recatada frente a él, pero se acabó.
—No quiero las mismas cosas que tú —digo con la garganta al borde de
las llamas.
Bueno, llamas o lágrimas, no estoy segura.
Intercala la mirada entre la calle y yo, pero antes de que pueda preguntar,
llevo a cabo la regurgitación verbal:
—Quiero estudiar algo relacionado con las plantas o el arte, tal vez
ambas. Me gustan las flores y pintar, y que te burles de eso me duele tanto
como que hagas comentarios sobre mi cuerpo o sobre las personas que
frecuento. —Doy otro trago rápido—. Y odio que me compares con Gretha,
deja de hacerlo. —Me limpio la boca con la manga del abrigo—. Estoy
cansada de intentar ser la hija que deseas. Prefiero intentar ser la persona
que quiero a partir de ahora.
Frena lentamente ante un semáforo en rojo. Voltea a verme y contengo la
respiración.
—Yo… —Parpadea aturdido—. Yo… te pediría un trago si no tuviera
que conducir. Esa es mucha información, Cora.
Contra todo pronóstico, se me escapa una risa. Jamás vi a papá tan
desconcertado con algo en la vida.
—No compartimos muchas cosas en común, por eso insistí tanto en que
estudies Medicina. —Pasa las manos por el volante, pensativo—. Creí que
era lo único que nos conectaba y no quise soltarlo porque no sé llegar a ti de
otra manera. Sé que es mi culpa y…
—Nuestra culpa —corrijo al abrazar la botella con más fuerza, a modo de
consuelo—. Siento haber fingido que todo estaba bien.
Los extremos de sus espesas cejas se acercan hasta casi tocarse en su
glabela. Así se llama el espacio entre ellas. Lo aprendí en los libros que me
dio.
—Lamento mucho haberte presionado. Quiero lo mejor para ti, nunca
quise herirte. Yo… —Resopla como si fuera una idiotez lo que está
pensando—. Quería hacerte reír. Siempre quiero hacerte reír, aunque ahora
sé que mis bromas son de mal gusto. Es solo que desde hace mucho tiempo
pareces infeliz y creí que era mi culpa por obligarte a mudarte con Marion y
Gretha. No sabía que estaba alimentando ese sentimiento de infelicidad. En
mi ignorancia, intentaba hacerlo desaparecer de la forma incorrecta.
De nuestras mejores intenciones pueden salir los peores resultados. Es un
error humano intentar ayudar a alguien como te gustaría que te ayuden a ti.
Sin embargo, antes de actuar debemos preguntar. Es algo en lo que todos
debemos trabajar.
—Lo único que necesitamos en común para sentirnos conectados ya lo
tenemos. Se llama papá-ama-a-Cora y Cora-ama-a-papá.
—También se llama papá-te-advierte-que-tendrás-una-resaca-mañana.
Echo la cabeza contra el asiento, aún acunando la botella. Le sonrío
mientras pisa el acelerador cuando el semáforo pasa de rojo a verde.
—Supongo que es algo bueno que seas doctor en ese caso.
Bufa.
—No estudié diez años para llevarle a mi hija con resaca pastillas y vasos
de agua a la cama.
—No, tienes razón. Te convertiste en padre para eso.
Su risa es contagiosa. Es la primera vez que el sonido sale natural de mí
en su compañía y se siente como salpicaduras de témpera fresca sobre la
piel en verano.
—Hablaremos de esto a profundidad cuando te encuentres sobria —
asegura—, pero debes saber que eres mi persona favorita en el mundo,
Cora. También la de tu madre. Eso jamás cambiará, no importa quién
quieras ser.
Doy otro trago al vodka para celebrar que soy su flor favorita.
—Buenas noches, ¿cuánto cuesta el bus? —pregunta Patricio cuando
Karim abre la puerta.
—Un euro —respondo, como lo ensayamos.
—¡Pues que se bajen todos, me lo quedo! —termina el pelirrojo.
Al chico frente a nosotros no le hace gracia. Casi me siento mal por Pat,
pero sus chistes sí que son malos.
—¿Qué haces aquí? —pregunta el dueño del hogar, echando un vistazo
sobre su hombro hacia el interior de la vivienda.
El cazafantasmas y yo intercambiamos miradas. No hace falta que nos
diga que no salió del clóset con su familia.
—Venimos a llevarte a la fiesta de mi amiga —explico.
Karim abre la boca, pero nada sale de ella. Desde que me besó y huyó me
he sentido mal. Cuando le conté a Patricio, siendo una persona empática,
dijo que debíamos ayudarlo. No se sintió celoso, inseguro o enojado por el
beso robado. En realidad, lo entristeció: «Solo es un adolescente asustado
que quiere lo que tenemos: libertad para ser quienes somos y tomar la mano
de un chico en público. Si le enseñamos que hay gente que nos acepta, que
todos deberían, tal vez sienta menos miedo».
—Lo… —Mira al pelirrojo con culpa—. Lo siento, no sabía que estaba
contigo antes de…
Sacude ambas manos para restarle importancia.
—Ahora lo sabes, no te preocupes. ¿Y conoces qué otra cosa sabrás
luego de esta noche?
Karim parece cada vez más perdido. Necesita un mapa, pero el atisbo de
una sonrisa conmovida le tuerce las comisuras de los labios.
—Que tienes nuevos amigos si necesitas hablar de estas cosas —termino
por él.
—Y que uno de ellos cuenta excelentes chistes —añade el cabeza de
calabaza.
Tiro de los cordones de mi sudadera hasta que mi rostro desaparece en la
vergüenza, pero oigo a ambos reír.
Alguien toca la puerta.
—¡Ya va! —grito, pero otro golpe me asegura que no me han escuchado
sobre la música.
Liv avisó que demoraría porque vendrá con alguien, aunque ya deben
haber llegado. Hasta donde sabía, solos nos teníamos los unos a los otros
como amigos, pero me alegra que esté expandiendo su círculo social. Será
más fácil celebrar este cumpleaños si hay adolescentes presentes que nos
ayuden a actuar como tales.
Los puños contra la madera se vuelven cada vez más violentos mientras
me seco las manos. El brazo enyesado me entorpece, así que tardo el doble.
Si algo no me gusta de estos desconocidos es su impaciencia.
—Dije que ya… —Abro la puerta y soy incapaz de terminar la frase
porque alguien cae contra mí.
Rodeo la cintura de la chica con mi mano sana y la atraigo porque no
tengo la fuerza para sostenerla en el aire.
—¿Te estabas masturbando que tardabas tanto, nutria sucia? —Se
sobresalta cuando le agarra hipo.
—¿Bella? —pregunto confundido.
Como si su cuerpo fuera el de una muñeca de trapo, permanece con el
mentón clavado en mi pectoral y el único movimiento que hace es fruncir el
ceño.
—Tú no eres una nutria sucia. Eres Arlo.
Jamás la vi ebria. Para ser honesto, tampoco creí que volveríamos a
vernos. Por primera vez en una semana soy capaz de reír entre una mezcla
de alegría y desconcierto. Esto tiene que ser obra de los chicos. Ahora
entiendo por qué Liv dijo que tardaría.
Fue a buscarla.
No me sorprende que haya dado con ella, pues inteligencia y acceso a
Google le sobran.
Ni siquiera es mi cumpleaños y siento que me han dado uno de los
mejores regalos. Los últimos días han intentado hacerme sentir mejor.
Aunque no les nombré a Bella ni una vez, me conocen lo suficiente como
para saber que esto es justo lo que necesito.
Sin embargo, creo que se les fue la mano con el alcohol, pero Bel lo
habrá querido así. Después de nuestra abrupta despedida no debió ser fácil
pensar en un reencuentro, más allá de que no me enojé con ella porque
estuviera con otro.
Sé que no siente por él lo que siente por mí. Fue autosabotaje.
Con una reacción tardía, apoya las manos en mi pecho y se impulsa hacia
atrás. Trastabilla porque no hay una pared tras ella y se aferra a mi brazo
bueno para no caer. Alcanzo el pomo de la puerta y la cierro para que pueda
apoyarse contra ella. Siempre odie que este baño fuera tan pequeño, pero en
este momento estoy agradecido. Nunca quise sentirme tan cerca de una
persona como ahora.
Podríamos vivir en un dedal juntos y sería feliz.
Entonces, sigo sus ojos mientras me recorre. La felicidad que siento se
opaca al ver que se lleva una mano a los labios, que apenas toca con las
yemas de sus dedos.
—Me están ayudando —aseguro para que no se preocupe más de lo que
lo hará—, pero no quiero hablar de eso. No ahora.
Ni el alcohol es tan fuerte como para mantener alejado a mi padre de mi
vida. Me pregunto hasta cuándo seguiré recibiendo miradas de lástima.
Como si me leyera el pensamiento, y tal vez lo hace porque me conoce,
baja la mano y se aferra al lavamanos que tengo detrás.
—¿Y de qué quieres hablar?
Reprimo una sonrisa.
—De ti.
«Siempre quiero hablar de ti».
Me sostiene la mirada. Lo que sea que tomó, dilató sus pupilas. La cálida
luz del baño parpadea, la canilla gotea y nuestros pies son tragados por el
juego de luces que se filtran bajo la puerta. Su respiración es cada vez más
fuerte o siempre fue así y solo la oigo mejor porque se inclina hacia mí con
los labios entreabiertos. Inhalo hondo y su perfume me embriaga.
Deseo tenerla al alcance de un abrazo desde la última vez que la vi.
—Soy plenamente consciente de lo que hago —murmura cuando tomo su
brazo en señal de que voy a detenerla porque no quiero aprovecharme.
—De todas formas tengo el labio partido. Por más que quiera darte un
beso, no podría. —Trazo círculos con el pulgar sobre su hombro—. Tal vez
me desmaye del dolor, quién sabe.
Aunque bromeo, su expresión permanece seria.
—Si caes, te atraparé —promete con voz firme y ojos brillantes—.
Quiero atraparte, nutria limpia. Tendría que haberlo hecho.
Resoplo para no reír y niego con la cabeza. Quiero que mi vida deje de
hacer sentir mal a otros.
—Estoy cansado de que la gente que quiero asuma una culpa que no les
pertenece.
Mi frustración le habla y ella contesta con otro ataque de hipo que me
obliga a empujar las preocupaciones al fondo de mi cabeza. Es adorable.
—Distracción, entiendo. —Asiente despacio.
Sus manos se arrastran hasta mi espalda baja y se pone de puntillas de
pie. Su aliento acaricia mis labios y cierro los ojos. Sé que el dolor que
pueda sentir valdría la pena, pero no sé si estoy preparado para besarla sin
saber si se quedará cuando salga el sol o vuelva a desaparecer.
—Dije que nada de besos.
—Dijiste que nada de besos en la boca. Para tu suerte y la mía, el cuerpo
tiene muchas otras partes.
Sus dedos se deslizan bajo mi camiseta y mi piel se estremece ante el
tacto suave y travieso. Dejo caer la cabeza hasta apoyar mi frente contra la
suya.
—Bella… —advierto.
Aprieta sus caderas contra las mías. Trago saliva.
—Déjame hacerte sentir bien —susurra y levanta un poco el mentón,
hasta depositar un beso en la punta de mi nariz—. Por favor.
Mis botas se hunden ligeramente en la tierra y en las hojas mojadas que
cubren el patio. La música que proviene del cobertizo se oye como el
murmullo de un amigo extrovertido y charlatán hacia el introvertido más
callado: la noche. A través de las ventanas veo el juego de luces. Creo que
desempolvaron la bola de cristal que teníamos guardada en la canasta de
una bicicleta.
Me pidieron que me presentara a las once, una hora antes de mi
cumpleaños. También me prohibieron ayudar bajo cualquier punto de vista.
Dijeron que se encargarían de todo y no me quedó hacer otra cosa más que
sentarme a pensar.
Tengo una licenciatura en bucles de pensamiento obsesivo, así que no fue
tan difícil.
Es extraño cumplir años. Nunca sé cómo sentirme; si nostálgica porque
crezco o, por el mismo motivo, feliz. Antes no podía esperar a terminar la
preparatoria y hacerme mayor. Quería irme, ser independiente y vivir
aventuras. Sin embargo, cuanto más se acerca el momento, más miedo me
da porque no hay una etapa de transición. ¿Cómo puede saber un
adolescente de diecisiete años lo que quiere hacer “por el resto de su vida”?
¿No debería existir algo entre la preparatoria y la universidad? Porque se
siente como un salto muy grande, uno para el cual muchos no estamos
preparados.
Sacudo la cabeza para dejar de pensar en eso. Me detengo frente a la
puerta. Mi padre dice que los cumpleaños son para celebrar que estamos
vivos; mamá, que son un recordatorio de que nos queda un año menos de
vida. Solo por hoy, estaré de acuerdo con mi progenitor.
Al entrar, reprimo una sonrisa al pensar que todas las personas que quiero
están aquí.
Sin embargo, no hay nadie.
El lugar está vacío. Al principio creo que es una broma y que saltarán de
sus escondites para asustarme, pero los segundos pasan y no se oye ningún
sonido sobre la música electrónica. Cierro la puerta y me esfuerzo en no
sentirme decepcionada. No me importa lo material. No me cambia la vida
que no haya decoraciones, comida o regalos, pero sí que no haya gente.
Me obligo a repetir que tuvieron un gran gesto y debería sentirme
agradecida con que hayan recordado que cumpliré dieciocho en una hora.
—Supongo que de momento solo somos tú y yo —digo al alce
embalsado que me mira desde la pared, el que esconde las pastillas de
Timmy—. Y Camello —añado al ver el conejo corretear frente a mis pies.
Observo los alrededores sin saber qué hacer. Opto por apartar la cortina
de Nenrrieta y sentarme en la cabina de fotos a esperar. Chequeo el móvil
porque tal vez tuvieron una emergencia, pero no hay nuevos mensajes.
Subo en la conversación hasta encontrar una notificación de la madrugada
en que Arlo fue ingresado al hospital:
Sawyer ha abandonado el grupo.
Desde que los chicos han insistido en que le hablara para que regrese, he
estado nerviosa. Jamás tuve la intención de marginarlo. Sé lo que se siente y
no leo deseo para él ni para nadie. Solo quería que se junte con mis amigos
sin mí y que yo me juntara con ellos sin él.
La culpa de haber pasado la noche juntos mientras Arlo recibía una
paliza disminuyó, pero sigue ahí.
Sé que tengo que aprender a no tomar responsabilidades que no me
pertenecen, pero es difícil cuando ser responsable con otros me ayuda a
sobrellevar que no lo soy conmigo misma: no me hago cargo del daño que
me hago y, en consecuencia, sigo haciéndomelo. Protegemos al resto de lo
que nos gustaría ser capaces de protegernos.
El problema es que cuando tomas el papel de escudo por tanto tiempo, no
sabes cómo volver a ser un guerrero.
Y no tengo idea, o tal vez no quiero tenerla, de cómo enfrentar mis
problemas. También me asusta la idea de usar a otros como escudo y que se
olviden de sus propias batallas.
—Oh, lo siento, no te vi —dice alguien y levanto la vista para encontrar a
Sawyer cerrando la puerta—. Disculpa por pisarte, fue sin querer —sigue
pidiendo perdón a personas invisibles mientras avanza hacia mí—. Lo
siento, lo siento. Hay demasiados seres humanos en este lugar. Casi que ni
se respira. —Le dice a alguien de la multitud.
No creí que lo primero que haría al verlo sería reír, pero tiene ese efecto
en mí.
—¡Aquí estoy! —Agito los brazos para seguirle la corriente.
Simula atascarse entre la muchedumbre inexistente. Otros lo tomarían
como una burla a que no hay nadie donde deberían estar todos, pero yo le
extiendo una mano con diversión. La toma y forcejeamos un poco, hasta
que logramos sacarlo de la estampida adolescente que hay en mi fiesta.
—Creí que me tomaría horas llegar hasta aquí. —Se deja caer con alivio
en el asiento de Nenrrieta, a mi lado—. Fue una casualidad encontrarte en
este mar de personas, Gretha.
Una parte de mí, por la forma en que baja la voz, piensa que sus palabras
van más allá. «Fue una casualidad encontrarte en todo el mundo y...».
Ambos miramos nuestras manos todavía enlazadas. El contacto de su piel
caliente contra la mía me ablanda el cuerpo y los pensamientos. «Y estoy
feliz por eso».
—Tienes razón. —Tengo un nudo en la garganta—. Fue una de las
mejores casualidades encontrarte y una terrible causalidad perderte. Siento
mucho haber sido injusta y haberte pedido que dejaras de venir al club.
Su pulgar acaricia el dorso de mi mano cuando se encoge de hombros.
—Sentía que merecía el castigo de no verte luego de olvidarme de Arlo.
No es tu culpa.
Le doy un apretón.
—Tampoco es tuya.
Deberíamos pensar que fue una casualidad que así se desarrollaran los
hechos esa noche, no una causalidad de nuestras decisiones. El padre de
Arlo podría haber desatado a la bestia que esconde en cualquier momento.
Si no dejaba a su hijo en el hospital hace una semana lo haría hoy o el mes
que viene.
No se puede escapar de algunos males. Solo nos queda atravesarlos.
Me sonríe y le devuelvo la sonrisa. Así ponemos fin a una conversación
que no tiene motivo para extenderse. Las palabras sobran cuando dos
personas sienten lo mismo porque un buen silencio lo dice todo.
Me suelta y se gira en busca de cerrar la cortina de la máquina de fotos.
—Para tener privacidad de la salvaje multitud que vino a celebrar tu
cumpleaños —explica.
No espera que mi risa cese. Sus manos se deslizan por mis mejillas de la
misma forma en que las personas las deslizan bajo el agua; ahueca y atrae
mi rostro para saciar la sed de conexión. Me sostiene la mirada y sus ojos
me transmiten una sola palabra: aquí.
A veces un rostro no dice nada, solo confirma lo que ocurre. Él está aquí
porque quiere. Yo estoy aquí porque quiero. Nosotros estamos aquí
anhelando lo mismo, que no es más que embriagarnos con la cercanía hasta
el punto donde los sentimientos no puedan ser expresados más que a través
de la piel.
Me parece curioso que describan el amor como algo mágico. Para mí, no
tiene nada que ver con la magia. Es real, no algo imposible sacado de una
novela de fantasía o una ilusión bien practicada, y eso lo hace especial. No
debemos abrir un libro e imaginar una cosa que dejará de existir en cuanto
lo cerremos. Tampoco es un truco. Amar y ser amados está a nuestro
alcance, aquí, en el mundo de verdad.
Si algo tenemos en común con los magos ficticios y con los ilusionistas,
es que debemos practicar para mejorar esta habilidad llamada ser mejores
amándonos a nosotros mismos y al resto.
El pulgar de Sawyer toca la comisura de mi boca y se desliza en una lenta
caricia por el labio inferior. Sus ojos siguen el movimiento como creíamos
en la inocente infancia que la luna nos seguía al andar en auto. Miro el
tranquilo aleteo de sus pestañas, el sutil arco de sus cejas y el flequillo que
se despliega despeinado sobre su frente. Apoyo una mano en su muslo y
aprieto.
Tiemblo cuando me toca. No por miedo, sino porque lo extrañé hasta el
punto donde mi sistema nervioso pierde el control ante su cercanía. Me
gusta tanto que siento electricidad en cada parte que mira y roza.
—Entiendo que tengamos problemas que resolver por separado y que no
estés lista para explorar por completo esto, pero… —Hace una pausa que ni
la música puede llenar—. ¿Puedo besarte una vez?
—¿Puedes besarme más de una vez? —pido en su lugar.
Ladea la cabeza y traga saliva. Luce como la combinación de la empatía
y la frustración.
—Antes de eso quiero decirte algo.
—Cualquier cosa. Siempre —digo atrapada en un dejá vú.
—Sé que te duele. Sé que te cuesta. Sé que incluso cuando lloras sientes
que todavía queda algo que no puedes dejar salir. —Inhala y mi mano sube
hasta detenerse sobre su corazón, que parece querer salirse de su cara
torácica—. Tu pecho no termina de bajar o subir porque está reteniendo
algo y te asusta estallar y llegar a tocar ese pensamiento autodestructivo
otra vez. —Sus ojos se conectan con los míos, pero su pulgar permanece
contra mi boca, ahora entreabierta—. Te veo temblar e intentar no hacer
ruido. Te veo encogiéndote como si no pertenecieras a la tierra donde pisas.
Te veo. Te veo de verdad, más allá de lo que crees que no te hace agradable,
y me parte el alma que no veas lo mismo porque no hay una sola parte de ti
que no sea extraordinaria. A partir de ahora debes esforzarte y dejar que te
ayuden, ¿sí?
Asiento porque tiene razón. Hay que dejar de teorizar sobre lo que nos
haría bien y empezar a practicarlo. Debemos darnos cuenta por nosotros
mismos que merecemos más de lo ni siquiera nos atrevemos a pedir.
Tenemos que dejar de mirar lo que nos destruye y parar de invisibilizar lo
que nos puede sanar.
Mirarnos.
Mirarnos más allá de la piel, ver que somos suficiente en todos los
sentidos que existen cuando dejamos de observar el reflejo del espejo como
un enemigo.
—Eres tantas cosas que no encuentro una palabra que las englobe todas,
a excepción de tu nombre —añade.
Me acerco porque no aguanto la distancia. La semana se sintió un para
siempre.
—Dilo. —Mi mano se hace un puño sobre su camiseta, despacio—. Di
mi nombre.
—Gretha.
Cierro los ojos. Nuestros labios se rozan.
—Dilo otra vez.
—Gre… —Su aliento hace cosquillas contra mi boca, debe hacer una
pausa porque lo abruma el mismo sentimiento de anticipación que a mí—.
Gretha.
Como si fuéramos dos agujeros negros en el espacio, nos absorbemos el
uno al otro, hasta que no somos capaces de diferenciar dónde empieza él y
dónde empiezo yo.
¡Hola, mis paragüitas preciosos! 🥰 Un capítulo mega cargado (nunca

¡Resistan!🥺
habían narrado tantos personajes en un solo cap) para acortar su semana.
¿Están muy estresados? ¿Se lavan primero el cabello o el
cuerpo? ¿Cantan en la ducha?
1. Estoy nerviosa y desesperada porque Arlo y Corabella están en el baño
mientras Sawyer y Gretha están en la cabina de fotos y... Ay, todos bajo el
mismo techo. Charlie, Liv, Timmy, Patricio y Karim en camino. ¿Qué tan

reacción de lo que pasó en emojis🤣


preocupados están por lo que pueda llegar a pesar del 1 al 99? Dejen su

👁️👄👁️
2. ¿Parte, escena o frase favorita del capítulo?
3. ¿A quiénes shippean y por qué?
Con amor cibernético y demás, S.
A Malcom y a Cora les gusta esto.
❤️
34. Salvarse a sí mismo

