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El Imperio Romano poco o nada pudo hacer frente al incontenible avance de

los bárbaros; finalmente, uno de ellos, Odoacro, despojará en el año 476 a


Rómulo Augústulo de sus insignias imperiales enviándoselas a Zenón (474-
491), emperador en Constantinopla. En Occidente, el Imperio Romano ha
dejado de existir.
Las obras de Paulo Orosio, Salviano de Marsella, Hidacio o San Agustín,
entre otros, nos hablan del pesimismo, el dolor y la angustia que se apoderó
de la sociedad romana, al mismo tiempo que son capaces de vislumbrar una
luz, una esperanza, que sólo se puede explicar providencialmente: estos
bárbaros no carecen de valores ni cultura, y son además cristianos -arrianos
herejes, pero cristianos al fin-; es, pues, posible construir con ellos un nuevo
mundo. Si los romanos veían en los bárbaros la ruina del Imperio dentro de
una concepción cíclica del tiempo, los cristianos incorporan una dimensión
histórica, lineal, donde existe un futuro por edificar. San Agustín (354-430), la
mente más preclara de la época, advierte que la caída de Roma no es más que
el fin de una forma histórica, no necesariamente el fin del mundo, y que, en
definitiva, el desenlace de los acontecimientos que se viven sólo Dios lo
conoce. Frente al misterio y a la incertidumbre está la esperanza y la
posibilidad de proyectarse al futuro sin el pesimismo fatalista de los
paganos. Es éste uno de los grandes aportes del cristianismo: la visión
optimista y positiva del decurso histórico en el marco de un Plan
Providencial. La Iglesia Católica será, consecuentemente, la única institución
universal que se proyectará históricamente tras el colapso de Roma, y sus
hombres más connotados, los obispos -especialmente el de Roma-, los únicos
garantes de un orden futuro.
José Marín R

Italia Bizantina - La amenaza árabe


Historia de la segunda dominación bizantina
en Italia Meridional y Sicilia (867-1071)
por Roberto Zapata Rodríguez

NOTA PRELIMINAR:
El origen de este trabajo está en las páginas que tuve que dedicar a la
situación de Italia en la biografía de Jorge Maniaces para explicar su aventura
occidental en el contexto apropiado. Después de haber reflejado los
acontecimientos de un momento tan destacado como fue el de la segunda
invasión normanda de 1041 me pareció que sería una continuación lógica
explorar el antes y el después de aquellos sucesos para obtener así una
síntesis de la segunda dominación bizantina en el sur de Italia. Como el
periodo ya tratado abarcaba los hechos del periodo 1030-1043, el objetivo
inicial fue realizar dos trabajos por separado, uno que comenzase con el
reinado de Basilio I y cubriese hasta el final de la gobernación de Basilio
Boioannes y un segundo a modo de epílogo que resumiese los
acontecimientos y la rápida decadencia de la dominación bizantina desde la
rebelión de Maniaces en 1043 hasta la toma de Bari en 1071. Finalmente he
optado por presentar el conjunto como un todo y para evitar el salto en la
narración he reutilizado (ligeramente modificados) algunos pasajes y mapas
que en el trabajo de Maniaces cubrían la historia general, lo que me ha
permitido además incluir algunas hermosas ilustraciones del Skylitzés
Matritensis a las que no tuve acceso en diciembre de 2003 cuando esa

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biografía estaba siendo redactada. El atento lector de aquel trabajo queda
advertido pues del previsible déjà vu.
En segundo lugar un apunte referido a la transcripción de los nombres
propios. He experimentado dudas con los correspondientes a los personajes
lombardos, habida cuenta de la escasa presencia de éstos en textos en
castellano que pudiesen servir de referencia. ¿Es preferible Landulfo o
Landolfo? ¿Pandolfo o Pandulfo? ¿Ariquis, Arichis, Aricis, Arequis?
Sinceramente en muchos casos es difícil optar por una de las opciones ya que
todas ellas parecen aceptables, así que he intentado ser consistente en el uso
confiando en la bondad de mi elección. Asimismo respecto a los nombres
griegos también he intentado, en la medida de mis escasos conocimientos,
realizar una transcripción siguiendo las sabias recomendaciones de Eva
Latorre Broto, mi guía para estas ocasiones. Mi más sincero agradecimiento
para Eva y desde este momento reclamo, estoica y enteramente para mi
persona, la autoría y responsabilidad de cualquier despropósito en el trabajo
que a continuación se desarrolla.

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Índice
· Introducción
· Italia bizantina: 867-983
· La reconquista de la Italia Meridional (880-886)
· El asentamiento de la dominación bizantina
· La amenaza árabe
· La organización administrativa
· Años de inestabilidad
· La lucha por Sicilia
· Siracusa capta
· La expedición a Sicilia de 964
· El regreso del Imperio Germánico
· La campaña de Otón II
· Reformas administrativas: la instauración del catepanato
· Italia bizantina: 983-1030
· El hostigamiento de los piratas musulmanes
· Años turbulentos
· La aparición de los normandos
· La primera invasión normanda
· La época del catepán Basilio Boioannes
· Italia bizantina: 1030-1043
· La expedición a Sicilia
· La segunda invasión normanda
· Maniaces en Italia
· El fin de la Italia bizantina: 1043-1071
· Las actividades del príncipe de Salerno
· El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate
· La última resistencia
· Bari 1071
· Apéndice: Economía y Sociedad en la Italia bizantina
· La estructura poblacional
· La configuración de la ciudad
· La estructura social
· Bibliografía

Introducción

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Cuando en 867 la flota del drongario del plöimon imperial Nicetas Ooryfas
echaba el ancla ante las costas de Ragusa, hoy en día Dubrovnik, Bizancio
estaba preparado de nuevo para reclamar su derecho a decidir en los asuntos
de Italia tras la desaparición del exarcado un siglo atrás. En estos momentos
los territorios controlados por el Imperio se reducían a algunos reductos en la
región de Otranto y muy lejos quedaban ya los días en que en las tierras
italianas se escuchaba con acatamiento la voluntad de Constantinopla. De
entre los antiguos territorios dependientes el ducado de Nápoles había
derivado insensiblemente hacia un estado de autonomía tácita que le llevó a
seguir una línea política independiente alejada ya de la colaboración con
Bizancio, como se puso de manifiesto en 812 cuando el duque Antemio
contestó negativamente a la petición del patricio de Sicilia para que hostigase
a los piratas que acababan de saquear Ischia ese mismo año. La ruptura de
lazos de los napolitanos con su antigua metrópoli se reflejaba también en
planos más simbólicos con la ausencia de consultas con el Imperio a la hora
de decidir el relevo de sus líderes o la omisión del nombre del emperador en
las monedas acuñadas por el ducado. Más al norte, Venecia seguía
respondiendo afirmativamente a las solicitudes de Constantinopla, pero ya
como una entidad política que seguía su propio camino e intereses.
A mediados del siglo IX el principal actor de la política peninsular era Luis II,
rey de Italia desde 844 y emperador de los francos en 850. Luis asumió como
una de las principales tareas de su reinado, obligación heredada de su cargo
como rey de los lombardos, el liderar la lucha contra los piratas árabes que
asolaban sistemáticamente el litoral italiano. Ya en 812 tenemos noticias de
incursiones piráticas en la región, pero su presencia se hace mucho más
sentida desde 836 cuando acuden al reclamo del duque Andrés de Nápoles
para protegerse de las agresiones lombardas. Empleados como mercenarios a
sueldo de todos los estados italianos en el sur pero también sirviendo a sus
propios intereses y los de los Aglábidas de Sicilia y norte de África su
presencia pasó a ser una amenaza demasiado clara, especialmente a partir de
839 cuando estalló la guerra civil en el principado de Benevento entre
Radelquis y Sikenulfo que provocó diez años después la segregación de
Salerno sancionada por la famosa Divisio de 849. Los árabes se mostraron
infatigables en sus correrías: en 838 Brindisi fue saqueada y en 840 y 841
Tarento y Bari sufrieron la misma suerte. En 846 tuvo lugar la famosa
incursión aguas arriba del Tíber y el saqueo de los suburbios de Roma,
incluida la basílica de San Pedro que tanta conmoción provocó en la

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Cristiandad. Ese mismo año otra fuerza árabe volvió a ocupar Tarento y la
convirtió en un emirato autónomo dedicado al comercio, fundamentalmente
de esclavos, y al pirateo. Al año siguiente Bari sufrió la misma suerte. La
propia Roma fue salvada de nuevo en 849 cuando una flota de napolitanos
unida a barcos de Amalfi y Gaeta derrotó ante Ostia a una armada árabe. El
victorioso Cesario, hijo del duque Sergio de Nápoles, fue honrado como
salvador de Roma por el jubiloso pontífice.
En la década de 850 los recién llegados aprovecharon esas bases y el desorden
político en las tierras italianas para recorrer el país en profundidad
saqueando y sometiendo las poblaciones locales a su voluntad. Los señores
lombardos habitualmente no corrían peligro resguardados en sus ciudades,
pero carecían de los medios para defender su territorio adecuadamente, sin
olvidar el hecho de que casi todos utilizaban los servicios de los mercenarios
árabes para saquear las tierras de sus vecinos. Expulsar a los musulmanes de
Italia requería de una fuerza mayor que sólo podía estar en manos del
emperador carolingio. Desgraciadamente incluso para Luis II la tarea resultó
ser mucho más dura de lo esperada, comenzando por la ciudad de Bari contra
la que realizó sucesivas campañas en 847, 852, 866-67, 869 hasta tomarla
finalmente dos años después.
En esos años la mirada de Bizancio volvió a posarse sobre Italia. La pugna
sostenida con el Papado sobre el control religioso de la recién convertida
Bulgaria había demostrado a Constantinopla que valía la pena presionar en
Italia para persuadir al pontífice a inclinarse ante los intereses de
Constantinopla. Por ello cuando a finales de la década la flota griega comenzó
a mostrar su pabellón en aguas del Adriático, posiblemente poco después del
establecimiento del thema naval de Dalmacia, muchas novedades se estaban
gestando en el panorama político de la región.
Las depredaciones de los piratas sarracenos en las costas dálmatas hicieron
por fin inevitable la llamada de socorro a Constantinopla en 867. Una
escuadra de casi 400 chelandia, al decir de los fantasiosos historiadores
francos y 140 según otras fuentes, se apostó frente a la ciudad de Ragusa y
forzó la apresurada huida de los sitiadores que optaron por atravesar el
Adriático y dedicarse a saquear las costas de Apulia en lugar de enfrentarse a
los poderosos navíos imperiales. Pronto los jefes serbios de la región se
apresuraron a acogerse a la protección de la remozada autoridad bizantina, lo
cual fue aprovechado por parte del jefe de la expedición para reafirmar la
influencia imperial sobre la zona. Al año siguiente, mientras Luis II se

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preparaba para una nueva tentativa contra Bari, se acordó el envío de apoyo
naval bizantino para la empresa, aunque no está claro si la iniciativa partió
del monarca franco o fue una sugerencia del emperador Basilio. En marcha
estaba por aquel entonces el proyecto de alianza entre los dos Imperios
mediante el compromiso entre el primogénito de Basilio, Constantino, y
Ermengarda, la hija de Luis. Lamentablemente la empresa conjunta y la
nonata alianza acabaron desastrosamente cuando la flota que había arribado
ante las costas de Bari con la misión de ayudar en la campaña y recoger a la
joven princesa se encontró con que Luis había hecho regresar a buena parte
de sus tropas y sólo mantenía el sitio con algunos centenares de hombres. El
propio Luis no estaba ya presente, pues se había retirado a Venosa a
conferenciar con su hermano Lotario y no parecía muy dispuesto ahora a
concluir el tratado. Furioso, el drongario Nicetas se alejó de la ciudad y llevó
a la flota al golfo de Corinto no sin haber mostrado antes su cólera por la
conducta de Luis, lo que estuvo a punto de provocar un enfrentamiento
armado con los francos. Posteriormente el monarca intentó excusar su
conducta y arreglar la situación, aunque el proyectado matrimonio finalmente
nunca tuvo lugar. La colaboración volvió a establecerse a partir del año
siguiente en un período en el que la flota bizantina se mostró muy activa,
realizando también incursiones contra los piratas eslavos apostados en la
desembocadura del Narenta y contra sus bases en territorio dálmata.
Por fin, tras varias campañas infructuosas, las tropas de Luis II hicieron su
entrada en Bari el 2 de febrero de 871. De inmediato el monarca se propuso
extender su ofensiva a la ciudad de Tarento considerando que Apulia no se
podría asegurar en tanto esta plaza continuase en manos musulmanas. Las
dificultades para la empresa eran muchas debido a la fácil comunicación de
los tarentinos con Sicilia. En esos momentos una pequeña escuadra bizantina
al mando del patricio Jorge prestó su colaboración en las tareas del bloqueo,
pero a sus escasos chelandia les resultó imposible establecer un cierre total
del puerto. La desesperada necesidad de una fuerza naval de la que carecía el
Imperio franco, unido a la nueva amenaza que suponía la alianza del Duque
Sergio de Nápoles con los musulmanes, animó a Luis II a proponer a Basilio
una alianza en firme en la que la tierra quedaría para los francos y el mar para
los griegos. Como premio último Sicilia regresaría a las manos de sus
antiguos dueños y Luis ofreció su ayuda para hacer avanzar la empresa
bizantina en la isla.
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Tan buenos propósitos se vieron frustrados por un nuevo fracaso
diplomático. Peor todavía, la embajada franca que se encontraba en
Constantinopla a principios de 870 se enredó en disputas sobre la cuestión de
Focio y la jurisdicción sobre la iglesia búlgara, dejando a un lado su misión
original. El emperador acusó a los enviados de su mala disposición al tiempo
que rehusó ratificar el título imperial al monarca franco que Focio había
prometido hacer reconocer. La cuestión de fondo que yacía tras este
enfrentamiento era la pretensión de Luis II de considerarse Emperador de los
Romanos y no de los Francos, entrando así en conflicto directo con la posición
del soberano de Constantinopla. Alejados, pues, por sus intereses
divergentes ambos se decidieron a continuar la guerra en Italia contra los
musulmanes por separado. La flota imperial abandonó en esos momentos las
costas italianas para actuar sobre las bases piratas de Creta, persiguiendo a
sus enemigos a lo largo de las costas del Peloponeso hasta dispersarlos. Por
su parte Luis tampoco pudo continuar su campaña sobre el siguiente
objetivo, Tarento. Una conspiración urdida por el duque Adelquis de
Benevento en agosto de 871 le convirtió en prisionero de éste durante unos
meses. Sólo la promesa de no buscar venganza sobre los conjurados y no
amenazar el territorio de Benevento le permitió volver a recuperar la libertad.
Muy afectado por este suceso no emprendería ya grandes acciones en Italia y
su muerte en 875 marcó el fin de la intervención de la monarquía carolingia
en el sur. Sólo entonces tras la desaparición del animoso y desafortunado
Luis volvieron los barcos de Bizancio a luchar de nuevo contra los sarracenos
en Italia.
El fracaso de los francos fue la señal para la reanudación de una vigorosa
contraofensiva musulmana especialmente desde la colonia radicada en
Tarento. Pronto sus algaradas recorrieron toda la Italia del sur llegando en
sus incursiones a las cercanías de Benevento, mientras que por mar los
corsarios árabes aprovecharon la falta de vigilancia en el Adriático para llegar
hasta el fondo del golfo de Venecia y saquear Comacchio. Para entonces el
gobierno bizantino estaba convencido de que el Adriático y las posesiones
imperiales en Iliria estarían siempre a merced de los piratas en tanto que
éstos encontrasen refugio y apoyo en el litoral italiano, Se hizo pues necesaria
la intervención en tierra firme y la ocasión vino dada muy pronto por la
petición de socorro que los lombardos de Apulia dirigieron al gobernador
bizantino de Otranto, que acababa de recibir las promesas y juramento del
príncipe Adelquis II de Benevento en 873. En obediencia a esos acuerdos se

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abrieron las puertas de Bari a las tropas encabezadas por el baiulos Gregorio,
primicerio y protospatharios imperial, que se hizo dueño de la ciudad en
nombre de Basilio el 25 de diciembre de 876 enviando luego a Constantinopla
como rehenes a algunos de los principales ciudadanos junto con el gastaldo
encargado de su gobierno hasta la llegada de las tropas bizantinas.
El rápido asentamiento de las fuerzas imperiales en Bari no fue muy del
agrado de Adelquis, que no esperaba una presencia demasiado visible de los
recién llegados, lo que le llevó a intentar tratar directamente con los
musulmanes, pero para entonces ya se había establecido en Bari una fuerte
guarnición que aseguraba el dominio de la ciudad para los bizantinos.
Constantinopla ganó así una posición privilegiada para controlar ambas
costas del Adriático y afirmó su intención de reclamar protagonismo
transformando la nueva posesión en la sede del strategos como una base
firme desde la que empezar a desempeñar de nuevo un papel relevante en la
política italiana. Basilio concedió plenos poderes a su representante para
llevar adelante el juego diplomático con los estados lombardos y las dotes de
gobierno y habilidades de Gregorio le permitieron desempeñar con eficacia
las funciones de su cargo hasta 885.
Como representante del emperador Gregorio no tardó en establecer contacto
con los actores relevantes en la escena italiana, particularmente con el papa
Juan VIII, que en estos años buscaba ayuda desesperadamente para hacer
frente a la amenaza de las flotas piratas sarracenas que a finales de 876
volvían a asomarse a la desembocadura del Tíber. El basileo respondió
afirmativamente a la petición del pontífice y ordenó a Gregorio que enviase
algunos barcos hacia el litoral de Campania. Sabemos que a finales de 879 un
pequeño destacamento naval, al mando del espatario Gregorio, el turmarca
Teofilacto y el conde Diógenes se apostó ante Nápoles y derrotó a los
musulmanes. Aliviado, el papa felicitó calurosamente a sus salvadores pero
insistió en que debían llegar hasta Roma y defenderla por tierra y mar de
nuevas amenazas. Al año siguiente los barcos regresaron y colaboraron en la
protección de las tierras de la Santa Sede. Durante ese periodo las relaciones
entre Roma y Constantinopla alcanzaron una armonía que rara vez se volvió
a disfrutar posteriormente.
El éxito de Bari, aunque valioso, no pudo compensar la calamitosa fortuna de
las armas imperiales en otros frentes, particularmente en Sicilia. Mientras la
flota de Nicetas Ooryfas se ocupaba de recorrer las costas griegas en busca de
piratas el litoral siciliano quedaba a merced de los ataques de los

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musulmanes de Palermo. Siracusa estaba siendo sometida a un duro asedio
en esos momentos y durante semanas esperó en vano el socorro de una flota
que al mando del navarca Adriano debía llegar en su auxilio. Demorado en
las costas del Peloponeso Adriano conoció la noticia de la toma de la ciudad
en mayo de 878 sin tiempo ya para poder prestarle el socorro tan
desesperadamente implorado. La conquista de Siracusa ofreció a los
musulmanes una base ideal para emprender la conquista definitiva de
Calabria por lo que, animado con el reciente triunfo, el emir de África envió
de inmediato una flota de 60 galeras de buen porte hacia el Jónico para
saquear las costas griegas.
Escarmentado Basilio por el fracaso en la empresa de Siracusa quiso atajar de
raíz las nuevas incursiones y dirigió contra la flota sarracena al plöimon
imperial al mando del sirio Nasar, que había sustituido entretanto en el cargo
a Nicetas Ooryfas. La flota imperial, compuesta por 45 navíos, consiguió
expulsar de las aguas del Jónico a los incursores, tras sorprender y aniquilar
una escuadra árabe de 16 galeras en el puerto de Metona, y se dirigió después
a toda vela hacia las costas de Sicilia. Las primeras velas de la armada se
dejaron ver ante Nápoles en octubre de 879 y probablemente fue entonces
cuando de la flota se separó el contingente destinado a proteger las costas de
Campania a petición del papa. Tras reagrupar la escuadra Nasar inició su
ataque en la costa septentrional de la isla, al este de Palermo. En Milazzo, en
las cercanías de las islas Lípari, se libró un gran combate que resultó
victorioso para los bizantinos, y tras el encuentro Nasar pudo dedicarse a
perseguir el rico tráfico mercantil organizado entre Sicilia y el continente. De
la riqueza del botín obtenido dieron cuenta los cronistas afirmando que el
precio del aceite en Constantinopla cayó en aquellos días hasta alcanzar
valores irrisorios. Animado por el éxito de la empresa la flota se aprestó a
llevar adelante la segunda y más importante fase de la operación que tenía
como objetivo desembarcar en tierra italiana los primeros ejércitos imperiales
que esas costas veían en más de un siglo. Bizancio regresaba con fuerza a sus
antiguos dominios y lo hacía reclamando su derecho de propiedad.

Italia bizantina: 867-983

La reconquista de la Italia Meridional (880-886)


Tras dejar algunos navíos en los puertos sicilianos de Términi y Cefalú,
Nasar dirigió la flota hacia Calabria y allí en 880, se produjo el desembarco

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del ejército bizantino. A partir de entonces no se trataría sólo de operaciones
navales sino de la combinación de fuerzas por mar y tierra para reestablecer
el dominio de Bizancio en la Italia del Sur. Los objetivos para la campaña
estaban centrados en conseguir el dominio de Calabria para luego forzar la
expulsión de los musulmanes de Tarento y unir esos territorios con la región
de Bari ya controlada previamente. Los medios a disposición eran
particularmente poderosos: los contingentes de los themata de Occidente
(Sicilia, Cefalonia, Dirraquio y Peloponeso) apoyados por destacamentos de
serbios y croatas todos ellos al mando del protovestiarios Procopio. Además
formaban parte también de la expedición las tropas de Tracia y Macedonia al
mando de su estratego León Apostypos. Aunque no conocemos las cifras
exactas sin duda se trataba de un ejército imponente, particularmente en un
escenario en el que Bizancio se había movido siempre con gran parquedad de
medios.
El ejército imperial empezó a remontar la costa oriental de Calabria
flanqueado en su marcha por la flota. Ésta mantuvo un combate victorioso con
barcos sarracenos, posiblemente en las cercanías de Punta Stilo y les obligó a
refugiarse en Palermo. Sin más contratiempos y recibiendo la sumisión de
todas las plazas que encontraban en su marcha el ejército llegó a la llanura
del Crati y se apostó ante Tarento donde les esperaban sus enemigos. Según
parece Procopio detentaba el mando supremo durante la campaña, pero
Apostypos era casi su igual en rango y de ahí se derivaron disputas entre
ambos oficiales que tuvieron funestas consecuencias. Cuando las tropas
formaron para el combate cada general estaba situado en una de las alas del
despliegue. León Apostypos, que combatía en el ala derecha, se impuso
fácilmente a las escasas tropas que se le oponían mientras que Procopio debió
hacer frente al grueso del ejército enemigo que concentró el ataque por su
lado. Incapaz de resistir fue derrotado por completo ante la pasividad de su
colega que rehusó acudir en su ayuda. El resultado fue una completa derrota
y la muerte del comandante en jefe. Asustado por las posibles consecuencias
y deseoso de reparar el desastre Apostypos se apresuró a reunir las tropas
restantes y con ellas emprender de inmediato el asalto a Tarento que
consiguió forzar tras un violento combate. Tras la caída de la ciudad se envió
a la esclavitud a los prisioneros y se estableció una guarnición bizantina.
Nasar, una vez consolidada la posición tomó rumbo a Constantinopla con la
flota imperial mientras que el general superviviente fue llamado a juicio por

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su comportamiento durante el combate. Hallado culpable de traición,
Apostypos fue condenado al exilio en Kotiea.
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A finales de 880 la dominación bizantina estaba firmemente establecida en la
región del golfo de Tarento aunque quedaban todavía muchas plazas en
Calabria en poder de los sarracenos, que desde villas como Santa Severina o
Amantea podían todavía amenazar los territorios recién conquistados o
presionar a los aliados de Bizancio, sobre todo Salerno y Nápoles. Contra
ellas se dirigieron los siguientes movimientos.
La muerte de Juan VIII en diciembre de 882 coincidió con una reactivación de
la lucha en Calabria contra los musulmanes. En 882 o 883, tras el regreso de
León Apostypos, el emperador envió a Italia un nuevo ejército, esta vez al
mando del estratego capadocio Esteban Majencio, en el que los contingentes
asiáticos, anatólicos y de Carsiano, hacen por primera vez su aparición en las
fuentes. Majencio comenzó su actividad en tierras italianas poniendo sitio a
Amantea sin lograr ningún resultado y luego fue derrotado lamentablemente
ante Santa Severina. Ante su manifiesta incapacidad Majencio fue
prontamente reclamado de vuelta y en su lugar llegó, hacia 885, Nicéforo
Focas el Mayor, el primer miembro destacado de esta familia que a partir del
reinado de Basilio pasó a ocupar un puesto de primer rango entre la
aristocracia bizantina.
El talento y las dotes de Nicéforo tuvieron gran parte en la consolidación de
las posiciones bizantinas en Italia al conseguir en un año la expulsión de los
sarracenos de Calabria y Apulia. El nuevo estratego traía consigo refuerzos de
los themata asiáticos, armenios especialmente, y contaba además con la ayuda
de auxiliares entre los que descollaban los antiguos paulicianos cuyo jefe,
Diaconitzes, había sido en tiempos lugarteniente del famoso Crisoquiro.
Nicéforo dividió a sus tropas en varios cuerpos asignándoles distintos
objetivos. Mientras que él establecía el asedio de Santa Severina un
destacamento atravesó Calabria para poner sitio a Amantea. Esta plaza no
tardó en sucumbir, al igual que la villa de Tropea, y con ellas los dos
bastiones principales en poder de los árabes en el occidente calabrés. Pronto
fue el turno también para la propia Santa Severina y con su conquista a
mediados de 886 toda Calabria quedó en manos de los bizantinos. Los
vencedores se apresuraron a establecer guarniciones en las villas
conquistadas tras deportar a Sicilia a la población musulmana, de acuerdo
con los tratados de rendición.

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El siguiente objetivo del general bizantino fue asegurar la comunicación del
territorio recién conquistado con Tarento y Bari, por lo que se hizo necesario
avanzar a lo largo del valle del Crati y obtener la sumisión de los señores
lombardos en la franja comprendida entre Cosenza y Brindisi para
incorporarlos a la órbita del Imperio. En estas regiones alejadas de Salerno y
Benevento la autoridad señorial era muy débil y la ausencia de socorro ante
las incursiones musulmanas facilitó sin duda la decisión de aceptar la
protección de las tropas del basileo. Quedó entonces a la habilidad del
estratego el convertir esa dominación en un establecimiento firme de la
autoridad bizantina, un proceso que no era posible conseguir solamente por
la fuerza sino que debía contar con la aquiescencia de las poblaciones locales
y sus señores. Aunque faltan los detalles parece ser que precisamente en esa
tarea sobresalió Nicéforo Focas, que fue considerado por León VI en su obra
Taktika como un ejemplo de cómo un general debe organizar un país
conquistado. Entre sus méritos expresos destacó el haber impedido a sus
soldados en el reembarque en Brindisi llevar cautivos a un gran número de
naturales del país. Recomienda el monarca en su obra que al tomar una
ciudad se debe actuar con benevolencia y no asfixiar a sus habitantes con
onerosas contribuciones ni aterrorizarlos con castigos y sigue...
“Es así como nuestro strategos Nicéforo trató a la nación de los lombardos. No
solamente supo someterlos mediante campañas hábilmente dirigidas, sino que
fue moderado y clemente. Se mostró justo, benevolente y les concedió la
libertad y la exención de impuestos.”
Tras las campañas de Nicéforo Focas el territorio controlado por Bizancio se
extendía hasta Oria y Matera, donde en estos momentos residía ya una
guarnición y están atestiguados diversos funcionarios bizantinos. Como señal
inequívoca de la extensión de la influencia imperial se crearon entonces
obispados griegos en Cosenza, Bisignano y poco después en Cassano, lo que
da a entender que en estos años toda la región desde el valle del Crati hasta
Tarento obedecía ya a Constantinopla, así como el tramo inferior del valle del
Bradano y del Sinni, aunque no se sabe nada con certeza para los territorios al
norte y oeste de Bari.

El asentamiento de la dominación bizantina


Más allá del territorio controlado directamente por la administración imperial
se extendían los principados sobre los que Bizancio deseaba ejercer su
influencia y protección aprovechando el estado de perpetua discordia que

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reinaba entre ellos. A la muerte de Basilio I en 886 el más importante era el de
Salerno cuyo príncipe Guaimar solicitó la ayuda bizantina frente a las
agresiones de la colonia musulmana de Agropoli. La respuesta del nuevo
monarca León VI fue el envío de oro y trigo y el asentamiento en Salerno de
una pequeña guarnición imperial que se mantuvo allí durante unos años. A
cambio Guaimar debió reconocer la soberanía bizantina y para ello él mismo
se trasladó a Constantinopla a finales de 886 donde recibió una calurosa
acogida por parte de los emperadores León y Alejandro y fue por ellos
honrado con el título de patricio.
El ejemplo de Salerno decidió al duque-obispo Atanasio II de Nápoles a
imitar su ejemplo pidiendo el envío también de auxiliares para luchar contra
los sarracenos. Se le enviaron trescientos soldados al mando de un oficial
llamado Casano pero Atanasio se desdijo de sus aparentes propósitos y
mostró sus verdaderas intenciones: los soldados imperiales constituían un
precioso refuerzo y serían de gran utilidad en su guerra contra los señores de
Capua. Pronto Casano fue reclamado y en su lugar llegó a Nápoles otro
oficial, el kandidatos Juan, con más refuerzos. Atanasio continuó su guerra
particular contra Capua, en el transcurso de la cual Juan consiguió liberar al
antiguo conde Pandenulfo. A lo largo del año 887 continuaron las
hostilidades entre los napolitanos y sus rivales con el paradójico espectáculo
para los soldados bizantinos de ver combatir auxiliares sarracenos en ambos
bandos.
Pronto Bizancio intentó extender su protectorado también sobre Benevento.
Su antiguo príncipe Gaideris, depuesto en 881, consiguió escapar y buscar
refugio en Bari. Se le envió a Constantinopla desde donde regresó revestido
con la dignidad de protoespatario para gobernar en nombre del emperador la
villa de Oria, al sur de Apulia, donde ejercía ya en 885 cuando se le encuentra
junto al estratego Gregorio firmando como testigo un privilegio en favor de la
abadía de Montecassino. Su sucesor en Benevento, Agión, se enfrentó en esos
años a revueltas internas lo que fue aprovechado por el gobernador bizantino
para apoderarse de algunas villas que hasta entonces reconocían la soberanía
de Benevento. Ese oficial era Teofilacto, posiblemente el sucesor inmediato de
Gregorio, que al comienzo del año 887 penetró en Campania con un pequeño
ejército para combatir contra los sarracenos acantonados en el río Garellano.
Tras ser obligado a retirarse por éstos regresó tomando la ruta de Nápoles
aprovechando el camino de vuelta para entrar por la fuerza en algunas villas
lombardas. Esta tentativa dio lugar a un levantamiento general en Apulia

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impulsado por Benevento, apercibida de la muerte reciente del emperador
Basilio y considerando que éste era el momento más adecuado para intentar
recuperar el territorio perdido. Agión avanzó con sus hombres hasta Bari y
consiguió expulsar de la ciudad a la guarnición imperial, que sin duda debía
ser muy débil en esos momentos. Mientras el estratego maniobraba para
intentar recuperar Bari su aliado napolitano Atanasio, siempre con sus
auxiliares bizantinos al lado, atacó Benevento por el oeste, lo que obligó a
Agión a regresar a su principado dejando que los lombardos de Apulia se
defendiesen por si mismos de sus señores bizantinos.
En 888 León VI reconoció que las fuerzas bizantinas en Italia eran demasiado
débiles para poder inclinar decisivamente la situación en su favor, y que el
análisis de la situación demostraba que era necesario el envío de nuevas
tropas. El encargado de conducirlas fue un alto cargo, el patricio y epi tes
trapezés Constantino que según las crónicas tenía a su mando “todas las
tropas de Occidente”. Por su parte Agión había tomado a su servicio un
cuerpo de auxiliares sarracenos y con su ayuda ofreció batalla a los recién
llegados bajo los muros de Bari. El resultado fue una derrota total para los
imperiales, cuyo jefe a duras penas consiguió salvar la vida. Tal derrota causó
honda impresión en Constantinopla y los esfuerzos prosiguieron, aunque
esta vez intentando evitar una batalla campal. En lugar del combate abierto
los bizantinos optaron por obligar a Agión a encerrarse en Bari donde fue
bloqueado. Abandonado por sus sarracenos, el príncipe de Benevento intentó
en vano pedir auxilio al duque de Espoleto y al conde de Capua Atenolfo.
Éste último, que debía a Agión su dominio en Capua, cambió de alianzas y en
lugar de ayudar a su benefactor se ofreció a Constantino para establecer un
acuerdo con la esperanza de obtener un título imperial que le igualase a su
rival de Salerno. Abandonado por todos, Agión optó por negociar con
Constantino y en 888 Bari volvió a poder de Bizancio mientras el príncipe de
Salerno regresaba sano y salvo a su tierra.
+
En esos momentos Bizancio era ya el principal poder en Italia meridional
ante el que los principados lombardos se inclinaban, aunque debe recordarse
en todo momento la fragilidad de las alianzas en la inestable política italiana.
Los señores lombardos apoyaban en cada momento a aquel que pudiera
beneficiarles más y no vacilaron nunca en cambiar de bando sin el menor
escrúpulo cuando la ocasión lo aconsejaba. Esa había sido siempre la

15
situación y los hechos demostrarían que tales prácticas seguirían siendo
aplicadas en las décadas venideras.
La posición de Bizancio en la península había vuelto a ser tan fuerte como a
principios del VIII y en consecuencia se beneficiaba de una actitud más
complaciente por parte del papado, que en estos años intentaba afirmar su
independencia respecto a los designios de los sucesores de Luis II y por ello
estaba más que dispuesto a probar la vía bizantina. Los gobernantes del sur
de Italia aceptaban presurosos los títulos otorgados por la corte imperial,
imitaban sus usos y modas y reconocían, aunque con intermitencia, su
autoridad como lo prueba que en estos años en Nápoles las monedas
volviesen a a incluir el nombre del emperador después de más de un siglo, y
más llamativo todavía que también en estos años se introdujesen iguales usos
en las monedas acuñadas en Salerno y Benevento. Estos hechos sin embargo
no pueden ocultar la realidad de la posición bizantina en Italia, que era muy
diferente de la existente, por ejemplo, en Asia Menor. Buena parte del
territorio oficialmente administrado por el Imperio en Italia estaba en
realidad fuera del control directo del estratego. La autoridad bizantina,
siguiendo una práctica sancionada por la experiencia de siglos, dependía de
las habilidades diplomáticas de sus oficiales, del trato con las élites locales,
del control de los rivales y también del pago de generosos tributos a los
piratas de Sicilia y Norte de África, y sólo cuando era imprescindible se
recurría al uso de la fuerza. Cuando el emperador León VI elogiaba a
Nicéforo Focas por su trato cuidadoso a los lombardos evitando el pillaje y la
toma de esclavos o renunciando a imponer pesadas contribuciones se
reconocía implícitamente que la autoridad imperial sólo podía ser mantenida
en Italia a través de su aceptación por parte de las poblaciones locales.
Mientras se desarrollaban así los asuntos italianos la protección de la recién
conquistada Calabria exigía continua vigilancia. Hacia 888-889 los árabes
sicilianos intentaron un nuevo ataque, esta vez en la región de Reggio. Una
flota bizantina atravesó el estrecho de Messina pero fue derrotada por
completo cerca de Milazzo. La noticia del desastre provocó el pánico en la
región impulsando a los habitantes de las villas a abandonar sus hogares y
buscar refugio en el interior. La situación mejoró poco después cuando el
drongario Miguel hizo prisionero al jefe de la flota árabe y volvió a controlar
el paso del estrecho. En los años siguientes las discordias internas en Sicilia
permitieron que Calabria experimentara un breve respiro.

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Tras recuperar Bari Constantino y buena parte de sus tropas se embarcaron
de vuelta a Constantinopla. El nuevo gobernante Simbaticio era
probablemente de origen armenio y en su titulatura se proclamaba
“protoespatario imperial, estratego de Macedonia, Tracia, Cefalonia y de
Longobardia”, lo que constituye en el caso de ésta última la primera mención
documentada de un thema con esa denominación. Simbaticio disponía al
comienzo de su mandato de más tropas que sus antecesores por lo que se
dispuso, para evitar el riesgo de una nueva revuelta, a someter directamente a
la autoridad imperial a los lombardos de Benevento en donde entretanto
Urso, todavía un niño, había sucedido a su padre Agión tras la muerte
prematura de éste. El 18 de agosto de 891 Simbaticio llegó con su ejército ante
los muros de Benevento y encontró una decidida resistencia por parte de la
población local. Un asedio de tres meses obligó finalmente a los
beneventanos a capitular el 18 de octubre. El estratego Simbaticio de
inmediato transfirió la gobernación de la provincia desde su sede en Bari
hasta la nueva posesión y fijó allí su residencia convirtiéndola en la nueva
capital de los territorios imperiales en Italia. Debido al hecho de que la
denominación bizantina para el principado de Benevento era Longobardia,
término opuesto a Gran Longobardia que designaba al desaparecido reino
lombardo, muy posiblemente cabe deducir que el thema de Longobardia fue
constituido en ese preciso momento tras la conquista de Benevento en
octubre de 891 y mantenido su denominación mucho después de que el
principado abandonase la órbita de influencia del gobierno bizantino en
Italia. Desde la nueva capital Simbaticio empezó a despachar la
administración ordinaria, como lo muestran unos privilegios de confirmación
de bienes en favor de Montecassino fechados en junio de 892. En ese mismo
mes las tropas bizantinas ocuparon Siponto, al pie del Gargano.
En agosto de 892 Simbaticio fue relevado en el mando y sustituido por el
patricio Jorge, protoespatario imperial, estratego de Cefalonia y de
Longobardia al que ya en estas fechas vemos confirmando privilegios a los
monjes de San Vicente de Volturno.
El nuevo estratego deseaba hacer con Capua y Salerno lo mismo que su
predecesor había realizado con Benevento. Bajo el pretexto de combatir a los
musulmanes del Garellano comenzó el asedio de Capua que se demostró
infructuoso. Al no conseguir ningún resultado realizó una intentona por
sorpresa sobre Salerno que consiguió cerrar sus puertas a las tropas
bizantinas obligándolas a batirse en retirada sin obtener ningún resultado.

17
Tras la muerte de Jorge en julio de 894 llegó a Italia como sucesor el patricio
Barsacio, que volvió a establecer su residencia en Bari dejando en Benevento
como delegado al turmarca Teodoro. Fue éste el momento elegido por los
beneventanos para intentar la expulsión de la guarnición bizantina y
deshacerse así de un detestado ocupante. En su ayuda acudió Guido,
margrave de Espoleto, que en agosto de 895 llevó sus tropas ante las murallas
de la ciudad. Los intentos de Teodoro por recibir refuerzos desde Bari fueron
inútiles ante la colaboración de la población local con los atacantes a los que
hizo entrar en la ciudad en secreto y colaboró con entusiasmo en la expulsión
de la pequeña guarnición bizantina que sólo pudo salir sin daño tras el pago
de un fuerte rescate. Tras la victoria Guido retuvo durante dos años el control
de Benevento en lugar de devolver al poder a la antigua dinastía. En los años
siguientes la ciudad cambió de dueño en varias ocasiones hasta que en 899
Atenulfo de Capua, asociado con su hijo Landulfo, fundó una nueva dinastía
que habría de prolongarse hasta finales del siglo XI.

La amenaza árabe
Con el comienzo del siglo X la amenaza árabe volvió a hacerse omnipresente
en Calabria y Campania. El foco principal del peligro estaba en la colonia
musulmana en el Garellano, establecida alrededor de 880 en un enclave
permanente solidamente protegido en las alturas de la orilla derecha del río y
desde el que salían con regularidad bandas para saquear y pillar las ciudades
lombardas. A la amenaza permanente de los piratas del Garellano se unió
desde 900 la amenaza sobre Calabria de los árabes africanos liderados por el
emir de Cairuán Ibrahim Ibn Ahmed. Tras haber consolidado su posición en
África envió a su hijo Abdallah para someter a sus súbditos sicilianos en
rebeldía. El desembarco del ejército africano en Mazara el 1 de agosto de 900
provocó un aluvión de refugiados que buscaron socorro entre los griegos de
Taormina, todavía en posesión del Imperio, mientras otros optaron por la
mayor seguridad del continente.
Dueño ya de Palermo Abdallah se dirigió contra los cristianos de Taormina y
Catania mientras un ejército se concentraba en Reggio para apoyar a los
cristianos de la isla y entrar en negociaciones con los musulmanes rebeldes.
En 901 Abdallah pasó al continente, dispersó las tropas bizantinas que allí
estaban apostadas y sometió Reggio a pillaje. El botín obtenido fue inmenso,
acrecentado por las contribuciones que las ciudades de la región se
apresuraron a ofrecer para ahorrarse la suerte de sus vecinos. Durante este

18
tiempo hizo su aparición una escuadra bizantina a la altura de Messina, pero
fue derrotada por Abdallah que, tras una nueva incursión en Calabria,
regresó a Palermo para poner en orden su administración. Al año siguiente su
padre renunció al poder y reclamó a su hijo a África para que ocupase su
puesto. Él antiguo emir proclamó entonces su voluntad de llevar la guerra
santa a sangre y fuego a Sicilia y ese mismo año puso sitio a Taormina que
sucumbió tras una heroica resistencia. El terror entre la población cristiana
ante la crueldad demostrada por el antiguo emir provocó una oleada de
refugiados que afluyó a Calabria, pero tras ellos llegaba el propio Ibrahim. El
3 de septiembre de 902 el sanguinario caudillo musulmán atravesó el estrecho
con todo su ejército y avanzó arrasando todo ante si hasta el valle del Crati.
Su avance fue tan rápido que imposibilitó la llegada a tiempo de los
refuerzos bizantinos desde Constantinopla. Despreciando a los emisarios de
las ciudades que corrían a someterse ante él Ibrahim llegó ante Cosenza a
finales de septiembre. La noticia de esta repentina invasión provocó el terror
en toda Italia meridional acrecentada por las amenazas del caudillo africano
de llegar hasta Roma para destruir “la ciudad de ese ridículo viejo Pedro”. Las
ciudades no se hacían ilusiones sobre la amenaza que se cernía sobre ellas.
En Nápoles, por ejemplo, el cónsul Gregorio, tras consultar con el obispo
Esteban y otros principales decidió destruir el Castellum Luculli, la fortaleza
que se erigía en el cabo Miseno por temor a que los árabes lo utilizaran como
base permanente. Toda la población tomó parte en el proceso de derribo del
bastión y de él luego se trasladaron los restos de San Severino, que allí se
custodiaban, para ser solemnemente transferidos a Nápoles en octubre.
Entretanto los habitantes de Cosenza, tras intentar en vano parlamentar con
sus atacantes se prepararon para un asedio largo que comenzó con el asalto
del 1 de octubre que consiguieron rechazar. Pero la muerte repentina de
Ibrahim el 23 de ese mismo mes a causa de la disentería puso fin al bloqueo.
El desmoralizado ejército árabe renunció al asedio y el sucesor de Ibrahim, su
nieto, se contentó con cobrar un rescate de guerra y ordenó la retirada, lo que
supuso un respiro para las atormentadas poblaciones de la región.
Tras este episodio no se registraron nuevos ataques en Calabria hasta 914. La
atención musulmana estaba en esos momentos centrada en otras prioridades,
en Sicilia donde la guerra civil había estallado y en África donde los Aglabíes
fueron desplazados en 909 por los Fatimíes, lo que fue aprovechado por los
sicilianos para romper sus lazos con África y pasar a depender directamente
de Bagdad. El ataque de 914 tuvo escasas consecuencias por la disposición del

19
gobierno bizantino a tratar con los sicilianos que se comprometieron a cesar
en sus agresiones a cambio del pago de una contribución regular.
Pero si la situación en Calabria era más pacífica no ocurría lo mismo en
Campania, donde continuaban los combates contra los árabes del Garellano.
Entre 880 y 915 las bandas de saqueadores recorrieron libremente los valles
del Volturno, el Liri y los afluentes del Tíber partiendo no sólo desde su base
principal sino también desde otros enclaves en Sepino y Boiano. En 903
derrotaron a los cristianos en las orillas del río y dos años más tarde, en 905,
se unieron a sus tradicionales aliados napolitanos para derrotar a las tropas
de la ciudad de Capua. Poco después sin embargo Atenulfo, el señor de
Capua, consiguió atraer a los napolitanos a una liga de la que también formó
parte la ciudad de Amalfi. Los aliados pretendieron construir un puente sobre
pontones para atravesar el río pero los sarracenos, ayudados por la gente de
Gaeta, se arrojaron sobre los aliados y acabaron con buena parte de ellos.
Por esa misma época las bandas musulmanas hicieron de nuevo su aparición
en las cercanías de Roma y ocuparon la región de la Sabina y las villas de
Narni y Nepi. En su avance llegaron a controlar el valle del Tíber al norte de
Roma y tras atravesar el río se adentraron en Tuscia y convirtieron en su base
el monasterio abandonado de Farfa. Los efectos en la región se hicieron notar.
Las crónicas de esos años nos hablan de un panorama desolador. En 905 las
villas aparecían desiertas, las iglesias abandonadas se desmoronaban y en
palabras del monje del Monte Soracto “desde hace treinta años los sarracenos
reinan en el estado romano”. Los peregrinos que se dirigían a Roma
experimentaban grandes dificultades para alcanzar la ciudad y con frecuencia
se veían detenidos por bandas árabes que les obligaban a pagar fuertes
cantidades para permitirles continuar su camino. Tal y como narra
Gregorovius:
“Tan pronto como los peregrinos del Norte en ruta hacia Roma atravesaban los
Alpes se encontraban con su camino cerrado por los moros de España que
estaban fortificados desde 891 en Fraxinetum en el sur de Galia. Tras haberse
rescatado a sí mismos allá los peregrinos caían luego en manos de los
sarracenos en tierras de Narni, Rieti y Nepi. Ningún peregrino llegaba a Roma
con ofrendas, y esta situación se prolongó durante treinta años. Cualquier
traza de gobierno central en la región había desaparecido y cada villa, cada
fortaleza y abadía estaban reducidas a sus propios recursos.”

