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ANTOLOGÍA DE RELATOS ERÓTICOS

Temática LGBT+

Mark W. Webber.
©Mark W. Webber. 2017

Todos los derechos reservados


Contenido
Sinopsis
EL NOVIO DE MI HERMANA
ENAMORADO DE UN HOMBRE CASADO
PROHIBIDO
CABALGANDO LO PROHIBIDO
EN EL LAGO
INSTINTO BÁSICO
SEÑORITA TAILANDIA
PANTERA
NO TE VAYAS TAN RÁPIDO
Sinopsis

Colección de los mejores relatos eróticos de temática LGBT+ escritos por Mark W. Webber

Algunos títulos: El novio de mi hermana, Cabalgando lo prohibido, Enamorado de un hombre


casado, Pantera, No te vay as tan rápido, entre otros.
EL NOVIO DE MI HERMANA

Mi hermana Nuria y y o somos mellizos, lo que hace que tengamos un vínculo especial y una
relación particularmente estrecha. Cuando decidió irse a vivir a la costa dejándome solo en la
capital no me lo tomé del todo bien, aunque como en aquel momento y o tenía pareja y mucho
curro, no la eché tanto de menos como me hubiese imaginado. Sin embargo, al enterarme que
iba a ser madre algo cambió. Tuvo que ver que fuera por fecundación in vitro, pues ella tampoco
ha tenido mucha suerte con los hombres, e imaginármela sola en la costa cuidando de una
criatura sin más ay uda que la de algunos amigos me ablandó el corazón. Por eso decidí sacarme
las oposiciones en Andalucía e intentar obtener plaza donde ella vivía.
Lo conseguí, así que de nuevo estrechamos lazos, unidos en ese momento por mi sobrina
Gema, a la que se uniría Pablito un par de años después. Debido a la inestabilidad del trabajo de
mi hermana me he tenido que hacer cargo de ellos en más de una ocasión, aunque nunca han
sido más de un par de días. Pero de nuevo un giro en su carrera profesional nos ponía en una
delicada tesitura. En may o le ofrecieron trabajo en Ghana durante cuatro meses, y el cual
consideró ser una buena oportunidad laboral además de estar realmente bien pagado. La oferta
era tentadora pese a que Nuria gozaba de cierta comodidad económica y personal, pues se
acababa de construir una casa y había conocido a un tío, aunque en esas semanas que estuvieron
quedando según ella nunca pasó nada. Guillermo era comercial en el concesionario donde Nuri
se había comprado un coche recientemente, y como él estaba separado y tenía dos hijos de
edades parecidas a las de mis sobrinos, comenzaron a quedar. Al verle la primera vez le susurré a
mi hermana “está bueno el cabrón”, pues Guillermo es un tipo bastante atractivo: alto, moreno,
facciones muy masculinas acentuadas por una cuidada barba de esas que parecen que sólo llevas
de un par de semanas… Pero como digo, durante ese tiempo hasta que se marchara a África,
supuestamente no pasó nada entre ellos.
Y y o le perdí la pista a él, pues vive a unos cien kilómetros y la excusa de venir al pueblo eran
mi hermana y los niños, así que no estando ella no parecía tener sentido que la relación siguiese.
Sin embargo, una mañana de sábado de finales de junio recibí una llamada suy a: —Nuria me ha
dado tu número… Estaba pensando en pasar el día en la play a con los niños y se me ha ocurrido
ir para allá para que estuvieran con Gema y Pablo.
—Ah, pues me parece bien, no teníamos planes para hoy.
Al rato llegaron y nos marchamos para la play a. Comimos en un chiringuito, volvimos otro
rato a la arena y a media tarde fuimos a una famosa heladería del paseo marítimo.
—Yo me tomaría un copazo —comentó Guillermo tirando la carta de helados sobre la mesa.
—Yo te acompañaría —Un gin tonic sonaba de lo más apetecible.
Pero nos lo tuvimos que beber rápido porque los niños comenzaron a ponerse pesados por
irnos a la piscina de casa de mi hermana. Allí, y sin la preocupación de tener que coger el coche,
me dispuse a servir otras dos copas, pero Guillermo la rechazó porque él sí tenía que conducir. Le
ofrecí entonces que se quedaran a dormir en mi piso, vacío desde que Nuria se fue porque
preferí quedarme en su casa por comodidad. Guillermo no dudó un segundo, así que una copa
llevó a la otra hasta la hora de cenar. Pedimos unas pizzas por teléfono, y poco después los enanos
se fueron quedando dormidos en las tumbonas del porche.
—Creo que debería irme y a —comentó al verles—. Deben de estar bastante incómodos ahí.
—Les podemos acostar arriba si quieres —propuse.
—No sé, no quiero ser una molestia. Pero la verdad es que me da apuro despertarles para
montarles en el coche.
Obvié su comentario y le pedí que me siguiera. Cogí a Pablito en brazos y le llevé a su
habitación. Él hizo lo mismo con su hijo pequeño y le acostó en el de Gema, que esa noche
dormiría con su hermano cediendo su cuarto a los invitados. Tranquilos y a por haber solventado
el problema de los niños, volvimos al porche a tomarnos otra copa. Pero el sofocante calor del
verano y el tener que haber subido dos veces con los críos a cuestas hicieron que un baño en la
piscina sonara deseable.
—¿Cómo llevas tener que cuidar de dos niños que no son tuy os? —me preguntó.
—Se portan muy bien, la verdad.
—¿No echan de menos a su madre?
—Mucho. Al principio lloraban y tal, pero es admirable cómo han entendido la situación.
—La verdad es que son un encanto los dos. Tu hermana parece haberles educado bastante
bien. Y además tiene suerte de tenerte a ti.
—Yo por ella haría cualquier cosa. Y estoy seguro de que si fuese al revés Nuria lo haría
también.
Hablamos de la azarosa vida de mi hermana, así como de la de Guillermo. Me contó que
dejó a su mujer porque se había dado cuenta de que le gustaban los hombres. Su revelación me
pilló totalmente de sorpresa, y aunque al conocer sus inclinaciones mi polla sintió un cosquilleo, lo
primero en que pensé fue en mi hermana.
—¿Nuria lo sabe? —le pregunté medio cabreado, pues me molestaba la idea de que ella se
hubiese hecho ilusiones.
—Sí, se lo conté la segunda o tercera vez que quedamos.
Respiré aliviado, aunque extrañado porque ella no me lo hubiese dicho.
—La verdad es que siento un poco de vergüenza ahora mismo —admitió.
—¿Y eso por qué?
—Porque pensé que lo sabías. De hecho, que viniese hoy fue idea suy a.
—¿De Nuria?
—Sí. Llevaba tiempo diciéndome que tú y y o hacemos una buena pareja.
Me ruboricé al escucharlo, y seguro que me puse rojo como un tomate.
—Pues y a le vale —me limité a decir, consciente de que mis palabras sonaron mal, pero es
que soy único para meter la pata en esas situaciones.
—Igual ha sido una mala idea.
—No quería decir eso —me apresuré a rectificarme—. Me refería a que y a le vale no
habérmelo contado.
—Entonces me alegro de no ser el único que ve esta situación un poco violenta. Entiendo
perfectamente que no quieras comenzar una relación con un tío que tiene dos hijos, que estarás
y a hasta los huevos de niños que no son tuy os.
Me recuerdo en ese instante un tanto aturdido, no sólo por la fantasía de tener a un tío
atractivo en mi piscina del que y o pensaba era el novio de mi hermana y descubrir ahora que es
gay, sino porque hablara de relación cuando a mí lo único que podía pasárseme por la cabeza en
aquel momento era un polvo sin más.
—¿En qué piensas? —me interrumpió.
—Nada, en eso que has dicho.
—Sé más específico, porque he dicho tantas cosas…
—En lo de empezar una relación contigo. La verdad es que ha sonado raro.
—Tienes toda la razón —reí—. He sonado demasiado serio, pero es que no soy de encuentros
de una sola noche. Pero en mi defensa diré que la culpa es también de tu hermana.
—¿Por?
—Porque me dijo que tú tampoco; que eres más de tener pareja estable y eso.
—Bueno, si ella lo dice…
—Joder, no doy una esta noche. Voy a empezar a odiarla.
—Creo que no vas a ser el único.
Nos sonreímos, permanecimos callados en la piscina un rato y decidimos irnos a dormir. Le
preparé el cuarto de invitados tal como tenía planeado desde el principio y y o me fui al de Nuria
pensando en lo raro que había sido todo aquello. Y es que tenía a un tío que estaba bastante bueno,
que además y o le gustaba aunque fuese coaccionado por mi hermana, en el dormitorio de al lado
dispuesto a irse a dormir sin que ocurriese nada. Porque esa milonga de que a mí me molaba
tener pareja no era cierta, y aunque soy bastante tímido en general, si se da la ocasión y el tipo
en cuestión me gusta, no me importa llevármele a casa una sola noche y después si te he visto no
me acuerdo.
Guillermo me gustaba mucho, porque además es un tío agradable con el que se puede hablar
de muchas cosas, incluida una de mis pasiones -los coches-y a que se dedica a venderlos. Pero su
situación era más complicada de lo que me gustaría: además de vivir a cien kilómetros, tiene dos
hijos con los que iba a tener que compartirle, por lo que pensar en hacer con él las cosas típicas
que se hacen con una pareja como ir al cine a ver algo que no sea de Pixar, una cena en un
restaurante que no sea un McDonalds, o echar un polvo sin temor a que nos pillen resultaría de lo
más complicado. Sí que es verdad que durante esas semanas la cosa podría funcionar, pues al
tener que cuidar de mis sobrinos, mi vida era tal cual la acabo de describir, pero ¿qué pasaría
cuando volviese mi hermana y y o esperase algo más?
Me rendí al sueño entre esas reflexiones, aunque las retomé por la mañana mientras recogía
esperando que mis sobrinos se despertasen. Guillermo me acompañó al rato: —¿Qué haces tan
temprano? —me saludó.
—Quería levantarme antes que los niños.
—Deben de estar durmiendo bien a gusto.
—Ay er no pararon en todo el día. ¿Qué tal has dormido?
—Bien, gracias. ¿Te ay udo a algo?
—No hace falta. Vamos a hacer café si quieres.
No recuerdo de lo que hablamos en la cocina, pero sí de las contradictorias ideas que pasaban
por mi cabeza: por un lado quería que sus hijos se despertaran y a y se marcharan para que
Guillermo desapareciera de mi vida, pero incomprensiblemente también deseaba lo contrario,
que decidiese quedarse a pasar el día con nosotros, bajar a la play a, hacer una barbacoa y estar
toda la tarde juntos. ¿El motivo? Ni y o mismo lo sabía, pues no tenía nada claro en absoluto.
Salimos al porche cada uno con una taza en la mano y nos sentamos. Al ver que iba a
encenderme un cigarro me cogió uno y me pidió fuego. Fui a encendérselo y o mismo y al
hacerlo me rozó la mano y me la agarró. Nos miramos, se quitó el cigarro de la boca y me besó.
Así sin más. Y de repente todo lo que había estado rondándome la cabeza se esfumó. Fue
jodidamente extraño que el primer beso surgiese así, pero reconozco que me encantó. Nada que
ver con los descerebrados que he ido conociendo en los últimos años de mi vida, los cuales me
han hecho creer que lo que le espera a un tío que pasa de los treinta son encuentros en los que lo
mejor que puede ocurrir es que tras el sexo el tipo en cuestión desaparezca sin más después de
haber pasado por situaciones de lo más surrealistas. Esto era totalmente diferente, y y a ni me
acordaba de que es lo normal. Lo inusual son las circunstancias que le rodean, pero no era
momento de pensar en ellas.
—¿Tito? —escuché desde el salón.
Me giré y vi a Pablito en el salón. Al poco se nos unieron los otros monstruitos. Cuando
desay unaron empezaron a hacer planes sin contar con los adultos, queriendo bajar a la play a,
comerse un helado, volver a la piscina… En definitiva, repetir lo del día anterior.
—Podemos hacer una barbacoa —le dije a Guillermo animándole a que se quedaran.
—¡Barbacoa! —gritó mi sobrino ilusionado.
Estando en la play a Nuria me hizo una video llamada como de costumbre para hablar con los
niños, si bien éstos estaban demasiado excitados como para querer alargar demasiado la
conversación, y a que estaban a medias en la construcción de un inmenso castillo de arena.
—¿Sabes que el tito es el papá de Guille y Álvaro? —le comentó mi sobrino dejándome
estupefacto no porque nos hubiese pillado a Guillermo y a mí besándonos, sino por la conclusión
que él extraía de ese beso.
—Su papá es Guillermo —le decía Nuria.
—Pero si se dan besos es que son papás los dos —deducía ingenuo.
Guillermo se descojonaba y mi hermana trataba de disimular para no partirse de risa
también. Cuando Pablito me devolvió el teléfono vi cómo soltaba una carcajada.
—¿Qué es eso de que te das besos con el papá de Guille y Álvaro? —se burló.
Enfoqué el teléfono a Guillermo para que viera que estaba a mi lado, no fuera a meter la pata
otra vez.
—Ya hablaremos tú y y o —le dijo él bromeando.
Volví a verle la cara y Nuri me guiñó un ojo. El día transcurrió como habíamos planeado sin
que pasara nada destacable. Guillermo se despidió con otro tierno beso dejándome turbado con
algo en lo que pensar el resto del día hasta que por la noche después de haber dejado a sus hijos
con la madre me habló por WhatsApp. La conversación fue típica sobre lo bien que lo habíamos
pasado y la intención de repetir al finde siguiente. Por culpa del levante ese sábado el mar estaba
desapacible, así que optamos por pasar el día en el parque acuático, un plan estupendo para que
los niños llegasen a casa exhaustos y nos dejasen a Guillermo y a mí tranquilitos. Les
preparamos unos sándwiches y les dejamos en el cuarto de juegos del sótano viendo Los
Minions. Bajamos un par de colchones con la intención de que se quedaran allí dormidos y no
tener que moverles después. Para la tranquilidad de todos busqué el vigilabebés de cuando Pablito
era pequeño y lo pusimos por si necesitaban algo. Y por fin Guillermo y y o tuvimos un poco de
intimidad.
—La verdad es que y o también estoy agotado —admitió dándome a entender que me dejaría
otra vez con las ganas.
—Normal, acuéstate cuando quieras —me limité a decirle algo decepcionado.
—No me voy a ir a dormir con las ganas que tenía de estar a solas contigo —se acercó a
besarme y nos fundimos en el beso más largo que nos habíamos dado hasta el momento.
—¿Y qué quieres hacer? —pregunté con aparente ingenuidad, aunque en mi cabeza tenía
muy claro lo que y o quería.
—Mmmm… Déjame pensar —Su tono casi infantil contrastaba con su masculina voz—. Nos
podemos ir al dormitorio —deslizó un dedo por mi pecho—, podría besarte de nuevo… Te
acariciaría…
Y y o quería decirle que le comería la polla hasta reventar y que dejaría que me follase todo
el tiempo que quisiese, pero obviamente decir algo así en ese tono estaba totalmente fuera de
lugar.
—Me parece bien —contesté. Tener que bloquear mis obscenos pensamientos era y a
demasiado como para responderle además con algo elocuente.
—Vay a entusiasmo, chaval —me reprochó.
—Perdóname, pero es que me estaba imaginando lo que me contabas y se me ha pirado.
—O sea que te atrae la idea.
—Tanto como tú —le besé.
En el dormitorio seguimos los pasos tal como los había descrito. Le besé de nuevo, pero ahora
de manera más acalorada, si bien su ritmo no parecía estar en sintonía con el mío, por lo que me
relajé. Mientras nos besábamos me acariciaba por el brazo o la espalda con suaves movimientos.
Como él estaba tumbado debajo de mí y o no podía hacer lo mismo, así que me limitaba al
contacto de nuestros labios. A veces los separaba para poder besarle el cuello, y otras él hacía lo
mismo excitándome cada vez más. En realidad ambos lo estábamos, pues nuestros rabos iban
endureciéndose por debajo del bañador. Lo agradecí, puesto que si Guillermo también lo
apreciaba, el paso a algo más carnal resultaría más sencillo. Y menos mal que llegó por fin con
su mano a mi culo como preámbulo de que el momento de la verdad estaba a punto de llegar. Me
giré un poco quedándome de lado sobre la cama y se lo acaricié y o a él también. Cuando metió
la mano por debajo de la tela llevé la mía a la parte de adelante para sobarle el paquete.
A pesar de todo me costó decidirme a estirarle la goma e intentar colarme dentro para sentir
su polla de una vez por todas, pero mis ganas me ay udaron a no demorarlo más. La rocé primero
con los dedos y poco después le agarré el tronco, comenzando entonces a masajearlo mientras
sentía cómo se iba endureciendo entre ellos. Aprecié un tamaño normal, acordándome del dicho
ese de que el tamaño no importa, siempre que no sea el mío, claro.
Como Guillermo no decía nada, decidí llevar la iniciativa. Y es cierto que suelo ser bastante
mojigato y me cuesta hacerlo, pero no aguantaba más pese a que mis complejos volvieron a
torturarme justo en ese instante. Con todo, me aparté para poder quitarle el bañador. Su verga
estaba y a dura implorando ser probada. Me sonrió mostrando por fin algo de lujuria y me
coloqué delante dispuesto a chupársela. Su rosado capullo estaba totalmente expuesto y opté por
comenzar con él. Lo rocé con la lengua notándolo caliente, carente de algún sabor intenso
después de haber estado todo el día en remojo en la clorada agua del parque acuático. Guillermo
gimoteó mientras y o jugueteaba con la lengua y los labios al tiempo que me rozaba el cabello.
Los deslicé por el tronco hasta llegar a los huevos que también lamí con delicadeza.
Volví a centrarme en el cipote arrastrando mi saliva de vuelta a la punta. Una vez allí
comencé a succionarla despacio y sentí que sus músculos se contraían por un instante mientras
exhaló un tímido pero alargado sollozo. Se la fui chupando a mi ritmo, deleitándome con toda su
envergadura y grosor, percibiéndola ardiente y vibrante dentro de mí. Él simplemente se dejaba
hacer, aunque cuando a veces la mantenía entera dentro de mi boca empujaba su pelvis, pero
más como un acto de defensa que como intención a que me fuese a follar la boca con
brusquedad.
—Buah tío —habló después de un largo rato en el que sólo se escuchaban sus tenues gemidos.
Aquello me hizo parar y volverme a colocar sobre él para besarle.
—Vay a mamada —celebró, haciendo que esas palabras sonasen de lo más extraño en sus
labios—. ¿Qué haces todavía con el bañador puesto?
Me lo quitó sin más y empecé a temblar por la vergüenza que siempre paso en ese trance a
pesar de todo.
—¿Qué te pasa? Estás temblando.
—Nada, nada —contesté avergonzado.
Mi desazón duró un poco más porque Guillermo parecía estar dispuesto a querer chupármela.
Él no había tocado mi polla antes, pero incomprensiblemente y o necesitaba saber que al verla no
se iba a sentir tan decepcionado como para levantarse y largarse.
—Relájate chico —habló cuando me la agarró por primera vez—. ¿Qué te ocurre?
—Nada —volví a repetir.
—¿Pero estás bien? —quiso asegurarse.
—Que sí, que sí. Es que en el fondo soy muy tímido —fui consciente de que mis actos habían
demostrado todo lo contrario—. Y además… Me da vergüenza porque la tengo pequeña.
—Anda y a bobo —me la miró y volvió a sonreírme—. Macho, la tienes normal, así que
quítate esa tontería de la cabeza.
—La tuy a es más grande.
—Qué va.
—Vay a que no.
—A ver, Ángel, igual es un poco más gorda, pero vamos, que me da lo mismo. Te la pienso
chupar digas lo que digas.
Sus palabras me reconfortaron volviéndome a sentir cómodo, así que me rendí al placer. Me
estremecí cuando se la llevó a la boca, pero aún algo ruborizado no fui capaz de emitir ningún
sonido que lo corroborara. Mientras la tragaba me acariciaba los huevos o me la agarraba desde
la base empujando mi zona pélvica hacia abajo para lamerme el tronco con suavidad. Guillermo
tenía la capacidad de hacerme sentir bien en general, pero además su forma de comerme la
polla me tranquilizaba todavía más, dentro claro del placer que me estaba infligiendo.
—¿Quieres que hagamos algo más? —le pregunté agarrándole de los brazos para que se
tumbara sobre mí.
—Lo que quieras. ¿Estás mejor?
Asentí, nos dimos otro pasional beso y le pedí que me follara. Sin moverme, levantó mis
piernas y se dispuso a taladrarme sin dejar de mirarme con esa cautivadora sonrisa. Gemimos al
unísono mientras la iba metiendo poco a poco, y una vez acoplada comenzó a follarme con
delicadeza, pero a un ritmo regular. Con cada embestida contoneaba su cuerpo y lo empujaba
con suavidad hasta que sentía su polla en lo más profundo de mí para luego notar cómo iba
saliendo friccionando el contorno de mi ano desembocando en una sensación de lo más
placentera por lo dulce de sus meneos. Le miraba y cada vez me parecía más atractivo,
hechizándome con sus oscuros ojos y su seductora sonrisa. Se detuvo y me pidió que me
incorporara. Guillermo se sentó sobre el colchón y y o me dejé caer a horcajadas sobre él
clavándomela de nuevo. Con esta postura nuestros rostros estaban más cerca, y mientras me
follaba podíamos seguir besándonos. Sin embargo ahora era y o el que debía imponer el ritmo
teniendo que zarandear mi cuerpo para sentir su rabo lo máximo posible. El mío se había
quedado al margen un tiempo, pero Guillermo se ocupó de él masturbándolo con la misma finura
que todos sus movimientos.
—Yo estoy a punto, ¿tú? —me preguntó.
—Casi también.
—¿Puedo correrme dentro?
Se lo confirmé con la cabeza y poco después noté que su rostro se tensaba anunciándome que
iba a hacerlo. Sin siquiera aumentar el ritmo en ese instante justo cuando notas que vas a
ey acular, manteniéndose imperturbable incluso cuando sus chorros iban brotando de su ardiente
polla y y o mismo los sentía deslizarse dentro de mí. Trató de aplacar los gemidos besándome,
sintiendo su aliento acelerado entremezclarse con el mío, avivado cuando le anuncié que mi turno
había llegado, corriéndome entre sus dedos que no apartó hasta que descargué toda mi leche.
—Joder tío —fue lo único que pude decir.
Enésima sonrisa y enésimo beso que se alargó incluso mientras nos desacoplábamos y
volvíamos a tumbarnos uno junto al otro.
—Me gustas mucho, Ángel —quise creerle de verdad.
—Y tú a mí.
Y era cierto, así que prohibí a mi cabeza que pensase en otra cosa que no fuese en lo a gusto
que estaba con Guillermo en ese momento abrazados en la cama. Así amanecimos alertados por
la alarma de mi teléfono. Comprobé a través de la cámara que los niños estaban bien y me
recosté sobre su pecho y él comenzó a acariciarme el pelo. Guardamos silencio un rato y luego
planeamos el día. La play a y el chiringuito eran lo de menos, pues y o sólo quería confirmar que
lo pasaría conmigo.
—Va ser un día duro entonces —le dije—. Igual deberíamos comenzarlo relajaditos.
Me giré y le acaricié la polla.
—Vay a con el tímido —sonrió con picardía.
De ahí me fui directamente dispuesto a hacerle una mamada sin permitir que Guillermo
hiciese nada. Percibí un aroma más intenso que la noche anterior por los restos de leche que
habían quedado, lo cual me gustaba junto con el sugerente sabor que aprecié al chuparla. Y
aunque me había propuesto hacerlo con calma regocijándome en cada milímetro de su rabo, el
temor a que los niños pudiesen despertarse en cualquier momento y nos dejasen a medias hizo
que se la mamase con energía, sin darle tregua y sin hacer nada más hasta que se corriese dentro
de mí. Justo antes fue cuando Guillermo interrumpió el silencio para anunciarme que iba a
correrse, pero le ignoré y emitió un desgarrador sollozo mientras iba descargando en mi garganta
y y o tragaba cada gota que percibía.
—Joder tío, vay a mamada. Gracias.
Me lavé los dientes, nos aseamos un poco, y bajamos para ir preparando el desay uno de los
niños. Mientras lo tomábamos los seis en el porche del jardín tuve una especie de revelación por
cómo había cambiado mi vida en las últimas semanas viéndome rodeado de cuatro niños que no
eran míos y el tío aparentemente perfecto que nunca dejaba de sonreír.
Los fines de semana de julio han sido similares a aquel salvo este último en el que Guillermo
se ha ido de vacaciones al pueblo de sus padres. Estará allí sólo unos días y ha prometido venirse
a pasar la quincena que le tocan los niños con nosotros. Verme en medio como parte de una
agenda que cuadrar no es algo que me agrade, pero es lo que hay. Lo peor será cuando pasen
esos días, que serán maravillosos si todo va bien, y la realidad me devuelva a lo complicado que
va ser todo, y más cuando mi hermana vuelva de África, recupere a sus hijos, y sean ellos la
excusa para que Guillermo les visite. Nuria dice que no me preocupe y que viva el momento, y
que llegado el caso hará de canguro todo lo que haga falta para que Guillermo y y o disfrutemos
de nuestros ratos de soledad que, siendo sincero y egoísta, son los mejores con diferencia.
ENAMORADO DE UN HOMBRE CASADO

