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La leyenda de los Flamencos

Esta es una vieja leyenda corta de la región de Córdoba, en Argentina, que habla sobre los orígenes de
una de las aves más bellas del mundo: el flamenco.
Hace mucho tiempo, sobre las aguas de la laguna Mar Chiquita habitaba una diosa que era
hermosísima. Tenía una piel etérea y blanca como la leche, un pelo negro y lustroso como pluma de
cuervo, y dos pupilas en sus ojos que imitaban el color del amanecer. Su nombre era Ansenuza y se
sentía muy orgullosa de su apariencia Lo que más le gustaba era bajar a la tierra y dar largos paseos
por la orilla del lago, con sus pies descalzos.
A pesar de ser una criatura muy bella, Ansenuza era extremadamente cruel y territorial con su espacio.
Nunca dejaba que nadie se acercara a las aguas de la laguna y si alguien osaba hacerlo, no dudaba en
matarlo, pues nunca había sentido más que indiferencia por los humanos.
Pero incluso un corazón tan frío como el de ella, podía revelar una debilidad.
Un día, mientras hacía su ronda habitual por Mar Chiquita, vio el cuerpo de un hombre tendido en el
suelo. Llena de furia, Ansenuza se acercó a él para terminar con su vida, cuando se dio cuenta de que
estaba inmóvil.
Se dio la vuelta y vio que una flecha le atravesó el pecho. Era, a juzgar por las plumas e insignias que
portaba, un guerrero indio sanavirón.
Al mirar con mayor atención su piel morena y los rasgos opuestos de su rostro, Ansenuza sintió que
su corazón se ponía a latir con fuerza, experimentando un sentimiento que nunca antes la había
asaltado. Era amor a primera vista, un amor puro y muy fuerte por aquel hombre desconocido.
Pero estaba herido de muerte y ya agonizaba de manera irremediable.
Llena de tristeza, Ansenuza derramó un torrente de lágrimas sobre su cuerpo, lamentándose por no
poder salvarle la vida. Su llanto llegó a oídos del resto de los dioses, que desde el cielo se
compadecieron de ella.
Ver a aquella criatura tan arrogante, que jamás había sentido amor por nadie en su vida, quebrada de
tal manera, les rompió el corazón.
Así que decidieron darle una segunda oportunidad al guerrero, para que Ansenuza y él pudieran vivir
su amor. Sin embargo, no podían regresar a su cuerpo mortal.
Así que el indio y la diosa se transformaron en dos aves de plumas rosas, con cuello alargado y patas
esbeltas. Ambos se dirigieron mar adentro donde consumaron su amor en su nueva forma y pronto, la
laguna entera se llenó de bellos flamencos.
Es por eso que hasta hoy en día se los puede ver, caminando entre las aguas de Ansenuza.
La gente cree además, que el líquido de la laguna es curativo por sus sales, que provienen de las
lágrimas que un día la diosa derramó por amor. Sin embargo, cualquier persona que se bañe en ellas
nunca más ha de sufrir por el hecho de no saberse amada.

La leyenda de los Flamencos

Esta es una vieja leyenda corta de la región de Córdoba, en Argentina, que habla sobre los orígenes de
una de las aves más bellas del mundo: el flamenco.
Hace mucho tiempo, sobre las aguas de la laguna Mar Chiquita habitaba una diosa que era
hermosísima. Tenía una piel etérea y blanca como la leche, un pelo negro y lustroso como pluma de
cuervo, y dos pupilas en sus ojos que imitaban el color del amanecer. Su nombre era Ansenuza y se
sentía muy orgullosa de su apariencia Lo que más le gustaba era bajar a la tierra y dar largos paseos
por la orilla del lago, con sus pies descalzos.
A pesar de ser una criatura muy bella, Ansenuza era extremadamente cruel y territorial con su espacio.
Nunca dejaba que nadie se acercara a las aguas de la laguna y si alguien osaba hacerlo, no dudaba en
matarlo, pues nunca había sentido más que indiferencia por los humanos.
Pero incluso un corazón tan frío como el de ella, podía revelar una debilidad.
Un día, mientras hacía su ronda habitual por Mar Chiquita, vio el cuerpo de un hombre tendido en el
suelo. Llena de furia, Ansenuza se acercó a él para terminar con su vida, cuando se dio cuenta de que
estaba inmóvil.
Se dio la vuelta y vio que una flecha le atravesó el pecho. Era, a juzgar por las plumas e insignias que
portaba, un guerrero indio sanavirón.
Al mirar con mayor atención su piel morena y los rasgos opuestos de su rostro, Ansenuza sintió que
su corazón se ponía a latir con fuerza, experimentando un sentimiento que nunca antes la había
asaltado. Era amor a primera vista, un amor puro y muy fuerte por aquel hombre desconocido.
Pero estaba herido de muerte y ya agonizaba de manera irremediable.
Llena de tristeza, Ansenuza derramó un torrente de lágrimas sobre su cuerpo, lamentándose por no
poder salvarle la vida. Su llanto llegó a oídos del resto de los dioses, que desde el cielo se
compadecieron de ella.
Ver a aquella criatura tan arrogante, que jamás había sentido amor por nadie en su vida, quebrada de
tal manera, les rompió el corazón.
Así que decidieron darle una segunda oportunidad al guerrero, para que Ansenuza y él pudieran vivir
su amor. Sin embargo, no podían regresar a su cuerpo mortal.
Así que el indio y la diosa se transformaron en dos aves de plumas rosas, con cuello alargado y patas
esbeltas. Ambos se dirigieron mar adentro donde consumaron su amor en su nueva forma y pronto, la
laguna entera se llenó de bellos flamencos.
Es por eso que hasta hoy en día se los puede ver, caminando entre las aguas de Ansenuza.

