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Mensajes en botella

01. DE MI NOMBRE Y ORIGEN

Todos aquellos que puedan haber leído esta misiva, sabed que me llamo Thom
Kavanagh y que nací en 1652 en Boston. Corre el año 1706 y hace mucho tiempo
que vivo aislado en el hogar de mis antepasados en busca de paz y fortaleza de
espíritu. Mi historia es singular como pocas, aunque no pretendo teñirla de
grandeza o nobleza. Pero la naturaleza de la sangre que corre por mis venas es
tan extraña que es necesario mencionar estos hechos con la esperanza de arrojar
luz sobre mis circunstancias. Además, si existen otras personas en el mundo que
sufran las mismas perturbaciones mentales que yo, quizá puedan hallar en mí un
alma gemela y una mano amiga que les guíe hacia las plácidas orillas de la
cordura…

Por decirlo claramente, nací siendo una criatura con dos almas: una la mía
propia, nueva y recién llegada al teatro del mundo; la otra vieja y sabia, un alma
tan antigua como el mismísimo universo. Dos almas en un único cuerpo
compitiendo por la supremacía.

Desde que soy un ser pensante, he sentido estas dos corrientes fluyendo en mi
interior. En futuras cartas hablaré de qué puede haber dado lugar a esta misteriosa
situación…

02. PRIMERAS OPINIONES SOBRE MI CONDICIÓN

Desde mi nacimiento fui considerado un chico de extraños hábitos e impulsos por


mis padres y vecinos. Mis ojos, de color y tamaño desiguales, atrajeron todo tipo
de comentarios y especulaciones por el hecho de ser tan visibles. Pero mi
comportamiento también resultaba extravagante. Era propenso a todo tipo de
extrañas gesticulaciones, comportamientos y señales cuyo significado mis padres
eran incapaces de descifrar. Dicen también que jamás lloré o protesté, lo cual
resulta extraño en un crío, pero sin duda reconfortó a mi querida madre.

Aprendí a hablar a los doce meses, siendo mis primeras palabras “mi amor” y
“amada”. Mis padres vieron en esto una señal de gran inteligencia, pero sentían
inquietud por lo que significaban esas palabras. Y valla si tenían motivos para
sentir ansiedad, pues a los dos años de edad, cuando lo normal hubiera sido que
me dirigiera a mis amables progenitores con las palabras “madre” y “padre”, yo
ya los llamaba por sus nombres, Elizabeth y Thomas. Huelga decir que se trata de
un extraño hábito para un niño. Pero ese era mi impulso, y seguí comportándome
fiel a él hasta bien pasada mi adolescencia…

03. DEL LUGAR DE MI NASCIMIENTO

Solo tengo buenos recuerdos de la ciudad que fue mi hogar durante casi dos
décadas. Boston era un lugar de gran belleza y paz. Mi padre era zapatero de
profesión y mi madre cuidaba del hogar mientras me criaba lo mejor que
podía. Y todos juntos vivíamos frente a la ribera sur, cerca de los muelles y del
trasiego de veleros de altos mástiles que transportaban todo tipo de mercancías a
la joven colonia.

Recuerdo la fascinación que me provocaban esos barcos y las promesas de


aventuras que conllevaban. Para distraerme o quizá llevado por mi imaginación,
pasé muchas mañanas sentado en los muelles viendo cómo los barcos llegaban a
puerto desde tierras lejanas o cómo desaparecían hundiéndose silenciosamente en
el horizonte como si de un sueño se tratara. Entonces me preguntaba qué habría
tras la fina línea azur, y ese anhelo sembró en mí la semilla del deseo: ansiaba
viajar y descubrir.