Alfonso es un hombre de cuarenta y pico casado con una mujer a la que engaña de vez en
cuando acostándose con tíos. Se define a sí mismo como bisexual, pero su parte gay la mantiene
en sumo secreto y con la may or discreción. Por eso nos costó tanto quedar cuando estuve de
vacaciones en junio en Almería, habiéndole conocido a través de un chat. Finalmente se
arrepintió de no haberme encontrado antes, pues cuando nos vimos a mí apenas me quedaban un
par de días de estar allí. Sin embargo, tuvimos el consuelo de que unas semanas más tarde
viajaría a Madrid por motivos de trabajo, alojándose en un hotel y con casi total libertad de
quedar conmigo.
Y digo casi porque según lo "acordado" nuestros encuentros se limitarían a la habitación del
hotel manteniendo la discreción que él pedía, a pesar de que se cuidó de reservarlo en una zona
alejada del lugar en el que tendría las reuniones evitando cualquier posibilidad de ser pillado. Me
envió las señas por Sky pe, pues por esa prudencia nunca se atrevió a darme su número de
teléfono. En circunstancias normales a mí estos rollos no me van, y a que y o estoy fuera del
armario y no me mola tanto secretismo y tanta paranoia, pero es que el sexo con Alfonso me
había resultado tan placentero y sencillo como para que esa parafernalia no me importara. Le
rememoré varias veces mientras contaba los días para recibir su mensaje. Y por fin llegó.
A la hora pactada toqué la puerta de la habitación de su hotel. Me abrió rápido y cerró aún
más deprisa. Una vez dentro me sonrió y se acercó a besarme.
—¿Qué tal? ¿Lo has encontrado bien? ¿Vives cerca?
Respondí sin muchos detalles que daban igual. Prefería fijarme en él mientras ponía a cargar
su teléfono móvil. Llevaba puestos unos bóxer negros bastante sobrios, en línea de cómo era él.
Me gustó su culo, aunque era bien consciente de que no me dejaría follarle. Se giró para
preguntarme otra vez que qué tal y vi su torso sin apenas vello y casi nada de grasa. No estaba
fibroso ni lucía músculo, pero las horas que pasaba nadando en la piscina municipal eran
suficientes para que quemara todo lo que pudiera ingerir. Mi análisis se interrumpió porque
Alfonso se quitó el calzoncillo sin decir nada, mostrándome su verga, la cual recordaba
apetecible y de un aceptable tamaño. Colgaba laxa como lo hacían sus huevos, que comenzaron
a contonearse con los pasos que Alfonso dio hasta la cama.
—¿No te desnudas? —preguntó.
Iba directo al grano: cosa lógica, pues no éramos amigos y poco teníamos por lo que
preguntarnos. Sabía que si lo hacía sobre su trabajo no me iba a contar nada. Lo único que se me
podía ocurrir era preguntarle cuánto tiempo iba a estar, pero no me pareció el momento, así que
opté por quitarme la ropa en silencio mientras le escuchaba decir lo mucho que había deseado
que pasara el tiempo rápido para venir a Madrid. Me quité todo salvo los calzoncillos y me senté
a su lado.
—¿Y eso? —señaló a la prenda que aún llevaba puesta.
—Luego.
—¿Qué te pasa?
—Ya te dije que soy muy tímido.
—Pero si y a nos conocemos.
—Ya; dame tiempo.
—Precisamente eso es lo que no tenemos, que mañana madrugo.
—¿O sea que quieres que follemos y me vay a, no?
—Eso era lo hablado.
Tuve dos opciones: cabrearme e irme pese a saber que tenía razón, o quedarme y seguirle el
juego, que es para lo que había ido en realidad por mucho que no me agradara que fuese tan
directo y hasta algo brusco. Él también podría cabrearse porque de repente y o no parecía querer
cumplir con lo pactado.
—A ver Ángel. Quizá he sido algo brusco, pero me gustaste en Almería y por eso estamos
aquí. Tenía ganas de verte, pero mentiría si te dijera que era por otro motivo.
—Si tienes razón; pero es verdad que soy muy cortado. En la play a me pillaste un poco salido
—me reí—, pero y o soy así.
—Bueno, pero estás a gusto conmigo, ¿no? —asentí con la cabeza—. Pues y a está. No vamos
a hacer nada que no quieras. Yo sólo quiero pasar un rato agradable contigo y quiero que tú estés
cómodo también.
Sus palabras me tranquilizaron, y como decía antes Alfonso tenía la capacidad de hacerlo
todo sencillo a pesar de que el vernos fuera de lo más complicado. Nos besamos entonces y
comenzó a acariciarme el pecho. Yo hice lo mismo y no tardé en deshacerme de los calzoncillos.
Me sonrió con complicidad y nos empezamos a tocar las vergas. Se la sobé sintiéndola aún
flácida, pero la mía se había activado con los besos. Le aparté la mano y me separé de su boca
para ir lamiéndole el cuello con calma hasta llegar a sus pezones.
Sentí el vello que les rodeaba en mi lengua mientras le escuchaba jadear y me acariciaba el
cabello. Fui bajando por su vientre hasta que un olor intenso me indicaba que me acercaba a su
polla. Sin cogerla con las manos, la fui buscando con mi boca para poder lamerle el capullo. Me
excitó tragármela estando aún sin empalmar, y lo hice notando el blando y caliente trozo de
carne deslizarse por mis labios hasta llegar a lo más profundo de mi garganta. Se fue
endureciendo sin salir de mí hasta que su glande hinchado me incitó a detenerme en él. Lo
lengüeteé provocándole un discreto y alargado suspiro. Sentí su ardor en la punta de mi lengua,
que deslicé después por todo el tronco. Repetí los movimientos unas cuantas veces y me la tragué
de nuevo.
Alfonso no se inmutaba más allá de acariciarme el pelo o tocarse sus pezones. La succionaba
hasta tenerla toda dentro, dejándola allí unos segundos para sacarla lentamente arrastrando mi
propia saliva con los dientes. Apartaba el tronco para acceder mejor a sus huevos, que acariciaba
con mi lengua o los engullía. Me gustaba, pero prefería volver a su verga y jugar con ella con la
parsimonia que el momento requería hasta que Alfonso me agarró del brazo para que me
incorporara.
—Como sigas así me voy a correr y a.
Nos volvimos a fundir en otro largo beso mientras me agarraba la polla y la pajeaba
suavemente. Hice lo mismo, pero me apartó. Imitó ahora mi posición anterior y comenzó a
lamerme los pezones repitiendo mis movimientos hasta bajar a mi verga. Cuando acercó su
lengua un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo. Un sonoro gemido evidenció que me gustaba que
Alfonso se tragara mi polla entera y permaneciera unos segundos con ella dentro tal como y o
hice con él.
Pasó menos tiempo que y o y recorrió a la inversa el tray ecto con su lengua hasta llegar de
nuevo a la mía. En esa postura las puntas de nuestras pollas se rozaron, y al notarlo Alfonso se
posicionó para restregar su cuerpo con el mío y que nuestras vergas se frotaran la una con la
otra. Ambos hacíamos movimientos que provocaban su fricción sin que nuestras bocas se
separaran. Era una sensación de lo más placentera. Tanto que creí que me correría y a, así que se
lo hice saber. Entonces avivó el ritmo, pero poco me hizo falta para que mi leche se escapara a
trallazos que a saber adónde irían a parar. Alguno quedó cerca, pues Alfonso aprovechó el líquido
para que su verga se deslizara con may or facilidad hasta correrse él también. Su gemido fue más
fuerte que el mío, aunque recuerdo ese orgasmo como algo muy intenso. Se desplomó sobre mí
y me volvió a besar todo lo que quiso.
—¿Te quieres duchar? —me preguntó.
—¿Nos duchamos juntos? —me atreví a pedirle.
—Vay a con el tímido...
Me besó casi con cariño y me llevó de la mano al baño. Nos metimos en la ducha sin parar
de besarnos. Al refregarnos con el jabón creo que los dos nos excitamos. Fui a agacharme para
chupársela otra vez allí mismo, pero me lo impidió.
—Deja algo para mañana, ¿no? —me dijo sonriendo y me besó otra vez.
Nos secamos y comencé a vestirme deseando que Alfonso me pidiera que me quedase con
él. Pero no lo hizo.
—¿Mañana a la misma hora? —me preguntó.
Asentí y comentó que si había algún cambio me lo haría saber por Sky pe. Antes de
marcharme me dio un abrazo y otro beso. La sensación que tuve en el coche fue agridulce, pues
había disfrutado mucho ese momento, pero es verdad que me quedé con ganas de algo más.
Alfonso me estaba gustando más de lo que tres encuentros pudieran originar. Y en eso también
había dualidad, pues no quería pillarme por un tío casado que no iba a salir del armario en la vida.
Al día siguiente llegó el temido mensaje: Alfonso no podía quedar por temas de trabajo. No me
enfadé porque fui capaz de entenderlo, pero la decepción que sentí fue enorme. Puede que me
mintiese a mí mismo por creer que no quería pillarme por un tío como él, pues lo que más
deseaba era pasar otro rato como el del día anterior. Aun así, le contesté un poco seco y volvió a
escribirme para pedirme que no me enfadara advirtiéndome que si acababa pronto me avisaría.
Y me avisó, pero pasadas las doce de la noche por lo que decidí no ir porque estaba en casa de
mi madre y salir a esas horas suponía dar demasiadas explicaciones. No me insistió
directamente, pero lo dejó caer recordándome que se iba al día siguiente y y a no nos veríamos.
Tardé en contestarle pensando en qué escribir para que mi mensaje no sonara a escusa, pero se
me adelantó dándome las buenas noches aceptando así la negativa.
Me levanté a sabiendas que no le volvería a ver hasta que y o fuese a la play a otra vez. Y eso
no sería hasta septiembre, pues en agosto estarían mis hermanos y mi padre. Pero me sorprendí
al ver que me estaba llamando por Sky pe.
—Hola, ¿qué haces?
—Nada, aquí en la piscina. ¿Camino de Almería y a?
—No, salgo ahora de la reunión. Quiero verte antes de irme.
—¿Ahora? ¿Dónde? Estoy con mi madre.
—Sólo quiero despedirme; no me quiero ir sin haberte visto de nuevo.
—Pues no sé. ¿Quedamos en la autopista para que no tengas que desviarte?
—Dime EL sitio.
—Pues la salida tal de la A4. Tardo veinte minutos.
—Ok, te esperó ahí.
Me puse una camiseta y salí corriendo. Vi el coche de Alfonso aparcado en la gasolinera,
pero él no estaba dentro. Salí y por fin le vi acercándose desde la tienda. Miró a su alrededor
como para asegurarse de que no había nadie y me besó allí mismo. "Sube", me pidió. Nos
montamos los dos en mi coche y se disculpó de nuevo por no haber podido quedar. Le expliqué
que me hubiese encantado, pero estaba mi madre y tal. Bromeamos comparando su situación
con su mujer y la mía con mi progenitora.
—En mi caso me mudo pronto —le informé.
Soltó un suspiro de resignación, pues él no podía independizarse de su esposa.
—¿Me avisarás cuando vay as a Almería? —me pidió.
—Claro. ¿No vienes a Madrid más?
—Sí, pero supongo que tú irás antes.
—Bueno, vamos hablando.
Nos volvimos a besar y se marchó sin parar de sonreírme. No esperaba tener noticias suy as
tan pronto, y desde luego que fueran tan buenas: "Voy la semana que viene". Me alegré
muchísimo porque además acababa de encontrar piso, así que para entonces no estaría con mi
madre y podría entrar y salir cuando él me lo pidiera. Pero para un gafe como y o era todo
demasiado perfecto: "Lo siento, pero mi mujer se ha empeñado en venirse conmigo". Aquello
casi me convenció de que mi historia con Alfonso no llegaría a ninguna parte. "Me inventaré algo
para verte". Me dio esperanzas, pero no me lo terminé de creer. Pero uno de los días que y o y a
sabía que estaba en Madrid me llamó por Sky pe.
—¡Hola! Qué ganas tengo de verte, Ángel.
—Y y o a ti —le dije con timidez.
—¿Puedes dentro de un rato?
—¿Y tu mujer?
—Le he dicho que tenía reunión por la tarde también, así que me puedo escaquear un par de
horas. ¿Está tu madre?
—Ya vivo solo —le anuncié.
—Joder, habérmelo dicho. Pues perfecto.
—¿En qué parte estás?
—Alcobendas.
—Jo, pues estás en la otra punta. Las dos horas se te van en ir y venir.
—¿Tan lejos?
—Sí.
—¡Joder! ¿Y qué hacemos?
—No sé, Alfonso. Lo dejamos para cuando vay a y o si quieres.
—¡Pero es que quiero verte!
—Ya, y y o, pero no puede ser.
—Joder, es que además mañana tengo cena de trabajo. ¿De verdad me voy a ir sin que
quedemos?
—Septiembre está a la vuelta de la esquina —le animé.
—Parece que tú no tienes tantas ganas.
—No es eso, pero y a ves que está complicado.
—Bueno, pues voy aunque sea para darte un achuchón.
—Si es para eso me acerco y o. ¿Te suena algún Corte Inglés?
—Sí, he pasado por uno,
—Vale, pues nos vemos en el parking, ¿te parece?
—Cualquier cosa.
Al verme, su cara denotaba verdadera alegría a pesar de las circunstancias. Me besó
enérgicamente y comenzó a hablar pero sólo para quejarse de todos los impedimentos que nos
rodeaban. Sugirió buscar unos aseos, pero no me pareció buena idea y se lo hice saber
argumentando que mis nervios no me dejarían estar tranquilo. Ya le rechacé en la play a cuando
propuso vernos en zonas de cruising, y un aseo de unos grandes almacenes no era muy diferente.
Me comprendió, aunque me susurró "no sabes las ganas que tengo de sentirte dentro", lo cual me
excitó, claro, pero no tanto como para persuadirme.
Y por fin llegó el anhelado mes de septiembre. Sólo tenía cinco días de vacaciones, pero si los
aprovechábamos, nos saciaríamos de tenernos el uno al otro. Pero para la primera noche puso
pegas. Al día siguiente quiso verme al medio día, pero me habían invitado los padres de una
amiga y no podía decir que no. Esa noche tampoco porque su mujer estaba en casa y él salía de
trabajar tarde, y entre su pueblo y el mío hay unos treinta kilómetros. Al tercer día coincidimos
por fin, pues tenía piscina como coartada para su mujer, pero obviamente no fue. Le recogí a las
afueras del pueblo en mi coche y entramos por el garaje. Hasta que no llegamos a mi casa no
me besó. Lo hizo con efusividad, admitiendo las ganas que tenía de que llegara ese momento. Yo
estaba igual, pero además cachondo, así que le dirigí al dormitorio sin demora. A pesar de la
pasión y la apetencia que teníamos el uno del otro, me folló con una tranquilidad y suavidad casi
tortuosas. Me recosté en la cama y simplemente se acercó a mí para clavármela. Aunque no
tardó, es verdad que y a después la cosa fue más calmada. Sin sacar la polla de mi culo se inclinó
y nos besamos mientras sentía sus sosegadas embestidas, con unos movimientos que evocaban a
nuestro anterior encuentro sexual en el hotel. Así estuvimos hasta que se corrió dentro de mí.
Me fumé un cigarro y sólo hablamos de los infortunios que nos impidieron vernos los dos días
anteriores. Todo parecía que los siguientes fueran aún más complicados, pues era fin de semana,
y Alfonso no tenía ni que trabajar, ni ir a la piscina ni nada. Nos quejamos, pero aprovechamos
esos minutos que nos quedaban para darnos placer de nuevo. Me la chupó, se la mamé y nos
hicimos una paja mutua. Tras eso, me besó, se duchó, me volvió a besar y se marchó citándome
a hablar por Sky pe esa misma noche para pensar en algo para el fin de semana. El sábado pasó
sin que finalmente pudiéramos vernos. Pero el domingo la suerte corrió de nuestro lado porque la
mujer de Alfonso no quiso acompañarle a la play a como hacían casi todos los domingos. Vino
entonces a mi casa e hicimos el amor un par de veces. En la primera nos frotamos como en el
hotel, con unos sutiles movimientos que resultaban de lo más placenteros. Para la segunda
Alfonso se mostró algo más enérgico y me folló el culo y la boca con ganas, casi con furia como
nunca antes quizá por pensar que tardaríamos en volvernos a ver. En cualquier caso, el sexo con
Alfonso me resultaba extremadamente agradable, y a fuera besándonos con quietud o recibiendo
su polla con fogosidad.
Me vine para Madrid esa tarde deseándole volverle a ver y sin tener la certeza de cuándo
sería. Me escribió un mensaje esa misma noche para decirme lo mucho que le gustaba. Me lo
ponía difícil, porque él a mí me atraía más de lo que pudiera haber imaginado cuando hablamos
por primera vez y me dijo que estaba casado, haciéndome perder cualquier interés. Pero con lo
que me cuesta a mí abrirme con otros hombres, que con Alfonso fuera tan fácil me resultaba de
lo más seductor. Todo indicaba que en cualquier caso no podría esperar más que encuentros
esporádicos con prisas. No calculé hasta qué punto merecía la pena, pero por mi forma de actuar
diría que mucho. Porque el fin de semana siguiente volví a recorrerme quinientos kilómetros para
pasar un par de horas con él. Sin embargo, los planes se truncaron por su culpa y la paliza de
conducir fue en balde. Insistió para que lo hiciera el siguiente, pero era demasiado y no acababa
de fiarme de que al final pudiese surgirle algo. Una semana después me animé y sí que pudimos
estar juntos un rato.
Para después le propuse que se escapara y nos viéramos a mitad de camino, pero le resultaba
imposible buscarse escusas para los fines de semana. Otro viaje a Madrid resolvió parcialmente
la situación. Como era viernes, le incité a que llamara a su mujer para decirle que el coche se
había averiado y que en el taller no le aseguraban que lo tuviesen listo hasta el lunes. Para mi
sorpresa, le pareció buena idea, pero Alfonso no renunció a faltar al trabajo el lunes y se inventó
que su coche al final estuvo listo el sábado por la mañana. Al menos pasamos por primera vez
una noche juntos en un hotel. Estuvo bien, muy bien, pero la despedida sería todavía más difícil
para mí por haber dado ese paso más, por sentirme tan cómodo con él mientras follábamos o
cuando me daba los buenos días con su embaucadora sonrisa.
Es verdad que luego se arrepintió de no haberse quedado sábado y domingo, más porque y a
no volvería a poner la misma excusa de nuevo. Pero de haber salido temprano, apenas hubiese
faltado al trabajo un par de horas el lunes; y en vez de habernos corrido tres veces, hubiésemos
perdido la cuenta...
Los primeros fríos de otoño llevaron a mi padre a pasar una temporada a la casa de la play a,
así que y a no podía disponer de ella para nuestros encuentros. Pero era tal el deseo de ver a
Alfonso, que una vez reservé un hotel cerca de su pueblo, pero a él le pareció mala idea por si se
encontraba con algún conocido o alguien veía su coche. Cambié el hotel por un apartamento rural
también cercano, con la vergüenza que me supuso que los dueños me vieran llegar solo y
marcharme solo. Porque Alfonso se guardó de no ser visto por nadie. Esa vez disfruté también
mucho, pero quizá fue el momento de revelación tratando de convencerme de que aquello debía
acabar; o al menos tomármelo de otra manera menos compulsiva porque acabaría lunático,
obsesionado y arruinado. Ya no le vi pues hasta Navidad, igualmente un par de horas que me
supieron bastante poco, porque desde la noche que pasamos juntos aquello era lo mínimo que y o
deseaba tener, y Alfonso no podía dármelo. Decidí que seguiría con mi vida normal, y endo a
Almería con la frecuencia que solía y no saltarme horas de trabajo para poder estar con él si
venía a Madrid.
Estuvimos seis semanas sin vernos, aunque la frecuencia con la me escribía por Sky pe
aumentó, dejándome mensajes para decirme lo mucho que me echaba de menos y cosas por el
estilo. Pero el viernes pasado me llamó contándome que había provocado una bronca con su
mujer para poder escaquearse esa noche. Me pidió que me fuera esa misma tarde para Almería.
No quise y tuvimos nuestra primera pelea. Colgamos y me llamó al rato para decirme que había
hablado con su mujer y que ésta se había marchado a casa de su hermana y no volvería hasta el
lunes. Le dije que igualmente no conduciría hasta allí, pero él y a había hecho sus planes y quería
venirse a mi casa de Madrid. Dudé en si aceptar o no, pero como no podía ser de otra manera le
recibí pocas horas después.
Su sonrisa era ahora casi de disculpa, y al verla se me pasó cualquier atisbo de enfado. No
tardamos en besarnos e irnos a la cama. Tras la primera corrida me contó por encima la
situación con su mujer. Después me besó hasta que nos dormimos. El polvo mañanero fue
espectacular como todos, y tras él, más comentarios sobre lo que le gustaba estar conmigo,
cuánto me echaba de menos y esas cosas. Pasamos la tarde desnudos en el sofá de mi casa
viendo alguna peli con algún tonteo entre medias.
Allí mismo dejé que me follara, estando él sentado y y o sobre él clavándome su verga. Por
la noche pasamos horas besándonos y acariciándonos en la cama, manteniendo una prolongada
excitación que hasta dolía. El domingo por la mañana nos la chupamos el uno al otro a la vez,
consiguiendo el milagro de corrernos al mismo tiempo. Sentir cómo y o aún soltaba mi leche
mientras engullía la suy a fue fantástico. Nos quedamos un buen rato acostados repitiendo lo que
hacíamos siempre: caricias, restregones, besos, abrazos... Nuestras lenguas no dejaron ningún
rincón de nuestros cuerpos sin explorar. Comimos temprano para que no se le hiciera muy tarde
para marcharse y pasamos la sobremesa otra vez en la cama. Si acaso alguno estaba poniendo a
prueba el límite del otro, ambos ignorábamos hasta dónde llegaban resultando ser igual de
insaciables.
Pasé comiéndome su polla todo lo que él aguantó a sabiendas de que iba a pasar tiempo hasta
poder catarla de nuevo. No me separé de ella hasta sentir su leche deslizarse por mi garganta.
Para mi desconcierto, Alfonso hizo lo mismo justo después, torturándome con su lengua. Pero el
cabrón, después de hacer que me corriera, la llevó hasta mi ano sin darme tregua. El gemido que
exhalé al descargar mi leche se juntó con el jadeo cuando su húmedo músculo sondeaba mi
agujero. Jugueteó también con algún dedo que deslizaba por la entrada de mi ano para
introducirlo poco después. Notaba su respiración, sus mejillas en mis nalgas y su nariz
presionando los alrededores de mi recto. No sé qué pretendía porque no se decidía a meterme la
polla. De hecho, se incorporó tratando de que nuestras bocas se juntaran otra vez, y cuando lo
hicieron sentí su dedo de nuevo penetrándome. Agarré tanto mi polla como la suy a y comencé a
pajearlas sin que él abandonara lo que estaba haciendo y sin separar los labios. Sintió mi
acelerada respiración ante tanta estimulación, pero él permanecía casi impasible pese a que y o
seguía con ambas vergas en la mano sintiendo cómo palpitaban sobre mi palma.
Perdí la noción del tiempo hasta que despedirme de Alfonso me hizo volver a la realidad.
Maldije mi suerte por no poder tenerle conmigo cada noche.
Desde el pasado domingo cada rincón de mi casa me recuerda a él. Eso no ay uda para que
Alfonso no me venga a la cabeza a cada instante. Y lo más frustrante es que por muy lentas que
pasen las horas desde que se fue, me va a dar igual porque sé que no me espera; ni y o a él. Y no
puedo contar los minutos porque no sé cuántos serán. No puedo tener la esperanza de verle
porque no sé cuándo ocurrirá. Todo es incertidumbre. Pero lo más curioso de todo es que no sé
nada de Alfonso. Ni tampoco él de mí. No sabe a qué me dedico, cuáles son mis aficiones, ni es
consciente de lo que siento por él como tampoco lo soy y o sobre sus sentimientos hacia a mí. Al
menos y o sí tengo claro que sean los que sean no le van a hacer cambiar.
PROHIBIDO

