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Instituto Técnico Superior Comunitario

Asignatura:
Historia Social Dominicana

Tema:
Gobierno de Rafael Leónidas Trujillo Molina, 1930-1961
Sección:
18

Maestro:
Ramón Rodríguez Jiménez

Estudiante:
Lismer Morel de la Cruz

Fecha de entrega:
Viernes 05 de abril del año 2024
INTRODUCCIÓN

Una de las consecuencias políticas de la crisis mundial de 1929 en América Latina fue la
instauración de gobiernos militares en casi todos los países del área. Rafael Leónidas Trujillo
Molina se juramentó presidente de la República Dominicana en agosto de 1930. En Perú, en ese
mismo mes y año, Luis M. Sánchez Cerro ponía fin al Gobierno del presidente Lenguía; en
Argentina, el 6 de septiembre de 1930 fue derrocado el presidente Yrigoyen; en Brasil, Getulio
Vargas llega al poder en octubre de 1930 como presidente de un gobierno provisional instalado
por un grupo de militares; el Ecuador, en 1930 es gobernado por José María Velasco Ibarra; en
julio de 1931 cae el Gobierno de Ibáñez en Chile, quien había sido elegido presidente por el
Congreso en 1927. En Guatemala y El Salvador, en 1931, gobernarían los generales Ubico y
Hernández Martínez respectivamente; en 1933, el presidente de Uruguay, Gabriel Terra, se
convierte en dictador. Cuba, desde 1925 estaba gobernada por Gerardo Machado hasta 1933
cuando llegaría al poder Grau San Martín.

Entre 1930-1961, la República Dominicana vivió bajo la dictadura autocrática del generalísimo
Rafael Leónidas Trujillo Molina (1891-1961). La llegada al poder del general Trujillo está
íntimamente relacionada con las consecuencias políticas de la crisis económica de 1929, así
como con el final de la ocupación estadounidense a la República Dominicana (1916-1924). Los
estadounidenses habían creado la Guardia Nacional para sustituir al ejército de ocupación de los
EE UU, llegando Trujillo a ser el jefe de esa Guardia Nacional. El 16 de agosto de 1930, y tras
varias artimañas políticas, Trujillo, ya convertido en caudillo militar dominicano, se convierte en
presidente del país. Comenzaba así la llamada Era de Trujillo (1930-1961).
Gobierno de Rafael Leónidas Trujillo Molina,
1930-1961

El régimen trujillista

El régimen de Trujillo fue una tiranía, una dictadura, una autarquía con algunos elementos de
totalitarismo y autoritarismo. La dictadura de Trujillo fue la más larga y férrea tiranía en la
República Dominicana; quizás la más férrea de toda América Latina y el Caribe. El régimen se
caracterizaba por tener un poder y un control absolutos en todo el territorio nacional y la
población dominicana; controlaba toda la vida pública (y privada) mediante el control de los
medios de comunicación, la cultura, la educación. Hacía un uso constante de la propaganda a
través de los medios de comunicación, como también a través de otros elementos culturales, por
ejemplo, la música (el merengue). En todos los centros educativos (primarios elementales y
superiores) era obligatorio el aprendizaje de la Cartilla Cívica para el Pueblo Dominicano, un
documento oficial aprobado en 1937 para educar al buen ciudadano dominicano en el cual se
incluían también varias ideas del régimen.1 Sólo algunas ideas, porque el trujillismo nunca contó
con una ideología. Sí habían varios elementos ideológicos que la caracterizaban tales como el
antihaitianismo, cuya máxime expresión fue el genocidio de haitianos de 1937, el catolicismo,
siendo la Iglesia Católica uno de sus aliados hasta la ruptura con el régimen en 1960, ya al final
de la dictadura, el anticomunismo y un nacionalismo económico, que más que nacionalismo
económico era para beneficio propio, para los parientes y amigos, que disponían de los recursos
e infraestructura nacionales. Trujillo y su familia más cercana eran los más ricos de la RD;
poseían monopolios en prácticamente todos los sectores de la economía nacional: ingenios
azucareros, la industria de la construcción, el sector agropecuario, eléctrico, etc.

El régimen de Trujillo mantenía una corrupción controlada y centralizada, burocratizada y con


un total control de sus subalternos mediante el terror físico y mental. Para ello se servía de varios
organismos estatales cuya máxima expresión sería el siniestro Servicio de Inteligencia Militar
(SIM), fundado en 1957. Igual control tenía sobre las Fuerzas Armadas, de la cual era su jefe
máximo en su calidad de presidente (cuando lo era) o en su calidad de generalísimo.

