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Nov 3, 2023

Cuento sobre cómo controlar el miedo


Tarea para el Círculo de estudio (Libro, Miedo de Tich Nat Ham)
Margarita estaba sospechando que algo no estaba bien con su
marido. Se le estaban olvidando ciertas cosas y reiteraba
insistentemente sobre otras. Ciertamente él ya era un adulto
mayor, tenía 80 años y ella 64. Pero aun así, era importante estar
atenta porque Antonio tenía familia con una enfermedad grave que
empieza por A y termina en mer, tal vez una de las enfermedades
más crudas que borra los afectos, los nombres y los recuerdos con
un olvido de sí, que deprime todo el sistema nervioso e inunda de
soledad a los acompañantes de quienes la padecen.
Sentada en la mesita de la cocina cogió el celular y empezó a mirar
que Antonio había dejado de mandarle los mensajes de buenos días
que acostumbraba a hacer. Eso la puso más en alerta.
Un día que fueron al médico Antonio tuvo una pérdida de equilibrio
en la calle tan evidente que Margarita debió hacer acopio de toda
su fuerza para no dejarlo caer. Dado ese y otros síntomas, a
empujones sutiles logró que su esposo aceptara controles ya no
anuales sino semestrales.
En esa consulta de enero 24 de 2023, Margarita refirió a la doctora
circunstancias diversas de pérdida de rutinas de Antonio; él ya
estaba bastante molesto con la entrada a dúo en la consulta, pero
ella dijo que era necesario la compañía debido al aparente
deterioro que había empezado a presentar su esposo
Le enviaron varios exámenes, entre ellos un tac cerebral que salió
malo. Fue así como la médica decidió enviar una pesquisa más
profunda a la que Antonio se opuso sistemáticamente
produciéndose entre la pareja una tensión muy grave.
Margarita por su parte venía de una familia nuclear en la cual hubo
presencia de enfermedades mentales que le produjeron un estrés
crónico, porque aunque había sido la menor de cuatro hermanos,
ella se había hecho cargo de su hermano más enfermo (con
esquizofrenia) y, de su otro hermano artista que aunque bordeaba
la enfermedad mental y la adicción, permanecía en una rutina que
le permitía estar a flote en la relación que había formado con su
mujer de la cual tenía dos hijos. El mayor con adicción y trastornos
de personalidad y vida en calle
Po su parte su padre que había dejado el hogar y que ya no estaba
en este plano, había sido alcohólico y había sufrido de bipolaridad.
Sobre esta sombra de enfermedades Margarita empezó a sentir el
infierno cuando advirtió la posibilidad de que su esposo tuviera esa
enfermedad dolorosísima que ni siquiera se atrevía a nombrar pero
que empezaba a navegar en su interior.
Claramente avistó no su miedo sino su pánico al tener que
enfrentar nuevamente una situación trágica en su vida relacionada
con la enfermedad mental. Verdaderamente no solo era pánico
sino una profunda ira que no podía controlar y la superaba, aspecto
que empezaba a presentarse no solo por las circunstancias
penosas de la enfermedad sino por los impactos psicológicos y la
sombra de sufrimiento que supuso haber sido abandonada por su
padre.
En toda su vida Margarita había conocido varias terapias para
manejar el miedo, pero últimamente estaba practicando los
ejercicios de respiración recomendados en el libro “Miedo” de Tich
Nat Ham, sobre cómo poder transformar esa emoción.
Ese martes de septiembre después de conversar con Antonio y
recibir de él toda la resistencia para observar que verdaderamente
sí estaba pasando algo serio con su salud, subió a su estudio, se
sentó en su cojín de meditación y empezó a inspirar y espirar.
Después siguió el recorrido de esa ruta desde su nariz y se
concentró en ese mero acto, de donde obtuvo una visión profunda
de su ser; haciendo esto, advirtió que eso, la ponía en contacto con
su presente y con la circunstancia penosa por la que estaba
pasando, pero adicionó una cosa más al inspirar, fue consciente de
la abrumadora tensión pero también de la paz que al momento de
exhalar sentía; pudiendo por ello liberarla y calmarla, supo en ese
momento, que debía seguir con el procedimiento indicado por el
precioso monje, y, era crear una sensación de viva alegría.
Entonces Margarita fue a su infancia y recordó las veces que se
puso su vestidito de ballet para jugar con su perro Rasputín a las
Hadas, un juego que había inventado en el que saltaban con
garrocha la quebrada que quedaba al lado del estanque y que
servía de espejo a sus amigas las libélulas.
Después, siguiendo la indicación de Tich, empezó a observar el
sufrimiento que le producía pensar que nuevamente sería
abandonada ya no por su padre quien se fue de ella cuando tenía
tres meses en el vientre de su madre sino que, Antonio su única
familia, el amor de su vida, se olvidaría de ella, sin embargo el
precioso monje recomendaba después, anotar las condiciones que
pueden hacer feliz a cualquier ser humano ( tener ojos, un corazón
incondicional que late las 24 horas etc.) y pensó en la oportunidad
que había tenido de tener sus visión sana para haber disfrutado y
gozado de todos los paisajes maravillosos que la vida le había
regalado, pero no solo esto, desempolvó todas las veces que había
escuchado la música de los pájaros, el fresco ulular del viento
sobre los arboles de su infancia, el amor de su madre y el de
Antonio su gran amor.
No aferrarse, ni a la penosa circunstancia por la que pasaba, pero
tampoco al recuerdo esplendido de su infancia, posibilitaba según
el monje, ser consciente de que estamos en un mundo donde su
naturaleza esta cruzada por la impermanencia, todo está sometido
al cambio y que “…la plena consciencia te permite reconocer
la presencia de tu corazón que funciona correctamente…lo
único que tenemos que hacer es volver a nosotros mismos.
Reconocer una sensación dolorosa o placentera sin
aferrarnos a ninguna… solo reconocer su presencia”.
Margarita permaneció un buen rato en esa dinámica de
plena conciencia sentada en su cojín azul turquesa y
advirtiendo la diferencia que el maestro había escrito en el
texto sobre la diferencia entre alegría y felicidad… (Alegría
es cuando un caminante va por el desierto y observa a lo
lejos un oasis, pero felicidad es lograr llegar al oasis y tomar
agua de él), decidió emprender una búsqueda de su alegría
y su felicidad, las dos atravesadas por el desafío que la vida
le estaba señalando.
Deshizo su postura con la reverencia que acostumbraba a
hacer después de meditar. Se paró frente a la ventana, miró
las montañas y pensó si alegría podría ser, que frente al
desafío de salud de su esposo, ella estaba allí para apoyarlo,
y que felicidad, en tal caso, sería lograr la aceptación de
ese hecho, como una oportunidad de servicio y gratitud a
él, a su amado esposo por todos los momentos de dicha y
de franco apoyo que había dado a su vida llena también de
desafíos.
Tomó las llaves se puso su abriguito gris, salió a caminar
como acostumbraba en las tardes sobre las 5.
Antonio dormía plácidamente mientras sonaba en su
radiecito transistor una de sus tangos preferidos : “Volver,
volver “.
Ana María Velásquez R

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