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“Cuestión social” y gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo.

Algunos

elementos sobre sus fundamentos y expresiones históricas1

Introducción
Los fundamentos y expresiones históricas de la “cuestión social” han sido una
preocupación recurrente en el estudio de las características que asume la sociedad
capitalista; estudios que remiten, además, a diferentes perspectivas teórico-metodológicas
al interior de las Ciencias Sociales. En igual medida, el análisis de las formas que asume la
intervención estatal sobre las distintas expresiones de la “cuestión social” ha generado un
sistemático y permanente debate, dando insumos para aprehender sus particularidades
históricas, como así también sus lógicas en el marco de la reproducción social.
Sobre la base de estas preocupaciones, el presente texto se configura en una
tentativa de sintetizar un conjunto de reflexiones sobre los fundamentos de la “cuestión
social” y su intrínseca relación con la emergencia y las formas que asume la gestión estatal
de la reproducción de la fuerza de trabajo. Recuperando los antecedentes que se ubican en
la perspectiva histórico-crítica, el texto retoma los aportes desarrollados por Marx en El
Capital, en tanto permiten aprehender las implicancias del proceso de explotación al cual
es sometida una amplia mayoría de la población y, en estrecha relación, avanzar en las
indagaciones sobre el significado histórico de la “cuestión social”, del Estado y de su
intervención en la reproducción de la fuerza de trabajo.
Expositivamente el texto se organiza en tres apartados interrelacionados: en el
primero, se sintetizan los principales elementos para problematizar el proceso de trabajo,
tanto en términos ontológicos como históricos, para luego particularizar en las implicancias
de la fuerza de trabajo en tanto mercancía y su inherente relación con la emergencia de la
“cuestión social”; en el segundo apartado, por su parte, se recuperan algunas discusiones
para problematizar la funcionalidad del Estado en la reproducción capitalista y, en su

1
Texto elaborado en el marco del Programa de Pós-Doutorado em Serviço Social de la Escola de Serviço Social
da Universidade Federal do Rio de Janeiro, con la orientación de la Dra. Yolanda Guerra, a quien agradezco el
diálogo y el intercambio permanente, como así también sus fundamentales contribuciones al debate
contemporáneo.
interior, las peculiaridades que adquiere la gestión estatal de la reproducción de la fuerza
de trabajo; finalmente, en el tercer apartado, se señalan algunos elementos que se
constituyen en fundamento de la intervención estatal sobre la “cuestión social” en general
y sobre la reproducción de la fuerza de trabajo en particular.
Trabajo, fuerza de trabajo y “cuestión social”
El estudio del proceso de trabajo encuentra en la perspectiva marxista una profunda
y permanente problematización, dando insumos tanto para un análisis de sus elementos
ontológicos como para la crítica a sus expresiones histórico-concretas. Sin posibilidades de
dar cuenta de este derrotero analítico, recurriendo a los desarrollos de Marx (2009) y Lukács
(2004), podemos sintetizar que el proceso de trabajo, en términos ontológicos, supone una
actividad humana en donde la apropiación de la naturaleza se orienta a la producción de
valores de uso destinados a la atención de las necesidades que impone la reproducción. En
tanto interrelación entre el hombre2 y la naturaleza, el proceso de trabajo posee en su
esencia un carácter transicional, donde el primero pone en movimiento una serie de
acciones que, al transformar a la segunda, lo transforman a sí mismo, produciéndose el
pasaje de lo animal a lo humano (Infranca, 2005).
Por esta razón, se considera que el trabajo produce el salto ontológico mediante el
cual se supera la animalidad y emerge el ser social, con capacidad de elaborar en la
conciencia aquello que posteriormente se procurará transformar en la realidad y, así,
superar la sola interacción adaptativa (Lukács, 2004; Guerra, 2007; Lessa, 2002 y 2007). La
conciencia deja de ser un mero epifenómeno y adquiere una participación central en los
distintos momentos del proceso de trabajo, pues
solo en el trabajo, en la posición del fin y de sus medios, consigue la conciencia, a
través de un acto conducido por ella misma, mediante la posición teleológica, ir más
allá de la mera adaptación al ambiente -en la que se incluyen también aquellas
actividades de los animales que transforman la naturaleza objetivamente, de

2
Si bien se reconoce la necesidad de avanzar en procesos de escritura no sexistas, en el desarrollo del presente
trabajo se ha definido sostener las expresiones “hombre” y “trabajador” en tanto se encuentra presente en
varios de los textos consultados, evitando de este modo posibles confusiones. No obstante, las limitaciones
de dichas expresiones, se reconoce en ellas un intento inconcluso por hacer referencia a elementos humano-
genéricos.
manera involuntaria-, y consumar en la propia naturaleza cambios que para ella
resultaban imposibles e incluso impensables (Lukács, 2004: 80). 3

Mediante la conciencia es posible conocer las particularidades que asume la realidad