20
Impotentes en su debilidad los señores lombardos sólo pudieron mirar hacia
Oriente en busca de su salvación. Llegaba la hora de acudir de nuevo al
basileo de Constantinopla.
En estos primeros años del siglo el gobierno bizantino, ocupado en otros
frentes, no había prestado mucha atención a los asuntos de Campania, más
allá de la concesión de algunos subsidios a los príncipes de la región. Por ello
el señor de Capua y Benevento, Atenulfo, se decidió por la apelación directa
al basileo enviando en 909 a su hijo Landulfo para solicitar el envío de un
ejército imperial. León acogió favorablemente la embajada y prometió su
apoyo a condición que el príncipe reconociese expresamente su condición de
vasallo del Imperio. Durante estas negociaciones murió Atenulfo y su hijo
regresó a Capua con el permiso del emperador e investido con el título de
patricio imperial. Con él gobernaba su hermano Atenulfo II pero era
Landulfo con su nueva dignidad quien se podía codear en la jerarquía oficial
con su par el príncipe de Salerno o el gobernador del thema. Para resolver el
problema que planteaba la colonia árabe del Garellano era indispensable
separar a Nápoles de la alianza con los sarracenos, lo que se consiguió en 911
tras la firma de un tratado con el duque Gregorio que tuvo como punto
principal la constitución de una alianza ofensiva entre Nápoles y Capua-
Benevento contra los árabes, aunque este acuerdo demostró tener tan poca
vida como el que se firmó en tiempos de Atanasio pues cuando lleguen las
tropas bizantinas poco tiempo después Nápoles y Gaeta seguirán estando de
nuevo en paz con los musulmanes.
La muerte de León VI en 912 y los tiempos de inestabilidad que se sucedieron
retrasaron el envío de las tropas prometidas. Mientras tanto el papa Juan X,
en la sede pontificia desde marzo de 914, buscó el concurso del margrave
Alberico de Espoleto para expulsar a las bandas sarracenas del valle del
Tíber. Tras contactar también con Landulfo y aconsejado por éste envió una
embajada a Constantinopla para pedir como sus antecesores Juan VIII y
Esteban V la ayuda de la corte imperial. En tanto se intensificaban las
acciones diplomáticas la defensa se fue organizando alrededor de Espoleto y
Salerno. Un notable de Rieti encabezó un pequeño ejército que consiguió
expulsar a los musulmanes del valle alto del Anio. Poco después los
habitantes de Nepi y Sutri consiguieron otra victoria cerca del Tíber lo que
obligó a las bandas árabes a un repliegue táctico a través de la llanura del
Lacio para fortificarse en el campamento del Garellano, mientras tras ellas

21
llegaban las tropas de Roma y Espoleto acaudilladas por el Papa y el
margrave Alberico.
Pronto llegaron refuerzos de importancia al campamento cristiano: el nuevo
estratego de Longobardia, Nicolás Picingli, acudió a Campania con las tropas
a su mando reforzadas por destacamentos enviados directamente desde
Constantinopla. En su marcha hizo un alto ante Nápoles para obligar al
duque Gregorio a abandonar la alianza con los árabes. La demostración de
fuerza unida a la seducción del oro y la promesa de un título oficial
convencieron al duque y a su socio el hypatos de Gaeta para reconocer la
autoridad bizantina y romper su alianza con los musulmanes. Por su parte el
señor de Gaeta obtuvo la confirmación de la donación papal de la villa de
Fondi que ya le había sido concedida por Juan VIII en 882.
Tras solucionar esta cuestión en 915 la liga cristiana se reunió por fin a orillas
del Garellano. La flota bizantina comenzó a entrar en la desembocadura del
río en el mes de junio mientras las tropas terrestres maniobraron para formar
un cerco sobre el campamento fortificado. En la acción estaban presentes
todos los señores principales de la Italia Meridional: el duque Gregorio,
Atenulfo de Capua y Guaimar de Salerno acompañados del conde Berenguer
de Friuli y del margrave de Espoleto que combatían al frente de sus tropas al
igual que el Papa. Al mando de la coalición se situó el estratego Picingli que
comenzó a dirigir las operaciones al pie de la colina principal donde se
concentraba la defensa sarracena. Durante tres meses se bloqueó
concienzudamente el recinto hasta que, acuciados por la necesidad, los
asediados se decidieron a intentar la salida en agosto siguiendo el consejo en
secreto de los señores de Nápoles y Gaeta. Tras incendiar el campamento los
árabes intentaron la huida en grupos reducidos a través de los montes
vecinos por donde fueron perseguidos por los cristianos de modo que pocos
pudieron escapar con vida.
La victoria del Garellano hizo desaparecer de la península la última colonia
musulmana y liberó la Campania y la Italia central de sus incursiones. El
beneficio para Bizancio fue ver su autoridad reconocida en toda la Italia
meridional desde Gaeta hasta el monte Gargano, con los señores de Nápoles
y Gaeta portando orgullosamente las dignidades conferidas por el
emperador. En recuerdo de la gran victoria el hypatos Juan I hizo construir en
la orilla del río una torre fortificada sobre la tierra en la que ahora Gaeta
volvía a señorear.

22
La organización administrativa
Tras la caída de Taormina en 902 nada quedaba ya del antiguo thema de
Sicilia del que Calabria había sido en tiempos un ducado. Desde el siglo VIII
su estratego tenía a su cargo, además de la propia isla, los ducados de
Calabria y Otranto junto con Nápoles, que desde 755 empezó a desarrollar
una política independiente del Imperio liderada por el duque Esteban,
miembro de la aristocracia militar local y elegido por vez primera por sus
conciudadanos en lugar de serlo por su superior en Sicilia. Estos ducados
sufrieron desde mediados del IX la transformación administrativa que los
convirtió en turmas igualándolos así con la tipología organizativa vigente en
el resto del estado bizantino.
Ahora un estratego pasó a residir en Reggio, prueba quizás de la relación
estrecha que todavía debía existir con las comunidades cristianas que
mantenían un cierto grado de independencia en algunas comarcas al oeste y
al sur de Messina. En la propia Calabria el territorio comprendido por la
demarcación administrativa era mayor que el existente a principios del VIII
al extenderse también al valle del Crati con las villas de Cosenza y Bisignano.
Por contra la tierra de Otranto que antes había formado parte de la región
calabresa pasó a depender del nuevo thema de Longobardia. En esta época se
produjeron algunas actuaciones de repoblación. Basilio I reconstruyó
Galipoli y la repobló con griegos de Heraclea del Ponto. En Calabria se
asentaron parte de las tropas auxiliares armenias que llegaron a Italia con
Nicéforo Focas, así como 1.000 esclavos liberados de la viuda Danielis, la
famosa terrateniente del Peloponeso. Otros 3.000 libertos de la misma
procedencia fueron enviados a Apulia más tarde, ya durante el reinado de
León VI. En el terreno eclesiástico sin embargo las circunscripciones fijadas
en la época de León VI reprodujeron la antigua distribución, y así por
ejemplo el obispado de Galipoli en la tierra de Otranto siguió dependiendo
de la sede calabresa de Santa Severina. Desde el reinado de Basilio I la villa
de Otranto fue residencia de altos funcionarios bizantinos, pero fue la ciudad
de Bari, tras la ocupación por el baiulos Gregorio la que desde el principio se
constituyó en capital del nuevo thema de Longobardia y residencia por tanto
del gobernador bizantino en la península.
El estratego radicado en Bari estaba encargado de una doble misión militar y
diplomática: como político debía entrar en contacto con los príncipes
lombardos y coordinar su participación en las luchas contra los sarracenos. Y
debido a que Bizancio consideraba que todos los estados de Italia meridional

23
seguían estando bajo su soberanía el gobernador era el encargado de hacer
llegar a los señores de Benevento, Capua, Salerno, Nápoles, Amalfi y Gaeta
los despachos que la cancillería imperial enviaba significativamente en forma
de órdenes (keleusis), procedimiento administrativo utilizado con los
súbditos del Imperio en contraposición a grammata, las cartas imperiales
dirigidas a aliados independientes. Durante todo el período las relaciones
con los pequeños estados pasaron por fases alternantes de paz y tensión que
pueden ser seguidas e interpretadas fácilmente por el estudio de la datación
de la documentación de la época que utilizaba los años de gobierno del
Imperio cuando estaba en buenas relaciones con Constantinopla o los de la
autoridad local en momentos de desencuentro. De la misma forma en el
primer caso eran citados los títulos otorgados por Bizancio o bien silenciados
si las relaciones no eran buenas en el momento de la redacción del
documento.
El estratego debía también intervenir en Campania para influir sobre la
política local en defensa de los intereses del Imperio. Pero también tenía que
guerrear en colaboración con los estrategos de otros themata que acudieron a
Italia sucesivamente enviados por el emperador para afirmar el dominio de
Bizancio en la península. Probablemente el primer gobernador de
Longobardia fue Gregorio, sucedido por Teofilacto en 886 y en el desempeño
de su cargo no deben ser confundidos con hombres como Esteban Majencio o
Nicéforo Focas, militares investidos con poderes extraordinarios para una
campaña específica a cuyo término debían regresar a Constantinopla.
Sabemos también del patricio Jorge, que residía en Tarento hacia 887-888,
donde quiso obligar a sus habitantes a escoger un obispo griego que
reconociese la jurisdicción de Constantinopla, pero no podemos conocer con
absoluta certeza si este oficial era o no gobernador de Longobardia.
El primer oficial que se declara expresamente estratego de Longobardia es
Simbaticio, el conquistador de Siponto y Benevento en 891. Resulta
significativo en estos años que los oficiales al mando lo son también de
Cefalonia en las islas del Jónico, que parecen haber compartido durante unos
años al mismo gobernador posiblemente hasta que las necesidades
organizativas en Italia exigieron de nuevo la división en dos
circunscripciones. Por estos mismos años, perdida prácticamente Sicilia salvo
las plazas de Taormina, Aci y Rametta que cayeron en 902, se fue afirmando
en las fuentes la denominación de Calabria como thema aunque en la
nomenclatura oficial el cargo de estratego de Sicilia siguió apareciendo

24
regularmente. Sólo entre 938 y 956, según Falkenhausen, puede datarse la
creación oficial del thema de Calabria, pues ya en esa última fecha Mariano
Argiro utilizó esa titulación, aunque probablemente la reorganización
administrativa llevaba ya algunos años en funcionamiento. En ocasiones
puntuales los themata de Calabria y Longobardia fueron reunidos
temporalmente en un único mando, como fue el caso durante los gobiernos
de Basilio Cladon en 938, de Mariano Argiro en 956 o de Nicéforo
Hexacionites en 965, debido posiblemente a la necesidad de reemplazar a un
general caído en combate o reclamado a Constantinopla. En otros casos el
motivo fue agrupar más eficazmente las fuerzas de ambas circunscripciones,
pero en cualquier caso la administración de ambos themata volvió luego a
recibir sus gobernadores independientes.
Aunque en estos años no se advierte una delimitación clara de los límites de
la provincia se pueden distinguir tres zonas reconocibles en la Italia
meridional. En primer lugar la región del litoral del Adriático alrededor de
Bari y Siponto, Tarento y el valle del Crati en donde la autoridad bizantina
estaba solidamente establecida. En segundo lugar las tierras del antiguo
condado de Capua, alrededores de Benevento y Salerno donde los príncipes
lombardos seguían ejerciendo el control. Y en tercer lugar una zona
intermedia en la que la autoridad no estaba claramente definida y se
inclinaba sucesivamente a favor de unos u otros en medio de una lucha sorda
de influencias en la que se pueden apreciar los intentos por parte de la
administración bizantina de ir sustituyendo pacientemente el protectorado
vago por un control más directo. Los medios empleados para atraer a los
indecisos incluían el soborno, el otorgamiento de títulos y dignidades y la
promesa de ingresos regulares en metálico por parte de la administración
imperial. La generalización de tales prácticas derivó en excesos que fueron ya
denunciados por León VI en sus obras, en las que se queja de las malas
costumbres adoptadas por los oficiales que permanecían durante un tiempo
prolongado en Italia contagiados, según sus palabras, “por la avidez de los
lombardos y su deseo de lucro”. Una práctica política de estas características
costaba cara y debía ser financiada mediante contribuciones siempre en alza,
pero los gobernadores italianos no recibían ingresos de Bizancio con
regularidad, tal y como nos informa Constantino VII en el Libro de las
Ceremonias, por lo que en muchas ocasiones debía ser el propio thema el que
subviniese a sus necesidades. El peligro de sublevaciones y descontento ante
las cargas económicas impuestas por ello a las poblaciones locales era pues

25
un peligro real del que se dieron alguna muestra las rebeliones de 887 en Bari
y 894 en Benevento. Sin embargo, durante los primeros años del siglo X la
situación se mantuvo tranquila y sólo sería a partir de la década de 920
cuando comience a reproducirse un ciclo constante de revueltas e
inestabilidad política en la región.

Años de inestabilidad
La paz de que gozaba Calabria se interrumpió bruscamente en 917 con la
reanudación de los ataques piráticos, esta vez encabezados por los
gobernantes fatimíes que en ese año habían derribado el emirato
independiente de Palermo. Desde Mahdia se enviaron nuevas expediciones
que asolaron las costas calabresas sin otro objetivo que saquear y tomar
prisioneros y descartando objetivos más ambiciosos a excepción del incidente
aislado que fue la toma temporal de Reggio en 918. La respuesta de las
autoridades bizantinas ante la reanudación de los ataques fue tratar de llegar
a un acuerdo económico. El estratego de Calabria Eustacio, uno de los
chambelanes del emperador, ofreció a los musulmanes el pago de un tributo
de veintidós mil piezas de oro, posiblemente a finales de ese mismo año, lo
que puede explicar el cese de las incursiones en el período siguiente.
Poco tiempo después Eustacio fue sustituido en el cargo por Juan Muzalon
(también llamado en las fuentes Bizalon). El nuevo estratego tomó una
decisión impopular al elevar los impuestos para poder hacer frente al tributo
y su actuación dió lugar a una revuelta en la que pereció asesinado, poco
tiempo después de la llegada al poder de Romano I Lecapeno, posiblemente
entre 921 y 922. En su ayuda los sublevados pidieron auxilio a Landulfo de
Capua. En abril de 921 se produjo también la muerte en Ascoli Satriano del
estratego de Longobardia Ursileon durante un enfrentamiento contra los
príncipes lombardos venidos en ayuda de los habitantes de Apulia en
rebeldía. Tras hacerse dueños de Ascoli, Landulfo de Capua y su hermano
Atenulfo extendieron su dominio a toda la región en un acto de declarada
rebeldía a la autoridad imperial. Una fuente alternativa para estos hechos está
disponible en las cartas del patriarca Nicolás Mstikos que en esos años
mantuvo una activa correspondencia con diversos personajes de relevancia en
Italia, entre ellos el propio Landulfo. Por ellas se conoce que los sublevados
se apresuraron a enviar cartas a Constantinopla responsabilizando de los
hechos al fallecido estratego y reafirmaban su voluntad de mantenerse leales
a Bizancio a condición de que no se castigase a los culpables y se nombrase

26
como nuevo gobernante de Longobardia al propio Landulfo. La corte
bizantina respondió con cautela ante esas propuestas sabedora del peligro
que encerraban. Aunque no se conocen los detalles exactos de las
negociaciones se documenta a partir de 925 en los documentos oficiales de
Capua la desaparición de los títulos de patricio y anthypatos que antes
portaba el príncipe, signo inequívoco de la ruptura de relaciones. Sabemos
también que Landulfo se retiró finalmente de Apulia porque volvió a
invadirla pocos años después.
+
En el año 922 se registró en tierras de Campania la aparición de las temidas
bandas húngaras que por esos años saqueaban toda la Europa Central.
Simultáneamente a esta amenaza los piratas árabes volvieron a la actividad
en el mismo año en las costas de Calabria donde ocuparon la villa de Santa
Agata. A partir de 924 le tocó el turno a Apulia donde los piratas eslavos
hicieron su aparición actuando desde sus bases en las islas del Adriático o al
servicio de los jefes árabes. En 925 un ejército árabe llegado de África
desembarcó cerca de Tarento al mando de Abu Ahmed Jaffar Ibn Obeid y
avanzó en dirección a Oria. En esta ciudad rica y populosa, que contaba con
una abundante colonia judía, se había refugiado el estratego de Calabria. Su
resistencia duró poco y tras una breve lucha la ciudad cayó en manos de los
atacantes el 1 de julio librando un enorme botín. El oficial bizantino debió
pagar por su libertad un fuerte rescate y la entrega de un tributo aseguró a la
región la paz durante algunos meses. De estos hechos tenemos cumplidas
noticias por las crónicas de un miembro de la numerosa comunidad judía de
Oria, el juez Sabbatai Donnolo, entonces un niño de 12, hecho prisionero en
la villa. Donnolo fue liberado en breve y en su carrera posterior, famosa por
sus conocimientos de medicina y astrología fue médico personal del
gobernador de Calabria Eupraxio, emprendió viajes en busca de
conocimiento que le llevaron hasta Bagdad y mantuvo correspondencia con
importantes personajes de la época como Nilo el Menor, abad de Grotta-
Ferrata.
Parece ser que en este año 925 tuvo lugar el curioso episodio de la detención
de unos embajadores búlgaros y árabes de regreso de África a la altura de las
costas calabresas. El rey Siméon, que en estos momentos se encontraba en
guerra con Bizancio, había iniciado contactos con los fatimíes para establecer
una alianza contra su enemigo común. Los barcos bizantinos que apresaron a
los diplomáticos regresaron con sus valiosos prisioneros a Constantinopla

27
donde haciendo gala de prudencia Romano Lecapeno ordenó la retención de
los búlgaros y la devolución de los árabes a su hogar con la promesa de la
renovación del tributo regular acordado en 918/19 que volvería a ser pagado
por el estratego de Calabria, aunque esta vez reducido a la mitad del
montante original, unos 11.000 nomismata en total.
+
El Mahdi aceptó la ratificación de la tregua que se había firmado en Oria poco
antes, aunque la paz demostró ser poco duradera ya que al año siguiente se
produjo un nuevo ataque, esta vez a cargo del emir de Sicilia acompañado
por el jefe eslavo Sabir al mando de una armada de más de cincuenta galeras
que llegaron para asediar Tarento. El 15 de agosto de 928 la ciudad cayó por
asalto y según las fuentes árabes más de 6.000 cristianos perecieron y los
supervivientes fueron deportados como esclavos a África. Ese mismo año otro
jefe eslavo, Miguel Vysevic de Zaclumia, atacó y saqueó Siponto. Por su parte
Sabir, tras la toma de Tarento remontó las costas del Tirreno e impuso
cuantiosos rescates a las ciudades de Salerno y Nápoles. Tras volver sobre sus
pasos Sabir entró en el Adriático y superando el promontorio del Gargano
entró en Térmoli tras haber dispersado a unos cuantos navíos bizantinos que
intentaron ofrecerle resistencia.
Tras la muerte del Mahdi en 934 las ciudades y villas de Calabria dejaron de
pagar el tributo anual y la revuelta en Sicilia de los habitantes de Agrigento
de 937 a 941 que arrastró a buena parte de la isla distrajo la atención de los
musulmanes que dejaron tranquilas las costas italianas por algunos años. Los
bizantinos, muy interesados en la prolongación de ese conflicto, sostuvieron
la causa de los rebeldes enviándoles entre 937 y 939 barcos cargados de trigo
para asegurar su sustento.
La delicada situación ante los repetidos ataques musulmanes fue
aprovechado a su vez por los príncipes lombardos para liberarse de un
protectorado no deseado ya. En 926 Landulfo de Capua, esta vez aliado con
Guaimar de Salerno, invadió nuevamente Apulia. La ruptura simbólica con
Bizancio había tenido lugar ese año ya con el cese de las menciones a títulos
bizantinos en las cartas y privilegios otorgados por esos príncipes pero ahora
la rebeldía abierta se tradujo en el recurso a las armas. Las tropas aliadas de
ambos principados atacaron a los bizantinos pero fueron vencidas en un
primer encuentro. En socorro de los coaligados acudió Teobaldo, margrave de
Espoleto, y con su ayuda los aliados consiguieron derrotar a su vez a los

28
imperiales. La rebelión afirmada con estos apoyos externos se prolongó hasta
934.
Mientras estos acontecimientos tenían lugar el príncipe de Salerno por su
parte había invadido Lucania y el norte de Calabria. Sólo se tienen noticias
confusas de los combates en la región, aunque hay registros de un
enfrentamiento en Basentello, entre Acerenza y Venosa, contra las tropas del
estratego Anastasio. Según un testimonio posterior de Liutprando de
Cremona Landulfo permaneció en Apulia durante cinco años antes de ser
desalojado por un contraataque bizantino.
La respuesta de la corte imperial llegó en 934 cuando el patricio Cosmas fue
despachado rumbo a Italia con una pequeña escuadra compuesta por once
chelandia a la que acompañaba un contingente de 415 rusos en siete barcos
largos. Excepcionalmente para esta expedición contamos con cifras precisas
que se nos han conservado en el Libro de las Ceremonias. Los soldados
escogidos que la componían eran sobre todo de caballería: 200 hombres de los
themata de los Tracesios y de Macedonia, y una representación de la guardia
imperial compuesta por 98 scholarioi, 608 neoi scholarioi, 31 soldados de la
gran Heteria y 46 de la Heteria media, 71 basilikoi, 35 hombres del Arithmos y
un grupo de federados entre los que aparecían turcos, armenios y jázaros
hasta un total de 1.453 soldados. Una fuerza tan pequeña no desembarcaba
para combatir sino para ofrecer una escolta rutilante a su jefe, llegado como
embajador en nombre del emperador para negociar con los príncipes
lombardos.
Pronto tuvo lugar una entrevista entre Cosmas y Landulfo en la que el
primero, que había conocido tiempo atrás a su interlocutor, razón por la cual
había sido elegido por el emperador para esta misión, invitó al lombardo a
abandonar las tierras ocupadas y a volver a la gracia de su favor exponiéndole
los peligros a los que se enfrentaba por su rebeldía ante su señor. A pesar de
sus esfuerzos la cuestión quedó indecisa, aunque Landulfo posteriormente
accedió a retirarse de Apulia.
Para convencer con argumentos persuasivos al renuente Landulfo en 935 una
nueva misión llegó de Constantinopla, también formada por once barcos de
la flota imperial, que trasladaba a Italia al protoespatario Epifanio encargado
de transportar los presentes que sellaban la alianza del Imperio con Hugo de
Provenza, rey de Italia desde su coronación en Pavía en 926, contra los
señores lombardos. Epifanio traía un rico cargamento de telas de seda,
mantos finamente bordados, perfumes, incienso y joyas destinados a sus

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nuevos aliados entre los que descollaba el margrave de Espoleto, vecino de
sus rivales lombardos y que ahora cambiaba de bando. Una alianza de estas
características era demasiado para Salerno y Capua. Atenulfo en nombre de
Capua y Benevento, y Guaimar y Guaifer, como señores de Salerno aceptaron
a regañadientes firmar la paz y acabar con la revuelta, aunque su mala
disposición al entendimiento se puso de manifiesto al año siguiente cuando
Atenulfo volvió a atacar territorio bizantino, esta vez en Siponto pese a la
oposición del estratego Basilio Cladon. Los enfrentamientos se reproducirían
años después, pues hay noticia de un combate en Matera alrededor del año
940 contra el nuevo estratego de Longobardia, probablemente Teognosto
Limnogalacto.
Es en estos años de frecuentes contactos con el rey Hugo cuando la flota
bizantina, aprovechando la paz momentánea con los árabes sicilianos, hizo
aparición con frecuencia en el Mediterráneo occidental dejándose ver por las
costas de Córcega y Cerdeña y persiguiendo a los piratas árabes hasta las
costas francesas. La operación más significativa tuvo lugar en Fraxinetum
(actual La Garde-Freinet, al norte de Saint-Tropez) en la costa provenzal en
941 y a petición del monarca franco que deseaba la colaboración de los barcos
imperiales provistos de fuego griego para desalojar a los piratas árabes allí
establecidos. Romano Lecapeno contestó afirmativamente a la petición de
ayuda al tiempo que solicitó el envío de una hija del rey para su nieto
Romano, el hijo de Constantino VII y futuro emperador. Hugo se apresuró a
contestar atemorizado que sólo tenía una hija, ilegítima pero muy hermosa.
Tras considerar la cuestión Romano consideró finalmente aceptable a la joven
Berta y aprobó el ofrecimiento. En 944 el estratego de Longobardia Pascual
acudió a la corte para recoger a la muchacha que marchó hacia el este
acompañada por el antiguo obispo de Parma y un suntuoso cortejo. A su
llegada a Constantinopla Berta fue rebautizada como Eudocia y en
septiembre de ese año contrajo matrimonio con el joven Romano, aunque la
joven princesa no llegó a ver consumado su matrimonio al morir
prematuramente en 949. Si la alianza matrimonial fracasó en último término
tampoco fueron satisfactorias las operaciones militares pues, si bien la flota
bizantina consiguió dispersar a los barcos árabes establecidos en la costa
provenzal, la colonia musulmana resistió todavía medio siglo más antes de
ser eliminada.
En estos últimos años del reinado de Romano I Bizancio también reestableció
relaciones con Cerdeña, que desde la caída del exarcado de África había

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quedado abandonada a sus propios medios al igual que Córcega que
probablemente carecía entonces de cualquier estructura política estable. Por
la sigilografía se conocen los nombres de algunos hypatoi y duques sardos
durante los siglos VII y VIII lo que permite suponer que la estructura
administrativa imperial se mantuvo en cierta medida. Sabemos también que
en 935 la isla fue saqueada por los piratas árabes lo cual nos informa
indirectamente de la ausencia de una administración musulmana en Cerdeña.
Precisamente de mediados del X se conservan referencias en el Libro de las
Ceremonias a los arcontes sardos que, según se explica, recibían órdenes
directas (keleusis) del gobierno de Constantinopla. Han sobrevivido de esta
época algunas inscripciones en varias iglesias en las villas de Villasor y
Sulcis datadas entre 930 y 1000, en las que se hace referencia al arconte
denominándolo Torquitorio como portador en un caso del título de
protoespatario imperial y en otro de espatario lo cual ha llevado a Runciman
a sugerir que se tratase de un cargo local más que de un nombre propio.
En enero de 945 comenzó la etapa de gobierno personal de Constantino VII
tras la exitosa conspiración contra su suegro en diciembre anterior.
Constantino quiso mantener el papel de Bizancio como actor principal en los
asuntos italianos e intercambió embajadas con Berenguer, el sucesor de
Hugo. Precisamente en una de ellas en 949 figuró ya Liutprando, el obispo de
Cremona que nos ha dejado un testimonio de su primer viaje a
Constantinopla en su Antapodosis.
Italia meridional gozó de un tiempo de paz en sus relaciones con los
sarracenos de Sicilia y África, todavía ocupados en sus contiendas civiles. A
pesar de todo, las autoridades bizantinas mantuvieron una prudente
vigilancia en prevención de posibles sorpresas especialmente en momentos
delicados como la preparación de la expedición a Creta de 949. En los meses
previos la flota imperial se mostró muy activa en los apostaderos occidentales
para supervisar los movimientos de los árabes de Sicilia y África. En
Dirraquio se estacionaron siete navíos ousiai y en Calabria otros tres para
prevenir posibles incursiones en Grecia y Dalmacia. Tres de estos barcos al
mando del ostiario y nipsistiario Esteban llegaron incluso hasta las costas
españolas en sus misiones de vigilancia mientras que ante África se apostó el
protoespatario y asekretis Juan con tres chelandia y cuatro dromones.
Similares precauciones se tomaron en el resto de las costas del Imperio.
La agitación política en Sicilia redundó en beneficio de Bizancio y no sólo por
la tregua en las incursiones sino también por las oportunidades comerciales

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que surgieron entonces al tratar con los sublevados sicilianos que
necesitaban urgentemente grano del continente. El tráfico de trigo en
dirección a los mercados árabes proporcionó enormes ganancias al entonces
estratego de Calabria Crinités Caldos al obtener el grano de los calabreses a
muy bajo precio y revenderlo luego a sus clientes más allá del mar. El
escándalo provocado por estos manejos provocó una investigación imperial
que supuso el cese de Crinités y la pérdida de todos sus bienes.
En 947 la guerra civil concluyó por fin en Sicilia y el nuevo emir Al Hassan se
apresuró a reclamar al estratego de Calabria el pago del tributo que desde
hacía años había sido descuidado. Ante la amenaza de nuevas incursiones los
calabreses pidieron auxilio a Constantinopla que contestó preparando una
nueva expedición a occidente. La flota al mando de Macroioannes
transportaba un ejército a las órdenes del patricio Malaceno y desembarcó en
Otranto en 951 para unir sus fuerzas a las tropas del estratego Pascual. Por su
parte Al Hassan, después de recibir un refuerzo de 7.000 jinetes y 3.500
infantes desde África, comenzó en julio el asedio de Reggio que al poco se
rindió tras la huida de sus habitantes a las montañas. Remontando hacia el
norte atacó la plaza fuerte de Gerace pero la noticia de la llegada inminente
del ejército bizantino obligó al emir a pactar una tregua con los lugareños a
cambio del cobro de un tributo. Tras arreglar este asunto Al Hassan condujo a
su ejército en busca del enemigo. En su avance barrió la débil resistencia de
las avanzadas imperiales y sin oposición atravesó el Crati y puso sitio a
Cassano donde también recibió tributo. Tras comprobar que el ejército rival
no aparecía por ningún lado Al Hassan dio media vuelta y regresó a Messina.
En la primavera de 952 el ejército árabe volvió a atravesar el estrecho y chocó
con el ejército imperial cerca de Gerace el 7 de mayo. En el combate encontró
la muerte Malaceno y Pascual logró escapar a duras penas. Tras la victoria se
reinició el asedio a Gerace interrumpido el año anterior pero de nuevo no
llegó a su término por la llegada en verano del asekretis Juan Pilato venido de
Constantinopla para tratar de la paz. En el acuerdo posterior los bizantinos
debieron aceptar la construcción de una mezquita en Reggio obligándose a
respetar sus actividades y reconociendo el derecho de asilo en ella para los
refugiados musulmanes que pudiera haber en la región. De cualquier modo
esta tregua no detuvo los ataques de los piratas que siguieron azotando la
región y en algunos casos obligando a las poblaciones de algunas villas a huir
hacia el norte en busca de condiciones de subsistencia más seguras.

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En estos años el thema de Longobardia había sido atacado repetidas veces por
los húngaros. Hacia 938 habían sometido a tributo al monasterio de
Montecassino y sembrado el terror en la región de Salerno. En 947 volvieron a
hacer su aparición en Apulia llegando en sus incursiones hasta Otranto.
Posiblemente la acción combinada de sus ataques y la miseria provocada en
las poblaciones locales supuso un acicate para la renovación de las contiendas
civiles en la región con el estallido de nuevos conflictos entre las autoridades
bizantinas y la población lombarda. Tenemos noticias de una sangrienta
revuelta en Bari en 946 y entre ese año y 950 Ascoli y Conversano se
declararon en rebeldía y cerraron sus puertas a los funcionarios imperiales.
La respuesta fue la organización de una nueva expedición.
En 955 llegó a la península el anthypatos y patricio Mariano Argiro con
tropas tracias y macedónicas. Su misión, además de vengar la derrota ante los
árabes en Calabria, era la de someter de nuevo a la autoridad imperial a
Nápoles, cuyo duque Juan había establecido una alianza con Capua y
Benevento. El patricio, investido de la autoridad absoluta en Italia como lo
atestigua su título de estratego de Calabria y Longobardia, se dirigió desde
Otranto al encuentro de los napolitanos mientras una flota al mando de
Crambeas y Moroleon avanzaba a lo largo del Tirreno sirviéndole de apoyo.
A su paso por Campania Mariano Argiro entabló contacto con Gisulfo,
príncipe de Salerno, que en 956 retomó nuevamente el título de patricio y una
vez ante Nápoles la sometió por la fuerza imponiendo la renovación de los
antiguos juramentos de fidelidad al Imperio. Tras restablecer la situación en
el norte Argiro regresó para enfrentarse a los árabes. Un nuevo ejército
sarraceno al mando de Ammar, un hermano de Al Hassan, acantonado en
Palermo desde el invierno de 956, se preparó para pasar en la primavera del
año siguiente a Calabria, pero su acción fue retrasada por las operaciones del
protokarabos Basilio que al mando de una pequeña fuerza naval destruyó la
mezquita de Reggio y hostigó las costas sicilianas llegando a tomar Termini.
En 958 por fin los dos hermanos reunieron sus tropas y se dispusieron a pasar
al continente. Sin embargo no se conoce bien cómo terminó la campaña pues
las fuentes griegas hablan del retorno apresurado de los árabes a Sicilia y las
crónicas musulmanas celebran una victoria sobre Mariano Argyro y el envío
de numerosos prisioneros a Sicilia. Durante su regreso la flota árabe se vio
sorprendida por un temporal en el que perdió la vida Ammar. Pronto se
acordó una nueva tregua que duraría hasta la época de la desastrosa
expedición a Sicilia ya durante el reinado de Nicéforo Focas pero la paz

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llegaba tarde para Calabria. Los testimonios de los contemporáneos hablan
de un país despoblado por las invasiones y arrasado por la depredación que
obligó incluso a la marcha de muchos de los ascetas y monjes moradores de
las cavernas que allí estaban asentados.
Tras la llegada de la paz a Italia meridional llegó la hora de que Bizancio
volviese su mirada sobre Sicilia. La isla había sido teatro de continuos
combates desde principios del siglo IX y su control por parte de los árabes
condicionó siempre la vida de las provincias italianas del continente. Con la
llegada de un gobierno decidido a pasar a la ofensiva quizá el Imperio podría
recobrar las posesiones tanto tiempo perdidas y afirmar así su dominio en el
Mediterráneo occidental.

La lucha por Sicilia

Aunque los árabes comenzaron la conquista de Sicilia durante el reinado de


Miguel II su presencia se había hecho notar desde mucho antes y ya a
mediados del siglo VII las costas sicilianas vieron aparecer los primeros
barcos musulmanes. En 652 una flotilla proveniente de Siria al mando de
Moawya Ibn Hodaig fue la primera en explorar las posibilidades que la gran
isla ofrecía. La expedición fue un simple tanteo y tras enfrentarse a las tropas
del exarca Olimpio se retiraron sin ser molestadas. Una nueva expedición
llegó esta vez desde Alejandría en 669 con casi 200 barcos, aprovechando la
confusión tras el asesinato de Constante II en Siracusa el año anterior. Tras
saquear el país y obtener un rico botín regresó a su base nuevamente sin
tropiezos. La buena fortuna de las empresas realizadas movió a los
gobernantes en Egipto a preparar una base adecuada para sostener nuevas
campañas y en 700 la isla de Cossyra (Pantelaria) a 60 millas de Sicilia se
convirtió en la cabeza de puente de la ofensiva sobre la isla. Durante la
primera mitad del siglo VIII los ataques fueron constantes, aunque hacia
mediados de siglo se alcanzó una situación de tregua. En 805 el gobernador
de África Ibrahim Ibn al Aglab acordó con el patricio de Sicilia Constantino
una tregua de diez años, aunque la inestabilidad política en África del Norte,
con los Idrisíes tomando el poder en Túnez y Tripolitania y los Omeyas
españoles saqueando las islas de Córcega y Cerdeña convirtieron la tregua en
ineficaz. Afortunadamente para los intereses bizantinos omeyas, idrisíes y
aglabíes estaban demasiado ocupados luchando entre sí para formar un
frente común.

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En 813 Abu’l Abbas, hijo de Ibrahim, acordó una nueva tregua de diez años y
un intercambio de prisioneros con el patricio Gregorio. En el tratado también
se examinó la cuestión de la seguridad de los mercaderes griegos y árabes que
en flujo continuo circulaban entre Sicilia y África, pero a pesar de estos
acuerdos las incursiones árabes se reanudaron en la década de 820 con el
resultado de logros territoriales permanentes. En opinión de Treadgold la
defensa de Sicilia en estos años estaba a cargo de un destacamento no
superior a 1000 soldados apoyados por una fuerza de similar porte en
Calabria. Las fuerzas navales del thema debían ser también de tamaño
modesto, posiblemente una decena de barcos.
El desencadenante último de la invasión de la isla en 827 fue la disputa entre
el estratego de Sicilia Constantino Sudes y el turmarca Eufemio. Éste último,
al mando de los destacamentos de la flota apostados en la isla, se había
rebelado en 826 contra el gobierno imperial. Eufemio se había destacado poco
antes al realizar exitosas incursiones en la costa africana en el transcurso de
las cuales había logrado apresar varios mercantes y apoderarse de un
cuantioso botín y numerosos prisioneros. En esos momentos Constantino
Sudes recibió órdenes de Constantinopla para detener a Eufemio y someterlo
a juicio (las fuentes griegas explican esa orden repentina aludiendo a una
trama novelesca según la cual Eufemio había raptado dos o tres años antes a
una monja y la había forzado a casarse con él. Las quejas de sus familiares
ante el emperador llevaron a una investigación a cargo del patricio de Sicilia
que supondría para Eufemio, en caso de confirmarse su culpabilidad, la
pérdida de su nariz. Conocedor del peligro, Eufemio expuso la causa ante sus
hombres y la flota, que le apoyaba, se declaró por su causa. En opinión de
Vasiliev las causas deben verse más bien en el aprovechamiento por parte de
Eufemio de la revuelta de Tomás el Eslavo y el ataque musulmán a Creta que
favorecieron sus propios proyectos, sin duda meditados desde tiempo atrás).
Cuando el turmarca tuvo noticias de lo que se preparaba contra él se decidió a
tomar la iniciativa atacando Siracusa. Tras conocer la toma de la ciudad
Constantino Sudes se dirigió a su encuentro pero fue vencido y tuvo que
refugiarse en Catania. Acosado por su rival intentó huir pero pronto fue
hecho prisionero y muerto. Tras su victoria Eufemio se proclamó emperador a
finales de 826 y empezó a organizar el gobierno de la isla apoyándose en sus
partidarios. Confió el control de la región occidental a uno de sus oficiales
llamado Platón, el Palata de las fuentes árabes, seguramente con la esperanza
de que pudiese atraer a la causa a su primo hermano Miguel, que era

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gobernador de Palermo en esos momentos. Pero los cálculos de Eufemio se
demostraron erróneos cuando Platón se mostró más que dispuesto a cambiar
de bando y formar de nuevo bajo la insignia imperial y no dudó en reunir un
ejército para enfrentarse a su antiguo comandante. En el combate que siguió
Eufemio fue derrotado y fue expulsado de Siracusa desde la que tuvo que
reembarcarse con lo que le quedaba de sus tropas y zarpó hacia África. En su
desesperación pidió auxilio al emir de Kairuán Zidayat Ala prometiendo
reconocer su soberanía y compartir con él las rentas de la isla. Tras consultar
con su corte el emir se decidió por enviar una expedición al mando del qadi
Abu Abdala Asad Ibn al Furat Ibn Sinan. La flota comprendía entre 70 y 100
barcos y transportaba a 1000 infantes y 700 caballos sin contar con las fuerzas
de Eufemio. Ambas armadas se reunieron en la bahía de Susa el 14 de junio
de 827 y al cabo de tres días alcanzaron el punto más cercano de Sicilia, la
villa de Mazara, donde Eufemio tenía partidarios, evitando pasar junto a
Lilibeo que se encontraba bien fortificada. Los destacamentos de vigilancia
en la zona opusieron una débil resistencia y las tropas de Asad pudieron
capturar a los soldados con facilidad, aunque éstos fueron liberados en breve
cuando prudentemente se declararon partidarios de Eufemio. En cualquier
caso, Asad desconfiaba de sus aliados y le pidió a Eufemio que él y sus
hombres se mantuvieran al margen de los combates que iban a tener lugar,
no sin antes haber recomendado a su aliado que utilizase algún distintivo en
su vestimenta para evitar ser confundido otra vez con las tropas imperiales.
Entretanto Platón seguía ejerciendo el mando en la isla y a la espera de
refuerzos que no acababan de llegar se decidió por reunir todas las tropas
posibles y marchar al encuentro de los invasores. Llegado a mediados de julio
a la llanura de Balata (en opinión de Amari a la salida de Mazara en dirección
a Marsala) allí se trabó de inmediato una reñida batalla de la que salieron
vencedores finalmente las tropas de Asad. Según los árabes los bizantinos
huyeron en dirección a la plaza de Enna y dejaron el camino libre a la
penetración de los invasores en el interior de la isla. Por su parte Platón pasó
a Calabria con el propósito de reunir más tropas pero fue asesinado antes de
poder regresar a la isla.
Asad no perdió tiempo en reemprender la marcha. Tras dejar custodiada
Mazara partió en dirección a Siracusa siguiendo la costa sur de la isla. En su
camino pasó por Licata y poco después salieron a su encuentro embajadores
griegos con la promesa de un tributo y la petición de que detuviese su avance.
Asad consintió en detenerse durante unos días por su necesidad de reagrupar

