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Unidad 3:
1.-Legitimidad: Concepto de Legitimidad. Elementos del concepto de
Legitimidad: Consentimiento y Legitimidad. Las demandas o la sustancia de la
Legitimidad. Legitimidad y conformidad a la ley. Significación política de la
Legitimidad: Diferenciación política y Legitimidad. Responsabilidad política y
Legitimidad. Juicio o evaluación política y Legitimidad. Controversias en torno a
la Legitimidad: Críticas y respuestas
Bibliografía:
Texto de la cátedra a cargo de Guido Buldurini, basado en el texto de
COICAUD, Jean Marc; Legitimidad y Política. Contribución al estudio del
derecho y de la responsabilidad política, Homo Sapiens Ediciones, 2000.
Unidad 5:
1.-El modelo Iusnaturalista de la Antigüedad: Del periodo cosmológico a Platón.
El modelo iusnaturalista aristotélico. Estoicismo y cristianismo. Las
concepciones del derecho en el pensamiento romano.
2.-El modelo Iusnaturalista de la Edad Media: La cultura, la Iglesia y el
Derecho. Derecho Natural en Tomás de Aquino. La superioridad del Derecho
Natural: ley injusta, legitimidad del poder político y desobediencia legÍtima
Bibliografía:
- RUIZ MIGUEL, Alfonso; Una filosofía del derecho en modelos históricos. De la
antigüedad a los inicios del constitucionalismo; Madrid, Editorial Trotta, 2002;
pág. 80-83, pág. 17-73; pág. 110-117 y 141-154.
- DA SILVEIRA, Pablo; ¿Por qué mataron a Sócrates?, y El gordo, el buey y el
santo; en “Historias de Filósofos”, Buenos Aires, Suma de Letras Argentinas,
2002, pág. 17-56 y pág. 87-105
Unidad 6:
1.-El modelo iusnaturalista de la Modernidad. El marco previo: Bodín, la
Reforma protestante y Maquiavelo. La tríada estado de naturaleza, contrato
social y sociedad civil. Contractualismo e individualismo.
2.- La Ilustración: El proyecto ilustrado, características principales. Contexto
Histórico, cultural y social
3.- Nicolás Maquiavelo: Contexto histórico, geográfico y político. Vida y Obra.
Pensamiento político de Maquiavelo: Estado, Crueldad y Consenso, Principado
y Republica, Conflicto y Libertad, Ciencia Política, Virtud y Fortuna, Moralidad y
Política, Iglesia y Religión. Clásico y Moderno
Bibliografía:
- RUIZ MIGUEL, Alfonso; Una filosofía del derecho en modelos históricos. De la
antigüedad a los inicios del constitucionalismo; Madrid, Editorial Trotta, 2002;
pág. 169-177; 196-239.
- TODOROV, Tzvetan, El espíritu de la Ilustración, Barcelona, Galaxia
Gutenberg Editores, 2014, pág. 9-25.
- VARNAGY Tomás, Fortuna y Virtud en la República Democrática. Ensayos
sobre Maquiavelo, CLACSO, 2000, pág 9 -44
Unidad 7:
1.-Teoría política marxista: Marx y el problema del Estado. La crítica de la
filosofía política hegeliana. El Estado como superestructura. El Estado Burgués
como dominio de clase. El Estado de transición. La extinción del Estado.
2.-Karl Marx: el recolector de señales. La disciplina secundaria. Los prefacios.
El difícil trance. El asalto de la duda. El canto de los gallos. La crítica de los
ratones. Trabajos dispersos. Afiladores de cuchillos. Señales en el patíbulo.
Perro muerto. Estranguladores de Londres. La sagrada túnica de Tréves.
Bibliografía:
- BOBBIO, Norberto; Ni con Marx ni contra Marx, México, Fondo de Cultura
Económica, 1999, pág. 132-145.
- GONZALEZ, Horacio; Karl Marx, el recolector de señales; en “Los Asaltantes
del Cielo. Política y emancipación”, Buenos Aires, Editorial Gorla., 2006, pág.
13-68.
Unidad 8:
1.-La formación del Estado argentino: Orden, progreso y organización nacional.
La organización nacional y la construcción del Estado. La cuestión del
progreso. La cuestión del orden. Aparato institucional y organización nacional.
Alianzas políticas y organización nacional.
Bibliografía:
- OSZLAK, Oscar; La formación del Estado argentino. Orden, progreso y
organización nacional, Buenos Aires, Ariel, 2014, pág. 44-94.
Unidad 9:
1.-Liberalismo: concepciones filosóficas de base. Liberalismo y economía de
mercado. Los liberalismos del siglo XIX y siglo XX.
2.-Republicanismo: el ideal republicano de libertad. Un ideal de discriminación
constitucional. El antónimo de la libertad republicana. El imperio de la ley. La
separación de poderes. Diseño democrático. Las distintas implicaciones de la
libertad como ausencia de dominación.
Bibliografía:
- ANTON, Joan; El liberalismo, en Manual de Ciencia Política, Miguel Caminal
Badía(Editor), Madrid, Tecnos, 2005, pág. 87- 105.
- PETTIT, Philip, La libertad republicana y su trascendencia constitucional, en
Republicanismo y Democracia; Bertomeu, María Julia, Domenech, Antoni y De
Francisco, Andrés (comp); Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, 2005, pág.
41-68.
Unidad 10:
1.- Democracia: La democracia clásica. Sus críticas. El ocaso del pensamiento
democrático y el esbozo de la soberanía popular. La tradición republicana y la
teoría democrática. Liberalismo y democracia. La democracia en el
pensamiento contemporáneo. El mundo de las democracias. ¿El fin de un
paradigma?
2.- Socialismo: concepto, su carácter utópico o científico. Tendencias y
problemas actuales. Socialismo en Latinoamérica.
Bibliografía:
- RESPUELA, Sofía, La democracia: una discusión en torno de sus
significados; en “Introducción a la Ciencia Política”, Julio Pinto (comp), Buenos
Aires, Editorial Eudeba, 2003, pág. 271-320.
- BOBBIO, Norberto; Mateucci, N. y Pasquino, G.; Diccionario de Política,
México, Siglo XXI Editores, 1994, pág. 1501-1513.
Unidad 11:
1.-Anarquismo: Introducción. Socialismo anti-autoritario. Coherencia entre fines
y medios. La teoría proudhoniana de la fuerza colectiva. ¿Materialismo o
idealismo? Federalismo y anarquismo. Antiteologismo y anarquismo. Anarquía
y comunismo. Anarquía y pragmatismo. Ley versus contrato. 2.-Anarco/a-
indigenismo. La fusión entre anarquismo e indigenismo. Anarco-feminismo,
anarcoindigenismo.
Bibliografía:
- D´AURÍA, Aníbal; Introducción al ideario anarquista, en El anarquismo frente
al derecho: lecturas sobre Propiedad, Familia, Estado y Justicia, Buenos Aires,
Libros de Anarres, 2007, pág. 11-49.
- TAIBO, Carlos, Anarquistas de Ultramar: anarquismo, indigenismo,
descolonización, Santiago de Chile, Editorial Eleuterio, 2018, pág. 143-148
Unidad 12:
1.-Teoría del Estado en clave feminista: El origen del feminismo como
construcción histórica de la realidad. El concepto de patriarcado. Principales
teorías de oposición al patriarcado desde el feminismo: teorías liberales, teorías
marxistas. La situación actual del feminismo. El feminismo de la igualdad y el
feminismo de la diferencia. La posibilidad de una teoría feminista del Estado.
Carole Pateman y el contrato sexual: el pacto patriarcal.
Bibliografía:
- BALAGUER, María Luisa, Mujer y Constitución. La construcción jurídica del
género, Valencia (España), Ediciones Cátedra, Universidad de Valencia, 2005,
pág. 23-56.
- TORRES QUIROGA, Miguel, Carole Pateman y el contrato sexual: el pacto
patriarcal; Revista Levadura, 2018, disponible en http://revistalevadura.mx/
2018/09/20/carole-pateman-contrato-sexual-pacto-patriarcal/
Unidad 13:
1.-Autoritarismo: usos históricos y análisis político del término. Sistemas
políticos autoritarios. Ideología autoritaria. Comparación con la idea de
dictadura.
2.-Totalitarismo: ideología como sistema de representación en el fenómeno
totalitario. Utilización histórica y política del término totalitarismo. Comparación
con dictadura y autoritarismo.
3.-Dictaduras latinoamericanas: características de las intervenciones políticas
de los aparatos militares en América Latina durante el siglo XX. Las Fuerzas
Armadas como actor político. La doctrina de la seguridad nacional. Diferencias
conceptuales con totalitarismo y autoritarismo. El estado burocrático autoritario.
Bibliografía:
- CASALI de BABOT, Judith; Autoritarismo en Breve Vocabulario de Cultura
Política. Aportes para una cultura democrática, Casali de Babot (Directora),
Tucumán, 2008, UNT – Facultad de Filosofía y Letras–Sadop; pág. 35-52.
- TRAVERSO, Enzo; El totalitarismo. Usos y abusos de un concepto; pág. 99-
110 en http://historiacontemporanea.sociales.uba.ar/files/2014/02/Traverso-
Enzo-El-Totalitarismo-Uso-y-abuso-de-un-concepto-pdf
- RIVAS NIETO, Pedro y RODRIGUEZ FERNÁNDEZ, María, Autoritarismo,
totalitarismo y doctrina de seguridad nacional; Revista Espacios Públicos,
México, UNAM, vol. 13, núm. 29, diciembre de 2010, pág. 99-118. Disponible
en http://w.w.w.redalyc.org/articulo.oa?id-67616330007.pdf
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El presente texto fue elaborado parcialmente sobre la base de la voz “poder” desarrollada en el conocido y prestigioso
Diccionario de Política de Norberto Bobbio (Bobbio, Norberto. Diccionario de política. 12a. ed. México, Siglo XXI, 2000, voz “Poder”,
págs. 1190 a 1202). Por otra parte, se trabajó el texto de Carlos María Vilas, El poder y la política: contrapunto entre la razón y las
pasiones (1ra. Ed. BsAs., Biblos, 2013), también en lo relativo al tratamiento del concepto de poder (Capítulo 1). Sin embargo, a los
efectos de adaptarlos a nuestra elección pedagógica, así como a nuestras necesidades didácticas, se han realizado modificaciones,
supresiones, innovaciones y sustituciones, tanto en su extensión (más extensa en el original) como, fundamentalmente, en lo
relativo a algunos conceptos, términos y ejemplos utilizados en los originales por los autores. Entre otras modificaciones e
innovaciones realizadas al texto de Bobbio, se ha reemplazado el término “objeto del poder” -con el que es designado en el texto
quien sufre el poder ejercido por otra persona- por el de “sujeto pasivo”, que se considera más adecuado y coherente con la
perspectiva relacional del poder preferida por el propio autor. Por otra parte, se han omitido algunos de los parágrafos contenidos
en el texto original, en tanto se han considerado más propios de una carrera -o de una especialización- en ciencias políticas que de
una materia introductoria perteneciente al primer año de la carrera de Derecho (parágrafos VII y VII, correspondientes a “El poder
en el estudio de la política” y “Métodos de investigación empírica”, respectivamente). Por otra parte, se han suprimido aquí las citas
de terceros autores y de terminología que se consideró excesivamente técnica o críptica, en aras de lograr una lectura más fluida,
accesible y ordenada. En el mismo orden de ideas, y teniendo en cuenta tanto la antigüedad del texto original de Bobbio, así como
su origen y perspectiva (europeos), algunos de los ejemplos utilizados en el mismo se han actualizado, adaptado o directamente
reemplazado por otros más adecuados a nuestro contexto latinoamericano y argentino, teniendo especial consideración por la
idiosincrasia de nuestrxs estudiantes (y docentes) y por la propia realidad y actualidad sociopolítica de nuestro país y del NOA. En
similar sentido, se ha tratado de reducir al mínimo la utilización de sujetos hipotéticos e impersonales (“el sujeto A… sujeto B…
acción x”), muy frecuentes en el original, por ejemplos y situaciones reales y concretas donde pueden verse en acción a personas,
autoridades o dirigentes políticos de carne y hueso en situaciones cotidianas. Algunos de los ejemplos están ilustrados con imágenes
y otros con videos que, en este caso, se despliegan al hacer clic en un hipervínculo. No obstante lo anterior, la estructura abierta del
texto hace posible la introducción de otros ejemplos que sean preferidos por la/el docente o lxs estudiantes, teniendo en cuenta
sus criterios y gustos, y lo dinámico de los cambios que permanentemente nos atraviesan.
En el marco de los contenidos mínimos previstos para la materia, se agrega de manera explícita el análisis específico del poder
político y sus características, que en el texto de Bobbio aparece solo de manera indirecta. Con el propósito de abrir posibilidades de
lecturas, interpretaciones y relaciones, se incluyen explícita o implícitamente vínculos del poder con la legitimidad, los DDHH, el
estado de derecho.
Finalmente, aunque no menos importante, se modificó el texto original para dotarlo de una escritura que refleje la decisión política
de la cátedra (y de la Facultad) de introducir la perspectiva de género en la formación de lxs estudiantes (y en nuestra propia
deconstrucción como docentes). En este sentido, se eliminaron las constantes alusiones del texto al poder del “hombre sobre el
hombre” o al “individuo” (en masculino) y se reemplazaron por expresiones más neutras o inclusivas como “persona”, “humanidad”
o “seres humanos”. De igual modo se introdujeron ejemplos donde es la mujer quien ejerce el poder, a la vez que se eliminaron
otros donde esta aparecía relegada o realizando actividades consideradas superficiales.
El propósito fundamental de todas estas adaptaciones, modificaciones y sustituciones es que el texto (y la materia) sirva como un
primer escalón en el análisis y comprensión del fenómeno del “poder” y sus vínculos con el derecho y con lo político, y no como una
barrera infranqueable para lxs estudiantes de primer año. A nuestro criterio, todo ello se realizó sin menoscabar un ápice el rigor
científico que debe caracterizar el material de estudio utilizado por una casa de altos estudios, pero al mismo tiempo teniendo en
cuenta, insistimos, que el texto forma parte de una materia introductoria y no de posgrado.
Como podrá advertirse, el texto se presenta desde una perspectiva pedagógica crítica, decolonial y no parametral, para promover
y facilitar -entre otras cosas- un vínculo estudiantes-docentes más democrático, participativo y creativo. En este sentido, todas estas
modificaciones no sólo tienen una finalidad didáctica -que lxs estudiantes accedan a un conocimiento significativo de manera más
eficaz- sino fundamentalmente pedagógica y política que van en línea con los propósitos de nuestra Facultad y del sistema
universitario público argentino: formar estudiantes y egresados capaces no solamente de comprender la realidad, sino también de
analizarla críticamente y, en última instancia, de transformarla.
Esperamos que sea ésta una pequeña contribución para la concreción de esa tarea.
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Índice:
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I.- Definición: el poder como relación entre personas
En su significado más general, la palabra poder designa la capacidad o posibilidad de obrar,
de producir efectos, y puede ser referida tanto a individuos o grupos humanos como a objetos
o fenómenos de la naturaleza (como en la expresión "poder calórico" o "poder absorbente"). En
esos casos se trata de metáforas para hacer alusión a las distintas fuerzas de la naturaleza. En
cambio, entendido en relación con la vida de los seres humanos en sociedad, el poder se precisa
y se convierte de genérica capacidad de obrar, en
En este sentido, el ser humano no es solo el sujeto activo sino también sujeto pasivo del
poder social. Es poder social la capacidad de un padre o de una madre de impartir órdenes a sus
hijxs, o la de un gobierno de impartir órdenes a lxs ciudadanxs; pero no consideramos poder a
la capacidad de los seres humanos de controlar la naturaleza y servirse de sus recursos. Claro
que existen relaciones significativas entre el poder sobre los seres humanos y el poder sobre la
naturaleza y las cosas inanimadas: frecuentemente el primero es condición o recurso para
ejercer el segundo, o viceversa. Para aclararlo analicemos las siguientes imágenes a modo de
ejemplos, teniendo en cuenta que el poder es siempre una relación entre seres humanos y no
entre un ser humano y una cosa. En esta primera imagen que tenemos a la izquierda vemos a
una persona con mucho dinero, pero en una isla desierta. Se podría suponer que se trata de una
persona “poderosa” porque tiene todo ese dinero. Pero si nos
detenemos a pensar un poco nos daremos cuenta que, como no
hay nadie más en la isla, no puede influir sobre nadie, no puede
pagarle a alguien para que limpie la isla o para que haga el trabajo
duro de sembrar, cosechar, recolectar o cazar lo que necesita para
vivir, etc. Se hace evidente, entonces, que el solo hecho de tener
dinero no significa que una persona tenga poder. Nuevamente,
para que haya “poder” no es suficiente la posesión de una cosa
(dinero, en este ejemplo), sino que es necesario además que exista
una relación entre personas o grupos de personas que tenga ciertas características.
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persona puede ejercer sobre sí mismo. Si acaso, como ejemplo, un señor se impone determinada
dieta para adelgazar y, a pesar de las tentaciones, mantiene su propósito, suele decirse que
aquel señor ejerce un poder sobre sí mismo. Del mismo modo, si una científica investigadora se
fija como meta durante la pandemia producir un 20% más de documentos científicos para
presentar en encuentros de ciencia y lo cumple, se suele decir que tuvo el poder de concentrarse
y lograr su propósito. En estos casos, como en otros casos análogos, la palabra poder está usada
de modo metafórico, pero en realidad no se trata de una relación de poder entre personas, sino
de un ejercicio de autocontrol que empieza y termina en el ámbito, por así decirlo, de una sola
persona; mientras que el poder que aquí nos importa analizar, en relación con el estudio de lo
político, es aquel que una persona (o grupo) tiene o ejerce sobre otra persona (o grupo).
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las acate y las cumpla. Pero como se trata de relaciones humanas y no de leyes físicas, no
podemos estar completamente seguros de que así ocurrirá. Esto es, no estamos ante una
certeza, sino ante una probabilidad, que en está condicionada siempre tanto por los recursos,
atributos y capacidades del sujeto activo, como por la capacidad de resistencia, evasivas o
dilaciones de aquellxs de los sujetos pasivos.
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empleo de varios de ellos, y, en el caso de que sea un grupo, la cohesión y la coordinación del
grupo mismo contribuyen a ello. Así, en las relaciones internacionales los poderes recíprocos de
dos gobiernos pueden no ser proporcionales a los recursos (humanos, económicos, militares,
etc.) que los dos gobiernos tienen, respectivamente, a disposición, ya sea porque uno de los dos
gobiernos está dotado de mayor habilidad en la utilización de un recurso muy importante o en
el empleo combinado de varios recursos, o bien porque uno de los dos gobiernos se caracteriza
por un grado mayor de cohesión y por una coordinación más eficaz. Por otra parte, el hecho de
que una persona esté dotada de recursos y de habilidades aun en máximo grado no es suficiente
para hacer que tenga poder sobre otra persona. Por ejemplo, Juan Conchesquiú puede tener
mucho dinero y sin embargo no tener poder sobre el paupérrimo Pedro Navaja respecto de
ciertos comportamientos si el segundo no está dispuesto a realizar tales comportamientos por
ningún precio. Análogamente, un hombre que dispone de los más poderosos medios de
violencia no tiene poder sobre un hombre inerme respecto de un cierto comportamiento si el
segundo prefiere la muerte antes que tener tal comportamiento. Es el caso del mártir que
rechaza renegar de su Dios o del conspirador que rechaza revelar los nombres de sus
compañeros. Se trata, indudablemente, de casos excepcionales, pero que tienen el valor de
poner en evidencia, una vez más, que el poder es una relación entre seres humanos: una relación
que se quebranta si a los recursos del sujeto activo y a su habilidad de emplearlos no
corresponde la disposición del sujeto pasivo de dejarse influir. Esta disposición —esto es, la
probabilidad de que B tenga el comportamiento querido por A— depende en última instancia
de la escala de valores de B. Si los instrumentos usados para ejercer el poder tienen un empleo
generalizado en un cierto ámbito social, como puede ser el caso del dinero, en aquel ámbito
habrá también una disposición más o menos generalizada a dejarse influir respecto de ciertas
esferas de actividad. Según esta suposición, si para obtener sus fines Juan Conchesquiú no tiene
necesidad de modo específico del comportamiento de Pedro Navaja (como ocurre en el caso del
mártir o del conspirador) sino del comportamiento de cualquier otra persona que pueda llevar
a cabo lo que quiere... Su probabilidad de tener éxito dependerá de la escala de valores
prevaleciente en el ámbito social en el que se mueve y de lo que pretenda. Sobre la base de los
conceptos desarrollados en el análisis del poder se pueden individualizar las relaciones de poder
estabilizado, que son particularmente importantes en la vida social y política. El poder está
estabilizado cuando a una alta probabilidad de que los sujetos pasivos cumplan con continuidad
los comportamientos deseados por quienes ejercen el poder, corresponde una alta probabilidad
de que quienes ejercen el poder realicen con continuidad acciones dirigidas a ejercer poder
sobre los sujetos pasivos. El poder estabilizado se traduce frecuentemente en una relación de
mando y obediencia, y puede estar o no estar acompañado por un aparato administrativo
encargado de llevar a término los mandatos del detentador del poder (como ocurre,
respectivamente, en el caso del poder de gobierno y en el del poder del padre sobre el hijo).
Además, el poder estabilizado puede basarse en las características personales del detentador
del poder (sus habilidades, la fascinación, el carisma, etc.) o si no puede basarse en el papel del
detentador del poder (presidente, madre, policía). Cuando la relación de poder estabilizado se
articula en una pluralidad de papeles claramente definidos y establemente coordinados entre
ellos, se habla de seguro de poder institucionalizado. Un gobierno, un partido político, una
administración pública, un ejército, actúan siempre, en la sociedad actual, con base en una más
o menos compleja institución.
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de comportamiento a las que se enfrenta el sujeto pasivo (que la sufre) son alteradas por las
amenazas de sanciones que realiza el sujeto activo (que la ejerce) de tal modo que el
comportamiento que este último desea del primero termina por aparecer delante de quien sufre
el poder como la alternativa menos penosa. Es el caso del asaltado que es amenazado y entrega
el celular para salvar su vida. Pero en el concepto de coerción se puede hacer entrar también un
alto grado de incentivación (o promesa de ventajas o beneficios). En este sentido también sufre
coerción, por ejemplo, el individuo que, para salir de un estado de extrema pobreza, acepta
cumplir un trabajo peligroso o degradante a cambio de dinero.
b) Conflictividad del poder: el problema de la conflictividad del poder tiene que ver, al menos
en parte, con las formas específicas a través de las cuales se modifica la conducta ajena, es decir,
con los diversos modos de ejercicio del poder que vimos antes. La pregunta que buscamos
responder aquí es la siguiente: ¿Las relaciones de poder son necesariamente relaciones
antagónicas y conflictivas? Para responderla debemos distinguir dos momentos en la relación
de poder. Así, se puede hablar de conflicto entre la voluntad del sujeto activo y la del sujeto
pasivo en el momento en el que el primero inicia la tentativa de ejercer poder sobre el segundo
o refiriéndonos al momento en el que el sujeto pasivo realiza el comportamiento pretendido:
en el momento inicial o en el momento final del ejercicio del poder. Ahora bien, que haya un
conflicto inicial entre ambas voluntades está implícito en la definición del poder: si la madre no
hubiera ejercido su poder, el niño hubiera actuado de otra manera diferente: por ejemplo, no
se hubiese vestido y hubiera seguido durmiendo. El problema que interesa es el de saber si hay
necesariamente un conflicto entre ambas voluntades también en el momento final. Para
responder a esta pregunta consideremos el ejemplo del establecimiento de la cuarentena
durante la pandemia de coronavirus por parte del presidente Alberto Fernández. Entendemos
que estamos ante un ejercicio de poder basado a la vez en la persuasión, por un lado, y en la
amenaza de un castigo, por el otro. Podríamos distinguir a modo de ejemplo tres tipos de
personas en ese caso: 1) una médica infectóloga que estaba de acuerdo con las medidas
tomadas e igualmente se hubiera resguardado en su casa por precaución, aun cuando no se
hubiera dispuesto la cuarentena (este no es un caso de poder porque las dos voluntades
coinciden desde el inicio, no hay modificación de la conducta); 2) una persona mayor que
hubiera preferido salir a la calle libremente como antes, pero el mensaje del presidente le
convenció de la gravedad de la enfermedad, de la inexistencia de tratamientos y del aislamiento
como medida preventiva (aquí funciona el poder por persuasión); 3) un opositor al gobierno que
hubiera preferido salir y seguir con su vida normal e incluso ir a una marcha de protesta, pero
no lo hizo por temor a ser detenido por la policía u obligado a pagar multas (aquí funciona el
poder por coerción, por temor a las posibles sanciones legales).
Pero en el caso del poder de persuasión, la persona mayor, después de la intervención del
presidente, pudiendo salir a pasear prefiere ella misma quedarse en su casa. En otras palabras,
atribuye mayor valor al comportamiento que tiene después de la intervención del presidente
que al comportamiento que habría tenido en ausencia de tal intervención: su conducta se vió
modificada (se quedó en su casa) porque los argumentos lo convencieron; en consecuencia,
podemos decir que no hay conflicto de voluntades. Por el contrario, en el caso del poder basado
en la amenaza de un castigo, el opositor, después de la intervención del presidente, continúa
prefiriendo salir y hacer una vida normal, pero se queda en su casa no porque esté convencido,
sino porque teme ser sancionado. En consecuencia, podemos decir que en esta relación de
poder hay un conflicto de voluntad.
Pero el carácter de antagonismo (conflicto) de las relaciones de poder puede derivar, antes
que de los conflictos de voluntad que hemos enumerado apenas, de otros aspectos del poder.
Por ejemplo, en la relación de 'manipulación" no surge inmediatamente un conflicto, pero hay,
por regla, un conflicto potencial, que se hace actual cuando el sujeto pasivo se da cuenta de que
su conducta ha sido manipulada por el sujeto activo, y este conflicto puede derivar del simple
hecho de la manipulación: del juicio negativo y del resentimiento del sujeto pasivo delante de la
operación manipulatoria del sujeto activo. En otros casos la conflictividad de la relación puede
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nacer del hecho de que el sujeto pasivo se siente herido y nutre resentimiento por la grave
desigualdad entre sus propios recursos y los del sujeto activo, como asimismo del hecho de que
éste saca ventaja de esta situación de desigualdad. El resentimiento fruto de la desigualdad de
recursos es, junto con el antagonismo de las voluntades, la segunda y principal matriz de la
conflictividad del poder. Sin embargo, debemos subrayar que esta segunda matriz de la
conflictividad del poder, que consiste en la desigualdad de recursos y en el consiguiente
resentimiento social, constituye una causa solo potencial de conflicto. En primer lugar, en
efecto, la desigualdad de recursos, que está en la base de una relación de poder continuado y
asimétrico, puede no ser vista por quienes están sometidos al poder. En segundo lugar, puede
suceder que se den cuenta de la desigualdad de recursos, pero que al mismo tiempo la acepten
como justa y legítima sobre la base de una determinada doctrina política o social (por ejemplo,
una persona pobre que cree en la meritocracia y acepta que haya personas con mucho dinero
porque atribuye esa riqueza al trabajo y al esfuerzo). En tercer lugar, aunque la desigualdad de
recursos se perciba de hecho y se considere injusta, puede ser atribuida a sujetos o a entidades
distintas de los que detentan el poder (por ejemplo, una persona pobre que piensa que su
situación es injusta, pero cree es así porque “Dios así lo quiso” y no por la situación económica,
social y política del país). Y, finalmente, puede suceder que el sentido de injusticia o de
resentimiento social —aunque dirigidos contra los detentadores de poder— resulten suprimidos
por los oprimidos o por lo menos no desemboquen en un conflicto abierto (“le tengo bronca
pero como no me conviene expresarla, ´me la guardo`, o por lo menos no la expreso en
público”).
Como ya vino antes, el ejercicio del poder supone la activación de un conjunto heterogéneo
de atributos y recursos. Dependiendo de los medios movilizados para obtener la obediencia, es
usual distinguir el poder económico, el poder ideológico y el poder político.
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organización de ciertas ideas para ofrecer interpretaciones del mundo, tornarlo comprensible y
manejable. El poder de las iglesias sobre su feligresía, con sus promesas de salvación y amenazas
de castigo ultraterrenos, es un caso típico de poder ideológico, pero también podemos incluir
aquí a las doctrinas políticas o filosóficas, las teorías económicas y jurídicas, o las modas
intelectuales (en la medida en que todas pretenden influir en la conducta de las personas). Es
imprudente subestimar el poder de las ideas: todas las grandes transformaciones sociales han
tenido y tienen como punto de partida la difusión y aceptación de ideas que iban contra la
corriente de los saberes establecidos y de las convicciones hasta entonces predominantes
(pensemos en la Revolución Francesa, por ejemplo). A diferencia del poder económico, el poder
de las ideas siempre tiene un fuerte ingrediente normativo, sea porque plantea cómo debe ser
lo que realmente es (ideologías revolucionarias o reformistas), o porque sostiene que lo que ya
es actualmente se ajusta a lo que debe ser (ideologías conservadoras). La configuración de las
relaciones de poder en un ámbito de la vida social no es neutra respecto de la configuración de
esas relaciones en los otros ámbitos; existe una vinculación usualmente estrecha entre los
recursos y modalidades de ejercicio del poder económico y del poder ideológico. En La ideología
alemana Marx y Engels afirmaron que las ideas dominantes en una época son las ideas de la
clase social dominante, y ésta es la que detenta la propiedad y el poder de disposición de los
medios de producción; su control le permite a la burguesía convertirse de clase
económicamente dominante en clase política y culturalmente dominante. Cuando se piensa,
por ejemplo, en la amplia acogida que durante más de dos décadas recibió el llamado
´neoliberalismo` en gran parte del mundo (y en algunos lugares y ámbitos aún conserva), no
puede menos que concedérseles razón. Así, sin necesidad de recurrir de forma abierta o
continuada a la coacción física, imponen o estimulan la difusión de ideas, saberes, significados y
formas de percibir e interpretar la realidad que convalidan la dominación del grupo hegemónico,
la transforman en un aparente sentido común y descalifican a las ideologías que lo cuestionan.