En la nueva situación internacional tras la II Guerra Mundial, el anticomunismo del régimen de


Trujillo vendría a jugar un enorme papel en la región del Caribe.
Catolicismo, anticomunismo y dominicanidad

El catolicismo y el anticomunismo fueron dos elementos que componían la política nacionalista,


o la dominicanidad, del régimen del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina durante las más de
tres décadas (1930-1961) en las que dirigió los destinos de la República Dominicana.

El nacionalismo del dictador, expresado en su noción de dominicanidad como antítesis de lo


haitiano, se basaba, principalmente, en los valores de la fe católica; ésta, a su vez, fundamentaba
su ideología anticomunista.

Muchas fueron las ocasiones en que el dictador emitió su opinión al respecto. Así, en una
exhortación suya al pueblo dominicano, el 30 de agosto de 1947, expresaba lo siguiente:
“...exhorto a todos los jefes de religiones, a los padres de familia, a los maestros y a cuantos
incumbe orientar los diversos sectores del conglomerado social, a que pongan en juego su
benéfica influencia, a fin de que, en la iglesia, en el hogar, en el taller y en la escuela, al romper
el día y al caer la tarde, se soliciten las gracias y los favores del Cielo, para mantener incólume
al pueblo dominicano de la deletérea y destructiva teoría comunista.
Fundamentado en el concepto materialista de la historia, el comunismo, como es harto sabido,
concibe el desarrollo humano como un producto de la mera evolución económica, viendo en la
economía la única auténtica realidad, la sola vida genuina, formando la religión, la idea, la
filosofía y el arte puros cambiantes reflejos de la producción y el intercambio. De esta forma nos
lleva, por sus pasos contados, al más denso y cerrado materialismo, a la destrucción de esos
altos y soberanos valores espirituales, que han constituído para el pueblo dominicano a lo largo
de sus días, sillar granítico en que han descansado su fe y su esperanza, su estructura social, la
esencia y la raíz misma de su vida.
Abrigo la perfecta certidumbre de que el pueblo dominicano, con ese hondo sentido espiritual
que lo caracteriza y es una de sus más bellas preseas, responderá generosamente en defensa de
su fe, de su tradición y de su propia existencia.”2

Un año después, en mayo de 1948, con motivo de la inauguración del Seminario Central el
dictador declaró que: “Si mi Gobierno ha reconocido la personalidad jurídica de la Iglesia; si
ha puesto particular esmero en estrechar nuestras relaciones con la Santa Sede; si ha levantado
numerosos establecimientos docentes donándolos a beneméritas congregaciones religiosas y
dotándolos de holgadas subvenciones; si ha promovido, con amplitud de miras y largueza de
recursos, la fundación de misiones religiosas en las comarcas fronterizas, si ha invertido
cuantiosas sumas en la edificación, reconstrucción y ornamentación de templos en todo el país y
ahora hacemos un empeño nacional en la construcción de la Basílica de Nuestra Señora de la
Altagracia, todo ello obedece, señores, a que estamos determinados a cuidar, consciente y
vigorosamente, de los principios esenciales de nuestra dominicanidad.”3

Estas declaraciones, a pesar del verdadero carácter anticomunista, católico y nacionalista del
dictador, hay que enmarcarlas dentro del contexto histórico del periodo de la postguerra, cuando
la Guerra Fría era ya un hecho, puesto que, en diferentes periodos y motivadas por causas de

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política interna y externa, Trujillo realizó ciertas maniobras tácticas de aproximación a la Unión
Soviética y a los países comunistas de Europa Central y Oriental.4

Como buen autócrata, Trujillo era también un gran megalómano. Ya en los primeros años de
gobierno Trujillo daría muestra del carácter unipersonal y autocrático que caracterizaría a su
régimen. En 1931 establece el monopolio político a través de un partido único, el Partido
Trujillista o Partido Dominicano, al cual debía pertenecer todo dominicano mayor de edad y al
cual todo empleado debía contribuir con un 10 % de su sueldo. El símbolo del partido era una
palma y su lema, “Rectitud, Libertad, Trabajo y Moralidad”, las iniciales del dictador (Rafael
Leónidas Trujillo Molina).