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sus tropas aún a sabiendas de que la tregua era aprovechada por sus
enemigos para fortificar Siracusa, reunir víveres y poner a salvo bienes y
tesoros. En breve los siracusanos se negaron a pagar el resto del tributo
acordado alentados en secreto por Eufemio que les animaba a ofrecer
resistencia a unos árabes más poderosos de lo conveniente para sus
propósitos. Ante estas circunstancias Asad optó por reemprender la marcha y
tras saquear el país llegó ante los muros de Siracusa y la bloqueó por mar y
tierra a la espera de refuerzos de África. La falta de víveres en el campamento
árabe provocó un amago de motín que fue sofocado autoritariamente por
Asad. Entretanto ambos bandos estaban recibiendo refuerzos. De África
llegaron contingentes nuevos que se vieron aumentados con la aparición de
los futuros conquistadores españoles de Creta. Por su parte el emperador
consiguió convencer al Dogo veneciano Justiniano Partecipazio para que
acudiera en auxilio de la ciudad con sus barcos de guerra. Pronto tuvo lugar
un nuevo enfrentamiento ante los muros de Siracusa en el que el uso de un
foso por parte de los árabes provocó un gran revés para las tropas bizantinas
conducidas por el comandante de la guarnición de Palermo. Tras esa victoria
el cerco a Siracusa se hizo más estrecho a finales de 827 y las condiciones de
los asediados más penosas hasta el punto de iniciar conversaciones con los
árabes que fueron rechazadas por éstos ante la esperanza de un rico botín no
limitado por ninguna capitulación pactada. Finalmente, los siracusanos se
vieron favorecidos por un golpe de fortuna en el momento de mayor peligro.
La falta de alimentos entre los árabes apostados ante los muros de Siracusa
afectó gravemente la moral musulmana y facilitó un brote epidémico en el
campamento que terminó por cobrarse la vida de Asad a comienzos del
verano de 828. Sin tiempo de consultar a Cairuán el ejército escogió como jefe
a Mohamed Ibn Abi’l Gawari. En ese momento, cuando Siracusa parecía al
alcance de la mano, aparecieron ante la costa los barcos de la flota enviada por
el emperador en auxilio de la ciudad. Esta vez el gobierno imperial era
consciente del peligro de la situación y de lo difícil que sería recuperar
Siracusa si los árabes llegaban a apoderarse de ella por lo que se habían
reunido todos los medios navales posibles incluyendo la flota de los
Cibyrreotas con su estratego Cratero al frente. Con ellos llegaban otra vez los
venecianos a los que se había recurrido nuevamente tras el fracaso anterior.
Habiéndose convertido de asediantes en asediados, debilitados por el
hambre y la enfermedad y a la vista de una flota mucho mayor que la suya el
ejército árabe sólo pensó en regresar a África por lo que procedieron de

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inmediato a embarcarse e intentaron salir por la estrecha bocana de la bahía.
La flota imperial maniobró para cerrar el paso y atrapó a sus adversarios
dentro. Ante la imposibilidad de poder forzar el paso a mar abierto los árabes
optaron por quemar sus embarcaciones e internarse en la isla.
El ejército musulmán se dirigió hacia el noroeste guiado por Eufemio y en su
camino tomó la localidad de Mineo, a un día de marcha de Siracusa. Otro
destacamento se apoderó de Agrigento, en la costa meridional. Mientras tanto
la gran flota imperial había tenido que zarpar de nuevo ante la acuciante
necesidad de hacer frente al ataque de Abu Hafs en Creta con lo que Sicilia
volvió a quedar abandonada a sus propios medios. Mientras tanto los árabes
seguían progresando. Tras dejar guarnición en Mineo siguieron ruta hasta
llegar a la gran fortaleza natural de Enna (la futura Castrogiovanni). Las
negociaciones fueron confiadas a Eufemio al que los lugareños prometieron
someterse si alejaba a los árabes de su tierra. Cuando el antiguo turmarca
acudió con algunos de sus hombres al lugar convenido para la entrevista la
delegación de la ciudad repentinamente se arrojó sobre él y lo acuchilló hasta
la muerte. Seguramente los árabes no lamentaron mucho la muerte de su
aliado pero este acto presagiaba un restablecimiento de la confianza de la
población en la pronta llegada de refuerzos.
A comienzos de la primavera de 829 el emperador envió al patricio Teodoto,
que posiblemente había sido anteriormente estratego de Sicilia y conocía por
tanto la región, con parte de la flota imperial ya que los Cibyrreotas estaban
fuera de combate por un tiempo tras su derrota en Creta en el otoño anterior.
Tras desembarcar, Teodoto condujo a sus tropas directamente contra los
árabes, que todavía estaban en los alrededores de Enna. Los bizantinos
atacaron pero fueron derrotados por sus rivales y padecieron muchas bajas
además de la captura de 90 oficiales de alto rango. Tras su derrota Teodoto
tuvo que refugiarse en la fortaleza pero su habilidad le permitió a partir de
entonces conducir una inteligente táctica de acoso a los asediantes que le
reportó buenos resultados. Tras emboscar a una partida y derrotarla los
hombres de Teodoto fueron capaces al día siguiente de vencer al ejército
árabe que se había apostado ante la ciudad para vengar las pérdidas de la
jornada anterior. Tras causar muchas bajas a sus enemigos los bizantinos
pudieron rechazarlos hasta su campamento y asediarlo. Desprovistos de
víveres para resistir por mucho tiempo los africanos intentaron un ataque
nocturno pero sólo consiguieron ser destrozados por los imperiales que
aguardaban el asalto. Los árabes, que ya habían perdido a su jefe Abi’l

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Gawari durante el sitio, se decidieron finalmente por abandonar el
campamento y refugiarse en Mineo mientras la guarnición de Agrigento,
incapaz de sostenerse, desmanteló la posición y se retiró a Mazara. Así en el
otoño de 829 los árabes sólo retenían en su poder dos localidades en Sicilia y
su amenaza parecía estar conjurada. Sin embargo, ese mismo año falleció el
emperador Miguel II y con el reinado de su hijo Teófilo volvió a empeorar la
situación para Bizancio en la isla.
En el verano de 830 Sicilia fue atacada por una poderosa flota española que se
unió a los refuerzos de África del norte. Se trataba de entre 20.000 y 30.000
hombres transportados por 300 barcos. Los españoles llegaban con la
intención de saquear, sin intención de coordinarse con sus hermanos de fe
africanos. Al mando de Asbag Ibn Wakil entraron en contacto con los árabes
de Sicilia que les propusieron una acción común contra los griegos, lo que
fue aceptado por los españoles a condición de que Asbag fuese nombrado
comandante en jefe y que los sicilianos les proporcionasen caballos todo lo
cual fue aceptado.
El primer movimiento de los recién llegados fue acudir en socorro de Mineo,
que seguía siendo asediada por Teodoto. Enfrentados a una fuerza muy
superior los bizantinos tuvieron que retirarse a Enna en agosto de 830
mientras Asbag y sus hombres entraban en Mineo en medio del regocijo de
los asediados. Tras destruir la plaza el jefe árabe llevó todas sus tropas al
asedio de otra ciudad en el este, probablemente Caloniana (actual
Caltanisetta). Pero al igual que sucediera en Enna y en Siracusa otra epidemia
en el campamento volvió a causar la muerte del comandante en jefe, y
aunque los hombres de Asbag fueron capaces de tomar la ciudad en el otoño
de ese año decidieron finalmente la retirada. Era la ocasión que estaba
esperando Teodoto. En una serie de combates de retaguardia provocó tan
gran número de bajas entre los árabes en retirada que forzó a los hispanos
supervivientes a reembarcar en sus navíos en Mazara y desde allí tomar
rumbo en dirección a la península. Desgraciadamente en estos combates
también Teodoto cayó muerto con lo que en enero de 831 ambos bandos se
encontraron sin jefes y Sicilia libre de árabes con la excepción del norte,
donde seguían los combates.
Porque entre tanto los árabes africanos durante el mes de agosto de 830
habían puesto sitio a Palermo. La ciudad luchaba sola porque el emperador
Teófilo no había sido capaz de enviar barcos en socorro de la plaza a causa de
las pérdidas sufridas en los dos últimos años y las luchas que los Cibyrreotas

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estaban librando contra los árabes cretenses en el Mediterráneo oriental. Tras
un penoso sitio que se había prolongado durante más de un año Palermo
capituló a principios de septiembre de 831 cuando los víveres se agotaron al
igual que la esperanza de ayuda desde el exterior. Su gobernador,
posiblemente el espatario Simeón, y el obispo Lucas con otros personajes
distinguidos y posiblemente los restos de la guarnición pudieron abandonar
la ciudad con sus bienes y regresar a Constantinopla mientras que el resto de
la población, que había quedado reducida a menos de 3.000 almas, fue
considerado como botín de guerra y enviada a la esclavitud.
Palermo fue la primera ciudad importante en Sicilia conquistada por los
árabes y proporcionó una base sólida para la expansión por el interior. El
emir africano envió en marzo de 832 un nuevo gobernador a la isla aunque
las discordias políticas entre árabes africanos y españoles que siguieron en
los dos años siguientes permitieron un cierto respiro para Bizancio mientras
unos reafirmaban sus conquistas y otros se preparaban para dar una
respuesta, pues en este espacio de tiempo los combates se redujeron al área
de Enna donde estaba agrupada la mayor parte de las fuerzas griegas en la
isla.
Al comienzo de 834 Abu Fihr, el nuevo gobernador de la parte musulmana de
la isla, salió en expedición hacia Enna y tras derrotar a los bizantinos les
obligó a refugiarse en la fortaleza. En el curso de un año volvió a vencer en
otros dos encuentros campales. Tras regresar a Palermo el gobernador envió
destacamentos en todas direcciones para saquear y hostigar al enemigo. La
buena fortuna de Abu Fihr se detuvo aquí pues en ese mismo año 835 fue
asesinado durante una revuelta por algunos de sus propios hombres que
buscaron refugio entre los bizantinos. Su sucesor inmediato, Ibn Ya’qub,
volvió a derrotar ante Siracusa y Enna a los imperiales y dejó su cargo en
septiembre ante la llegada de Abu’l Aglab, primo del propio Ziyadat Ala. La
llegada del nuevo gobernador coincidió con la aparición en aguas sicilianas
de una nueva flota arribada desde Constantinopla. Los navíos griegos se
enfrentaron a los barcos del recién llegado hundiendo o capturando muchos
antes de que los restantes se pudieran poner a salvo en Palermo el 12 de
septiembre. Abu’l Aglab sin embargo contaba con medios para contestar este
ataque e hizo zarpar a todos los navíos de puerto para enfrentarse a la flota
imperial. En el combate naval que siguió los árabes lograron derrotar
decisivamente a los griegos y tomaron varias presas. Para vengar la derrota
anterior el gobernador ordenó que se decapitara de inmediato a todos los

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prisioneros. Tras restablecer la fortuna de sus armas Abu’l Aglab ordenó un
ataque por mar a la isla de Pantelaria y otro terrestre sobre Taormina, donde
sus hombres tomaron prisioneros, quemaron cosechas y se apropiaron de un
cuantioso botín. En adelante el gobernador se mostró muy activo
especialmente contra la fortaleza de Enna que se había convertido en un
objetivo primordial para los árabes y hacia la cual dirigieron repetidos
ataques en estos años. En 837 se le puso de nuevo sitio y durante el invierno
un ataque por sorpresa a través de un pasaje mal guardado permitió a los
musulmanes hacerse dueños de la ciudad y asediar a los defensores en la
ciudadela. Los griegos iniciaron negociaciones y aceptaron el pago de un
enorme tributo a condición de que los árabes abandonaran la ciudad, cosa
que hicieron regresando a Palermo cargados con un gran botín.
En la primavera del año 838, tras un largo período sin respuesta ante las
acometidas musulmanas en Sicilia, el gobierno de Constantinopla envió su
respuesta a Sicilia con la expedición conducida por el futuro yerno del
emperador, el césar Alejo Mosele. Era éste un armenio que había hecho una
rápida y brillante carrera recibiendo sucesivamente los títulos de patricio,
anthypatos y magistros. Tras ser prometido con María, hija de Teófilo, fue
proclamado césar y como tal considerado como posible sucesor aunque las
sospechas que recaían sobre él y que lo señalaban como alguien que
ambicionaba el trono hacen pensar que Teófilo deseaba probar a Alejo o en
cualquier caso alejarlo de Constantinopla. Tras haber combatido contra los
eslavos en Tracia durante 836 fue encargado al año siguiente de preparar una
expedición a occidente con la misión de restablecer la situación en Sicilia.
Tras desembarcar obligó a los árabes a abandonar el sitio de Cefaledio, una
plaza al este de Palermo. En los siguientes meses Mosele consiguió nuevas
victorias aunque no demasiado significativas pero pronto el ímpetu de la
ofensiva se estancó y la llegada de refuerzos árabes dio la vuelta a la
situación. Además Alejo pronto se encontró con dificultades por las intrigas
locales. Fue acusado por algunos sicilianos ante el emperador de parlamentar
con los árabes y de conspirar contra el emperador y la muerte de su
prometida debilitó todavía más su posición. Pronto Teófilo ordenó a Mosele
que regresase a Constantinopla y para ello en 839 se envió con esta misión al
arzobispo Teodoro Critinos como portador de un salvoconducto para Alejo.
Mosele aceptó la garantía y emprendió el regreso a la capital. Cuando el
general hizo su entrada en la capital fue azotado, arrestado y sufrió la
confiscación de sus bienes. Teodoro, que acusó al emperador de haber jurado

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en falso fue desterrado, aunque en breve ambos fueron rehabilitados en su
posición gracias a la mediación del patriarca Juan el Gramático. El césar
empleó su recién recuperada fortuna en construir un monasterio donde se
retiró a vivir el resto de su vida.
Simultaneamente a sus operaciones contra Enna los árabes habían puesto
sitio a la fortaleza de Cefalú en la costa norte a 48 millas al este de Palermo.
En la primavera de 838 mientras se alargaba el asedio llegaron refuerzos
navales desde Constantinopla que obligaron a los árabes a abandonar el sitio.
La muerte en esas mismas fechas de Ziyadat Ala tuvo como resultado una
pausa en la ofensiva árabe en la isla pero en los últimos años del reinado de
Teófilo la situación empeoró rápidamente para Bizancio. En 840 cayeron
sucesivamente Platani, Caltabellotta, Corleone y Gerace entre otras. A la
muerte de Teófilo a principios de 842 la parte occidental de la isla estaba ya
en poder de los árabes. A finales de ese mismo año o comienzo de 843 se
inició el ataque al extremo este con el asedio de Messina. En estas
operaciones los árabes se vieron auxiliados por sus aliados napolitanos.
Atacada por mar y tierra la ciudad tuvo que capitular y pasó a poder de los
musulmanes. El avance continuó por la costa en dirección sudeste y en el año
845 le tocó el turno a la fortaleza de Modica. En ese año, tras la paz en Asia
con los árabes orientales, la emperatriz Teodora pudo enviar algunos
refuerzos a Sicilia. Estas tropas, provenientes del thema de Carsiano trabaron
combate en las cercanías de la villa sureña de Butera pero fueron batidas por
Abu’l Aglab y sufrieron la pérdida, al decir de las crónicas árabes, de más de
10.000 hombres. Animados por este éxito los árabes sicilianos continuaron su
avance y en 846/847 le llegó el turno a la fortaleza de Leontinos, entre Catania
y Siracusa. Los reveses para las armas imperiales se sucedieron en los años
siguientes. En 849 los bizantinos intentaron una operación por sorpresa en la
bahía de Mondello, a 8 millas de Palermo. Con la ayuda de10 chelandia se
inició un desembarco pero las tropas se desorientaron y debieron regresar a
los barcos. En el camino de regreso una tormenta sorprendió a la escuadrilla y
hundió siete barcos. En 850 un nuevo ataque sobre Enna llevó a su saqueo y
quema. Y en 852 y 853 le tocó el turno al sudeste con la devastación de los
alrededores de Catania, Siracusa, Noto y Ragusa. Ante la fortaleza de Butera
los árabes consiguieron la devolución de 6.000 prisioneros de guerra que
fueron conducidos a Palermo.
En los años siguientes se repitieron metódicamente los ataques y
devastaciones anuales sobre el territorio controlado por los griegos. Tras un

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par de encuentros navales con victorias alternas en el invierno de 859 cayó
por fin la fortaleza de Enna, donde hasta entonces se encontraba la residencia
del gobernador imperial en la isla. Ayudados por un prisionero 2.000 jinetes
conducidos por el gobernador Al Aglab, sucesor de Abu’l Aglab en 851,
penetraron en la fortaleza por sorpresa y tomaron la ciudad el 23 de enero.
La caída de Enna obligó al emperador Miguel III a enviar de inmediato
refuerzos a la isla. Una gran flota de 300 chelandia al mando del patricio
Constantino Contomités llegó a Sicilia en otoño de ese año. En la gran batalla
naval que se trabó ante Siracusa los bizantinos fueron derrotados con la
pérdida de más de cien naves, pero a pesar de la derrota la noticia de la
llegada de refuerzos animó a muchas poblaciones de la isla que habían
capitulado ante los musulmanes a tomar las armas de nuevo. Tal fue el caso
de Sutera, Avola, Platani, Caltabellotta y Calttavuturo en el sudoeste de la
isla. Pero la reacción de Al Aglab fue rápida y tras batir a una parte del
ejército expedicionario en Cefalú obligó a éstos a reembarcarse en Siracusa,
lo que permitió tiempo para la fortificación de la preciada posición de Enna.
En la década de 860 la ofensiva árabe se centró en la región de Siracusa, la
plaza más importante todavía en poder de los bizantinos. En febrero o marzo
de 864 cayó Noto, que fue perdida y recuperada otra vez dos años más tarde.
En 867 el gobernador Jafaga Ibn Sufyan se puso en marcha otra vez contra
Siracusa y Catania en unos momentos en los que las bandas árabes recorrían
sin oposición toda Sicilia.
La llegada al trono de Basilio I intensificó la intervención bizantina en Italia y
tras las actividades de la flota en el Adriático un destacamento apareció en
aguas sicilianas en 868. Tras desembarcar se enfrentó a las tropas de Jafaga y
fue derrotado por completo dejando en manos del enemigo bagajes, armas y
caballos en abundancia. Animado por esta victoria Jafaga envió a su hijo
Mohamed a la península y donde saqueó los territorios de Gaeta antes de
regresar a Palermo.
A comienzos de 869 Jafaga realizó la primera tentativa seria para apoderarse
de Taormina que terminó en fracaso ante la descoordinación de los atacantes
que ya habían logrado apoderarse a traición de una de las puertas. Pocos
meses después sus tropas fueron derrotadas por los bizantinos cerca de
Siracusa. Deseoso de vengar el revés el propio Jafaga condujo a sus tropas
para asediar la ciudad pero en junio inició su regreso a Palermo. Fue su
última empresa pues en el camino de vuelta fue asesinado por un bereber de

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su ejército, posiblemente sobornado por los bizantinos que deseaban a toda
costa eliminar a un enemigo temible por su actividad.
Durante el breve gobierno de su hijo Mohamed (muerto el 27 de mayo de 871
por sus eunucos) Malta fue conquistada con lo que todas las islas cercanas a
Sicilia pasaron a control musulmán. Pantelaria había sido tomada ya
alrededor de 700. Las Égadas pasaron a sus manos en los primeros años de la
conquista y en 836 una flota había saqueado ya las Lipari, donde se
guardaban los venerados restos de San Bartolomé, lo que llevó al gobernador
de Benevento a ordenar a los amalfitanos que enviasen navíos a las islas para
recoger las reliquias y transportarlas a Benevento. Malta, una posición
estratégica de primer orden, fue tomada en 869 por un destacamento naval a
las órdenes de Ahmed ben Omar. Los bizantinos corrieron al rescate y
pusieron sitio a la guarnición musulmana pero un ejército enviado desde
Sicilia sorprendió a los imperiales el 29 de agosto de 870 y aseguró el dominio
de la isla.

Siracusa capta
Durante los primeros años de la década de 870 la inestabilidad política en la
Sicilia musulmana había impedido la realización de acciones de relieve. Sin
embargo las continuas campañas durante decenios habían reducido las
posesiones bizantinas en Sicilia a Siracusa y Taormina, siendo especialmente
importante la primera por su tamaño, la calidad de sus fortificaciones y su
excelente puerto. Los árabes sicilianos eran conocedores de ello y desde los
primeros años del reinado de Basilio centraron sus ataques en la gran ciudad
portuaria. Las intentonas de 868, 869 y 873 acabaron en fracaso debido a la
carencia de los medios adecuados para tan gran empresa, a la discordia
política interna que trababa cualquier acción de relieve y al escaso apoyo
prestado por los gobernadores aglabíes de África del Norte.
Esta situación cambió con el nombramiento de Ibrahim b. Ahmed como
nuevo soberano africano. Decidido a solucionar definitivamente el problema
que Siracusa planteaba ordenó el envío de la flota africana a la isla para
actuar de común acuerdo con las tropas sicilianas. Las operaciones militares
fueron dirigidas por el nuevo gobernador Ga’far b. Mohamed, que comenzó
su mandato en 877 con una expedición para saquear las cosechas en los
alrededores de Siracusa, Catania, Taormina y Rametta. Tras estos
movimientos preliminares sus tropas avanzaron hasta ocupar los suburbios
exteriores de Siracusa y desde agosto de ese año se estableció el asedio de la

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ciudad por mar y tierra. Los defensores estaban bien pertrechados para
resistir, pero esta vez sus atacantes llegaban decididos y preparados para
vencer. Entre sus armamentos destacaban gran número de máquinas de
asedio, alguna de las cuales por su tamaño y terribles efectos destructores
causó gran pavor entre los defensores. Una vez completado el cerco los
atacantes comenzaron a bombardear la ciudad día y noche sin dejar respiro a
los siracusanos.
Frente a esta amenaza manifiesta sorprende comprobar que el gobierno
imperial reaccionó de un modo muy ineficaz. Sólo unos cuantos barcos de
guerra se acercaron hasta el puerto pero la flota árabe apostada allí los pudo
rechazar sin esfuerzo. En aquellos momentos las galeras que hubieran debido
acudir a toda vela al socorro de la ciudad estaban siendo empleadas en la
capital en el transporte de materiales para la construcción de la Nea, la nueva
iglesia dedicada al Salvador, a los Archiestrategas y a San Elías. El retraso en
disponer de estos barcos para su envío a occidente fue fundamental para
provocar la pérdida de Siracusa, aunque algunos autores como Vogt achacan
el retraso de la flota a la desidia de su comandante. Otros autores aducen
también que la necesidad de vigilar Chipre, recuperada recientemente,
distrajo medios navales que hubieran podido ser empleados en Sicilia.
Por fin parte de la flota imperial al mando de Adriano fue enviada en auxilio
de Siracusa pero aquel, una vez llegado a Monemvasia se detuvo durante
largo tiempo en su puerto de Hierax a la espera de vientos favorables para
cruzar a Sicilia. La noticia de la caída de la ciudad sorprendió a la flota
todavía en aguas de Grecia.
Mientras tanto en el interior de la ciudad sitiada los efectos del sitio se
estaban haciendo notar en la disminución paulatina de las reservas de
víveres. Como relata Vasiliev siguiendo las noticias transmitidas por el
monje Teodosio, presente en la ciudad en la época del sitio:
“Los precios de los alimentos subieron: el celemín de trigo cuando se podía
encontrar, costaba 150 sous de oro, el celemín de harina más de 200; había que
pagar un nomisma por dos onzas de pan; un buey destinado a la carnicería
costaba 300 sous de oro y se pagaba de 15 a 20 nomismas por una cabeza de
caballo o de asno. No quedaban aves de corral ni aceite ni frutos secos,
tampoco había queso, legumbres o pescado. La gente comenzó a comer hierba,
pellejos de animales, huesos pelados que encontraban en la fuente de Aretusa e
incluso, de creer a Teodosio, se comían los cadáveres de los muertos y de los

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niños. El hambre, a causa del recurso a tales extremos para calmarla, provocó
una epidemia que hizo morir a los siracusanos a millares.”
Ante tal situación la defensa comenzó a debilitarse. Los árabes, dueños de los
accesos por mar, destruyeron las fortificaciones que defendían la entrada a los
dos puertos de Siracusa, las llamadas braquiolia. En medio de continuos
bombardeos una de las grandes torres en el puerto grande se derrumbó y al
cabo de cinco días buena parte del lienzo de muralla que la rodeaba se vino
abajo provocando una gran brecha en el sistema defensivo. A partir de
entonces los ataques se concentraron en ese punto frente a unos defensores
que combatieron con heroísmo durante veinte días y sus noches en medio de
un campo de batallas sembrado de muertos.
En la mañana del 21 de mayo de 878, en un momento de tranquilidad durante
el cual el patricio y buena parte de la guarnición se había retirado de las
murallas para un breve reposo, los árabes comenzaron un violento
bombardeo con sus máquinas de asedio. En ese instante sólo estaba en la
brecha un pequeño destacamento al mando de un oficial llamado Juan
Patriano. Un impacto afortunado tronzó la escala de madera que comunicaba
la zona de la brecha con la torre derruida y dejó aislados a los defensores.
Ante el tumulto el patricio, que en esos momentos estaba tomando un bocado
se levantó apresuradamente y corrió a toda prisa hacia las murallas pero llegó
tarde para evitar el daño. Los asaltantes habían llegado ya a la brecha y
aniquilaron a los hombres de Patriano, que murió combatiendo allí mismo.
Tras eliminar esa resistencia inicial los árabes se desplegaron en el interior de
la ciudad. Un pequeño grupo de defensores intentó organizar la resistencia
creando una barrera cerca de la iglesia de San Salvador pero pronto fueron
aniquilados. Tras derribar las puertas del edificio los atacantes se
precipitaron sobre una multitud de refugiados que en su interior había y los
mataron a todos. El patricio, que se había encerrado en una torre con 70
soldados, intentó resistir durante algún tiempo más pero al día siguiente tuvo
que rendirse y al cabo de una semana fue ejecutado. La dignidad con la que
se comportó en sus últimos momentos impresionó incluso al comandante
árabe Abu Ishaq, chambelán del emir aglabí. Los soldados que habían sido
hechos capturados con el patricio junto con otros prisioneros fueron llevados
a las afueras para ser muertos a pedradas y a lanzazos. Uno de los defensores
llamado Nicetas de Tarso, que había llegado a ser muy conocido de los
musulmanes durante el sitio por sus insultos al Profeta fue torturado hasta la
muerte con gran crueldad por sus captores.

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El propio Teodosio, autor de una carta sobre la toma de Siracusa, sufrió la
suerte del cautiverio. Él mismo nos hace saber en su obra que se encontraba
con el obispo Sofronio en la iglesia en el momento en que se produjo el
ataque. Cuando llegó la noticia de la caída de la ciudad el pánico se apoderó
de los presentes. Mientras los asaltantes saqueaban los barrios cercanos el
obispo, Teodosio y otros dos eclesiásticos se deshicieron de sus ropajes y se
refugiaron en el altar donde se pidieron perdón de sus pecados temiendo
llegada su última hora. Por fin los soldados árabes hicieron su entrada en la
iglesia con las espadas desenvainadas. Uno de ellos se acercó al altar y vio a
los religiosos orando. Reconociendo entre ellos al obispo se abstuvo de
atacarles y preguntó dónde se encontraba la sacristía en la que sabía se
guardarían los ornamentos sagrados de mayor valor. Sin sufrir otro mal que
el pillaje de los vasos sagrados y demás objetos preciosos los cautivos fueron
conducidos a través de la ciudad hasta ser conducidos ante el emir que se
había establecido en una iglesia y fueron luego encerrados en una cámara
pequeña y sucia.
La ciudad padeció terriblemente el saqueo tras los nueve meses de sitio. Se
calcula un total de 4.000 muertos en las ejecuciones inmediatamente
posteriores a la conquista además de un enorme botín que pasó a manos de
los vencedores. Sin embargo no todos los defensores sufrieron la triste suerte
de su comandante en jefe. Algunos mardaítas del Peloponeso y otros
soldados que estaban en la ciudad en esos momentos consiguieron escapar y
alcanzar las costas griegas hasta llegar a Monemvasia, donde encontraron a
Adriano y le informaron de las tristes noticias de las que eran portadores.
Adriano decidió regresar a Constantinopla y temeroso de la ira del emperador
se refugió en el altar de Hagia Sofía. Basilio se conformó con enviarlo al
exilio.
Los árabes permanecieron en Siracusa durante dos meses tras la victoria. A
finales de julio regresaron con el botín y los prisioneros a Palermo, donde
fueron triunfalmente recibidos por el pueblo.
El monje Teodosio, todavía prisionero, fue llevado ante el gobernador de
Sicilia ante el cual tomó la palabra para defender la religión ortodoxa. Fue
conducido a una lóbrega prisión en la que se hacinaban africanos, tarsiotas,
judíos, lombardos y griegos entre los que se encontraba el obispo de Malta,
capturado unos años antes durante la conquista de la isla.
La flota de socorro tan desesperadamente necesitada hizo su aparición ante el
puerto de Siracusa cuando ya todo había concluido. Los barcos musulmanes

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se enfrentaron en combate con ella y les tomaron cuatro galeras cuyas
tripulaciones fueron ejecutadas.
Los desgraciados cautivos tuvieron que esperar siete años a su rescate, que
tuvo lugar durante un intercambio realizado en 885, posiblemente el
momento en el que Teodosio recobró la libertad. Para Bizancio la caída de
Siracusa fue un duro golpe. Incluso el propio León VI escribió dos poemas
sobre el tema y el Patriarca Nicolas el Místico en sus cartas echó toda la culpa
a la negligencia de Adriano. En el plano político este fracaso obligó a Basilio
a renunciar a sus planes para la isla, falto de medios para intervenir
decisivamente en Sicilia, y a prestar su atención preferente a la entrada de sus
ejércitos de regreso a la península italiana en los últimos años de su reinado.
En el mismo año de la caída de Siracusa el gobernador de Sicilia fue
asesinado en Palermo por sus propios servidores. En el verano de 879 su
sucesor, Husayn b. Rabah realizó una expedición contra Taormina, ahora la
fortaleza más importante en poder de los bizantinos en la isla. En los
combates que tuvieron lugar los griegos perdieron a su jefe, un patricio
llamado Crisafios.
Tras tomar Siracusa los musulmanes sicilianos comenzaron a realizar
expediciones con Italia meridional y las islas del Jónico como objetivo. En
algunos casos el éxito no acompañó la empresa, como en 880 cuando una flota
de 16 naves que saqueaba el Peloponeso fue sorprendida en Metona por los
barcos de Nasar que, operando en conjunción con el estratego del
Peloponeso Juan de Creta, sorprendieron en un ataque nocturno a sus
enemigos y aniquilaron la flotilla hundiendo algunos barcos y capturando
otros, que fueron entregados como ofrenda a la iglesia del lugar. De allí
Nasar zarpó en dirección a Sicilia y saqueó las costas de Palermo capturando
gran número de barcos mercantes y haciéndose con una gran provisión de
aceite. Luego la flota tomó rumbo a Reggio, donde se preparaba la expedición
de Procopio y León Apostypos. Posiblemente entonces, tras un encuentro
afortunado con la flota árabe en Punta Stilo, se separó de la armada un
destacamento con destino a la desembocadura del Tíber donde se apostó para
impedir las acciones de las bandas piráticas que hostigaban en esos años los
territorios de la Santa Sede.
Un nuevo gobernador, al Hasan b. al Abbas, deseoso de borrar el recuerdo de
la derrota del año anterior emprendió en 881 una nueva campaña contra
Taormina y Catania en el transcurso de la cual derrotó al estratego Barsacio.
La situación mejoró ligeramente para Bizancio a finales de ese año y en 882

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cuando consiguieron vencer en dos encuentros, siendo especialmente notable
la segunda victoria en Caltavuturo conducidos por el estratopedarca
Musilices. Este fracaso determinó la caída del gobernador al Abbas y su
sustitución por Mohamed b. al Fadl que reemprendió las incursiones por
todo el territorio griego y fue capaz de rechazar los chelandia que en esos
momentos se dedicaban a saquear la costa norte de la isla. En una nueva
batalla los imperiales perdieron 3.000 hombres y vieron reducidas sus
posesiones a los territorios en la costa oriental de la isla, en la llanura
comprendida entre los montes Peloritanos y el Etna. No obstante, la división
entre los musulmanes sicilianos, la inestabilidad y poca duración de sus
gobernadores y el frágil equilibrio de las relaciones con África impidieron en
esos años la unificación de todas las fuerzas para aplicar el golpe definitivo a
la debilitada posición de Bizancio en la isla.
Con el comienzo del reinado de León VI la situación en Sicilia fue
empeorando. El nuevo soberano no albergaba esperanzas de una reconquista
e intentó desde el principio conservar lo que quedaba ofreciendo treguas a
sus adversarios a la vista del infortunio de sus armas. En 888 la flota imperial
se enfrentó a los barcos árabes en aguas de Milazzo. La batalla terminó en un
auténtico desastre para los griegos que perdieron más de 10.000 hombres. La
mala suerte de las armas bizantinas provocaba el pánico también en Italia
meridional, donde las tradiciones nos muestran a los ascetas Elías el Joven,
Elías el Espeleota y Arsenio recibiendo premoniciones del desastre y
abandonando Italia para establecerse temporalmente en Patrás por sus
problemas con el estratego de Calabria Nicetas Boterites.
Durante la década de 890 las relaciones entre árabes y bizantinos en Sicilia
fueron pacíficas debido a los enfrentamientos continuos entre sicilianos y
aglabíes de África. La situación cambió cuando el despótico emir Abu Ishaq
Ibrahim (875-902), tras aplastar una rebelión en tierras africanas y deseoso de
acabar con la resistencia a su autoridad en la isla, hizo zarpar en 900 a su hijo
Abu’l Abbas Abdala hacia Sicilia con una gran flota. Abu’l Abbas aplastó con
enorme crueldad la revuelta y tras la caída de Palermo en septiembre de ese
año provocó la huida de millares de ciudadanos con sus familias que
buscaron refugio entre los cristianos de Taormina. Queriendo aprovechar la
circunstancia un patricio fue enviado a la ciudad con un ejército y más tropas
se concentraron en Reggio al tiempo que llegaba a Messina una flota desde
Constantinopla. Por su parte Abu’l Abbas no había permanecido inactivo y
tras sojuzgar Palermo, estando ya avanzado el otoño marchó contra Taormina

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y Catania que hostigó sin mayores resultados. Tras preparar una nueva
expedición durante el invierno, el 25 de marzo de 901 envió una flota al mar
mientras él mismo conducía a sus hombres al asedio de la villa de Demona
que bombardeó durante unos días con sus balistas. En esos momentos Abu’l
Abbas recibió la noticia de los grandes preparativos que los bizantinos
estaban realizando en Reggio, por lo que decidió levantar el asedio y dirigirse
a Messina desde donde se embarcó con dirección al punto de concentración
del enemigo. Tras una breve resistencia Reggio cayó el 10 de julio y en la
ciudad los vencedores se entregaron a una auténtica masacre. Tras reunir
15.000 cautivos y un enorme botín Abu’l Abbas recibió la sumisión de las
poblaciones vecinas que pagaron tributo para no sufrir la misma suerte que
Reggio. De regreso a Messina los árabes tuvieron tiempo de enfrentarse a la
flota bizantina y hundirle 30 embarcaciones.
Tras esta expedición triunfal Abu’l Abbas pudo regresar a Palermo de donde
partió en 902 rumbo a África, en la que se necesitaba su presencia. Hartos del
gobierno cruel de Ibrahim los musulmanes de Túnez pidieron a su señor
supremo en Bagdad Mutadid que pusiera fin a su gobierno. El jalifa ordenó a
Ibrahim que abandonara el mando en favor de su hijo y el destronado emir,
tras obedecer a su señor, anunció su deseo de llevar la yihad a tierras
cristianas. En el verano de 902 Ibrahim desembarcó con un ejército en
Trapani e hizo su entrada en Palermo el 8 de julio. De inmediato envió una
expedición en dirección a Taormina, la última plaza fuerte importante en
poder de los bizantinos y en la que éstos tenían en estos momentos
concentradas todas sus tropas. Conocemos el nombre de los jefes militares al
mando en Taormina durante el verano de 902, el drongarios ton plöimon
Eustacio, el patricio y estratego de Sicilia Constantino Caramalo y un
comandante de la flota llamado Miguel Caracto.
Los bizantinos no se encerraron tras los muros de Taormina esperando el
ataque del enemigo, sino que salieron a su encuentro con decisión. Tuvo
lugar una batalla encarnizada en la que la suerte del encuentro estuvo
durante mucho tiempo en duda. Finalmente los árabes de Ibrahim fueron
capaces de sobreponerse de su derrota inicial y consiguieron arrollar a sus
enemigos parte de los cuales consiguieron reembarcarse mientras el resto se
acogía al refugio de la fortaleza a la que pronto se le puso sitio. Las noticias
del peligro que acechaba a Taormina llegaron pronto al emperador pero por
fatalidad, al igual que sucediera durante el reinado de Basilio, la flota que
hubiera podido acudir de inmediato en socorro de la ciudad estaba

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nuevamente ocupada en la construcción de dos iglesias en la capital, una en
recuerdo de Teófano, la primera mujer del emperador, y la segunda la de San
Lázaro.
Privada de auxilio Taormina cayó el 1 de agosto de 902. Los defensores fueron
ejecutados y las mujeres y niños llevados como esclavos. Fiel a su carácter
Ibrahim se comportó con crueldad con los enemigos de la fe y no dudó en
matar al obispo de la ciudad Procopio cuando se negó a abjurar de sus
creencias.
+
Al igual que sucediera en 878 la caída de Taormina fue muy sentida en
Bizancio, donde no faltaron los reproches hacia la negligencia del gobierno
tal y como se refleja en las cartas del Patriarca Nicolás. Los éxitos de Ibrahim
provocaron el pánico en la misma capital, pues se creía que pretendía avanzar
contra la propia Constantinopla. Asustado el emperador reforzó la guarnición
y envió a Sicilia refuerzos insuficientes que fueron de nula utilidad para
mejorar la situación. Los jefes al mando en Taormina consiguieron escapar al
cautiverio y regresar a Constantinopla. A su llegada Miguel Caracto acusó a
su colega Caramalo de traición y éste fue condenado a muerte en un primer
momento, aunque la mediación del Patriarca transformó luego la pena capital
en el castigo de la tonsura. Caracto fue nombrado a continuación estratego de
Sicilia.
El infatigable Ibrahim no se contentó con este éxito y de inmediato envió
destacamentos en diversas direcciones para atacar los territorios todavía en
poder de los griegos. Así cayó Demona mientras que Rametta ofrecía pagar
tributo. Los vencedores exigían a las poblaciones locales la rendición sin
condiciones y la conversión al Islam; tras hacer abandonar las plazas a sus
ocupantes se dedicaron a destruir las fortificaciones convirtiéndolas en
inservibles para futuras rebeliones.
+
La expedición a Sicilia de 964
Tras la muerte de Constantino VII la atención del Imperio se centró en los
asuntos asiáticos y sólo en 964, durante el reinado de Nicéforo Focas,
Constantinopla volvió a intentar desequilibrar la balanza en Occidente con
una campaña dirigida directamente contra Sicilia, la base principal del
enemigo musulmán. En el año anterior el emir de Sicilia había emprendido la
batalla final para someter a las comunidades cristianas semi independientes
de la región montañosa al sur de Messina. El objetivo era someter

51
definitivamente la región e islamizar a todos sus habitantes. Taormina, que
tras ser arrebatada a Bizancio en 902 había conseguido recuperar su
independencia en 912/13, volvió ahora a ser asediada de nuevo y sólo
capituló el 21 de diciembre de 962 tras un sitio que se prolongó durante siete
meses. Para castigar a los vencidos por su obstinada resistencia se les
arrebataron todos sus bienes y el nombre mismo de la villa fue suprimido
para ser denominada a partir de entonces Muizzia honrando así el nombre
del jalifa fatimí. En esos momentos el último bastión cristiano en la isla era la
plaza fuerte de Rametta adonde muchos habitantes de Messina acudieron
para buscar refugio. Esta plaza fuerte había sido desde la toma de Messina en
843 el refugio habitual de sus ciudadanos por lo agreste de su emplazamiento
y su cercanía a la ciudad. El 23 de agosto de 963 el general Hassan Ibn Ammar
puso sitio a la fortaleza con la intención de acabar cuanto antes con ese
núcleo de pertinaz resistencia. Los asediados se apresuraron a enviar al
basileo una petición desesperada de auxilio y esta vez Nicéforo estuvo
dispuesto a actuar. Tras ordenar el cese del pago del tributo acordado con los
sicilianos ordenó aprestar un poderoso ejército de más de 40.000 hombres
entre contingentes armenios, rusos, paulicianos y tracios. Al mando de la
expedición figuraba el drongario del plöimon Nicetas, eunuco y hermano del
patricio, prepósito y vestes Miguel que había servido de intermediario entre
Nicéforo y Teófano a la muerte de Romano II. A su lado, con el rango de
comandante de la caballería, aparecía Manuel Focas, hijo ilegítimo de León,
el rival de Romano Lecapeno en 919, y primo hermano del emperador. Sobre
los méritos de Manuel el parecer de los cronistas bizantinos es dispar pero
parece predominar en sus escritos la idea de que era demasiado joven para la
tarea encomendada y su fogosidad e imprudencia rayana en la temeridad le
hacían “más apto para obedecer que para mandar”. Acompañaba también a la
expedición como consejero religioso otro personaje de alto rango, Nicéforo,
que luego habría de ser obispo de Mileto. En conjunto la impresión que
queda es que la elección de los altos mandos fue muy deficiente aunque se
desconocen las razones que impulsaron al emperador para decidir estos
nombramientos. En cualquier caso poner al mando de una campaña tan
importante a hombres inadecuados era dar el primer paso hacia el desastre tal
y como se corroboró después.
+
Los preparativos para una expedición de esta magnitud duraron meses y sólo
al año siguiente estuvo el ejército dispuesto para levar anclas rumbo a

52
occidente. Las tropas griegas partieron de sus bases a finales del verano de
964 y desembarcaron en Messina. El espectáculo del ejército en campaña
debió ser abrumador para los contemporáneos: según confesión de testigos
contemporáneos los barcos de transporte eran los mayores que habían salido
de los astilleros del Imperio y estaban acompañados de numerosos navíos
dotados con fuego griego. Los soldados se contaban entre los mejores y más
escogidos y ofrecían una elocuente estampa de los nuevos ejércitos
bizantinos preparados para grandes campañas ofensivas. Acompañaba al
ejército un numeroso tren de máquinas de asedio transportadas en navíos
especiales.
+
Las cosas parecieron ir bien al principio de la expedición. En el otoño de 964
Rametta llevaba resistiendo desde hacía más de un año el sitio de las tropas
de Hassan Ibn Ammar. Éste, tras los repetidos fracasos en sus asaltos a la
plaza optó por rendirla por hambre y procedió a rodearla con una poderosa
muralla para impedir cualquier intento de la guarnición de buscar auxilio o
intentar una salida. La noticia de la llegada del ejército bizantino provocó una
gran agitación entre los árabes, que se apresuraron a poner en estado de
defensa las costas y reunieron refuerzos llegados desde todos los rincones de
la isla a los que se unieron contingentes bereberes enviados a toda prisa
desde el norte de África. Las tropas musulmanas desembarcaron en la isla en
los primeros días de octubre y Hassan envió rápidamente algunos
destacamentos a reforzar la posición de Rametta y se mantuvo con el resto en
observación en las cercanías de Palermo. Entre tanto la flota bizantina se
había reagrupado en la punta de Calabria y el 13 de octubre puso rumbo a
Messina con el propósito de acudir rápidamente al auxilio de Rametta que
estaba situada a sólo algunos kilómetros de la ciudad. El ejército empleó
nueve días en atravesar el estrecho y desembarcar el cuerpo expedicionario
tras lo cual se procedió a ocupar la propia Messina, posiblemente sin mucha
resistencia, y a ponerla otra vez en buen estado de defensa. Mientras tanto
diversos destacamentos navales empezaron a explorar la costa para preparar
nuevos asaltos. Al norte Termini fue tomada ante los propios ojos de Hassan
que no pudo hacer nada por evitarlo y en el sur Taormina y Leontinos se
rindieron también sin ofrecer combate. La siguiente plaza en caer fue
Siracusa aunque esta vez tuvo que ser tomada al asalto.
Mientras la flota se desperdigaba atacando simultáneamente diferentes
objetivos Manuel Focas se dirigió de inmediato con el grueso de sus tropas al