Pero el poder de las organizaciones económicas o de convocatoria ideológica tiene límites,
porque su eficacia para motivar y controlar actitudes, opiniones y conductas refiere
fundamentalmente a aspectos particulares de la vida de quienes pertenecen a ellas o se
encuentran bajo su influencia. Así, una empresa de negocios puede ejercer poder sobre sus
trabajadores en todo lo referente a las relaciones laborales y dentro de las instalaciones de la
firma, pero sólo indirectamente y con eficacia muy reducida puede condicionar los aspectos de
sus vidas que se desenvuelven al margen de lo laboral: la elección de sus parejas, el nombre y la
educación de sus hijos, el comportamiento en espacios públicos, el uso del tiempo libre, la
participación en organizaciones sociales, la afiliación a un partido político, etc. De igual manera,
en lo relativo al ámbito del poder ideológico, una iglesia puede establecer castigos terrenales
(como la exclusión respecto de determinados ritos o el cumplimiento de penitencias corporales)
y prometer sanciones ultraterrenas para quienes infrinjan los mandatos del culto que
administra; sin embargo, ello no tiene influencia en el comportamiento de los feligreses de otros
cultos, en quienes no practican culto alguno y a veces tampoco en considerables porciones de
la feligresía propia -como se advierte, por ejemplo, en la reducida eficacia de las
recomendaciones de la Iglesia católica en materia de prevención del embarazo y en general
relativas a la vida sexual de las personas-. Para que sus directivas aspiren a una eficacia más allá
de esos bordes, las organizaciones económicas o ideológicas deben convocar en su auxilio al
poder político.
c) El poder político: las ventajas de tener el poder político a favor de uno son muchas; la
principal de todas es que dota a los mandatos de carácter imperativo y los convierte en derecho.
Ello es así porque el poder político tiene como rasgo constitutivo y específico el recurso actual o
potencial a la fuerza física. Lo que califica a una relación de poder como relación política es que
ella descansa en última instancia, e intrínsecamente, en la superior capacidad de exigir
coactivamente la obediencia a sus decisiones dentro de un determinado ámbito geográfico.
Solamente las decisiones políticas, bajo la forma de leyes, decretos o disposiciones de similar
9
índole, se aplican con fuerza coercitiva a la generalidad de las personas que habitan determinado
territorio. Esto es Jo que comúnmente se conoce como “la fuerza de la ley": la posibilidad
socialmente reconocida de utilizar instrumentos coactivos (policía, tribunales, cárceles) para
obtener la obediencia a los mandatos y castigar ejemplarmente la desobediencia. La firmeza de
la fe y la fuerza testimonial de los apóstoles y los primeros conversos fueron fundamentales para
instalar el cristianismo en la sociedad de su tiempo, pero es indudable que el vigor del mensaje
cristiano fue potenciado por la conversión del emperador Constantino. Su adopción como
religión del imperio y lo subsiguiente posibilidad de aplicar a su difusión los recursos y la fuerza
de éste. La circunstancia de que el desembarco del cristianismo en playas americanas haya
tenido lugar junto con la fuerza de la espada (una violencia que en algunos lugares llegó al
extremo del genocidio), sin duda influyó en no pocas de las muchas conversiones que se
sucedieron a partir de aquel acontecimiento. Más hacia nuestro tiempo, las ideas de algunos
economistas neoclásicos promotores del neoliberalismo alcanzaron proyección más allá de los
grupos de especialistas e imperatividad a partir de su adopción por parte de algunos gobiernos
(EEUU y Gran Bretaña entre los primeros de la lista).
Como vimos, la posibilidad de recurrir a la coacción en última instancia es la característica
constitutiva y distintiva del poder político. Sin embargo, debemos destacar aquí un poder
político que tenga la pretensión de mantenerse en el tiempo necesita también del consenso del
pueblo al que gobierna y no sólo de la violencia. En otras palabras, el uso de la fuerza física debe
ser la excepción y no la regla. Esta necesidad de contar, en alguna medida, con el consentimiento
del pueblo nos lleva a considerar el tema de la legitimidad política, tema que se profundiza en
otra unidad de la materia.
10
V. Poder directo y poder indirecto:
El poder puede efectivizarse tanto de manera directa como indirecta. En el primer caso, se
trata de relaciones en las que el sujeto activo interpela sin mediaciones al sujeto pasivo:
ejemplos de este tipo de poder lo son los casos de la madre que ordena vestirse a su hijo o del
agente de tránsito que ordena al conductor detener la marcha de su vehículo, o el presidente
ordenando la cuarentena; pero también lo son la prohibición de fumar en determinados lugares,
la obligación impuesta a los fabricantes de productos alimenticios de respetar ciertas normas de
salubridad; en términos más generales, la legislación penal, la tributaria o la referida a los
contratos, entre otras. Como puede verse, son decisiones que limitan la autonomía de las
personas directamente involucradas por ellas.
En cambio, el segundo caso -el del poder indirecto- refiere al control o la regulación de los
contextos y las condiciones materiales, institucionales y simbólicas en que las personas
desenvuelven su existencia dentro de la sociedad y con la naturaleza, así como la restricción o
la ampliación de las opciones que están disponibles para el ejercicio de su voluntad. Un ejemplo
típico de este tipo de ejercicio de poder lo constituye el de la construcción de las autopistas
urbanas en la ciudad de Buenos Aires durante la última dictadura militar (1976-83). Con el fin
declarado de acelerar el tránsito vehicular, miles de viviendas fueron destruidas, muchísimas
familias debieron migrar o fueron compulsivamente reubicadas en zonas alejadas de sus lugares
de trabajo y de las escuelas de sus hijos, con poca y mala infraestructura sanitaria. La alteración
del espacio urbano modificó drásticamente las condiciones de vida de las personas con efectos
de largo plazo. En sentido similar, pero con efectos beneficiosos, podemos citar como ejemplos
de este tipo de poder indirecto a la construcción de universidades, hospitales, plantas de
tratamiento de aguas servidas, etc. para las poblaciones cercanas. La decisión política de instalar
esos servicios públicos mejora el contexto y las condiciones de posibilidad de miles de personas
que, a partir de entonces, podrán optar por estudiar una carrera universitaria, o salvar su vida
por tener un hospital próximo.
Otro ejemplo, en este caso de control del contexto o las condiciones simbólicas (aunque
también materiales), podemos verlo en el patriarcado. Como sabemos, son múltiples las
restricciones que durante mucho tiempo ese sistema de subordinación ha impuesto sobre
mujeres: desde las actividades que pueden o no hacer en el ámbito privado (fundamentalmente
restringidas a lo doméstico), hasta las limitaciones que todavía hoy sufren en el ámbito de lo
público.
Como puede verse los ejemplos de poder indirecto están previstos por la última parte de la
definición de poder que se dio al inicio del texto (“…o determinan las condiciones en las que se
desenvuelve la actividad humana”), en los cuales no hay una modificación directa de las
conductas de los sujetos, pero sí una alteración del contexto y las condiciones en las que viven.
Como vimos anteriormente, una de las características fundamentales y distintivas del poder
político es que, en última instancia, puede recurrir a la fuerza física para hacer cumplir sus
mandatos. Sin embargo, esto no quiere decir que el poder político no tenga límites para hacerlo.
Por el contrario, en los países donde rige el estado de derecho y el respeto por los Derechos
Humanos, los límites al recurso de la fuerza física son claros y contundentes.
Según Naciones Unidas, el estado de derecho puede definirse como un principio de modo de
gobierno en el que todas las personas, instituciones y entidades, públicas y privadas, incluido el
propio Estado, están sometidas a leyes que se promulgan públicamente, se hacen cumplir por
igual y se aplican con independencia, además de ser compatibles con las normas y los principios
internacionales de Derechos Humanos. Asimismo, exige que se adopten medidas para garantizar
11
el respeto de los principios de primacía de la ley, igualdad ante la ley, separación de poderes,
participación en la adopción de decisiones, legalidad, no arbitrariedad, y transparencia procesal
y legal.
Por otra parte, entendemos a los Derechos Humanos como un repertorio abierto de
libertades y derechos inherentes a cada uno de los seres humanos sobre la base de su igualdad
y dignidad personal y social. Este conjunto de libertades y derechos apunta a garantizar y
satisfacer condiciones indispensables para el desarrollo de una vida digna, “sin distinción alguna
de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional
o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Ahora que recordamos las definiciones de estado de derecho y DDHH, estamos en
condiciones de retomar el asunto del ejercicio de la fuerza física: el poder político puede hacer
uso de la fuerza física pero siempre tiene la obligación de hacerlo respetando el estado de
derecho y los DDHH.
En caso de no respetar esos límites, el poder político puede enfrentar consecuencias jurídicas
(sanciones a nivel local o internacional) y/o políticas (críticas de organizaciones nacionales o
internacionales, debilitamiento de la legitimidad, etc.). Como ejemplo de exceso en el uso de la
fuerza física por parte del Estado argentino y sus consecuencias, tomemos el denominado “Caso
Bulacio”: El 19 de abril de 1991 la Policía Federal Argentina realizó una detención masiva (o
razzia) de “más de ochenta personas” en la ciudad de Buenos Aires, en las inmediaciones del
estadio Club Obras Sanitarias de la Nación (BsAs), lugar en donde se iba a realizar un concierto
de música rock. Entre los detenidos se encontraba Walter David Bulacio, con 17 años de edad,
quien luego de su detención fue trasladado a la Comisaría, específicamente a la “sala de
menores” de la misma. En este lugar fue golpeado por agentes policiales. El 20 de abril de 1991,
Walter fue llevado en ambulancia al Hospital Pirovano, sin que sus padres o un Juez de Menores
fueran notificados. El médico que lo atendió en ese hospital señaló que el joven presentaba
lesiones y diagnosticó un “traumatismo craneano”. El 26 de abril Walter David Bulacio murió.
Seis años más tarde, en el año 1997 ante la falta de avance y paralización de la causa, los
familiares decidieron presentar el caso ante la jurisdicción interamericana. El caso llegó hasta la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en 2003 condenó al Estado Argentino,
señalando que: “Las razzias pueden estar orientadas a grupos poblacionales sin distinción de
sexo, edad u ocupación, o grupos sectarios, jóvenes o minorías sexuales. En el caso particular de
la Argentina, los sectores que se ven principalmente afectados por este tipo de “razzias” son los
sectores más jóvenes, pobres y trabajadores. Lo que se hace en esos procedimientos es
“despojar a las personas de sus más elementales derechos” y, consecuentemente, se presenta
un proceso de deshumanización, en donde la policía “exige obediencia, cumplimiento irrestricto
de órdenes y gritos, sumisión y servilismo”. Se señaló además que no existe relación entre estas
prácticas y la efectividad de la protección de la seguridad ciudadana. El estado argentino fue
condenado a proseguir y concluir la investigación de los hechos del caso y sancionar a los
responsables, garantizar que no se repitan hechos como los del presente caso, adoptando las
medidas legislativas y de cualquier otra índole que sean necesarias, y pagar una indemnización
a la familia de Walter.
Podemos concluir, entonces, que no puede existir estado de derecho en las sociedades si no
se protegen y respetan los Derechos Humanos y viceversa; los Derechos Humanos no pueden
protegerse en las sociedades sin un sólido estado de derecho. Así, el estado de derecho y los
Derechos Humanos son las dos caras del mismo principio: la libertad para vivir con dignidad. El
estado de derecho y los Derechos Humanos, por tanto, guardan una relación indivisible e
intrínseca y funcionan como límites al ejercicio de la fuerza física por parte del poder político.
12
VII. Esquema de la exposición:
-Poder: definición como relación social
intencionalidad
relación de poder
características y diferencias
-Poder económico,
ideológico y político
13
¿QUÉ ES LA LEGITIMIDAD POLÍTICA?1
En este sentido, trata de aportar una solución a un problema político fundamental, aquel que
justifica, simultáneamente, el poder político y la obediencia. Entonces, justificar simultáneamente
el poder de mando de los gobernantes y la obediencia por parte de los gobernados es el primer
desafío de la legitimidad. De esta doble demostración dependen el derecho de gobernar de los
gobernantes y su resultante, la obligación política de los gobernados. Pero para que esta operación
tenga éxito, debe cumplir al menos con tres condiciones complementarias relacionadas con los
elementos componentes de la legitimidad: el consentimiento, la conformidad a la ley y las
demandas/derechos de la sociedad. El examen de estas tres nociones permitirá observar de qué
modo éstas son constitutivas de la legitimidad.
1
El presente material de estudio fue elaborado por el Prof. Guido Buldurini sobre la base del libro de Jean-Marc Coicaud
“LEGITIMIDAD Y POLITICA CONTRIBUCION AL ESTUDIO DEL DERECHO Y DE L A RESPONSABILIDAD POLITICA” (2000,
HOMO SAPIENS, ISBN: 9789508082640). Sin embargo, se han realizado modificaciones tanto en la extensión (más
extensa en el original) como en lo relativo a algunos conceptos utilizados por el autor canadiense, como es el caso de
los “valores”, que ha sido reemplazado por el de “demandas/derechos”. En concordancia con esta sustitución se ha
omitido el análisis que Coicaud hace de la relación entre legitimidad política y moral, tal como se advierte en la nota nº3
y por las razones que allí se enuncian.
1
2) ELEMENTOS DEL CONCEPTO DE LEGITIMIDAD:
2
En la medida en que las instituciones políticas garantizan el espacio público, es decir, la
relación de reciprocidad entre los individuos en el seno de una sociedad dada, es lógico que su rol
de coordinación y conducción de los asuntos colectivos posea un carácter jurídico tan sólo si poseen
el acuerdo de la población (es decir, su consentimiento).
Las instituciones políticas llevan al extremo de manera sistemática el principio de la
limitación recíproca de los poderes individuales sobre los que se basa el derecho. Lejos de obligar
sólo de manera negativa -como ocurre por ejemplo en el caso del derecho civil en el que cada cual
debe permanecer en su esfera propia respetando el derecho específico del otro; así, por ejemplo,
no debemos perturbar el uso y goce del derecho de propiedad de los demás sobre su celular-, las
instituciones políticas exigen una participación activa de los miembros de la comunidad.
Participación que impulsa a los individuos a salir de su zona de interés inmediata, pudiendo ir hasta
el sacrificio de la propia vida, especialmente cuando estalla una guerra2.
Esta posibilidad de limitación extrema de la libertad individual da lugar a la necesidad de un
mayor consentimiento por parte de la población para que pueda establecerse el derecho de
gobernar. En efecto, cuanto más importante es una obligación, más elevado es el nivel de aprobación
necesario. Para que la facultad de autoridad política revista un carácter jurídico, de derecho, y no
recurra a un uso injustificado de la fuerza, el grado y el valor del consentimiento deben ser
proporcionales a la intensidad de la obligación impuesta.
Desde este punto de vista y contrariamente a las acciones exclusivamente basadas en la
violencia, el consentimiento justifica, en el interior de límites precisos, el recurso a la coacción, pero
esta justificación no elimina la tensión que designa el término. La cuestión de la legitimidad conduce
al problema de la autoridad porque ésta consiste en una relación del poder-obediencia. Lo que
distingue a esta última del vínculo de dominación-sumisión, que se basa únicamente en la relación
de fuerzas entre individuos o grupos, es que ejercer el poder político y obedecer implican y
requieren el consentimiento. No es otra cosa lo que sugiere Hanna Arendt cuando evoca la autoridad
política:
2
Así, por ejemplo, el art. 21 de la Constitución Nacional argentina establece que “Todo ciudadano argentino está
obligado a armarse en defensa de la patria y de esta Constitución…”.
3
beneficio de las instituciones políticas. En otras palabras, les reconocen a éstas el derecho de
gobernar. La identificación del poder y del derecho perdura mientras existe el consentimiento. Su
desaparición es signo de que ha fallado la legitimidad política.
El consentimiento es, en consecuencia, una condición necesaria del derecho de gobernar. Sin
embargo, no es una condición suficiente. En efecto, hemos señalado que es necesario que los
gobernados consientan (forma), pero todavía no hemos hablado sobre qué han de consentir
(contenido).
vamos a entender por demanda a toda petición o reclamo que dirigen los
gobernados a sus gobernantes por entender como deseable su realización. De esta
manera serán demandas los pedidos o reclamos que hace una determinada sociedad (o
una parte de ella) por salud, educación, agua, electricidad, mejores salarios o
jubilaciones, seguridad, disminución de la pobreza, libertad de prensa, igualdad, etc. y
que varían de un individuo a otro y de una sociedad a otra según las circunstancias
personales, sociales, de tiempo y lugar.
3
Sin embargo, las demandas institucionalizadas también pueden modificarse con el tiempo. Por ejemplo, nada garantiza
4
Demandas minoritarias o flotantes:
Por otra parte, hay demandas que sólo se constituyen como tales con el transcurso del
tiempo y, si bien en determinados momentos son vividas como deseables solo por una minoría,
puede ocurrir que pasado algún tiempo se reclamen como deseables por la mayoría, desafiando a
otras demandas ya institucionalizadas (por ejemplo, el matrimonio igualitario sólo recientemente se
transformó en una demanda mayoritaria, cuestionando de ese modo al matrimonio entre personas
de distinto sexo como única forma posible de unión civil).
Identidades y consentimiento:
Por cierto, como ya vimos anteriormente, no todas las demandas engendran derechos. Para
adquirir el estatuto de derechos, aquellas deben ser percibidas como deseables, estimables e
inalienables por el conjunto de la población (o por lo menos por la mayor parte) de una determinada
sociedad. El derecho se establece entonces en relación con lo que es vivido como deseable, de
manera estable y con respecto a éste es un medio de oficialización, protección y promoción.
Para que las demandas/derechos produzcan efectivamente una relación de cooperación sin
provocar una multiplicación de los conflictos, es esencial que la determinación de lo que es deseable
no pierda jamás de vista la regla de la reciprocidad. Cuando ésta sirve de referencia, las
demandas/derechos suscitan la obligación y no la oposición, constituyéndose en factores de
integración. De esto depende la preservación de la sociabilidad encarnada en el grupo.
La instauración de una situación de derecho presupone pues tener en cuenta la dimensión
pública. Pero esta condición no implica que los derechos y deberes sean los mismos para todas las
sociedades, ni para todos los individuos dentro de una misma sociedad. La forma del espacio público
varía según los tipos sociales y políticos. Aunque la cuestión de la repartición de las riquezas, por
ejemplo, sea una preocupación inherente a cualquier grupo social, existen distintas maneras de
proceder a la distribución de los recursos (Por ejemplo ¿es preferible cobrar más impuestos a los
ricos o no? ¿es preferible que el Estado intervenga o no en la economía?).
Cada individuo o grupo social reconoce como deseables un determinado conjunto de
demandas4 (que puede variar respecto de otros individuos, grupos sociales o países). Es por eso que
cada miembro de la comunidad, considerado individualmente, percibirá la destrucción o violación
de esos conjuntos de valores como una amenaza a su propia identidad.
Es en relación con estos conjuntos que se constituyen tanto la personalidad individual como
la unidad del grupo, siendo así posible distinguir la constitución de diferentes formas de identidad
colectiva que generalmente luchan por conseguir que sus propias demandas sean satisfechas.
que nuestra preferencia por la democracia como régimen de gobierno y convivencia sea eterna. Sin embargo, sería muy
probable que una modificación de esa profundidad e importancia requiriese de un tiempo considerable y de
acontecimientos que destruyan nuestra confianza en la democracia para que esa transformación efectivamente ocurra.
4
Las demandas de un mismo individuo o grupo social también pueden modificarse con el tiempo, ya sea porque las
anteriores demandas fueron satisfechas, porque haya cambiado de opinión, etc..
5
En este sentido, la legitimidad de un determinado gobierno está atada a lograr el
consentimiento de la mayor cantidad posible de gobernados mediante la satisfacción de esas
demandas. Si la situación fuera inversa, y una mayoría rechazara las políticas llevadas a cabo por los
gobernantes (por considerar que no satisfizo sus demandas), ello desembocaría en la pérdida de
legitimidad por falta de consentimiento por parte de los gobernados (y ese gobierno estaría en
problemas).
La función política de coordinación y dirección de la sociedad es legítima tan sólo cuando
expresa en buena medida esas identificaciones y logra un consentimiento mayoritario. Alcanzar este
objetivo de legitimidad presupone evidentemente un éxito práctico y concreto: la realidad concreta
de la vida de una comunidad debe corresponder, en proporciones creíbles, a las demandas de la
mayoría de la población.
Como puede observarse, es evidente que el solo consentimiento no basta para engendrar el
derecho de gobernar. Se deben tener en cuenta las demandas/derechos de los gobernados,
asegurando de ese modo la reciprocidad que exige el derecho.
Las demandas/derechos representan pues una marca de la legitimidad política, permitiendo
comprender el lugar que le corresponde a la ley, en la fundamentación del derecho de gobernar,
como veremos a continuación.
La relación existente entre la legitimidad y la ley es el primer elemento que mencionan los
diccionarios en sus definiciones de la legitimidad, la que es presentada como “aquello que es
conforme a la ley”. Es necesario precisar entonces lo que significa la idea de conformidad de la
legitimidad a la ley.
La rimbombante sociología del derecho desarrollada por Max Weber consiste principalmente
en el estudio de su proceso de racionalización, desde el derecho carismático, revelado y por ende
irracional, hasta el derecho moderno, doblemente racional en sus reglas deductivas y en la
tecnicidad creciente de sus procedimientos. Weber lo describe como un movimiento de
formalización inevitable, en el que las consideraciones éticas y las referencias a la justicia sustancial
tienden a ser progresivamente excluidas. El derecho racional es un sistema en cuyo seno las
decisiones se toman según normas abstractas que procuran a la vez la regularidad y la previsibilidad.
A este aspecto central de la sociología weberiana del derecho, corresponde, a nivel político,
la tesis que afirma que la simple ley formal del Estado constituye la base de su legitimidad.
6
a otros requisitos. Un ejemplo de esto sería que el Congreso argentino sancione una ley siguiendo
los procedimientos previstos para ello en la Constitución. A eso se refiere Weber cuando habla de la
forma, se refiere al cómo se hizo, al proceso que se siguió respetando las normas que disponen ese
cómo.
Sin embargo, no parece lógico transitar del análisis de la formalización creciente del derecho
a la idea del que el derecho político funciona por puro formalismo, sin necesidad de recurrir a otras
exigencias. Lo que se presenta como problemático en el rol que Weber atribuye al positivismo
jurídico es el hecho de que la creencia en la legalidad pueda constituir la justificación última de la
legalidad política. Hacer del orden legal positivo el marco último de la legitimidad política implicaría
una sumisión al Estado por parte de los gobernados que contradice la idea de legitimidad. Si aquello
que es legal fuera legítimo por el solo hecho de ser legal, la consecuencia sería una pasividad frente
al poder, lo cual está en las antípodas del principio de legitimidad (porque el consentimiento de los
gobernados ya no cumpliría ninguna función). Bastaría con que una ley sea adoptada conforme al
procedimiento establecido para que se beneficie con el rótulo de legalidad: ningún recurso sería
apto para juzgar una ley de ilegítima o arbitraria.
En cambio, desde la perspectiva de la legitimidad que venimos sosteniendo, medir la validez
y justicia de un orden legal, no puede realizarse únicamente a partir del criterio de la legalidad formal.
En efecto, la adhesión que suscita la legitimidad no es por sí misma, y para que se produzca
no basta con que exista y produzca enunciados formalmente correctos (leyes). El ejemplo de algunos
lugares de América del Sur es instructivo al respecto: la proliferación de leyes, decretos y ordenanzas,
con la pretensión de cubrir cada aspecto de la vida social, no implica sin embargo una adhesión a la
legalidad. Es posible incluso argumentar que la inflación jurídica es tanto más elevada cuanto menos
legítimas son las instituciones y menos capacidad de hacer respetar la ley poseen.
En otras palabras, afirmar la ley no hace obligatoriamente a la legalidad sinónimo de
legitimidad. Es sin duda decisivo seguir los procedimientos admitidos para crear las leyes, pero ello
no es suficiente para generar legitimidad. En realidad, la creencia en la legalidad presupone la
legitimidad del orden legal que predica la ley. El procedimiento sólo legitima de modo indirecto, en
referencia a instancias precedentemente reconocidas. La legalidad o la creencia en la legalidad, en
consecuencia, no constituye un tipo de legitimidad independiente, sino más bien un indicador de
esta legitimidad.
Desde este ángulo, la creencia en la legalidad exige dos condiciones complementarias:
a) En primer lugar, los enunciados jurídicos deben concordar con las demandas/derechos
institucionalizadas constitutivos de la identidad social. Al ser éstos fuente y garantía del derecho, la
ley sólo puede ser legítima en tanto sea emanación de ellos. Cuando la legalidad expresa pues la
identidad mayoritaria del grupo, es posible presentar la legitimidad como aquello que es conforme
a la ley. Si ciertas decisiones legales de carácter coactivo, tomadas independientemente de una
situación de violencia o amenaza manifiesta, son legítimas, es porque son consideradas la expresión
de normas reconocidas y aceptadas. Para que una ley, que tiene incidencia colectiva, sea legítima y
se beneficie del apoyo de los individuos, es necesario que las instituciones que dictan y hacen aplicar
el derecho lo establezcan teniendo en cuenta y respetando las demandas/derechos fundamentales
del grupo.
7
b) En segundo lugar, los enunciados jurídicos deben contribuir de manera creíble a la
realización de las demandas/derechos de la sociedad. Si esto no ocurre, a largo plazo se produce su
rechazo y con él el descrédito de las propias demandas/derechos: cuando éstas no se concretan
terminan pareciendo irrealizables.
Así pues, no importa cuáles sean las cualidades formales de una constitución si ésta se
encuentra en la incapacidad de poner de manifiesto la realidad política y de servir de criterio
verdadero a las acciones políticas de los gobernantes porque las reglas y procedimientos que pone
en marcha no corresponden a los intereses y anhelos fundamentales de la comunidad. La autoridad
de la ley, o si se prefiere su funcionamiento efectivo, reposa en la creencia de que la legalidad
expresa las demandas/derechos de la sociedad. La ley contribuye al Estado de derecho, pero no
puede inventarlo por sí misma.
Es bajo esta condición que la conformidad a la ley aparece como criterio de legitimidad,
suscitando la adhesión o el consentimiento de los miembros de la comunidad.
En conclusión, es evidente que la legalidad es condición de la legitimidad. Pero lo es junto
con el consentimiento de los individuos y las demandas/derechos fundamentales de una
determinada sociedad. No siendo un tipo de legitimidad independiente, necesita justificación. Para
que la legalidad intervenga en el proceso de legitimación, es decir, para que la conformidad a la ley
sea índice de un gobierno de derecho, es necesario que las leyes concuerden con las
demandas/derechos en los que se reconocen los gobernados.
Finalmente, cabe señalar que, si bien las leyes deben concordar con las demandas/derechos
de los gobernados, esto no significa que no puedan crearse nuevas leyes, que vayan más allá de sus
actuales demandas. En efecto, puede suceder que en el seno de la sociedad (o en parte de ella)
surjan nuevas demandas originadas por la evolución de la tecnología (acceso a internet, por ej.) o
por un cambio de opinión mayoritario en relación a un determinado asunto (por ej., aborto legal,
seguro y gratuito). En estos casos, las leyes y las acciones de los gobernantes deberían modificarse
y adecuarse a las nuevas circunstancias para mantener su concordancia con las demandas.
Esta primera aproximación a la legitimidad deja no obstante ciertos elementos en la sombra,
como por ejemplo la significación política de la legitimidad.
8
3. SIGNIFICACIÓN POLÍTICA DE LA LEGITIMIDAD
A diferencia de las concepciones políticas para las que es imposible justificar el poder del
Estado (como el anarquismo y el marxismo), el mecanismo de la legitimidad política tiende a
establecer el reconocimiento del derecho de gobernar. No se trata pues de terminar con la existencia
del poder. Muy por el contrario, la división que separa a los individuos que gobiernan de aquellos
que obedecen representa la base sobre la que reposa la lógica de la legitimidad. Es a esta división
que aparece ante todo vinculada la significación del derecho de gobernar. A esto nos referimos con
“diferenciación política” y a continuación veremos cuáles son los requisitos que deben cumplirse
para justificar el hecho de que mientras unos gobiernan, otros deban obedecer.
Para comprender cómo una teoría de la legitimidad se apoya en la separación de
gobernantes y gobernados, es necesario subrayar, por un lado, (A) que el estudio de la vida política
en términos de legitimidad equivale a un análisis de las condiciones que debe cumplir la división
entre gobernantes y gobernados a fin de inscribirse en el marco de una relación de derecho, es decir,
de reciprocidad. Por otro lado, (B) se debe evocar el aspecto esencial del fenómeno de la
representación en la construcción de la legitimidad.
