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#19614340#280950353#20210223145424708
Contra esa decisión se alzaron tanto la parte actora,
quien expresó agravios el 21 de diciembre de 2020, respondidos el 22
de diciembre, el 23 de diciembre y el 28 de diciembre; como la
demandada “Asociación Civil de Estudios Superiores (ACES)” y la
citada en garantía en virtud de los argumentos expuestos el 14 de
diciembre y el 13 de diciembre, respectivamente, a los que se adhirió
la coaccionada “OSDE” el 21 de diciembre, los que fueron
contestados por los accionantes el 29 de diciembre.
De acuerdo a los términos de su
escrito postulatorio (ver aquí) Alfredo Guillermo, Ignacio y Juliana
Cabeza se presentaron como herederos forzosos y manifestaron
continuar la acción entablada por su esposa y madre, Nora Elena
Cabal. Según el relato allí efectuado, aquélla había sido intervenida
quirúrgicamente en Chile en el año 2000 con un diagnóstico de cáncer
de ovario, habiendo continuado su tratamiento oncológico en nuestro
país, en el Hospital Italiano, bajo la dirección de la Dra. María
Guadalupe Pallota. Explicaron que en el 2007 aquélla tuvo una
recidiva del cáncer de ovario, pero como la Dra. Pallota había dejado
de recibir pacientes, fue derivada al Hospital Universitario Austral,
donde la atendió la Dra. Justina Martínez con relativo éxito al
principio.
El primer suceso de mala praxis que denunciaron, fue
el error de diagnóstico del HUA respecto del adenocarcinoma que
padecía Nora Cabal. Narraron que en el año 2008 los estudios dieron
cuenta de valores por encima de lo normal, por lo que se la sometió a
quimioterapia. En julio de 2008, ante la presencia de adenopatías se le
realizó una biopsia de un ganglio de axila y se llegó a la conclusión de
que se trataba de un “adenocarcinoma metastásico de ganglios
linfáticos con hallazgos morfológicos e inmunofentípicos vinculables
a adenocarcinoma seroso de origen ovárico”. En consecuencia, se le
aplicó tratamiento quimioterápico referente a esa patología, el que no
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nuevamente en el HUA en donde se le realizaron nuevos estudios,
dándole el alta el día 20.
Siguieron relatando que como cinco días después los
dolores eran insoportables, consultó a su médica de cabecera quien al
observar los estudios se comunicó con Pallota, coordinando su
atención e internación en el Hospital Italiano, lo que se produjo el 25
de ese mes con diagnóstico de peritonitis con perforación de intestino,
lo que determinó la realización de una cirugía de urgencia.
Explicaron que al ser una operación tardía, el posoperatorio fue
tórpido y de dificultosa recuperación, por lo que estuvo internada 63
días, generándose un gran deterioro de su estado de salud y de su
calidad de vida a partir de entonces.
En suma, argumentan que se trató de dos diagnósticos
equivocados y que a través de una internación temprana se hubiera
evitado la ulterior perforación y las complicaciones posoperatorias.
Según el criterio de los accionantes, ese proceder puso en jaque el
tratamiento del cáncer y éste, a su vez, impidió la recuperación de las
secuelas que de haber sido detectadas en modo oportuno hubiera
transformado en innecesaria la intervención o, al menos, derivado en
una menos traumática.
Finalizaron los actores describiendo el deterioro que
sufrió su madre y esposa desde comienzos de 2010, hasta que falleció
el 1° de octubre de ese año. También reclamaron en su escrito
inaugural los daños directos que padecieron a raíz de los hechos
relatados.
La jueza de grado trató en primer lugar la falta de
legitimación de los sucesores para solicitar el daño moral, psicológico
y pérdida de chance sufridas por Cabal por no haber ella iniciado
demanda en ese sentido. Para ello analizó el inicio de las medidas
preliminares iniciadas por Cabal con objeto en la deficiente atención
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que adjudicó, que fue luego continuada por su esposo y ampliada por
el mismo con posterioridad.
En cuanto al contenido de índole patrimonial de la
demanda estipuló que en ese orden no existió impedimento de
transmisión a los herederos (conf. art. 3417 del Código Civil), siendo
indiferente que se haya iniciado acción con anterioridad. Respecto al
reclamo extrapatrimonial, consideró que si bien estaba condicionado
al inicio en vida de la afectada, dado que la regla es la
intransmisibilidad, como excepción podría transmitirse si la causante
interpuso la acción antes de morir.