en un momento y espacio determinado, como así también las posibles alteraciones y
combinaciones posibles que permitan trastocar la causalidad natural mediante la
imposición de una nueva causalidad. El proceso de trabajo, en consecuencia, inaugura una
praxis humana donde las cadenas causales infinitas propias de la realidad son delimitadas
por la conciencia a partir de horizontes concretos y particulares (Tertulían, 2007). Las
consecuencias humano-genéricas de este proceso son sustanciales, en tanto que el dominio
necesario de la conciencia sobre el instinto en cada proceso de trabajo hace que el hombre
reflexione sobre cada situación, sobre sus determinaciones y mediaciones, como así
también sobre las posibilidades objetivas de intervenir sobre éstas, lo cual hace que
continuamente incorpore para sí y para la sociedad nuevos conocimientos que permiten
avanzar a mayores niveles de comprensión sobre lo real.
Esta potencialidad del proceso de trabajo para el desarrollo individual y societal es
mediatizada por las tendencias histórico-particulares propias de la sociabilidad burguesa,
siendo necesario aprehender las tensiones sociales que permiten comprenderlo y situarlo
históricamente. Nuevamente los aportes de Marx se tornan fundamentales, pues el
pensador alemán sostiene que el proceso de trabajo en el capitalismo se caracteriza por la
mercantilización de la fuerza de trabajo del trabajador, la cual es adquirida por el capitalista,
quien pasa a controlar el proceso de trabajo y a quien le pertenece el producto del mismo.
Dice Marx que
desde el momento en que el obrero pisa el taller del capitalista, el valor de uso de
su fuerza de trabajo, y por tanto su uso, el trabajo, pertenece al capitalista. Mediante
la compra de la fuerza de trabajo, el capitalista ha incorporado la actividad laboral
misma, como fermento vivo, a los elementos muertos que componen el producto, y
que también le pertenecen (2009: 225).

3
Estos elementos son trabajados con mayor profundidad, además de la obra de Lukács (2004), en Lessa, 2002,
2007 y 2009.
Se visualiza la diferencia fundamental en el trabajo como categoría fundante del ser
social y el trabajo en su expresión histórica capitalista, el cual queda supeditado a los
intereses del capital, donde el fin último es la producción de plusvalía (Lessa, 2007 y 2009).
Esta lógica particular que impone el modo de producción capitalista obliga a considerar las
particularidades que adquiere el proceso de mercantilización de la fuerza de trabajo.
Analizando la mercancía en sus elementos generales, Marx sostiene que es un bien
que por sus propiedades satisface necesidades humanas y que, además, sintetiza la
propiedad de ser simultáneamente valor de uso y valor de cambio. Así, mientras que “la
utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso”, por su parte, “el valor de cambio se
presenta como relación cuantitativa, proporción en que se intercambian valores de uso de
una clase por valores de uso de otra clase, una relación que se modifica constantemente
según el tiempo y el lugar” (Marx, 2009: 44-45). En el marco de las relaciones de
intercambio, los bienes se tornan mercancía a partir de la dualidad intrínseca que los
caracteriza: son objetos de uso y poseen valor.
El pensador alemán plantea que un valor de uso sólo tiene valor porque constituye
una objetivación de trabajo humanamente abstracto, por lo que la magnitud de su valor se
relaciona estrechamente con la cantidad de trabajo contenida en él, sobre la base del
cálculo del tiempo de trabajo socialmente necesario para producir dicho valor de uso. En
consecuencia, afirma que “los valores de uso -chaqueta, lienzo, etc., en suma, los cuerpos
de las mercancías- son combinaciones de dos elementos: material natural y trabajo” (Marx,
2009: 53), es decir, en relación al segundo elemento, gasto de la fuerza de trabajo. De este
modo, para esta perspectiva, la fuerza de trabajo humana al acumularse en el bien lo
configura como “portador de valor”. Sin embargo, por la determinación del carácter
fetichista de la mercancía, este accionar de la fuerza de trabajo aparece negado,
invisibilizado4.

4
Señala Marx que “lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja
ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos
del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la
relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos,
existente al margen de los productores” (Marx, 2009: 88). Sobre estas discusiones, ver: Netto, 1981; Mészáros,
2009; Infranca, 2005 y 2007; Konder, 2009; Lessa, 2002 y Antunes, 2003.
Teniendo en cuenta estas determinaciones, interesa avanzar en el análisis de una
mercancía peculiar: la fuerza de trabajo, cuya característica particular, tal como
mencionamos, consiste en modificar elementos de la realidad para tornarlos útiles y, en la
sociedad capitalista, intercambiables en el mercado. En Marx, la fuerza de trabajo o
capacidad de trabajo constituye
el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la
personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce
valores de uso de cualquier índole (Marx, 2009: 203).

La fuerza de trabajo no necesariamente se constituye en mercancía, sino que, para


ello, las tendencias de la reproducción social deben tener determinadas particularidades o
condiciones históricas. En principio, afirma Marx, para que la fuerza de trabajo se objetive
como mercancía, es decir que pueda ser adquirida por el capital, es necesario que ésta sea
ofrecida en el mercado por un trabajador libre, es decir con capacidad de trabajo real,
concreta y viable de ejercer el trabajo para el cual es contratado. De este modo, los sujetos
se encuentran para vender y comprar fuerza de trabajo por un tiempo determinado para la
producción de determinadas mercancías. En este sentido, el pensador alemán aclara que
para que su poseedor la venda como mercancía es necesario que pueda disponer de
la misma, y por lo tanto que sea propietario libre de su capacidad de trabajo, de su
persona. Él y el poseedor de dinero se encuentran en el mercado y traban relaciones
mutuas en calidad de poseedores de mercancías dotados de los mismos derechos, y
que sólo se distinguen por ser el uno vendedor y el otro comprador; ambos, pues,
son personas jurídicamente iguales (Marx, 2009: 204).