Era sábado y y o acababa de dejar un empleo temporal, por lo que me encontraba con
fuerzas suficientes para salir por Barcelona. Aquel era un día algo especial además; nos
habíamos juntado la may oría del grupo, lo que era casi un milagro. Decidimos ir a una de esas
discotecas poco conocidas por la masa de borregos, donde hay ambiente pero sin estar como
vacas en un establo sin poder moverse. La noche iba bien, a medida que las copas corrían
éramos menos ajenos a lo que ocurría alrededor. O al menos eso me pasaba a mí, porque tardé
en darme cuenta del barullo que había a mis espaldas. Mis amigos, y otros tantos que había por
ahí, se estaban riendo de alguien.
“cuidado, marica a la vista” “vigilad vuestros culos que os folla” Yo no entendía a qué venían
esas burlas, hasta que le pregunté a mis amigos. Resulta que detrás nuestro había un transexual.
Para ellos, allí había un pervertido, un hombre peligroso que estaba ahí para violarlos a todos;
para una persona normal, era una mujer que obviamente había sido un hombre en su día. Era
más alta que la may oría de las mujeres; las facciones de la cara eran marcadas, igual que unos
hombros anchos pero delgados, en sintonía con el resto del cuerpo. Vestía unos pantalones de
cuero negro apretados y un top que solamente tapaba sus casi inexistentes pechos, dejando a la
vista un abdomen muy delgado, pero bastante marcado. Si no supiesen que era transexual, dirían
que era una atleta. Su pelo era rubio, teñido probablemente, con un lateral de la cabeza rapado.
Eso era para mis amigos y para una persona normal. Para mí, era como la sirena de tantos
cuentos marineros, una belleza exótica, casi una deidad. Sí, como podéis ver me encantan los
transexuales. Miento, estoy obsesionado con ellos. Antes de continuar con el relato, es necesario
explicar el origen de mi obsesión.
Cuando “descubrí” los transexuales se abrió ante mí la extraña pero perfecta combinación de
mis dos gustos preferidos: el cuerpo de una mujer y la polla de un hombre. Lo primero no
necesita explicación. A mí me gustan las mujeres, me masturbo pensando en mujeres, me
excitan las mujeres…etc. Lo segundo es algo que pocos entienden. La gente suele poner la
barrera de la homosexualidad en el pene: si fantaseas con comerte una polla, eres gay. Y punto.
Pero nada más lejos de la realidad. A mí el cuerpo y la cara de un hombre no me atraen en
absoluto, pero si una buena polla. Esto posiblemente tiene su raíz en la frustración con mi propio
pene. Aun siendo una medida solamente un poco por debajo de la media (me mide casi 11), mi
deseo por tener una polla más grande acabó derivando en una atracción hacia ellas. Cuando veía
porno, me fijaba en el pene de los actores, pensando cómo me vería si tuviese esa medida. Iba
creándome preferencias, y gustos, y en mi mente tenía una idea clara de qué polla me gustaría
tener a mí mismo. El siguiente paso en mi obsesión era claro, el pene se había convertido para mí
en algo casi ajeno para el cuerpo, y deseaba uno, como si para ello tuviese que quedar con un
desconocido, chupársela mientras imaginaba que no estaba de rodillas ante un hombre, si no ante
la chica que me gustase en aquel momento.
Me había quedado embobado mirando al transexual, y me di cuenta de que me había
empalmado. Ese era el efecto que tenían sobre mí. Lograban que tuviese una erección incluso
estando borracho, algo que no me pasaba desde mi adolescencia. Menos mal que las discotecas
son nocturnas y nadie pudo advertirlo. Volví a mirar al frente, sabiendo que era una locura,
imposible poder acercarme a ella (porque al fin y al cabo se siente una mujer) sin que los de mi
alrededor se diesen cuenta. Al cabo de un rato volví a girarme, intentando deleitar mi vista con
mi diosa una vez más, pero y a no estaba. Se había ido, probablemente harta de las bromas y los
insultos de los imbéciles de mis amigos.
En un momento de la noche tuve la urgencia de ir al baño, y como mis amigos estaban
demasiado ocupados siendo unos zombis por la borrachera, tuve que ir solo. Al llegar frente la
puerta de los lavabos me encontré con 6/7 tíos fuera, sin entrar, y riéndose. Les pregunté si
estaban haciendo cola y me dijeron que no, que pasase. “pero cuidado, que igual te follan el culo
si no estás alerta” dijeron entre risas. Yo no entendía qué pasaba, pero entré en el baño
igualmente. Estaba vacío pero aun así me dirigí al final de la hilera de meaderos como hago
siempre. Hago esto por la frustración que mencioné antes, me da vergüenza mear en baños
públicos por mi complejo. Había empezado a mear cuando la cabina más cercada al urinario de
pared en el que estaba se abrió. Y ahí estaba ella. Sabía que era mi oportunidad, o lo intentaba en
ese momento o me arrepentiría siempre.
—Menudos gilipollas los de ahí fuera, eh —dije y o.
—Ya ves, pero estoy acostumbrada, intento no hacer caso.
Su voz no era en absoluto masculina, si acaso un poco grave.
—Pero por qué entras en estos baños, si tú eres una mujer
—Eso díselo al imbécil del portero, que me sacó del baño de mujeres diciendo “si puedes
mear de pie, al baño de hombres”.
—Vay a…
No sabía que más decir, estaba demasiado nervioso para tomar la iniciativa. Pero ella no se
había movido del sitio, aun cuando estaba claro que y o había terminado de mear hacía y a rato.
No era tonta, me había calado al momento. Por eso tomó ella la iniciativa.
—¿Qué tal si salimos ahí fuera y te invito a una copa?
—Ya, es que…
—Te da vergüenza que te vean conmigo ahí fuera ¿verdad?
—Sí, lo siento… es que mis amigos son unos cretinos, se reirían de mí toda la vida. No lo
entienden.
Se la veía claramente decepcionada, y se dio la vuelta para marcharse cuando por fin y o
tuve un arrebato de iniciativa
—¡ESPERA! Toma, apunta mi número y háblame por Whatsapp, intentaré librarme de mis
amigos.
Funcionó, ella sonrió y apunto mi número. Salimos del baño en tiempos distintos, y al salir
tuve que aguantar las bromas de los de antes preguntándome si me había hecho algo. Volví con
mis amigos y al comprobar el móvil tenía un Whatsapp con una carita sonriente y un “estás a
tiempo de tomarte esta copa”. Empezamos a escribirnos por Whatsapp: primero cada 10
minutos, luego cada 5, y al final estaba de pie, pasando por completo de la música y hablando
con ella, tonteando. En esto que me dice “último tren, me he ido y estoy de camino a casa.
Puedes tomarte la copa que me debes allí. Pero ven y a”. No lo dudé ni un segundo, les dije a mis
amigos que tenía que irme, que tenía cachonda pérdida a una chica con la que estaba a rollos en
aquella época. Mis amigos se rieron y me crey eron; eso explicaba por qué había estado tan
absorto al móvil.
Salí de allí corriendo hasta llegar a la calle en la que me dijo que estaba esperándome.
—Por poco, y a estaba a dos calles de mi casa —me dijo, riendo.
—Oy e, que he venido corriendo lo más rápido que he podido. Eso no lo hago por muchas
chicas en el mundo.
—Jajaja eres un cielo. Por cierto, me llamo Shey la.
Por fin, tras tantas horas, una presentación formal. Me presenté y recorrimos las 2 calles
hasta su casa en un incómodo silencio. Entramos en su portal y subimos las pequeñas escaleras
hasta el ascensor. El ruido del ascensor fue para mí como un activador, y me lancé sobre ella
para darla un apasionado beso que, por fortuna, fue correspondido. Besaba con fuerza, con
pasión, pero de forma experta sabiendo lo que hacía.
—Quieto machote, espera al menos a estar adentro y tomarnos algo.
—A la mierda la copa, te deseo y necesito que seas mía ahora mismo.
Salimos del ascensor torpemente, besándonos. Ella abrió la puerta de su casa y me cogió de
la mano, llevándome directamente a su habitación. Nada más entrar me tiro en el borde de la
cama, quedando y o con las piernas fuera, sentado. Shey la se arrodilló ante mí y se dispuso a
quitarme los pantalones.
—No, para…no es esto lo que y o…
—Ah…y a, quieres ir directamente a lo otro —dijo, con un claro tono de decepción.
—No, no es eso. Es… es que quiero que sea…al revés
—Uy, algo me imaginaba y o; o sea, que eres un pasivo ¿no?
—Nonono…bueno, si…pero contigo. Quiero serlo contigo. Si a ti te gusta, claro.
Con una amplia sonrisa en su cara me dijo –Puedo ser lo que tú quieras que sea
En un hábil movimiento, se levantó cual felina, dejándome la labor de quitarle la ropa.
Aproveché que tenía que quitarle los pantalones para agarrar con firmeza su terso trasero,
recreándome con la textura del cuero de sus pantalones. Al bajarlos, quedo ante mí un tanga que
difícilmente cubría lo que para mí era una obra de arte. Desprendía un agradable olor a higiene,
algo que siempre es de agradecer. Fuera de autocontrol, apoy é mi cara sobre el tanga, oliendo su
rabo y lamiendo la tela. Cuando y a no pude más, liberé a la bestia, que saltó como un resorte,
coronándose como el rey de aquella habitación. Y no era para menos, todo giraría en torno a él.
Comencé con suaves besos y lamidas a lo largo del tronco. No era excesivamente grande,
unos 17cm diría y o. Pero era ancha y de formas proporcionadas. Cuando y a no pude más,
acumulé toda la saliva que pude en mi boca y lo introduje dentro. Ante el cálido nuevo huésped
que su polla tenía, Shey la emitió un gemido de placer. La mamada aumentó de ritmo poco a
poco, emitiendo unos ahogados sonidos que a ella la volvían loca. Al poco, ella me pidió parar, o
se correría en ese mismo momento. Aprovechamos ese momento de descanso para quitarnos del
todo la ropa, y nos echamos en la cama. Al ver su delgado pero marcado torso, me fije en sus
pechos. Iban en sintonía con su cuerpo, pequeños y apetecibles. Algo de agradecer. Me lancé
sobre ellos, los agarré con suavidad, los besé, los chupé. Me encantaban, podría estar horas así.
Pero estaba desatado, por eso se me escapó un “fóllame la boca. Fóllamela lo más fuerte que
puedas”.
Me tumbé en paralelo a la cama, con la cabeza junto al respaldo. Ella se puso de forma que
quedaba encima mío, con las rodillas a ambos lados de mi cuerpo. Acto seguido me metió su
polla en la boca, comenzando unas embestidas cada vez may ores y más fuertes. Tardé en
acostumbrarme, incluso solté alguna arcada. Pero aquello me encantaba; me gustó tanto que lo
que fueron varios minutos me pareció segundos, y por eso me sorprendí cuando ella, entre
gemidos dijo “me corro, me corro”. Se echó un poco para atrás, soltando una cantidad
asombrosa de espeso semen sobre mi desnudo pecho. Jadeando, ella se tumbó sobre la cama y
y o me limpié el semen.
—Bueno… ¿y a está? —dije y o.
—¿Bromeas? Acabamos de empezar cariño, deja que recargue.
—¿Y qué hacemos mientras?
—Déjamelo a mí…tú ponte cómodo.
Me tumbé sobre la cama y ella sacó un gel que se lo echó en las manos, y un poco en mi
pequeño miembro erecto. Ahí pensé que esa mujer era o había sido prostituta, porque el masaje
que me hizo fue algo insuperable. Con delicadeza, me masturbó lentamente, apretando en puntos
donde la sensibilidad es may or, y haciendo movimientos circulares. Yo estaba gozando como
nunca, pero cuando la avisé que me quedaba poco para correrme ella paró de golpe —No te
corras, y a estás listo. Tenemos que corrernos a la vez.
Entonces cogió el gel de antes y me ordenó ponerme a cuatro patas. Con mano experta,
masajeó mi ano con sus lubricados dedos, introduciendo primero 1, luego 2, y al final 3 dedos.
Estaba listo, y a podía montarme como un semental. Me preguntó si tenía alguna postura
preferida, y la verdad es que la tenía. Me tumbe boca abajo, elevando ligeramente mi culo, para
que ella pudiera ponerse encima y follarme dominantemente. Así lo hizo, y comenzó
introduciendo solo la punta. Ahí pensé en echarme atrás, el dolor era casi insoportable. Pero ella
se echó hacia adelante, quedando todo su cuerpo encima mío, y comenzó a besarme para que
me tranquilizase. Surtió efecto, y el dolor se fue para dejar paso al may or placer conocido por el
hombre.
El ritmo incrementó, y empezó a follarme fuertemente, rebotando su definido cuerpo contra
mi culo una y otra vez, haciendo un ruido que me vuelve loco con solo recordarlo. Ella era mi
ama, y y o su esclava, su putita personal. Así me lo hacía saber, a lo que y o solamente podía dar
pequeños sonidos de asentimiento que quedaban ahogados por mis fuertes gemidos. Así, entre
gemidos, ella se corrió, y al momento hice y o lo mismo. Mi pene, empotrado contra el colchón,
emitió la may or cantidad de semen que jamás ha echado.
Nuestros sudorosos cuerpos se pusieron al mismo nivel, y cuando ella me preguntó que si
quería quedarme a dormir, la respondí con un beso. A la mañana siguiente volvimos a hacerlo en
la ducha, donde descubrí que me encantaba mamar de rodillas bajo el agua.
CABALGANDO LO PROHIBIDO