En ese marco de consideración, teniendo en cuenta el
alcance de las medidas preliminares iniciadas por Cabal, consideró
procedente el reclamo en los términos del art. 1099 del Código Civil,
ya que los elementos identitarios de la pretensión interpuesta,
permiten anclar en aquélla la posterior demanda de sus sucesores
también respecto del daño moral, pese a que no se hayan indicado allí
los rubros, puesto que éstos se encuentra facultados a ampliar el
reclamo.
En segundo lugar analizó la excepción de prescripción
por los daños invocados por el esposo y los hijos de la Sra. Cabal a
título propio y descartó la argumentación de los pretensores, quienes
consideraban la finalización de las diligencias preliminares como el
punto de inicio para su cómputo, es decir, desde que se secuestraron
las historias clínicas y pudieron ser evaluadas por su consultor
técnico. En consecuencia, al no haber ningún acto interruptivo desde
el fallecimiento de aquélla y valorando que el Sr. Cabeza se presentó
en ese proceso invocando el carácter de heredero de Cabal –y no a
título personal-, acogió la excepción de que se trata por haber
transcurrido ampliamente el plazo bienal que resulta de aplicación en
la especie.
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Posteriormente encuadró jurídicamente
la responsabilidad de los médicos intervinientes en los artículos 512 y
902 del Código Civil, ya que pese a no estar demandados resulta
necesario demostrar su obrar culposo para poder determinar si el
establecimiento de salud y la empresa de medicina prepaga deben
responder, subsumiendo el análisis en el caso de estos últimos sujetos
mencionados en la Ley de Defensa al Consumidor, por ser prestadoras
de servicios de salud.
A continuación se dedicó al examen de la prueba
pericial médica, en la que el experto sostuvo que el resultado de la
biopsia realizada por el HUA resultaba cuestionable a la luz del
diagnóstico efectuado en el Hospital Italiano y, fundamentalmente,
por la evolución clínica posterior de la Sra. Cabal, descartando la
metástasis axilar derivada de un cáncer de ovario, por resultar inusual.
Ese diagnóstico llevó a que se aplicara un tratamiento acorde
solamente respecto al cáncer de ovarios.
Así, como la correcta realización de la biopsia era una
obligación de resultado y dado que ante el incumplimiento no se
acreditó ningún factor que permita eximir al establecimiento médico
de responder por las consecuencias de la mala práctica de la biopsia,
hizo lugar a este aspecto del reclamo.
Respecto a la subestimación y error de tratamiento
del cuadro abdominal, pese a lo informado por el perito médico en
sentido contrario, concluyó la sentenciante que si bien la conducta
expectante adoptada en un comienzo era la correcta, ante su falta de
mejora, ameritaba mayores controles, no habiéndose registrado que
luego del alta hospitalaria del 20 de agosto a la mañana la paciente
siguiera bajo su control, ya que no hay constancia de que se la citara
al nosocomio nuevamente a esos efectos. De manera que también por
esta conducta entendió que la demanda debía prosperar.
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excepción de prescripción, el tenor de su objeción se corresponde con
la falta de legitimación activa que introdujeron y en esa comprensión
será aquí tratada la cuestión.
Sostienen las recurrentes que mal pudo haber analizado
la jueza la transmisibilidad de la acción, cuando ésta nunca fue
iniciada por la interesada. En este sentido, argumentan que dado que
la pretensión es la declaración de voluntad de lo que se quiere o lo que
se exige de otro sujeto, lo que se exterioriza a través de la demanda,
la suerte adversa del reclamo ha quedado sellada al no haber sido
postulada la acción. Critican los recurrentes que la sentenciante omitió
que esos requisitos elementales no pueden considerarse cumplidos
mediante una medida preliminar que carece de los atributos propios
de aquélla y ni siquiera cumple con los requisitos establecidos en el
art. 330 del Código Procesal, encontrándose limitado su objeto a la
preparación de un posible proceso, tal como surge de los propios
dichos de la Sra. Cabal en aquel expediente, contando incluso con la
facultad de iniciar una demanda interruptiva de la prescripción, tal
como autoriza la norma mencionada, lo que no aconteció en el caso.