Desde esa temprana edad supe que no viviría toda mi vida en Boston, sino que
vagaría por el ancho mundo en busca del origen del extraño secreto que moraba
en mi interior. Hablaré de ello largo y tendido en otro momento. Pero sabed que
por un tiempo viví feliz y amé mucho a mis padres…

04. MI ENSOÑACIÓN PRIMERA

Recuerdo con claridad el día de mi primera ensoñación. Hasta ese momento, solo
PRESENTÍA la duplicidad de mi mente, pero ese día pude vislumbrar con
claridad esa segunda alma enterrada, la segunda vida que había dentro de mí.

Tenía cuatro años y era un fresco día de otoño. Me encontraba de excursión con
mis padres paseando por un lugar llamado Beacon Hill. Acabábamos de terminar
nuestro almuerzo campestre y nos encaminábamos al pico para contemplar la
ciudad que se extendía a sus pies.

En ese momento me invadió una sensación de frío. El mundo pareció oscurecerse


y resplandecer a la vez. Caí de espaldas. Una voz me dijo: “Ve, amado. Ve hacia
tu descanso”. A pesar de lo extraño que resultaba todo, sentí un profundo
amor. La voz continuó: “Tu sacrificio no será en vano. Y aunque debes
abandonar esta vida, te veré renacer. Regresarás para estar a mi lado para
siempre…”
Nunca antes había sentido una sensación tan profunda de adoración, y pocas
veces he sentido algo parecido desde entonces. De repente el cielo se aclaró y el
mundo recobró su luz. Me desperté tendido en el suelo mientras mis padres me
llamaban…

05. MI PENOSA SITUACIÓN

Me embarga la tristeza al evocar el origen de mi profundo aislamiento de mis


padres, incluso a tan temprana edad, y la viva sensación de que era muy diferente
a ellos. Aunque ellos me habían concebido y criado, no parecía pertenecer a su
familia. Y la ensoñación que describí antes no sirvió sino para reforzar aún más
este sentimiento. Parecía no pertenecer a este mundo. De hecho, había días en los
que no me sentía ni siquiera humano, sino otro tipo de criatura muy diferente.

Entre los cuatro y los catorce años, me entregué a tan profusas ensoñaciones e
ideas que sería una locura tratar de describirlas, pero exteriormente parecía tan
normal como cualquier otro chico. Además, nunca llegué a sentir inquietud por el
contenido de mis ensoñaciones: visiones de fabulosas ciudades hechas de cristal,
retratos de hermosos hombres y mujeres ataviados con largas túnicas, máquinas
que generaban rayos como si de nubes de tormenta se tratase, vehículos que
volaban como pájaros…

Como decía, eran extravagantes visiones e ideas que agradarían a cualquier


mente sana, pero tan reales que mi cerebro no podía ignorarlas…

06. MI APRENDIZAJE

Cuando tenía catorce años, mi padre, sintiendo que necesitaba aprender un oficio
más acorde con mi disposición mental, me colocó como aprendiz de un maestro
carpintero de Boston llamado Jonathan Davenport. El maestro Davenport tenía
por entonces muchos esclavos y otros dos chicos blancos a su cargo. Uno era
albañil de profesión y el otro carpintero, pero ninguno de los dos era
especialmente brillante. Al observar una cierta chispa de inteligencia en mí, el
maestro Davenport se mostró deseoso de darme empleo como carpintero de obra,
puesto que acepté con gusto, pues me proporcionaba un sueldo de dos libras al
año y una gran satisfacción personal.

El trabajo de carpintero de obra requiere un pulso firme y un gran sentido


decorativo, cualidades que el maestro Davenport dijo que yo poseía en
abundancia. Y fue con gran orgullo que a los diecinueve años, y tras solo cinco
años de aprendizaje en lugar de los habituales siete, me despedí de mi maestro
para buscar el éxito por mi cuenta, convertido ya en un hombre y un maestro por
derecho propio. Mi maestro no sintió tristeza al verme partir, pero me deseó
buena suerte, ya que en su interior sabía que yo era el mejor aprendiz que jamás
había tenido. “Hay en ti una genialidad innata, muchacho. Una sabiduría que
supera con creces tu edad”.