También desarrolló su ego, no sin el apoyo de parte de sus aduladores. En 1931 recibió el título
de “Hijo Benemérito de Santo Domingo”. Este título marca una estrecha relación con el Ciclón
de San Zenón que el 3 de septiembre de 1930, apenas unas semanas de juramentarse Trujillo
como presidente, azotó la capital dominicana causando grandes pérdidas tanto materiales como
humanas. En 1935 la capital dominicana, Santo Domingo de Guzmán, Ciudad Primada de
América, fundada en agosto de 1496, pasaría a llamarse Ciudad Trujillo, nombre que ostentaría
hasta la muerte del dictador en mayo de 1961. Entre otros títulos que les serían concedidos están
el de “Generalísimo” (1933), “Benefactor de la Patria” (1933), “El más grande de los Jefes de
Estado dominicano” (1938), “Gran Protector de la Universidad” (1938), “Primer Maestro de la
República” (1939), “Restaurador de la Independencia Financiera” (1940), “Primer Periodista de
la República” (1941), “Libertador de la Clase Obrera” (1945), “Padre de la Patria Nueva”
(1954), etc., sin contar el título de “Doctor Honoris Causa” por la Universidad de Santo
Domingo (primera universidad en el Nuevo Mundo, fundada en 1538), así como la institución
del 11 de enero como “Día del Benefactor”. Incluso se le quiso promover como candidato al
Premio Nóbel de la Paz en 1936. Sin embargo, sus opositores lo veían a él y a su régimen con
otros ojos.

En sus escritos, una gran mayoría de sus opositores lo llamó “tirano”, “dictador”, “sátrapa”,
“déspota”, “César” llegándose incluso a compararlo con el nazismo. Entre estas obras podemos
mencionar las siguiente: Juan Bosch, Trujillo. Causas de una tiranía sin ejemplo (2009), Bernard
Diederich, Trujillo, la muerte de un dictador (1990), Jesús de Galíndez, La era de Trujillo: un
estudio casuístico de dictadura hispanoamericana (1956), Juan Isidro Jiménez Grullón, Una
Gestapo en América. Vida, tortura, agonía y muerte de presos políticos bajo la tiranía de
Trujillo (1946), José Almoina, Una satrapía en el Caribe: historia puntual de la mala vida del
déspota Rafael Leónidas Trujillo (1999), Germán Emilio Ornes, Trujillo: pequeño César del
Caribe (1999), Arturo E. Espaillat, Trujillo: el último de los césares (1967).5

Sin embargo, desde el punto de vista formal, el régimen de Trujillo seguía manteniendo las
instituciones de una democracia liberal, es decir, tenía una Constitución, una división de poderes,
y contaba con instituciones políticas y sociales. Y también con la Iglesia Católica, por supuesto.

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Las constituciones de la Era de Trujillo

Durante la Era de Trujillo existieron cinco Constituciones: las de 1934, 1942, 1947, 1955 y 1960.
Las cinco Constituciones tenían muchas cosas con común. Por ejemplo, los cinco textos
constitucionales establecían el carácter civil, republicano, democrático y representativo del
gobierno dominicano. Todas las constituciones aquí citadas establecían la división de poderes
(Legislativo, Ejecutivo y Judicial), el sistema bicameral del Congreso (Cámara de Diputados y el
Senado), las condiciones y atribuciones del presidente de la República, la organización del poder
Judicial y sus competencias. Todas reconocían los derechos individuales y derechos humanos de
los ciudadanos dominicanos, el papel de la Fuerza Armada (“esencialmente obediente y no tiene
en ningún caso facultad para deliberar”), las relaciones del Estado dominicano con la Iglesia
Católica, así como todo lo relativo al proceso de reforma constitucional.

Sin embargo, en algunas de ellas encontramos ciertos cambios, modificaciones dependiendo del
momento imperante. Por ejemplo, en la Constitución de 1942 se establece por ley el cambio de
nombre de Santo Domingo, la capital dominicana, a Ciudad Trujillo, nombre que llevará la
capital dominicana hasta la caída de la dictadura. En esta misma Constitución se introduce un
artículo respecto a “la libre organización de partidos y organizaciones políticas” (Art. 108),
siempre y cuando no contradigan el espíritu “democrático” del gobierno dominicano.

Por su parte, la Constitución de 1955, el año de esplendor de la Era, introdujo unos textos muy
significativos: el Artículo 4 establecía que “el comunismo, por su tendencia atentativa contra la
soberanía de los Estados y los atributos inherentes a la persona humana, es incompatible con los
principios fundamentales reconocidos en esta Constitución. Por consiguiente, la ley dispondrá
los medios necesarios para sancionar a las personas o agrupaciones que sustenten doctrinas o
programas de filiación comunista”.