53
socorro de Rametta en lo que parece haber sido una marcha apresurada en la
que no se guardaron las debidas normas de precaución cuando se avanza por
territorio enemigo. Los escuadrones de caballería pesada se abrieron paso
entre los serpenteantes senderos que conducían a Rametta y se vieron
obligados a un largo desvío para contornear el monte Dinamare que se
interponía en su ruta. El camino que se vieron obligados a seguir
desembocaba en una llanura rodeada de montañas en medio de la cual se
levantaba un farallón donde estaba enclavado el reducto de Rametta. Al pie
de ésta les esperaba todo el ejército enemigo. El emplazamiento del lugar
semejaba un circo rodeado de elevados muros que sólo se interrumpían en
tres pasajes: al norte el camino de Spadafora, al sur la ruta que llevaba al
kastron de Mikos y a occidente un sendero hacia la fortaleza de Demona. Al
este una garganta muy profunda que se extendía durante varios kilómetros
ofrecía el aspecto de un foso natural de bordes muy arriscados. Tal era el
lugar en el que se produjo el enfrentamiento decisivo entre ambos ejércitos.
Hassan había tenido tiempo para avisar a su hijo Ahmed del desembarco de
las tropas bizantinas aunque éste no pudo llegar a tiempo para impedir a los
imperiales la llegada hasta la llanura de Rametta. En la noche del 24 al 25 de
octubre Manuel atacó. Varios destacamentos de caballería intentaron forzar el
paso simultáneamente por los desfiladeros de Mikos y Demona mientras un
tercero fue enviado hacia el camino que llevaba a Palermo para impedir el
paso a las tropas de Ahmed que desde allí se esperaban inminentemente. El
propio Manuel Focas condujo el grueso de sus tropas divididas en seis banda
a toda marcha por el camino de Spadafora con la intención de llegar cuanto
antes a Rametta.
Sus enemigos estaban advertidos de lo que estaba pasando. Dos cuerpos de
ejército estaban apostados en los desfiladeros del sur y occidente esperando
la llegada de los bizantinos mientras un tercero se mantenía en guardia en el
campamento preparado para mantener en jaque a la guarnición e impedir
cualquier tentativa de salida por su parte. Hassan mismo, con las tropas que
le quedaban, marchó directamente al encuentro del enemigo y el combate
comenzó así al alba del 25 de octubre.
Seguramente advertidos por los preparativos de los árabes de la llegada del
socorro los asediados intentaron una salida pero débiles por sus
padecimientos no fueron rival para las tropas que se les enfrentaban y
debieron ampararse otra vez detrás de sus murallas. Por su parte los
defensores de los desfiladeros de Mikos y Demona consiguieron rechazar a

54
sus asaltantes que posiblemente llegaron en pequeño número. Pero donde
verdaderamente se ponía en juego el éxito de la jornada era en Spadafora
donde en esos momentos se produjo con gran violencia el choque del grueso
de los ejércitos en un sangriento cuerpo a cuerpo que provocó enorme
número de bajas en ambos bandos. Las tropas africanas, compuestas casi en
su totalidad por infantería sufrió terriblemente el impacto de las cargas de la
caballería bizantina auxiliada en su ataque por las máquinas de guerra que
lanzaban continuamente dardos y piedras desde las laderas cercanas.
Incapaces de resistir comenzaron a ceder terreno y a desmoronarse en algunos
puntos. Ibn Ammar, sabedor de que el combate estaba llegando a un punto
de ruptura y que sería imposible reagrupar a sus tropas en la llanura donde
serían masacradas a placer por la caballería, prefirió morir combatiendo en su
puesto y reuniendo algunos miles de soldados se lanzó a un ataque
desesperado. Para entonces buena parte del ejército musulmán se batía
desordenadamente en retirada en dirección a su campamento fortificado y
muchos soldados bizantinos desembocaban ya en la llanura preparándose
para rodear a los vencidos. Tanta prisa llevó a la desorganización de las filas
griegas y con ello a la perdición del ejército. Ibn Ammar cargó sobre el centro
del ejército imperial y consiguió provocar el pánico entre los soldados que ya
se creían victoriosos. Manuel, seguido de sus más selectos hombres, acudió a
la zona de mayor peligro para intentar reagrupar a sus soldados mientras les
exhortaba a grandes voces para que se mantuviesen firmes, tal y como lo ha
relatado León Diácono:
“Vosotros que a las órdenes de Nicéforo habéis vencido tantas veces, gritaba a
sus soldados, ¡huís hoy ante un puñado de bárbaros africanos! ¿Dónde están
los resonantes juramentos que tan pronto prestasteis a vuestro emperador?
¿Dónde están las proezas que le prometisteis cuando pasaba revista ante
vosotros?”
Sus frenéticas palabras no sirvieron de nada en ese momento de pánico
irracional. Desesperado, optó por cargar sobre los atacantes. Consiguió
derribar al primero que se le echó encima pero pronto fue rodeado por una
gran multitud de africanos. Decenas de lanzas se abatieron sobre Manuel
pero ninguna consiguió horadar su espesa armadura escamada así que sus
enemigos se arrojaron sobre él y e intentaron derribarlo de su montura
haciendo inútiles los esfuerzos de su séquito por protegerle. Un soldado se
deslizó bajo su caballo y lo desjarretó provocando la caída de Manuel al
suelo. Alrededor del desgraciado comandante se produjo entonces un

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combate salvaje en el que todos los defensores de Manuel lucharon hasta ser
abatidos. Finalmente el propio general murió acribillado por múltiples
heridas. A su lado cayó también degollado su escudero. En el frenesí del
combate los vencedores se apresuraron a despojar el cadáver y llevar su
cabeza como presente a Ibn Ammar.
Al conocerse la noticia de la muerte de su jefe el ejército bizantino emprendió
la huida. Era media tarde y la persecución de los vencidos no acabó hasta la
noche. Para agravar sus males en esa noche terrible una tormenta se abatió
sobre la región dificultando todavía más la marcha en la oscuridad a través de
esos senderos escabrosos y desconocidos lo que dio lugar a más y más
pérdidas. Un escuadrón entero de jinetes acorazados se precipitó a todo
galope por el barranco que se extendía en la zona este de la planicie de
Rametta. El amontonamiento de cuerpos de hombres y animales en la
hondonada fue tal que los últimos fugitivos y sus perseguidores pudieron
franquear el paso al galope sobre los muertos. Los combates desesperados en
retaguardia continuaron durante horas hasta que la fatiga puso fin a la lucha.
El balance para el ejército bizantino fue desolador: más de diez mil muertos,
muchos prisioneros de rango en poder de los vencedores y un enorme botín
compuesto por caballos, bagajes, armas y corazas enriquecieron a los
hombres de Ibn Ammar. Entre los prisioneros estaban doscientos bárbaros,
rusos o armenios, escogidos entre los de mejor presencia. Este botín, de
inusitada novedad para los árabes sicilianos fue destinado a la guardia
personal del jalifa de Mahdia en África.
+
El emir Hassan tuvo poco tiempo para disfrutar de su victoria. El espectáculo
del botín de Rametta llegando a Palermo en ruta hacia África fue demasiado
para su corazón. Cayó enfermo y a comienzos de noviembre fallecía llorado
por todos sus súbditos.
Quedaba por consumar el último acto en Rametta con los desesperados
defensores de la ciudad. Agotadas sus esperanzas resistieron todavía algún
tiempo más, desesperados por el hambre hicieron salir primero a un millar de
ancianos, mujeres, enfermos y niños que, en contra de lo que se esperaban,
encontraron una piadosa recepción a manos de Ibn Ammar que los envió a
Palermo sin causarles daño aunque estrechó el cerco sobre los restantes
defensores. En los primeros días de enero de 965 se lanzó el ataque final. Los
famélicos cristianos se defendieron heroicamente hasta la noche pero al final
terminaron todos por sucumbir. Por orden de Ibn Ammar todos los hombres

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fueron muertos y las mujeres reducidas a esclavitud. En el lugar se estableció
una fuerte guarnición y con ello finalizó un asedio que había durado año y
medio.
En el momento en que los ejércitos combatían en Rametta el wali Ahmed se
estaba dirigiendo hacia el lugar a marchas forzadas. En el camino se le
comunicó el desenlace del combate por lo que tuvo lugar un cambio de
planes. Cambiando bruscamente de dirección Ahmed se apresuró a retomar
Messina que ya en esos momentos había sido evacuada por los imperiales,
retirados a Reggio. Desde la ciudad el wali se dedicó a vigilar los
movimientos de los bizantinos para impedir nuevas intentonas sobre la isla.
De este modo terminó la desventurada expedición a Sicilia aunque todavía se
sucedieron algunos combates en los meses siguientes. Los musulmanes
tomaron posesión rapidamente de las plazas que habían perdido, como
Siracusa, Termini y Taormina. Durante bastante tiempo la flota imperial
comandada por Nicetas no se atrevió a salir de Reggio y dio tiempo con ello a
reunir refuerzos navales a Ahmed. Cuando la escuadra largó velas para
regresar a Constantinopla se encontró con toda la flota africana que estaba al
acecho. Tuvo lugar un combate de gran violencia en el que se vió a los
marinos bereberes arrojarse al agua con vasijas de fuego griego para dirigirse
a nado hacia los dromones y chelandia e incendiarlos. En las cubiertas de los
barcos enlazados por grandes garfios se sucedían batallas encarnizadas por el
control de los navíos. Al final la victoria fue para los árabes y resultó un
triunfo completo. Casi todos los navíos bizantinos fueron capturados o
incendiados y se hicieron miles de prisioneros, entre ellos el incapaz Nicetas
que fue enviado cargado de cadenas al Jalifa en Mahdia. Allí permaneció
cautivo durante dos años, tiempo que empleó en copiar las homilías de San
Basilio y textos piadosos de San Gregorio Nacianzeno y San Juan Crisóstomo
en un manuscrito que se ha conservado hasta nuestros días y en el que dejó
escrito el testimonio de su infortunado cautiverio.
Animadas por esta victoria las partidas piratas comenzaron de nuevo a atacar
las costas de Calabria forzando a las poblaciones locales a pagar de nuevo
rescates por sus vidas y propiedades. Sin duda el eco de esta derrota fue muy
grande en toda Italia meridional como lo muestran algunos testimonios
contemporáneos. Cuando el magistros Nicéforo Hexacionites quiso en 965
obligar a los habitantes de Rossano a proveer los medios para equipar nuevos
barcos que reemplazasen a los perdidos el año anterior se encontró ante una
revuelta declarada de la población local que no dudó en quemar los barcos en

57
puerto y matar a sus capitanes. Sólo la mediación de San Nilo, tal y como se
nos cuenta en su Vida, evitó un sangriento castigo para los amotinados. De la
lectura de su vivaz relato de los hechos se puede deducir, tal y como hizo
Amari, que en realidad Nicéforo no disponía de los medios suficientes para
castigar a los rebeldes tan severamente como hubiese deseado y por ello
estuvo más dispuesto a mostrar benevolencia. En el vivo diálogo mantenido
con el venerado monje el magistros accedió primero a perdonar la vida a los
rosanitas y luego a permitir que el propio Nilo fijase la multa por el asesinato
de los protokaraboi. Su cólera recayó entonces en el recaudador de impuestos
de la zona, Gregorio Maleinos, seguramente responsable en buena parte de la
revuelta por sus exacciones. El aterrorizado recaudador se había escondido
para evitar la ira de su superior y sólo la persuasión de Nilo consiguió
llevarlo ante Nicéforo:
Éste, sin atreverse a ajusticiarlo allí mismo por respeto al monje, lo colmó de
injurias “maldiciéndole a él y a todas sus pertenencias, comenzando por sus
caballos y sus bueyes y acabando por sus gallinas y su perro.” Maleinos,
aterrorizado, no se atrevió a decir nada y se mantenía sentado ante su señor en
razón de su rango de protoespatario. “Miserable, le gritó Nicéforo, ve a reunirte
con tus iguales. Te perdono.” Y luego añadió dirigiéndose a la multitud
“Deberíais hacer pintar el retrato de San Nilo y no dejar jamás de adorarlo y de
darle gracias. En verdad, por la cabeza de nuestro santo soberano Basilio,
deberíais esforzaros en rendirle el mayor honor”.
Debilitado por la derrota y absorto en otros frentes en los próximos años el
Imperio debió limitarse a mantener la situación a un coste económico muy
alto, sancionada la paz con el acuerdo firmado en 967 mientras continuaba la
guerra en Asia contra los Hamdánidas de Alepo. Entretanto en occidente
acababa de hacer su aparición un rival que regresaba para disputarle a
Bizancio el derecho a decidir sobre los asuntos de Italia.

El regreso del Imperio germánico

El 2 de febrero de 962 el rey de Germania Otón I recibió en Roma la corona


imperial de manos del papa Juan XII. El nuevo emperador confirmó las
donaciones y promesas que ya en 817 había realizado Luis el Piadoso, en
particular el señorío sobre las tierras de Fondi y Gaeta. A cambio el pontífice
se comprometió a no oponerse a los derechos imperiales sobre Roma. Sin
embargo la conciencia de haberse encontrado con un amo en lugar de un

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protector hizo que el papa, representante de la indómita aristocracia romana,
rompiese el acuerdo con Otón nada más abandonar éste la capital, llamando
en su lugar a su teórico vasallo Adalberto, el hijo de Berenguer de Ivrea.
Pronto el emperador volvió sobre sus pasos, puso en fuga a Adalberto y Juan
XII haciendo elegir en su lugar a León VIII y forzando a los romanos a jurar
que no procederían a ninguna elección pontificia sin la aprobación del
emperador. El depuesto pontífice volvió sobre sus pasos para expulsar a su
rival y consiguió mantenerse en el poder hasta su muerte en mayo de 964.
Otón debió recurrir nuevamente a la fuerza para volver a imponer en Roma a
su criatura León y tras la muerte de éste en marzo de 965 a su sucesor Juan
XIII. Una nueva revuelta de la población romana provocó finalmente una
violenta represión por parte de las tropas germanas a finales de 966 y facilitó
el gobierno pacífico de Juan XIII hasta su muerte en septiembre de 972. Tras
asegurar su dominio de Roma Otón I se consideró preparado para retomar los
viejos proyectos de conquista de Luis II un siglo atrás y hacer realidad el
regnum italicum, lo que suponía el dominio de toda la península y en
consecuencia el enfrentamiento con Bizancio.
En abril de 967 los embajadores de Nicéforo Focas se encontraron en Rávena
por primera vez con el emperador Otón. De aquella reunión no se conocen
con certeza los contenidos pero probablemente tuvo como objeto conocer las
intenciones y los objetivos del emperador germánico especialmente con
respecto a las posesiones bizantinas en Italia. Ese mismo año Otón envió una
embajada en respuesta a Constantinopla con la proposición de un enlace
matrimonial entre su hijo Otón y Ana, la hija de Romano II. Una nueva
embajada bizantina se encontró con el emperador en Capua en enero de 968
pero llegaba sin instrucciones precisas para concluir los acuerdos del
compromiso nupcial. Irritado por la lentitud de las negociaciones Otón se
decidió a utilizar la fuerza para obligar a Nicéforo a aceptar sus condiciones
y, tras dirigirse a Benevento, invadió Apulia en marzo de 968. Un breve alto
ante las murallas de Bari le convenció de la imposibilidad de tomarla con su
pequeño ejército y tras esta demostración se decidió a enviar a
Constantinopla una nueva embajada a cargo, otra vez, de Liutprando con el
objetivo de reiniciar las conversaciones interrumpidas. De los resultados y
experiencias vividas el obispo de Cremona nos ha dejado un vivaz testimonio
en su famosa Legatio.
En las conversaciones mantenidas con el embajador, Nicéforo puso en claro
las quejas ante el proceder de Otón: Roma debía ser abandonada y su

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autonomía reconocida. Apulia había sido invadida y los príncipes de Capua y
Benevento habían cometido traición alentados por el monarca germánico por
lo que Bizancio estaba dispuesto a recurrir a las armas para defender sus
derechos tradicionales.
Mientras las negociaciones se sucedían en Constantinopla Otón I,
desconocedor de lo que allí estaba sucediendo, decidió recurrir a la fuerza de
nuevo y en octubre de ese año 968 tomó de nuevo el camino del sur. Aunque
no se nos han conservado los detalles se sabe que en noviembre Otón estaba
ya en Apulia, donde dedicó los meses siguientes a pillar y saquear la región
mientras las guarniciones bizantinas, inferiores en número, se refugiaban tras
las murallas de las ciudades costeras. En la primavera de 969 el ejército
germano llegó hasta Calabria deteniéndose ante Cassano, que le opuso
resistencia en el mes de abril. Abandonando el sitio Otón regresó a Apulia
para establecer un nuevo asedio, esta vez a Bovino, y el 1 de mayo a Ascoli,
pero sus asuntos en el norte le hicieron regresar a Rávena tras dejar al mando
a su fiel aliado de Capua el príncipe Pandolfo I Cabeza de Hierro que
mantuvo el asedio al frente de parte de sus tropas. Éste, que poco antes había
sido premiado por su fidelidad a la causa imperial con los títulos de margrave
de Camerino y duque de Espoleto, continuó el sitio de la villa de Bovino y
aunque afortunado al derrotar a la guarnición bizantina en una primera
salida de ésta tuvo menos suerte en un segundo enfrentamiento al ser
derribado de su caballo y caer prisionero. Sus tropas, derrotadas por
completo, escaparon en dirección a Benevento haciendo volver sobre sus
pasos al gastaldo Lando que con un pequeño ejército de apoyo enviado por
Gisulfo de Salerno acudía en auxilio de Cabeza de Hierro. El estratego
Eugenio envió a su prisionero a Constantinopla, donde por orden del
emperador fue cargado de cadenas y encarcelado, y procedió luego a invadir
el principado lombardo. Las tropas imperiales llegaron hasta las
inmediaciones de Avellino, donde la asustada población entregó a su
gastaldo Sikenulfo como rehén. De allí los bizantinos tomaron el camino a
Capua y asediaron la plaza durante cuarenta días mientras saqueaban
concienzudamente los alrededores. En la empresa tuvieron el apoyo del
oportunista duque Marino de Nápoles, que quiso con este gesto testimoniar
la fidelidad de su ciudad a la causa del basileo. Tras recoger un enorme botín
y hacer multitud de prisioneros los sitiadores levantaron el asedio de Capua
ante la noticia de la llegada de un ejército de socorro. En el camino de vuelta
Eugenio se detuvo en Salerno donde, típica muestra de la flexibilidad de las

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relaciones políticas de la época, fue principescamente recibido por parte de
Gisulfo. Eugenio concluyó su expedición por tierras lombardas atravesando
tranquilamente el territorio de Benevento sin oposición ante los atemorizados
ciudadanos encerrados tras sus murallas.
El ejército germano llegado para vengar la afrenta de Bovino llegó por fin a
Capua. En sus filas marchaban contingentes sajones y suabos al mando de los
condes Gunther y Sigfrido con el auxilio de tropas de Espoleto y su conde
Sicon. Al encontrar la plaza libre de enemigos se dirigieron en primer lugar a
saquear las tierras de Nápoles para castigar su colaboración con el enemigo y
tras entrar en Benevento retomaron Avellino. Una vez reagrupadas
emprendieron de nuevo la marcha, esta vez en dirección al sur.
Entretanto el patricio Eugenio, que parece haber sido muy impopular por sus
exacciones tributarias y su dureza, había sido enviado encadenado a
Constantinopla y su lugar ocupado por el patricio Miguel Abidelas, a cuyo
lado aparecía Romualdo, hermano de Pandolfo, exiliado largo tiempo ha en
Constantinopla y que ahora llegaba dispuesto a buscar su oportunidad.
El choque entre ambos ejércitos no se hizo esperar y pronto tuvo lugar un
encarnizado combate bajo los muros de Ascoli. Los bizantinos fueron
derrotados por completo y perdieron la ciudad, que fue ocupada por el conde
Conon. Por su parte Sicon atacó a las tropas auxiliares que estaban
comandadas por Romualdo e hizo prisionero a éste. Abidelas consiguió huir
con los restos de su ejército, abandonando Apulia a los saqueos de los
vencedores que se dedicaron en los siguientes meses a cobrar cuantiosos
tributos de las ciudades de la región.
En la primavera de 970 Otón I llegó a Campania para proseguir con las
operaciones militares. Tras un nuevo ataque a las tierras de Nápoles se reunió
con sus hombres que en esos momentos estaban ocupados con el sitio de
Bovino que seguía ofreciendo una resistencia tenaz. Posiblemente en estos
momentos se conoció en el campamento germano la noticia del asesinato del
emperador Nicéforo y la llegada al poder de Juan I Tzimisces. El cambio de
gobierno en Constantinopla tuvo efectos significativos en Italia donde se
hubiera podido esperar razonablemente una continuación de los combates de
haber vivido Nicéforo, pero su sucesor tenía otras preocupaciones distintas,
entre ellas la de reafirmar su todavía insegura posición en la capital, para
seguir a la ofensiva en las tierras de occidente. Deseoso de llegar a un acuerdo
con Otón, Tzimisces le envió una embajada que llevaba de vuelta a su hogar
al irreductible Pandolfo, que se había ofrecido a sí mismo como

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intermediario para llegar a un acuerdo entre las dos cortes. Posiblemente el
astuto lombardo fue capaz de aprovechar en su favor la deficiente
información sobre los asuntos italianos de Tzimisces representándole un
peligro en la actuación de Otón mayor del que correspondía a la realidad y
convenciéndole de que sólo él, que tan buenas relaciones mantenía con el
soberano germánico, estaba capacitado para mediar de la forma más
conveniente para los intereses de Bizancio.
Una vez convencido el basileo Pandolfo fue conducido, todavía como
prisionero, hasta Bari donde fue puesto al cuidado del estratego Abidelas con
el que convivió durante un tiempo como rehén. Cuando Otón tuvo noticia de
la llegada de su fiel aliado se apresuró a escribir a Miguel Abidelas para
mostrar su buena disposición a negociar a condición de que su antiguo
vasallo fuese puesto en libertad. Abidelas aceptó y Pandolfo fue conducido
hasta el campamento de Otón bajo los muros de Bovino que todavía en esas
fechas (verano de 970) no había sido reducida. Otón decidió entonces levantar
sus reales y abandonar Apulia en dirección al norte, en una decisión en la que
seguramente contaban a partes iguales su compromiso con las autoridades
bizantinas y la posibilidad de retirarse decorosamente de una guerra
infructuosa que se alargaba sin resultados. En cualquier caso ambos bandos
deseaban ahora retomar las negociaciones en el punto en el que estaban en
Capua en 967 cuando se habían visto interrumpidas. Otón era sabedor gracias
a Pandolfo de la buena disposición del nuevo emperador a la conclusión del
acuerdo matrimonial del que se había hablado años atrás, una buena
disposición en la que no pequeña parte debía tener la amenaza de Sviatoslav
de Kiev en los Balcanes y los intentos de los fatimíes en la frontera oriental.
Pronto una nueva embajada puso rumbo a la capital del Bósforo para tratar el
tema. Encabezada por el arzobisbo Gero de Colonia y compuesta por otros
altos dignatarios eclesiásticos y seculares tenía como objetivo cerrar el trato
con Tzimisces. Esta vez los legados no se encontraron con la fría recepción
que sufriera Liutprando tres años atrás y recibidos en medio de grandes
honores pudieron sellar en noviembre de 971 el acuerdo que envió a Teófano
Esclerina, la sobrina por matrimonio del nuevo emperador, como prometida
del joven heredero Otón II de vuelta con la embajada. No se trataba de la
porfirogénita que la corte germánica deseaba pero en cualquier caso no se vió
decepcionada. La princesa imperial desembarcó con una brillante escolta en
Italia y fue recibida en Benevento por el obispo Thierry de Metz en nombre
del emperador en un acto que dejó gran impresión entre los contemporáneos

62
por el lujo y la pompa desplegada por la delegación bizantina. El matrimonio
entre los dos jóvenes se celebró finalmente en Roma el 14 de abril de 972 y la
princesa recibió como dote extensos dominios en Alemania y Flandes además
de Istria y el condado de Pescara en Italia.
El enlace selló la paz entre ambos Imperios, aunque desconocemos si hubo
realmente un tratado formal que lo ratificara. Otón volvió a pasar los Alpes
en agosto tras una estancia en Italia de más de cinco años y recibió en
Quedlimburgo en marzo de 973 durante las festividades pascuales una nueva
embajada bizantina como muestra de las buenas relaciones de ambos estados.
Pocos días después, en la noche del 6 al 7 de mayo, el emperador falleció
dejando a su hijo un Imperio próspero y en paz que gozaba de su momento
de mayor prestigio.
Por su parte Tzimisces, una vez concluida la paz con Otón, no volvió a prestar
atención a los asuntos italianos absorbido por las grandes guerras contra los
rusos y las campañas en Asia. A su muerte en enero de 976 los estados
lombardos se veían sometidos a la presión creciente del fortalecido Pandolfo
de Capua que entretanto había conseguido asegurar para su hijo la sucesión
en Salerno mientras que en las costas de Calabria volvían a presentarse la
amenaza de los árabes de Sicilia.
Tras el desastre de la expedición de 964 la paz había reinado entre fatimíes y
bizantinos pero las victorias de Juan Tzimisces en Siria y la toma de Egipto
por parte de aquellos en 971 llevó a un enfrentamiento directo en tierras del
Líbano cuando los fatimíes expulsaron las guarniciones imperiales de Beirut
y Trípoli en 974/75. Los árabes sicilianos no se habían mostrado conformes
con la política de paz con Bizancio y desde el momento en que el estado de
opinión de El Cairo se decidió por la guerra el emir Abul Kassim se apresuró
a reanudar los ataques contra sus vecinos al otro lado del estrecho. Tomando
como pretexto una incursión bizantina contra Messina a principios de 976, en
la que posiblemente tomaron parte también algunas naves pisanas, el emir
reunió a sus tropas y recuperó la ciudad en el mes de mayo. Luego pasó al
continente y avanzó hacia el norte por el valle del Crati hasta Cosenza de
dónde sólo se retiró tras haber cobrado un tributo de sus habitantes.
También en Apulia se hizo visible la amenaza sarracena, en una región que
no había visto piratas en sus costas desde los ataques de 929. Ahora varias
partidas comenzaron de nuevo a realizar incursiones adentrándose
profundamente en el territorio. El jefe de una de ellas, un tal Ismael, fue
muerto poco después cerca de Bitonto por las tropas conducidas por el

63
protoespatario Zacarías pero otras siguieron adelante a través del valle del
Bradano hasta atacar Gravina al mismo tiempo en que una nueva flota árabe
aparecía en las costas conducida por el hermano del emir de Sicilia. Pronto
Tarento, Bovino y Oria sufrieron ataques con los habitantes de ésta última
abandonando la ciudad en llamas presas del pánico. El propio Abul Kassim
condujo las operaciones que le llevaron a Otranto en 977 tras haber
conquistado poco antes la villa fortificada de Santa Ágata, cerca de Reggio. En
los años siguientes todo el litoral sur experimentó el azote de las continuas
incursiones de los piratas que se enfrentaban a una resistencia débil y
desorganizada.
El gobierno bizantino pasaba en esos años por una situación muy difícil
haciendo frente a la rebelión de Bardas Esclero. El estado de turbulencia de
una auténtica guerra civil hace suponer que no había medios para enviar a
Italia y que las provincias occidentales habrían de contar con sus propios
recursos para hacer frente a las amenazas que sobre ellas se cernían. Por otra
parte los testimonios contemporáneos dejan entrever que las poblaciones
locales preferían defenderse por su propia cuenta tratando de llegar a
acuerdos singulares con sus agresores mediante el pago de un tributo antes
que verse arrastradas a una guerra general. En cualquier caso la amenaza de
la guerra no se limitaba a las tierras de Apulia y Calabria y el acercamiento de
los incursores a los señoríos lombardos provocó la intervención del propio
emperador germánico en defensa de sus vasallos.
+
La campaña de Otón II
En enero de 981 Otón II hizo su entrada en Roma. Había franqueado los
Alpes en diciembre anterior para acudir a la ciudad santa con el objetivo de
reafirmar la autoridad imperial siempre expuesta a los cambios de humor de
la levantisca aristocracia romana y apoyar a su devoto pontífice Benito VII
reafirmándolo en la sede papal. A su llegada Otón recibió los preocupantes
informes de la situación en el sur. El emperador, que tenía entonces sólo
veintiséis años de edad pero una amplia experiencia de muchas campañas en
las fronteras del norte, se decidió por actuar de inmediato con el doble
objetivo de expulsar a los árabes y aprovechar la debilidad de los bizantinos,
que en estos momentos además se tenían que enfrentar a nuevas
insurrecciones locales, para apoderarse de las tierras que ya había
reivindicado su padre años atrás. La paz existente entre ambos Imperios en
esos momentos obligaba a utilizar como excusa la amenaza árabe para

64
justificar la intrusión germana en las posesiones bizantinas. Las autoridades
en Bari no fueron engañadas con estas pretensiones y desde el primer
momento advirtieron el grave peligro que se estaba gestando por lo que de
inmediato enviaron embajadores para solicitar de Otón la renuncia a su
empresa. Sabemos que el patricio Romano delegó en el monje Sabas la
misión de influir en el emperador y arreglar un acuerdo con él.
La expedición de Otón II coincidió en el tiempo con la insurrección de
algunas villas en Apulia, pues sabemos que en 981 Trani, Ascoli y Bari se
habían declarado en rebelión. Tras abandonar el territorio controlado por sus
vasallos lombardos el emperador llegó a Lucera en septiembre de 981 pero la
noticia de graves disturbios en Salerno le obligó a dar la vuelta. En marzo de
ese año había muerto su gran aliado Pandolfo I y los salernitanos habían
aprovechado el alejamiento de los soldados germánicos para expulsar a su
segundo hijo Pandolfo llamando en su lugar al duque de Amalfi Manson III.
El 4 de noviembre Otón llegó a Nápoles, donde fue bien recibido por el
patricio Sergio III, celoso sin duda de las ventajas que el golpe había
proporcionado a su rival amalfitano. A principios de diciembre el emperador
llegó ante los muros de Salerno decidido a tomarla por la fuerza pero la
resistencia de la ciudad le obligó a llegar a un acuerdo con Manson, que
retuvo el control de la villa para sí y para su hijo Juan I a cambio de que
ambos reconociesen su soberanía. El ejemplo de Salerno fue pronto imitado
por los ciudadanos de Benevento que expulsaron al hijo mayor de Pandolfo I,
Landulfo IV, y proclamaron a su primo Pandolfo II. En esos momentos sólo
Capua mostraba su adhesión a la causa imperial pero Otón renunció a perder
más tiempo en la resolución de las interminables querellas de los estados
lombardos y se decidió a reemprender la invasión de Apulia con un brillante
ejército en el que figuraban los arzobispos de Colonia y Mayence y los
obispos de Cambrai y Verdún. Además estaban presentes contingentes
suabos y bávaros encabezados por Otón, el sobrino del emperador, el obispo
de Augsburgo, el abad de Fulda y una multitud de señores llegados de toda
Alemania en un significativo precedente de lo que serían las cruzadas un
siglo después. La emperatriz Teófano acompañaba a su marido en la
expedición.
El ejército germano inició su marcha desde Salerno el 6 de enero de 982 y
penetró en territorio bizantino haciendo alto ante Matera el 25 del mismo
mes. Desde allí se trasladó en marzo a las cercanías de Tarento. No se
conocen con seguridad los detalles de esta fase de la campaña pero parece

65
bastante probable que el emperador no haya sido capaz de penetrar en las
ciudades asediadas y aunque sabemos que prestó ayuda a las poblaciones en
rebelión conocemos también que ésta logró sostenerse por poco tiempo tras la
derrota de Otón en Colonna pues sabemos que el nuevo catepán Caloquiro
Delfinas volvió a recuperarlas durante ese mismo año 982.
Tras haber pasado casi cinco meses en Apulia Otón II condujo su ejército en
dirección a Calabria y tras atravesar el Crati fue en busca del ejército árabe.
Las noticias de la aparición del ejército germano llegaron en mayo a Abul
Kassim que procedió de inmediato a proclamar la yihad y se apresuró a
remontar la costa de Calabria con todas sus tropas para hacer frente al
enemigo. Otón mientras tanto, tras haber dejado en Rossano a Teófano con el
obispo Dietrich de Metz y el tesoro imperial, avanzó hacia el sur y derrotó a
la vanguardia árabe en las cercanías de Crotona obligándoles a replegarse.
Pocos días antes, posiblemente en el puerto de Tarento, había entrado en
conversaciones con los protokaraboi de dos grandes chelandia armados con
fuego griego que allí habían recalado. Otón carecía de medios navales de
reconocimiento y convenció a aquellos para que zarpasen en busca de
noticias del enemigo. Pronto los marinos le informaron de que el ejército
musulmán se retiraba a toda prisa, lo que produjo en el joven monarca el
deseo de partir de inmediato con sus tropas más escogidas en persecución de
los fugitivos. Dejando atrás toda la impedimenta las tropas avanzaron a
marchas forzadas hasta alcanzar en la mañana del 13 de julio a las
avanzadillas del ejército de Abul Kassim. Viéndolos de lejos y desconocedor
de las tácticas de su rival Otón creyó enfrentarse a tropas muy escasas y dio
de inmediato la orden de ataque. Lo que parecía una escaramuza en la playa
cercana al Cabo Colonna se convirtió pronto en una batalla generalizada
debido a un conocimiento muy deficiente de las posiciones que ocupaba su
enemigo. Creyendo tener enfrente sólo a una pequeña parte del ejército árabe
Otón se lanzó al ataque al frente de sus tropas. Abul Kassim detuvo la
marcha para revolverse y hacer frente a la masa de atacantes y dispuso a sus
hombres para formar una barrera al borde del mar. En un clima de febril
exaltación religiosa muchos guerreros germánicos hicieron sus testamentos
en frente de sus camaradas antes de lanzarse a la carga. Tras ello partieron al
encuentro del enemigo. En un terrible choque cuerpo a cuerpo ambos bandos
se batieron con igual fiereza hasta que una carga por el centro logró romper la
línea árabe y llegar hasta los estandartes del emir. Una cruenta pugna tuvo
lugar alrededor de las insignias que finalizó con la muerte de todos los árabes

66
que allí combatían, entre los que se encontraba el propio Abul Kassim,
derribado por un golpe mortal en la cabeza.
El sacrificio de este valeroso grupo permitió que el resto del ejército árabe
pudiera reagruparse y volver a la lucha aunque la noticia de la muerte de su
jefe hizo cundir el desaliento entre las filas y provocó su retirada
desordenada bajo los golpes de los caballeros alemanes. Otón se creyó
vencedor de la jornada y queriendo aprovechar el impulso ordenó a sus
agotados hombres que emprendieran de inmediato la persecución de los
fugitivos. El combate había tenido lugar en medio del calor sofocante de
mediados de julio, en condiciones muy duras para hombres pesadamente
acorazados y poco acostumbrados a soportar ese clima ardiente. A pesar de
ello el ejército cristiano se lanzó a la persecución a través de caminos difíciles
bordeados por el mar a su izquierda y escarpadas montañas a su derecha en
un terreno salpicado de torrentes y muy propicio para las emboscadas. Era la
ocasión que esperaban sus enemigos, muy acostumbrados a ese tipo de
guerra y ardiendo en deseos de venganza. Agrupados en las alturas
observaron como los cristianos se desorganizaban en su apresurada
persecución y se prepararon para dar el contragolpe decisivo esperando el
momento propicio.
Este llegó cuando divisaron al propio Otón que se había adelantado
imprudentemente con algunos caballeros en persecución de un grupo de
jinetes que huían por la orilla. De repente surgieron árabes por todas partes
que se abalanzaron desde las alturas con fieros rugidos y el ejército germano
se vió asaltado súbitamente por tres lados y obligado a combatir de espaldas
a la costa. El combate se convirtió muy pronto en una carnicería en la que los
cristianos debieron elegir morir por la espada o arrojarse al mar. Esta lucha
sin piedad duró hasta la noche, momento en el que muchos murieron sin
saberlo a manos de sus camaradas en medio de la terrible confusión. La lista
de los magnates y señores principales caídos era escalofriante. En la batalla
perecieron Ricardo, el portador de la lanza del emperador, el conde Otón, jefe
de los guerreros francos, los margraves Bertoldo y Gunther de Misnia, los
condes Tietmar, Bezelin, Gebard, Ezelin, Burcardo, Dedi, Conrado, Irmfrido,
Arnoldo e innumerables guerreros y caballeros menores. Por su parte la
iglesia perdió al obispo Enrique de Augsburgo y al abad Werner de Fulda
entre otros muchos de los que, como dijo el cronista Tietmar de Merseburgo
“sólo Dios sabe el nombre”. Otro contemporáneo se lamentaba amargamente:

67
“Allí pereció bajo la espada de los infieles la flor de la patria, el ornamento de
la rubia Germania, la juventud tan querida para el emperador, que debió asistir
a la masacre del pueblo de Dios bajo la espada de los sarracenos, la gloria de la
cristiandad hollada bajo los pies de los paganos.”
También los señores lombardos tuvieron que lamentar sensibles pérdidas
por su alianza con el emperador pues en la batalla cayeron Landulfo, príncipe
de Capua, hijo mayor de Pandolfo I y otro hijo de éste, Atenulfo además de
sus sobrinos Ingulfo, Vadiperto, Guido de Sessa y el marqués Trasamundo
de Tuscia.
Los supervivientes no encontraron alivio a sus sufrimientos tras la batalla. El
tórrido calor y la sed hicieron perecer a muchos de los agotados fugitivos y
muchos más fueron hechos prisioneros para ser llevados atados y desnudos a
la venta como esclavos en los mercados de Palermo, Mahdia y Cairo.
Entre los supervivientes se encontraba el propio emperador que pudo escapar
milagrosamente con vida. Rodeado de enemigos consiguió romper el cerco y
huir seguido por su sobrino Otón, el duque de Baviera. Mientras cabalgaba a
rienda suelta por la costa divisó a poca distancia dos embarcaciones. Se
trataba de los dos chelandia con cuyos capitanes había estado en contacto
pocos días antes. En ese momento su agotado caballo se detuvo negándose a
seguir adelante. Un judío de nombre Calónimo que le seguía desmontó y le
ofreció su montura a la que Otón subió de un salto para seguir cabalgando
hacia el mar. Lanzándo su caballo en medio de las olas pidió a gritos a la
tripulación del navío más cercano que le salvasen de los perseguidores que
ya se acercaban pero el navío se alejó sin detenerse. Desesperado, Otón
regresó a la costa y descubrió que sus perseguidores, ignorantes de su
identidad, se habían alejado en busca de otras víctimas. A su regreso a la
orilla sólo encontró a Calónimo, que no le había querido abandonar mientras
que el duque de Baviera había continuado la huida. A lo lejos los dos
hombres divisaron otro grupo de jinetes árabes que se dirigía hacia ellos.
Desesperado Otón se lanzó de nuevo al mar intentando alcanzar otro barco
que se veía a lo lejos. Entretanto sus perseguidores habían llegado hasta la
orilla y mataron de inmediato al fiel judío pero no se atrevieron a seguir al
caballo de Otón, que nadaba con fuerza en dirección a la embarcación
haciéndole signos para que se detuviesen. El capitán, al ver al jinete que
intentaba escapar de una muerte segura, se compadeció y dió órdenes de
recoger al agotado caballero. Una vez a salvo la mayor preocupación de Otón
fue la de ser descubierto y llevado a Constantinopla de modo que intentó

68
ocultar su identidad pero fue reconocido por un oficial de origen eslavo
llamado Xolunta que en otro tiempo había servido a sus órdenes.
Compadecido el hombre le hizo en secreto señales para que no revelase su
nombre y convenció al capitán de que el jinete era un noble germano por el
que podría obtener un gran rescate, pero que sería necesario dirigirse a
Rossano para cobrarlo, pues allí estaba depositado el tesoro imperial. El
capitán consintió en ello y al día siguiente la embarcación fondeó en el
puerto para entrar en tratos sobre la liberación del cautivo. Xolunta pudo
descender a tierra con el pretexto de negociar el rescate y así enviar un aviso a
Teófano y al obispo de Metz. Muy pronto ambos acudieron angustiados al
muelle para negociar acompañados de una larga hilera de bestias de carga
que transportaban el tesoro imperial. Al ver esto el protocarabos ordenó echar
el ancla para iniciar las negociaciones mientras el obispo salía en una lancha
con algunos oficiales en dirección al chelandion. Los bizantinos, confiados,
dejaron subir a bordo al obispo Dietrich que, bajo algún pretexto, consiguió
que Otón cambiase su cota de mallas por una vestimenta más ligera. En un
momento de descuido el emperador se arrojó por la borda y empezó a nadar
en dirección a la costa. Un marinero intentó detenerlo pero fue muerto por
Liuppo, uno de los hombres del séquito del obispo. Los griegos, repuestos de
la sorpresa, intentaron iniciar la persecución pero los caballeros germanos
empuñaron sus espadas y les hicieron retroceder. Simultáneamente
numerosas embarcaciones salieron de la orilla cargadas de guerreros en
defensa de su príncipe. Por fin Otón pudo alcanzar la orilla y fue puesto a
salvo por sus hombres en medio de la desbordada alegría de todos. Fiel a su
compromiso comunicó al barco bizantino que estaba dispuesto a
recompensar magnificamente sus servicios, pero el capitán no se fió de la
palabra de su antiguo prisionero e hizo vela de inmediato para alejarse de
Rossano.
Tras alcanzar la playa Otón se dirigió de inmediato a reencontrarse con
Teófano. Aquí los cronistas sitúan un episodio singular: en medio de la
alegría del encuentro y alterada por las angustias padecidas la emperatriz
hizo comentarios desdeñosos sobre la valía de los ejércitos germanos, lo que
provocó el furor de Otón y una disputa entre ambos esposos, la única seria
durante su matrimonio, que provocó un distanciamiento durante meses de lo
que puede dar muestra indirecta la evidencia de que hasta el mes de julio del
año siguiente el nombre de la emperatriz no apareció al lado del de su esposo
en los diplomas imperiales.

69
De inmediato Otón abandonó Rossano y se dirigió a Cassano adonde llegó
antes de acabar el mes de julio. Desde allí atravesando las montañas del
Mercurion pasó a tierras de Salerno el 2 de agosto y el 18 de ese mes hacía su
entrada en la propia capital. Desde allí Otón marchó a Capua, la única capital
lombarda en la que tenía partidarios fieles, donde invistió como nuevo
príncipe a Landenulfo, cuarto hijo de Pandolfo I, y se preparó para regresar a
Roma y rehacer su ejército.
La batalla de Colonna fue un desastre para ambos bandos. Los árabes tras la
pérdida de su jefe tuvieron que regresar a Sicilia pero en Italia y el Imperio lo
único en lo que se reparó fue en la tremenda derrota de Otón y la pérdida de
su ejército. En medio de la enorme conmoción que sacudió toda Alemania
estallaron revueltas en las fronteras del Elba y los propios servidores del
emperador criticaron la ligereza e imprudencia de su aventura italiana
mientras que en el norte de Italia las poblaciones se sublevaron contra los
obispos como partidarios demasiado fieles de la voluntad de su señor y se
negaron a obedecer los decretos imperiales. Para animar a sus partidarios en
el mes de junio de 983 Otón convocó en Verona una gran asamblea en la que
los señores de Alemania e Italia volvieron a proclamarlo rey de Germania e
Italia al igual que a su hijo Otón entonces con tres años de edad. Queriendo
borrar el recuerdo de su fracaso Otón se propuso organizar una nueva
expedición en la que sólo pudo reclutar tropas italianas debido a las muchas
pérdidas que sus súbditos alemanes habían sufrido y a la necesidad de
proteger las fronteras en el noreste.
En septiembre Otón II llegó a la región de Larino en Benevento preparado
para iniciar la nueva campaña pero la noticia de la muerte del Papa Benito
VII y el temor a una revuelta en Roma hicieron dar marcha atrás al
emperador. En la ciudad santa Otón se aseguró de que su canciller, el obispo
Pedro de Pavía, fuese proclamado como Juan XV. Poco después el emperador
cayó enfermo de disentería y falleció el 7 de diciembre de 983 a los veintiocho
años de edad. Su cuerpo fue enterrado en San Pedro cerca del sepulcro de los
Apóstoles. Con la muerte de Otón se puso fin a una época de intervenciones
germánicas en Italia. Harán falta más de cuarenta años para volver a ver a un
emperador alemán interviniendo con su ejército en tierras de Apulia.
Mientras tanto en Sicilia los árabes, debilitados por la pérdida de su
carismático jefe, no reemprendieron sus incursiones hasta 986 por lo que las
autoridades bizantinas, espectadores pasivos de los últimos acontecimientos,
terminaron obteniendo un provecho por el debilitamiento de todos sus

70
rivales, también incluso en el caso de los lombardos, que habían perdido a
los príncipes de Capua y Benevento en la jornada de Colonna y que en estos
momentos no estaban en disposición de ofrecer una oposición decidida a los
avances bizantinos. Los últimos rebeldes en Apulia se sometieron a
Caloquiro Delfinas y los obispos latinos, que habían defendido la causa del
Imperio, fueron recompensados por el catepán con importantes privilegios.
+
Reformas administrativas: La instauración del catepanato
El primer texto que hace mención de un katepâno de Italia es un diploma
fechado en la primavera de 970 a favor de la iglesia y monasterio de San
Pedro de Tarento por el anthypatos y patricio Miguel en el que se hace
mención a su antecesor en el cargo el catepán Miguel Abidelas. Por esta
misma época fue redactado el Taktikon llamado del Escorial en el que se cita
al catepán de Italia (término intercambiable con Longobardia en la
nomenclatura oficial) en el puesto número 20, tras el catepán de Mesopotamia
y el duque de Tesalónica, mientras que los strategoi de Sicilia, Longobardia y
Calabria ocupan en la citada lista de dignidades los puestos del 60 al 62. La
última referencia oficial conocida anterior a esa fecha es la de Mariano Argiro
en 956, momento en el que se sigue utilizando todavía la denominación de
“estratego de Calabria y Longobardia” por lo que es en este período cuando
cabe situar la reforma, muy posiblemente durante el reinado de Nicéforo
Focas.
A partir de este momento y hasta el final de la dominación bizantina en Italia
el catepán sustituye al antiguo estratego de Longobardia en su gobierno de
Bari. Posiblemente es razonable conectar este cambio administrativo a una
reforma que se proponía mejorar la defensa de las posesiones bizantinas en
Italia.
Hasta entonces los territorios administrados por Bizancio se dividían en dos
provincias: Longobardia y Calabria, gobernadas cada una por un estratego
independiente. Aunque ambos tenían a su cargo funciones diplomáticas y
militares el ámbito de acción era distinto. Para el primero correspondía la
relación con los príncipes lombardos, regular sus intercambios diplomáticos
con Constantinopla y hacer valer la autoridad imperial en la medida de sus
posibilidades. Para el segundo quedaba el trato con el emirato de Sicilia
regulando sus incursiones en tierra firme mediante el pago de una
contribución regular.