Y así, tras empaquetar todas mis posesiones y despedirme de mis padres con gran
cariño, me embarqué en un bergantín mercante rumbo a Jamaica, en las Indias
Occidentales, donde había una gran demanda de carpinteros diestros…

07. AL SALIR DEL HOGAR

Sufro al recordar ahora mi dicha al despedirme de Boston y de mis queridos


padres, quienes me habían criado tan bien, pues en retrospectiva pienso que quizá
debería de haber mostrado tristeza o al menos inquietud. Pero abandonar el hogar
a tan temprana edad fue una de las grandes alegrías de mi vida: nunca más he
sentido semejante sensación de libertad como ese día.

Pero no todo lo concerniente a mi partida fue feliz, pues fue en esa época cuando
las voces se volvieron más fuertes. Como si de un hombre susurrándome al oído
se tratara, estas voces no eran de naturaleza siniestra ni me impedían
relacionarme con mis semejantes. Pero, al contrario que mis ensoñaciones, que
tenían lugar mientras dormía o soñaba despierto, estas voces me acosaban justo
en los momentos más inoportunos. Día y noche, me importunaban sin que
hubiera provocación alguna por mi parte. Y aunque no eran constantes, sí eran
ciertamente frecuentes. Y lo más extraño de todo, se asemejaban a los
recuerdos. En ocasiones me parecía oír mi propia voz entre ellas.

¿Era posible que oyese conversaciones de una vida anterior? ¿Recuerdos de


aquellos a quienes conocí, recuerdos de relaciones pasadas? En la próxima carta
relataré las que fueron quizá las conversaciones más desconcertantes.

08. LO QUE DIJERON LAS VOCES

He aquí uno de tales recuerdos, repetido ad nauseam durante toda mi vida:

YO, UN HOMBRE Y DOS MUJERES.

Una mujer: “Ya que los rasgos biológicos pasan de una generación a otra, ¿por
qué no diseñamos humanos que transmitan también lo aprendido a su
progenie? Es algo que está a nuestro alcance”. En este momento la interrumpe la
otra mujer: “¡Jamás! ¡Ya los hemos hecho fuertes y resistentes! ¿Por qué
deberíamos concederles nuevas ventajas sobre nosotros? Estamos muriendo, la
balanza de la guerra se inclina a su favor… ¡Hemos de descubrir el modo de
alcanzar nuestra propia salvación, no la suya!”.

Y aquí el hombre discrepa: “Nuestro tiempo ha llegado a su fin. Los instrumentos


de nuestra voluntad pronto se convertirán en nuestros amos y nos
desvaneceremos. Quizá no en diez o veinte años, pero sin duda antes de que
termine este siglo. ¿Entonces por qué no dotar a los humanos con facultades para
la sabiduría y el desarrollo? ¿Por qué no dejar que transmitan sus conocimientos
acumulados de generación en generación? Al ascender de escalafón, los humanos
llegarán a ser tan sabios como nosotros…”

Y aquí parece que hablo yo: “Se puede hacer. Podríamos mejorar su especie
mediante una simple manipulación del código de su sangre”. En ese momento la
segunda mujer grita: “¡Ni hablar!”. Y así termina el recuerdo…

09. CURIOSO INCIDENTE EN LA MAR

Durante mi travesía a las Indias Occidentales, un curioso incidente despertó en


mí una revelación. Fue un acto de violencia gratuita del que fui testigo y que
demostró tener consecuencias fatales solo para su instigador: un pirata indultado
llamado Savory que había subido a bordo para pagar sus deudas como un buen
cristiano, pero que murió como un diablo embriagado después de confundir las
razonables abjuraciones de sus compañeros con insultos. Murió por un disparo de
su propia arma cuando trataba de cargarla antes del primero de los seis duelos
que había organizado contra nuestro grupo.

