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El libro del Apocalipsis: la historia y el legado del libro final

apocalíptico de la Biblia
Por Gustavo Vazquez-Lozano & Charles River Editors

San Juan Evangelista de Domenichino


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Introducción

Una pintura rusa que representa Apocalipsis 6: 2


Hace cerca de dos mil años, un profeta llamado Juan escribió un volumen
sobre sus visiones, estando en el exilio, en Patmos, una pequeña isla griega
en el Mar Egeo. Sobre este Juan, el visionario, durante mucho tiempo se
creyó que era uno de los apóstoles de Jesús, pero la nueva crítica bíblica ha
determinado que fue un discípulo de la segunda generación, por lo demás
desconocido, y que con toda probabilidad era lo que hoy llamaríamos un
exiliado político. Juan estaba escribiendo para los cristianos bajo la
persecución del imperio de la época, Roma. Su libro, controversial, poco
comprensible y rechazado por muchas iglesias locales desde su época, apenas
logró colarse a la Biblia como el último texto del canon. Durante años,
muchos pusieron en duda su autenticidad y no pocos lo tacharon como
herejía, incluso como las alucinaciones de un loco.
Dos milenios después, el Apocalipsis de Juan sigue firmemente insertado
en la Biblia cristiana, como capítulo final de la gran saga que abre con el
Génesis, el inicio de todo, proporcionando una narrativa de los últimos
tiempos, la conclusión de la historia y el fin del mundo. Génesis y
Apocalipsis constituyen el Alfa y el Omega, una expresión sorprendente que
el Apocalipsis para referirse a Dios.
“En el día del Señor oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que
decía: `Escribe en un libro lo que ves´, comienza el Apocalipsis. Su narrativa
esotérica, incomprensible para la mayoría de sus lectores, repleta de
símbolos, claves y metáforas, abunda en visiones y profecías, monstruos,
catástrofes naturales y escenas terroríficas que hoy justamente llamamos
apocalípticas. Este fascinante libro alberga también algunos de los conceptos
religiosos más conocidos en Occidente, palabras que durante siglos han
provocado miedo y fascinación: los cuatro jinetes del apocalipsis, el número
de la bestia 666, el anticristo (al cual el Apocalipsis llama “la bestia”, y la
prostituta de Babilonia.
La interpretación del Apocalipsis es, con mucho, el aspecto que más
páginas ha generado. Una vez obtenido su estatus canónico, es decir, una vez
que fue aceptado por la Iglesia toda como texto divinamente inspirado,
incontables generaciones se sumergieron en sus versos para intentar descifrar
las visiones del profeta Juan sobre el fin de los tiempos. Los teólogos de
muchas épocas, y más recientemente los que estudian la Biblia
académicamente, han diseccionado las oraciones y visto debajo de los textos
pistas sobre la autoría, el origen y la fecha de composición del libro.
A lo largo de dos milenios, sus intérpretes han adoptado varias posturas.
Unos ven en el Apocalipsis una verdad literal de las cosas por venir, aquéllos
que esperan el regreso de Cristo entre las nubes al mando de un ejército
celestial. Otros han favorecido una interpretación espiritual, en tanto que
otros creen que el libro narra hechos que estaban ocurriendo cuando Juan
compuso el tratado, es decir, creen ver en él una descripción codificada, en
términos comprensibles para los lectores de su época, de la persecución que
estaban siendo objeto los cristianos bajo el emperador Nerón o, posiblemente,
Domiciano. Una propuesta intrigante más reciente dice que el Apocalipsis, en
su forma primitiva, consistió de uno o varios textos más cortos, y lo que
resulta aún más interesante, que originalmente era un texto judío que en sus
inicios no tenía nada que ver con Jesús.
De todos modos, el Apocalipsis es posiblemente el texto más influyente de
la obra literaria más influyente de la historia, la Biblia. Trágicamente, han
sido muchos los que a lo largo de estos siglos han creído en la primera
interpretación, la literal, que la historia está dividida entre los seguidores del
diablo y los fieles a Cristo. Los peligros de esta interpretación, los que creen
que en la gran batalla final los que los seguidores del anticristo deben perecer,
y que sólo algunos serán salvados, se hacen evidentes en las páginas de este
libro. De las personas de poder que han tomado sus afirmaciones al pie de la
letra, de líderes carismáticos y religiosos que han identificado a sus
enigmáticas figuras con personajes contemporáneos, han surgido no sólo
cultos extremistas y movimientos trágicos, sino también holocaustos y planes
de establecer reinados de mil años que, vale la pena decirlo, hoy yacen en
ruinas.
Bien leído, el Apocalipsis de Juan es más que un libro sobre un horrendo
final para la humanidad. Es una postura política —si bien en clave— que
ofrece esperanza. Más que una sentencia terrible sobre la humanidad, el
último libro de la Biblia puede ser visto como algo positivo y enriquecedor,
un tratado que no sólo protesta contra el imperio y la injusticia como
normalidad humana, sino que visualiza un futuro no desencarnado en el cielo,
sino un mundo enteramente humano y material en el que finalmente estará
erradicada la violencia y la opresión de las bestias o monstruos que han
regido los imperios, “los que destruyen la Tierra”. Ésta es la historia y el
legado del más espectacular e influyente libro de la Biblia cristiana.
El libro del Apocalipsis: la historia y el legado del libro final apocalíptico de
la Biblia
Sobre Charles River Editors
Introducción
CAPÍTULO I: EL GÉNERO APOCALÍPTICO Y EL JUDAÍSMO DEL
SEGUNDO TEMPLO
CAPÍTULO II: LA HISTORIA QUE SE CUENTA
CAPÍTULO III: EL APOCALIPSIS DESPUÉS DE JUAN
CAPÍTULO IV: EL APOCALIPSIS EN LA EDAD MEDIA
CAPÍTULO V: LA ERA MODERNA
CAPÍTULO VI: CULTOS APOCALÍPTICOS Y EL FIN DEL MUNDO
Conclusión
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CAPÍTULO I: EL GÉNERO APOCALÍPTICO Y EL JUDAÍSMO
DEL SEGUNDO TEMPLO
El también llamado Libro de las Revelaciones aparece con el título de
“Apocalipsis de San Juan” en la mayoría de los manuscritos antiguos.
Apocalipsis es una palabra griega que significa “revelación”, quitar el velo,
dar a conocer algo importante que permanecía oculto. Revelación y
apocalipsis son sinónimos.
El último libro de la Biblia pertenece a un género llamado literatura
apocalíptica, que estaba en apogeo en el periodo conocido como judaísmo del
Segundo Templo. Sus inicios se ubican después del exilio de los judíos a
Babilonia, y estaba muy en boga todavía en la época de los esenios, de Juan
el Bautista, y de Jesús y los apóstoles. Cuando apareció el cristianismo, el
género apocalíptico de hecho estaba en su apogeo; por lo tanto, los
evangelios mismos y muchos otros escritos del Nuevo Testamento han sido
considerados con razón por muchos eruditos como literatura apocalíptica: no
necesariamente sobre el fin del mundo, sino sobre la convicción de que Dios
estaba a punto de intervenir decisiva y finalmente en la historia.
La literatura apocalíptica suele tener que ver con revelaciones sobre la
conclusión de la historia, el fin del mundo, o el establecimiento del reino del
Mesías, aunque esto no es una regla, pero siempre se trata de un
conocimiento secreto especial o revelación que hay que comunicar al
iniciado.
Tanto el judaísmo del Segundo Templo como los primeros cristianos
produjeron una gran cantidad de apocalipsis además del de Juan, que no
lograron entrar al canon, con una notable excepción: el libro de Daniel,
escrito 300 años antes. Quien lea el libro de Daniel en el Antiguo
Testamento, encontrará indudables puntos de contacto con el libro del
Apocalipsis del Nuevo Testamento: Daniel también se presenta como un
profeta, sus visiones están pobladas de bestias que surgen del mar, imposibles
para la imaginación, y sus visiones encuentran su clímax en el fin de los
tiempos, cuando una figura celestial aparece entre las nubes para atestiguar la
resurrección de los muertos e inaugurar un periodo de justicia, en el que los
justos brillarán como estrellas junto a Dios. Las similitudes con el libro del
Apocalipsis son obvias, sin embargo, el autor de Daniel no inventó el género.
Unos años antes de que el libro de Daniel alcanzara su forma final, el
misterioso Libro de Enoc —en realidad una colección de manuscritos—, en
su sección llamada Libro de los Vigilantes, trata de seres celestiales y de
batallas cósmicas en el cielo y en la tierra entre ángeles y demonios que
seducen a las hembras humanas y crean gigantes que pueblan la tierra. El
libro de Enoc no está en la Biblia, pero su cosmovisión está en partes del
Nuevo Testamento y sobre todo en la abundante literatura del judaísmo del
Segundo Templo, de manera destacada, en los Rollos del Mar Muerto. La
innovación de Enoc fue que identificó —a diferencia del judaísmo tradicional
en el que sólo Dios estaba a cargo de todas las cosas, incluso las malas— a
los demonios o a Satanás como un super adversario cósmico de Dios, del que
derivan todas las cosas malas que acontecen a la humanidad: opresión,
tiranía, martirio, guerras, plagas y asesinatos.
Además de Enoc, otros apocalipsis compuestos antes del nacimiento del
cristianismo, o justamente en el periodo en el que se estaban componiendo
los primeros textos cristianos, figuran el Apocalipsis de Abraham, el
Apocalipsis de Adán, el Apocalipsis de Elías y el Apocalipsis de Moisés,
entre otros.