Continuando su análisis, Marx sostiene que para que la fuerza de trabajo se


encuentre disponible como mercancía en el mercado, es necesario que su poseedor no
tenga la posibilidad de ofrecer mercancías en las que ya se encuentre objetivado su trabajo,
sino precisamente que únicamente tenga disponible su propia corporeidad, su capacidad
de transformar, mediante el proceso de trabajo, la naturaleza. Así, la presencia de
trabajadores libres, disponibles a ofrecer su fuerza de trabajo como mercancía, requiere
que previamente hayan sido despojados de los medios de producción y de subsistencia
necesarios para garantizar su reproducción por fuera de las relaciones impuestas en el
mercado. Por eso, para esta perspectiva, trabajador libre, significa tanto la disponibilidad
de fuerza de trabajo como mercancía como, así también, la carencia de otras mercancías
para poner a disposición en el mercado.5
Avanzando en el análisis de las implicancias de la mercantilización de la fuerza de
trabajo en el proceso de objetivación del trabajador, resulta necesario mencionar la
particularidad de la fuerza de trabajo en tanto mercancía, pues su consumo supone, en el
mismo proceso, la producción de otra mercancía y de plusvalía. Analizando el proceso de
trabajo y el proceso de valorización Marx sostiene que
el uso de la fuerza de trabajo es el trabajo mismo. El comprador de la fuerza de
trabajo la consume haciendo trabajar a su vendedor. Con ello este último llega a ser
actu [efectivamente] lo que antes era sólo potentia [potencialmente]: fuerza de
trabajo que se pone en movimiento a sí misma, obrero (Marx, 2009: 215).

En consecuencia, una vez adquirida la fuerza de trabajo en el mercado, el trabajador


se objetiva mediante un proceso de trabajo que al finalizar hace que el producto se le
presente ajeno. Es decir, ya no le pertenece al trabajador el producto de su trabajo, sino a
quien además de comprar su fuerza de trabajo mediante un salario, puso a disposición los
medios de producción y las materias primas necesarias para garantizar su desarrollo.
La lógica de la sociabilidad capitalista supone, entonces, que el capitalista al
consumir la fuerza de trabajo adquirida en el mercado obtiene la propiedad del producto
del proceso de trabajo, es decir, todo aquello que pueda hacer que el trabajador produzca
en una determinada jornada laboral. En el consumo de la mercancía fuerza de trabajo, la
cual ahora aparece cosificada, el capitalista no hace más que acrecentar su capital: el valor
de uso de la mercancía fuerza de trabajo se encuentra en su posibilidad de ser fuente de
valor.
La necesidad de contar con trabajadores libres dispuestos a insertarse
cotidianamente en el mercado de trabajo obliga a considerar las particularidades que
asume la reproducción de la fuerza de trabajo, pues, en tanto que el gasto de energía que
supone la puesta en práctica de la fuerza de trabajo, su regeneración cotidiana se torna

5
Esta cuestión es abordada en sus determinaciones generales por el pensador alemán en el capítulo XXIV de
El Capital al estudiar la “llamada acumulación primitiva del capital”.
sustancial para que pueda ser nuevamente vendida como mercancía y, por lo tanto,
producir valor (Arruzza, 2010).
A diferencia del resto de las mercancías, el análisis de la reproducción de la fuerza
de trabajo, por la dinámica que adquiere la producción y la reproducción social en la
sociedad capitalista, requiere considerar que la misma no se desarrolla de manera
completamente endógena al ámbito de producción, sino que articula elementos exógenos,
siendo, por lo tanto, de carácter dual: la fuerza de trabajo presenta la particularidad de
requerir para su regeneración la articulación de tareas vinculadas a la reproducción,
principalmente aquellas que realizan las mujeres en el ámbito doméstico, con su
valorización en el mercado de trabajo mediante el salario (Varela, 2020; Heinrich, 2008).
La presencia de trabajadores libres dispuestos, objetiva y subjetivamente, a
insertarse en el mercado de trabajo remite a considerar el conjunto de actividades que se
llevan a cabo en el ámbito de la reproducción social, lo cual supone indagar en torno a la
funcionalidad que el trabajo doméstico posee para el capital, en tanto prácticas que
permiten la producción y reproducción de la fuerza de trabajo, precondición de la dinámica
del sistema capitalista. Como permite apreciar Vogel (1979), en un texto clásico que ilumina
estas discusiones, la reproducción de la fuerza de trabajo se desarrolla mayormente al
margen de las actividades productivas, siendo las mujeres las responsables de llevar a cabo
aquellas actividades que aseguran su mantenimiento y reproducción.
La familia se configura en la sociedad capitalista como el espacio que posibilita
simultáneamente que los niños nazcan y se reproduzcan mientras que los adultos se
reproducen física, psicológica y socialmente (Ferguson y McNally, 2003). Así, considerando
las tareas de reproducción social en estrecha relación con aquellas vinculadas a la
producción, se observa que el trabajo doméstico de las mujeres se configura como un
medio preferencial para la reproducción de la fuerza de trabajo para el capital, tanto en el
plano físico como en el subjetivo, mediante la reproducción de determinados valores e
ideología (Ferguson, 2020; Arruzza y Bhattacharya, 2020).
La funcionalidad de las tareas de reproducción social para el desarrollo capitalista
necesariamente se articula con el proceso de valorización de la fuerza de trabajo, en tanto
mecanismo que permite, mediante la relación salarial, contar con los medios necesarios
para la subsistencia cotidiana. Marx plantea que dicho proceso de valorización se encuentra
vinculado, como en toda mercancía, al tiempo socialmente necesario para su producción,
siendo en este caso la reproducción del trabajador, individuo vivo, que luego volverá a
insertarse en el mercado de trabajo. En consecuencia, la producción de la fuerza de trabajo
remite a la reproducción del trabajador, es decir, a la disponibilidad de los medios de
subsistencia necesarios para su conservación. Entonces, según Marx,
el tiempo de trabajo necesario para la producción de la fuerza de trabajo se resuelve
en el tiempo de trabajo necesario para la producción de dichos medios de
subsistencia, o, dicho de otra manera, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de
los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquélla
(2009: 207).