Todos sentimos pena por su infortunio, aunque sentíamos alivio por la


tranquilidad que trajo su ausencia. Pero al ver al pobre hombre herido con la
sangre manando de su cuerpo, una idea que llevaba mucho tiempo aletargada
dentro de mí despertó de repente, una idea que se encontraba en mi interior a la
espera de reaparecer.

Y entonces vino a mi mente la frase que había oído antes: “El código de su
sangre”… ¡De repente tenía sentido para mí! El código de la vida, como un
astillero en miniatura, responsable de crear a cada hombre y mujer sobre la
Tierra. ¿Cómo es que semejante idea tenía lógica para mí? ¿Cómo es que
comprendía un concepto sin precedente en las filosofías más avanzadas? El
código de la vida. En nuestra sangre. ¡Imagináoslo!

Estas ideas me acosaron durante muchas semanas en esa travesía, formando un


torbellino tal que me sentía incapaz de articularlas…
10. EN BUSCA DE UN TRAVAJO

Al llegar a Jamaica deseché todos los pensamientos ociosos y las fantasías y me


concentré en encontrar empleo. Una carta de recomendación de mi mentor, el
señor Davenport, aceleró mi éxito y en menos de dos semanas conseguí concertar
una entrevista con un agente que trabajaba para el señor Peter Beckford, un
hombre conocido en todas las Indias Occidentales por su honradez e
inteligencia. Debo decir que su agente poseía esas mismas cualidades, pues me
contrató de inmediato, y en dos días estaba listo para trabajar en los barracones
de los esclavos dotándolos de puertas más resistentes y techos más sólidos.

En cuanto a mi alojamiento, me complace admitir que me agradaba mucho. Tenía


tres ventanas, dos de las cuales daban a los campos de caña de azúcar. Al
abrirlas, una ligera brisa llenaba mi cuarto y traía el áspero aroma de la mar
cercana y el distante rumor de las olas. A menudo también me llegaban los
cantos espirituales de los esclavos negros, que me transmitían una profunda
paz. Todo resultaba agradable, pero esta comodidad no podía ocultar el terror que
sentía a contraer la fiebre amarilla o cualquiera de las innumerables
enfermedades que afligían a los recién llegados a esta región. Yo mismo vi a más
de diecisiete hombres y mujeres perecer por esa enfermedad en los seis primeros
meses después de mi llegada.

Parecía que por cada éxito que cosechaba, me aguardaban dos o tres amenazas
potenciales. Y como el tiempo demostraría, por desgracia esto demostró ser
cierto…

11. PETER BECKFORD EL ANCIANO

Ahora he de hablar de mi jefe, ya que por culpa de sus conexiones me hallé en


semejantes apuros. Peter Beckford era un orgulloso hombre de gran
carisma. Llegó a Jamaica en 1662 y en tan solo diez años se había hecho con una
considerable porción de terreno que sembró con caña de azúcar en cuanto pudo.

En la época en que lo conocí, poseía una de las haciendas privadas más grandes
del mundo, solo comparable en extensión a las de los reyes y emperadores. Lo
mismo ocurría con el número de esclavos bajo su cargo: aunque había llegado a
Jamaica acompañado de tan solo tres, ahora era dueño de más de trescientos.

Un astuto e implacable hombre de negocios, el Sr. Beckford también era


conocido por poseer un temperamento explosivo. Si una cuestión no se resolvía a
su favor, el Sr. Beckford solía recurrir a la ira, la cólera y la enemistad para
zanjarla. No obstante, siempre fue amable conmigo e hiso gala de la cortesía que
se espera de todo buen jefe. Pero esto se lo atribuyo al estatus que me
concedía. Era un hombre tradicional que respetaba la clase y el linaje.