El pequeño apocalipsis de Jesús
Aunque difieren en temas y personajes, lo que distingue a la literatura
apocalíptica judía es la convicción de que, ante la flagrante injusticia y
sufrimiento de su gente, Dios intervendrá al final para corregir el mundo —
una especie de limpieza cósmica— y llevará la historia a su clímax.
Aunque la abundante producción apocalíptica de los judíos no se encuentra
en la Biblia, hay influencia de sus ideas en muchos escritos del Antiguo e
incluso en el Nuevo Testamento. Muchos estudiosos conciben a los
evangelios, especialmente de Marcos y Mateo, como literatura apocalíptica, y
a Jesús como un profeta que hablaba también, como sus antecesores, del fin
del mundo, al que precederían cataclismos y desgracias como nunca antes se
habían visto en la Tierra. En seguida quedaría inaugurada una nueva era o
bien, vendría el fin de la historia del mundo. Muchos lectores encontrarán
extraña esta imagen de Jesús como un profeta del fin del mundo, o de pensar
en los evangelios como literatura apocalíptica, sin embargo en el Evangelio
de Marcos es posible hallar una profecía del fin del mundo en labios del
mismo Jesús, con catástrofes cósmicas al estilo del libro del Apocalipsis, un
capítulo que se conoce como “el pequeño apocalipsis”. De acuerdo a Jesús, la
llegada del fin era inminente.
En el capítulo 13, cuando Jesús y sus discípulos han completado el viaje de
Galilea a Jerusalén, en donde se encontrarán con su destino, frente al
magnífico templo y sus construcciones, Jesús responde al asombro de sus
apóstoles con una amarga predicción. “¿Ven estos grandes edificios? Aquí no
quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.” Si para los judíos de la
época, el masivo templo de Jerusalén representaba el culmen de la
civilización, símbolo de la eternidad, decir que un día no quedaría ni una sola
piedra de aquello, sino polvo, era una afirmación tan catastrófica como
aterradora.
Sentados en el Monte de los Olivos, Jesús revela a sus discípulos más
cercanos los secretos del fin de los tiempos. Primero, dice, vendrá una gran
disrupción social y familiar en el que la humanidad sufrirá terriblemente,
especialmente los discípulos de Cristo. A rumores de guerra, hambre y
terremotos, seguirá la destrucción de las familias y la persecución religiosa:
Os entregarán a los tribunales y seréis azotados en las sinagogas, y
compareceréis delante de gobernadores y reyes por mi causa, para
testimonio a ellos. Pero primero el evangelio debe ser predicado a
todas las naciones. Y cuando os lleven y os entreguen, no os preocupéis
de antemano por lo que vais a decir, sino que lo que os sea dado en
aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino
el Espíritu Santo. Y el hermano entregará a la muerte al hermano, y el
padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y les
causarán la muerte.
A este colapso de la civilización seguirá una catástrofe cósmica en el que
todo el universo mostrará señales de que se acerca el fin de los tiempos, que
se iniciará cuando el templo de Jerusalén sea desecrado por la “abominación
que causa desecración”, presumiblemente, un ídolo pagano en el sagrado
recinto. Esa sería la señal de que Dios ha partido de su casa. En seguida, la
aparición de falsos profetas que dirán ser Cristo. Entonces el universo mismo
se conmoverá.
“El sol se oscurecerá y la luna no dará su luz, las estrellas irán
cayendo del cielo y las potencias que están en los cielos serán
sacudidas.”
Finalmente, dice Jesús, aparecerá el enviado de Dios para salvar de la
destrucción a quienes permanecieron fieles.
“Entonces verán al Hijo del Hombre que viene en las nubes con gran
poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y reunirá a sus
escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el
extremo del cielo.”
En el evangelio de Mateo, se dice que Jesús predice que algunas personas
que están en ese momento con él, escuchándolo, no morirán antes de ver
pasar todas esas cosas. “En verdad os digo que no pasará esta generación
hasta que todo esto suceda.”
Algunos estudiosos de la figura histórica de Jesús opinan que estos
elementos apocalípticos fueron añadidos más tarde a los evangelios, y que
por tanto el predicador de Nazaret no estaba realmente esperando el fin. Lo
que sí es un hecho que el elemento apocalíptico estaba presente en la iglesia
primitiva desde los primeros años del cristianismo. Las cartas de Pablo, los
documentos más antiguos existentes que mencionan a Jesús, son francamente
apocalípticas y se enlazan perfectamente con el discurso de Jesús en el
pequeño apocalipsis de Marcos. Para el profeta de Tarso, antes del fin debía
aparecer un agente del diablo que se opondría a Cristo y a sus fieles, y que
tendría poder para obrar signos maravillosos para engañar a los humanos.
“Entonces se manifestará ese malvado, a quien el Señor matará con
el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida. La
llegada de este malvado, que es obra de Satanás, vendrá acompañada
de gran poder y de señales y prodigios engañosos, y con toda falsedad
e iniquidad para los que se pierden, por no haber querido recibir el
amor de la verdad para ser salvados.”
(2 Tes 2:8-10)
Dice Pablo que, al final de los tiempos, que él espera en cualquier
momento:
El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de
arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán
primero. Luego nosotros, los que aún vivamos y hayamos quedado,
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para recibir en
el aire al Señor, y así estaremos con el Señor siempre.
(1 Tes 4:16-17)
Incluso los académicos que no ven a Jesús como profeta del fin del mundo,
están de acuerdo en que la iglesia primitiva había un gran fervor apocalíptico
y que se esperaba el inminente regreso de Jesucristo, lo que después se
conoció como la Segunda Venida. En este contexto es fácil ver cómo encaja
perfectamente la producción de un documento como el Apocalipsis de Juan,
que organizó, extendió y desarrolló temas desarrollados escasamente o
apenas insinuados en otros documentos que terminarían formando el Nuevo
Testamento. El libro de Juan respondía la pregunta que debió de haber
consumido la curiosidad de los fieles: cómo sería el fin, especialmente si el
libro se compuso, como está de acuerdo la mayoría, en medio de una cruel
persecución religiosa. Es en este ambiente cargado de alta expectativa,
mientras las autoridades romanas ejercían refinadas y crueles torturas sobre
los cristianos —ser devorados por bestias salvajes, por ejemplo, ante un
público extasiado— en el que un judío cristiano llamado Juan, compuso el
libro que vendría a cerrar la Biblia.
Autoría y contexto histórico de la composición
¿Un texto judío en la capa más profunda?
La referencia más antigua al libro proviene de Ireneo, uno de los padres de
la Iglesia que vivió en el siglo II, quien dice que el libro de Apocalipsis “fue
visto” a finales del reinado del emperador Domiciano, es decir, entre los años
95 y 96 DC. Victorino de Pettau escribió que Juan el apóstol fue exiliado por
el emperador a Domiciano a trabajar en una mina en la isla de Patmos, y que
ahí fue donde tuvo las extrañas visiones, una opinión que comparte San
Jerónimo, aunque el texto ofrece pistas de que el Apocalipsis pudo haber
existido antes. Justino, Ireneo y Orígenes creían que el autor era Juan el
apóstol de Jesús, aunque en la época moderna la escuela de la crítica textual
desechó esa hipótesis definitivamente. El estilo literario, el uso de palabras y
la teología del evangelio de Juan y del Apocalipsis son tan diferentes, que se
ha descartado definitivamente que ambos libros sean obras del mismo autor.
Lo único en lo que están de acuerdo los críticos es en el lugar de la
composición (la actual Turquía) y la fecha aproximada (último cuarto del
siglo I).
Es posible que algunas partes tengan mayor antigüedad. El consenso entre
la mayor parte de los académicos es que el Apocalipsis, como está en su
forma actual, es resultado de un proceso textual que llevó varios años y que
evolucionó a partir de dos o más documentos más breves. Es decir, se podrían
detectar varias manos o capas redaccionales en el texto, lo cual no resulta
extraño dado que los evangelios canónicos y muchos libros del Antiguo
Testamento también son resultado de la unión de varios documentos.
Con la llegada de la alta crítica bíblica, en el siglo XIX algunos estudiosos
observaron una falta de cohesión en la narración, la existencia de varios
dobletes y lo que creyeron eran reiteraciones innecesarias. Algunos
propusieron por tanto que, lo mismo que los primeros libros del Antiguo
Testamento, y algunos evangelios, el Apocalipsis en realidad estaba
compuesto por varios textos más antiguos que un redactor cristiano terminó
cosiendo en un solo tratado. Tal vez el redactor final tenía a la mano dos o
más apocalipsis judíos, ya que el género estaba en auge en ese momento.
El estudioso alemán Eberhard Vischer propuso que el libro era resultado de
un largo proceso cuyo primer paso fue la unión del pequeño apocalipsis de
Marcos y otro texto judío atribuido a Cerinto, un teólogo gnóstico que
enseñaba sobre un reinado de mil años que Cristo ejercería desde Jerusalén.
De acuerdo a Eusebio, Cerinto “por medio de revelaciones que él pretende
que fueron escritas por el gran apóstol, nos presenta cosas maravillosas que
falsamente afirma que le fueron mostradas por ángeles; y dice que después de
la resurrección, el reino de Cristo se establecerá en la tierra, y que la carne
que habita en Jerusalén estará nuevamente sujeta a los deseos y placeres. Y
que habrá un período de mil años para fiestas matrimoniales”. Según Vischer,
estos dos textos fueron combinados por cristianos tras la caída de Jerusalén.