La vida había sido tremendamente dura para Rodrigo en los tres últimos años. Cuando su
padre lo descubrió besándose con un compañero de clase, lo echó de casa y tuvo que irse a vivir
con su abuela. El escándalo fue tal que todos sus allegados lo tildaron de maricón depravado.
Llego a ser tan sonado que no había persona en su entorno que lo desconociera. No solo tuvo que
aprender a soportar los cuchicheos de algunos de sus vecinos al pasar delante de ellos, sino que
tuvo que aguantar los abusos de algunos canis del barrio, quienes en grupo se burlaban de él y a
solas lo buscaban para que les hiciese una mamada. A pesar de estar en pleno siglo XXI, ser
maricón conocido en un barrio de Sevilla como Los Pajaritos era de las peores cosas que le
podían suceder a un adolescente.
Para que su vida terminara siendo una completa porquería, a los desprecios constantes que
sufría en su barrio, le tenía que sumar la precariedad laboral en la que estaba sumido. Como no
contaba siquiera con el título de la ESO, se tenía que contentar con los trabajos que pedían menor
cualificación y, por ende, peor pagados.
Aunque había trabajado de dependiente en un Burger, de reponedor en un supermercado y
de camarero, este último oficio era el que se le daba mejor, quizá por ese don innato suy o de
estar pendiente de las necesidades de los demás e intentar agradar a todo el mundo. Comenzó
trabajando algunas horas los fines de semana y terminaron haciéndole un contrato de media
jornada. No llegaba a los quinientos euros, pero con eso y la pensión de su abuela, en casa no
faltaba casi de nada.
Su padre era de los que no perdonaban, no solo le echó la cruz a él, sino que de paso le retiró
la palabra a su madre por recoger al mariconazo de su hijo en casa. Por eso, cuando la buena
mujer tuvo que pasar unos días en el hospital para que le practicaran una serie de pruebas,
tuvieron que venir su tía Visitación con su marido Eufrasio para cuidar de ella.
Como Los Corrales, el pueblo donde vivían sus tíos y del que era originario la familia de
Rodrigo, quedaba bastante lejos de la capital, decidieron quedarse a dormir en el piso de la
abuela los días que tardaran en realizarle los dichosos exámenes médicos.
La rutina durante los días que duró la estancia de la anciana en el hospital era la siguiente:
Visitación pasaba la noche en el hospital, Eufrasio y Rodrigo iban a recogerla por la mañana, el
muchacho pasaba unas horas con su abuela mientras su tía se aseaba y descansaba un poco. Por
la tarde el muchacho iba a trabajar y las noches las pasaba con su tío viendo alguna que otra
película que el muchacho se bajaba de Internet.
En aquellas escasas horas nocturnas que compartían en el sofá, un sentimiento de atracción
comenzó a nacer en el sobrino por el brutote de su tío. La verdad es que el cuarentón tenía todos
aquellos atributos que le gustaban al muchacho de un hombre: era moreno con los ojos negros, de
barba cerrada aunque estuviera recién afeitado, corpulento y con unos brazos tan enormes que el
joven camarero se moría de ganas por sentirse atrapado entre ellos. Si algo volvía loco al chico
de su pariente era su paquete, la enorme protuberancia que se le marcaba debajo de los vaqueros
fue el jardín de sus fantasías onanistas las dos primeras noches que su tío pasó en Sevilla.
Sin embargo, Rodrigo tenía clarísimo que el marido de su tía era una fruta prohibida; primero
porque quería y respetaba mucho a Visitación; segundo porque ponerse unas piezas dentales
nuevos costaban un pastón y que le rompieran la boca era lo único que iba a conseguir si le
insinuaba algo al animal de su tío, que muy bueno y muy santo, pero bestia como él solo.
Obviamente Eufrasio conocía de los gustos sexuales de su sobrino, pues el suceso que propició
que su padre lo echara de casa era conocido de sobra por toda la familia. No obstante, y a fuera
porque era de la poca familia que le quedaba o porque pensaba que cada cual tenía derecho a ser
como quisiera, que el buen hombre aceptaba su condición y no lo trataba de forma distinta a la
que lo había hecho siempre. Es más, parecía que le daba un poco de lastima la canallada que su
cuñado le había hecho e intentaba ser cariñoso con el chico siempre que podía.
Al tercer día había partido televisado y, como era en canal abierto, Eufrasio se compró un par
de paquetes de patatas fritas y tres packs de seis cervezas para ver el fútbol en casa de su suegra,
que resultaba bastante más económico que ir al bar de la esquina. La victoria de su equipo, unido
a las casi ocho botellines que se había metido en el cuerpo, propició que se pusiera como una
moto y las ganas de sexo comenzaran a cabalgar por su cerebro. Instintivamente se llevó la
mano al paquete y se rascó la punta de un rabo que empezaba y a a ponerse tontorrón.
Ebrio como estaba, empezó a buscar en los DVD's de su sobrino buscando alguna película
porno con la que inspirarse para un solo de flauta. Puso uno que no estaba identificado y aunque
lo que encontró no era precisamente lo que iba buscando, se le parecía demasiado. Se trataba de
una película bisexual donde dos hombres, se lo hacían entre ellos y con una mujer que no es que
estuviera excesivamente buena, pero él, tan caliente como estaba, si se le ponía a tiro se la
follaba igualmente.
Con la alegría etílica bullendo en su sangre, se sumergió en el inexistente argumento que se
mostraba en la pantalla y dejó que las fantasías lujuriosas dominaran plenamente sus sentidos.
Sin soltar la botella de cerveza, a la cual le pegaba de vez en cuando un sorbo, se puso a
restregarse el bulto de la entrepierna de un modo impúdico. En el momento que consideró que su
cipote estaba lo suficientemente duro, desabrochó la hebilla del pantalón, bajó la cremallera y,
tras desnudar su asta de sangre y músculos, comenzó a masturbarse.
El miembro viril de Eufrasio era de piel oscura y estaba circuncidado, bajo el violáceo
capullo una multitud de pequeñas venas se extendían a lo largo de todo el tronco, dotándolo de
una robustez fuera de lo común.
El cuarentón con la calentura y la media borrachera que tenía, se había olvidado de que no
estaba en su casa, que en cualquier instante su sobrino podría volver del trabajo y pillarlo, nunca
mejor dicho, con las manos en la masa.
A los pocos minutos, Rodrigo entró en el salón y al encontrarse a su tío en plena faena, se
quedó petrificado. Aquello que se había convertido en los últimos días en una obsesión y que tanto
había deseado lo tenía al alcance de la mano. Por un lado una sensación libidinosa le recorrió el
pecho, por otro lo atrapó un terror inmensurable ante la reacción que pudiera tener el marido de
su tía si le expresaba abiertamente sus deseos.
Aunque no dijo nada, el hombre no tardó en darse cuenta de su presencia, con total
desparpajo siguió bebiendo y masturbándose como si no le importara lo más mínimo el hecho de
que su sobrino estuviera observándolo. Como el joven camarero seguía paralizado por la sorpresa
y el terror, el cuarentón en un tono chulesco y poco respetuoso, le dijo: —¿Qué, Rodri? ¿Te gusta
lo que ves?
El muchacho, como si la burda pregunta no fuera con él, continuó impasible y sin apartar la
mirada de la enorme y caliente estaca que emergía de la entrepierna de aquel semental de
campo.
El hombre miró la escena del televisor en el que un chico le chupaba la polla al otro, mientras
que se follaba a la chica. Incompresiblemente en su mente se dibujó la escena de Rodrigo
practicándole una mamada a él. Dejándose mecer por los efectos del alcohol y abandonando sus
perjuicios no se sabe dónde, dejó la cerveza en la mesita que estaba delante del sofá, se levantó y
fue hacia el muchacho quien seguía todavía en una especie de estado de shock.
La imagen del fornido cuarentón, con los pantalones a media pierna, con la polla tiesa,
caminando por el pequeño salón del piso, era grotesca y sugerente por igual. Sin embargo, el
adolescente seguía sin reaccionar, pues no sabía a cuál de las dos sensaciones que pululaban en su
interior hacerle caso, si al pánico o a la lujuria.
Cuando el corpulento individuo se colocó junto a él, su delgadez se transformó en debilidad.
Circunstancia que aprovecho su tío para, sin mediar palabra alguna, empujar su cabeza contra el
erecto tronco que surgía de su entrepierna.
Durante unos segundos el caos pareció adueñarse de la mente del chaval, por un lado deseaba
meterse aquel oscuro cipote en la boca, por otro sabía que aquello no estaba bien que aquel
hombre era el marido de su tía. En un principio la moral y lo correcto parecieron gobernar sus
actos, no obstante en el momento en el que las enormes manos aplastaron su cara contra el
enorme miembro viril, su boca le dejó paso y sucumbió ante lo indecoroso de un modo
inapelable.
El nabo de Eufrasio, tal como él había supuesto, era de muy buenas proporciones. Aunque al
principio un sabor a orín seco impregnó sus papilas gustativas, era tan penetrante el aroma a
macho que emanaba su piel que no le importó lo más mínimo. Una vez se sumergió en la locura
del momento, Rodrigo comenzó a devorar aquella polla con una pasión tal como no lo había
hecho con ninguna otra antes.
Tras succionar contundentemente el capullo, paso su lengua por las hinchadas venas que
bajaban desde la mitad del tronco hasta los huevos. Un prolongado bufido que se asemejó a un
gruñido le dejó claro que a su tío le complacía cómo se lo hacía, por lo que prosiguió chupándole
la polla a la vez que jugueteaba con la bolsa de sus cojones.
Quiso tragársela entera, pero aunque abriendo bien la boca conseguía que entrara en todo su
grosor, era demasiado larga y, tras unas pequeñas arcadas, desistió de su cometido.
Eufrasio, a pesar de que estaba disfrutando de la mamada cantidades industriales, seguía
sumergido en la película donde los tipos y a no se la comían mutuamente, sino que uno de ellos, al
mismo tiempo que lamía el coño de la chica, ponía el culo para que el otro lo penetrara. Ver
como el enorme pollón del individuo de la tele entraba en un agujero tan pequeño, lo puso más
cachondo todavía, por lo que sacó su mástil de entre los labios del muchacho y le dijo en un tono
bastante tosco: —Bájate los pantalones y ponte en pompas que te la voy a meter.
El chaval se sacó la polla de la boca y se quedó mirando al fornido cuarentón. No daba
crédito a lo que estaba escuchando y buscó alguna muestra de chanza en la expresión de su tío,
pero no encontró ni un ápice. Aquel hombre le estaba proponiendo follárselo con la misma
naturalidad que le pedía que cerrara la ventanilla del coche.
A pesar de que se encontraba súper excitado y estaba deseando ser ensartado por aquel
moreno cipote, el terror vino a visitar a Rodrigo y se quedó un buen rato pataleando en la boca de
su estómago. Él se había comido muchas pollas, sin embargo nunca se había dejado follar porque
temía que le pudieran hacer daño. Volvió a mirar aquel vigoroso falo y un pánico atroz se
apoderó de él, pues pensó que algo tan grueso lo iba a reventar por dentro.
Aún así, el muchacho obedeció sin rechistar y se colocó en la posición que le pidió Eufrasio,
quien no dejaba de acariciarse con cierto nerviosismo la polla. Una vez vio a su sobrino en una
postura adecuada para poder ensartarlo, se echó un escupitajo en la mano y extendió el caliente
líquido por su miembro viril. Sin más prolegómenos, colocó la punta de su rabo en el ojete del
muchacho y empujó.
El escaso cuidado que el hombre puso en sus movimientos solo terminó por conseguir dos
cosas: su proy ectil no llegó a atravesar las líneas enemigas del todo y un inmenso dolor asestó a
su sobrino. Inevitablemente el adolescente empezó a gemir de un modo atronador.
Que el atractivo pueblerino estuviera un poco ebrio, no quería decir que se hubiera convertido
en una mala persona, al ver la mueca de dolor que se pintó en rostro de Rodrigo, se detuvo en
seco y le dijo: —Perdona ji te he hecho daño, e mi primera ve.
—Y la mía —balbuceó el chaval, llevándose la mano al culo a la vez que hacía un gesto de
fastidio.
—Entonje... —En el rudo rostro se pintó una mueca de sorpresa y desencanto al mismo
tiempo—. ¿Todavía no te han jilbanao el mojino!
El muchacho negó tímidamente con la cabeza, como si se sintiera avergonzado por ello.
Eufrasio chifló levemente y bajo la cabeza sintiéndose contrariado. Se llevó la mano al cipote
y este pareció perder dureza por segundos. Resignado, se disculpó con su sobrino: —Mejor lo
dejamos.
Como un autómata caminó hacia el sofá y siguió viendo la película pornográfica.
No hubieron pasado ni dos minutos cuando apareció su sobrino con un tarro de crema
“Nivea” en la mano y lo miró con una sonrisa picarona.
—¿Y si lo intentamos con la ay uda de esto?
El corpulento pueblerino, a quien con la dichosa película la polla se le había vuelto a poner
dura otra vez, sonrió por debajo del labio a su sobrino.
—Sí, pero una ve empecemos no me haga parar, ji te duele, ¡te joe!
El chaval miró la tremenda polla que se erigía en la entrepierna de Eufrasio y supo que le
haría daño al penetrarlo, pero también comprendía que era un trance que, por su condición
sexual, debería pasar más tarde o más temprano. Decidió que fuera aquella noche y con su tío.
Había oído algunos amigos del ambiente decir que si te sentabas sobre las pollas, dolía un
poco menos y dilatabas mejor. Aferrándose a aquel rumor, le pidió a su tío que se estuviera
quieto un ratillo, que él se la iría metiendo poco a poco...
Eufrasio accedió de buenas ganas a dejarse hacer, seguramente porque el alcohol había
debilitado un poco su habitual carácter dominante. Rodrigo se puso hasta arriba de “Nivea” el
agujero del culo, buscó la posición adecuada y se sentó sobre el pollón de su fornido
acompañante.
Al principio, costó un poco marcarle el camino e incluso con la ay uda de la crema parecía
que iba a ser otro intento infructuoso. Respiró profundo, relajó los músculos de su esfínter y
empujó con fuerza para abajo. Una dolorosa punzada recorrió su espalda y Rodrigo crey ó que
no iba a soportar aquel suplicio, sin embargo, era tantas las ganas que tenía de ser taladrado por
aquel recio macho que soportó todo el daño que su apéndice sexual le produjo al atravesar su
recto.
Sus esfínteres fueron dilatando y el enorme trozo de carne que lo horadaba se volvió menos
funesto. Aunque el dolor no remitió del todo, poco a poco fue dejando paso al placer. Un placer
que se manifestaba en la tremenda erección que lucía el chaval y en las gotas de líquido pre
seminal que brotaban de su punta.
De soportar una especie de lanza que le quemaba las entrañas, el joven sevillano comenzó a
gozar como nunca antes lo había hecho. Aquello debía ser de lo más contagioso, pues su tío, quien
había permanecido callado hasta el momento, soltó una brutalidad de las suy as —¡ Joe, Rodri,
me vas a matar de gusto!
Aquellas palabras le sonaron como una especie de piropo, si hasta entonces había cabalgado a
su tío con cierto cuidado para no hacerse daño, se puso a trotar sobre él de un modo frenético.
Eufrasio, quien a pesar de las cervezas de más, no le gustaba ni un pelo que su sobrino fuera
quien se lo “follara” a él y menos del modo que lo estaba haciendo, le metió las manos bajo las
axilas y lo levantó en volandas.
—Como la zorrita tiene y a el abujero abierto, no le importara que su macho la viole.
Lo tendió boca arriba sobre el sofá, le abrió las piernas de manera que una quedó colgando
del borde del sofá y la otra la mantuvo erguida quedando el pie del chaval a la altura de su cara.
Le mordió el tobillo de un modo casi violento, colocó su polla a la entrada de su ojete y empujó
sin misericordia de ningún tipo.
El bestial envite propició que el chaval emitiera un quejido sordo, al tiempo que las facciones
se le quedaron congelada en una mueca de dolor. La fiereza con la que Eufrasio sacaba y metía
el cipote en su culo favoreció que sus esfínteres se adaptaran rápidamente al grueso salchichón y
terminara extasiado por la enorme satisfacción que aquello le proporcionaba.
Al poco rato, el corpulento pueblerino le dijo que le gustaría hacerlo en un lugar más cómodo,
por lo que decidieron irse al cuarto del chico.
Una vez en la cama, le pidió que se colocara boca abajo y le pidió que separara las piernas.
Rodrigo colocó sus extremidades inferiores abiertas en forma de tijera. Sin preliminares de
ningún tipo, su tío coloco su proy ectil sexual a la entrada de su boquete, se tendió sobre él y
empujó concienzudamente.
En esta ocasión un gritito casi femenino escapó de los labios del muchacho, quien, incapaz de
retener en su interior todo lo que le estaban haciendo gozar, comenzó a gemir
descompasadamente.
—¡Te gusta cómo te viola tu macho! —Las palabras fueron musitadas a su oído y con la
única intención de darle más morbo a la situación.
Durante unos minutos el hombre estuvo entrando y saliendo del cuerpo del chaval, quien a
cada segundo que pasaba perdía más su voluntad y se sometía a los caprichos del viril cuarentón.
El corpulento madurito pareció olvidar que a quien estaba penetrando era pariente suy o, le
apretó fuertemente las caderas, aumento el ritmo con el que salía y entraba de él y le dijo con
voz chulesca: —¡Perra, te voy a dejar preña!
Poco después de los labios del vigoroso macho salieron gemidos entrecortados e ininteligibles,
Rodrigo sintió como un chorro de líquido caliente le llenaba las entrañas al tiempo que su tío se
paraba en seco.
Tan bruscamente como entró, salió de su interior, se tendió a su lado, acarició su mejilla y
empezó a hablar con una voz ronca pero melosa.
—¿Te ha gustao, campeón?
El muchacho sonrió generosamente y asintió con la cabeza. —¿A ti?
—Me lo he pasao de miedo.
El hombretón inesperadamente buscó los labios de Rodrigo y le dio un beso. Después le echó
el brazo por la espalda y se quedó dormido.
EN EL LAGO