Redundan en su memorial en explicar que tratándose
de una acción transmisible mortis causa, la demanda debe haber sido
iniciada efectivamente en vida de la causante, recaudo elemental que
aquí no se cumple, puesto que es un acto personalísimo de la
interesada que no puede ser suplido o reemplazado por la voluntad de
los herederos, tal como lo determinan los artículo 1099 y 3417 del
Código Civil citados por la a quo. Entienden que al decidir del modo
en que lo hizo, la jueza incurrió en un pronunciamiento arbitrario, al
rehusar aplicar los artículos en cuestión omitiendo dotarlos de su
verdadero sentido, no tratando en debida forma su planteo,
fallando infra petita y violando así el principio de congruencia.
Agregan que tampoco puede inferirse a partir de las
diligencias preliminares aludidas cuáles serían los rubros de la cuenta
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Matilde Zavala de González ha dicho que el extinto es
víctima del homicidio pero no damnificado por este jurídicamente, es
el sujeto pasivo de una gravísima lesión, cual es la perdida de la vida,
pero no se le causa a raíz de ello daño resarcible alguno. Cabe insistir
en que lo que se indemniza no es el hecho de la muerte en sí
misma considerada sino las consecuencias negativas de ese hecho. Y
ninguna consecuencia es factible que padezca quien desaparece con el
hecho lesivo y deja estar simultáneamente en este mundo.
De allí que -continúa la distinguida autora- si el muerto
por esa razón lógica insalvable no sufre un daño (es imposible que lo
sufra) ninguna acción puede nacer en su cabeza y consecuentemente
no cabe que se transmita a los herederos (conf. “Resarcimiento de
daños” t 2b Daños a las personas, p 81).
No puede dejar de destacarse también que las
opiniones vertidas al respecto han sido varias, por ejemplo señala
Orgaz que “…pasa a los herederos mortis causa, la acción que la
víctima pudo ejercer por sí misma, es decir como es obvio mientras
vivió y por el daño que recibió también mientras vivió”. En este
sentido resultaría absurdo indicar que la acción nace también en el
muerto por el daño que éste sufre muriendo, ya que la acción por la
muerte de una persona como cualquiera otra acción, no puede nacer
sino en cabeza de personas vivas. (conf. autor citado La acción de
indemnización en casos de homicidio, JA 1944-IV-11 y ss).
En este orden de ideas no debe perderse de vista que
no se trata de un problema de mera imposibilidad práctica de ejercicio
de una acción, sino más precisamente de la imposibilidad de que
alguna acción haya nacido. Las acciones de las que una persona ha
sido titular se transmiten en principio a los herederos, aunque no haya
podido hacerla valer en vida con excepción de la pretensión por daño
moral, a cuyo respecto el art. 1099 del Código Civil introduce el
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En cuanto al daño moral éste no reside en el sólo
ataque de un bien personalísimo sino en el menoscabo de legítimas
afecciones causadas por un hecho lesivo.
En este orden de ideas es concebible que perturbe
hondamente las afecciones de la víctima la circunstancia de estar por
morir, es decir durante el lapso precedente a la muerte y que conlleva
a tal resultado, pero ya no cabe perturbación ninguna de la
espiritualidad del sujeto al morir, es decir cuando el proceso lesivo
culmina en un fin necesariamente instantáneo con la desaparición
misma de la persona. El daño moral por sufrir una afección mortal
puede ser invocado hereditariamente si la acción pertinente hubiera
sido instaurada en vida (conf. art. 1099 del Código Civil) pero esta
última posibilidad no cabe por el supuesto o inexistente daño
moral que se intenta vincular con la muerte misma.
Lambías ha dicho que si el muerto ha dejado de ser
sujeto de derecho no puede ser portador de un derecho resarcitorio de
un daño que habría experimentado por el hecho mismo de haber
dejado de ser una persona humana (conf. “La vida humana como
valor económico”, JA Doctrina 1974-
630). Finalmente aun admitiendo que la muerte pudiese ser el objeto
de una acción resarcitoria nacida en cabeza del muerto, este no había
padecido un daño patrimonial puesto que el patrimonio del difunto no
se modifica por ese hecho sino un daño moral por la lesión de los
sentimientos de la víctima del homicidio. Ahora bien la reparación del
agravio moral no se transmite a los herederos sino cuando hubiese
sido entablada por el difunto conforme el art. 1099 ya mencionado.