Según esta teoría, el Apocalipsis pasó por dos expansiones y redacciones
durante dos persecuciones distintas, bajo los emperadores Trajano y Adriano.
J. Weiss de Marburg propuso esta teoría, afirmando que el libro era resultado
de la combinación de un apocalipsis cristiano escrito durante la persecución
de Nerón, con un texto enteramente judío posterior que consistía en una
colección de profecías independientes. James Tabor, famoso por su libro The
Jesus Dynasty, que propone que el movimiento original de Jesús era un
movimiento dinástico y que iba en contra de Herodes Antipas, cree que el
apocalipsis era un texto enteramente judío que no tenía nada que ver con
Cristo, y que hablaba en clave de eventos que ocurrieron en Jerusalén antes
de la destrucción del templo.
Josephine Massyngberde Ford propuso la fantástica teoría de que el
documento más antiguo que yace en el fondo de la versión actual proviene
del círculo de Juan el Bautista, el profeta súper radical que vivía en el
desierto y que, según las fuentes más antiguas, vestía "ropa hecha de pelo de
camello y tenía un cinturón de cuero alrededor de la cintura". Sin duda la
implicación más extravagante de Ford es que el Apocalipsis, o una buena
parte de él, fue escrito por el mismo Juan el Bautista, el profeta predecesor de
Jesús, que de acuerdo a los evangelios creía que los tiempos estaban llegando
a su fin y hablaba de “aquél que viene”.
Las razones para sospechar del Bautista como autor no son del todo
descabelladas: aunque sin duda se ha perdido la predicación de ese Juan,
afortunadamente los evangelios preservaron una parte; el precursor de Jesús
aparece como un profeta apocalíptico con un lenguaje simbólico,
amenazante, cargado de metáforas, que recuerda la intensidad de los versos
del Apocalipsis. “¿Quién les advirtió que escaparan de la ira de Dios que está
por venir?”, dice el Bautista a la gente. “Ya también el hacha está lista para
cortar los árboles de raíz. Por tanto, todo árbol que no produzca buenos frutos
será cortado y echado al fuego para que se queme”, y al mismo tiempo que
anuncia la futura llegada de un enviado divino que envolverá a la tierra con
fuego en un acto poderoso:
“Vendrá preparado para separar el trigo de la paja. Guardará el
trigo bueno en el granero y quemará la paja en un fuego que nunca se
apagará.”
Con todo y esta divergencia de opiniones, todos aquéllos que piensan que el
Apocalipsis es resultado de la unión de varios documentos, y que en el fondo
yace un texto enteramente judío, reconocen que los primeros capítulos,
dirigidos a las iglesias, así como partes del final del libro, son producto del
último redactor. Es este último redactor y su contexto el que nos pueden dar
pistas del propósito y significado del libro.
CAPÍTULO II: LA HISTORIA QUE SE CUENTA
No es propósito de este libro analizar el libro del Apocalipsis, ni ofrecer su
argumento de forma detallada, ya que el texto se puede consultar libremente
y el lector puede acercarse personalmente a él. Este libro está más interesado
en la historia y el legado del libro, cómo terminó siendo aceptado en el
canon, y la influencia que tuvo en los siguientes siglos. Por tanto, únicamente
se ofrece aquí un bosquejo general de su trama con especial atención a los
símbolos y conceptos más conocidos. Estos personajes y conceptos, como el
número de la bestia y el reino de los mil años, han tenido una influencia
extraordinaria en la historia de la humanidad. Estos símbolos han sobrevivido
de manera especial el paso de los siglos en comentarios al Apocalipsis, en el
arte, en la religión e incluso en la política.
“Escribe en un libro lo que ves…”
El fin de la historia está cerca, advierte este libro dirigido a siete
comunidades cristianas de Asia Menor, una región aproximadamente
contenida en la actual Turquía. Juan el Visionario parece haber visto en el
recrudecimiento de la persecución contra los cristianos una señal del
comienzo de grandes tribulaciones, a las que seguiría una batalla cósmica
entre las fuerzas del bien y del mal, que concluiría con la renovación de la
Tierra.
El libro abre con el profeta en la isla de Patmos, posiblemente caminando
por la playa, mirando el oscuro mar. Este recóndito pedazo de tierra, la isla de
Patmos, sólo tiene una extensión de 34 kilómetros cuadrados. Cuando
escucha una voz a sus espaldas, el hombre se da la vuelta y tiene una visión
aterradora: el trono de Dios en el cielo, y junto a él un cordero sacrificado,
quien le indica que está a punto de ver las cosas que van a tener lugar en un
corto plazo. Cuatro jinetes salen cabalgando sembrando calamidades por el
mundo: hambre, guerra, peste y ataques a las personas por animales salvajes.
Juan ve las almas de los que fueron asesinados por ser fieles a Dios, pidiendo
justicia. Juan ve el mismo número de ángeles partir en las cuatro direcciones,
marcando con un símbolo a 144 mil personas para protegerlos de las
calamidades que están por acontecer.
Desde el trono de Dios, Juan ve aterrorizado cómo una estrella se precipita
desde el cielo. La estrella abre un abismo de donde surgen langostas gigantes,
horripilantes, y comienza la guerra del demonio contra la humanidad. En el
cielo, Juan ve ahora a la madre del Mesías a punto de ser atacada por un
dragón que espera devorar a su creatura en cuanto nazca, pero la mujer
escapa, el niño es llevado al cielo, y Juan ve consternado que la guerra inicia
en el cielo entre el arcángel (o super ángel) Miguel, y las huestes del dragón.
El dragón es derrotado. Furioso, escapa para llevar desolación a la madre
del mesías y a sus hijos en la tierra. El dragón genera dos aliados, dos bestias
con poder para hacer la guerra contra los cristianos, una bestia con siete
cabezas y diez cuernos (un símbolo de Roma), y otra cuyo nombre es igual a
666 (el emperador de Roma) que obliga a todos los habitantes de la tierra a
adorar a la primera bestia, es decir, al imperio. La primera bestia, dice
Richard Bauckham, “representa el poder imperial, a los emperadores
romanos como institución política, y en especial su poder militar, sobre el
cual estaba fundado el imperio romano”.
Mientras los ángeles derraman sobre el mundo la ira de Dios, los demonios
reúnen a los líderes de todas las naciones para la gran batalla final que tendrá
lugar en un territorio llamado Armagedón, un territorio real que se encuentra
en el actual estado de Israel, al pie del Monte Carmelo. El último ángel envía
un terremoto que destruye la ciudad de Babilonia, y Juan ve entre visiones un
símbolo de la ciudad: una prostituta sentada sobre una bestia, bebiendo
regocijada la sangre de los mártires. “En otras palabras, la civilización
romana, como influencia que corrompe, va montada sobre el poder militar”.
Entonces Jesús hace su entrada en escena. Ya no es, como en los
evangelios, el de la primera venida, un indefenso predicador que sufre ante el
poder de Roma la muerte más humillante. Jesús vuelve ahora como un
guerrero en un caballo blanco, al frente del ejército celestial. Su manto lleva
una inscripción:Rey de reyes, Señor de señores. Él es más poderoso que las
bestias. Es el momento climático del libro. Satanás y todas sus bestias,
dragones y seguidores son arrojados al fuego, y los justos resucitan para
reinar con Cristo durante mil años. Pero esos justos no van al cielo. No son
arrebatados a las nubes para escapar de la tierra. Es el cielo el que desciende:
una nueva y resplandeciente Jerusalén se instala en el Monte Zión. La Tierra
ha comenzado de nuevo.
El libro del Apocalipsis contiene algunas de las ideas más perdurables de
toda la Biblia. Incluso las personas que nunca lo han leído, incluyendo las no
religiosas, han escuchado algo sobre estos símbolos, que ya son un referente
obligado y parte de la cultura contemporánea.
La Segunda Venida
La segunda venida de Cristo se refiere al momento en que Jesucristo,
ausente temporalmente de este mundo después de su resurrección, regresa
para cumplir todas las promesas divinas. Según el Apocalipsis, este regreso
es evidente, dramático, y es imposible que alguien no lo vea. Cristo no viene
a predicar el evangelio; esta vez viene a hacer justicia por su mano.
Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que estaba
sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero, el cual con justicia
juzga y pelea. Y sus ojos eran como llamas de fuego, y había en su
cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno
entendía sino él mismo. Y estaba vestido de una ropa teñida en sangre:
y su nombre es llamado El Verbo de Dios.
La idea de que Jesús regresaría no se originó en el Apocalipsis. Está
presente ya en los evangelios, donde Jesus dice que el Hijo del Hombre (lo
más probable refiriéndose a él mismo) llegaría como juez en la vida de
algunos de sus discípulos.
El rapto
Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será
dejado: Dos mujeres moliendo á un molinillo; la una será tomada, y la otra
será dejada.
Mateo 24:40-41
Os digo que en aquella noche estarán dos en una cama; el uno será
tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo juntas: la una
será tomada, y la otra dejada.
Lucas 17:34-35
El rapto o arrebato (rapture en inglés), como se entiende hoy, no es la
evacuación de la humanidad al cielo durante el fin del mundo, sino la
desaparición o el arrebato de una selección de personas antes del fin de los
tiempos, para evitarles el sufrimiento. Esta idea es probablemente un
desarrollo reciente y puede que ni siquiera esté en el Nuevo Testamento.
