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Mensajes en Botella
Mensajes en Botella
Todos aquellos que puedan haber leído esta misiva, sabed que me llamo Thom
Kavanagh y que nací en 1652 en Boston. Corre el año 1706 y hace mucho tiempo
que vivo aislado en el hogar de mis antepasados en busca de paz y fortaleza de
espíritu. Mi historia es singular como pocas, aunque no pretendo teñirla de
grandeza o nobleza. Pero la naturaleza de la sangre que corre por mis venas es
tan extraña que es necesario mencionar estos hechos con la esperanza de arrojar
luz sobre mis circunstancias. Además, si existen otras personas en el mundo que
sufran las mismas perturbaciones mentales que yo, quizá puedan hallar en mí un
alma gemela y una mano amiga que les guíe hacia las plácidas orillas de la
cordura…
Por decirlo claramente, nací siendo una criatura con dos almas: una la mía
propia, nueva y recién llegada al teatro del mundo; la otra vieja y sabia, un alma
tan antigua como el mismísimo universo. Dos almas en un único cuerpo
compitiendo por la supremacía.
Desde que soy un ser pensante, he sentido estas dos corrientes fluyendo en mi
interior. En futuras cartas hablaré de qué puede haber dado lugar a esta misteriosa
situación…
Aprendí a hablar a los doce meses, siendo mis primeras palabras “mi amor” y
“amada”. Mis padres vieron en esto una señal de gran inteligencia, pero sentían
inquietud por lo que significaban esas palabras. Y valla si tenían motivos para
sentir ansiedad, pues a los dos años de edad, cuando lo normal hubiera sido que
me dirigiera a mis amables progenitores con las palabras “madre” y “padre”, yo
ya los llamaba por sus nombres, Elizabeth y Thomas. Huelga decir que se trata de
un extraño hábito para un niño. Pero ese era mi impulso, y seguí comportándome
fiel a él hasta bien pasada mi adolescencia…
Solo tengo buenos recuerdos de la ciudad que fue mi hogar durante casi dos
décadas. Boston era un lugar de gran belleza y paz. Mi padre era zapatero de
profesión y mi madre cuidaba del hogar mientras me criaba lo mejor que
podía. Y todos juntos vivíamos frente a la ribera sur, cerca de los muelles y del
trasiego de veleros de altos mástiles que transportaban todo tipo de mercancías a
la joven colonia.
Desde esa temprana edad supe que no viviría toda mi vida en Boston, sino que
vagaría por el ancho mundo en busca del origen del extraño secreto que moraba
en mi interior. Hablaré de ello largo y tendido en otro momento. Pero sabed que
por un tiempo viví feliz y amé mucho a mis padres…
Recuerdo con claridad el día de mi primera ensoñación. Hasta ese momento, solo
PRESENTÍA la duplicidad de mi mente, pero ese día pude vislumbrar con
claridad esa segunda alma enterrada, la segunda vida que había dentro de mí.
Tenía cuatro años y era un fresco día de otoño. Me encontraba de excursión con
mis padres paseando por un lugar llamado Beacon Hill. Acabábamos de terminar
nuestro almuerzo campestre y nos encaminábamos al pico para contemplar la
ciudad que se extendía a sus pies.
Entre los cuatro y los catorce años, me entregué a tan profusas ensoñaciones e
ideas que sería una locura tratar de describirlas, pero exteriormente parecía tan
normal como cualquier otro chico. Además, nunca llegué a sentir inquietud por el
contenido de mis ensoñaciones: visiones de fabulosas ciudades hechas de cristal,
retratos de hermosos hombres y mujeres ataviados con largas túnicas, máquinas
que generaban rayos como si de nubes de tormenta se tratase, vehículos que
volaban como pájaros…
06. MI APRENDIZAJE
Cuando tenía catorce años, mi padre, sintiendo que necesitaba aprender un oficio
más acorde con mi disposición mental, me colocó como aprendiz de un maestro
carpintero de Boston llamado Jonathan Davenport. El maestro Davenport tenía
por entonces muchos esclavos y otros dos chicos blancos a su cargo. Uno era
albañil de profesión y el otro carpintero, pero ninguno de los dos era
especialmente brillante. Al observar una cierta chispa de inteligencia en mí, el
maestro Davenport se mostró deseoso de darme empleo como carpintero de obra,
puesto que acepté con gusto, pues me proporcionaba un sueldo de dos libras al
año y una gran satisfacción personal.