La gente cree además, que el líquido de la laguna es curativo por sus sales, que provienen de las
lágrimas que un día la diosa derramó por amor. Sin embargo, cualquier persona que se bañe en ellas
nunca más ha de sufrir por el hecho de no saberse amada. La leyenda de los Flamencos

Esta es una vieja leyenda corta de la región de Córdoba, en Argentina, que habla sobre los orígenes de
una de las aves más bellas del mundo: el flamenco.
Hace mucho tiempo, sobre las aguas de la laguna Mar Chiquita habitaba una diosa que era
hermosísima. Tenía una piel etérea y blanca como la leche, un pelo negro y lustroso como pluma de
cuervo, y dos pupilas en sus ojos que imitaban el color del amanecer. Su nombre era Ansenuza y se
sentía muy orgullosa de su apariencia Lo que más le gustaba era bajar a la tierra y dar largos paseos
por la orilla del lago, con sus pies descalzos.
A pesar de ser una criatura muy bella, Ansenuza era extremadamente cruel y territorial con su espacio.
Nunca dejaba que nadie se acercara a las aguas de la laguna y si alguien osaba hacerlo, no dudaba en
matarlo, pues nunca había sentido más que indiferencia por los humanos.
Pero incluso un corazón tan frío como el de ella, podía revelar una debilidad.
Un día, mientras hacía su ronda habitual por Mar Chiquita, vio el cuerpo de un hombre tendido en el
suelo. Llena de furia, Ansenuza se acercó a él para terminar con su vida, cuando se dio cuenta de que
estaba inmóvil.
Se dio la vuelta y vio que una flecha le atravesó el pecho. Era, a juzgar por las plumas e insignias que
portaba, un guerrero indio sanavirón.
Al mirar con mayor atención su piel morena y los rasgos opuestos de su rostro, Ansenuza sintió que
su corazón se ponía a latir con fuerza, experimentando un sentimiento que nunca antes la había
asaltado. Era amor a primera vista, un amor puro y muy fuerte por aquel hombre desconocido.
Pero estaba herido de muerte y ya agonizaba de manera irremediable.
Llena de tristeza, Ansenuza derramó un torrente de lágrimas sobre su cuerpo, lamentándose por no
poder salvarle la vida. Su llanto llegó a oídos del resto de los dioses, que desde el cielo se
compadecieron de ella.
Ver a aquella criatura tan arrogante, que jamás había sentido amor por nadie en su vida, quebrada de
tal manera, les rompió el corazón.
Así que decidieron darle una segunda oportunidad al guerrero, para que Ansenuza y él pudieran vivir
su amor. Sin embargo, no podían regresar a su cuerpo mortal.
Así que el indio y la diosa se transformaron en dos aves de plumas rosas, con cuello alargado y patas
esbeltas. Ambos se dirigieron mar adentro donde consumaron su amor en su nueva forma y pronto, la
laguna entera se llenó de bellos flamencos.
Es por eso que hasta hoy en día se los puede ver, caminando entre las aguas de Ansenuza.
La gente cree además, que el líquido de la laguna es curativo por sus sales, que provienen de las
lágrimas que un día la diosa derramó por amor. Sin embargo, cualquier persona que se bañe en ellas
nunca más ha de sufrir por el hecho de no saberse amada.
La leyenda de los Flamencos
Esta es una vieja leyenda corta de la región de Córdoba, en
Argentina, que habla sobre los orígenes de una de las aves más
bellas del mundo: el flamenco.
Hace mucho tiempo, sobre las aguas de la laguna Mar Chiquita
habitaba una diosa que era hermosísima. Tenía una piel etérea y
blanca como la leche, un pelo negro y lustroso como pluma de
cuervo, y dos pupilas en sus ojos que imitaban el color del
amanecer. Su nombre era Ansenuza y se sentía muy orgullosa de
su apariencia Lo que más le gustaba era bajar a la tierra y dar
largos paseos por la orilla del lago, con sus pies descalzos.
A pesar de ser una criatura muy bella, Ansenuza era
extremadamente cruel y territorial con su espacio. Nunca dejaba
que nadie se acercara a las aguas de la laguna y si alguien osaba
hacerlo, no dudaba en matarlo, pues nunca había sentido más
que indiferencia por los humanos.
Pero incluso un corazón tan frío como el de ella, podía revelar una
debilidad.
Un día, mientras hacía su ronda habitual por Mar Chiquita, vio el
cuerpo de un hombre tendido en el suelo. Llena de furia,
Ansenuza se acercó a él para terminar con su vida, cuando se dio
cuenta de que estaba inmóvil.
Se dio la vuelta y vio que una flecha le atravesó el pecho. Era, a
juzgar por las plumas e insignias que portaba, un guerrero indio
sanavirón.
Al mirar con mayor atención su piel morena y los rasgos
opuestos de su rostro, Ansenuza sintió que su corazón se ponía a
latir con fuerza, experimentando un sentimiento que nunca antes
la había asaltado. Era amor a primera vista, un amor puro y muy
fuerte por aquel hombre desconocido.
Pero estaba herido de muerte y ya agonizaba de manera
irremediable.
Llena de tristeza, Ansenuza derramó un torrente de lágrimas
sobre su cuerpo, lamentándose por no poder salvarle la vida. Su
llanto llegó a oídos del resto de los dioses, que desde el cielo se
compadecieron de ella.
Ver a aquella criatura tan arrogante, que jamás había sentido
amor por nadie en su vida, quebrada de tal manera, les rompió el
corazón.
Así que decidieron darle una segunda oportunidad al guerrero,
para que Ansenuza y él pudieran vivir su amor. Sin embargo, no
podían regresar a su cuerpo mortal.
Así que el indio y la diosa se transformaron en dos aves de
plumas rosas, con cuello alargado y patas esbeltas. Ambos se
dirigieron mar adentro donde consumaron su amor en su nueva
forma y pronto, la laguna entera se llenó de bellos flamencos.
Es por eso que hasta hoy en día se los puede ver, caminando
entre las aguas de Ansenuza.