Lo que sí encontramos en el Nuevo Testamento es la reunión de los fieles y
Cristo cuando llegue el fin, no antes. En las epístolas de Pablo, documentos
que son incluso anteriores a los evangelios, la idea de que el regreso de Jesús
era inminente se halla por todas partes. Pero cuando falleció la primera
generación, hubo confusión y desilusión porque Jesús no regresó,
especialmente después de la destrucción del templo en Jerusalén. Mientras
que algunos de los primeros escritores cambiaron el énfasis de la venida del
reino de Dios a una realidad más espiritual que se había activado con la vida
de Jesús, Juan, el autor de Apocalipsis, no sólo insiste en que Jesús
descendería literalmente de las nubes, sino también con un papel muy
diferente: como un guerrero al frente de un colosal ejército de ángeles, no
para predicar el amor de unos a otros, sino para aniquilar con la espada las
fuerzas de Satanás.
El concepto moderno del rapto, el secuestro de los elegidos antes de que
llegue el fin, no está en el Apocalipsis, aunque algunos han encontrado en el
pequeño y enigmático párrafo en 3:10-11 una posible mención a él, pero la
lectura parece forzada.
“Porque has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te
guardaré de la hora de la tentación que ha de venir en todo el mundo,
para probar á los que moran en la tierra.”
El Armagedón
Y los reunieron en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.

Apo 16:16
La batalla de Armagedón se menciona en el Apocalipsis como el sitio de la
confrontación final entre las fuerzas cósmicas del mal y los ejércitos de
Cristo. La palabra Armagedón, que ha venido a significar por sí sola un gran
conflicto, aparece una sola vez en la Biblia, y significa “en la montaña de
Megido”. La región había sido un viejo sitio de batalla, recordado por ser el
sitio donde el faraón Necho mató al rey de Israel, Josías. Dado que no hay
montañas en Megido, el término ha resultado problemático para los exégetas.
El estudioso alemán Hermann Gunkel propuso una solución creativa:
entendió la palabra Armagedón como un lugar que se menciona en el Libro
de Enoc, donde los demonios se reúnen en una montaña para su asalto final a
las hijas de los hombres. Detrás de la referencia a Armagedón, se sugiere, se
encuentra un antiguo mito de demonios reunidos en una montaña que luego
son destruidos por dioses.
El número de la bestia
Y hace que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y
esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha, o en la frente; y
que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca o el
nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí se requiere
sabiduría. El que tiene entendimiento, calcule el número de la bestia,
pues es número de hombre. Y su número es 666.
El número 666, que Juan usa para designar a la bestia que sale del mar, el
agente de Satán, es una clave alfanumérica para no tener que decir un nombre
—y posiblemente evitar ir a prisión o a la cruz. Éste es posiblemente el
versículo más famoso del Apocalipsis. ¿Pero quién es la bestia, el terrible ser
que hace la guerra a Cristo? Cada época ha designado a sus candidatos, desde
Mahoma hasta Hitler, y más recientemente, Mark Zuckerberg. Sin embargo,
al describir las grandes tribulaciones que estaba desatando el poder de Satán,
lo más probable es que Juan no estuviera prediciendo el futuro, sino hablando
de las cosas que estaban desarrollándose frente a sus ojos. Es decir, la bestia
era un personaje de su época. Juan escribe: “Vi una de sus cabezas como
herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la
tierra en pos de la bestia”.
El candidato más probable en opinión de los historiadores estudiosos de la
Biblia es que 666 se refiere al emperador Nerón, que fue el primero en
desatar una política de aniquilación en contra de los cristianos, con una
crueldad y saña que a la fecha parece excesiva —usándolos como antorchas
para iluminar la ciudad, o envueltos en pieles ensangrentadas de animales
para ser destrozados por perros—, y en cuya persecución al parecer murieron
figuras tan grandes como Pedro y Pablo. Nerón cometió suicidio cuando le
dieron la noticia que el senado había declarado su sentencia de muerte. Sin
embargo, durante todo el resto del siglo I corrió la leyenda de que Nerón
reviviría, o que en realidad no había muerto, y volvería del Oriente con un
gran ejército para destruir Roma. La leyenda de que Nerón resucitaría todavía
persistía en el siglo IV. Posiblemente por eso el Apocalipsis habla de una
bestia que una vez fue, que no existía en su presente, y que surgiría de nuevo
del abismo: “La bestia que has visto era y no es, y ha de subir del abismo”.
El reino de los mil años
A mitad del libro, Juan ve a un ángel encadenar al dragón por mil años, el
tiempo que dura un nuevo reinado de Cristo. “Y vi las almas de los
degollados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. Ellos
no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni tampoco recibieron su marca
en sus frentes ni en sus manos. Ellos volvieron a vivir y reinaron con Cristo
por mil años.”
Aunque la creencia de que un día habrá una destructiva transformación en
la historia, tras la cual habrá un largo periodo de utopía, es común a todas las
culturas, la noción predominante en el mundo occidental proviene del libro
del Apocalipsis, que anuncia que tras la resurrección de los mártires, éstos
vivirán y reinarán con Cristo durante un gobierno mesiánico de mil años.
(Rev 20:4-6). La idea de este reino o imperio de mil años ha dejado huella en
la historia de la humanidad y movido grandes masas, incluso naciones
enteras. Dos ejemplos son la histeria que se desató en Europa ante la cercanía
del año 1000, y más recientemente el Tercer Reich en el siglo XX, como se
verá más adelante.
La mujer en labor de parto amenazada por el dragón
Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol y con
la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce
estrellas. Y estando encinta, gritaba con dolores de parto y sufría
angustia por dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: he aquí un
gran dragón rojo que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus
cabezas tenía siete diademas. Su cola arrastraba la tercera parte de las
estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. El dragón se puso de pie
delante de la mujer que estaba por dar a luz, a fin de devorar a su hijo
en cuanto le hubiera dado a luz. Ella dio a luz un hijo varón que ha de
guiar todas las naciones con cetro de hierro. Y su hijo fue arrebatado
ante Dios y su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar
que Dios había preparado, para ser alimentada allí durante mil
doscientos sesenta días. (Apo 12:1-6)
En el capítulo XII aparece otro gran símbolo cósmico, la mujer a punto de
dar a luz amenazada por un monstruo, uno de los símbolos más impactantes
del Apocalipsis. Lo que tenemos aquí es muy probablemente una tercera
narrativa del nacimiento de Jesús, vuelta a contar en términos simbólicos, al
estilo de este autor. Si ese es el caso, no contamos entonces solamente con las
narrativas del nacimiento de Mateo y Lucas, sino también la de Juan de
Patmos. La mujer que está a punto de dar a luz al mesías es María, la madre
de Jesús. Juan vuelve a contar la bien conocida narración de Mateo sobre el
nacimiento de Jesús, a quien Herodes (al servicio de Roma) tiene planeado
asesinar en cuanto conozca su ubicación. Sin embargo, gracias a la
advertencia de los magos, su madre huye a Egipto, y cruza el desierto hasta
que se cumpla el tiempo designado para regresar a Judea.
La Nueva Tierra y el Nuevo Cielo
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y yo vi la santa
ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios,
preparada como una novia adornada para su esposo. (Apo 21:1-2)
La imagen final del Apocalipsis, y de hecho de toda la Biblia cristiana, es el
descenso del reino de Dios y de los cielos a la tierra, y no al revés. Ésta es
una distinción importante. Una tierra renovada y un nuevo cielo aparecen en
una visión frente al profeta. El mar, cuya belleza es muy apreciada hoy en
día, pero que entonces era símbolo del caos y de las fuerzas de los abismos,
ha desaparecido. Después de contemplar la nueva tierra y el nuevo cielo, un
ángel lleva a Juan a observar el descenso de una enorme ciudad, la cual el
profeta describe con palabras que recuerdan al lejano paraíso terrenal del
inicio de la Biblia, en el Génesis. De esta manera, se cierra el círculo y el
paraíso perdido es recuperado. Por ello, el libro del Apocalipsis, que apenas
entró al canon, constituye un buen final para la colección. “Después me
mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que fluye del
trono de Dios y del Cordero. En medio de la avenida de la ciudad, y a uno y
otro lado del río, está el árbol de la vida”. A diferencia del paraíso celestial,
en donde el creador parece ser una voz desde arriba, ahora los seres humanos
pueden ver a Dios porque el trono estará en medio del jardín.
La nueva Jerusalén celestial, el nombre y el lugar donde toda la historia
comienza de nuevo, ha sido también un concepto muy influyente que ha
generado movimientos, fundado naciones e iniciado guerras.
CAPÍTULO III: EL APOCALIPSIS DESPUÉS DE JUAN
El marcado carácter apocalíptico, milenario, vengativo, y la extravagante
colección de visiones del Apocalipsis provocaron controversia entre los
primeros padres de la Iglesia. Su entrada al canon del Nuevo Testamento fue
un proceso largo y tortuoso, y terminó incluyéndose en la colección apenas
por un pelo. Los padres de la iglesia Ireneo, Tertuliano, Hipólito, Orígenes y
Clemente de Alejandría lo mencionaron en sus escritos y lo aceptaron como
escritura inspirada, aunque este último también aceptaba el Apocalipsis de
Pedro, que no entró al canon.