¿Alguna vez te sentiste tan cómodo en un lugar, en una persona, que


todos los sitios y los brazos en los que estuviste antes de repente parecen
fríos? Incluso si en su momento fueron cálidos, incluso si aún lo son.
El movimiento de los labios es suave. El encuentro de las lenguas,
húmedo. Las sonrisas a mitad del beso, cómplices. Siento la más dulce
contradicción: el calor que irradia su cuerpo relaja cada uno de mis
músculos, pero la alegría de estar tan cerca —emocional y físicamente—
acelera mis latidos.
Sus manos se deslizan alrededor de mi cintura y tira de mí hasta que
estoy sentada sobre él. Mis dedos recorren su cuello y se pierden en su
cabello cuando volvemos a convertir el aire en la nada. La necesidad nos
hace compañía esta vez. Nos obliga a apretar, halar y morder. Me incendia
por dentro su forma tan amable de demandar que nuestras bocas vuelvan la
una a la otra sin parar.
—Dios... —susurra.
Sostengo con suavidad su cabeza.
—Déjame bautizarte, chico católico. —Reprimo una sonrisa—. En el
nombre del Padre. —Beso su frente y cierra sus ojos—. Y del Hijo. —Rozo
con los labios la punta de su nariz y los presiono contra su mentón—. Y del
Espíritu... —Le beso una mejilla y responde a mi aliento contra su piel
acariciando mi espalda—… Santo. —Beso la otra y me separo un poco para
apartarle un mechón de cabello de la frente antes de rodear su cuello con los
brazos—. Amén.
Junto nuestras bocas otra vez, de forma fugaz.
—Amén —repite y me abraza con más fuerza—. Estoy casi seguro de
que los sacerdotes no besan a quienes bautizan, pero me alegra que la
Sacerdote Gretha lo haga.
Me hace reír.
Me hace sentir. Me hace hablar. Me hace pensar. Me hace querer. Me
hace verme.
Me hace feliz, y esa es la mejor conclusión a la que puedes llegar sobre
alguien.
—Gracias por elegir ser mi amigo. —Le sostengo la mirada—. Creo que
eres el mejor que he tenido.
Su expresión es suave, como su toque y su forma de prestarme atención.
Ojalá todos tengan la oportunidad de sentirse así de hermosos, como él me
hace sentir a mí y como espero sentirme por mi cuenta si trabajo en mi
autoestima.
No dice nada. En su lugar, vuelve a besarme. Esta vez hay algo distinto
en la acción; es más desesperada e impaciente, como si la distancia fuera un
tortura. Siento calor en todas partes y tiemblo cuando sus manos se enredan
en mi cabello y siento el roce de sus labios en mi cuello. Mis manos bajan
por su camiseta y, sin pensarlo, desabrocho el botón de sus jeans.
La punta de su lengua hace cosquillas contra mi piel mientras bajo el
cierre.
—¿Voy a conocer la cosa peluda a la que Timmy le teme? —pregunta
alguien cuando la puerta del cobertizo cruje.
El exnovio de Cora y yo nos miramos, helados.
—La cosa peluda es un conejo —explica Liv al desconocido—. Se llama
Camello.
Hay una lluvia de pasos. También de abrigos que caen en los sillones y sé
que Liv los está empezando a acomodar en el perchero. Sawyer sonríe y me
muerdo el labio para no hacer lo mismo. Esto es emocionante, como cuando
jugaba a las escondidas de niña con mis padres. Me pregunto cuánto
tardarán en darse cuenta de que estamos aquí. Aún mejor, si será tiempo
suficiente para escucharlos sin que lo sepan, antes de asustarlos.
—Lo cual no tiene sentido y es aterrador —concluye Timmy.
Apoyo las manos en los hombros del chico y me inclino hacia la cortina.
Al espiar, por fin veo al famoso Patricio. Rodea la cintura de Timmy y le da
un beso en la sien para calmarlo respecto a la mascota del club.
Siento el leve roce de un mechón de cabello cuando Sawyer apoya las
manos en mis muslos y me imita hasta que estamos mejilla contra mejilla.
Está por hacer un comentario ingenioso cuando le tapa la boca para que
haga silencio. Ríe contra mi palma y ya no puedo concentrarme en lo que
hay fuera de la cabina de fotos.
Quiero besarlo otra vez y, por su expresión, sé que quiere lo mismo.
Deslizo mi mano hasta ahuecar su nuca y volvemos a acercarnos.
Pero no hay beso porque oigo una voz inconfundible.
—¿Puedo pasar al baño?
Me bajo del regazo de Sawyer y aparto la cortina.
—¿Charlie? —pregunto al salir con pasos torpes de la cabina—. ¿Qué
haces aquí?
El chico gira hacia mí. Luce en shock, pero antes de que pueda decir
algo, la puerta del baño se abre. Mi hermanastra trastabilla fuera y es
sujetada de la cintura por Arlo.
—¡Grethalyn, feliz cumpleaños! —chilla ebria y abre los brazos—.
¡Sorpresa! Bon Anniversaire!
Arlo ríe.
—¿Qué hacías encerrado en el baño con la hermanastra de Gretha? —
indaga Liv.
La risa cesa.
—¿Hermanastra? —repite confundido. Sopla para apartar un mechón que
cayó en su frente porque sigue sujetando a Cora con su brazo bueno—. Esta
es Bella. Tú la trajiste. ¿También bebiste que no la recuerdas?
Si la música electrónica no siguiera sonando, nos engulliría el silencio.
Nos miramos los unos a los otros mientras absorbemos la información.
—Arlo… —Doy unos pasos hacia ellos—. Ella es Cora, mi hermanastra.
La susodicha frunce el ceño y se aparta del chico. Observa entre nosotros
con desconcierto.
—¿Eres amigo de Gretha? —le pregunta, y no toma más de unos
segundos para que su mirada se llene de lágrimas al mirar el yeso. El
alcohol parece filtrarse de su cuerpo a través de sus ojos—. Eres el amigo
de Gretha que estuvo en el hospital… —reconoce y luego me mira—. Yo…
no sabía que tu amigo se llamaba Arlo. No sabía que… —Vuelve a mirarlo
y las lágrimas caen sin hacer ruido de sus mejillas.
Debe saber que el padre del chico es agresivo. Veo el rompecabezas
armándose para ella. Sin embargo, Arlo mira a alguien sobre mi hombro, no
a Cora.
Me giro para encontrar a Sawyer saliendo de la cabina mientras sube el
cierre de sus jeans. Está pálido. Siento un nudo formarse en mi garganta.
—No sabía que ella era Bella —se apresura a decir.
«No lo sabía. Nadie lo sabía». Inhalo hondo. El nudo se afloja.
Tiene que haber una explicación coherente.
Mis pensamientos viajan hasta el día de la mudanza. Sawyer y Cora
estaban en el patio y los vimos pelear a través de la ventana, pero, en
realidad, Arlo no había llegado; se retrasó porque su padre le dio una paliza.
Llegó cuando Cora se había marchado y Sawyer estaba en el baño.
No los vio.
Cuando salí de compras con mamá y Cora, me encontré con Arlo y su
padre en el centro comercial. Mi progenitora se acercó para decirme que
tenía una emergencia en el hospital y que Cora ya me estaba esperando con
las llaves del coche en el estacionamiento.
No la vio.
El día que fuimos a pescar, Arlo había salido por gasolina cuando Cora y
Sawyer aparecieron para decirme que ya podía salir del cobertizo —mentí
al decir que ella y yo habíamos tenido una pijamada para que pudieran
pasar la noche juntos—. Casi la invité a la excursión, pero no lo hice porque
me sentía herida.
No lo vio.
Cuando dejé la nota en el refrigerador, esa que decía que Arlo estaba en
el hospital, fue el doctor Brown el que la leyó. Nunca dijo el nombre del
chico, se refirió a él como mi amigo. La semana entera que pasó aquí, ella
estuvo con su madre. Antes, en ningún momento hablamos de nuestras
amistades. Jamás le dije sus nombres y ella nunca me dijo que salía con
alguien llamado Arlo mientras estaba con Sawyer.
Leí que las galaxias se cruzan entre sí todo el tiempo. Sin embargo, sus
estrellas están tan dispersas que es improbable que se toquen.
Y estas estrellas jamás se encontraron de frente, hasta ahora.
—No se llama Bella —insiste Timmy.
—En realidad, me llamo Corabella —explica mi hermanastra, entre
avergonzada y atónita—. Mi papá me dice Cora y mi mamá Bella, uso ese
nombre para jugar en línea.
—No eres la única a la que le gustan los jueguitos, ¿verdad? —asegura
un mordaz Charlie, que no deja deja de mirar a Sawyer, quien traga en
silencio.
Creí que Charlie lo conocía a él, pero no al revés.
—Espera, ¿de dónde lo conoces? —pregunta Liv, y luego me mira a mí
—. ¿Y de dónde conoces tú a Charlie?
—Somos amigos —susurro.
—Éramos —me corrige entre enojado y dolido—. Y podríamos haber
sido más si este pedazo de basura no se hubiera metido en medio. —Hace
un ademán desdeñoso hacia Sawyer.
Arlo le dice que se calme. Liv repite su nombre a modo de advertencia.
Timmy se aferra al brazo de Patricio. Karim —¿por qué está Karin aquí?—
retrocede. Cora se tambalea hasta apoyarse contra el parlante y apagar la
música. Charlie intenta avanzar hacia el muchacho cuyo botón de los
pantalones sigue desprendido y me interpongo. No sé qué le sucede, creí
que habíamos quedado en buenos términos.
—¿En serio? —Frunce el ceño, frustrado—. ¿No puedes ver que te
lastimará? Mereces más que un adolescente estúpido e inmaduro que se
folla mujeres que podrían ser su madre en los estacionamientos de las
escuelas. Tiene problemas. No, en realidad, es un problema, y tú no
necesitas más de esos, Gretha.
Creía conocer lo que era el silencio, pero hasta este momento no lo hacía
de verdad. Es como si en lugar de irse a dormir, el mundo entero muriera.
No se oye ni una respiración.
Al principio pienso que soy la única que ha llegado a una descabellada
conclusión, pero por la forma en que el color desaparece del rostro de Liv,
sé que no. Me repito que la madre de Arlo se acostó con un chico de último
año, que ahora debe estar en la universidad, pero… Es un rumor, y muchos
rumores se construyen para ocultar o distorsionar la verdad.
Charlie estuvo en el juego del año pasado. Pudo haberlo visto.
«No», me digo. «No fue él. No es posible».
«¿Verdad, Sawyer?».
Lo miro y siento que mi estómago se vacía hasta que duele. Quiero que
lo niegue, ¿por qué no lo hace?
—¿De qué estás hablando? —le cuestiona Cora a Charlie—. Él no estuvo
con nadie antes de estar conmigo. No conoce a la madre de Arlo.
—Lo hace. —Liv tiene la vista perdida—. Porque si lo hace, si la conoce,
sabe cosas de ella que ningún otro estudiante sabe. Entonces… —Su labio
inferior tiembla cuando le clava la mirada, con temor a que vea culpa en sus
ojos—. Entonces podrías haber sido tú el que cambió mi examen y me quitó
la posibilidad de una beca.
«No» repite la voz en mi cabeza. «Él no hizo nada. Déjenlo. Sawyer,
diles que no hiciste nada».
Estoy paralizada. Miro a mis amigos en la espera de que alguien lo
defienda como quiero hacerlo, pero apenas distingo si están respirando. Es
como si el cobertizo se hubiera convertido en un museo y nosotros en
estatuas, hasta que Timmy rompe la piedra de la que está hecho al fruncir el
ceño ante un recuerdo.
—«Estás lleno de lunares, eso vuelve locos a los chicos» —susurra con
las pupilas moviéndose de izquierda a derecha en el piso, en el intento de
encontrar cuándo fue engañado porque todos parecen haberlo sido—. Eso
dijiste el día que fuimos a pescar, pero yo nunca te había dicho que me
gustaban los chicos. Lo sabías de antemano, ¿por qué?
—Puedo explicarlo… —responde con voz temblorosa—. Puedo explicar
todo, solo…
—Él fue el que lanzó el jabón en las duchas el día que te dieron la paliza
—interrumpe Karim, desconcertado—. Creí que lo sabías y que lo habías
perdonado.
Recuerdo a Timmy contándonos cómo Sawyer lo salvó de una posible
paliza cuando el mariscal lo detuvo en el corredor de la escuela.
¿No quería que hablaran por miedo a esto? ¿Buscaba salvarse a sí mismo
en realidad?
No quiero creerlo, pero aunque intente hacer oír sordos, las expresiones
de la gente que me rodea empujan la verdad a través de mis ojos.
—¿Te follaste a mi madre? —La pregunta de Arlo es directa y dura.
Se acerca despacio, como si su cuerpo lo obligara a caminar aunque su
mente le esté rogando que se quede donde está. Una vez que le hace frente,
crea un puño con la mano del brazo que no está enyesado. Su pecho sube y
baja cada vez más rápido. Tiene ganas de golpearlo y creo que lo hará
porque sus nudillos palidecen por la fuerza.
—¿Lo hiciste? —insiste al sostenerle la mirada y, contra todo pronóstico,
en lugar de estallar a puñetazos, sus ojos se cristalizan—. Contéstame, por
favor.
Arlo empieza a temblar. Las lágrimas caen como todo lo que creía que
era verdad. No lo golpeará porque no es su padre y, por eso, cuando Sawyer
baja la mirada en una acción que confirma lo que hizo, Arlo no puede
aguantar el sollozo. Cora lo atrapa y lo ayuda a sentarse en el sofá, donde lo
abraza como si fuera su escudo mientras observa a su ex aún sin poder
asimilarlo.
Me sobresalto cuando Liv se abalanza sobre Sawyer sin previo aviso. Le
da un puñetazo en la mandíbula y Charlie la rodea por la espalda para que
no vuelva a atacarlo. La chica no lucha cuando está aprisionada. En su
lugar, se relame los labios antes de dar media vuelta y abrazar a Char,
contra quien solloza, llena de rabia.
Timmy tampoco le dice nada al chico que se frota la mandíbula,
adolorido. En su lugar, clava los ojos en sus zapatos, tan triste que podría
desteñir un arcoíris con solo mirarlo. Karim le frota la espalda y Patrick le
aprieta la mano.
No hay una gran pelea. No hay gritos. Están cansados. Ya les quitaron
todo. La traición duele tanto —las batallas que cada uno libra desde hace un
año lo hacen— que quedan drenados.
Somos las únicas dos personas que quedan de pie en el centro del
cobertizo y no quiero mirarlo a los ojos. Si lo hago, temo ver la respuesta a
una pregunta que no quiero que responda.
«¿También eres responsable por lo que me pasó?».
Abro la puerta que da al patio.
—Afuera —le ordeno, sin emoción en la voz.
No puedo desatar la guerra sobre un cementerio de amigos, con sus
cuerpos aún sangrando en el piso.
Sale y lo sigo, pero la ira me traiciona y cierro este capítulo con un
portazo.

¡Hola, mis paragüitas de colores! 🌈👻


No quiero empezar a leer el siguiente, pero debo hacerlo.
¿Octubre les está acariciando el

1.😶 😶
cabello con dulzura o los está tratando como en el gif?
Digan lo que piensan/cómo se sienten con la revelación de Sawyer,
descárguense
2. ¿Alguna vez los traicionó alguien que querían mucho?
3. ¿Están listos para leer el paraguas roto de Gretha? ¿Sienten que esta
historia los está ayudando en algún aspecto? ¿Necesitan compartir algún
❤️
pensamiento? Porque acá estamos para leerlos todos.
Con amor cibernético y demás, S.
❤️🥺
35. Quinto paraguas roto: Gretha

Un año atrás...
Me miro en el espejo y reprimo las ganas de sonreír, pero es imposible.
Me veo bonita con el uniforme, la media coleta y el maquillaje. Esta es
una de mis partes favoritas de estar en el escuadrón.
Cuando estoy feliz me siento como el mejor lugar del universo. En sus
peores momentos algunas personas dicen que quieren ser otras, yo quiero
ser la misma, pero en esta versión.
—¿Te gusta? —Sindy se para detrás de mí.
—Con ese pulso deberías ser cirujana. —Ladeo la cabeza para apreciar el
delineado.
Apoya el mentón sobre mi hombro y me corresponde la sonrisa.
—Me conformo con que seamos porristas hormonales esta noche.
—Hablando de hormonas… —Paloma, la capitana, se acerca para
retocarse el labial—. ¿Conocieron a la nueva adquisición del equipo de
fútbol? Es lindo, aunque parece retardado y da un poco de miedo. Estoy
segura de que podría ser como uno de esos psicópatas que tienen un club de
fans solo porque son físicamente agraciados y…
Mi teléfono vibra. Es Charlie.
¿Me bajas una estrella?
Le contesto:
Haré todo lo posible.
—¡¿Listas para animar este juego, señoritas?! —grita la entrenadora y
lanzo el teléfono dentro de mi bolso, emocionada.
Hay chicos que lo encuentran en una comunidad de videojuegos en línea
y otros en una de libros, algunos lo hacen al formar parte de un equipo
deportivo y varios se sienten así con el grupo con el que almuerza, pero
todos tienen en común que quieren sentirse parte de algo. De algún lugar.
Incluso el más solitario anhela compañía, no importa si se trata de una
persona o de diez. No hay nada que un adolescente, que un ser humano,
necesite más que socializar de forma sana. Al menos, un rato cada tanto.
Salimos al campo gritando, corriendo y haciendo volteretas en el aire. La
diversión es potenciada por el grupo y hecha explotar cuando los
espectadores vitorean. La brisa nocturna me enfría la piel caliente por los
minutos que estuvimos calentando en el gimnasio. Los cánticos acompañan
la música de la orquesta y me envuelve una sensación de entusiasmo y
salvajismo.
—No mires, pero… —Sindy oculta su sonrisa detrás de sus pompones—.
Creo que le gustas al receptor del enemigo.
El 21 tiene el casco debajo del brazo cuando me hace un ademán con el
mentón a modo de saludo. Se lo devuelvo al agitar un poco un pompón. Si
no me gustara Charlie, tal vez podríamos salir. De momento disfruto la
atención porque es bonito sentirse deseada.
—Muévele un poco el trasero cuando te subamos. —Paloma lo mira
sobre su hombro—. Tal vez lo distraigas lo suficiente como para que
pierdan.
Reímos y volvemos a estar pendientes del juego, hasta que en el medio
tiempo nos toca animar a la multitud, aunque ya está lo suficientemente
animada porque vamos ganando. Iniciamos la rutina y mi ritmo cardíaco
aumenta al bailar. Mi garganta arde cuando nos sincronizamos para entonar
y mis músculos queman con cada salto. No puedo evitar que se me escape
una sonrisa al ver a Charlie entre el mar de gente.
Llega la hora de la pirámide. La practicamos tantas veces que no hay
nada que temer mientras escalo y me suben hasta la cima. Los reflectores se
sienten como soles que me miran fijo y, más allá de ellos, el cielo se
extiende como una alfombra estrellada por la que siento que puedo caminar.
La brisa, los aplausos, el equilibrio de mi cuerpo, la seguridad de que mis
amigas me sostienen y los ojos hipnotizados que siguen mis movimientos
crean una escena perfecta.
Entonces, un ruido agudo acapara la atención. Alguien encendió el
megáfono:
—¡Bajen a la gorda que no veo el tablero!
El primer segundo no tengo reacción porque no comprendo el
comentario. No puede ser para mí. Sin embargo, las manos que sostienen
mis piernas tiemblan. Aunque no debería, bajo la mirada por instinto. Sindy
y Paloma intentan no reír, pero el equipo de fútbol lo hace por ellas. Al
levantar la vista, encuentro que el público también ríe. Siento un nudo en la
garganta e intento disimular que se me cristalizan los ojos al forzar una risa
también.
«Esto es estúpido, no debería afectarte. Concéntrate», me digo.
Sin embargo, los reflectores que hace un minuto no me molestaban,
ahora me ciegan. Me tambaleo. Mis compañeras aprietan mis pantorrillas
para estabilizarme, como lo hicieron cientos de veces, pero ya no siento que
me tocan para cuidarme... Sus dedos estrujando mi piel son como una burla
y tengo la desesperada necesidad de que se alejen. No quiero que me
toquen. No quiero que me vean, que nadie lo haga. Quiero que apaguen las
malditas luces y el cielo si hace falta.
Con el eco de las risas en mis oídos, logro volver a tierra firme. Mi
cuerpo se mueve en piloto automático para terminar la rutina y luego le
digo a la entrenadora que necesito ir al baño. Nadie vuelve a mirarme
porque los jugadores retoman el partido.
Se olvidan de lo que acaba de pasar.
Pero ¿cómo lo olvido yo?
El sendero está desierto, pero por algún motivo camino cada vez más
rápido, como si alguien me persiguiera. Me doy cuenta de que solo me
apresuro porque tengo muchas ganas de romper a llorar pero quiero estar
segura de que nadie me vea. A pesar de eso, cuanto más próxima estoy al
vestuario, más siento que no puedo aguantar.
Estoy tan avergonzada, triste e impotente.
Sobre todas las cosas, confundida.
Abro la puerta de un tirón y apoyo las palmas en el lavamanos. Me
acerco tanto como puedo al espejo: mismo uniforme, misma media coleta y
mismo maquillaje que hace una hora atrás.
¿Cómo puedo verme igual pero sentirme tan distinta?
Doy un paso atrás. Luego, otro. Repito la acción hasta que veo mi reflejo
entero. ¿Mis tobillos son anchos? ¿Mis gemelos y mis cuádriceps deben ser
más pequeños? Porque me gustan mis músculos, me ayudan a llegar a lo
alto de la pirámide, aunque… Ya no estoy segura de querer subir a la
pasarela de estrellas, no después de lo que pasó. Deslizo una mano por mi
abdomen, ¿de esto se reían? ¿O era por mis pechos? No sé si son
consideramos grandes, medianos o pequeños. ¿Y por qué mis brazos lucen
como los de un chico? Estiro el cuello y ladeo la cabeza. Demasiadas
mejillas.
Tal vez hay demasiado de mí, en general.
El reflejo de Charlie aparece cuando entra al vestidor. Luce como si
pudiera escuchar todas las dudas de mi cabeza. Lo que no entiendo es por
qué no contradice ninguna, es como si con solo ver mi expresión supiera
que nada de lo que diga servirá.
Pero ¿qué pasa si no dice nada porque no quiere mentirme? ¿Y si el resto
tiene razón?
Cuando intenta abrazarme me alejo porque todavía siento el manosea
burlesco de Sindy y Paloma al apretar mi carne. Le pido que me deje sin
mediar palabras.
Entonces me miro en el espejo y reprimo las ganas de llorar, pero es
imposible.
Actualidad...
Me detengo frente a la piscina. Mi reflejo luce frágil, capaz de romperse
ante la caída de cualquier hoja o la más pequeña ondulación del agua. Me
siento identificada con él. Por dentro soy así de inestable en este momento.
—¿Sabían quién era el día que nos conocimos? —pregunto.
Recuerdo cuando se lanzó a la pileta luego de que me caí. Rompió la red
de hojas y dejó entrar el sol. Las puntas de su cabello buscaron las mías,
moviéndose como un coral. Todavía, si cierro los ojos, puedo sentir la
firmeza de su agarre en mi abrigo antes de que rompiéramos el cascarón
acuático.
—Empezaste a salir con Cora solo para acercarte, ¿verdad? —añado con
amargura.
No fue una coincidencia. Fue un plan.
Giro para enfrentarlo. Luce como un soldado al que acaban de dispararle,
pero, milagrosamente, continúa de pie.
El amor es una guerra. Dos personas se enfrentan a un ejército de
problemas dirigidos por el azar de la vida o el destino de algo más grande.
Creí que nosotros éramos un equipo; cuando él sangraba, yo curaba sus
heridas, y cuando yo era atacada, él me defendía. Sin embargo, ¿qué haces
cuando tu compañero te traiciona? ¿Y si te das cuenta de que parte de la
guerra la desató la persona que te prometió la paz?
Me clavó un puñal por la espalda y, ahora, me clava otro directo en el
pecho:
—Lo siento —susurra.
Estoy tan enojada.
—Usaste a Cora.
—Lo siento.
Sus ojos se asemejan a lo que sería que cubrieran el océano con cristal y
las olas, en un arrebato salvaje, comenzaran a romperlo de a poco.
—Hiciste que Liv perdiera su beca.
—Lo siento —repite.
—Te acostaste con la madre de Arlo.
El nudo en mi garganta se aprieta.
—Lo siento.
—Hiciste que le dieran una paliza a Timmy.
Niega con la cabeza, decepcionado de sí mismo, al borde del llanto.
—Lo sien…
—¡¿Y por qué demonios no lo dijiste antes?! —estallo.
Camino hasta que solo nos separa un paso y sus mentiras. El frío le
enrojece las mejillas y la punta de la nariz. Sus labios siguen hinchados por
lo que hicimos en la cabina de fotos. Su vista cristalizada me hace preguntar
si el cristal sobre el océano se quebrará por primera vez. Escucho un
«crack» en cada una de sus agitadas respiraciones, o tal vez soy yo.
—Tuviste un año y cientos de oportunidades para decir que lo sentías,
Sawyer.
Algunas personas dicen que, tarde o temprano, todo llega. Lo que no
dicen es que hay una gran diferencia entre una disculpa que aparece cuando
la necesitas y otra que lo hace cuando comienzas a pasar de página. Un «lo
siento» dicho en tu peor momento puede ayudarte a salir de ahí; tiene la
capacidad de ahorrarte una cantidad de sufrimiento innecesario, pero uno
dicho cuando ya te resignaste a que nadie se disculpará contigo, ese que se
presenta cuando estás saliendo del pozo en el caíste, puede desestabilizarte
y hacerte tocar fondo otra vez.
Es verdad, tarde o temprano todo llega, pero que llegue en un momento o
en otro puede cambiar el rumbo de tu sanación.
Incluso si la disculpa no cambia las circunstancias, es distinta.
—No es tan fácil, Gretha. —Se lamenta.
No puedo evitar reír.
—Pero fue fácil aceptar el lugar que hicimos en nuestro grupo para ti,
¿no? —cuestiono—. Fue fácil dejarnos vivir en la fantasía de que no sabías
de antemano los secretos que te confiábamos. Fue fácil tener gente que se
interesara, te escuchara y se preocupara. Fue fácil aceptar cada palabra y
abrazo que se te dio. Fue… —Tiro de las mangas de mi camiseta hasta
agarrarlas entre los puños—. Fue fácil dejarnos creer que eras nuestro
amigo.
—Pude pretender que no los conocía, pero juro que jamás fingí lo que
sentí por cada uno de ustedes. —Da un paso al frente para cerrar la
distancia entre nosotros. Estamos tan cerca que veo el reflejo de la luna en
sus pupilas—. No fingí lo que sentía por ti.
Quiero creerle, pero el problema es que siempre le creí y acaba de
demostrarme que no debí hacerlo. Recuerdo haberle dicho que no tenía por
qué mentirnos, que ya estábamos acostumbrados al dolor.
—Tal vez exactamente por eso debería. Merecen algo de bien al final del
día.
—No puedo hablar por todos, pero preferiría algo que lastime a una
cosa que no merezca.
—¿Crees que no mereces cosas buenas?
—Creo que no merezco mentiras.
—Tampoco mereces que algo duela, Gretha —responde con más fuerza
de la usual, como si estuviera a la defensiva.
Le sostengo la mirada. Lo evalúo. Busco el error, la trampa, el desliz.
No encuentro nada.
—Prefiero elegir lo que me duele, no que lo elijan por mí.
No entiendo cómo una persona puede hacerte tanto bien y tanto mal. No
soporto que el poder que tengamos sobre alguien sea una moneda de doble
cara; tenemos la capacidad de hacerlo sentir como la creación de un
universo y también como la destrucción de uno.
—¿Siquiera tenías planeado contarnos en algún momento o creíste que
nunca saldría a la luz?
—Quería, pero… —Se pasa una mano a través del cabello, frustrado—.
No pude. Si les decía, iban a alejarme. Y después de conocerlos quería
ayudarlos como fuera. Necesitaba saber que estarían bien y solo podía
hacerlo si me quedaba, sé que no era mi decisión para tomar...
—Solo querías limpiar tu conciencia —entiendo.
Niega con la cabeza y me alejo. Le doy la espalda porque necesito un
segundo para no estallar otra vez. Inhalo y cada parte de mi cuerpo tiembla
con rabia.
—Quería enmendar mis errores —insiste en un hilo de voz.
—No fueron errores cometidos sin querer, fueron decisiones.
—¿No pueden ser lo mismo? A veces lamentas lo que decides.
Me limpio la nariz con el antebrazo y observo el cielo. Siento incluso
más furia. Los que creen que el destino está escrito en las estrellas, ¿no se
enojan con ellas por saber cuánto dolerá algo y no advertirles?
—Tienes razón. Lamento haberte invitado al club.
Me rodea hasta quedar frente a mí otra vez.
—Mis amigos no merecían nada de lo que les hiciste —insisto—. ¿Cómo
pudiste sentarte a escuchar todas las desgracias que les causaste mirándolos
a los ojos? Porque si te arrepintieras de verdad, no habrías soportado tanto.
Habrías hablado.
Baja la mirada a sus zapatos y esconde las manos en los bolsillos de su
chaqueta.
—Tú tampoco lo merecías —dice en su lugar.
No quiero hablarlo, pero presiona con una chispa de triste diversión:
—¿Incluso ahora te dejarás en segundo plano? ¿No puedes priorizar tus
sentimientos con los de ellos?
—No empieces —advierto con impotencia—, los lastimaste tanto que…
—¡También te lastimé! —explota—. ¡Háblame, grítame, dime que me
odias, pero reconoce tu dolor, Gretha! ¡Permítete quebrarte como ellos!
Retrocedo.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
¿Cómo es posible que con la misma boca que me besó en el intento de
repararme haya dicho lo que me rompió en primer lugar?
Soy tan ingenua. Siempre fui cuidadosa con las personas hacia las que
me sentí atraída. Tenía una lista mental de todas las formas en que podían
lastimarme y la leía cada vez que la ilusión amenazaba con arrancarme los
pies de la tierra. Con él no fue diferente, pero la vida me demuestra
nuevamente que lo impensado está listo para tocar tu puerta en el momento
donde estás por irte a dormir: ningún sueño se salva de convertirse en una
pesadilla.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
—¿Qué quieres que te diga? —espeto con amargura—. ¿Que nunca me
he sentido tan mal conmigo misma como lo he hecho desde tu estúpido
comentario? ¿Quieres que te diga lo obsesionada que estoy con las calorías
hasta el punto en que se convirtieron en el centro de mi vida? ¿Que por cada
una que ingiero lo único que puedo pensar es en cómo quemarla? ¿Que no
puedo dejar de compararme con cada chica que veo en la vida real y en
internet? ¿Que paso hambre desde esa noche y en todo lo que puedo pensar
es en comer aunque apenas lo haga? ¿Que anímicamente estoy hecha un
desastre y que no me llega mi período hace meses, lo cual me aterra? ¿Que
intento estar siempre cubierta y huyo del sol por miedo a que vean el mal
estado en que está mi piel? Seca, descamándose y llena de… —Me muerdo
el interior de la mejilla, humillada—. ¿Quieres saber que me faltan tantos
nutrientes que desarrollé hirsutismo y ahora tengo vello excesivo en todas
partes porque esa es la forma en que mi cuerpo intenta protegerme del frío
constante que siento? ¿Quieres saber que hago ejercicio hasta desmayarme?
¿Que tengo la constante necesidad de que nadie me vea porque me siento
avergonzada, asqueada, menospreciada y frustrada por cómo me veo?
¿Hace falta que te diga que en mi cabeza soy la persona más repugnante y
fea del planeta? ¡¿Es necesario que sepas que me miro veinte veces al día
en un espejo y me peso otras veinte porque temo haber subido de peso?!
¡¿Quieres saber que en cada oportunidad siento miedo de lo que ocurrirá si
continúo así pero no puedo parar?! —Estoy tan agitada que me cuesta
respirar—. ¡Porque no puedo! ¡Odio esta mente y este cuerpo y estoy
encerrada entre ambos! ¡Y siento que…! —Cierro los ojos e inhalo hondo
—. Y siento que me estoy muriendo hace un año, Sawyer.
Se desatan desgarros múltiples: mi mente se abre y muestra los peores
pensamientos e imágenes que guardo, mi garganta se rasga con un llanto
impotente, mi pecho es perforado para dejar a la vista un corazón que late
cada vez más débil por la falta de fuerza y mi estómago se rompe para que
el mundo vea lo vacío que está y que, aunque la carencia parezca sinónimo
de algo que no duele, lo hace.
Lo hace un montón.
No sé en qué momento terminé de rodillas sobre el césped, pero él se
arrodilla frente a mí. Tiene las mejillas húmedas y las lágrimas caen como
el tipo de lluvia que me gusta: suave. Fragmenta lo que queda de mí porque
veo cuánto se arrepiente.
—Y no es tu culpa, pero al mismo tiempo lo es —murmuro.
Fue el detonante. Sin ese comentario, tal vez no habría terminado donde
terminé. Sin embargo, no tengo certeza de eso. Puede que al día, mes o año
siguiente alguien hubiera dicho algo o yo misma me hubiera dirigido hacia
la obsesión por mi cuenta.
Si la sociedad no te señala, te señalas tú mismo antes de que esta lo haga;
intentas arreglar la imperfección porque sabes que, si alguien más fue
objetivo de críticas, tarde o temprano tú también lo serás.
Podría haber sucedido dentro de veinte años. O nunca. No lo sé.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
Pero pasó. Todavía está pasando.
Desliza sus manos para ahuecar mi rostro. El tacto es frío, terso en sus
palmas y áspero en las yemas de sus dedos.
—Gretha, mírame —suplica, porque aunque mis ojos están en él, mi
mente está en todas las palabras bonitas que me dijo y en lo tonta que fui
por creerle—. No lo sabía —dice triste, amargado, afligido, herido,
consternado y hecho un desastre—. Siento mucho lo que les hice. No sabía
el impacto que tendría. Fui estúpido. Fui insensible. Fui...
Rodeo con mis manos sus muñecas.
—Sabías. —Asiento con la cabeza—. Puede que no supieras todas las
cosas que pasarían en medio, pero tenías la primera y la última página de la
novela. Siempre supiste cómo terminaría. Creí que ambos éramos lectores,
pero tú eras el escritor. —Trago con dificultad y le sonrío al apartar sus
manos. No puede excusarse de esto. Puede haberse salido con la suya antes,
pero no ahora—. Sentenciaste nuestro final con ese principio, así que
quédate aquí. Disfruta tu maldito libro. —Me pongo de pie—. Ojalá que
cada vez que releas la historia, te duela tanto como le duele a Liv, a Timmy
y a Arlo.
Cuando lo veo desde lo alto del pedestal donde lo tenía, me doy cuenta
de algo: no lo conozco. No de verdad. Miro al chico arrodillado en el
colchón de hojas, con la brisa nocturna peinándole el flequillo bajo el cual
están los ojos que desde el primer momento quise explorar… Y no pude. Él
no me dejó. No permitió que nadie lo hiciera. Solo conozco la mejor parte
de Sawyer, pero para conocer a alguien de verdad necesitas también la peor.
Tienes que entender ambas y yo a él no lo entiendo en absoluto, lo cual
duele. Creí que lo hacía, que teníamos una conexión especial.
Me genera escalofríos pensar que, hace media hora atrás, le hubiera
entregado todo. Me podría haber desnudado frente a la persona que me
generó inseguridad en primer lugar. La que despreció cómo me veía. Me da
asco imaginar cómo se siente que me toque ahora que sé que, en el pasado,
jamás lo hubiera hecho.
—¿De verdad pensabas eso de mí? —Sé que es masoquista preguntarlo,
pero no puedo evitarlo—. ¿Me habrías dejado…? —Observo el botón de
sus jeans, todavía desabotonado—. ¿Te habrías acostado conmigo sin
decirme lo que pasó?
Niega con la cabeza y se pone de pie tan rápido que su desesperación es
tangible en la forma en que el viento cambia de rumbo.
Cuando nos lastimamos, el sangrado solo se detiene cuando la sangre
comienza a coagularse. Los coágulos se secan y forman una pequeña costra
que protegerá de los microbios el tejido vulnerable que hay debajo. Siento
que Sawyer era parte de mí y la mentira fue el golpe que me abrió. Ahora
que él se deslizó fuera de mí, debe formarse la costra. Soy consciente de
que él tiene que quedarse del otro lado porque corro el riesgo de infectarme
otra vez —de querer ayudarlo y priorizarlo, de creer que el amor todo lo
salva—. Sin embargo, tengo el impulso de rascar esa cascarita y abrir la
herida una sola vez más:
—Cuéntame por qué —pido.
Me niego a creer que todo lo que hizo fue por pura maldad e inmadurez.
Quiero creer que me enamoré de alguien que es más que el daño que le
infringió a otros.
¿Por qué no habla? Es su oportunidad.
—No sé si… —Suspira y observa el cielo con los ojos hinchados—. Si te
cuento, la noche podría empeorar. No quiero que recuerdes tu cumpleaños
así, aunque sé que es demasiado tarde para arreglarlo.
¿Cómo puede esto volverse peor?
Debería presionar. Mis amigos merecen respuestas. Yo lo hago. Él lo
sabe y si no quiere contarme es por algo que está fuera de mi alcance.
«Bajen a la gorda que no veo el tablero».
«Él siempre estuvo fuera de tu alcance», dice una voz en mi interior.
—Si no hablarás será mejor que te vayas —digo.
Y aquí estamos, de pie uno frente al otro. Mis ojos vuelven a
cristalizarse. Siento decepción, tristeza y rabia. Aunque sobre todas las
cosas, siento ganas de abrazarlo. Sé que él mismo se puso en esta posición,
pero ver la desesperanza y el miedo a la soledad en la forma en que su labio
inferior tiembla exprime toda la empatía de mi cuerpo.
Hago desaparecer la distancia al envolver mis brazos a su alrededor.
Cuando los suyos me atraen hacia sí, cierro los ojos. Creo que él también lo
hace. Alisa mi cabello contra mi espalda con una mano mientras con la otra
aprieta mi cintura como si así pudiera evitar que el momento termine.
Entierra el rostro en mi cuello y su respiración es cálida en un mundo
gélido. Sus labios me rozan el cuello y me muerdo los labios para evitar
dejar salir un sollozo.
—Te quería —susurro y debo corregirme porque los sentimientos no
cambian tan rápido—: Te quiero mucho. ¿Por qué, Sawyer?
¿Por qué les hiciste esto?
¿Por qué te hiciste esto?
¿Por qué me hiciste esto?
¿Por qué nos hiciste esto?
Se separa un poco de mí para mirarme. Así lucen las personas que
pierden todo.
—Jamás sabrás cuánto lo siento, Gretha.
Deposita un suave beso en mi frente.
—Vete —pido.