Luego nunca sería transmisible a los herederos la acción tendiente a
la reparación del perjuicio consistente en la misma muerte de la
víctima del homicidio. (el subrayado me pertenece)
Es que al establecer el art. 1078 del mismo cuerpo
legal que si del hecho hubiera resultado la muerte de la víctima
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Llegados a este punto resulta claro que -tal como
incluso señaló la sentenciante-, la regla en cuanto al daño moral se
refiere, es su intransmisibilidad a tenor de lo dispuesto por el art. 1099
del Código Civil. Esa es incluso la solución que mantiene la nueva
normativa en el artículo 1741, segundo párrafo, aunque no resulte de
aplicación al caso por lo indicado en el acápite IV de este voto.
En este sentido se ha explicado que “la acción por
daño moral sólo se transmite a los herederos cuando el causante-
damnificado la ha entablado. En tal supuesto, aquéllos están
legitimados para continuarla. Si el damnificado fallece sin deducir la
acción resarcitoria, ésta no se transmite a los herederos, quienes
carecen de legitimación activa para intentarla iure hereditatis. Es
consecuencia lógica del carácter estrictamente personal del
damnificado que tiene el ejercicio de la acción. Adviértase que
estamos haciendo referencia a un derecho que se ejercita iure
hereditatis, es decir, nacidos en cabeza del causante y transmitidos
por vía hereditaria a sus herederos; a una pretensión resarcitoria que
no ha podido ser satisfecha directamente al perjudicado debido a que
su fallecimiento impidió que el correspondiente derecho
indemnizatorio fuese efectivamente realizado. La hipótesis que nos
ocupa requiere ser cuidadosamente distinguida del supuesto en el
cual los herederos forzosos reclaman iure propio el perjuicio moral
experimentado a raíz de la muerte de la víctima (art. 1741). En tal
caso, no accionan ejercitando derecho hereditario alguno, sino que
reclaman, como se ha dicho con anterioridad, la reparación del
perjuicio espiritual propio, derivado de la muerte de un tercero, a
quien estaban ligados por intereses espirituales” (Pizarrro –
Vallespinos, “Tratado de Responsabilidad Civil”, Rubinzal – Culzoni
Editores, tomo I, págs.. 204/205).
Pues bien, considero que la lectura de los términos en
que fue postulado el proceso sobre diligencias preliminares no puede
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llevar a considerar que el reclamo por daño moral haya sido ejercido
por la Sra. Cabal, ni siquiera haciendo gala de la mayor laxitud
interpretativa posible que encuentra un claro límite en las palabras de
la propia peticionante. Véase en este sentido que, de acuerdo a lo que
surge de fs. 1 de los autos “Cabal, Nora Elena c/ Hospital
Universitarios Austral y otro s/ Diligencias Preliminares”, expte. n°:
21.744/2010 explicó aquélla que “resulta imprescindible preservar
dicha documentación –las historias clínicas, cabe aclarar aquí-, como
así también evitar su posible adulteración, para probar que la causa de
las secuelas de la intervención quirúrgica a que fui sometida y la
negligencia con que actuaron los profesionales de la institución
que “he de demandar” junto con los médicos tratantes y que se “han
de determinar una vez que se pueda compulsar mi Historia
Clínica”, y para terminar sostiene que una vez que las obtenga “he
de proceder a iniciar la correspondiente demanda por daños y
perjuicios”.
Como puede apreciarse, se trata de una futura demanda
supeditada a la compulsa de la historia clínica. De hecho, ese incluso
es el argumento defensivo utilizado por la parte actora al momento de
cuestionar la excepción de prescripción que se tratará en el siguiente
apartado, al sostener la necesidad de contar con todos esos elementos
para que puedan ser evaluados por su consultor técnico antes del
inicio de la acción. De allí, que no puede ser sino esperable que la
opinión del experto pudiera ser útil para ratificar sus intuiciones en
cuanto a la imputación que en definitiva realizaron, o bien, hubiera
podido servir para descartarlas. Incluso puede agregarse que la mala
praxis a investigarse se refiere, de acuerdo a lo que surge del escrito
aludido, al segundo episodio de mala práctica invocada como
plataforma fáctica en la demanda,- me refiero a la oclusión intestinal-,
y no al diagnóstico equivocado de cáncer y al erróneo tratamiento
aplicado en consecuencia.