Hipólito, quien es posiblemente el autor del canon muratoriano, la lista de
libros que comprenden el Nuevo Testamento más antigua que existe, hizo
una defensa apasionada del libro. Dionisio, un obispo de Alejandría en el
siglo III, escribió que algunos en la iglesia rechazaban el libro de Juan porque
les parecía absurdo y sin sentido. Pero Dionisio lo aceptó porque vio que
muchos cristianos lo tenían en alta estima, aunque no creía que el autor del
Evangelio de Juan y el Apocalipsis fueran la misma persona. También
confesó que el enigmático libro excedía su capacidad. Dionisio escribió:
“Porque, aunque no lo entiendo, sospecho que en las palabras hay un
sentido más profundo, y no mido ni juzgo por mi razón privada; pero
permitiendo más fe, las he considerado demasiado elevadas para ser
comprendidas por mí, y las cosas que no entiendo, no las rechazo”.
La postura recatada y humilde de Dionisio era la excepción. Todos los
comentaristas de la Iglesia primitiva se enredaron en controversias y
descalificaciones en cuanto a su interpretación, especialmente en lo referente
al reino de los mil años de Cristo, y cómo transcurriría exactamente ese
milenio. La idea de que el Apocalipsis hablaba literalmente de un gobierno de
diez siglos del mesías dividió a la Iglesia.
Tertuliano, un escritor cristiano del siglo II, escribió durante la persecución
que el Apocalipsis, con toda y su terrible imaginería, era en realidad la
opinión de Dios en contra de un imperio malvado que estaba temporalmente
a cargo del mundo, Roma, y que el profeta Juan declaraba la libertad de los
cristianos frente a ese demonic power. El antiguo escritor afirmó: “Nunca
llamaré dios al emperador. Estoy dispuesto a llamarlo señor, en el sentido
ordinario del término, pero mi relación con él es una de libertad”. Éste era el
verdadero espíritu del libro para Tertuliano.
Para algunos, la Revelación se trataba de una profecía de lo que ocurriría en
el futuro (por ejemplo Justino Mártir e Ireneo), un período de abundancia, de
comer, beber, casarse, y tener hijos, aunque otros criticaban esta visión como
demasiado sensual. Otra corriente de interpretación opinaba que la derrota de
Satán y el inicio del reinado de mil años ya había ocurrido con la crucifixión
y resurrección de Jesús, y que los mil años corresponderían a la vida de la
Iglesia.
En el siglo IV, Eusebio el primer gran historiador de la iglesia, incluyó al
Apocalipsis de Juan, el Apocalipsis de Pedro, la Didaché y las Actas de Pablo
como libros dudosos, atestiguando su uso en algunos sectores y su rechazo en
otras iglesias. Respecto al Apocalipsis en específico, Eusebio citó a un
erudito llamado Gaius, que vivía en Roma, y que acusaba a un tal Cerinthus
de haber hecho una falsificación, una opinión que repite Epifanio, aunque
estos dos autores estaban ya demasiado alejados de la composición del
Apocalipsis para contar con pruebas reales.
Durante todos estos siglos, en la Iglesia oriental el libro era casi
desconocido. Todavía en el siglo VII, el consejo de Toledo en España
remarcó que muchas iglesias se negaban a leerlo, e impuso sanciones para los
que se negaran a incluirlo en la liturgia. A la fecha, la iglesia ortodoxa,
aunque lo acepta como libro canónico, lo tiene excluido de las celebraciones
litúrgicas. En la liturgia católica se lee solamente una o dos veces al año.
El Apocalipsis entró al canon de forma definitiva en el siglo V, y el
Apocalipsis de Pedro, que habla de los castigos de los condenados en el
infierno, quedó fuera. San Atanasio, la primera persona en identificar los 27
libros que forman el Nuevo Testamento, aceptó el Apocalipsis de Juan como
escritura inspirada. Habían pasado casi tres siglos de debates a favor y en
contra, pero al fin logró colarse ocupando el último lugar de la Biblia
cristiana, lo cual tiene sentido si se considera que la colección abre con el
Génesis, una narración de la creación del mundo, y el Apocalipsis cierra con
el fin.
San Agustín
En la Iglesia se siguió debatiendo si el Apocalipsis hablaba de hechos
pasados, de realidades espirituales, o de cosas que sucederían en el futuro tal
como se describen en sus versículos. La interpretación de San Agustín fue la
que finalmente prevaleció. El gran teólogo, nacido en el norte de África, no
estaba de acuerdo con el milenarismo de sus contemporáneos, creía que el
libro de la Revelación hablaba de verdades espirituales y que el milenio ya
había comenzado con el establecimiento de la Iglesia. Contrariamente a las
expectativas exageradas de sus contemporáneos, Agustín desarrolló una
interpretación de la historia sagrada prácticamente ajena o ignorante del paso
del tiempo.
Para Agustín, la humanidad no podía saber nada sobre la hora y la forma
del final del mundo, mucho menos conocer los detalles o los signos de su
proximidad, o determinar quiénes iban a salvarse y quiénes iban a ser
condenados. Sólo hasta el regreso de Cristo se separaría el bien del mal.
Quienes dijeran que podían “leer” los hechos históricos como presagios del
fin, estaban equivocados. Así, cuando Roma fue saqueada en el año 410 DC
por las fuerzas de Alarico, y la cristiandad aterrorizada lo tomaba como un
símbolo del apocalipsis, Agustín pudo decir que la verdadera Ciudad de Dios
era espiritual y que era ahí donde el Altísimo realmente reinaba, no en Roma.
CAPÍTULO IV: EL APOCALIPSIS EN LA EDAD MEDIA
En los siguientes ochocientos años, la postura de San Agustín dominaría los
comentarios eclesiásticos y los tratados teológicos sobre el libro de San Juan.
El llamado “milenarismo alegórico” se convirtió en la doctrina oficial de la
Iglesia. Pero al avanzar la Edad Media, y con ella la corrupción del clero y su
alejamiento de la esencia que había caracterizado a la comunidad primitiva,
muchos comenzaron a ver que el Nuevo Testamento no sólo predicaba
verdades literales sino que posiblemente hablaba de la corrupción de la
Iglesia. Especialmente el milenarismo, la idea de que pronto comenzaría un
ciclo de mil años precedido de signos fantásticos, se extendió en la
mentalidad medieval, que siempre estaba torturándose con profecías,
supersticiones y augurios. La histeria se exacerbó ante la cercanía del año
1000. El Apocalipsis, escrito 900 años antes, mostró una vez más el
extraordinario poder de su narrativa.
El primer milenio
Rodolfus Glaber fue un monje e historiador francés, la mejor fuente de la
que disponemos sobre el cambio de milenio en Europa en el año 1000. En su
obra “Milagros de Saint-Benoit”, Glaber escribe que al cumplirse el milenio,
Europa ardía en expectativas del fin del mundo y la segunda venida de Cristo
debido a “la profecía del apóstol”. Siete años antes de la fecha fatídica, el
Monte Vesubio arrojó flamas y rocas como nunca había visto esa
generación; los proyectiles de fuego cayeron a varios kilómetros del cráter,
haciendo inhabitables los alrededores. Otros signos que la gente tomó como
señal del inminente apocalipsis fueron “una gran conflagración en Roma”,
pestilencia en varias ciudades de Italia y Francia, y un incendio en la sede del
poder papal, la Basílica de San Pedro, que consumió parte de la iglesia. De
acuerdo al monje, cuando la gente vio esto, se puso a dar gritos, se abrazaron
y pidieron la confesión en masa.
Ante la cercanía del milenio, en Italia y Francia la gente comenzó a
reconstruir o renovar las iglesias aunque no tuvieran necesidad de
reparaciones, y las reliquias de muchos santos, que habían estado guardadas
durante siglos, se expusieron al público para “decorar la nueva era”. De
acuerdo al historiador, la vista de las reliquias trajo mucho consuelo a la
gente.
En el año 1009 el fervor milenarista seguía vivo y seguiría hasta el año
1033, cuando se esperaba el primer milenio desde la crucifixión. En el año
1009, el califa de Jerusalén ordenó destruir todas las iglesias y en Europa los
judíos sufrieron persecuciones por esta causa, aparentemente como parte de
la destrucción de los enemigos del cristianismo que debía tener lugar al fin de
los tiempos. “Algunos fueron muertos a espada o eliminados por diversas
clases de muerte, y algunos incluso se mataron a sí mismos de diversas
formas; de modo que, después de esta bien merecida venganza, muy pocos de
ellos se hallaban en el mundo romano”.
Cuando se acercaba la fecha, el año 1033, grandes multitudes hicieron
peregrinaje a Jerusalén, al sepulcro de Jesús, “como nunca nadie pudo haber
esperado”, escribe Rodolfus Glaber; desde reyes hasta humildes mujeres, y
dice que cuando él inquirió a estas multitudes a qué se debía su conducta, le
contestaron “con cierta precaución que se avecinaba nada menos que la
llegada del réprobo anticristo”.
Joaquín de Fiore
El pensador apocalíptico más importante de la Edad Media fue un laico
llamado Joaquín de Fiore, nacido en Calabria, Italia. De Fiore tuvo una
experiencia mística durante una visita a Jerusalén que cambió por completo
su vida. Poeta y artista, se hizo monje y se retiró a las montañas para vivir
una vida contemplativa, no muy diferente al exilio que debió vivir Juan de
Patmos. Se obsesionó con el libro de Apocalipsis, cada vez más frustrado por
su difícil lectura, hasta que creyó haber tenido una revelación que le abrió la
comprensión del último libro de la Biblia.