En tiempos anteriores había sido el gobernador de facto de una isla y, aunque a


mi llegada ya no era hombre de estado, aún conservaba las maneras de alguien
habituado a mandar de forma innata. Además, valoraba sus conexiones políticas
tanto como su azúcar y el dinero que esta le reportaba. Y en esas me encontraba
cuando, tras la llegada de un soldado español, conocí al hombre que cambiaría
para siempre mi vida a peor. Un joven hombre llamado Laureano Torres.

12. LA LLEGADA DEL TEMPLARIO

Era abril de 1673 cuando divisé un galeón en el puerto de Kingston con pabellón
holandés, lo cual me extrañó, aunque no era del todo improbable. Sin embargo,
era una estratagema, pues el cargamento del barco era sin duda español. Al
mando estaba un caballero español llamado Torres, antaño soldado del ejército
español y en la actualidad emisario de su rey. O al menos eso le dijo a Peter
Beckford. Más tarde supe que se llamaba a sí mismo templario y que el motivo
de su visita a la plantación de Beckford era admirar la extraña colección de
manuscritos de mi patrón.

Torres pasó dos días junto al señor Beckford cuando otra cosa llamó su atención:
mi persona. La visión de mi rostro le causó una extraña excitación que al
principio me pareció indecorosa, hasta que me asedió con una serie de preguntas
que sacudieron lo más profundo de mi ser. Una noche, después de cenar, me
preguntó: “¿Oyes voces, señor Kavanagh?”. “¿Disculpe?”, le respondí fingiendo
ignorancia, aunque visiblemente turbado. “Voces. Desde lo más profundo de tu
mente. O recuerdos, para ser más claros, que parecen pertenecer a otra vida”. Me
sentía aterrorizado. ¿Cómo era posible que este hombre conociera el antiguo
secreto de mi vida como si fuera un hecho banal?

“Sé lo que quiere decir, maestre Torres”, respondí antes de despedirme de él


lleno de angustia. “Buenas noches, señor”, le dije mientras me
alejaba. “Hablaremos de nuevo cuando hayas descansado y estés dispuesto a
ello”. Aún conmocionado, le deseé buenas noches y me dirigí a mis aposentos
mientras sentía la inminente llegada de otra ensoñación. Cuando me metí en la
cama, ya era presa de ella…
13. OTRA TEMYBLE ENSOÑACIÓN

Aquí relataré otra ensoñación…

LA MUJER Y YO;

“Amado” dijo ella, con voz íntima y familiar. “Los nuestros conspiran contra
nosotros. Vacilan y suspiran, resignados a su destino, contentos de luchar por los
humanos. Pero hay esperanza para nosotros; es posible acostumbrar nuestros
cuerpos al mundo frío, la atmósfera envenenada y la propia guerra. ¿Me
ayudarás? ¿Te someterás?”

Y oigo mi propia voz en respuesta; “Sí, amada. ¿Qué he de hacer?”

“Transferencia”, dice. “Llevar las mentes de nuestros viejos cuerpos a nuevas


formas. Cuerpos mecánicos, quizá. O nuestros instrumentos, nuestros
humanos. Podemos transferir todo lo que sabemos y somos a sus formas… Así
podremos sobrevivir al cataclismo y ver a nuestra gente repoblar la Tierra y
quitársela a los que de forma insensata hemos dejado en ella.”

“Transferencia”, digo en alto. “¿Las nuestras mentes en otros


cuerpos? Arriesgado, pero razonable.”

“¡Sí!”, dice ella. “¿Y quién mejor para este salto que mi amado esposo? Con una
mente sin igual y una constitución endiablada. Arquitecto del Observatorio,
custodio de las herramientas del Edén, luz brillante de nuestra civilización. Si no
eres tú capaz, nadie lo será…”

Y yo respondí; “Lo haré por ti, amada. Por nosotros y nuestro pueblo…”

14. EL ASESINO

Perdido como estaba en mi ensoñación, no vi el sobre deslizado bajo la


puerta. Rezaba así: “Querido señor, perdone la alarma que debo haber causado
con mis preguntas, pero tiene un parecido increíble con un hombre que mis
compañeros y yo deseábamos conocer desde hace mucho. Concédame una
audiencia y se lo explicaré todo. Su amigo, Laureano Torres.”