Era un viernes por la tarde de un verano que venía siendo bastante caluroso. Mi mujer se
había ido a pasar el fin de semana con su hermana y unas amigas a una casa que habían
alquilado en la play a. Cosas de chicas, me dijo. Y ahí estaba y o, tumbado en el sofá en
calzoncillos, cambiando de canal por si había algo que me enganchara en la televisión. Quería
disfrutar del fin de semana, pero aún no tenía ningún plan a la vista. En ese momento me acordé
de mi cuñado Alberto. Él también estaba de rodríguez porque su mujer se había ido con la mía a
la casa de la play a. Inmediatamente solté la cerveza y le llamé. Varias veces me había
comentado que quería llevarme a una zona de la sierra que era increíble. Un sitio que no te
esperas, según me había dicho, pero de no muy fácil acceso. Cosas de hombres, podría decirle
y o a mi mujer si me preguntaba dónde iba…
Mi cuñado también estaba sin planes ese fin de semana. En pleno verano se habían ido todos
nuestros amigos de vacaciones y nosotros éramos los rara avis de la capital. Cuando le propuse el
plan le encantó. Su voz cambió enseguida de tono y me lo imaginé sonriendo con su amplia
sonrisa y su boca perfecta. Me propuso acampar en la montaña para estar más en contacto con
la naturaleza. Me dijo que pasaría a recogerme a las 6 de la mañana para aprovechar al máximo
la luz del día.
Me puse a buscar la mochila en el armario y a prepararlo todo. Esa noche no me podía
dormir. Estaba tan excitado de volver a hacer planes sin mi mujer, que tuve que masturbarme un
par de veces en la cama para poder relajarme un poco. Todo esto me recordaba a cuando estaba
soltero y quedaba con mis amigos para hacer excursiones a la montaña.
A las seis de la mañana estaba y a preparado esperando a mi cuñado en el porche de mi casa.
Oí el motor de su 4x4 y salí a la puerta a saludarlo. Él bajó del coche y nos abrazamos. Siempre
nos saludamos con un fuerte abrazo. Los dos somos bastante parecidos físicamente: muy
masculinos, con barba recortada, pelo corto, 185cm de altura y unos 80 kilos de peso, deportistas
desde jovencitos. Lo único que nos diferencia es que él es rubio y y o soy moreno.
—¿Estás preparado para un fin de semana de hombres, José?
—¡Por supuesto, Alberto. Listo y en forma!
Nos montamos en el coche y nos pusimos en marcha. Charlamos siempre hablando de
nosotros, de las cosas que nos gustaría hacer, de nuestros sueños, de la excursión a la montaña. Es
lo que más me gusta de Alberto: su compañía. Con otros hombres siempre termino hablando de
fútbol, de tías o de trabajo. Alberto en cambio era un espécimen muy especial. Un tío con el que
puedes sincerarte y abrir tu mente y tu corazón, contarle tus anhelos, tus preocupaciones, tus
deseos, y él siempre escucha. Los dos sabemos escucharnos mutuamente. También pasamos
algún tiempo sin decirnos nada, simplemente mirando el paisaje y disfrutando de la compañía
del otro, y a Alberto le gustaba zanjar ese mágico momento con un apretón en mi muslo
acompañado de una sonrisa mientras seguía conduciendo.
Finalmente llegamos al parking del Parque Natural. A partir de allí comenzaba un sendero de
unos cuantos kilómetros a pie, cargando con las mochila. El camino se hizo corto, como siempre
a su lado, hasta que finalmente llegamos a una zona en la que se acababa el sendero.
—A partir de aquí no hay marcha atrás, José. Este camino nos lleva al mejor fin de semana
de nuestras vidas.
Me guiñó un ojo y se adentró entre los árboles. Yo me quedé un rato mirando cómo se
alejaba, contemplando su figura varonil recortada entre la hierba y finalmente continué la
marcha para seguirle.
Dos horas de camino después, y con un sol asolador, Alberto se detuvo, y sin decir nada, dejó
su mochila en el suelo y comenzó a montar la tienda de campaña. Yo comprendí que habíamos
llegado al lugar. No entendí al principio por qué ese sitio en concreto, aunque en seguida me di
cuenta de que se estaba más fresco en ese lugar. Solté mis cosas y me puse a ay udarle a montar
la tienda. Entre los dos estuvimos clavándola a la tierra, rozándonos, sujetando cuerdas y
fijándola. Estábamos compartiendo ese momento muy juntos, callados, disfrutándolo. Al
terminar estábamos sudados y un poco cansados.
—Ahora viene la recompensa, me dijo.
Sin ninguna otra explicación comenzó a quitarse la ropa: las botas, los pantalones cortos y la
camiseta ajustada. Como confío cien por cien en él, comencé a hacer lo mismo sin preguntar
nada. Me fijé en sus slips, blancos y de algodón, que recogía firmemente su paquete y hacía que
se marcara escandalosamente sus grandes cojones. Yo me quedé en bóxer negros, también
marcando mis buenos atributos y mi culo duro y carnoso. Me sonrió y comenzó a andar bosque
adentro. Yo le seguí, fijándome en sus dos hermosos y voluminosos glúteos que danzaban a su
paso. Estaba hechizado ante semejante visión cuando de repente sentí el sonido del agua
discurriendo por unas rocas. Llegamos a un pequeño claro y me quedé maravillado al ver una
pequeña catarata que caía sobre unas rocas, creando una poza de agua cristalina. Era como un
pequeño estanque, un oasis en medio del desierto.
—¿Nos bañamos en pelotas, verdad?
Mi cuñado me preguntaba retóricamente, porque mientras lo decía y a se había quitado el slip
y había dejado a la luz un hermoso pene y dos grandes pelotas peludas.
—Claro, cuñado, estamos entre hombres. – sonreí y él me devolvió la sonrisa.
Se dio la vuelta y pude contemplar un hermoso culo redondo masculino, con algo de vello,
duro y carnoso. La viva imagen del deseo. Todo en él era hermoso. Un cuerpo muy bien
formado, con vello en el pecho y los muslos. Yo también tenía muy buen cuerpo, aunque un poco
más de vello que él.
Me desnudé y cuando volví a mirarlo y a se había tirado dentro de la poza, gritando como un
niño. Yo salí corriendo y me lancé en bomba sobre el agua, salpicando todo. Los dos nos reímos
y empezamos a salpicarnos como cuando éramos pequeños. Me eché sobre mi cuñado e intenté
hacerle una ahogadilla, pero él reaccionó y terminó hundiéndome a mí. Abrí los ojos debajo del
agua y pude ver su polla casi rozándome la cara. Me incorporé y le di la vuelta para situarme
detrás de él. Le hundí y aproveché para poner mis muslos sobre sus hombros. Al levantarse, me
izó y pareció que éramos un jinete y su caballo, como cuando hacíamos batallas con otros niños
de la piscina. Él sentía mi paquete en su nuca mientras y o le agarraba del pelo y le guiaba para
que anduviera por la poza llevándome a hombros. Era excitante, me sentía joven y poderoso,
increíblemente unido a mi cuñado. Finalmente se inclinó hacia atrás y me hizo caer al agua, con
las patas abiertas. Sentí como se echaba encima de mí para seguir jugando, y por un momento
nuestras pollas se rozaron en el agua. Noté que la tenía dura, que se había empalmado con
nuestro roce, y decidí dejar que mi excitación también fluy era. Sentir a mi cuñado tan cerca me
había puesto cachondo, y tuve que reconocérmelo. Su piel, su olor, su vello, los músculos de su
cuerpo, y su pene erecto me tenían fascinado, como nunca antes me había sentido ante una
persona desnuda. Le agarré por la espalda y lo acerqué más a mí y entre tanto roce y
frotamiento acabamos resbalando en las rocas y nos caímos los dos en el agua. Nos quedamos
los dos muy juntos, con nuestros penes erectos rozándose. No nos dijimos nada, solo nos miramos
a los ojos durante un tiempo que a mí me pareció infinito, pero no tuvo que durar más que cinco
segundos. Sentía su respiración fuerte en mi cara, sus labios carnosos casi rozando los míos, el
agua resbalando por su piel y cay endo sobre la mía. Su polla palpitando al ritmo de la mía. No sé
si fue él o fui y o, pero me encontré besándome con mi cuñado. Cerré los ojos y me dejé llevar,
sintiendo sus labios y su lengua húmeda recorriendo mi boca. Nos pusimos de pie en el estanque
y comenzamos a recorrer nuestras manos por todo nuestro cuerpo, abrazándonos, apretándonos,
rozándonos. Su polla, contra la mía, como si se besaran, juntando los glandes. Y nosotros no
podíamos parar de besarnos. Mis manos fueron a su culo redondo y lo apreté contra mí. Me
sentía embelesado besando a Alberto. No sé si podría haberlo hecho con otro hombre que no
fuera él, pero sé que lo estaba disfrutando al máximo.
Seguimos de pie besándonos y y o decidí ir más allá. Quería saborearlo, sentir su contacto
masculino hasta el final. Comencé a mordisquearle el cuello mientras mi cuñado gemía
suavemente. Parecía que le gustaba, así que proseguí por una oreja. La besé y la mordí un poco,
excitado por los gemidos que mi cuñado emitía. Decidí continuar por su pecho, saboreando sus
pezones duros y prominentes. Los lamí, jugando con mi lengua. Él me apretaba contra sí y pude
ver que tenía los ojos casi vueltos del placer. Eso me decidió a no frenarme en nada. Me fui
arrodillando mientras le besaba el abdomen. Él me guiaba la cabeza con sus manos, para que no
perdiera mi camino hacia lo que me esperaba en su entrepierna. Mi barbilla chocó contra su rabo
de 20 centímetros, que era la gran recompensa de todo el viaje. Lo acaricié con mi cara,
restregándomelo y lo olí. Nunca antes había podido oler una polla que no fuera la mía, y eso me
excitó muchísimo. Olía a macho. La agarré entre mis manos y abrí la boca, mirándole a los ojos.
Alberto estaba extasiado, casi asustado, como y o. Esto era algo nuevo para los dos, pero lo
estábamos disfrutando como locos. Le sonreí justo antes de meterme su tranco hasta el fondo.
Cerré los ojos y sentí cómo su rabo me rellenaba la boca por completo. Pude oír a Alberto
gimiendo de placer y eso me hizo aguantar así durante unos segundos. Sentí arcadas y una
excitación descomunal.
Él me agarró de la cabeza, me levantó y me besó como se besan dos amantes,
desesperadamente, como si fuera la última noche que van a estar juntos. Nos miramos a la cara
y nos metimos en la tienda de campaña cogidos de la mano.
Una vez dentro los dos sabíamos que esta vez sí, no había vuelta atrás. Íbamos a hacerlo hasta
el final, fuera como fuese. Estábamos temblando, excitados, besándonos, rodando dentro de la
tienda de campaña. Una vez él encima de mí, otra vez y o sobre él. Y sintiendo nuestros pechos
rozándose, nuestras pollas batiéndose en duelo.
Él comenzó a comerme los pezones mientras y o le acariciaba la cabeza. Teníamos todo el
tiempo del mundo y queríamos disfrutarlo con la tranquilidad de los que se tienen confianza el
uno en el otro. Yo gemía mientras le veía bajar hacia mi miembro, hasta que sentí su boca
húmeda y caliente abrazando mi polla. Ahí gemí y me arqueé de placer, y él aprovechó para
tragar más rabo de una sentada. Le acaricié el pelo mientras comenzó a comérmela. Estábamos
tan excitados que ni siquiera sabíamos realmente si estábamos solos en aquel lugar, pero eso nos
daba igual.
Yo estaba también deseando comerle su rabo, y como si me ley era la mente, se dio la vuelta
y se tumbó de lado, dejando su polla a la altura de mi cara, para hacer un 69. Ni corto ni
perezoso me tumbé de lado y me llevé su trozo de carne a la boca. ¡Qué delicia! Sentía cómo mi
compañero me comía la polla mientras y o se la comía a él.
—Quiero saborearte entero, José. No quiero cortarme contigo.
—No hay tapujos entre nosotros, Alberto. Eres como mi hermano, como mi amante.
Alberto prosiguió esta vez lamiéndome los huevos. Se llevaba uno a la boca, succionaba un
poco y después lo soltaba. Yo sentía que me iba a correr en todo momento, pero conseguí
aguantar. Me llevé también sus cojones a la boca y los saboreé delicadamente; sabía que estaban
cargados de leche. Y esa leche quería tenerla y o en mi cuerpo esa noche. Cuando Alberto
levantó la pierna para facilitarme la comida de huevos, pude intuir el comienzo de su raja oscura
y un poco velluda que llevaba hasta su ano y se perdía entre las montañas de sus glúteos. No me
lo pensé y lancé mi lengua hacia su culo. Alberto gimió algo alterado.
—Pero ¿qué haces, José? ¿Qué estás haciendo?
Yo y a había hundido mi cara en su raja y la recorría entera con mi lengua. Él dejó de
preguntar y sólo lo pude oír cómo gemía, frotando su culo en mi cara, restregándose para
marcarme con su olor. Se puso encima y plantó su culo en mi cabeza y comenzó a moverlo en
círculos, mientras y o saboreaba cada rincón de su raja masculina, ese lugar tan oscuro y secreto
para un hombre.
De repente sentí que Alberto me levantaba las piernas y que hundía su cabeza por debajo de
mis huevos, buscando mi agujero con la lengua. Al sentir aquello pensé que no podía haber nada
mejor en este planeta, que había descubierto un nuevo placer hasta entonces oculto para mí.
Proseguimos extasiados con nuestro 69 de culos, gimiendo como dos machos en una berrea,
frotando nuestros culos sin descanso.
De repente, Alberto se giró y se echó sobre mí.
—José, quiero sentirte dentro y que me sientas dentro de ti. Necesito saber si esto que estoy
sintiendo es real. Quiero que nos follemos.
Yo le miré a los ojos. —Has vuelto a leerme la mente, Alberto. Quiero unirme a ti, como
hombre y como amante. Hacerte mío y que tú me hagas tuy o. Hasta el final.
Alberto me besó mientras sentía cómo su polla se frotaba contra mi cuerpo. Levanté las
piernas y me abracé con ellas a su cadera. Podía sentir su polla recorriendo mi raja, frotándose,
marcándome con su rabo. Tenía el culo lubricado por sus babas y él su polla lubricada por las
mías. No parábamos de besarnos mientras sentía cómo la cabeza de su polla y mi agujero se
buscaban en la oscuridad. Finalmente sentí su glande entrando en mi orificio. No podía parar de
besarle, temblando de placer y algo de dolor. Pero el placer anulaba casi por completo al dolor. Y
cada vez sentía más placer, hasta que su rabo me penetró por completo. Nos quedamos quietos,
mirándonos mientras nos besábamos, extasiados. Sentía su polla latiendo en mi interior y no me
atrevía a moverme. Fue él quien comenzó a bombear mi culo. Primero lentamente, mientras me
acariciaba el pelo, y después con fuerza, de manera salvaje.
—¡Aaaaaah, qué bueno, tío!
Ya nada me importaba salvo sentir a Alberto dentro de mí follándome.
—¡Joder, así, Alberto, no pares, fóllame! ¡Qué placer, es increíble!
Él gemía, como un toro en el campo, desprendiendo gotas de sudor que caían sobre mi piel y
nos hacía frotarnos lubricados el uno con el otro.
—¡Hostias, José, te voy a hacer mío, te voy a preñar! ¡Quiero hacerte mío esta noche!
—¡Sí, Alberto, hazme tuy o, quiero sentir tu leche rellenándome el culo!
Sentía sus cojones rebotando en mis nalgas con fuerza, y todo su rabo entrando y saliendo de
mí, posey éndome.
Yo estaba al borde del éxtasis cuando sentí que su respiración se acentuaba y su ritmo se
acrecentaba. Ya me follaba sin miramientos, destrozándome el culo. Yo apreté mis nalgas para
darle más placer, para ordeñar a mi macho, y parece que lo conseguí, porque enseguida
comenzó a gemir con más fuerza.
—¡José, voy a correrme, te voy a rellenar, cabrón!
—¡Sí, Alberto, sí! ¡Dámelo todo, no voy a soltar ni gota! ¡Voy a apretar mi culo para que me
dejes bien preñado esta noche!
Parece que mis palabras lo excitaron más aún, porque comenzó a gemir y a gritar mientras
sentía cómo mi culo se rellenaba por su líquido caliente y viscoso. Al sentir aquello enseguida
comencé a correrme al roce de mi polla con su vientre. Mi leche le pringó todo el pecho y le
llegó a la cara. Yo lamía mi leche de su cara para después besarle. Alberto se separó de mí y me
levantó las piernas, dejando todo mi ojete a su vista. Metió la cara en mi raja y me dijo: —
Relaja el ano, deja que salga mi leche. Quiero beber de ti.
Yo estaba alucinando y muy excitado. Relajé el culo y sentí cómo su leche caía resbalando
por mis nalgas, y a Alberto recogiéndola con la lengua y bebiéndosela.
—Dame un poco, Alberto, y o también quiero saborear tu leche.
Se incorporó y me besó para intercambiar nuestras leches en la boca.
Finalmente cay ó sobre mí y nos dormimos abrazados, sudorosos y con una sonrisa entre los
labios.
Yo me desperté una vez durante la noche, y al verlo dormir a mi lado solo podía pensar en lo
maravilloso que iba a ser ese fin de semana que no había hecho más que empezar.
INSTINTO BÁSICO