9
Siguiendo este orden de ideas, la tan mentada frase de que “el pueblo no delibera ni gobierna
sino a través de sus representantes” tiene condiciones y requisitos si quienes ejercen esa
representación desean que la misma sea auténticamente una representación democrática. En otras
palabras, el hecho de que los gobernados hayan renunciado a ejercer el poder directamente y
delegarlo en los gobernantes sólo se justifica si esos gobernantes gobiernan concretando, haciendo
presentes (esto es, representando) las demandas/derechos fundamentales que constituyen la
identidad mayoritaria de una determinada sociedad.
Así es como se justifica la distribución desigual del poder, expresión de la diferenciación
política y la posición de dominación, al ser depositaria del espíritu comunitario, adquiere su razón
de ser.
Por esta razón se puede afirmar que la representación se caracteriza por una dimensión
pública puesta de manifiesto en el hecho de que los miembros de un grupo se reconozcan en sus
dirigentes. Esta dimensión pública conduce incluso a pensar que la representación se funda en un
fenómeno de identificación, noción que por cierto abarca situaciones muy diversas. No obstante,
sean como fueren las ambigüedades de la identificación, ésta permite comprender los procesos que
llevan a los individuos a tener en consideración a los gobernantes. Si éstos son percibidos como los
representantes de la comunidad en tanto defienden y aseguran la promoción de las
demandas/derechos fundamentales del grupo, es porque los gobernados se identifican con ellos.
La identificación de los miembros del grupo con los gobernantes se establece sobre la base
de demandas/derechos compartidos. Los dirigentes juegan el rol de vectores de esas
demandas/derechos, el mecanismo de identificación permite a los individuos y colectividad sentirse
presentes. Los gobernados, aunque no administran directamente la colectividad, ven así en la acción
política de los gobernantes el reconocimiento de sus existencias y deseos individuales y el signo de
la realidad colectiva. El fenómeno de identificación, central en la representación política, y de su
dimensión pública contribuye, de este modo, a dar un fundamento a la diferenciación política.
Finalmente, cabe señalar un aspecto que se deriva de lo expuesto anteriormente: el poder
que se ejerce con fines estrictamente personales (egoístas) no puede ser legítimo. A partir del
momento que la función política se privatiza, es decir que sirve exclusivamente a los intereses
privados de los gobernantes, el derecho a gobernar aparece cuestionado. Mientras que el aparato
del Estado cuando manifiesta la potencia y la gloria de una sociedad y por ende de sus miembros
encuentra en cierta medida una justificación, esto cesa al producirse la privatización sistemática de
la actividad política. Al renunciar los dirigentes al principio de reciprocidad, la identificación deja de
funcionar, conduciendo en el corto plazo a la imposibilidad de fundar la obligación política. Se trata
del fin de la dimensión pública y, en consecuencia, de la cualidad de representante que poseía el
gobernante, pues ya no estaría haciendo presentes los intereses de los gobernados sino los suyos
propios.
Hemos visto que el ejercicio legítimo del poder político no es concebible de modo
estrictamente privado. El deseo de éxito personal y la sed de poder no ofrecen ninguna legitimidad
10
a la acción de los dirigentes. Estos últimos, por el contrario, deben tomar en consideración el
bienestar del grupo. La ambición personal de un individuo sólo encuentra justificación en política
cuando se presenta al servicio de toda la comunidad: es solamente cuando el ambicioso se revela
hombre de Estado auténticamente preocupado por asegurar la prosperidad del grupo que su deseo
de éxito adquiere un valor político verdaderamente legítimo. En este sentido, es imposible separar
la actividad política legítima de la responsabilidad, la cual es expresión de un poder que acepta las
limitaciones impuestas por el derecho de gobernar.
La primera de esas limitaciones procede del hecho de que el gobierno no puede pretender
egoístamente a existir por sí mismo. Por el contrario, el poder político necesita justificarse
poniéndose al servicio del grupo. Cualquier dirigente político que intente probar el derecho que
tiene a gobernar debe satisfacer, tratar de satisfacer o pretender satisfacer las necesidades,
demandas e intereses de los miembros de la comunidad (o por lo menos de la mayoría). La
responsabilidad es una función de servicio al grupo y se expresa por un sentimiento de deber en el
ejercicio de un cargo público. En consecuencia, es posible afirmar que las relaciones políticas que no
esquivan la cuestión de la legitimidad adoptan de un modo u otro la forma de Estado protector.
Esta verdad general conoce, por cierto, variaciones y matices. La idea de servicio al grupo y
las modalidades de su realización difieren de un lugar a otro. La amplitud y el contenido de la
responsabilidad política, determinados por la situación histórica y las relaciones de fuerza, varían
según los sistemas y regímenes políticos. Por ejemplo: en el seno de los regímenes democráticos,
las tareas de las que son responsables las instituciones políticas difieren según se trate de un Estado
liberal (más inclinado a favorecer las libertades, especialmente la económica, como en EEUU) o de
un Estado de bienestar (más promotor de las igualdades y la participación, como en los países de la
península escandinava en Europa). Pero sean cuales fueren las variaciones de la noción de servicio,
esta es impostergable desde el momento en que el poder político se sitúa en una perspectiva de
legitimidad.
Siempre la conducción política posee sin duda un carácter más o menos discrecional, ya que
es imposible consultar a todos sobre todo antes de tomar una decisión. Sin embargo, no todo es
posible para el dirigente. Preocupado por su legitimidad, se espera de él que tome decisiones y
conduzca acciones, que no estén exclusivamente guiadas por sus pulsiones o intereses privados, sino
que deben respetar las reglas del juego democrático y tener en cuenta las necesidades y demandas
de la comunidad. Es imposible que sólo escuche su propia opinión, ignore los procedimientos y lance
programas nocivos para la supervivencia del grupo.
Por otra parte, una vez reconocidas las tareas propias del Estado, fundamento de la
responsabilidad política, la legitimidad de un gobernante se evalúa no solamente por su aptitud para
elegir y decidir conforme a las leyes y demandas fundamentales vigentes en una sociedad, sino
también por su capacidad de obtener resultados efectivos. No basta con conformarse con meros
enunciados o declaraciones en la prensa: los gobernantes deben efectivamente concretar esos
anuncios y propósitos.
Por otra parte, el ejercicio legítimo de la autoridad política es paralelo a su limitación. La
desigual distribución del poder sólo es justificable si el gobierno lleva a término los deberes que le
incumben. Los límites impuestos al dirigente determinan el marco de la actividad legítima y el hecho
11
de respetarlos es a la vez la expresión y el instrumento de la responsabilidad. Fuera de estas
condiciones, tanto el sentido de la responsabilidad como la legitimidad de la acción política son
cuestionados.
Sanción:
En este sentido, en tanto la soberanía política concebida en términos de responsabilidad
resulta condicional, es conveniente no perder de vista el carácter de sanción que se deriva. A
diferencia del poder absoluto, que no reconoce ninguna ley superior a la suya y niega la posibilidad
de ser juzgado, para la autoridad política inscrita en la perspectiva del derecho de gobernar, aceptar
el servicio a la comunidad dentro de un marco de reglas y principios determinado, supone reconocer
que su evaluación posee fundamentos y que se acepta que se le atribuyan los resultados de su acción.
El significado que le damos aquí a la idea de sanción -a saber, la posibilidad que tiene el
dirigente de ser condenado por las decisiones y acciones de su autoría cuyos efectos nefastos han
recaído sobre el conjunto del grupo- juega sin duda un rol esencial en la legitimidad. Mientras no se
vincule con su autor el acontecimiento perjudicial y como tal reciba aquél la sanción reprobatoria
del grupo (sea política o penal), no se puede hablar propiamente de responsabilidad.
La importancia de las nociones de responsabilidad y sanción resulta del hecho de la
preservación de la organización social y política. Si estas ideas se ignoraran sistemáticamente, se
pondría en peligro el funcionamiento del grupo en su totalidad, y esto por dos razones. La primera
referida al hecho de que el imperativo de la paz social conduce a pensar en términos de
responsabilidad y sanción. A fin de salvaguardar las relaciones de cooperación de la sociedad y evitar
que se instale la incertidumbre acerca del autor del delito y que la ausencia de sanción conduzca a
la disolución de las nociones de falta y responsabilidad invitando de este modo a otros desórdenes,
se debe establecer la responsabilidad del individuo culpable y castigarlo en consecuencia.
La segunda razón que manifiesta el aspecto crucial de la responsabilidad y la sanción para la
preservación de la organización del grupo es más directamente política: en la medida en que la idea
de responsabilidad aplicada a los gobernantes posee como corolario la existencia de límites de los
que debe dar cuenta la acción política, éstos cesan de tener significación cuando su transgresión no
va seguida de sanción. En un lapso más o menos breve, son tanto los dirigentes como las
instituciones políticas en su conjunto los que pierden credibilidad. Al proteger excesivamente a sus
propios dirigentes al régimen político no le queda otro camino que fragilizarse.
Es conveniente no obstante observar que incluso aquellos gobernantes que no hacen de la
fuerza la única fuente de su poder son a menudo reticentes a asumir sus fracasos tal como
reivindican sus éxitos. No sea probablemente exagerado afirmar que son numerosos aquellos
gobernantes que aspiran a ser los autores exclusivos de lo positivo y a no ser considerados los
responsables de lo que funciona mal. Desde esta perspectiva, los dirigentes recurren a
procedimientos de derivación. Se esfuerzan por preservar su credibilidad presentando todos
aquellos problemas que no logran resolver como ajenos a su responsabilidad, echando culpas a
terceros o a las circunstancias.
Estos procedimientos de derivación no son ajenos a los mecanismos sociales más perversos.
Estamos persuadidos de su mala fe por el hecho de que dichos procedimientos pueden aparecer
combinados con la designación de un chivo expiatorio -como por ejemplo cuando se acusa a los
12
inmigrantes de ser responsables del desempleo- dando lugar a veces a escenas de caza y persecución,
tal como ha ocurrido en particular con la utilización política del antisemitismo.
Se imponen dos observaciones frente a la ambigüedad y la reticencia típica de los
gobernantes frente a la responsabilidad y la sanción y a los procedimientos de derivación que utilizan.
13
encuentra su traducción en tentativas de miembros del grupo por producir ya sea modificaciones de
detalle, ya cambios radicales en las modalidades de coordinación y dirección de la sociedad.
El proceso de evaluación y juicio de la acción gubernamental posee dos componentes: 1) el
propio mecanismo de evaluación y 2) la perspectiva del individuo evaluador.
14
2) La perspectiva del evaluador:
El juicio que emiten los gobernados sobre la legitimidad de les gobernantes no puede
disociarse del lugar que ocupa cada gobernado en el seno de una sociedad dada: cada miembro
juzga el accionar de los gobernantes de acuerdo con su propio punto de vista relativo. Esto quiere
decir que los intereses, deseos y expectativas políticas varían de gobernado en gobernado. Así, cada
ciudadane puede tener una opinión diferente respecto de las demandas/derechos que deben ser
satisfechas. A su vez, la opinión de los gobernados respecto de lo que debería ser satisfecho por los
gobernantes reconoce dos parámetros: los materiales y los simbólicos 5 . A grandes rasgos, los
parámetros materiales están vinculados con la satisfacción de necesidades, mientras que podría
decirse que los parámetros simbólicos están relacionados con la satisfacción de deseos. Por ejemplo,
entre las necesidades materiales podríamos enumerar a la alimentación, la vivienda, el acceso a
agua potable y cloacas, el acceso a internet, etc.. En cambio, entre los simbólicos podríamos
enumerar a aquellos que no se pueden medir en términos materiales de modo directo, como el
acceso a bienes culturales (cine, teatro, educación, etc.), lo que sentimos cuando en materia
internacional el gobierno se alinea con determinadas potencias y no con otras, la actuación de la
Justicia, la austeridad de los gobernantes, su laboriosidad, las efemérides que recuerdan y cómo lo
hacen, etc..
Mientras que quienes gobiernan cumplan su función, satisfaciendo los parámetros de cada
persona, el juicio sobre ellxs será favorable. En caso contrario, se les someterá a crítica, pudiendo
producirse conflictos y conformando bloques de frustración. De la amplitud de esta frustración, y de
los enfrentamientos que derivan dependen la estabilidad y la legitimidad del régimen político.
5
Se trata de una distinción pedagógica realizada para facilitar el análisis, ya que muchas veces un bien que sea ejemplo
directo de una necesidad simbólica podría caer indirectamente dentro de la categoría de las necesidades materiales. Por
ejemplo, el lanzamiento de un satélite por parte de un país puede representar directamente una satisfacción simbólica
(orgullo nacional, soberanía, etc.), pero indirectamente podría también satisfacer necesidades materiales (`por ejemplo
contribuyendo con su aplicación a una mayor producción agropecuaria mediante la previsión de fenómenos climáticos,
el análisis de suelos aptos para cultivos, etc.).
15
4. CONTROVERSIAS EN TORNO A LA LEGITIMIDAD POLÍTICA
El derecho cuestionado. Esta tesis sostiene que las relaciones entre gobernantes y
gobernados, no estarían orientadas en función del bien público sino de los intereses particulares de
lxs gobernantes. Según esta crítica, la finalidad de la actividad política no es el bien general, sino el
interés de quienes la dirigen. Si lxs gobernantes llegan a tener un rol en beneficio de la comunidad,
no sería más que de modo accesorio y secundario. En ciertas circunstancias, deben prestarse al juego,
actuando así ya sea para saciar su deseo de poder, ya para consolidar el que ya poseen.
Esta postura sostiene que desde el momento en que la política es susceptible de asegurar la
subsistencia financiera de un individuo, se vuelve rápidamente un empleo a tiempo completo que
tiene como exclusiva finalidad la lucha por el poder. La carrera política y el deseo de acceder a
ingresos rentables por la distribución de los puestos políticos pospondrían el trabajo en beneficio de
la colectividad.
Desde esta óptica, a las reglas jurídicas se las percibe como estando al servicio de los
gobernantes y no como mediadoras entre dirigentes y dirigidos. Así es como participarían en el
desarrollo de una “política politiquera”.
La denuncia del abismo existente entre gobernantes y gobernados depende igualmente de
la manera en que las leyes determinan el campo de acciones políticamente legítimas. Identificando
6
Las críticas relativas a la vinculación entre legitimidad y moral, presentes en el texto original de Coicaud (op. cit., pág.
86 y ss.), se omiten aquí en virtud de la sustitución conceptual que se hace en el presente texto del elemento “valores”
(tal como está en el original del autor canadiense) al de “demandas/derechos”. Esta sustitución de uno de los elementos
que integran el concepto de legitimidad elimina en buena medida las críticas a la misma desde la perspectiva de la moral
ya que la legitimidad deja de estar asentada parcialmente en elementos morales sustanciales y perennes para pasar a
estar sustentada en demandas/derechos siempre contingentes y opinables. Por otra parte, el análisis crítico y en
profundidad de la relación entre moral y derecho aparece como más propia de materias como Filosofía del Derecho,
que de una materia introductoria como lo es la Teoría del Estado.
16
las acciones legítimas con aquellas comprendidas dentro del perímetro legal, la codificación
contribuye a reducir los términos del debate político a un conjunto de temáticas preconcebidas.
Solamente serían dignos de consideración los problemas cuya resolución entra en el marco legal,
dejando de lado la satisfacción de nuevas demandas promovidas por los gobernados.
La identificación de la política legítima con el único marco jurídico existente provoca una
reducción de la actividad de los responsables a una dimensión positivista que se sintetiza en la
fórmula “la ley y nada más que la ley”. Esta reducción instala a los hombres políticos en actitudes
conservadoras y de defensa del orden establecido desacreditando las reivindicaciones sociales de
nuevas demandas y los comportamientos políticos que no se integran dentro del campo de la
legalidad. Esta desvalorización puede llevar al extremo de ser denunciados y juzgados como
criminales y adopta, de modo general, modalidades que varían según los sistemas y los regímenes
políticos, los medios empleados por los opositores y las relaciones de fuerza de los partidos en
conflicto. En este contexto, los políticos dan la impresión de asumir una tarea que consiste ante todo
en preservar el statu quo asociado con las ventajas particulares que les ofrece su posición.
Esta tesis constataría que los políticos desvían la finalidad de la política en beneficio de
intereses corporativistas, y considera por tanto que las leyes no son más que técnicas al servicio de
los gobernantes.
En otros términos, esta tesis que describe la crisis de la representación termina negando el
hecho de que la representación legal constituye una expresión y un instrumento de legitimidad. De
allí a considerar que el derecho político en particular y el derecho en general sean
fundamentalmente instrumentos de opresión, hay tan sólo un paso. Es en esta perspectiva que se
inscribe el análisis marxista del derecho.
1) En primer lugar ¿quién puede creer en la posibilidad de una vida en sociedad sin un
conjunto de derechos y deberes? A condición de situarse en un universo ideal en cuyo seno reinaría
un entendimiento natural entre las personas, o de renunciar a cualquier vínculo con el otro, la
gestión, por medio de procesos jurídicos de las interacciones entre los agentes, se torna necesaria y
obligatoria para hacer posible la coexistencia en el interior de una colectividad. En caso contrario, el
más insignificante intercambio cotidiano daría lugar a incesantes enfrentamientos que fácilmente
podrían degenerar en un conflicto generalizado. La cuestión radica, en todo caso, en establecer
cuáles reglas jurídicas deben regirnos y eso siempre será opinable y, por tanto, materia de decisión
política, siempre contingente y modificable.
17
sus apetitos de poder. De hecho, a partir del momento en que la actividad de las élites no aparece
definida y delimitada por un marco jurídico que precise las conductas recíprocas, el ejercicio de la
autoridad constituye una práctica unilateral, ante la cual los miembros del grupo estarían
desarmados. Carentes de una fuerza equiparable a la de los gobernantes, los gobernados, cuando
no se les reconoce el goce de ciertos derechos, tampoco posen la facultad de denunciar lo arbitrario.
Aunque se asemejen a veces a frágiles escudos, los derechos reconocidos constituyen, sin embargo,
preciosos elementos a los que recurren habitualmente los dirigidos. No debemos pues negar su
importancia.
3) Por último, el derecho permite asimismo describir y explicar las transformaciones de una
comunidad. Esto se manifiesta de dos maneras: desde una perspectiva general, la denuncia de
situaciones injustas sólo se puede producir basándose en un sentido del derecho, en cuyo nombre
se expresa el deseo de cambio y mejoramiento de la realidad social y política; más particularmente,
las reivindicaciones específicas se ejercen a partir de la herencia jurídica existente con la que deben
confrontarse los miembros del grupo. Partiendo de la sedimentación de los derechos ya reconocidos,
éstos actúan como incentivo poniendo de relieve si son o no respetados, es decir, su grado de
insuficiencia.
18
detente el poder y que lo ejerza con exclusividad, es un hecho y parece imposible concebir una
estructura social política donde ocurriese algo distinto. Semejante concepción no significa, por otra
parte, que la sociedad esté inmovilizada en una eterna oposición entre una élite, inmóvil en su
triunfo, y una masa resignada a la sumisión. Muy por el contrario, existe una constante renovación
en el círculo de los dirigentes, pero siempre son élites las que controlan el poder. Esto es lo que
indica Vilfredo Pareto cuando afirma que la historia de las sociedades humanas es un cementerio de
aristocracias; existe un movimiento perpetuo de sucesión de una élite a otra. Este proceso no
modifica en absoluto la naturaleza del poder: un grupo restringido gobierna permanentemente.
Desde esta perspectiva crítica, los dirigidos no harían más que cambiar de amo.
19
engendran diversas actitudes frente al poder y que la evaluación del derecho de gobernar depende
de esas diferentes opiniones. En este sentido, si una persona forma parte de los privilegiados del
sistema, tendrá mayores ocasiones de encontrar legítima la organización del régimen. Por el
contrario, los marginados no pensarán de ningún modo igual. Sin embargo, ya vimos que los
parámetros materiales son sólo una parte de la totalidad de aspectos que se tienen en cuenta a la
hora de valorar la acción de los gobernantes. En efecto, también influyen parámetros simbólicos y
afectivos.
No es imposible, además, que aquellos que ayer denunciaban la ilegitimidad del gobierno se
vuelvan mañana sus fervientes partidarios si éste cambia de política y responde favorablemente a
sus demandas, sea cual fuere la suerte del resto de los miembros de la comunidad.
Desde este punto de vista, la crítica consiste en señalar que el consentimiento no implica
más que un nivel de satisfacción individual de las necesidades que varía según la evolución de las
situaciones personales de cada gobernado. Al reducir el consentimiento a una concepción
exclusivamente egoísta, esta tesis cuestiona la propia posibilidad de la legitimidad. ¿Cómo podría
ésta, en efecto, impulsar la formación de una relación de reciprocidad global entre gobernantes y
gobernados y entre estos últimos, si el acto de consentir, que es una de sus condiciones de existencia,
solamente expresa el triunfo de intereses particulares que se enfrentan entre sí?
A este primer argumento pueden sumarse un conjunto de críticas que ponen en cuestión el
hecho de que los dirigidos estén en condiciones de deliberar y elegir en plena libertad entre el
consentimiento y la oposición.
20
evaluar el mundo en el que viven, suscita dos críticas. La primera se fundamenta en la ideología; la
segunda pone de manifiesto lo que podemos denominar una interpretación autárquica de la
realidad.
La crítica ideológica:
La tesis que sitúa el consentimiento en el capítulo de las visiones ideológicas de la sociedad
nos es familiar. Integrando el análisis marxista, esta tesis reduce el acto de consentir a una
emanación de la dominación burguesa y de su traducción política: la democracia representativa, y
se compone de dos elementos.
El primer elemento considera que el consentimiento, lejos de ser la expresión del libre
arbitrio o de la autonomía de la voluntad de los individuos, es indisociable del estado de alienación
en el que viven. No siendo más que un resultado de la falsa conciencia engendrada por el trabajo de
embrutecimiento generalizado que produce la ideología, no puede considerarse una noción política
fiable. Los marxistas no son, por otra parte, los únicos en pensar que los gobernados ignoran en
distintos grados lo que es deseable para el conjunto de la comunidad. El argumento ha sido utilizado
en numerosas ocasiones y bajo formas muy diversas, especialmente por los conservadores. Tal como
ocurrió en el siglo XIX con los opositores a los procesos de democratización que sostenían que la
mayoría de la población, y en primer término los obreros, carecían de las capacidades intelectuales
y morales suficientes para expresar una opinión política válida. Que este argumento proceda del
marxismo o del conservadurismo, a pesar de las diferencias fundamentales entre ambos enfoques,
el resultado es el mismo: los individuos están alienados ya sea porque están sometidos a malos
instintos o a una visión del mundo manipulada por la clase burguesa. La falsa conciencia les impide
llegar a poseer una justa apreciación de la situación que cuenta con su consentimiento.
El segundo elemento de esta descalificación del consentimiento en nombre de la ideología
se describe el apoyo dado por los individuos en momentos electorales como una participación
rutinaria y formal, que corresponde únicamente a la ideología cuya promoción aseguran las
democracias burguesas. En estas condiciones, el acto de consentir no significa nada en términos de
lealtad. El Estado capitalista, recurriendo al sistema electoral, desea que los individuos adopten y
sigan las reglas políticas fijadas sin interrogarse sobre sus fundamentos. Las elecciones sólo servirían
pues para garantizar por parte de los gobernados las alternativas que perpetúan su inferioridad. La
burguesía, instaurando la ley abstracta de la mayoría, no pone en absoluto en juego sus privilegios.
21
Respuestas a las Críticas 2.B):
Defensa de la calidad del consentimiento
La argumentación que niega la calidad del consentimiento es tan endeble como las objeciones
relacionadas con la teoría de las élites.
El consentimiento es individual pero también se preocupa por los demás. La objeción que
critica la autenticidad del consentimiento de los gobernados por ser éste expresión de su egoísmo
merece dos reflexiones:
- Por un lado, es lógico y razonable que el consentimiento de los individuos sea un proceso de
evaluación personal del rol de las élites y de las instituciones políticas en relación a los bienes
materiales y simbólicos que éstos deben procurar a los miembros de la comunidad. Considerar
egoísta el acto de consentimiento de los gobernados porque no se puede disociar de su voluntad de
obtener un beneficio a cambio de su apoyo, parece un punto de vista poco convincente. ¿Sobre qué
otro elemento podría fundarse el consenso de los dirigidos? Consentir significa renunciar a una
parcela de la propia autonomía para confiarla a los dirigentes. Pero este abandono sólo adquiere
significación cuando existe una contrapartida que se realiza en provecho de los gobernados y de la
que son responsables los gobernantes (reciprocidad). Es en función de los servicios que se esperan
de ellos, como asimismo de su capacidad para asumirlos y concretarlos, que los gobernantes reciben
el apoyo de los dirigidos. Es normal, por tanto, que los dirigidos tomen en cuenta en nivel de
satisfacción personal en el acto de consentir.
- Por otro lado, el hecho de que el consentimiento de los dirigidos sea indisociable de una
evaluación personal no significa que esta evaluación aísla a los gobernados entre sí y que, por
definición, se realice independientemente de cualquier consideración acerca de la suerte de los
demás. El mecanismo de evaluación de la eficiencia de los dirigentes y de las instituciones políticas
que dan lugar al consentimiento no se funda exclusivamente en el análisis de la situación particular
de los dirigidos.
En realidad, el ejercicio del acto de consentir se basa también en una cierta preocupación
por los demás miembros del grupo. Esta actitud no es de pura generosidad: la preservación de los
intereses personales exige que no se desconozca el destino de los otros. La consideración de las
condiciones de vida de los demás es proporcional a las relaciones de dependencia que unen a los
dirigidos entre sí y, además, para que el goce de los bienes sea posible con tranquilidad, es necesario
que sean respetados por todos. Esto es válido para los bienes privados y con mayor evidencia para
los públicos. Estos existen en tanto son compartidos y compartibles entre los miembros de una
sociedad. La seguridad colectiva, por ejemplo, no puede obtenerse sin que la seguridad de cada cual
esté convenientemente garantizada.
Esto significa que cuanto más tiende el consentimiento a una evaluación estrictamente
egoísta, tanto más contradice la organización colectiva y el acuerdo del cual ha surgido. En resumidas
cuentas, una evaluación exclusivamente egoísta de la acción de los gobernantes contribuiría a la
disolución del vínculo social y político.
22
En conclusión, no es necesario que el consenso sea general y absoluto para poder considerar
válido el acto de consentir pues la unanimidad puede ser índice de un utopismo peligroso que puede
rozar lo autoritario. Basta con que el acto de consentir integre el nivel colectivo sin hacer de éste un
absoluto.
Los individuos poseen la facultad de deliberar y consentir. Haremos al respecto tres reflexiones:
- En primer lugar, la prudencia descalifica menos al consentimiento que el egoísmo. Sin
pretender negar la existencia de la coacción política, la obediencia de los gobernados no puede
reducirse por principio a la sumisión. La prudencia de los individuos no conduce necesariamente a
que el consentimiento sea resultado de sus miedos.
- En segundo, al argumento que afirma que los dirigidos no poseen las capacidades
intelectuales como para interpretar lúcidamente los diferentes aspectos de la vida política, se le
responderá que es actualmente imposible conceder crédito a una tesis que ha ilustrado los peores
momentos del conservadurismo paternalista en sus diferentes versiones. Por ejemplo, el hecho de
que una persona no haya tenido una determinada educación formal no impide que conozca sus
propias necesidades materiales y simbólicas y que pueda evaluar la acción política de los
gobernantes teniéndolas en cuenta. Así, es mucho más probable que una persona que vive en una
villa conozca mejor sus necesidades y esté en mejores condiciones de evaluar las acciones de los
gobernantes para mejorar sus condiciones que una persona que no vive allí.
- En tercer lugar, sin poner en cuestión la cuota de verdad contenida en la afirmación que dice
que el consentimiento está influenciado por la dimensión ideológica, hay que evitar asimilarlo
sistemáticamente con una visión falsa de la realidad política. Semejante asimilación hace que un
enfoque crítico se vuelva un juicio dogmático, basado en una devaluación radical de las experiencias
y creencias de los gobernados. Este juicio dogmático es tanto más problemático cuanto que es
necesariamente polémico puesto que la ideología siempre son los otros.
23
Tales han sido las respuestas que podemos ofrecer a los que cuestionan que el
consentimiento de los dirigidos sea uno de los elementos constitutivos del derecho de gobernar. Y
en la medida en que hemos demostrado que es imposible criticar en bloque la noción de
consentimiento, debemos abordar necesariamente el sujeto político.
24
Esquema de la Unidad
LEGITIMIDAD
Concepto
Consentimiento
Elementos Demandas/derechos
Conformidad a la ley
Críticas a elementos
de la legitimidad
Existencia del consentimiento
Críticas al consentimiento Calidad del consentimiento Respuestas
Regímenes políticos
25
Índice
1. Legitimidad. Concepto
26
Colonialidad del poder, eurocentrismo
y América Latina 1
Aníbal Quijano 2
1. Quiero agradecer, principalmente, a Edgardo Lander y a Walter Mignolo, por su ayuda en la revisión de este ar-
tículo. Y a un comentarista, cuyo nombre ignoro, por sus útiles críticas a una versión anterior. Ellos, por supuesto,
no son responsables de los errores y limitaciones del texto.