71
También en la población de ambos themata había profundas diferencias,
especialmente el predominio cultural y religioso de lo griego en Calabria
frente a la mayoría latina y lombarda en Apulia, cuyos obispos eran
ordenados desde Roma. Diferentes medios y diferentes políticas provocaron
durante toda la primera mitad del siglo X que la mala coordinación y
dispersión de fuerzas hicieran fracasar todos los intentos para establecer una
paz duradera en Italia meridional. La primera reacción ante estas deficiencias
organizativas se atestiguan desde 950 cuando el patricio Malaceno, al mando
del ejército de socorro, llega investido con la autoridad suprema y los
strategoi locales deben unir como subordinados sus fuerzas a las suyas pero
sólo se trata de una medida excepcional y provisional. Pocos años más tarde
Mariano Argiro es nombrado también estratego de Longobardia y Calabria
pero posiblemente tras la paz los dos themata volvieron a ser gobernados por
sus respectivos oficiales.
Hacia 965 Nicéforo Focas envió a Bari para gobernar simultáneamente
Longobardia y Calabria al magistros Nicéforo Hexacionites en una decisión
recibida con expectación en Italia pues, como nos cuenta el biógrafo de la
Vida de San Nilo, nunca se había visto en esas tierras un funcionario de tan
alta dignidad. Es en estos momentos cuando se sitúa el episodio de la quema
de barcos en Rossano provocada por el deseo del nuevo gobernador de
mejorar el estado de la defensa marítima de Calabria. En esos días apenas
algunos pocos barcos patrullaban a lo largo de las costas de modo que en caso
de necesidad se hacía necesario recurrir a la flota imperial o a la de los
themata marítimos. Parece claro que en esta época en Constantinopla se veía
claramente la necesidad de reformar la administración italiana estableciendo
una unión más estrecha entre ambos territorios. Por aquellos años aparece en
Rossano un alto funcionario civil, Eupraxio, que es llamado “juez imperial de
Italia y de Calabria” al tiempo que en el terreno religioso se busca la
unificación del clero intentando asegurar también en Apulia la supremacía
del rito griego. Fue éste un período de recuperación que asistió a la
reconstrucción de Tarento, posiblemente en 967/968, hasta entonces
abandonada tras su destrucción en 928 a manos de los árabes. La ciudad fue
por completo reconstruida a partir de los restos de la antigua villa y
emplazada ahora en la cima de la acrópolis. La nueva población, reclutada
entre las poblaciones vecinas pero contando también con colonos griegos, fue
servida por un acueducto de cerca de 40 Km. que abastecía a la ciudad con las
aguas de Vallenza. Pronto Tarento recuperó su posición de antaño hasta

72
consolidarse como la segunda ciudad de Calabria y se convirtió en sede de un
obispado dependiente del metropolitano de Reggio. Parece datable también
de este período o en todo caso de principios del XI la fundación de Catanzaro
y de la cercana fortaleza de Rocca Niceforo (actualmente Rocca-Falluca).
Paralelamente a estos esfuerzos reconstructores el emperador, de acuerdo con
el patriarca Polieucto, dictó órdenes para acelerar la helenización de las
provincias italianas en el plano religioso impidiendo la práctica de las
ceremonias de rito latino en las tierras sometidas a la autoridad de Bizancio.
Tal y como Liutprando hace notar en su Legatio:
“Nicéforo, lleno de odio contra vos (Otón I) y contra la Iglesia, acaba de
ordenar al patriarca de Constantinopla que transforme el obispado de Otranto
en metropolitano y que no se tolere que los divinos misterios se celebren en
lengua latina en ninguna localidad de Apulia o Calabria. A partir de ahora sólo
se podrá usar la lengua griega. El patriarca Polieucto, en consecuencia, ha dado
la orden al jefe de esta iglesia de Otranto concediéndole pleno poder para
consagrar obispos en las iglesias de Acerenza, Tursi, Gravina, Matera,
Tricarico, todas ellas dependientes sin duda alguna del papa de Roma.”
Seguramente la creación del título de catepán de Italia debe remontarse
también al reinado de Nicéforo Focas, pues en el diploma de 970 se hace
alusión a una donación anterior de otro catepán. No obstante el título no
supone que la autoridad del nuevo oficial se extendiera por igual en ambas
regiones ya que en la titulatura el término “Italia” no se aplica nunca a
Calabria y este thema mantuvo siempre su individualidad aunque parece que
progresivamente se fue convirtiendo en subordinado del de Italia.
Finalmente el uso del término katepâno para el oficial al mando en Italia se
explica por la constatacion de que en el siglo X el gobierno imperial tendía a
llamar así a los oficiales al mando en regiones fronterizas (de Baja Media, de
Iberia, de Dirraquio, etc.) o a cargo de tropas auxiliares (como los Mardaítas o
los eslavos de Opsikion). La propia Italia era una región fronteriza en la que
el oficial al mando debía tener unas atribuciones y una autonomía superiores
a la de un estratego normal. El oficial al mando ejercía una autoridad
incontestada sólo sujeta por el poder central mediante la breve duración de
los cargos y la posibilidad siempre presente de una investigación al término
de los mismos para decidir sobre las posibles faltas y abusos de poder
cometidos durante el mandato.
Las especiales circunstancias que caracterizaban las provincias italianas
exigieron siempre de la praxis administrativa bizantina una particular

73
flexibilidad. El gobierno de un territorio con una población mayoritariamente
de lengua latina, que dependía en lo eclesiástico de Roma y no del Patriarca y
que en el plano jurídico seguía utilizando el derecho lombardo implicaba la
concesión de una amplia autonomía y el reconocimiento de las limitaciones
del gobierno imperial para imponer su voluntad. Una voluntad que conoció
altibajos muy señalados a la hora de ser aplicada a unos súbditos en
ocasiones muy reacios a aceptar las imposiciones que llegaban del otro lado
del Adriático.
A la cabeza de la estructura administrativa de los themata de Sicilia-Calabria
y Longobardia, al menos hasta el final del reinado de Nicéforo Focas, se
situaba un estratego con atribuciones civiles y militares. Cuando se instituyó
el catepanato, alrededor de 969, el thema de Calabria mantuvo su
independencia bajo su propio gobernador. La norma administrativa
bizantina impedía habitualmente los mandatos de larga duración y durante
este período un oficial no permanecía en su puesto habitualmente más de
cuatro años. El rango de los gobernadores en la primera época era
normalmente de protoespatario o patricio. Con la llegada de los catepanes el
rango de los oficiales seleccionados fue habitualmente el de patricio y sólo en
épocas críticas como en la década de 1040 fueron nombrados para el cargo
magistros o duques. La nueva organización no trajo sin embargo novedades
en cuanto a las competencias del gobernador de Italia pues en todos los casos
se ve a los catepanes atender, además de sus tareas militares, asuntos
judiciales, confirmando privilegios a instituciones religiosas y a particulares,
decidiendo en cuestiones administrativas, etc.
Cuando las circunstancias lo requerían el estratego o catepán delegaba en un
representante denominado ek prosopou, aunque el oficial subordinado que
más frecuentemente aparece en las fuentes es el turmarca. Habitualmente un
thema estaba dividido en varias turmas, cada una con un turmarca a su frente.
En Italia este sistema fue aplicándose a medida que se comenzaron a
reconquistar tierras a finales del IX. Cuando el estratego Barsacio regresó en
895 a Bari tras su estancia en Benevento dejó en la ciudad al turmarca
Teodoro al mando. Los turmarcas eran nombrados directamente por el
emperador y tenían mando directo sobre un contingente de tropas aunque su
importancia se devaluó ya en la primera mitad del siglo X, cuando
Constantino Porfirogénito, hablando de los preparativos para la expedición a
Creta de 949, distingue dos tipos de turmarcas con diferente nivel de

74
retribución y ya en los años 70 el cargo había descendido tanto en la jerarquía
que no es citado en el Taktikon de El Escorial.
En el caso italiano abundan las referencias a los turmarcas asociadas a
actividades de tipo judicial y realizadas por indígenas, aunque no es
descartable que éstos siguiesen desempeñando funciones de tipo militar. Las
turmas estaban a su vez divididas en druggoi y éstos a su vez en banda o
topoteresiai aunque hasta el momento no han podido ser identificadas y
delimitadas con seguridad en Italia.
Subordinado al turmarca aparecían los oficiales de gradio medio: el merarca,
y tras él el komes tes kortes, componente del estado mayor (proeleusis) del
gobernador de la provincia, detentando habitualmente el rango de espatario o
espatarocandidato. El kartoularios tou thematos era el responsable del
catastro provincial, dependiente por un lado del estratego pero también
relacionado con la oficina del Logoteta del Stratiotikon. Otro miembro del
séquito del gobernador era el domestikos tou thematos que junto a kometes
de los banda, centarcas, protocentarcas, un proximos y protocancelarios son
mencionados en las fuente asumiendo diversas funciones administrativas y
judiciales.
Más definidos en sus competencias eran otros dos funcionarios que
trabajaban a las órdenes del estratego: el protonotarios tou thematos, a cargo
de la administración financiera y el krités, dikastés o praitor tou thematos,
que ejercía la función de juez supremo de la provincia. Ambos, al igual que
el cartulario, respondían ante el gobernador y la administración central, en
este caso del Sakellion. Los jueces solían ser profesionales de la carrera
notarial, frecuentemente con el rango de asekretis, y dependían del
protoasekretis de Constantinopla hasta la creación durante el reinado de
Constantino IX Monómaco de la oficina epi ton criseon.
Se reconocen también en las fuentes los cargos de taxiarca, oficial al mando
de una fuerza de 1.000 soldados y que desde fines del X aparecen en Italia
ocupados en cuestiones de ámbito civil y topotereta, éste último muy
posiblemente vinculado al mando de pequeñas guarniciones y no exento de
funciones extramilitares. En todos los casos, a la vista de la documentación
conservada, las funciones y competencias de los distintos oficiales de la
administración bizantina parecen menos rígidas de lo que se pudiera pensar
y más adaptada por ello a las necesidades del momento.
El sistema defensivo de los themata italianos se basaba en la autonomía
militar de cada circunscripción y sólo en momentos de crisis o en caso de

75
expediciones se emplearon tropas llegadas de otras regiones. La base
económica del ejército era la strateia, carga no necesariamente militar que
desde finales del X fue progresivamente convertida en dinero. En pocas
ocasiones el poseedor de un stratiotikon ktema coincidía con un soldado en
ejercicio, aunque era responsable de los gastos derivados de la adquisición y
mantenimiento del armamento ante el fisco, lo que explica la circunstancia de
que frecuentemente encontremos a clérigos en posesión de stratiotika
ktemata y por tanto sujetos al pago de la strateia. Las necesidades acuciantes
de defensa de las provincias italianas sobrepasaron en mucho la capacidad de
las milicias locales y exigieron la presencia casi constante de tropas llegadas
desde otras partes del Imperio. La progresiva profesionalización del ejército
bizantino desde mediados del siglo X disminuyó todavía más la importancia
de los reclutas italianos a los que encontramos a lo largo del siglo XI
enrolados como milicia de infantería ligera (contaratoi o conterati como son
llamados en las fuentes) de escaso valor militar. En su lugar las batallas
fueron libradas principalmente con soldados de exóticos orígenes: rusos,
armenios, válacos además de una amplia representación de los themata
orientales.
Entre los oficiales documentados en las fuentes encontramos abundantes
referencias a miembros de las scholae, excubitores y manglabitas y también, a
partir de 1040 hay alusiones a los pantheotai, miembros de un cuerpo de la
guardia palatina constantinopolitana, desempeñando funciones de carácter
judicial.
En el ámbito judicial el derecho lombardo siguió siendo utilizado entre la
población latina de Apulia. Los iudices de cada población se hacían cargo de
los procesos jurídicos en su área de actuación y en muchos casos se
alternaban en las funciones los krités y los gastaldi. Éstos últimos,
originariamente los funcionarios provinciales lombardos de rango más
elevado, habían sufrido una pérdida de importancia a lo largo del siglo IX
incluso en los principados de Benevento y Salerno y aparecieron desde
entonces aplicados a funciones administrativas de rango subalterno como la
realización de contratos de donación, adquisición y permuta de tierras o
divisiones de herencia. En cualquier caso no parece que haya habido
especiales problemas en su integración en el sistema administrativo
bizantino, bajo el cual siguieron activos sin mayores problemas. Esa
flexibilidad de la administración imperial se trasladó también a la práctica
utilizada en algunas comunidades cercanas al santuario del Monte Gargano

76
con población de mayoría eslava y en la que la administración de los asuntos
judiciales quedó también a cargo de los zupan locales.
La autoridad superior a los jueces y gastaldos era el turmarca de la ciudad,
muy frecuentemente de origen lombardo. En caso de no disponer de uno los
asuntos eran dirigidos a la instancia superior, bien fuese el krités tou
thematos, el ek prosopou o el estratego o catepán mismos si era necesario o si
ocurría que llegasen a la población durante un viaje de inspección.
En los asuntos portuarios el parathalassites tenía la jurisdicción suprema,
decidiendo sobre todas las cuestiones que afectaban a la marina mercante
desde su sede en el puerto de Bari. Este cargo siguió en vigencia durante la
época normanda.
La administración financiera en la Italia bizantina en principio no difería de
los procedimientos observados en otras partes del Imperio. Los estrategos y
catepanes podían otorgar exenciones a iglesias y monasterios imitando el
ejemplo de la corte imperial. Los funcionarios fiscales eran también los
mismos: el protonotario, encargado provincial del Sakellion, el cartulario, que
formaba parte del Logothesion tou stratiotikou, y los kommerkiarioi,
funcionarios de la aduana que dependían del Logothesion tou genikou.
También aparecen en las fuentes los administradores de los bienes
imperiales, curatores y episkeptitai, que en ocasiones parecen haber
dependido de la autoridad del catepán y no del gobierno central. En un
primer momento, cuando el control sobre las tierras reconquistadas no era
firme todavía el gobierno bizantino optó por mantener el sistema tributario
tradicional en el país, tal y como se ve en los privilegios del año 892 en los
que los monasterios de Montecassino y San Vicente de Volturno son exentos
de todos los impuestos (datio), tributos, derechos de puente y puerta
(portaticum) y de amarre (ripaticum). En fechas posteriores el único impuesto
documentado es el kommerkion recaudado por los funcionarios
correspondientes asentados en Bari. Curiosamente los ciudadanos de Bari
estaban obligados a pagar el kommerkion de nuevo en Abidos en caso de
dirigirse a Constantinopla y en el tratado firmado con Venecia en 992 se
prohibía a sus marinos transportar en sus naves mercancías o comerciantes
amalfitanos, judíos y barenses so pena de perder todo el cargamento. A pesar
de ello el tráfico con la capital parece haber sido floreciente a lo largo del siglo
XI a juzgar por las numerosas referencias a naufragios de naves mercantes en
esa ruta.
+

77
Italia bizantina 983-1030

El hostigamiento de los piratas musulmanes


Tras la fallida empresa de Otón II y la derrota de Colonna las tropas
bizantinas pudieron ir recuperando paulatinamente las villas de Apulia que
habían sido ocupadas por los alemanes durante su campaña. Así sabemos
que ya en diciembre de 982 el patricio Delfinas había recuperado Ascoli
Satriano tras haber entrado en Bari en junio anterior y que en el año 983 los
documentos jurídicos de Lucera volvieron a ser datados con los años del
reinado de los emperadores Basilio y Constantino. El 11 de junio de 984 los
hermanos Teofilacto y Sergio, sin duda ciudadanos prominentes y cabeza del
partido probizantino, hicieron entrega de Bari tras haber expulsado a la
guarnición alemana, siendo ambos recompensados con el título de
protoespatario. Posiblemente en estos momentos la administración bizantina
de los dos themata se organizó más sólidamente bajo la autoridad de un
único jefe militar, el catepán, con residencia en Bari. Si bien el primero
atestiguado en las fuentes es Miguel Abidelas, citado ya en un acta de 970 es
a partir de estos momentos cuando se regulariza su situación.
La atención de los bizantinos en Italia se volvió sobre la amenaza musulmana
cada vez más presionante frente a unas defensas reducidas a la condición de
milicias locales, e imposibilitadas de recibir refuerzos desde Constantinopla
en una época de revueltas, guerras civiles y enfrentamientos con los búlgaros.
Los gobernantes de los años finales del X y comienzos del XI, de los que
conocemos a Caloquiro Delfinas (¿980?-984), Romano (984-988), Juan
Amirópulo (989-?), Gregorio Tarcaniotes (998-1006) y Alejo Jifias (1006-1008)
seguramente tuvieron muy pocos medios con los que enfrentarse a la
amenaza que llegaba desde las costas. Por ello los piratas y corsarios
sarracenos multiplicaron sus algaradas en esos años finales del siglo X,
saqueando, obteniendo rescates de las poblaciones y atreviéndose incluso a
ocupar en firme diversas localidades. En 986 cayó la ciudad de Gerace y al año
siguiente fueron destruidas las murallas de Cosenza.
+
sulmanes parecen haber aprovechado unos años de revueltas y agitaciones
especialmente acentuadas pues se nos da cuenta en 986 de la muerte en Bari
del protoespatario Sergio a manos de sus conciudadanos. Este Sergio había
sido uno de los protagonistas de la recuperación de Bari dos años atrás. Al
año siguiente fue el turno de un tal Andraliscos o Adralestos, muerto por el

78
krités Nicolás, jefe de otra revuelta. Esta asonada en Bari debió tener bastante
importancia pues no se documenta el final de la misma hasta 989, ya con Juan
Amirópulo al mando, que hizo ejecutar a los cabecillas entre los que se
encontraban Porfirio, el krités Nicolás y el hikanates León. Y a pesar de todo
la paz no llegó a la capital pues al año siguiente se registraron nuevas
muertes de funcionarios imperiales, esta vez los excubitores Pedro y Bubalés.
Posiblemente tengamos que ver detrás de toda esta inestabilidad cuestiones
de tipo fiscal y exacciones monetarias muy mal recibidas por parte de la
comunidad ciudadana de la capital.
La presencia de los piratas siguió siendo constante en estos años y pronto la
misma Bari fue amenazada directamente en el año 988, cuando los corsarios
llegaron a saquear los suburbios y llevan prisioneros a Sicilia a gran cantidad
de campesinos. Aunque no asediaron todavía Bari sí se atrevieron a atacar
Tarento en 991, batiendo el 28 de agosto a un ejército de auxilio que había
llegado desde Espoleto al mando del conde Atón para unirse a las milicias
locales de Apulia. Es posible que las bandas árabes mantuviesen algunas
bases en las zonas montañosas de Basilicata, particularmente en la región de
Pietrapertosa.
En 994 los corsarios se apoderaron de Matera tras un largo asedio de cuatro
meses. En ocasiones los invasores contaban con la colaboración local.
Sabemos que en 997 un tal Esmaragdo, un lombardo que había sido exiliado
de su ciudad natal de Bari, asesinó en compañía de su hermano Pedro a un
alto funcionario bizantino de Oria, el excubitor Teodoro, posiblemente al
mando de la guarnición local. La sublevación se mantuvo durante todo un
año y en octubre de 998 Esmaragdo entró en contacto con un jefe musulmán,
el caid Abu Said y le prometió facilitarle la entrada en Bari valiéndose de sus
contactos en la ciudad. En el último momento, ya ante los muros de la ciudad,
Abu Said sospechó una celada y se retiró apresuradamente. Seguramente
otros casos similares tuvieron lugar pues conocemos que en 999 el
protoespatario y catepán de Italia Gregorio Tarcaniotes recompensó a un
oficial en Tarento por los servicios prestados en la lucha contra los piratas,
alabando su fidelidad hacia el basileo “cuando tantos otros hacían causa
común con el enemigo”. Las fuentes de la época son unánimes al testimoniar
los grandes padecimientos de la población ante los ataques repetidos y la
miseria que asoló por estos años toda la Italia meridional.
Tarcaniotes, miembro de una familia que habría de destacarse a lo largo del
siglo siguiente, parece haber sido un soldado enérgico que se aplicó pronto a

79
dominar las distintas revueltas. En 999 recuperó Gravina de manos de unos
rebeldes lombardos guiados por un tal Teofilacto. Al año siguiente le tocó el
turno finalmente a Esmaragdo. De Tarcaniotes se conservan varios sigillia en
el monasterio de Montecassino en los que se hace donación de propiedades a
diversas instituciones religiosas y también a particulares que, como el
otorgado al espatarocandidato Cristóforo Bocomaqués en noviembre de 999,
se habían distinguido “en recompensa por su valerosa y patriótica actitud al
servicio de los santos emperadores en la lucha contra los miserables
agarenos”.
Venecia y Bizancio compartían el objetivo común de proteger las costas del
Adriático y el tráfico marítimo contra los eslavos, croatas y árabes. Para la
primera ésto significaba un acceso libre al Mediterráneo y para Bizancio la
garantía de comunicaciones despejadas entre la capital y las provincias
italianas. En marzo de 992 los emperadores Basilio II y Constantino VIII
llegaron a un acuerdo con Venecia que nos ha sido transmitido por la
traducción latina del crisóbulo original. De acuerdo con este tratado el
emperador garantizaba privilegios aduaneros a los barcos venecianos en los
puestos de Constantinopla y Ábydos mientras que el dogo Pedro II Orseolo
prometía asistencia naval siempre que el emperador necesitase enviar tropas
al sur de Italia. En los siguientes años el acuerdo funcionó a satisfacción de
ambas partes: Venecia sin duda contó con la colaboración bizantina durante
su exitosa expedición a Dalmacia en 1000/1001 que le reportó la toma de Zara,
Curzola y Lagosta. Y la ayuda veneciana fue fundamental para Bizancio tras
la captura de Dirraquio por los búlgaros en la década de los noventa, pues la
toma de ese importante enclave supuso la interrupción de las comunicaciones
directas entre Bizancio y las provincias italianas. Esas cláusulas del tratado
tuvieron que hacerse efectivas muy pronto a raíz de un recrudecimiento de
los ataques piratas a partir de 1002 cuando la propia Bari fue tomada como
objetivo y presa. Un numeroso ejército al mando del caid Safi asedió la
ciudad por tierra y mar desde finales de mayo hasta el 20 de septiembre. Sólo
la llegada de la flota veneciana el 6 de septiembre, al mando del propio Dogo
Pedro II Orseolo pudo avituallar a la población presa ya de la hambruna. Tras
aportar el auxilio los navíos venecianos se hicieron a la mar para enfrentarse a
la flota sitiadora, mientras las tropas de Tarcaniotes realizaban una salida por
sorpresa. Los combates en tierra y mar duraron tres días y tuvieron gran
intensidad, e incluso el propio catepán estuvo a punto de caer prisionero en
manos de los lombardos rebeldes que combatían junto a los sarracenos. Por

80
fin los sitiadores se dieron por vencidos en la noche del tercer día y
aprovecharon la oscuridad para retirarse. Bari se vió libre entonces de la
amenaza y Basilio II recompensó al Dogo con el matrimonio de María
Argyrina con su hijo Juan en el año 1004.
En estos años también se hablaba de renovar alianzas matrimoniales con la
corte germánica mediante el proyecto de enlace entre una princesa
porfirogénita y el joven Otón III. Cuando el embajador de éste último, el
arzobispo de Piacenza Juan Filagatos, griego de Rossano, antiguo tutor y
canciller de Otón y fiel colaborador de Teófano, regresó a Roma de su misión
en 997 se vió envuelto en medio de circunstancias poco claras en una
conspiración contra el papa Gregorio V, primo del emperador. Apoyado por
los romanos, especialmente por la poderosa familia de los Crescencios,
asumió la tiara pontificia con el nombre de Juan XVI, posiblemente incitado
por las maquinaciones del embajador bizantino León, metropolitano de
Synada. Como dice Falkenhausen, es significativo de la influencia bizantina
en Italia en estos años que la elección de un papa griego fuese preferible a la
de un sajón para los romanos. En cualquier caso a finales del siglo X vivían en
Roma y su entorno un buen número de clérigos y monjes griegos, algunos de
ellos de gran predicamento y autoridad espiritual entre los romanos y la corte
imperial como el obispo de Damasco Sergio, Sabas el joven, Nilo de Rossano
y Gregorio de Cassano. Cuando en 998 el emperador cruzó los Alpes para
reestablecer su autoridad en Roma los rebeldes, incluido Juan, fueron
cruelmente castigados pero las relaciones entre ambos Imperios no se vieron
dañadas por este episodio y las negociaciones siguieron adelante. Sólo la
muerte repentina de Otón el 23 o 24 de enero de 1002 puso fin al proyecto
cuando ya el embajador imperial el obispo Arnulfo de Milán acompañado
por la novia bizantina había desembarcado en Bari. La desdichada princesa
tuvo que regresar a su patria con todos sus acompañantes.

Años turbulentos
Aunque Bari había sorteado el peligro todavía siguieron menudeando los
ataques árabes en otras zonas, principalmente en Calabria: en julio de 1006
llegó a Italia un nuevo catepán llamado Alejo Jifias, muy posiblemente el
Alejo Caronte padre de Ana Dalasena citado por Ana Comneno en su
Alexíada, y el 6 de agosto tuvo lugar cerca de Reggio otra gran batalla naval,
aunque esta vez fue la marina de Pisa la que sirvió bien a los intereses de
Bizancio. A pesar de todo el peligro y las incursiones no cesaron

81
inmediatamente pues en 1009 las bandas musulmanas volvieron a invadir el
valle del Crati y ocuparon de nuevo Cosenza.
A partir de estos momentos la amenaza en las costas se alejó gracias a la
colaboración de las flotas de las ciudades estado del norte. A ello contribuyó
también la recuperación de Dirraquio desde 1005, evento reconocido por la
aristocracia de Apulia como un hecho remarcable al permitir la reapertura del
tráfico y el comercio con Bizancio. Sin embargo las dificultades para las
autoridades bizantinas no se acabaron porque en los primeros años del siglo
XI se asistió a un recrudecimiento de la agitación en las comunidades locales,
presas de continuas luchas intestinas. Fue durante el mandato del nuevo
catepán y anterior estratego de Samos, Juan Curcuas, llegado en mayo de 1008
para reemplazar a Alejo Jifias, fallecido en algún momento entre marzo y
agosto de 1007, cuando estalló una grave revuelta merecedora de ser recogida
en la crónica de Skylitzés, más seria que todas las producidas a lo largo del
medio siglo anterior y que habría de tener repercursiones de gran
trascendencia en las décadas posteriores.
El 9 de mayo de 1009, poco después de la llegada a Bari de Curcuas, se inició
en la ciudad una revuelta encabezada por el adinerado ciudadano Meles o
Melo. Éste, quizá de origen armenio, fue lo suficientemente hábil para
arrastrar a los habitantes a un desafío abierto a la autoridad griega, lo que no
era un hecho nuevo pues con relativa regularidad se habían sucedido en los
dominios bizantinos motines y asonadas en los cuales no es necesario
vislumbrar un deseo de desligarse del destino de Bizancio. Tales revueltas
frecuentemente estallaban por causas e individuos concretos: no contra el
Imperio sino contra un determinado funcionario, por el odio hacia algún
magnate (que portaba títulos y dignidades bizantinos) en una secuencia que
se repitió una y otra vez en las principales villas de Apulia.
Posiblemente también el factor económico debe ser tenido muy en cuenta, al
no estar limitados los catepanes por un monto fijo en la fijación de los
impuestos imperiales, lo que podía llevar a situaciones de abuso y sobrecarga
fiscal que eran muy mal recibidos por las poblaciónes locales, especialmente
en momentos como el invierno de 1009 que fue recordado en las crónicas por
su excepcional crudeza. Tras la eliminación de la amenaza musulmana
seguramente las actividades comerciales en la ciudad de Bari recibieron un
nuevo impulso y es posible que los comerciantes y gentes adineradas de la
villa recibieran de muy mal grado las cargas financieras que el nuevo catepán
fijase a su llegada. Precisamente se nos dice que Meles era el ciudadano más

82
rico de Bari, aquel que tenía más que perder con el aumento de la carga fiscal
y el más interesado en que la situación no progresase en esa dirección. No es
descartable que el objetivo político de Meles fuese el de crear una estructura
política similar a los ducados de Amalfi o Venecia, ciudades con intereses
marítimos como los de Bari, y quizá lo confirma el hecho de que
posteriormente fuese premiado con el título de Dux Apuliae por el emperador
germánico.
La insurrección en Bari se extendió con rapidez a Trani, y pronto se llegó al
combate entre ambos bandos, con una sangrienta lucha en las cercanías de
Bitonto. La milicia barense fue derrotada en el encuentro con las tropas del
catepán, pero pudo conservar el control de la ciudad para los sublevados. Es
posible que por aquella época hubiese otro choque, esta vez en Montepeloso
y que los rebeldes contasen con la ayuda de bandas de sarracenos que
permanecían en la región.
En enero o febrero de 1010 murió también Juan Curcuas y en su sustitución
llegó en marzo el protoespatario Basilio Argiro, llamado Mesardonites,
estratego de Samos acompañado en calidad de lugarteniente por el estratego
de Cefalonia León Tornicio, apodado por su baja estatura Contoleón. Los dos
oficiales pusieron sitio a Bari desde el 11 de abril. Tras un asedio de dos
meses los barenses capitularon permitiendo al catepán la ocupación de la
ciudadela en junio. Mesardonites exigió a los vencidos la entrega de su
cabecilla Meles pero éste huyó en el último momento acompañado por su
cuñado Datón. No tuvieron la misma suerte su mujer Maralda y su hijo
Argyros, que fueron enviados a Constantinopla como rehenes. Décadas
después su hijo volvería a Italia para tener un destacado papel en la escena
política, aunque en un contexto totalmente diferente. Para prevenir la
amenaza de futuras revueltas Mesardonites ordenó la construcción en la
cercanía del puerto del Praitorion, de la residencia fortificada del gobernador
en el lugar donde luego a finales del siglo se erigiría la iglesia de San Nicolás.
Mientras tanto el huido Meles llegó en su escapada hasta Ascoli, que también
se había manifestado a favor de la revuelta, pero los éxitos de Basilio
Mesardonites habían entibiado los entusiasmos revolucionarios de los
amotinados y Meles no se consideró todavía a salvo, por lo que optó por
buscar asilo entre los principados lombardos, primero en Benevento, luego
en Salerno que le denegaron su apoyo y finalmente en Capua, donde
estableció su residencia.

83
Tras someter Bari y convertirla de nuevo en sede del gobierno del thema
Basilio Mesardonites emprendió un viaje a Campania para afirmar la
soberanía del basileo en la zona, forzando a los príncipes lombardos a
mantener al menos una apariencia de sumisión a Constantinopla,
devolviendo así el prestigio a la causa imperial y desanimando con ello a los
rebeldes de Apulia. En octubre de 1011 se encontró en Salerno con monjes de
Montecassino a los que extendió un diploma confirmando la protección de
sus dominios en Apulia. Es posible que el catepán hubiese emprendido
también este viaje para intentar prender al fugitivo Meles, pero éste
consiguió finalmente sustraerse a su vigilancia en la corte de Pandolfo II de
Capua, con lo que el príncipe lombardo afirmó frente a Bizancio su deseo de
mantener una total independencia del Imperio.

La aparición de los normandos


Según la tradición conservada en Montecassino durante su estancia en Capua
Meles trabó conocimiento con un cierto número de normandos que allí
prestaban sus servicios como mercenarios. Conocedor de sus virtudes
militares y sabedor de sus ansias de aventura y riquezas les propuso llevar
contra los bizantinos una nueva tentativa. Por el contrario, de acuerdo con la
tradición transmitida por la obra de Guillermo de Apulia, se fija el primer
contacto entre Meles y los normandos hacia el final de 1011, en un encuentro
con peregrinos que, de vuelta de Jerusalén, se detuvieron en el santuario de
San Miguel de Monte Gargano. Ante ellos se presentó un lombardo exiliado,
vestido a la moda bizantina, que dijo llamarse Meles. El hombre les narró su
historia y sus desventuras y, viendo en ellos a hombres belicosos dispuestos a
arriesgar todo en busca de fortuna, les expuso el atractivo de la empresa por
la facilidad con que los griegos podrían ser derrotados y el inmenso botín del
que se podrían adueñar en un país dispuesto a ser dominado por aquel que
tuviese la audacia de reclamar su señorío.
Ante este prometedor panorama los normandos prometieron a Meles regresar
con muchos más compatriotas para intentar la conquista de Apulia. De vuelta
en su Normandía natal esparcieron la noticia y pronto encontraron multitud
de compatriotas dispuestos a escuchar con agrado. La Normandía de
principios del XI estaba sobrepoblada de hombres sin posibilidades de
labrarse un futuro en los estrechos límites del ducado y, separados de su
pasado vikingo sólo por dos generaciones, conservaban el arrojo y la energía

84
para lanzarse a cualquier empresa que les pudiera proporcionar tierras,
honores y riquezas.
Según la tradición los primeros normandos que acudieron a Capua a ponerse
al servicio de Meles habían tenido que huir de Normandía para escapar al
castigo del duque Ricardo II. Uno de ellos, Gisleberto Buatère, había sido
acusado del asesinato de un vasallo del duque, Guillermo Repostel, y llegó
pronto a un acuerdo con otros caballeros en malas relaciones también con el
duque: Rainulfo, Aseligrín, Osmudo, Lofuldo, todos ellos hermanos de
Gisleberto, así como Gosman, Rufino, Stigand y Raúl de Toeni junto con sus
respectivos hombres de armas y servidores. Raúl de Toeni parece haber sido
el lider de los exiliados. El porqué de la elección de Italia como destino está
en otra tradición que nos cuenta que, alrededor del año 1000, cuarenta
peregrinos normandos se detuvieron en Salerno de vuelta de un viaje a
Jerusalén. La ciudad estaba entonces asediada por los musulmanes y el
príncipe Guaimar, muy apurado, solicitó la ayuda de los recién llegados. Las
habilidades militares de los peregrinos contribuyeron decisivamente a la
liberación de la ciudad y el agradecido príncipe, tras recompensarles
espléndidamente, les rogó que difundieran al regreso a su hogar su petición
para que otros compatriotas acudiesen a alistarse como auxiliares a su
servicio. No contento con esto Guaimar envió directamente una embajada a
Normandía y sus mensajes y las impresiones de los peregrinos tuvieron gran
acogida entre unos caballeros ávidos de riqueza y asfixiados por la escasez de
oportunidades que les esperaba en su tierra natal. El tentador panorama de
un país rico y la perspectiva de la guerra contra los infieles sedujo facilmente
a sus destinatarios y fueron los asesinos de Guillermo Repostel los primeros
que acudieron a la llamada desde Italia.
En 1015 o 1016 Gisleberto y sus compañeros llegaron a Capua tras haberse
detenido en Roma. Durante su estancia en la ciudad el Papa Benito VIII les
había animado a entrar al servicio de los príncipes lombardos, seguramente
deseoso de librarse de unos huéspedes potencialmente incómodos y
considerándolos un arma para contrarrestar la influencia bizantina en la zona.
Es posible que sea entonces cuando haya que situar históricamente la
amenaza sarracena sobre Salerno, que la tradición sitúa quizá erróneamente
unos años antes. Tras desaparecer el peligro los mercenarios se encontraron
ociosos y sin empleo, por lo que éste pudo ser el momento en que de acuerdo
con Meles se dirigieron hacia Apulia. A la pequeña banda de normandos se
unieron contingentes lombardos reclutados aquí y allá por Meles, haciendo

85
llamamientos a todos los descontentos y capitanes de fortuna hasta formar un
ejército bastante numeroso con el que poder enfrentarse a las tropas del
emperador.

La primera invasión normanda


La irrupción de Meles y sus normandos en Apulia tuvo lugar en mayo de
1017 y de inmediato los saqueos a los que se entregaron los recién llegados
llenaron de terror a los habitantes de las comarcas septentrionales de Apulia.
La actitud desdeñosa de los normandos por una población a la que
consideraban reblandecida y acomodada les sustrajo desde el primer
momento el apoyo popular. Aunque la rebelión volvió a surgir en alguna
ciudad, como Trani, la mayor parte de las villas fueron tomadas a la fuerza y
no se produjo ningún tipo de movimiento en contra de la dominación
bizantina. La población asistió espantada, pero inactiva, a las evoluciones de
esta guerra.

En estos momentos al frente del catepanato ya no se encontraba Basilio


Mesardonites, trasladado a finales del año anterior al Epiro y posteriormente
al Vaspurakán. Su lugar había sido ocupado en mayo de 1017 por su antiguo
segundo de vuelta de nuevo en Italia, el estratego de Cefalonia y
protoespatario Contoleón Tornicio que, ante la noticia de la invasión, envió
por delante a uno de sus lugartenientes, el excubitor León Paciano. Ese mes
de mayo tuvo lugar un primer encuentro indeciso en Arenula, a orillas del
Fortore. Pocas semanas después el catepán se reunió con su subordinado y
juntos se enfrentaron el 22 de junio en una nueva batalla a los invasores cerca
de Civitate. El combate terminó con una derrota bizantina y la muerte de
Paciano, tras lo que los vencedores pudieron proseguir su marcha hacia el
sur. Un tercer enfrentamiento tuvo lugar a mediados de julio en Vacarizza,
cerca de lo que luego sería Troia, con una nueva victoria de los hombres de
Meles. Las sucesivas derrotas del catepán provocaron su inmediata
sustitución ese mismo verano y su regreso a Constantinopla.
En su sustitución llegó un personaje que ocuparía un lugar central en la
escena política de la Italia Meridional durante el próximo decenio y que
llevaría a la Italia Bizantina a su período de mayor esplendor. Se trataba del
nuevo catepán, el protoespatario Basilio Boioannes, quizá de origen búlgaro,
llegado en diciembre de 1017 en compañía del patricio Balantés y de un
ejército considerable en el que destacaban los auxiliares rusos.

86
Durante este tiempo los normandos y Meles habían avanzado hasta Trani,
ocupando en su camino diversos pueblos y villas. Para entonces ambos
bandos habían reforzado considerablemente sus números, porque si
Boioannes contaba con soldados profesionales a su mando por su parte los
normandos de Raúl de Toeni se habían beneficiado de la llegada incesante de
pequeños grupos de compatriotas atraídos por los sucesos acaecidos durante
ese año y medio de combates. Boioannes contaba por su parte con el poderoso
estímulo del oro, del que había sido bien provisto. Con su ayuda pudo ganar
el concurso de las milicias locales y es posible que probase a corromper a
aquellas que militaban bajo el mando de Meles.
En cualquier caso los imperiales se tomaron su tiempo para realizar sus
preparativos. El gran retraso pudo haber sido debido a la necesidad de hacer
frente a las diversas sublevaciones que se produjeron a raíz de las derrotas
del año 1017. Intensos combates se produjeron en la región de Trani donde el
protoespatario Juanicio y el lombardo Romualdo se mantuvieron en rebeldía
contra la autoridad imperial. Finalmente las tropas del topoteretes Ligorio
derrotaron a los rebeldes en un enfrentamiento que le costó la vida a
Juanicio. Su colega Romualdo fue hecho prisionero y deportado a
Constantinopla. Sabemos también que en junio de 1021 Falcón, turmarca y
episkeptites de Trani, ejecutó en nombre del catepán las sanciones aplicadas a
la población por su rebeldía, que afectaron especialmente al ciudadano
Maraldo, cuyos bienes fueron adjudicados al abad Atenulfo de
Montecassino.
Otra de las preocupaciones para Boioannes fue tratar de recuperar el apoyo
de los principados lombardos que se habían mantenido neutrales ante la
revuelta de Meles. Desde febrero de 1018 confirmó los bienes pertenecientes
al monasterio de Montecassino y por estas fechas también logró un acuerdo
con Pandolfo IV de Capua, el primero de los señores lombardos que se
reconcilió con el gobierno bizantino.
Tras estos movimientos diplomáticos llegó el momento de las armas. En el
mes de octubre de ese año tuvo lugar la última y decisiva batalla. Tras unos
días en los que los ejércitos enfrentados maniobraron para situarse en la
situación más ventajosa finalmente el catepán atrajo a los normandos a campo
abierto a orillas del Ofanto, cerca de la villa de Cannas. En octubre de 1018
tuvo lugar un choque sangriento en el que finalmente los bizantinos llevaron
la mejor parte. El ejército de Meles fue completamente derrotado y los
normandos que combatían en primera linea sufrieron particularmente con

87
sólo diez supervivientes entre los doscientos cincuenta que iniciaron el
combate. Todas las ganancias de la campaña se perdieron en un día. Los
fugitivos emprendieron la huida a toda velocidad en dirección a Benevento.
Los normandos que sobrevivieron a la batalla se dispersaron: unos entraron
al servicio de los príncipes lombardos Pandolfo de Capua y Guaimar de
Salerno, otros huyeron a Montecassino, otros finalmente se unieron al cuñado
de Meles, Datón, al que el Papa Benedicto había puesto al mando de una
fortaleza en la desembocadura del Garellano.
Meles, acompañado por Raúl de Toeni, se decidió pronto a abandonar Italia y
acudió a la corte del emperador Enrique II donde intentó con todas sus
fuerzas convencerlo para que emprendiese una expedición contra los
bizantinos. Llegó a Bamberg a comienzos de 1020, y allí Enrique le concedió
el título de duque de Apulia afirmando con ello las pretensiones del Imperio
Germánico sobre la región. Pero Meles pudo gozar poco tiempo de su
recompensa pues falleció poco después de su llegada, el 23 de abril de 1020 y
fue enterrado en la catedral de la ciudad. El emperador y sus sucesores se
preocuparon siempre de que su tumba, la de un fiel vasallo del Imperio, fuese
debidamente honrada.
Así fracasó la primera intentona normanda sobre los territorios bizantinos en
una empresa en la que demostraron su crueldad y rapacidad sobre unas
poblaciones que no demostraron tanto odio hacia sus señores bizantinos
como para querer sustituirlos por unos amos todavía más implacables. El
triunfo de Cannas permitiría un respiro de veinte años hasta que una nueva
oleada normanda se extendiese sobre la Italia del Sur. Mientras tanto tuvo
lugar el florecimiento de la dominación bizantina bajo el gobierno de Basilio
Boioannes.

La época del catepán Basilio Boioannes


La victoria de Cannas y la huida de Meles renovaron el prestigio y la
influencia de Bizancio en las tierras de la Italia meridional. En pocos meses la
autoridad del basileo se vio restablecida y la paz llegó a las comunidades de
Apulia. Los bienes de los rebeldes fueron distribuidos entre los grandes
propietarios o las abadías latinas, a las que se quería ganar para la causa
bizantina, entre las que fue especialmente beneficiada la de Montecassino,
que recibió numerosas propiedades producto de las confiscaciones realizadas
en la región de Trani.