Había ido junto a varios de sus amigos y amigas a uno de esos festivales que tan de moda se
han puesto ahora. Era el primer día y todos estaban como locos por disfrutar. Esa primera noche
bebieron todos juntos, incluso se les sumaron algunos vecinos del camping. Las chicas del grupo
pronto se apartaron de sus amigos para quedarse absortas charlando con aquellos vecinos, salidos
todos del mismo patrón: camisetas de tirantes, pelos engominados y cuerpos exageradamente
musculados. Los chicos del grupo y a intuían que aquella noche iban a quedarse solos de fiesta,
por lo que cogieron sus bebidas y se fueron a la zona donde mucha gente se reunía para hacer un
macrobotellon. Ahí bebieron alcohol con las prisas que provocan los festivales, y pronto los
chavales estaban borrachos, excitados y con ganas de liarla.
Se fueron al recinto en el que se ofrecían los conciertos y allí se mezclaron con la multitud.
Pasó la noche y, aunque lo estaban pasando bien, ninguno de ellos había conseguido ligar, por
mucho que lo hubiesen intentado. Estaban y a a mediados del penúltimo concierto, cerca del
amanecer, cuando el ánimo de sus amigos comenzó a decaer.
—Tío, nosotros nos vamos para la tienda ¿te vienes?
—¿Ya? No jodáis, que es muy pronto, aún queda el último.
—Es el primer día, hay que guardar energías para el resto
—Pues y o no me muevo de aquí, id sin mí —zanjó Alex, con decisión.
A Alex le quedaban muchas ganas de fiesta en el cuerpo, así que sus amigos marcharon sin
él. Llegó el último concierto y, con él, el amanecer. En uno de sus bailes, tropezó, más por su
borrachera que torpeza y acabó chocando con un joven que tenía al lado.
—Hostia, tío, perdona perdona. Ha sido sin querer
—Jaja, no te preocupes, hombre, son cosas que pasan
—¿Estas bien?
—Sí, no ha sido nada. Por cierto, me llamo Rober, ¿Y tú?
El tal rober era un chico de media estatura, muy delgado y vestía de forma llamativa.
Llevaba una camiseta de tirantes exageradamente corta y caída en forma de pico, dejando a la
vista su huesudo pectoral. También llevaba unos shorts vaqueros medio rotos que cubrían
escasamente su culo. Adornando todo aquello llevaba uno de esos exóticos peinados teñidos de
platino y de una estructura indescriptble, y en la nariz llevaba un septum que tan de moda estaba.
No hacía falta ser muy avispado para saber que ese chico seguramente era gay.
—Yo soy Álex, encantado.
—Veo que estás solo, ¿Y eso?
Alex comenzó a explicarle las pocas ganas de fiesta de sus amigos cuando apareció otro
chico.
—Ah, mira, este es Fernando —le presentó Rober.
Fernando no llamaba aparentemente la atención, era un chico de aproximadamente 1.80 que
llevaba una camiseta de un grupo de música y unos vaqueros cortos. También llevaba en su
mano un vaso de medio litro de alcohol, pero no se veían en el signos de extrema ebriedad, para
llevar toda una noche bebiendo.
Se quedó entonces Alex disfrutando del concierto con sus dos nuevos amigos. Los saltos y
bailes frenéticos eran constantes, por lo que chocar con quien tienes al lado es frecuente. Pero
aun así, había demasiado roce con Rober, y todo parecía que para nada era accidental. Rober
restregaba su culo contra Alex cada vez que tenía la ocasión e, incluso, su mano se escapaba de
vez en cuando hacia el paquete de Alex, quien sin querer estaba teniendo una erección “Este
marica quiere ligar conmigo, no me lo puedo creer” Pensó Alex. Él nunca había estado con otro
hombre, pero su estado de excitación no le dejaba pensar con claridad y, al fin y al cabo, una
boca es una boca y, un culo es un culo. Tan absorto estaba en sus pensamientos que ni se dio
cuenta de que el concierto había acabado.
—¿Ya? Yo aún tengo ganas de fiesta.
—¿Por qué no te vienes con nosotros a nuestra tienda? Tenemos un altavoz, y el móvil lleno de
música. Además, vamos a fumar unos porros, que así no podemos dormir. Vente anda, que creo
que mi amigo le has gustado —dijo Fernando con una expresión pícara.
Alex no se lo pensó dos veces, esa erección no iba a bajar sola y, antes que matarse a pajas
en su calurosa tienda, prefería darle una lección a aquella reinona que tan cachondo le había
puesto. Llegaron al camping y entraron en una espaciosa tienda, de 4 o 5 personas —Wow que
tienda, ¿solo dormís vosotros dos aquí?
—No, dormimos con un tercero, pero vino con la novia y usan una tienda aparte para…y a
sabes
Fernando se metió en un rincón apartado que tenía la tienda y comenzó a fumarse un porro.
Nada más girarse Alex, tenía a Rober justo enfrente. Rober tomó la iniciativa y besó a Alex; un
beso que más que apasionado, era vicioso, como todo lo que hacía. Mientras los dos se besaban,
Rober acariciaba con rapidez su cuerpo, en una declaración de deseo y ganas de explorar. A
medida que Rober bajaba en sus caricias, sucedía una cosa que no podía creer. La erección de
Alex estaba desapareciendo, probablemente debido a la enorme cantidad de alcohol que había
bebido. O puede que fuera por nervios, y a que la idea de que un hombre se la chupase le era
nueva. Cuando rober bajó sus calzoncillos, lo que encontró era una polla flácida, que no se
levantaba ni con la acción de la experta lengua del joven homosexual.
—Anda que vas cojonudo, chaval. Menos mal que estoy y o aquí para dar biberón a esta
viciosa, que sin leche no se duerme.
Fernando había salido de su oscuro rincón y se puso delante de rober, quien y a estaba a
cuatro patas esperando su “biberón”
Mientras Fernando se desnudaba, Alex se masturbaba en un intento desesperado de que su
pene volviese a estar duro. Cuando Fer se quitó toda la ropa, Alex cay ó en un estado de hipnosis.
Alex no tiene un miembro despreciable, 16cm por los 20 que tenía Fer; Pero no era solo el
tamaño, había algo en esa herramienta de los dioses; las proporciones, el grosor, el color… no
sabía qué, pero le parecía perfecta.
“¿Qué me está pasando?” No podía creerlo, estaba mirando absorto el pene de otro hombre,
y le gustaba. De hecho, tan absorto estaba que no se había dado cuenta de que Fernando llevaba
largo rato mirándole.
—¿Pero se puede saber qué haces mirándomela, cerdo? Entre eso y que no se te levanta… a
ver si va a ser que eres más marica que aquí mi amiga la viciosa.
—Y..y..y..y y o…n..no…es que…
Su propio nerviosismo le delataba
—Cómo lo sabía. Ven aquí anda, que tengo suficiente para vosotras dos
En un fuerte y dominante gesto, le empujó del hombro, haciéndole caer ante ese monumento
a la virilidad masculina, que desprendía un fuerte olor que volvía aún más loco al confuso chaval.
24 horas antes, Alex no dudaba de su heterosexualidad, y ahora se encontraba tumbado ante la
polla de un hombre, junto a una marica loca que engullía con hambre aquel rabo. Entonces,
rober paró de mamar y, agarrando con fuerza la polla de Fernando, apuntó hacia nuestro
protagonista, dándole antes un morreo. El sabor fuerte y dulzón tras mamar, mas que repelerle,
acrecentaba su excitación —Venga, puta, come —increpó.
No sabía qué hacer, pero ahí descubrió que nadie saber hacer mejor una felación que otro
hombre, puesto que sabe perfectamente qué le gustaría a él mismo. Comenzó con unos tímidos
besos en la punta y el tronco, subiendo después el tono y lamiendo la venosa superficie. Cuando
se sintió preparado, se introdujo aquella delicia en la boca. Al principio no se coordinaba en los
movimientos, y a que su primera preocupación era pensar que no, que aquello era físicamente
imposible que entrase en su boca. Entonces vino la primera traición; Su macho comenzó a
follarle violentamente la boca, provocándole una arcada en una de las arremetidas. Alex se zafó
como pudo y se giró, tosiendo e intentando como fuese no vomitar, momento que aprovechó su
compañero para retomar el monopolio de mamar aquella polla. Podía irse, Fernando estaba tan
concentrado en follarse la boca de aquel experto mamador que podía largarse de aquella tienda
en ese mismo momento. Pero no lo hizo, algo le hacía desear quedarse ahí.
Rober, como si le hubiese leído la mente, se puso a un lado de la polla de Fer y con un dedo le
hizo gestos a Alex de que se acercase. Los dos jóvenes comenzaron a atacar aquella maravilla de
la naturaleza, cada uno desde un costado, alternando la felación con besos entre ellos, a veces
haciendo el capullo como intermediario. Estaba Alex disfrutando como nunca, cuando un gemido
gutural le bajó de la nube.
—Aaahhh, me corro zorras… poned las boquitas juntas.
Alex y Rober juntaron sus cabezas, con la boca bien abierta esperando recibir aquel néctar de
dioses.
—Siisii… oooohh… tomad joder tomaad
Comenzó a llover sobre él una cantidad exageradamente grande de caliente semen. Salía
disparado, cay endo sin orden alguno sobre los pelos, rostros y bocas de los dos sumisos. Alex
tragó lo que cay ó dentro de su boca, y el sabor no le desagradó, pero el resto se lo quito con la
mano y lo limpio donde pudo. Rober, sin embargo, recogía todo con los dedos y lo introducía en
su boca, en un espectáculo tan grotesco como excitante.
El macho cay ó sobre la tienda, pidiendo un tiempo para recargar fuerzas. Rober, mientras
tanto, se quitó los shorts dejando a la vista un tanga rosa. Menudo vicioso era. Cuando miró
debajo suy o, se dio cuenta que había recuperado la erección, con lo que se disponía a follarse el
culo del insaciable tragón. El cuerpo de Rober, que antes le hubiese sido completamente
indiferente, le parecía ahora de tremenda belleza. Su delgado culo, en pompa y a, dejaba marcar
los huesos superiores, creando un contorno de fuertes y marcadas curvas. No llevaba mucho
tiempo follándoselo cuando unos brazos tiraron de él hacia atrás, —Venga, y a estoy listo para
más. ¿Estás tú listo para seguir probando lo que es ser una putita sumisa?
—Joder... y o es que estaba…no sé… —de nuevo el nerviosismo le delató.
No era capaz. No podía alzarse como macho alfa de aquella tienda y reclamar lo que era
suy o. Sabía que no era así. Él era tan sumiso, o más, como aquel chico a quien hacía unos
segundos estaba follando.
—Venga va, tú decides ¿Quieres probar?
—... sí
—¿Seguro? No hay vuelta atrás. Una cosa es comerse una polla, todos lo han probado. Pero
como te dé por culo y te guste… será tu fin. Serás una putita maricona y sumisa toda tu vida.
—Fóllame joder.
¿Aquello había salido de su boca? Alex estaba y a completamente fuera de si
Fernando fue a por un condón mientras Rober se acercó con un botecito para Alex. Era un
bote transparente con un líquido de color parecido a la colonia —Toma esto, hará que te entre
mejor
—Pero ¿qué es?
—Es Popper, tranquilo que no es ninguna droga de violadores de esos.
Abrió el bote y de él salió un fuerte olor. Siguiendo las instrucciones de Rober, esnifó un poco
de esos vapores, experimentando una sensación de calor repentino. Rober se retiró un poco,
masturbándose a la espera de su turno.
Fernando se acercó, poniéndole el culo a la altura de su miembro. Era el macho dominante
de aquel lugar, pero no era tonto. Había conseguido que el vicioso que tenía debajo suy o
descubriese su faceta homosexual, pero sabía que si ahora lo trataba mal echaría todo a perder.
Por eso, no se dejó llevar por los instintos que le empujaban a sodomizar violentamente ese culo
virgen. Con cariño se consiguen más cosas.
Así, introdujo su polla poco a poco en aquel estrecho agujero. Alex por su parte estaba
sintiendo algo de dolor, e incluso estaba pensando en echarse atrás. Era imposible que alguien
sintiese placer en ese dolor. Ahí es donde entraba Rober, quien se acercó a el y comenzó a
besarle suavemente, haciendo que este se relajara. Poco a poco su cuerpo iba cediendo a ese
cuerpo extraño…incluso a aceptarlo. El dolor se esfumó, dejando paso a un placer tan extremo,
tan primitivo que nunca había experimentado. Estaba perdiendo los papeles, y a medida que el
bombeo de Fernando se incrementaba y aceleraba, lo hacía también su excitación —Fóllame
joder, si…soy tu puta, soy una puta de mierda… soy la may or guarra de este festival.
Su estado de excitación era tan descontrolado que gritaba estas cosas sin parar, y gemía.
Gemía mucho, tan alto que los de las tiendas cercanas tenían que estar escuchándole, pero le
daba igual. Entonces llegó la segunda traición de la noche. Estando como estaba, con los ojos casi
en blanco y la mandíbula desencajada, no vio venir a Rober, que hábilmente introdujo su polla en
la boca de Alex. Era una nueva prueba a su hombría. Había entrado en aquella tienda
crey éndose el alfa, que iba a sodomizar a aquella reinona mientras el amigo miraba y, quien
sabe, a participar. Pero la realidad era muy distinta, el sodomizado era el, mientras que el que a
priori era más sumiso, tenía su pequeña y delgada polla en su boca. Pero no hizo nada por
evitarlo, se limitó a mamar con toda la pasión que podía. Así, en un estado de incontrolable
lujuria, ey aculó. No podía ver cuánto salió, pues estaba ocupado en ambos extremos. Pero por la
fuerza, sabía que jamás había echado tanto.
Poco después, Rober también se corrió dentro de su boca y Alex, encantado con ello, se tragó
obedientemente todo aquello. El último, como no, fue Fer, quien se corrió entre fuertes gimoteos,
dejando aquel recién estrenado culo palpitando, lleno de caliente leche.
No hubo despedida, ni un triste adiós. Los dos hombres que habían desatado en el oscuras
facetas que desconocía, se fueron a dormir fingiendo que él no existía, que no estaba el. Cuando
sus piernas recobraron algo de fuerza, se vistió y se alejó rápido de aquella tienda, pues había que
ser muy sordo para no oír lo que ocurrió ahí dentro.
Ya lejos de ahí, todavía le quedaba camping por recorrer hasta llegar a su tienda. El camino,
con el sol y a en lo alto, fue una tortura para él. Se sentía sucio, humillado…una puta. Para may or
vergüenza, sentía que todo aquel con quien se cruzaba le miraba fijamente…como si supiese qué
había hecho. Estaba en un estado de paranoia, pensaba que todos a su alrededor sabían que no era
más que una zorrita viciosa, y querían aprovecharse.
Casi a carreras, llegó a su tienda. Afortunadamente nadie del grupo se había levantado aún.
Se tumbó en su esterilla, con la cabeza dando vueltas.
Se sentía avergonzado, se convencía a si mismo de que estaba arrepentido. Sí, se había
comido una polla, pero era por la confusión y el calor del momento. Seguro que no era el primer
hetero en comerse una polla y que le diesen por culo…el Popper, tenía que ser eso. Le habían
drogado.
“No soy gay, no soy gay, no soy gay …” pensando esto se durmió.
Horas después, sudando por el calor, despertó. Y para su sorpresa, estaba empalmado. No se
había levantado arrepentido, se había levantado cachondo. Era consciente, los cambios eran
inevitables. Esa noche iba a salir a cazar. O más bien… a ser cazado.
SEÑORITA TAILANDIA