2. Centro de Investigaciones sociales (CIES), Lima.
3. Sobre el concepto de colonialidad del poder, de Aníbal Quijano: “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, en
Perú Indígena, vol. 13, no. 29, Lima, 1992.
201
Aníbal Quijano
4. Ver de Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein: “Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World-
System”, en International Social Science Journal, no. 134, noviembre 1992, UNESCO, París. También “América,
el capitalismo y la modernidad nacieron el mismo día”, entrevista a Aníbal Quijano, en ILLA, no. 10, Lima, enero
1991. Sobre el concepto de espacio/tiempo, ver de Immanuel Wallerstein: “El Espacio/Tiempo como base del cono-
cimiento”, en Anuario Mariateguiano, vol. IX, no 9, Lima, 1997.
5. Sobre esta cuestión y sobre los posibles antecedentes de la idea de raza antes de América, remito a mi “‘Raza’,
‘etnia’y ‘nación’en Meriátegui: cuestiones abiertas”, en Roland Forgues(editor) José Carlos Mariátegui y Europa.
La otra cara del descubrimiento , Editorial Amauta, Lima, 1992.
202
Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
Con el tiempo, los colonizadores codificaron como color los rasgos fenotípi-
cos de los colonizados y lo asumieron como la característica emblemática de la
categoría racial. Esa codificación fue inicialmente establecida, probablemente, en
el área britano-americana. Los negros eran allí no solamente los explotados más
importantes, pues la parte principal de la economía reposaba en su trabajo. Eran,
sobre todo, la raza colonizada más importante, ya que los indios no formaban par-
te de esa sociedad colonial. En consecuencia, los dominantes se llamaron a sí
mismos blancos6.
En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relacio-
nes de dominación impuestas por la conquista. La posterior constitución de Eu-
ropa como nueva id-entidad después de América y la expansión del colonialismo
europeo sobre el resto del mundo, llevaron a la elaboración de la perspectiva eu-
rocéntrica de conocimiento y con ella a la elaboración teórica de la idea de raza
como naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeos
y no-europeos. Históricamente, eso significó una nueva manera de legitimar las
ya antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad/inferioridad entre do-
minados y dominantes. Desde entonces ha demostrado ser el más eficaz y perdu-
rable instrumento de dominación social universal, pues de él pasó a depender in-
clusive otro igualmente universal, pero más antiguo, el inter-sexual o de género:
los pueblos conquistados y dominados fueron situados en una posición natural de
inferioridad y, en consecuencia, también sus rasgos fenotípicos, así como sus des-
cubrimientos mentales y culturales 7. De ese modo, raza se convirtió en el primer
criterio fundamental para la distribución de la población mundial en los rangos,
lugares y roles en la estructura de poder de la nueva sociedad. En otros términos,
en el modo básico de clasificación social universal de la población mundial.
6. La invención de la categoría de color -primero como la más visible indicación de raza, luego simplemente como
el equivalente de ella-, tanto como la invención de la particular categoría de blanco, requieren aún una investigación
histórica más exhaustiva. En todo caso, muy probablemente fueron inventos britano-americanos, ya que no hay hue-
llas de esas categorías en las crónicas y otros documentos de los primeros cien años del colonialismo ibérico en
América. Para el caso britano-americano existe una extensa bibliografía (Theodore W.Allen, The Invention of Whi -
te Race, 2 vols, Verso, Londres, 1994; Mathew Frye Jacobson, Whiteness of a Different Color, Harvard University
Press, Cambridge, 1998, entre los más importantes). El problema es que ésta ignora lo sucedido en la América Ibé-
rica. Debido a eso, para esta región carecemos aún de información suficiente sobre este aspecto específico. Por eso
ésta sigue siendo una cuestión abierta. Es muy interesante que a pesar de que quienes habrían de ser europeos en el
futuro, conocían a los futuros africanos desde la época del imperio romano, inclusive los íberos que eran más o me-
nos familiares con ellos mucho antes de la Conquista, nunca se pensó en ellos en términos raciales antes de la apa-
rición de América. De hecho, raza es una categoría aplicada por primera vez a los “indios”, no a los “negros”. De
este modo, raza apareció mucho antes que color en la historia de la clasificación social de la población mundial.
7. La idea de raza es, literalmente, un invento. No tiene nada que ver con la estructura biológica de la especie huma-
na. En cuanto a los rasgos fenotípicos, éstos se hallan obviamente en el código genético de los individuos y grupos y
en ese sentido específico son biológicos. Sin embargo, no tienen ninguna relación con ninguno de los subsistemas y
procesos biológicos del organismo humano, incluyendo por cierto aquellos implicados en los subsistemas neurológi-
cos y mentales y sus funciones. Véase Jonathan Mark, Human Biodiversity, Genes, Race and History, Aldyne de Gruy-
ter, Nueva York, 1994 y Aníbal Quijano, “¡Qué tal raza!”, en Familia y cambio social, CECOSAM, Lima, 1999.
203
Aníbal Quijano
204
Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
205
Aníbal Quijano
206
Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
No hay nada en la relación social misma del capital, o en los mecanismos del
mercado mundial, en general en el capitalismo, que implique la necesariedad his-
tórica de la concentración, no sólo, pero sobre todo en Europa, del trabajo asala-
riado y después, precisamente sobre esa base, de la concentración de la produc-
ción industrial capitalista durante más de dos siglos. Habría sido perfectamente
factible, como lo demuestra el hecho de que así ocurriera en verdad después de
1870, el control europeo-occidental del trabajo asalariado de cualquier sector de
la población mundial. Y probablemente más beneficioso para los europeo-occi-
dentales. La explicación debe ser, pues, buscada en otra parte de la historia.
El hecho es que ya desde el comienzo mismo de América, los futuros europeos
asociaron el trabajo no pagado o no-asalariado con las razas dominadas, porque
eran razas inferiores. El vasto genocidio de los indios en las primeras décadas de
la colonización no fue causado principalmente por la violencia de la conquista, ni
por las enfermedades que los conquistadores portaban, sino porque tales indios
fueron usados como mano de obra desechable, forzados a trabajar hasta morir. La
eliminación de esa práctica colonial no culmina, de hecho, sino con la derrota de
los encomenderos, a mediados del siglo XVI. La subsiguiente reorganización po-
lítica del colonialismo ibérico, implicó una nueva política de reorganización po-
blacional de los indios y de sus relaciones con los colonizadores. Pero no por eso
los indios fueron en adelante trabajadores libres y asalariados. En adelante fueron
adscritos a la servidumbre no pagada. La servidumbre de los indios en América
no puede ser, por otro lado, simplemente equiparada a la servidumbre en el feu-
dalismo europeo, puesto que no incluía la supuesta protección de ningún señor
feudal, ni siempre, ni necesariamente, la tenencia de una porción de tierra para
cultivar, en lugar de salario. Sobre todo antes de la Independencia, la reproduc-
ción de la fuerza de trabajo del siervo indio se hacía en las comunidades. Pero in-
clusive más de cien años después de la Independencia, una parte amplia de la ser-
vidumbre india estaba obligada a reproducir su fuerza de trabajo por su propia
cuenta9.Y la otra forma de trabajo no-asalariado, o no pagado simplemente, el tra-
bajo esclavo, fue adscrita, exclusivamente, a la población traída desde la futura
Africa y llamada negra.
La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nue-
vas identidades raciales de los colonizados con las formas de control no pagado,
no asalariado, del trabajo, desarrolló entre los europeos o blancos la específica
percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos. La inferioridad
racial de los colonizados implicaba que no eran dignos del pago de salario. Esta-
ban naturalmente obligados a trabajar en beneficio de sus amos. No es muy difí-
9. Eso fue lo que, según comunicación personal, encontró Alfred Metraux, el conocido antropólogo francés, a fines
de los años 50 en el Sur del Perú, y lo mismo que también encontré en 1963, en el Cusco: un peón indio obligado a
viajar desde su aldea, en La Convención, hasta la ciudad, para cumplir su turno de servir durante una semana a sus
patrones. Pero éstos no le proporcionaban vivienda, ni alimento, ni, desde luego, salario. Metraux proponía que esa
situación estaba más cercana del colonato romano del siglo IVd.c., que del feudalismo europeo.
207
Aníbal Quijano
cil encontrar, hoy mismo, esa actitud extendida entre los terratenientes blancos de
cualquier lugar del mundo. Y el menor salario de las razas inferiores por igual tra-
bajo que el de los blancos, en los actuales centros capitalistas, no podría ser, tam-
poco, explicado al margen de la clasificación social racista de la población del
mundo. En otros términos, por separado de la colonialidad del poder capitalista
mundial.
El control del trabajo en el nuevo patrón de poder mundial se constituyó, así,
articulando todas las formas históricas de control del trabajo en torno de la rela-
ción capital-trabajo asalariado, y de ese modo bajo el dominio de ésta. Pero dicha
articulación fue constitutivamente colonial, pues se fundó, primero, en la adscrip-
ción de todas las formas de trabajo no pagadas a las razas colonizadas, original-
mente indios, negros y de modo más complejo, los mestizos, en América y más
tarde a las demás razas colonizadas en el resto del mundo, oliváceos y amarillos.
Y, segundo, en la adscripción del trabajo pagado, asalariado, a la raza coloniza-
dora, los blancos.
Esa colonialidad del control del trabajo determinó la distribución geográfica
de cada una de las formas integradas en el capitalismo mundial. En otros términos,
decidió la geografía social del capitalismo: el capital, en tanto que relación social
de control del trabajo asalariado, era el eje en torno del cual se articulaban todas
las demás formas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos. Eso lo
hacía dominante sobre todas ellas y daba carácter capitalista al conjunto de dicha
estructura de control del trabajo. Pero al mismo tiempo, dicha relación social es-
pecífica fue geográficamente concentrada en Europa, sobre todo, y socialmente
entre los europeos en todo el mundo del capitalismo. Y en esas medida y manera,
Europa y lo europeo se constituyeron en el centro del mundo capitalista.
Cuando Raúl Prebisch 10 acuñó la célebre imagen de “Centro-Periferia”, para
describir la configuración mundial del capitalismo después de la Segunda Guerra
Mundial, apuntó, sabiéndolo o sin saber, al núcleo principal del carácter históri-
co del patrón de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, que for-
maba parte central del nuevo patrón mundial de poder constituido a partir de
América. El capitalismo mundial fue, desde la partida, colonial/moderno y euro-
centrado. Sin relación clara con esas específicas características históricas del ca-
pitalismo, el propio concepto de “moderno sistema-mundo” desarrollado, princi-
palmente, por Immanuel Wallerstein11 a partir de Prebisch y del concepto marxia-
no de capitalismo mundial, no podría ser apropiada y plenamente entendido.
10. Ver “Commercial policy in the underdeveloped countries”, American Economic Review, Papers and Procee -
dings, vol XLIX, mayo 1959. También The Economic Development in Latin America and its Principal Problems,
ECLA, United Nations, Nueva York, 1960. De Werner Baer, “The Economics of Prebisch and ECLA”, en Econo -
mic Development and Cultural Change , vol. X, enero 1962.
11. De Immanuel Wallerstein ver, principalmente, The Modern World-System, 3 vol., Academic Press Inc., Nueva
York, 1974-1989, 3 vols. De Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein, World-Systems Analysis. Theory and Metho -
dology, vol. 1, Sage Publications, Beverly Hills, 1982.
208
Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
209
Aníbal Quijano
dieron, es decir en variables medidas según los casos, las formas de producción
de conocimiento de los colonizados, sus patrones de producción de sentidos, su
universo simbólico, sus patrones de expresión y de objetivación de la subjetivi-
dad. La represión en este campo fue conocidamente más violenta, profunda y du-
radera entre los indios de América ibérica, a los que condenaron a ser una subcul-
tura campesina, iletrada, despojándolos de su herencia intelectual objetivada. Al-
go equivalente ocurrió en Africa. Sin duda mucho menor fue la represión en el
caso de Asia, en donde por lo tanto una parte importante de la historia y de la he-
rencia intelectual, escrita, pudo ser preservada. Y fue eso, precisamente, lo que
dio origen a la categoría de Oriente. En tercer lugar, forzaron -también en medi-
das variables en cada caso- a los colonizados a aprender parcialmente la cultura
de los dominadores en todo lo que fuera útil para la reproducción de la domina-
ción, sea en el campo de la actividad material, tecnológica, como de la subjetiva,
especialmente religiosa. Es este el caso de la religiosidad judeo-cristiana. Todo
ese accidentado proceso implicó a largo plazo una colonización de las perspecti-
vas cognitivas, de los modos de producir u otorgar sentido a los resultados de la
experiencia material o intersubjetiva, del imaginario, del universo de relaciones
intersubjetivas del mundo, de la cultura en suma13.
En fin, el éxito de Europa Occidental en convertirse en el centro del moder-
no sistema-mundo, según la apta formulación de Wallerstein, desarrolló en los eu-
ropeos un rasgo común a todos los dominadores coloniales e imperiales de la his-
toria, el etnocentrismo. Pero en el caso europeo ese rasgo tenía un fundamento y
una justificación peculiar: la clasificación racial de la población del mundo des-
pués de América. La asociación entre ambos fenómenos, el etnocentrismo colo-
nial y la clasificación racial universal, ayuda a explicar por qué los europeos fue-
ron llevados a sentirse no sólo superiores a todos los demás pueblos del mundo,
sino, en particular, naturalmente superiores. Esa instancia histórica se expresó en
una operación mental de fundamental importancia para todo el patrón de poder
mundial, sobre todo respecto de las relaciones intersubjetivas que le son hegemó-
nicas y en especial de su perspectiva de conocimiento: los europeos generaron
una nueva perspectiva temporal de la historia y re-ubicaron a los pueblos coloni-
zados, y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria his-
tórica cuya culminación era Europa14. Pero, notablemente, no en una misma línea
13. Acerca de esas cuestiones, ver George W. Stocking Jr ., Race, Culture and Evolution. Essays in the History of
Anthropology, The Free Press, Nueva York, 1968; Robert. C. Young: Colonial Desire. Hybridity in Theory, Culture
and Race , Routledge, Londres, 1995. De Aníbal Quijano, “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, ya citado.
También “Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina”, en Anuario Mariateguiano, vol. IX,
no.9, Lima, 1997; y “Réflexions sur l’Interdisciplinarité, le Développement et les Relations Inter culturelles”, en En -
tre Savoirs. Interdisciplinarité en acte: enjeux, obstacles, résultats. UNESCO-ERES, París, 1992; Serge Gruzinski,
La colonisation de l’imaginaire. Sociétés indigènes et occidentalisation dans le Mexique espagnol XVI-XVIII siècle,
Gallimard, París, 1988.
14. Véase de Walter Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization, Michi-
gan University Press, Ann Arbor ,1995. De J.M. Blaut, The Colonizers Model of the World. Geographical Diffusio -
nism and Eurocentric History, The Guilford Press, Nueva York,1993; y de Edgardo Lander, “Colonialidad, moder-
nidad, postmodernidad”, Anuario Mariateguiano, vol. IX, no. 9, Lima, 1997.
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Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
La cuestión de la modernidad
No me propongo aquí entrar en una discusión detenida de la cuestión de la
modernidad y de su versión eurocéntrica. Le he dedicado antes otros estudios y
volveré sobre ella después. En particular, no prolongaré este trabajo con una dis-
cusión acerca del debate modernidad-postmodernidad y su vasta bibliografía. Pe-
ro es pertinente, para los fines de este trabajo, en especial de la parte siguiente,
insistir en algunas cuestiones 16.
15. Acerca de las categorías producidas durante el dominio colonial europeo del mundo, existen un buen número de
líneas de debate: “estudios de la subalternidad”, “estudios postcoloniales”, “estudios culturales”, “multiculturalis-
mo”, entre los actuales. También una floreciente bibliografía demasiado larga para ser aquí citada y con nombres fa-
mosos como Guha, Spivak, Said, Bhabha, Hall, entre ellos.
16. De mis anteriores estudios, ver, principalmente, Modernidad, Identidad y Utopía en América Latina, Ediciones
Sociedad y Política, Lima, 1988; “Colonialidad y modernidad/racionalidad”, ya citado; y “Estado-nación, ciudada-
nía y democracia: cuestiones abiertas”, en Helena González y Heidulf Schmidt, (editores), Democracia para una
nueva sociedad, Nueva Sociedad, Caracas, 1998.
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Aníbal Quijano
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Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
ras, desde mucho antes de la formación de Europa como nueva id-entidad. Lo más
que realmente puede decirse es que, en el actual período, se ha ido más lejos en el
desarrollo científico-tecnológico y se han hecho mayores descubrimientos y reali-
zaciones, con el papel hegemónico de Europa y, en general, de Occidente.
Los defensores de la patente europea de la modernidad suelen apelar a la his-
toria cultural del antiguo mundo heleno-románico y al mundo del Mediterráneo
antes de América, para legitimar su reclamo a la exclusividad de esa patente. Lo
que es curioso de ese argumento es que escamotea, primero, el hecho de que la
parte realmente avanzada de ese mundo del Mediterráneo, antes de América, área
por área de esa modernidad, era islamo-judaica. Segundo, que fue dentro de ese
mundo que se mantuvo la herencia cultural greco-romana, las ciudades, el comer-
cio, la agricultura comercial, la minería, la textilería, la filosofía, la historia, cuan-
do la futura Europa Occidental estaba dominada por el feudalismo y su oscuran-
tismo cultural. Tercero que, muy probablemente, la mercantilización de la fuerza
de trabajo, la relación capital-salario, emergió, precisamente, en esa área y fue en
su desarrollo que se expandió posteriormente hacia el norte de la futura Europa.
Cuarto, que solamente a partir de la derrota del Islam y del posterior desplaza-
miento de la hegemonía sobre el mercado mundial al centro-norte de la futura Eu-
ropa, gracias a América, comienza también a desplazarse el centro de la actividad
cultural a esa nueva región. Por eso, la nueva perspectiva geográfica de la histo-
ria y de la cultura, que allí es elaborada y que se impone como mundialmente he-
gemónica, implica, por supuesto, una nueva geografía del poder. La idea misma
de Occidente-Oriente es tardía y parte desde la hegemonía británica. ¿O aún ha-
ce falta recordar que el meridiano de Greenwich atraviesa Londres y no Sevilla o
Venecia?18
En ese sentido, la pretensión eurocéntrica de ser la exclusiva productora y
protagonista de la modernidad, y de que toda modernización de poblaciones no-
europeas es, por lo tanto, una europeización, es una pretensión etnocentrista y a
la postre provinciana. Pero, de otro lado, si se admite que el concepto de moder-
nidad se refiere solamente a la racionalidad, a la ciencia, a la tecnología, etc., la
cuestión que le estaríamos planteando a la experiencia histórica no sería diferen-
te de la propuesta por el etnocentrismo europeo, el debate consistiría apenas en la
disputa por la originalidad y la exclusividad de la propiedad del fenómeno así lla-
mado modernidad, y, en consecuencia, moviéndose en el mismo terreno y según
la misma perspectiva del eurocentrismo.
Hay, sin embargo, un conjunto de elementos demostrables que apuntan a un
concepto de modernidad diferente, que da cuenta de un proceso histórico especí-
fico al actual sistema-mundo. En ese concepto no están, obviamente, ausentes sus
referencias y sus rasgos anteriores. Pero más bien en tanto y en cuanto forman
parte de un universo de relaciones sociales, materiales e intersubjetivas, cuya
18. Sobre esto las agudas observaciones de Robert J.C Young, op. cit.
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Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
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Aníbal Quijano
tanto, un fenómeno nuevo que ingresa a la historia con América y en ese sentido
hace parte de la modernidad. Pero cualesquiera que fuesen, esos cambios no se
constituyen desde la subjetividad individual, ni colectiva, del mundo preexistente,
vuelta sobre sí misma, o, para repetir la vieja imagen, esos cambios no nacen co-
mo Minerva de la cabeza de Zeus, sino que son la expresión subjetiva o intersub-
jetiva de lo que las gentes del mundo están haciendo en ese momento.
Desde esa perspectiva, es necesario admitir que América y sus consecuencias
inmediatas en el mercado mundial y en la formación de un nuevo patrón de po-
der mundial, son un cambio histórico verdaderamente enorme y que no afecta so-
lamente a Europa sino al conjunto del mundo. No se trata de cambios dentro del
mundo conocido, que no alteran sino algunos de sus rasgos. Se trata del cambio
del mundo como tal. Este es, sin duda, el elemento fundante de la nueva subjeti-
vidad: la percepción del cambio histórico. Es ese elemento lo que desencadena el
proceso de constitución de una nueva perspectiva sobre el tiempo y sobre la his-
toria. La percepción del cambio lleva a la idea del futuro, puesto que es el único
territorio del tiempo donde pueden ocurrir los cambios. El futuro es un territorio
temporal abierto. El tiempo puede ser nuevo, pues no es solamente la extensión
del pasado. Y, de esa manera, la historia puede ser percibida ya no sólo como al-
go que ocurre, sea como algo natural o producido por decisiones divinas o miste-
riosas como el destino, sino como algo que puede ser producido por la acción de
las gentes, por sus cálculos, sus intenciones, sus decisiones, por lo tanto como al-
go que puede ser proyectado, y, en consecuencia, tener sentido23.
Con América se inicia, pues, un entero universo de nuevas relaciones mate-
riales e intersubjetivas. Es pertinente, por todo eso, admitir que el concepto de
modernidad no se refiere solamente a lo que ocurre con la subjetividad, no obs-
tante toda la tremenda importancia de ese proceso, sea que se trate de la emergen-
cia del ego individual, o de un nuevo universo de relaciones intersubjetivas entre
los individuos y entre los pueblos integrados o que se integran en el nuevo siste-
ma-mundo y su específico patrón de poder mundial. El concepto de modernidad
da cuenta, igualmente, de los cambios en la dimensión material de las relaciones
sociales. Es decir, los cambios ocurren en todos los ámbitos de la existencia so-
cial de los pueblos y, por tanto de sus miembros individuales, lo mismo en la di-
mensión material que en la dimensión subjetiva de esas relaciones. Y puesto que
se trata de procesos que se inician con la constitución de América, de un nuevo
patrón de poder mundial y de la integración de los pueblos de todo el mundo en
ese proceso, de un entero y complejo sistema-mundo, es también imprescindible
admitir que se trata de todo un período histórico. En otros términos, a partir de
América un nuevo espacio/tiempo se constituye, material y subjetivamente: eso
es lo que mienta el concepto de modernidad.
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Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
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Aníbal Quijano
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N T I C O
O C E A N O PA C I F I C O
a colonialidad
del saber:
8 P- K 5
^urocentrismo
I 1.
D O R y ciencias sociales
perspectivas latinoamericanas
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3 C II A N O
Edgardo Lander
\ L A N T I C O Editor
Europa, modernidad y eurocentrismo
Enrique Dussel 1
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Enrique Dussel
Esquema 1
4. Esto explica, en parte, que las luchas de la desarticulada Yugoslavia desde 1991 tienen “larga historia” (la Croa-
cia latina, posteriormente católica, contra la Serbia griega, que después será ortodoxa).
5. Mucha razón tiene Samir Amin, Eurocentrism, Monthly Review Press, Nueva York, 1989, cuando escribe: “Ch -
ristianity and Islam are thus both heirs of Hellenism and remain, for this reason, twin siblings, even if they have
been, at certain moments, relentless adversaries” (p.26). Muestra muy bien que la filosofía helenística sirvió prime-
ro al pensamiento cristiano bizantino (del siglo III al VII), posteriormente al árabe musulmán (cuyo esplendor co-
mienza en el VIII siglo hasta el XII, de inspiración aristotélica), y posteriormente el tiempo clásico escolástico lati-
no desde fines del siglo XII (también aristotélico). El renacimiento platónico en Italia en el siglo XV, en cambio, se-
rá ya de origen cristiano bizantino.
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Enrique Dussel
Esquema 2
7. Por ejemplo, Charles Taylor (Sources of the Self. The Making of the Modern Identity, Harvard University Press,
Cambridge, 1989) habla de Platón, Agustín, Descartes, etc. Es decir, la secuencia griega-romano cristiana-moderna
europea, como siendo unilineal.
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Esquema 3
Aclaración: la flecha a indica la procedencia del homo sapiens en América
y las influencias neolóticas del Pacífico; nada más.
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53
Historias de Filósofos 6
¿Por qué
mataron a
Sócrates?
Historias de Filósofos 7
Tal vez por haber hablado del tema durante dos mil
quinientos años, hemos terminado por acostumbrarnos a la idea de
que hayan matado a Sócrates. El hecho, sin embargo, es
sencillamente insólito y nuestro asombro vuelve a despertarse cada
vez que repasamos aquellos acontecimientos.
Es que Sócrates era un mal candidato para la cicuta. No
solamente era un ciudadano leal, respetuoso de sus deberes tanto
en la paz como en la guerra, sino que era un hombre relativamente
conservador, algo chapado a la antigua, completamente alejado de
la imagen tradicional del revolucionario o del agitador. Su aura de
cruzado de la verdad sacrificado por una mayoría ignorante es una
invención del siglo XVIII. A ojos de sus conciudadanos Sócrates
era un buen vecino que, a lo sumo, podía volverse algo molesto
con sus preguntas. Por otra parte, el régimen que lo condenó a
muerte no fue una, dictadura sangrienta ni una monarquía
despótica, sino esa tolerante democracia griega de la que solemos
hablar con admiración y respeto.¿Qué extraña combinación de
circunstancias tuvo que producirse para dar lugar a un desenlace
tan penoso?
filósofos.
Sócrates y Atenas
Sócrates ciudadano. Las dos nos dan una imagen simpática del
personaje pero, a escala ateniense, son muy poco impresionantes.
Es que la vida y la política estaban ligadas en esa ciudad
hasta un punto que hoy nos cuesta imaginar. Los atenienses
empezaban a prepararse para participar en los asuntos públicos
casi desde niños. Todavía adolescentes, los futuros ciudadanos
empezaban a ser integrados a los banquetes y a las tertulias de sus
mayores. Allí conocían a las figuras más importantes del arte y de
la política, al tiempo que aprendían a argumentar, a discutir y a
persuadir a los demás. En esa misma época empezaban a
frecuentar el gimnasio, preparándose para servir como soldados.
Luego se integraban a la asamblea y a partir de los treinta años se
convertían en ciudadanos plenos, con derecho a ser electos para
todos los cargos de la administración.
nadie pensaba que hablar fuera una pérdida de tiempo. ¿De qué
había hablado Sócrates para que lo suyo fuera tan especial en ese
contexto? Sencillamente había hablado de todo: de la virtud, de la
verdad, de la ciencia, de la justicia, de la belleza, del amor, de la
Muerte, de la vida. Y más que hablar, había preguntado. Había
tratado de saber qué pensaban sus vecinos para ver qué podía
sostenerse con razonable firmeza.
Aquí parece estar una de las claves del problema: el
trabajo de Sócrates no consistía tanto en afirmar como en poner en
duda. Se había propuesto mostrar a los atenienses que sus
opiniones y sus juicios estaban basados en la costumbre y no en la
razón, de modo que eran incapaces de defender con argumentos lo
que tenían por bueno, por justo o por verdadero. Se trataba de una
tarea capaz de exasperar a cualquiera y él la llevaba a cabo con
verdadera impertinencia. Su método consistía en pedir la
definición de un concepto aparentemente claro para deducir de allí
una serie de consecuencias insospechadas y contradictorias.
Sócrates enredaba a su interlocutor con sus propias palabras y lo
alentaba a reformular el concepto. Pero luego volvía a hacerla
trizas y lo dejaba todavía más perplejo. Como si todo esto fuera
poco, sus palabras estaban permanentemente adornadas con
declaraciones de humildad: "Sólo sé que no sé nada. Sólo repito el
oficio de mi madre: con mis preguntas saco a luz ideas que son de
otros".
Detrás de estas declaraciones falsamente modestas había
un objetivo muy poco tranquilizador: se trataba de poner en
evidencia todo lo que había de infundado o de poco claro en las
ideas que eran ampliamente aceptadas por los atenienses de su
tiempo. Pero no seamos injustos con los antiguos griegos. Ellos
conocían perfectamente la diversidad de opiniones y habían hecho
un culto de la tolerancia. La prédica de Sócrates podía parecerles
Historias de Filósofos 16
La perplejidad y la crispación
jóvenes que les pagan y, más todavía, los padres que ponen a sus
hijos en sus manos. Pero las peores de todos son las ciudades que
los reciben dentro de sus muros, en lugar de expulsar sin
excepción a todo individuo, sea extranjero o no, que tenga esa
profesión.”
Las cosas estaban tomando un tinte poco tranquilizador.
Los nuevos intelectuales habían conmovido la cultura tradicional
diciendo que la costumbre no alcanzaba para justificar las
convicciones y que aun lo más sagrado debía encontrar un
fundamento en la razón. Los jóvenes aristócratas habían
convertido ese lema en un grito de guerra y se habían lanzado a la
destrucción de la tradición. Un grupo de ellos había llegado a
fundar un Club de Adoradores del Mal que se dedicaba a burlarse
de los cultos ancestrales. Una de sus actividades preferidas
consistía en organizar enormes y ruidosos banquetes precisamente
en los días de recogimiento y ayuno. Y las cosas no terminaban
allí. Una mañana del año 415 antes de Cristo, en plena guerra
contra Esparta, los atenienses descubrieron horrorizados que las
estatuas sagradas que protegían a la ciudad habían sido mutiladas.