¡Hola, dulces y rotos paragüitas! 🤗


Tarda unos segundos, pero me suelta y se marcha sin mirar atrás.

❤️
Siento tardar en subir el cap, entre la

¿Están mejor que hace un mes? Cuéntenme


(para bien o para mal) en sus vidas.
2️⃣
vida y lo heavy que fue escribirlo costó varias semanas terminarlo.

🤶 cositas que hayan cambiado

1. ¿Creen que todos los paraguas rotos puedan perdonar a Sawyer?


¿Quién sí? ¿Quién no?
2. ¿Qué sintieron al leer el capítulo? ¿Qué les gustaría decirle a Gretha?
¿Y a Sawyer?
3. ¿Frutillas con crema o con chocolate?

❤️
P.D.: EN EL PRÓXIMO CAPI NARRA SAWYER
Con amor cibernético y demás, S.
😶😶😶
36. Castor de brillantina

La cama cruje cuando me siento en ella. Hay un castor de peluche contra


la almohada. Sigo su mirada hacia la mesa de luz y extiendo el brazo para
encender el velador. Luz lila baña el espacio y empuja las sombras hacia los
rincones. Tomo la fotografía protegida por un marco decorado con
brillantina.
Es de cuando Barbie era bebé. Yo apenas tenía cinco —corte taza, dientes
faltantes y una raspadura en la frente—, pero quería sostenerla más de lo
que quería respirar. Mi madre me hizo sentarme en un sofá donde mis
piernas ni siquiera llegaban a colgar. La depositó entre mis brazos con un
par de indicaciones que no pude entender, pues estaba demasiado fascinado
porque la criatura me estaba mirando.
Y me miraba como si fuera lo más interesante e inconmensurable del
mundo. También lo más gracioso porque se echó a reír por primera vez.
Mamá juntó las manos bajo su barbilla y retrocedió para que papá tomara la
foto. Es la primera que tengo recuerdo de que nos tomaran juntos.
Aunque también recuerdo la última.
Mi hermana pasa una mano a través de su cabeza. Sus ojos se cristalizan
y baja el espejo frente al que solía trenzar una cabellera del color del sol.
Extiende los dedos hacia mí para que le pase el pañuelo, pero no se lo doy.
Me inclino y comienzo a atarlo con cuidado. Cierra los párpados como si
eso pudiera evitar que las lágrimas escaparan de sus ojos, pero estas, a
diferencia de la enfermedad, la abandonan.
—No quiero que Peter me vea así —susurra.
Es el niño que le gusta.
—Somos dos. Tampoco quiero que Peter te vea así. —Le beso la mejilla y
mis labios absorben la sal—. Se enamoraría de ti y, como tu hermano
mayor, tendría que amenazarlo para que mantenga las manos donde pueda
verlas en todo momento que venga de visita. Sería agotador.
Abre los ojos y veo las cosas más lindas del mundo rotas ahí.
—Prométeme que harás sentir a todas las chicas que se topen en tu
camino como me haces sentir a mí.
Apoyo mi frente contra la suya.
—Prometido.
Sonríe y deposita un beso en mi entrecejo.
Entonces, escuchamos sorber por la nariz a alguien. Nos giramos para
encontrar a mis padres bajo el umbral de la puerta. Ambos observan con
cariño algo en la pantalla de un celular. Cuando papá lo voltea, ahí
estamos nosotros, con las frentes tocándose y las sonrisas asomando.
Acaricio el camino irregular de la brillantina con las yemas de los dedos.
Las consecuencias de la muerte de alguien que quieres son como el aire.
A veces quieto y silencioso, como si no existiera cuando te olvidas de él;
otras veces, en contra y tan ruidoso que silba mil arrepentimientos en tus
oídos mientras te imposibilita avanzar. En algunos casos lo tienes a favor,
como si la persona estuviera guiando tu camino. Unos días la brisa apenas
se percibe lo suficiente como para ponerte la piel de gallina con un recuerdo
bonito y marchar, y otros días se siente como huracanes de dolor al extrañar.
El aire es incontrolable. Los sentimientos lo son.
Rompo a llorar porque no aguanto más. Porque la extraño. Porque lidié
de la peor forma con su partida. Porque rompí todas las promesas que le
hice. Porque lastimé a Arlo, a Liv, a Timmy, a Cora y a Gretha. Porque
siempre llego tarde; para pedir disculpas y también para despedirme.
El día que murió iba de camino a verla. Había salido de la escuela y
estaba a pie cuando comenzó a llover. En lugar de caminar bajo la lluvia,
paré a comprar un paraguas. Fueron cinco minutos, pero si no lo hubiera
hecho, habría llegado. Le habría dicho que la amaba una vez más, porque
no importa cuántas veces lo digas, aunque sepas que jamás serán suficientes
necesitas decirlo hasta que te arrebaten a la persona.
La última conversación había sido esa misma mañana porque me había
quedado a dormir en el hospital.
—¿No puedo faltar a la escuela? —le pregunté como si fuera mi madre.
Ella reprimió las ganas de reír. O tal vez no tenía fuerzas para hacerlo.
—Tienes que ir a hacer amigos.
—No quiero hacer amigos. Ya te tengo a ti.
Aunque era menor que yo, me miró como si fuera mayor. El hecho
implícito de que no siempre estaría a mi lado brilló en sus ojos y tomé mi
mochila antes de inclinarme para darle un beso en la mejilla. Sin embargo,
me retuvo al tomarme de la oreja y darme un tirón.
—Mi parte favorita de aquí es la amistad. —Le decía «aquí» al mundo
que era consciente que dejaría atrás—. Prométeme que harás amigos cueste
lo que cueste. Los necesitas y los mereces, así que, cuando lleguen, cuídalos
como me cuidas a mí.
—Prometido.
Cueste lo que cueste.
Cuando murió, por mucho tiempo seguí como lo había estado siempre:
aislado, introvertido, callado. Las personas venden la idea de que puedes
encontrar amigos en todas partes si los buscas, como si encontrar un par de
zapatos significara que serán de tu talla.
A veces encuentras gente que no tiene interés en conectar contigo o que
por el momento que está atravesando en su vida no puede comprometerse a
mantener en pie un vínculo. Otras veces, la conexión falla; puede comenzar
bien y terminar mal, o empezar mal y terminar bien. El punto es que al
crecer uno no hace amigos con tanta facilidad como cuando era niño.
Yo estaba oxidado. No sabía cómo abrirme con nadie, aunque tampoco sé
si quería hacerlo; para hacer amigos de verdad tienes que mostrar
vulnerabilidad y para mostrarla debes revivir viejos sentimientos y
recuerdos al menos en lo que dura una charla.
Y jamás fui bueno reviviendo el dolor, la tristeza, la incomodidad y la
vergüenza.
Mis padres vieron cuánto me costaba seguir sin Barbie y, cuando papá
tomó el puesto de director en una nueva escuela, me cambiaron aunque
estaba a punto de finalizar el año lectivo. En el tour de bienvenida conocí a
Cora, quien también era nueva, y a Liv, nuestra guia. Aunque las peores
decisiones las tomé después, empecé con el pie izquierdo: seguí a Cora, que
se había aburrido, y dejamos a Liv hablando sola.
Al principio, Corabella —ahora sé que se llama así— no fue un puente
para llegar a los integrantes del club. Le seguí la corriente porque pensé en
lo que dijo Barbie: «prométeme que harás amigos cueste lo que cueste».
Aunque me sentí mal, ser grosero con Liv pareció ser compensado porque
me llevaba bien con la persona que acababa de conocer.
Pensé que era mi posibilidad para hacer una amiga.
Entonces, mi nueva amiga me besó.
Desesperado por no perder a la única persona que se me había acercado y
a quien parecía caerle bien, le correspondí. Luego, me alejé. No podía ni
tener un amigo, mucho menos podía tener una novia si ella se ilusionaba.
Sin embargo, después de lo que pasó la noche del juego volví a acercarme
porque sabía que era la hermanastra de Gretha.
Y porque no soportaba estar solo con mis pensamientos luego de lo que
había hecho. Necesita distraerme y ella era una distracción, lo cual es
horrible de decir.
Pensé que luego de haberle caído bien a Cora, ya había cambiado. A
veces te pasa algo bueno y sientes que a partir de ese momento todo estará
encaminado. Entonces, vuelves a pasarla mal y te dices a ti mismo que
fuiste un iluso por creer que la vida podría mejorar. Eso me sucedió los días
de escuela que siguieron.
Mi nuevo comienzo resultó ser un viejo final: me costaba integrarme con
el resto. No podía dejar de sobrepensar qué hacer y qué decir para agradarle
a todo el mundo. Como me frustraba, me quedaba callado. Escuché a la
capitana del equipo de porristas, Paloma, decirle a una de sus amigas que le
parecía lindo. Eso fue bueno. Luego añadió que también parecía un
retrasado mental porque casi no hablaba. Fue cruel. Más que por burlarse de
mí, por hacerlo de gente con una discapacidad.
Me hizo preguntarme por qué las personas, sobre todo los adolescentes,
usan las palabras tan a la ligera, como si no pudieran herir a otros. Sin
embargo, obtuve respuesta: para encajar.
Un mes antes del partido, mi padre tuvo una reunión en la escuela. Era la
noche en que Barbie habría cumplido años y decidí acompañarlo porque la
alternativa era quedarme en casa oyendo cómo mamá lloraba. Así que me
quedé en el auto. Vi a varios profesores a través del parabrisas antes de que
se perdieran en el edificio. Sin embargo, pasaron diez minutos y de la
camioneta estacionada en la esquina más lejana no bajó nadie, aunque esta
empezó a sacudirse como si dos gatos callejeros estuvieran peleando dentro.
Unos segundos después, el entrenador bajó de ella y dio un portazo.
En la soledad del estacionamiento se oyó un llanto. Bajé del auto y no
paré de caminar hasta tocar con los nudillos la ventanilla del conductor. En
lugar de que esta se bajara, la puerta se abrió. Bianca, la que conocía como
mi profesora de Historia, se asomó con el maquillaje corrido.
Intentó inventar una excusa, pero se quebró. Al ver que la manga de su
blusa se subió sin querer y reveló un moretón, trepé a la camioneta y le dije
que podía conducir hasta la estación de policía. Que la iba a esperar si
quería.
Lloró. Suplicó que no dijera nada. Dijo que tenía un hijo y que él merecía
una familia.
Es curioso que la mayoría de los adultos intente mantener a dicha familia
unida a cualquier costo, incluso si el precio a pagar es la infelicidad.
¿De qué sirve una foto familiar perfecta si las sonrisas que ves en ella son
falsas y lo sabes?
Muchos niños se habrían ahorrado un sufrimiento innecesario si sus
padres se hubieran separado a tiempo. A veces es mejor estar lejos y bien
que cerca y mal; es preferible una herida que pueda sanar a tener una
permanentemente abierta. En el caso de Bianca se trataba de un problema
mucho más grave. Aunque ella sabía que estaba en la boca del lobo, es
difícil salir de allí cuando eres una niña cuya capa está teñida de rojo por la
sangre que te hace derramar quien debería protegerte.
No paraba de llorar y yo no sabía qué hacer. Podría haber arrancado la
camioneta, pero ¿está bien forzar a una víctima a hablar sin que esté lista?
Podría haberme alejado y pretender que nada había sucedido, pero ¿está
bien hacer oídos sordos a un pedido de auxilio? ¿Se supone que tienes que
actuar contra la voluntad del otro cuando crees que corre peligro? ¿Y si eso
empeora la situación? Tal vez, si denunciaba, su marido le haría algo. O,
aún peor, a su hijo.
Yo era completamente consciente de lo que sucedía. Tenía dieciséis años,
pero ¿no era un niño también? ¿Cómo podía hacerme cargo de algo que
incluso los adultos a veces no saben cómo manejar?
Me quedé callado. Sentí pena y la abracé. Fue extraño porque era mi
profesora, pero la incomodidad siempre se marcha cuando la empatía entra
por la puerta: empatizar tiene el poder de hacernos olvidar de todas las
diferencias que tenemos con alguien.
—Lo siento —murmuró con el rostro escondido en mi cuello.
Le acaricié la espalda y nos quedamos un momento así. Mis ojos
observaban la entrada de la escuela con miedo. ¿Qué pasaría si el
entrenador nos veía? ¿Me haría algo? ¿Y qué le haría a ella o al hijo? Sin
embargo, las preguntas se desvanecieron cuando se separó un poco de mí.
Me miró con ternura cuando por instinto —porque todos sabemos que
limpiar una lágrima no impide que salga otra— le limpié el rostro con la
manga de mi camiseta y luego le acomodé el cabello detrás de las orejas.
—No recordaba lo que se sentía que te tocaran así —susurró con tristeza.
Al principio no sonó de ninguna forma romántica o sexual. Solo parecía
un ser humano al que no trataban como una persona hace tiempo. Entonces,
las respiraciones se volvieron incluso más pesadas. Sentí su mano en mi
muslo y creo que ambos vimos al otro como una escapatoria.
Desesperados por sentir algo que no doliera, sus ojos cayeron en mi boca
y los míos en la suya. La tensión creció impulsada por una primavera
emocional que la empujaba a florecer, pero ambos nos dimos cuenta de que
debíamos cortar las raíces de esa idea.
—Lo siento. —Se alejó y se dejó caer contra su asiento, con los ojos
cerrados y la voz hecha un hilo—. Eso está mal. Lo siento, Sawyer. Lo
siento mucho. Soy un asco de…
Negué con la cabeza. No quería que se sintiera peor de lo que ya lo hacía.
—Es verdad. Está mal. —Suspiré y esta vez fue mi vista la que se
cristalizó al ver el auto de mis padres estacionado a lo lejos. Recordé cómo
nos gustaba volverlos locos al preguntar sin descanso «¿Cuánto falta?»
cuando nos íbamos de vacaciones. El cabello de Barbie bailaba por todo el
asiento trasero al bajar la ventanilla en la ruta, y su risa se mezclaba con el
rugido del viento—. Todo se siente mal. Ojalá dejara de hacerlo.
Abrió los ojos y creo que ninguno pensó. Más bien, sé que ninguno lo
hizo. Ella quería arrancarse la sensación de manos violentas en su cuerpo y
yo quería deshacerme de la soledad que me obligaba a pensar
constantemente en Barbie y la promesa que no pude cumplirle. Así que nos
distrajimos el uno con el otro esa vez.
Luego, otra.
Más tarde, otra.
«Tal vez podemos besarnos y tocarnos en los rincones de la ciudad como
si fuéramos invisibles. Por un par de horas podemos olvidarnos de todas las
formas en que nuestras mentes y cuerpos fueron maltratados por alguien
más. Podemos callar los pensamientos con un placer momentáneo pero
efectivo».
A veces dos personas están juntas porque estar solas significa mirar de
frente a los problemas. En cambio, cuando abrazas a alguien consigues una
muralla que no te permite ver lo que te espera detrás.
Hasta que esta se derrumba cuando el otro tiene que marcharse.
Solíamos encontrarnos en el estacionamiento muy entrada la noche,
cuando ya no quedaba nadie en la escuela. Siempre comenzábamos
hablando y nos conocimos un poco, aunque no lo suficiente. La noche
anterior al juego, me dejó plantado. Conduje hasta su casa y a través de la
calle la vi sentada con el entrenador en el pórtico de su casa. Parecía
enamorada, lo cual me enojó. No porque me sintiera celoso de que estuviera
con su esposo, sino porque ella había avanzado.
No me necesitaba para callar su dolor.
Pero yo quería callar el mío.
No dormí ni estudié para el examen que teníamos a la mañana siguiente.
En su lugar, bebí a solas en la misma habitación donde estoy ahora. Con
alcohol en sangre y sin que eso fuera un justificativo, entré al aula unas
horas después y escribí cosas horribles sobre ella en el papel que me dio.
Fue inmaduro y estúpido, pero me percaté de mi error demasiado tarde.
Cuando terminó la evaluación, me pidió que me quedara para disculparse.
Dijo que era consciente de que había vuelto a caer en el círculo vicioso
donde el maltratador se redime por unos días, pero que quería salvar a su
familia a toda costa y que para eso debía dejar de verme. También dijo que
ella era la adulta entre nosotros dos y que lo menos que podía hacer luego
de quebrar la ley era no ponerme en peligro.
Sin embargo, nuestra conversación se vio interrumpida por otro
estudiante. Fue ese el momento donde cambié mi examen por el de Liv, a
quien conocía por ser la preferida de Bianca. El enojo había sido drenado de
mi sistema con el alcohol y solo quedó una resaca llamada culpa por haber
escrito todos esos insultos, pues la profesora no era más que una mujer
asustada y esperanzada en partes igualmente contradictorias en lo que
respectaba a su matrimonio.
Aunque sabía que ella no podía ser mi amiga, las palabras de Barbie
resonaron en mi cabeza: «prométeme que harás amigos cueste lo que
cueste». En mi mente, eso era lo más parecido a una amistad que tenía con
alguien.
Hasta me había unido al equipo de fútbol americano por eso, pero nadie
me miraba más de una vez y quería hacer el esfuerzo por la promesa que le
había hecho a mi hermana. Así que busqué la forma de encajar y la manera
más sencilla de hacerlo fue imitándolos: se me ocurrió hacer algún
comentario que los hiciera reír, sin pensar en las consecuencias o en que eso
mismo había hecho la capitana de porristas conmigo, lo cual se había
sentido feísimo.
«Prométeme que harás amigos cueste lo que cueste».
Le grité en el campo a Gretha. Rieron.
«Prométeme que harás amigos cueste lo que cueste».
Le lancé el jabón en las duchas a Timmy luego de haber notado cómo
mirada a Karim. Rieron.
«Prométeme que harás amigos cueste lo que cueste».
Sintiéndome un poco mejor porque los del equipo empezaron a
integrarme o, al menos, les agradaba por ser un cruel chistoso, estuve con
Bianca por última vez en el estacionamiento, respetando sus deseos y
creyendo que ya no la necesitaba. Ahí debe haberme visto Charlie, igual
que otra persona, lo que hizo que el rumor corriera hasta alcanzar a el
entrenador y Bianca debiera mentir sobre mi identidad para protegerme.
Esa noche fue donde todo se fue al diablo: comenzaron los golpes a Arlo,
el bullying hacia Timmy, la caída académica en picada y el arrebato de la
única amistad que tenía Liv, y las inseguridades de Gretha.
Y todo fue por mi culpa.
No hay excusas.
Cuando me di cuenta de que me había esforzado en ser amigo de las
personas incorrectas, el arrepentimiento terminó de hundirme.
La amistad no debe tratarse de intentar encajar perfectamente con
alguien, sino de aceptar que encajarás en algunas cosas y en otras no, y que
formar un rompecabezas colorido e incompleto es mejor que recortar partes
de ti para entrar en el molde de alguien más.
Al principio, quise acercarme a los chicos del club para pedirles perdón,
pero entonces vi algunos fragmentos rotos de la explosión que había
causado. De verdad quise ayudar, por eso me quedé. Entonces, la frase de
Barbie volvió a mí con un sentido diferente: «prométeme que harás amigos
cueste lo que cueste».
Sí, estaba haciéndome su amigo, pero el costo fue la salud mental y física
de todos ellos. No hubo reunión donde no sintiera que los traicionaba, pero
intenté cubrir ese sentimiento con la idea de que podía ayudarlos. Me
esforcé para hacerlo, pero mi error fue creer que el pasado se puede
enmendar con un presente de mentiras, en el que el futuro ya está
condenado.
Gretha tenía razón al decir que nos sentencié.
Tendría que haberles dicho, pero empezaron a mejorar y sentí que los
hundiría si abría la boca. Más que eso, estaba asustado de que me dejaran
de lado, lo cual tenían y tienen el derecho de hacer. Al fin sentía que
pertenecía a un sitio donde se preocupaban por mí y me entendían. Fue
egoísta y cobarde callar para conservar ese lugar. Fue injusto dejar que
quisieran una parte de mí cuando en el fondo sabía que odiarían la otra.
—¿Cariño? —La puerta emite un chirrido al ser abierta.
Mi madre entra al cuarto atándose la bata sobre el pijama. El colchón se
hunde con su peso a mi lado y la escucho inhalar profundo. El cuarto de
Barbie aún huele como… bueno, el cuarto de Barbie. Eso la hace soltar el
aire con una expresión agridulce.
—¿Qué pasó? —pregunta.
Dejo el marco de brillantina sobre la mesa de luz y apoyo la cabeza en su
hombro. No dice nada. Lloró tanto que se volvió una experta en lidiar con
el llanto ajeno. Por un rato, besa mi frente y acaricia mi espalda.
—¿A veces…? —Trago saliva—. ¿A veces no te gustaría estar allí con
ella?
Todo sería más fácil si no estuviera aquí, hiriendo a personas que no se lo
merecen. Vuelvo a ver sus expresiones tristes, desoladas, enojadas y
decepcionadas tras mis párpados cerrados.
—Sí, pero a tu hermana no le gustaría que estemos allí. Nos querría justo
aquí.
—¿Incluso si supiera que solo sentimos cosas malas?
Su mano se detiene y voltea para verme con una expresión decidida.
—Los humanos no podemos sentir solo cosas malas, Sawyer. No te
mentiré: el dolor no desaparece, pero va y viene. Tienes que pensar que por
cada segundo de tristeza, te espera uno de alegría.
Oprimo los labios para no llorar. Eso quiere decir que el dolor que le
causé a cada uno de mis amigos siempre estará con ellos y no puedo hacer
nada para remediarlo, solo aliviarlo en la espera de que algún día les duela
apenas un poco, aunque no sé si eso es posible.
Mamá ahueca mis mejillas y sonríe con suavidad, como si supiera que
todo mejorará.
—Eres un paraguas roto.
Frunzo el ceño. Eso suena familiar.
—Barbie solía decir eso cuando veía a alguien llorar —explica al notar
mi confusión.
—¿Por qué?
Cuando me cuenta, tengo una idea.
¡Hola, mis pequeñitos paragüitas! 🥰 Les mando una taza de chocolate
calienta vía internet. Si en su ciudad hace calor, entonces un helado. Ya no

tengan para el 2022? 🥳


falta casi nada para que se termine el 2021, ¿me cuentan alguna meta que

1. ¿Alguna vez ocultaron o cambiaron cosas de sí mismos para encajar


con alguien o un grupo?
2. ¿Qué sintieron con este capítulo? ¿Qué creen que se le ocurrió a
Sawyer?