Pensé sobre la carta un buen rato esa noche. ¿Qué quería decir un “parecido
increíble” con un tal hombre, y por qué eso era tan intrigante? Lo pensé horas y
horas, dando vueltas junto al catre, decidido a salir ya, cuando se oyeron de
repente ruidos de pistolas y rifles, fuera en el jardín. A mis oídos sonó como el
mismo principio de una guerra, conmigo mirando en el medio…
Me tiré de rodillas y me escondí en el extremo del catre, lejos de la ventana, y
cerré los ojos. Pero una voz llamó a mi puerta. “¡Maese Kavanaugh!”, dijo. Alcé
la testa, abrí los ojos y allí vi una terrible figura. Con capucha y túnica de color
sombrío, el hombre se llevó un pequeño tubo a los labios y sopló. Sentí un
picotazo en el cuello, como de mosquito. Abrí la boca para protestar, pero una
tremenda fatiga se apoderó de mí y caí dormido…

15. DESCANSO Y YANTAR

Desperté días después en una bulliciosa aldea nativa, en presencia del mismo
hombre, a muchas leguas de lo que era mi hogar. El hombre, nativo, con una cara
seria y fuerte pero amable, se identificó como Bahlam y me dijo que no estuviera
asustado.

Y no lo estaba, pues su pose era calmada y sus palabras amables. Pregunté por
qué me trajo a este lugar. Su sorpresa pareció genuina y me dijo: “Eres un
Sabio. Tu cara lo revela. Sobre todo tus ojos”. No sabía qué pensar de esta
idea. Continuó. “No eres sino uno de muchos hombres idénticos; nacidos fuera
del tiempo original. Tu aspecto y alma son un patrón que se repite durante los
siglos. A veces pasa un siglo o más sin que aparezca un sabio; otras nacen dos en
la misma década. No sabemos por qué”.

Y el diablo se lleve mis sesos, todo lo que dijo me era conocido de algún modo
intrínseco, pero igualmente me atemorizó. ¿Cómo podía ser un hombre
renacido? ¿Cómo se puede vivir una vida y estar en la segunda, aún pensando en
la primera? Pasé muchos días con el llamado Bahlam, y en ese tiempo me contó
cuanto sabía. Luego me izo preguntas que quería que yo respondiera…

16. EL OVSERVATORIO

Permanecí varios días con mi captor, Bahlam, interrogándole sobre todo tipo de
cuestiones, al igual que él a mí. Y todo ese tiempo me preguntaba qué destino
tendría reservado para mí. El séptimo día le confesé lo que me afligía.

“¿Qué quieres de mí, por qué me mantienes prisionero?”. A la pregunta, Bahlam


se rio y respondió: “¡No eres un prisionero, Sabio! Puedes irte cuando te
plazca. Simplemente dinos dónde te gustaría ir y, si está en nuestra mano, te
llevaremos allá”.

Su respuesta me produjo estupefacción seguida de ira. “¿Entonces por qué me


has capturado con métodos tan diabólicos? ¡Raptado, ni más ni menos!”. Él
respondió: “Tu maestro acogió a un templario y ahora puede que sea uno de
ellos. No podemos confiarles a semejantes hombres el cuidado de alguien tan
valioso como tú. Mantente alejado de ellos, puesto que buscan el conocimiento
que esconde tu mente. Tus sueños, tus recuerdos y la ubicación de un lugar
antaño muy importante para ti… El Observatorio”.