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La preocupación principal del nuevo gobernador imperial fue asegurar por
todos los medios la protección de la frontera en el norte de Apulia, de forma
que de inmediato se procedió a la construcción de numerosas fortalezas en la
llanura que se extiende entre el río Fortore y el Ofanto con el objetivo de
presentar una barrera a las incursiones lombardas y germánicas que tenían
esta región como vía habitual de penetración en las posesiones bizantinas.
Esta nueva Marca aislaba la región del principado de Benevento, protegía
Siponto y separaba la zona de peregrinación del Gargano del contacto de
extranjeros. De hecho, en los primeros años tras la victoria sobre Meles las
guarniciones bizantinas de la zona impidieron la entrada en la región a todos
los foráneos, incluidos los peregrinos, de modo que todos aquellos que
buscaban embarcarse rumbo a Jerusalén tomando la ruta habitual desde el
puerto de Bari tuvieron que cambiar su itinerario.
Entre las villas y localidades reconstruidas o edificadas de nuevo en esta
época la más famosa fue la de Troia, erigida sobre las ruinas de la antigua
Ecana, que se convirtió en el puesto bizantino de mayor importancia en la
ruta de Benevento a Siponto. La posición estratégica de la fortaleza, que
dominaba desde una colina la llanura circundante y controlaba la antigua Via
Trajana en la ruta hacia Siponto, era tan clara que contra ella se dirigieron en
1022 todos los esfuerzos del emperador Enrique II, llegado a Italia para
continuar la empresa de Meles.
Conocemos algunos detalles del proceso de población de Troia, que empezó
en los primeros meses de 1019, por diplomas que se han conservado, entre
ellos la carta fundacional datada en junio de ese año. Se sabe que su
población, ruda y belicosa, fue reclutada primordialmente entre lombardos y
normandos del vecino condado de Ariano que, tras la victoria de Cannas,
ofrecieron al catepán sus servicios y prefirieron la protección del basileo al
dominio del señor de Benevento.
Además de Troia otras villas fueron reconstruidas con el mismo objetivo en
la región, entre las que destacaron Dragonara, Montecorvino, Fiorentino y
Civitate. Todas las obras fueron rematadas a lo largo del año 1019. En estas
tierras famosas por su abundante producción de cereales está atestiguado en
esta época el aumento de las actividades agrícolas tras un largo período de
abandono. La preocupación de los gobernantes imperiales por la
revitalización de la frontera quedó documentada en las abundantes
donaciones y privilegios otorgados a las villas, obispados y monasterios del
norte del catepanato tanto por Boioannes como por sus inmediatos sucesores

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Burgaris, Pothos Argyros o Constantino Opos. La reorganización de la región
se completó con la creación de un arzobispado en Siponto independiente de
Benevento y nuevos obispados en las fundaciones de Troya y Dragonara. De
esta forma el norte de Apulia fue adquiriendo una identidad propia a lo largo
del siglo XI hasta el punto de empezar a ser denominada en adelante como
Capitanata, una deformación de la expresión “el país del catepán”.

Mientras tanto en la zona sur la amenaza sarracena seguía existiendo, aunque


ya no con la gravedad del decenio anterior. Entre 1010 y 1015 se registra la
actividad de algunas bandas en los alrededores de Bari y la persistencia del
peligro se ve confirmada por documentos que nos hablan del abandono por
parte de un alto funcionario bizantino de su residencia en Polignano para
instalarse en la plaza más segura de Conversano. A partir de 1015 los graves
disturbios en Sicilia redujeron todavía más las actividades corsarias y sólo en
1020 en Bisignano y en junio de 1023 se conocen las actividades de un jefe
musulmán que en esta última fecha avanza sobre Bari, pero que pronto dirige
sus actividades hacia Palagiano, al noroeste de Tarento. Como respuesta a
estas incursiones Boioannes construyó en esta época las fortalezas de Móttola
y Melfi, pero aunque se mantuvo la presencia árabe en la zona de Otranto en
estos años con los jefes Rayca y Ja’far la amenaza no parece haber sido
especialmente preocupante, aunque se sabe de combates con éstos últimos
cerca de Bari en 1029, tras la marcha de Boioannes, cuando se produjo un
recrudecimiento de la actividad corsaria en las costas italianas.
Las actividades de Basilio Boioannes también se extendieron al campo
diplomático, en el que se esforzó por reactivar la defensa de los intereses
bizantinos más allá de las fronteras del thema de Italia. Pronto entabló
conversaciones con Pandolfo de Capua y su hermano Atenolfo, abad de
Montecassino. Ambos, interesados en hacerse perdonar sus anteriores
desvíos, se esforzaron en mostrar su solicitud ante el emperador, llegando el
primero a enviar las llaves de oro de la ciudad en reconocimiento de la
soberanía del emperador sobre su principado. El catepán puso a prueba la
nueva fidelidad de Pandolfo y le exigió paso libre por su territorio para
conducir sus tropas en busca de Datón, el cuñado de Meles. Pandolfo cedió a
la solicitud y Boioannes condujo a sus tropas hasta las orillas del Garellano,
donde se erigía la torre que gobernaba aquél. Tras un asedio de dos días el
rebelde se rindió y fue conducido a Bari. La guarnición normanda se libró de
represalias pasando al servicio del abad de Montecassino pero el desgraciado

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Datón fue condenado como rebelde a sufrir el castigo de los parricidas por la
traición a su soberano y se le lanzó al mar metido en un saco de cuero el 15 de
junio de 1021.
La actividad de Boioannes en la zona permitió restablecer la autoridad de
Basilio II desde Troia hasta los límites con los Estados Pontificios, lo cual fue
visto de inmediato como una amenaza para los intereses del Imperio
Germánico en la zona por el temor a que Roma y el Papado volviese a caer
bajo la influencia del poder de Constantinopla.
Tanto Enrique II como Benedicto VIII consideraron que no podían
permanecer impasibles ante esa nueva amenaza. El emperador, que se
encontraba en tierras renanas, ordenó de inmediato la organización de una
expedición al sur tan pronto como le llegaron noticias de los acontecimientos
en Campania. A mediados de noviembre de 1021 el emperador estaba ya en
Augsburgo, punto de reunión de los contigentes suabios, bávaros y loreneses.
Puesto en marcha con rapidez, atravesó el paso del Brennero y llegó a Rávena
a finales de diciembre. El emperador llevaba consigo un poderoso ejército de
60.000 hombres dividido en tres cuerpos. El más fuerte, que conducía
personalmente Enrique, asistido por Raúl de Toeni como consejero, se dirigió
hacia el sur bordeando el litoral adriático hasta llegar a la región de las
Marcas, donde recibió los testimonios de fidelidad de los señores de la región
de los Abruzzos. Por su parte Poppo, el patriarca de Aquilea, a la cabeza de
11.000 soldados se dirigió a la región del lago Fucino, en el país de los
Marsos, punto de reunión con el cuerpo principal del ejército imperial.
Finalmente el arzobispo de Colonia, Peregrino, con 20.000 hombres tomó
rumbo directo hacia Roma y Campania, donde debía detener al abad de
Montecassino y al príncipe de Capua y hacerlos juzgar por traición y
rebeldía.
En su marcha hacia el sur Enrique II se dirigió hacia Benevento, esperando
con ello obtener la sumisión de los lombardos y atemorizar a los habitantes
de Troia. Tras tomar contacto con las tropas del arzobispo de Aquilea y
recibir la sumisión de numerosos condes lombardos atravesó el Volturno y
remontó el Calore hasta Benevento donde fue recibido y asistió a diversos
procesos judiciales en los que favoreció a abadías rivales de la de
Montecassino.
Por su parte el arzobispo de Colonia llegó a su destino demasiado tarde como
para sorprender al abad Atenolfo, que abandonó la abadía el 15 de marzo y
buscó refugio en Otranto. Pertrechado con parte del tesoro de la abadía y

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mucha documentación intentó pasar a Constantinopla, pero pereció pocos
días después en un naufragio, el 30 de marzo de 1022. Su perseguidor, tras
tener noticia de la fuga se encaminó al siguiente objetivo y procedió en breve
a poner sitio a la ciudad de Capua.
Tras poner en regla los asuntos en Benevento el emperador entró en territorio
bizantino hacia el 15 de marzo y de inmediato se dirigió hacia Troia con la
intención de asediarla y asestar un duro golpe al prestigio de las autoridades
bizantinas con la toma del símbolo de su poder renovado. Durante el asedio
el arzobispo de Colonia se le unió trayendo como prisionero al intrigante
Pandolfo IV de Capua. Enrique se contentó esta vez con enviarlo a Alemania
cargado de cadenas y nombrando a otro Pandolfo, primo del primero, para
ocupar su puesto en la ciudad.
Los soldados alemanes saquearon los alrededores de Troia durante tres meses
a lo largo de 1022 intentando rendir por hambre a la guarnición, pero ésta con
gran heroismo resistió todos los ataques y se mantuvo firme, protegidos por
la altura de sus muros y lo escarpado de su posición. Les animaba además la
esperanza de la pronta llegada del ejército del catepán, que en esos momentos
estaba apostado tras la línea del Ofanto. Los atacantes intentaron forzar la
fortaleza mediante el uso de máquinas de asedio, pero sus intentos se vieron
frustrados al ser éstas incendiadas por los defensores. El abrasador calor del
verano y la disentería hicieron presa entre las filas germánicas y Enrique II se
vió obligado a ordenar la retirada del ejército hacia Campania sin haber
podido lograr su objetivo. Es posible que antes de su marcha llegase a algún
tipo de armisticio o sumisión simbólica de los habitantes para evitar el
desprestigio de las armas imperiales, pero no se llegó a producir una
ocupación o toma real de la fortaleza. Conocemos la existencia dos años
después de un diploma de Basilio Boioannes fechado en enero de 1024 en el
que se elogia la gran resistencia de los troianos y se les conceden privilegios y
recompensas “para recompensarles por la bravura de la que han dado muestra
durante el asedio de su ciudad y su inviolable fidelidad a nuestros soberanos de
Constantinopla”, por lo que podemos deducir que la empresa fracasó
finalmente. Tras la marcha de los imperiales el 6 de junio de 1022 la ciudad
abrió de inmediato sus puertas al catepán y reclamó su recompensa. Como
premio Boioannes les otorgó la exención de impuestos y les autorizó a
comerciar en todo el thema sin ser gravados con las tasas habituales. A partir
de entonces toda su contribución a las arcas públicas debería ser un tributo

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anual de 100 sous skyphati (una variante del sous tradicional que se
caracterizaba por su forma cóncava).
A pesar de la intervención germánica Bizancio siguió inmiscuyéndose
durante los años siguientes en la política de Campania. Tras la muerte de
Enrique II en 1024 Pandolfo IV se las arregló para obtener de su sucesor
Conrado el permiso para volver a Italia. Una vez llegado intentó de inmediato
reunir un ejército para arrebatarle Capua a su sucesor Pandolfo de Teano y a
las bandas lombardas y algunos normandos que acudieron a la llamada se
unió pronto el socorro del catepán que se aprestó a participar en la empresa
con tropas reclutadas en Apulia. En esa época ya se encontraba entre los
normandos al servicio de Guaimar de Salerno Rainulfo Dregnot, el
normando que lograría en 1030 obtener el primer feudo en Italia con el
señorío de Aversa.
El asedio demostró ser duro y fatigoso, extendiéndose durante más de un año
y medio. Por fin en mayo de 1026 Pandolfo IV logró entrar en Capua e hizo
prisionero a su rival que entregó a Boioannes que a su vez se lo remitió al
duque Sergio de Nápoles. Con estas actuaciones Bizancio volvía a ser la
potencia dominante el sur de Italia reduciendo a la nada los efectos de la
pasada expedición imperial.
La muerte en julio de 1024 del emperador Enrique II se vió seguida de cerca
por la del Papa Benedicto VIII por lo que el juego de intrigas para ganar la
sucesión comenzó nuevamente. Esta vez Bizancio pudo intervenir en una
favorable posición aprovechándose de su renovada influencia en la política
regional. El hermano del difunto pontífice se hizo elegir con el nombre de
Juan XIX y poco tiempo después de su elección recibió a los embajadores del
basileo y del patriarca que le entregaron magníficos presentes. La noticia de
estos encuentros provocó una viva alarma en Occidente y aunque el Papa
intentó tranquilizar a los obispos de Francia y Alemania afirmando que nada
se había tratado es bastante probable que Boioannes obtuviese en esa ocasión
el reconocimiento como metropolitano del nuevo arzobispo de Bari Bizantios.
En la bula que sancionaba la concesion figuraban las doce sedes sufragáneas
de Bari y el resultado era la creación de una provincia eclesiástica autónoma
que se extendía hasta Siponto y Lucera por el norte, hasta Monopoli al sur y
por el este alcanzaba hasta las regiones de Benevento y Salerno. Con ello
Boioannes completó su labor de restauración dando a la iglesia de Apulia una
organización más regular y sin duda más dócil para reforzar la influencia del
clero griego en la región.

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La actividad del enérgico catepán no se limitó a la península italiana, sino
que también tuvo su extensión al otro lado del Adriático, donde participó en
diversas campañas para restablecer la autoridad imperial en la zona, todavía
no asegurada por completo. Hacia 1024 desembarcó con una milicia reclutada
en Bari al norte de Dirraquio y tras las operaciones allí realizadas envió como
rehenes a Constantinopla a la mujer y a un hijo del príncipe croata Kresimir
III. Se sabe también que por estas fechas diversos zupanes eslavos
procedentes de Iliria atravesaron el mar para establecerse con sus hombres en
la región al pie del Gargano.
La última empresa importante del gobierno de Basilio Boioannes fue la
invasión frustrada en Sicilia, planteada como preámbulo a la operación en
gran escala que habría de encabezar el propio Basilio II. Para ello comenzó
primero por reconstruir las fortificaciones de Reggio tras lo cual zarpó a
mediados de 1025 en dirección a Messina con una flota que transportaba
poderosos contingentes del ejército imperial. Tras tomar al asalto la ciudad, y
cuando ya se preparaban los alojamientos para los varegos de cara a las
inminentes operaciones llegó la noticia a finales de diciembre de la muerte
del emperador. Boioannes fue reclamado de nuevo al continente y las
operaciones quedaron a cargo del chambelán Orestes cuya incompetencia
hizo pronto fracasar el proyecto. La muerte repentina del emperador condenó
a un olvido momentáneo una empresa que sin embargo sería pronto sería
retomada unos años más tarde.
El gobierno de Boioannes en Italia estaba siendo anormalmente largo para la
costumbre bizantina y el relevo llegó finalmente en septiembre de 1028, poco
antes de la muerte de Constantino VIII, siendo sustituido por su
lugarteniente Cristóforo Burgaris. Habían sido diez años llenos de éxitos y de
acertada administración que llevaron a la Italia bizantina a conocer su época
más próspera que no habría de ser vivida de nuevo durante el resto de la
permanencia de la administración bizantina en las tierras de Italia del sur.

Italia bizantina 1030-1043

La expedición a Sicilia
Las consecuencias de la marcha de Boioannes se pusieron de manifiesto muy
pronto en el reinado de Romano III con la vuelta de las incursiones árabes en
las costas italianas, principalmente en Apulia y el norte de Calabria. Los
breves mandatos de los sucesores de Boioannes, Cristóforo Burgaris y Pothos

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Argiro se vieron envueltos en continuas luchas contra los piratas a partir de
1029. El emperador, deseoso de reemprender las grandes empresas de Basilio
II, fijó sus ojos también en la desvalida Italia y envió refuerzos con el
protoespatario Miguel y posteriormente con el nuevo catepán Constantino
Opos, llegado en mayo de 1033. Fueron éstos años de guerra naval en los que
las naves del estratego de Nauplia Nicéforo Caranteno y la flota del
chambelán Juan barrieron los mares y eliminaron la amenaza pirata. Una vez
dominado el mar el emperador pudo negociar en mejores condiciones con los
árabes de Sicilia y su emir Akhal. En agosto de 1035 el diplomático Jorge
Probatas firmó la paz en nombre del basileo, que concedió al emir el título y
los honores de magistros. Un comportamiento tan amistoso por parte del emir
sólo pudo estar justificado por la guerra civil que estalló por aquel entonces
en Sicilia y la necesidad que aquél tenía del apoyo de Bizancio.
Pero esta situación favorable duró poco. El emir de África envió a su hijo
Abdallah en apoyo de los rebeldes sicilianos. Vencido Akhal tuvo que buscar
el refugio del catepán. Éste, decidido a actuar, reunió sus tropas poco
numerosas y pasó el estrecho para combatir contra el ejército africano en 1037.
Por aquel entonces en Constantinopla se había decidido dar un empuje
decisivo a la cuestión siciliana. Consciente el emperador de la debilidad de
las fuerzas locales preparó una flota para asestar un golpe decisivo. Esta
armada transportaba a las mejores tropas del Imperio entre las que
destacaban las fuerzas armenias al mando de Catacalon Cecaumeno,
contingentes rusos y los varegos del luego célebre Harald Hardrada. Y al
frente se colocó al hombre del momento, célebre por sus éxitos en Asia frente
a los árabes, Jorge Maniaces. Su misión como “estratego autokrator de las
fuerzas del thema de Longobardia”, como lo llama Skylitzés, consistía en
apoyar al bando opuesto al emir africano. Rápidamente los árabes
entendieron que era mejor llegar a un acuerdo entre ellos que permitir la
entrada de las tropas imperiales en la isla y se prepararon en secreto para
expulsar de la isla a los cristianos. Ante la falta de medios Constantino Opos
tuvo que retirarse al continente, llevándose con él a 15.000 cristianos
sicilianos rescatados del cautiverio. El emir Akhal murió asesinado en la
ciudadela de Palermo y Abdallah estableció su autoridad sobre toda la isla.
Acompañado por el almirante Esteban, cuñado del emperador, cuya flota
debía navegar a lo largo de la costa oriental de la isla y estar dispuesta a
colaborar con las necesidades del ejército. Maniaces desembarcó en Italia con
sus combatientes y se apresuró a unir sus tropas con los contingentes que

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debían ser proporcionados por los themata italianos. El plan estratégico de la
campaña permitía a Maniaces plena independencia de movimiento sin
depender en modo alguno del catepán de Longobardia. Entretanto acababa de
llegar a Bari el patricio y duque Miguel Spondyles, antiguo gobernador de
Antioquía, para unirse a la expedición. Quizá también entre sus obligaciones
estuviese la de reemplazar a Opos, que desaparece de la narración histórica
en estos momentos, aunque al año siguiente ya encontramos a Nicéforo
Dociano como catepán en activo. En cualquier caso Spondyles fue el
encargado de realizar las levas de las milicias de Apulia y Calabria, una
acción que provocó un vivo resentimiento en las poblaciones italianas. A
estas fuerzas se unió un cuerpo de entre 300 y 500 caballeros normandos de
élite proporcionados por Guaimar de Salerno, al que el emperador Miguel
había solicitado ayuda para combatir al enemigo común. Al frente de estos
brillantes guerreros estaban Guillermo Brazo de Hierro y Drogón, hijos de
Tancredo de Hauteville, que acababan de llegar de Normandía. Guaimar
estuvo más que gustoso de poder desembarazarse de sus turbulentos
huéspedes los cuales, ansiosos de botín y tierras, acudieron prestamente a
unirse a Maniaces a Reggio en una aventura que prometía grandes beneficios.
Junto a ellos se alistó también el lombardo Arduino, un antiguo hombre de
armas de la iglesia de San Ambrosio en Milán, que había acudido con un
grupo de sus compatriotas a sumarse a la aventura italiana sirviendo además
de intérprete gracias a su conocimiento del griego. La falta de oportunidades
en su patria le habían llevado a probar fortuna en otras empresas y su astucia
pronto le permitió convertirse en tácito portavoz de todos los auxiliares
latinos y francos en el ejército. Esa preeminencia le animaría a jugar bazas
más ambiciosas en un momento posterior de la historia.
Por fin, a mediados de 1038 y tras dos largos años de preparativos el ejército
de Jorge Maniaces abandonó Reggio y atravesando el estrecho de Faro
desembarcó en Sicilia y avanzó sobre Messina. Ante los muros de la ciudad
tuvo lugar un combate en el que los normandos se cubrieron de gloria y
rechazaron una tumultuosa salida de los defensores. Luego atravesaron las
puertas pisándoles los talones y ganaron la ciudad al primer combate. Este
primer éxito, aunque importante, carecía de gran valor estratégico. En cambio
la plaza de Rametta, escenario de tantos combates en el pasado y que estaba
situada al sudeste de Messina, dominaba la ruta que conducía por el litoral
norte a Palermo, y hacia allí se dirigió de inmediato el ejército.

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La llegada del cuerpo expedicionario bizantino puso fin a las discordias
internas de los musulmanes sicilianos que acordaron unir esfuerzos para
hacer frente a la invasión. Cerca de Rametta salieron al paso de las tropas
imperiales con una fuerza estimada en 50.000 hombres. La batalla que tuvo
lugar de inmediato fue encarnizada y tras una dura pugna finalmente los
bizantinos lograron imponerse. Este éxito abrió las puertas de Sicilia al
ejército de Maniaces que pudo así proseguir su marcha bordeando la costa
oeste. A finales de 1038 habían sido conquistadas ya trece poblaciones pero
estos éxitos no lograban ocultar la dificultad de la campaña por la naturaleza
agreste de las tierras sicilianas. Sólo tras muchos padecimientos pudo llegar
el ejército ante los muros de Siracusa en el comienzo de 1040. De inmediato
se puso sitio a la ciudad y los imperiales se vieron envueltos en continuas
escaramuzas y choques en las frecuentes salidas que intentaban los
defensores. En estos enfrentamientos destacó especialmente Guillermo Brazo
de Hierro, que alcanzó fama por matar en combate singular a un caid que
había sembrado el terror entre los sitiadores por sus proezas en la lucha. Las
poderosas defensas de Siracusa provocaron que el sitio se prolongase dando
tiempo al emir Abdallah para reunir fuerzas llegadas de toda Sicilia y de
África y agruparlas en la región montañosa de la isla. A la cabeza de más de
60.000 soldados intentó un movimiento audaz atacando por retaguardia al
ejército acampado ante Siracusa. Ante esta maniobra Maniaces se vió
obligado a levantar el sitio y retroceder con su ejército para hacer frente a la
nueva amenaza. Avanzando por las laderas occidentales del Etna el ejército
imperial hizo alto en la llanura de Troina, al noroeste del volcán, en una
localidad donde tiempo después se construiría un castillo que llevó el
nombre del general bizantino.
En Troina le estaba esperando Abdallah con todo su ejército atrincherado en
un campamento fortificado. Los árabes habían tenido tiempo para preparar
cuidadosamente su posición y sembraron la llanura circundante con abrojos
metálicos para estorbar el ataque de la caballería imperial. Lamentablemente
para sus intereses no tuvieron en cuenta la costumbre bizantina de herrar sus
cabalgaduras, lo que convirtió en inútil esta estrategia.
Con el enemigo a la vista Maniaces dispuso sus tropas según la acostumbrada
formación en tres cuerpos que deberían entrar sucesivamente en combate.
Cuando se entabló el combate cuerpo a cuerpo la fortuna acompañó a los
bizantinos al descargar una fuerte tormenta que levantó grandes nubes de
polvo que cegaron a los árabes. Desorganizadas las filas el ejército de

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Abdallah fue incapaz de resistir el ímpetu incontenible de la primera carga
de caballería pesada. Pronto la batalla se convirtió en una masacre en la que
perecieron a millares los soldados musulmanes y en la que nuevamente los
normandos encontraron ocasión para sobresalir por la fuerza de su brazo.

El derrotado emir huyó con muchas dificultades y sólo a duras penas


consiguió llegar hasta la costa desde donde se dirigió a Palermo. Mal recibido
por la población local, se vió obligado a abandonar la isla y refugiarse en
África. Su lugar fue ocupado por Hassan Ad Daula, hermano del fallecido
Akhal. Fue una gran victoria que tuvo un gran éxito en toda la isla y que ha
dejado para el recuerdo en Troina el nombre de “Fondaco dei Maniaci” dado
a la llanura en la que tuvo lugar.
La batalla, que tuvo lugar en la primavera o el verano de 1040, proporcionó a
Maniaces el control de la zona oriental de la isla y abrió las puertas de
Siracusa al ejército imperial que hizo en ella una entrada triunfal en medio
del entusiasmo de la población cristiana local. El descubrimiento por esas
fechas de los restos de la vírgen y mártir Santa Lucía en la ciudad contribuyó
a un clima de exaltación general que ponía en boca de todos el nombre del
artífice de tantos éxitos. En la memoria local ha sobrevidido este recuerdo con
la denominación de “castillo de Maniaces” que se le dió a la fortaleza
bizantina que se erige en la ciudad.
Fiel a su temperamento el general no se relajó en el momento de la victoria.
Antes de Troina había encargado al almirante Esteban la tarea de vigilar
cuidadosamente las costas de la isla para impedir la huida del emir en caso de
derrota. Pero la ineptitud de Esteban le hizo incapaz de cumplir con su
misión. Abdallah escapó y sobre el almirante cayó de inmediato la ira
implacable de Maniaces. Haciendo acudir a su presencia al inepto oficial lo
cubrió de injurias y le acusó ante el emperador de traición y cobardía. Tan
grande fue su cólera que llegó a maltratarlo físicamente acusándole de
cobarde, afeminado y “proveedor de los placeres del emperador”. Este acceso
de cólera provocaría muy pronto funestas consecuencias para la carrera del
general.

Tras la toma de Siracusa Maniaces comenzó de inmediato los trabajos de


reparación y consolidación de las murallas de la ciudad para ponerla en el
mejor estado posible de defensa. El siguiente paso, tras la victoria de Troina,
era la ocupación del interior de la isla, pero todos los planes tuvieron que

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suspenderse cuando mensajeros llegados de Constantinopla ordenaron
Imperiosamente al general que abandonara el mando y regresara a la capital.
El ofendido Esteban, enfurecido por el humillante tratamiento a que había
sido sometido por el general en jefe, había aprovechado su influyente
posición en la corte para denunciar a Maniaces ante el todopoderoso Juan el
Orfanotrofo, hermano del emperador, acusándole de traición y de aspirar a la
púrpura. Juan no dudó en reclamar la vuelta de Maniaces ordenando que se
le trajera encadenado junto con su camarada de armas Basilio Teodorocano.

Con Maniaces languideciendo en prisión el mando en Sicilia recayó en el


incapaz Esteban ayudado por el praipositos Basilio Pediadites y Miguel
Dociano.

La segunda invasión normanda


Por desgracia los sucesores de Maniaces eran muy inferiores en talento y su
desgraciada dirección provocó un rápido empeoramiento de la suerte de las
armas bizantinas. Maniaces había desarrollado una meticulosa actividad de
construcción de kastra en cada una de las plazas conquistadas con vistas a
preparar puntos de apoyo sólido para futuras operaciones en la isla e impedir
simultáneamente sublevaciones de las poblaciones musulmanas locales. Tras
la marcha del general esas fortificaciones fueron abandonadas por
negligencia e imprevisión y en pocos meses las plazas en las que habían sido
edificadas fueron recuperadas una tras otra por sus antiguos dueños. En mayo
de 1041 sólo quedaba Messina en manos del ejército imperial, y ésta gracias a
la enérgica actuación del protoespatario Catacalon Cecaumeno, estratego del
thema de los Armeníacos, que hace aquí su primera aparición en las crónicas.
El 10 de mayo Cecaumeno obtuvo una brillante victoria sobre las fuerzas que
asediaban la ciudad. Después de mantenerse oculto tras los muros por un
espacio de tres días realizó una salida repentina con todas sus tropas, 300
jinetes y 500 infantes. El éxito fue total y los árabes, tomados por sorpresa,
fueron aplastados. Su jefe encontró la muerte a manos de Cecaumeno y sus
bienes pillados. Los supervivientes huyeron a toda prisa hacia Palermo,
permitiendo un respiro momentáneo para Messina.
Desgraciadamente hacía meses ya que el resto de la isla había caído de nuevo
en manos de los musulmanes. Muy pronto los generales al mando fueron
reclamados a la península ante el estallido de la revuelta de los contaratoi y
la declaración de guerra de los normandos. Ambos sucesos exigieron de las

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autoridades bizantinas en Italia toda su atención dejando los asuntos
sicilianos abandonados a la espera de tiempos mejores.
De acuerdo con las órdenes recibidas el resto del ejército repasó el estrecho y
fue conducido de nuevo a Calabria y Apulia donde tuvo que enfrentarse a
una nueva amenaza que ponía en grave peligro la seguridad de los themata
italianos, la invasión de los normandos de Campania. Una gran masa de
refugiados cristianos acompañó a las tropas en su regreso a Calabria,
temerosos de la venganza árabe.
Los orígenes del enfrentamiento, aunque obedecen a causas más profundas
que tienen que ver con la complicada estructura política de la región, se
desencadenaron a raíz de la campaña siciliana. Durante las operaciones
militares se puso de manifiesto la falta de entendimiento entre los auxiliares
normandos y los generales imperiales. Los normandos, representados por sus
jefes Guillermo Brazo de Hierro y Drogon, se quejaron airadamente ante
Maniaces al considerar que la parte del botín que se les había concedido no
premiaba suficientemente sus méritos en los ataques a Messina y Siracusa.
Junto a ellos se alineó Arduino, que esperaba guardar para sí un hermoso
caballo que había ganado en Troina después de haber matado a su jinete.
Pero Maniaces, sin que conozcamos el motivo, le ordenó que devolviese el
animal. Arduino se negó por tres veces a cumplir la orden y desoyó todos los
avisos que se le transmitieron hasta que, agotada la paciencia, Maniaces
decidió aplicar un castigo ejemplar por desobediencia que sirviese de lección
al resto de sus subordinados y ordenó que se le despojara de sus vestimentas
y lo azotaran con varas desnudo en medio del campamento.
Arduino, después del humillante castigo, disimuló su resentimiento y a partir
de entonces sólo tuvo en su pensamiento el proyecto de regresar al
continente. Por su parte los normandos, indignados por el maltrato de que se
había hecho objeto a su camarada y por la mezquindad del botín que les
había tocado en suerte, tachaban de avariciosos a los bizantinos y atribuían a
mala fe su comportamiento, con lo que también desearon regresar al otro lado
del estrecho. Arduino logro sobornar al secretario de Maniaces para que
expidiese un permiso de retorno para sí mismo y para los normandos, con lo
que pudieron llegar a la costa italiana sin contratiempos. Los normandos, a
partir de entonces enemigos irreconciliables de Bizancio, regresaron a Aversa
y Salerno.
Parece ser que por la misma época Harald Hardrada también se enemistó con
Maniaces y como consecuencia los escandinavos abandonaron la campaña

100
italiana. No conocemos las fechas concretas, aunque es bastante probable que
la partida de unos y otros fuese cercana en el tiempo. En cualquier caso en
octubre de 1041 Hardrada y su gente se encontraban ya en Tesalónica
luchando contra el insurgente búlgaro Pedro Delian y el emperador le había
recompensado con el título de manglabites. Seguramente el perdón imperial
por el abandono del puesto de combate fue facilitado por la caída en
desgracia de Maniaces que había sucedido entre tanto.
También había mucha agitación entre las poblaciones italianas. El
descontento contra las autoridades bizantinas, la ausencia de las tropas
empeñadas en la campaña siciliana y las levas forzosas produjeron
sublevaciones ya desde mediados de 1038, poco después de la entrada del
ejército en Sicilia. Toda Apulia estaba muy agitada y en Bari se produjeron
revueltas en ese año con el resultado de la muerte de varios oficiales y
ciudadanos griegos. Estas movilizaciones ciudadanas tuvieron su origen en
las levas de milicias locales (contaratoi o conterati) con destino a la campaña
siciliana y posiblemente a un alza de los impuestos para costear las
operaciones. Con la misión de arreglar los asuntos italianos llegó a Bari el
catepán Nicéforo Dociano en febrero de 1039. El nuevo gobernador traía
órdenes expresas de acabar con los tumultos y lo consiguió por algún tiempo,
aunque a los pocos meses la reanudación de las levas forzosas produjo
nuevas revueltas populares y con ellas el derramamiento de sangre de varios
funcionarios imperiales. La ocasión llegó durante la gira de Dociano por la
zona norte del thema con la misión de reclutar más tropas auxiliares para la
guerra. Los contaratoi se negaron a ser alistados y se sublevaron contra los
oficiales bizantinos llegando a matar a algunos. El primero de ellos el propio
catepán Nicéforo, muerto en Ascoli en enero de 1040. El 5 de mayo le llegó el
turno al krités Miguel Coirosfactes, asesinado por contaratoi amotinados en
el kastron de Móttola y en el mismo día otro oficial, Romano, fue muerto en
Matera.
Los rebeldes intentaron aprovechar la debilidad de las guarniciones
bizantinas para ocupar las grandes ciudades del litoral y señalaron Bari como
su objetivo principal. En el camino se les unió Argyros, hijo de aquel Meles
que se había rebelado contra el Imperio en 1009/1010 y nuevamente en 1017.
Había regresado en 1029 procedente de Constantinopla donde se había
educado y ocupaba ahora un lugar entre los prohombres de Bari, y guiados
por él se dispusieron a entrar por la fuerza en la capital del thema. Sin
embargo pronto surgieron disputas entre los sublevados, las milicias se

101
dispersaron y el 7 de mayo Argyros se reconcilió de nuevo con las
autoridades bizantinas tras derrotar a los contaratoi y apresar a sus jefes. Era
un éxito importante, pero en el resto de los territorios la situación
empeoraba.
Para sustituir al fallecido catepán llegó en el otoño de 1040 su pariente el
protoespatario Miguel Dociano. Éste intentó en Bari restablecer la situación
mediante detenciones y ajusticiamientos, pero la situación general se había
deteriorado a causa de las sublevaciones populares en Apulia por los abusos
de su antecesor en el cargo y los problemas con los mercenarios normandos.
El lombardo Arduino, que hasta entonces se había mantenido en un discreto
segundo plano, se decidió a un audaz movimiento para perjudicar los
intereses de Bizancio. Su motivo principal era la venganza, por la
humillación sufrida tiempo atrás a manos de Maniaces. Ganándose el favor
del nuevo catepán con atenciones y demostraciones de celo, consiguió que
éste lo nombrara candidatos y lo enviara a Apulia para asumir el mando de
algunas plazas entre las que destacaba la ciudad fronteriza de Melfi, llave de
la entrada a Apulia. Desde allí Arduino empezó a desarrollar sus planes de
venganza incitando a la población a sublevarse contra la tiranía de los
griegos. La ocasión era favorable, pues buena parte de las tropas bizantinas se
encontraban todavía en Sicilia y muchas ciudades en Apulia se habían alzado
en armas.
Esta situación en el continente fue la que provocó el regreso desde Sicilia de
buena parte de las tropas allí destinadas, y para finales de 1040 Miguel
Dociano hizo de nuevo su entrada en Bari. Decidido a castigar el
comportamiento de la población local comenzó a actuar en Ascoli, lugar
donde había perecido su predecesor en el cargo. Poco después le tocó el turno
a la cercana población de Bitonto, donde se ensañó con los representantes de
la nobleza del lugar. Desde allí se dirigió de nuevo a Bari para aguardar la
llegada de los refuerzos de Constantinopla antes de emprender nuevas
acciones.
Tras el paréntesis invernal Dociano salió en campaña a comienzos de la
primavera de 1041 para enfrentarse a los invasores normandos que por
entonces, con la ayuda de Arduino, acababan de ocupar Melfi, en el valle del
Ofanto. Esta población fronteriza, en la que Arduino residía con el cargo de
topoteretes, se hizo eco de la llamada a la insurrección que había partido de
Ascoli y que se expandió por el descontento de las poblaciones locales.
Arduino se esforzó en animar a ricos y humildes a tomar las armas para

102
luchar contra la opresión militar y fiscal de los funcionarios bizantinos. En
marzo de 1041, pretextando dirigirse a Roma en peregrinaje, estableció
contacto con los Hauteville en Aversa y les animó a emprender una nueva
campaña en Apulia contra sus antiguos aliados tentándoles con la visión de
un fabuloso botín y la esperanza de una resistencia escasa al estar el ejército
imperial ocupado en Sicilia.
Los normandos, todavía pocos en número pero creciendo día a día, estuvieron
más que dispuestos a intentar la empresa. Buscaron la alianza de algunos
señores locales, tomaron el título de condes y procedieron a repartirse de
antemano las tierras que pensaban conquistar, con la promesa de ceder a
Arduino la mitad de todo lo que consiguiesen. De las tierras de Benevento
partieron 300 caballeros de fortuna que fueron introducidos de noche en la
ciudad de Melfi. Los recién llegados se encontraron con una gélida
bienvenida por parte de la población local, que percibía el peligro de su
presencia y a duras penas consiguió Arduino apaciguar los ánimos y evitar
que intentasen expulsarlos de la ciudad. Al calmarse los ánimos los
normandos fueron aceptados a regañadientes y éstos contaron al fin con una
sólida base de operaciones desde la que intentar nuevas conquistas. Por el
contrario, en las vecinas Venosa, Lavello y en la propia Ascoli los alarmados
ciudadanos se apresuraron a pedir ayuda al catepán para expulsar a esos
bárbaros invasores. Sin duda el recuerdo de la primera invasión normanda de
Apulia en 1017 y de sus desmanes estaba muy vivo en la memoria colectiva.
Miguel Dociano salió de Bari con las tropas que tenía a su disposición,
auxiliares rusos, contingentes del Opsikion y los Tracesios además de las
milicias locales, sin esperar a que se le unieran el resto de sus fuerzas, todavía
en camino desde la isla. Sicilia quedó desguarnecida con la excepción de
Messina, que también sería abandonada poco después a pesar de los éxitos de
Catacalon Cecaumeno. El ejército imperial era superior al de los normandos,
que contaban con poco más de 2000 o 3000 guerreros tras la llegada de
lombardos de Benevento y de otros capitanes del norte. El choque tuvo lugar
cerca de Venosa, el 17 de marzo de 1041 y los griegos llevaron la peor parte,
teniendo que retirarse a la zona montuosa cercana para proteger su posición.
Los normandos aprovecharon la ocasión para saquear la comarca de Venosa,
Ascoli y Lavello convirtiendo Melfi en su base de operaciones y centro de
recogida del botín. Ante una situación que empeoraba más la población local
volvió a pedir socorro a Dociano. Éste se preparó para un nuevo encuentro
tras recibir refuerzos y avanzó con un ejército que incluía soldados de los

103
themata asiáticos, auxiliares de Pisidia y Licaonia, rusos y milicias locales de
Calabria y Capitanata. El 4 de mayo, en Montemaggiore (Cannas) se produjo
el segundo enfrentamiento. Fue una lucha confusa y cruenta en la que de
nuevo los imperiales llevaron la peor parte. Dociano fue derribado de su
caballo pero consiguió huir, no así muchos de sus soldados que murieron
ahogados en las aguas del río Ofanto, víctimas de una súbita crecida. Entre
los muertos se contaban además los obispos de Troia y de Acerenza.
Este desastre debilitó gravemente al ejército imperial y obligó al catepán a
volver a Bari y solicitar nuevos refuerzos, lo que supuso la retirada de
Messina de los últimos contingentes allí emplazados y con ello la pérdida de
todas las conquistas de los años anteriores. Cuando la noticia de estas
derrotas llegó a Constantinopla el emperador ordenó la destitución del
valeroso pero infortunado Dociano y su sustitución por el hijo de Boioannes,
el antiguo catepán que venciera a Meles. El nuevo gobernador, llamado
Exaugustos por los cronistas locales, llegó con tropas rusas de refuerzo que se
vinieron a sumar a las tropas sicilianas de Maniaces, soldados del thema de
Macedonia, paulicianos y reclutas locales.
Por su parte los victoriosos normandos veían como sus fuerzas aumentaban
día a día por el prestigio ganado tras las dos victorias del año y nuevos
contingentes de los principados lombardos del norte de Italia venían a
sumarse a sus filas. Con ellos estaba también Atenulfo, hijo del príncipe de
Benevento Pandolfo II, al que reconocieron como su jefe en Melfi.
El nuevo catepán no esperó mucho a probar fortuna con las armas. El 3 de
septiembre tuvo lugar la tercera batalla, esta vez en Montepeloso, después de
un frustrado intento de los imperiales por sorprender a Melfi. Tras un
enconado combate en el que los bizantinos estuvieron a punto de imponerse
la batalla se decidió por la intervención en el último momento del conde
normando Gautier. Boioannes fue hecho prisionero y conducido a Benevento
desde donde fue liberado poco después tras el pago de un fuerte rescate.

Animados por estas victorias la voluntad de los normandos de consolidar sus


conquistas fue imparable. Aunque en un primer momento, antes de la batalla
de Venosa habían prometido fidelidad al emperador con la condición de
retener las tierras que poseían entonces, ahora fue imposible contener su
ambición. En el otoño de 1041 los normandos dominaban ya la zona de Melfi
y la región oeste de Apulia hasta las cercanías de Matera. Bizancio no
controlaba ya más que el litoral, salvo en Capitanata y la tierra de Otranto.

104
Incluso las grandes ciudades costeras comenzaron entonces a tratar
individualmente con los invasores arreglando acuerdos concretos con la
esperanza de preservar sus territorios. Bari, Giovinazzo y Monopoli
aceptaron pagar tributo, como en su momento habían hecho con los árabes.
Por esa época llegó a la zona un funcionario bizantino, Sinodiano, para tratar
con las ciudades que habían parlamentado con los normandos pero falto de
recursos renunció a la acción y se encerró en Tarento. Como él otros oficiales
se vieron obligados a guarecerse tras los muros de las ciudades que todavía
mantenían fidelidad al Imperio, dejando el territorio libre para las correrías
de los invasores. En breve sólo quedaron en manos de Bizancio cuatro plazas
en Italia: Brindisi, Otranto, Tarento y Bari. Ante esta situación de deterioro
Constantinopla se vió obligada a llamar de nuevo al único hombre capaz de
hacer frente a la situación. Llegaba de nuevo la hora de Jorge Maniaces.

Maniaces en Italia
Miguel IV, el emperador que había enviado a prisión a Maniaces, falleció en
diciembre de 1041. Su sucesor Miguel V y su esposa Zoé, deseosos de
enderezar la suerte de los asuntos occidentales, liberaron al general y lo
reenviaron a Italia con el título de magistros, catepán de Italia y strategos
autokrator de los tagmata de Italia tras hacer llamar de vuelta a Sinodiano.
Maniaces desembarcó en Tarento a finales de abril de 1042 con un nuevo
ejército reforzado con contingentes albaneses, los arvanitai que pasaron
luego a constituir uno de los cuerpos extranjeros permanentes en el ejército
imperial. En el momento de su llegada sólo seguían en poder de Bizancio las
plazas de Brindisi, Otranto, Tarento, Trani y Oria.
Entre tanto sus adversarios no habían permanecido ociosos, habían tenido
cinco meses de desgobierno bizantino para maniobrar y establecer alianzas
con las ciudades de Apulia. Tras haberse malquistado con el principado de
Benevento negociaron con los principales de Bari y propusieron a Argyros
reconocerlo como su señor. Éste, seducido por la propuesta, repitió el
comportamiento de Arduino e hizo entrar de noche a los normandos en la
ciudad y allí concluyó un acuerdo definitivo con ellos recibiendo en febrero
de 1042 el título de duque y príncipe de Italia con los guerreros normandos
como vasallos. Éstos seguían el mismo procedimiento utilizado con éxito en
otras ocasiones: imponer su participación, hacerse temer, reconocer en teoría
la soberanía de los antiguos amos del país para luego desequilibrar la
situación en su propio provecho. Es posible que en lo tocante a Argyros su

105
proyecto fuese llegar a una futura reconciliación con Bizancio previa
aceptación de los hechos consumados y con la secreta esperanza del
catepanato por entonces vacante.
La llegada de Maniaces trastornó todos esos cálculos y dejó a Argyros como
un simple rebelde, tal y como su padre lo había sido en tiempos, por lo que se
vio obligado a vincular su destino más estrechamente a los recién llegados
del norte. Avanzando en su propósito reclamó la ayuda de los normandos de
Aversa y reunió varios miles de soldados que se aprestaron a combatir al
ejército imperial acampado bajos los muros de Tarento. Pero Maniaces
rehuyó el combate y optó por refugiarse tras los muros de la ciudad a la
espera de una oportunidad favorable. Los normandos intentaron en vano
provocar a los bizantinos a un encuentro en campo abierto y se contentaron
con saquear la región de Oria. Tras reconocer la imposibilidad de asediar una
plaza poderosa como Tarento se replegaron pronto hacia el norte en mayo de
ese año.
En el litoral adriático Trani, la plaza más importante después de Bari,
mantuvo la fidelidad al emperador y rehusó negociar con Argyros. Su
ejemplo fue imitado por Giovinazzo con peor suerte pues Argyros apostó su
ejército ante la plaza y la tomó el 3 de julio de 1042 después de tres días de
sitio sometiéndola a pillaje y asesinando a los funcionarios bizantinos en
ella refugiados. De allí pasó a Trani, a la que sometió a asedio durante más de
un mes hasta que los acontecimientos de Constantinopla provocaron un
vuelco en la situación.
Entretanto Maniaces había salido en junio de Tarento con su ejército
barriendo delante de sí las bandas de normandos que encontraba a su paso.
Castigó cruelmente a los habitantes de Matera acusándoles de trato con el
enemigo y demostró ser tan despiadado como sus enemigos normandos,
arrasando los campos, quemando las cosechas y asesinando a centenares de
campesinos. Desde Matera Maniaces se dirigió hacia el este y sometió a
Monopoli al mismo castigo y a la misma demostración de crueldad y
ensañamiento: muchos ciudadanos fueron ahorcados y otros enterrados
vivos, pero las ciudades no le abrieron sus puertas por ello. Con todos estos
hechos Maniaces se ganó una reputación de tirano abominable en la región y
perjudicó muy gravemente la suerte de la causa bizantina en Italia. Mientras
tanto en Constantinopla se sentaba en el trono un nuevo emperador y la
llegada al poder de Constantino Monómaco en julio supuso malas noticias
para la fortuna de Maniaces.