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Los argumentos expresados son más que suficientes
para acoger la falta de legitimación activa opuesta cuando del daño
moral se trata. Aún así, me permito resaltar que mucho menos puede
predicarse que un reclamo de esa especie se haya transmitido por
resultar uno de los rubros que habitualmente se reclaman en este tipo
de procesos. En caso contrario nos encontraríamos, entonces, no sólo
frente a una eventual demanda, sino que debiéramos aventurarnos a
suponer cuáles serían los rubros de la cuenta indemnizatoria lo que,
entiendo, constituye un exceso interpretativo.
De más está decir que a mi criterio no resulta de
aplicación en la especie el precedente que se trae a colación en el fallo
bajo estudio (CSJ 175/2012 (48-V)/CS1 RECURSO DE HECHO
Varela, Norberto c/ Transportes Automotores Plaza y otros s/ daños y
perjuicios”), en que nuestro máximo tribunal con remisión al
dictamen de la Procuradora Fiscal Subrogante (ver aquí) entendió que
la transmisión iure hereditatis correspondía, por tratarse en mi
opinión de un supuesto de hecho de caso distinto, ya que allí no sólo
se había iniciado la mediación prejudicial, sino que incluso se había
iniciado una causa penal por el hecho debatido, de acuerdo a
lo expresado por el quejoso. Véase que el fundamento de esa decisión
fue la remisión a otro precedente también citado en la sentencia en
que “la Corte estableció que el comienzo de la mediación obligatoria
puede ser tenida lato sensu como demanda judicial. Asimismo, juzgó
que el propio artículo 4 de la ley califica al formulario de iniciación
como la actuación a través de la cual el reclamante formaliza su
pretensión, "... expresión que inequívocamente pone de manifiesto lo
expuesto en el sentido de que en él está presente el ejercicio de la
acción de responsabilidad que obra como hecho impeditivo de la
caducidad de que se trata" (conf. “Vicñansky, Manuel Ariel y otro c/
Línea 71 S.A.”, resuelto también de acuerdo al dictamen de la
Procuración”). Entiendo que no resulta posible extrapolar sin más
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Lo expuesto hasta aquí me conduce necesariamente a
admitir la queja vertida en este sentido, pues ha quedado certero a mi
criterio -en este caso en particular- la muerte sobreviniente de la Sra.
Cabal sin que pudiera concretar en vida su reclamo, lo que impide
entonces que pueda considerarse a sus herederos continuadores de una
acción no iniciada, en base a supuestos reclamos que solo son
conjeturales y que la propia víctima no pudo determinar.
Por lo expuesto propongo al Acuerdo que se revoque
lo decidido en este aspecto y se haga lugar a la excepción de falta de
legitimación activa opuesta por las accionadas por el reclamo
formulado por Alfredo Guillermo, Ignacio y Juliana Cabeza iure
hereditatis, imponiendo las costas en el orden causado (art. 68,
segundo párrafo y 279 del Código Procesal), en orden a la existencia
de precedentes que pudieron fundar razonablemente la creencia de la
parte actora respecto a la procedencia de la acción.
VI. La parte actora se queja de que la jueza de grado
haya hecho lugar a la excepción de prescripción opuesta por los
demandados respecto al reclamo que iniciaron por derecho propio.
Cuestionan que la a quo haya interpretado que en el
marco de las diligencias preliminares se hayan presentado como
herederos forzosos. Por el contrario, entienden que esa presentación
traduce su interés en iniciar la acción también iure propio. Pretenden
así valerse de la interrupción de prescripción por el inicio de las
diligencias preliminares y entienden que el punto de partida para el
cómputo debe ser al momento en que su consultor técnico contó con
todas las historias clínicas de modo de poder brindarle su opinión, lo
que posibilitó la demanda. En suma, entienden que el dies a quo no es
el fallecimiento de la Sra. Cabal, sino éste último momento que
señalan, aunque omiten indicar una fecha concreta. De manera que, en
este complejo caso de mala praxis –argumentan-, no ha existido el
silencio o la inacción que menciona el art. 4017 del Código Civil.