Y así, tras empaquetar todas mis posesiones y despedirme de mis padres con gran
cariño, me embarqué en un bergantín mercante rumbo a Jamaica, en las Indias
Occidentales, donde había una gran demanda de carpinteros diestros…
Pero no todo lo concerniente a mi partida fue feliz, pues fue en esa época cuando
las voces se volvieron más fuertes. Como si de un hombre susurrándome al oído
se tratara, estas voces no eran de naturaleza siniestra ni me impedían
relacionarme con mis semejantes. Pero, al contrario que mis ensoñaciones, que
tenían lugar mientras dormía o soñaba despierto, estas voces me acosaban justo
en los momentos más inoportunos. Día y noche, me importunaban sin que
hubiera provocación alguna por mi parte. Y aunque no eran constantes, sí eran
ciertamente frecuentes. Y lo más extraño de todo, se asemejaban a los
recuerdos. En ocasiones me parecía oír mi propia voz entre ellas.
Una mujer: “Ya que los rasgos biológicos pasan de una generación a otra, ¿por
qué no diseñamos humanos que transmitan también lo aprendido a su
progenie? Es algo que está a nuestro alcance”. En este momento la interrumpe la
otra mujer: “¡Jamás! ¡Ya los hemos hecho fuertes y resistentes! ¿Por qué
deberíamos concederles nuevas ventajas sobre nosotros? Estamos muriendo, la
balanza de la guerra se inclina a su favor… ¡Hemos de descubrir el modo de
alcanzar nuestra propia salvación, no la suya!”.
Y aquí parece que hablo yo: “Se puede hacer. Podríamos mejorar su especie
mediante una simple manipulación del código de su sangre”. En ese momento la
segunda mujer grita: “¡Ni hablar!”. Y así termina el recuerdo…
Y entonces vino a mi mente la frase que había oído antes: “El código de su
sangre”… ¡De repente tenía sentido para mí! El código de la vida, como un
astillero en miniatura, responsable de crear a cada hombre y mujer sobre la
Tierra. ¿Cómo es que semejante idea tenía lógica para mí? ¿Cómo es que
comprendía un concepto sin precedente en las filosofías más avanzadas? El
código de la vida. En nuestra sangre. ¡Imagináoslo!
Parecía que por cada éxito que cosechaba, me aguardaban dos o tres amenazas
potenciales. Y como el tiempo demostraría, por desgracia esto demostró ser
cierto…
En la época en que lo conocí, poseía una de las haciendas privadas más grandes
del mundo, solo comparable en extensión a las de los reyes y emperadores. Lo
mismo ocurría con el número de esclavos bajo su cargo: aunque había llegado a
Jamaica acompañado de tan solo tres, ahora era dueño de más de trescientos.
Era abril de 1673 cuando divisé un galeón en el puerto de Kingston con pabellón
holandés, lo cual me extrañó, aunque no era del todo improbable. Sin embargo,
era una estratagema, pues el cargamento del barco era sin duda español. Al
mando estaba un caballero español llamado Torres, antaño soldado del ejército
español y en la actualidad emisario de su rey. O al menos eso le dijo a Peter
Beckford. Más tarde supe que se llamaba a sí mismo templario y que el motivo
de su visita a la plantación de Beckford era admirar la extraña colección de
manuscritos de mi patrón.
Torres pasó dos días junto al señor Beckford cuando otra cosa llamó su atención:
mi persona. La visión de mi rostro le causó una extraña excitación que al
principio me pareció indecorosa, hasta que me asedió con una serie de preguntas
que sacudieron lo más profundo de mi ser. Una noche, después de cenar, me
preguntó: “¿Oyes voces, señor Kavanagh?”. “¿Disculpe?”, le respondí fingiendo
ignorancia, aunque visiblemente turbado. “Voces. Desde lo más profundo de tu
mente. O recuerdos, para ser más claros, que parecen pertenecer a otra vida”. Me
sentía aterrorizado. ¿Cómo era posible que este hombre conociera el antiguo
secreto de mi vida como si fuera un hecho banal?