❤️
3. ¿Helado de chocolate o vainilla?
Con amor cibernético y demás, S.

conseguirla en papel o en ebook! 🏈😍🔥


¡Aprovecho para decirles que la serie Good Boys ya está completa para
Romance, salseo, drama
universitario... Pueden seguirme en IG (creativetothecore) o en TW
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37. Cobertizo de café

Un año atrás...
Ya no queda nadie en la escuela. El partido terminó hace cuatro horas, los
estudiantes están celebrando con alcohol y música en alguna parte. Aquí lo
único líquido que te roza los labios son las lágrimas y lo único que oyes son
los grillos que juegan a las escondidas en el césped del campo de fútbol.
Camino a lo largo de las yardas y me pregunto cómo podré sobrevivir el
año escolar que me falta luego de lo que pasó.
¿Cómo vuelvo todos los días a este lugar sin revivir lo malo?
Lo impotente de un mal recuerdo es que a veces opaca todos los buenos
que tuviste, y no estoy segura de si podré volver a querer bailar, cantar y
sonreír en este lugar, incluso si lo hice una cantidad de veces tan
incontables como para que no debiera tener importancia un mal día.
Observo mis zapatillas y tiro del dobladillo de mi buzo para que cubra
tanto como pueda mis muslos. No los quiero ver. Guardo las manos en los
bolsillos y me encamino a casa por fin. Sé lo que sucederá cuando llegue.
Por eso estoy postergando el momento. No quiero hacerme un ovillo en mi
cama y llorar. No quiero toparme con los espejos de la sala, el corredor, el
baño y mi habitación. No quiero despertar por la mañana y, por un segundo,
olvidar lo que pasó para que luego la realidad amargue mi día.
No quiero estar sola.
—Podemos echarle la culpa a Mercurio retrógrado.
Levanto la vista para encontrar a una chica sentada en las gradas, con una
pila de libros sobre su regazo, sobre los que apoya los codos con cansancio.
Tiene una expresión compasiva y un cabello salvaje, con rizos que parecen
resortes.
—¿Disculpa? —Me acomodo el bolso deportivo al hombro.
Señala el cielo.
—Científicamente hablando, es una ilusión óptica que hace que desde
nuestra perspectiva terrestre parezca que Mercurio está retrocediendo. —Su
voz es triste e irónica a la vez—. Astrológicamente hablando… bueno, los
astrólogos creen que es la razón por la que podríamos estar así hoy.
—¿Y cómo estamos?
Sonríe de lado.
—Sintiendo que se nos viene el mundo abajo, ¿no?
Es mi turno de sonreírle.
—Echarle la culpa a Mercurio retrógrado suena como una gran idea.
Prefiero creer eso, aunque lo considere una mentira, antes de seguir
pensando que cada ser humano que me vio hoy se rió de mí con el fin de
herirme.
La chica se pone de pie y se acerca para extender el brazo libre hacia mí,
en una invitación.
La miro a los ojos y tengo flashbacks de haberla visto en los corredores:
siempre perfecta, siempre impoluta, siempre inalcanzable. Creo que es una
estudiante ejemplar, la que se queda hablando con los profesores cuando
acaba la clase y la que de verdad se interesa en su futuro. Contrastando con
la imagen que tenía de ella, aquí no es perfecta, impoluta o inalcanzable. No
es fría. Tal vez lo que le pasó, sea lo que sea, derribó la fachada distante que
suele cargar.
Entrelazo su brazo con el mío y de forma instantánea mi cuerpo se relaja
con un sentimiento de alivio. Caminamos en silencio hacia la entrada de la
escuela. Agradezco que no me pregunte qué sucedió. Creo que ella tampoco
quiere hablar de lo suyo, así que no abro la boca.
Al doblar la esquina del edificio, nos sobresaltamos al toparnos con un
muchacho. Él también se asusta al vernos.
—Lo-lo siento —tartamudea.
Tiene puesta una capucha que no impide que veamos su rostro, el cual
está algo hinchado. Su labio inferior está partido. Parece que recibió una
paliza hace poco. Al notar que lo miramos, agacha la cabeza. Sus manos
permanecen escondidas en los bolsillos de su sudadera, como si estuviera
avergonzado.
Intenta pasarnos, pero por instinto extiendo los dedos y toco su codo con
suavidad. Vuelve a sobresaltarse y siento la tensión de sus músculos bajo
mis yemas.
—Es Mercurio retrógrado —explico para darle confort, tan bajo que
suena como un secreto.
Podría preguntarle si está bien, pero tanto la chica a mi lado como yo
sabemos que no lo está. Él también.
—¿Esa es la traducción para es un día de mierda? —indaga alguien más.
Observamos a un chico apoyado contra el cartel que muestra el nombre
de la escuela. Lo he visto un par de veces. Es hijo de una profesora. Posee
el look de un bad boy sacado de los libros que me gusta leer. Tiene los
tobillos y los brazos cruzados. Su mirada está perdida en las estrellas con
las que me enfadé, que ahora luchan por brillar entre nubes de tormenta y
un relámpago que rompe la oscuridad a lo lejos.
—Veo que entiendes nuestro idioma —contesta la estudiante modelo con
cierto humor.
Empieza a caminar para acercársele. Al tener un brazo alrededor del mío,
me lleva con ella. Engancho el brazo restante con el del muchacho
encapuchado, quien se deja arrastrar sin oponer resistencia.
Y ahí estamos. Cuatro extraños. Cuatro corazones rotos. Cuatro mentes
fragmentadas. Cuatro personas que parecen no tener nada en común más
que cómo se sienten. Entonces, me doy cuenta de que eso es suficiente.
Para conectar con alguien no precisas de nada más que sentimientos y la
capacidad para ponerte en su lugar.
—Soy Grethalyn, pero prefiero que me digan Gretha. —Al decirlo, me
siento como cuando estaba en preescolar y todo lo que necesitaba para
hacer amigos era decir mi nombre y preguntarle si querían jugar conmigo.
Empiezo a sentirme patética por recrear esa imagen, pero el bad boy
levanta el mentón a modo de saludo:
—Arlo.
—Liv —se presenta la chica a mi lado.
Esperamos por la respuesta del encapuchado, quien no nos mira a los
ojos.
—Timmy —susurra.
Una lluvia ligera pero helada comienza a caer. Hay suspiros colectivos
porque esta es la señal para marchar a casa.
—Será mejor que nos vayamos —dice Liv.
Todos levantamos los ojos hacia las nubes sobre nuestras cabezas. Tal
vez en la espera de que se marchen y dejen de ser una ejemplificación de
nuestro estado de ánimo. Sin embargo, el agua cae con más fuerza. Los tres
caminan por el sendero de piedra. Sé que, en cuanto pisen la calle, se
separarán. Me quedo en mi lugar, viéndolos avanzar cabizbajos. Es como si
arrastraran un mundo invisible con cada paso.
No quiero que esto sea un hola y un adiós. En el fondo, creo que ellos
tampoco lo quieren, solo que nadie se anima a dar el primer paso.
—¡Hay un cobertizo en mi casa! —grito a sus espaldas, sin pensar.
Se detienen y se giran hacia mí. La tormenta se desata con furia. Al hacer
contacto con la losa, cada gota explota como fuegos artificiales de cristal.
Los mechones de mi cabello se adhieren a mis mejillas, Timmy se encoge
dentro de su abrigo, Liv levanta sus libros y carpetas sobre su cabeza para
protegerse del agua y Arlo permanece inmutable.
«Digan que sí», suplico para mí.
—No tenemos que hablar de por qué este es el peor día del mundo,
¿verdad? —duda Timmy.
Niego con la cabeza.
Intercambian miradas entre ellos hasta que Arlo saca un par de llaves de
su bolsillo y las hace girar en su dedo índice:
—Yo conduzco.
Al subirnos a la camioneta, enciende la calefacción. El vaho sale de
nuestros labios mientras el motor cobra vida de a poco. Las luces del
vehículo iluminan un estacionamiento borroso. Encuentro los ojos de Liv y
Timmy a través del espejo retrovisor; luego, los de Arlo al ladear la cabeza.
—Tal vez deberíamos… —reflexiono—. Tal vez deberíamos hablar de lo
pasó, pero solo cuando estemos listos.
El mutismo se convierte en un pacto no dicho.
—¿Y mientras tanto? —indaga el conductor, apartándose el flequillo de
la frente.
Me encojo de hombros.
—Podemos hablar de todas las otras cosas. O de ninguna. —Me froto las
manos—. Y tomar un café.
—¿Tomar un café? ¿Cuántos años tienes, Greth? —Ríe.
Reprimo una sonrisa. ¿Acaba de darme un apodo?
—Búrlate todo lo que quieras, pero una vez que te acostumbras a juntarte
para beber café y charlar, te haces adicto. —Liv se asoma por el hueco que
hay entre los asientos—. No por nada es el plan predilecto de las señoras.
—Quiero ser una señora hoy. —Timmy apoya el mentón en el hombro de
la chica y debe soplar un rizo para que este no le entre en el ojo.
Hay una confianza automática en el ambiente. Algo cálido. Una cosa que
no sé explicar. Me siento protegida alrededor de estos extraños.
—Pues seamos señoras hoy —acuerda Arlo antes de conducir hacia
nuestro nuevo refugio.
A mitad de camino, mi teléfono vibra. Por un momento creo que se trata
de Paloma y Sindy, y que preguntarán dónde me metí y si estoy bien. Sin
embargo, es mi padre. No me sorprende que esté despierto a esta hora. Su
sueño de ser escritor lo convirtió en un búho.
De: GrethalynFisher@gmail.com
Para: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Re. Asunto: Fragmento del capítulo 1
¡Cariño, se me ocurrió un comienzo para mi nueva historia! Dime qué te
parece:
—Continúas bailando cuando la canción ya acabó, y crees que
comenzará otra, pero la banda se marchó y tu acompañante te dejó.
—En ese caso, es bueno que no necesite música ni a otra persona para
bailar.
Si el amor a primera conversación existiera, se habrían enamorado justo
ahí.
Con galaxias de amor, Fisher 1.
Inhalo hondo. A una parte de mí le hubiera gustado que preguntara cómo
me encuentro, aunque la otra parte sabe que le hubiera mentido para no
preocuparlo.
—¿Creen que existe el amor a primera conversación? —pregunto a mis
desconocidos, rompiendo el silencio.
Me olvido del mundo cuando debatimos. De papá. De mamá. De su
nuevo novio. De una posible hermanastra en el futuro. De las risas a mi
costa. Del comentario hiriente que hizo ese chico.
—¿Estás mejor? —Charlie presiona el paño que mojó con agua fría en el
baño contra mis nudillos.
Jamás había golpeado a alguien. Ojalá pudiera decir que valió la pena,
pero no lo hizo. Solo logró que el dolor también fuera físico. No me sentí
menos enojada o triste. Es más, me siento peor. Parezco el entrenador.
—No soy yo la que me preocupa en este momento. —Hago un ademán
hacia los chicos.
Arlo tiene la cabeza hundida entre las manos y Cora lo continúa
abrazando. Karim y Patricio están arrodillados a cada lado de Timmy, quien
apoya la cabeza en el hombro del pelirrojo, con la mirada perdida. Me
recuerda a su vieja versión, la que no sentía nada más que un vacío.
Gretha todavía está en el patio con Sawyer. Escuchamos murmullos,
aunque no se entiende lo que dicen.
—Podemos intentar categorizar el dolor y claro que las golpizas serán
más graves, pero eso no quiere decir que debas restarle importancia a tus
problemas. —Aprieta con suavidad—. Al final, el corazón siente el mismo
dolor.
Observo el paño ligeramente ensangrentado y debo reprimir la necesidad
de dirigirme al baño y limpiarlo hasta que vuelva a su color original.
—No puedo creer que nos hizo esto. —Me recuesto contra la pared,
exhausta—. No puedo creer que no me di cuenta.
Soy tan estúpida.
Sawyer era una cara nueva el año pasado. Tal vez por eso no lo
recordaba. Seguro llegó tarde al examen. Si hubiera sido otro alumno,
Bianca no lo habría dejado entrar al aula. Sin embargo, no era un estudiante
cualquiera. Lo más probable es que lo haya dejado ingresar cuando estaba
concentrada en la evaluación, por eso no lo noté.
Si lo hubiera hecho, habría podido advertirles a mis amigos la clase de
persona que era.
—Nadie lo hizo —responde Timmy—. Pero no todo pudo haber sido
actuación, ¿verdad?
Se me encoge el corazón porque todavía intenta ver lo bueno en las
personas.
—¿Acaso importa? —Arlo se limpia la nariz con la manga de su
camiseta—. Si no lo hubiéramos descubierto, no nos lo habría dicho.
Viviríamos en una mentira y no se puede sanar dentro de una puta mentira.
En algún momento la verdad hubiera deshecho todas las suturas y
estaríamos en esta misma posición.
Creo que Sawyer creyó que, si lograba que nuestras vidas se acomodaran,
su confesión no haría tanto desorden.
—Siento no haberte advertido antes. —Karim cepilla el cabello de
Timmy y Charlie me mira con una expresión que dice lo mismo.
—No son ustedes los que deben disculparse —respondo—. Él fue testigo
de la depresión de Timmy, el abuso hacia Arlo y mi trastorno obsesivo
compulsivo cada día que estuvo aquí. Escuchó las historias sobre Bianca y,
aún así, decidió quedarse y callar. Tal vez lo que hizo habría tenido perdón
si se hubiera arrepentido el primer día que lo dejamos entrar a este lugar,
pero ¿luego de tanto silencio? No sé cuál de las cosas es peor. —Aparto las
cortinas con maíces dibujados para encontrar a Sawyer y Gretha de rodillas,
abrazados. Se me revuelve el estómago—. ¿Hasta el último segundo se
aprovechará de lo buena que es?
Charlie sigue mi mirada con el ceño fruncido.
—¿Crees que solo se aprovechó de la empatía de Gretha?
Dejo caer la cortina. Timmy y Arlo levantan la cabeza al oírlo.
—¿A qué te refieres? —pregunta Cora, tensa.
El muchacho nos mira como si fuéramos un puñado de extraños que
acaban de entrar a la habitación. Siento la ansiedad de una persona a la que
acaban de decirle «debo contarte algo»; entonces, esta espera con la
sensación de que algo cambiará. Es parecido a cuando el viento se calma en
medio de una tormenta.
—¿Le hizo algo a Gretha? —Arlo se pone de pie y se acerca tanto al
pelinegro que este debe retroceder por la falta de espacio.
Cora rodea su brazo bueno. No parece enojado, sino alterado por no
saber esta parte de la historia.
—Chicos… —El bibliotecario traga saliva y hace un ademán a la puerta
—. Ella está mal desde hace tanto tiempo como ustedes. Tiene anorexia.
¿Anorexia?
—Pero… —Timmy niega con la cabeza—. Gretha come.
Las cejas de Charlie se juntan en una expresión lastimera por la inocencia
del chico.
—Alguien con depresión sonríe aún cuando está triste, ¿verdad? —
susurra para hacer ver su punto.
No se trata de que coma. Se trata de lo que piensa antes, durante y
después de comer. Lo que hace cuando las personas se van y se queda sola
con esos pensamientos. Esto es sobre lo que siente. Nuestros problemas se
crean dentro de nosotros y sus consecuencias se manifiestan por fuera.
Y a veces no notamos ninguna.
Charlie saca su teléfono. Abre la galería y desliza el dedo hasta dar con
una fotografía. Cuando gira el móvil hacia nosotros, vemos a una chica
distraída y feliz: usa el uniforme de porrista de la escuela y está hablando
animadamente con otras dos compañeras. Es la misma persona que vi desde
las gradas del campo, horas después que el juego acabó. Sin embargo, ahora
noto que la muchacha de la foto estaba…
Estaba sana.
—Es difícil notar los cambios físicos de una persona cuando la ves todos
los días —explica cuando ninguno de los tres dice nada, todavía
comparando la vieja Gretha con la actual—. Por eso los familiares o la
gente que no vemos durante un largo tiempo suele sorprenderse y entre las
primeras cosas que dice se encuentra la de «estás más alto, más flaco, con
kilos de más» o… o lo que sea que dicen y no deberían decir.
Intento recordar una palabra, un momento, una mirada o una expresión
que haya pasado por alto. Sin embargo, no encuentro nada. O puede que no
sepa dónde y cómo buscar las señales.
Me alejo de ellos. Hago un zig-zag hasta la mesa ratona donde yace el
frasco de frases. Me arrodillo en la alfombra, lo abro y echo todos los
papeles sobre el piso antes de empezar a abrirlos uno por uno.
—Liv… —empieza Charlie, a quien veo bajar el teléfono por el rabillo
del ojo.
Niego con la cabeza, casi con frenesí. Él no lo entiende.
Manos aparecen en mi campo de visión. Arlo y Timmy abren, hacen un
bollo y arrojan las frases a un lado. Nos sumimos en una actividad
desesperada por encontrar la confesión. Karim, Patricio y Charlie son
testigos inseguros, quienes no saben si intervenir es una buena idea. La
pena que nos tienen pesa en su carencia de palabra.
No sé cuánto tiempo pasa, pero los tres nos encontramos ante el último
papel. Está doblado por la mitad. Cuando lo tomo, mis manos tiemblan. Lo
abro. Timmy rodea mi muñeca con suavidad para que les muestre.
—Está en blanco —digo con la voz estrangulada, antes de reír con
amargura.
Claro que metería un papel en blanco.
No es que no pudiera creerle a Charlie, pero una pequeña parte de mí
anhelaba que solo se tratara del cambio de imagen que trae consigo el
tiempo, no de algo tan grave. El día que nos conocimos, Grethalyn dijo que
deberíamos hablar sobre nuestros problemas cuando estuviéramos listos.
Timmy lo hizo. Ella sabía que, tal vez, no pudiéramos tener el coraje para
hablar y que callar para siempre solo empeoraría el problema. Por eso
insistió en que escribiéramos lo que nos rompió en un papel.
Ese sería el empujoncito para hablarlo, justo como ocurrió conmigo.
Pero Gretha sigue siendo Gretha incluso en su peor estado. No escribió
nada para no preocuparnos, porque se hubiera sentido una carga que en
realidad no es. Porque odia ser el centro de atención desde ese día en
campo, el cual todos presenciamos pero ninguno supo darle importancia
dado que la vimos reír en la punta de la pirámide. Porque, a diferencia de lo
que nos ocurre a nosotros, una parte de sí misma quiso y quiere de forma
enfermiza no ser descubierta. Sabe que está mal y que exponerse es tener
que cambiar sus hábitos, sea por las buenas o por las malas.
—Soy una pésima amiga. —Recuerdo cada oportunidad donde estuvo
para mí y la cantidad de veces que me repitió que mi dolor era un eclipse,
que pasaría.
También hago memoria del día que quiso que nos encontráramos con ella
en la gasolinera. Hice una broma de que sobreviviría a Cora, pero ¿y si
quería hablar de esto? ¿Y si hubo decenas de ocasiones donde envió un
mensaje de auxilio y no le respondí?
—Somos —corrige Arlo en un intento por animarme, aunque la culpa
alisa con sorpresa las arrugas de su rostro—. Que tú seas una chica no te
hace más responsable por no haber visto lo que le pasaba con su cuerpo,
Liv. No se supone que las luchas tengan género.
—Y no fuiste la única que no la trató como debía por estar sumida en sus
problemas —añade Timmy al reconocer el sentimiento cuando las lágrimas
se acumulan en mis ojos—. El día que me quitó las pastillas...
Mi corazón quiere partir mis costillas y salir a buscarla al oírlo. Me
inunda el mismo miedo que me consumió al ver a Arlo tirado en el piso de
su cocina.
—¿Qué pastillas, Timmy?
—Las pastillas de… —empieza, pero calla al echar una mirada sobre su
hombro.
No hay más gritos. Sawyer tiene que haberse ido.
—Timmy, ¿Gretha aún tiene las pastillas? —Charlie atraviesa con
urgencia el cobertizo hasta la ventana, para comprobar si sigue fuera.
El muchacho está demasiado aterrado como para contestar.
—Siempre se queda mirando el alce —recuerda Arlo en voz baja.
Nos giramos hacia el animal embalsamado y ninguno lo dice, pero
llegamos a la misma conclusión: Timmy le teme a los camellos. El alce le
recuerda a uno. Si Gretha escondió algo, lo hizo ahí. De forma automática
nos amontonamos alrededor. Patricio entrelaza sus manos y Karim apoya un
pie en ellas para ser impulsado hasta la boca abierta del animal. Su brazo se
mueve con rapidez dentro de este.
—No hay nada aquí.
—¡Mierda! —escupe Cora antes de ir hacia la puerta.
Atravesamos el patio corriendo y entramos a la casa sin importarnos si
hay alguien durmiendo. Llamamos a Gretha a los gritos y nadie responde.
La buscamos en cada rincón y la intentamos contactar al móvil mientras
subimos de dos en dos las escaleras. Azotamos cada puerta y me paralizo en
medio del corredor cuando Arlo intenta abrir la puerta del baño.
Está cerrada con pestillo.
—¡Gretha, abre! —Me abro paso entre ellos y golpeo el puño contra la
madera.
Esperamos.
Apoyo la oreja, no oigo nada.
Intercambiamos miradas preocupadas. Timmy y Patricio se toman con
fuerza de la mano, expectantes.
—¡Grethalyn Fisher, abre la maldita puerta! —ordena Cora.
¿Qué le había dicho exactamente Sawyer la noche del partido? No lo
recuerdo. ¿Qué le acaba de decir antes de marchar? ¿Por qué no la seguí
para asegurarme de que estaba bien? ¿Por qué no me negué a dejarlo entrar
el primer día?
Él era un amigo para nosotros, pero para ella era mucho más.
No sabía que Gretha había sufrido así. No la conozco como creí que lo
hacía y es ese desconocimiento lo que me aterra.
¿Sería capaz de…?
—¡Atrás! —ordena Charlie antes de que él, Arlo y Karim unan fuerzas
para embestir la puerta y hacer ceder la cerradura.

¡Hola, bellos paragüitas!🎅


«Por favor, Gretha, quédate».
Si Santa Claus existiera y pudieran pedirle 3
cosas materiales, ¿qué le pedirán?
1. ¿Alguna vez sentiste una conexión con alguien que apenas conocías?
2. ¿Cómo crees que afectará a Timmy, Arlo y Liv saber del transtorno
alimenticio de Gretha a partir de ahora? ¿Conoces a alguien que haya
pasado por lo mismo?