A partir de sus lecturas del Apocalipsis, De Fiore desarrolló una filosofía de
la historia dividida en tres etapas: la era del Padre, correspondiente a la época
anterior a la venida de Cristo, la era del Hijo, que él estaba viviendo, y la Era
del Espíritu, una época milenaria por venir, que él pensaba era inminente,
pero el mundo tendría que pasar primero por la venida del Anticristo y una
gran tribulación. Para Fiore, esta tercera era se caracterizaría por una Iglesia
más espiritual —menos materialista— y una conciencia espiritual más
profunda; en lugar de una Segunda Venida de Cristo, el Espíritu Santo crearía
una nueva raza de hombres, comenzaría una nueva época de paz, judíos y
cristianos se unirían y el clero se volvería obsoleto. Profetizó el advenimiento
de nuevas órdenes de hombres espirituales y desarrolló un plan para la Nueva
Jerusalén. De acuerdo al historiador británico Norman Cohn, Fiore anticipó el
marxismo, describiendo la última etapa de la humanidad, la era del Espíritu,
semejante al comunismo primitivo, una sociedad libre de clases y la
desaparición del estado.
Aunque los escritos de Fiore fueron aprobados y admirados en vida, en los
años después de su muerte fueron atacados y temidos por hombres de poder
dentro de la Iglesia, que consideraron sus ideas demasiado peligrosas —a la
fecha sigue el debate si Fiore fue un hereje o un santo. Su lectura del
Apocalipsis y teoría de las tres eras influyó años después en la aparición de
órdenes más espirituales y en críticas veladas al poder del clero, como la
hicieron los franciscanos y dominicos, lo mismo que otras órdenes
mendicantes que no fueron aprobadas por el Vaticano.
CAPÍTULO V: LA ERA MODERNA
La Reforma protestante y la gran división de la Iglesia de occidente ameritó
una revisita al libro del Apocalipsis y sus profecías. Para Lutero, un oscuro
monje que de pronto se vio como líder del cisma, fue natural interpretar su
época en términos apocalípticos. Aunque en un principio rechazaba el libro
del Apocalipsis porque “Cristo no está presente en él”, pronto se dio cuenta
de que podía apoyarse en él para explicar lo que estaba sucediendo. En su
visión, Lutero estaba peleando por la pureza en la cristiandad y el papa en el
Vaticano era nada menos que la bestia del Apocalipsis. Martín Lutero creía
que Apocalipsis sí era parte del canon, pero separado junto con otros libros
en una sección "disputada". “Mi espíritu no puede adaptarse a este libro. Para
mí, esta es una razón para no valorarlo: en él no se enseña ni se conoce a
Cristo”. Lucas Cranach el mayor, un amigo del monje que abrazó la causa
protestante con fervor, haría famosas unas ilustraciones de la prostituta del
Apocalipsis llevando la tiara papal, que dibujó para el Nuevo Testamento de
Lutero.
Zwinglio no pudo aceptar el Apocalipsis porque el uso abundante de
ángeles alentaba lo que él consideraba un misticismo piadoso e inmaduro, y
su formato litúrgico estaba demasiado próximo a la misa católica. “Con el
Apocalipsis, no tenemos ninguna preocupación, porque no es un libro
bíblico... Puedo, si así lo deseo, rechazar sus testimonios”, dijo. Calvino no
expresó una opinión sobre la obra; en ocasiones la citaba, pero la excluyó de
sus comentarios.
El nuevo mundo
El descubrimiento de América también trajo a la memoria de los
colonizadores el libro de Juan. Los conceptos de la Nueva Jerusalén, el nuevo
cielo y la nueva tierra fueron revividos por los predicadores puritanos en las
colonias que antecedieron el nacimiento de los Estados Unidos, que estaban
convencidos —o querían convencer a sus escuchas— de que al haber huido
de las corruptas iglesias de Europa, estaban inaugurando realmente la nueva
era mesiánica descrita por Juan en Patmos, no importaba que para ello
tuvieran que masacrar a los pueblos nativos de América. "Cristo, por la
maravillosa Providencia, ha desposeído a Satanás, que reinaba con seguridad
en estos confines de la tierra, durante sólo el Señor sabe cuántas eras", dijo
otro predicador puritano un siglo después, cuando puso un pie en las
colonias, "y aquí el Señor ha provocado que la Nueva Jerusalén descendiera
del cielo ".
El mundo del arte se inspiró innumerables veces en el libro de San Juan,
produciendo las obras más soberbias, desde las pinturas de El Bosco, Miguel
Ángel y los famosos grabados de Alberto Durero, hasta las inquietantes
ilustraciones de Gustave Doré.
A mediados del siglo XVIII se estrenó una de las piezas corales más
conocidas en Occidente, el oratorio llamado “Mesías”, de George Frideric
Handel, que llega a un maravilloso clímax al final de la parte II con el coro de
aleluyas. Ahí, unas voces angélicas en crescendo anuncian la victoria
escatológica de Cristo citando varios versículos del libro del Apocalipsis. Los
bellos coros, usualmente utilizados para las más impresionantes
representaciones navideñas, en realidad no anuncian el nacimiento de Jesús
en Belén. Los triunfantes aleluyas y las reiteraciones “Rey de reyes, Señor de
señores” corresponden a la aterradora escena de Jesús, rey y guerrero,
montado en su caballo blanco, con una túnica manchada de sangre,
sembrando destrucción entre sus enemigos, mientras un gran terremoto
destruye la civilización.
El Reich de los mil años
“En situaciones de desorientación y ansiedad masivas, las creencias
tradicionales sobre una futura edad de oro o reino mesiánico llegaron a servir
como vehículos de aspiraciones y animosidades sociales.”
—Norman Cohn
El perspicaz historiador británico Norman Cohn subrayó en el siglo pasado
la similitud entre las creencias apocalípticas de la Edad Media y las
revoluciones y grandes movimientos estatistas del siglo XX, que fueron
propulsados por creencias asociadas con los movimientos medievales
apocalípticos. Cohn observó que, en nuestra época, el idioma secular ha
adoptado categorías apocalípticas y un discurso milenarista, aunque esto no
es evidente a primera vista, pero, subrayó, “es la simple verdad que,
despojados de su sanción sobrenatural original, el milenarismo revolucionario
y el anarquismo místico están todavía con nosotros ”. Esa necesidad de
purificar la tierra por medio de la erradicación, violenta incluso, de cierto
grupo de personas a las que se ve como representantes del mal, o
encarnaciones demoníacas, sigue presente en el mundo con nuevos disfraces,
pero sus raíces son las mismas: el viejo pensamiento apocalíptico, del cual el
libro del Apocalipsis es el mejor ejemplo. Cuando estas fuerzas escatológicas
despiertan en momentos de crisis, hambre, guerra o amenaza nacional, “este
inframundo se convierte en poder político y cambia el curso de la historia”.
Cohn creía que la creencia de una gran tribulación futura, seguida de un
periodo dorado de la humanidad, logró sobrevivir a lo largo de los siglos,
fronteras y sistemas políticos, pasando del ámbito de la religión al terreno
público, sin perder su fuerza. En este sentido, Cohn creía que líderes quasi
mesiánicos como Hitler o Stalin “sabían llegar a la creencia profunda,
inspirada bíblicamente de que, después de una intensa lucha, la historia
terminaría, y un grupo elegido de creyentes heredarían el paraíso”.
En este mismo sentido, libros como El protocolo de los sabios de Zion, una
obra espuria que tuvo enorme influencia en Hitler y otros jefes alemanes en
contra de los judíos, estaba alimentado de viejas ideas de los judíos como una
raza malvada, hijos del diablo. La combinación de esta noción con una
ideología racista produjo el Holocausto: la tierra necesitaba ser salvada por el
“mundo de la luz, del bien, encarnado en personas rubias, de ojos azules,
marchando bajo el símbolo del sol, la esvástica”. Que Hitler pensaba en
términos apocalípticos queda claro por su convicción de formar un Reich de
mil años, una nueva y terrible forma de milenarismo.
Especialmente después del horror de la Segunda Guerra Mundial y el
Holocausto, muchas naciones con presidentes cristianos apoyaron la
propuesta de crear una patria para los judíos en Palestina, pero es posible que
el apoyo a la creación de Israel se haya debido en buena parte a la idea
apocalíptica de que los judíos deben estar en su patria, con un nuevo templo,
para que ocurra la Segunda Venida. Cuando el ángel suena la séptima
trompeta, dice el libro, “fue abierto el templo de Dios que está en el cielo, y
se hizo visible el arca de su pacto en su templo. Entonces estallaron
relámpagos, voces, truenos, un terremoto y una fuerte granizada”, lo cual
aparentemente significa que hay un nuevo templo en el monte Zion. Muchos
fundamentalistas cristianos y evangélicos vieron en la creación del nuevo
estado de Israel en 1948 y los rumores acerca de la construcción del tercer y
definitivo templo en Jerusalén como señales apocalípticas.
La política internacional
Si estas ideas parecen demasiado extravagantes, resulta más sorprendente
aún saber que, como dice Cohn, está concepción del Medio Oriente como
región necesaria para la Segunda Venida de Cristo puede influir en la política
internacional actual, incluso al más alto nivel. Aunque no todos los
encargados de la política internacional que son cristianos tienen esta visión
del Apocalipsis, los fundamentalistas por lo general pertenecen al campo de
los pre milenarios, es decir, aquéllos que creen en el rapto y que ellos pueden
contribuir para que el reino de los mil años de Cristo llegue más rápido.
“Entre los distintos enfoques para la interpretación de la profecía, hay dos
campos distintos”, escribe Robert Leonhard de la Universidad Johns
Hopkins. “Por un lado está el premilenialismo que anticipa un futuro regreso
de Cristo, que interviene violentamente para establecer su reino en la tierra.