Esta palabra llamó mi atención, pues la había oído antes. Un recuerdo de un


tiempo lejano. “¿Y qué quieres de mí, señor?”, inquirí. “¿Robarás también los
secretos que escondo en mi interior?”. Bahlam sonrió. “No diría que no, pero
depende de ti compartirlos o no. Tus secretos te pertenecen… y solo tú puedes
revelarlos…”

17. DE MI PARTIDA

Tras mi perturbadora conversación con Bahlam, me tomé un día para reflexionar


sobre lo que debía hacer. Mi cabeza era una lucha constante de extrañas ideas y
dudas, y no pasaba un minuto sin que desechara una idea en favor de la opción
contraria. Pero al final tomé una decisión.

“Señor, me has tratado con gentileza”, le dije. “Y confío plenamente en ti. Pero
no puedo compartir mis visiones y recuerdos sin antes comprender su
significado. Por ello he de partir y viajar en secreto a un lugar que lleva años
ocupando mis pensamientos”.

Bahlam sonrió y dijo: “Entiendo y creo en tu causa. Hallar el origen de tus


ensoñaciones te hará mucho bien. Vete pues y resuelve esos acertijos. Te
proporcionaremos los suministros necesarios para tu viaje”. Le respondí:
“Gracias, señor. Y si mis hallazgos me satisfacen, regresaré y te daré respuestas
que quizá te satisfagan también”.

En los días que siguieron, Bahlam cumplió su palabra. Acompañado por su joven
hijo, Ah Tabai, me llevó primero hasta una aldea pesquera cercana a su complejo
y me suministró mapas y dinero antes de lanzarme una advertencia: “Los
templarios han arribado recientemente a las Indias Occidentales, y ese tal Torres
es su gran maestre. Aunque de momento su número es reducido, pronto vendrán
más. Cuídate de ellos y no confíes en sus ruegos, pues lo que no consiguen por
medio de la palabra lo hacen por medio de la fuerza”.

Y tras esto y una calurosa despedida, me alejé de este “Asesino” rumbo a lugares
desconocidos, impulsado por vagos propósitos…
18. MY BÚSQUEDA

Tras despedirme de Bahlam, zarpé en un balandro de mi propiedad y navegué


durante casi un año por las Indias Occidentales acompañado de una pequeña
tripulación. Visité todo tipo de selvas, playas y costas en busca de una señal o
alguna forma terrestre que evocara algún recuerdo.

Por el camino me crucé con muchas personas encantadoras que me trataron con
amabilidad y me ofrecieron provisiones a cambio de trabajo. Así llegué a conocer
a los pueblos del Viejo y Nuevo Mundo, y en todos ellos hallé las mismas
esperanzas y deseos. Sin duda, viajar es la mejor escuela que existe.

Después, tras vagar durante trece meses, di con lo que buscaba en el interior de
una conocida isla. Allí estaba, el lugar que Bahlam llamaba el Observatorio. Oh,
¡qué recuerdos despertó en mí el lugar! Mucho antes de ver la estructura con mis
propios ojos, ya sabía que había dado con él. Dejé a mis hombres en la costa y
me interné en la selva y los profundos barrancos hasta llegar al lugar. Allí me
maravillé ante su enigmática y arcana presencia.

Enseguida supe lo que tenía que hacer: presioné con el dedo lo que sabía que era
un portal y, tras abrirse, accedí al interior. Sin embargo, lo que allí encontré
seguirá siendo un misterio. El mundo aún no está preparado para oír mi relato y,
salvo mi amigo Bahlam y quizá los templarios que aún me persiguen, podría
considerarse brujería.

19. DE SER UN “SABIO”

Permanecí a solas en el Observatorio, estudiando sus secretos mientras era presa


de tal cantidad de ensoñaciones que necesitaría un libro el doble de largo que la
Biblia para relatarlas todas. Basta decir que llegué a entender la naturaleza de las
dos almas que habitan en mí y ahora me hayo en paz.