😂
3. Diciembre con D de... (Completen la frase con lo primera que se les
venga a la mente ).
Faltan 4 capítulos y el epílogo para despedirnos de los paraguas,

❤️
pero todavía hay uno que no se rompió...
Con amor cibernético y demás, S.
38. Un cumpleaños sincero

El cabello de Gretha se abre como un abanico sobre el piso de mármol y


algunos mechones obstruyen su rostro. Está recostada sobre su costado, con
los ojos cerrados. Un bote vacío de pastillas se balancea en la trayectoria
que indica que se le cayó de la mano, como si lo hubiera soltado al colapsar.
Arlo y yo nos abalanzamos a través de la puerta. Cae sobre sus rodillas y
le aparta el pelo de la cara mientras paso sobre ella y me ubico detrás. La
tomo por la cintura y la levanto hasta apoyar su espalda contra mi pecho.
Liv intenta marcar con manos temblorosas el número de la ambulancia,
igual que Karim, y Charlie lanza todos los cepillos de dientes en el
lavamanos antes de llenar el vaso que los contenía con agua.. Timmy,
asustado, se esconde en el hombro de Patricio mientras sacudimos a Gretha.
Le gritamos que despierte, que no se vaya, que se quede con nosotros,
que resista.
Charlie se pone en cuclillas y le lanza el agua. Sin reacción de su parte, le
meto dos dedos en la boca hasta tocar su campanilla. No soy gentil, apenas
puedo controlar el miedo que siento, así que solo actúo. Prefiero que su
garganta arda como el infierno o le duela hasta sangrar si eso significa que
sus ojos se abrirán.
Se escucha un gorgoteo, como si se ahogara. Su cuerpo se sacude y saco
los dedos de su boca. Arlo me ayuda a inclinarla sobre el retrete a tiempo
para que vomite. Nos sostenemos la mirada mientras le tengo el cabello y él
la acaricia la espalda. Ella tiembla entre nosotros. Charlie vuelve a llenar el
vaso con agua. Liv cierra los párpados con alivio y Karim baja inseguro el
teléfono. Timmy se acerca, todavía en shock:
—Chicos, no hay pastillas aquí —susurra al observar el inodoro.
¿Se desintegraron todas? ¿Las molió? ¿Las pudo haber inhalado? ¿Qué si
las sustancias siguen dentro de su cuerpo o ya la afectaron? No sé nada
sobre las malditas pastillas y desearía que mi padre estuviera aquí. Él sabría
qué hacer.
—¡Llama a la ambulancia por las dudas! —pide Liv a Karim.
Sin embargo, todos se congelan cuando Gretha sacude una mano con
desesperación.
—No… —dice sin aire al apoyar un codo en la taza del váter—. Yo no…
—Grethalyn, solo por si acaso debemos llevarte al hospi… —empiezo,
pero me interrumpe.
—Las tiré. No las ingerí.
En otras circunstancias, hubiera confiado en cada una de sus palabras.
Sus amigos también. Sin embargo, nadie le cree ahora a excepción de
Charlie, quien le limpia con la manga de la camiseta la boca y le pasa el
vaso de agua. La escuchamos beber en silencio hasta que devuelve el vaso.
Exhausta, en lugar de recargarse contra el retrete, apoya la cabeza en el
hombro de Arlo.
—Les conté —le confiesa con suavidad el pelinegro al ver una excusa
formarse en sus ojos.
Ella cierra los párpados y se relame los labios. Su expresión pasa de la
tranquilidad a la angustia en un segundo y se agita ante el sollozo que la
ataca.
Y llora.
Llora con fuerza porque es el final de una pesadilla y el comienzo de otra
que le asusta mucho.
Llora por primera vez frente a todas las personas que vio llorar y supo
consolar.
Algunos creen que la peor parte de ver a alguien sufrir es no ser capaz de
quitarle el dolor de encima. A mí lo que más impotencia me causa es no
haber visto dicho dolor a tiempo. A nadie podemos salvar de lo malo, pero
podríamos haber evitado que eso se convirtiera en algo mucho peor, como
esto.
—Desde que tengo las pastillas suelo pensar en ellas, pero nunca me
atreví a deshacerme del bote —explica mientras Liv corta un trozo de papel
higiénico y se lo pasa para que se limpie la nariz—. Y hoy… —Niega con
la cabeza, sin poder soportar pensar en Sawyer y lo que hizo—. Creo que
hoy fue el peor día de mi vida. Tenía miedo de hacer algo de lo que pudiera
arrepentirme cuando se fueran y… me desesperé. Quería lanzarlas al
inodoro cuanto antes. Lo último que recuerdo es tirar la cadena. A veces…
—Exhala y se lleva las rodillas al pecho, rodeándolas con los brazos y
jugando con el papel higiénico entre sus manos, nerviosa—. A veces me
desmayo por comer poco.
Nada de esta situación está bien, pero es inevitable que la preocupación
descienda un poco al oír que no cruzó ese límite. Sin embargo, Gretha
vuelve a echarse a llorar. Liv se sienta frente a ella, tocando sus botas de
lluvia rojas, y Charlie se apoya contra el cesto de mimbre que contiene la
ropa sucia. Timmy se hace un lugar dentro de la bañera, sentado con las
piernas cruzadas. Karim y Patricio se sienten en el borde, uno a cada lado.
Y esperamos.
Lo mejor que puedes hacer por una persona que está mal es permitir que
se desmorone del todo. En algunos casos hasta los consuelos están de más.
Solo necesitas que el otro sepa que estás ahí.
—Lo siento tanto —susurra con una sonrisa agridulce al ver cómo la
rodeamos—. No quería hacerlos pasar por esto. No quería ser así.
Arlo tira de ella en un abrazo y le besa la frente.
—Somos nosotros quienes lo sentimos, Greth. Fuimos egoístas.
Ella suspira.
—No me gusta esto.
—¿Qué cosa? —pregunta Patricio—. ¿La vida? A mí tampoco.
Hace reír a cada alma presente.
—Eso estuvo mejor que todos tus chistes —le reconoce Timmy, quien
apoya los brazos en el borde de la tina y el mentón sobre ellos.
Gretha lanza la bola de papel higiénico llena de mucosidad al váter.
—Es tan difícil ver la línea que divide lo que puedes y no puedes hacer,
eso de lo que eres responsable y de lo que no. —Se talla los ojos hinchados
con bronca—. Cuando intentamos ser el pilar del resto, nos dejamos caer a
nosotros mismos. Cuando nos sostenemos con nuestras propias manos,
corremos el riesgo de que alguien se desmorone. Nos sentimos culpables
por no estar, pero a veces ni siquiera sabemos que nos necesitan en primer
lugar. Y no es culpa nuestra no ver un problema que alguien intenta ocultar,
como tampoco debemos sentirnos culpables por estar sumidos en un dolor
propio del que no sabemos cómo salir.
»A veces quieres interferir, pero ¿estás en tu derecho? Otras veces
alguien quiere interferir en tu vida, pero ¿está en su derecho? ¿Cómo sabes
si eso lo hará mejorar o empeorar? Vives con la culpa de estar para el resto
y no para ti, de estar para ti y no para el resto, de si pasa algo malo y no lo
notas y también de si pasa y lo notas. —Ríe con amargura, sobrepasada,
antes de agitar las manos—: ¡Todo se siente como un laberinto del que no
hay salida! Hagas lo que hagas, al final del día te sientes mal contigo mismo
y con las otras personas. Y ahora estamos aquí, sin poder quitarnos la culpa
de encima aunque el resto nos diga que no debemos sentirla. Eso te hace
sentir peor, el hecho de saber que las personas que te rodean sufren justo
como tú…
Los extraños te lastimarán. Tus profesores y tus conocidos lo harán. Tus
padres, tus hermanos y cada familiar, también. El amor o los amores de tu
vida, cada persona que te atraiga y aquellas que te odien seguirán los
mismos pasos. Sobre toda esa gente, serás tú el que te hiera de formas
inimaginables un millón de veces, porque el dolor nace en los pensamientos
y por más que busques sedar los tuyos con distracciones, alcohol,
obsesiones, drogas o una siesta, siempre estarán ahí.
Estuviste, estás y estarás rodeado de dolencias. No te puedes escapar. Ya
lo intentas desde que tienes memoria e incluso así terminas en el mismo
lugar.
—Entonces, ¿cómo lo solucionas? —añade afligida y arrinconada—.
¿Qué haces?
La miro y pienso que, de todas las personas rotas que hay en esta
habitación, es la que más brilla.
Brilla porque no para de buscar la forma de ayudar a otros, incluso ahora,
cuando somos nosotros quienes la queremos ayudar.
—Aprendes, flor. —Ahueco su mejilla como una vez, en mi peor
momento, ella lo hizo conmigo—. No hay solución. Debes atravesar este
tipo de situaciones las veces que sean necesarias. Si aprendes de cada una,
en cada ocasión dolerá menos porque sabrás administrar lo que sientes y lo
que piensas de mejor forma, antes de que te consuma. Si tienes suerte, el
resto también lo hará. Hablará cuando lo necesite, pedirá ayuda cuando lo
requiera y se disculpará por herirte cuando note que lo hizo o se lo señales,
y tú harás lo mismo. Incluso si los problemas se superponen y nos
convertimos en la enredadera humana más grande del mundo.
La primera vez que vi a Gretha la clasifiqué como una mimosa sensitiva,
la clase de planta que se cierra en sí misma cuando la tocas. Ahora, en
cuanto apoya su mano sobre la mía a modo de agradecimiento, veo que se
convirtió en un tipo de flor que no identifiqué aún, pero es de aquellas que
permanecen abiertas a la luz del sol y también a la de la luna, ante las olas
de calor y ante las peores ráfagas de viento, bajo la lluvia, bajo el granizo y
rodeada por la sequía.
No creo que después de esta noche vuelva a cerrarse.
—Hicimos lo que pudimos con lo que sabíamos y teníamos en ese
momento —reflexiona Arlo—. Si pedirnos perdón los unos a los otros no
funciona, tal vez deberíamos empezar por disculparnos con nosotros
mismos. Fuimos muy duros.
«Sí, lo fuiste. Sí, también lo fui» es lo que pensamos todos.
—Y deberíamos decirnos que nos queremos, aunque a veces nos
tratemos como si no lo hiciéramos —dice Liv.
—Y agradecernos... —propone Timmy—. La única relación que tienes
asegurada que durará para siempre es la que tienes contigo, por eso hay que
intentar que sea sana, ¿no?
No exigirle hasta que colapse. Cuidarla. No reprocharle. Alejarla de las
personas que intentan romperla.
Un silencio solemne se desenrolla como una alfombra cuyo polvo forma
una nube que nos traga enteros. Si nos esforzamos, algún día volaremos en
ella, como Aladdín. Sin embargo, el sonido de pequeñas patas se hace
presente y rompe la escena. Un conejo pasa bajo el umbral de la puerta y
avanza a saltos y escaladas entre los zapatos y piernas, hasta ubicarse en el
centro del baño y mirar a Grethalyn.
—Hola, camello —susurra al acariciarle detrás de una oreja—. Siento no
haberte informado que cambiaríamos la localización de la reunión esta
noche, fue algo improvisado. —Le sonríe de lado y el rastro de lágrimas en
sus mejillas empieza a secarse—. Tenemos nuevos integrantes en el club,
¿te los presento?
Levanta la vista. Mira a Charlie, a Karim, a Patricio y, por último, a mí.
—Al resto ya los conoces —añade al viajar de Timmy a Liv y de Liv a
Arlo—. Notarás que falta Sawyer. Él hizo cosas malas, pero también hizo
que nos conociéramos. Así que… a pesar de todo, este sigue siendo el
mejor regalo de cumpleaños, porque los tengo a ellos.
Arlo está recostado contra la cabecera de mi cama. Sus rodillas crean un
pequeño muro a cada uno de mis lados cuando apoyo la espalda contra su
pecho. Cora se sienta a su lado y descansa la cabeza en su hombro, mientras
Liv se acuesta a mi lado; su nariz casi roza la mía mientras Timmy se
enrosca alrededor de una de mis piernas, usando mi muslo como almohada.
Patricio ronca en el extremo de la cama, con Camello sobre su barriga;
Karim, con los pies sobre mi mesa de luz, se tuerce el cuello por dormitar
en la silla de escritorio, y Charlie ronca boca abajo sobre la larga estantería
enana que recorre una de mis paredes. Su brazo cuelga entre libros de
romance.
Pasaron tres horas desde que me desperté en el baño.
Pasaron tres horas desde que no les escondo más secretos.
Es extraño. Cuando guardas algo para ti, te preguntas qué pensarán las
personas al enterarse. Sobre todo, te asusta lo que sentirás al exponerte. A
pesar de eso, no siento nada de lo que creí que sentiría: en realidad, aunque
me preocupa lo que piensen, eso se ve opacado por el hecho de que puedo
respirar mejor y que su amor supera los prejuicios.
Con vergüenza. Con culpa. Con temor. Con impotencia. Con ira. Con
tristeza. Con todas esas cosas, pero respiro mejor.
—¿Gretha? —llama Liv, sabiendo que mi mente no puede detenerse.
—¿Qué? —susurro.
Me besa la frente antes de mirarme a los ojos.
—Eres el sol. Esto es un eclipse. Pasará.
Mis ojos se cristalizan cuando recrea nuestra conversación con los roles
invertidos. Me toma de la mano, Arlo me cepilla el cabello, Timmy alza la
vista y sonríe antes de apretar mi pierna como si fuera una serpiente.
—¿Me lo repites? —pido y cierro los ojos.
—Eres el sol. Esto es un eclipse. Pasará.
Un eclipse… Un eclipse… Un eclipse…
Uno siempre cree que ya vivió el peor dolor que puede experimentar. Sin
embargo, de forma inevitable llega —o se marcha— una persona o una
situación capaz de arrancar las suturas de un corazón recién salido de
cirugía. Y ahí estás nuevamente, siendo médico y paciente a la vez, frente y
dentro de una hemorragia emocional que no puedes detener.
Hasta que lo haces.
El dolor que vendrá puede ser peor, pero no debemos olvidar que
nosotros somos mejores con cada lección aprendida en el quirófano. Nos
convertimos en un paciente más fuerte y en un médico más sabio.
Si me preguntaran qué es lo más bonito del ser humano, respondería que
es su resiliencia.
Y creo que ellos son resilientes.
Creo que yo también lo soy.
Podría guardarles rencor y decir que no notaron que estaba mal y no
estuvieron para mí, pero de hacerlo ellos habrían acabado justo como estaba
yo hace tres horas: estallando a último momento. Ninguno sufrió más que el
otro. Mis amigos también callaron y ocultaron cosas, negándose a pedir
auxilio. También explotaron. También fueron tratados mal por alguien que
los quería. También fueron ignorados. También lloraron y quisieron
desaparecer.
Todas las personas, consciente o inconscientemente, han pasado por eso:
fueron el amigo que estuvo y el que no. Es fácil ver un problema, decir
«¿cómo es que nadie se dio cuenta?» y encontrarle una solución desde
afuera, pero desde adentro es mucho más difícil. Si fuera fácil, todas las
personas que conoces habrían podido señalar cada oportunidad donde algo
estaba mal contigo.
Es imposible.
Uno ve un mapa y sabe dónde queda cada país porque alguien los marcó
antes, pero ¿si te lanzan en medio de la nada?
Encontrar el camino a casa es complicado, pero creo que vamos por el
camino correcto.
—¿Qué hay más brillante que el sol? —pregunto.
—No lo sé.
—Pues eres un «no lo sé». Todos ustedes lo son.
Las respiraciones son cada vez más lentas. Antes de que pueda caer en el
sueño más profundo que he tenido en meses, Arlo susurra a mi oreja:
—Te amamos, Greth.
Timmy estira el cuello:
—Chicos, creo que Camello se hizo pis sobre Patricio.
Nos echamos a reír y me doy cuenta de que los hogares no son lugares,
objetos ni otras personas. A veces ni siquiera son felices o permanentes. Un
hogar es un sentimiento: es la paz que sientes cuando, aunque la vida
marche mal, tienes la certeza de que la harás marchar mejor. Si este hogar
que siento ahora mientras soy capaz de reír luego de llorar me gusta, el que
sentiré cuando sanemos me encantará.
Tal vez no es un cumpleaños feliz, pero es uno sincero.
Necesitamos esa sinceridad para ser realmente felices algún día.
Y yo quiero ser feliz.
Así que, cuando despierto a la mañana siguiente, Cora entrelaza sus
dedos con los míos y se sienta a mi lado en la mesa mientras le digo a
Marion Fisher con un nudo en la garganta las palabras que nunca creí que le
diría.
—Necesito ayuda, mamá.
¡Hola, hermosos paragüitas! 💜 ¿Fin de año suele ponerlos nostálgicos o

juguito? 😂
suelen emocionarse con el comienzo de otro año? ¿Brindan con alcohol o

1. ¿Creen que los amigos de Gretha estuvieron a la altura? ¿Sienten que


se dieron cuenta de la gravedad del problema? ¿Merecen su perdón?
2. ¿Parte, frase o escena favorita del cap?

❤️
3. Den las gracias por algo bueno que les haya ocurrido en 2021
Con amor cibernético y demás, S.
🥺
39. Salvar una galaxia

—¿Profesora? ¿Puedo pasar?


Asomo la cabeza por la puerta. Bianca levanta la vista de los exámenes
que está corrigiendo.
—Señor Sullivan, estoy ocupada aho… —intenta evitarme, pero entro al
aula y cierro la puerta detrás de mí, lo que la hace añadir con rapidez—: No
creo que debas cerrarla.
—No es un asunto para discutir a puertas abiertas.
Empiezo a caminar hacia ella, pero me detengo a mitad de la pizarra.
Esto es incómodo. La tensión se nota en la forma en que su lapicera está
suspendida sobre el papel. Debe creer que estoy aquí porque busco retomar
lo que pasó hace meses. Desde que nos puso un punto final, me trata como
a cualquier otro alumno, pero siempre siento su pánico cuando se acerca a
entregarme una tarea o dice mi apellido al tomar lista.
—Hice trampa.
Parpadea confundida antes de bajar la pluma.
—¿Trampa?
—En el examen final, el año pasado. Te escribí cosas horribles porque
estaba molesto contigo. Luego me arrepentí e intercambié mi evaluación
por la de Liv Archer.
Cuando crees tener la razón y alguien te demuestra que no la tienes,
sueles responder de dos formas: construyes otro muro de negación a tu
alrededor o dejas que este se desmorone. A esta mujer le pasa lo segundo.
Primero frunce el ceño porque no entiende cómo lo que ella creía que era
verdad ahora es una mentira. Luego, la piel entre sus cejas se suaviza con
vergüenza.
—Y yo no le creí… —susurra.
—Lo siento. —He dicho eso tantas veces que me pregunto si sigue
teniendo algún valor. Espero que sí—. Sé que ella era especial para ti y tú
para ella, y yo lo arruiné. Por favor, cambia todas las calificaciones que
juzgaste sin ser imparcial. Baja mis notas, hazme recursar o expúlsame. Lo
que tú quieras, pero ayúdame a limpiar el camino que ensucié. Liv hizo
brillar su futuro y yo lo opaqué.
Se deja caer contra el respaldo de la silla antes de pasar ambas manos a
través de su cabello mientras procesa la información. Debe estar pensando
en todas las cosas que habrían sido diferentes si hubiera entregado el voto
de confianza que se negó a dar.
—No pareces enojada —acoto luego de unos segundos en silencio.
—No lo estoy. —Niega con la cabeza—. Es mi culpa. Me involucré
demasiado contigo y con ella. Si no lo hubiera hecho, ambos se habrían
ahorrado mucho sufrimiento. Sé que sobrepasé los límites. No se supone
que fuera su amiga y tampoco que fuera tu… —Apoya los codos sobre el
escritorio y suspira con impotencia, sin poder acabar la oración—. Soy un
asco de docente y de adulto.
Es mi turno de negar con la cabeza, pero no añado nada más. Nada de lo
que le diga la hará sentir mejor. Sin embargo, todavía no oyó la peor parte.
Inhalo hondo y solo lo lanzo porque no hay forma suave de expresarlo:
—Necesito que hagas algo más. Debes denunciar a tu esposo y sacar a
Arlo de esa casa.
Los ojos de la profesora se convierten en pólvora, listos para explotar. La
silla emite un chirrido cuando se levanta. Se acerca a paso rápido y baja la
voz:
—¿Has perdido la cabeza? No haré eso.
—Lo harás.
Me mira como si acabara de darle una bofetada. El mutismo pesa tanto
que me cuesta respirar.
—¿O qué? ¿Le dirás a tus padres sobre nosotros? —dice con amargura,
no con furia. Se pasa una mano por la frente y observa a través de la
ventana—. Sabía que algún día usarías esa carta. Soy una idiota por…
Frunzo el ceño.
—No lo hago para salir beneficiado. Lo hago porque es lo correcto. A tu
hijo lo muelen a golpes cada vez que entra a su casa. Sácalo de ahí, por
favor.
No sé si es peor no creerle a alguien, como lo hizo con Liv, o no ver el
problema, como le pasó con Arlo. Si la primera bomba la lastimó, esta
acaba de matarla.
—Él no golpea a Arlo —pronuncia las palabras de forma pausada, como
si fuera cristal en su lengua y temiera tragárselo y cortarse con los filos—.
Solo me golpeaba a mí. A Arlo… lo llevaba sobre sus hombros cuando era
pequeño. Le compraba helados de sandía a escondidas. Lo salpicaba con el
agua de la manguera cuando lavaba la camioneta los domingos al mediodía.
Lo amaba. Lo ama, no puede…
Entonces, calla. Se da cuenta de que a ella también se suponía que la
amaba y eso no impidió que la maltratara; se percata de que se aferra a la
versión de una persona que ya no existe.
—Arlo no te evita porque no te haya perdonado respecto al rumor sobre
tú y yo. Lo hace porque cree que esa es la única forma de protegerte. Sabe
lo que el entrenador es capaz de hacerte y no te quiere en su vida por miedo
a que puedas salir lastimada. Te aleja para que estés a salvo, Bianca, pero tu
esposo se desquita con él ya que no puedo desquitarse contigo.
En sus ojos se acumulan las lágrimas a pesar de tener una expresión de
piedra. Siempre que la vi llorar me pareció un ser humano frágil, pero hay
algo diferente esta vez: la pólvora crea un explosión feroz. Hay odio ahí. No
deja de ser la mujer que fue golpeada hasta sangrar, sino que se convierte en
la que se pone de pie y dice que es suficiente, y ni siquiera lo hace por ella
misma.
—¿A dónde vas? —pregunto cuando toma su bolso y se encamina a la
puerta.
—A donde tendría que haber ido luego del primer golpe, a la comisaría.
Aunque quiero ir por Arlo, no puedo hacerlo sola. —Se detiene bajo el
umbral—. Gracias, Sawyer. Le contaré toda la verdad a tu padre en cuanto
regrese. Liv y tú estarán bien. Lo prometo… —Las lágrimas no logran ser
contenidas ahora—. Y lo siento.
—Sé que lo haces.
Sus palabras, a pesar de sus errores, siguen teniendo valor para mí.
Tal vez todavía queda esperanza en mi caso.
Tan rápido como abre la puerta, intenta cerrarla.
—Cora, por favor —suplico.
Mi voz logra detener que la madera se estrelle contra mi nariz. Me mira
con desconfianza e intercala la mirada entre las escaleras y mi persona.
—Ella no quiere hablarte, Sawyer. —Suspira—. Es inútil, vuelve a casa.
—No vengo a hablar con Gretha, sino contigo.
Enarca una ceja, escéptica.
—¿Conmigo?
Asiento y espero esperanzado, retorciendo las manos dentro de los
bolsillos de mi sudadera. En lugar de darme una respuesta mordaz y
mandarme al diablo, abre un poco más la puerta, sale para ser arropada por
una ráfaga de viento y la cierra. Me hace un ademán para sentarme a su
lado en el escalón de la entrada.
Esta chica no es la misma con la que comencé a salir. La antigua Cora —
la versión fría, inalcanzable e indiferente— no habría dudado en dar media
vuelta y dejar que la culpa me carcomiera vivo o sonreír mientras me
tuviera implorando perdón sobre mis rodillas.
—Quería decirte que siento mucho haber sido un novio tan terrible —
digo al acomodarme a su lado.
Desprende olor a tierra mojada y flores. Se siente familiar.
—En ese caso, también siento haber sido una pésima novia. —Deja a un
lado la situación con los chicos del club, lo cual aprecio.
Tengo que disculpame por una mala decisión a la vez.
—Supongo que no estábamos hechos el uno para el otro.
El comentario la hace reír.
—Nadie está hecho para nadie. Cambiamos constantemente y el amor no
es prefabricado. Se crea y se reinventa día a día. Tú y yo… —Se relame los
labios, pensativa—. Nosotros no estábamos dispuestos a que funcionara. En
el fondo, lo sabes. Nos usamos mutuamente: tú a mí para arreglar tus
errores y distraerte ocasionalmente de ellos, y yo a ti por esa misma
distracción y por una cuestión de aceptación paternal. Aunque deberíamos
incluir que te fui infiel.
—También te fui infiel.
Apoya las palmas en el piso y se inclina ligeramente hacia atrás.
—Tú no hiciste nada con Gretha mientras estabas conmigo —señala con
seguridad.
—Pero sentí cosas, ¿no es peor? —Le planteo lo mismo que me
cuestionó su hermanastra.
Sus ojos siguen el movimiento de una motocicleta que pasa por la calle.
Cuando el rugido del motor se convierte en un sonido lejano, sonríe de lado.
No como una persona feliz, sino como una que aprendió la cantidad de
problemas que se hubiera ahorrado si hubiera actuado de forma diferente.
Es una sonrisa de arrepentimiento, la que entregas cuando te percatas de la
irreversibilidad de algunas acciones.
—Lo único que sé es que la deshonestidad siempre termina en dolor.
Me pregunto si es algo que siempre supe pero no quise aceptar.
—¿Me odias? —curioseo.
Niega con la cabeza.
—¿Sabes qué amo de ti? —responde en su lugar.
—Dudo que sean mis mentiras.
—Claramente no amo esa parte. —Resopla con diversión—. Lo que amo
es que mires de verdad a las personas.
—¿Qué significa mirarlas de verdad?
—Hacerlo con interés. Como si por unos segundos, ellas fueran tu
universo entero. Las haces sentir especiales, les demuestras que lo son, les
enseñas la forma correcta de mirarse a sí mismas: con un amor
comprensivo. Más allá del lado agrio que tuviste, eres alguien dulce. Ese
tipo de dulzura no se encuentra con facilidad en un mundo como este,
Sawyer.
Quiero creer que quedan cosas buenas en mí y que soy más que los
tornados emocionales que causé, pero limpiar y reparar cada mente que
destruí parece un trabajo interminable. Con sus palabras, Cora me hace
pensar que es posible ver alegría en los rostros donde puse tristeza.
—No busco su perdón —aclaro—. Entiendo que no puedan dármelo.
Solo quiero que… estén bien.
—Lo sé, aunque creo que eventualmente casi todos te perdonarán.
Algunos podrían creer que Arlo o Liv entran en esa categoría, pero los
conozco lo suficiente:
—¿Gretha? —adivino.
Tal vez podría perdonarme por lo que la hice pasar, pero no por lo que
obligué a sus amigos a atravesar. Su empatía no se lo permitiría. Así que
saco la carta que tengo en el bolsillo y la deslizo hacia la pelinegra, quien
no la toma de inmediato.
—No deberías intentar recuperar un corazón roto —advierte al leer el
nombre de Gretha en el papel—. No es justo para ti y no es justo para ella.
Debes dejarla sanar primero.
Asiento pero no le digo que escribí exactamente lo contrario.
—No estoy seguro de que pueda recuperarla incluso cuando llegue a
sanar.
—Supongo que el tiempo lo dirá.
Apoyo una mano en su rodilla y le doy un ligero apretón a modo de
agradecimiento. Me impulso para estar sobre mis pies y empiezo a marchar,
pero sus palabras me detienen:
—Ella habló, ¿sabes? Pidió ayuda.
Cierro los párpados un segundo. Timmy me lo dijo a través de un
mensaje, pero aún así me golpea en el pecho oírlo de alguien más.
«Gracias».
«Gracias a quien sea o lo que sea que esté allá arriba. O a la nada».
«Gracias, Gretha».
Me giro hacia Cora. Parece que reemplazaron mi corazón por el de un
colibrí porque lo siento latir muy fuerte y rápido. Es el orgullo que no me
cabe en el pecho y se derrama a través de mis costillas, que ahora duelen.
—Al final, tu hermanastra te agradó —comento, porque si dijera lo que
siento mis piernas me impulsarían a través de esa puerta, escaleras arriba.
Cora toma la carta y me hace un ademán con ella para restarle
importancia.
—No me agrada. Solo la tolero.
Compartimos una pequeña sonrisa porque ambos sabemos que es una
mentira.
Recuerdo lo que hacías la primera vez que te hablé. Caminabas
alrededor de la piscina con tus botas de lluvia rojas. Supe al instante que tu
manera de hacerlo no era distraída, sino obsesiva. Sin embargo, fingí que
no entendía lo que ocurría.
¿Recuerdas lo que te pregunté?
«¿Necesitas que te ayude a buscar algo?».
Aunque por fuera sonó inocente, como si me estuviera ofreciendo a
buscar un pendiente, por dentro sentí cada palabra como una punzada.
Sabía que, si me lo permitías, tendría que ayudarte a buscar algo muy
difícil de reencontrar: la confianza en ti misma y en el resto de la gente.
El día que nos quedamos dormidos en el cobertizo hice algo malo. Me
levanté y fui a tu habitación porque necesitaba coraje para decirte la
verdad. Vi las cientos de fotos esqueléticas que tenías en la computadora a
modo de “motivación”, los cuadernos llenos de números que te daba la
balanza cada día y las tablas calóricas, los envoltorios de golosinas
escondidos debido a los atracones, el historial del navegador y cada
búsqueda dañina que hiciste, los blogs sobre Ana & Mía que frecuentabas
para que esas pobres chicas te alentaran a seguir así… Vi todo y me
sobrepasó. El peso del comentario que te hice en el partido de fútbol cayó
sobre mí y el impacto me aturdió. Volví a acostarme contigo y te abracé
fuerte.
Si antes sabía que debía contarte la verdad, luego de ese día se volvió
una prioridad. Sin embargo, fui un cobarde egoísta y manipulador que no
quiso perderte.
No hay justificación. Lo sé. Solo quiero que sepas que me aferré de
forma tan injusta a ti porque fuiste la primera persona con la que volví a
sentirme completamente visto y oído desde que murió Barbie.
Muchas calles llevan nombres de personas. Es una forma de agradecer y
no olvidar a quienes hicieron algo importante; los que marcaron un antes y
un después, sea en la pequeñez o en la enormidad de la vida humana.
Y si yo fuera una ciudad, mi avenida principal llevaría tu nombre.
Quisiera seguir caminando entre tus pensamientos porque son extraños,
trágicos y divertidos a la vez; introspectivos e insensatos, intensos y
frágiles, pura luz y un abismo en partes iguales. Me haces imaginar cosas
que jamás había imaginado y ver el mundo desde ángulos imperfectos pero
hermosos, listos para ser fotografiados.
No creo en el amor a primera vista, pero contigo es muy difícil no creer
en el amor a primera conversación.
Tal vez me acerqué a ti por los motivos incorrectos, pero me quedé por
los correctos: lo hice porque quería ayudarte a ser la persona que te
arrebaté esa noche. Porque me importas. Porque me preocupo. Porque te
quiero.
Creí que podía salvarte de todo, excepto de lo que sentía. Asumí que
tener el mundo en contra y defenderte de cada problema sería más sencillo
que removerme de tu vida. Sin embargo, me equivoqué. Ahora sé que no
puedo salvarte de nada, excepto de mí. Te tengo que contar la verdad y
dejarte ir, pero ¿cuántas personas saben que las dañan y aún así se quedan
entre ese par de brazos? ¿Cuántas otras son conscientes del daño que
hacen y deciden seguir haciéndolo? No quiero que tú seas de la primera
clase y tampoco quiero ser de la segunda.
Siento mucho dejarte con toda la inseguridad que te causé. La siguiente
persona a la que decidas abrirle la puerta deberá ser paciente porque
estarás indecisa; con un pie sobre el trauma y otro sobre la sanación, en
una lucha constante por desaprender la desconfianza que acarrea un
vínculo basado en mentiras.
Ojalá sepa(s) que vales la pena.
Porque lo vales, Gretha.
Tu forma de sentir y amar es (in)humanamente preciosa. Pierdo la
cabeza y el corazón cada vez que te pienso, te escucho y te veo. Cada vez
que te toco. Gracias por permitirme entrar a tu vida. El día que caíste en la
piscina, aunque yo me lancé por ti, fuiste tú la que me salvó a mí.
Llevabas una galaxia escondida en los ojos, pero ningún astronauta
estaba dispuesto a explorarla. Había demasiados agujeros negros en los
que caer.
Hasta hoy.
Supe que pediste ayuda.
Aunque no tengo derecho a estar orgulloso de ti porque fui el
responsable de todo, lo estoy. Recordaste que los astronautas nunca están
solos en el espacio. Viajan en equipos y el tuyo está ahí: listo para explorar
la oscuridad y apreciar la luz.
Sé que no puedo viajar contigo luego de lo que pasó, pero quiero pedirte
que bajes a la Tierra una vez más.
Necesito decirte algo en la cercanía antes de que te alejes para sanar.
Por favor, ven al último juego de fútbol este domingo.
Sawyer
¡Hola, mis pequeños paragüitas de chocolate! 🎅🏻 ¿Cómo están del 1 al

