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Meternos entre los personajes nos ayuda a contemplar a Jesús recién nacido
Es una creación muy antigua, pero popularizada por san Francisco de Asís en el
año 1223.
Aclarado que Jesús que nace es el Centro de la celebración, nos metemos en los
demás personajes: José, su papá virginal, por quien le llega la ascendencia real
davídica propia del Mesías esperado.
Los ángeles (Lucas 2,9), que comunican familiarmente la noticia a los pastores
de ovejas de Israel, el pueblo elegido, y que por lo tanto entendían de apariciones
y mensajes angélicos, pues el antiguo Testamento está lleno de ellos.
Están mencionados en el profeta Isaías, 1,3, donde se dice que el buey conoce a
su amo y el asno al que le da de comer, pero Israel (y aquí colocamos el nombre
de cada uno de nosotros) no conoce a su Señor.
Queda como mensaje que, así como el burrito y el buey, infaltables bíblicamente
en la representación navideña, seres sin inteligencia, conocen a sus dueños y a
quienes los alimentan, así también nosotros, seres inteligentes, debemos conocer
a Aquel que es nuestro Dueño y Señor, aquel que dice en el Sermón de la
Montaña de Mateo 6, 25-34, que es capaz de vestirnos como lo hace con los
lirios hermosos del campo, y de alimentarnos como lo hace con los gorriones que
revolotean por los aires
María, la que espera
1 diciembre, 2008
Oficina de Prensa
El Adviento es un tiempo de espera para la gran celebración de la Navidad. El Nacimiento de
Jesús es el acontecimiento largamente esperado por el pueblo de Israel, que durante tantos años
vivió anhelando el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de que le enviaría un
Salvador.
Inmersos en la prisa
Nuestra cultura no está habituada a esperar y nos es difícil comprender que el pueblo de Israel
haya aguardado por siglos y siglos para el cumplimiento de esta promesa. La nuestra es la
cultura de la prisa, de lo inmediato, de lo “exprés”. Esperar implica acomodarse al tiempo de
otro, y resulta realmente difícil aceptar los tiempos de “otro” cuando no coinciden con los
nuestros, incluso si se trata de los tiempos de Dios.
El Adviento nos invita a esperar el tiempo de Dios; la venida de Jesús.
Adelantamos la espera
El Adviento no es aún la fiesta, sino espera, preparación y expectación para la gran fiesta. El
gozo propio del Adviento es de quien ha recibido una promesa y espera ilusionado su
cumplimiento y verificación. Sin embargo, hoy ya no lo vivimos esperando una promesa.
Hemos adelantado la fiesta y hemos perdido el clima de “espera”, “de promesa”, de “don”.
Lo anticipamos todo: durante el Adviento nos damos regalos, los abrimos, cenamos pavo,
dulces, etcétera. No sabemos esperar. Esta anticipación del festejo nos ha “robado” el tiempo de
preparación espiritual propuesto por la Iglesia para una celebración profunda de la Navidad,
que tendría que ser, para cada cristiano, un encuentro “de corazón a corazón” con el Dios-niño,
tan sencillo y pequeño, que se encuentra al alcance de todos.
Tres actitudes muy hermosas de María que nos pueden ayudar a vivir este Adviento, son: la
espera, la preparación del corazón y la acogida sincera.
María espera con gozo, con profunda esperanza, la llegada de Jesús a su vida.
• María prepara su corazón con vivos sentimientos de ternura para con el Niño Jesús
que viene, y de gratitud profunda para con Dios que cumple sus promesas.
• María cultiva en su corazón una acogida generosa, abriéndolo de par en par para que
realmente entre Jesús a su vida. Ella lo esperaba sinceramente, no lo acoge sólo de
palabra, sino que le ofrece su corazón.
Que María nos enseñe a vivir este Adviento en una espera gozosa; a aprovechar este tiempo
para preparar nuestro corazón a fin de que Jesús realmente encuentre en él un lugar donde
quedarse y desde el cual podamos descubrirlo como verdadero Salvador: como el Dios que
viene a iluminar lo que en nuestra vida está oscuro, a sanar lo que en nuestra vida está enfermo,
y a liberarnos de todo lo que nos impide vivir en el gozo de su amor