LA MUJER Y YO;
“Amado” dijo ella, con voz íntima y familiar. “Los nuestros conspiran contra
nosotros. Vacilan y suspiran, resignados a su destino, contentos de luchar por los
humanos. Pero hay esperanza para nosotros; es posible acostumbrar nuestros
cuerpos al mundo frío, la atmósfera envenenada y la propia guerra. ¿Me
ayudarás? ¿Te someterás?”
“¡Sí!”, dice ella. “¿Y quién mejor para este salto que mi amado esposo? Con una
mente sin igual y una constitución endiablada. Arquitecto del Observatorio,
custodio de las herramientas del Edén, luz brillante de nuestra civilización. Si no
eres tú capaz, nadie lo será…”
Y yo respondí; “Lo haré por ti, amada. Por nosotros y nuestro pueblo…”
14. EL ASESINO
Pensé sobre la carta un buen rato esa noche. ¿Qué quería decir un “parecido
increíble” con un tal hombre, y por qué eso era tan intrigante? Lo pensé horas y
horas, dando vueltas junto al catre, decidido a salir ya, cuando se oyeron de
repente ruidos de pistolas y rifles, fuera en el jardín. A mis oídos sonó como el
mismo principio de una guerra, conmigo mirando en el medio…
Me tiré de rodillas y me escondí en el extremo del catre, lejos de la ventana, y
cerré los ojos. Pero una voz llamó a mi puerta. “¡Maese Kavanaugh!”, dijo. Alcé
la testa, abrí los ojos y allí vi una terrible figura. Con capucha y túnica de color
sombrío, el hombre se llevó un pequeño tubo a los labios y sopló. Sentí un
picotazo en el cuello, como de mosquito. Abrí la boca para protestar, pero una
tremenda fatiga se apoderó de mí y caí dormido…
Desperté días después en una bulliciosa aldea nativa, en presencia del mismo
hombre, a muchas leguas de lo que era mi hogar. El hombre, nativo, con una cara
seria y fuerte pero amable, se identificó como Bahlam y me dijo que no estuviera
asustado.
Y no lo estaba, pues su pose era calmada y sus palabras amables. Pregunté por
qué me trajo a este lugar. Su sorpresa pareció genuina y me dijo: “Eres un
Sabio. Tu cara lo revela. Sobre todo tus ojos”. No sabía qué pensar de esta
idea. Continuó. “No eres sino uno de muchos hombres idénticos; nacidos fuera
del tiempo original. Tu aspecto y alma son un patrón que se repite durante los
siglos. A veces pasa un siglo o más sin que aparezca un sabio; otras nacen dos en
la misma década. No sabemos por qué”.
Y el diablo se lleve mis sesos, todo lo que dijo me era conocido de algún modo
intrínseco, pero igualmente me atemorizó. ¿Cómo podía ser un hombre
renacido? ¿Cómo se puede vivir una vida y estar en la segunda, aún pensando en
la primera? Pasé muchos días con el llamado Bahlam, y en ese tiempo me contó
cuanto sabía. Luego me izo preguntas que quería que yo respondiera…
16. EL OVSERVATORIO
Permanecí varios días con mi captor, Bahlam, interrogándole sobre todo tipo de
cuestiones, al igual que él a mí. Y todo ese tiempo me preguntaba qué destino
tendría reservado para mí. El séptimo día le confesé lo que me afligía.
17. DE MI PARTIDA
“Señor, me has tratado con gentileza”, le dije. “Y confío plenamente en ti. Pero
no puedo compartir mis visiones y recuerdos sin antes comprender su
significado. Por ello he de partir y viajar en secreto a un lugar que lleva años
ocupando mis pensamientos”.
En los días que siguieron, Bahlam cumplió su palabra. Acompañado por su joven
hijo, Ah Tabai, me llevó primero hasta una aldea pesquera cercana a su complejo
y me suministró mapas y dinero antes de lanzarme una advertencia: “Los
templarios han arribado recientemente a las Indias Occidentales, y ese tal Torres
es su gran maestre. Aunque de momento su número es reducido, pronto vendrán
más. Cuídate de ellos y no confíes en sus ruegos, pues lo que no consiguen por
medio de la palabra lo hacen por medio de la fuerza”.