Durante la noche, algún grupo que nunca fue identificado pero que
sabía dónde golpear había cometido un acto que hubiera sido
inimaginable pocos años atrás. "Esto es demasiado -pensaba el
ateniense común-; esto nos va a traer la ira de los dioses." y lo peor
es que ese hombre sencillo tuvo la plena confirmación de sus
temores.
La segunda mitad del siglo V antes de Cristo fue uno de
los períodos más calamitosos de la historia de Atenas. En el 431 se
desató la Guerra del Peloponeso, ese largo conflicto contra Esparta
que terminó en una derrota abrumadora. En un lapso de apenas
cuatro años (entre el 430 y el 426) dos epidemias de peste cayeron
sobre la ciudad y mataron a un tercio de la población. La peste se
Historias de Filósofos 19
llevó entre otros al propio Pericles, que no sólo era el jefe político
y militar de la ciudad sino el símbolo viviente de su grandeza. En
el 415 los atenienses hicieron un último intento por revertir la
situación militar y reunieron todas sus fuerzas para conquistar
Sicilia. Pero cuando los barcos acababan de dejar el puerto se
descubrió la mutilación de las estatuas sagradas y el terror se
apoderó de la ciudad: los supuestos culpables fueron perseguidos,
expropiados o ejecutados tras juicios sumarísimos. Entre los
sospechosos figuraba Alcibíades, un aristócrata joven y ambicioso
que comandaba la flota de guerra. Alcibíades fue convocado a
Atenas para ser sometido a juicio pero, en lugar de obedecer, se
escapó a Esparta y empezó a colaborar. con el enemigo. La
expedición a Sicilia terminó en un desastre y en Atenas hubo un
golpe de estado. La guerra duró todavía unos años pero en el 405
se produjo la derrota definitiva. La ciudad se rindió y fue ocupada
por las fuerzas espartanas. Sus habitantes quedaron en manos de
los Treinta Tiranos.
Esta sucesión de calamidades demandaba alguna
explicación y los ojos de muchos atenienses empezaron a dirigirse
hacia los nuevos intelectuales. Con su racionalismo a ultranza y su
relativismo moral, esos nuevos maestros habían traído los peores
males imaginables a la ciudad. La irreverencia y los sacrilegios de
sus discípulos habían terminado por desatar la furia de los dioses.
La guerra, la peste, los golpes oligárquicos eran la consecuencia
inevitable del abandono de la vieja sabiduría.
En todo esto había un enorme malentendido, pero
también un conflicto muy real. La sabiduría convencional griega
(la que transmitían los poemas de Homero) había sido siempre una
sabiduría de los límites: la innovación política debía respetar la
costumbre, la discusión moral debía contemplar la tradición, la
religión debía continuar con los usos del pasado, el conocimiento
Historias de Filósofos 20
riesgo de estallar.
Con el paso de los siglos hemos aprendido que una
sociedad puede tolerar mucha más heterogeneidad y mucha más
complejidad que lo que creían los antiguos griegos, pero eso no
quita que su pregunta siga teniendo sentido. De hecho, es probable
que hoy lo tenga más que nunca, así como es probable que siga
ganándolo en el futuro.
La cultura tradicional ateniense había ingresado en una
profunda crisis y esto planteaba un problema de supervivencia en
tanto sociedad. Los atenienses empezaron a defenderse como
podían de ese peligro y, como casi siempre ocurre cuando
actuamos crispados, en general lo hicieron mal.
A principios de la guerra con Esparta fue incorporado a
la legislación ateniense el delito de impiedad, que podía aplicarse a
todos quienes pusieran en duda la existencia de los dioses. Por lo
que sabemos, la norma fue propuesta por un tal Diopites hacia el
año 432 antes de Cristo, con el objeto de perseguir a quienes
buscaban explicaciones naturales para los fenómenos que hasta
entonces habían sido considerados divinos. Pero el hecho es que la
nueva ley fue usada casi exclusivamente para atacar al círculo de
intelectuales y de artistas que rodeaba a Pericles, que eran los
representantes más visibles de la nueva mentalidad.
El primer acusado fue Anaxágoras, un filósofo que
enseñaba que el sol y los cometas eran piedras incandescentes, que
la luna era una piedra fría de relieve montañoso y que el trueno era
el resultado de una colisión entre nubes. El acusado fue condenado
a muerte y terminó huyendo de la ciudad. El siguiente ataque se
dirigió contra el escultor Fidias, a quien los atenienses debían los
frisos del Partenón y algunas de las estatuas más famosas de
Grecia. Fidias fue acusado de utilizar su arte para divinizarse a sí
mismo: aparentemente había esculpido su propio retrato en algún
Historias de Filósofos 22
rodeaban. Esta complejidad tal vez explique por qué fue juzgado y
condenado en un tiempo en que poca gente corría ese peligro,
como lo prueba el hecho de que no se conozcan procesos
semejantes al suyo en las décadas posteriores. Sócrates fue llevado
a juicio como nuevo intelectual y por delitos de opinión. Pero es
seguro que si el mismo no hubiera colaborado activamente con sus
censores, difícilmente hubiera conocido el sabor de la cicuta.
****
Sócrates figura en todas las obras de Platón que nos han llegado (salvo en la última),
pero el problema es que no se trata del filósofo que realmente vivió en Atenas sino de
un personaje literario. Lo que hizo Platón fue servirse del recuerdo de su maestro para
convertido en el portavoz de sus propias ideas. Seguramente pensó que ese era el
mayor homenaje que podía hacerle, pero lo malo es que "su" Sócrates tiene poco que
ver con el personaje histórico. Con todo, hay tres obras que nos permiten reconstruir
momentos importantes de su vida. Una de ellas es la célebre Apología de Sócrates, que
es una defensa ficticia ante el tribunal. La segunda es un diálogo llamado Critón, que
se desarrolla en la prisión y en el que Sócrates da sus razones para rechazar la
propuesta de escaparse de Atenas. La tercera obra es el diálogo Fedón, que relata la
muerte de Sócrates. Solamente las obras que Platón escribió en su juventud nos sirven
para conocer algo acerca de las ideas de su maestro; las que produjo cuando ya era un
filósofo maduro no tienen mucho valor desde este punto de vista, aunque son las más
interesantes para estudiar al propio Platón. El segundo testigo de primera mano es
Jenofonte, que también frecuentó el círculo de Sócrates y que compartía con Platón su
origen aristocrático y su escaso entusiasmo por la democracia. La obra de Jenofonte es
poco original intelectualmente, pero aporta algunos datos biográficos que parecen más
confiables que los de Platón. Nos ha llegado de él una colección de anécdotas acerca
de su antiguo maestro (las Memorables o, según las traducciones más recientes,
Recuerdos de Sócrates), una Apología muy distinta de la que escribió Platón y algunos
diálogos en los que Sócrates aparece como personaje. "Su" Sócrates resulta ser un
hombre sensato, respetuoso de las leyes y de los dioses, relativamente crítico de la
democracia pero no muy contamos que, en el siglo II después de Cristo, todavía se
conservaba en los archivos de Atenas el texto de la acusación de Meleto (Vidas de
filósofos 2, 40) Fuera de este dato importante, casi todo lo que dice es fruto de su
imaginación o de la imaginación de sus informantes.
En la redacción de este texto aludí, sin citados, a diferentes pasajes de
estas obras. La referencia a la magistratura desempeñada por Sócrates es original
como pensador. El mayor problema de esta imagen es que cuesta entender por qué los
atenienses mataron a alguien tan inofensivo.
Finalmente, como tercer testigo directo está el comediante Aristófanes,
cuyas obras (en especial Las nubes) son claramente difamatorias. Pero esas comedias
pueden decimos algo acerca de cómo era percibido el Sócrates real por parte de sus
enemigos.
También en la antigüedad, pero mucho más tarde, Diógenes Laercio
dedicó a Sócrates un capítulo de su libro Vidas de filósofos. Diógenes no es en general
muy digno de confianza, pero en este caso se apoya en un tal Favorino para hecha por
Platón (Apología 32b) y por Jenofonte (Helénicas 1,7,12-15). El episodio de León de
Salamina aparece en la Apología platónica (32c) y en las Memorables de Jenofonte
(lV, 4, 4) También Platón nos cuenta la historia del Oráculo de Delfos (Apología 23a)
Historias de Filósofos 40
y nos transmite el juicio de Anito acerca de los sofistas y su clientela (Menón 42a).
Jenofonte habla del conflicto entre Sócrates y Anito en su Apología 29. El texto de la
acusación nos ha llegado a través del propio Jenofonte (Memorables 1,1,1) Y de
Diógenes Laercio. Sócrates habla de su daimon interior, vinculándolo a la acusación
de Meleto, en la Apología de Platón (31 d). También Jenofonte habla del tema, y en
general de la religiosidad de Sócrates, en las Memora,b,l (s (1,1,2) y en la Apología
(Xl, 13). Aquí y allá hice alusiones a textos de Aristóteles, por más que éste nació
varios años después de la muerte de Sócrates. La referencia a la polis, a los animales y
a los dioses aparece en el libro 1 de la Política (I253a26). En esta misma obra se
encuentran algunas reflexiones que ilustran la concepción griega de la esclavitud (VII,
14, 1333b38 Y VII, 15, 20). El texto de Hegel sobre la muerte de Sócrates proviene de
sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, 2a. parte, cap. III. La alusión
al intento de Platón de convertir a un tirano en rey-filósofo refiere a su relación con
Dionisio de Siracusa. Un relato auto biográfico de este episodio puede leerse en la
Carta VII, esto es, en la séptima de las cartas presuntamente escritas por Platón que
han llegado hasta nosotros.
En cuanto a la literatura contemporánea, seguí de cerca las ideas del
historiador Moses Finley, de quien utilicé El nacimiento de la política (Barcelona,
Crítica-Grijalbo, 1986) y dos artículos que aparecen en libros diferentes: "Sócrates y la
Atenas postsocrática" (publicado en Vieja y nueva democracia, Barcelona, Ariel,
1980) y "Socrate and Athens" (publicado en Aspects of Antiquity, Londres, Chatto &
Windus, 1968). La idea del contraste entre el "Sócrates renovador" y el "Sócrates
arcaico" es tratada por el propio Finley, así como por Francisco Rodríguez Adrados en
La Democracia Ateniense (Madrid, Alianza, 1985). También Alasdaire MacInryre se
ocupa del punto en su Historia de la Ética (Buenos Aires, Paidós, 1970) yen Tras la
Virtud (Barcelona, Crítica, 1987). En diferentes momentos utilicé ideas o datos de las
siguientes obras: La prudence chez Aristote, de Pierre Aubenque (París, PUF, 1986);
Politeia dans la pensée grecque, de Jacqueline Bordes (París, Les Belles Lettres,
1982); Platos Socrates, de Thomas Brickhouse y Nicholas Smith (Oxford, Oxford
Universiry Press, 1994); Les lois dans la pensée grecque, de Jacqueline De Romilly
(París, Les Belles Lettres, 1971); La Crece antique a la découverte de la liberté,
también de De Romilly (París, Editions de Fallois, 1989); Socrate(s), de Sarah
Kofman (París, Éditions Galilée, 1989); Citizenship. The Civic Ideal in World History,
Politics and Education, de Derek Heater (Londres, Longman, 1990). También consulté
dos artículos de Gregory Vlastos: "Socrates' Disavowal of Knowledge" (Philosophical
Quarterly 35, 138, January 1988) y "The Historical Socrates and Athenian
Democracy" (Political Theory 11, 4, November 1983), así como su libro Socrates,
Ironist and Moral Philosopher (Ithaca, Comell Universiry Press, 1991). Como obras
específicas acerca del juicio a Sócrates consulté Socrates on Trial, de Thomas
Brickhouse y Nicholas
Historias de Filósofos 41
Eloísa y Abelardo
Una historia de
Amor en el siglo XII
Historias de Filósofos 60
El gordo , el buey
y el santo
Tomás de Aquino impresionaba vivamente a los
hombres de su tiempo. Pero lo que saltaba a primera vista no era
su talento como filósofo ni su brillantez como teólogo, sino lo
descomunal de su silueta. Porque Tomás era gordo,
inverosímilmente gordo. Tan grande y gordo era que un día hubo
que recortar su mesa de trabajo para que pudiera encajar el
abdomen sin violencia. Y no solo eso. También hubo que reformar
el comedor y la capilla del monasterio donde vivía, en un intento
desesperado por asegurar la comodidad propia y ajena.
Tomás nació gordo y gordo vivió hasta el fin de sus
días. Cuando la muerte lo sorprendió en medio de un viaje, a los
cuarenta y nueve años de edad, los monjes de Fossanova tuvieron
que fabricar un cajón especialmente diseñado para que pudiera
contenerlo. Pero con esto sólo consiguieron crearse un nuevo
problema, porque Tomás había muerto en una habitación del
primer piso y no hubo fuerza humana ni intervención divina capaz
de hacer bajar el féretro por la estrecha escalera de piedra. Tomás
terminó abandonando este mundo por la ventana, como un ladrón
o un amante secreto.
***
Introducción
c Tomás Várnag y*
Nicolás Maquiavelo
por amor a la patria
“ha orinado en tantas nieves”.
Epitafio compuesto por amigos.
Tanto nomini nullum par elogium,
Nicolaus Machiavelli.
[Ningún epitafio iguala a tan gran nombre,
Nicolás Maquiavelo.]
Inscripción en la tumba.
E
n los últimos quinientos años muy pocos nombres (e ideas asociadas a
los mismos) en la historia de Europa han causado mayores desacuerdos
y controversias que el de Nicolás Maquiavelo1 y todos los que han escri-
to sobre él, desde diferentes perspectivas, lo consideran como uno de los pensa-
dores más importantes de su siglo. Quien lo lea hoy no puede menos que sentir
que las cuestiones que él debate siguen siendo las de nuestra propia época.
¿Quién era el Secretario Florentino? Se define en una carta a Francisco Guicciar-
dini como “... historiador, cómico y trágico...” (E: 21 octubre 1525)**. Fue, indu-
dablemente, un hombre fascinante, ciudadano y funcionario, político y teórico,
poeta e historiador, autor de obras teatrales, hombre de acción y de meditación.
La razón por la cual continúa el vigor de la polémica acerca de los temas de
su obra es porque cada generación debe repreguntarse las mismas cuestiones que
él analizó: ¿Cuál es la función y naturaleza del Estado? ¿Cuál es el papel de la
violencia y el consenso? ¿Cuál es la mejor forma de gobierno? ¿Cómo se logra el
bien común? ¿Qué relación existe entre el conflicto, el orden y la libertad? ¿Pue -
de haber una ciencia política que prevenga a los gobernantes? ¿En qué medida in-
*
Profesor de Teoría Política y Social I y II, Carrera de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
de Buenos Aires.
**
En adelante, E: Epistolario (se indican fechas de las cartas), P: El Príncipe (capítulos), D: Discursos (libros y ca-
pítulos), A: Del arte de la guerra (libros), B: Escritos políticos breves (las numeraciones corresponden a las divisio-
nes de la edición utilizada). Consultar bibliografía.
9
Fortuna y virtud en la república democrática
fluyen los factores subjetivos y objetivos en la política? ¿Existe una relación en-
tre ética y política, entre el ser y el deber ser? ¿Qué rol deben cumplir la Iglesia,
la religión, los militares? ¿Qué es más importante, la patria o el individuo?
Contexto histórico
Desde el siglo XVhasta el XVI se produce una serie de transformaciones que
convulsionan a Europa occidental en un período que conocemos como el Rena-
cimiento, que implicó una especie de nueva era, un recuperar a los griegos y ro-
manos y adaptarlos al nuevo espíritu de los tiempos produciendo cambios en to-
dos los aspectos de la vida humana. Maquiavelo, al igual que Leonardo y Miguel
Angel, es una de las máximas encarnaciones del espíritu del Renacimiento italia-
no. En este largo ciclo de transición del feudalismo al capitalismo surgen nuevas
realidades técnicas, un fuerte desarrollo económico y un gran desarrollo de las
ciudades, el comercio y la manufactura; se elabora la moderna imagen del mun-
do gracias al descubrimiento de América, la revolución astronómica de Copérni-
co y Kepler y el desarrollo de ciencias inductivas y experimentales como la físi-
ca de Galileo; existe una nueva representación y exaltación de la naturaleza en
donde la visión del mundo medieval que mira hacia un más allá es sustituida por
una realidad que hay que explorar y dominar, un redescubrimiento cultural de la
antigüedad pagana y una revalorización del hombre con el surgimiento del indi-
vidualismo, sumándose al desarrollo de las lenguas vernáculas y a la renovación
del pensamiento religioso con la Reforma que, entre otras cuestiones, niega las
jerarquías de Roma.
En el aspecto político nos encontramos, en primer lugar, con la declinación
del feudalismo y el comienzo del fin de la fragmentación política junto con la
aparición y crecimiento de las monarquías absolutas -en España, Francia e Ingla-
terra- que reducen a la impotencia a los señores y asambleas feudales; en segun-
do lugar, el desarrollo de una cultura y una política cada vez más secularizada
acompañada de críticas a la Iglesia de Roma, que tendrá su máxima expresión en
la Reforma y en la ruptura de la presunta unidad europea bajo la hegemonía del
Papado; y, finalmente, la nueva conciencia del hombre que labra su peculiar des-
tino creando su propia historia y dejando atrás la idea de ser el centro de un uni-
verso creado y dirigido por Dios. La extraordinaria vitalidad del Renacimiento
origina modos de meditación política que se extienden desde los extremos del
más resuelto realismo hasta los del utopismo. Esta tendencia a la consolidación y
unión fue un hecho en los países mencionados, pero no se dio en la Italia de Ma-
quiavelo, dividida en numerosos principados feudales, ciudades libres, reinos, re-
públicas, ducados y otras unidades políticas que no lograron la unificación hasta
la segunda mitad del siglo XIX.
10
Tomás Várnagy
División de Italia
Ningún Estado italiano era estable, pues cualquier ciudad pequeña podía ser
atacada por algún vecino poderoso; algunos mercenarios2 exitosos se erigían en
gobernantes y las luchas políticas internas terminaban en tumultos y huidas pre-
cipitadas; los exiliados, tales como los Médicis florentinos, intrigaban con ami-
gos y extraños dentro y fuera de la ciudad hasta poder derrocar a sus oponentes y
regresar. Además, las ciudades conquistadas frecuentemente se rebelaban en con-
tra de sus dominadores cuando se presentaba una oportunidad favorable. La mo-
ralidad en la política llegaba a un nivel muy bajo y las circunstancias obligaban
a la violencia y la crueldad debido a las ambiciones de los rivales y a las podero-
sas influencias de los nobles. A las luchas intestinas entre las diferentes facciones
y las querellas entre las unidades políticas soberanas se añadían los intereses de
las potencias europeas para lograr una tajada de la apetitosa torta italiana.
Las cinco principales potencias en la península eran: el reino de Nápoles, los te-
rritorios de la Iglesia de Roma, la república de Florencia, el ducado de Milán y la re-
pública de Venecia, junto con muchas otras unidades políticas menores entre las cua-
les existía un relativo equilibrio de poder. Los cinco grandes buscaban expandir su au-
toridad territorial y, como resultado, se pasó de las luchas internas de períodos ante-
riores a conflictos con potencias vecinas, fuesen repúblicas o Estados despóticos. Por
ejemplo, la expansión comercial de Florencia estuvo detenida hasta que logró una sa-
lida al mar en las costas occidentales conquistando Pisa en 1406 y comprando Livor-
no a los genoveses en 1421, con lo que se obtuvo el control de la costa toscana.
El reino de Nápoles incluía el sur de Italia con excepción de Sicilia, que per-
tenecía a Fernando de España. Carlos VIII de Francia marchó a Nápoles a través
de Italia en 1494-95 encontrando muy poca resistencia. Luego Fernando expulsó
a los franceses y, más tarde, acordó con Luis XII (sucesor de Carlos) dividirse Ná-
poles (P: 3) pero, posteriormente, fueron a la guerra y los franceses resultaron
nuevamente echados. El sucesor de la corona española, el rey Carlos I, luego em-
perador Carlos V, fue uno de los más poderosos monarcas del continente y man-
tuvo su poderío en el sur de Italia.
Los Estados Papales también eran un factor de poder importante en toda la
Europa católica y el Papa poseía un considerable territorio en el centro de la pe-
nínsula. La efectividad de la soberanía papal dependía de su carácter y persona-
lidad, que podía tener o no autoridad sobre las ciudades y baronías sujetas a él.
Además, los cambios de Papa ocurrían con mucha mayor frecuencia que en otros
Estados debido a la avanzada edad en la cual eran electos; y, por ejemplo, Alejan-
dro VI quiso ayudar en todo lo posible a su hijo César Borgia, pero un Papa pos-
terior a la muerte de aquél, Julio II, hizo todo lo posible para arruinarlo.
La mayoría de los territorios de la Iglesia de Roma estaban dominadas por je-
fes mercenarios y, por otro lado, tanto Milán como Venecia amenazaban territo-
11
Fortuna y virtud en la república democrática
rios del Papa, al mismo tiempo que existían constantes fricciones en la frontera
con Florencia. La decisión del Papa Eugenio IV de coronar a Alfonso de Aragón
como rey de Nápoles fortaleció la seguridad de Roma y, hacia mediados del siglo
XV, el Papa era tan poderoso que era tratado como un igual entre las otras poten-
cias de la península. Los papas comenzaron a utilizar a miembros de su familia
para controlar sus posesiones y pronto se realizaron acusaciones de nepotismo
que aumentaron el descontento de los reformadores en el siglo XVI. El mayor ím-
petu, en esta tendencia, se dio a través de las conquistas de César Borgia, hijo ile-
gítimo del Papa Alejandro VI.
Al norte de Roma estaba la región de Toscana, dominada por la rica ciudad
de Florencia, que se había extendido gradualmente durante siglos a través de la
conquista. No era fácil mantener el fuerte espíritu de independencia de muchos
pueblos y aldeas toscanas, que eran súbditos remisos. Pisa, por ejemplo, se libe-
ró de Florencia con la asistencia de Carlos VIII en 1494 y mantuvo su libertad
con las armas hasta 1509. La ciudad de Siena, por otro lado, era independiente.
En el noroeste encontramos el ducado y la ciudad de Milán, con Francisco
Sforza que llegó al poder en 1450 y conquistó Génova en 1463, cultivando una
estrecha relación con Francia. Su hijo, el duque Galeazzo, gobernó de 1466 a
1476, pero carecía de la competencia de su padre y fue asesinado por un grupo de
conspiradores, aunque los sentimientos republicanos ya habían desaparecido des-
pués de tantos años de gobierno principesco. El hijo del duque era menor y su ma-
dre fue entonces la regente, pero en 1480 Ludovico el Moro, su tío, la echó con
ayuda del Papa y del rey de Francia.
La república de Venecia debía su riqueza principalmente al comercio maríti-
mo y, en realidad, era una oligarquía, uno de los gobiernos más celebrados y ad-
ministrativamente eficientes del mundo renacentista. Sus territorios eran el resul-
tado de conquistas por parte de tropas mercenarias de quienes dependía su defen-
sa, por lo cual no hubo una consolidación efectiva. Maquiavelo menciona que los
venecianos perdieron en una batalla (Valiá) lo que habían conquistado en ocho si-
glos. Pese a esta derrota, y otra en 1513 (Vicenza), Venecia siguió siendo un Es-
tado poderoso y mantuvo un lugar prominente en los asuntos italianos.
Intereses extranjeros
Las naciones de Europa se expandían a costa de sus vecinos. Francia y Espa-
ña rivalizaban en sus propias fronteras y varios ejércitos de allende los Alpes des-
cendieron repetidas veces sobre una Italia desunida y desprotegida. La compleji-
dad no estaba solamente en estos cinco Estados y otros más pequeños como Lu-
ca, Mantua y Ferrara, sino en la relación de cada uno de ellos con los países fue-
ra de la península. Nápoles, como parte de los dominios de Carlos V, rey de Es-
paña y Emperador del Sacro Imperio Romano, era muy diferente a una Nápoles
12
Tomás Várnagy
Florencia
Debido a su ubicación en el centro de Italia, Florencia se enfrentaba regular-
mente con príncipes agresivos que desde el norte y el sur deseaban expandir sus
13
Fortuna y virtud en la república democrática
14
Tomás Várnagy
Vida y obra
Nicolás Maquiavelo nació en Florencia el 3 de mayo de 1469. Provenía de
una antigua familia de la pequeña nobleza y poco se conoce de sus primeros años
de vida. Su educación fue adecuada, recibiendo una aceptable formación huma-
nística, aunque no llegó a aprender el griego. En 1498, a los veintinueve años, ob-
tiene un puesto público en el momento en que Florencia era una república, traba-
jando durante catorce años al servicio de la ciudad con crecientes influencias y
responsabilidades como jefe de la Segunda Cancillería, secretario de los Diez, o
de la Señoría. Con la acumulación de estos cargos se convierte en uno de los fun-
cionarios más importantes del gobierno, equivalente moderno a la jefatura de
asuntos interiores, secretario de guerra y de relaciones exteriores. Comienza un
período de actividad que le dio un admirable conocimiento de los asuntos inter-
nos y externos de su república y sus deberes lo llevaron frecuentemente a dife-
rentes partes de la península e incluso a Francia, Suiza y Alemania.
Su misión más notable fue acompañar, como agente diplomático florentino,
a César Borgia 7 en 1502, siendo ésta una inmejorable oportunidad para observar
a un líder capaz y ser testigo de sus acciones; luego, en 1506 acompañó al ague-
rrido Papa Julio II. Además de estos viajes, tuvo importantes tareas en el territo-
rio de Florencia: en 1506 y 1507 se dedicó a la leva de milicias, siendo el princi-
pal impulsor de la creación de un ejército nacional florentino; posteriormente, se
15
Fortuna y virtud en la república democrática
16
Tomás Várnagy
Cronología de la obra
Los años a la izquierda indican composición, estreno o publicación. Téngase
en cuenta que la fecha de algunos escritos sigue siendo materia de controversias
eruditas. No se incluye la totalidad de la obra de Maquiavelo.
1499 Discurso sobre Pisa. Informe. (En adelante IN, también “despacho”,
“crónica”, “proyecto” o “resolución”).
1500 Comienza a escribir Del carácter de los franceses. IN.
1501 Discurso sobre la paz entre el emperador y el rey. IN.
1502 De los asuntos de Pistoya. IN.
1503 De la manera de tratar a los pueblos sublevados del valle del Chiana. IN.
La traición del duque Valentino a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto de Fermo
y otros. IN.
Algunas palabras que decir acerca de la disposición del dinero, luego de
haber hecho un breve proemio y una disculpa. IN.
1504 Década primera [o Primer Decenal]. Relato en verso de los últimos diez
años de historia de Florencia. Su primer obra impresa fechable (1506).
17
Fortuna y virtud en la república democrática
18
Tomás Várnagy
Pensamiento politico
Estado
Todas las lenguas europeas, latinas y germánicas, e incluso el checo (no así
las restantes lenguas eslavas) utilizan una palabra originada del latín, status, pa-
ra designar al Estado. Durante siglos su significado fue “manera de estar”11 y, a lo
largo de la Edad Media, se utilizaron términos tales como status reipublicae, sta -
tus imperii, status regni y status regis. En el siglo XIII en países como Hungría e
Inglaterra, donde la noción de la corona adquirió particular importancia, se usa-
ba status coronae. El significado de status en todos estos enunciados implicaba
simplemente “situación”, “manera de estar”, “estado”.
Las tres primeras expresiones tenían el sentido de “régimen político”, desig-
nando al conjunto de gobernantes y gobernados en la posterior y repetida expre-
sión status regis et regni, el estado del rey y del reino; mientras que status regis
implicaba la función, el oficio y la dignidad reales, de donde provendrá el senti-
do de poder o potencia del príncipe que mantiene su “estado y señoría”, dando lu-
gar al sentido de “gobierno”, convirtiéndose status en los siglos XIV y XV en si-
nónimos de potestas, regimen y gubernatio.
En suma, en la Edad Media no existía el concepto de Estado en el sentido
moderno, pues la respublica no era otra cosa que el orden laico opuesto al de la
Iglesia; el populus, partido de los gobernados, o la corona, los gobernantes, no
abarcaban todo el cuerpo político; regnum descartaba regímenes que no eran rei-
nos y, en los dos últimos siglos de la Edad Media, retorna el término respublica
pero no tenía el sentido preciso de Estado.
Hacia el siglo XV, status o stato tenía únicamente el sentido de poder de man-
do sobre los hombres, gobierno y régimen. A finales de ese siglo y principios del
XVI se impone el valor actual de “Estado” como cuerpo político sometido a un
gobierno y leyes comunes. El primer sustantivo que aparece en El Príncipe es,
justamente, “Estado” y fue Maquiavelo, profeta del moderno Estado nacional,
quien le dio a esta palabra el sentido moderno, o sea, un poder central soberano
e independiente al cual se subordinan todos los principios de autoridad medieva-
les, incluso el religioso; se trata de un legislador que decide con autoridad en los
19
Fortuna y virtud en la república democrática
asuntos interiores y exteriores, esto es, un orden político autónomo que no admi-
te nada superior a él y que tiene al poder como atributo distintivo.