Tras una semana allí, recibí la visita de un grupo de nativos de la isla, creo que
miembros de la tribu de los taínos. Ellos me vieron primero, y me habrían
asesinado de inmediato si no hubiera abierto los ojos de tal manera que sus
inusuales rasgos hubieran quedado a la vista de todos. Al verlos, los nativos se
detuvieron y se arrodillaron gesticulando lentamente. Comprendí de inmediato
que estos hombres habían jurado proteger el lugar, y por las conversaciones que
he mantenido con ellos desde entonces, he llegado a la conclusión de que un
Sabio anterior les había contratado para tal fin. O más bien debería decir que
contrató a sus antepasados, ya que habían transcurrido 150 años desde la visita
del último Sabio a este lugar. Me dijeron que su tumba yacía cerca, pero no está
señalizada y es inaccesible.

Ya han pasado más de cuatro décadas desde mi llegada a este lugar sagrado y
solo queda una cuestión por resolver: ¿cuántos de mi especie han existido en
total? Han pasado casi ochenta milenios desde nuestra creación, lo que me lleva a
pensar que el número es muy elevado. Pero no lo sé con certeza.

Pero no dejes que eso te inquiete, lector, pues si has seguido con atención mi
historia, sabrás dónde hallar mi última misiva en el lugar donde sin duda pronto
yaceré, cerca del Observatorio, donde he ordenado a mis guardias que me
entierren cuando mi camino a lo largo de esta vida mortal llegue a su fin. Hasta
entonces, ve con Dios.

20. UN SECRETO INCOMPRENSIVLE

Escribo esto cuando está a punto de cumplirse el año 1706. Me hayo enfermo y
en malas condiciones, y por ello he de contar todo lo que pueda sobre mí antes de
que sea demasiado tarde. He rescatado estos hechos de los rincones más oscuros
de mi memoria. No puedo confirmar o probar mis argumentos, pero quizá ayuden
a otros como yo a comprender y no sentirse tan solos como yo me siento a
menudo.

En mi vida original, fallecí durante uno de los experimentos de mi amada. El


método del que ella hablaba —la transferencia de la mente a la máquina y de la
máquina al cuerpo humano— demostró ser un fracaso, aunque de carácter muí
instructivo, pues recuerdo de mis últimos momentos sus palabras de consuelo y
una clara promesa de que mi muerte no sería un final, sino un principio.

“Existe otra forma, cariño”, me dijo ella. “Imperfecta, pero posible. Primero
aceptaré llevar a cabo los experimentos de Minerva, su terrible regalo a la
humanidad. Pero mi propósito es el opuesto: ¡lograr tu inmortalidad! Mientras
reúno muestras del código de la sangre humana, añadiré mis propias mejoras:
muestras de tu código modificadas de tal forma que cuando las piezas correctas
se unan, transformarán el cigoto de un bebé recién concebido. De esta forma,
renacerás una y otra vez a lo largo del tiempo. Con suerte, esta reaparición
recesiva jamás cesará, sino que viajará como una balsa corriente abajo siguiendo
el flujo genético”.

Estaba dando mi último suspiro en los brazos de mi amada mientras ella hablaba,
pero comprendí perfectamente lo que quería decir. “¡Búscame, querido! Tu
muerte no será en vano. Volveremos a estar juntos. Aguardaré sepultada.
¡Yaciendo a la espera! ¡Lista para resurgir cuando llegue el momento!”.

Después me atravesó el corazón poniendo fin a mi vida. Qué extraño es todo. La


mera idea de poder recordar mi propia muerte se antoja ridícula. Pero sé que fue
así y que ahora vivo de nuevo, muchos siglos después, esperando a que la última
parte de este rompecabezas se resuelva… La forma en que lo hará, la
desconozco.

Por ello, a todos aquellos que hayan leído mis palabras sin entenderlas: no
desesperéis. ¡El mundo contiene más misterios que respuestas y nuestro único
propósito es aceptar su naturaleza! -TK, 1706

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