Por otro lado está el post milenialismo, que no cree en la idea de que Cristo
algún día regresará y destruirá las instituciones, sino que cree que el papel de
la Iglesia es difundir el amor de Cristo y hacer de éste un mundo mejor hasta
que él regrese para el juicio final. Estas dos ideas en competencia tienen una
influencia duradera en la política del mundo occidental ".
En 1970 apareció The Late Great Planet Earth, un libro escrito por Hal
Lindsey, un pastor evangelista, que se convertiría en el libro más vendido de
no ficción de la década de los 70. Como muchas generaciones lo hicieron
antes que él, Lindsey predecía que los eventos del Apocalipsis tendrían lugar
en su época, que el anticristo ya había nacido y estaba empezando a actuar en
la Tierra. El libro hacía notar la frecuencia de terremotos, hambre y guerras, y
predecía que Europa se convertiría en una gran unión política que formaría el
nuevo imperio romano, regido por el anticristo. La Unión Soviética invadiría
Israel, y estos eventos precipitarían el fin. Todo esto tendría lugar, afirmaba
Lindsey, en los años 1980.
Reagan y la Segunda Venida
“En sus discusiones sobre las propuestas de congelación nuclear, les insto a
que tengan cuidado con la tentación del orgullo; la tentación de declararse
alegremente por encima de todo y etiquetar a ambos lados por igual como
culpables, ignorar los hechos de la historia y los impulsos agresivos de un
imperio del mal, llamar simplemente a la carrera armamentista como un
malentendido gigante y así apartarse de la lucha entre lo correcto y lo
equívoco, el bien y el mal.”
—Ronald Reagan ante la Asociación Nacional de Evangelistas, 1983
Lo que pudo ser un buen libro de entretenimiento, The Late Great Planet
Earth ganó una influencia inesperada, no sólo en la proliferación del
Apocalipsis en la cultura popular —con notables producciones
cinematográficas, libros, series de televisión y hasta videojuegos— sino en la
política internacional, incluyendo, a la persona que tenía capacidad para
ordenar el inicio de una conflagración nuclear y, por tanto, del fin de la
civilización. Esa persona era Ronald Reagan, el presidente de los Estados
Unidos, que aparentemente creía en la verdad literal del Apocalipsis de San
Juan, y que el fin de la historia era inminente. Esta convicción milenarista la
compartían algunas personas en la Casa Blanca. Como gobernador de
California, en 1971, Reagan había dicho en una reunión privada en
Sacramento, a la que asistió el presidente del Senado de California, que “Por
primera vez, todo está listo para la batalla de Armagedón y la segunda venida
de Cristo. No puede tardar mucho. Ezequiel dice que lloverá fuego y azufre
sobre los enemigos del pueblo de Dios. Eso debe significar que serán
destruidos por armas nucleares. Existen ahora, y antes nunca existieron".
Luego, en una entrevista en 1980 expresó en una entrevista con Jim Bakker:
“Puede que nosotros seamos la generación que vea ocurrir el Armagedón”.
Ronald Reagan llegó a la presidencia con la convicción de que la guerra
nuclear entre las superpotencias era inevitable, y que ésta sería
desencadenada por un conflicto en el Medio Oriente. Que haya calificado a la
Unión Soviética como “el imperio del mal” era menos un homenaje a Star
Wars y sí una referencia al libro del Apocalipsis. Para 1984 y su segundo
periodo presidencial, afortunadamente para el mundo, el presidente —
aparentemente aconsejado por su esposa Nancy— se había retractado de sus
opiniones apocalípticas y había roto con la derecha religiosa de Washington.
El expresidente Jimmy Carter publicó Our Endangered Values en 2006,
bajo la presidencia de George W. Bush, donde reveló que poderosos sectores
de la política de su país tenían fuertes creencias fundamentalistas sobre la
Segunda Venida de Cristo, y que habían estado presionando para crear las
condiciones para la llegada del fin de los tiempos: la guerra contra el Islam y
ayudar a Israel. Carter escribió:
“Una de las mezclas más extrañas de religión y gobierno es la fuerte
influencia de algunos fundamentalistas cristianos en la política
estadounidense en el Medio Oriente. Su premisa religiosa es que
cuando el Mesías regrese, los verdaderos creyentes serán elevados al
cielo, donde, junto con Dios, observarán la tortura de la mayoría otros
humanos que se queden atrás. La inyección de estas creencias en las
políticas gubernamentales de Estados Unidos son motivo de
preocupación. Estos creyentes están convencidos de que tienen la
responsabilidad personal de acelerar la llegada del “rapto” para cumplir
la profecía bíblica. Su agenda pide una guerra en el Oriente Medio
contra el Islam (¿Irak?) y la toma de toda la tierra santa por parte de los
judíos (¿ocupación de Cisjordania?), con la expulsión total de todos los
cristianos y otros gentiles. En el momento del rapto, todos los judíos se
convertirán al cristianismo o serán quemados."
El apoyo del presidente Donald Trump a Israel, al intentar reconocer
Jerusalén como la capital del país —en contra de la recomendación de
Occidente y la furiosa oposición de los estados árabes— puede o no puede
ser visto también como parte de un pensamiento milenarista. Es decir, las
creencias apocalípticas ciertamente se han expresado, aunque no
abiertamente, a través de la política exterior, y en los siglos XX y XXI han
jugado un papel especialmente delicado en el Medio Oriente.
CAPÍTULO VI: CULTOS APOCALÍPTICOS Y EL FIN DEL
MUNDO
“Los creyentes y las iglesias que experimentan el éxito del cristianismo, ya
sea en la influencia benéfica de la Iglesia en el mundo o en su integración con
la autoridad política, tienden a ver las profecías del reino como realidades
presentes. Aquellos que experimentan persecución o supresión del
cristianismo tienden a buscar un reino futuro que suplante la condición
actual.”
—Robert Leonhard, Visions of Apocalypse.
El fundamentalismo religioso es un fenómeno de la modernidad. Entendido
como reacción defensiva al retroceso del pensamiento y la autoridad religiosa
frente al pensamiento científico y al naturalismo, es un hecho relativamente
nuevo. La era de mayores avances científicos en la humanidad no provocó la
desaparición de la religión como muchos suponían, aunque sí del poder de las
grandes instituciones como las iglesias cristianas. De todos modos, la
humanidad encontró nuevas vías para expresar, en ocasiones de manera más
exacerbada, sus convicciones religiosas. Éste es el caso de los cultos.
Especialmente a finales del siglo XIX y principios del XX, el
fundamentalismo en Estados Unidos comenzó como una corriente emanada
del Princeton Theological Seminary como una reacción al modernismo y a
las nuevas maneras de interpretar la Biblia.
A principios del siglo XIX en Estados Unidos comenzó un movimiento
adventista que proclamaba la Segunda Venida de Cristo. Incluso se
ofrecieron fechas para ello. De este movimiento surgió también Charles Taze
Rusell que fundó los Testigos de Jehová, una secta cristiana que hasta la
fecha toma el libro del Apocalipsis como base de su predicación puerta a
puerta y de su visión milenarista de la historia.
A finales del siglo XIX, uno de los principales centros evangélicos de los
Estados Unidos difundió sus ideales revivalistas y comenzó una ola de
evangelismo que duraría hasta bien entrado el siglo XX. Dwight Moody, un
evangelista estadounidense que fundó la Iglesia Moody, deploró las nuevas
lecturas académicas de la Biblia, la teoría de la evolución, y predicó que la
segunda venida de Cristo sucedería pronto.
Con la llegada del siglo XX y la cercanía del segundo milenio ocurrieron
intensas reacciones por parte de los cultos apocalípticos que encontraron
especialmente en el Apocalipsis de San Juan su motivo de ser y sus
expectativas del inminente fin del mundo. En algunos casos, estos cultos
intentaron ayudar a que se concretara: si el fin del mundo no llegaba,
seguramente ellos podrían hacer algo al respecto.
Sin duda el caso más impactante de un culto apocalíptico ha sido el de
Peoples Temple de Indiana, bajo el liderazgo carismático de Jim Jones, quien
trasladó a su congregación a Guyana en 1978 y ordenó el suicidio en masa de
más de 900 personas. Las imágenes de la comuna de Jones en Guyana,
tomadas desde un helicóptero, con cientos de cadáveres regados por todo el
complejo, fueron calificadas de apocalípticas. Con todo, no es claro que
Jones tuviera una teología claramente basada en el libro del Apocalipsis, a
diferencia de David Koresh, el líder del culto de la Rama de David, los
Branch Davidians. Koresh tenía profundas convicciones basadas en el libro
de Daniel y de Juan. La secta creía que el mundo estaba en poder de Satán y
que las naciones se estaban uniendo para formar la nueva Babilonia. David
esperaba establecer el reino en Jerusalén, donde según él sufriría el martirio.
La sede de la secta era un complejo llamado Centro Monte Carmelo. En
1993, la policía recibió información de que Koresh y su gente estaban
acumulando armas de alto poder. Cuando fueron a inspeccionar, fueron
recibidos a balazos. Después de un asedio de 51 días, el FBI comenzó un
asalto con gases lacrimógenos. En medio del ataque con armas de alto poder,
Koresh habló al 911 para dar su última predicación, citando el libro del
Apocalipsis y los siete sellos.
El asedio terminó con la muerte de 75 personas, muchas de ellas mujeres y
niños, cuando el Complejo del Monte Carmelo se redujo a cenizas en lo que
aparentemente fue una autoinmolación ordenada por Koresh.