necesiten descargar? 🥺❤️


207? ¿Tienen alguna buena noticia que compartirnos? ¿Alguna mala que

1. ¿Qué fue lo más lindo de sus navidades? (Se vale decir la comida). 😂
😶
2. Comentarios/opiniones del cruce entre Sawyer y Bianca, Sawyer y
Cora y sobre la carta.
3. Oficialmente faltan 2 capítulos y el epílogo para decirle adiós a
CDLPR, ¿están listos? ¿Qué desean para el final? ¿Creen que todos
sanarán?

🥰
Empiecen el 2022 haciendo las paces consigo mismos, por favor. Lo
merecen.
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
40. Domar un dragón resentido

Seis días después…


—¿Los conejos son monógamos? —pregunta Timmy al detenerse en
medio del cobertizo con tres tazas de café entre las manos.
—No exactamente. —Arlo se detiene a su izquierda con los pulgares
enganchados en los bolsillos delanteros de sus pantalones. Le quitaron el
yeso hace dos días—. La frase «se reproducen como conejos», ¿no te
suena?
Me paro a la derecha del muchacho y le quito con gentileza una de las
tazas de café. Soplo el líquido mientras observamos a Camello saltar frente
a nosotros. Parecemos tres coches frenados en un semáforo, en la espera de
que una anciana cruce la calle.
—No son como las gaviotas —dice Liv desde su reposera de playa—.
Ellas forman una pareja y la conservan de por vida, a menos que una de las
partes muera. Además, tienen divorcios. En la comunidad el resto de las
gaviotas ven mal que una pareja se separe. Digamos que actúan como
señores y señoras de 1940 y dicen cosas feas a tus espaldas.
Timmy mira al conejo y suspira mientras Arlo le quita de la mano la taza
que le pertenece:
—Tienes suerte de no ser una gaviota, demonio. Parece que tu especie
está más evolucionada socialmente.
Entrelazo su brazo con el mío para guiarlo hasta su sillón reclinable
rescatado del basural. Cuando se deja caer, me acomodo en mi mecedora.
Creo que esas palabras son las más amables que le dedicó a Camello desde
que lo conoce.
—A mí me gustan los ratones de campo, las grullas de cola blanca y los
caballitos de mar. —Arlo recoge con la mano libre a su mascota—. Son tan
monogámicos que cuando uno muere es probable que el otro se deprima, se
enferme y se muera también. Es un amor trágico, como el de Romeo y
Julieta.
—Tú y tus almas gemelas… —Liv rueda los ojos, pero reprime una
sonrisa.
Esto se siente corriente. En realidad, incluso mejor. Es como una
normalidad nueva y más cómoda. Durante los segundos que me pierdo en el
pensamiento, mis amigos se preocupan. Cuando vuelvo a observar a mi
alrededor, tengo todos los ojos sobre mí.
Una de las partes más difíciles de pedir ayuda es que, una vez que lo
haces, corres el riesgo de que te sobreprotejan. A pesar de que saben que
confías en el resto lo suficiente como para hablar, la culpa y el miedo se
apodera de ellos y sus mentes se convierten en una alarma averiada cuyo
pitido suena ante el más mínimo cambio.
—No estaba pensando en Sawyer —aclaro antes de darle un sorbo al
café.
Entonces, lo quiero escupir.
Le pusieron azúcar.
—Lo-lo siento —se apresura a decir Timmy al verme con las mejillas
infladas—. Me equivoqué. No quise obligarte a…
Trago el líquido y niego con la cabeza para calmarlo. Arlo prueba su café
y, luego de tragar, se lo pasa a Liv. Yo hago lo mismo con el mío, hasta que
cada uno tiene el que le pertenece.
Los hábitos no se desaprenden de la noche a la mañana. Algunos, jamás.
La Gretha de hace una semana se obsesionaría con ese trago de café
endulzado con azúcar en lugar de edulcorante. Sin embargo, esta Gretha
decide —o más bien intenta— no pensar tanto ni darle importancia a las
pequeñeces.
—¿Iremos al juego mañana? —pregunta un dubitativo Arlo para
dispersar la tensión, aunque tiene el efecto contrario.
Sawyer les pidió a través de un mensaje que también vayan al juego.
—No hace falta que hables en plural. Si ustedes quieren ir, vayan.
—Entonces permíteme reformular —interviene Liv—. ¿Tú irás?
Me encojo de hombros. En otra ocasión ni siquiera me lo habría
planteado, pero aprendí que no tengo que decir que sí solo porque el resto
me pida algo.
Hace dos días estaba por acostarme a dormir cuando deslizaron una carta
bajo la puerta de mi cuarto. Esperé hasta que los distintivos pasos de Cora
se desvanecieron en el pasillo para recogerla.
Cuando lo hice, todavía sin abrirla, me largué a llorar.
Me di cuenta de que contuve el llanto por tanto tiempo que ahora las
lágrimas son inquilinos constantes en mis mejillas. Lo peor de retener el
dolor es que, cuando lo sueltas, corre de forma descontrolada. No te avisa
cuándo te asaltará y hasta la acción más insignificante —quedarte sin papel
higiénico, romper una taza, escuchar la voz de alguien— puede
desencadenar en el peor de los desconsuelos.
Nunca me habían escrito una carta. Siempre creí que, si algún día recibía
una, sería del tipo que yo regalaría. Sin embargo, la suya fue sobre desamor
a pesar de todas las palabras conmovedoras que contenía. Fue un adiós
hecho de tinta y una disculpa acunada en papel.
Me erizó cada vello del cuerpo. Lo odié por la mentira y lo amé por la
verdad, pero ¿qué haces cuando ambas realidad coexisten en el cuerpo de
una persona?
—Greth… —Me llama la atención Arlo al sentarse en su silla de
camping con Camello en el regazo.
Inhalo hondo. Estamos practicando esta parte: ellos escuchan y yo hablo,
pero lo hago sin morderme la lengua. Por más horribles que sean mis
pensamientos, los digo en voz alta.
—A veces tengo el impulso de escribirle todas las cosas que hizo y me
dolieron. —Muevo la cuchara de un lado a otro en la taza—. Le quiero
explicar lo que se siente que te partan el corazón e incluso así debas
quedarte a seguir amando porque no te dieron otra opción; porque la
persona en la que más confiabas, la que juró que te protegería de cualquier
cosa que pudiera lastimarte, se calló y no te advirtió que no podría
devolverte el amor de la misma forma en que lo dabas. Y, cuando por fin
habló, ya fue demasiado tarde porque tus sentimientos se habían enterrado
en la irreversibilidad de una mente alimentada con puros cuentos de hadas.
—Niego con la cabeza porque me siento tonta y avergonzada de confesarlo
—. Quiero decirle que me arruinó y que ahora estoy estancada porque,
cuando sane, no podré sentir nada por alguien más, pero tampoco podré
fingir que él es un príncipe azul. ¿Y saben qué es lo peor? Que siempre
hago todo lo posible para que cada persona tenga el cuento que quiere.
Especialmente, lo hice para que él lo tuviera. Ojalá se hubiera esforzado en
hacerme feliz como yo me esforcé en hacerlo sentir el protagonista de todas
las historias con las que fantaseó.
Ojalá no hubiera sido él la persona que me gritó en el campo ni la que
arrastró a mis amigos a un agujero negro emocional.
—¿Está mal que sienta tanto resentimiento? —susurro.
Liv levanta la mirada hacia la guirnalda de cumpleaños que hay sobre
nuestras cabezas. No quitamos la decoración, sino que la modificamos.
Todas las frases que contenía el frasco ahora cuelgan con un broche de
dicha guirnalda. Son como prendas de ropa secándose al aire libre. La idea
no dicha fue de Timmy. Cuando colgó la primera, nos unimos para ayudarlo
a colgar el resto.
Creo que es una metáfora tangible: lo que antes estaba oculto, ahora está
expuesto, como nuestros problemas.
—¿Estaría mal si nosotros lo sintiéramos? —pregunta Arlo en su lugar, y
en cuanto nuestras miradas se cruzan demuestra su punto—: Exacto. Nos
dirías que es normal. Entonces, también está bien si lo sientes tú.
La muchacha de rizos señala con el índice un papel sobre la cabeza del
chico. Este alza a Camello en la espera de que muerda la frase, como si
fuera el brazo de una máquina expendedora.
—No está tan entrenado —digo y reímos.
Sin otra opción, estira el brazo. Al bajarlo, lee:
—«Todos dicen que el rencor es malo, que te mata por dentro, pero un
poco de rencor nos recuerda qué nos hizo lo que somos. Se puede vivir sin
perdonar una cosa, se puede querer a alguien a pesar de no aceptar una
decisión que haya tomado. No todo tiene perdón, pero todo tiene una forma
de seguir adelante a pesar de eso». —El conejo se revuelve en su regazo—.
De La noche que Salmeé corrió las estrellas.
Dejo de revolver el café y doy un sorbo al tiempo que dos personas
hablan a la vez:
—Desacuerdo —dice Liv.
—Coincido —asegura Timmy.
La chica sopla un rizo fuera de su rostro y se lleva la taza de porcelana al
pecho.
—Si tu vida se reduce a rehacer mentalmente la misma situación del
pasado una y otra vez, sin que esta te genere más que odio, ¿no es un
desperdicio? —Sus rasgos se suavizan y creo que piensa en su trastorno y
en lo acostumbrada que está a repetir, repetir y repetir—. ¿No te
imposibilita vivir con tranquilidad? ¿No te pudre por dentro y se esparce
hasta adueñarse de todo?
—Tal vez lo hace si lo único en lo que piensas es en eso —interviene
Arlo—. Creo que hay diferentes grados de rencor. ¿No les pasa que están
bien durante mucho tiempo y, de vez en cuando, recuerdan una situación
que les dio rabia? No de forma constante, pero ¿no es normal sentir ese tipo
de emoción durante períodos? Solemos llorar por cosas del pasado y nadie
dice que está mal. Así que… —Observa a Camello caminar sobre su brazo,
aferrándose a la tela de la sudadera, hasta acomodarse entre su hombro y su
mejilla—. ¿Por qué no podemos, cada cierto tiempo, estar resentidos?
Todos lo estamos, al menos un poco. Por eso cuando discutes con alguien
vuelven a tu cabeza todas las cosas que quieres reprocharle, no solo la de
ese argumento en particular.
Me pregunto si estará pensando en su madre.
—¿Y si la existencia de ese resentimiento, por más pequeño que sea,
tiene un impacto en tus relaciones actuales? —Roto la taza entre mis manos
e intento encontrarle una forma al humo que emana de ella—. No sé si es
sano lanzar una bomba de reproches cada vez que explotas.
—No será sano, pero es humano. —Timmy me regala una sonrisa triste.
—Y difícil de sobrellevar —sigue Liv—. Tal vez no la lances por miedo
a lastimar a otro, pero te la guardas y al final implosionas. El rencor es esa
bomba y la única forma de evitar los destrozos es aprender a desactivarla
con el perdón.
—Aunque eso no quita que, en el futuro, se vuelva a activar por lo que te
haga otra persona. —Timmy se limpia la nariz con la manga de su camiseta
—. No puedes esquivar el resentimiento para siempre. Incluso si lo sanas
hoy, tal vez seas herido mañana.
—«¿Cuánto es para siempre? A veces, solo un segundo» —cita Arlo y
me derrite un poco el corazón porque es una frase de Alicia en el País de las
Maravillas, la película favorita de Cora—. Puede que solo debamos ir una
amenaza de bomba a la vez.
Los bigotes del conejo le rozan la mejilla y lo hacen reír. Timmy se
inclina y, para sorpresa de todos, acaricia el pelaje blanco.
—Pues Sawyer ya hizo explotar una —dice entre la diversión y la tristeza
—. Según Patricio, la explosión fue tan fuerte que le levantó la falda hasta
al mismísimo Jesús.
—Es verdad, pero tal vez sea más fácil avanzar con una disculpa de por
medio —ofrece Liv.
—Él se disculpó muchas veces la noche que confesó y eso no cambió lo
que sentí —reflexiono al tiempo que mi teléfono vibra ante una
notificación.
Es un email.
De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Te amo, mi pequeña lectora
Hay una frase muy popular que suelen decir en las series de televisión:
«Tu dolor es mi dolor».
Estoy tan seguro como que necesito escribir para respirar, que la
persona que la inventó fue un padre o una madre.
Tal vez no entienda cada curva del problema —su intensidad, su
profundidad, sus consecuencias—, pero sé que es un círculo vicioso que se
repetirá hasta que lo rompas. Quisiera destruirlo con mis propias manos,
pero no puedo. Sin embargo, sé que eres lo suficientemente fuerte para
hacerlo.
Conviviste con un dragón hecho de pensamientos que en lugar de escupir
fuego lanzaba palabras hirientes.
Es hora de domesticarlo, hija.
Tal vez esperabas que te dijera que debías matarlo. Pues esa no es la
forma en que funciona la vida. No aniquilamos el dolor. A veces lo
sedamos, otras veces lo dejamos fluir, en muchas ocasiones permitimos que
nos controle y en otras somos nosotros los que lo controlamos. Tú debes
aprender a hacer lo último. No podrás borrar lo que pasó, pero aprenderás
a contarlo en voz alta para salvar o acompañar a alguien más.
Siento muchísimo haber estado metido entre páginas. Los lectores
olvidamos que la ficción, aunque es una herramienta que nos ayuda a
crecer, puede absorbernos y hacernos olvidar de que tenemos una vida en
el mundo real, esa donde tenemos que implementar lo que aprendemos.
Estaba tan obsesionado con las palabras que no supe interpretar los
silencios.
Lamento no haberme dado cuenta. Sé que te parte el corazón que las
personas sientan culpa, pero es inevitable.
En cuanto aterrices, te abrazaré tan fuerte que ni cientos de explosiones
estelares podrán alejarte de mis brazos.
Con galaxias de amor, Fisher 1.
—¿Estás bien? —pregunta Liv al ver que me quedé callada.
Asiento y le paso mi teléfono para que lea.
—Se ve que papá tiene todo listo para recibirme en Malibú.
Si alguien me preguntara qué fue lo más difícil que hice, diría que pedirle
ayuda a mi mamá. Estaba preocupada cuando la hice sentarse frente a mí en
la mesa. Sus ojos no dejaban de ir y venir entre Cora y yo.
Sostenerle la mirada a un ser humano que te ama y confesar que no te
amas a ti mismo es romperle el corazón con palabras. La persona no puede
comprender cómo eres incapaz de sentir amor por alguien que ella
protegería hasta con su último aliento. La impotencia llega cuando se
percata de que es capaz de salvarte de todo, menos de ti mismo.
Repetir lo que me pasaba no fue más fácil que la primera vez. La
confesión pesó tanto que ni la mano de Cora pudo sostenerme. Me quebré
en la primera sílaba y, aunque pasó una semana, todavía siento la fractura
cada vez que mi madre me abraza, porque lo hace con culpa, cariño y como
si estuviera hecha de cristal.
Mi hermanastra habló cuando las lágrimas me impidieron respirar. Le
contó que ella era la dueña de ese test de embarazo que me metió en
problemas. Creo que esa fue la parte que más le dolió a mamá, recordar
nuestra discusión en la gasolinera y no ver indicios de que se trataba de una
mentira que cubría un problema más grande.
Sin embargo, no le conté todo.
No quiero que alguien más odie a Sawyer. Además, hay cosas —detalles
del infierno— que estoy dispuesta a hablar con alguien más, pero no con
ella porque sé que cada oración le duele. Como dijo papá, quienes te dan la
vida sufren más que cualquiera.
A él no pude contarle absolutamente nada por correo. Mi madre tuvo que
llamarlo. Entonces, se les ocurrió que tal vez debería irme a Malibú por
tiempo. Dicen que hay una buena clínica de salud mental cerca de la playa.
Comenzaré a ir al psicólogo y al nutricionista cuando me instale.
Para ser honesta, el crédito no es del todo de ellos, sino de Cora y el
doctor Brown.
«Aunque por fuera parezcamos plantas individuales, por dentro nuestras
raíces se topan y enredan con las de alguien más. Mientras sigas entrelazada
a los problemas ajenos, no podrás desenredar y ocuparte de los tuyos. Si
quieres florecer, necesitas tierra fértil. Sol. Agua. Todo eso solo para ti,
Grethalyn», dijo ella.
«Un lugar…», empezó mi padrastro, reflexionando sobre las palabras de
su hija. «Un lugar donde te marchitaste no es un buen sitio para comenzar
de nuevo. Es decir, es posible, pero será más difícil».
—Será tan extraño no tenerte en la graduación. —Liv estira su manga
hasta que cubre sus dedos y limpia la pantalla de mi teléfono, sin poder
evitarlo.
Terminaré la escuela de forma online. También me saltaré todos los actos
escolares y las fiestas. No estoy lista, y espero no estarlo nunca más, para
fingir que estar en medio de una multitud de personas no dispara mi
inseguridad con un ataque de pánico y ansiedad.
—Podemos hacer una gigantografía de Gretha y sacarnos fotos con ella
—ofrece Timmy.
—O podemos no asistir en absoluto. —Arlo le rasca la barbilla a Camello
mientras termina su café de un trago.
Ninguno quiso volver a pisar el instituto por distintos motivos desde que
la bomba Sawyeriana explotó —aunque antes de eso tampoco queríamos—.
Sin embargo, vamos por obligación y casi arrastrándonos. No sé si ellos
esquivan a Sawyer o hablan con él, y tampoco quiero preguntar.
Por mi parte, huyo cuando él aparece. Para mi suerte, no insiste.
Aunque tenemos nuestras sospechas, no sabemos con certeza qué
sucedió. Sin embargo, un entrevistador de Yale a contactó Liv luego de que
sus notas fueran modificadas y recibiera recomendaciones de varios
docentes que ella no había solicitado. Esa no fue la única sorpresa de ese
día: por la mañana, Arlo se había levantado debido al sonido de las sirenas
de una patrulla. Bianca había ido a buscarlo a su casa, acompañada de la
policía, luego de haber hecho una denuncia.
Su padre no fue detenido, pero están investigando el caso y fue
suspendido de su trabajo hasta que la justicia proporcione un veredicto. Un
tal Bill Shepard se hizo cargo del equipo de fútbol, cuyo último partido
sigue en pie para mañana.
Arlo pasa más tiempo en mi casa que en la casa de su madre, pero ella no
se lo reprocha. Con todo lo que está sucediendo, lo que menos quiere es
presionarlo, aunque se nota que está más presente. A veces él llega con la
vista cristalizada luego de hablar con ella.
Bianca no trabaja más en la escuela. Presentó su renuncia, aunque
algunos dicen que habría sido despedida de todas formas porque el viejo
rumor de que se acostó con un alumno volvió a pasar de boca en boca.
Según Arlo, le confesó al padre de Sawyer, quien es el director, lo que había
pasado entre ella y su hijo. Ofreció presentarse en la comisaría, pero
Sawyer se reunió con ambos y los convenció para que no hicieran nada.
Sospecho que lo hizo para que Arlo no caiga en manos de un asistente
social, lo que ocurrirá si ambos de sus padres están bajo la lupa de la corte.
También asumo que tomó responsabilidad al decir que tenido relaciones
sexuales consensuadas, aunque sigue siendo un tema debatible por su
minoría de edad.
—Tal vez podríamos hacer nuestra propia graduación —sugiero—.
Podrían quedarse unos días conmigo en Malibú, ¿no?
—Suena como vacaciones y las necesito. —Liv nos sorprende al ser la
primera en aceptar en lugar de negarse de forma automática al decir que
debe estudiar—. Cuenta conmigo.
—¡Y conmigo! —Timmy alza la mano como si estuviéramos en un salón
de clases.
—Y con nosotros. —Arlo juega con los bigotes de Camello.
Soplo mi café para disimular mi sonrisa.
No sé qué sucederá con Sawyer, pero sé que esta parte del club seguirá
unida, aunque admito que me da curiosidad pensar si en el futuro existirá
alguna manera de que él vuelva a ser un miembro.
Como dijo el libro, no todo tiene perdón, y aunque no sé si pueda dárselo,
todo tiene una forma de seguir adelante a pesar de eso, sea mejor o peor.
Mañana lo descubriremos.
¡Hola, mis desesperados paragüitas! 😂 No los hice llorar desde el año
pasado, así que tenía que volver. ¿Cuántas veces soltaron lágrimas en lo que

multifruta?🧃
va del 2022? ¿Fueron de alegría o de tristeza? ¿Jugo de naranja o

1. ¿Ustedes creen que todo, hasta lo más atroz, se puede perdonar? ¿Han
perdonado cada cosa que les hicieron a ustedes o a alguien que querían?
😻
2. Tu escena, frase o parte fav del cap
3. ¡Nos queda un capítulo y el epílogo! ¿Creen que lo que haga Sawyer

incluida Gretha?😰
será lo suficientemente significativo para ganarse el perdón de todos,

Con amor cibernético y demás, S.❤️ 🤣


Confirmen si son este cuando hay chisme.
41. Último paraguas roto: Sawyer

Algunos creen que el miedo nos hace débiles.