Tenía treinta años cuando decidí mudarme a Tailandia y trabajaba como asesor económico
en una empresa multinacional en alza con sede en Madrid. Las condiciones del trabajo eran
tediosas, una de tantas oficinas llenas de cubiles donde te pasas encerrado el día entero. Por eso,
el día que anunciaron que iban a abrir tres nuevas plantas en el sudeste asiático, mi vida cambió.
Me enteré de ello por uno de los pocos amigos que había hecho en el trabajo. Estábamos
tomando un café cuando dijo “¿os habéis enterado? Van a abrir nuevas plantas en Asia, está en el
tablón de anuncios”. Iba a decir más cosas, pero no las escuché, salí disparado hacia el tablón de
anuncios.
“Que esté, por favor que esté, por favor…” pensaba mientras recorría el pasillo a grandes
zancadas.
¡SÍ! Los 3 países eran Tailandia, Vietnam y Laos. Si os soy sincero, a mi Vietnam y Laos me
importaban un comino. Y ¿Por qué Tailandia? ¿Qué tiene de especial? Preguntaréis. Desde hacía
algo más de un año, a diario me masturbaba de forma casi compulsiva con videos de prostitutas
tailandesas. Ya fueran mujeres normales, o transexuales. Aunque sinceramente, los videos que
más me gustaban eran en los que aparecían estas últimas. Ir a Tailandia era la oportunidad
perfecta para satisfacer el primitivo deseo que me asolaba.
Por suerte para mí, la gente es muy pegada a la tierra y muy pocos se ofrecieron para los
puestos. Para mí, abandonar mi país natal no era una decisión difícil de tomar, nada me ataba.
La decisión la supe un mes después… me habían aceptado. Estaba radiante de felicidad. Me
iría en verano, seis meses después de postularme. Las comodidades que ofrecía la empresa
facilitaban todo: te buscaban apartamentos individuales, perfectos para la discreción que y o
buscaba. Los seis meses se me hicieron interminables, pero por fin llegó la deseada fecha.
Cuando bajé del avión, lo primero que experimenté fue el despiadado golpe que provoca la
humedad alta. Por mucho que a mí me gustase, no podía bajarme del avión e irme directo al
famoso barrio de prostitutas de Bangkok que tanto vi en los videos, tenía que ser cauto y esperar.
Mi primer acercamiento fue un mes y medio después. Los españoles en la planta y a
habíamos hecho grupitos de amigos, por lo que un día salimos a tomar unas copas. Iba distraído
con mi móvil cuando en el viaje en taxi uno de mis nuevos amigos dijo: —¡Hostia, mirad! Es el
barrio ese, el de las putas…
Hice a un lado cualquier cosa que me entretuviera.
Por la ventanilla pudimos verlo. Era, a su modo, un espectáculo. Cientos de mujeres vestidas
de forma provocativa paseaban por unas calles adornadas de luces de neón de las decenas de
bares a ambos lados de la calle. En muchos se leía la ley enda “Salones de masaje”.
—Mirad cuántos chochitos esperando un macho.
—Pero mira qué eres bestia… —dije y o.
—¿Qué? ¿No quieres que vengamos luego? Menuda marica eres.
—Que va, y o de esto paso… —mentí.
Una vez en el bar, con unas copas de más en el cuerpo, el barrio volvió a la conversación. De
esa forma logré enterarme de más detalles.
—Dicen que incluso hay taxistas especiales que os llevan a ti y a la chica hasta un hotel o a tu
casa.
Tenía todo lo que necesitaba, podía pasar a la acción. Y pensaba hacerlo el próximo fin de
semana.
Cuando llegó el día, me vestí de forma cómoda, con unos vaqueros, una camiseta básica y
una chaqueta sport. Al fin y al cabo, no era el mejor sitio para ir vestido de forma cara si vas
solo. Pedí un taxi y le dije la dirección. A medida que nos acercábamos, aumentaban tanto mi
nerviosismo como mi excitación. Bajé del taxi y paseé por la abarrotada acera, sin saber en
absoluto a dónde ir, qué hacer o preguntar. Estaba confuso cuando una chica me detuvo. Iba
vestida con una minifalda y top amarillos, al estilo cheerleader americana. Me dio un cupón del
bar que estaba frente a nosotros, uno con un letrero enorme de un cowboy.
Entré al bar, y al principio estaba sorprendido. Aquello era muy diferente a lo imaginado.
Estaba lleno de hombres de negocios y había muchas mujeres, sí. Pero eran camareras o
bailarinas. Me tranquilicé pensando que sería lo normal, al fin y al cabo no iban a estar follando
en medio del bar. Me senté en la barra y pedí una copa. Detrás de mí una chica bailaba de modo
sugerente. Me acomodé mejor y la admiré sin prisas.
Pasaban los minutos y a veces se acercaban chicas, pero no era lo que y o esperaba.
Simplemente estaban ahí para “calentar” y te animaban a pedir más copas. Pero no había la más
mínima insinuación sexual. Estaba harto, eso no era lo que y o deseaba. Por eso, a la siguiente
chica que se me acercó, la aborde de forma directa. Casi todas ellas hablaban un inglés fluido,
cosa normal viendo la cantidad de extranjeros que van. La conversación fue más o menos la
siguiente: —Oy e, perdona, y o vine aquí buscando algo distinto…algo más personal
—No lo sé…
—Verás…y o vine aquí por el sexo…
—¡Oh! Vale…y ¿qué buscas?
Lo mejor era ser directo.
—Lady boy.
La chica me sonrió y se marchó, volviendo minuto y medio después. Amablemente me pidió
que la acompañase. Perfecto. Por fin, por fin iba a tener lo que había buscado. Cruzamos el bar,
llegando hasta un pasillo oscuro, en cuy o fondo había una puerta. “There” indicó.
Crucé el pasillo y abrí la puerta. Tras ella… es como si hubiese entrado en un mundo
alternativo. Estaba ante el mismo bar, o eso parecía. La estructura y el adornado era idéntico.
Solo había 3 diferencias: La primera, el humo del tabaco cubría todo, era como caminar a través
de una apestosa neblina. La segunda, todo se veía mucho más oscuro, logrando un efecto de
intimidad en cada rincón que francamente era tentador. Y la tercera, las chicas. Si bien en la
anterior parte del bar las chicas vestían de una forma provocativa, en esta sección eso se llevaba
hasta un nivel superlativo. Era como si hubiesen realizado una encuesta sobre los más oscuros
deseos sexuales de los hombres y, en base a los resultados, hubiesen situado a las chicas.
Tras el shock inicial, me sentí absolutamente abrumado, igual que la primera vez que entras
en una página de películas porno pirata. Tanto tiempo deseando esa amplitud, ese buffet libre, que
luego te sientes abrumado ante las posibilidades y no sabes qué elegir. Una chica me cogió del
brazo y me llevó a un amplio sofá en un lateral de la sala, desde donde podía ver el resto del sitio
(salvo los demás sofás), ni ellos podían verme a mí. Ahí además tenía la privacidad que
necesitaba. Pedí otra copa y me senté, a la espera de encontrar la compañía adecuada.
Las chicas iban y venían, algunas se sentaban conmigo en el sofá y dejaban que les metiese
mano hasta cierto punto. La verdad es que vistas de cerca sentí una mínima decepción.
Físicamente eran todas muy parecidas, era difícil distinguir; por tanto no podía elegir por belleza
a la hora de escoger, todas estaban a un mismo nivel. Estaba algo frustrado cuando me di cuenta
que no tenía que elegirlas por belleza, y a que todas me parecían igual. Tampoco por el físico,
puesto que todas, y no exagero, todas tenían un físico idéntico. Muy delgadas, culos prietos y
estrechos, pocos pechos, bajas…
Así que, como desnudas me iban a parecer igual. Entonces decidí escogerlas por lo contrario,
por cómo iban vestidas, además de buscar las que se saliesen de la norma común antes descrita.
Frente a mi tenía la primera candidata, la cual hablaba con una compañera. Alta, tacones
negros, ligueros hasta la mitad superior del muslo, minifalda negra que dejaba ver parte de su
pequeño culo. Tenía muy buen culo, con la carne justa para ver un balanceo al andar, pero sin
dejar de ser pequeño. Arriba llevaba una camiseta de rejillas negra que dejaba ver sus pechos,
de un tamaño perfecto, aunque operados seguramente. Remataba todo un rubio oscuro teñido.
Era una chica realmente apetecible. “De momento esta” pensé.
La segunda candidata pasó poco después delante de mí. De cara era bastante más guapa que
culo perfecto. De hecho, podría haber asegurado que era una mujer muy guapa hasta para los
cánones europeos, de no ser por sus orejas, estas eran exageradamente grandes. De abajo a
arriba, iba con tacones, unas mallas grises que en Madrid las mujeres usarían para ir al gimnasio.
Muy apretadas, marcaban y realzaban su cuerpo. Seguramente la hacían mostrar mejor culo del
que realmente tenía. Su punto fuerte, una camiseta de tirantes verde lima fosforita que dejaba
ver dos cosas. Primero, una serie de tatuajes en la parte superior del cuerpo, una particular
debilidad mía. Y lo más importante, un collar negro del que gustosamente colgaba una cadena
para llevarla a gatas.
Fue la tercera la que, nada más verla, supe que tenía que ser ella. Físicamente, salvo de cara,
era la menos atractiva de las tres, la más ladyboy. No tenía tetas, era completamente plana, y no
tenía un culo mejor ni peor que las anteriores. Era lo exageradamente obsceno de su forma de
vestir lo que me encantó. Vestía de una forma que era imposible no fijar tu atención en ella,
incluso en un lugar como ese. Zapatos de tacón blancos, ligueros blancos y un bikini dorado. Ahí
residía lo llamativo. Saltaba a la vista que no tenía tetas, y sin embargo llevaba un estrecho
sujetador dorado que deseaba arrancar para morder y lamer sus inocentes pezones. Y en la parte
de abajo, en el tanguita, estaba la guinda del pastel. El resto de ladyboy tenían pene, como era
obvio. Pero de unas formas u otras consiguen colocarlo de forma que no parezca que lo tienen.
Esta, sin embargo, llevaba el tanga unos centímetros por debajo de donde debería ir, y no se
sujetaba el pene, de forma que este caía sobre la tela, creando un considerable bulto, como si un
tronco cay ese sobre una red colgada en el vacío. Para finalizar, llevaba un peinado en la
llamativa línea del look. Con los laterales y la nuca muy cortos, rozando el rapado. Sin embargo,
en la parte superior el pelo estaba cuidadosamente peinado formando un tupé ondulado hacia un
lateral, en un look más propio de las décadas anteriores a 1960 que de las posteriores. Tenía que
ser ella.
Rápidamente apuré lo que me quedaba de copa y le dije a la chica que tenía sentada a mi
lado que fuese a llamarla. Cuando vino pude apreciarla más de cerca. Los labios eran más
carnosos que la may oría de asiáticas, era perfecta. Sin perder el tiempo la pregunté cómo se
llamaba. “Many ”, me respondió. Hablamos sobre cuánto era su tarifa, y quedé sorprendido ante
el realmente bajo precio, para un europeo. Se acababa de abrir ante mí un nuevo mundo.
Many se fue y volvió poco después con una gabardina con la que tapar su “uniforme”.
Salimos del local juntos, lo que aproveché para pasar mi mano alrededor de su cintura. Debido a
su delgadez y a las escapas capas de ropa que llevaba, podía apreciar perfectamente cada
centímetro de su cuerpo. Me estaba volviendo loco. Con los transexuales normalmente busco ser
y o el pasivo, pero con Many iba a ser las dos cosas, deseaba locamente ver cómo esa carita
angelical me hacía una mamada.
Fuimos en taxi hasta mi apartamento. Al entrar, me preguntó que donde quedaba el baño.
Mientras, y o me acomodé en la cama. Cuando salió pude contemplar la belleza exótica que era
aquello para mí. A cada paso que daba, la marcada V de sus caderas se tensaba a cada lado,
mientras su polla rebotaba en su prisión de tela. Yo, tumbado en la cama como estaba, abrí mis
rodillas y la ordené que se colocase entre ellas.
Ella había sacado de su bolso una pequeña botellita de lubricante, la cual vertió en pequeñas
cantidades en mi polla. El tacto frio del lubricante fue rápidamente contrarrestado por el calor de
sus manos. Esas delicadas y pequeñas manos extendieron el lubricante por cada centímetro de
mi pene, y en mis testículos. Yo me estremecí de placer, arqueando mi cuerpo cada poco ante
las oleadas de satisfacción que me invadieron. Tantos meses esperando, tantas ansías y por fin
estaba pasando… En cuanto lo tuve suficientemente lubricado, Many se lo introdujo en su boca.
Desde mi posición, aquella vista era inmejorable. Ver cómo me la chupaba era casi tan
placentero como la mamada en sí misma, lamiendo de arriba hacia abajo, haciendo pequeños
círculos por todo el contorno y mis testículos. Al poco, noté que estaba a punto de ey acular.
—¡Me corro! —dije en inglés, imaginando que dejaría de mamar, haciendo que mi esperma
cay ese a borbotones sobre mi ombligo.
Pero no, no paró. Llegó el momento de la corrida y ella siguió chupando, y endo todo a su
boca. Lo que hizo después acabó conmigo. Se lo había tragado casi todo y abrió la boca para
enseñarlo. Lo que quedó, lo cogió con sus finos dedos y lo llevó hacia mi boca. Ni lo pensé:
ávidamente chupé sus dedos, ansiando compartir el botín de aquella placentera aventura.
“Te toca” le hice saber. Volvió a coger su botellita pequeña, echándose parte del lubricante en
su mano, con la que comenzó a masturbarse a una velocidad moderada. De nuevo, volvió a
humedecer su mano con el lubricante, pero esta vez para poder follarme. Yo me coloqué cara
arriba, para poder ver con todo detalle su cuerpo embistiéndome.
Su pene era pequeño comparado al mío, más o menos 11cm y poco grueso. Eso hizo que la
penetración no fuese nada dolorosa. Así, comenzó a empotrarme.
En un momento dado, se echó sobre mí, quedando los dos abrazados, besándonos, mientras
continuaba penetrándome. Su boca sabía a semen, me encantó besarla. Así, unidos en uno,
permanecimos hasta que ella sintió que iba a correrse; sacó su pene de mí y comenzó a
masturbarse muy rápidamente. Al minuto, una serie de chorros salieron disparados, la may oría
me alcanzaron el pecho, y algunos la cara. Los que me cay eron en la cara los recogí y los
saboreé. Ella se tumbó encima mío y lamió los que reposaban en mi torso.
A continuación, la arrastré por la cama hasta quedar, ella de pie al lado de la cama, con su
culo en mi cara y y o boca abajo con la cabeza apoy ada. Metí mi nariz entre sus nalgas y aspiré
profundamente. Olía bien. Olía limpio.
—Me encantan depilados —dije y volví a olerle el ojete profundamente. Acto seguido, en esa
postura, apretujé mi lengua sobre la entrada de su agujero. Mi lengua es larga, se la metí y saqué
varias veces. La comida de culo es tan placentera que me resultó imposible no gemir. Después de
estar así un rato, sin poder contenerme, dejé un momento su agujero y le mordí una nalga.
La atraje hacia la cama, le miré, estaba empapada en sudor y su respiración era agitada.
Sintiendo entre mis piernas una gran erección, la giré sobre la cama, abrí sus piernas desde atrás
y me coloqué cerca de sus nalgas para mordisquear un poco su agujero.
La había convertido en un juguete que se dejaba hacer todo lo que y o quisiera.
La volví a girar sobre la cama… Ella, excitada, no podía parar de mirar mi rabo, largo, muy
largo, tan ancho como un antebrazo, con venas muy marcadas. La cogí por debajo de los muslos
a modo de acomodar sus piernas sobre mis hombros, me acerqué más a ella, me abrí paso entre
sus hermosas nalgas y empecé a acariciar con mi polla su culo. Sin esperar más, apreté mi
mástil contra su agujero y atravesé su culo metiendo primero el glande. Ella resopló extasiada.
Sintió mi polla ancha y sólo acababa de comenzar, por lo que continué metiéndola.
Me quedé quieto agarrándome de su cintura, era estrecha, sentía que me iba a morir de
placer. Saqué mi glande y lo volví a meter, dejando caer un poco más mi peso sobre ella.
Comencé a cabalgarla suavemente, moviendo con lentitud mi pelvis, y esos movimientos se
intensificaron conforme a mi nivel de excitación.
Le metí mi barra de carne por completo haciendo rebotar mis nalgas y aumenté más el
ritmo. Delicioso. Se escuchaba el ruido de los fluidos con claridad. Mi polla entraba y salía
fácilmente de su interior, apretando mis testículos contra su culo al momento de penetrarle por
completo.
La excitación era tan descomunal que, sin darme ni cuenta, comencé a correrme dentro de
ella y dios que corrida. Era la primera vez que estaba con un ladyboy y fue tan placentero. Gemí
como una puta. Ambos gemimos como putas.
Mi primera experiencia había sido mejor que lo fantaseado. No tenía ninguna duda, iba a
volver a hacerlo con Many y con otras. Y tenía muy claro cuál sería mi siguiente presa. No un
ladyboy, sino dos. Many y otra. Así estaría doblemente ocupado.
PANTERA

Cada viajero tiene una motivación


Negocios
Vacaciones
Cultura
Libertad…
¿La mía?
Todas las anteriores
Y que soy un pervertido…
Una mochila no es más que un bolso en la espalda, a menudo mucho más grande y con
innumerables compartimientos tanto a la vista como discretamente disimulados en su interior...
He tenido muchas mochilas a lo largo de mi vida... En mi país los sinónimos para este sustantivo
no son muchos, sin embargo hay uno en particular que me hace amar mi afición… Mochila,
bolso o… bulto… Tal vez cambie el sentido de lo que acabo de decir trivialmente, y deba decirlo
ahora en calidad de confesión: Tengo una gran, gran, gran afición por los bultos y a la vez, tengo
uno muy, muy, muy grande.
Una vez, mi madre me contó que cuando pequeño, no podía dormir si ella no me acariciaba
la espalda, al mismo tiempo que y o acariciaba la almohada con mis mejillas y abría y cerraba
mis brazos para sentir mi manta favorita. En realidad y o no tengo recuerdos al respecto, pero el
hecho de que siga con la misma costumbre de acariciar las sábanas para dormir me hace
creerle. Tal vez de allí vienen las primeras tres cosas favoritas que descubrí en mi infancia y
conservo hasta hoy : una meticulosa y dedicada ducha, el ritual de vestirme sintiendo las texturas
de mi ropa y el ritual de desvestirme antes de dormir para sentir las caricias de mis sábanas.
En la adolescencia se sumaron dos más, el sexo pasional y los hombres... y una vez pude
mantenerme a mí mismo adquirí la pasión por viajar, pero nada mejor que viajar de
mochilero... siempre por carretera, con lo justo y necesario y las ansias de descubrir lo que me
depara la ruta.
Mi primer viaje fue a los veintiuno, para salir de la rutina decidí darme un play azo con mis
mejores amigos; sólo tres hombres solteros, vestidos de bermuda y franelilla, arrumados y
apretujados en la parte trasera del transporte colectivo, siendo contenidos por todos los cuerpos
morenos y sudorosos que se dirigían a las play as, aunque quién sabe si a lo mismo que nosotros o
quizá con fines más productivos... No sabía cuan erótico me resultarían aquellos roces
involuntarios entre las piernas de mis amigos y las mías, sus brazos y los míos, sus abultadas
entrepiernas y la circunferencia de mi cintura. Y además aquél maduro de mirada implacable
que se encargaba de cruzar su mirada con la mía cada vez que el espacio lo permitía y que más
adelante, disfruté por completo en un pequeño escondite entre arbustos y palmas.
En ese viaje, nuestra amistad tomó un may or significado, cuando el alcohol nos desinhibió lo
suficiente como para permitirnos dar un paso más, entre los tres, en la misma habitación... esa
noche en la posada, antes de que saliera el sol y regresáramos a nuestra tierra, tomé sus cuerpos
entre innumerables roces y caricias... Pero ni ellos, ni ese momento, tienen que ver con la razón
de este relato.
Actualmente los viajes para mí han sido contados pues cuando uno crece, las
responsabilidades cambian y la mía ahora era muy grande como gerente de relaciones públicas
en una importante organización que se encarga de construir y comercializar centros comerciales,
empresariales y turísticos en toda Canadá; sin embargo, recientemente había tomado mis
vacaciones y tal como lo deseaba cogí mi mochila, una toalla, traje de baño, artículos de cuidado
personal y efectivo para hacer lo que más me gusta.
“El mochilero”, así me llaman mis amistades, quienes conocen mi afición por los viajes en
autobús... Y “el lobo cazador” me decían los más allegados, que conocían mi orientación sexual,
tanto por mi apariencia estilizada, mi barba cuidada y mis vellos, como por mi tendencia a
encontrar amantes en todos mis viajes.
Esa última vez, por cuestiones de la fortuna, en cada bus, en cada camino, y a cada momento
se cruzaba en mi camino un hombre negro, con una sensualidad indescriptible, y una sonrisa
impecablemente encantadora. No pude acercarme a él, pero durante toda la ruta, durante cada
parada y en cada posada, tenía su figura felina cual pantera clavada en mi memoria Al regresar,
en el autobús, esta vez venía sentado entre dos machos de edad avanzada; dado el ancho de
nuestras espaldas era bastante incomodo y realmente imposible que nos acomodáramos
correctamente en ese asiento. Finalmente, resignado a un retorno engorroso, me sentí petrificado
al sentir como el moreno de sonrisa impecable clavaba sus ojos en mí una vez más; agradecí la
casualidad en mi mente y giré la mirada cuando y a no estuvo a mi alcance.
Al llegar a nuestro destino no lo vi nuevamente... y al llegar a casa asumí que no lo vería
más...
Mis vacaciones habían terminado, los orgasmos aunque satisfactorios no habían sido
suficientes, y la fantasía de aquel hombre de color se mantenía en mi cabeza mientras esa noche,
y a en mi cama, me dedicaba a masturbarme frenéticamente mientras me acariciaba el pecho
con mi mano libre y estrujaba mi espalda contra las sábanas frías. Necesitaba liberar mi semen
sobre mi abdomen y extenderlo luego sobre mí para sentir esa calidez que emana de mi propio
cuerpo. Al tener tan generoso instrumento entre mis piernas, mis testículos son igualmente
poderosos, y mis descargas les hacen honor... Me dormí con el cuerpo pegajoso y después,
todavía sujetando mi flácido pene. Tomé una suculenta ducha, erotizándome con el agua que me
recorría, con la lubricidad del jabón, con el raspor de la esponja y con la caricia de la espuma...
me vestí elegantemente y tomé mi mochila con mis cosas para volver a la rutina en mi gris y
aburrida oficina.
En mi ciudad, la manera más efectiva y rápida de desplazarse es utilizando el metro, y a que
en las calles las colas de vehículos se forman en todos los sentidos. Por mi parte, el metro estaba
bien, y a que por la misma razón, siempre estaba colapsado y por lo general lograba recrearme
sintiendo la espalda de algún jovencito que iba al liceo, los brazos de algún otro que iba al
gimnasio o el bulto de alguno más osado que se situara junto a mí. Ese día no sería la excepción.
Mientras me dejaba arrastrar por ola de personas que se peleaban por alcanzar entrar en los
vagones, tuve la impresión de ver al moreno que con esa sonrisa brillante delataba su juego
conmigo. Intenté encontrarlo varias veces, pero no lo conseguí... Una vez dentro del vagón, el
morbo me encendió cuando lo noté a un par de metros, también de pie y buscando mi mirada
como lo hizo en el bus a Toronto. Pero esta vez era diferente... En cada estación, mientras la
gente subía y bajaba el se acercaba más y más, se aproximaba como una pantera entre la
oscuridad, provocándome escalofríos que me estremecían y me hacían tiritar por la intensidad
de la escena. Al final, su brazo rozó el mío y una corriente de energía me volvió loco, lentamente
se movió y terminó bajando su brazo para apretar fuertemente la inmensa erección que se
exhibía en mi pantalón... me dedicó una mirada profunda y me sonrió entre la oscuridad... El
conductor anunció su parada y como si de un felino real se tratara, estrujó su cuerpo contra el
mío reclamando propiedad, la propiedad de mi miembro con ese apretón, la mi cuello con un
pequeño beso, la de mi espalda con el roce de su pecho y la de mi culo entero con toda su
longitud, que se adivinaba deliciosa apenas sintiéndola sobre mi ropa.
Las luces se encendieron y mi reflejo inmediato fue disimular mi erección con mi mochila,
mientras pensaba en volverlo encontrar y finiquitar aquel juego absurdo. Extrañamente esa
también era mi parada, pero una vez más lo había perdido.
Caminé con esa cosquilla recorriendo mi cuerpo... con la incómoda sensación de mi pene
estrangulado y la preocupación de llegar tarde a la oficina.
Llegué a mi edificio y a sin mirar a ningún lugar, con la mente en otro lado, y una vez más
me dejé empujar por las personas aunque esta vez dentro del ascensor. No podía creer cuan
pequeño era el mundo y cuan grandes las casualidades, pero ahí estaba él, viéndome sonriente y
buscando la manera de acercarse a mí. Paramos en el rincón del ascensor, él detrás de mí
moviendo su pelvis lentamente contra mis nalgas y y o cubriéndome con mi mochila mientras
sentía su respiración en mi cuello. Era lo más lejos que había llegado en público, el placer se
extendía por toda mi espina dorsal y cuando creí que y a era demasiado, pasó su mano por
delante de mí y acarició mi pene a lo largo con la punta de sus dedos... Había llegado a mi piso y
me abrí paso entre las personas para quedar junto a una gran puerta de vidrio, mientras esperaba
que el vigilante me diera entrada… y a mi lado, él con una sonrisa que y a en me asustaba.
—Buenos días, señor Scott —me saludó el vigilante con su habitual gesto de manos.
—Buen día —respondí expectante por la presencia de mi pantera.
—Buen día, señor Bennet —le dijo el vigilante, como si nada.
—Buen día —respondió él con una sonrisa burlona.
Abrí ligeramente mi boca. No comprendía absolutamente nada de lo que ocurría, estaba
sumamente nervioso y en un intento por escapar de esa situación, me interné en mi oficina para
ponerme al día con el trabajo.
—Señor Scott, espere un momento —interrumpió mi asistente mi intento de escapar—.
Bienvenido; el gerente de desarrollo ha pautado una reunión para usted con un representante de la
constructora con la que se abrieron las negociaciones antes de que saliera de vacaciones; me
pidió encarecidamente que le comunicara la importancia de finiquitar ese contrato y a que espera
que pueda darse una fusión, sus palabras textuales fueron “Dígale que se entregue en cuerpo y
alma a este proy ecto". En su escritorio encontrará la carpeta con la información.
Sin más que asentir, aún sumido en mis pensamientos, terminé cerrando la puerta y
echándome en mi escritorio sin más opción que revisar aquellos documentos.
No pasaron más que un par de minutos cuando mi extensión sonó y mi asistente me anunció
la llegada del personaje que esperaba... Me levanté, quité el pestillo y al abrir la puerta lo veo a
él, con su enorme sonrisa blanca y sus ojos de cazador.
Me helé, me excité mil veces más si se podía
—Mary —dije, mientras no dejaba de ver al moreno de traje gris.
—Sí, digame —preguntó ella, con su tono robótico.
—Tómese el día, hoy dedicaré mi jornada a esta reunión —sentencié mientras le daba la
mano con firmeza a mi invitado.
La puerta se cerró una vez más y tras un par de frases entre los dos aún de pie, salté a besarlo
como un animal. Él y a me había preparado lo suficiente.
Nuestro encuentro fue como el de dos bestias salvajes que buscaban devorarse la una a la
otra, pero esta vez el lobo que acostumbraba morder la y ugular de sus presas para dejarlos
indefensos e inmóviles, se encontraba en desventaja frente al poder del hombre pantera... sus
manos grandes se enroscaron en mi cintura, sus brazos poderosos limitaban mis movimientos al
punto en el que solo pude dejarme levantar y abrazarme a su cuello como tantas veces otros
hombres se abrazaron a mí.
Sentado en mi escritorio, con ese hombre entre mis piernas, me dejé desabrochar la camisa
para que él hurgara mi pecho y me sobara con ferocidad mientras me devoraba el cuello y
mordisqueaba detrás de mi oreja. La palma de sus manos estrujaba mi piel como si sellara su
ADN contra mí al transferir sus huellas digitales... este hombre me desarmaba. Mi cuerpo sentía
espasmos que emanaban desde mi nuca hasta mis rodillas, haciéndolas temblar y haciendo que,
voluntariamente, quisiera ser y o el profanado en esta oportunidad.
Él sacó mi miembro erecto, sujetándolo con fuerza para dedicarle una mamada, una sola,
fuerte, certera, recorriéndolo con esa lengua áspera y poderosa que y a había estado en mi
garganta. Sin saber cuándo había desabrochado su pantalón, ni como había terminado de rodillas
frente a él, era y o quien se llenaba la boca con ese monstruo que pronto me tomaría. Me
estremecí por completo con cada arcada y por la forma en que me sujetaba el cuello, me
sobaba la espalda y halaba el cabello con movimientos seductores, y sujetándome de la barbilla
me llevó de nuevo a su boca para después voltearme bruscamente e inclinarme sobre mi
escritorio.
Mi pantalón arrugado y caído sobre mis pies, frenaba el movimiento de mis piernas pero no
impedía que las abriera lo suficiente para sentir la humedad de la lengua de aquella fiera negra
impregnando con saliva mi agujero que palpitaba de puro placer.
Una fina cosquilla me recorrió de forma corpuscular, la excitación me tenía fuera de mí y el
hecho de tener que contener mis gemidos sólo hacía que el placer y el morbo fueran mucho
may ores.
En un segundo sentí miedo al percibir la punta de su erección estrujarse contra mi agujero,
deseoso pero aterrado... La sensación que invadió mi cuerpo no era más que dolor... pero lo
disfrutaba.
Entre sus embestidas, que a pesar de ser suaves y cuidadosas eran profundas y fuertes a la
vez, comencé a sentir el mejor maldito placer de toda mi vida. Su cuerpo se abrazaba al mío
envolviéndome y aplastándome sobre mi escritorio mientras me marcaba con sus dientes y me
dominaba y a sin esfuerzo; pues y o, que me había convertido en su presa desde ese momento en
el colectivo, no ponía ningún tipo de resistencia y me dejaba hacer, me dejaba comer y me
dejaba penetrar cuanto él pudiera quererlo.
El placer me tenía ciego y débil. Mi cuerpo no respondía. Mi pene se sentía amoratado e
irritado por la fricción de su desnudes sobre el vidrio frío de mi escritorio... Tras un movimiento
astuto, sentí que me cargaba y me giraba sin siquiera salirse de mí, para terminar aterrizando en
una silla en donde ahora era y o quien montaba a la pantera para oírla ronronear como gatito al
tratar de callar la explosión de su venidero orgasmo.
Sentí unas palmadas en mis nalgas que me daban la orden de ponerme de pie, sin preverlo o
imaginarlo, mi pene se perdía en su boca una vez más aunque esta vez con mucha más pasión y
deseo de exprimirlo por completo.
Contemplar la escena desde un punto más consciente, observarlo masturbar su enorme
miembro frenéticamente mientras contenía las sensaciones y, dentro de todo eso,
contorsionándose, se comía el mío... iniciaron en mí los estallidos finales. Desde mi abdomen una
corriente cálida que estremeció mis músculos comenzó a recorrerme de arriba abajo y en todas
direcciones. Una mano de mi pantera se plantó en mis nalgas húmedas y y a enrojecidas para
meterme más profundo en su garganta mientras sentía una lluvia cálida y viscosa impactar
contra mis piernas y chorrear enredándose en los ensortijados vellos.
El espasmo final... su garganta había recibido disparos a quema ropa, y sacándome de su
boca, rápidamente sonrió una vez más mirándome como quien ha tocado el cielo y regresa a la
vida para aferrarse a ella, y me dijo: —Entonces, señor Scott, trato cerrado... Agarre su mochila
que nos vamos a mi hotel para discutir los detalles finales.
Un demonio se había apoderado de mí, y sabiendo lo que me esperaba en adelante, mis
piernas flaquearon una vez más, comprendiendo que no tardarían en volverse a abrir a la merced
del excitante hombre pantera.
NO TE VAYAS TAN RÁPIDO