Crueldad y consenso
El núcleo esencial del poder es la violencia, pero el Estado contemporáneo
no se reduce a una simple máquina de opresión, no funciona sólo por el monopo-
lio de la coerción física sino también por el consenso. Maquiavelo combinó am-
bos ingredientes, la crueldad y el apoyo del pueblo12, y este tema de la violencia
y su legitimidad atormentó su conciencia; consideraba que existían dos formas de
combatir: “... la una con las leyes, la otra con la fuerza. La primera es propia del
hombre, la segunda de las bestias; pero como la primera muchas veces no basta,
conviene recurrir a la segunda...”. Son necesarias la astucia y la fuerza, “... ser zo-
rro para conocer las trampas y león para amedrentar a los lobos...” (P: XVIII). La
persuasión, por sí sola, no es suficiente para mantener el gobierno de los Estados,
también es necesaria la fuerza y la coerción y “... [é]sta es la causa de que todos
los profetas armados hayan vencido y los desarmados perecido...” (P: VI).
La expresión “medicinas fuertes” fue muy utilizada en la época para expre-
sar violencia y crueldad (P: III,VIII y XVII). La “crueldad” de Maquiavelo era,
en realidad, una buena administración de ella, una economía de la violencia, una
aplicación controlada de la fuerza que evita males mayores y sólo se justifica si
contribuye a crear la paz y el orden en beneficio del pueblo, por eso es que “... un
príncipe no debe preocuparse de la fama de cruel si a cambio mantiene a sus súb-
ditos unidos y leales. Porque con poquísimos castigos ejemplares será más cle-
mente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten que los desórde-
nes continúen, de lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas...” que perjudican a
toda la comunidad (P: XVII). No se trata, por tanto, de justificar a los medios por
el fin, sino de lograr el mal menor, una “crueldad piadosa”, “bien empleada”.
El Secretario Florentino considera que, además de la virtud y la fortuna, se
puede llegar al principado por otras dos vías: “... por medio de acciones crimina-
les y contrarias a toda ley humana y divina...” o “... con el favor de los ciudada-
nos...” de su patria (P: VIII). El ejemplo del primer caso es Agátocles, que alcan-
zó su objetivo con conductas criminales, violencia exacerbada y crueldad inaudi-
ta, razón por la cual el autor de El Príncipe -mostrando su “antimaquiavelismo”-
afirmó que “... no es posible llamar virtud exterminar a sus ciudadanos, traicio-
nar a los amigos, carecer de palabra, de respeto, de religión. Tales medios pueden
hacer conseguir poder, pero no gloria [ya que] su feroz crueldad e inhumanidad,
sus infinitas maldades, no permiten que sea celebrado entre los hombres más no-
bles y eminentes...” (P: VIII).
La angustia y el malestar de Maquiavelo en este punto se muestra en lo que
se ha considerado como uno de los más famosos paréntesis de la literatura italia-
20
Tomás Várnagy
na, cuando escribió que “... [b]ien usadas se pueden llamar aquellas crueldades (si
del mal es lícito decir bien) que se hacen de una sola vez y de golpe, por la nece-
sidad de asegurarse, y luego ya no se insiste más en ellas, sino que se convierten
en lo más útiles posible para los súbditos.” (P: VIII). Lo importante es la “buena
utilización” de las crueldades para lograr el bien de los ciudadanos y por ello es
que recomienda “... hacer todas las ofensas de un golpe...” (D: I,46), hay que apli-
carlas “... de una sola vez [para] que hagan menos daño...” y, al no renovarlas, se
los tranquiliza y gana con favores (P: VIII).
César Borgia, por ejemplo, impuso el orden y pacificó sus territorios por me-
dio de su lugarteniente, Ramiro de Orco, “... hombre cruel y expeditivo, al cual
dio plenos poderes...”. Al haber generado odio y “... para curar los ánimos de
aquellos pueblos y ganárselos plenamente...” ejecutó y partió en dos mitades a
Ramiro. “... La ferocidad del espectáculo hizo que aquellos pueblos permanecie-
ran durante un tiempo satisfechos y estupefactos...” (P: VII). Se trató de una
crueldad sabiamente administrada con la cual logró deshacerse de un peligroso ri-
val, y el consenso y la adhesión de los habitantes, manteniendo el temor pero evi-
tando el odio. Borgia era considerado cruel, pero esa violencia “... restableció el
orden en la Romaña, restauró la unidad y la redujo a la paz y la lealtad al sobera-
no...” (P: XVII).
La combinación de crueldad y consenso es clara en otros escritos de Maquia-
velo, por ejemplo en Del arte de la guerra (VIII) cuando recomienda que en “... los
acuartelamientos se mantendrá la disciplina con el temor y el castigo; en campaña,
con la esperanza y la recompensa...”. También consideraba que “... a los hombres
se los ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las
graves no pueden...” (P: III); o, en otras palabras, que a los hombres hay que acari-
ciarlos o suprimirlos porque “... un muerto no piensa en vengarse...” (D: III,6). Ade-
más, “... donde los castigos son grandes, grandes deben ser también los premios pa-
ra que los hombres tengan los mismos motivos de temor y esperanza...” (A: VI).
Como se necesita también del consenso y no sólo de la violencia, por eso es
que “... para entrar en un país siempre se tiene necesidad, por más fuertes que
sean los ejércitos propios, del favor de los habitantes...” (P: III). En primer lugar,
el príncipe no debe agraviar al pueblo y, si carece de vicios que lo hagan aborre-
cer, “... es lógico que sea aceptado y respetado de manera natural...” (P: II). En
segundo lugar, no es necesario que sea amado, pero sí eludir ser odiado o despre-
ciado13, pues “... hacerse odiar nunca ha sido bueno para ningún príncipe...” y uno
de los modos de evitarlo “... es dejar tranquilos los bienes de los súbditos...” y
evitar la rapiña (D: III,19).
Los príncipes deben lograr el consenso popular, pues “... quien tiene por ene-
miga a la colectividad, no puede asegurarse, y cuanta más crueldad usa, tanto más
débil se vuelve su principado. De modo que el mayor remedio, en este caso, es
tratar de ganar la amistad del pueblo...”. ¿Cómo ganárselo si es hostil a un prín-
21
Fortuna y virtud en la república democrática
cipe? Analizar lo que desean sus habitantes; así se encontrará que “... anhela dos
cosas: una, vengarse de aquellos que tienen la culpa de su servidumbre, y la otra,
recuperar su libertad...” (D: I,16). En otras palabras, “... [l]os Estados bien orde-
nados y los príncipes sabios han buscado con toda diligencia los medios para no
reducir a la desesperación a los nobles y para dar satisfacción al pueblo y para te-
nerlo contento, porque ésta es una de las materias y cuestiones más importantes
para un príncipe...” y concluye afirmando que “... un príncipe debe estimar a los
nobles, pero no hacerse odiar por el pueblo...” (P: XIX).
Principado y república
Los libros de consejos a los gobernantes, “espejos de príncipes”, eran muy
comunes en el Medioevo y algunos de los más importantes pensadores del perío-
do se dedicaron a escribirlos: San Agustín en su Ciudad de Dios (V, 24), Santo
Tomás de Aquino en el Opúsculo sobre el gobierno de los príncipes, Petrarca, Ae-
gidio Colonna y otros. En ellos encontramos un retrato del príncipe ideal, en un
género que perduró más de un milenio, tratándose en general de una serie de
obras estereotipadas y convencionales en las que no se analizaban las relaciones
con la vida política concreta. El Renacimiento fue igualmente activo y, durante la
vida de Maquiavelo, Erasmo de Rotterdam estaba escribiendo su Instrucción a un
príncipe cristiano; Savonarola, en su Tratado sobre la organización y el gobier -
no de la ciudad de Florencia, tocaba puntos comunes a esos escritores y lo mis-
mo hacía Lutero en sus cartas y escritos políticos. Estos tratados, basados en nor-
mas eclesiásticas, tenían en común la demanda de que el buen príncipe había de
ser un buen hombre y un buen cristiano, el gran ejemplo de virtud moral para sus
súbditos que se reconocía por hacer reinar la paz y la justicia y por llevar a los
hombres hacia la salvación eterna.
A pesar de su originalidad, El Príncipe de Maquiavelo14 pertenece a este gé-
nero y él también desea que el gobernante sea un buen hombre, pero lo más im-
portante es que logre el bienestar de su pueblo. Las reglas morales y de gobierno
de los otros escritores tendían a ser absolutas, mientras que para nuestro autor
eran relativas a los tiempos y a las circunstancias. Superficialmente, los capítulos
XV a XXIII son los más convencionales y similares al resto de las obras de este
tipo, pero uno de los temas poco tratado por otros y dominante en el Florentino
es el del príncipe nuevo. En los detalles también se aparta de la tradición al suge-
rir, por ejemplo, que la liberalidad no es del todo conveniente. Afirma que sabe
de muchos que han escrito sobre estos temas, pero se aparta “... de los métodos
seguidos por los demás...” (P: XV), especialmente en cuanto a su tratamiento
acerca del ser y el deber ser, lo que es la realidad y lo que son nuestros deseos.
El núcleo fundamental de su pensamiento político lo encontramos en los Dis -
cursos y no en El Príncipe, escrito con una finalidad circunstancial determinada
para recuperar el empleo, hacer menos duro el dominio sobre Florencia y conver-
22
Tomás Várnagy
23
Fortuna y virtud en la república democrática
solamente un monarca puede gobernar, esto es, cuando se necesita fundar un Es-
tado o hacer reformas profundas; cuando los ciudadanos son demasiado corrup-
tos, entonces sólo una conducción fuerte puede ser efectiva16 (D: I,9).
Los “cuerpos mixtos como las repúblicas (...) están mejor organizados y tie-
nen una vida más larga [ya que] mediante sus instituciones, se pueden renovar a
menudo...” (D: III,1). Si el hombre es proclive a la corrupción17, la clave consis-
te en mantener a los ciudadanos “bien ordenados” a través de las leyes para que
puedan defender sus libertades por medio de una serie de instituciones, tema prin-
cipal del Libro III de los Discursos. El renacer de una república puede provenir
de “... la virtud de un hombre o de una ley...” y es un solo hombre “... con sus
ejemplos raros y virtuosos [quien cumplirá] casi la misma función que las leyes
y las instituciones...” (D: III,1).
Las buenas formas de gobierno clásicas -monarquía, aristocracia y gobierno
popular- son fáciles de pasar a las formas malas “... porque el principado fácil-
mente se vuelve tiránico, la aristocracia con facilidad evoluciona en oligarquía, y
el gobierno popular se convierte en licencioso con facilidad...”. Por esta razón, si
alguien organiza un Estado de acuerdo a los regímenes buenos “... lo hace para
poco tiempo, porque irremediablemente, degenerará en su contrario...” (D: I,2).
El régimen mixto, una combinación de las formas buenas, produce un equilibrio
entre las fuerzas sociales y logra que todas las partes se vean comprometidas en
los asuntos de gobierno y cada una “vigile a la otra” para evitar “la arrogancia de
los ricos” o el “libertinaje del pueblo”.
En Maquiavelo encontramos una visión cíclica de los regímenes según la cual
“... un país podría dar vueltas por tiempo indefinido en la rueda de las formas de
gobierno...” y todas esa formas son “... pestíferas, pues las buenas tienen una vida
muy breve y las malas son de por sí perversas...”. Por esta razón, considera que la
mejor forma de gobierno es el gobierno mixto, mezcla de las tres formas puras, y
es así que “... los legisladores prudentes huyen de cada una de estas formas en es-
tado puro, eligiendo un tipo de gobierno que participe de todas, juzgándolo más
firme y más estable, pues así cada poder controla a los otros y, en una misma ciu-
dad se mezclan el principado, la aristocracia y el gobierno popular...” (D: I,2). El
gobierno mixto es una “república perfecta” (D: I,2) y es la forma de gobierno
“... más duradera y casi no se puede esperar salir de ella...” (D: II,2).
El bienestar general, en última instancia, solamente se logra en las repúbli-
cas18, “... porque lo que hace grandes a las ciudades no es el bien particular, sino
el bien común [y] lo contrario sucede con los príncipes...” pues la mayoría de las
veces sólo buscan su beneficio propio; y “... cuando en un Estado libre surge una
tiranía, el menor mal que resulta de ello es que la ciudad ya no avanza ni crece...”,
por ello es que no hay que maravillarse “... de que los antiguos pueblos persiguie-
sen con tanto odio a los tiranos19 y amasen la vida libre, y de que el nombre de la
libertad fuese tan estimado por ellos...” (D: II,2).
24
Tomás Várnagy
Conflicto y libertad
La causa principal de la libertad son los tumultos entre los nobles y la plebe,
en un intercambio dialéctico que produce efectos positivos, ya que en todo Esta-
do “... hay dos espíritus contrapuestos: el de los grandes y el del pueblo...” y, de
la desunión entre estos dos actores políticos, nacen “... todas las leyes que se ha-
cen en pro de la libertad...”, que coincide con el bien común. Por lo tanto, no se
pueden juzgar nocivos esos tumultos y “... esas diferencias internas que muchos,
desconsideradamente, condenan...” y que tuvieron un buen fin pues “... no engen-
draron exilios ni violencias en perjuicio del bien común, sino leyes y órdenes en
beneficio de la libertad pública...” (D: I,4).
De esta manera, el conflicto se canaliza y el pueblo puede “... desfogar su am-
bición...” y, además, hay que tener en cuenta que “... los deseos de los pueblos li-
bres raras veces son dañosos a la libertad [ya que] aunque sean ignorantes, son
capaces de reconocer la verdad...” (D: I,4). El mejor camino para “... desfogar los
humores [es a través de] una salida prevista por la ley...” (D: I,7); o sea, la repú-
blica debe prever procedimientos legales e instituciones para evitar situaciones
extraordinarias que arruinen al Estado. Además, quien organice prudentemente
una república en donde habrá “magnates y pueblo” asegurará la libertad si se apo-
ya en el pueblo, porque los nobles tienen “... un gran deseo de dominar...”, mien-
tras que aquellos tienen “... tan sólo el deseo de no ser dominados y, por consi-
guiente, mayor voluntad de vivir libres...”; por lo tanto, es el pueblo el guardián
y la garantía de la libertad (D: I,5).
La libertad, que implica un gobierno amplio (a la escala de la época) sirve pa-
ra vivir seguros, y este deseo se satisface con facilidad “... haciendo leyes y orde-
namientos en los que, a la vez que se afirma el poder, se garantiza la seguridad de
todos...” (D: I,16). Además, se hacen enormes progresos “... sin temer que le sea
arrebatado su patrimonio, y sabiendo que no solamente nacen libres y no escla-
vos, sino que pueden, mediante su virtud, llegar a ser magistrados...”. Asimismo,
“... las riquezas se multiplican en mayor número [y] lo contrario sucede en los
países que viven siervos...” (D: II,2).
25
Fortuna y virtud en la república democrática
Si bien la multitud puede ser vana y fluctuante, siempre es “... más sabia y
más constante que un príncipe...”. La opinión común es que los pueblos son
“... variables, mutables e ingratos...” pero estos defectos se encuentran en mayor
medida en los príncipes, y un pueblo bien organizado “... será estable, prudente y
agradecido...”, igual o mejor que un príncipe “... y si alguien lleva aquí ventaja es
el pueblo...” ya que “... es menos ingrato que los príncipes...”, “... más prudente,
más estable y tiene mejor juicio...”. “Y no sin razón se compara la voz del pue-
blo a la de Dios, pues vemos que la opinión pública consigue maravillosos acier-
tos en sus pronósticos...”. Hay “... más virtud en el pueblo que en el príncipe...”
y se encontrarán menos errores en el primero que en el segundo (D: I,58); ade-
más, el pueblo distribuye mejor los cargos que un príncipe (D: III,34).
En suma, “... [e]l pueblo comete menos errores que un príncipe y, por tanto,
resulta más digno de confianza que él [por eso es que] se encontrará más fideli-
dad en las repúblicas que en los príncipes [y] se muestran mucho más observan-
tes de los acuerdos...” que estos (D: I,59). Los príncipes no deben lamentarse de
“... los errores que cometen los pueblos bajo su dominio, porque tales errores pro-
vienen o de su negligencia o de sus propios e idénticos defectos...”. La culpa de
los males siempre tiene su origen en “... la perversidad de los príncipes y no en
la malvada naturaleza de sus habitantes...”, el pueblo (D: III,29).
Ciencia política
Si bien Aristóteles realizó estudios sistemáticos y empíricos, fue Maquiave-
lo quien descubrió “... la necesidad y la autonomía de la política, una política que
está más allá de la ética, que tiene sus propias leyes en contra de las cuales es inú-
til rebelarse, y que no pueden ser exorcisadas y prohibidas del mundo con agua
bendita...” (cit. por Jensen, 1960: p. 13). Este enfoque del filósofo contemporá-
neo Benedetto Croce inicia una línea de interpretación dominante hasta nuestra
época, pues señala el descubrimiento de la “autonomía de la política”, o sea una
identificación de las características propias de esta actividad y de las leyes que la
gobiernan.
El comportamiento de los hombres es un hecho objetivo y observable, de una
naturaleza fija pues “... nacen, viven y mueren siempre de la misma manera...”
(D: I,11), y “... [s]e ve fácilmente, si se consideran las cosas presentes y las anti-
guas, que todas las ciudades y todos los pueblos tienen los mismos deseos y los
mismos humores, y así ha sido siempre...”; por esta razón es que “... quien exa-
mina diligentemente las cosas pasadas, le es fácil prever las futuras en cualquier
república, y aplicar los remedios empleados por los antiguos o, si no encuentra
ninguno usado por ellos, pensar unos nuevos teniendo en cuenta la similitud de
las circunstancias...” (D: I,39). En otras palabras, “... quien quiera ver lo que se-
rá, considere lo que ha sido, porque todas las cosas del mundo tienen siempre su
correspondencia en sus tiempos pasados...” y esto es así porque los hombres
26
Tomás Várnagy
“... tienen y tendrán siempre las mismas pasiones...”, razón por la cual necesaria-
mente producirán los mismos efectos (D: III,43).
La política se convierte en una ciencia porque el comportamiento humano es
observable y predecible y tiene sus propias leyes con postulados, normas y un
caudal de experiencias, históricas y contemporáneas, que permiten confirmar las
hipótesis y llegar a conclusiones determinadas que servirán para prevenir a los
gobernantes21 acerca de sus actos. Maquiavelo nos presenta diversos ejemplos,
pues él tiene “... una larga experiencia de las cosas modernas...” y ha realizado
una “... continua lectura de las antiguas...” (P: Dedicatoria). Este descubrimiento
de las regularidades de la conducta humana es paralela al desarrollo de las cien-
cias naturales y experimentales de la época, considerando al hombre como un fe-
nómeno natural estudiable y predecible.
Así, Maquiavelo sienta las bases de una teoría política, una nueva ciencia que
refleja la creencia de que, para poder analizar de modo coherente los fenómenos
políticos, es necesario liberarlos de las ilusiones entretejidas con conceptos aje-
nos a ella. Entramos en una de las tendencias fundamentales del Renacimiento:
la proliferación de áreas independientes de indagación, cada una resuelta a esta-
blecer su autonomía y preocupada por elaborar un lenguaje adecuado para un
conjunto particular de fenómenos. De esta manera, comienza la independencia de
la filosofía de la teología, la física de la metafísica, la música de la liturgia, y la
política de otros campos.
Recapitulando, la constitución de la ciencia política, en tanto empresa colec-
tiva y acumulativa, tiende a la formulación de tipologías, de generalizaciones, de
teorías generales, de leyes, todas éstas relativas a fenómenos puramente políticos,
fundadas en el estudio de la historia y el análisis fáctico de hechos contemporá-
neos. Estos conocimientos permitirán prever los problemas para solucionarlos y
“buscar remedio rápido”, por ello es que los gobernantes sabios “... no solamen-
te han de preocuparse de los problemas presentes, sino también de los futuros,
tratando de superarlos con todos los recursos de su habilidad...” para prevenir con
antelación las dificultades (P: III).
La concepción técnica de Maquiavelo de la problemática política la hace
compararla con artes como la arquitectura y la medicina: para curar la tisis hay
que diagnosticar rápidamente, y “... [l]o mismo ocurre en los asuntos de Estado;
porque los males que nacen de él se curan pronto si se les reconoce con antela-
ción (lo cual no es dado sino a una persona prudente); pero cuando por no haber-
los reconocido se los deja crecer de forma que llegan a ser de dominio público,
ya no hay remedio posible...” (P: III). Esta capacidad de prevención está relacio-
nada con la virtud de los gobernantes y “... el que en un principado no detecta los
males cuando nacen, no es verdaderamente prudente. Pero tal cualidad solamen-
te es concedida a pocos...” (P: XIII) que poseen la virtud con la cual pueden en-
frentar a la fortuna.
27
Fortuna y virtud en la república democrática
Virtud y fortuna
Los Estados se adquieren “... gracias a la fortuna o por medio de la virtud...”
(P: I) y el hecho “... de convertirse de particular en príncipe es fruto de la virtud
o de la fortuna...” (P: VI). Sin embargo, los principados que se conquistan sola-
mente con la fortuna son fáciles de adquirir pero difíciles de mantener ya que “...
la primera circunstancia adversa los destruye...” (P: VII), a menos que se posea
una gran virtud, pues “... el que se ha abandonado menos a la fortuna se ha man-
tenido mejor...” (P: VI). La fortuna “... muestra su poder cuando no hay una vir-
tud organizada y preparada para hacerle frente...” (P: XXV) pues “... donde los
hombres tienen poca virtud, la fortuna muestra más su poder...” (D: II,30).
El éxito o el fracaso de los hombres depende principalmente de su capacidad,
de su virtud o adaptación a las circunstancias, esto es, a la fortuna, sobre la cual
Maquiavelo escribió en sus poemas. La idea acerca del poder de la fortuna sobre
los asuntos mundanos era compartida con los hombres del Renacimiento, una de
las creencias más difundidas de la época que sustituye a la Providencia Divina
medieval e implica la suerte, el azar, lo inesperado, los factores externos, la co-
yuntura, las circunstancias, lo imprevisible, la constelación de fuerzas sociales, en
suma, los hechos objetivos ajenos a la voluntad humana. Es como un río torren-
cial cuya fuerza arrolladora puede ser vencida por una virtud extraordinaria que
construye canales y diques como la afirmación de un equilibrio entre la voluntad
humana (virtud) y el conjunto de factores que la limitan (fortuna).
Los hombres, “... en todas sus acciones y sobre todo en las grandes, deben te-
ner en cuenta los tiempos y acomodarse a ellos...” (D: III,8), ya que la causa de la
buena o mala fortuna reside en esa capacidad22. Algunos actúan con ímpetu y otros
con precaución y “... tendrá la fortuna próspera quien sepa ajustar su proceder con
el tiempo...” (D: III,9). Pero no todos tienen este talento de amoldarse, por eso una
república se adapta mejor y es más duradera, “... tiene una vida más larga y con-
serva por más tiempo su buena suerte que un principado, porque puede adaptarse
mejor a la diversidad de las circunstancias, porque también son distintos los ciu-
dadanos que hay en ella, y esto es imposible en un príncipe, porque un hombre que
está acostumbrado a obrar de una manera, no cambia nunca y necesariamente fra-
casará cuando los tiempos no sean conformes con su modo de actuar...” (D: III,9)23.
Por otro lado, en el Renacimiento “virtud” implicaba hacer bien lo que se ha-
ce, un “virtuoso” es quien posee excelencia en su habilidad o arte como, por
ejemplo, un virtuoso del violín. Para Maquiavelo “virtud” no eran las virtudes
cristianas que los escritores de la época aconsejaban cultivar al gobernante y sus
súbditos, sino que el concepto tiene una clara significación pagana que puede des-
doblarse en su significado de origen etimológico (vir, hombre) que implica fuer-
za interior, energía de la voluntad, habilidad para actuar y decidir con determina-
ción, virtud militar como valor, bravura y coraje; a lo cual hay que sumarle el ta-
lento, técnica, eficacia24, claridad mental, autocontrol, originalidad, sabiduría
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Tomás Várnagy
29
Fortuna y virtud en la república democrática
por eso la fortuna es señora en Italia, cuya decadencia es más por la “indolencia”
de los señores, o sea la falta de virtud, que por la fortuna.
Moralidad y política
Desde los griegos hasta el medioevo, los tratadistas políticos hicieron pres-
cripciones, escribieron sobre el deber ser, esto es, cómo han de comportarse los
gobernantes. Maquiavelo se aparta de estos métodos y afirma que “... siendo mi
propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir
directamente a la verdad real [veritá effettuale] de la cosa que a la representación
imaginaria de la misma...”. Agrega que muchos “... se han imaginado repúblicas
y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente;
porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien de-
ja de lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que
su preservación...” (P: XV).
El contraste entre el ser y el deber ser también puede observarse en el famoso
y aborrecido capítulo XVIII de El Príncipe donde se expresa “... [c]uán loable es
en un príncipe mantener la palabra dada y comportarse con integridad y no con as-
tucia...”. El drama y la angustia de la conciencia moral de Maquiavelo se revela
aquí, ya que pese a saber cuán deseable sería el ejercicio del bien, ve cómo en el
mundo de los hombres y la política tal cosa es imposible26. Algunas circunstancias
le imponen al hombre, ineludiblemente, la elección de la amoralidad, pues la ex-
periencia muestra que “... quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes
que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas...” (P: XVIII).
No hay que guardar fidelidad a las promesas, “... [s]i los hombres fueran todos
buenos [...], pero -puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra- tú tam-
poco tienes por qué guardarles la tuya...” (P: XVIII). Lo importante es aparentar el
“deber ser”, no es necesario que un príncipe posea virtudes morales “... pero es muy
necesario que parezca tenerlas. E incluso me atreveré a decir que si se las tiene y se
las observa siempre son perjudiciales, pero si aparenta tenerlas son útiles... [aunque
debe] tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo...” (P:
XVIII) pueda y sepa adoptar la cualidad contraria. En el capítulo XIX considera que
“... un príncipe que quiera conservar el Estado se ve forzado a menudo a no ser bue-
no...”, en otras palabras, lo “bueno” a veces requiere lo “no bueno”. La razón de
Estado, concepto no utilizado por Maquiavelo, requiere que un príncipe “... a me-
nudo se ve[a] obligado, para conservar su estado, a actuar contra la fe, contra la ca-
ridad, contra la humanidad, contra la religión...” (P: XVIII).
El Secretario Florentino no es un inmoral ni está en contra de las virtudes mo-
rales, por el contrario, le “... parece que, para gobernar una multitud, es mejor ser
humano que soberbio, mejor ser piadoso que cruel...” (D: III,19), pero distingue
entre “... cómo se vive a cómo se debería vivir...” (P: XV), dando una lista de vi-
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Tomás Várnagy
31
Fortuna y virtud en la república democrática
Iglesia y religión
Según Maquiavelo, la corrupción de la Iglesia es una de las causas de la rui-
na de Italia, que se podría haber evitado si los eclesiásticos hubiesen seguido los
pasos de San Francisco y Santo Domingo (D: I,12). La Iglesia de Roma es perju-
dicial por dos razones: “... los malos ejemplos de aquella corte [y] que la Iglesia
ha tenido siempre dividido nuestro país...”, desunido a diferencia de Francia y Es-
paña, “... y la causa de que Italia no haya llegado a la misma situación y de que
no haya en ella una república o príncipe que la gobierne es solamente la Iglesia
[que] no ha sido tan fuerte ni de tanta virtud como para hacerse con el dominio
absoluto de Italia y convertirse en su príncipe, pero tampoco ha sido tan débil que
no haya podido, por miedo a perder su poder temporal, llamar a un poderoso que
la defienda contra cualquiera que en Italia se vuelva demasiado potente...”. Así es
que Italia “... está repartida entre numerosos príncipes y señores, de lo que nace
tanta desunión y debilidad, y que la han conducido a ser una presa no sólo para
los poderosos bárbaros, sino para cualquiera que la asalte. Y eso nosotros, los ita-
lianos, se lo debemos a la Iglesia tan sólo...” (D: I,12).
Maquiavelo examina los dominios de la Iglesia, que no se adquieren ni con-
servan por la virtud o la fortuna “... ya que se sustentan en las antiguas leyes de
la religión, las cuales son tan poderosas y de tanto arraigo que mantienen a sus
príncipes al frente del Estado, sea cual sea su forma de actuación y de vida...”.
Estos principados son los “únicos seguros y felices” y nuestro autor ironiza -pues
había sido testigo de cómo Julio II había llegado al trono papal a través de sobor-
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Tomás Várnagy
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Fortuna y virtud en la república democrática
El factor militar
En su actividad como Secretario su logro más notable fue la conformación de
la milicia florentina y la captura de Pisa y, después de la publicación y el éxito de
Del arte de la guerra, alcanzó cierta fama de técnico en cuestiones militares. Tam-
bién logró renombre por su informe sobre las fortificaciones y fue llamado a Ro-
ma en 1526 para discutir con el Papa la defensa de Florencia. Es decir, no estamos
frente a un teórico de escritorio sino a un hombre de acción que conocía a fondo
las cuestiones militares y a las cuales les daba suma importancia. El fundamento
de los Estados es un buen ejército formado por los propios súbditos y “... donde
no lo hay no pueden existir buenas leyes ni ninguna otra cosa buena...” (D: III,31).
Tan trascendente es para él el tema militar que consideraba que “... [e]l mejor
de los regímenes, sin protección militar, correría la misma suerte que aguardaría a
las estancias de un soberbio y real palacio que, aun resplandecientes de oro y pe-
drería, carecieran de techo y no tuvieran nada que las resguardase de la lluvia...”