En el último manuscrito producido por Koresh, rescatado gracias a que una
mujer llamada Ruth Riddle escapó del fuego, el líder del culto disertaba
extensamente sobre su identidad y sobre el misterio de los Siete Sellos del
libro del Apocalipsis. Koresh afirmaba ser el misterioso Cordero que abre el
sello, así como la figura que monta el caballo blanco cuando se abre el primer
sello.
Cuatro años después, otro suicidio en masa de otro culto apocalíptico,
Haven´s Gate, la Puerta del Cielo, acaparó los titulares de los periódicos de
todo el mundo. Aunque el culto no hablaba en términos cristianos, era
claramente apocalíptico, y su sistema de creencias era una extraña mezcla
entre la ciencia ficción y mensaje básico del Apocalipsis: el líder, Marshall
Applewhite, y su mujer, llamada Bonnie Nettles, llegaron a la conclusión de
que ellos eran los dos testigos que menciona el libro del Apocalipsis en 11:3-
4: “Yo mandaré a mis dos testigos, y ellos profetizarán por mil doscientos
sesenta días, vestidos de cilicio. Ellos son los dos olivos y los dos candeleros
que están delante del Dios de la tierra”.
Applewhite creía que la Tierra se transformaría y se renovaría, que unas
entidades malignas (no bestias, sino en este caso extraterrestres) llamadas
Luciferinos conspiraban contra la humanidad. En su opinión, los miembros
elegidos de Heaven´s Gate serían llevados a una nave espacial cuando llegara
la hora. La oportunidad de unirse al rapto llegó con el paso del cometa Hale-
Bopp en 1997. Applewhite le dijo a su congregación que una nave espacial
iba detrás del cometa y que este evento marcaría el cierre de las puertas del
cielo, y por lo tanto la última oportunidad para dejar la tierra. En el transcurso
de tres días, 38 miembros de la Puerta del Cielo se suicidaron en masa
ritualmente, todos vestidos de manera idéntica, para ser llevados por el
OVNI.
Influencia en el arte moderno
Los orígenes del libro del Apocalipsis están envueltos, como muchos otros
textos del Nuevo Testamento, en el misterio. A partir del siglo II, el libro ha
sido sin duda el más inquietante y misterioso para los cristianos. Es tal la
continua fascinación que sigue ejerciendo en la actualidad que la industria del
entretenimiento ha encontrado en él una mina para producir discos de heavy
metal, películas sobre el rapto, libros sobre el fin del mundo, reportajes y
hasta movimientos políticos. Los fundamentalistas de cada generación han
pensado que el libro está dirigido a ellos, y que los acontecimientos que
describe están sucediendo en su época. En los años 1970, las trilogía de libros
de La Profecía, después llevada al cine, causó furor. La serie trata sobre la
llegada del anticristo.
A mediados de la década de los 1990, la fascinación del público en general
con el Apocalipsis quedó de manifiesto con la publicación de la novela Left
Behind, que junto con sus 14 secuelas ha vendido más de 65 millones de
ejemplares. La primera novela comienza con un momento climático, el rapto,
el momento en que desaparecen del planeta Tierra literalmente miles o
millones de personas a las que Dios ha decidido preservar del fin del mundo.
Aquellos que se quedan en la Tierra para lidiar con el Anticristo son los
abandonados. Las distintas entregas de Left Behind exploran los eventos que
llevarán a la gran batalla final entre las fuerzas divinas y del mal. La serie ha
sido criticada por su postura anticatólica y antijudía. Al igual que muchos
cristianos radicales ultraconservadores en Washington, la serie Left Behind
promovió la creencia de que el fin comenzará con un Israel poderoso y
autosuficiente como requisito previo para el regreso de Cristo, por lo que
apoyar a Israel es una necesidad... aunque no por los motivos más honestos.
razones. Al final, los judíos tendrán que convertirse o ser aniquilados.
En resumen, puede ser que el cristianismo, la asistencia a las iglesias y la
confianza en el clero esté en descenso, pero Juan el Visionario sigue gozando
de enorme popularidad, en parte porque en sus poderosas metáforas la gente
ha encontrado una explicación al surgimiento de fuerzas amenazantes más
poderosas, y la esperanza de que algún día éstas podrán ser controladas y
aniquiladas. También resulta atractiva la idea de que una persona, un
anticristo o una institución esté a cargo del mundo y que todos seamos sus
víctimas. De ahí que personajes como el presidente de los Estados Unidos,
Bill Gates o Mark Zuckerberg hayan sido vistos como ese ser aterrador que
con medio de engaños ha sido capaz de poner su marca en la humanidad,
controlar el comercio, determinar quién vive o quién muere, mientras que las
personas, cegadas, lo adoran como si fuera un dios:
“Y la bestia hace que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a
pobres, a libres y a esclavos, se les ponga una marca en la mano
derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el
que tenga la marca, es decir, el nombre de la bestia o el número de su
nombre.” (Apo 13:16-17)
No sólo el cambio de milenio en 1999, sino también la caída de las torres
gemelas en el World Trade Center y la pandemia del coronavirus en 2020
reavivaron la popularidad del Apocalipsis. Esto es algo que se repite, y
previsiblemente se seguirá repitiendo, en cada generación.
¿Qué sucederá con el libro escrito hace casi dos mil años por el profeta de
Asia Menor llamado Juan? A pesar de las profecías del fin, que se renuevan
cada generación o con cada acontecimiento que hace época, es de esperar que
el mundo no terminará pronto y que la humanidad seguirá, pero el libro del
Apocalipsis, con su fantástico elenco de bestias, ángeles, jinetes, dragones y
vengadores divinos, seguirá atrayendo el interés, la fascinación y el miedo del
mundo. Después de dos milenios de mantener cautivados e interesados a sus
millones de lectores, es quizás el libro más exitoso de todos los tiempos.
Conclusión
Pensar en el libro del Apocalipsis como un libro con impulsos genocidas,
sangriento y belicoso, como lo han hecho varios comentaristas modernos, es
hacer una lectura ingenua. Su mensaje es mucho más que eso: Juan el
Visionario puso por escrito un mensaje de denuncia en contra de las políticas
asesinas de Roma y su poder militar, un mensaje de cambio radical en el
mundo, el rechazo al imperio como normalidad de la historia. En el
pensamiento judío, el fin del mundo no se trata de desesperación, sino de
esperanza. Cuando el apóstol Pablo escribió sobre el reino venidero y el fin
de los tiempos, les dijo a sus oyentes y lectores: "Anímense unos a otros con
estas palabras". No era algo que temer, sino algo que se veía con esperanza.
Como libro final de la Biblia, como último movimiento de una sinfonía de
muchos autores compuesta a lo largo de casi mil años, la tarea del famoso
libro del Apocalipsis no podía ser fácil ni sencilla. Tenía que tener
proporciones bíblicas. Para quienes piensan como George Bernard Shaw que
no son más que las alucinaciones de un drogadicto, habría que responder que
teológica y literariamente, la gran saga de ángeles y demonios, reyes y
pastores, cataclismos y milagros, revelaciones divinas y grandes
planteamientos cósmicos que es la Biblia, merecía un cierre épico, el capítulo
final que debía ser tan grandioso como el inicio. Y lo logró.
Para Juan, el profeta del fin del mundo, el Apocalipsis es una protesta
contra la opresión que son los imperios de todas las eras. Roma, parece
decirnos con sus visiones, no es la era dorada de la humanidad y el culmen de
la civilización que la propaganda imperial quería hacer creer: Roma era un
gobierno que esparcía el caos, la persecución y la injusticia por parte de
bestias. Pero, advierte Juan, los poderes terrenales no son eternos, por
poderosos que parezcan, y serán juzgados. Así como Satanás fue arrojado a
un lago de fuego, los tiranos y los poderosos que oprimen a los débiles serán
un día polvo y ruinas. Y curiosamente, contrariamente a lo que la mayoría de
la gente piensa sobre el cristianismo, la escena final del último libro de la
Biblia no se trata de los humanos evacuando la tierra, subiendo a un lugar
llamado “cielo” para vivir existencias desencarnadas en eterna felicidad, sino
todo lo contrario. O en palabras del autor Jonathan Kirsch: “Ya sea que uno
vea en las visiones de Juan la destrucción del mundo entero o el túnel oscuro
que impulsa a cada uno de nosotros hacia nuestra propia muerte, su visión
final sugiere que, incluso cuando ha sucedido lo peor que somos capaces de
imaginar, podemos encontrar el asombroso regalo de una nueva vida”.
El libro del Apocalipsis trata sobre la llegada del cielo a la tierra, sobre
cómo se deshacen los grandes males de la historia. Se trata del reino de Dios
para seres humanos de carne y hueso, el fin de la injusticia y del imperio. Ése
es el poderoso mensaje del profeta de Patmos.
Lecturas recomendadas
Bauckham, Richard. The Climax of Prophecy: Studies on the Book of
Revelation. T & T Clark, 1993.
Kirsch, Jonathan. A History of the End of The World. Harper Collins, 2006.
Leonard, Robert. Visions of Apocalypse. What Jews, Christians, and
Muslims Believe about the End Times, and How Those Beliefs Affect Our
World. National Security Analysis Department of The Johns Hopkins
University Applied Physics Laboratory, 2010.
Pagels, Elaine. Revelations: Visions, Prophecy & Politics in the Book of
Revelation. Penguin, 2012.
Thompson, Leonard L. The Book of Revelation: Apocalypse and Empire.
Oxford University Press, 1990.
Yarbro Collins, Adela. Crisis and Catharsis: The Power of the Apocalypse.
The Westminster Press, 1993.
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