En tanto que la fuerza de trabajo se efectiviza a partir del proceso de trabajo, lo cual
supone el gasto de determinada cantidad de energía, se requiere que su valorización se
encuentre vinculada a la necesidad del trabajador libre de ponerse a disposición
nuevamente, y permanentemente, en el mercado de trabajo. Es decir, se requiere que el
salario obtenido le permita adquirir los medios de subsistencia necesarios para su
reproducción inmediata, como así también de su entorno, principalmente de aquellos que
lo reemplazarán en el mercado de trabajo6. Así, mediante la venta de su fuerza de trabajo,
el trabajador garantiza, en términos generales, la presencia de trabajadores libres
dispuestos a continuar con la relación social capitalista, tanto en el plano objetivo, por la
puesta a disposición de trabajadores, como en el subjetivo, en tanto estos futuros
trabajadores, además de naturalizar la relación salarial, poseen las habilidades y destrezas
que son requeridas por el capital.7

6
Considerando las implicancias del salario en la reproducción capitalista, Heinrich (2008) plantea que la
relación del valor de la fuerza de trabajo a los costos básicos de la reproducción se constituye en una necesidad
funcional del capitalismo, en tanto mecanismo que imposibilita que los trabajadores puedan liberarse de la
coacción de vender su fuerza de trabajo. En la misma línea, Iamamoto (1997) sostiene que en tanto que el
salario recibido por la venta de la fuerza de trabajo es consumido en la reproducción individual y familiar, el
trabajador no posee otra alternativa que la de regresar nuevamente al mercado.
7
En términos concretos, estas discusiones deben mediatizarse por las implicancias del elemento histórico y
moral en la determinación del valor de la fuerza de trabajo (Caligaris y Starosta, 2018).
Se torna necesario mencionar que, en términos de reproducción ampliada de la
fuerza de trabajo, el valor de la misma debe ser comprendido más allá de los procesos que
aparentan ser individuales entre sujetos libres y autónomos, incluyendo a las futuras
generaciones de trabajadores y a los trabajadores que, por distintas razones, se encuentran
imposibilitados de vender su fuerza de trabajo. El valor de la fuerza de trabajo incluye el
valor de las mercancías necesarias para la reproducción del trabajador y, en el mismo
proceso, reproducción de la clase trabajadora. En este sentido, en tanto que la relación
salarial se funda en la apropiación del trabajo excedente, uno de los aspectos sustanciales
del salario consiste, según Marx, en borrar toda señal de división dentro de la jornada
laboral entre trabajo necesario y trabajo excedente, es decir impago.
Mediante la forma de salario se vuelven invisibles, entonces, todos los mecanismos
puestos en movimiento para garantizar la explotación capitalista, haciendo que todo
trabajo aparezca como trabajo pago. Así, más allá que las condiciones de venta de la fuerza
de trabajo sean más o menos favorables para los trabajadores, en nada se altera el objetivo
perseguido por la lógica capitalista: la valorización de su capital, la producción de
mercancías que contengan más trabajo que el efectivamente cubierto por el salario.
La consideración de las particularidades que asume el proceso de trabajo en la
sociedad capitalista posibilita comenzar a indagar sobre las consecuencias de la apropiación
desigual de la riqueza socialmente generada. La lógica productiva además de inaugurar una
forma peculiar de explotación, la cual tiende a ser invisibilizada en la relación salarial, instala
un conjunto de mecanismos que se configuran en la génesis del empobrecimiento de
amplios sectores de la clase trabajadora.
A partir de descifrar la ley general de acumulación capitalista, Marx marca la
necesidad de considerar el proceso de pauperización de la clase trabajadora como resultado
directo de la lógica salarial instaurada en este modo de producción. Para el intelectual
alemán, las lógicas y formas que asume el desarrollo de la producción capitalista genera
alteraciones en la composición técnica del capital, donde los elementos objetivos crecen en
detrimento de los subjetivos, es decir la fuerza de trabajo necesaria. Así, aclara Marx, “a
medida que el acrecentamiento del capital hace que el trabajo sea más productivo, se
reduce la demanda de trabajo con relación a la propia magnitud del capital” (2009: 773).
Las relaciones de explotación inauguradas en el capitalismo suponen, en
consecuencia, la sistemática pauperización del poseedor de la fuerza de trabajo, pues el
proceso de acumulación se caracteriza por la sistemática expulsión de trabajadores del
mercado de trabajo, generando aquello que Marx denominó como los “pobres laboriosos"
y “el material humano explotable y siempre disponible” que configura el ejército industrial
de reserva. Lejos de pensar a la población inserta y expulsada del mercado de trabajo de
manera dicotómica, las indagaciones marxianas permiten apreciar como la presencia de la
segunda es condición vital para la profundización de los procesos de extracción del trabajo
excedente, mediante la regulación del salario y el disciplinamiento de los trabajadores
ocupados.
Emerge así un significado histórico radicalmente nuevo sobre el proceso de
empobrecimiento de la clase trabajadora; proceso que es analíticamente denominado
como “cuestión social” (Netto, 2002, 2003; Iamamoto, 1997, 2007; Pereyra, 2003; Oliva,
2007; Wanderley, 2007; Yazbek, 2004a y 2004b; Pimentel, 2007; Guerra, et. al., 2007).
Fenómeno inédito, aquello que sintetizamos bajo la expresión “cuestión social” no sólo
remite a considerar la miseria generada por la naciente explotación capitalista, sino también
los procesos de organización y resistencia por parte de las distintas fracciones de la clase
trabajadora8.
Es la tensión entre empobrecimiento y resistencia que le otorga a la “cuestión social”
un carácter esencialmente político, dado que da cuenta de un escenario histórico marcado
por la lucha de clases y la presión sobre el Estado en torno a su necesaria intervención en
la esfera económica y social para garantizar la reproducción acorde a los requerimientos del
sistema capitalista (Pimentel y Macedo da Costa, 2019).
De este modo, el proceso de estatalización9 de la atención a las distintas expresiones
de la “cuestión social” se vincula a la puesta en escena de un complejo proceso que articula