Y tras esto y una calurosa despedida, me alejé de este “Asesino” rumbo a lugares
desconocidos, impulsado por vagos propósitos…
18. MY BÚSQUEDA
Por el camino me crucé con muchas personas encantadoras que me trataron con
amabilidad y me ofrecieron provisiones a cambio de trabajo. Así llegué a conocer
a los pueblos del Viejo y Nuevo Mundo, y en todos ellos hallé las mismas
esperanzas y deseos. Sin duda, viajar es la mejor escuela que existe.
Después, tras vagar durante trece meses, di con lo que buscaba en el interior de
una conocida isla. Allí estaba, el lugar que Bahlam llamaba el Observatorio. Oh,
¡qué recuerdos despertó en mí el lugar! Mucho antes de ver la estructura con mis
propios ojos, ya sabía que había dado con él. Dejé a mis hombres en la costa y
me interné en la selva y los profundos barrancos hasta llegar al lugar. Allí me
maravillé ante su enigmática y arcana presencia.
Enseguida supe lo que tenía que hacer: presioné con el dedo lo que sabía que era
un portal y, tras abrirse, accedí al interior. Sin embargo, lo que allí encontré
seguirá siendo un misterio. El mundo aún no está preparado para oír mi relato y,
salvo mi amigo Bahlam y quizá los templarios que aún me persiguen, podría
considerarse brujería.
Tras una semana allí, recibí la visita de un grupo de nativos de la isla, creo que
miembros de la tribu de los taínos. Ellos me vieron primero, y me habrían
asesinado de inmediato si no hubiera abierto los ojos de tal manera que sus
inusuales rasgos hubieran quedado a la vista de todos. Al verlos, los nativos se
detuvieron y se arrodillaron gesticulando lentamente. Comprendí de inmediato
que estos hombres habían jurado proteger el lugar, y por las conversaciones que
he mantenido con ellos desde entonces, he llegado a la conclusión de que un
Sabio anterior les había contratado para tal fin. O más bien debería decir que
contrató a sus antepasados, ya que habían transcurrido 150 años desde la visita
del último Sabio a este lugar. Me dijeron que su tumba yacía cerca, pero no está
señalizada y es inaccesible.
Ya han pasado más de cuatro décadas desde mi llegada a este lugar sagrado y
solo queda una cuestión por resolver: ¿cuántos de mi especie han existido en
total? Han pasado casi ochenta milenios desde nuestra creación, lo que me lleva a
pensar que el número es muy elevado. Pero no lo sé con certeza.
Pero no dejes que eso te inquiete, lector, pues si has seguido con atención mi
historia, sabrás dónde hallar mi última misiva en el lugar donde sin duda pronto
yaceré, cerca del Observatorio, donde he ordenado a mis guardias que me
entierren cuando mi camino a lo largo de esta vida mortal llegue a su fin. Hasta
entonces, ve con Dios.
Escribo esto cuando está a punto de cumplirse el año 1706. Me hayo enfermo y
en malas condiciones, y por ello he de contar todo lo que pueda sobre mí antes de
que sea demasiado tarde. He rescatado estos hechos de los rincones más oscuros
de mi memoria. No puedo confirmar o probar mis argumentos, pero quizá ayuden
a otros como yo a comprender y no sentirse tan solos como yo me siento a
menudo.
“Existe otra forma, cariño”, me dijo ella. “Imperfecta, pero posible. Primero
aceptaré llevar a cabo los experimentos de Minerva, su terrible regalo a la
humanidad. Pero mi propósito es el opuesto: ¡lograr tu inmortalidad! Mientras
reúno muestras del código de la sangre humana, añadiré mis propias mejoras:
muestras de tu código modificadas de tal forma que cuando las piezas correctas
se unan, transformarán el cigoto de un bebé recién concebido. De esta forma,
renacerás una y otra vez a lo largo del tiempo. Con suerte, esta reaparición
recesiva jamás cesará, sino que viajará como una balsa corriente abajo siguiendo
el flujo genético”.
Estaba dando mi último suspiro en los brazos de mi amada mientras ella hablaba,
pero comprendí perfectamente lo que quería decir. “¡Búscame, querido! Tu
muerte no será en vano. Volveremos a estar juntos. Aguardaré sepultada.
¡Yaciendo a la espera! ¡Lista para resurgir cuando llegue el momento!”.
Por ello, a todos aquellos que hayan leído mis palabras sin entenderlas: no
desesperéis. ¡El mundo contiene más misterios que respuestas y nuestro único
propósito es aceptar su naturaleza! -TK, 1706