La gente cree además, que el líquido de la laguna es curativo por


sus sales, que provienen de las lágrimas que un día la diosa
derramó por amor. Sin embargo, cualquier persona que se bañe
en ellas nunca más ha de sufrir por el hecho de no saberse
amada. La leyenda de los Flamencos

Esta es una vieja leyenda corta de la región de Córdoba, en


Argentina, que habla sobre los orígenes de una de las aves más
bellas del mundo: el flamenco.
Hace mucho tiempo, sobre las aguas de la laguna Mar Chiquita
habitaba una diosa que era hermosísima. Tenía una piel etérea y
blanca como la leche, un pelo negro y lustroso como pluma de
cuervo, y dos pupilas en sus ojos que imitaban el color del
amanecer. Su nombre era Ansenuza y se sentía muy orgullosa de
su apariencia Lo que más le gustaba era bajar a la tierra y dar
largos paseos por la orilla del lago, con sus pies descalzos.
A pesar de ser una criatura muy bella, Ansenuza era
extremadamente cruel y territorial con su espacio. Nunca dejaba
que nadie se acercara a las aguas de la laguna y si alguien osaba
hacerlo, no dudaba en matarlo, pues nunca había sentido más
que indiferencia por los humanos.
Pero incluso un corazón tan frío como el de ella, podía revelar una
debilidad.
Un día, mientras hacía su ronda habitual por Mar Chiquita, vio el
cuerpo de un hombre tendido en el suelo. Llena de furia,
Ansenuza se acercó a él para terminar con su vida, cuando se dio
cuenta de que estaba inmóvil.
Se dio la vuelta y vio que una flecha le atravesó el pecho. Era, a
juzgar por las plumas e insignias que portaba, un guerrero indio
sanavirón.
Al mirar con mayor atención su piel morena y los rasgos
opuestos de su rostro, Ansenuza sintió que su corazón se ponía a
latir con fuerza, experimentando un sentimiento que nunca antes
la había asaltado. Era amor a primera vista, un amor puro y muy
fuerte por aquel hombre desconocido.
Pero estaba herido de muerte y ya agonizaba de manera
irremediable.
Llena de tristeza, Ansenuza derramó un torrente de lágrimas
sobre su cuerpo, lamentándose por no poder salvarle la vida. Su
llanto llegó a oídos del resto de los dioses, que desde el cielo se
compadecieron de ella.
Ver a aquella criatura tan arrogante, que jamás había sentido
amor por nadie en su vida, quebrada de tal manera, les rompió el
corazón.
Así que decidieron darle una segunda oportunidad al guerrero,
para que Ansenuza y él pudieran vivir su amor. Sin embargo, no
podían regresar a su cuerpo mortal.
Así que el indio y la diosa se transformaron en dos aves de
plumas rosas, con cuello alargado y patas esbeltas. Ambos se
dirigieron mar adentro donde consumaron su amor en su nueva
forma y pronto, la laguna entera se llenó de bellos flamencos.
Es por eso que hasta hoy en día se los puede ver, caminando
entre las aguas de Ansenuza.
La gente cree además, que el líquido de la laguna es curativo por
sus sales, que provienen de las lágrimas que un día la diosa
derramó por amor. Sin embargo, cualquier persona que se bañe
en ellas nunca más ha de sufrir por el hecho de no saberse
amada.

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