8
Sobre esta dimensión de la configuración histórica de la clase trabajadora, ver, entre otros trabajos,
Hobsbawm (2007), Martinelli (1997) y Hirsch (2017).
9
Para el análisis de los procesos de estatalización y desestatalización, ver Bonnet (2011).
la presencia de determinados requerimientos del sistema capitalista y la emergencia de
reivindicaciones de la clase trabajadora en el marco de las confrontaciones con el capital,
donde, siguiendo a Offe (1990), los subsistemas relacionados con las condiciones de vida
(familia, caridad, etc.) son sobrepasados en su capacidad de dar respuesta a los problemas
que impone el desarrollo capitalista. Particularmente, la intervención estatal orientada a
garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo se torna socialmente necesaria cuando
una parte de las necesidades objetivas de la reproducción de los trabajadores no se
encuentra reconocida en su valor de cambio (Topalov, 1979) y/o cuando se genera la
presencia del ejército industrial de reserva que, si bien no encuentra comprador para su
fuerza de trabajo, debe estar disponible si el ciclo de acumulación lo demanda (Seiffer,
2022).
Estado y gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo
Habiendo sintetizado un conjunto de reflexiones en torno a los procesos que dan
fundamento a la “cuestión social” en la sociedad capitalista, en la continuidad del texto se
procura abordar la relación dialéctica que existe entre dichos procesos y la intervención
estatal orientada a garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo. En la búsqueda de
superar aproximaciones que tienen a dicotomizar ambas dimensiones, se recuperan
algunos elementos de las discusiones en torno al Estado que provienen del debate de la
derivación alemán, en tanto aportes analíticos que posibilitan visualizar las mediaciones
articuladoras entre ambas10.
Inicialmente, se hace necesario pensar al Estado como parte y como totalidad,
cuestión que remite a explicitar una concepción sobre sus múltiples determinaciones en el
marco de la reproducción social. En consecuencia, las particularidades que adquiere el
Estado en un momento y en un espacio determinado sólo pueden ser aprehendidas a partir
de superar la trampa reduccionista que lo piensa en sí mismo, desvinculado de los procesos
sociales que lo explican social e históricamente. El Estado es una totalidad, en tanto posee
formas, funciones, y sujetos que le otorgan una legalidad determinada, pero también es
parte constitutiva de una totalidad mayor: la sociabilidad capitalista.

10
Para una síntesis del debate de la derivación, ver Piva (2021); Bonnet y Piva (2017).
En el marco del enfoque de la derivación, se plantea que la relación del capital se
desdobla en dos formas vinculadas: la económica mediante el valor y la forma política que
se materializa en el Estado (Hirsch, 2005; Holloway y Picciotto, 2017). Heredero de estas
posiciones, Bonnet (2015) sostiene que en la sociedad capitalista se torna necesario
considerar diferenciadamente, aunque en estrecha articulación dialéctica, las relaciones de
dominación y las relaciones de explotación. Ambas son consideradas en el marco de las
relaciones existentes entre las clases sociales fundamentales, y remiten a procesos
particulares que se dan en el plano de lo político, haciendo referencia al Estado y a las
relaciones de dominación, y de lo económico, en el mercado y sus relaciones de explotación.
Así, en consecuencia, el Estado, en tanto forma de dominación, remite a la conformación
de un “aparato autónomo y centralizado, separado de la sociedad y la economía, y con esto
se diferencian ‘política’ y ‘economía’ como esferas funcionales de la sociedad” (Hirsch,
2005: 165).
Las relaciones de dominación y explotación no pueden ser sintetizadas, ni
referenciadas como un mismo fenómeno, aunque tampoco puede caerse en el polo
opuesto que basa aproximaciones analíticas en la escisión entre el Estado y el mercado.
Ambos, entonces, son totalidades complejas que se articulan en una totalidad mayor que
caracterizamos como la sociabilidad capitalista, con tendencias societales generales que se
encuentran mediadas por el antagonismo entre capital y trabajo (Bonnet, 2011; Piva, 2021).
Heinrich sostiene que
dado que la forma política y, con ella el Estado, sólo pueden mantenerse cuando la
reproducción material de la sociedad está garantizada en general, la separación
entre ‘Estado’ y ‘sociedad’ no puede ser absoluta, sino que se sustenta en relaciones
recíprocas en forma de ‘intervenciones del Estado’ e influencias de ‘la sociedad’
sobre el Estado (2008: 169).

Asumir que la configuración del Estado es el resultado del proceso de


particularización de la forma que asume la dominación política en la sociedad capitalista,
permite considerar que las contradicciones que se desarrollan en los procesos de
explotación económica no pueden ser resueltas por el mercado, sino sólo reproducirlas y
procesarlas en su modo político (Bonnet y Piva, 2017). Por ende, “la necesidad general de
la intervención estatal surge del hecho de que el proceso de reproducción capitalista
presupone estructuralmente funciones sociales que no pueden ser realizadas por los
capitales individuales” (Hirsch, 2017: 523).
Dentro del desarrollo histórico de las funciones que asume la forma Estado en el
proceso de reproducción social, interesa particularizar en aquellas vinculadas a la
intervención directa sobre la reproducción de la fuerza de trabajo. Heinrich (2008) afirma
que, para evitar la destrucción del objeto de explotación capitalista, la fuerza de trabajo, la
intervención estatal emerge como una finalidad fundamental, sea a través de la protección
mediante la legislación o por medio de la asistencia estatal. En consecuencia, la intervención
que asume el Estado para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo no puede ser
desvinculada de los requerimientos que la sociabilidad capitalista le impone, cuestión que
no puede ser analizada de manera mecánica pues supone un proceso dialéctico complejo y
contradictorio.
Consecuencia directa de los cambios en el proceso de trabajo y de la destrucción de
las formas tradicionales de reproducir y mantener la fuerza de trabajo (Hirsch, 2017), la
existencia de prestaciones sociales por parte del Estado se vincula, por lo tanto, a la
necesidad de asegurar la presencia de trabajadores dispuestos objetiva y subjetivamente a
insertarse al mercado de trabajo, es decir constituirse como asalariados. Así, las
prestaciones sociales tienen en su horizonte mediato o inmediato la disposición de fuerza
de trabajo dispuesta a ser vendida11.
En este marco, la intervención estatal sobre la reproducción de la fuerza de trabajo
está orientada, en principio, a atender las exigencias objetivas de la reproducción de los