Negarles que es verdad sería mentir. Sin embargo, olvidan que aquello
que nos paraliza también puede ser el empujón que necesitamos para hacer
frente a lo que nos hace temblar. A veces es la desesperación de estar en la
oscuridad la misma que te da fuerzas para ponerte de pie y buscar la luz,
porque ya no puedes seguir en las sombras y necesitas comprobar por ti
mismo dos cosas: que no pueden lastimarte de verdad a menos que tú se los
permitas y, aún más importante, que las dejarás atrás a medida que pongas
un pie frente al otro.
Solo podemos madurar y crecer como personas si atravesamos el miedo.
Rodearlo es un atajo que te deja en un callejón sin salida y te obliga a
volver sobre tus pasos, hasta quedar de nuevo frente al problema.
Esta es la primera vez que estoy en el campo de fútbol desde el año
pasado. La ansiedad me hace transpirar. Las gotas de sudor nacen en mi
nuca y recorren mi columna aunque haga frío y esté abrigada.
Liv, que camina frente a mí, me toma de la mano para guiarme a través
de la multitud, hasta unos asientos vacíos cerca del final de las gradas. Su
tacto es cálido y me recuerda que no estoy sola. Mientras veníamos en la
camioneta de Arlo, él también me tocó, puso su mano sobre mi rodilla al
verme observar la calle, nerviosa. Cuando nos bajamos, Timmy rodeó mi
cuello con una bufanda de Hufflepuff, que, según él, sus hermanas querían
que tuviera.
Cada uno supo que este sería un momento difícil para mí y me
expresaron su apoyo con los gestos más simples pero significativos, sin que
debiera decirles nada porque ya se los había dicho todo.
Me sentí —me siento— tan acompañada.
No podemos evitar los derrumbes emocionales, pero si alzamos la voz
seremos capaces de reconstruirnos más rápido porque quienes nos quieren
nos ayudarán a levantar los ladrillos. También se quedarán para ayudar a
sostenerlos si el castillo es atacado, mientras nosotros salimos a enfrentar la
batalla mental que nos corresponde.
Cuando tomamos asiento, la multitud se pone de pie y vitorea porque el
equipo de la escuela acaba de aparecer bajo los reflectores del campo. Los
muchachos son recibidos con aplausos extasiados. Las porras se agitan en el
aire mientras las animadoras saltan. Siento una pequeña opresión en el
pecho al recordar lo que se sentía estar ahí, frente a los espectadores. Giro
la cabeza con lentitud y examino los alrededores. Nadie me está prestando
atención. No hay un solo par de ojos sobre mí.
«No lo recuerdan. No te reconocen. Nadie te dirá nada. Exhala, Greta»,
me recuerdo.
Entonces, me corrijo:
«Y si lo recuerdan, no pasa nada».
Es curioso que todos estemos constantemente avergonzados por algo,
como si el resto no lo estuviera también. Mientras me preocupo por si la
chica a un metro de mí me señalará, ella tal vez se preocupa por si yo la
señalaré. El miedo te aísla en una burbuja y nos convertimos en una
comunidad de personas encerradas que levitan alrededor del mismo centro:
el temor de ser juzgados.
Lo difícil es darse cuenta de que nadie explotará dicha burbuja por ti.
Tienes que ser valiente y reventarla.
«Explótala, explótala, explóta…».
El entrenador hace sonar su silbato y todos los jugadores, tanto del
equipo local como del visitante, dejan de celebrar la inauguración del
partido. Las sonrisas se borran de sus rostros. El ruido de la multitud
desciende hasta convertirse en murmullos desconcertados cuando los
muchachos se paran hombro contra hombro, formando una línea como si
fueran soldados en la espera de una orden de su general.
—¡Permiso, permiso, chico de las palomitas pasando! —chilla alguien,
rompiendo la tensión.
—¡Shhhh, Patricio! —reprocha Timmy antes de hacerle una seña para
que se acerque, se siente y cierre la boca.
Toma asiento a mi lado y, con los dos baldes de palomitas sobre sus
muslos, se inclina sobre mi regazo y el de Liv para decirle a Timmy:
—Lo siento, tenía hambre. ¿De qué me perdí?
Antes de que cualquiera pueda responderle, Sawyer atraviesa el campo
con algo en su mano.
—Díganme que no tendrá un gran gesto como en esas pelis cursis. —Liv
se pasa ambas manos por el cabello y sus dedos quedan atrapados entre los
nudos y los rizos—. Lo mataré si dice nuestros nombres.
—Creo que eso es exactamente lo que hará. —Timmy suena intrigado a
pesar de la afirmación.
—Patricio, pásame las palomitas —murmura Arlo. El balde va de mano
en mano hasta llegar a él. Cuando sus dientes destrozan el primer maíz,
Sawyer se detiene—. ¿Qué rayos tiene en la mano? —indaga con la boca
llena.
Mi corazón late tan fuerte que empieza a dolerme el pecho.
—Es un paraguas —susurro.
—¿Dan lluvia para esta noche? —pregunta el inocente novio de Timmy.
Sawyer lo abre.
Está roto. Lleno de agujeros.
Nadie entiende qué sucede.
—Ay, hermano, te mojarás un poco con esa cosa —le dice Patricio a
pesar de que no puede oírlo, antes de que Timmy lo mande a callar otra vez.
Los jugadores se quitan los cascos, se hincan en una rodilla y los apoyan
sobre el césped antes de empezar a quitarse las camisetas. Sin embargo, no
hay piel bajo ellas, sino otra prenda de ropa: cada uno lleva una musculosa
blanca y lisa, escrita con aerosol.
Reconozco el puño y letra de Sawyer en cada una por la carta que me
hizo.
Un jugador tiene la palabra «homofobia» escrita a través del pecho.
«Miedo» cruza otro de forma vertical.
Bullying. Respeto. Depresión. Familia. Tiempo. Salud mental.
Alcoholismo. Empatía. Bulimia. Amistad. Duelo. Autoestima. Terapia.
Aprecio. Odio. Desamor. Compañerismo. Drogadicción. Voluntad.
Egoísmo. Presión social. Ayuda. Racismo. Sistema de apoyo. Abuso sexual.
Injusticia. Amor. Anorexia.
Y más, y más y más…
Los jadeos son ahogados y la muchedumbre se sume en un silencio tan
sepulcral que simula que todos han dejado de respirar. No se oyen los
grillos o el viento. Los jugadores rompen el mutismo cuando vuelven a
ponerse sus cascos y, cabizbajos, se dividen: algunos van a la banca, otros
marchan hacia sus respectivas posiciones. Hacen el volado en susurros. El
silbato parece ser el único ruido hecho desde hace meses.
Arranca el juego y el público no ha dicho ni una sola palabra.
La presión social taclea a la amistad, pero la amistad le da una lección a
la depresión.
El tiempo ayuda a derribar el duelo, pero el duelo se desquita con la
familia y debe intervenir la terapia.
La injusticia gana sobre el abuso sexual, pero el sistema de apoyo se lo
carga.
El amor se enfrenta a la homofobia y le gana, pero el racismo aparece
para derribar a ese amor.
El bullying se lanza contra la salud mental, pero la voluntad triunfa sobre
la drogadicción y el compañerismo le da la mano al alcoholismo.
La anorexia derriba la autoestima, pero la autoestima se pone de pie. Y,
aunque es tacleada una y otra vez, vuelve a incorporarse.
Las personas a mi alrededor están conmovidas. No hay combinación de
palabras que no haya sido hecha en el campo. La lucha mental de cada ser
humano se hace tangible. Vemos el forcejeo, el roce, el golpe y el colapso;
cómo a veces perdemos una batalla, pero ganamos otra; cómo nos
enfrentamos sin parar a un problema y este nos da una paliza día tras días,
hasta que nos hacemos más fuertes que él; cómo peleamos solos, pero
también cómo lo hacemos cuando alguien nos ayuda, y la forma en que
todos esos problemas se dan el simultáneo entre los humanos. Cómo nos
cubrimos la espalda. Cómo la damos. Cómo intentamos protegernos a
nosotros mismos y al resto, sea que lo logremos al final o no.
No hay una victoria o una derrota definitiva porque las palabras han sido
asignadas de forma aleatoria. En el equipo ganador está el racismo y el
egoísmo, pero también la empatía y el amor. Me doy cuenta de que, en el
próximo juego, tal vez ganen el respeto, la bulimia, la familia y la
depresión. Todas las combinaciones muestran que vivimos en una lucha,
tanto grupal como individual, constante.
Podemos vencer, ser vencidos y vencer otra vez. O no.
Sawyer recreó lo que pasa por nuestras cabezas en una metáfora que hace
a la gente llorar. Temblar. Abrazarse. Besarse. Callarse. Celebrar. Algunos
se ponen de pie y se van porque no lo soportan. Cada persona reacciona de
forma distinta, pero todos tenemos algo en común: nos afecta.
Él sigue ahí, de pie bajo el paraguas. Entre la gente, sus ojos encuentran
los míos. Es como cruzarte en la calle a un amigo que no ves hace mucho
tiempo: no sabes si este te saludará o te evitará. No tienes idea de cómo lo
hace sentir volver a verte.
Trago saliva. No le sonrío, aunque él me obsequia una débil sonrisa que
transmite un último «lo siento» antes de dar media vuelta y marchar.
Voy tras él.
El ligero golpeteo de la llovizna acompaña mis pasos a través de la
entrada de la escuela. La mayoría sigue en el campo de fútbol, pero yo ya
no tenía nada que hacer ahí.
—Esa no fue una disculpa.
Dejo de caminar. Todavía sostengo el paraguas abierto sobre mi hombro.
—Lo sé —contesto al dar media vuelta.
El charco sobre el que está parada refleja el rojo de sus botas de lluvia. El
color de su falda y su pila de suéteres en los cuales esconde las manos se
oscurece al absorber el agua. Debe sentir el peso de la ropa de la misma
forma en que yo siento el peso de sus ojos sobre mí.
—Fue mejor que una —susurra.
Siempre supe que había personas especiales en el mundo porque mi
hermana era una de ellas. Lo que jamás creí luego de enfrentar el duelo, era
que otra aparecería en mi vida tan pronto.
No tengo idea de si la vida funciona como un libro terminado sobre el
cual no tenemos poder para cambiar la historia: tal vez hay un escritor
omnipresente o cósmico que ya dictó cómo sería nuestro camino y, al ser
personajes de su novela, no sabemos qué ocurrirá en la siguiente página
hasta que la leamos. O puede que ese autor seamos nosotros, escribiendo a
medida que vivimos, topándonos con otros escritores y convirtiéndonos en
coautores por un rato.
Sea cualquiera de las opciones, estoy agradecido por haberme encontrado
con Gretha.
Si llegamos a ser coautores en la brevedad de unos capítulos y cada uno
debe seguir escribiendo por separado, espero que cuando cuente sobre mí
pueda tener la seguridad para escribir que me cambió porque me hizo
percatar de que todavía había preguntas por hacer y contestar, cosas
hermosas por ver, oír y sentir, e, incluso más importante, me recordó que
tenía ganas de vivir de verdad, no solo estar aquí.
—Aunque eso no borra lo que hice —digo, porque aunque quiero
sentirme bien, debo tener presente que no debería hacerlo.
—No lo hace, pero acabas de demostrar que te importa. —Empieza a
acercarse—. Que aprendiste. Que te duele. Sé que lo hace, Sawyer. Sé que
te destroza porque lo noto en tus ojos, pero también vi los de ellos. No lo
olvidarán, pero te perdonaron.
—¿Y tú? —Hago desaparecer los pasos que nos distancian, hasta que
estamos a solo uno.
Algunos mechones de su cabello se han pegado a sus mejillas,
enmarcando la mirada compresiva y rota que me da. Sus ojos se cristalizan
y mi pulso se acelera.
No quiero tener que decirle adiós.
—¿Sabes…? —dice con un hilo de voz al levantar la mano. Apoya su
índice sobre uno de mis nudillos, que palideció por sostener con tanta
fuerza el mango del paraguas—. ¿Sabes por qué no aceptamos estos en el
club?
Inhalo hondo. La garganta me quema por las lágrimas.
—Es estúpido, pero como lo dice la palabra, los paraguas paran el agua.
—Ríe y ahora su mano envuelve la mía. Su tacto me hace sentir como el
placer de caminar bajo el sol una tarde de mucho frío—. El día que conocí a
Arlo, a Liv y a Timmy, también llovía. Es más, estábamos en este mismo
lugar. —Observa con nostalgia el cielo gris y luego los alrededores—. Les
pregunté si querían venir al cobertizo. Al principio, creo que todos
pensamos que sería a modo de distracción, pero eso no hubiera servido por
mucho tiempo… Porque si quieres estar realmente cómodo contigo mismo
y con los demás, primero debes tener conversaciones incómodas. Difíciles.
Dolorosas. Debes permitirte ser vulnerable, porque de otra forma siempre
vivirás parcialmente en los sitios más oscuros de tu mente, en lugar de parar
allí de visita solo cuando algo te lastima.
»Y si queríamos ayudarnos, teníamos que dejar los paraguas de lado. Nos
teníamos que empapar de tristeza, confiando en que el sol saldría y nos
secaría. Nos teníamos que ahogar en lágrimas. Nos teníamos que dejar
afectar por el mundo en lugar de intentar protegernos inútilmente del dolor,
porque este te rodea y encuentra su forma de alcanzarte eventualmente. —
Abre su palma bajo uno de los agujeros del paraguas para probar su punto
—. Así que… ¿Por qué no aprender a bailar bajo la lluvia? ¿Por qué temerle
a algo que te ayuda a crecer? ¿Por qué no dejar que te limpie las heridas?
Aprendimos que no había que parar el agua. Había que dejarla fluir. Por eso
no se aceptan paraguas en el club.
—Mi hermana decía que cuando las personas lloran, se convierten en
paraguas rotos.
Sonríe de lado y se encoge de hombros con dulzura.
—Por algún lugar se empieza, ¿no?
En los últimos días me he abierto mucho a raíz de que la verdad salió a la
luz, pero no lo suficiente. No como para compensar lo que callé. No de
forma voluntaria. Gretha tiene razón al decir que todavía no me permito ser
vulnerable. La realidad es que, aunque ellos sepan algo de mí, sigo siendo
un extraño en comparación a todo lo que compartieron conmigo. No me
conocen porque la mayor parte del tiempo he estado ocultando algo.
—Algún día podrás soltar el paraguas. Cuando lo hagas, serás bienvenido
al club —añade—. Siempre tendrás un lugar en él, Sawyer.
Ahueca mi mejilla y ya no aguanto las lágrimas. Debe atraparlas con el
pulgar en la caricia que me hace.
—¿Crees que algún día podremos tener la historia de amor que
queríamos? —pregunta.
Ojalá.
Nunca fui alguien que deseó mucho, pero siempre tuve la esperanza de
encontrar la complicidad de un amigo, la incondicionalidad de una familia y
el deseo de un amante fundidos en el amor de una persona. Lo que jamás
tuve en cuenta es que los obstáculos, aunque no sean imposibles de
atravesar, requieren de tiempo, y que cada persona debe recorrer un sendero
a solas antes de llegar al punto donde puede hacer equipo con otro.
Él tiene que hacer su carrera por un lado; yo, por el otro. Quizás nos
podamos reencontrar en la línea de llegada, descansar y embarcarnos en la
siguiente aventura, pero es imposible tener la certeza de que sucederá.
Tampoco deberíamos pensar en eso porque todavía hay un largo camino por
recorrer, aunque el ser humano no es capaz de concentrarse solo en el
presente.
—No lo sé, lo siento.
La sinceridad desata la impotencia y se me cristaliza la vista. Sin poder
aguantarlo, envolvemos los brazos alrededor del otro y dejamos que la
lluvia ahogue el llanto.
—No pidas perdón, por favor. No es tu culpa. —Acaricia mi cabello.
Llega un punto donde no me puedo calmar y me falta el aire.
Siento la calidez de su respiración en mi cuello. Inhala profundo y exhala
lentamente, invitándome a que lo imite. Cierro los ojos y aprieto los labios
para no sollozar tan fuerte, pero es inútil. Cuando inspira mi pecho sube
contra el suyo y cuando suelta el aire logra secar las lágrimas que
recorrieron el trayecto de mi rostro hasta mi clavícula. Poco a poco logra
tranquilizarme y, cuando la tristeza vuelve a atacarme, repite la acción. Con
gentileza me susurra que respire, que lo siente, que todo estará bien, que
sanaré.
Es el tipo de abrazo que te desarma y reconstruye, que empeora y alivia,
que no dice una cosa y dice miles a la vez, que de alguna forma sentencia
un final e inaugura el comienzo de algo distinto. Es el abrazo que no
quieres, pero debes dar; lo último que deseas es soltar a la persona por
miedo a lo que sucederá.
—Te amo tanto que ya no sé cómo dejar de hacerlo —confieso.
—Yo tampoco, pero lo último que querría es saber eso, e incluso si
supiera cómo parar, no lo haría. —Ahueca mi nuca y me besa la frente una,
dos y tres veces. Una cuarta y una quinta antes de mirarme a los ojos—.
Encontrarte en la inmensidad de este mundo fue un privilegio que no
merecía, aunque fui egoísta y decidí creer que sí.
El viento hace que un mechón húmedo cruce mi rostro y lo acomoda
detrás de mi oreja.
—Prometo no volver a ser esa clase de persona. Seré alguien de quien
puedas estar orgullosa —asegura—. Por ti, por los chicos, por mi hermana,
por mí.
Doy un paso atrás, aunque no quiero alejarme.
—Sé que lo lograrás, exnovio de Cora.
Compartimos una última sonrisa a través de la lluvia.
—Adiós, hermanastra de Cora —susurra—. También te amo.
Se queda solo, bajo un paraguas roto.
¡Hola, mis pequeños paragüitas wattpadianos! 🧡 🤧
¿Cómo se sienten
después de leer este capítulo? ¿Les tengo que pagar la terapia?
🥺
1. Parte, escena, frase o momento fav del cap.
2. ¿Alguna vez tuvieron que decirle adiós a alguien que no querían dejar
ir?

❤️ ☔
después de este partido, durante el cumpleaños número 1️⃣9️⃣
3. ¿Listos para el epílogo? Les doy un adelanto: transcurre un año
de Gretha.

☔Con amor cibernético y demás, S.