Necesitaba emociones nuevas. Siendo honesto, por algún motivo hacía tiempo que los días me
cansaban más de la cuenta. Asimismo, que las cuentas por pagar me aturdían más de lo esperado
y que lo esperado nunca llegaba…
Estaba inmerso en un círculo vicioso de estar mal y tratar de estar bien sin lograrlo. Era como
si una sensación indescriptible se paseara alrededor de mi corazón quitándole lentamente el
espacio; llenándome de miedo y tristeza, sin poder controlarlo de ninguna manera. El asunto es
que para aquellos días no estaba en mi mejor momento y buscaba una medicina radical, sin
prever que lo que encontraría tiene nombre y apellido.
Era diciembre y, siendo franco, la alegría en el ambiente me tenía aturdido. La ciudad en la
que vivo se veía cada vez más desolada; pues como y a es costumbre en temporada vacacional,
la gente del centro migra a los llanos, los andes o a la costa y muy pocos nos quedamos. En casa
el ajetreo era normal, mi familia se encarga de organizar los banquetes y siempre soy y o el que
termina metido de cabeza sobre el horno y las hornillas, puesto que, como cosa rara, se me da
bastante bien cocinar; por el contrario, mi situación de pareja no era nada buena, y esto agravaba
terriblemente mi situación sexual, porque siendo sincero era uno de esos especímenes que son
fieles aunque le pongan el culo en la cara.
En definitiva sentía que todo lo que ocurría sólo me sumaba dolores a mi cabeza y de todo
eso, nada, absolutamente nada me servía para distraerme. Sin embargo, una de mis actividades
favoritas era evocar recuerdos de mi fugaz paso por “El Olimpo”, en donde por algunas horas
siempre me encontraba rodeado de Hombres con cuerpo de Dios (o eso es lo que recuerdo) y
entre esos hombres, algunos maravillosos, como un viejo amor de la infancia, mi gran amigo
Ry an, que es uno de los participantes más jóvenes y de cuerpo más delicado con el que alguna
vez interactué, generándome cierta comodidad emocional.
Recordar aquellos días me hacía revivir escenas de erotismo entre mis compañeros más
osados y libertinos y fantasías encajonadas con los esbeltos cuerpos de aquellos que se pasean sin
pudor en diminutos calzoncillos blancos y que no se molestan en disimular las formas de sus
penes flácidos bien acomodados…
Todos eran así, menos Ry an, quien al mejor estilo de Ned Flanders, lucía imperceptible con
su ropa y sus gafas puestas; más al quitarse sus prendas, se deshacía también del pudor necesario
para exhibir aquel cuerpo delicadamente trabajado y que resaltaba entre los demás por la gracia
de sus movimientos, en un alto contraste con aquellos afeminados y otros tantos más burdos.
Ry an y y o teníamos la rara peculiaridad de perdernos y reaparecer esporádicamente en la
vida del otro debido a correos electrónicos que empezamos a intercambiar después de aquella
aventura en común. Las conversaciones se hacían cada vez más frecuentes, y con la naturalidad
de quien ha tenido curiosidad de saber que ha pasado con el otro, de igual forma comenzaron los
intercambios de información y de fotografías.
Ya ambos estábamos graduados y ejerciendo la vida profesional, y a ambos teníamos parejas
cargadas de monotonía, pero a las que debíamos respeto. Sin embargo, al mismo tiempo ambos
teníamos rutinas bien definidas que nos cargaban en may or o menor medida con personalidades
contrastantes, a él con una metricidad sorprendente en sus horarios de comida y entrenamiento
(lo que le había dotado de un cuerpo sorprendentemente marcado, un pecho delineado, espalda
ancha y musculosa, cintura fina y definida y unas nalgas que Dios… que nalgas…) y a mí con
una rutina menos estricta, que a lo sumo resaltaba mis rasgos masculinos con un poco de
volumen y musculatura gruesa, especialmente en mis pechos, brazos y piernas.
Con el tiempo, en las conversaciones me enteraba que se encontraba viviendo en mi ciudad,
y que para las fiestas decembrinas se desplazaría a su casa materna para la tradicional reunión
familiar y esta vez lo haría sin ataduras pues había terminado su relación; por mi parte me
limitaba a contarle mis planes de cocina, pues no tenía ni escapes tentadores u obligatorios ni
novedades en mi situación sentimental más que la de que todo se iba a pique.
La sorpresa llegó una noche en la que mi teléfono repicaba señalando su nombre en la
pantalla, cosa que me pareció fuera de contexto, pues se suponía que ese día él estaría en casa de
sus padres.
—Kev, disculpa que te llame a esta hora y que te pida esto así tan de pronto —dijo—, pero…
¿será posible que me permitas pasar la noche en tu casa? Salí tarde de Toronto y apenas estoy
llegando... Además no creo poder conseguir transporte y, siendo sincero, no tengo a quien más
acudir.
Muchas cosas pasaron por mi cabeza en ese momento; en cualquier caso, dejarlo en la calle
no fue una de ellas, así que sorteando las reglas estrictas de mis padres de no alojar a
desconocidos en casa, y mi regla personal de no traer personajes gay para evitar ponerme en
evidencia, resolví conseguir el permiso respectivo de papá y mamá, negociando que Ry an
durmiera esa noche en mi cuarto y y o en el de mi hermana que se encontraba desocupado desde
que empezó su vida matrimonial.
Sólo bastó darle las indicaciones a Ry an para una hora después tenerlo llamando a mi puerta.
Verlo frente a mí tantos años después resultó extraño de muchas maneras, pues me tocó
enfrentar lo que mi cabeza había construido respecto a él en función de mis recuerdos. Vestía de
manera formal, con una chemisse y sobre esta un pull-over, un jean y zapatos y cinturón
formales; cargaba un bolso con sus pertenencias, un peinado ladeado hacia la derecha y una
mirada que dejaba entrever reserva... Lo vi pequeño, delicado y asustado…
Sin prolongar la espera, le di la bienvenida y entre pláticas sin importancia lo alojé en mi
habitación. Asimismo le indiqué en dónde encontrar el baño... aprovechando ese momento para
robarle un pequeño beso como si me sintiera con el derecho a reclamarlo mío.
—Que bueno que y a estás aquí —le dije, sujetándolo de la cintura, aunque temeroso de que
él no viniera en ese plan.
Mis dudas se disiparon cuando él me besó de regreso.
Mi función autómata de anfitrión me llevó a ofrecerle cenar, replanteándome luego mi
propuesta tras recordar cómo solía comer, aunque supongo que aceptó por pura educación,
siendo muy obvio al limitar las cantidades.
—Estás en tu casa, Ry an —lo calmé. Mi corazón palpitaba rápido.
Él me sonrió.
Comió lentamente mientras conversábamos sobre el pasado, y bromeando peleó por el
derecho de lavar su plato. En el fregadero conversamos un poco y le pregunté si deseaba tomar
una ducha.
—Claro.
Ante esa respuesta le facilité una toalla y lo llevé y dejé solo en el baño.
Ya instalado en la habitación que fue de mi hermana, decidí también ducharme
aprovechando que él estaría en lo suy o. No obstante, al dirigirme al otro baño de la casa, recordé
que no le había dado ropa limpia, por lo que fui por algunas prendas mías y toqué la puerta de su
baño para entregarle todo.
—Pasa... —dijo, cogiendo en el aire mi necesidad de querer verlo, pues ambos sabíamos que
él si llevaba con él ropa limpia.
Abrí tímidamente la puerta y me encontré con un ser diferente al que se paseaba por mi casa
con la mirada gacha, de espaldas a mí y girando sólo su cara, lucía un cuerpo que a pesar de ser
pequeño estaba hinchado en musculatura. Paseé rápidamente mi mirada desde sus piernas hasta
su espalda y de regreso hasta sus nalgas, que estaban cubiertas por un bóxer que se autoproclamó
mi enemigo. Su mirada era de deseo, su sonrisa demoníaca… no siendo y o el único que
temblaba por la emoción de hacer lo indebido.
En un momento de lucidez, giré sobre mis pies y salí de ahí cerrando la puerta e hice mi
camino hasta el otro baño. Ahí me saqué la ropa, me metí a la ducha, abrí el agua fría y la dejé
caer sobre mi cabeza y sobre mi pene que se encontraba terriblemente erguido, palpitante y
reclamando poseer por completo mis pensamientos.
Perdí el control buscando estabilizarme, pero sintiéndome hombre en mi más pura esencia.
Al cerrar la llave, tanto el agua como mis pensamientos, dejaron de fluir. Me vestí con un
pantaloncillo corto y una franelilla ajustada y me dirigí a mi habitación para ver si mi visitante
necesitaba algo más antes de dormir. Lo encontré vestido idénticamente a mí, con la soberana
diferencia de sus músculos torneados y más piel expuesta, que lo dotaban de una confianza brutal
que me intimidaba. Así conversamos un rato más, ambos sentados en mi cama. Su cuerpo
depilado y estilizado contrastaba con mi cuerpo grueso y velludo, y podía sentir como su mirada
recorría mis piernas hasta mi bulto que sin pudor se exhibía orgulloso dentro de mis pantalones
cortos.
El sentido de auto-conservación me hizo encender las alarmas de lo que podía pasar, así que
enarbolé mi bandera de despedida, congelándome un poco al escuchar: —Antes de irte regálame
un beso de buenas noches.
Muy obediente como me educaron mis padres, verifiqué la soledad del pasillo, apagué la luz
de la habitación y me volví hacia Ry an que, tras colcoarme contra la pared, se abrazo a mi
cuello mientras y o sujetaba su cintura. Esta vez no dude en darle libertad a mi lengua y a mis
manos para reclamarlo mío, concentrándome en aquellas nalgas duras y bien trabajadas que me
traían muerto de deseo. Él manoseaba mi erección, sorprendiéndome ante un acto de escapista
en el que, zafándose de mis brazos, terminó agachado frente a mí ensartándose mi polla en la
garganta para mamarla como todo un experto. Cabe mencionar que liberé mucha ansiedad
dentro de su boca.
Al recobrar la consciencia lo retiré de mí, guardé mi miembro y le expliqué que debía
marcharme a la habitación de al lado. Él una vez más me congeló al susurrarme al oído.
—Antes de irte penétrame. Penétrame aunque sea una vez...
Ver su expresión de gladiador en medio del Coliseo romano me hizo sentir que estaba en sus
manos, y como si se tratase de una orden, le comí la boca salvajemente, y girándolo a lo bestia
contra la pared, le hice sacarse sus calzoncillos dejando su culo expuesto para después escupir
mis dedos y humedecer su ano; escupí de nuevo y también lubriqué mi pene y, sin resistencia, sin
oposición, sin obstáculo alguno, me deslicé dentro de él drogándome al escuchar su suspiro... Lo
penetré pocas veces, pero con estocadas certeras... le di lento, le di rápido, le di profundo… y,
mordiendo su cuello, acabé dentro de él girándolo de nuevo para besarlo, mientras subía mi
bóxer y mis pantaloncillos.
Así me retiré de mi habitación y me fui al contiguo, repasando en mi cuerpo las sensaciones
del orgasmo y escuchando las notificaciones de mi teléfono imaginando su nombre en la
pantalla.
>>>Que rico… ojalá pudieras dormir aquí conmigo>>>
<<<Si, lo fue, pero sabes que es peligroso<<<
>>>Se siente bien sentirte dentro de mí>>>
<<<Tal vez te visite más tarde<<<
>>>Me avisas…>>>
No hizo falta avisar, ni esa ni las siguientes cuatro veces...
—Pensemos en algún pretexto para que no te vay as pronto —dije, besándolo.
—Perfecto.
La siguiente madrugada entré a hurtadillas a mi habitación y me colé en mi cama para
poseer una vez más a aquél espécimen perfecto que gustosamente me esperaba con sus brazos y
piernas abiertos. Empecé con besos cortos y posiciones básicas para no hacer mucho ruido.
—Gracias por venir —le dije, refiriéndome a su inesperada visita.
—Gracias tú por venir —dijo él, atray éndome.
Lo poseí sin piedad.
A medida que avanzó cada sesión, la entrega se hizo más sustanciosa, las embestidas más
profundas y la ropa empezó a estorbar cada vez más. Había acabado y a muchas veces dentro de
él y mi deseo aún permanecía intacto. Mi sed de sus labios y su cuerpo no saciaba, así que, en un
último intento de hacerlo mío de tal forma que mi cuerpo no lo extrañara después, la noche que
siguió entré a mi habitación quitándome la ropa tras haberle pedido a la hora de la cena que
permaneciera desnudo bajo mis sábanas, y a que además necesitaba con desesperación que estas
conservaran su olor.
Me deslicé entre sus piernas y acaricié su cuerpo para memorizar su apariencia y su textura,
lo tomé por la cintura y me acuclillé sobre él para así comerle la boca apasionadamente. Ahí me
percaté de que mi plan de saciarme de él falló, pues noté que la fricción contra su cuerpo tenía
tan hinchado mi pene que parecía como si este no hubiese explotado ni una sola vez desde que
Ry an vino.
Lo tomé desesperadamente.
—Eres todo pasión —dijo, con voz sofocada, aunque al mismo tiempo agradecida por el
placer que nos estábamos dando.
—Eres mío —reclamé, siendo cada vez más adicto a él.
Le pedí sentarse de espaldas para de esa forma continuar explorando su desnudez, y apreté y
separé sus nalgas con la intención de volver a atravesarlo por completo.
La noche que siguió lo volví hacia mí y besé su pecho, su cuello y su rostro, dejándome llevar
por un momento en el que, excitados, nos dejamos caer sobre la cama e hice que mi pene se
hundiera con libertad dentro de sus entrañas.
—Eres increíble —le susurré al oído.
Él demanda todo de mí y a mí me gusta dárselo.
Él cogió mi pene entre sus manos y lo introdujo dentro de su boca con la misma fiereza con
la que lo hizo la primera vez. Con la cabeza gacha y a merced de él, miré cómo lo agarraba con
una mano y a la vez lo observaba como si diseñara una ruta a seguir con su lengua para luego
tragarlo deliciosamente... No pude resistir tomar su cabeza y penetrarlo a mi ritmo, recordándole
así que esa madrugada y las que faltaran y o sería su hombre, su macho alfa y su completo
poseedor...
Se lo introduje hasta que sus labios se clavaron en mi pelvis… y luego, besándolo y
reclamando el control sobre él, lo recosté boca abajo en mi cama para penetrarlo
profundamente, sin prisas.
Al terminar sentí como el semen emanó abundantemente y como eso me relajó un poco en
medio de todo el pecado acumulado tras esas visitas nocturnas.
Con un beso y un abrazo me marché de mi habitación, y después de leer un mensaje de
despedida que llegó a mi teléfono minutos después, dormí por algunas horas como un tierno bebé
pervertido.
Durante el día me masturbaba frenéticamente, con total consciencia de que él estaba en la
habitación de al lado y que su ano palpitaría llevándole mi recuerdo.
El día de la despedida llegó inevitablemente y simplemente nos dimos la mano, pese a que la
complicidad en nuestra mirada era delatora a cualquier distancia... Se alistó, me alisté y le di un
beso antes de salir de casa para llevarlo a la parada de buses más cercana.
—Cuídate ​—le dije.
—Gracias por dejarme pasar un par de días en tu casa —dijo él.
Esa noche mis sábanas olerían a Ry an, a lujuria y a vicio... Mi habitación olería a sexo y mi
pene se encontraría inquieto, pues bastaba revisar mi teléfono y ver un mensaje suy o en la
pantalla para desatar mi imaginación.
—Me dejaste un moretón en el cuello —río, despacio.
—Ya quiero que se repita —fue lo único que añadí, siendo esa una promesa para volver a
vernos una vez mi cuerpo y a no pueda resistir su lejanía.

Sobre el autor:
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