11
Dichas prestaciones sociales, se configuran como “una protección adecuada al capitalismo para asegurar la
existencia de los trabajadores asalariados. Por un lado, al capital le interesa que aquellos trabajadores y
trabajadoras cuya fuerza de trabajo no se pueda utilizar transitoriamente, por causa de enfermedad,
accidente o escasez de demanda, se conserven en <buen estado> para el capital. Por otro lado, las
prestaciones sociales del Estado están vinculadas generalmente a la venta de fuerza de trabajo (o a la
disposición para ello): prestaciones como los subsidios de desempleo o las pensiones de jubilación que
dependen del salario anterior, una conexión que tiene el efecto de disciplinar a muchos trabajadores y
trabajadoras; en el caso de las personas en condiciones de trabajar, el pago del subsidio de desempleo o de
la ayuda social está vinculado además a que se esfuercen activamente para vender su fuerza de trabajo. Si
este no es el caso, tiene lugar la reducción o la denegación plena de los pagos por parte de las autoridades
estatales como medida disciplinar. Por lo tanto, las prestaciones del Estado social no eximen en modo alguno
de la coerción a vender la fuerza de trabajo” (Heinrich, 2008: 2012).
trabajadores, lo cual supone la provisión de bienes, servicios y transferencias financiadas
de manera socializada y/o colectiva, en el marco de garantizar determinadas condiciones
de vida en los sectores trabajadores. Así, la preservación, mantención y el control de la
fuerza de trabajo, ocupada y excedente, se configuran como parte de las funciones
económicas y políticas estatales esenciales en el capitalismo (Netto, 1997).
Para avanzar en la caracterización de las respuestas estatales, recuperamos los
aportes de Topalov (1979), Oliva (2007) y Torrado (2003). El primero hace alusión a la
configuración de un sistema público de mantención de la fuerza de trabajo, cuyos
componentes incluyen la transferencia en forma monetaria y el suministro directo de
valores de uso a los usuarios. Retomando estos planteos, Oliva sostiene que las respuestas
a la “cuestión social” se asocian a las demandas y luchas para instalar un sistema socializado
de mantenimiento de la fuerza de trabajo que se expresa en el financiamiento público de
equipamientos de uso colectivo y formas de consumo no mercantilizadas. Por su parte,
Torrado acuña el concepto de gestión social de la reproducción de la fuerza de trabajo para
referenciar la intervención estatal orientada a asegurar la producción y reproducción de
‘trabajadores libres’.
De la síntesis de estas contribuciones, hacemos referencia a la gestión estatal de la
reproducción de la fuerza de trabajo como aquel proceso que emerge en la sociedad
capitalista con la funcionalidad estratégica de articular las necesidades de reproducción del
capital con la reproducción cotidiana de los trabajadores a partir de la atención selectiva de
determinadas exigencias objetivas para dicha reproducción. La gestión estatal de la
reproducción de la fuerza de trabajo remite, en consecuencia, al conjunto de instituciones,
políticas y prácticas que aportan a la regeneración de la fuerza de trabajo, considerando
tanto la reproducción biológica como la reproducción cotidiana de la fuerza de trabajo en
su doble dimensión: física y psicológica.
Necesariamente, la articulación de los procesos de reproducción social en la
sociedad capitalista y los requerimientos que éstos imponen a la gestión estatal de la
reproducción de la fuerza de trabajo supone considerar a los distintos mecanismos que
materializan dicha gestión como estrategias de hegemonía desarrollados en el marco de la
dominación política, pues abonan a presentar las condiciones de reproducción burguesas
como condiciones de la reproducción social en general, particularmente aquellas vinculadas
a la separación entre lo económico y lo político (Piva, 2009).
Así, asumir la intervención estatal sobre las distintas expresiones de la “cuestión
social” como estrategias de hegemonía remite a considerar la articulación existente entre
la capacidad de dirección intelectual y moral que conquista una clase fundamental en lo
económico (Campione, 2007; Coutinho, 2013), con las bases materiales de la reproducción
social, en tanto supone la incorporación de reivindicaciones dentro de los límites
económico-corporativos del capital (Gramsci, 2011)12.
Concebida como un mecanismo que posibilita la acumulación sostenida del capital,
frente a su tendencia a desestabilizar los procesos mismos sobre los cuales se asienta
(Fraser, 2016), la gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo se particulariza
al interior de la totalidad de las intervenciones estatales sobre la reproducción social por la
acción directa que procura desarrollar sobre la capacidad de subsistencia físico-biológica de
la clase trabajadora pobre y sostener sus atributos productivos mínimos (VVAA, 2020). Para
ello, la preocupación por garantizar la presencia de trabajadores libres dispuestos a
insertarse en el mercado de trabajo se desdobla, en términos de gestión estatal de la
reproducción de la fuerza de trabajo, en dos lógicas complementarias: por un lado, aquella
orientada a garantizar la presencia y reproducción objetiva de trabajadores y, por el otro,
aquella destinada a incidir subjetivamente sobre dichos trabajadores, es decir
históricamente disciplinados a la lógica salarial.
Operativamente, la gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo se
concretiza en el conjunto de prestaciones sociales monetarias y/o en especies, contributivas
y no contributivas que son percibidas por las fracciones pobres de la clase trabajadora y el
conjunto de servicios colectivos que son utilizados por la clase trabajadora en forma no
mercantilizada o subsidiada (Oliva, 2007; Torrado, 2003). De este modo, las formas
históricas que asume dicha gestión sobre la reproducción de la fuerza de trabajo,