106
Durante la época de sus mandatos en Asia Menor el general había adquirido
grandes propiedades en el thema de los Anatólicos. Algunas de esas tierras
eran vecinas de las de un poderoso señor, Romano Esclero, nieto del famoso
Bardas. Pronto las relaciones entre ambos se deterioraron y Maniaces, que
debió ser un hombre de genio pronto, amenazó de muerte a Esclero. Éste,
amedrentado, abandonó sus tierras y desde entonces experimentó un odio
feroz por su antiguo vecino. La situación era delicada para Maniaces por
cuanto Romano tenía muy buenas conexiones en la corte, al ser su hermana la
amante del emperador. El momento para la venganza llegó cuando su rival
tuvo que ausentarse para guerrear en Italia. Romano, seguro del apoyo de
Monómaco, saqueó las propiedades de Maniaces y yendo más allá en la
ofensa, ultrajó a su mujer. Cuando el general fue informado de estos penosos
acontecimientos experimentó una cólera indecible, cólera que se convirtió en
exasperación al saber que el emperador, a instancias de su rival, había
decidido finalmente destituirlo de su puesto. En ese momento Maniaces,
considerando muy peligroso regresar a Constantinopla como un simple
particular, optó por la única solución que veía a su alcance, la revuelta.
En esos momentos las noticias llegadas de Constantinopla le decidieron a
rebelarse, sabedor de que la pérdida de favor de la corte y la llamada a la
capital suponían de nuevo la prisión. La llegada al poder de Constantino
Monómaco y el favor que éste propiciaba a su mortal enemigo Romano
Esclero no auguraban más que desgracias para su carrera. Puesto al corriente
de todos los detalles comenzó a incitar en secreto a sus soldados contra
Monómaco.
En septiembre de 1042 desembarcó en Otranto una representación del
basileo. El patricio Pardos, el protoespatario Tubaces y el arzobispo Nicolás
llegaron portadores de un crisóbulo dirigido a Maniaces con el que el
emperador pretendía reconciliarse con su exasperado general. Pardos además
debía sucederle en el cargo de catepán. Maniaces, conocedor en secreto del
contenido del documento, al principio les dispensó una favorable acogida
pero la torpeza del enviado muy pronto empeoró las cosas. El
comportamiento arrogante de Pardos fue demasiado para el genio del general
que dió órdenes de inmediato a sus hombres para detener al patricio al que al
cabo de pocos días hizo asesinar en unas caballerizas tras someterlo a muchas
vejaciones. El protoespatario Tubaces sufrió la misma suerte pocos días
después. El secreto se había desvelado y tras la favorable reacción de sus
hombres Maniaces se decidió por fin en octubre de 1042 a asumir las

107
insignias imperiales del poder supremo y se hizo proclamar emperador por
sus tropas, decidido a emprender la lucha a vida o muerte por el poder. Su
empresa requería oro y Maniaces lo encontró apropiándose de los fondos de
la embajada, unas fuertes sumas destinadas a comprar la retirada de los
normandos.
Anteriormente, en julio, otra delegación imperial se había encontrado con
Argyros, que estaba asediando Trani en esas fechas, y le presentaron un
crisóbulo en el que se le comunicaba el perdón del emperador y se le
conferían los títulos de patricio y vestes si demostraba su fidelidad al Imperio
y atraía a los normandos al servicio de Bizancio. Ello suponía aceptar
definitivamente la presencia de éstos en los territorios bizantinos intentando
obtener a cambio un provecho para los intereses del Imperio. Argyros aceptó
el trato y obligó a los normandos a levantar el sitio de Trani, quemó las
máquinas de asedio y se dirigió de nuevo a Bari hacia donde también se
encaminaba su rival.

Maniaces después del asunto de la embajada partió a marchas forzadas desde


Otranto con parte de su ejército. Pretendía presentarse en Bari y utilizar el oro
recién ganado para comprar el favor de los magnates de la capital y atraerlos a
su causa. Pero la brutalidad que había demostrado en el trato con la
población local lo había vuelto odioso e impopular, y los magnates
decidieron mantenerse fieles a Argyros y a Bizancio. Tras ser incapaz de
llegar a un acuerdo con su rival Maniaces se volvió hacia los normandos, pero
éstos, con el recuerdo fresco de sus difíciles relaciones en Sicilia rehusaron
también y sólo un pequeño número se unió a su ejército. Ante este fracaso
Maniaces decidió no perder más tiempo en Italia y llevar su ejército al otro
lado del Adriático para intentar su suerte hacia el corazón del Imperio, allí
donde se jugarían todas las bazas. Por ello tras ser rechazado de Bari se
replegó sobre Tarento que se había convertido en la base de operaciones de
su ejército y preparó el embarque de sus tropas hacia Grecia. Los normandos
saqueaban la región y la población local mostraba una disposición muy poco
amistosa hacia el rebelde por el duro trato que había recibido de su parte, por
lo que Maniaces decidió abandonar la ciudad y marchar sobre Otranto para
desde allí dejar Italia.

En estos momentos, en febrero de 1043 había llegado a Bari Basilio


Teodorocano el antiguo compañero de armas de Maniaces y nuevo catepán de

108
Italia. Argyros con las milicias locales de Bari y contingentes normandos
rodeó Otranto mientras que una flota bizantina mandada por Teodorocano
bloqueó el puerto. Pero siendo un hombre de recursos Maniaces encontró la
forma de apoderarse de unos barcos, forzó su salida de puerto en ese mismo
mes y puso proa rumbo a Dirraquio.

El fin de la Italia bizantina: 1043-1071

Tras la marcha de Maniaces los oficiales bizantinos recibieron una mejor


acogida en tierras italianas, pero la situación no mejoró por la falta de medios
para oponerse a los normandos y recobrar los territorios perdidos desde 1041.
Bizancio controlaba todavía en 1043 Calabria, Tarento y la tierra de Otranto,
pero en Apulia sólo las ciudades costeras reconocían fidelidad al basileo. En
el interior sólo algunas villas aisladas como Troia (hasta 1048) o Lucera (hasta
1060) se sustrajeron al dominio normando. En estos años aparece
documentado el problemático thema de Lucania, conocido sólo por un
documento datado en noviembre de 1042 por el que su estratego Eustacio
Skepides dicta una sentencia en favor del abad del monasterio de San
Nicolás en el valle del Lao. Constituido alrededor de Cassano en opinión de
Falkenhausen o de Tursi para Guillou y agrupando en opinión de este último
autor los territorios de Latinianon, Merkurion y Lagonegro, este thema debió
ser organizado posiblemente a partir de 1035 tras la alianza con el emirato
siciliano y tuvo corta vida pues no aparece registrado en la titulación del
duque Argyros a su llegada a Italia en 1051.
En enero de 1043 los barones normandos mantuvieron una reunión en Melfi
para decidir el reparto de sus futuras conquistas, aunque por el momento se
centraron en tomar posesión de las primeras plazas conquistadas en los valles
del Ofanto y el Bradano que abrían paso desde Melfi hacia el resto de la
provincia bizantina. Tras conceder a Rainulfo de Aversa la villa de Siponto
con el simbólico santuario de San Miguel de Gargano, los barones
procedieron al reparto: los barones procedieron al reparto: Guillermo Brazo
de Hierro reclamó para sí la villa de Ascoli Satriano; Drogón, Venosa;
Arnolín, Lavello; Hugo Touboeuf, Monópoli; Rodolfo, Cannas; Gautier,
Civitate; Pedro, la ciudad de Trani; Rodolfo, el hijo de Bebena, se quedó con
Sant´Arcangelo; Tristán, Montepeloso; Hervé, Frigento; Asclitin, Acerenza y
Rainfredo, Minervino. Melfi, el origen de la fortuna normanda, fue
considerada como capital del condado de Apulia y se convirtió en una

109
posesión común para los doce jefes. Los historiadores afirman que Arduino
se quedó con la mitad del territorio aunque lo cierto es que poco tiempo
después su nombre desaparece de los registros históricos.
Tras el reparto el príncipe Guaimar de Salerno, en su calidad de señor de los
barones normandos, condujo a estos contra Argyros, que había regresado a
Bari tras su cambio de bando. El sitio de la ciudad se prolongó durante cinco
días pero Bari era demasiado poderosa como para rendirse ante un enemigo
poco preparado, de modo que tras saquear los alrededores los normandos
regresaron a Melfi. Es posible que por entonces supiesen ya de la inminente
llegada de la flota de refuerzo al mando de Basilio Teodorocano que llegó en
febrero para combatir al rebelde Maniaces.
Pronto hubo relevos también entre los normandos. En junio de 1044 fallecía
Rainulfo de Aversa y Gaeta, el primer normando que había fundado en Italia
un señorío independiente, sustituido pronto por su sobrino Rainulfo y a fines
de 1045 o a principios de 1046 moría prematuramente, para gran
consternación de sus compatriotas, Guillermo Brazo de Hierro, primer conde
de Apulia, sucedido no sin oposición por su hermano Drogón.
El patricio y vestes Argyros, cuya posición e influencia podían colisionar con
el nuevo catepán Basilio Teodorocano, fue rápidamente llamado a
Constantinopla por el emperador y el propio Teodorocano no permaneció
tampoco mucho tiempo en su puesto, ya que pronto fue nombrado a finales
de 1045 en su lugar un nuevo oficial llamado Eustacio Palatino que, en un
esfuerzo por recabar apoyos, reclamó la vuelta a Bari de todos aquellos que se
habían exilado. Mientras todos estos cambios tenían lugar la lucha
continuaba en las tierras de Apulia y Calabria. El flamante catepán intentó
mostrar energía en su desempeño pero fue prontamente derrotado a las
afueras de Tarento, el 8 de mayo de 1046, circunstancia que fue aprovechada
por los normandos para tomar poco después la villa de Lecce. Parece ser que
en estos momentos los notables de la ciudad de Bari, sin conocimiento de los
oficiales bizantinos, entraron en tratos con el conde Umfredo, hermano de
Guillermo Brazo de Hierro y de Drogón y llegado recientemente a Italia e
hicieron prisionero al derrotado catepán, que había buscado refugio en Bari
tras su derrota en el sur. Por aquel entonces los inestables normandos se
habían dividido en dos partidos: uno reconocía el señorío de Umfredo y
Drogón y el otro a Pedro, el hijo de Amigo, que por aquel entonces estaba
ocupado en el sitio de Trani.

110
El derrotado y prisionero Eustacio fue relevado de su cargo a finales de 1046 y
en su lugar llegó a la península el patricio y vestes Juan Rafael, comandante
de la guardia varega que desembarcó en Bari a la cabeza de un destacamento
escogido. La llegada de estos contingentes fue muy mal recibida por los
lugareños y Rafael tuvo que abrirse paso a la fuerza hasta el Pretorio, la
residencia del gobernador en la ciudad. Lo inestable de la situación le decidió
a ordenar la retirada al día siguiente y entablar negociaciones con las
autoridades locales para conseguir la liberación de su antecesor en el cargo. El
acuerdo al que llegó con los bariotas implicó el reconocimiento del estado de
cosas en la ciudad, lo que venía a significar su independencia de facto y su
desligamiento de la autoridad bizantina. Además la tensa relación con la
población obligó al catepán a trasladar sus mercenarios a la base más segura
de Otranto.
A mediados de 1046 hizo su aparición en la escena italiana otro hijo de
Tancredo de Altavilla, el mayor de los habidos en su segundo matrimonio,
Roberto el que luego sería llamado Guiscardo, y que habría de seguir una
carrera que eclipsaría los logros de sus hermanos mayores. Intentando emular
la gloria y la fortuna de sus predecesores abandonó Normandía en compañía
de cinco caballeros y treinta infantes. Una vez en Italia, tras ser muy mal
recibido por sus hermanastros, sirvió durante un tiempo bajo las órdenes de
Pandolfo de Capua en su enfrentamiento con Guaimar de Salerno. Tras
enfrentarse a su señor por no atenerse a las promesas realizadas se dirigió
hacia Calabria a instancias de Drogón al que solicitó tierras y dinero. Éste le
ofreció el puesto de Scribla primeramente antes de ocupar en 1050 una
primera posición fortificada en la zona norte del valle del Crati, posiblemente
San Marcos, desde la que se dedicó a saquear y pillar la región llevando la
existencia de un bandido en una frontera que por aquella época trazaba una
línea desde Amantea en un arco hasta el sur de Cosenza y Rossano.
Los normandos siguieron adelante con la ofensiva en todos los frentes,
avanzando sobre Lucania y Capitanata mientras quedaba a cargo de Roberto
de Altavilla comenzar los combates en Calabria. Troia cayó en 1048. En el
mismo año Umfredo pudo derrotar a los bizantinos en Tricarico, cerca de
Potenza, en unos momentos en los que Constantinopla tenía su atención
puesta en los asuntos internos enfrentada a graves rebeliones e
imposibilitada para enviar refuerzos en cantidad suficiente para producir un
cambio decisivo en la situación.

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La estancia de Argyros en Constantinopla duró varios años, durante los
cuales gozó del favor imperial y tuvo ocasión de distinguirse en la defensa de
los intereses del basileo, tal y como ocurrió durante la sublevación de León
Tornicio en 1047. Finalmente fue devuelto a Italia en marzo de 1051 con el
título de magistros vestes y duque de Italia, Calabria, Sicilia y Paflagonia con
el encargo de gobernar los territorios imperiales en la península, hecho
inusitado el de confiar tan alto cargo a un griego italiano, en realidad al hijo
de un lombardo, un latino que ni siquiera profesaba la ortodoxia (se sabe de
hecho que mantuvo diferencias con el patriarca Miguel Cerulario que lo
consideraba extranjero y herético). Sin duda la pésima situación de los
asuntos italianos convenció al gobierno imperial de que Argyros era por su
pasado la persona adecuada para intentar enderezar la fortuna de Bizancio en
la península apoyándose más en la diplomacia y la habilidad que por la
fuerza de las armas. Un factor añadido que impedía el recurso a la fuerza era
la constatación de la mala situación en la costa oriental del Adriático, pues las
revueltas búlgaras habían reducido a la nada las ganancias territoriales de los
tiempos de Basilio II. El thema de Nicópolis se había perdido y las
comunicaciones terrestres entre Macedonia y Tesalia con las ciudades
costeras se habían interrumpido, lo que dificultaba el envío de nuevas tropas
con destino a Italia.

Las actividades del príncipe de Salerno


Guaimar, el príncipe de Salerno, soberano de los normandos de Apulia tras
recibir el título de duque de Apulia y Calabria espoleó a sus súbditos para
que se adentrasen profundamente en los territorios del basileo. Muy lejos
quedaban ya los lazos que habían unido Salerno al Imperio. Una intentona
directa sobre Bari fracasó, por lo que Guaimar, acompañado por Guillermo
Brazo de Hierro, se decidió por explorar la senda de Calabria, aunque parece
ser que por entonces no avanzó mucho más allá del valle del Crati. Pronto
otros problemas distrajeron al príncipe y le obligaron a fijar su atención en
Aversa y a los normandos allí establecidos. Éstos, encabezados por su jefe
Rainulfo, demostraron ser unos vasallos incómodos y turbulentos y pronto
desafiaron la autoridad de su señor natural. Cuando a la muerte del señor de
Aversa Guaimar intentó imponer un noble de otra familia de inmediato
estalló una guerra que terminó con la derrota del protegido del príncipe de
Salerno. Éste, con muchos esfuerzos, intentó en estos años mantener bajo
control las actividades en la región comprendida entre los Estados Pontificios

112
y los territorios bizantinos de Calabria y Apulia. Para ello mantuvo
embajadas regulares con el emperador germánico Enrique III asegurándole
su fidelidad y postulándose como su principal vasallo en la región. El
emperador, que acababa de ser coronado en 1046, aprovechó su viaje a Roma
para retomar el papel de Otón I y dictar sus condiciones en la organización
de la Iglesia con la deposición de tres papas y la elevación al solio pontificio
del obispo de Bamberg con el nombre de Clemente II. A continuación, como
mandaba la tradición, descendió en enero de 1047 a Campania con su ejército
para imponer su arbitrio como señor de la Cristiandad. En febrero recibió en
Capua la sumisión de los condes de Apulia y Aversa, Drogón y Rainulfo II, a
los que nombró vasallos directos del Imperio al tiempo que les concedía la
investidura imperial para todas las tierras que conquistasen, de modo que
ambos ascendieron al mismo rango que el disfrutado hasta entonces por los
antiguos príncipes lombardos. Sólo Benevento, dominada por Pandolfo IV,
se resistió a la voluntad del emperador, por lo que éste, obligado a abandonar
Italia en abril reclamado por otros asuntos, dejó a cargo de sus nuevos
vasallos normandos el castigo del rebelde. La ratificación imperial a su
posición convirtió a los normandos en más inexorables en su explotación del
país, sometiendo a sus exacciones a lombardos e italo-bizantinos por igual.
Por esa época un nuevo personaje entra con fuerza en la política de la Italia
Meridional, el nuevo papa León IX, nombrado por el emperador el 12 de
febrero de 1049 tras la muerte de Dámaso II. Peregrino e infatigable
reformador mantuvo una constante lucha por erradicar los abusos que habían
llevado a un grado extremo de corrupción a la Iglesia Latina, entre los que se
encontraban las cuestiones de la simonía y los matrimonios de los sacerdotes
y fue el primero de la serie de papas reformadores que llevarían a la querella
de las investiduras. Cuestión fundamental era para el nuevo pontífice el
recuperar el control de los bienes y los nombramientos eclesiásticos, que
desde largo tiempo antes residían en manos de los señores locales y en
general reestablecer la situación, muy perturbada por las rivalidades entre
lombardos y normandos, las guerras continuas, los saqueos y confiscaciones
de iglesias y monasterios.
Una de las cuestiones pendientes a la que León IX tuvo que hacer frente fue
la ocupación por los normandos de territorios incluidos en el patrimonio de
San Pedro. El Papa intentó negociar en diversas ocasiones un arreglo para
conseguir la restitución de las tierras robadas, actuando no sólo como jefe de
la Iglesia sino también como representante del emperador y por ello

113
empeñado en el restablecimiento del orden y la paz. Ante esos avances los
lombardos de Benevento se afirmaron en su rebeldía ante el poder imperial y
rechazaron la intervención papal, mientras que los normandos acogieron con
mansedumbre las reconvenciones del pontífice sin variar ni un ápice su
actitud de fondo. A la vuelta a Roma del Papa tras su embajada llegaron en
oleadas las denuncias de todas partes acusando las depredaciones de los
normandos. Se puede detectar en las crónicas de la época el odio creciente
que el pillaje sistemático estaba produciendo en todo el sur italiano. León IX
recibió en Roma delegaciones que denunciaban a voz en grito los abusos y
saqueos que debían soportar las poblaciones a manos de sus nuevos amos.
Elocuente testimonio fueron las palabras del abad normando Jean de Fécamp
que al dirigirse al Papa para narrarle el ataque de que había sido objeto en
Toscana le explicó:
“El odio de los italianos contra los normandos ha llegado a tal exasperación
que no hay, por así decirlo, una aldea en Italia que un normando pueda
atravesar con seguridad. Incluso aunque vaya como peregrino se arriesga a ser
atacado, despojado y arrojado a prisión.”
Esta situación produjo finalmente un cambio en la actitud del Papa que, tras
comprobar el fracaso de su intervención personal e indignado por la mala fe
normanda, empezó a considerar a éstos como el peor enemigo de la Iglesia. A
comienzos de 1051 los beneventanos comenzaron una aproximación a la
Santa Sede lo que permitió a León IX, tras una serie de negociaciones, asumir
la soberanía en el principado de Benevento y detraerlo de la esfera imperial a
cambio de concesiones en Alemania. En julio, tras una entrevista con el
príncipe de Salerno y Drogón para encomendarles la protección del nuevo
territorio pontificio de las depredaciones de los pequeños señores
normandos, el conde de Apulia fue asesinado en Montoglio por uno de sus
hombres de armas. La muerte de Drogón dio la señal a una insurrección
general en Apulia contra los normandos y la situación de gran inestabilidad
convenció definitivamente al Papa para formar una alianza ofensiva contra
los normandos y expulsarlos definitivamente de los territorios del principado
de Benevento. Desde finales de 1051 o principios de 1052 León inició
contactos secretos con las autoridades bizantinas con vistas a establecer una
alianza contra el enemigo común.

El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate

114
Argyros desembarcó por fin en Otranto en marzo de 1051 con el título de
magistros, vestes y duque de Italia y de Calabria con plenos poderes. Sus
instrucciones eran claras: con los medios económicos de los que había sido
provisto debería corromper a los normandos e invitarlos a atravesar el mar
para combatir en Asia como mercenarios. No parece que su llegada fuese
acompañada del refuerzo de tropas para asegurar su posición. En caso de no
obtener éxito en sus gestiones debería intentar al menos sembrar la división
entre los jefes normandos azuzando unos contra otros.
Desde Otranto Argyros se dirigió a Bari donde en un primer momento se le
negó la entrada a la ciudad por parte de los señores locales Adralestos,
Romualdo y Pedro, partidarios de los normandos. Pocas semanas después el
oro empezó a mover voluntades y una asonada en abril consiguió derribar al
gobierno y abrir las puertas al duque de Italia. Sólo Adralestos logró huir y
refugiarse junto a Umfredo, el sucesor de Drogón, mientras que su mujer e
hijos junto con sus hermanos fueron enviados cargados de cadenas a
Constantinopla. Por la misma época las luchas por el poder arreciaron
también en Tarento donde tenemos noticias de la lucha entre los partidarios
de Bizancio liderados por un tal Genesio, administrador de las propiedades
de la catedral, frente a los rebeldes dirigidos por Basilio Crisoqueinos, los
hermanos Eustacio y León Catananges y varios clérigos de iglesias latinas y
ortodoxas.
Argyros, una vez asegurada su posición en Bari, emprendió de inmediato
conversaciones con los normandos. Éstos demostraron pronto su poca
voluntad de acuerdo al preferir las ganancias en las tierras italianas a la
aventura en la lejana Asia. Una dificultad añadida en las conversaciones fue
la anarquía que la muerte de Drogón había traído a las filas normandas. En su
intento por aprovechar la ocasión Argyros sacó su ejército al campo de batalla
en 1052, pero fue derrotado primero cerca de Tarento y luego ante Siponto a
manos de Umfredo y Pedro, el hijo de Amigo. Las cosas no fueron mejor en
Calabria, donde Roberto Guiscardo batió en Crotona a las tropas del
protoespatario Sicón. Ante el fracaso de su iniciativa Argyros cambió de
estrategia y envió una embajada a León IX para proponerle una acción
conjunta contra los normandos.
El Papa estaba por entonces más que dispuesto a adoptar esa vía de acción,
harto de las tropelías e insubordinaciones de sus peligrosos vecinos. El
propósito de una acción conjunta desde el norte y el sur se vió frustrada por
la negativa de Guaimar V de Salerno a unirse a la alianza. Éste temía un

115
triunfo que resultaría muy favorable para Bizancio y amenazaría la
independencia de su territorio. León tuvo que esperar a condiciones más
favorables.
En agosto de 1052 una revolución, en la que posiblemente estuviese
implicada la mano de Bizancio, estalló en Salerno provocando la muerte de
Guaimar V. Su sobrino Gisulfo consiguió recuperar el poder con ayuda de los
normandos de Aversa, pero la situación del principado quedó muy debilitada
por la pérdida del control de las villas marítimas de Amalfi y Sorrento que
recuperaron su autonomía. Los cambios en Salerno reforzaron la influencia
normanda sobre el principado, por lo que el Papa tuvo que recurrir a aliados
todavía más poderosos, y esos se podían encontrar en el Imperio. Se imponía
el concurso de tropas numerosas y bien disciplinadas y se estimó como
indispensable la colaboración de Enrique III, por la poca confianza de León
IX en las tropas locales. A finales de 1052 el Papa pasó a Baviera donde se
encontró con el emperador y le hizo efectiva su petición de ayuda. En la corte
imperial estaba vivo el recuerdo de anteriores e infructuosas expediciones
italianas, de forma que a duras penas León consiguió el concurso de
contigentes de loreneses, suabos y franconios. La airada intervención ante el
emperador del obispo Gebhardt protestando por la indefensión de Baviera al
ser despojada de esas tropas tuvo como resultado que finalmente el Papa sólo
pudo regresar con un pequeño grupo de setecientos suabos mandados por
Trasemundo, Atón, Garnier y Alberto y reclutados a cuenta del pontífice.
En febrero de 1053 el ejército pontificio llegó a la llanura lombarda y el día 21
el Papa estaba ya en Mantua. Tras pasar por Roma y Montecassino llegó
finalmente a Benevento. Su objetivo no era enfrentarse con los normandos de
inmediato, sino reunirse con Argyros, que se encontraba en las cercanías de
Siponto. Para evitar un encuentro precoz con el enemigo Léon efectuó un
rodeo hacia el norte hasta atravesar la llanura que se extiende al norte del
Gargano. Durante el camino se le unieron numerosos contigentes italianos
entre los que destacaban las tropas del duque de Gaeta Atenulfo, Lando
conde de Aquino, y soldados del país de los Marsos, Ancona, Espoleto,
Sabina y Fermo. Tras atravesar el río Fortore en junio el ejército pontificio
acampó en la orilla derecha, cerca de Civitate. El 17 de junio de 1053,
inopinadamente, se toparon allí con el ejército normando que les esperaba,
recién llegado tras batir a las tropas de Argyros.
Frente a una clara amenaza para su supervivencia los normandos, olvidadas
por un momento sus diferencias, habían acudido masivamente de todas

116
partes a reagruparse bajo el mando de Umfredo, y de Ricardo de Aversa.
Junto a ellos formaban los normandos de Calabria al mando de Roberto
Guiscardo además de muchos otros pequeños señores. La decisión inmediata
en el campo normando fue impedir la unión de los ejércitos de sus rivales por
lo que se apresuraron a dirigirse al norte de Apulia pretendiendo impedir el
paso del ejército papal y evitar que alcanzase Siponto, donde se habían
situado los hombres de Argyros. Éste tras un breve combate huyó por mar
desde el puerto de Viesti. Ahora sólo quedaban en pie dos contendientes.
Enfrentados los dos ejércitos en la llanura, León IX envió parlamentarios para
conocer las intenciones de los normandos y pedirles que se sometieran. Éstos
le contestaron que estaban dispuestos a hacerlo y devolver todas las tierras
que ocupaban, pero que no podían consentir que se hubiese aliado con su
enemigo Argyros. Tras los parlamentos ambos ejércitos se tantearon durante
unos días, pero la falta de víveres en el campamento normando decidió a
éstos a pasar a la acción sin más retrasos. El combate se inició el viernes 18 de
junio. En un primer momento la lucha fue desfavorable para los normandos,
pero la situación cambió al recibir refuerzos. En medio del furioso ataque
normando las tropas italianas del Papa fueron presas del pánico y
emprendieron la huida. Los condes lombardos reunieron a sus tropas y las
llevaron al norte de modo que sólo quedaron para hacer frente a los
normandos las tropas alemanas. Éstas ofrecieron una encarnizada resistencia
durante horas hasta sucumbir y ser masacrados hasta el último hombre. La
defensa se derrumbó finalmente y el Papa, refugiado en Civitate, asistió como
espectador al fin de su proyecto. Los victoriosos normandos se dispusieron al
asedio de la ciudad quemando los arrabales y ya se preparaban para asaltar
los muros cuando León IX, presionado por los aterrorizados ciudadanos, se
vio obligado a parlamentar. El pontífice aceptó entregarse y concluir un
acuerdo a condición de que cesase el combate. Además les otorgó el perdón
de la iglesia y la anulación de la excomunión que pesaba sobre ellos de forma
que poco después los ciudadanos de Civitate pudieron ser testigos de una
curiosa escena: el Papa saliendo de la ciudad ornado con sus vestimentas
pontificias y rodeado de clérigos abriéndose paso ante una masa de guerreros
que se postran a sus pies jurando obediencia y fidelidad mientras el pontífice
pronuncia las solemnes fórmulas de la reconciliación.
El 23 de junio de 1053 el Papa regresó a Benevento escoltado por Umfredo.
Allí permaneció durante seis meses vigilado por los normandos que lo
mantuvieron incomunicado, aunque oficialmente guardando todas las

117
consideraciones hacia su persona. Esa condición de rehén era evidentemente
la más favorable para sus intereses.
Durante la larga estancia del Papa en su forzada residencia de Benevento
(junio de 1053-marzo de 1054) León entabló contacto con Constantino
Monómaco y Miguel Cerulario mediante una legación encabezada por el
cardenal Humberto, el canciller Federico de Lorena y el arzobisbo de Amalfi
Laurencio. Motivos políticos y religiosos animaron la embajada pues a la
cuestión de la alianza contra los normandos se sumaba la delicada cuestión
de las diferencias religiosas entre las iglesias latina y oriental tan alteradas ya
desde la época de Focio. La pretensión del Papa era conseguir la retractación
del patriarca y el reconocimiento de la supremacía romana, aunque es bien
conocido como el resultado fue muy otro: las diferencias y desconfianzas
entre ambos bandos provocaron una ruptura oficial que separó todavía más a
ambas partes y dejó huellas permanentes para el futuro.
Los primeros sorprendidos por el desenlace de la jornada de Civitate fueron
los propios normandos, que no esperaban alcanzar un éxito tan rotundo.
Rodeados por un entorno muy hostil y en perpetua división interna por su
escasa disposición a reconocer un señor común se contentaron en los tiempos
posteriores con consolidar sus ganancias y no aprovecharon la inacción de sus
adversarios para emprender grandes aventuras sino que optaron por una
lenta progresión en su avance. Los pequeños barones se instalaron en la zona
del litoral al noroeste del Gargano en la región de Lesina, Ripalta y Vieti,
mientras Umfredo regresó a Melfi y se ocupó de castigar a los asesinos de su
hermano reafirmando su autoridad en la región de Melfi y Venosa. Troia, que
tras una primera sumisión en 1048 había recobrado su independencia, volvió
otra vez a pagar tributo y las grandes ciudades litorales de Apulia como Bari,
Trani y quizá Otranto reconocieron la autoridad del conde normando so pena
de verse hostigadas por continuas algaradas. Probablemente esta dominación
permitía, como de costumbre en la tradición italiana medieval, una amplia
autonomía en las ciudades que mantuvieron sus magistrados locales,
frecuentemente titulados con dignidades bizantinas.
Si en la Apulia bizantina los normandos no encontraban una resistencia
organizada no fue así el caso en la región de Benevento que, a la muerte de
León IX (19 de abril de 1054) volvió a manos de la antigua dinastía lombarda,
por lo que la atención normanda volvió de nuevo hacia el sur, que prometía
presas más apetitosas. Las operaciones se reanudaron en 1054, cuando se
documenta la conquista de Conversano, cerca de Bari, aunque a medida que

118
los invasores se aproximaban al golfo de Tarento la resistencia fue
volviéndose más encarnizada. Se sabe que el protoespatario Sicón fue muerto
en combate ante los muros de Matera y que en Oria tuvo lugar un
enfrentamiento con los bizantinos en 1055. Tras superar esa oposición los
normandos pudieron adentrarse en la tierra otrantina y conseguir triunfos
significativos. Lecce y Nardo fueron tomadas por el conde Gaufredo. Pronto
fue el turno de Otranto mientras Galípoli era asediada. Las siguientes plazas
en caer Castro, Minervino y Catanzaro. Una nueva derrota bizantina en 1056
cerca de Tarento dejó el campo libre para el saqueo por parte de los
vencedores. Fueron años duros para la región acosada también por una feroz
hambruna que llevó la desolación a esas tierras.
Durante estos años la figura de Roberto Guiscardo, que habría de ser más
adelante el enemigo mortal de Bizancio comenzó a destacarse claramente
entre sus compatriotas. Un golpe de fortuna le había permitido en 1050
acrecentar sus recursos al contraer matrimonio con la tía de Gerardo de
Buonalbergo, un noble propietario de las cercanías de Benevento. Éste,
reconociendo los signos de un futuro brillante en el hasta entonces jefe de
bandoleros, le ofreció en lugar de dote el concurso de doscientos caballeros
para participar en la empresa de Calabria. Guiscardo, así llamado desde
entonces por su nuevo socio, se vió convertido repentinamente en un caudillo
con los recursos suficientes para llevar adelante la conquista de Calabria.
Desde 1048 al menos se habían sucedido las incursiones normandas en tierras
calabresas y consta un enfrentamiento con los bizantinos en 1052 cerca de
Crotona y saqueos en la zona de Gerace. Tras la victoria de Civitate Roberto
se dedicó metódicamente desde su refugio de San Marcos a hostigar la región
de Cosenza, Martorano y Bisignano cobrando tributos, saqueando e
imponiendo su ley en la zona. En 1056 se unió a las tropas de su hermano
para asediar Galípoli y cuando Umfredo agoniza al año siguiente lo reclama
en Melfi para ser tutor de su heredero. A la muerte de su hermano Roberto
asumió el mando supremo como conde de Apulia.
Frente a estos avances la resistencia en la región bizantina había quedado a
cargo sólo de las milicias locales. Argyros solicitó en vano ayuda de
Constantinopla para hacer frente a la amenaza normanda, pero el Imperio
tenía que hacer frente en esos años a amenazas internas y externas que le
impidieron considerar el desvío de fuerzas a las lejanas posesiones italianas.
Los únicos medios disponibles eran el oro y la diplomacia para intentar
detener a los normandos. Argyros probó también la opción imperial y en

119
mayo de 1054 sus enviados llegaron a la corte de Enrique III donde fue bien
acogido, sin duda por el recuerdo de su padre Meles que tan estrechos
vínculos había mantenido con la corte germánica. En los dos años siguientes
se sucedieron una serie de movimientos diplomáticos con vistas a emprender
una acción contra los señores normandos, pero la muerte del emperador
germánico en agosto de 1056 dio al traste con todos los proyectos. El Papa
Víctor II, que había pretendido el apoyo imperial para recuperar Benevento y
dominar a los normandos, se dio entonces por vencido y buscó el acuerdo con
éstos. Su repentina muerte en 1057 y su sustitución por Esteban IX, el antiguo
canciller Federico de Lorena, permitió durante unos meses mantener el
proyecto de una nueva embajada a Constantinopla pero la pronta muerte del
nuevo Papa en febrero del siguiente año supuso la cancelación definitiva de
la alianza con Bizancio y un giro en la estrategia de la Santa Sede, que
abandonó entonces la alianza con ambos Imperios y se aprestó a entenderse
con los ocupantes normandos. Éstos ofrecieron rapidamente su ayuda al
nuevo pontífice Nicolás II para imponerse a sus adversarios en Roma. La
reconciliación final tuvo lugar en agosto de 1059, en el concilio de Melfi. Allí
Ricardo de Aversa y Roberto Guiscardo juraron fidelidad a la Iglesia Romana.
Además éste último concluyó una alianza con el papado que le dejó las
manos libres en toda la Italia Meridional, olvidados ya los derechos de la
corona germánica y de Bizancio. Roberto fue entonces reconocido por
primera vez como duque de Apulia y Calabria y abiertamente manifestó su
derecho a las posesiones bizantinas.
Mientras tanto Argyros abandonó Italia a finales de 1058 sin haber podido
cumplir su misión. La corte bizantina, ocupada en otras prioridades, se
mantuvo indiferente a la cada vez peor situación en la península y sin
embargo en estas tierras todavía asistieron al último esfuerzo por
mantenerlas en la órbita de Bizancio.

La última resistencia
Tras sellar su alianza con el Papado Roberto Guiscardo emprendió de nuevo
las operaciones en los territorios para él destinados. En 1060 sometió Troia y
en la primavera de ese mismo año recibió el homenaje de las poblaciones de
Brindisi y Tarento al tiempo que sus hombres expulsaban a la guarnición
bizantina de Oria. Pero en estos momentos el principal asunto era el control
de Calabria. Desde 1056 había comenzado a realizar incursiones partiendo de
sus posiciones en el valle del Crati acompañado por su hermano menor

120
Roger. Sus tropas llegaron hasta la inmediación de Reggio saqueando y
obteniendo rehenes, aunque las principales poblaciones como Crotona,
Gerace, Santa Severina, Rossano o la propia Reggio mantuvieron su
independencia.
De vuelta en Apulia Guiscardo encomendó a su hermano Roger la
prosecución de la conquista. Éste se asentó en las cercanías de Vibona, donde
luego se construiría la gran fortaleza de Mileto, y desde allí comenzó sus
algaradas. Por medio de depredaciones y ataques constantes sembró el terror
en toda la región del Aspromonte. Frente a él las autoridades bizantinas
estaban divididas. Por razones desconocidas el estratego de Calabria León
Trymbos hizo ejecutar en 1058 a algunos magistrados civiles (scribones) de
Crotona y la población enardecida se rebeló y le obligó a huir. A los males de
la guerra se unieron también los estragos causados por la terrible sequía de la
primavera de 1058 y sus secuelas en forma de hambre y disentería que
diezmaron a la población.
Entretanto en el bando normando se produjo un enfriamiento en las
relaciones entre Roberto y Roger. Siendo ambos hombres ambiciosos
colisionaron entre sí a causa del reparto del botín, lo que fue aprovechado por
los calabreses para retomar Nicastro y aniquilar su guarnición normanda. Por
fin Roberto y Roger arreglaron sus diferencias y reemprendieron las
operaciones sobre la región. Reggio, donde habían hallado refugio los altos
funcionarios bizantinos que todavía se mantenían en la zona, era la única
ciudad que no se avino a parlamentar.
En el otoño de 1060, tras someter a Brindisi y Tarento, los normandos
pusieron sitio por fin a Reggio. Tras una encarnizada resistencia la ciudad
capituló y los dos funcionarios bizantinos (probablemente el estratego de
Calabria y el krités) se encerraron en la vecina Scilla con parte de la
guarnición bizantina, aunque al poco tiempo fueron obligados a embarcarse
para Constantinopla mientras la población concluía un tratado con los
normandos. Roberto Guiscardo en esa época residía ya en Reggio, donde se
hizo reconocer como duque de Calabria. En estos momentos los funcionarios
bizantinos de alto rango habían sido ya obligados a abandonar la región, y
sólo quedaban los jefes de la aristocracia local, ellos mismos funcionarios de
bajo nivel. Abandonados a su suerte entraron en tratos con los normandos.
Éstos, una vez asegurada su posición, ofrecieron condiciones aceptables a las
poblaciones locales imponiendo un tributo no más oneroso que el cobrado
por las autoridades bizantinas y permitiendo que se mantuviese la autonomía

121
local, con lo que pudieron establecer su dominio, al menos de forma
aparente. A pesar de todo seguía viva la llama de la resistencia que
aprovechaba cualquier coyuntura favorable para manifestarse. En el valle del
Crati los indígenas se beneficiaron del alejamiento de los jefes normandos
para alzarse en armas, como en Agello, cerca de Cosenza. Por la misma época
diputados de varias ciudades calabresas llegaron a Amalfi y Roma buscando
una alianza contra los nuevos ocupantes.
La reacción normanda ante la resistencia local fue la creación de colonias
militares usando los mismos procedimientos que los bizantinos en Asia.
Trasladaron a poblaciones enteras reduciendo a cenizas sus enclaves, como
en el caso de Policastro que fue destruida y su población transportada a
Nicotera. Con prisioneros sicilianos se pobló Scribla, tras el comienzo de las
operaciones en Sicilia en 1061 luego de la toma de Messina.
El gobierno bizantino no volvió a enviar tropas a Calabria tras los sucesos de
1060, pero ello no supuso el fin de sus esfuerzos por recuperar sus posesiones
en las tierras italianas porque a finales de ese año desembarcaron nuevas
tropas comandadas por un miriarca, como es llamado en las fuentes y que
quizá deba ser interpretado como un merarca, obedeciendo las órdenes del
nuevo emperador Constantino Ducas. En rápida sucesión los bizantinos
reconquistaron Tarento, Brindisi, Oria y Otranto, a la vez que se internaban
en Apulia hasta llegar ante los muros de Melfi. Ante las desconcertantes
noticias Roberto Guiscardo regresó a toda prisa de Sicilia y acometio a los
bizantinos. Tras someter Acerenza obligó a los imperiales a abandonar el
sitio de Melfi. En 1062 volvió a tomar Brindisi y Oria haciendo prisionero al
miriarca bizantino. Ante estos fracasos los bizantinos se desmoralizaron y
adoptaron en adelante una actitud mucho más pasiva, debido posiblemente
también a la falta de medios. Por ello los dos catepanos que se sucedieron en
Bari, Marulés en 1061 y Siriano en 1062 se vieron obligados a mantenerse a la
defensiva.
Ante el fracaso en las operaciones militares se recurrió la vía diplomática. El
emperador participó muy activamente entre 1061 y 1064 en la lucha por la
sucesión del Papa Nicolás II. La derrota final de su candidato puso bien en
claro la imposibilidad de formar una coalición antinormanda y que la única
posibilidad para detener el avance de Guiscardo era apoyar a las poblaciones
que todavía resistían y sembrar la división entre los caudillos normandos,
celosos del poder de Roberto y descontentos con su primacía.