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esto es, un año, de conformidad con lo dispuesto por el art. art. 29 de
la ley 24.579, modificado por ley 25.661. Vale aquí señalar que ese
análisis se realiza encuadrando la cuestión en el supuesto más
favorable para la existencia de la acción, esto es, aplicando la norma
aludida en función de la fecha de inicio de las diligencias preliminares
(06/04/2010), ya que al momento del fallecimiento de la Sra. Cabal
(01/10/2010) la situación se vio modificada por la sanción de la ley
26.589, que dispuso un plazo mucho más exiguo (conf. art. 18).
Pero si quisiéramos aventurarnos en una
hipótesis aún más favorable a los intereses de los peticionantes y
tomáramos por válido que el punto de partida del cómputo dependía
de la obtención de las historias clínicas de manera de poder formular
el reclamo en debida forma, ello no se corresponde con la conducta
adoptada por el Sr. Cabeza, quien recién se presentó el 26 de octubre
de 2011 en las diligencias preliminares (ver fs. 398 del expte.
n°:21.744/2010), pese a que la audiencia de mediación tuvo lugar el
24 febrero de ese año (cfr. fs.12 del expediente 21.887/2014). Aún así,
tomando ese punto de partida, la solución a la que se arriba también es
que el plazo de la prescripción ya se había cumplido con holgura al
momento de iniciar la demanda.
Lo decidido no es producto de adoptar una posición
que incurra en un exceso de rigor formal tal como sostiene la parte
actora, ya que no puede omitirse que contaron con el tiempo más que
suficiente para iniciar la acción por derecho propio, habiendo dejado
transcurrir el plazo legal previsto.
Por último no puedo dejar de señalar que de seguirse el
curso de acción que proponen los accionantes en los casos de mala
praxis las partes podrían iniciar un proceso sobre diligencias
preliminares, proceder al secuestro de las historias clínicas y tomarse
el tiempo que dispongan más conveniente para entregarle los
elementos a un consultor que, a su vez, contará con el plazo que crea
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El Dr. Rodriguez votó en igual sentido y por análogas
razones a las expresadas por la Dra. Guisado.
Con lo que terminó el acto.
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nueve UMA (28,49) que representan al día de hoy la suma de cien mil
pesos ($100.000) por la acción entablada por Nora Elena Cabal y en la
cantidad de nueve con cuarenta UMA (9,40) que representan a hoy la
suma de treinta y tres mil pesos ($33.000) por la acción entablada por
el daño directo que habrían padecido Alfredo Ignacio y Juliana
Cabeza.
Considerando los trabajos efectuados por los expertos,
las pautas la ley de arancel precedentemente citada y el art.478 del
Código Procesal regúlense los honorarios
de los peritos, médico Antonio Santiago Cosentino, psiquiatra Héctor
Roberto Martínez y contador Mario Oscar Ianni en la cantidad
de once con cuarenta UMA (11,40) que representa a hoy la suma
de cuarenta mil pesos ($40.000) para cada uno de ellos.
Teniendo en cuenta lo establecido en el decreto
2536/15 y lo dispuesto en el punto g), del art.2°) del anexo III) del
Decreto 1467/11, fíjense los honorarios de la mediadora Dra. Laura
Susana Adela Gadi en la suma de veintiocho mil pesos ($28.000).
Por la actuación en la alzada, atento el interés debatido
en ella y las pautas del art.30 de la ley 27.423 -por lo decidido en el
punto primero de la parte resolutiva de esta sentencia- regúlense los
honorarios del Dr. Gonzalo J. E. de la Portilla en la cantidad de dos
con ochenta y cinco UMA (2,85) que representan a la fecha la suma
de diez mil pesos ($10.000), los del Dr. Pablo Jorge Fazio en la
cantidad de cinco con setenta UMA (5,70) que representan a hoy la
suma de veinte mil pesos ($20.000), los del Dr. Hugo Eduardo
Simón Woloschin en la cantidad de dos con ochenta y cinco UMA
(2,85) que representan a la fecha la suma de diez mil pesos ($10.000)
y los del Dr. Hernán Pablo Magallanes en la cantidad de cero con
cincuenta y siete UMA (0,57) que representan a hoy la suma de dos
mil pesos ($2.000). Regúlense honorarios -por lo decidido en el punto
segundo del fallo de la presente-, al Dr. Dr. Gonzalo J. E. de la
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