12
Para un estudio de la política social como estrategias de hegemonía ver: Vasconcelos (1999) y Vieira (1999).
materializada en políticas sociales y, particularmente, son aprehendidas como partes de
una totalidad que les otorga significado social e histórico concreto.
Lógicas y fundamentos de la gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo
El análisis de la forma que asume la gestión estatal de la reproducción de la fuerza
de trabajo requiere la articulación de discusiones analíticas que permitan ubicarla en el
marco de la producción y reproducción social capitalista, pero también la reconstrucción de
sus tendencias históricas concretas. Una y otra dimensión debe articularse dialécticamente
para evitar aproximaciones clasificatorias imposibilitadas de trascender sus elementos
fenoménicos y superficiales.
La relación salarial, como forma predominante de inserción en el mercado de
trabajo, se configuró históricamente sobre la base del disciplinamiento, el cual cargado de
violencia en su génesis trasmuta hacia nuevas formas contemporáneas. Dice Marx que
la población rural, expropiada por la violencia, expulsada de sus tierras y reducida al
vagabundeo, fue obligada a someterse, mediante una legislación terrorista y
grotesca y a fuerza de latigazos, hierros candentes y tormentos, a la disciplina que
requería el sistema del trabajo asalariado (Marx, 2009: 922).

Dicho proceso de disciplinamiento se materializa en un conjunto de prácticas que


buscan incidir, con mayor o menor sustento coercitivo, en la dinámica que adquiere la vida
cotidiana de la clase trabajadora. En la particularidad de la gestión estatal de la
reproducción de la fuerza de trabajo, la transferencia de recursos hacia la población pobre
es tensionada por la preocupación de posibles impactos negativos en los procesos
productivos, precisamente en las formas que asume la explotación laboral, centralmente a
partir de argumentos que asocian dicha intervención como desincentivo a la inserción de
los trabajadores en la relación salarial.
Esta tensión se expresa, en términos históricos, en la preocupación por fundar un
andamiaje institucional que permita precisar los términos y alcance del “pobre merecedor”,
expresión que define a aquel sujeto susceptible de ser “ayudado” frente a una determinada
situación de pobreza. En la génesis del capitalismo, esta preocupación se expresó en el
desarrollo de prácticas que articulaban la caridad y la limosna con el encierro y el trabajo
forzado (Marx, 2009; Donzelot, 2008; Federici, 2015). Así, “ayudar” al pobre supuso poder
descifrar el merecimiento, teniendo como contrapartida la estigmatización, el castigo e
incluso la muerte al vagabundo, tipificado como “delincuente voluntario”.
La lógica del merecimiento, constitutiva desde su génesis en la intervención sobre
distintas expresiones de la “cuestión social” se desdobla históricamente en criterios de
elegibilidad, exigencias y pautas de comportamiento orientadas a desincentivar una
supuesta cultura de la dependencia. Así, por ejemplo, la credencialización de los pobres se
constituyó en una forma de señalar en la vestimenta a quienes recibían asistencia y, de este
modo, cultivar el sentimiento de vergüenza por la dependencia (Hindle, 2004). La
señalización de los pobres pasó a constituirse en una forma de diferenciación, ahora en la
ropa y ya no en el cuerpo, donde centralmente la preocupación estaba dada por la
necesidad de identificar a aquellos que eran incapaces de trabajar, pues se planteaba al
trabajo como la forma legítima de obtener los recursos necesarios para la reproducción
cotidiana.
Bajo el imperio del trabajo asalariado como horizonte, los pobres merecedores son
aquellos que trabajan y cuyas familias se encuadran en parámetros socialmente aceptados,
mientras que aquellos que no son merecedores se ubican en una figura homogeneizadora
que los encuadraría atrapados por la cultura de la pobreza y estados morales identificados
por la fuerte dependencia, tales como la presencia de hábitos viciosos, valores y prácticas
individuales y/o familiares deficientes, entre otros (Moffitt, 2015; Katz, 2013).
En la configuración del “pobre merecedor” subyace la posición que las fallas
individuales y la inadecuación personal se constituyen en la causa de la pobreza, sea porque
la misma es el resultado de la pereza, el comportamiento inmoral, la presencia de
habilidades inadecuadas y la pertenencia a familias disfuncionales, o por considerar a la
pobreza como el resultado de deficiencias heredadas que limitan el potencial intelectual y
que desencadenan comportamientos dañinos e inmorales (Katz, 2013).
En términos de gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo, esta lógica
se expresa en una dinámica institucional que articula el reconocimiento de problemas
sociales con la sobrevaloración de la dimensión privada de sus factores causales, lo cual se
traduce en un proceso individualización y psicologización que refuerza un ethos en donde
el horizonte interventivo se orienta a la modificación y/o redefinición comportamientos
individuales (Netto, 1997).
Lógica del merecimiento e individualización de las distintas expresiones de la
“cuestión social” se coagulan en una forma particular de intervención por parte del Estado
que, recuperando el carácter dual de la reproducción de la fuerza de trabajo, articula dos
vectores complementarios. En primer lugar, asumiendo que la reproducción cotidiana de la
fuerza de trabajo debe solventarse a partir de la inserción de los trabajadores en el mercado
de trabajo, se configura una lógica residual y compensatoria que simultáneamente habilita
la transferencia de recursos y prestaciones con el disciplinamiento subjetivo ante la