Este mismo texto constitucional establecía las relaciones Estado-Iglesia mediante la firma del
Concordato que el Gobierno dominicano había firmado con el Vaticano en 1954.

En cuanto al papel del Partido Dominicano, la Constitución recogía tal párrafo: “Se reconoce que
el Partido Dominicano, constituido originalmente con elementos procedentes de las antiguas
asociaciones y partidos políticos, los cuales se disgregaron por falta de una orientación patriótica
constructiva, ha sido y es un agente de civilización para e1 pueblo dominicano, que ha
evolucionado en el campo social hacia la formación de una conciencia laboral definida, hacia 1a
incorporación de los derechos de la mujer en la vida política y civil de la República y hacia otras
grandes conquistas cívicas.”

Otro cambio considerable de la Constitución de 1955 se refiere al culto a Trujillo: “Art. 112.- Se
declara que la Era de Trujillo, que comienza el 16 de mayo de 1930, constituye en la Historia
Dominicana el periodo en que se consolida la nacionalidad y realiza el pueblo dominicano sus
más legítimas aspiraciones de paz y bienestar económico y social, como resuItado de la obra de
gobierno del Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina a quien se le consagra
solenmemente en esta Constitución e1 título de honor de Padre de la Patria Nueva que le ha sido
otorgado por voto del Congreso de la Republica en reconocimiento de los eminentes servicios
prestado a la Patria. Asimismo, se consagran como monumentos nacionales, todas las estatuas,
bustos y monumentos que la gratitud nacional ha levantado, o levantare en el porvenir para
honrar al Padre de la Patria Nueva o para conmemorar los hechos que determinan a grandeza de
la Era de Trujillo. Art. 113.- Se declara como un monumento de la tradición internacional de la
República el Tratado Trujillo-Hull de 1940, en virtud del cual recuperó la Nación dominicana el
ejercicio
absoluto de sus atributos como Estado libre e independiente.”6

Naturalmente, sería ingenuo pensar que por sus Constituciones, la República Dominicana era una
democracia liberal. Como escribiera Galíndez, “todo eso es pura fachada, en que nadie cree”.7

El sistema político durante la Era de Trujillo

La República Dominicana durante Trujillo era un Estado autoritario caracterizado por el poder
autocrático del dictador. Prácticamente toda la economía nacional estaba controlada por el
dictador, no existiendo muchas veces una línea demarcatoria entre lo personal y lo nacional. En
lo político, el dictador también controlaba todo a través del Partido Dominicano. Su régimen se
caracterizaba por ser antiliberal, anticomunista, conservador y nacionalista. Todas las
instituciones y organizaciones políticas y sociales estaban bajo su control. A pesar de que las
Constituciones trujillistas establecían la separación de poderes, el Poder Legislativo, el Poder
Ejecutivo y el Judicial se subordinaban a él. En igual situación se encontraban las Fuerzas
Armadas dominicanas o la Iglesia Católica, dos de sus grandes pilares de dominación. A través
de métodos represivos brutales, la mayoría de la población dominicana era sumisa, bien sea por
temor, lealtad o por admiración gracias al culto a la personalidad que Trujillo había creado con el
apoyo de sus incondicionales. No había lugar físico, provincias, ciudades, montañas,
monumentos, etc., que no llevara su nombre y apellido. Trujillo disponía de esta forma de una
buena red de propaganda en la que participaban los medios de comunicación dominicanos. El
régimen de Trujillo en la República Dominicana era el vivo ejemplo de la autoritaria cultura
política latinoamericana. Para entender el autoritarismo y la autocracia del régimen de Trujillo
tenemos que conocer la cultura política dominicana.

La República Dominicana se constituyó formalmente en 1844 como un Estado liberal con una
Constitución que establecía la división de poderes y delimitaba las funciones y competencias de
cada uno de ellos. La Constitución dominicana de 1844 es un texto jurídico liberal con la
excepción del Artículo 210, el mismo que otorgó desmedidos poderes al caudillo (conservador)
de entonces, el general Pedro Santana: “Durante la guerra actual y mientras no está firmada la
paz, el Presidente de la República puede libremente organizar el ejército y armada, movilizar
las guardias nacionales, tomar todas las medidas que crea oportuna para la defensa y seguridad
de la Nación; pudiendo en consecuencia, dar todas las órdenes, providencias y decretos que
convengan sin estar sujeto a responsabilidad alguna”.8 Este artículo fue motivo de acalorada
discusión por parte de los legisladores que redactaron la Constitución y el general Santana, quien
alegando el estado de guerra con la vecina Haití que vivía la nueva república, exigía mucho más
poderes. Precisamente este artículo manchó el espíritu liberal de la Constitución de San Cristóbal
de 1844.