Ilustración de Fleurence_ink (IG)
Epílogo

Amor propio
No sabía cómo escapar,
pero poco tardó en descubrirlo.
Se abrazó y encontró la salida.
—Edisson Cajilima Márquez
Un año después...
—¿Hubo una alerta de tornado y no nos enteramos? —Charlie señala las
bragas que cuelgan del ventilador.
Me paro bajo ellas y salto para atraparlas.
—¡La odio tanto!
—Odiar es un verbo muy fuerte. —Levi, quien dejó atrás el cabello
multicolor, cepilla sus hebras castañas con los dedos mientras examina los
estantes de mi compañera, donde deberían estar sus libros—. Aunque no
tanto como el vodka que hay aquí.
El pelinegro se acerca y observa su reflejo distorsionado en las botellas
de colores. Me siento en mi cama con un gruñido.
—Es desordenada, huele a marihuana, llega todos los días a las ocho de
la mañana, me roba los snacks, pierde sus llaves cada dos días y, como si
fuera poco, compite conmigo para ser la mejor de la clase. —Lanzo la ropa
interior contra la pared, enojada—. ¡No entiendo en qué momento estudia!
Es ruidosa, no deja de llamarme rizos, se pasea desnuda como si no supiera
de la existencia del pijama, tiene la molesta risa de una jodida ardilla y… —
Cierro los ojos y me dejo caer de espaldas—. Y creo que me gusta.
Te odio, Penélope. No me importa que sea un verbo fuerte.
—Impactantes revelaciones de la chica que dijo que nunca se enamoraría.
—Charlie se sienta a mi derecha, entretenido.
—No estoy enamorada —corrijo.
Levi se acomoda a mi izquierda. Sé que están compartiendo una mirada
de complicidad antes de que cada uno me tome por un brazo y, en equipo,
me obliguen a incorporarme.
—No lo digan —suplico antes de que puedan volver a hablar—.
Suficiente me molestará el resto cuando llegue a Malibú y les cuente. Arlo
dirá «te lo dije», Timmy me mirará de reojo y se sonrojará como una
colegiala y es probable que Gretha empiece a planear una boda.
—¿Seremos tus damas de honor? —pregunta Char.
Le doy un almohadazo. Cuando Levi ríe, le doy uno a él también para ser
equitativa.
—Vámonos antes de que sean muertos de honor.
Aunque intento alcanzar mi maleta, uno se encarga de ella y otro de mi
bolso. Hoy es el cumpleaños de Gretha y organizó una pijamada que durará
todo el fin de semana. Como estoy corta de dinero —tengo suerte de haber
conseguido una beca completa— para adquirir el pasaje y mis padres
tuvieron que vender el coche para pagar las cuentas, los chicos se ofrecieron
a recogerme ya que estaban en Nueva York. Levi piensa trasladar su salón
de tatuajes allí, así que estaba visitando potenciales locales.
Y Charlie… Bueno, es su mejor amigo, claro que se le coló. Se disculpó
con todos, incluido Sawyer, por su comportamiento en el último
cumpleaños. Superó a Gretha y volvieron a intercambiarse libros, como
solían hacer.
Todavía no se los dije, pero me emociona tenerlos tan cerca. Aunque la
universidad me mantiene ocupada, a veces me siento sola. Tengo los
llamados “amigos de estudio”, pero no he podido entrar en confianza con
nadie. Extraño a mi grupo de la preparatoria porque ellos ya me conocen.
No necesito introducción.
Puede que para muchas personas la idea de empezar de cero sea un
sueño, pero a mí me cuesta porque significa que, para hacer conexiones
genuinas, debo ponerme otra vez en la posición de ser vulnerable. Y por
ahora estoy luchando para encontrar gente con la que serlo. Sin embargo,
tengo muchas ganas. Sé que lo lograré eventualmente, solo que en este
momento… Quiero un respiro. Dejar de intentar. Volver a lo familiar.
Mi alarma suena. Es mi señal para tomar la medicación para el TOC.
Cuando regreso a Sweet Wind, veo a un psiquiatra. La mamá de Gretha me
ayudó a conseguir un falso trato luego de que me negué a dejarla pagar por
el tratamiento tras haberle preguntado a quién podía ver: el doctor no me
cobra la consulta ni la medicación a cambio de que le dé tutoría online a sus
dos demonios. Sin embargo, digo que es falso porque sé que le paga y lo de
las clases es solo para hacerme sentir mejor.
A pesar de eso, aprendí que si otro está en la posición de ayudarte sin que
esto sea un peso para él, está bien aceptarlo.
Tal vez mi familia siga con problemas económicos, pero me gané la
posibilidad de estudiar lo que quiero donde quiero y mis padres están
orgullosos de mí. Lo más importante es que lo estarían incluso si no lo
hubiera logrado.
No hacerlo no habría sido el fin del mundo, sino el comienzo de uno
diferente y que ese podría haberme deparado cosas tan buenas como este.
Puede que todavía me quede un largo camino con la medicación, pero no
hay nada de malo o vergonzoso en necesitar ese tipo de ayuda. Ya puedo
dormir bien y disfrutar de un rato con mis amigos sin culpa, y los bucles de
pensamientos obsesivos son cada vez menos frecuentes.
Dejé la pastilla y la botella de agua preparadas, así que las tomo, cierro la
puerta y bajo las escaleras. Fuera, mientras intento tragarla —porque claro
que tengo dieciocho años y me lleva más de un intento tragar algo del
tamaño de una hormiga—, Charlie y Levi cargan mis cosas en el auto que
compraron a medias.
—¿Te vas, rizos? —preguntan a mi espalda.
Me limpio las gotas de agua que chorrean de mi mentón con la manga de
la camiseta, algo que la vieja Liv jamás haría.
—Te lo dije dos dos veces —recuerdo fastidiada—. Tienes el cuarto para
ti sola durante el fin de semana. Dejé una nota con el número de los
bomberos pegada en la puerta por si se te ocurre incendiarlo. También está
el de la ambulancia en caso de que te rompas un hueso o se lo rompas a
alguien más, porque para estudiar Derecho, no respetas mucho las reglas.
Se nota que acaba de llegar de una fiesta porque está destruida. El sol de
la mañana ilumina los grumos de maquillaje y el rimel corrido. Su cabello
rubio está más inflado que un globo aerostático, tiene el vestido rosa chicle
puesto al revés, trae los zapatos en la mano y sus hombros están cubiertos
con una chaqueta que no es suya ya que trae el logo del Zoológico y lo más
cercano que la he visto estar de un animal es cuando está consigo misma.
Se acerca hasta que estamos a solo un paso. Toma uno de mis rizos y lo
estira mientras me sostiene la mirada, sonriente. Apesta a cerveza y brillo
labial de cereza. Es desagradable.
—Algún día haré que las rompas conmigo, Liv Archer. —Ríe como la
ardilla que es y suelta mi cabello—. Te gustará.
Me quedo callada. Siento que, si abro la boca, mi corazón le dirá algo.
—La odio —expreso cuando me subo a la parte trasera del coche.
—Y te gusta. —Charlie se voltea en el asiento del acompañante con una
sonrisa ladeada, mientras Levi acomoda el espejo retrovisor para mirarme.
—La odio y me gusta.
Le escribo a Gretha en cuanto llegamos a la autopista:
Hola, mi no lo sé. Estoy en camino.
—La extraño un montón —confieso cuando me abre la puerta de la
tienda de su madre.
—Lo sé. —Examina sus cutículas—. Aunque, para serte sincera, no lo
entiendo. Su presencia es insoportable.
Coloco la última caja en la parte trasera de la camioneta y me seco el
sudor de la frente con el dorso de la mano.
—Si es insoportable, ¿por qué le llevas cinco plantas distintas de regalo?
—Hago un ademán con el mentón al vehículo.
No deja de mirarse las uñas.
—Se las doy solo porque no tengo espacio para conservarlas.
—¿No tienes espacio? —repito incrédulo—. ¿En una florería de dos
pisos?
Pone los brazos en jarras.
—Me caes peor que ella a veces, Arlo.
Río y la tomo por las mejillas para darle un rápido beso. Envuelve sus
brazos alrededor de mi cintura y me sonríe, un poco con los labios y un
montón con los ojos.
—Las manos donde pueda verlas, por favor —dice el doctor Brown a
nuestras espaldas.
Bella rueda los ojos.
—No le hagas caso —me dice.
—No me estaba hablando a mí, eres tú la que tiene sus dedos
peligrosamente cerca de mis colinas, pervertida. —Tomo sus manos, que
han caído hasta mis caderas, y las subo.
Mira a su padre, falsamente ofendida, pero el hombre se encoge de
hombros con su nieto —así llama a Camello— entre los brazos:
—Debo cuidar al niño de posibles traumas, Cora.
—¿Y en qué momento ustedes dos se hicieron mejores amigos? —espeta
al soltarme.
—Si te descuidas un poco más, te lo robará —advierte su mamá al abrir
la puerta del coche estacionado tras mi camioneta. Lanza su bolso dentro
sin cuidado.
—Igual que se roba los brownies que manda Gretha desde Malibú. —La
madre de la susodicha rodea el vehículo y se acomoda en el asiento del
copiloto.
Mi suegra se inclina hacia el interior del coche.
—¿A ti también te roba la comida? Veo que eso no lo curará ni su tercera
esposa. —La madre de Cora resopla y el doctor Brown se sonroja antes de
que le pregunten—: ¿No subirás?
—Sí, pero creí que yo iba a conducir.
Marion Fisher saca la cabeza por la ventanilla.
—Creíste mal, cariño. Ahora, sube, no quiero llegar tarde al cumpleaños
de mi hija.
Eso me recuerda que debo enviarle un mensaje a mi mamá.
Estamos por partir a Malibú, te aviso cuando llegue, ¿sí?
Me gustaría decir que, ya que mi padre no está, nuestra relación es lo que
solía ser. Sin embargo, sería mentir. La perdoné por sus malas decisiones y
ella aún lucha por perdonarse a sí misma, pero todavía está descubriendo
quién es sin un marido maltratador de por medio.
Le cuesta definirse en un mundo que solían definir por ella con miedo.
Vamos a terapia familiar y la mayoría de las sesiones acaban en un llanto
impotente. Quise odiarla, sentir asco y rechazo porque se acostara con un
chico de dieciséis años. Quería llamar a la policía y que se la llevaran como
a papá, pero ¿cómo podía querer esas cosas para una mujer que fue
golpeada, violada, denigrada y controlada por años? ¿Después de vivir tanto
tiempo en ese estado, no es de esperarse que sea irracional y no vea la línea
que divide el bien del mal? Todo era demasiado complicado. Enredado.
Difuso. Todavía lo es cuando miro hacia atrás.
De vez en cuando, me pregunto si yo hubiera hecho lo mismo. Recuerdo
cómo me sentía luego de una paliza y entiendo por qué estaba tan
desesperada. Si yo no hubiera tenido a mis amigos, ¿me habría acostado
con alguien mayor o menor? ¿Habría acabado metido en las drogas? ¿Me
habría suicidado?
Tanto ella como yo coincidimos en que Sawyer y sus padres debían dictar
cómo castigarla, pero el castigo nunca llegó. Supongo que se dieron cuenta
que ya suficiente condena tenía nuestra ahora familia de dos.
De acuerdo, conduce con cuidado, cariño.
Por cierto, ¿podrías mandarle un saludo a Liv? Leí su artículo sobre
la Inmigración y me encantó.
Ella y mi amiga todavía no se hablan de forma directa, pero a veces me
usan como mensajero para pasarse cosas aburridas que les gustan a ambas.
Claro. Te quiero.
No vivo con ella. Apenas cumplí dieciocho, conseguí empleo. En
realidad, me lo dio la mamá de Cora en su florería el primer día que me
presentó como su novio. Mientras tanto, vivo en el cobertizo de Gretha, en
el cual pago un alquiler mínimo y solo porque insistí. Cuando nos
graduamos el lugar dejó de ser usado como una sala de reuniones.
Sin embargo, sigue justo como lo dejamos.
Es extraño ser empleado de tu suegra y vivir casi bajo el mismo techo
que tu suegro, pero agradezco la ayuda. Pude ahorrar bastante dinero. Mi
plan solía ser largarme de esta ciudad, aunque ya no quiero hacerlo. La
persona que me atormentaba ya no está aquí, por lo que me emociona la
idea de poder conseguir un pequeño apartamento. También me entusiasma
—nunca creí que algo me entusiasmaría— empezar a estudiar el próximo
semestre.
Me matriculé en Trabajo Social. Corabella estudia Botánica en una gran
universidad a cinco horas de distancia, así que estamos juntos los fines de
semana.
También te quiero, Arlo.
Guardo el móvil en mi bolsillo y subo a la camioneta mientras mi novia
cierra con llave el local y chequea que haya acomodado bien a las plantas,
para que ninguna se “lastime” o esté “incómoda” durante el viaje.
Sus palabras, no mías.
—Mierda —susurro.
Se sube los anteojos de sol hasta la frente.
—Te dije que hicieras una lista. —Suspira como si lleváramos veinte
años casados, lo cual es una de mis metas a largo plazo—. ¿Qué te
olvidaste?
—Nada, solo… —Niego con la cabeza y arranco el motor—. Te miro y
sigo sin poder creer que estamos juntos. Eres una puta maravilla.
Su mirada se suaviza.
—Y tú eres miles. Ahora, conduce. Si nos adelantamos y los dejamos
atrás, tal vez nos alcance el tiempo para hacer una parada y… —Mete la
mano dentro del bolsillo de mi pantalón y retengo el aliento, pero sonríe
con malicia y saca mi móvil—. Ya sabes.
Acelero un poco a propósito, para mostrarle que estoy más que de
acuerdo con su idea.
—¡No seremos tan amigos si no respetas el límite de velocidad, Arlo! —
chilla el doctor Brown al pasarnos en el coche.
Bueno, puede que no tan rápido entonces.
Cora teclea algo en mi móvil y me lo muestra antes de enviarlo, para que
lo apruebe. Greth nos pidió que le enviáramos un texto antes de partir.
Dime que allí me salvaré de tener que dormir con el conejo,
Grethalyn.
Le quito los anteojos de sol y me los pongo.
—Eso no sucederá, Bel.
—¿Qué idioma hablan las tortugas?
—Patricio, perderemos el bus —advierto.
Me ignora para terminar de contarle el chiste a mis hermanas, que se
aferran a sus piernas porque no quieren dejarlo ir. A su vez, los
insoportables caniches del chico tironean de los dobladillos de los
pantalones de ellas.
—Tortugués.
Las niñas estallan en carcajadas. Karim, recostado contra el pórtico de mi
casa mientras bebe una taza de té, niega con la cabeza cuando lo miro en
busca de ayuda.
—¡Otro, otro! —pide Valencia.
—Niñas, Patricio y yo debe… —intento intervenir.
—Tú te callas —ordena Viena.
—¡Hey, esos no son modales!
—Tú te callas, por favor —corrige Venecia por todas.
Echó la cabeza hacia atrás y suspiro.
—De acuerdo, les contaré uno más, pero este de verdad es el último —
asegura el pelirrojo.
Dijo lo mismo hace cinco minutos y ya contó suficientes chistes como
para grabar un stand up en Netflix.
—Me robaron las sillas de mi casa. No saben cómo me siento.
Las crías ríen. El bus que nos llevará al aeropuerto se detiene en la parada
de la esquina.
—¡Vamos, vamos, vamos! —Me echo el bolso al hombro.
Tomo a una niña, beso su cabeza y la despego de mi novio. Repito la
acción hasta que libero al chico de todas las garras infantiles e insaciables.
El comediante toma su maleta y echamos a correr, haciendo señas al chofer
para que nos espere.
—¡Mamá y papá llegan en una hora, no maten Karim! —suplico al echar
una mirada sobre mi hombro.
El niñero temporal —se ofreció a cuidarlas un rato, hasta que nuestros
padres salgan del trabajo— recoge a uno de los perros del piso. Las niñas lo
imitan. Mueven las patas de los cachorros para despedirse de nosotros.
Piden que traigamos caracoles de la playa y que le recordemos a Arlo que
les prometió llevarlas a pescar. Las consecuencias de que se niegue
involucran que corra sangre.
Agitados, subimos al bus. Pagamos y nos desplomamos en los primeros
asientos.
—Esa fue mi actividad física del mes —dice un agitado Patricio.
Apoyo la cabeza en su hombro. Él apila su mejilla contra mi frente y saco
mi teléfono para escribirle a Gretha:
¿Tienes combustible en formato de comida? Corrí media cuadra.
Si fuera mi cumpleaños, tendría un problema para pedir un deseo. Justo
ahora tengo todo lo que siempre quise e incluso más. Mis amigos están
mejorando; tengo un novio sacado de un cuento de hadas —o de un cuento
de chistes malos y mucha saliva canina—; mis padres están más presentes
que nunca y mis hermanas son niñas otra vez.
A veces recuerdo cómo me sentía hace un año y los lugares por los que
transitaba mi mente. No puedo creer que esa antigua versión de mí solía
existir cuando la actual es tan diferente. Es como haber tenido dos
inquilinos distintos habitando la misma casa.
—¿En qué piensas, fantasma? —Los labios de Patricio se presionan
contra mi sien mientras saluda a las niñas, a los caniches y a Karim a
medida que nos alejamos.
El niñero temporal es, en realidad, nuestro amigo. Uno creería que sería
difícil hacer grupo con tu pareja y el que te solía gustar, pero los
sentimientos evolucionan a todo o a nada, aumentan y desaceleran, se
convierten en algo más. La situación de Karim estaba por sobre cualquier
incomodidad. Aunque todavía no pudo salir del todo del clóset, ya le contó
a su mamá que le gustan los chicos. También está probando el terreno
sexual en la universidad.
—En lo que solíamos ser y lo que somos ahora.
—Siempre que estás por ver a tus amigos te pones filosófico, es una de
las cosas que más me encantan de ti, ¿sabías?
Escondo el rostro contra su hombro para que no me vea sonreír. Ya
pasaron más de 365 días y sigue sacándome sonrisas con el más mínimo
comentario, aunque no lo logró con los chistes.
Esos serán perpetuamente malos.
Hola, mi no lo sé. Estoy en camino.
Sonrío.
Dime que allí me salvaré de tener que dormir con el conejo,
Grethalyn.
Arlo está con Cora, ninguna sorpresa.
¿Tienes combustible en formato de comida? Corrí media cuadra.
Unas horas después, me estiro y robo algunos bombones de chocolate de
la mesa de aperitivos —es una torre de dos ruedas de camión con un panel
de vidrio arriba, del mismo estilo a todo lo que está en el cobertizo— que
está preparando papá. Son los que solía enviarme.
—Si veo una mancha de chocolate en una de las hojas, te desheredare. —
Hace un ademán con el mentón al manuscrito que tengo sobre el regazo.
Es suyo. La versión final. Me lo obsequió como regalo de cumpleaños
apenas me levanté y casi lo termino.
—¿Debería tener miedo de perder un cobertizo lleno de goteras, una
cabina de fotografías llamada Nenrrieta, un alce embalsamado y tantos
libros como para no tener que volver a comprar otro en mi vida entera? —
Me burlo, pero no estoy hablando en serio.
Ese es exactamente el tipo de herencia que quiero.
—Deberías tener miedo de que te avergüence frente a tus amigos. Tengo
ese poder y no temo usarlo.
Me lanzo un bombón a la boca para provocarlo, pero él sonríe, niega con
la cabeza y vuelve a la cocina. Me recuerda al día que aterricé en Malibú,
hace un año. El aeropuerto estaba vacío y lo vi antes de que él me viera.
Estaba observando a una pareja de ancianos que intentaba descifrar hacia
dónde ir. Me quedé quieta y esperé con las lágrimas agolpadas en los ojos.
Papá los miró durante dos minutos y veintisiete segundos.
Podía ver una nueva historia instalándose en su cabeza. Luego, sonrió,
negó con la cabeza y comenzó a caminar.
Él siempre vivió en mundos imaginarios, pero cuando me vio sola y
hecha un desastre, sacrificó su imaginación por mi realidad. Desde
entonces, ha estado más presente fuera de los libros que dentro de ellos.
Solo se permitía tocar su novela durante la madrugada, cuando creía que
estaba dormida. Con el paso de los meses empezó a trabajar en ella por las
tardes al ver que yo estaba progresando. A pesar de eso, no estoy lista para
dejar la terapia.
Cuanto más dolor contienes, más tiempo te cuesta sanar.
Y contuve mucho.
Sin embargo, los chequeos con el nutricionista son cada vez más
espaciados. Mi relación con la comida mejoró porque mejoré la que tenía
conmigo misma en primer lugar, pero nada fue más fácil que cuando estaba
por mi cuenta. Luego de pedir ayuda, fue tan difícil siquiera respirar —
porque ahora todos sabían y estaban pendientes, por no decir que me
encontraba en una constante lucha en mi cabeza entre lo que mis hábitos
querían hacer y lo que debía desaprender—... Entonces, poco a poco costó
un poco menos.
Hace medio año que no contengo la respiración cuando me desvisto
frente al espejo. Ni las lágrimas. Ni los insultos.
Solo respiro. A veces se me cierra la garganta, pero vuelve a abrirse.
De vez en cuando, me sonrío.
«Jamás serás suficiente para la versión rota de ti misma, pero hay otra
versión para la que sí lo eres, y es la sana. No debes cambiar cómo luces,
sino a través de qué ojos te ves»,
Sawyer cometió muchos errores, pero esas palabras fueron un acierto.
—¿Sabías que alrededor del 70 % del cacao que se necesita para hacer
chocolate proviene de África?
Casi me atraganto con el bombón. Me giro y encuentro a mi padre con
una mano en el picaporte. Bajo el umbral de la puerta, Timmy esconde sus
manos en los bolsillos de sus bermudas, en su usual modo avestruz.
—¿No la ves en persona hace un año y eso es lo primero que le dices? —
Liv, cruzada de brazos, le da un ligero empujón con el hombro. Lleva una
media sonrisa que extrañaba.
—Algunas cosas nunca cambian. —Arlo, en medio y un paso detrás,
ladea la cabeza con un brazo alrededor de los hombros del muchacho. Me
mira y le brillan los ojos—. ¿Verdad, Greth?
Trago. Río. Corro hacia ellos. Los abrazo. Chillo. No los suelto. Lloro.
Balbuceo. Les doy besos con chocolate en las mejillas, la nariz y la frente.
Nos sostenemos en un mundo que solía tambalearse y en el que aprendimos
a encontrar el equilibrio. O, al menos, eso estamos intentando.
Quedo atrapada entre Liv y Timmy. Arlo es lo suficientemente grande
como para que sus brazos nos arropen a los tres.
—Voy a vomitar a propósito si siguen con esa cursilada —dice la
indistinguible voz de mi hermanastra.
Me seco las mejillas con el dorso de la mano. Cora se escabulló hasta la
mesa de aperitivos. Se lanza un bombón a la boca mientras nos mira y me
acerco mientras mastica.
—Eso no sería muy considerado de tu parte siendo que hoy es mi
cumpleaños.
Enarca una ceja.
—¿Y quién dijo que debo ser considerada conti…?
No la dejo terminar y la traigo hacia mí. Me corresponde el abrazo con la
fuerza de alguien que no quiere dejarte ir.
—Aunque lo seré solo por hoy —susurra contra mi hombro, para que
nadie más nos oiga—. Feliz cumpleaños, Grethalyn.
Patricio me saluda con un chiste. La extrañeza de la madre de Cora se
pone a hablar con la extrañeza de mi papá. El doctor Brown deja una
bandeja de brownies sobre la mesa —son caseros, me pidió la receta porque
los que les enviaba no les alcanzaba— y mi madre ahueca mis mejillas.
Luce orgullosa.
Yo también lo estoy.
Incluso Camello, que me mira desde el piso, parece estarlo.
Las olas no rompen contra la costa. El mar está tan tranquilo que se
podría decir que acaricia la orilla. El cielo se destiñe sobre él con la caída
del sol, que crea nubes de oro y cuarzo rosado. La brisa es gentil, apenas me
eriza el vello de los brazos mientras los móviles de viento tintinean en
dulces canciones en los pórticos traseros de las casas de playa. Desde la de
papá se oyen risas amortiguadas por los paneles de vidrio que dan al balcón.
Observo a mi familia y a mis amigos bailar, beber y comer.
Hasta hace un minuto, yo hacía lo mismo, hasta que recibí un mensaje.
Estoy a cinco minutos. En la playa.
No he visto a Sawyer en un año entero. Tampoco he hablado con él. Sé
que intercambió un par de mensajes con los chicos, pero se distanció para
hacer el duelo que debía hacer —por su hermana, por sus acciones, por sí
mismo—.
Apenas se hicieron las 00:00, me escribió.
Feliz cumpleaños, hermanastra de Cora.
Al principio iba a agradecerle, nada más, pero me quedé viendo esas
cinco palabras y me di cuenta de cuánto lo echaba de menos. Quería saber
sobre él. Qué hacía. Qué sentía. Qué necesitaba. Qué había hecho con su
paraguas.
¿Te gustaría venir a mi cumpleaños, exnovio de Cora?
Dijo que sí, le pasé la dirección y no hablamos más porque ambos
sabíamos que, aunque tuviéramos ganas, debíamos esperar a estar cara a
cara.
Me acomodo los tirantes de la camiseta lisa. Tengo shorts y estoy
descalza porque es una ocasión informal, pero de repente siento como si
fuera a tener mi primera cita. Estoy nerviosa y quemada como una tostada
por el sol. Aunque no quiera, me pregunto qué pensará de mi aspecto. No
porque crea que hay algo de malo con él, sino porque…
Bueno, me da curiosidad si le seguiré gustando ahora estoy en un peso
saludable, lo cual es tonto. De todas las cosas que podría pensar sobre él,
pienso en eso, es paté…
Me detengo.
«Nada es tonto, patético o demasiado si te hace sentir algo», suele decir
mi psicóloga. «Si te provoca una reacción, préstale atención. No lo
minimices. Pregúntate por qué lo sientes y decide cuánto importancia
necesitas darle para estar en paz contigo misma».
De acuerdo, no es patético.
Soy una chica que conoció a un chico que tomó malas decisiones. Soy
una chica que lo perdonó, pero, por sobre todas las cosas, se perdonó y
empezó a cuidarse a sí misma. Soy una chica que tiene sentimientos por una
persona y solo quiere saber si esa persona sigue correspondiéndole. ¿Para
qué? No lo sé. Tal vez Sawyer esté en una mala posición todavía o ya no me
vea como solía hacerlo. Puede que, cuando lo conozca otra vez, dichos
sentimientos se desvanezcan. No tengo idea.
Lo que sí sé es que quiero abrazarlo y preguntarle cómo está. Lo
importante antes de saber sobre el amor compartido, es preguntar por el
amor propio.
—Estaba esperan… —dice una voz detrás de mí. Se me acelera el
corazón y volteo—. Wow.
Deja de caminar. Sus manos siguen en los bolsillos de sus pantalones
cuando hace una de las cosas que más me gustan de él: sonríe. Es igual y
completamente distinto a como lo recordaba.
No sé si a simple vista puedes notar que alguien está mejor, pero creo
hacerlo.
Me mira a los ojos como se mira a todo aquello que no puedes creer que
existe pero que, a pesar de eso, estás agradecido de que lo haga. La mirada
se le cristaliza.
No sé si es por mí, por él o por ambos. Si quiere llorar por el presente, el
pasado o el futuro. Si se emociona por la oportunidad perdida o la que
acaba de encontrar, pero yo también me siento así.
—Luces feliz —susurra—. Te queda precioso.
De todas las palabras que podría elegir una persona para describir a
alguien, esas son las mejores. Si algo aprendí desde que comencé con el
viaje de la recuperación, es que cuando sinceramente te sientes bien por
dentro, también lo haces por fuera. El problema es que siempre es más fácil
cambiar cómo te ves en lugar de cómo te sientes.
—Tú también pareces feliz. —La brisa le alborota el cabello como si
hubiera sido un buen chico este último año—. ¿Lo eres?
—Lo intento un montón. Muchas veces, incluso lo logro.
Es una respuesta honesta. De un muchacho que aprendió a ser honesto.
—Te eché de menos, Gretha —añade con la voz más suave y dulce que
escuché. Es algodón de azúcar—. Si tuviera que quejarme de algo acerca de
la distancia sería que ahora te debo como mil abrazos.
Estamos tan cerca que, si estuviéramos en el agua, una pequeña ola
bastaría para hacer desaparecer el aire que entre nosotros.
—No importa a cuántos kilómetros está una persona, importa a cuántos
la sientes. Y, cuando cerraba los ojos para pensar en ti, era como si pudieras
abrazarme. Sabía que estabas ahí.
Su mirada vuelve a empañarse y ríe.
—De verdad espero que ese haya sido yo y no un fantasma, porque me
pondré celoso.
También río. Es un clásico comentario de Sawyer.
Sin poder aguantarlo, nos envolvemos el uno al otro. Su corazón se
presiona contra el mío en un saludo de latidos tranquilos. Su calidez y su
perfume son embriagantes. Por un momento, creo que me mareo y me
aferro a su camiseta con más fuerza. Entierra su rostro en mi hombro y
siento sus labios rozar mi piel.
Podría vivir en este abrazo.
Podría conocerlo de verdad ahora.
—¿Te gustaría volver? —pregunto.
Se separa un poco y acomoda mi cabello detrás de mis orejas.
—¿A tu club sin nombre?
Ruedo los ojos.
—De acuerdo, como regalo de cumpleaños, te pediré que lo bautices. —
Apoyo las manos en su pecho y me doy cuenta de que hay algo debajo de
su camiseta. Un collar con forma de libélula, como el que compartía con su
hermana—. Dime lo primero que te venga a la cabeza.
Me alejo y hago un ademán a la casa de la playa. Arlo, Liv y Timmy
chismean desde el balcón, observándonos.
Sawyer entrelaza nuestros dedos y entrelaza su vida con la mía otra vez.
Me emociona que mi mejor versión conozca a su mejor versión. Me hace
feliz saber que tenemos decenas de mejores versiones esperando por
nosotros.
Puede que la suya coincida sanamente con la mía en esta ocasión.
—¿Club de los paraguas rotos? —ofrece.
Club de los paraguas rotos… Suena como un lugar del que me gustaría
ser parte.
FIN
☔ Paragüitas en físico ☔
No puedo creer que voy a escribir esto, pero... *Inhala hondo* aquí vamos:
Este es el final de Club de los paraguas rotos.
En digital...

💞 🥳
¡Porque saldrá en papel de la mano de Planeta en 2023!
Muchísimas gracias por unirse al club, lectores.

exquisitos del mundo. También libros gratis. 🍫📚


Fueron miembros ejemplares. Se merecen los manjares chocolatosos más

Siempre viajé lejos con los libros que escribí, pero con este viajé
profundo: directo a los lugares a los que no quería (pero necesitaba) ir. Creo
que les sucedió lo mismo, pero fueron valientes y continuaron leyendo. Se
acompañaron entre ustedes aunque no se conocían. Me tomaron de la mano
y me acompañaron a mí aunque tampoco nos conocíamos.
Tal vez estamos separados por miles de kilómetros, pero los sentí a un
abrazo de distancia cada vez que abrían su corazón en los comentarios. No
necesito estar en carne y hueso a su lado para saber que, como todo ser

tipo de cosas hermosas que los hacen sonreír en los libros. ❤️


humano, sufrieron, sufren y sufrirán, pero también que sanarán y vivirán el

No merecen menos que una vida llena del amor que buscan e intentan
dar(se).
Antes de empezar a escribir este libro me prometí algo y fue que iba a
escribir sin filtro. No iba a suavizar lo que dolía: iba a ser crudo, horrible y
un puñal directo en el estómago, como en la vida real. Usualmente no hago
eso. Saben que me gusta hacerlos reír o suspirar con discursos románticos
sacados de una película. Creo que por eso CDLPR los golpeó (y me golpeó)
tanto, porque saca a la luz las cosas que están en el lugar más oscuro de
nuestras mentes.
Pero era necesario. Todavía lo es. El libro puede tener muchos mensajes,
pero el principal ya saben cuál es:
Háblenlo. Grítenlo. Escríbanlo. Dibújenlo. Exprésenlo. Pídanlo.
Pidan ayuda cuando la necesiten y ofrézcala cuando puedan, paragüitas.
Aprendí un montón mientras escribía esta novela. Mucho de ese
aprendizaje vino de ustedes, de su forma de reflexionar y confiar en que
este era un espacio seguro para descargarse. Crecí mucho en el más de año
y medio que tomó concluir la historia. Espero que ustedes también lo hayan
hecho. ¿Qué se llevan de Club de los paraguas rotos? ¿En qué los ayudó?
¿Qué los hizo pensar y sentir? ¿Pudieron encontrar respuestas a los

🥺¿Les parece si sacamos el libro en físico y después una serie? Soñar no


problemas que compartieron en los comentarios a lo largo de los capítulos?

cuesta nada. 😂 (Este es un comentario viejo).


Esta historia no hubiera sido posibles sin ellos, así que, antes de
despedirme, creo que debemos dedicarles unas palabras a cada uno:
Díganle algo a Arlo (y su cara de que Camello se tiró un gas)...
A Timmy (y su primera reacción cuando vio a la mascota de Arlo)...
A Liv (con sueños en los ojos)...
A Cora (con su sonrisa no tan maliciosa)...
A Sawyer (con su falta de cepillo)...
A Gretha (con su dulzura tan, tan, tan inhumana)...
Fueron, son y serán los mejores compañeros de aventuras literarias del
mundo. Muchísimas gracias por dedicarme siquiera un segundo de su

confianza para permitirme llevarlos de viaje a mi imaginación.


Es un privilegio ser parte de este club.
🐖
tiempo, más aún una lectura, un voto o un comentario. Sobre todo, su

cada uno de ustedes, ¿sí?☔


Nunca van a saber lo mucho que los adoro, paragüitas. Estoy orgullosa de

Recuerden: existen los finales felices, pero también los que prometen
felicidad, como este.
Con amor cibernético y demás, S.
Índice
Titel
Sinopsis
1. Salchichas de tortuga
2. Pollo a los besos
3. Tierra del chantaje
4. Puente humano
5. Cascada artística
6. Pudín internacional
7. A través del telescopio
8. Somos conejos retroalimentados
9. Ticket de mentira
10. Quémate el corazón
11. Bufandas que bailan
12. Elegir lo que duele
13. Hamaca del destino
14. Eclipses
15. Regálame un silencio gris
16. Pescar tu mejor reflejo
17. Botes de aire y magia
18. Primer paraguas roto: Liv
19. Vía Láctea de amor en odio
20. Girasoles secretos
21. Extrañar tu voz
22. Un té frágil
23. Segundo paraguas roto: Timmy
24. Desear(te)
25. Tercer paraguas roto: Cora
26. Caja de inseguridad
27. Ojos galácticos
28. Cuarto paraguas roto: Arlo
29. Suenas a flores
30. Alma sin hogar
31. No eres parte del club
32. Alce con taquicardia
33. Labios de vodka
34. Salvarse a sí mismo
35. Quinto paraguas roto: Gretha
36. Castor de brillantina
37. Cobertizo de café
38. Un cumpleaños sincero
39. Salvar una galaxia
40. Domar un dragón resentido
41. Último paraguas roto: Sawyer


Epílogo

Paragüitas en físico

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