dependencia asistencial.
En tanto estas intervenciones están orientadas a garantizar la incorporación de la
fuerza de trabajo a la relación salario-trabajo, siendo parte necesaria en la regulación del
proceso de proletarización (Offe, 1990), la dinámica asistencial se encuentra atravesada por
la permanente compulsión a la inserción en el mercado de trabajo, vinculando la no
participación en el mismo a procesos de desajustes e incompetencias individuales.
La venta de la fuerza de trabajo se instala como la tarea que humaniza y dignifica al
hombre (Pascucci, 2007), configurándose, por lo tanto, como tarea compulsiva y mandato
moral (Lafargue, 2007; Rieznik, 2007). Individualizando y, por lo tanto, deseconomizando y
despolitizando la expulsión del mercado de trabajo, se enfatizan atributos personales
vinculados a la dignidad, la disciplina, el esfuerzo, la aptitud, la voluntad y la moral.
Haciendo hincapié, entonces, en la disciplina, la habilidad y competencia personal,
la gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo configura un conjunto de
mecanismos y prácticas con tres finalidades complementarias: i) reforzar una subjetividad
disciplinada, donde subyace la dignidad y la cultura del trabajo como racionalidad
hegemónica; ii) el desarrollo de determinadas conductas cotidianas vinculadas al
cumplimiento de condicionalidades asociadas a la capacitación, a la formación y al
desarrollo de habilidades individuales; y iii) instalar la obligación de vender la fuerza de
trabajo a cualquier costo a fin de evitar el desincentivo para pasar de la asistencia estatal al
mercado de trabajo.
En segundo lugar, por su parte, haciendo uso del trabajo de reproducción llevado a
cabo al interior de las familias, centralmente por mujeres, se instala una lógica familiarista
que hace extensiva la privatización a su ámbito. Considerando que las actividades
vinculadas a la reproducción social no asalariada son necesarias para el desarrollo del
trabajo asalariado y su lógica inherente (Vogel, 1979), la tendencia general valoriza el
modelo heteronormativo de familia sexista, basado en el hombre proveedor y la mujer
encargada de la casa (Fraser, 2016). Así, con la finalidad que al interior de las relaciones
familiares se produzcan las condiciones para la producción de valor a través de la
regeneración de la fuerza de trabajo y de los trabajadores (Arruzza y Bhattacharya, 2020),
se desarrollan distintos mecanismos sociales y políticos orientados a asegurar la
reproducción biológica, la preservación y perpetuación del orden social, cultural y
económico (Torrado, 2003).
La gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo orienta su intervención,
en consecuencia, a la atención de las necesidades disociadas del salario (Topalov, 1979)
articulando la transferencia de servicios y/o recursos, monetarios y/o prestaciones, con
acciones educativo-moralizantes tendientes a reforzar determinadas prácticas al interior de
las unidades familiares. En dicho proceso de disciplinamiento e inducción comportamental
(Netto, 1997), adquieren relevancias ciertas ideas de domesticidad que excluyen a las
mujeres de la fuerza de trabajo (Arruzza y Bhattacharya, 2020) y avanzan en un proceso de
moralización que la transforma en ama de casa limitada a las relaciones conyugales
(Cicchelli y Cicchelli, 1999). La mujer adquiere, en consecuencia, el lugar y la función de
reserva moral de la familiar configurando su horizonte cotidiano como esposa, madre,
doméstica y domesticada (Nari, 2004).
De manera articulada, con mayor preeminencia de uno u otro vector, la gestión
estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo se instala en la sociedad capitalista como
un mecanismo que incorpora al plano de la dominación política las consecuencias de las
relaciones de producción. Transfigurando, mediante un complejo y contradictorio proceso,
la trama de mediaciones que existen entre la “cuestión social” y sus impactos en la vida
cotidiana de amplios sectores de la población, en tanto estrategia de hegemonía, plantea
lo superficial como la esencia, lo inmediato como lo profundo y lo privado como el
fundamento de la pobreza.
Consideraciones finales
Este artículo procuró sintetizar un conjunto de elementos analíticos que permiten
problematizar las lógicas y formas que asume la intervención estatal sobre las distintas
expresiones de la “cuestión social”, particularizado el análisis en los fundamentos presentes
en la gestión estatal de la reproducción de la fuerza de trabajo.
Recurriendo a la obra de Marx, se abordaron las particularidades que asume el
proceso de trabajo en la sociedad capitalista y su estrecha relación con el proceso de
pauperización de la clase trabajadora, dando origen al conjunto de problemáticas que
sintetizamos bajo la expresión “cuestión social”. En estrecha relación, se analizó la
funcionalidad que adquiere el Estado como mecanismo de dominación política en la
sociedad capitalista y, dialécticamente articulada, la emergencia de la gestión estatal de la
reproducción de la fuerza de trabajo.
La articulación del reconocimiento del carácter público de las distintas expresiones
de la “cuestión social” con el sobredimensionamiento de los aspectos privados como
factores causales de las mismas, permitió problematizar como la gestión estatal de la
reproducción de la fuerza de trabajo se asienta en el carácter dual de dicha reproducción,
lo cual necesariamente remite a fortalecer el disciplinamiento para la continuidad de la
relación salarial y la relevancia de las prácticas vinculadas a la reproducción social que se
desarrollan al interior de los hogares.
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