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A pesar de las buenas intenciones liberales de los legisladores dominicanos que dieron cuerpo y
forma a la nueva república, la estructura socioeconómica del país, las instituciones políticas
dominicanas (partidos políticos, las fuerzas armadas), la Iglesia Católica, etc., no correspondían
con esa superestructura liberal. La estructura social y económica era débil ya desde la misma
época colonial lo que contribuyó en gran parte a la creación de un Estado clientelista, informal,
en donde la política de subordinación era (y sigue siendo) la predominante.

El Santo Domingo español fue durante mucho tiempo una colonia de subsistencia en donde se
desarrollaron tres regiones, el Cibao, el Sur y el Este, con marcadas características
socioeconómicas. Para la creación de la República (1844) prácticamente sólo el Cibao mantenía
cierto desarrollo económico. En lo social, la cultura hispánica, blanca y católica prevaleció (y
prevalece) sobre la cultura afroantillana. Lengua, catolicismo y raza hispana eran también tres
grandes elementos ideológicos de la dictadura de Trujillo.

Respecto a los partidos políticos, éstos eran más bien organizaciones políticas que servían a los
intereses de los caudillos, los hombres fuertes del momento, no dando lugar a una cultura política
de participación. En la República Dominicana grandes caudillos fueron Pedro Santana,
Buenaventura Báez, Ulises Heureaux (Lilís) y otros más. Trujillo sería quien concentraría más
poder en sus manos. En cuanto a las fuerzas armadas, éstas siempre han estado supeditada al
caudillo de turno o han apoyado al gobierno de turno. La Iglesia Católica, por su parte, es una
institución jerárquica y autoritaria. Todos estos elementos han contribuido a que el Estado
dominicano sea infuncional, informal, clientelista. El régimen de Trujillo vino a representar la
mayor concentración del poder en una sola persona: el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo
Molina.

Conclusión

En su tesis doctoral titulada La Era de Trujillo. Un estudio casuístico de dictadura


hispanoamericana, tesis que nunca sería leída y que sería publicada post morten, Jesús de
Galíndez hace un estudio detallado y profundo de cómo funcionaba el régimen político de
Trujillo, al cual incluso llegó a llamar “Trujillolandia”, dado el ilimitado poder que tenía el
dictador. Galíndez conocía muy bien el régimen, el sistema, dado que había sido funcionario del
mismo. En la tesis escribe sobre “la deformación que la Constitución sufre en la vida diaria, la
falsificación de las elecciones, la sumisión de legisladores y jueces a la voluntad de un solo
hombre (que no siempre se titula Presidente), la anulación no ya de los derechos individuales,
sino del mismo individuo por un terror difuso, la corrupción en las instituciones públicas…” 9 Por
esta tesis, Galíndez sería secuestrado en Nueva York el 12 de marzo de 1956, trasladado a la
República Dominicana y asesinado allí. Su cuerpo nunca ha aparecido.
En la década de los setenta del siglo XX, Juan J. Linz comienza a utilizar el término de “régimen
sultanístico” para clasificar aquellos regímenes no democráticos que pendulaban entre regímenes
totalitarios y autoritarios. El concepto “sultanismo” había sido crreado por Max Weber como un
caso extremo de patrimonialismo, como una forma de autoridad tradicional. En los años
cincuenta del siglo XX, Linz analizaba el régimen de Franco en España y que según su opinión,
no encajaba en la defición de régimen totalitario, sino régimen autoritario. En esa época conoció
en Nueva York a Jesús de Galíndez, quien le comentó sobre el régimen de Trujillo. Al comparar
ambos regímenes, el de Franco en España y el de Trujillo en la República Dominicana, llegó a la
conclusión de la gran diferencia entre ambos a pesar de ser regímenes autoritarios. Es entonces
cuando toma prestado el concepto de Weber sobre el “sultanismo” y aplicarlo al régimen político
de Trujillo en la República Dominicana. Según Linz, el “sultanismo” se caracteriza por un
gobierno personalizado basado en el temor o la “recompensa” a los colaboradores. El gobernante
sultanístico goza de un poder ilimitado y lo ejerce como tal y no está ligado a ninguna ideología.
El clientelismo, el nepotismo y la corrupción son elementos muy comunes del régimen. El
gobernante sultanístico actúa de forma personal y arbitraria. Este análisis describe muy bien el
régimen de Trujillo.

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