(A: Proemio). Por boca de un personaje afirma: “... yo jamás he hecho de la gue-
rra mi oficio, porque mi tarea es gobernar a mis súbditos y protegerlos, y para po-
der hacerlo debo amar la paz y saber hacer la guerra...” (A: I). Por su importancia,
entonces, es que el “... príncipe debe ir en persona con ellas [las tropas] y ejercer
el oficio de jefe y capitán de las mismas...” (P: XII) y quienes “... han pensado más
en las exquisiteces que en las armas, han perdido su Estado...”, concluyendo que
jamás hay que apartar el “... pensamiento del adiestramiento militar...” (P: XIV).
34
Tomás Várnagy
Maquiavelo tuvo una visión de conjunto y vio con nitidez la ligazón existente
entre la guerra y la política, entendiendo a la reforma militar como un hecho de Es-
tado. Y se la encomienda, precisamente, a un poder central lo suficientemente fuer-
te como para realizarla a través de un ejército propio, “nacional”, ya que los princi-
pales “... cimientos y fundamentos de todos los Estados [...] consisten en las buenas
leyes y las buenas armas...” (P: XII). Existe entonces, una valoración del factor mi-
litar en cuanto importante función política dentro de los Estados, por ello es que in-
siste en que el príncipe “... no debe tener otro objeto, ni otra preocupación, ni consi-
derar competencia suya cosa alguna, excepto la guerra y su organización y dirección,
porque éste es un arte que corresponde exclusivamente a quien manda...” (P: XIV).
Los Estados “... se adquieren con las armas de otro o con las propias...” (P:
I) y, ampliando este tema, Maquiavelo aclara que las tropas con las que se defien-
de un Estado pueden ser propias o mercenarias, auxiliares (de otro) o mixtas. Las
tropas “... mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas y si uno tiene apoya-
do su Estado sobre armas mercenarias, jamás estará firme y seguro...” (P: XII);
en cambio, las tropas propias no pueden ser sino las más aptas, “... porque no pue-
de haber soldados más fieles, ni más auténticos, ni mejores...” (P: XXVI).
Las tropas mercenarias “... no tienen otro incentivo ni otra razón que las man-
tenga en el campo de batalla que un poco de sueldo...”; además, uno no se puede
fiar de los jefes y “... lo usual es que causen tu ruina [,] no hacen nunca sino da-
ño” y son las responsables de la situación de Italia (P: XII), por eso es que
“... contratar mercenarios es cosa reprobable y perniciosa...” (A: I), son “... todos
ambiciosos e insoportables...” (E: 6 octubre 1526). Las tropas auxiliares, presta-
das por otro, son peores que las mercenarias “... porque si pierdes te quedas des-
hecho y si vences te conviertes en prisionero suyo [ya que] las armas de otro o te
vienen grandes o te pesan o te oprimen...” (P: XIII). En una sarcástica expresión
contra los que hacen la mala elección de las tropas, afirma que aquél “... que quie-
ra no poder vencer...” se debe valer de ellas y, en suma, “... en las [tropas] mer-
cenarias es más peligrosa la desidia; en las auxiliares, la virtud...” (P: XIII).
La superioridad del ejército propio sobre los mercenarios se debe a que aquél
es un “... ejército contento y que combate por su propia gloria [mientras que el
otro está] mal dispuesto [y] combate por la ambición ajena...”; si se quiere con-
servar el poder y mantener una república o un principado es necesario “... formar
el ejército con los propios súbditos, como vemos que hicieron todos los que han
logrado grandes éxitos con las armas...” (D: I,43). El ejército o las “... armas pro-
pias son aquellas que están formadas o por súbditos, o por ciudadanos, o por sier-
vos y clientes tuyos...” (P: XIII) y “... no hay ejército más útil que el propio...”
(A: I). Su exigencia de que los Estados se defiendan por sus propios medios y ciu-
dadanos se convirtió en la norma de la práctica militar moderna.
Los príncipes deben armar a sus súbditos para lograr el consenso y apoyo
“... porque al armarlos aquellas armas se hacen tuyas, los que te son sospechosos
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Fortuna y virtud en la república democrática
se vuelven fieles y los que ya te eran fieles lo siguen siendo; de esta manera de
súbditos se vuelven partidarios tuyos [y, por el contrario] si los desarmas empie-
zas a ofenderlos...” (P: XX). Los gobernantes prudentes evitan las tropas merce-
narias o auxiliares y recurren a las propias, “... prefiriendo perder con las suyas a
vencer con las de otro [y concluye que] sin armas propias, ningún príncipe se en-
cuentra seguro, antes bien: se halla totalmente a merced de la fortuna...” (P: XIII).
La falta de un ejército propio en una república o en un principado “... no es
por escasez de hombres aptos para la milicia, sino por culpa suya, pues no han sa-
bido hacer soldados a sus hombres [y] deberían avergonzarse de sí mismos...” (D:
I,21). Si los gobernantes quieren estar seguros “... deben tener su infantería inte-
grada por hombres que, a la hora de entrar en guerra, combatan voluntariamente
por fidelidad a él y, cuando llegue la paz, regresen aún más contentos a sus ca-
sas...” (A: I), como los admirados suizos que “... están armadísimos y gozan de
absoluta libertad...” (P: XII). Además, “... donde existe un buen ejército, suele ha-
ber buena organización y, así, raras veces falta la buena fortuna...” (D: I,4), que
es lo que tuvo Roma.
Los romanos vivieron libres y nunca construyeron fortalezas, las cuales se
edifican “... para defenderse del enemigo, o para defenderse de los propios súb-
ditos. En el primer caso, resultan necesarias, en el segundo, perjudiciales...”; son
dañosas porque implica que el príncipe tiene miedo a que sus súbditos se rebelen
por el odio que le profesan “... y ese odio habrá sido provocado por su mal com-
portamiento...” y, si esto es cierto, “... las fortalezas resultan mucho más nocivas
que útiles [y] no pueden ser más inútiles para detener al pueblo...”. Un gobernan-
te sabio no edificará fortalezas sino que se apoyará “... en el afecto de los súbdi-
tos...”; ya que con un buen ejército no se necesita edificar fortalezas “... porque
los buenos ejércitos, sin fortalezas, son suficientes para defenderse, y las fortale-
zas sin buenos ejércitos no pueden defender nada...” (D: II,24).
En suma, la mejor fortaleza que puede tener un gobernante es el apoyo de su
pueblo, por eso “... el príncipe que tiene más miedo a los ciudadanos que a los ex-
tranjeros debe construir fortalezas, pero el que tiene más miedo a los extranjeros
que a los ciudadanos debe prescindir de ellas [y] por eso la mejor fortaleza es no
ser odiado por el pueblo, porque por muchas fortalezas que tengas, si el pueblo te
odia no te salvarán...” (P: XX). Además, añade Maquiavelo que “... [s]olamente
son buenas, solamente son seguras, solamente son duraderas aquellas formas de
defensa que dependen de ti mismo y de tu propia virtud...” (P: XXIV).
La patria italiana
La patria, su ciudad natal de Florencia y la Italia toda, es objeto de venera-
ción para Maquiavelo. Considera que un hombre no tiene deber más importante
que hacia ella y que el mayor bien dentro de las posibilidades humanas y las que
36
Tomás Várnagy
más agradan a Dios, son las obras que realiza por su patria. Al igual que los anti-
guos ciudadanos romanos (D: III,41) afirma de manera vehemente que “... amo a
mi patria más que a mi alma...” (E: 16 abril 1527); y, pese a que fue bastante mal-
tratado por Florencia, considera que “... jamás he fallado a esa república cuando
he podido servirla...” (E: 17 mayo 1521). Ella debe defenderse siempre y de cual-
quier manera posible; y, si está en juego su salvación, “... no se debe guardar nin-
guna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o lo
vergonzoso, sino que, dejando de lado cualquier otro respeto, se ha de seguir
aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad...” (D: III,41).
El que desprecie las ideas del Secretario sobre el arte de la guerra “... si es gober-
nante, está despreciando su Estado; si es ciudadano, su patria...” (A: VII).
Los problemas de la península comienzan a fines del siglo XV: “... [a]ntes de
que el rey Carlos de Francia viniera a Italia, este país estaba bajo el poder del pa-
pa, de los venecianos, del rey de Nápoles, del duque de Milán y de los florenti-
nos...” (P: XI) y, desde su llegada en 1494, “... tres poderosos Estados [Florencia,
Milán y Venecia] que había en Italia han sido repetidamente saqueados y devas-
tados...” (A: VII). La tragedia de la patria de Maquiavelo, que es “... la vergüen-
za del mundo...” (A: VII), es producto de muchos factores: las tropas mercena-
rias, la política de la Iglesia, la debilidad producida por la religión, el desconoci-
miento de la historia, la incompetencia y falta de virtud de los príncipes italianos,
la corrupción generalizada (D: I,17 y 18) y las potencias extranjeras. Todo esto ha
producido que su patria “... se haya visto sometida al paseo de Carlos, al saqueo
de Luis, a las violencias de Fernando y a las burlas de los suizos...” y la han re-
ducido “... a la esclavitud y al escarnio...” (P: XII).
Una importante cuota de responsabilidad le correspondía a los gobernantes
italianos, que creían que les bastaba con, entre otras exquisiteces, “... rodearse de
placeres, tratar a sus súbditos con avaricia y soberbia, pudrirse en el ocio... Y no
se daban cuenta estos infelices de que se preparaban para ofrecerse como presas
al primero que los asaltara...” (A: VII). Además, quienes perdieron sus Estados -
el rey de Nápoles, el duque de Milán y otros- los desperdiciaron a causa de
“... una debilidad común en lo concerniente a la organización militar [porque] te-
nían al pueblo por enemigo [o porque] no han sabido guardarse de los grandes...”.
Los príncipes que perdieron sus dominios “... no deben echar la culpa de ello a la
fortuna, sino a su propia indolencia...” (P: XXIV), porque no pudieron prever los
cambios por su irresponsabilidad y falta de virtud.
Maquiavelo escribía para el salvador de la península, como un patriota cuyo
último capítulo de El Príncipe parece ser la razón de su obra: una ardiente invoca-
ción en el campo del deber ser a la liberación de Italia, rompiendo con la raciona-
lidad técnica y realista de los capítulos anteriores con un reto apasionado y deses-
perado debido a la angustia por la dominación extranjera; exhorta a un príncipe
“... a ponerse al frente de Italia y liberarla de los bárbaros...” y que introduzca con
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Fortuna y virtud en la república democrática
Detractores y defensores
“Maquiavelismo” es una de las pocas palabras en lengua española derivada
de un apellido, cuya definición en cualquier diccionario la relaciona con el em-
pleo de la mala fe cuando sea necesario para sostener la política de un Estado, o
“modo de proceder con astucia, doblez y perfidia”; o sea que “maquiavelismo”
significa que sólo la efectividad tiene importancia en la política y que no debe es-
tar restringida por consideraciones morales. En este sentido, es obvio que el ma-
quiavelismo existió mucho antes de nuestro autor y es tan viejo como la política.
La perspectiva de que la lucha por el poder político está exenta de normas éticas
era ampliamente reconocida en el mundo antiguo, desde Tucídides, pasando por
Eurípides y Cicerón, hasta Tácito, quien afirmaba que la violación de las leyes
morales era permisible si el bienestar común lo requería.
Después de su muerte, la obra de Maquiavelo fue prohibida en 1559 por la
Iglesia y el Concilio de Trento en 1564 confirmó el decreto papal que colocó sus
escritos en el Indice de los Libros Prohibidos, aunque El Príncipe ya circulaba
por toda Europa, incluido un plagio de Augustino Nifo. Comienza así una espe-
cie de “leyenda negra” por la cual es considerado el enemigo de la moral, la reli-
gión y la fe, el corruptor inhumano del mundo de la política, y que llega hasta la
actualidad: un importante filósofo político contemporáneo, Leo Strauss, lo deno-
mina “un maestro del Mal” y enemigo de la religión cristiana, asignándole una
serie de ideas que poco tienen que ver, desde nuestra perspectiva, con la realidad
de sus puntos de vista y pensamiento político.
La fama de nuestro autor ha pasado a través de muchas vicisitudes. En Ingla-
terra, en El judío de Malta, de Christopher Marlowe (1564-93), aparece en perso-
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Fortuna y virtud en la república democrática
de sus enemigos, y un cuarto de “... quienes jamás leyeron una línea de Maquia-
velo y se sirven inoportunamente de los verbos (!), sustantivos y adjetivos deriva-
dos de su nombre. Es por ello que el Secretario no debería ser considerado respon-
sable de todo aquello que después de él se complacieron en hacerle decir el prime-
ro o el último recién llegado...” (Gramsci, 1984: p. 189). El fundador del Partido
Comunista Italiano ve en él a un “demócrata”, limitado a su época, que busca el
consenso activo de las masas populares, que se propuso educar al pueblo porque
expuso cómo gobiernan los príncipes, destruyendo los mitos del poder y el presti-
gio de la autoridad y que apuntaba a un fin que era la unidad política de Italia.
Surgieron antagonistas, apologistas; analistas, críticos, filósofos y ensayistas
que despedazaron la obra de Maquiavelo. ¿Qué es lo que causaba tanta contro-
versia? El capítulo XVIII es el más aborrecido, el que produjo gran rechazo28;
mientras que los defensores han hecho hincapié en el “realismo”, su republicanis-
mo y su patriotismo. El Príncipe sufrió, a través de los siglos, una serie de inter-
pretaciones, “re-interpretaciones” y “sobre-interpretaciones” cuando pareciera
que no hay mucho que interpretar ya que el texto es muy claro y directo y se en-
tiende perfectamente lo que quiere decir; pero, recordemos que no se puede ni se
debe obviar el resto de su obra, especialmente, los Discursos.
Clásico y moderno
Nadie duda, actualmente, que Maquiavelo es un “clásico”, lo cual implica
que se trata de interpelar un pensamiento vivo y no de internarse en la búsqueda
de restos arqueológicos en un cementerio de ideas ni de buscar elaborados análi-
sis linguísticos o filológicos. Los clásicos son tales porque analizan el presente,
se los lee como contemporáneos y le recuerdan a cada generación que las cues-
tiones planteadas pueden y deben ser reformuladas para interrogar críticamente a
la actualidad en la que vivimos.
La tradición clásica, en palabras de Atilio A. Borón, es “... una tradición de
significados más que de hechos o resultados, una indagación permanente sobre
los fundamentos de la buena sociedad, una exploración inacabada e inacabable
acerca de la inerradicable moralidad de los actos de la vida social...”; esta tradi-
ción viviente de la filosofía política “... implica una dialéctica incesante entre el
pasado y el presente...”, de lo contrario, se convierte en “... una pieza de museo,
en un fragmento intelectual inerte...” (Borón, 2000: p. 32). En este sentido, Ma-
quiavelo es un continuador de la tradición política occidental, un puente, una tra-
dición de discurso y de pensamiento político en la cual nuestro autor está inserto
y, si bien produce una ruptura, una “revolución copernicana”, su obra no es sino
un diálogo político de “... significados extendidos a lo largo del tiempo...” -como
afirma Sheldon Wolin- cuyo estudio “... no es una búsqueda de antigüedades, si-
no una forma de educación política...” (Wolin, 1973: p. 37).
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respecto a las prácticas antiguas, medievales e incluso las del propio Renacimien-
to. En lugar de una lenta guerra de desgaste llevada a cabo por los mercenarios
que querían mantener su trabajo, el Secretario se inclina por otra de acciones rá-
pidas, contundentes, decisivas y coordinadas que lleven a la derrota incondicio-
nal del enemigo; convirtiéndose en el primer teórico de la estrategia de aniquila-
miento, hasta el punto de que es recién tres siglos después que la teoría es mejo-
rada con Karl von Clausewitz.
La historiografía florentina30, que culminó con Maquiavelo, es de especial im-
portancia para la formación del pensamiento político moderno pues presuponía
que el desarrollo histórico procede a través de una sucesión de causas naturales,
con la implicancia de que ellas pueden ser comprendidas por los hombres y, hasta
cierto punto, controladas por la acción inteligente y bien informada. Más impor-
tante aún es que se expresa también la idea de que una comunidad política parti-
cular es una entidad concreta y continua que es independiente de los hombres y de
quienes las gobiernan y que merece el afecto, la lealtad y el apoyo de los ciudada-
nos. En este sentido, la experiencia histórica de Florencia y los escritos del Secre-
tario ayudaron a despertar la conciencia moderna del Estado y el patriotismo.
Además, la invocación de Maquiavelo a hacer del príncipe, del hombre, el au-
tor de su propio destino es otra característica que muestra claramente su alinea-
miento con la modernidad y expresa una nueva visión acerca de la historia, sien-
do el centro de su meditación política la voluntad humana, en la cual el hombre
tiene la posibilidad de modificar su entorno y determinar su destino; no está de
acuerdo con aquellos que opinan “... que las cosas del mundo están gobernadas por
la fortuna y por Dios hasta tal punto que los hombres, a pesar de toda su pruden-
cia, no pueden corregir su rumbo ni oponerles remedio alguno...” (P: XXV). In-
cluso en la unificación de Italia, “... Dios no quiere hacerlo todo para no arrebatar-
nos la libertad de la voluntad...” (P: XXVI). Se reivindica el papel del hombre y
su iniciativa, interpretado por el historiador alemán Heinrich von Treitschke como
que “... la historia es obra de los hombres...” (citado por Martin, 1946: p. 61).
Como ya vimos, El Príncipe contrasta con los otros “espejos de príncipes” y
la diferencia con ellos es enorme; además, cuando la tendencia era escribir estas
obras en la lingua franca y culta del momento, el latín, la obra del Florentino es-
tá escrita en toscano, o sea en el dialecto que se transformará en la lengua italia-
na oficial, que todos los alfabetos podían leer y entender, aunque conserva los tí-
tulos de cada capítulo en latín. Lutero también traduce la Biblia al alemán y exis-
te en ambos autores el intento de construir una lengua nacional que sirva para la
unificación de sus respectivos Estados.
También anticipó la noción rousseauniana de que el hombre es puro pero co-
rrompido por la civilización. Esta idea está implícita cuando afirma en los Dis -
cursos que “... quien desee en nuestros tiempos constituir una república, lo hará
más fácilmente con esos montañeses que no tienen experiencia de vida civil que
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con los habituados a vivir en ciudades, donde la vida civil está corrompida...”,
agregando que “... la constitución y las leyes establecidas en una república en su
origen, cuando los hombres eran puros, no sirven más cuando se han hecho co-
rruptos y malos...” (D: I,11).
Otros escritos de Maquiavelo también demuestran su alejamiento y ruptura
con cierta tradición de pensamiento. En la famosa carta a Véttori, citada más arri-
ba, nuestro autor afirma que es recibido amorosamente por los antiguos y que no
se avergüenza de hablar con ellos. Esta ya no es la infinita reverencia con la cual
los medievales trataban a los grandes pensadores, sino que es la postura de un re-
nacentista que se sienta frente a ellos y los trata de igual a igual, de hombre a hom-
bre, uno pregunta y otro responde, y no existe ese inmenso peso de la tradición que
ataba a los escolásticos a sus maestros. En su comedia, La mandrágora, se ve cla-
ramente su visión escéptica, burlona y descarnada de la naturaleza humana, y don-
de muestra la maldad y la corrupción de su época, especialmente del clero. A di-
ferencia de otras obras similares de la época, nuestro autor no intenta dar leccio-
nes de ética o moralejas sino, simplemente, describir la realidad que lo rodea.
En suma, el Secretario Florentino es un clásico y, como tal, hay que leerlo
como si fuese un contemporáneo que nos muestra las deficiencias de nuestra si-
tuación actual, nos hace meditar acerca de las posibles vías o soluciones para re-
mediar los males presentes, nos señala los errores cometidos en el pasado y nos
ayuda en la búsqueda del bien común y la sociedad justa. Por otro lado, es tam-
bién un moderno porque sus ideas representan un salto cualitativo sobre viejas es-
tructuras y mentalidades, anticipando al nuevo hombre que construye y constitu-
ye, para bien o para mal, la civilización occidental a la cual pertenecemos.
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Bibliografía
Obras de Nicolás Maquiavelo
El Príncipe 1981 (Madrid: Alianza). Traducción, introducción y notas de Mi-
guel Angel Granada.
Del arte de la guerra 1988 (Madrid: Tecnos). Traducción, estudio preliminar
y notas de Manuel Carrera Díaz.
Discursos sobre la primera década de Tito Livio 1987 (Madrid: Alianza).
Traducción, introducción y notas de Ana Martínez Arancón.
Epistolario 1512-1527 1990 (México: FCE). Traducción, introducción, edi-
ción y notas de Stella Mastrangelo.
Escritos políticos breves 1991 (Madrid: Tecnos). Traducción, estudio preli-
minar y notas de María Teresa Navarro Salazar.
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Notas
1 Nombre castellanizado, como era costumbre en la época, de Niccolò Ma-
chiavelli. En este sentido, castellanizamos los nombres italianos: Romaña,
Médicis, etc. Cabe consignar que el mismo Nicolás deletrea su apellido de di-
versas maneras y puede descomponerse en latín como mal(i) más clavus(i) o
clavellus, cuyo significado es “mal(os) clavo(os)”, haciendo referencia a los
clavos en la cruz de Cristo.
2 Mercenarios o sus jefes, condottieri, debían su nombre a condotta, contra-
to por el cual un empresario (conductor) alquilaba temporalmente los servi-
cios de la otra parte (locator) en condiciones financieras determinadas y por
un período dado.
3 Maquiavelo realiza una interesante descripción de los protagonistas: un pa-
pa sabio, “grave y cauteloso”; un emperador “inestable y tornadizo”; un rey
de Francia “irritable y temeroso”; un rey de España “tacaño y avaro”; un rey
de Inglaterra “ferozmente rico y ávido de gloria”; “... los suizos, bestiales,
victoriosos e insolentes; nosotros, de Italia, pobres, ambiciosos y viles...” (E:
26 agosto 1513).
4 Literalmente “abanderado”: el que lleva el confalón; del italiano gonfalo -
niere, de gonfalone, bandera, estandarte, pendón.
5 Lorenzo el Magnífico (1448-92), padre de León X, no debe ser confundido
con su nieto Lorenzo II (1492-1519), duque de Urbino, hijo de Pedro II, a quien
Maquiavelo le dedica El Príncipe con el título honorífico de “Magnífico”.
6 República en ese período implicaba un Estado organizado, aunque el Se-
cretario Florentino le da un sentido más estricto cuando distingue entre repú-
blicas y principados. La diferencia consiste en que las primeras no están go-
bernadas por un solo hombre, sea un rey, un príncipe, un duque o un jefe mer-
cenario. Una república no implicaba necesariamente la actividad de todos los
ciudadanos en los asuntos públicos; recordemos que pocos eran ciudadanos
y, entre ellos, no siempre todos gobernaban; Venecia, por ejemplo, era la re-
pública más admirada de la época aunque, en realidad, era una oligarquía.
7 César Borgia, el Duque Valentino, es propuesto como el “modelo a imitar”
no sólo en El Príncipe (P:VII, XIII, XVII) sino también en una carta a Fran-
cisco Véttori (E: 31 enero 1514-5). También en su posterior Del arte de la
guerra (VII) expresa su admiración por uno de sus movimientos militares y,
en otra carta, como un general capaz (E: 26 agosto 1513), aunque en su obra
poética lo definió como la serpiente más inteligente de un conjunto de ser-
pientes venenosas en lucha recíproca. Borgia adquirió el Estado gracias a la
fortuna de su padre, el Papa Alejandro VI, pero lo afianzó con su extraordi-
naria virtud y ni Maquiavelo “... sabría dar a un príncipe nuevo otros precep-
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hay que satisfacerlo “... porque el fin del pueblo es más honesto que el de los
grandes...” y, además, porque el príncipe “... puede pasarse sin los mismísimos
grandes...”, razón por la cual es necesario que tenga al pueblo de su lado, de lo
contrario, “... no tendrá remedio alguno en la adversidad...”. Por eso es que
“... un príncipe prudente debe pensar en un procedimiento por el cual sus ciu-
dadanos tengan necesidad del Estado y de él siempre y ante cualquier tipo de
circunstancias; entonces siempre le permanecerán fieles...” (P: IX).
13 El príncipe debe “... evitar ser odiado...” (P: XVII) o “... despreciado...”
(P: XIX), y “... debe tener poco temor a las conjuras cuando goza del favor
del pueblo; pero si éste es enemigo suyo y lo odia, debe temer de cualquier
cosa y a todos...” (P: XIX).
14 El Príncipe está dedicado, como era costumbre en la época, a Lorenzo II
de Médicis, nieto del Magnífico, a quien le pide que “... [a]coja, pues, Vues-
tra Magnificencia esta pequeña ofrenda [para que] alcancéis esa grandeza que
la fortuna y las restantes cualidades Vuestras os prometen...”. En la Dedicato-
ria de los Discursos, tiene una idea totalmente diferente pues afirma: “... pien-
so que me aparto del uso común de los que escriben, los cuales suelen dedi-
car sus obras a algún príncipe y, llevados por la ambición y la avaricia, alaban
en él todas las virtudes, cuando deberían vituperarlo por sus faltas...”.
15 Es difícil ser libre si no se está acostumbrado a ello, además, “... un pueblo
donde por todas partes ha penetrado la corrupción no puede vivir libre...” (D:
I,16); asimismo, un pueblo corrompido que ha alcanzado la libertad es muy
difícil que la mantenga pues la corrupción y la falta de aptitud para la vida li-
bre nacen de la desigualdad que existe en la ciudad y, para establecer la igual-
dad, es preciso recurrir a muchas medidas excepcionales...” (D: I,17). La li-
bertad es tan consustancial a un pueblo de espíritu libre que la única manera
que un príncipe puede conservar el poder sobre sus ciudadanos es: destruirlos,
ir a vivir allí o dejarlos vivir con sus leyes, por lo tanto, “... [m]ás fácilmente
se conserva una ciudad acostumbrada a vivir libre a través de sus propios ciu-
dadanos que de cualquier otra manera...”; en cambio, si están acostumbrados
a vivir bajo el dominio de un príncipe “... y vivir libres no saben...”, es mucho
más fácil mantenerse en el dominio, mientras que a los primeros “... no les
abandona ni muere jamás la memoria de la antigua libertad...” (P: V).
16 Pero, debe tenerse en cuenta que “... [n]o se puede llamar perfecta una re-
pública que no haya previsto todo en sus leyes [y] nunca debería suceder na-
da que obligase a gobernar con medidas excepcionales...” (D: I,34).
17 “... Un ciudadano perverso no puede obrar mal en una república que no
esté corrompida...” (D: III,8); además, “... las repúblicas generan más hom-
bres de talla que las monarquías, porque si normalmente en aquéllas se valo-
ra el mérito, en éstas se teme...” (A: II).
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Tomás Várnagy
que Maquiavelo concluya que “... -al cambiar la fortuna y al permanecer los
hombres obstinadamente apegados a sus modos de actuar- prosperan mien-
tras hay concordancia entre ambos y vienen a menos tan pronto como empie-
zan a separarse...” (P: XXV).
24 En la relación entre la virtud y la fortuna resulta claro que, sin la Ocasión
(hija de la diosa Fortuna), ésta no puede actuar: las ocasiones se dan rara vez
y los hombres con virtud fuera de lo común, los eficaces, son los que saben
“... reconocer la oportunidad que se les brinda...” (P: VI).
25 Una característica del Renacimiento y preocupación de Maquiavelo es la
búsqueda de modelos y arquetipos en la historia, ya que “... en la antigüedad
se hacía todo mejor y más sabiamente...” (A: VI); “... un hombre prudente de-
be discurrir siempre por las vías trazadas por los grandes hombres e imitar a
aquellos que han sobresalido extraordinariamente por encima de los de-
más...” (P: VI), esto es, “... tomar como modelo a alguien que con anteriori-
dad haya sido alabado y celebrado...” (P: XIV).
26 El fragmento más conocido y citado de la obra de Maquiavelo acerca de
la naturaleza humana es cuando afirma que “... en general se puede decir de
los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y di-
simulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancias; y mientras
les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los
hijos [...] cuando la necesidad está lejos; pero cuando se te viene encima
vuelven la cara...”. De esta visión pesimista surge un célebre comentario que
se convirtió en proverbio: “... los hombres olvidan con mayor rapidez la
muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio...” (P: XVII). En otros
textos no es más optimista y considera que por “... la naturaleza envidiosa de
los hombres [...] todos están más dispuestos a denostar que a loar las accio-
nes ajenas...” (D: Proemio); además, están “... más inclinados al mal que al
bien...” (D: I,9) y su naturaleza es “... ambiciosa y suspicaz y no saben poner
límites a la fortuna...” (D: I,29).
27 La simonía consiste en obtener ganancias con objetos sagrados, comprar
o vender prebendas, beneficios o ascensos eclesiásticos. El término proviene
de Simón el Mago, oriundo de Samaria (c. siglo I d.C.), quien trató de adqui-
rir poderes apostólicos a Pedro y Juan (Hechos, 8: 9-24).
28 Una de las frases que, hipócritamente, horrorizó es la necesidad del prín-
cipe nuevo de extinguir “... el linaje del príncipe anterior...” (P: III). Maquia-
velo simplemente sienta como norma política lo que de hecho se observaba
en la Italia de su época y a través de la historia.