122
Bari 1071
Mientras Roberto Guiscardo preparaba en colaboración con Roger un ataque
sobre los musulmanes de Palermo, los barones normandos en Apulia se
dedicaron metódicamente a reconquistar las poblaciones tomadas por los
bizantinos durante su intervención. Un tal Godofredo tomó en 1063 Tarento y
Móttola, y pronto cayeron también Matera y Otranto. En 1064 desembarcó en
Bari el catepán Abulcaré y pudo enviar algunos refuerzos a las ciudades que
aún resistían. En esos momentos Bizancio controlaba todavía parte del litoral,
desde la península de Gargano hasta las cercanías de Brindisi, aunque el
catepán no pudo impedir que las gentes de Bari llegaran a una tregua con
Guiscardo debido a la escasez de sus reservas. A la resistencia se unió el
duque de Dirraquio Pereno, también encargado de la defensa de las costas
italianas, que se puso en contacto con normandos descontentos como Jocelin
de Molfetta, Roberto de Montescaglioso, Roger Touboeuf, Abelardo (hijo de
Umfredo de Hauteville y por tanto sobrino de Guiscardo), y Amigo el hijo de
Gautier. Estos nobles se dirigieron a Dirraquio para parlamentar con el
representante del emperador y allí fueron espléndidamente recibidos. Tras
asegurarse sus servicios se les envió de nuevo a Italia donde entre 1063 y 1064
es probable que ocuparan las ciudades antes mencionadas en nombre del
basileo.
Guiscardo reaccionó con rapidez y volvió para castigar a los rebeldes.
Algunos, como Jocelin, huyeron a Constantinopla y entraron al servicio del
Imperio, otros obtuvieron el perdón y recuperaron el favor del duque de
Apulia. Había sido la de los bizantinos una iniciativa condenada a fracasar
ante la falta de tropas para sostener una acción más decidida que no podía ser
ganada sólo a base de sobornos.
En 1066 el arzobispo de Bari pidió otra vez ayuda a Constantinopla. La
respuesta fue el envío de una flota al mando del duque de Dirraquio Miguel
Mauricas que transportaba contigentes varegos. En 1067 las tropas de
Mauricas consiguieron ocupar Brindisi y Tarento. En la primera se instaló
una fuerte guarnición al mando del experimentado oficial Nicéforo Caranteno
que se mostró muy activo organizando salidas contra las bandas de
saqueadores normandos que se movían libremente por las cercanías.
Así pues a la muerte de Constantino Ducas en mayo de 1067 la situación en
Italia no era peor que en 1060 y los normandos no habían logrado avances
permanentes de importancia desde entonces. La ocupación de Calabria era
inestable y en Apulia, en la zona de Bari, Otranto y Tarento, se concentraba la

123
resistencia más tenaz, sostenida en todos los casos principalmente por la
población local pues no se detectan en esta época guarniciones bizantinas de
gran importancia numérica.
Consciente de ello Roberto Guiscardo renunció a la conquista de Sicilia y
concentró sus energías en la toma de Brindisi y Bari no dudando en reunir a
todos sus vasallos para intentar un esfuerzo supremo. Fruto de ello fue la
caída de Otranto, en la que de creer lo narrado en el Strategikon de
Cecaumenos estaba acantonada una guarnición de rusos y varegos al mando
de uno de los Malapetzes o Malapezzi, y por fin entabló el asedio de Bari en
agosto de 1068.
La noticia llegó a Constantinopla en circunstancias muy delicadas para el
Imperio ante el continuo hostigamiento de los turcos en las fronteras
orientales. En el momento en que Romano II Diógenes comenzaba sus
campañas en Asia el llamamiento desesperado de la población de Bari en
demanda de ayuda no pudo ser atendido inicialmente y la ciudad tuvo que
hacer frente en solitario a los normandos.
Como maniobra previa Guiscardo declaró ante las autoridades locales su
deseo de reclamar el poder que hasta su muerte había detentado Argyros,
fallecido ese mismo año. Al ser rehusado su derecho se convirtió en su
pretexto para iniciar el ataque. Cuando una pequeña fuerza de
reconocimiento se adelantó hasta los muros de la ciudad el intento fue visto
con burla por los bariotas, acostumbrados a incursiones similares durante
muchos años. Pero pronto la llegada del ejército principal mostró a las claras
que esta vez el intento iba en serio y estaba acompañado por el contundente
argumento de poderosas máquinas de asedio y una flota desplegada ante el
puerto en una línea contínua unida por gruesas cadenas de hierro.
Conscientes los asediados de la gravedad de la situación pidieron socorro de
nuevo a Constantinopla. El emperador estaba ocupado en esos momentos en
los preparativos de una nueva campaña contra los turcos, pero el gobierno no
podía ignorar la petición de auxilio de su mayor bastión en Italia. Por ello se
aprestó apresuradamente una flota con armas y provisiones al mando de
Esteban Paterano. La flota llegó a Bari en enero de 1069 y fue interceptada a la
entrada del puerto por los normandos. En el combate que siguió doce barcos
griegos fueron apresados pero el resto consiguió abrirse paso y reforzar con
su cargamento las defensas de la ciudad. Estos refuerzos fueron acogidos con
entusiasmo por la población y les dió ánimos para prolongar una resistencia
que se fue extendiendo durante ese año y el siguiente de 1070 con pocos

124
avances por una y otra parte. Los combates se sucedieron ante los muros de la
ciudad. Los normandos, en su deseo de asegurar más el cerco, obstruyeron el
puerto con grandes bloques de piedra, un puente y una torre fortificada,
aunque estas obras fueron pronto destruidas por los asediados. El grave
deterioro de la moral que la duración del sitio estaba causando entre los
sitiadores quiso ser superado con una intentona sobre Brindisi, la única otra
plaza restante en poder todavía de Bizancio, pero la expedición fue
sorprendida en una emboscada por los griegos y permitió un breve alivio a
los asediados, aunque finalmente Brindisi acabó cayendo en manos de los
normandos.
La perspectiva de otro invierno de asedió decidió a Guiscardo a solicitar la
ayuda de su hermano Roger, que llegó desde Sicilia con una flota. Eso hizo
mejorar la situación, combinado con sus esfuerzos para minar la resistencia
interior mediante el apoyo a la facción local pronormanda.
En Bari la situación había mejorado tras la arribada de una flota mercante con
víveres, pero la discordia estalló finalmente en el interior ante la pugna entre
dos bandos. Uno de ellos, liderado por Argyrizo, uno de los ciudadanos más
ricos de la población y apoyado por el dinero normando, era partidario de
negociar con Guiscardo, mientras que el otro, comandado por Bizantios
Guirdelicos, defendía la resistencia a ultranza. Un intento de asesinato de
Guiscardo fracasó y finalmente Bizantios cayó asesinado por los hombres de
Argyrizo. La crítica situación en la ciudad había provocado una nueva
llamada de auxilio a Constantinopla. Ante el éxito de misiones de
aprovisionamiento anteriores el gobierno bizantino aprestó en Dirraquio una
flota de veinte barcos cargados con alimentos, armas y refuerzos al mando de
Jocelin, uno de los normandos que se había pasado al servicio del emperador
tras rebelarse contra Guiscardo. Su flota atravesó el Adriático sin incidentes y
llegó a la vista de Bari donde le esperaban los ansiosos ciudadanos.
Desgraciadamente para su causa la inusual actividad en el puerto esa noche
alertó a los normandos que tuvieron tiempo de aprestar sus barcos y
dirigirlos contra el convoy entrante. En un confuso combate nocturno los
normandos de Roger fueron capaces de concentrar su ataque en la nave
capitana y hacer prisionero al jefe de la expedición. Los bizantinos perdieron
además nueve barcos aunque los normandos no escaparon sin pérdidas
incluido uno de sus navíos que se fue al fondo con ciento cincuenta
caballeros acorazados al volcar por un desplazamiento brusco de estos a una
de las bordas.

125
Este combate fue un durísimo golpe para las esperanzas de los asediados.
Fracasaba así el último intento de ayuda desde el exterior y sin
abastecimientos no podían sostenerse por más tiempo, ya que durante el
invierno habían agotado las provisiones en los almacenes y la moral era
ahora muy baja. Las voces que clamaban por un acuerdo con los sitiadores
fueron cada vez más fuertes y dieron poder al bando de Argyrizo. Cuando en
definitiva sus partidarios se hicieron con el control de una de las torres de la
muralla Paterano se decidió por fin a parlamentar ante el temor de ser
traicionado desde dentro y mientras aún estaba en condiciones de obtener un
buen trato. La buena disposición de Guiscardo facilitó un acuerdo rápido. El
15 de abril de 1071 Roberto y Roger hicieron su entrada en Bari poniendo fin
a treinta años de lucha por el dominio de la Italia del Sur. Basándose en los
acuerdos que se habían establecido a lo largo de los años con las autoridades
de la ciudad se mantuvo en gran medida la administración local, aunque el
beneficiario de la recaudación de sus impuestos pasó a ser su nuevo señor
normando y no Constantinopla. De acuerdo con la costumbre normanda la
comunidad juró obediencia a su nuevo duque y se vió cargada con nuevas
obligaciones militares, incluidas la de aportar fuerzas navales cuando se
requiriese. Los bariotas mantuvieron la posesión de sus propiedades
incluidas aquellas que habían sido saqueadas por los normandos durante el
asedio. En muchos aspectos el acuerdo se trataba más de un tratado que una
pura rendición, pero la causa de ello no radicaba en la bondad de Guiscardo
sino en el reconocimiento de que llegaba el momento de modificar los
métodos y gobernar un país como un estadista y no como un caudillo de
bandoleros.
Los vencidos fueron tratados también con clemencia: se concedió permiso a
Esteban Paterano para regresar a Constantinopla y muchos oficiales
bizantinos fueron liberados tras una breve estancia en prisión. Sólo el
rebelde Jocelin tuvo que pagar con la prisión de por vida el alzamiento ante
su antiguo señor. Guiscardo devolvió a los aristócratas locales las tierras y
dominios de los que se había apoderado y protegió a la ciudad de los abusos
a manos de otros señores normandos. A cambio pidió su ayuda en forma de
hombres y barcos para la empresa de Sicilia, que tendría como fruto la caída
de Palermo en enero de 1072 tras cinco meses de sitio. El hecho simbólico es
todavía más significativo, pues con la toma de Bari la autoridad del duque de
Apulia tomaba una base definitiva frente a sus connacionales normandos, le

126
reafirmaba como el señor de Italia del sur así como el sucesor del basileo en el
dominio de las tierras que durante siglos pertenecieron al Imperio bizantino.

APÉNDICE:
ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN LA ITALIA BIZANTINA

La estructura poblacional
Desde la antiguedad Italia meridional se singularizó por una densidad de
población relativamente alta con una red de núcleos urbanos que superaron
las vicisitudes de las guerras del siglo VI y el asentamiento de lombardos y
árabes de modo que cuando los bizantinos volvieron a establecerse en la
región se encontraron con una tierra en la que el poblamiento seguía siendo
mayoritariamente urbano. La actuación inicial de las autoridades fue
remediar los daños causados por la guerra y promover el asentamiento de
nuevos ciudadanos que pudiese compensar las pérdidas sufridas, pero poco a
poco se inició el proceso de creación de nuevos asentamientos (kastra).
Especialistas como Martin y Noyé distinguen dos oleadas de fundaciones
impulsadas por la administración bizantina. La primera puede situarse a
finales del IX y la segunda en la primera mitad del XI. En el primer caso los
esfuerzos de fortificación se detectan en villas como Nicastro,
Montescaglioso, Cosenza, Santa Ágata, la construcción de la ciudad portuaria
de Monopoli y los enclaves de Giovinazzo y Molfetta, ya activos durante el X.
Paralelamente los esfuerzos de colonización en zonas poco pobladas en estos
años hicieron aparecer los enclaves de Umbriatico, Cerenzia, o Isola Capo
Rizzuto.

El segundo esfuerzo fundacional tuvo un marcado carácter defensivo como se


puede deducir de la cuidadosa elección de los lugares de ubicación de los
nuevos enclaves, en su mayor parte kastra cuyos nuevos habitantes estaban
sometidos a la tasa de kastroktisia. Las alturas, el control de las rutas
terrestres o la desembocadura de los ríos se constituyeron en los factores
fundamentales a la hora de decidir dónde se erigiría el nuevo
emplazamiento. Los ejemplos mejor conocidos de estos procesos de
fundación son los de Catanzaro y Troia de los que ha sobrevivido
documentación detallada. En el caso de Catanzaro, en Calabria, las
autoridades imperiales reunieron a las poblaciones del entorno y las

127
asentaron en un recinto amurallado en el que fue construida una iglesia y un
edificio administrativo (praitorion). Posiblemente el periodo más fecundo fue
durante el gobierno de Basilio Boioannes, que estableció en la Capitanata
varios asentamientos fortificados como defensa de las fronteras norteñas ante
lombardos, germanos y normandos. En estos años aparecieron nuevos
núcleos de población en Melfi, Civitate, Dragonara, Castel Fiorentino,
Montecorvino, Tertiveri, Biccari y Rapolla aunque es el proceso de fundación
de Troia sobre el que estamos mejor informados ya que conocemos el
documento jurídico que lo regló, un eggraphon fechado en junio de 1019. Por
él sabemos que fueron instalados en la nueva ciudad lombardos venidos del
vecino condado de Ariano Irpino que se habían pasado al bando imperial y
en cuya presencia fueron demarcados los límites del territorio por parte de
funcionarios imperiales al tiempo que se reglaba el herbaticum para los
foráneos. Poco después, en 1023, le llegó el turno a Móttola, erigida sobre una
colina que dominaba el paso de la Via Apia por la región para vigilar las
actividades de los saqueadores árabes que habían vuelto a hacer sentir su
presencia en esas tierras. Por esa misma época la antigua ciudad calabresa de
Santa Ágata fue refundada en un lugar fortificado de las proximidades y
rebautizada muy adecuadamente con el nombre de Oppido. Otros enclaves
aparecen en las fuentes denominados como kastellia, pequeños recintos
amurallados para cobijar a la población circundante de los ataques árabes
como es el caso de Battifarano, Noepoli o Turri en la Basilicata meridional.

La configuración de la ciudad
El territorio ciudadano contaba con un sector densamente poblado intra
muros y una zona fuera de las murallas con características más rurales como
las que podemos encontrar ejemplificadas en el caso del chôrion de
Boutzanon situado en la turma de las Salinas, cerca de Reggio y que ha sido
estudiado por Guillou. Los chôria, a la vez comunidades rurales y
circunscripciones fiscales basadas en la responsabilidad colectiva de sus
miembros frente a la administración, pagaban las tasas a la administración en
una suma global, como lo registra el pago de 36 nomismata al catepán
Mesardonites en 1016 por parte del pequeño burgo fortificado de Palagiano.
El representante de la comunidad, un calígrafo llamado Cinamo, recibió del
catepán un recibo justificatorio del pago que Palagiano debería conservar. Los
habitantes del chôrion tenían la posibilidad de asegurar la permanencia de la

128
propiedad de las tierras dentro de la comunidad ejerciendo el derecho de
adquisición preferencial (preempción o protimesis) de los vecinos en caso de
la venta de una propiedad. Cuando en la primera mitad del XI Juan Casifis
compra una tierra con olivares al judío Manasses en Buterito, cerca de Bari,
se encuentra con la oposición del clérigo Romualdo, vecino del judío, que
aduce el derecho de protimesis y accede a vendérsela a éste por el precio de
compra. Al reprocharle Romualdo que haya querido comprar indebidamente
una propiedad que por proximidad le correspondía con más derecho a él Juan
le contestó “que sería mejor que un vecino la hubiese adquirido antes que
entrase un extranjero”. El concepto de estabilidad de la propiedad comunal
estaba firmemente establecido.
La estructura típica de una población presentaba un núcleo habitado rodeado
de pequeñas huertas tras las cuales estaban situados los proasteia,
propiedades de gente acomodada residentes en la ciudad trabajadas por sus
siervos allí instalados y los agridia donde vivían y laboraban los campesinos
propietarios. Las ciudades más desarrolladas presentaron habitualmente un
modelo de triple corona en torno al núcleo habitado a partir del cual se
extendían huertos para el consumo doméstico, tierras arables con viñedos,
moreras y árboles frutales y finalmente zona de pastos y bosque de
aprovechamiento comunal. Las dimensiones del territorio urbano variaban de
un caso a otro: en el caso de Troia con distancias desde el centro urbano que
oscilaban entre los 7 y los 22 Km., mientras que en el caso de Tricarico,
conocido por un diploma de Gregorio Tarcaniotes de 1001 o 1002, el área de
influencia tenía un radio de 5-7 Km.
La siempre inestable situación política obligó a las ciudades y villas a
protegerse con murallas. Generalmente las ciudades contaban sólo con un
recinto aunque Bari constituye la excepción con una doble muralla en la parte
de tierra aunque la ribera carecía de defensas. También está documentada la
existencia de torres defendiendo las puertas y poternas. Era muy frecuente la
edificación en la parte interna de los muros de defensa, lo que en algunos
casos suponía un peligro para la defensa de la plaza como lo atestigua el
testimonio de Cecaumeno en su Strategikon en relación con la toma de
Otranto por los normandos. El autor recomienda a los comandantes que
destruyan todos los edificios adosados a las murallas para reducir el peligro
de un asalto por traición desde esos puntos débiles. En algunos casos la
fortificación tenía lugar dentro de la propia ciudad al ser erigido un recinto
amurallado interior como en los casos de Tarento, donde Romano I construyó

129
un frourion tras una revuelta o los diversos ejemplos de praitoria o
residencias fortificadas de los gobernadores imperiales, la más famosa de las
cuales fue la construida en Bari en 1011 por Basilio Mesardonites tras la
primera revuelta de Meles. La autoría se conoce por una inscripción en verso
encastrada en un muro de la basílica de San Nicolás en la que Mesardonites
se atribuye el levantamiento de la muralla con ladrillos “duros como la
piedra” y la construcción de una arcada fortificada y un vestíbulo “para librar
de sus temores a los soldados del campamento” así como una pequeña iglesia
dedicada a San Demetrio. Se trataba de un conjunto residencial amplio que
cumplía además las funciones de centro militar, judicial y fiscal del thema
además de servir como morada para el catepán. En el complejo había
viviendas, oficinas, acuartelamientos para las tropas, una prisión y también
tierras de cultivo tanto en el interior como en el exterior. El cuidado de la
salud espiritual de sus moradores quedaba bien cubierta con cuatro iglesias o
capillas dedicadas a San Basilio, Santa Sofía, San Eustracio y San Demetrio y
sobre la que después fue edificada la basílica de San Nicolás. El conjunto no
parece haber sobrevivido más allá de la década de 1080, ya que sabemos que
en 1087 la iglesia de San Eustracio y los otros santuarios fueron derribados
para dejar sitio a la nueva construcción que albergaría los restos de San
Nicolás de Myra. Otro praitorion está documentado en Reggio en su calidad
de capital del thema de Calabria.
Poco se sabe de las construcciones domésticas. Desde el siglo X parece ser
que gran parte de las moradas eran construidas con piedra conviviendo con
otras de madera. Las coberturas eran de teja, tablas o paja. En Calabria en esta
época se data una tipología de vivienda troglodítica excavada en roca con
ejemplos como los de Gerace o Santa Severina en los que se han encontrado
moradas con una estructura muy simple: sala de estar, alcoba y depósitos para
el agua y los alimentos. En las viviendas urbanas era frecuente la existencia
de pequeñas cámaras-almacen abovedadas en el bajo y un primer piso con
una estancia común (triclinum), una o varias cámaras (cubicula) y en
ocasiones una galería. Los edificios solían rematar en una terraza y disponen
en ocasiones de patio privado aunque generalmente varias viviendas se
agrupaban en torno a un patio común y se empleaban escalas de piedra o
madera para acceder a las estancias. En el caso de la Capitanata está
documentada además la presencia de silos en el exterior de las casas.
Las ciudades más antiguas presentaban un desarrollo urbanístico más
avanzado con calles a las que daban las viviendas mientras que en las

130
ciudades de nueva creación del XI se advierte una organización mucho más
cerrada con casas separadas sólo por muy estrechas callejuelas destinadas a
permitir el paso y evacuar las aguas. La catedral se encuentra en el centro de
la población y desde ella se suceden los círculos cerrados habitacionales. En
las poblaciones de nueva planta anteriores al XI no se advierte un plan
urbanístico y los edificios se amontonan en capas sucesivas mientras que los
núcleos urbanos surgidos de la oleada fundacional de la época de Boioannes
se caracterizan por la presencia de una larga calle longitudinal llamada platea
que articulaba el conjunto urbano como se puede atestiguar en las ruinas de
Catanzaro, Troia, Fiorentino u Oppido mientras que las calles
perpendiculares aparecen desiguales, estrechas e irregularmente repartidas.
Mucho más numerosas son las alusiones en las fuentes a las abundantes
construcciones religiosas (iglesias públicas y privadas, monasterios y
hospicios) que salpicaban las ciudades y que estaban atendidas por un
personal muy numeroso: sólo en el caso de Bari durante el siglo XI
conocemos al menos 23 iglesias, monasterios y capillas dentro del recinto
urbano además de la iglesia episcopal de Santa María. Pero también se
encuentran documentados otro tipo de edificación con funciones
eminentemente ciudadanas como son los baños públicos (balneum, loutron)
que en muchos casos eran administrados por las autoridades monásticas
como los conocidos en Reggio o Stilo en Calabria y Melfi o Bari en Basilicata
y Apulia respectivamente.

La estructura social
En las fuentes griegas la población italiana aparece dividida
estereotipadamente en tres clases: arcontes, hiereis y laos, esto es magnates,
clero regular y secular y pueblo llano. La aristocracia estaba formada por los
señores dueños de latifundios, frecuentemente ostentando títulos de la escala
administrativa bizantina y ejerciendo en muchos casos funciones oficiales.
Junto a ellos estaban los oficiales bizantinos de alto rango, militares
(estrategos, catepanes) y civiles así como algunos miembros de las familias
lombardas de los principados vecinos. Algunas familias de origen local
desempeñaron durante generaciones cargos de importancia y mantuvieron su
preeminencia incluso durante la dominación normanda como fue el caso de
los Maleinos de Stilo (sobre los que en principio no tenemos fundamento
para relacionar con la poderosa familia homónima y coetánea del Asia
Menor). El primer Maleinos calabrés aparece a mediados del X y es el

131
Gregorio exactor de impuestos mencionado en la Vida de San Nilo en
relación con los motines en Rossano de 965. Otros miembros de la familia
aparecen en las fuentes hasta finales del siglo XII siempre desempeñando
cargos de cierta relevancia. Otro caso es el de los Mesimerios de Catanzaro
entre los que encontramos obispos y monjes en diversos momentos o los
Ankinareses de Rossano, algunos de cuyos miembros como León y Eufemio
detentaron el cargo de turmarca a mediados del XI. Los Malapezzi de Bari,
probablemente uno de los cuales era el Malapetzes mencionado por
Cecaumeno, poseían una torre fortificada cerca de la iglesia de San Nicolás y
en 1051 estuvieron implicados en las revueltas que tuvieron lugar en Bari.
Uno de ellos, Nicolás, fue juez bajo Bohemundo así que podemos asegurar
que la familia siguió prosperando bajo los nuevos amos de la ciudad.
En muchos casos el mayor problema para seguir la evolución de una familia
es la ausencia de apellidos, salvo en el caso de Calabria como se ha visto en
los ejemplos anteriormente citados. A pesar de ello es posible seguir hasta
cierto punto la sucesión de padres e hijos en posesión de los mismos cargos:
el topotereta Faraco era hijo de Maraldo, a su vez protoespatario y topotereta
de Polignano en 1019. En 1035 había en Trani dos turmarcas llamados
Maraldo, tío y sobrino respectivamente. En 1028 un privilegio firmado en
Tarento tuvo como testigos a Adralestos, hijo del protoespatario Pedro y nieto
del protoespatario Juan, Teofilacto, hijo del turmarca León y nieto del citado
Juan, el turmarca Constantino, hijo del espatarocandidato León y finalmente
el turmarca Juan. La tendencia en cualquier caso es a un aumento de la
presencia en la documentación de nombres bizantinos en detrimento de los
lombardos.
Como norma los altos funcionarios bizantinos al mando de las provincias no
podían ser originarios de las mismas y su mandato, salvo excepciones, no
duraba más allá de tres o cuatro años pero durante éste ejercían el poder
absoluto en la región. Sus idas y venidas eran escrupulosamente registradas
en las crónicas locales, otorgaban privilegios y confiscaban propiedades a los
rebeldes. Significativamente la figura del strategos como personaje hostil o
amistoso con respecto al santo es una constante en las Vidas de monjes santos
compuestas en esta época y que constituyen una preciosa fuente de
información para el período.
Relacionado con el hecho de que el catepanato de Italia desde mediados del X
era uno de los puestos de más alto rango de la administración provincial
bizantina muchos de los altos oficiales al mando durante este período de los

132
que conocemos el apellido provenían de los primeros niveles de la
aristocracia bizantina: Argyros, Docianos, Curcuas, Cecaumeno, Crinités,
Tarcaniotes, Jifias, etc. mientras que otros pertenecían a un segundo nivel
como los Cladon, Skepides, Amiropulo o eran hombres hechos a sí mismos
como el famoso Maniaces. Sólo en un par de ejemplos, Ursoleón
(posiblemente un italiano, muerto en una sedición en 921) y el duque Argyros
a partir de 1051 se puede testimoniar un origen local para los gobernantes que
en cualquier caso no supuso un mayor apoyo por parte de la población
italiana.
La tarea de un gobernador no era sólo defender la provincia contra la
amenaza exterior sino también proteger los intereses del emperador, en
ocasiones si era necesario contra los propios lugareños, y evitar la tentación
de adquirir propiedades para sí aunque conocemos casos que indican lo
contrario a través del arriendo y la práctica de la enfiteusis. Sabemos que el
baiulos Gregorio adquirió monasterios e iglesias de por vida y alquiló por un
período de 29 años las propiedades del monasterio de Montecassino en
Apulia aunque devolvió todo a su marcha en 885. O que la katepanissa
Teoctista disfrutaba de una proasteia dedicada al gusano de seda que era
propiedad de una iglesia de Reggio. Y también conocemos otros modos
ilegales de enriquecimiento como el de Crinités con el comercio de grano con
Sicilia. En este caso hubo sanción pero es muy probable que otros hayan
salido impunes.
Otra de las obligaciones del gobernador era la construcción de edificios
públicos. Ya conocemos la actividad fundacional de Basilio Boioannes en
Capitanata o el pretorio edificado por su predecesor Mesardonites en la
propia Bari. Otros oficiales como Constantino Caramalo, uno de los últimos
defensores de Taormina en 902, construyó en sus cercanías la fortaleza de
Castro Mola. Por lo que respecta a construcciones privadas o fundaciones
eclesiásticas probablemente los catepanes y strategoi prefirieron invertir en
sus hogares sabedores de la limitación de su estancia en tierras italianas.
Sabemos por ejemplo que el sucesor de Boioannes, Cristóforo Burgaris,
fundó con su mujer e hijos la iglesia de Panagia de Calceon en Tesalónica,
posiblemente su hogar. Otro caso conocido es el de Eustacio Skepides que
está en activo en Italia en 1042 como estratego de Lucania. Eustacio debía ser
capadocio ya que se han encontrado en las cercanías de la villa anatólica de
Soganli algunas construcciones que parecen guardar relación con él. La
iglesia de Karabas Kilise construida en 1060/61 por el protoespatario Miguel

133
Skepides y la de Gök Kilise con el nombre del protoespatario del crisotriclio,
hypatos y estratego Juan Skepides. Significativamente en ésta última se
encuentra una representación de San Eustacio, prueba posiblemente de la
estrecha relación entre ellos.
La condición de foráneo del gobernador impulsó a muchos a mantener
amistosas relaciones con la jerarquía eclesiástica de la provincia y con los
monjes locales famosos por su santidad como medio de establecer un lazo
con las poblaciones locales y ganarse su bendición en sus empresas militares
y también para la salvación de su alma. Un medio para ganarse ese favor era
la concesión de donaciones a iglesias y monasterios como hizo el praipositos
Basilio Pediadites, comandante en Sicilia en 1041, entregando su manto
oficial (skaramangion) a la iglesia de San Nicolás de Calamizzi en Reggio. El
admirador de San Nilo y estratego de Calabria Basilio ofreció al santo 500
nomismata que había ganado durante la campaña de Creta en 961. Nilo
declinó la oferta y le sugirió que se los ofreciera al obispo. Ejemplos de
conductas similares aparecen con frecuencia en las fuentes.
No hay constancia de que la familia de los gobernadores les acompañase a
Italia durante el periodo de su mandato, pues posiblemente considerasen
preferible la comodidad de su residencia o fuesen retenidos en el hogar
familiar por el emperador como garantía de la lealtad del oficial. En algunos
casos se sabe que los hijos del catepán o estratego acompañaron a su padre
como inicio de su aprendizaje del servicio oficial. Por otra parte resulta
significativa la conexión entre algunas poblaciones y diversos oficiales
incluso tiempo después de su estancia en Italia. El nombre de familia de
algunos de ellos aparece con frecuencia en determinadas ciudades: Argyros es
usado reiteradamente en Bari y Curcuas en Tarento. Hay Tarcaniotes en
Monteverde y Malaceno en Gerace, Crinités en Mercurion e incluso un Jorge
Maniaces en el Tarento del siglo XII. Posiblemente en todos estos casos no se
trata de descendientes de estos oficiales sino de clientes o descendientes de
sirvientes liberados.
El pueblo llano (laos) estaba formado por los artesanos y pobladores de la
ciudad, los campesinos y pequeños propietarios. Entre ellos están
documentadas diversas profesiones: médicos, fabricantes de zapatos,
tejedores, panaderos, carniceros, artesanos del cuero, obreros, herreros,
bodegueros, cambistas, etc. aunque no se ha documentado la existencia de
asociaciones o corporaciones.

134
En las fuentes latinas la terminología usada es maiores/nobiles, mediani y
minores/cunctus populus, derivada de las leyes lombardas según las cuales la
población era dividida en tres clases en función de su capacidad económica
para la guerra. Según esta los maiores et potentes eran aquellos que podían
disponer de caballos, coraza, yelmo y lanza y disfrutaban de los beneficios de
al menos siete propiedades mientras que los mediani poseían caballo, yelmo
y lanza y al menos 40 yugadas de tierra dejando en último lugar a los minores
a los que sólo se les exigía arco y flechas. En los años cuarenta del siglo XI las
milicias urbanas armadas a la ligera (contaratoi o conterati) pasaron a tener
un papel destacado en la política urbana, destacando por su actuación en los
momentos de crisis y revuelta.
En ocasiones el conjunto de la población tomaba parte en ciertos actos
jurídicos: en 992 en Polignano un topotereta de las scholae, un turmarca, el
obispo, tres gastaldos, un juez y otros treinta personajes ofrecieron al
monasterio de San Benito los bienes de un donante en nombre de todo el
pueblo. En mayo de 1054 los habitantes de Monopoli garantizaron al abad de
San Nicolás que el monasterio no tendría que hacer frente a ninguna carga
achacable a la ciudad. Por otra parte toda la población participaba en el
proceso de elección del abad. Y en otras ocasiones era la comunidad
colectivamente la receptora de algunos derechos como el nomistron que
compartían Troia y Vacarizza por los rebaños que pacían en los campos
comunes. De todas formas en los momentos de peligro los textos dejan
entrever que los notables tenían la potestad de constituirse en tribunales para
decidir las cuestiones colectivas.
La vida no debió ser fácil en la Italia meridional a juzgar por los testimonios
escritos y dejando aparte las rebeliones y estallidos más espectaculares como
la rebelión de Meles hay muchas indicaciones de la violencia política que
imperaba. Tomando sólo como ejemplo las crónicas de la ciudad de Bari, de
las que se han conservado tres redacciones distintas, las entradas para cada
año registran regularmente los asesinatos y luchas entre miembros de la
aristocracia local. En 960 Adralestos e Ismael combaten. El mismo Ismael
muere en 975. Asesinato del obispo de Oria a manos del protoespatario
Porfirio en 979. Muerte del protoespatario Sergio por el pueblo de Bari en 987.
Quema de las casas del hikanatos Juan en 1036 y 1047. En 1035 muere el
obispo Bizantios en Bari, conocido por su oposición al partido griego. Su
sucesor, el protoespatario Romualdo no place al gobierno imperial y de

135
inmediato es enviado al exilio a Constantinopla en compañía de su hermano
obligando a los bariotas a realizar una nueva elección.
En muchas ocasiones no podemos conocer las causas de tales brotes de
violencia pero sería una equivocación identificarla solamente en términos de
una actitud pro o anti bizantina. Probablemente se trataba de luchas por el
poder local entre las familias más importantes de la ciudad en las que se
buscaba al aliado del momento que en unos casos podía ser la autoridad
bizantina y en otros los señores lombardos o el emperador germánico. En
cualquier caso la fidelidad a cualquier bando era de corta duración y las
alianzas cambiaban rapidamente en función de los intereses del momento.
Sería también un error identificar a los portadores de nombres griegos o de
títulos oficiales como probizantinos y a los lombardos como contrarios ya que
los cargos y funciones de la administración bizantina siguieron largo tiempo
en ejercicio tras el final de la presencia griega en Italia. Muchos aristócratas
que habían servido a Bizancio entraron al servicio de los nuevos señores
normandos como los Maleinos calabreses, que aparecen en las crónicas
durante todo el siglo XII ejerciendo diversos cargos. También las mismas
familias que detentaron el poder en las ciudades con Bizancio siguieron al
frente después, incluso conservando sus dignidades y títulos imperiales y los
de sus padres. El caso de la familia Alferanites es típico: procedentes de un
barrio de Bari del que retuvieron el nombre, Juan tes Alferanas y su hermano
el topotereta Bizantios sirvieron a las órdenes de Basilio Boioannes y
estuvieron presentes en la fundación de Troia en 1019. Años después otros
miembros de la familia siguieron ostentando títulos bizantinos y
participando en la vida política de la ciudad y ya en época normanda un
Grimoaldo Alferanites fue capaz de erigir a Bari en un principado
independiente por breve tiempo antes de ser aplastado por Roger II en 1132.
Al referirse al estudio de otros grupos sociales más desfavorecidos no parece
que los esclavos hayan constituido una parte importante de la población
italiana aunque siguieron existiendo y apareciendo en la documentación
jurídica no obstante con una presencia bastante minoritaria. Por su parte los
extranjeros y foráneos son citados con cierta frecuencia en las fuentes aunque
no parecen haber sufrido especiales desventajas con respecto a los naturales
de la población. Parece haber existido una activa movilidad residencial
dentro de las regiones administradas por Bizancio sin que ello haya supuesto
un problema especial para las autoridades ciudadanas. Sin duda también era
un factor a favor la presencia constante de guarniciones imperiales cuyos

136
integrantes llegaban de otras partes del Imperio y que tendieron a forjar lazos
con la población local. Hombres de la región póntica, eslavos del Peloponeso
asentados mayoritariamente en colonias en la región del Gargano y norte de
Calabria y de los que hay numerosos testimonios en la primera mitad del XI,
prisioneros paulicianos y sobre todo armenios que llegaron en cantidades
notables hasta formar comunidades como la que existió en Celia en la Via
Trajana, cerca de Bari. Los recién llegados pronto emparentaron con los
lugareños y en la segunda generación se servían ya del derecho lombardo
para la vida diaria como el resto de la población italiana. Nombres de
raigambre armenia como Kurtikés, Krikorikios (Gregorio) o Meles
(Mleh/Ismael) se hicieron muy familiares en la región de Bari. Tan notoria era
su presencia ya en los primeros tiempos de la presencia bizantina que en un
privilegio emitido por Simbaticio en 892 a favor del monasterio de
Montecassino se prometía proteger al monasterio de las interferencias de
oficiales y funcionarios griegos, armenios y lombardos.
Otra comunidad presente en la península fue la hebrea. A finales del IX había
ya importantes enclaves en Apulia y Lucania que están documentadas al
menos desde el siglo V en plazas como Venosa, Lavello o Brindisi. Una de las
más celebres fue la de Oria, famosa por la crónica del Rabí Ajimaz, pero en
cualquier caso encontramos judíos indistintamente en tierras lombardas y
bizantinas donde no encontraban oposición para moverse libremente y
adquirir propiedades a condición de que en éstas no estuviera edificada una
iglesia cristiana. El florecimiento de estas comunidades motivó la creación de
barrios enteros hebreos en ciudades como Bari o Salerno.
Cuando los bizantinos comenzaron su reconquista en el tercer cuarto del IX
las grandes ciudades estaban al mando de gastaldos lombardos enviados
desde Salerno o Benevento con atribuciones civiles y militares. Bajo su
mando no es probable que pudiese subsistir una administración municipal
autónoma, como tampoco lo fue con la administración bizantina que ya con
León VI había hecho promulgar la abolición de aquella y de los privilegios
de los bouletai.
Las evidencias existentes parecen dar como seguro que la mayor parte de los
cargos en la Italia bizantina eran desempeñados por indígenas a excepción
del puesto de gobernador y un reducido número de altos cargos militares y
civiles. Incluso el puesto de lugarteniente (ek prosopou tou thematos) fue
adjudicado a miembros de la aristocracia local. Los niveles medios de la
administración siguieron estando en manos de la gente que conocía el

137
idioma, pues el latín siguió siendo el idioma empleado en Apulia incluso
durante la dominación bizantina, y los usos y leyes locales, que siguieron
basándose en la tradición legal lombarda.
La ciudad poseía terrenos comunales de aprovechamiento compartido y que
podían ser alienados con el consentimiento de todos los ciudadanos,
frecuentemente en forma de dotaciones o donaciones en favor de monasterios
o iglesias en cuyo caso la ciudadanía tenía la opción compartida con los
monjes de elegir al abad. En ocasiones dos o más ciudades acordaban el
disfrute conjunto de prados y bosques en los respectivos territorios
comunales sin pago de tributo (derecho de pasto conocido como nomistron o
herbaticum), como fue el caso del pacto entre Troia y Vacarizza.
La economía de la región estaba basada en la agricultura (trigo candeal y
cebada de invierno) y la tierra era la base de la riqueza individual en forma
de viñedos en el centro y sur de Apulia y cereales en el norte de la provincia.
Parece ser que los olivos no se cultivaban en masa sino como ejemplares
aislados en los campos, jardines y viñedos en el modelo llamado por los
especialistas de coltura promiscua en el que se mezclaban árboles, viñedos y
cereales y la expansión de aquellos no se produjo más que a partir de
mediados del XI, al igual que con el castaño y el nogal, que eran cultivados
para obtener una harina de sustitución. En Calabria, además del vino y la
aceituna se cultivó con intensidad la morera cuyas hojas eran indispensables
para la industria de la seda. La sericultura conoció un gran esplendor en estos
años. En 1050 el brebion o inventario de la metrópolis de Reggio contabilizaba
cerca de 24.000 moreras en la parte sur del thema de Calabria y éstas eran
cultivadas por sus hojas, no por su fruto. La producción reportaba a la
metrópolis unos ingresos de 2.085 taria de oro o sus equivalentes 521
nomismata cada año. Los vestidos de seda eran considerados objetos de lujo y
frecuentemente utilizados como moneda de cambio por su valor en oro. En
ocasiones los sueldos, subsidios y tributos eran pagados directamente en
tejidos de seda, práctica seguida también con los pagos efectuados a
extranjeros: a mediados del X los pechenegos fueron recompensados con
tejidos de seda (chareria) y brocados de oro por impedir las incursiones rusas
en el Quersoneso y en 922 se pagó con vestiduras de seda a los húngaros para
que devolviesen a los prisioneros capturados durante sus correrías por Italia.
También la producción de la miel calabresa fue lo suficientemente
importante como para acompañar a la seda en las exportaciones a Egipto.

138
No hay evidencia de prácticas ganaderas a gran escala en Italia en esta época,
sólo se documentan bovinos, ovejas y cerdos y siempre en poca cantidad. En
el norte de Apulia sin embargo sí se mencionan rebaños y prácticas
trashumantes pero no tenemos datos sobre su tamaño o a quién pertenecían.
En los primeros años del siglo X se desarrollaron intensos trabajos de
preparación de tierras cultivables (chôraphia) a partir de bosques y landas
como se documenta a partir de los testimonios de las actividades de
numerosas fundaciones monásticas en todo el sur de Italia. Comenzando con
un pequeño núcleo cultivado pronto se fueron desarrollando pequeñas
células económicas que contaban con molinos de agua y salinas como
complementos más habituales. En un periodo de quince años una fundación
podía crecer lo suficiente como para atraer la atención del catastro y la
administración imperial y ser reconocida como chôrion, circunscripción a
efectos fiscales, e inscrita en los correspondientes registros. En ocasiones el
favor de las autoridades suponía la exención de impuestos: en mayo de 1054
el duque Argyros otorgó al higúmeno Ambrosio para su monasterio de San
Nicolás la liberación del pago del mitaton, angareia, kastroktisia, chreia kai
chortasmata (tasas de origen militar), de la provisión de barcas (kontourai) y
de reclutas (kontaratoi) que serían pagadas en su lugar por los habitantes de
Monopoli.
Otra fuente de ingresos era el servicio a la administración bizantina y se
esperaba ver recompensada la fidelidad a la causa imperial en tiempos de
disturbios. El gobierno gratificó generosamente a los súbditos que se
destacaban por su lealtad. El juez Bizantios de Bari, que permaneció fiel al
emperador durante la rebelión de Maniaces fue recompensado por el catepán
Eustacio Palatino en diciembre de 1045 con la villa de Fulianon, cerca de Bari,
cuyos habitantes a partir de entonces debieron pagar tasas e impuestos a su
nuevo señor que además tendría la potestad de poder atraer nuevos
pobladores a sus tierras y a las de una aldea cercana deshabitada. Aún más,
Bizantios fue investido con el poder jurídico sobre su gente con excepción de
los cargos capitales. En otro ejemplo Basilio, un constantinopolitano del
barrio de Krommidou que había servido en Italia durante diez años como
lorikatos kai protomandator epi tou basilikou armamentou, un oficio
asignado al arsenal de Bari, fue recompensado por sus servicios en 1032 con
una pequeña vivienda en la ciudad que pudo vender por 24 nomismata antes
de regresar a casa. Otra forma de concesión imperial fue la entrega de un
monasterio en kharistiké. El emperador o su representante entregaba una

139
fundación imperial a un laico, habitualmente por tres generaciones, para que
lo protegiese y patrocinase aunque en realidad suponía el total usufructo de
la propiedad y de sus rentas. Tal fue el caso de la concesión por un sigillion
fechado en noviembre de 999 de la administración del monasterio imperial de
San Pedro en Tarento con sus campesinos exkoussatoi (exentos de pagar al
fisco), tres barcos y varios viveros de peces a favor del espatarocandidato
Cristóforo Bocomaqués y de su hijo Teófilo por los servicios del primero en la
lucha contra los árabes. La concesión tendría validez durante la vida de
ambos tras lo cual el Estado volvería a recuperar sus bienes.
Otro medio de incrementar la riqueza individual era la práctica de alquilar
tierra a un interés bajo a instituciones eclesiásticas o monásticas, pero la
obligación de pagar una fuerte suma inicial para establecer el alquiler
impidió el acceso a esta modalidad salvo a una minoría de propietarios
adinerados. Hay indicios de que entre los miembros de la aristocracia local
también se practicaba el comercio. El Anonimus Barensis informa
esporádicamente de la actividad de mercantes y navieros que comerciaban
con los territorios orientales del Imperio y en las crónicas se mencionan
regularmente los naufragios de barcos mercantes señal de un tráfico intenso
en la capital de Apulia.
La moneda bizantina volvió a circular en Italia tras la reconquista pero tanta o
mayor presencia tuvo el tari arabe, con el valor de un cuarto de nomisma y
utilizado como moneda divisionaria. La difusión del tari alcanzó también a
ciudades como Nápoles, Salerno o Amalfi donde su uso era habitual e incluso
eran acuñados. Desde principios del siglo XI los solidi fueron relegados a un
papel de moneda de cuenta frente al empleo real de los solidi skiphati y los
taria. El tari continuó en uso durante la época normanda como única moneda
real hasta la reforma de Federico II ya en el siglo XIII.
Al contrario que los funcionarios llegados desde fuera de Italia la aristocracia
local se apresuró a reinvertir sus ganancias en la fundación de iglesias
privadas y monasterios en las que frecuentemente deseaban ser enterrados.
Para la salvación de su alma las nuevas iglesias eran dotadas con generosidad
para poder ofrecer servicios litúrgicos a perpetuidad. En algunos casos se
trataba de instituciones modestas pero en ocasiones estos proyectos
encerraban objetivos más ambiciosos. En 1015 el monje Nikón y su hijo el
turmarca Ursoleón entregaron al abad de San Ananías unas tierras en Oriolo,
en el norte de Calabria. El abad fue requerido para que construyese un
castillo para proteger a la población de la zona de la amenaza árabe. Dentro

140
de las murallas tendría que erigirse un monasterio en el que Nikón deseaba
vivir el resto de sus días. La carta fundacional fue firmada ocho miembros de
la aristocracia local, prueba del interés despertado por el proyecto entre la
población de Oriolo. Siguiendo la costumbre bizantina era habitual en estos
casos que el fundador retuviese la potestad para controlar la elección del
abad y del administrador y en muchos casos se documentan sustituciones por
el descontento ante la gestión de los encargados para el puesto. Fundaciones
de este estilo fueron San Menas, construida por la familia Ankinareses en
Rossano, San León de Catania fundada en Gerace por el taxiarca León
Maurutzico y su mujer o las iglesias de Todos los Santos o San Pedro en Bari
por obra del domestico Teudelmano y el protoespatario Sergio.

Roberto Zapata Rodríguez

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http://www.imperiobizantino.com/La_reconquista_de_la_Italia_Meridional
(880-886 - 2005-09-24

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