29 Existen dos modos de dominación y gobierno en los principados: “... o por
un príncipe y algunos siervos [o] por un príncipe y por nobles [y] los ejem-
plos de estas dos clases de gobierno son la monarquía turca y el rey de Fran-
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Fortuna y virtud en la república democrática
cia...” (P: IV). Estas dos formas podrían denominarse sultanismo, donde el
pueblo no cuenta, y feudalismo o estamentarismo, en donde el poder está
fragmentado y que dio lugar a una distinción que contrastaba los regímenes
de Oriente y Occidente. El primer caso es como una pirámide con un poder
centralizado y verticalizado y, en el segundo, el poder está más dividido en-
tre los nobles. Maquiavelo presenta aquí a Francia, pedagógicamente, como
un Estado feudal, aunque en otros textos la muestra como un Estado absolu-
tista moderno con un alto grado de concentración del poder real.
30 Los humanistas florentinos, liderados por Leonardo Bruni (1369-1444),
alababan el valor de la libertad y los valores humanos que representaba. Su
modelo era la República Romana y, así, los ciudadanos de Florencia comen-
zaron a formular un nuevo ideal político de peculiar importancia para su fu-
turo. Además, conscientes de la particular identidad florentina, revalorizaron
su pasado, de lo cual emergió una rica tradición historiográfica que culminó
en el siglo siguiente con Maquiavelo, quien conoció e intercambió cartas con
los dos historiadores más famosos de la época, Francisco Guicciardini y
Francisco Véttori. Asimismo, el Secretario sostenía que la historia es útil por-
que puede ayudarnos a resolver nuestros propios problemas ya que creía que,
pese a todos los cambios, el mundo es esencialmente el mismo puesto que las
pasiones de los hombres no varían.
52
Norberto Bobbio: Marx y el Estado.
Por "marxismo" se entiende el conjunto de Ias ideas, Ios conceptos, las tesis, tas teorias, las
propuestas de metodología científica y de estrategia política, en general la concepción del
mundo, de la vida asociada y de la política, consideradas como un cuerpo homogéneo de
proposiciones hasta constituir una verdadera "doctrina", que se deducen de las obras de
Karl Marx y de Friedrich Engels. La tendencia, que también se ha manifestado muchas
veces, a distinguir el pensamiento de Marx del de Engels, se desarrolla dentro del rnismo
marxismo, o sea que es, en sí misma, una forma de marxismo. Se distinguen diversos
marxismos, tanto sobre Ia base de las diversas ïnterpretaciones del pensamiento de los dos
fundadores como con base en los juicios de valor con que se pretende distinguir el marxismo
que se acepta de aquel que se rechaza; sólo por poner un ejemplo, marxismo de la II y de la
III Internacional, marxismo revisionista y ortodoxo, vulgar, burdo, dogmático, etc. En esta
ocasión nos limitamos a exponer las lineas de la teoria marxista del Estado -en general de la
política-, con la advertencia de que se tendrán en cuenta principalmente las obras de Marx,
y sólo subsidiariamente las de Engels, que, como siempre, y por lo tanto también en este
caso, al representar las tesis de Marx en polémica con los detractores o con quienes
malentienden, a menudo termina, quizá, por endurecerlas.
Como es sabido, Marx no escribió ninguna obra de teoría del Estado en sentido estricto, aún
cuando su primera obra de aliento, que por lo demás quedó incompleta y durante casi un
siglo inédita (escrita en 1843, fue públicada por primara vez en 1927), fuera un comentario y
una crítica, párrafo por párrafo, de una parte importante de la sección que se refïere al
Estado de la Filosofía del derecho de Hegel (obra ya conocida con el título Crítica de la
filosofía del derecho público de Hegel), y aun cuando en la obra inmediatamente siguiente,
que permaneció también incompleta e inédita, conocida con el título Manuscritos
*
Marx e lo Stato, publicado inicialmente como voz "Marxismo", en Dizianario di politica, dirigido por Norberto
Bobbio, Nicola Matteucci, Gianfranco Pasquino, Turín, Utet, 1976; 2a. ed., revisada y ampliada, 1983, pp.
634-640.
Redacción reducida del cap. VI, intitulado "Karl Marx", del curso universitario Società e Stato da Hobbes a
Marx (en colaboración con Michelangelo Bovero). Curso de filosofia de la política, año académico 1972-1973,
Turin, CLUT, 1973, pp. 210-245.
económico-filosóficos de 1844, había anunciado de antemano, en las primeras líneas del
Prefacio, que haría seguir "la una a la otra, en ensayos diversos e independientes, la crítica
del derecho, de la moral y de la política"1. Muchos años más tarde, en el Prefacio a Para una
crítica de la economía política (1859), refiriendo la historia de su formación, narró cómo pasó
de los primeros estudios jurídicos y filosóficos a los estudios de economia política, y cómo, a
través de estas investigaciones, había llegado a Ia conclusión de "que ni las relaciones
jurídicas como las formas del Estado pueden comprenderse ni por sí mismas ni por la así
llamada evolución general del espíritu humano, sino que tienen sus raíces, más bien, en las
relaciones materiales de la existencia"2. Para reconstruir el pensamiento de Marx en torno al
Estada es necesario, por lo tanto, recurrir a las alusiones sueltas con que nos encontramos
en las obras económicas, históricas y políticas; aún cuando después de la obra juvenil de
crítica a la filosofía del derecho de Hegel no existe obra alguna de Marx que trate
especificamente del problema del Estado, no hay texto del cual no se puedan extraer sobre
este mismo problema fragmentos relevantes y esclarecedores. No es necesario añadir que,
a causa de esta fragmentación, y también a causa del hecho de que estos fragmentos están
diseminados a lo largo de un período de más de treinta años, y que las tesis que ellos
concisamente expresan son a menudo expuestas en forma ocasional y polémica, toda
reconstrucción demasiado rígida de la teoría marxiana del Estado corre eI riesgo de ser
deformante o, por lo menos unilateral. Pero es preferible correr este riesgo que resignarse a
la aceptación de una insuperable ambigüedad o a subrayar la presencia de dos (o quizá tres
o cuatro) teorias paralelas.
A partir de la crítica a la filosofia del derecho y del Estado de Hegel, que lo lleva a un
trastocamiento de la relación tradicional entre sociedad (natural o civil) y Estado, Marx
propone una teoría del Estado estrechamente ligada con Ia teoría general de la sociedad y
de la historia que éI recaba del estudio de la economía política. Esta teoría general le
permite dar una interpretación y hacer una crítica del Estado burgués contemporáneo suyo
en lar diversas formas en que se presenta, y dar una interpretación y formular algunas
propuestas relativas al Estado que deberá seguir a aquel burgués; por último, deducir el final
o la extinción del Estado. De esto se sigue que para una exposición lo más sistemática
posible de las lineas generales de la teoría marxiana dal Estado parece oportuno tocar Ios
cinco puntos siguientes: 1) crítica de las teorías precedentes, en particular de la teoria
hegeliana; 2) teoria general del Estado; 3) teoria del Estado burgués en particular; 4) teoria
del Estado de transición; 5) teoría de la extinción del Estado.
1
K. Marx, Manoscritti economico-filosifici del 1844, prefacio y traducción de Norberto Bobbio, Turín, Einaudi,
1968, p. 3.
2
K. Marx. Per la critica dell'economia politica, Roma, Editori Riuniti. 1957. p. 10.
LA CRITICA DE LA FILOSOFÍA POLITICA HEGELIANA
La critica que Marx, bajo la influencia de Feuerbach, dirige a Hegel en el escrito juvenil poco
antes citado, Crítica de la filosofía del derecho público de Hegel (que contiene un comentario
a los parágrafos 261-313 de los Lineamientos de la filosofía del derecho), tiene, a decir
verdad, más valor filosófico y metodológico que político, en el sentido de que lo que le
interesa principalmente a Marx en este escrito es la crítica del método especulativo de
Hegel, esto es, del método según el cual lo que debería ser el predicado, la idea abstracta,
se vuelve el sujeto, y Io que debería ser el sujeto, el ser concreto, se vuelve el predicado,
como se desprende, más claramente que de cualquier explicación, del ejemplo siguiente.
Hegel, partiendo de la idea abstracta de soberanía, más bien que de la figura histórica del
monarca constitucional, formula la proposición especulativa: "la soberanía del Estado es el
monarca", mientras, partiendo de la observación de la realidad, el filósofo no especulativo
debe decir que "el monarca [o sea aquel personaje histórico que tiene aquellos
determinados atributos] tiene el poder soberano" (en las dos proposiciones, como se ve,
objeto y predicado están invertidos)4. En un capitulo de La Sagrada familia (1845), que es el
mejor comentario a esta crítica, intitulado "El misterio de la construcción especulativa", Marx,
después de haber ilustrado con otro ejemplo el mismo tipo de inversión (para el.filósofo no
3
G. W. F. Hegel, Lineamenti di filosofia del diritto, Bari, Laterza, 1974, p. 239.
4
K. Marx, Opere filosofiche giovanili, Roma, Rinascita, 1950, p. 39.
especulativo Ia pera es un fruto, mientras para el filósofo especulativo el fruto se pone como
pera), explica que esta operación consistente en concebir la sustancia como sujeto (mientras
debería ser el predicado) y eI fenómeno como predicado (mientras deberia ser el
sujeto)”forma el carácter esencial deI método hegeliano".5
Se comprende que, una vez aplicada la crítica deI método especulativo a la filosofia política
de Hegel, Marx deduce el rechazo, no sólo del método hegeliano, sino también de los
resultados que Hegel ha creído poder deducir, con este método, en lo tocante a los
problemas del Estado. Lo que Marx critica y rechaza es el mismo planteamiento del sistema
de la filosofia del derecho de Hegel, fundado sobre la prioridad del Estado sobre Ia família y
sobre la sociedad civil (es decir sobre Ias esferas que históricamente preceden al Estado),
prioridad que Hegel no asegura obsenvando y respetando la realidad histórica de su tiernpo
ni estudiando cómo efectivamente se fue formando el Estado moderno, sino deduciéndola
de la idea abstracta de Estado, como totalidad superior y anterior a sus partes. Mientras en
la realidad familia y sociedad civil son los presupuestos del Estado, "en la especulación se
vuelve lo contrarió" o bien "los sujetos reales, la sociedad civil, la família [. . .] se vuelven
momentos objetivos de la idea, irreales, “alegóricos" o, con otras palabras, mientras ellas
son "el agente" (esto es, un sujeto Histórico real) en la filosofia especulativa están
"actuadas" por la idea real y "deben su existencia a un espíritu distinto del suyo", de donde
“la condición se vuelve el condicionado, el determinante el determinado, el productor eI
producto de su producto"6. Desde los primeros lances del comentario Marx llama a este
procedimiento "misticismo lógico". No tiene caso detenerse sobre las críticas particulares
que Marx dirige a esta o aquella tesis política de Hegel; baste decir que Ias más importantes
son las que se refieren a la concepción del Estado como organismo, la exaltación de la
monarquía constitucional, la interpretación de la burocracia como clase universal, la teoria
de la representación por sectores contrapuesta al sistema representativo nacido de la
Revolución francesa. La .importante es subrayar de modo particular que el rechazo del
método especulativo de Hegel Ileva a Marx a trastocar la relación entre sociedad civil y
Estado, que es una consecuencia de este método, a detener la propia atención mucho más
sobre la sociedad civil que sobre el Estado y, por consiguiente, a entrever la solución deI
problema político no ya en la subordinación de la sociedad civil al Estado sino, al contrario,
en la absorción del Estado por parte de la sociedad civil, en lo que consiste la "verdadera"
democracia, de la que los franceses dicen que en ella "el Estado político sucumbe",7 y cuya
institución fundamental, el sufragio universal, tiende a eliminar la diferencia entre Estado
5
F. Engels-K. Marx, La sacra famiiglia, Roma, Editori Riuniti, 1954, p. 66
6
K. Marx, Opere filospfiche giovanili, op. cit., pp. 17-18.
7
Ibidem, p. 42.
político y sociedad civil, poniendo "dentro del Estado político abstracto la instancia de la
disolución de éste, como también de la disolución de la sociedad civil".8
El trastocamiento de la relación entre sociedad civil y Estada operado por Marx respecto a la
filosofía política de Hegel marca una verdadera ruptura con toda la tradición de la filosofía
política moderna. Mientras ésta tiende a ver en la sociedad anterior al Estado (ya sea el
estado de naturaleza de Hobbes, o la sociedad natural de Locke, o el estado de naturaleza o
primitivo de Rousseau del Contrato social, o el Estado de relacicnes de derecho privado-
natural de Kant, o precisamente la familia y la sociedad civil de Hegel) una subestructura,
realidad, sí, pero efímera, destinada a ser resuelta en la estructura del Estado en que sólo el
hombre puede conducir una vida racional, y por consiguiente a desaparecer en todo o en
parte, una vez constituído el Estado, Marx considera al Estado, entendido como el conjunto
de las instituciones políticas, en que se concentra la máxima fuerza imponible y disponible
en una determinada sociedad, pura y simplemente como una superestructura respecto a la
sociedad prestatal, que es el lugar donde se forman y se desarrollan las relaciones
materiales de existencia y, en cuanto superestructura, destinado a desaparecer a su vez en
la futura sociedad sin clases. Mientras la filosofía de la historia de los escritores anteriores
hasta Hegel (y con particular fuerza precisamente en Hegel) avanza hacia un
perfeccionamiento siempre mayor del Estado, la filosofía de la historia de Marx avanza a la
inversa, hacia la extinción del Estado. Lo que para los autores precedentes es la sociedad
prestatal, esto es, el reino de la fuerza irregular e ilegítima -ya sea éI el bellum onmiun
contra omnes de Hobbes, o el estado de guerra o de anarquía que, según Locke, una vez
comenzado no puede ser abolido sino con un salto en la sociedad civil o política, o la société
civil de Rousseau, en que está vigente el pretendido derecho del más fuerte, que en realidad
no es derecho, sino mera constricción, o el estado de naturaleza como estado "sin ninguna
garantía jurídica" y por lo tanto provisional de Kant--, para Marx todavía el Estado, el cual, en
cuanto reino de la fuerza o, según la conocida definción que se nos da en El capital,
"violencia concentrada y organizada de la sociedad",9 no es la abolición ni la superación,
sino más bien la prolongación del estado de naturaleza, esto es el estado de naturaleza
como estado histórico, o prehistórico, no sólo imaginario o ficticio, de la humanidad.
8
Ibidem, p. 135.
9
K.Marx, Il capitale, Roma, Editori Riunifi, I, 1967, p. 814.
derecho, la moral, la ciencia, el arte, etc., no son sino modos particulares de la producción y
caen bajo su ley unïversal".10 Todavia con mayor claridad y extensión en la gran obra
inmediatamente siguiente, La ideología alemana (1845-1846), afirma que:
10
K. Marx, Manoscritti economico-filosofïci del 1844, op. cit., p. 112.
11
K. Marx-F. Enfieis, L'ideologia tedesca, Roma, Editori Riuniti, 1958, p. 324.
12
F.-Engels-K. Marx, La sacra famiglia, op. cit., p. 131.
13
K. Marx, Per la critica dell'economia politica, op. cit., pp. 10-11.
existe en realidad, no es nada" (que es otro modo de decir que una revolución solamente
política no es una verdadera revolución).
Aunque sin descuidar las formas de poder político en otros tipos de sociedades, distintas de
la burguesa, Marx concentró su atención y reunió la gran mayoría de sus reflexiones sobre
el Estado burgués. Cuando él habla del Estado como del "dominio", o como del
"despotismo” de clase, o como de la "dictadura" de una clase sobre la otra, el objeto
histórico es casi siempre el Estado burgués. Sin duda uno de sus primeros artículos,
comentando los Debates sobre la ley contra los robos de leña (1842), había notado cómo el
interés del propietario de bosques era "el principio determinante de toda la sociedad", con la
consecuencia de que: "Todos los órganos del Estado se vuelven orejas, ojos, brazos,
piernas, con los cuales el interés del propietario escucha, observa, valora, provee, aferra y
camina”. Por consiguiente, había concluído con una frase que merece ser subrayada, contra
las interpretaciones deformantes y según mi opinión también banalizantes que insisten más
sobre la independencia y no sobre la dependencia del Estado de la sociedad: "Esta lógica,
qne transforrna el dependiente del propietario forestal en una autoridad estatal, transforrna
la autoridad estatal en un dependiente del propietario".15 Precisamente con particular
referencia al Estado burgués, es decir a aquella fase del desarrollo de la sociedad civil en
que los órdenes se transformaron en clases y la propiedad en cuanto privada se emancipó
completamente del Estado, Marx afirma en la Ideología alemana que el Estado "no es otra
cosa que la forma de organización que los burgueses se dan por necesidad, tanto hacia el
14
Manifesto del Partito Comunista, en K. Marx-F. Engels, Il partito e I’internazionale, Roma, Rinascita, 1948,
p.64.
exterior como hacia el interior, a fin de garantizar recíprocamente su propiedad y sus
intereses". Después de haber precisado una vez más que "la independencia del Estado hoy
no se encuentra más que en aquellos países donde los órdenes no se han desarrollado
todavía en clases", y por lo tanto en Alemania, pero no en Estados Unidos, formula la misma
tesis en los siguientes términos generales e inequívocos: "El Estado es la forma en que los
individuos de una clase dominante hacen valer sus intereses comunes y en que se sintetiza
toda la sociedad civil de una época"16
Que en ciertos períodos de crisis, en que el conflicto de clase se vuelve más agudo, la clase
dominante ceda o sea constreñida a ceder su propio poder político directo, que ejercita a
través del parlamento (el cual no es otra cosa que un "comité de asuntos" de la burguesía),
a un personaje que aparece por encima de las partes, como sucedió en Francia luego del
golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 que dio el supremo poder a Luis Napoleón, no
significa en efecto que el Estado cambie su naturaleza; lo que acontece en este caso (el así
llamado "bonapartismo"; que Engels extenderá, haciendo de éI una categoría histórica, al
régimen instaurado por Bismarck en Alemania),17 es pura y simplemente el paso de las
prerrogativas soberanas dentro del mismo Estado burgués, del poder Legislativo al poder
Ejecutivo, representado por el regidor de la administración pública, en otras palabras, deI
parlamento a la burocracia que, por lo demás, existe antes del parlamento, pues se formó
durante la monarquía absoluta y constituye un "espantoso cuerpo parasitado que enrolla
como en una envoltura el cuerpo de la sociedad francesa y obstruye todos los poros".18 Esta
sustitución de un poder por el otro puede dar la impresión de que el Estado se ha vuelto
independiente de la sociedad civil; pero esta forma extraordinaria de "despotismo individual"
no puede regirse si no se apoya en una determinada clase social, que en el caso específico
de Luis Napoleón es, según Marx, la clase de los campesinos pequeños propietarios; sobre
todo, no cambia la función del poder político, esté en posesión de una asamblea como el
parlamento o de un hombre como el dictador; Bonaparte siente, observa Marx, que "su
misión consiste en asegurar el orden burgués"19,aun cuando después, envuelto en las
contradicciones de su papel de mediador por encima de las partes, es decir de un papel
cuyo ejercicio y cuyo éxito se han vuelto impracticables por las condiciones subjetivas de la
sociedad de clase, no triunfa en el intento (o por lo menos Marx juzga que, en vez del orden
prometido, el presunto salvador termina por dejar el país en garras de una nueva anarquía).
En realidad, si la burguesía renuncia a su propio poder directo, es decir al régimen
parlamentario, para confiarse al dictador, esto sucede porque considera (si bien por error, es
15
K.Marx, Scritti politici giovanili, al cuidado de Luigi Firpo, Turín, Einaudi, 1950, p. 203.
16
K. Marx-F. Engels, L'ideologia tedesca, op. cit., p.60.
17
Carteggio Marx-Engels, Roma, Editori-Riuniti, 1951, IV, p. 406.
18
Il I8 brumaio di Luigi Bonaparte, en K. Marx-F Engels, Le opere, Roma, Editori-Riuniti, 1966, p. 575.
19
lbidem, p. 584.
decir haciendo un cálculo que resultará equivocado), que en un momento difícil el dictador
asegura su dominio en la sociedad civil, que es el dominio que cuenta más que el
parlamento; es decir "confiesa", como dice Marx, "que para mantener intacto su poder social
debe ser destrozado su poder político", o más burdamente, "que para salvar su bolsa debe
perder su corona".20
EL ESTADO DE TRANSICION
De la muchas veces afirmada dependencia del Estado de la sociedad civil deI poder político
de la clase dominante, Marx da una confïrmación precisa ahí donde plantea el problema deI
paso del Estado en el cual la clase dominante es la burguesía al Estado en el cual la clase
dominante será el proletariado. Sobre este problema será ìnducido a meditar sobre todo por
el episodio de la Çomuna de París (marzo-mayo de 1871). En una carta a Ludwig
Kugelmann, del 12 de abril de 1871, refìriéndose precisamente al ultimo capítulo del escrito
sobre el golpe de Estado en Francia (El 18 brumario de Luis Bonaparte), en el que había
afirmado que "todas las sublevaciones [cambios radicales políticos] no hicieron más que
perfeccionar esta máquina [entiéndase la máquina del Estado] en vez de destrozarla",21
replica, a veinte años de distancia, que "el próximo intento de la Revolución francesa no
consistirá en transferir de una mano a otra la máquina militar y burocrática, como ha
sucedido hasta ahora, sino era destrozarla, y que ésa es la condìción preliminar de toda
revolución popular en el continente".22 Señala pues que el objetivo que-pretenden los
insurrectos parisinos es precisamente ése; ellos no intentan apoderarse del aparato del
Estado burgués sino que tratan de "destrozarlo". En las consideraciones sobre la Comuna
Marx retorna a menudo sobre este concepto: ahora dice que la unidad de la nación debía
volverse una realidad "por medio de la destrucción de aquel poder estatal que pretendía ser
la encarnación de esta unidad independiente y hasta superior a la nación rnisma, mientras
no era sino una excrecencia parasitaria"; ahora habla de la Comuna como de una nueva
forma de Estado que "destroza" el moderno poder estatal, y que sustituye al viejo gobierno
centralizado con "el autogobierno de los pr oductores".23
Parece, pues, que para Marx la dependencia con respecto al poder estatal del poder de
clase es tan estrecha que el paso de la dictadura de la burguesía a la dictadura del
proletariado no puede realizarse simplemente a través de Ia conquista del poder estatal, es
decir de aquel aparato de que se ha servïdo la burguesia para ejercer el propio dominio, sino
que exige la destrucción de aquellas instituciones y su sustitución con instituciones
20
Ibidem, p. 530.
21
Ibidem, p.576.
22
lbidern, p, I39.
23
Ibidem, pp. 911-9I2.
completamente diferentes. Si el Estado fuese sólo un aparato neutral por encima de las
partes, la conquista de este aparato, o hasta la sola penetración en él, serían por sí mismas
suficientes para modificar la situación existente. El Estado es, sí, una máquina, pero no es
una máquina que cada uno pueda manejar a su antojo: cada clase dominante debe formar
la máquina estatal según las propias exigencias. Sobre los caracteres deI nuevo Estado
Marx da algunas indicaciones tomadas justamente de la experiencia de la Comuna (de las
cuales sacará inspiración Lenin para el ensayo Estado y revolución y los escritos y discursos
de los primeros meses de la Revolución): supresión del ejército permanente y de Ia policía
asalariada, y su sustitución por el pueblo armado; funcionarios o de elección o bajo el control
popular y por lo tanto responsables y revocables; jueces elegibles y revocables; sobre todo
sufragio universal para Ia elección de los delegados con mandato imperativo y por lo tanto
revocables; abolición de la tan mentada pero ficticia separación de los poderes. ("La Co-
muna debía ser, no un organismo parlamentario, sino de trabajo, ejecutivo y legislativo al
misrno tiempo"); y finalmente amplia descentralización capaz de reducir a pocas y
esenciales las funciones del gobierno central. ("Las pocas pero importantes funciones que
hubieran quedado todavia para un gobierno central [. . .] habrían sido cumplidas por
funcionarios comunales, y por lo tanto estrictamente responsables.")24. Marx Ilamó a esta
nueva forma de Estado "gobierno de la clase obrera",25 mientras Engels, en la introducción a
una reimpresión de los escritos marxianos sobre la guerra civil en Francia, la llamó con
fuerza, y con provocadora intención, "dictadura del proletariado": "El filïsteo socialdemócrata
recientemente se ha sentido invadido una vez más por un saludable terror al oír la
expresión: dictadura del proletariado. Pues bien, señores, ¿queréis saber cómo es esta
dictadura? Mirad la Comuna de Paris. Esta fue la dictadura del proletariado".26 Desde el
Manifiesto Marx y Engels habian dicho muy claramente que, puesto que siempre el poder
político era el poder de una clase organizada para oprimir a otra, el proletariado no habría
podido ejercer su dominio sino convirtiéndose a su vez en clase dominante. Parece que
Marx habló por primera vez de "dictadura del proletariado" en sentido propio (y no en sentido
27
polémico, como lo hace en Ias Luchas de clases en Francia de 1848 a 1850) en una
conocida carta a Joseph Weydemeyer del 5 de marzo de 1852, donde confiesa no haber
sido el primero en demostrar la existencia de las clases, y se reconoce el único mérito de
haber demostrado:
1. que la existencia de las clases está ligada sólo a determinadas fases de desarrollo
histórico de la producción; 2. que la lucha de clases necesariamente conduce a la
24
Ibidem, pp. 908-909.
25
lbidem, p. 912.
26
Ibidem, p. 1163.
27
Ibidern, p. 463.
dictadura del proletariado; 3. que esta dictadura constituye sólo el paso a la
supresión de todas las clases y a una sociedad sin clases.
La expresión queda consagrada, por decirlo así, en la Crítica al programa de Gotha (1875):
"Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista existe el período de la transformación
revolucionaria de una en la otra. A ello corresponde tarnbién un perïodo político de
transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado".28
Como aparece por la carta a Weydemeyer, el tema de la dictadura del proletariado está
estrechamente ligado al de la extinción del Estado. Todas los estados que han existido son
siempre estados dictadura de una clase. A esta regla no hace excepción el Estado en el cual
la clase dominante llega a ser el proletariado; pero, a diferencia de las dictaduras de las
otras clases, que han sido siempre dictaduras de una minoria de opresores sobre una
mayoría de oprimidos, la dictadura del proletariado, en cuanto dictadura de la enorme
mayoría de los oprimidos sobre una minoria de opresores, destinada a desaparecer, es
todavía, en verdad, una forma de Estado, pero tal que, por tener como objetivo la
eliminación del antagonismo de clase, tiende a la gradual extinción de ese instrumento de
dominio de clase que es precisamente el Estado. La primera alusión a la desaparición del
Estado se encuentra en la última página de la Miseria de la filosofía: "La clase trabajadora
sustituirá, en el curso de su desarrollo, a Ia antigua sociedad civil, una asociación que
excluirá las clases y su antagonismo, y no habrá más poder político propiamente dicho'”29 El
Manifiesto introduce el tema de la desaparición del Estado en el mismo programa:
El análisis que hace Marx, en la Guerra civil en Francia, de la nueva forma de gobierno de la
Comuna, muestra que no precisa que la novedad respecto a todas las formas de dominio
precedentes radique precisamente en el hecho de que aquélla contiene en germen las
condiciones para la gradual desaparición del Estado como mero instrumento de represión; la
28
Ibidem, p. 970.
29
K. Marx, Miseria della fïlosofia, Roma, Rinascita, 1950, p. 140.
Comuna fue "una forma política fundamentalmente expansiva, mientras todas las
precedentes formas de gobierno habían sido unilateralmente represivas".31 El Estado en el
que la clase dominante es el proletariado no es, pues, un Estado como todos los otros,
porque está destinado a ser él último Estado: es un Estado de "transición" a la sociedad sin
Estado. Y es un Estado distinto de todos los demás, porque no se limita a apoderarse del
Estado existente, sino que crea uno nuevo, y tan nuevo que origina las condiciones para eI
final de todos los estados. El Estado de transición, en síntesis, se caracteriza por dos
elementos diferentes y que deben ser mantenidos muy distintos; aunque destruya al Estado
burgués precedente, no destruye el Estado en cuanto tal; sin embargo, al construir un nuevo
Estado, sienta las bases de la sociedad sin Estado.
Estos dos caracteres sirven para distinguir la teoría de Marx, por una parte, de la
socialdemócrata, y por otra de la anarquista. La primera considera que es tarea del
movimiento obrero conquistar el Estado (burgués) desde el interior; no ya "destrozarlo"; la
segunda considera que se puede destruir el Estado en cuanto taI sin pasar a través del
Estado de transición. Contra la teoria socialdemócrata Marx sostiene, en cambio, que el
Estado (burgués) no puede ser conquistado sino que antes debe ser destruido; contra la
teoria anarquista afirma que Io que debe destruirse no es el Estado tout court sino
precisamente el Estado burgués, porque el Estado en cuanto tal, una vez destruído éste,
está destinado a extinguirse. Manteniendo distintos los dos momentos dialécticamente
unidos de la supresión y de la superación, se puede decir que la supresión del Estado
burgués no es la supresión del Estado sino la condición para su superación. Y es por esto
que el Estado burgués debe ser suprimido en un primer momento -a diferencia del que
plantean los socialdemócratas- para poder ser superado en un segundo momento, a
diferencia de lo que consideran los anarquistas.
30
K. Marx-F. Engels. Le opere, op. cit., pp. 314-315.
31
Ibidem, pp. 911-912.